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Una vez en el castillo, el rey ordenó que condujesen a la hija del molinero
a una habitación repleta de paja, donde había también una rueca:
"Tienes hasta el alba para demostrarme que tu padre decía la verdad y
convertir esta paja en oro. De lo contrario, serás desterrada."
"Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que
quieras." ¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo
material? Quiero a tu hijo," exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y
suplicó la mujer, que conmovió al enano: "Tienes tres días para averiguar
cuál es mi nombre, si lo aciertas, dejaré que te quedes con el niño. Por
más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el
nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta.
"¡No puede ser!" gritó él, "¡no lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo!"
Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le
dejó la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el
enano se partió por la mitad.