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Heredero y critico de Durkheim, Maurice Halbyxehs (1877-1945) fre el verdadero iniciador » teérice de la sociotogia de la memoria, Publicado por primera vvez.en 1925, si esudio Lar marcos sociales dee dxem.orig ha influido profundamente en histotiadares y socistoxos; hay adquiere toda su importancia cuando ta cuestiin de la memoria colectiva se hace presente como nunca, Reeditar y traducit ahora este texto significa ser ficl ala leccidn de Halbwachs sobre el recuerdo: reconsiruir el pasado en funcién del presente. Peto la lealtad cultural ¢s, tal vez, une ilusion; hoy el termino de memoria colectva inventado por él en el presente estudio se encuentra ian wilizado que ninguno considera veniajoso saber lw que significa, Lna abra rest fa clisiea desde el puntode vista socioléaicn ¥y para una sociedad determinada si es percibida con ua ocasidn de progreso cultural. El autores umelisieo de nuestro tiernpoal permitir su pensamiento mnt nuevas. Halbwachs cimentart el progreso en ua oniafow vinculada al pensamiento colectivo: el progreso ineorpora, por un lado, una riemoria fet a fa tindicidn que es cexaminada por ells, y por ero, un razén atenta alos valores del mundo presente y a sus determinaciones. sta edicién viene acompanads de un postlacio de Gévard Namer, profesor de Sociologia y estudieso del pensirniento de Helbwachs que, gracias a la leetura de sus eunder 0s, iumina innovadoramente st otra, M, Halbwachs publieo entre ot-0s titulos: La elesse vu rigre et les niveau de vie. Recherches sur la hiéranchie des besoins dens les societés industrielles contempo: (0912), La Merphologie socials (1938). La Mémoire collective (1949), Exguisse d me psychologic des classes soviates (1955), pista jl o_. Ore Yay cm, Los marcos sociales de la memoria sociales de la mem 153.12 H157¢.8 2004 eed ANTHROPOS He | AUTORES, TEXTOS Y TEMAS [ M. Hallwachs CIENCIAS SOCIALES aurice Kalbwac! Coleccién dir-gida por Josetxo Beriain * LOS MARCOS SOCIALES DE LA MEMORIA Postfacio de Gérard Namer Traduccién de Manuel Antonio Baeza y Michel Mujica sta obra se benefica del apoyo del Servicio Cultural de la Embajada te Francia en Espariaydel Ministerio francés de Asuntos Exteriores, en el marco el prograina de Pertcipacicns en la Publicacion: (P.A.P. Gatecta Lone) Ouvvoge publi avec le concours die Ministre francais ‘chargé de la Culture = Cone Naticnel dia Lise Universidad de Concepeién Facultad de Ciencias Sociaes - Al ANTRROPO: Los maeens sociales de la memoria Mauce Halbwache ;pestfacio de Gérave Naruer; traduccin de Maruel A. Baeza y Michel Mojica, —Rubt (Darcelona): Andhnoyos Editorial Conncynitn Universal oneepcon + Caracas: Universidad Cental de Venezuela, 2008 431 p.;20 em. — (Autores, Telos y Tens. Cencins Sociales ;39) “Ta. oviginal “Les edressociau deta mmo e™ ISIN BUTS? |. Memeria-Aspesos stcales 2 Psicologia social 3, Usosy contami Aspectessocblegcos 4 Historiasocil 1 Unhersidad doa Consepete, ac: de {GOSS (Concepcion) IL Universidad Certal de Verena ae de CSET y SS (Caracas). Rammer, Gerad, post. 1V-DBaeoa, Marius A tad. Mujiea, Micha, ‘ead VI-Titwlo. VIE Calecsisn 20151 ‘Tilo original: Les cadms sociawcx de la mémeire Primera ediciéa en Anthropos Editorial: 2004 © Editions Albin Michel, S.A, Paris, 1994 © Anthropos Editorial, 2004 Edita: Anthropos Editorial, Rubs (Barcelona) srweditoricl-anthropos.com En.coediciin con la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad ‘de Concepcién, Chile, la Facultad de Ciensias Econémicas y Sociales dle la Universidad Ceniral de Venezuela ISBN: 84-7658.692-2 Depésito legal: 29.243-2004 Diseio, realizacion y coonlinacién: Plural, Servieias Editociales ‘Narino, S.L.j, Rubt. Tel. y xe 93 397 22 96 Impresion: Novagrafik. Vivaldi, 5. Montcacla i Reixae Impreso en Espaita Printed in Spain ‘Tolos los deechos wservedes. uta publicncin no pubde ser repro, nen toda nen ‘arts, ni repstradh en © tranatulida por eat sistema ce tecpracion se Informatie ‘irgina forms oe nein min wo oie fein easronion,magresce ee lwoico, por fora o ciqule oo, sinc permiso previa por exo dela eto, PRGLOGO Recientemente, cuando hojeébamos un viejo valumen del Magasin Pittoresque, leimos una singular historia de una nifia de 9 0 10 afios que fue encontrada en los bosques, en las inme- diaciones de Chalons, en 1731. Nunca se supo ni de dénde venfa ni en qué lugar haba nacido y, ademés, ella no guard ningiin recuerdo de su infancia. Relacionando los detalles dados por ella de diversas etapas de su vida, pudimos inferir que nacié en el norte de Europa y, cabe sospechar, donde los esquimales, y que fue Hevaca para las Antillas y finalmente para Francia. Ella aseguraba haber atravesado dos veces con- siderables extensiones demar, y parecfa turbarse cuandosele mostraban imagenes que representaban chozas y embarca- ciones del pais de los esquimales, o focas, 0 cafia de azticar u olzos productos de islas de América. Ademés, crefa recordar con muchisima nitidez que habfa sido esclava de una sefiora que la estimaba considerablemente, pero que el amo, no pu- diendo soportarla, la habfa hecho embarcar: * Si reproducimos este relato, del que desconocemos su att- ignticidad y que sélo conocemos de segunda mano, es porque Hos permite comprender en qué sentido podemos decir que la memoria depende del entomo social. A los 9 0 19 afios, un niflo pose numerosos recuerdos, recientes y también lejanos. 1, Magasin Pttoresque, 1849, p. 18, Como relerevcias el autor express: «Escri sobre este tema un artkulo en © Mercure de France, septiembre 173, la _ifraesté en blanco), y un breve epasculo en 1755 (4el que no incica el titulo) del Eval omamos este relate Qué pasarfa si lo separaran bruscamente de las suyos, trans- porténdolo a un pais donde no se habla su lengua, en donde ni el aspecto de sus habitantes, ni de los lugares, ni de sus habitos y costumbres, no tienen naca que le resulte familiar para ese entonces? El rifio ha abandonado una sociedad para pasar a otra. Parece que en un primer mamento haya perdido Ja facultad de recordar en esta tiltima todo lo que ha hecho, todo lo que le impresionaba y que recordaba, sin ningun es. fuzrzo, en la sociedad de origen. Para que ciertos recuerdos inciertos € incompletos reaparezcan, es necesario que ea la sociedad donde se encuentra en el momento presente, se le muestre al menos imagenes que reconstruyan el grupo y el medio de donde él ha sido arrancado. E] ejemplo anterior no es mas que un caso extremo. Pero si examinamos mas de cerca el modo como recordamos, reco- noceremos —indudablemente— que la mayorfa de nuesiros recuerdos se manifiestan en el momento que nuestros parien- tes, amigos u otras personas los evocan. Muchas veces nos asombramos cuando leemos en los tratados de psicologia don- de se estudia el tema de la memoria, que el hombre pueda ser estudiado como un ser aislado. Parece que para comprerder nuestras operaciones mentales, debemos partir del individuo y cortar todos los lazos que lo unen con la scciedad de sus ‘semejantes. Sin embargo, es en la sociedad donde normal- mente el hombre adquiere sus recuerdos, es alli donde los evo- a, los reconace y los localiza. Contemas en una jornada el némero de recuerdos que hemos revivido, de momentos en. que hemos tenido relaciones directas 0 indirectas con o:ros, hombres. En esos casos, nos daremos cuenta que la mayoria de las veces utilizamos el recurso de nuestra memoria para respondera preguntas que otras personas nos rlantean, oque suponemos podrian hacérnoslas, y que ademas, para respon- derlas, tenemos que cclocarnos en su lugar, haciéadonos ver como parte del mismo grupo o de grupos semejantes. Pero pedemos preguntarmos si aquello que es cierto para un gran némero de nuestros recuerdos no podria serlo para todos. Lo més usual es que yo me acuerdo de aquello que los otros me inducen a recordar, que su memoria viene en ayuda de la nia, que la mia se apoya en lade ellos. Al menos, en estos casos, 1a manifestacin de mis recuerdos no tienz nada de misterioso. No hay que averiguar si se encuentran 9 se coaservan en mi cerebro 0 en una recéndita parte de mi espfritu, donde yo serfa, por lo demas, el tinico que tendria acceso. Puesto que Jos recuerdos son evocados desde afuera, y los grupos de los que formo parte me ofrecen en cada momento los medios de reconstruirlos, siempre y cuando me acerque acllos y adopte, al menos, temporalmente sus modos de pensar. ;Pero real- mente es asi en todos los casos? Es en este sentido que existiria una memoria colectiva y Jos marcos saciales de la memoria, y es en la medida en que nuestro pensamiento individual se reubica en estos marcos y participa en esta memoria que seria capaz de recordar: Asi se comprendera que nuestro estudio se inicie por uno e in- clusive dos capitulos consagrados al suefio,? si se observa que el hombre que duerme se encuentra durante cierto tiem- po en un estado de aislamiento parecido, al menos, a una situacién que vivirfa si no estuviera en contacto y en rela- cién con ninguna sociedad. En ese momento no es capaz y no tiene ninguna necesidad de apoyarse en esos marcos de lamemoriacolectiva, aunque es posible sopesar la accién de es0s marcos, observando lo que llega a ser la memoria indi- vidual cuando esta accién no se ejerce mas. ‘Ahora bien, cuando explicamos de este modo la memoria de un individuo por la memoria de Jos otros. {No estarfamos girando alrededor de un circulo vicioso? En efecto, seria ne- cesario explicar cémo los otras recuerdan, y el mismo proble- ma pareceria plantearse de nuevo en los mismos términos. Siel pasado reaparece, importa muy poco saber si reapa- rece en mi conciencia 0 en las conciencias de otros. Por qué reaparece? :Reaparecerfs si no se conservaba? No es por ca~ sualidad que en la Teoria Clésica dela Memoria, tras estudiar la adquisicién de los recuerdos, se estudia su conservaci6n, antes de dar euenta de su evocacién. Ahora bien, sino quere- mos explicar la adquisicion de los recuerdos por medio del mecanismo de los procesos cerebrales (explicacién que por otra parte es bastante confusa y que plantea serias objecio- 2, Elpcimercapitula, que ha sido el punto de partkla de nuestra investigacion, fue publitado tape forma de articalo, an pouu tage e micas et los ealomen term nos en quelo reproducimos en la Revise Philosophique (enero-febrero 1923). nes), parece que no existe oura alteraativa que admitir que los, recuerdos, en tanto que estados ps{quicos, subsisten en el es- piritu bajo forma inconsciente, para Hegar a ser cons. cuando se les recuerda. Asi, s6lo en apariencia el pasado se destruiria y desaparecerfa. Cada espfritu individual tendria detras de si toda Ia sucesién de sus recuerdos. Desde ahora, se puede reconocer si se desea, que las diversas memorias se entreayudan y se prestan reciproco apoyo. Pero eso que lla- mamos los marcos colectives de la memoria serfan el resulta- do, la suma, la combinacién de los recuerdos individuales de muchos miembros de ima misma sociedad. Estos marcos ayu- darian, en el mejor de los casos, a clasificar, a ordenar los recuerdos de los unos en relacién con los de los otros. Sin embargo, no explicarfan la memoria misma, puesto que la darfan por existente. El estudio del suefio nos habia ya procurado argumentos consistentes en contra de la tesis de Ia permanencia de los recuerdos en el estado inconsciente. Sin embargo, era necesa- rio mostrar que fuera del suefio, el pasado, en realidad, no ‘se manifestaba tal cual es y que todo parece indicar que no se conservaba, sino que era reconstruido desde el presente? Del mismo modo, era preciso afirmar cue los marcos colectivos deja memoria no estan formados lucgo de un proceso de com- binacién de los recuerdos individuales. Estos marcos colecti- vos de Ia memoria no son simples formas vacfas donde los recuerdos que vienen de otras partes se encajarian como en un ajuste de piezas; todo lo contrario, estos marcos son —precisamente— los instrumentos que la memoria colectiva iza para reconstruir una imagen del pasado acorde con ceda épcca y en sinton(a con los pensamientos dominantes de la sociedad. Los capitulos 3 y 4 de este libro estardn dedica- dos a estudiar la reconstrucsién del pasado y la loealizacion de los recuerdos. nites 3. Clare queno planteames poner en entredicho que nuestras impresiones se ‘meatengan alpsn tiempo, y algunas veces, mucho tempo después de que ellas se produjeran, Pero esta «resonauicia» delas impresioncs no debe confundirse con lo ‘qu2.corrientemente se entiende por sconservacién delos recuerdos, Elta varia de unindividus a otra, porqué no plantearlo de especie a especle, de modo indepen- dente de teda infhiencia social. Este es un campo de conoclmiento- propio de Ia sico-fistolegta, como Ia psicologia sociologiea tne =) Styo, 10 Después del estudio de los capitulos anteriores, en buena parte critico, y en donde la intencion era, sin embargo, crear las bases de una Teorfa Sociolégica de la Memoria, no nos cuedaba mas que estudiar de modo directo yen sf misma ala memoria colectiva. No era suficiente demostrar que los indi- viduos cuando recuerdan utilizan siempre los marcos socia- les. Es desde el punto de vista del grupo o de les grupos donde era forzoso colocarse. Ademés, los dos problemas no sdlo son solidarios sino que no son mas que uno. Asimisma, podemos perfectamente decir que el individuo recuerds cuando asume el punto de vista del grupo y que la memoria del grupo se manifiesta y se realiza en las memorias individuales. Es por eso que los tres tiltimos capitulos estn dedicados a las me- morias colectivas de las tradiciones familiares, de los grupos religiosos y de las clases sociales. También es cierto que exis- ten otras formas de sociedad y de memaria social, pero como estamos obligados a delimitar nuestro campe de trabajo, he- mos escogido aquellas formas de sociedad y dememoria social cue nos parecfan las més relevantes frente a aquellas que en investigaciones aateriores nos permitieron plantear el estu- Gio de un modo mAs adecuado. Es, sin duda, por esta iltirna raz6n que nuestra capitulo sobre las clases sociales supera a Jas otros en extensin. Aqui hemos reencontrado ¢ intentado cesarrollar algunas ideas que habfamos entrevisto y manifes- tado en otras partes. uw CaPiTULO I EL SUENO Y LAS IMAGENES-RECLERDOS «Muy a menudo, dice Durkheim,' nuestros suefies nos co- nectan con acontecimientos pasados; revemos lo que ya he- mos visto o hecha estando despiertos, ayer, antezyer, durante nuestra juventud, etc.; y esta especie de suefios son frecuentes y tienen un lugar bastante considerable en nuestra vida noc- jurna.» Precisa, enseguida, lo que entiende por «suefios que se remiten a acontecimientas pasados»: se trata de «revertir el curso del tiempo», de simaginar que se ha vivido durante el suefio una vida que se sabe ya transcurrida desde hace mucho tiempo» y, en sintesis, de evocar «recuerdos tal como se tie~ nen durante el dia, aunque de una particular intensidad». A primera vista, esia indicaci6n no sorprende. En el suefio, los estados sicoldgicos mas diversos, los mas complicados, aque- los mismos que suponen actividad, un cierto gasto de energia espiritual, pueden presentarse. Por qué, en las reflexiones, en las emociones, en los razonamientos, no se mezclarian re- cuerdos? No obstante, cuando examinamos los hechos desde mas cerca, esta proposicién parece menos evidente. Preguntémonos si, entre las ilusiones de nuestros suefios, nose intercalan recuerdos que tomamas por realidades.A esto se respondera quiz diciendo que toda la materia de nuestros suefios proviene de la memoria, que los ensuerios son precisa~ ‘mente recuerdos que no reconocemos en el momento, pero que, en muchos casos, es posible al desperter el reencuentro con la naturaleza y el origen. Nos lo creemes, sin dificultad. 1. Durkheim, Les formes élémentares de lave eligiense,p. 79. 13, Pero lo que se necesitaria establecer (y es exactamente lo cue esté dicho enel fragmento que hemos citado) es qué aconteci mientos completos, escenas enteras de nuestro pasado, se re- preducen tal cual en el suefio, con todas sus particularidades, sin ninguna mezcla de elementos que se remitana otros acon- tecimientos, a otras escenas, o que sean puramente ficticios, de tal modo que al despertar podamos decir, no solamente! ese suefio se explica por lo que he heche 0 visto en tales cir- cunstancias, sino: ese suefio es el recuerdo exacto, la reproduc- cién pura y simple de lo que he hecho o visto en tal momento y en tal lugar. Es eso, y eso solamente que puede significar: ‘«revertir el curso del tiempo» y «revivir» una parte de Ia vida. Pero, eno somos demasiado exigentes? ¥ planteado en es- tos térmiros, ¢no es que el problema se resuelve de inmediato por el absurdo, o mas bien dicho ni siquiera s= plantea, en tanto Ia solucién es evidente? Si evocdramos en el sueno re- cuerdos de tal modo circunstanciados, gcémo no los recono- ceriamos, durante el suenio mismo? Entonces la ilusi6n se derrumbarfa siibitamence, y cesarfamos de sonia. Pero supon- gamos que tal escena pasada se reproduzca con algunos cam- bios muy débiles, aunque justo lo suficientemente importan- tes para que nos llenemos de desconfianza. El-recuerdo esté alli, recuerdo preciso y conereto; pero hay algo asf como una actividad latente del espiritu que interviene para desmarearlo, Y que es como wna defensa inconsciente del suefio contra el ‘despertar. Por ejemplo, me veo frente a uma mesa en torno ala cual hay j6venes personas: uno habla; pero en el lugar de un estudiante, se encuentra un periente rio, que no tiene ningu- na raz6n para estar allf, Ese simple detalle basta para impe- dirme acercar ese sueiio al recuerdo del cual es Ia reproduc- cién. Empero, no tendria yo el derecho, al despertar, y cuando yo hubiese efectuado ese acereamiento, de decir que aquel Suefio no era mis que un recuerdo? Esto conduce a decir que no podriamos revivir nuestro pasado en el suefio sin reconocerlo, y que de hecho todo acon- tece como si reconociéramos de antemaro esos suefios nues- tros que no son o que no tienden a ser mas que recuerdos realizados, puesto que los modificamos inconscientemente con el fin de mantener nuesira ilusién. Pero de entrada, gpor qué un recuerdo, aun siendo vagamente recenocido, nos despar 14 taria? Existen casos en los cuales, incluso al continuar sofian- éo, tenemos el sentimiento que sofiamos, ¢ incluso hay algu- ‘nos en que recomenzamos varias veces exactamente el mismo suefio, con intervalos de vigilia mas o menos largos, con tal nitidez que en el momento en que reaparece tenemos pilida- mente conciencia de que no es mas que una repeticién: y sin ‘embargo no nos despertamos. Por otra parte, ges verdaiera- mente inconcebitle que un recuerdo p-opiamente tal, que re- produce una parts de nuestro pasado integramente, sea evo- cado sin que lo reconozcamos? La cuestin consiste en saber si, en verdad, esta disociecion entre el recuerdo y el reconoci- maiento se realiza: el suefio podrfa ser al respecto una expe- riencia «crucial», si nos revelara que el recuerdo no reconoci- do se produce a veces durante el suefio. Hay al menos una concepcién de la memoria de la cual se desprenderia que el recuerdo puede ser reproducido sin ser reconocido. Suponga- mos que el pasadase conserva sin cambios y sin lagunasen el fondo de la memoria, es decir que nos resuite posible en todo instante revivir cualquier acontecimiento d= nuestra vida. Solamente algunos de esos recuerdos reaparecerén durante cl estado de vigilia; como, en el moments en el cual los evocare- mos, permaneceremos en contacto con las realidades del pre- sente, no podremos reconocer elementos del pasado. Pero, durante el stuefio, mientras que ese contacto es{4 interrumpi- do, supongamos que los reciterdos invaden nuestra concien- cia: gc6mo los reconocerfamos nosotros en tanto que recuer- dos? No hay ya mas un presente al cual remitirse para poder hacerles oposiciéa; puesto que son el pasado no tal cual se le revé a distancia sino tal cual se Hev6 2 cabo cuando era pre- sente, no hay nada en ellos que revele que no se presentan frente 2 nosoiros por Ia primera vez. De este modo, nada se cpone, tedricamente, para que nuestros recuerdos ejerzan sobre nosotros una suerte de accién alucinatoria durante el suefio, sin que tengan necesidad, para no ser reconocidos, de cisimularse o de desfigurarse. Desde hace un poco mas de cuatro afios (exactamente des- ee enero de 1920) hemos examinado nuestros suefivs desde el Is punto de vista que nos interesa, es decir con el propésito de descubrir si contenfan escenas completas de nuestro pasado. El resultado ha sido claramente negetivo. Nos ha sido posi ble, muy a menudo, reencontrar tal pensamiento, tal senti- miento, tal actitud, tal detalle de un acontecimiento de la vis- pera que habia entrado en nuestro suetia, pero nunca hemos realizado en suefio un recuerdo. Nos dirigimos a ciertas personas que se habfan ejercitado en observar sus visiones nocturnas. Kaploun nos escribe: «Ja- mas sucedié que yo suefie unaescena vivida. En suciio, la par- te de agregados y de modificaciones debidas al hecho de que el suefio es una escena que se realiza, es considerablemente, més grande que la parte de elementos recogidos de lo real vivido recientemente 0, si se quiere, de lo real de donde son extraidos los elementos integrados en la escena soitada». De una carta que nos dirigié Henri Piéron destacamos el siguien- te fragmento: «No he revivido, en mis suefios —que he anotado sisteméticamente durante un tiempo— periodos de vida dela vispera bajo una forma idéntica: he reencontrado a veces sen- timientos, imagenes, ep'sodios més o menos moiificados, sin mas». H. Bergson nos ha dicho que sofiaba bastante, y queno se acordaba de ningtin caso en el que haya reconocide, al des- pertar, en algunos de sus suefios lo que él llama un recuerdo. Agreg6, no obstante, que tenfa.a veces el sentimiento de que, durante el suefo profundo, habia descendido hacia su pasa- do: volveremos més tarde al tratamiento de esta reserva. Hemos leido, por tiltimo, la mayor cantidad que nos ha sido posible eer de descripciones de sveiios, sin encontrar exactamente lo que buscdbamos. En un capitulo dedicado a a eLitteratur» de los problemas del suefio? Freud escribe: «El sueio no reproduce sino fragmentos del pasado..Es la rezla general. No obstante, hay excepciones: un suefio puede repro- ducir un acontecimiento tan exactamente (vollstdindig) como Ja memoria curante el estado de vigilia. Delboeuf nos habla de uno de sus colegas de universidad (actualmente profesor en Viena): éste, durante el suefio, ha rehecho una peligrosa excursion en coche en Ia cual escapé a un accidente s6lo por milagro; todos los detalles se encontraban reproducidos. Miss 2, Freud, Die Taumdeaung, 1." edieién 1900, p13. 16 Calkins menciona dos suefias que repraducfan exactamente un acontecimiento de la vispera, y yo mismo tendria la oca- ‘sion de citar un ejemplo que cunozcu de la reproduccin exacta ensuefo de un acontecimiento de la infancia>. Freud no pa- rece haber observado directamente ningtin suefio de ese tipo. Examinemos estos ejemplos. He aqui cémo Delboeuf co- menta el suefio que Ie ha sido contado por su amigoy antiguo colega, el célebre cirujano Gussenbauer, en adelante profesor de la Universidad de Praga. «Fl habfa recorrido un dia en co- che un camino queune des lecalidades de las cuales he olvida- do los nombres que, en un cierto tramo, presenta una pendien- te rapida y una curva peligrosa. El cochero habiendo azotado demasiedo vigorosamente a las caballos, éstos se encabritaron, yvehiculo y viajero estuvieron a punto cien veces de rodar en un precipicio, o de estrellarse contra las rocas que se levanta- ban al otro lado del camino. Ultimamente el Sr. Gussenbauer safié que rehacfa el mismo trayecto y, una vez Ilegado a ese lugar, recordé en sus mas infimos detallles el accidente del cual bien pudo cer victima.» Resulta de este texto que Freud lo en- tendié bastante mal, o conserv6 un recuerdo inexac‘ot por cuan- ta el profesor en cuestién rehace sin duda en suefio el mismo trayecto (no nos dice por lo demas si vaen coche, si se trata del mismo cocke, etc), pero no la misma excursién en donde es- caparia de nuevo al mismo accidente. Se extrema, en suefio, en recordar el accidente, una vez. legado al luzar en donde se produjo. Ahora bien, es ta cosa distinta que sofiar que se re- cuerda de un acoatecimiento de la vispera, y de encontrarse, en suefo, en la misma situacién de asistir o de participar en los mismos acontecimientos que cuando se estaba despierto. Esta confusién es, por decir lo menos, extrafia, Podemos-sustituir este ejemplo por aquel que ¢s mencion: do por Foucault, igualmentede segunda mano, y que Freud no podfa por supuesto conocer Se trata de un médico que, ha- biendo estado muy afectado por una operacién en la cual ha debido mantener las piernas del paciente al cual no se podia administrar el cloroformo, vuelve a ver durante una veintena de noches el misono acontecimiento: «Yo vefa el cuerpo dis- 3, Delboouf, -Le sommeil ot er vince, Rese Plosophigue (1880), p. 640. 4, Foucault, Le réw, cludes et observation, Parts, 1906, p.210. 17 pussto sobre una mesa y Jos médicos como en el momente de una operacién». Después, al despertar, la imagen permanecia enel espiritu, no alucinatoria, sino extremadamente viva. Ape- nas comenzaba a quedarse dormido y la misma visién le pertaba. La imagen regresaba también algunas veces durante el dia, aunque entonces ésta era menos viva. El cuadro imagi- nativo era siempre el mismo, y presentaba un recuerdo exacto delacontecimiento. Al fin, la obsesi6n ces6 de producirse. Po- demos preguntarnos si el hecho en cuestién, después del ro- mento en que se produjo, y antes de que se le haya revisto en suefio por la primera vez, no se ha impuesto muy poderasa- mente en la mente del sujeto para que reemplace al recuerdo una imagen tal vez reconstruida en parte, de tal manera que no quedamos enfrentadosal azontecimiento en si mismo, sino una oa varias reproducciones sucesivas del acontecimiento y que han podido alimentar durante algtin tiempo la imagina- cidn de aquel que le vuelve a ver en sueio. Desde el momento, en efecto, que un recuerdo se ha reproducido varias veces, no corresponde ya mésa Jaserie cronolégica de accntecimientos que no tienen lagar sino wna vez; 0 més bien, a ese recuerdo (admitiendo que subsiste como tal en ja memoria) se superpo- nen una ¢ varias representaciones, pero éstas no correspon- den ya a un acontecimiento cue no se ha visto sino una vez, puesto que se le ha welta a ver varias vezes en pensamiento. Asi es que hay pertinencia en distinguir del recuerdo de una persona, vista en un lugar y en un momento determinado, la imagen de esta persona, tal como la imaginacién ha podido reconstruirla (si no se Ja ha vuelto a ver), o tal como ella resul- ta de varios recuerdos sucesivos de la misma persona. Tal ima- gen puede reaparecer en suefio, sin que se pueda decir que se evoca entonces un recuerdo propiamente tal. Podemos acercar a esta observacién aquella que entrega Brierre de Boismont, segtin Abercrombie.’ «Uno de mis ami- gos, dice Abercrombie, empleado en uno de los principales bancos de Glasgow en calidad de cajero, estaba en su despa- cho cuando un individuo se present6 reclamando el pago de 5, Brierrede Boismont,en sulibro, Les hallucinations (3.edicion 1852, p.259) segs Abercrombie, Inquiries eancernin: ae intellectual powers, Londres, 11-+ed ign 1841 Ga I edicines de 1830). No hemor podido ccrultar sine ls 12 edicsin 18 una suma de 6 libras esterlinas. Habfa varias personas que le precedian y que esperaban su turno; pero metfa tanto ruido y, sobre todo, era tan insoporiable por su tartamudeo que uno de los asistentes rogo al cajero que le pagara y asi poder desti- garse de él, Este ctorgé derecho a la demanda con un gesto de impaciencia y sin tomar nota de este asunto fen lugar de este iiltimo segmento de la frase, encontrarios en Abercrombie: “y no pensé mas en este asunto”]. A fin de aio, es decir ocho 0 nueve meses después, el balance de las libras no pudo ser ce- rrado; habia siempre un error de 6 libras. Mi amigo pas6 int silmente varias noches y varios dias intentando hallar la causa de ese déficit; vencido por el cansancio, regresé a su domici- lio, se fue a la cama, y sofié que estaba en su oficina, que el tartamudo se presentaba y, de pronto, todos los detalles de este asunto se redisefiaron fielmente 2n su mente. Despertd con la cabeza impregnada de su suefio y con la esperanza de descubrir lo que habfa buscado en vano. Tras haber examina do sus libros, reconocié en efecto que esta suma no-habfa sido inscrita en su libro diario y que esto correspondfe exactamen- teal error» Eso es todo Jo que dice Brierre de Boismont. Aho- ra bien, remitiéndonos al texto de Abercrombie, vemos que lo que el zutor encuentra sobre todo extraordinario es queel ca- jero haya podido recordar en suefio un detalle que en su mo- mento no habfa dejado ninguna impresion en su mente, y que ni siquiera lo habia sospechado, el hecho de que ne habia regis- trado el pago. Pero he aqui lo que ha podido suceder: El cajero, Jos dias anteriores al suefio, se acordé de esta escena que Jo habfa sorprendido: el recuerdo, « menudo evocado, sobre el cual ha reflexionado varias veces, se convirtié en una simple imagen. Ha debido suponer, por otra parte, que habfa omitido inscribir un pago. Es natural que esta imagen, y esta super- posicién que le preocupaba, se hayan reunido en el suetio. Pero ni una ni otra eran en propiedad recuerdos. Esto no explica, evidentemente, que el hecho asf imaginado ensuefio haya sido reconocido como exacto. Pero existen coincidencias extrafias. En cuanto als observaci6n de Miss Calkins,* ésta es direc- ta, Aunque todo lo que nos dice se reduce a esto: «C. (es lla 6. Calkins, «Statist es of dreamss, The American Jounal of Psychology, vol. V 1188), p.223) 19 que se designa de este modo) sofié dos veces el detalle exacto de un acontecimiento que precedia inmediatamente (al sue- fio). Es un caso de la especie mas simple de imaginacion me nica». Ella afiade, en nota, es verdad: «es inexacto llamarlo, como hace Maury, “recuerdo ignorado”,o “memoria...1m0 cons- ciente”. La memoria se distingue de la imaginacién en cuanto el acontecimiento es Nevado conscientemente al pasado y al yo». Pero no discutamos acerea de términos y de definicio- nes. Lo que importa es que los suefios a los cuales se alude sean aquellos que hemos buscado en vano hasta ahora. Des- graciadamente, ninguno de ellos nos es descrito. Es tanto 0 més lamentable por el hecho de que este estudio ha sido reali- zado, en poco tiempo, con una gran cantidad de suefios. Miss Calkins ha tomado nota durante cincaenta y cinco noches, sobre 205 suefias, a raz6n de cerca de cuatro suciios por no che; el segundo observaéor, S..., ha observado, durante cua- renta y seis noches, 170 suefios, sin advertir aquellos que nos interesan. La encuesta ha durado entre seis y ocho semanas. Tales condiciones son algo anormales. Se necesitaria por lo demas que supiéramos, por un lado, lo que Miss Calkins en- tiende por «el detalle exacto de un acontecimiento», por otra parte en qué consistfa el acontecimiento que precedia y, por ultimo, si no habfa existido realmente ningtin intervalo entre ¢Lacontecimiento y la noche en la cual ella ha sofiado. Nos queda el stefio del cual Freud tuve conocimiento. No indica la pagina de su libro en la cual hace referencia. Este solamente, entre todos les que ha descrito, corresponde més ‘o menos alo que deja prever: uno de sus colegas le ha contado que habfa visto en sueito, poco tiempo antes, a su antiguo pre- ceptar en una actitud inesperada. Estaba acostado cerca de unamucama (que habfa permanecido en Ia casa hasta que ese colega cumpliera 11 aftos de edad). El lugar en donde aconte- cia la escena aparecfa en suefio. El hermano del sofiador, de mayar edad, le confirmé la realidad de lo que habia visto en suefio, «Tenfa un recuerdo nitide, pues él tenia entonces seis, shos. La pareja le hacia keber cerveza para emborracharle, y nose preocupaba del mas pequefio, de tres afios, que dormia, sin embargo, en la habitaci6n de la mucama.»” Freud no nes 7. Brew, op. cits p. 129. 20 indica si esta representacién era un recuerdo definido que se ‘conectara can una noche determinada, con un acontecimien- to en donde el sonador no hubiese side testigo no mas de una vez, 0 més bien una asociacion de ideas de un carécter més general. No dice tampoco que la escena se haya reproducido en todos sus detalles. El hecho, si es exacto, no es menos inte- resante. Podemos aproximario a ejemplos del mismo tipo, to- mados de otros autores. Maury cuenta lo siguiente:* «Pasé mis primeros afios en Meaux,y yo me dirigia a menudo aun lugar proximo llamado Trilport>. Su padre construfa un puente. «Una noche, me en- cuentro soiando que estoy en los dias de mi infancia, y jugan- do en ese pueblo de Trilports. Ve un hombre que lleva un uni- forme, y que le dice su nombre. Al despertar, no viene ningéin recuerdo que le vincule a ese nombre. Pero pregunta a una vieja mucama, quien le dice que asi se llamaba el vigilante del puente que su padre habia construide. Uno de sus amigos le ha dicho que, a punto de regresar a Montbrisson, en donde habia vivido, siendo nifio, veinticinco afios atrés, sofié que se encontraba cerce de esta ciudad con un desconocido, que le habia dicho que era un amigo de su padre, y que se Hamaba TT... El sofiador sabia que habfa conocido a alguien con ese nombre, pero no se acordaba de su aspecto: encontr6 efectiva- mente a ese hombre, parecido a la imagen de su suefio, aun- que algo mas viejo. Hervey de Saint-Denis? cuenta que una noche se vio en suefio en Bruselas, frente ala iglesia dz Saint Gudule. «Yo me paseaba tranquilamente, recorriendo una calle muy concurri- da, bordeada de aumerosas tiendas cuyos letreros lamativos estiraban sus largos brazos por encima de los transetintes.» Como se da cuenta que esta sofiando, y se acuerda, en el sue- flo, de no haber estado nunca en Bruselas, se pone a examinar con atencién extrema una de las tiendas, con el fin de poder reconocerla mas tarde. xEra la de una sombrererfa... Me Ha- m6 la atencién primero el letrero en donde habian dos brazos cruzados, uno rojo y otro blanco, saliendo sobre la calle, y sobrepuesto como si se :ratase de una corona, habfa un enor 1. Maury, Le sommett ef le reves, 4 edicton 1878, p. 92. 9. Heneyde SalneDents, Les rves ot ls proven: dele dvigr, Parts, 1867, p.27 21 me bonete de algod6n rayado. Lef varias veces el nombre del comerciante para poder retenerlo: distinguf el ntimero de la casa, asi como la forma ojival deuna pequefia puerta, adorna- da enlo alto con una cifra enlazada.» Unos meses después, é1 visita Bruselas, y busca en vano «la calle de los letreros multi colores y dela tienda sofiadas. Varios anos pasan. Se encuen- tra ahora en Frankfurt, ciudad ala cual habfa viajado ya «du- rante sus ms j6venes afios». Entra en la Judengzsse. «Todo un conjunto de indefinibles reminiscencias camenz6 vagamen- te a ampararse de mi mente. Me esforzaba por descubrir la causa de esta impresién singular.» Y se acuerda entonces de sus intitiles brisquedas en Bruselas. La calle en donde se en- cuentra es claramente la calle de su suefio: los mismos letre- ros caprichosos, el mismo ptiblico, el mismo movimiento. Descubre la casa, «tan exactamente igual a aquéllade mi anti- guo sutefio que me parecia haber efectuada un retomo seis alos atrés yno haberme todavia despertado». ‘Todos esos suefios tienen un cardcter comin; se trata de recuerdos de infancia, completamente olvidados a travésde un tiempo indeterminadoy queno se pueden precisardarante el tiempo de vigilia, incluso después que el suefio los ha evoca- de; vuelven, mezclados a nuestras fantasfas, y se requiere ser ayudades por la memoria de otros, o llevar a eabo una pesqui- say una verificacién objetiva, para constatar que correspon- den en efecto a realidades anteciormente percibidas, Ahora bien, sin duda no se trata de escenas completas que reapare- cen, sino un nombre, un rostro, la indicecién de una calle, de una casa, Todo esto no forma parte, sin embargo, de nuestra experiencia familiar, de los recuerdos que no nos extrafiamos al reencontrar, en estado fragmentario, en nuestros sueiios, Porque son recientes, 0 porque sabemos que despiertos po- seemes sobre ellos un cierto control, porque en definitiva hay muchas razones para que entren en Ia categoria de los pro- ductos de nuestra actividad imaginativa. Al contrario, se requerirfa admitir que los recuerdos de nuestra infancia se han estereotipado, que son, desde el comienzo, y permane- cen, como dice Hervey de Saint-Denis, imagenes clichés, de las cuales nuestra conciencia no ha tenide conocimiento de nada més a partir del momento en que se han grabedo «en los registros de nuestra memoria». ¢Cémw Cuestionur que, en 22 Jos casos en los cuales reaparecen, se trata de una parte, de una parcela de nuestro lejano pasado que sube a la superficie? No estamos conveneidos que esas reminiscencias dela in fancia correspondan a lo que Ilasnamos recuerdos. Si no nos acordamos de nada de ese perfodo de vigilia, zno es porque lo que podemos reeaconirar se reduce a inmpresiones demasiado vyagas, a imagenes demasiado mal definidas, para ofrecer al- gin contacto con Ja memoria propiamente tel? La vida cons- ciente de los nifios més pequefios se acerca en muchos aspectos al estado de espiritu del hombre que suefia, y si conservanos pocos recuerdos, es tal vez por esta misma raz6n: los dos ém- bitos, aquél de la infancia y aquél del suefio, esa infima canti- dad de recuerdos que constituyen excepcién, oponen el mis- mo obstéculo a nuestras miradas: son los tinicos perfodos en Jos cuales los acontecimientos no estin comprendidos en la serie cronolégica en donde toran lugar nuestros recuerdos del estado de vigilia. Es entonces bastante poco convincente que hayamos podido, en la primera infancia, formar percep- clones suficientemente precisas para cue el recuerdo que ellas nos han dejado, cuando reaparece, sea en sf mismo tan preci- so.como se nos dice. El parecido entre la imagen del suetio y el rostro real, en el segundo suetio citado por Maury no constitu- ye una identidad: en veinticinco afios, los rasgos no pueden no tvansformarse: quizis, sila persona tiene un parecido real con su imagen, cesto se debe a que la imegen misma es bastante brumosa? Hervey de Saint-Denis cree haberse asegurado de que la casa vista en realidad era efectivamente tal comoaque- Ila vista en suefios porque, desde su despertar, he dibujado los detalles con gran precision. Lo que deberiamos saber es a qué edad exactamente la ha visto. Si «durante sus mis jovenesaiios> significa entre las 5 y 6 aftos, parece euestionable que haya podido conservar un recuerdo tan detallado, puesto que a esa edad no se percibe més queel aspecto general de los objetos."” No nos dice, por lo demas, que, cuando Ia ha revisto, se ha remitido a'su dibujo: pero, de inmediato, le ha parecide que se 18, Beales? afonslaments sgn Binet queunaine pci nde vcs de figura, es decir que destaca por somo en un dibyje que tolls un oj, ola boca, Stor tascam s secon Taig sewn hombre Vense Annee Pochologiote, 21, 1908, Hemosverificado exe test nopativo par Ta lad de 6 aos. 23 encontraba exactamente en el mismo estado que cuando so haba anteriormente: esa seguridad de memoria no deja de scr- prender. En realidad, acmitimos que entre la impresién de infancia y la imagen del suefio haya habido un estrecho pare- cido, que esta iiltima haya reproducido exactamente la prime- ya, pero no que una y otra hayan sido reproducciones detalla- das de la casa, es decir recuerdos verdaderos. Todo acontece ‘como en esos sefios en que revemos lo que se ha visio duran- te sefios anteriores. Y cisrtamente se necesitaria explicar por qué esas imagenes no se reproducen sino en suefio, por qué la memoria del estado de vigilia no las alcanza directamente. Eso se debe, sin duda, al hecho de que se trata de representaciones demasiado gruesas, y que nuesira memoria es, relativamente, un instrumento demasiado preciso, y que no controla normal- mente sino aquello que se ubica en su campo, es decir sobre aquello tinicamente que puede ser localizado. Por otra parte, cuando incluso se representase a nosotros un rostro, un objeto, un hecho visto con anterioridad, con to- dos sus detalles, a partir del momento ea que nosotros mismos nos aparecemes en suefio tal como somos hoy dfa,el cuadro en, st conjunto se ha modificado. No podemos decir que hay aqui yuxtaposicién-de urrrecuerdo teal y del sentimierto que tene= ros en él presente de nuestro yo, pero estos dos elementos se funden,y como no podemos representarnos a nosotros mis- mos al margen de lo que somes, se requiere que el rostro, el obje‘o, el hecho, se vean alterados ara que Jos miremos como presentes. Sin duda, se podria concebir que nuestra persora no solamente pasa a un trasfondo, sine que se desvanece casi enteramente, que nuestre ro} legue a ser pasivo en este punto para que resule anodino, que se reduzca a reflejar, como un espejo que no tendria edad, las imagenes que se suceden enton- ces unas tras otras."" Pero uno ce los rasgos caracteristicos del suefio es que nosotros intervenimos siempre, ya sea que actua- 11, Miss Celkins destaca que, an algurios casos el «sentimicnto de a identidd personal puede desaparecer explcitamente. Nos fmaginamios que somos otto, 0 {que scmos el dable de s{ mismo, y entonces hay un segundo yo.que seve y que se escuchas (op. et, p. 335). Maury dice: sHe ereido un dla, en el sucho, ser una ‘mujer y lo quees mis, estar embarazada» (pp. cit p. 141, nota). Fero entonces, el recuerdo esta todavia inds desnaturalizaco, puesto que re representantes hechos tal como otro Labris podido vers 24 mos, 0 bien que reflexionamos, o que proyectamos sobre lo que vemos el matiz particularde nuestra disposicién del momento. terror, inquietud, asombro, molestia, curiosidad, interés, etc. Muy instructivos al respecto son des ejemplos, consigna- dos por Maury, a propésito de suefios en donde aparecen per- sonas que se sabe estan muertas: «Hace quince alos, una se- mana habfa transcurrido desde la muerte de M.L... cuando lo vi muy claramente en suefio... Su presencia me sorprendié mucho, y yo le pregunté con una viva curiosidad cémo, ha- biendo sido sepultado, habfa podido regresar a este mundo. MLL... me dio una explicacién que, podemos adivinar, no te- nia sentido comtin, y en Ja cual se mezclaban teorfas vitalistas que yo habia recientemeate estudiado». Esta vez, él tiene el sentimiento de que suefia. Pero, en otra oportunidad, est4 convencido de queno suefia y, no obstante, le vuelve a very le pregunta cémo es que se encuentraallt.” Sefizla, en otra par- te, que en suefio no nos asombramos con las més incretbles contradicciones, que nos causamos con personas que sabe- mos estén muertas, etc." En todo caso, aun cuando nosotros no buscamos resolver Ja contradiccién, la destacamos, tene- mos al menos el sentimiento. Miss Calkins sefiala que «en los 375-casos observedos por ella-y otro sujeto, no-hay ningin ejemplo de un suefio en donde sean vistos en otro momento que en el tiempo presente. Cuando el suefio evocaba Ja casa en donde habfan pasado su infancia, 0 una persona que no habfan visto desde hace muchos afios, la edad aparente del sohador no habia disminuido en nada con miras a evitar un anacronismo; cualesquiera fuesen el lugar o el cardcter del suelo, el sujeto tenfa siempre su edad actual, y sus condicio- nes generales de vida no estaban alteradas»."* Serguciev, ciega desde hace muchos aiios, se ve en sueilo en San Petersburgo, en el Palacio de Invierno." El emperador Ale- 12, Maury op et, 166. 13. Totd p46. 44. Calkins, op. eit, p. 331, 15, S, Sergeuiey Le sommeil ele sstdme nerveu:, Physiologie de la wells et dx -sommeil, Paris, 1892,2." ol, pp. 907 ys Se podria agregar a ests ejemplo elcsea tan curioso, deserito por H. ergeon («De lasimiilacion insonsclents en e estado de hip hotismos, Revue Philosoohique (noviembre de 1886D, de wna muier en estado de hiipnosis que, con mrss. ejecutar una orden qucsupore en ell facultades anata Jes,usa un subterhugio, porque ellasiente muy bien gue no posce dichas facutades. 25 jandroIl se entrevista con él yle invita a regresar a su regimien- to. Este obedecey luego se dirigea su coronel, quienle dice que podra retomar su servicio al dia siguiente. «—Pero yo no he tenido tiempo de conseguirme un caballo... —Yo le prestaré uno de micaballeriza. —Pero mi salud esta muy frdgil. El médico leeximira de servicio.» Entonces solamente, es decir en tiltime Tugay; da a conocer al coronel un obsticulo radical, y le recuer- de que siendo ciego es absolutamente incapaz.de dirigir un es- cuadrén, Nunca tuvo, ni desde el comienzo, el sentimiento de una imposibilidad, es decir que, desde el comienzo y en todos Jos momentos cel suefio, su personalidad actual interventa. Deeste modo, jamais en suefio nos despojamos enteramente de nuestro yo actual, y esto bastarfa para que las imagenes del sue- fio, si éstas reproclujeran casi idénticamente un cuadro de nues- tro pasado, serfan a pesar de todo diferentes de los recuerdos. Pero, hasta aqui, no hemos hablado sino de suefios de los cuales nos acordamos al despertar. ¢No existen otros? ¥ ade- mis de todos aquellos de las cuales no nos acordamos, por razones quizis en parteaccidentales, ¢noexisten aquellos cuya naturaleza es tal que no podemos acordarnos? Pees bien, si tales fueren precisamente aquéllos en donde el sentimienta dela personalidad actual desaparece absolutamente, y que se harevisto el pasedo exactamente tal como fue, habria que decir que hay en efecto suefios en donde hay recuerdos que sereali- zan, pero que se les olvida regularmente cuando se acaba de sofiar: Es Jo que entiende justamente H. Bergson, cuando atri- buye al suefio liviano los suefios que recordamos, y promueve acreer que, en ¢! suefio profundo, los recuerdos legana ser el objeto tinico o, al menos, un objeta posible ce nuestros sueiios. ‘Sin embargo, cuando Hervey de Saint-Denis, juzgando més ‘© menos en profundidad su suefa segiin el grado de mayor 0 menor dificultad que tiene en despegarse de él, destaca que, enel suefio profundo, el suefio es mas «vivo», mas elicidon y, al mismo tiempo, «mds seguido»; por un lado contarfamos asi coma prueba de que nos acordamos de los suefios profun- dos, por otro nada indica que haya mas recuerdos, y recuerdos mis exactos en éstos que en los suefios del sofiar liviano."* Es 16, Frieds: Heerwogen, en Statistische Untersuchungen ther Tare und Sehlaf, Phos. Suidten de Wuxdr, W, 1889, de una enewesta con cerca de S04 sues, Cont 26 verdad que se puede responder: entre 2] momento en el cual alguien comienzaa despertar, y aquél en donde esta despierto efectivamente, se ha escurrido un intervalo de tiempo. Pues bien, por pequefio que sea, éste ultimo basta, dada la rapidez con la cual se desarrollan los suefios, para que se hayan pro- ducido en este intervalo, que corresponde a un estado inter- medio entre el suefo profundo y el estar despierto, traslados erréneos de sueitos al suefio profundo que ha precedido. Si se hace contener asf en una duracién infinitesimal suefios de una duracién aparentemente muy large, nada prueba, en efecto, que no hayamos nunca elcanzado !os suefios del suefio pro fundo propiamente tal. Pero se requiere quizas desconfiar de as observaciones elésicas en dondeel sujeto cree haber parti- cipado, en suefio, en acontecimientos que demandarfan, para producirse en realidad, mucho tiempo, varios dias e incluso varias semanas, y que no obstante han desfilao ante su mira- da en pocosinstantes. ¢Hasta qué punto ha asistido alos acon- tecimientos? ¢Hasta qué punto no ha tenido ms que una vis- ta esquematica? Kaploun dice que le ha sucedido «constatar varias veces no solamente que no se snefia mAs répido de lo que se piensa estando despierto, sino que el suefio es relativa- mente lenton. Su velocidad le parece ser «cercana a la de la accion reals." Hervey de Saint-Denis dice que, habiendo teni- do la ocasién de despertar a menudo a una persona que sofa- ba manifiestamente, tan bien que esa persona le daba asf, dur- miendo, puntos de referencia, y habfa «constantemente observado, interrogandole de inmediato acerca deo que aca- baba de sofiar, que sus recuerdos no iban jamas mAs alld de un lapso de cinco a seis minutos». En todo caso no estamos Jejos de algunos segundos que dura el despertar. «Un gran nGmero de veces, agrega el mismo autor," he encontrado el hilo conductor que habfa seguido la asociacién de mis ideas «lay en que tenemos suefios muy vivos y que lo: recordamos mejor cuando dorm ‘0s ordinariamente con un steno Hisisno. Pero Tas mujeres serian Ia excepcion, 2 preguntas estaban planteadas on terminos ny vaigos. ‘Paychologie generale rirke de Tétude du réve, 1913, p. 126. Véase también a erftica del wsuerio de Naurys, en Ywes Delage, Leréve, Nantes, 1920, pp. 460,y 55. Delage no cree, al meno: en general, en In svelocidad fulminante» de Tos siefios, 18. Hervey de Saint Denis, op cit. p. 266. 27 durante un perfedo de cinco a seis minutos, transcurridos entre el momento en que habfa comenzado a quedarme dormido y aguélen que yo habfa sido sacado de un suefio ya formado, es decir desde el estado de vigilia absoluta hasta el del sueiio completo.» De este modo, a las cbservaciones acerca de Ja ra- pidez de los suefios, de donde se concluye que no se recuer den los suefios del suefio profundo, es facil oponer otras que tenderian a probar lo contrario. Podrfamos, ahora, razcnar acerca de los datos menos dis- cutibles. Enire nuestros suefios, hay algunos que son combi- naciones de imagenes fragmentarias, de los cuales no podrfa- mos sino mediante un esfuerzo de interpretacién a menudo incierto reencontrar el or'gen, al despertar, en una o varias regiones de nuestra memoria. Otros son simplemente recuerdos desvinculades. Entre unos y otros hay bas:antes intermediarios. @or qué no se supondria que la serie no se termina allf, que més allé de esos recuerdos desvinculadas hay otros que no lo son, que enseguida viene una categorfa de suefios que conten- drfan recuerdos puros y simples (realizados)? Se interpretaria esto diciendo que lo que impide al recuerdo reaparecer integralmente son sensaciones crgdnicas que, por muy vagas que fueren, penetran sin embargo en el suefio, ¥ nos mantie- nen en contacto con el mundo exterior: el hecho de cue este contacto se reduzca cada vez més, al fin y al cabo, nada del exterior intervendrfa para componer el orden en el cual se su- ceden, permanecera solamente el orden cronolégico antiguo segtin el cual la serie de recuerdos se desarrollaré de nuevo. Pero, aun cuanda podrfamos clasificar asf las imagenes de los, suefios, nade nos autorizaria para admitir que se pasa por tran- siciones insensibles de la categoria de las suefios a aquélla de os recuerdos puros. Se puede decir del recuerdo, tal como se Jedefine en esta concepcién, que no contiene grados: un esta- do es un recuerdo, u otra cosa: no es en parse un recuerdo, en perte otra. Sin duda, hay recuerdos incompletos, pero no hay, er un suefio, mezcla de recuerdos incompletos con otros ele- ‘mentos, pues un recuerdo aun incompleto, cuando se le evoca, se opone a todo el resto como el pasado al presente, mientras que el suefio, en todas sus partes, se confunde para nosotros con el presente, Fl sueho no eseapa mas a esta condicidn que tuna bailarina, incluso cuando no toca el suelo con las puntas 28 de los pies, y da la impresién que emprendera veelo, no se sustrae de ninguna manera a Jas leyes de la gravedad. No po- demos pues concluir, de cuanto hay suefios que se parecen mas que otros a nuestros recuerdos, que habria suefios que son re- cuerdos puros. Pasar de unos a otros serfa saltar de wn orden de cosas a otro cuya naturaleza es totalmente diferente. Si, en el sueiio profundo, la actividad por excelencia del espiritu consistia en la evocacion de los suefios, serfa bastante extrafio que antes de quedarse dormido se requiriese desviar su atencién no solamente del presente y de los recuerdos in- mediatos que nos lo representan, sino también de toda espe- cie de recuerdos, y suspender, al mismo tiempo que sus per- cepciones, la actividad de la memoria. Ahora bien, es lo que se realiza. Kaplouncree haber observado que al comienzodel adormecimiento se atraviesa por un estado de ensofiacién en donde «la evocacién de los recuerdos es facil, continua y fér- til». Pero, en seguida, se necesita «coblegar la energfa del es- tar despierto», a lo cual se Hega «ocupandolo mediante un trabajo que produce un vacfo, un empobrecimiento: una me- lodfa, o cualquier otra imagen ritmica». Enseguida él mismo autor sefiala un estado singular, que no ha logrado captar, dice, sino después de un largo recorrido, y que prececeria inmedia~ tamente al verdadero suefio. «Todo motivo ritmico desapare- ce, y nos encontramos como el espectador pasivo de una germinacién incesante y répida de imagenes simples y cor tas... claramente objetivas, independientes y exteriorizadas.. Parece que se asistea la dislocacién del sistema latente parti- cular (conciencia de lo real en el estado de vigilia), en donde Jas partes acttian vigorosamente antes de desaparecer. Los ele- mentos de este sistema (nocién de la orientacién, de las per- soaas que nos rodean, o que hemos visio) lanzan de alguna manera su tiltimo destello.»” De estz modo, «los casilleros» en los cuales repartimos las imagenes del estado de vigilia deben desaparecer, para que se haga posible un nuevo modo de sistematizacion, aquél del suefio." Peco esos casilleros son 19. Kaploun,op. cit p. 180. 20, M. Delactoix ha definido extorazmentecl mode de organizac:6n de lasims. genes de mucetron suefoe: *Une sili desagregada de sistemas paiquicos, en Lastructurelogigue durée, Revue de Maaphysigue et de Morale (1934), p. 934 29 también aquellos en los cuales se elabora, en estaco de vigilia, la evacacion de los recuerdos. Parece pues que el sisiema ge neral de las percepciones y de los recuerdos de la vispera sea un obstaculo para Ja entrada en el suenio. De manera inversa, si vacilamos a veces al entrer ala vispe- ra, sinos quedamos a veces en el despertar, algunes instantes, enun estado intermedio cue noes exactamente niel suefio ni Ja vigilia, es porque no Hegamos a separar los casilleros en los cuales se han distribuido las iltimas imégenes vistas en suefio, y que los marcos del pensamiento despierto no concuerdan con los de! suefo, Transcribimos aqui un sueiio en donde nos parece que ese desacuerdo aparece claramente: «Sucio triste. Estoy con un joven que se asemeja a uno de mis estudiantes, en una sala que es como Ie antecdmara de una prisién. Soy su abogado, y debo redactar con él (2). Se me ha dichc: registre la mayor cantidad de detalles que pueda. Ha de ser ahorcado por no sé qué crimen cometido. Yo lo consuelo, pienso en sus pa- dres, quisiera que pudiese escapar: Al despertar, esioy atin tan tristey preocupado que busco como poder ayudarle a salvarse (si se encontrara en tal situacién). Me imagino que estoy en una gran ciudad, y me traslado en el pensamiento a barrios extendidos en donde hay grandes conjuntos de casas con in- crustacién de galerias, de restaurantes, etc. (tal como me suce- di6 ver a menudo en suefio, siempre los mismos, a los cuales no corresponde ningiin recuerdo de la vispera). No obstante, yo sé al mismo tiempo que en la ciudad ea la cual estoy en realidad no he visitado jamas tales lugares, y que no estan in- dicadas en el plano». Ese estado se explicaba, sin duda, por la intensidad emotiva del suefio, tanto que, una vez despierto, yo estaba todavia bajo el imperio del sentimiento vivido en el sue- lo. Me crefa pues, a la vez, en dos ciudades diferentes, de las cuales una era aquélla de mi sueio, y me esforzaba en vano or encontrer en una lo que habia visto en la otra. Entre el pensamiento del suefio y el de Ia vigilia hay, en efecto, esa diferencia fundamental de que uno y otra no se desarrollan en Jos mismos marcos. Es lo que parecen haber Visto dos autores, cuyas coneepciones son por lo demés muy 30 distantes, Maury y Freud. Cuando Maury acerca el suefio a ciertas formas de alienacién mental, tiene el sentimiento de que, enarnbos casos, el sujeco vive en un medio cue le es pro- pio, en donde relaciones se establecen entre las personas, los ‘objetos, las palabras, que no tienen sentido sino para él. Sali- do del mundo real, olvidando las leyes fisicas al igual que las convenciones sociales, el sonador, coma el alienado, prosigue sin duda un monélogo interior: pero al mismo tiempo crea un. munde fisico y secial en donde nuevas leyes, nuevas conven- ciones aparecen, que cambian por lo demas sin cesar. Empe- ro, cuando Freud asigna a las visiones de los suefios el valor de sigos de Jos cuales busca el sentido en las preocupaciones escondidas del sujeto, no dice en el fondo otra cosa. Si nos mantenemos, en efecto, en los datos literales del sueio, resulta sorprendente su insignificancia y su incoherencia. Pero lo que carece de interés 9ara nosotros no lo es por cierto para aquel, que sucha, y hay una légica del suefio que explica todas esas contradicciones. Sin duda, Freud no se queda alli; él se es- fuerza por dar cuenta del contenido aparente del suefio por las preocupaciones escondidas del que duerme; imagina in- cluso que el sujeto, para representarse en suefio el cumpli miento de sus deszos, debe no obstante disimular la naturale- za, por respeto a un segundo yo, que ejerce en ese teatro interior una especie de censura, y de le cual es menester bur- lar Ia vigilancia y alejar Iss sospechas; de allf vencrfa el cardc- ter simbélico dé los suefios. Ahora bien, las interpretaciones que propone son < la vez muy complicadas y muy inciertas: se requiere, para conectar tal acontecimiento de la vispera y tal incidente del sueito, hacer intervenir asociaciones de ideas a menudo bastante inesperadas y, porlo demas, Freud no se que- da en general en una traduccién: sobrepone unos a los otros dos, tres o curatro sistemas de interpretacién y, en el momento ‘en que se detiene, deja entender que é! entrevé varias otrasrela- ciones posibles, y que no las deja en silencio sino porque hay que extremarse. Es decir que, mientras queen el estado de vigi- Tia las imagenes que percibimos son lo que son, mientras que cada una no representa mis que una persona, que un objeto no est mas que en un lugar, que una accién no tiene mas que un resultado, que una palabra na tiene mas que un sentido, sin lo cual los hombres no se reencontrarfan en medio de las cosas, ¥ 31 durante un periado decinco a seis minutos, transcurridos entre el momento en que habie comenzado a quedarme dormido y aquél en que yo habfa sido sacado de un suefio ya formado, es decir desde el estado de vigilia absoluta hasta el del sueiio completo.» De este modo, a las observaciones acerca de la re- pidez de los suetios, de donde se concluye que no se recuer. an los suefios del suefio profundo, es facil oponer otras que tenderian a probar lo cortrarie. Podrfamos, ahora, razonar acerca de los datos menos dis- cutibles. Entre nuestros suefios, hay algunos que son combi: naciones de imagenes frazmentarias, de los cuales no podrfa- mos sino mediante un esfuerzo de interpretacién a menudo incierto reencontrar el origen, al desperter, en una o varias regiones de nuestra memo-ia. Otros son simplemente recuerdos desvinculados. Entre unosy otros hay bastantes intermediarios. @or qué no se supondrfa que la serie no se termina allf, que mds alld de esos recuerdos desvinculados hay otros que no lo son, que enseguida viene una categoria de suefios que conten- drian recuerdos puros y simples (realizados)? Se interpretarfa esto diciendo que lo que impide al recuerdo reaparecer integralmente son sensaciones orgénicas que, por muy vaga: que fueren, penetran sin embargo en el suefio, y nos mantie~ nen en contacto con el mundo exterior: el hecho de que este contseto se reduzca cada vez mis, al fin y al cabo, .nada del exterior intervendrfa para componer el orden en el cual se su- ceden, permanecera solamente el orden cranolégico antiguo segtin el cual la serie de recuerdos se desarrollara de nueva. Pero, aun cuando podrfamos clesificar ast las imagenes de los suefios, nada nos autorizaria para admitir que se pasa por tran- siciones insensibles de la categoria de los suefios a aquélla de Jos recuerdes puros. Se puede deeir del recuerdo, tal como se ledefine en esta concepcién, que no contiene grados: un esta- do es un recuerdo, u otra cosa: no es en parte un recuerdo, en parte otra. Sin duda, hay recuerdos incompletos, pero no hay, en un suefio, mezcla de recuerdos incompletos con otros ele- mentos, pues ur recuerdo aun incompleto, cuando se Ie evoca, ‘se opane a todo el resto como el pasado al presente, mientras que el suefio, en todas sus partes, se confunde para nosotros, con el presente. El suefio no escapa mais a esta condicién que una bailarina, inchaso cuando no toca el suelo con las puntas 28 de los pies, y da la impresién que emprendera vuelo, no se sustrae de ninguna manera ¢ las leyes de la gravedad. No po- demos pues concluir, de cuanto hay stesos quese parecen ind que otros a nuestros recuerdos, que habria suefios que son re- cuerdos puros. Pasar de unos a otros seria saltar de un orden de cosas a otro cuya naturaleza es totalmente diferente. Si, en el suefio profundo, la actividad por excelencia del espfritu consistia en la evocacién de los suefios, seria bastante extrafio que antes de quedarse dormido se requiriese desviar su atencién no solamente del presente y de los recuerdos in- mediatos que nos lo representan, sino iambién de toda espe- cie de recuerdos, » suspender, al mismo tiempo que sus per cepciones, la actividad de la memoria. Ahora bien, es lo que se realiza. Kaploun cree haber observada que al comienzo del adormecimiento se atraviesa por un estado de ensofiacién en donde «la evocacién de los recuerdos es facil, continua y fér- til». Pero, en seguida, se necesita «doblegar la energia del es- tar despierto>, a lo cual se llega «ocupandolo mediante un trabajo que produce un vacfo, un empobrecimiento: una me- lodfa, 0 cualquier otra imagea ritmica». Enseguida el mismo autor sefialaun estado singular, que no ha logrado captar, dice, sino después de un largo reco:rido, y que precederia inmedia- tamente al verdadero suefio. «Todo motivo ritmico desapare- ce, y nos encontramos como el espectador pasivo de una germinacién incesante y rapida de imagenes simples y cor. tas... claramente objetivas, independientes y exteriorizadas... Parece que se asistz a la dislocaci6n del sistema latente part cular (conciencia de lo real en el estado de vigilia), en donde Jas partes actiian vigorosamente antes de desaparecer. Los el mentos de este sistema (nocién de la orientacién, de las per sonas que nos rodean, 0 que hemos visto) lanzan de alguna manera su tiltimo destello.»* De este modo, «los casilleros» en los cuales repa:timos las imagenes del estado de vigilia deben desaparecer, para que se haga posible un nuevo modo desistematizacién, aquél del suefio.** Pero esos casilleros son 19. Kaploun,o 20, M. Delacroix ha definido exitosazsenteel mode de organizacion delasime ones de mucstros suefios: «Una mlitd desagivgacla dle sistemas pstquicon, en La structure logique dic reve, Revue de Melaphysique et de Morale (1934), . 938 cit p. 180, 29 también aquellos en los cuales se elabora, en estado de vigilia, la evocacién de los recuerdos. Parece pues que el sistema ge- neral de las percepciones y de los recuerdos de la vispera sea un olstaculo para la entrada en el suefio. De manera inversa, si vacilamos a veces al entrar a la vispe- a, sinos quedamos a veces en el desperiar; algunos instantes, en un estado intermedio que no es exactamente ni el suefio ni Javigilia, es porque no legamos a separar los casilleros en los cuales se han distribuido les tiltimas imagenes vistas en suefio, y que los marcos del pensamiento despierto no concuerdan cen Jos del suefio. Transcribimos aqui un suefio en donde nos parece que ese desacuerdo aparece claramente: «Sueiio triste. Estoy con un joven que se asemefa a uno de mis estudiantes, en una sala que es como la antecimara ce una prisiSn, Soy su atogaco, y debo redactar con él (2). Se me ha dicho: registre la mayor cantidad de detalles que pueda. Ha de ser ahorcado por no sé qué crimen cometido, Yo lo consuelo, pienso en sus pa- dres, quisiera que pudiese escapar. Al despertar, estoy atin tan triste y preocupado que busco cémo poder ayudarle a salvarse (si se encontrara en tal situacién}. Me imagino que estoy en ura gran ciudad, y me traslado en el pensamiento a barrios extendidos en donde hay grandes conjuntos de casas con in- crustacién de galerfas, de restaurantes, etc. (tal como me suce- dié ver a menudo en sueito, siempre los mismos, alos cuales no corresponde ningsin recuerdo de la vispera). No obstante, yo sé al mismo tiempo que en Ja ciudad en la cual estoy en realidad no he visitado jams tales lugares, y que no estén in- dicados en el plano». Ese estado se explicaba, sin duda, por la intensidad emotiva del suefo, tanto que, una vez despierto, yo estaba todavia bajo el imperio del sentimiento vivice en el suc- fio. Me crefa pues, a la vez, en dos ciudades diferentes, de las cuales una era aquélla de mi sueiio, y me esforzaba en vano por encontrar en una lo que habia visto en la otra. Entre el pensamiento del sueiio y el de Ja vigilia hay, en efecto, esa diferencia fundamental de que uno y otra no se desarrollan en los mismos marcos. Es lo que parecen haber visto des autores, cuyas concepciones son ror lo demas muy 30 distantes, Maury y Freud. Cuando Maury acerea el suefio a ciertas formas de alienacién mental, tiene el sentimiento de que, en ambas casos, el sujeta vive en un medio que le es pro- pio, en donde relaciones se establecen entre las personas, los odjetos, las palabras, que no tienen sentido sino para él, Sali- do del mundo real, olvidando las leyes ffsicas al igual que las convenciones sociales, el sofiador, como el alienado, prosigue sin duda un moné ogo interior: pero al mismo tiempo crea un mundo fisico-y social en donde nuevas leyes, nuevas conven- ciones aparecen, que cambian por lo demds sin cesar. Empe- ro, cuando Freud asigna a las visiones de los sucfios el valor de signos de los cuales busca el sentido en las preccupaciones escondidas del sujeto, no dice en el fondo otra cosa. Si nos manienernos, en efecto, en los datos literales del sueio, resulta sorprendente su insignificancia y suincoherencia. Pero lo que carece de interés para nosotros no Io es por cierto para aquel que suefia, y hay una légica del suetio que explica todas esas contradicciones. Sin duda, Freud no se queda allf; él se es- fuerza por dar cuenta del contenido aparente del suefio por Jas preocupaciones escordidas del que duerme; imagina in- cluso que el sujeto, para representarse en suefio él cumpli- miento de sus deseos, debe na obstante disimularla naturale za, por respeto aun segundo yo, que ejerce en ese teatro interior une especie de censura, y de la cual es menester bur Jar la vigilancia y clejar las sospechas; de allf vendrfa el cardc- ter simbélico de los suefios. Ahora biea, las irterpretaciones que propone son ala vez muy complicadas y muy inciertas: se requiere, para conectar tal acontecimiento de la vispera y tal incidente del sueito, hacer intervenir asociaciones de ideas a menudo bastante inesperadas y, por lo demas, Freud no seque- da en general en una traduccién: sobrepone unos a los otros dos, tres o cuatro sistemas de interpretacién y, en el momento ‘en.que se detiene, deja entender que él entrevé varies otrasrela- ciones posibles, y que no las deja en silencio sino porque hay que extremarse. Es decir que, mientras cue en el estado devigi lia las imagenes que percibimos son lo que son, mientras que cada una no representa mis que una persona, que un objeto no: esta mas que en un lugar, que una accién no tiene mas que un resultado, que una palabra no tiene mas que un seatido, sin lo cual los hombres no se reencontrarfan en medio de las cosas, 31 no se entenderfan entre ellos, en el suefic simbolos se substi- tuyen a las realidades y a aquellos no se aplican todas esas reglas, precisamente porque no estamos ya en relacién con os objetos exteriores, ni con otros hombres, y no tenemos encuentro sino con nosotros mismos: de alli que todo lengta- je exprese y todo forma represente todo lo que tenemos en ese momento en mente, puesto que nadie ni ninguna fuerza fisica se interpone. Habria desde entonces entre el mundo del suenio y el dela vigilia tal desacuerdo que no se comprende siquiera cémo se puede guardar, en uno, el menor recuerdo de lo que se ha he- cho y pensado en el otro. ¢Cémo es que un recuerdo de la vispera, entiéndase un re=uerdo completo de una escena exac- famente reproducida, encontrarfa un lugar en esta serie de imagenes-fantasmas que Hamamos el suefio? Es como pretendiera fusionar, con un ordenamiento de hechos reales sometido « las leyes fisicas y saciales. Pero, al revés, gc6mo conservamos, al despertar, un recuerdo cualquiera de nuestros suetios? ¢Cémo es que esas visiones fugitivas e incoherentes encuentran algvin acceso hacia la conciencia despieria? Algunas veces, al despertar, mantenemos en mente una imagen determinada de un susfio, retenida por la memoria no sabemos muy bien por qué: tal como esos lagos mintiscu- Jos que surgen entre los raquerios una vez que el jar se ha retirado. La imagen, algunas veces, no esta separada sino de Jo que la precede: ella inaugura toda una historia, ella es el primer anillo de toda una cadena de otras imagenes; a veces ella se desprende hacia un tiempo vacto: ni antes, ni después, nada se distingue que se pueda adjuntar. En todo caso si, des. pués, se siguen vagamente los pasos de lo que se han desarro- lado en la concienciaa partir de la imagen, con anterioridac, no se percibe mas nada. No obstante, sabemos que ella no ha nacido de la nada: tenemos el sentimiento, tras la pantalla que la separa del pasado, dle que permanecen muchos recuer- dos en el fondo de Ia memoria. Pero no disponemos de nin- gin medio de capturarlos, Cuando, a pesar de todo, se logra ver mas alld de la pantalla, cuando, en la imagen misma, de partida opaca, y que poco a poco se hace transparente, cuan- do a través de ella se distinguen los contornos de objetos o de acontecimientos que, en nuestro suefio, la han precedido, en 32 tonces se impone en nosotros el sentimiento profuurido de lo paraddjico que hay en tal acto de la memoria. En hihagen. misma, ni mas ni menos que en lo que sigue, no se disponfa de ningtin punto de apoyo para ir asf hacia un momento ante- sior: entre Ja imagen y lo que precede (y es por eso.que se nos aparecia como un comienzo) no existfa ninguna relacién inte- ligible. gCémo es que pasamos entonces de esto a aquello? La imagen y Io que la acompaia, lo que forma con ella un cuadro mas 0 menos coherente, pero cuyas partes se vinculan y se sostienen, parece un murdo cerrado: no comprendemos, cuan- do se estd en situaci6n de encierro, y cuando todes los cami- nos que le atraviesan devuelven al comienzo, que se pueda salir, y penetrar en otro, Es tan poco lo que comprendemos aquel paso de un plano z otro, para quien parece estar sujeto amoverse s6lo en el primero: esto es tan oscuro para nosotros como la existencia de una nueva dimensién del espacio. Pero, ¢se trate de la memoria que interviene, cuando evo- camos nuestros suefios? Les psicélogas que han tratado de describir las visicnes del suefio reconccen que esas imagenes son de tal modo inestables que se requiere anotarlas desde el desperiar: si no, corremos él riesgo de sustituir al suefio por algo que no es nis que una reconstruccién y sin duda, en muchos aspectos, una deformacién. He abi, en sintesis, lo que parece suceder. Cuando al desperlar nos volvemos hacia el suefio, tenemos la impresién que una secuencia de imagenes, desigualmente vivas, ha quedado en suspense en la mente, de Ja misma manera que una sustancia colorante en un liquido: que acabamos de revolver. La mente se encuentra, en cierto modo, impregnada. Si no nos extremamos en fijar sobre esas imagenes nuestra atencién, se sabe que poco a poco van a desaparecer, sentimos que una parte de ellas ha desaparecido y@ ¥ que ningiin esfuerzo permitiria rescatarlas. Se las fija pues, considerandolas mas a menos como objetos exteriores que se perciben, ¥ es en ese momento que se las hace entrar enia conciencia de la vigilia. En adelante, cuando se las reco dard, se evocard no las imagenes tal como aparecian en al sue io, sino la percepcién que se ha tenidoentonces. Y podremos creer que la memoria aleanza el suefio: en realidad, es indi rectamente, por intermedio de lo que se ha podido fijar de esta manera, que se le conocerd; es una imagen de la vispera 33 que la memoria de Ia vispera reproducira. Sin duda, sucede que en medio de la jornada que sigue al suetio, o incluso mas tarde, ciertas partes del suefio que no se habian fijado asi en el despertar reaparecen. Pero el proceso seré el mismo: ellas ha- bfan quedado presentes en la mente que, poruna raz6n u otra, nose habfan puesto de manifiesto, y se percibira que si, en el momento en que se les percibe, nose hace el esfuerzo necesa- ric para fijarias, desaparecerén también, definitivamente. Hay entonces pertinencia en distinguir, en el proceso al cabo del cual se posee lo que podemos Ilamar el recuerdo de un sueiio, dos fases bien diferentes. La segunda es un acto de memoria igual a los otros: se obsiene un recuerdo, se le con- serva, se le reconoce, y al fin se le loceliza al momento de despertar, en dénde se le ha obtenido, ¢ indirectamente en el perfodo de suefio precedente, durante e] cual se sabe que se ha hecho tal suefio, aunque sin poder decir en qué momento precisa; la primera fase consiste simplemente en esto, en que habfa en el suefio algunas imagenes que flotaban en la mente y que no eran recuerdos. En este tikimo punto hey que insistir un poco. Por cuanto unrecuerdo, sno es justamente eso: una imagen con relecién al pasado, y que sin embargo subsiste? No obstznte, si aceptamos Ja distincién propuesta por H. Be-gson entre los recuerdos-h bitos orecuerdos-movimientos, que corresponden a estados psi- colégicos reproducidos més o menos frecuentemente, ‘y los re- cuerdos-imagenes, que corresponden a estados que no se han producido sino una vez, y en donde cada uno tiene una fecha, es decir puede ser localizado en un momento definido de nuestro pasado, no vemos que las imagenes del suefio puedan entrar en una u otra deestas categorias, tal como se presentan al despertar. Noson recuerdos-habitos, pues no han aparecido sdlo una, vez: cuando los percibimos no pravocan en nosotros ese sen- timiento de familiaridad que accmpaiia la percepcién de ob- jJetos ode personas con las cuales tenemos relaciones frecuen- tes. Pero, sin embargo, no son tempoco recuerdos-imagenes, 21. Kaploun,op. cit, pp. 84y 133, dice qae «reconozemase los objetosy las per: sons, tanto en elsueio como ef Ia sgl, es decir que compreadenios todo fo q¥e ‘vemos. Esexacto. Perone result lo alamo con las escenas del suefie en su conjunto: acl uns de ellas nos parece al ontraro, ensueno, enterarrente nuevo, seta 34 pues no estan «localizadas en un momento definido de nues- tro pasado». Sin duda, los localizamos con posterioridad; po- demos decir, en el momento en que despertamos, que se han producidoen el curso dela noche que acaba de conclutr. Pero, gen qué momento? No lo sabemos. Supongamos que omiti- mos definir los limites de tiempo entre los cuales se han produ- cido, y (como acontece excepcionalmente) que lo evocasemos sin embargo luego de varios dfas transcurridos, o varias se- mapas, no tendriamos ningtin medio para reencontrar la fecha. Nocontamosen efecto, aqui, con los puntos dereferencia, sin los cuales tantos recuerdos de acontecimientos en Ia con- ciencia despierta nos escaparian también, Esel porqué no nos acordamos de éstos de Ia misma manera, y tampoco de las imégenes del suetio. Si tenemos el sentimiento (quizas iluso- rio) de que nuestros recuercos (y entiendo estos tiitimos como aquellos que se relacionan con la vida consciente del estado de vigilia) estn dispuestos en un orden inmutable en el fon- do de nuestra memoria, sila secuencia de imagenes del pa- sado nos parece, al respecto, tan objetiva como la secuencia de esas imagenes actuales o-virtuales que Hamamos los obje- tos del mundo exterior, es porque ellas se sititan en efecto en marcos inméviles que no son de nuestro resorte exclusivo y que se imponen a nosotras desde frera. Los recuerdos, en circunstancias que reproducen simples estados afectives (son, por lo demas los mas raros, y los menos nitidamente locali zados}, pero sobre todo cuando reflejan los acontecimientos de nuestra vida, no nes ponen solamente en relacién con nuestro pasado, sino que nos relacionan con una época, nos reubican en un estado de la sociedad en donde existen, alre- dedor de nosotros, muchos otros vestigios que aquellos que descubrimos en nosotros mismos, Dela misma manera que precisamos nuestras sensaciones guiéndonos en las de los demas, también completamos nues- tros recuerdos apoyandonos, por lo menos en parte, en la memoria de los demas. No es s6lo porque a medida en que el tiempo pasa, el intervalo se alarga entre tal periado de nues- tra existencia y el momento presente, que muchos recuerdos se nos escapan; sino que no vivimos més entre las mismas personas: muchos de los testigos cue podrian habernos recor- dado los eventos antignos desaparecen. Basta, a veces, que 35 cambiemos de lugar, de prafesién, que pasemos de una fami Jia a otra, que algin evento tal como una guerra o.una revolu- cién transforme profundamente el medio social que nos r6- dea, para que, de periods enteros de nuestro pasado no nos queden mas que algunos recuerdos. Por el contrario, un viaj en el pais donde pasamos nuestra juventud, el encuentro re- pentino con un amigo de infancia, tiene como efecto desper- tar y «refrescar» nuestra memoria: nuestros recuerdas no ha- bian sido suprimidos; pero sf se conservaban en la memoria de otros, y en el aspecto intacto de las cosas, No es sarpren- dente que podamos evocar de lamisma manera imagenes que sélo nosotros podemos pereibir, por lo menos en el orden en que el suciio nos las presenta. Asf se explicarfa aquel hecho que retavo nuestra atencién, saber que en nuestros suefios no se introduzea jamds un re- cueréo real y completo, tal como nos los recordamos en esta- do de vigilia, pero que nuestros suefios sean fabricados con fragmentos de recuerdos mutilados o confundidos con otros para que podamos reconocerlos. No hay de qué sorprenderse, no mas que del hecho de que no descubramos tampoco en nuestros suefios sensaciones verdaderas tales como aquellas que santimes cuando no darmimos, que reclaman un cierto grado de ateacién reflexionada, y que concuerdan con el orden delasrelaciones naturales de que, nosotros y los demas, tene- mos la experiencia. Dela misma manera, sila serie de image- nes de nuestros suefios no contiene recuerdos propiamente dichos, es que, para acordarse, hay que ser capaz de razonar y de comparar, y sentirse en relacién con una sociedad de hom bres que puede garantizar la fidelidad de nuestra memoria, todaséstas son un conjunto de condiciones que evidentemente no som cumplidas cuando dormimos. Esta manera de comprender la memoria plantea al menos dos objeciones. En efecto, evocamos a veces nuestro pasado, no para reencontrar acontecimientos que nos puede ser titil conocer, sino con miras a sentir el placer desinteresado de re- vivir en el pensamiento un perfodo transcurrido de auestra existencia. «A menudo, dice Rousseau, me distraigo de mis allicciones presentes afiorando diversos acontecimientos de mi vida, y los arzepentimientos, los recuerdos agradables, las lamentaciones, el entemecimiento, se reparten la atencién po 36 hacerme olvidar por algunos instantes mis sufrimientos.» Aho- ra bien, verios a menudo en el conjunto de imagenes pasadas con las cuales entrarfames asi en contacto la parte mas intima de nuestro yo, aquella que mas huye a la accién del mundo exterior, y en particular de Ia sociedad. Y vemos también, en Jas recuerdos asi entendidos, estados que son si no inméviles, al menos inmutables, depositados a lo largo de nuestra dura- cién segtin un orden que no podemos ya modificar, y que re- aparecen tal como estaban cuando les hemos atravesado por primera vez, sin cue hayan sido sometidos, en el intervalo, a una claborecién cualquiera. Bs, porlo dems, porque creemos que los recuerdos estan dados asf de una vez por todas que rehusamos toda actividad intelectusl a la mente que recuerda. Entre sofiar despierto y recordar no se ve sino un matiz. Los recuerdos serfan muy ajenosa la conciencia orientada hacia el presente, y, cuando esta tiltima vuelca su atencién hacia aqué- llos entonces desfilarfan bajo nuestra mirada o la invadirfan solicitando tan poco esfuerzo de su parte como para los obje- tos reales, cuando la mente sz distiende y no los capta bajo un Angulo prictico. Admitirfamos facilmeate que se trata de una facultad especial, inutilizada en tanto estamos sobre toda pre- ocupados por actuar, y que interviene en el ensuefio como en el recuerdo; seria simplemente la facultad de dejarse impre- sionar sin reaccionar, o reaccionando apenas lo suficiente para que esta impresién se haga consciente. Entonces no se ve en qué los recuerdos se distinguirfan de las imagenes de nuestros suefios, y no se comprende por qué no se introducirfan. Pero el acto que evoca el recuerdo, ¢es aquél que nos hace entrar de modo mas completo en nosotros mismos? Nuestra memoria, ces nuestro ambito propio? Y, cuando nos refugia- mos en nuestro pasado, ¢podernos decir que nos evadimos de Ja sociedad para encerramos en nuestro «yo»? , o «la barra en donde el secristén ha vaciado nuestros bolsillos», es que guardamos algin coritacto con nuestras disposiciones internas, y que po- demos reconstituirlas al menos en parte. Hay una concepcién de a memoria segiin la cual los esta- dos de conciencia, a partir del momento en que se han produ- cido, adquieren en cierto modo un derecho indefinido a sub- sistir: permanecfan como tales, agregados a aquellos que les habfan precedido en el pasado. Entre ellos «el plan ola pun- ta del presente» habria que decirse que la menie se desplaza. En todos los casos, no bastaria con imagenes, ideas y reflexio- nes actuales para reconstituir el cuadro de los dias transcurri- clos. No habria mas que un medio para evocar «los recuerdos puross: consistitfa en abandonar el presente, en distender los resortes del pensamiento racional y en dejarnos reconducir al pasado, hasta que entrésemos en contacto con esas realidades de antafo, dejadas intactas desde cuando se fijaron en una for- ma de existencia que debfa encerrarlas para siempre. Entre el plan de esosrecuerdos y el presente habria una region interme- dia, en donde ni les percepciones, ni los recuerdos no se pre- sentarian en estado puro, como si la mente no pudiera volear su atencién hacia el pasado sin deformerlo, como si el recuer- dose transformase, cambiase de aspecto, como si Hlegara & co- rromper bajo Ja accién de la luz intelectual, en la medida en ‘que sube y se aproxima a la superficie. En realidad, todo cuanto se constata es que la mente, en la memoria, se orienta hacia un intervalo de pasado con el cual no entra jamds en contacto, lo que hace converger hacia ese intervalo todos esos elementos que deben permitirle sefialar y 39 dibujar el contorno y el trazado, pero que el pasado mismono aleanza nada. Entonces, ¢cudl es el sentido de suponer que los, recuerdos subsisten, puesto que nada nos otorga una prueba de aquello, y que se puede explicar que se les reproduzca, sin que sea necesario admitir que ellos han permanecido intactos? Elacto (pues se trata de un acto) mediante el cual la men- te se esfuerza por reencontrar un recuerdo en el interior de una memoria, nos parece precisamente Io contrario de aquél mediante el cual tiende a exteriorizar sus estados internos ac- tuales. La dificultad en uno y otro caso es en efecta inversa igualmente y, en todo caso, distinta. Cuando expresamos lo que pensamos o Io que sentimos, nos contentamos a menudo con términos generales del lenguaje corriente; a veces utiliza- mos comparaciones; nos esforzamos, asociando palabras que designan ideas generales, en ir cada vez mas cerea de los con- tornos de su estado de conciencia. Empero, entre la impre- sién y la expresi6n hay siempre una distancia. Bajo Ja influen- cia de las ideas y de las maneras de pensar generales, la conciencia individual adopta el habito de desviar su atencién de lo excencional que hay en ella y que no puede traducirse sin dificultad en el lenguaje corriente. Se ha explicado ast el caricter inexacto de las descripciones que ciertos enfermos hacan de Jo que sienten: a medida en que se intensifican en ellos ciertas sensaciones argénicas que apenas exisien, 0 que no existen en hombres normales, a medida también en quese impone la obligacién de usar ciertos términos impropios para traducirlos, por cuanto no existen aquellos que sean adapta- dos Pero lo mismo sucede con un gran nimero de otros casos. Hay un vacfo en !a expresién, que mide el defecto de adastaci6n de las conciencias individuales a las condiciones de la vida normal. En sentido inverso, cuandorecordzmos, partimos del pre- sente, del sistema de ideas generales que esta siempre a nues- two alcance, del lenguajey de los puntos de referencia adopta- dos por la sociedad, es decir de todos los medios de expresion. que pone a nuestra disposicién, y nosotros los combinamos de manera que podamos reencontrar ya sea tal detalll, ya sea 22. Ch. Blondel, La conselence morbide, 1914. 40 tal matiz de las figuras ode los acontecimientos pasados, y, en general, de nuestros estados de conciencia de antafio. Aunque esta reconstruccién no es nunca algo mas que una aproxima- n. Sentimos que existen elementos personales de nuestras impresiones antiguas que no podemos evocar mediante este método. Hay un vacfo er la impresién, que mide el defecto de adaptacién de la comprensién social a las condiciones denues- twa vida consciente personal del ayer. Pero, ecémo explicar, entonces, que a veces seamos sor prendidos por el hecho de que este vacfo se llene bruscamen- te, de que un recuerdo, cue crefamas extraviado, se descubra en un momento en el cual no lo esperabamos? En el curso de una ensofiacién, triste o feliz, tal periodo de nuestra existen- cia, tales figuras, tales pensamientos del ayer, que correspon- den con nuestra disposici6n actual, parecen revivir bajo nues- tra mirada interior: no son esquemas abstractos, esbozos de dibujos, seres transparentes, incoloros: tenemos, al contrario, la ilusién de reencontrar ese pasado inalterado, porque nos reencontramos nosotros mismos en el estado en el cual loatra- ves4bamos. ¢Cémo dudar desu realidad, puesto que entramos en contacto inmediato con é1 del mismo modo que lo hace- mos con los objetos exteriores, que podemos recorrerlo y que, sos de no encontrar sino lo que buscabamos, nos descubre en él muchos detelles acerca de los cuales no tenfamos la me- nor idea? Esta vez no es ya mas de nuestra mente que partiria el llamado al recuerdo: es el recuerdo que nos Hamarfa, que nos urgiria en reconocerio, y nos reprocharfa el haberlo olvi- dado. Es, pues, desde el fondo de nosotros mismos, como desde el final de un corredor en el cual, solos, podriamos aventu- rarnos, que los recuerdos retornarfan a nosotros 0 que noso- ros avanzarfamos hacia elles. No obstante, de dénde viene esta especie de savia que da volumen a algunos de nuestros recuer¢os, hasta otorgarles la apariencia de la vida real? ¢Es la vida de antafio que hancon- servado, 0 es una vida nueva que les hemos comunicado, aun- que una vida artificial, sacada del presente, y que no duraré nds de lo que dure nuestra sobrexcitacién pasajera o nuestra disposicién afectiva del momento? Cuando nos dejamos lle- var a reproducir en imaginacién una secuela de acontecimien- tos para los cuales el pensamiento nos enternece respecto de a nosotros mismos o respecto de otros, sobre todo cuando seha regresadoa les lugares en dorde se desarrollaron, 0 bien que se crea captar vestigios de las fachadas de las casas que he- ‘mos visto al pasar en el ayer, de los troncos de é-boles, de las miradas de los ancianos cargados de afios al misma tiempo que nosotros, pero que conservan los rasgos y quizas el Te- cuerdo de] mismo pasado, o bien que se destaque sobre todo hasia qué punto todo hacambiado, cuan poca casa ha perma- necido del antiguo aspecto que nos era femiliar, y que enten- ces, se es sensible en especial a la inestabilidad de lzs cosas, y se tenga menos dificultad en abolir por el pensamiento aqué- las que ocupan hoy dia el lugar de la decoracién desaparecito de ruestras pequefias o grandes pasiones, sucede que el estre- mecimiento comunicado a nuestro organismo psicolisico, por esos parecidos, esos contrastes, nuestras reflexiones, nuestros deseos, nuestros pesares, nos da la ilusién de volver a pasar realmente porlas antiguas emociones. Entonces,mediantenn intercambio recfproco, las imagenes que reconstruimos adop- tan de Jas enociones actuales ese sentimiento de realidad que las transforma ante nuestros ojos en objetos arin existentes, mieatras que los sentimientos actuales, aferrandose a esas imé- genes, se identifican con las emociones que les han acompa- ado antiguamente, y se encuentran al mismo tiempo des- provistas de su aspecto de estados actuales. Asi creemos simulténeamente que el pasado revive en el presente, y que abandonamos el presente para regresar al pasado. No obstan- te, ni lo uno ni Jo otro es versladero: todo cuanto podemos, decir es que los recuercos, tanto como las otras imagenes, imitan a veces nuestros estados presentes, cuando nuestros, sentimientos ectuales vienen a su encuentro y se incorporan. dHlasta qué punto el pasado puede ser realmente ilusién? ¢Sucede que los recuerdos imponen a la conciencia el senti- miento de su realidad como ciertas imagenes slucinatorias que solemes confundir con sensaciones? Hemos avordiado este problema a propésito de del suefio, pero se necesita aho-a plantearlo en tada su extensién. Hay enfermedades o exalta- ciones de Ja memoria, que se denominan paramnesias, que 42. consisten en esto: se Hega por primera vez a una citdad, se ve por primera vez una persona y, sin embargo se les reconoce como sise les hubiera ya visto. La ilusién que queremos ¢xa- minar es lo contrario de ésta: sc trata de saber si, regresando oimagindndose estar en una ciudad ena cual hemos estado, podemos creer estar en el momento ea que llegabamos por primera vez, y volver a pasar por los mismos sentimientos de curiosidad, de asombro que entonces, sin darse cuenta que se les ha tenido. antes. De moda mas general, mientras los sue~ fhos son ilusiones truncas quizas (sino se suefia siempre) por intervalos en donde la conciencia esta vacia, ¢no hay, inte- yrumpiendo el cu:so de los estados de concieacia durante Ia igilia, ilusiones ceterminadas por la memoria y que nos ha- cen confundir el pasado revivido con la realidad? ‘Ahora bien, ha habido seguramente hombres que desea- tan procurarse ilusiones de este tipo, y que han crefdo alean- zarlas. Los mistioos que se rememoran sus visiones parecen revivir su pasado. Queda por saber si lo que sereproduce es el recuerdo mismo, o una imagen deformada que lo ha sustitui- Go poce a poco. Si descartamos esos cases, en donde la imagi- nacién juega sin duda el rol principal, si consideramos aque- los en donde, voluntaria o involuntariamente, evocamos un recuerdo que ha bien conservado su integridad primitiva, es decir en donde hemos extrafdo ya otras pruebas, nos parece inconcebible que se tome el recuerdo de una percepcin o de un sentimiento per esa percepcién ¢ por ese sentimiento como tales. No’es que esos recuerdos, surgidos durante Ja vigilia, se enfrenten a nuestras percepciones actuales que jugarfan, con respecto a ellos, el rol de reductores. Pues se podria concebir que nuestras sensaciones se atentian y se debilitan bastante como para que las imagenes del pasada, mas intensas, se im- pongan en la mente y parezcan mas reales que el presente. Pero esto no sucede. Nada, inchiso, prueba que el debilita- miento de nuestras sensaciones sea una condicién favorable para la reactivacién de los recuerdos. Se pretende que, en los ancianos, la memoria se despieria en la medida en que sus sensaciones flaquean. Pero basta, para explicar que ellos evo- can més a menudo que otres una cartidad quizds mayor de recuerdos, con destacar que su interés se desplaza, que sus reflexiones siguea otro curso, sin que se debilite por lo demas 43 a ellos el sentimiento de la realidad. Muy por el contrario, Jos recuerdos son tanto o mas netos, precisos y completos, con imagenes y colores, que nuestros sentidos son més acti- vos, que estamos ms comprometidos en el mundo real, y que nuestra mente, estimulada por todas las excitaciones que le vienen desde fuera, tiene mas vigor, y dispone plenamente de todas sus energfas. La facultad de acordarse est en zelacién estrecha con el conjunto de las facultades dela mente despier- ta: aquélla disminuye al mismo tiempo que éstas flaquean. No es entonces sorprendente que no confundiésemos nuestros recuerdos con sensaciones reales, puesto que nosotros no los, evocamos sino cuando somos capaces de reconocerles, y de ponerles en oposicién con estas tiitima: ‘Todo no se reduce, en el caso de la memoria, a una simple lucha entre sensaciones e imagenes; pero toda la inteligencia esté alli y, sino interviniese, no se recordarfa. Voltaire hubie- sepodido, en uno de sus Contes, imaginar un rey caido, a la merced de sus enemigos, encer-ado en un calabozo, al cual, por una cruel fantasfa, aquel que le ha reducido 2 la esclavi- tud quisiera darle por algtin tiempo la ilusién de que todavia es rey, y que todo cuanto ha sucedido desde que yanolo es no es mas que un suefio. Serd colocado, por ejemplo, durante su suefio, en la habitaci6n desu palacio en donde tenia el habito de descansar, y en donde reencontrard al despertarlgs objetos y los rostros acostumbrados. Se prevendria asf todo conflicto posible entre las representaciones de la vispera y del recuerdo, puesta que se confundirian, Sin embargo, cen qué condicin se lograra que no descubra de inmediato esta maquinacién? Se requeriré que no se le permita el poder reconocerse, que misicas, aromas, luces encandilen y confundan sus sentidos, es decir que se necesitard mantenerlo enim estado tal que sea incapaz tanto de percibir exactamente lo que le rodea coma de evocar exactamente el tiempo al cual se ha queride que él crea ser transportado. Desde el momento en que la atencién podrd fijarse, en que reflexionara, estar cada vez més aleja- do de confundir esta ficcién que se le pretende hacer tomar por su estado presente con la realidad de su pasado tal como sela representara su memoria. No es en efecto en elespectécu- lo que ve hoy en dia, que ha visto, casi exactamente idéntico, ayer, que encontrarfa.un principio de distineién, En tanto que 44 este cuadro permanezca dealgiin modo suspendido en el aire, noes a decir verdad ni una percepci6n, ni un recuerdo, es una de esas imégenes del suefio que sin transportamos al pasado nos alejan, sin embargo, del mundo actual y de la realidad. No se sake Jo que es sino cuando se Ie ha reubicado en su entorno, es decir cuando se ha salido del campo estrecho que delimitaba, que nos ha representado el conjunto del cual for- ma parte, y que se ha determinado su lugar y su rol en este conjunto. Pero para pensar una serie, un conjunto, tratindo- se del pasado o del presente, una operacién puramente sensi. Ble, que no implicarfa ni comparaci6n, ni ideas generales, ni representacién de un tiempo con periodos definidos, jalonado con puntos de referencia, ni representacién de una sociedad en donde tiene lugar nuestra vida, esto no bastaria. El recuer- do no es completo, no es real (en la medida em que puede serlo) sino cuando la mente integralmente se vuelca hacia él. Que esta representaci6n implicita de una especie de plan o esquema general en donde las imégenes que se suceden en nuestra mente tomarian lugar, sea una condicién més necesa- ria todavia de la memoria que de la percepci6n, es lo que re- sulta del hecho de que las sensaciones se producen de si mis- mas antes de haberlas adosado a nuestras percepciones anteriores, antes de hakerlas iluminado con Ja luz de nuestra reflexi6n, mientras que muy a menudo la reflexion precede la evocaci6n de losrecuerdos.” En circunstancias que un recer- do surge de pronto, se presenta primero en estado bruto, ais- ado, incompleta y es, sin duda, la ocasi6n para nosotros de reflexionar, de manera de conocerles mejor y, como se dice, a slocalizarles»; pero en tanto que este reflexién no ha tenido lugar, nos podemos preguntar si, mas que un recuerdo, no es una de esas imagenes fugitivas que cruzan por la mente sin dejar huellas. Enel suefio, al contrario, hay a veces un esbozo de sistema- tizacién; pero los marcos légicos temporales, espaciales, en 23, Segtin M. Kap oun (Psychologie générale rnd de étude du reve, 1919, p.83, § 86) «un recuerdo noretorna de partida despogado del pasado, para ser reconack- oy locslizado con pesteriorided; elyeconocimiento y Ia lovalizacion preceden st Imagen. Le vemos venl>. En efecto, para reconocer ylocalizan se requiere que #2 pposea, en estado latene, scl sistoma gencral de su pasados, Un recuerdo no recon Eido no es mes que un conocimiente incompleto 45 donds se desarrollan las visiones del suetio son muy inestables. Podemnos apenas hablar de marcos: es més bien una atmésfera especial, de donde pueden brotarlos pensamientos mas quimé- ricos, pero a los euales los recuerdos ne logran acomodarse. Tel vez deberfamos es:udiar aqui més especificamente el recuerdo de lossentimientos. E! recuerdo de un pensamiento ‘ode una sensacién, si se les separa de las emociones que han podido adjuntarse, no se distingue casi de un pensamiento o deuna sensacién nueva: el presente se parece de tal manera al pasado que todo acontece como si el recuerdo no fuera ms, que una repeticién y no una reaparicién del estado anterior No es igual para los sentimientos, sobre todo aquellos en los cuales nos parece que nuestra personalidad, y un momento, un estado de ésia se ha expresado de una manera tinica ¢ ini mitable, Para que se les recuerde, se necesita que renazcan en perscna, y no bajo los rasgos de algtin sustituto. Sila memo- ria de los sentiraientos existe es porque no mueren enteros, y que algo subsiste de nuestro pasado. Pero los sentimientos, asi como nuestros otros estados de conciencia, no escapan = esta ley: para acordarse hay que reubicarlos en un conjunto de hechos, de seres y de ideas que forman parte de nuestra representacién de la sociedad. Rousseau, en un fragmento de Emile, en donde imagina que el maestro y el nifio se encuentran en la campifia a la hora en. Ja cual el sol se levanta, declara que el nifo no es capaz de situarse frente a Ja naturaleza de los sentimientos,y no le atr- buye sino sensaciones para que el sentimiento de ia naturale- za se despierte, ser menester que pueda asociar el cuadro que tiene ahora frente a sus ojos con el recuerdo de acontect- entos en los cuales ha estado presente y que éstos se re- tinan; pero estos acontecimientos lo ponen en relacién con hombres: la naturaleza no habla pues a nuestro corazén sino porque ella ests, para nuestra imaginaci6n, integramente pe- netrada de humanidad, Per unacuriosa paradoja, el autor que se ha presentado en el siglo xviit como él amigo de la natura Jeza y el enemigo de lasociedades también aqueél cue ha ense- jiado a los kombres a Hevar Ja vida social hacia un campo de naturaleza mas extendide, y si ha vibrado en el contacto con las cosas, es que en ellas y en torno a ellas él descubria seres capaces de sentir y que se podfe amar. Se ka mostrado que €l 46 estremecimiento sentimental que, con motive de la Nouvelle Heéloise, abrié la sociedad del siglo Xvi a una comprensién amplia de la naturaleza, estuvo determinado en realidad y antes que nada par el elemento propiamentenovelesco de esa novela misma, y que si los lectores de Rousseau pudieron contemplar sin animadversién, tristeza 0 tedio, con simpatia, enterneci- miento y entusiasmo, cuadros de mentaitas, de bosques, de lagos salvajes y solitarios, es porque su imaginaci6n les col- maba de personajes quel autor del libro habia creado, y que aquellos se habituaban a encontrar, como él mismo, relacio- nes entre los aspectos de 1a naturaleza material y los senti- mientos o las situaciones humanas.* Si, por otra parte, las Confesiones son a tal punto evoca- doras, gne es porque el autor nos cuenta, siguiendo el orden de su sucesi6n, las grandes y pequefios heches de su vida, nos nombra y nos describe los lugares, las personas, y que, cuan- do precisa asf todo lo que podia ser, basta con que nos indique en términos generales los sentimientos que tuvieron impor. tancia para él, para que sepamos que todo cuanto permanecta de ese pasado, todo cuanta se pedia encontrar, nos resulta ahora accesible? Pero lo que nos entrega es un conjunto de datos sacados de la vida social de su tiempo, es 1o que los otros pensaban de él, 0 lo que él pensaba de los otros, es el juicio emitido por alguno de aquellos que le frecuentaban, es en esto que surge como parecido con los otros, que surge tam- bién como diferente de elles. Esas diferencias mismas se ex- presan con respecto a la sociedad: Rousseau siente que ha Hevado mas lejos que los otros algunos vicios y algunas virtu- des, ciertas ideasy ciertas ilusiones, que nos basta, para cono- cerles, mirar en torno nuestro y en nosotros mismos. Cierta- mente, nos impone cada ver. mas su punto de vista sobre esta sociedad y, a pertir de ella, es sobre él mismo que somos relanzados: pero como, fuera de ese punto de vista, no alcan- zamosnada de él mismo, es por la idea solamente que se ha hecho de los hombres en medio o lejos de los cuales ha vivido, que podemes hacernos una idea de lo que ha sido él mismo. En cuanto a sus sentimienios, ellos no existian ya mas en el 24, Mornet, Le sentiment de a natureen France de J-J-Reusseaut a Bernardin de 47

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