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Vivir es despertar cantando esperanzado; vivir es recibir con ilusión la luz del
día; vivir es gozar de la serenidad de la tarde; vivir es estar libre de angustias y
preocupaciones; vivir es tener salud y respirar sin ahogos; vivir es amar y ser
amado; vivir es enfrentarse sin temor al día de mañana; vivir es comer con gozo
el pan de cada día ganando con un trabajo humano; vivir es tener conciencia de
paz cuando llega la noche; vivir es poder dormir sin sobresaltos ni pesadillas;
vivir es comunicarse y poderse expresar; vivir es ser capaz de comprometerse e
ilusionarse con una vocación; vivir es ser libre y no estar atado por ningún tipo
de cadenas; vivir es poder dar sentido a la propia existencia; vivir es poseerse y
poderse entregar. Vivir es, en pocas palabras, la abundancia de los frutos del
Espíritu. En ellos consiste la vida abundante de Jesús: “Amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Ga 5,22-
23).9
Los enfermos curados por Jesús y los pecadores que han vuelto a la casa del Padre
han experimentado esta vida abundante. No es extraño que la alabanza fluya de los
labios de todos los beneficiarios de la salvación: el paralítico (5,25), la mujer encorvada
(13,13), el leproso samaritano (17,15.16), el ciego de Jericó (18,43).
No sólo las personas curadas alaban a Dios. Es típico de Lucas introducir el coro de
la multitud que junta sus voces para cantarle. Los pastores regresaron alabando y dando
gloria a Dios por todo lo que habían visto” (Lc 2,20). Tras la curación del paralítico,
“quedaron todos asombrados y alababan a Dios llenos de pasmo diciendo: ‘Hemos visto
hoy cosas extraordinarias’” (5,26). Después de la resurrección en Naim, “todos
quedaron llenos de asombro y alababan a Dios diciendo: ‘Un gran profeta ha aparecido
entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo’” (7,16). Después de la curación del ciego
de Jericó: “Toda la gente que lo vio alababa a Dios por lo que había ocurrido” (18,43).
Incluso hasta en el momento de la muerte de Jesús, el centurión al pie de la cruz alababa
a Dios (23,47).
Igualmente en el libro de los Hechos la atmósfera de alabanza se hace sentir
continuamente. En la descripción ideal de los primeros cristianos de Jerusalén, uno de
los rasgos característicos de dicha comunidad es que los discípulos “alababan a Dios”
(Hch 2,47). El tullido de la Puerta Hermosa entró en el templo brincando y alabando a
Dios (Hch 3,8), y más tarde el pueblo de Jerusalén daba gloria a Dos por lo que había
ocurrido (Hch 4,21). En Antioquía de Pisidia, tras la decisión de Pablo de volverse a los
gentiles, éstos “se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor” (13,48). En
la casa de Santiago en Jerusalén, al regreso de su último viaje, Pablo contó las cosas que
Dios había obrado a través de su ministerio, y todos “al oírle, glorificaban a Dios”
(21,20, cf. 11,18).
Podemos ver en el evangelio de san Lucas cómo esta conexión entre alegría y
alabanza es un motivo litúrgico en los relatos de Navidad y de Pascua, como si se hu-
biesen escrito para ser leídos en una celebración de estas fiestas.
Como señala R. Fabris, “Un arco ideal une el principio y el final del evangelio del
evangelio de san Lucas. Una escena litúrgica en el templo de Jerusalén había inaugu-
rado la narración (1,18) y, a su vez, en el templo se reúne la comunidad cristiana (24,52-
53)”.10 El gran relato del viaje a Jerusalén concluye en el templo (19,45) y no
simplemente en Jerusalén, como es en el caso en los otros evangelios sinópticos (Mc
11,11; Mt 21,10). La misma salutación del resucitado a los suyos resuena como una
“salutación litúrgica” (Lc 24,36).11
En sus enseñanzas, Jesús se muestra más bien reticente ante las austeridades
autoimpuestas, por el peligro que tienen de fomentar la vanidad y la
autosuficiencia del hombre. El talante del discípulo de Jesús es bien diverso del
de los fariseos. Los discípulos de Jesús no son ascetas severos de rostro
demacrado y mirada torva, sino hombres alegres de cabeza perfumada. Su visión
de la creación y del hombre es una visión positiva. Jesús no se presentó como
aguafiestas; sino como quien trae el vino abundante que causa euforia y alegría
en una fiesta de bodas. 13
5.- Alegres por haber sido dignos de sufrir ultrajes por el Nombre
Dos de las bienaventuranzas lucanas se fundan en una acción futura de Dios. Así en
la bienaventuranza del hambre y de las lágrimas, la recompensa tendrá lugar en el
futuro: “Seréis saciados” (6, 21); “reiréis” (6,20). En cambio en la primera y en la
última bienaventuranza se usa el tiempo presente. El Reino de los cielos pertenece ya a
los pobres (6,20); los perseguidos deben alegrarse y saltar de gozo ya en el tiempo de la
persecución (6,22-23). La bienaventuranza se adelanta ya como una gracia que puede
experimentarse en medio del sufrimiento.
Este enfoque de la bienaventuranza es precisamente el que Lucas pone de relieve en
los Hechos de los apóstoles. Después de haber sido encarcelados, injuriados y azotados,
los apóstoles se retiraron del sanedrín “alegres por haber sido dignos de sufrir ultrajes
por el Nombre” (Hch 5,41).
12
Un pequeño toque redaccional de Lucas es su insistencia en la bebida de Jesús. En general
Lucas utiliza la pareja de verbos comer y beber para indicar la comida humana, y en algunos
casos es claro que el beber indica beber vino. Lucas se hace eco de la acusación contra Jesús de
ser un comedor u “bebedor” (Lc 7,34 = Mt 11,19). Con la triple tradición Lucas recoge la
acusación de que los discípulos de Jesús no ayunaban como los discípulos de Juan y los
fariseos. Pero mientras que Marcos y Mateo dicen: “tus discípulos no ayunan” (Mc 2,18; Mt
9,14), en Lucas la acusación se formula así: “Tus discípulos a comer y beber” (Lc 5,33). Otra
protesta contra los discípulos se recoge poco antes; pertenece también a la triple tradición. En
Marcos y Mateo la acusación se formula: “¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y
pecadores?” (Mc 2,16; Mt 9,11). Lucas la formula: “¿Por coméis y bebéis con los pecadores?”
(Lc 5,30). En el discurso de la misión Lucas incluye una recomendación que no aparece ni en
Mateo ni en Marcos: “Permaneced en aquella casa y comed y bebed lo que os pongan” (Lc
10,8). Finalmente la promesa de Jesús para los que han permanecido fieles es que “comeréis y
beberéis en mi mesa en el Reino” (Lc 22,30). En Los Hechos los discípulos se describen como
aquellos “que comimos y bebimos con él” (Hch 10,41).
Además de estos casos en que podemos ver una intencionalidad en la redacción lucana, hay
otros muchos en que “comer y beber” se ha convertido ya en una fórmula estereotipada: (Lc
12,19.29.45; 13,26; 17,8.27.28; Hch 9,9; 23,12.21).
J.M. Martín-Moreno, “Ascesis para crecer. Los desafíos cristianos de la Cuaresma”, Sal
13
Sin embargo, la alegría debe ser discernida, pues no siempre es fruto de la acción
de Dios. No toda alegría es una moción del Espíritu. Sólo Lucas nos hace notar en la
parábola del sembrador, que la semilla que cae entre rocas representa a los que “al oír la
Palabra la reciben con alegría, pero no tienen raíz. Creen por algún tiempo, pero a la
hora de la prueba desisten” (8,13). Uno de los criterios para discernir la verdadera
alegría es por tanto su capacidad de resistencia a la hora de la prueba. Jesús proclama
dichosos a los siervos a quienes el Señor a su regreso encuentre velando (12,37-43).
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús (23,8), pero su interés por él obedecía a
pura curiosidad y milagrosismo, no a una sintonía con el evangelio, ni a una verdadera
conversión. Lucas nos dice que los sumos sacerdotes se alegraron cuando Judas se
ofreció a entregarles a Jesús (22,5). Es la alegría más contraria al evangelio, la de los
que se gozan en su intento de destruir la verdadera alegría.
Condena el evangelio de Lucas la actitud del rico que amontonaba riquezas y se
decía a sí mismo: “¡Come, bebe y disfruta!” (12,19), y también la del rico vestido de
púrpura que banqueteaba (disfrutaba: euphrainomenos) espléndidamente. Más
claramente lo enuncia Jesús en los “ayes” lucanos. “¡Ay de vosotros los que reís ahora,
porque tendréis aflicción y llanto!” (8,25)
También san Ignacio nos avisa que no toda alegría viene de Dios, sino que también
el mal espíritu puede “proponer placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y
placeres sensuales”.26 Nos dice también que con causa puede consolar el ánima así el
buen ángel como el malo”.27
Como ya hemos visto, la verdadera alegría es sólo el gozo duradero asociado a los
sufrimientos que vienen de nuestra fidelidad a Cristo; el gozo que brota de nuestro com-
promiso con el evangelio y de la fidelidad al mensaje apostólico.
Junto con el reconocimiento de una alegría que no es según el Espíritu, Lucas
conoce también una tristeza buena que es fruto del Espíritu, lo cual nos obliga a ser
mucho más cuidadosos en el discernimiento de estas mociones.
La palabra usada por Lucas para señalar esta tristeza según el espíritu es
“compunción” –katanyssesthai- (Hch 2,37). Esta tristeza se da en el contexto de
arrepentimiento por los pecados, y también al considerar el efecto del pecado en el
mundo que trae consigo la ruina de Jerusalén. Recordemos la bienaventuranza de las
lágrimas (Lc 6,21), y las propias lágrimas de Jesús por Jerusalén (Lc 19,41).
25
?
E. Biser, “La balanza del espíritu”, Concilium 95 (1974) p. 213.
26
?
Ejercicios 314.
27
?
Ejercicios 331.
Ignacio conoce también esta tristeza y quiere que el ejercitante en la primera
semana pida como gracia “crecido e intenso dolor y lágrimas por mis pecados”; 28 “pena,
dolor y lágrimas por nuestros pecados”29. Y en el discernimiento de la primera semana
reconoce que en determinadas ocasiones el buen espíritu “punza y remuerde las
conciencias”30.
Por eso, la alegría y la tristeza requieren discernimiento. Nunca podemos aislar la
alegría verdadera de los otros síntomas de la experiencia del Espíritu. Nunca se puede
buscar la alegría por sí misma; es más bien un subproducto de la vida nueva. Frente a la
alegría egoísta de quien se busca a sí mismo, Lucas reproduce el dicho del Señor de que
“hace mucho más feliz el dar que el recibir” (Hch 20,35).
La alegría sólo se da cuando hay “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). La
verdadera experiencia del Espíritu no fragmenta a la Iglesia sino que fomenta la
comunión fraterna sin las extravagancias carismáticas de personalismos que cantan
fuera del coro, y sin desviaciones doctrinales. La verdadera alegría va unida a la
afabilidad y a la sencillez de corazón en un estilo de vida evangélico sin altanería, ni
fanatismos.
7.- El cumplimiento escatológico
28
Ejercicios 56.
29
Ejercicios 78.
30
Ejercicios 314.
No debemos sacralizar la Iglesia como un puerto seguro que nos evite la
incertidumbre o la ambigüedad. El peligro de leer a Lucas unilateralmente es buscar
seguridades en una Iglesia que sea sólo limpia transparencia de un Reino ya establecido,
olvidando que vive todavía en medio de la confusión y de las pruebas. ¡Ojo con las
decepciones! Queda todavía un tiempo para el crecimiento y hay que vivir con alegría,
pero también con dolores de parto, gimiendo interiormente en nuestro corazón.
Yo viví una temporada larga de mi vida en la cresta de la ola carismática,
experimentando esa desbordante acción del Espíritu en mí y a mi alrededor. Yo sé muy
bien a qué se está refiriendo Lucas con su visión idealista e ilusionada de la Iglesia. He
vivido intensamente todo cuanto describo en este artículo. Nos parecía entonces que
todo era posible con el poder del Espíritu Santo.
Pero tras unos años tuvimos que volvernos a enfrentarnos con la dura realidad de
que el mal sigue estando presente el mundo, y no ha sido erradicado. Sigue habiendo
pobres, sigue habiendo enfermos. Los sufrimientos no se reducen a las persecuciones y
contradicciones por el nombre de Cristo. Uno experimenta también, en sí y en la Iglesia,
tinieblas, opacidad, resistencias. La misma oración que fue tan luminosa en otras
temporadas puede pasar por noches oscurísimas. Procesos patológicos psíquicos y
físicos que habían experimentado notables sanaciones, vuelven a reabrirse como una
herida mal curada.
Queda todavía lugar para una escatología final, para la espera de una segunda
venida de Cristo, en la que el Reino se realice en plenitud. Por supuesto que Lucas está
abierto a esta dimensión de consumación futura, aunque haya puesto el acento en lo que
nos ha sido dado ya. Diríamos que para Lucas la botella está más bien medio llena que
medio vacía.
Ya sí, pero todavía no. El Resucitado está a la vez presente y ausente en nuestro
mundo. Por eso en la vida espiritual hay un juego de encuentros y desencuentros entre
Dios y el hombre como el descrito en el Cantar de los cantares. Quizás la más bella
expresión no bíblica de este deseo de Dios nunca saciado y de esta experiencia de Dios
nunca plena es el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. “La dolencia de amor no se
cura, sino con la presencia y la figura”.
Por eso la Iglesia sigue diciendo en este Adviento en que redacto mi artículo: “Ma-
ranatha”, “¡Ven Señor, Jesús!”, esperando que esa salvación y esa alegría alcancen su
plenitud, cuando definitivamente “entremos en la alegría de nuestro Señor” (Mt 25,21.
23).