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22 de Noviembre
SANTA CECILIA
LIRIO DEL CIELO
Santa Cecilia. Aunque Cecilia sonríe, una angustia infinita le acongoja el corazón.
Pronto estamos frente a la casa de Valeriano, adornada de blancas colgaduras y
guirnaldas de hiedra, donde aguarda el esposo feliz y esperanzado.
--¿Quién eres tú?, preguntó Valeriano.
Y respondió Cecilia:
--Donde tú Cayo, yo Caya.
Cecilia atraviesa el umbral. Una esclava le presenta en un cáliz de plata el agua, que
figura la limpieza; otra le entrega una llave, símbolo de la administración que se le
confía; y otra le ofrece un puñado de lana para recordarle las tareas del hogar. Entran
en el triclinio, donde se servirá el banquete nupcial. Brillan los candelabros, los lirios
de Aecio y de Tívoli derraman sus perfumes, caen el chipre y el falerno en las copas de
oro, escanciadas por jóvenes efebos, resuena la melodía de las arpas y los címbalos y
los comensales aplauden al poeta que canta el epitalamio.
IV. EN EL BANQUETE DE BODA
Cecilia parece enajenada; su corazón está suspendido por una música celeste.
"Durante el banquete de bodas, mientras la música sonaba, ella entonaba oraciones en
la soledad de su corazón, pidiendo que su cuerpo quedara inmaculado", rezan las
Actas de santa Cecilia, del año 500: "Que mi corazón y mi carne permanezcan puros".
Cecilia iba a dar el último paso hacia el peligro. Dos matronas guiaron sus pasos
temblorosos hacia la cámara nupcial. Arden los candelabros, brillan los tapices y
fulguran las joyas.
V. EN LA CAMARA NUPCIAL
Radiante llega Valeriano. Nervioso, se acerca a su esposa de dicha; pero ella le detiene
con estas palabras:
-Joven y dulce amigo, tengo un secreto que confiarte; júrame que lo sabrás respetar.
Valeriano lo jura sin dificultad, y la virgen añade:
-Cecilia es tu hermana, es la esposa de Cristo. Hay un ángel que me defiende, y que
cortaría en un instante tu juventud si intentases cualquier violencia.
El joven palidece, se irrita, grita desesperado; pero poco a poco la gracia le domina, y
con la gracia la dulzura infinita de Cecilia.
-Cecilia -dice al fin-, hazme ver ese ángel, si quieres que crea en tus palabras. -Para ver
ese ángel de Dios se necesita antes creer, hacerse discípulo de Cristo, bautizarse.
-Pues bien -responde Valeriano -; ahora mismo, esta misma noche; mañana será tarde.:
"Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo:
"Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel".
BAUTISMO DE VALERIANO
Valeriano accedió y con el ímpetu de la juventud y la duda en el alma, deja en la
habitación a su esposa y camina en busca del pontífice Urbano. Poco a poco, una
fuerza desconocida va serenando su alma. Empieza a comprender. Urbano le acogió
con gran gozo. Un anciano con un documento que dice: "Un solo Señor, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros
corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?". Valeriano respondió que sí y
Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano llegó donde estaba Cecilia, vio a un
ángel de pie junto a ella. El ángel colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de
rosas y lirios. Después llegó Tiburcio, hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le
ofrecieron una corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró
incrédulo al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de la tumba a hablarnos de esa
otra vida?" Cecilia le habló de Jesús. Tiburcio recibió el bautismo.
VI. DOS CORONAS DE ROSAS Y LIRIOS
Unas horas más tarde volvía vestido con la túnica blanca de los neófitos. Prosternada
en tierra, Cecilia está absorta en oración; una luz deslumbrante la rodea y un ángel de
inefable belleza flota sobre ella, sosteniendo dos coronas de rosas y de lirios, con que
adorna las sienes de los dos esposos. Al bautismo de Valeriano siguió el de su
hermano Tiburcio y poco después, los dos esposos daban su sangre por la fe. Reinaba
entonces en Roma el emperador Aurelio, hombre honrado, corazón bueno y
compasivo, que se rebela contra los juegos sangrientos del anfiteatro; pero cruel con
los cristianos. En su persecución sufrieron Tiburcio y después, la virgen Cecilia.
LOS DOS HERMANOS ANTE EL PREFECTO
Y los dos hermanos se consagraron a la práctica de las virtudes cristianas. Uno y otro
fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires. El prefecto
Almaquio, ante el cual comparecieron, empezó a interrogarlos. Las respuestas de
Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Y dirigiéndose a Valeriano, le dijo que
esperaba que le respondería con más sensatez. Valeriano replicó que tanto él como su
hermano estaban creían en Jesucristo, el Hijo de Dios. Y comparó los gozos del cielo
con los de la tierra; pero Almaquio le ordenó que no dijera más sandeces y dijese si
estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para que lo soltara. Tiburcio y Valeriano
replicaron: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al único Dios, al que diariamente
ofrecemos sacrificio." El prefecto les preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano
respondió: "No. Júpiter era un libertino, un criminal y un asesino, como lo confiesan
vuestros propios escritores."
CASTIGADOS Y CONDENADOS A MUERTE
Valeriano se regocijó al ver que el prefecto mandaba que los azotaran y ellos se
ddirigieron a los cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis
sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los
ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!" Almaquio pretendía dejarles
reflexionar; pero Valeriano le dijo que querrían distribuir sus posesiones entre los
pobres, para impedir que el Estado las confiscase. Fueron condenados a muerte. La
ejecución se llevó a cabo en Pagus Triopius, a seis kilómetros de Roma. Con ellos
murió un cortesano llamado Máximo, quien, viendo la fortaleza de los mártires, se
declaró cristiano.
CECILIA SEPULTÓ LOS TRES CADÁVERES.
Cecilia fue llamada para que abjurase de la fe. En vez de abjurar, convirtió a los que la
inducían a ofrecer sacrificios. El Papa Urbano la visitó en su casa y bautizó a 400
personas, entre las cuales se contaba Gordiano, un patricio, que estableció después en
la casa de Cecilia una iglesia que Urbano consagró a la santa. El prefecto Almaquio
discutió con Cecilia. La actitud de la santa le enfureció, porque le atrapó con sus
propios argumentos. Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su casa.
Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de leña,en
atención a su alcurnia Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin morir. Los
cristianos acudieron a visitarla en gran número. La santa legó su casa a Urbano y le
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