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Fusiles y Machetes Salomon Vilchez Murga CUTERVO PERU
Fusiles y Machetes Salomon Vilchez Murga CUTERVO PERU
Diciembre 2016
Nota de los Editores
Al publicar la Segunda Edición de la novela «Fusiles y Machetes» juzgamos de nuestro
deber exponer una sucinta referencia de su autor, el biólogo peruano Salomón Vílchez Murga,
Comendador de la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos.
Como Diputado Nacional por Cajamarca, presentó importantes Proyectos de Ley, tales
como el de «Control de la Natalidad» (1960), el que suscitó muy duras críticas para convertir
luego en palpitante inquietud universal.
Otro de sus grandes proyectos de Ley es el de la «Derivación del Río Mantaro al Rimac»,
para uso doméstico, industrial, energético e irrigación.
Es autor de la Ley 13619 -61 que declara la necesidad y utilidad pública la construcción
del tramo Sócota - Cabico en la Carretera longitudinal de la Sierra (Cajamarca). Igualmente
es autor de la ley 13694 que creó el PARQUE NACIONAL CUTERVO, cronológicamente el
primero en el Perú, en cuyo ámbito descubrió y exploró las grandes grutas habitadas por
colonias de guácharos; descubrió también el filosófico mensaje pictográfico de Llipa (1967).
Esperamos en breve la aparición de sus obras inéditas: «Romance del Ylucán» (drama) y
«Yo viví 500 años» y otros más.
Lima, 1987
LOS EDITORES
PROLOGO DE LA TERCERA EDICIÓN
«FUSILES Y MACHETES» constituye una novela histórica y costumbrista, narrada
magistralmente por su autor, en cuyas páginas pone de manifiesto sus vivencias juveniles
acaecidas en la sierra norte del Perú, principalmente en el agreste relieve orográfico de la
provincia de Cutervo, escenario de hechos registrados en la Historia del Perú, entre estos, la
presencia de grupos armados bajo las órdenes de los caudillos Eleodoro Benel Zuloeta y
Avelino Vásquez, que conmocionaron la vida pacífica de Cutervo y de las provincias vecinas,
durante la segunda década del siglo pasado, en abierta oposición al régimen dictatorial de don
Augusto B. Leguía. Junto a estos acontecimientos presenta el paisaje ensoñador de las
campiñas cutervinas, así como el espíritu emprendedor de sus habitantes, encamado en el
joven Solano, defensor de la justicia y del trabajo honrado. También matiza a esta obra
literaria amenas narraciones de costumbres y hechos folklóricos, tales como el pararaico, el
landaruto, cuentos y pasajes de la vida rural y citadina de nuestra provincia. Al final su
mensaje expresa el anhelo que siempre tuvo este sabio peruano, sintetizado en ...» Flameará
el horizonte con pujanza de aurora…el cruento sacrificio se trocará en fuerza invencible. Y el
dolor del martirio será victoria final».
Con la finalidad de que la presente y futuras generaciones conozcan la figura epónima del
Hijo Predilecto de Cutervo, resumimos los hechos importantes de Su hoja de vida del Dr.
Salomón Vílchez Murga, considerado por la periodista del Diario El Comercio de Lima
Martha Meir Miroquezada, como el «PADRE DE CUTERVO».
«No es tan fácil resumir en breves términos la multifacética personalidad del conocido
biólogo cutervino Salomón Vílchez Murga. Dice un proverbio árabe que la mayor aspiración
de un hombre es tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Y Vílchez Murga es padre
de muchos hijos, ha plantado cultivado y defendido bosques enteros y ha escrito muchos,
variados y útiles libros.
Su infancia. Nació en Cutervo el 24 de mayo de 1907. Fueron sus padres don Reinaldo
Vilchez Ríos y doña Raquel Murga Castro. Su niñez la compartió entre la ciudad y el caserío
La Succha. Sus estudios primarios lo realizó en el centro escolar 1011 de Cutervo, forjándose
su personalidad entre la vida citadina y la influencia del campo.
Maestro de escuela. Muy joven, cuando tenía diecisiete años, se hizo cargo de la Escuela
Elemental del pueblo de Callayuc (1924). Por entonces, la apacible vida rural de la región
empezó a zozobrar por la proliferación de grupos armados que asolaban la Sierra Norte del
Perú
Después del combate de Cuchea, donde las tropas del gobierno fueron derrotadas por los
Vásquez y Benel, que avanzaron sobre el pueblo de Callayuc, el joven profesor y su familia
tuvieron que huir precipitadamente, temerosos de ser asesinados (7 de noviembre de 1925)
llegando a Cutervo después de diez días.
Un salto hacia delante. Establecidas, por primera vez en el Perú las Inspecciones
Escolares, se creó la de Chota, Cutervo y Jaén con sede en la primera, convocándose a un
llamado «Instituto de Maestros» en esa ciudad, en enero de 1926. Fue un singular certamen
intelectual para otorgar «Diplomas» a los maestros no titulados que estaban en servicio. Entre
los más calificados y exigentes profesores del Instituto figuraba el Dr. Zavala del Valle,
Director del Colegio «San Juan». Fue, precisamente en una de sus espectaculares clases de
Geografía que el maestro - alumno Vílchez Murga formuló una objeción climatológica dando
lugar a que el director aplazara su respuesta para el día siguiente. Este hecho determinó la
decisión del joven maestro para renunciar a su puesto y proseguir estudios secundarios en el
Colegio «San Juan» de Chota. Fue discípulo del científico Dr. Aurelio Cárdenas. Apasionado
del excursionismo y de la naturaleza, al regreso de las grutas de Ushcopishgo, en un
incomparable atardecer, compuso su célebre canción «El Perlamayo» (agosto de 1930). Por
ese tiempo también publicó el periódico cutervino titulado «VOLUNTAD», en el que se
plasmaron importantes directivas y orientaciones de bien público.
Liberada la orden de captura contra él y Fidel Herrera, logró huir llegando finalmente a
Arequipa, donde nuevamente ingresó a la docencia, estudiando luego en la Universidad «San
Agustín» Ciencias Biológicas, las que las culminó más tarde en la Universidad Nacional
Mayor de «San Marcos».
Producción literaria. Cuando el Ministerio de Educación abrió una encuesta para una
Reforma Educativa, Salomón Vilchez Murga publicó en Arequipa su libro «ORIENTACIÓN
SEXUAL» (1936), primer intento pedagógico para abordar tan delicado tema, entonces tabú,
en el mundo estudiantil. Luego publicó sus libros escolares «El Cuerpo Humano»,
«Educación Cívica» y «Mi Primer Libro», que tuvieron gran acogida en la ciudad del Misti y
el resto del país.
Entre muchas obras es autor de la Ley 13694 que creó en Cutervo el Primer Parque
Nacional de la República, y las Ley 13619 declarando de «Necesidad y Utilidad Pública» la
construcción del tramo carretero Sócota-Cavico, en la Longitudinal Andina, estratégica ruta
de múltiples funciones de carácter local y nacional.
Son numerosas las obras públicas que se realizaron por su gestión tales como: La
Construcción del Puente Cumbil, la explanación técnica y el afirmado de la carretera
Cutervo-Cochabamba, los puentes Cufia y Sócota, la trocha carrozable Querocoto-
Querocotillo, la red completa de correos y telecomunicaciones a todos los distritos de la
provincia. La construcción de la avenida Cuarto Centenario, hoy Salomón Vilchez Murga,
creación política de los distritos de San Andrés, La Ramada, San Juan y Santa Cruz de
Cutervo, construcción de los dos primeros pabellones del Colegio Nacional «Toribio
Casanova», mercado de abastos, centro de salud, piscina municipal, cementerio «Todos Los
Santos», Reservorio de agua en San Rafael y red del servicio de agua y desagüe, Puesto de la
Policía Nacional, local de Correos, Beneficencia Pública y numerosos locales escolares en la
provincia de Cutervo.
Explorando el sector Sur del Parque Nacional descubrió en 1967 el enigmático conjunto
pictográfico de Llipa, que sugiere la presencia de hombres sabios de alguna cultura
desconocida, por el esotérico simbolismo que contiene, sugiriendo ideas tales como «El
Génesis», «La supervivencia del espíritu», «El Apocalipsis» y otros. Su tentativa
interpretativa fue presentada por Vílchez Murga en el III Congreso Peruano del Hombre y La
Cultura Andina U.N.M.S.C.Lima 1977) y el I Congreso de Historia, Geografía, Arqueología
y Espeleología, Organizado por el Comité Bodas de Oro del C.N. «Toribio Casanova» del
cual fue su Presidente (octubre 1982).
Sus instituciones. Fundó en Lima (1950) la Federación Cultural Cutervo, que tuvo por
varios años, la misión de gestionar los intereses de su provincia, consiguiendo entre otras
cosas, la designación del jirón cutervo en la ciudad capital de La República.
Convocatoria a múltiples cabildos abiertos para rendir cuentas de su gestión edil y para
recibir sugerencias y críticas constructivas por parte del pueblo. Adquisición de un pool de
maquinaria pesada que permitió la realización de importantes obras, entre otras tantas, la
remodelación de la carretera Cutervo-Sócota, evitando innecesarias, peligrosas y prolongadas
curvas en los sectores Tres Cruces y Yatún. Municipalización del servicio de agua potable y
alcantarillado. Apertura de nuevas calles tales como: Jr. José Arnao, Prolongación de la parte
sur del Jr. Ramón Castilla, Jr. Túpac Yupanqui y apertura de la avenida Juan Ramírez en la
parte norte de la ciudad. Estrenó el Himno de Cutervo del cual es su autor (letra y música).
Apoyó constantemente a los centros educativos, instituciones públicas y privadas de la
localidad, pese a la estrechez presupuestal, característica general de los gobiernos
municipales del Perú de esos tiempos. Recuperó el terreno del parque infantil de propiedad
municipal dejando proyectado la construcción de un moderno Centro
Afectan, asimismo, la vida de los campos de litigios por las tierras con las «coimas» de
algunos malos jueces que tuercen la justicia. Circunstancia que con la proliferación de armas
blancas y de fuego, más el abuso del alcoholismo, provocan alarmante incremento delictivo.
Hechos que contrastan con la extrema frecuencia de las fiestas religiosas y profanas. Lo que
ha popularizado el dicho: «No hay en Cutervo día sin misa, misa sin cohetes, ni cohetes sin
farra».
Con esta salvedad, y descontando los últimos cinco capítulos que son ficticios, esta obra
responde a hechos verídicos ocurridos en el Norte de Cajamarca en las tres primeras décadas
de nuestro siglo.
El escenario geográfico.
Aquí está el abra o paso de Tulte-Porculla que descubrió el ferréñafano Manuel Mesones
Muro a sólo 2,144 metros de altura; entre el río costeño de Olmos y el amazónico
Huancabamba. Los pasos de Huambos, Montán y otros, entre el Chancay del Norte (hoya del
Pacífico) y el río Chotano (vertiente oriental) fluctúan entre los 2,300 y 2,500 metros de
altitud.
Tampoco se conocen en esta región los típicos auquénidos de la sierra surperuana. Y del
nativo quechua tan sólo quedan vocablos aislados y nombres vernaculares.
Esta fue la tierra originaria de los Huambos, los Curiches y Chotanos donde más tarde
tuvo lugar el más recio mestizaje indo-ibérico con predominio castellanista que hoy domina
en los campos y poblados.
El medio y el hombre
De la época en que esta obra se escribió a esta parte, la mano del hombre ha hecho
apreciables modificaciones del ambiente natural.
Los inmensos bosques tipo ceja de montaña que cubrían apreciables extensiones de
Cutervo y de Jaén, así como parte de las provincias de Chota; Hualgayoc y Santa Cruz, han
sido notablemente reducidos por el devastador sistema de «rozo». La destrucción de los
bosques ha determinado la modificación del clima que hoy es menos húmedo que entonces.
Considerando que esta tala intensiva de los bosques traerá su total desaparición, el autor
ha presentado un Proyecto de Ley para crear el Parque Nacional de Cutervo, haciendo una
extensa reservación, incluyendo las portentosas grutas con las colonias de Steatornis
peruvianus, aves nocturnas y raras que solamente existen en señaladas grutas de América del
Sur.
Por entonces los pueblos del interior, llamados de la «jurisdicción» (a cuyos habitantes se
les llamaba los «jurídicos»), Jaén y Bagua, de difícil acceso, eran, prácticamente, verdaderos
«destierros» tan insalubres como el antiguo Chagres de Panamá.
Una red telefónica conecta las capitales de todos los Distritos con Radio Cutervo, por una
parte, y Radio Lonya Grande, al otro lado del Marañón, facilitando así la comunicación con
el resto del país de estos pueblos que vivían al margen de todo, en el más absoluto
aislamiento.
En esta zona también ha tenido lugar, por primera vez en la historia de nuestra patria, la
desviación de las aguas de la vertiente oriental a la hoya del Pacífico. Tal es la desviación del
Chotano al Chancay del Norte a través del túnel bajo el paso de Montán.
En aquellos tiempos, la masa campesina de la región, era casi totalmente analfabeta. Hoy
este problema ha sido grandemente superado. Numerosas escuelas fiscales (aunque no todas
las que se necesitan) y particulares, sostenidas por los padres de familia, cumplen importante
función alfabetizadora.
Cabe señalar también que el Maestro de Escuela que aparece en nuestro libro, el maestro
sacrificado y heroico, está muy distante el actual Magisterio Peruano protegido por las Leyes
de Educación, por el Seguro Social del Empleado y por las Asociaciones Magisteriales.
El problema de la «conscripción militar», del que todos huían, y que se prestaba para los
más escandalosos negociados, ha dejado de ser tal. La juventud campesina de hoy acude,
espontánea y libremente, a cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Ya no es «trabajo» ni
es «negocio» coger conscriptos.
Las tropas del Ejército que veíamos ayer, al servicio de la dictadura; sufriendo en
ocasiones penosas derrotas inferidas por las guerrillas de la región, cobrando venganzas y
sembrando terror y odio, es ahora otro Ejército.
Es ahora el Ejército Peruano que, sin descuidar la defensa nacional, construye carreteras;
levanta la carta geográfica del Perú y que, en breve, ha de ser solicitado para hacer el catastro
de las tierras que ha de servir de base para la «Reforma Agraria» que el país ansia.
Es este mismo Ejército que garantizó la realización de los últimos comicios que dieron
nacimiento a nuestra actual democracia, en junio de 1956. Democracia de la que, sin
embargo, se está abusando, en ciertos casos, para convertirla en torpe libertinaje donde se
hace lo que se quiere, se ofende sin respeto, se calumnia y se difama sin freno ni
responsabilidad. Democracia que, en algunos casos, «nos está quedando grande» y peligrosa
como el dar a los niños licor, explosivos, armas y elementos incendiarios para jugar.
Tampoco es práctica de hoy el odioso sistema que se llamaba «la recluta» la requisa
arbitraria de acémilas para el servicio de las autoridades. Los vehículos motorizados han
aliviado grandemente el transporte. La Guardia Civil tiene sus propias cabalgaduras. Aún el
paso de los ríos caudalosos ha sido simplificado con el práctico sistema de los «huaros» y las
«balsas cautivas».
Figuran en nuestro libro jornales, cotizaciones y óbolos de «a real» que hoy parecerían
irrisorios. Pero hablamos de una época en la que las monedas de plata y las de cobre, los
centavos «gordos» y «chicos» tenían efectivo valor y circulación; al lado de las «libras de oro
metálico», que valían diez soles. Soles de plata con el signo: «Nueve Décimos Fino - Firme y
Feliz por la Unión».
Sin embargo, el problema de la tierra afronta un nuevo aspecto no menos nefasto: los
«juicios a la media».
La dirección de la política que era del exclusivo dominio de los llamados «grandes» ha
dado un gran avance. Se ha democratizado muchos pueblos se han hecho representar hoy en
el Parlamento Nacional por auténticos valores populares.
Cabe si destacar que, entre los pocos elementos de cultura, no sabemos por qué conducto,
llegaba «amauta» la revista doctrinaria de José Carlos Mariátegui. También se difundió su
obra «Siete Ensayos de la Realidad Peruana». Fueron estos elementos como primicia de luz
intelectual, dentro de aquel ambiente de beligerancia y equivocadas actitudes que dominaba
durante el oncenio leguiísta en el Norte de Cajamarca.
Nuestra novela «Fusiles y Machetes» ha de -ser, pues, interpretada transportándonos a esa
época, con las condiciones entonces imperantes. Escrita tal como está, no hemos querido
modificaren lo absoluto ni una línea de la que tuvo en su inicial contexto
Un poco de historia.
«... Dionos el Rey la Provincia de los Huambos con tres grandísimos pueblos: Cutervo,
Quirocoto y Cachón, con dos o tres anexos cada uno y mucha gente en los campos.
Escogieron al Padre Juan Ramírez para esta conquista en el año del sesenta...».
La era colonial, vale decir la Edad Media de América Latina, transcurrió sin mayores
acontecimientos que los de la constante inmigración hispana.
En las luchas armadas de la política regional se destaca las figuras de Avelino Vásquez y
Eleodoro Benel.
Hombre de unos cuarenta años, talla mediana, ágil y desenvuelto en sus ademanes;
trigueño, firmes facciones, nariz aguileña, amplia frente; altivos bigotes; ojos negros de
mirada penetrante tipo arábigo.
Sus «guapos», a quienes él les llamaba «sus muchachos», venían de los cañaverales
trayendo cargamento en las acémilas y al hombro. Eran hombres de poncho color guinda
oscuro, sin rayas, con grandes sombreros de palma un tanto estropeados por la lluvia y el
trabajo. Hombres recios, barbados, imponentes, activos en la lucha y el trabajo. Estos eran los
hombres de Benel.
Seguramente los que hacían de centinelas estaban en lugares estratégicos, sin ser vistos.
Benel tenía, sin embargo, una historia que rayaba en la leyenda, sus primeros hechos de
armas, se inician en su hacienda La Samana (Santa Cruz, entonces de la Provincia de
Hualgayoc). Fue sensacional el ataque de sus mortales enemigos; los hermanos Ramos, que
llegaron hasta su misma casa y le prendieron dinamita.
Benel y los suyos rechazaron el ataque que costó muchas bajas por ambas partes. Desde
entonces tendría que mantenerse alerta, cara a cara con la muerte. Lo acompañaría, fiel e
inseparablemente, su sobrino Misaél Vargas, para hacer frente a otro león que se le enfrentaba
en Utijiaco, cual era el terrible Anselmo Díaz.
No habría espacio para relatar todas las hazañas, la estrategia y la temeridad de la lucha
de ambos bandos que durante muchos años ensangrentó las comarcas de Chugur, Ninabamba,
Polulo, Coyunde, Chancay y otras comarcas.
Los naturales del lugar le crearon serias dificultades, por lo cual solicitó la intervención
del Prefecto de Cajamarca el Coronel Ravines. Al llegar a Llaucán, los campesinos le salieron
al encuentro. Los ánimos se exaltaron y de las ofensas verbales pasaron a los hechos. Y el
fuego de la fusilería dejó el campo cubierto de cadáveres.
Un año más tarde recibió la «amable y cordial visita» del Juez de Primera Instancia que
era su amigo personal. Después de dos días el Juez lo persuadió de la conveniencia de viajar a
Hualgayoc, para firmar algunas diligencias con las que quedaría solucionado el problema de
Llaucán.
Poco tiempo después, Benel, ayudado por su hijo Casinaldo, con una orden fraguada,
franqueó la puerta de la cárcel para huir velozmente, por la ruta de Llapa, protegido por 40
jinetes armados hasta los dientes.
Desde entonces, hasta su muerte, viviría Benel en abierta pugna contra la Ley, en franca
rebeldía contra el Gobierno Local y Nacional.
Cuando parecía que se habían olvidado ya de él, el Subprefecto de Chota envió un fuerte
contingente de gendarmes reforzados con la gente civil de Anselmo Díaz, para capturarlo.
Después de 3 días de combate los asaltantes fueron rechazados con grandes bajas. Quince
gendarmes quedaron prisioneros y Benel los remitió a Chota, dejándolos amarrados en las
afueras de la ciudad, con una «carta de devolución» dirigida al Subprefecto.
En 1919 se preparaba en Chota la Asamblea de los Mayores Contribuyentes que tenía por
objeto proclamar la candidatura de don
Esta lucha cruenta y dramática se agudiza cuando en 1923 su hijo, predilecto, Casinaldo,
cae fulminado a balazos en la puerta del templo de Santa Cruz.
Veremos más adelante sus nuevas hazañas en la lucha infatigable, apasionada, sin tregua
y sin cuartel.
Y mientras esto ocurría en Chota, Hualgayoc y Santa Cruz veamos qué pasaba en la
Provincia de Cutervo.
Cuatro días después, los partidarios de su opositor, don José Mercedes Puga, asaltaron la
Subprefectura, se apoderaron del funcionario y lo remitieron a Chiclayo.
El martes de Carnaval hubo gran concentración de gente armada en la casa del candidato
provincial don Arnaldo Bazán.
Sin detenernos a describir les innúmeros combates y lances sangrientos que se suceden en
el diario acontecer de aquella época debemos mencionar algunos de los hechos de mayor
trascendencia. Mencionaremos así el combate del domingo 24 de octubre de 1920 en el que,
pagando con su vida viejas rivalidades familiares y políticas, cayeron dos cutervinos, el
Subprefecto de la Provincia, don Práxedes Espejo, y don Duamel Lozada.
Luego viene otro hecho de mayor volumen. El asalto de los Vásquez al Subprefecto
Alejandro Bustamante en la Culebrilla de Callacate.
El mencionado Subprefecto de Cutervo venía realizando una gira de piratería por los
pueblos del interior de la Provincia, con el pretexto de hacer una inspección administrativa.
Entonces, los damnificados acudieron en demanda de apoyo a don Avclino Vásquez. Se
produjo un sorpresivo ataque en el que desapareció el Subprefecto, murieron muchos
gendarmes y los demás huyeron abandonando todo cuanto traían, armas, municiones y el
precioso botín de la expedición.
Este hecho acaecido el 24 de mayo de 1923 les dio a Vásquez grande fama y renombre en
toda la región, abriéndoles el camino de la ciudad de Cutervo.
Efectivamente, veinte días después cayeron sobre el Gobernador Don Honorato de los
Ríos quien, pistola en mano libró breve combate, para caer luego mortalmente herido.
Por la noche un reducido y temerario grupo encabezado por don Alejandro Vílchez Bazán
y don Francisco Guevara trató de contener la invasión. Pero después de enconada lucha que
costó varias vidas tuvieron que abandonar la plaza.
Los Vásquez tomaron la ciudad y tendrían que permanecer en ella por mucho tiempo,
organizando en Cutervo un gobierno autónomo, independiente del Gobierno Nacional que
presidía el dictador don Augusto B. Leguía.
Por este tiempo se produce un acto singular: Don Francisco Guevara, y sus hijos Artidoro,
Vicente y Juan de Dios, ingresan a la ciudad en temerario desafío. Pronto fueron sitiados por
las fuerzas superiores de los Vásquez, el tiroteo esperaba un fatal desenlace. Es entonces que
interviene el respetable sacerdote don Clodomiro Piedra para mediar en aquel duelo a muerte.
Pide a los Vásquez que les permita evacuar a los Guevara, con el compromiso de honor
de que no volverían. Aceptó don Avelino y, en pleno día, salieron de la ciudad acompañados
del sacerdote, ante la expectación del pueblo, y a la vista de sus enemigos que respetaron su
palabra.
Aunque con el general repudio de la ciudadanía por los hechos de sangre que se
produjeron, no todo fue malo en esta época. Don Avelino Vásquez, «administró justicia a su
manera». Viejos litigios de tierras fueron solucionados. Se hacía el deslinde, se firmaban las
diligencias de estilo y los litigantes recibían la orden verbal de respetar los linderos
convenidos, bajo pena de muerte en caso de incumplimiento.
Integraban las fuerzas revolucionarias los «guapos» de Benel, los Vásquez de Cutervo,
los querocotillanos de Tomás Castañeda, los Arrascue de Lajas, los Díaz de Llama, y el
pueblo chotano en masa con Benjamín Hoyos, Alberto Cadenillas, Régulo Regalado y Arturo
Acevedo.
Las tropas del gobierno avanzaron desde Chiclayo a las órdenes del Comandante Zavala.
Se trabó el combate de Churucancha y cuando las tropas gobiernistas izaban bandera blanca,
aparecieron por la retaguardia los enemigos de Benel. La gente civil de Utijiaco encabezados
por Anselmo Díaz y los «chetillanos» de Villacorta. Fueron ellos los que decidieron el triunfo
del Gobierno desbaratando a la revolución.
Hechos prisioneros el Coronel Alcázar y el Teniente Barrera fueron fusilados sin proceso
en la plaza de Chota a este acto público siguieron muchas matanzas en las prisiones, en el
cementerio y en todas partes.
El combate se prolongó hasta la noche, reanudándose al alba del día siguiente. Jamás se
supo cuántas fueron las bajas. Tan sólo al atardecer, cuando ya el valiente capitán Acevedo
había conseguido abrirse paso con sus hombres hasta el valle de Cuchea, la cometa tocó
retirada, dejando en manos de los Vásquez y Benel apreciable cantidad de armamentos,
municiones y caballos.
En agosto del mismo año, vienen nuevos contingentes, de tropas a Cutervo al mando del
comandante Genaro Mattos. Se lanzan en persecución de los Vásquez que se encontraban en
Payac. Pero, en las montañas de Romero, las tropas gobiernistas sufren un nuevo y
espectacular descalabro el día 4 de agosto de 1925.
Cuando las tropas regresaron derrotadas, el pueblo cutervino advirtió, con amarga
desilusión y desconsuelo, que la hora de la pacificación era muy improbable y distante.
La Guardia Urbana tuvo su prueba de fuego cuando la noche del 31 de diciembre de ese
año un grupo de gente armada trató de apoderarse de la ciudad. Los asaltantes fueron
rechazados, sin llegarse a saber cuántas fueron sus bajas, porque cargaron con sus muertos.
Entre los defensores hubo que lamentar también varios muertos y heridos, como saldo trágico
del Año Nuevo de 1926.
Por este tiempo otra Guardia Urbana se organiza en los pueblos occidentales de la
Provincia de Jaén, con Hernando Campos, Núñez Cervera y Máximo Oliva. Esta Guardia
Urbana hizo retroceder a los bandoleros que trataron de asolar los pueblos de Pomahuaca,
San Felipe, Colasay y Pucará.
Eran los días en que la misión española estaba organizando la policía del Perú, la
moderna Guardia Civil, con calificado y selecto personal. Se dispuso entonces que la
Segunda Comandancia de esta nueva fuerza pública, al mando mayor Emilio Vega se
destacara al Norte, para actuar conjuntamente con las tropas del ejército a las órdenes del
Comandante Valde Iglesias.
Esta nueva expedición llegó a la zona de fuego al iniciarse el año 1927, teniendo como
Jefe General al Coronel Anterior Herrera, con amplios y omnímodos poderes. Con derecho
de vida y muerte.
En esta nueva campaña se utilizó no solamente el poderío de las armas, sino ante todo el
tino político, la sagacidad, la astucia, se capitalizó, así mismo, el odio de todos los enemigos
de los Vásquez y de Benel. Y hubo, por último, derroche de sociabilidad y de dinero.
Los Guardias Civiles ganaban sueldos que entonces estaban muy por encima del común
de las gentes, y sabían gastar y hacer amigos.
Cuando les hubo ganado la confianza, algunos de jefes rebeldes visitaron Cutervo y
departieron con las autoridades.
Uno de aquellos días, a iniciativa de Moreno, los Vásquez preparan un banquete para
celebrar la amistad con la oficialidad. Pero en esa circunstancia, a una señal convenida, los
oficiales desenfundan sus pistolas y las encaran a los Vásquez que se encontraban totalmente
desarmados. «Están presos» - les dicen. La tropa que estaba escondida acude y los amarra,
conduciéndolos hasta el atrio del templo.
Y aquella triste tarde del 13 de noviembre de 1927, los Vásquez, once jefes, cayeron uno
a uno fusilados por la tropa, a la vista de la multitud, en el fúnebre camposanto de Cutervo.
Al otro día los familiares y vecinos que vinieron a sepultar a los infelices fueron
igualmente encerrados y, sin proceso, cayeron acribillados a balazos.
La muerte de los jefes desmoralizó a los «guapos» que se desbandaron. Los campesinos
que habían guardado su venganza por tantos años, los perseguían con las tropas. Los
fusilamientos se sucedían y el espíritu del pueblo estaba enfermo.
Por último, Benel con pocos hombres fieles, acosado por todas partes, perseguido de
cerca por el Teniente Temoche y los hombres civiles de Grimanez Berríos y Santiago
Altamirano, al ver agotadas las municiones en el combate del Arenal de Callayuc-
Querocotillo, antes de caer en manos de sus enemigos, con el último tiro que le quedaba en su
revólver, se disparó en la sien, el día 28 de noviembre de 1927.
Su cadáver fue llevado a Cutervo en una rústica camilla de palos y expuestos a la vista del
pueblo en la Plaza de Armas. Luego se le puso en severa capilla ardiente en la Municipalidad
y, con solemnes honras fúnebres, se le dio sepultura en el viejo panteón de la ciudad. La
misión de las tropas estaba concluida.
Tal el último capítulo de la trágica historia que vivieron los pueblos del norte
cajamarquino hasta las postrimerías del Gobierno de Leguía.
Poco tiempo de paz habría, sin embargo, en esta época. La Revolución de Sánchez Cerro
debió conmover al país en 1930. El pueblo volcó sus iras contra Leguía y todo lo que
significaba leguiísmo, al extremo de destruir maquinarias y obras en ejecución. Sánchez
Cerro fue el ídolo de la pasión colectiva.
Pero luego las fuerzas se dividen. Y Sánchez Cerro, ante terribles adversarios, responde
con atroz ensañamiento, al amparo de la Ley 8505 (Ley de Emergencia). Las sublevaciones
se suceden, los fusilamientos, las persecuciones, los vejámenes, todo llena el ambiente
nacional de una terrible atmósfera política y social. Y por sobre todo esto, además de la
amenaza de la guerra con Colombia, la desocupación y el hambre extienden su fatídico
reinado en la Capital.
Los hombres y los tiempos han pasado. Y desde esta lejanía de los años, el destino nos
depara el privilegio de poder contemplar como, esos mismos pueblos que ayer fueron
escenarios de los trágicos sucesos que esbozamos, se alzan hoy, remozados y fecundos, en el
concierto vigoroso y pujante de la peruanidad.
Trasmontando los cerros del infiernillo tenemos a la vista el caserío de La Succha, dos
laderas de escasa pendiente a una y otra banda del pequeño arroyo.
Sembríos, potreros, barbechos y casitas dispersas entre las chacras algunas son blancas
con tejados pardos y rojizos, otras son chocitas con techo de paja a la distancia, cerros
colosales se yerguen como informes murallones de faldas recubiertas a trechos por cultivos
de varios matices que alternan con el manto del verdinegro bosque.
Hacia las cabeceras del valle, casi a la base del cerro Ylucán, se destacan tres pequeñas
chozas rodeadas por chacras de tono amarillento; maizales en estado de cosecha. Vamos allá.
Subiendo la loma y bajando la hoyada para salir de nuevo por un caminito que sube
haciendo curvas llegamos aquí. En el pequeño palio cercado de palos está jugando un niño
con una especie de burrito hecho de retorcidas raíces toscamente arregladas con machete.
Este chico es Solano.
De la cocina sale una mujer de cutis saludable y cabello castaño caído hacia adelante en
dos guedejas. Trae un calabazo, coge a Soláno de la mano y se encamina con él a recoger
agua de la fuente cercana. Ella es Rosabel, madre del niño.
Más allá, en el potrero, una vaca baya y otra pintada muerden ávidamente los nudillales.
Allí está Don Santiago, hombre de talla mediana y abundante barba negra. Lleva sombrero
alón de palma y camisa de kaki con las mangas remangadas. La falta de poncho y los zapatos
que usan lo denuncian como hombre de ciudad metido al campo. Así es en efecto Don
Santiago. Es un ciudadano de Cutervo convertido en pequeño agricultor en este caserío de La
Succha, donde se radicó al tiempo de casarse con Rosabel.
Don Santiago coge una estaca y, rodilla en tierra, la clava en el suelo golpeando con una
piedra plana que levanta con ambas manos. Luego toma la soga de la vaca baya y la amarra
bien firme en la estaca.
Pablo baja montado en un burro, tras atro que viene suelto, está de regreso de Cutervo a
donde fue muy temprana, como siempre; para vender su leña, recorriendo una legua de
camino quebrado y rocalloso. Pablo es un muchacho trigueño y bien formado que ha pasado
los quince años. Estatura mediana y firmes facciones, lo evidencian como un típico mestizo
de los Andes.
Así, tranquila y lenta, se desliza en La Succha la vida sencilla. Cuando las aves cantan la
diana matinal, los campesinos, avaros del tiempo, se levantan a fin de aprovechar toda la luz
del día. El sol naciente los sorprende encaminándose al trabajo, sin periódico en la mano, sin
la ansiedad del comerciante que ojea los negocios, sin la del desocupado de la ciudad que
busca empleo, ni la del político que le mide los pasos al Gobierno.
Solán, desarrolla cual las plantas silvestres que medran en las faldas serraniegas. Ya
crecido, debe llevar temprano las ovejas del corral al cerro. Unas veces lo acompañan los mil
tonos de la luz de las auroras que despiertan en el alma motivos infinitos de optimismo y de
amor.
Otras veces, con su lienzo de llovizna, lo envuelven las nieblas que llenan el ambiente de
tristeza inmensa. El muchacho está frecuentemente solo, sin más compañeros que sus
animales, en la silenciosa majestad de las montañas adustas.... más tarde, las nieblas se
disipan lentamente y sale de nuevo el Sol haciendo renacer la alegría luminosa de los campos.
Nuevamente, cuando el valle va cubriéndose en la tarde con las sombras alargadas que
proyectan los peñascos, el niño campesino asciende el cerro para recoger su pequeña manada
y traerla hacia el corral. Ahora las notas de su antara resuenan como mística expresión en el
solemne mutismo del paisaje que languidece en melancólica agonía.
El fuego del crepúsculo flamea en occidente. Las nubes son de sangre. El horizonte es un
campo de guerra que las sombras conquistan en su avance. Y los altos picachos, perfilando al
trasluz sus cabezas colosales, hacen de centinelas protegiendo al Astro Rey que, en retirada,
acaba de perderse en lontananza».
Es la hora solemne. Aladas criaturas gorjean dulces notas... y el alma de las cosas se
infiltra y se confunde con el alma del hombre.
Solán es muy curioso. Anda siempre preguntando lo que dicen las letras grandes en los
periódicos que, a modo de espaldar, están en las paredes de su choza, en las etiquetas que
alguna vez llegan, en las inscripciones de los cajones que hacen de muebles y en las marcas
de las herramientas de labranza.
Solícita su madre responde a sus preguntas. Así ha aprendido ya el abecedario. Por eso su
primo Pablo, con el precio de dos cargas de leña; le ha comprado un libro de lectura donde
sigue aprendiendo con marcado interés. En la arena del patio o en las planas de «penca», Don
Santiago y su esposa le dibujan las letras, ya que el papel es caro y escaso en el campo.
Cae la tarde. Solano acaba de llegar con sus ovejas y las asegura en el corral. Entra luego
en la cocina para atizar el fuego. Las ollas de la cena están hirviendo. Pablo también regresa
de asegurar las vacas en el potrero, y trae unas ramas secas de chamizo para avivar la lumbre.
Se disponen a comer.
Ya es de noche. Los muchachos están en el patio mirando a la luna del cuarto creciente
que se va escondiendo tras el cerro.
Una calma absoluta invade el campo. Tan sólo el arroyo canta en la quebrada su eterna
canción. El cielo es un manto tachonado de estrellas y los peñascos, diríamos, gigantes
recostados majestuosamente en la inconmensurable infinidad del universo. El silencio y las
sombras tienden en el espacio el dominio de su misterio impenetrable... Es hora de dormir.
Hacía la media noche, como entre sueños, Solán percibe voces lejanas. Pronto se sienta y
aguza el oído... efectivamente: llamadas largas, entremezcladas con ladridos incesantes. Algo
raro ha ocurrido en la comarca. Llama a su primo y se levantan.
La noche está excesivamente oscura. Para oír mejor corren hasta la loma. El silencio de la
hora se quiebra en mil pedazos. Del monte de enfrente están gritando:
Y diciendo esto echa a correr por la bajada, mientras Solán suelta el llanto para ir tras él
gritando:
Pablo lo espera impaciente y, reunidos, se dan prisa. Rodando con su carrera varias
piedras en la hoyada, llegan a un pantano. Hay que bordearlo cuidadosamente.
Pronto están en la otra banda. No es fácil abrirse paso por entre la tupida espesura del
boscaje donde la oscuridad de la noche se hace mucho más densa. Pero ellos avanzan
orientándose por el rumor de la gente y el ladrido incesante de los perros.
Ya han llegado, por fin, al escenario. Alrededor de un árbol corpulento hombres y
mujeres, armados con hachas y machetes, forman un círculo. Los perros, porfiados y furiosos,
hacen ademán de trepar en el tronco.
El «maldiciau», el puma (el león americano), está arriba, es un bulto negro que se mueve
entre las ramas, cuando voltea, sus ojos despiden centellas, ¡Qué ansiedad! Todos sus
movimientos son seguidos por la vista de los circunstantes sin perder un segundo.
Este puma ha venido asaltando el corral del vecino don Marcos. Lo sintieron los perros y
le han seguido el rastro con su inerrable olfato. Dada la voz de alarma, todos los pobladores
de la campiña se han levantado a perseguir al «maldiciau» que; por haber comido, tiene un
tanto menguada su salvaje agilidad. Entonces trepó a un árbol por seguro refugio:
-Que venga Don Nico trayendo su lanza: Si de no, no hay como, porque es peligroso -le
contesta don Bartolo. Sin desprender la mirada del puma.
Luego aparecen de entre los matorrales, saludando con agitado cansancio, Don Nico con
su larga lanza, su mujer y sus hijos.
Todos se preparan con sus armas y el viejo tira la lanza, pero el animal está tan alto que
casi no ha sido tocado. Trata entonces de bajar por el tronco. Pero, cuando ellos se alistan al
ataque, el puma se encoje como un resorte y se dispara en un salto formidable:
Veloz, desaparece en la espesura del boscaje. Los perros lo siguen. Y los campesinos.
Montaraces como los animales mismos, entran en la tupida red enmarañada. La oscuridad lo
envuelve todo. Se escuchan solamente ladridos cortados, ramas que se quiebran, voces que se
pierden...
Pablo está impaciente porque Solán, cogido de su poncho, no lo deja correr como corren
los demás., y le inculpa el no haberse querido quedar en la choza.
Ya tiene al puma a su alcance. Pero el animal, sin darle tiempo, sube a la parte más alta y
se dispara en un salto aún más largo, tomando la encañada cuesta arriba.
El cholo Anselmo intenta detenerlo a machetazos. Pero un zarpazo del puma lo anula. Y
el «maldiciau» se escapa.
Siguiendo el rumor de los perros avanza la gente. Llegan hasta la base del cerro Ylucán.
Hay una estrecha cueva a cuya boca los perros rascan y ladran enfurecidos. Don Nico mete
állí la lanza, pero no toca más que la roca dura. Es necesario botar las piedras. Un fuerte y
repulsivo olor tiene el ambiente. Debe haber pasado por aquí el «añashco».
Cuatro mozos parten en pos de las herramientas. Pablo va con ellos para darles las suyas.
Su casa es la más próxima.
Pero ¡oh sorpresa! ... No es el puma. Es un «añashco» que se cruzó en el camino y cuyo
rastro siguieron los perros.
Los campesinos no aciertan a explicarse el chasco y el sol, asomando rubia cabeza, los
mira riendo con luz mañanera.
-Y doña Pancha Rupay, que ha subido un poco al cerro, les grita voz tiple:
-Que va a ser don Pablo -repuso el viejo- nosotros somos «campeños». Pa ud. le conviene
una «poblana». Su tío no lo ha de tener a bien...
-Sí. Don Nico, mi tío le quiere mucho. Por que dice que Ud. es el que más le ha ayudado
a trabajar cuando él compró ese terreno que era pura montaña.
Y vos, qué dices; ¿hija? -le dijo Don Nico a Flora- ¿Quieres casarte?
Lo que Ud. diga, taita -repuso la muchacha, sin levantar la vista y volviendo luego la cara a la
pared, para ocultar el rubor de sus mejillas.
Esas solas palabras bastaron, el compromiso estaba hecho. Flora será la compañera de
Pablo.
Ahora ya están juntos. Cerca de la casa de don Santiago los jóvenes han hecho su cabaña,
con el concurso de los vecinos, que se ofrecieron gratuitamente, como es costumbre. El
matrimonio está prácticamente realizado, aunque no sea después ratificado por el formulismo
de las leyes. La moral campesina lo resuelve todo por la buena fe de las gentes sencillas.
CONTINGENTE DE SANGRE
Es ya casi de noche y Pablo aún no vuelve de Cutervo. En La Succha no se cansan de
mirar el camino que desciende, por el cerro, pero nadie viene. El crepúsculo se apaga
lentamente.
Llenos de preocupación, se han sentado en el patio hasta avanzada hora en que el ciclo
encapotado se deshace en lluvia torrentosa que los obliga a entrar.
Temprano, al otro día sale tras él Don Santiago, llevándose consigo a Soláno que cuenta
ya doce años. Llegando a la ciudad le informan que ayer domingo cogieron conscriptos,
siendo Pablo uno de los detenidos.
La calle del cuartel está llena de gente, son viejos campesinos de semblante triste y
mujeres que, llorando amargamente, hilan sus copos de lana sentadas al pretil de las veredas.
Están esperando el turno para ver a sus hijos o parientes que se encuentran detenidos.
- ¡Atrás! ¡Cabo!
Solán, que hace tiempo no viene a la ciudad, se interesa por todo y no cesa de hacer
preguntas a su padre.
- ¿Para qué?
¿De qué se defiende a la patria?? ¿De los pumas que atacan a sus ganados?
No, hombre los soldados de la Patria deben pelear contra los hombres de otros pueblos en
la guerra.
Solán, no dice nada, pero sus ojos se llenan de lágrimas. Su corazón ingenuo no acierta a
comprender que los hombres se alistaran a la matanza de hombres ...y que llevan a su primo
hermano enrolado para esta ingrata tarea.
Llegando a la plaza se encuentran con el compadre Marcos cuyo hijo ha sido también
detenido. El viene de hablar con un «Defensor» quien le ofrece ponerlo en libertad,
arreglándolo todo por quince libras.
-Miren, qué absurdo -dice uno de los circunstantes- Hay varios muchachos menores de
edad ¿para qué los traen?
-Por sacarles plata -contesta otro- ¿Por qué más? la zona militar ha pedido veinte hombres
solamente: Y tiene Ud. más de doscientos encuartelados.
-Pero es que esta gente no tiene concepto de lo que significa el servicio militar. Debían
presentarse voluntarios a cumplir con su deber.
-Que concepto ni concepto: Señor, Ud. no conoce la realidad de las cosas. El concepto es
que esta gente es la única que paga el servicio con su persona cuando no paga por librarse de
él ¡Buena cosecha anual es esta historia!
-Con vender las vacas sales libre -le dice Don Santiago.
-No tío. Me voy al ejército. Cuando vuelva de allá entonces sí que me van a respetar. Si
no voy ahora otra vez volverán a abusar como lo hacen con varios. Sepa Ud. que el año
pasado cogieron a uno de dieciocho años. Pagó rescate y salió. Hoy de nuevo estuvo aquí, y
el hecho se repitió. Y así por el estilo... Las cosas andan muy mal.
...Esta gente es la única que paga el «Servicio» con su persona, cuando no pago para librarse
de él.
EL MAESTRO Y SU DOCTRINA
El tiempo ha corrido desde que Pablo falta de La Succha. Los campos lo extrañan y
producen menos. Hace unos días recibieron de él una carta y una fotografía con fusil al
hombro y galones de cabo, tiene un aire ceñudo muy distinto al que mostraba cuando,
envuelto en su poncho, llegaba de la chacra con el machete al cinto.
Todos se llenaron de placer contemplando el retrato del clase, menos Solán que para sí
pensaba que su primo se habría vuelto malo y sabría matar.
Ahora Solán, lleva casi a diario la leña a la ciudad. Ha vendido la carga de sus pollinos y
se dispone a volver a La Succha.
Al torcer una larga calle observa un letrero que dice: «Escuela Fiscal de Varones».
Por dentro se percibe una gran algarabía. Luego se abre el portón. En tumultuosa
vocinglería, cual pájaros fugando de una jaula, salen los muchachos llenando el barrio de
festiva alegría.
Corren los más traviesos a montar en los burros que lleva Solán. Otros los azotan con sus
correas y hacen la bulla máxima, hasta que uno de los jumentos al sentir que le hincan un
lápiz en la barriga, da un mordisco al travieso. Salen los vecinos al llanto del muchacho y no
falta una señora que le inculpa al campesino la «imprudencia de traer animales a donde hay
criaturas».
Por fin se han ido todos. En la calle apacible sólo ha quedado un hombre parado a la
puerta de la escuela. Su semblante es tranquilo y su mirar lejano. No se parece a los
campesinos, ni a los comerciantes ni a los gendarmes. Este hombre es el Maestro, don Carlos.
- ¿Para qué?
-Aquí aprenderás muchas cosas de suma utilidad. ¿Nunca has estado en la escuela?
-Sí sé leer, señor. También sé escribir, y poco me falta para saber las cuatro tablas.
Y diciendo esto lo coge amablemente del brazo y lo hace pasar a las salas de clase, al
taller y al museo, ¡Qué novedoso e interesante es todo esto para él!
Lejos ya del poblado, en el camino solitario de los montes, abre el libro. Contempla sus
grabados y lee algunas líneas:
«Estudia y trabaja niño. Sé bueno y altivo. Dale la mano al vencido, v no aplaudas nunca
al que oprime».
Una, otra y muchas veces iría desde entonces a visitar al Maestro y recibir sus directivas y
enseñanzas.
EL PÁRROCO Y SUS IDEAS
El día domingo en Cutervo es, como en todas las ciudades de la sierra, bastante
concurrido y pintoresco. Es día de feria y, tempranito, los comerciantes y las pulperas -que no
son chinos ni japoneses- abren sus, tiendas para la venta.
Las campanas repicando alegremente llaman a los fieles al ritual precepto: la misa
dominical. Por los caminitos rojos de los caseríos se ve bajando a los campesinos que afluyen
al poblado; trayendo, en caballos y al hombro sus alforjas llenas de comestibles. Con sus
ruecas a la cintura, las mujeres, con quipes voluminosos a la espalda, no llevan, calzado.
Sus pies y pantorrillas son recios y firmes. ¡Qué rojas y lozanas son las mejillas de las
aldeanitas pintadas por el sol de la mañana!
Luego de asegurar sus burros junto a un mulo y a un caballo que han sido amarrados en
un corral, Solán se encamina para comprar los útiles y, principalmente, la sal que le
encargaron.
Al pasar por la puerta del templo lo detiene su curiosidad junto a un grupo de jóvenes que
dicen galanterías a las chicas que van a misa. Al mismo tiempo, una larga columna de niños
en formación de a dos, avanza cruzando la plaza.
- ¡Los catequistas! dice uno de los presentes- Que no nos vea el cura parados en la puerta.
Vamos.
Los niños ingresan al templo dando fuertes pisadas de marcha. El cura cierra la fila y se
detiene un momento a la puerta para buscar más niños. Luego da con el muchacho campesino
que sin descubrirse, ha pasado el umbral de la puerta.
¡Quítate el sombrero, animalito! -le dice tomándolo, del brazo. - ¿No ves que has entrado
en la casa de Dios? Ven hijo, ven a hacerte cristiano.
Y, llevándolo consigo, murmura para sí: «Jesús, Señor. Apiádate de esta gente que vive en
el más deplorable abandono ¡Perdónalos, mi Dios, que sin saberlo te ofenden! Luego,
dirigiéndose al muchacho campesino le dice:
-Siéntate allá, hijo. Haz todo lo que los niños hacen. Aprende a oír misa.
«¿Así será la misa que el curita dice?» -piensa para sí el muchacho, a la vez que extrae el
machete de su funda de cuero y se abre paso a planazos, formándose un tumulto en pleno
templo.
Corre hacia él el sacristán y, desarmándolo, lo coge de una oreja y lo lleva a sentarlo junto
al altar mayor.
Las mujeres, postradas de rodillas, y los hombres de pie apenas perturban su posición
inmóvil para hacer la señal de la cruz, mientras el cura dice en latín sus oraciones, luego del
evangelio sube al pulpito para decir al pueblo «la palabra del Señor».
Se refiere a la lucha de los partidos políticos. Ataca con vehemencia las ideas de
izquierda, y aconseja resignación y paz ante el poderío de los fuertes, que, en cierto modo,
«son los representantes del juez supremo de los cielos y la tierra. El, pues, tiene derecho de
juzgarlos, no los hombres».
¿A cuál de los dos ha de creer? ambos parecen tener la razón. Y, más, aún, el hombre de
sotana podría inspirar más confianza ya que sus ademanes y sus palabras son acatados por
una muchedumbre que dobla las rodillas y baja la cabeza cuando les da la bendición.
La misa terminó. Los niños son los primeros en levantarse de sus puestos. Luego, el
curita, frotándose las manos blandas de castidad, se abre paso por entre las beatas que le
hacen silenciosas reverencias.
En el atrio, los hombres formando semicírculo; ríen a carcajadas mirando a las mujeres
que salen con una mancha azul sobre la frente, algún travieso hechó un trocito de anilina en el
tazón de agua bendita.
-Bendito sea dios con los demonios; - dice una señora beata, echando una cruz de
maldiciones -sobre los mozos que se codean imputándose el cargo en son de broma.
- ¡Recluta. , recluta...!
¡Qué martirio! Y esto ocurre a cada paso. En estos lugares de suelo accidentado con
escasas o ninguna carretera, el caballo y el mulo son los obligados medios de transporte. Pero
nadie está seguro de encontrarlos en donde los dejaran. Pues, cuando el Subprefecto necesita
viajar, o cuándo los gendarmes deben salir en comisión, echan mano de ellos como de cosa
propia.
Solán acaba de llegar hasta el corral donde dejó sus dos borricos para regresar a su
campiña. A la carrera, llega un hombre de poncho repitiendo: «¡Recluta, Recluta!» Y se
apresura a desatar el caballo y el mulo que ahí tiene, tratando de ocultarlos a gran prisa.
Solán está pasmado ante la violenta escena. Quisiera en ese instante hacerse fuerte para
castigar este atropello y arrebatarles las sogas a los agresores que se van, altaneros y matones,
cual dos galgos llevándose su presa.
Hace apenas un rato que en el templo escuchó las palabras del Párroco pidiendo
resignación ante el abuso de los fuertes, mansedumbre y quietud frente a los poderosos y
mandones que en cierto modo «son los personeros del señor».
Mas, las almas selectas, no podrán resignarse a la indolencia. Y se impone la voz de su
Maestro que condena al que oprime, y propugna la acción franca y altiva de la renovación
económica y social.
El Maestro y Solano... «Sé bueno y altivo. Dale la mano al vencido y no aplaudas al que
oprime»
UNA CARTA DE PABLO
El día está lluvioso. En el rastrojo de Don Santiago van a sembrar papas. Don Pedro
Julca, el Alejo y el cholo Anselmo están unciendo las yuntas, Don Nico ya les ha ganado y va
a romper el surco. Pero, antes de hincar con la garrocha a los bueyes que tiran el arado, se
quita el sombrero, reverente y se santigua:
-Bendito y alabado, Señor San Isidro echa tu bendición sobre esta chacra de mi compadre
Santiago.
Los otros gañanes, haciendo lo mismo van tomando sus melgas, fustigando a los bueyes:
«Juajo, Juajo ...melga, melga... Juajo ...
Las yuntas avanzan pausadamente, y tras ellas, las mujeres con sendas talegas van
echando la semilla en los surcos abiertos.
Arrecia la llovizna y Don Santiago los llama gritando desde la Loma de la Cruz:
-Vengan, compadre ¡No se mojen! ... esperemos un rato tal vez para el aguacero»
Todos acuden al llamado corriendo a congregarse bajo el alar del techo donde ya las
gallinas han ganado sitio en los bancos.
En esto llega Solán de la ciudad anunciándoles que ha sacado del correo una carta de
Pablo, se desmonta del burro y corre a protegerse de la lluvia, sacudiendo su poncho que está
mojado para colgarlo en una estaca.
Don Santiago abre la carta que está escrita en máquina y con buena ortografía. Alguien la
habría pasado en limpio. La firma de Pablo es inconfundible.
───
«Cómo quisiera ir junto con este papel hasta La Succha para verlos trabajando en las
aradas y en la siembra.
«Hace cuatro meses que me encuentro en esta capital. Pero no puedo acostumbrarme
todavía. No olvido mi tierra un solo día, ni me olvido de ustedes, los de la casa, así como de
todos los vecinos de La Succha.
«Lima es muy bonito: plazas, parques, monumentos, edificios, iglesias, paseos, teatros.
En las avenidas hay casitas tan lindas, los «chalets», que parecen juguetes, los carros cruzan
todo el día en un tráfico intenso.
«Aquí no hay pulperas paisanas como en Cutervo. Las tiendas de todas las esquinas son
de los chinos. Los principales almacenes de la ciudad son de los japoneses y otros de los
gringos y los judíos.
«Al jirón de La Unión concurre cada tarde una gran multitud: gente muy elegante que va
y viene, entre la música, las luces y lindas cosas que se ven en las vidrieras de los grandes
almacenes…
-Ay! Hija ¿Y quién no? -repone Rosabel, dando un suspiro que remata en sonrisa.
«Mientras unos pocos gozan o aparentan gozar, hay millares de gentes que llevan una
vida miserable, tan miserable y triste como nadie la pasa en esas apartadas campiñas de
nuestra tierra.
«Entre nosotros sería un verdadero escándalo quedarse algún día sin comer; pues, aquí
esto sucede a menudo, chicos harapientos y desnutridos entran en los restaurantes para pedir
las sobras que pudieran dejar los comensales. En muchos hogares pobres no hay a veces a la
hora de almorzar nada en las ollas vacías, ni dinero para comprar pan.
«Por último, la gente siempre cocina muy medido. Difícilmente hay para invitar a una
persona más que llegara a la hora precisa. Esto es muy distinto a la costumbre de nuestra
gente que cocina con abundancia en grandes ollas donde siempre sobra.
«Con frecuencia falta trabajo y millares de desocupados» atraviesan una situación tan
dolorosa que muchos de ellos deciden quitarse la vida. Los suicidios son frecuentes».
───
-Eso hay ser, dejuro —comentan los demás, con apenado acento.
-No es eso -explica Don Santiago- Allá no se vive de la agricultura. Se trabaja en las
fábricas, las oficinas o el comercio. Pero solamente, los grandes sacan ventaja. Los
trabajadores ganan miserias. Todo anda mal organizado. Dice bien el Maestro. La cura es
urgente, porque el enfermo agrava.
SORPRESA INGRATA.
El tiempo avanza. La familia de don Santiago está creciendo, son ya tres sus vástagos en
La Succha.
El ladrido del perro da la señal de alerta. Alguien llega a la tranca. Salen a ver. Son dos
hombres. Uno de ellos montado en un mulo, es un mestizo con su poncho fino de color nogal,
sombrero de palma con una delgada cinta de cuero negro y, espuelas sobre sus pies descalzos.
En la trasera de la silla trae una carabina. El «Mayordomo» de la hacienda Yerbabuena,
segunda persona del patrón.
El otro está a pie. Cholo fuerte, de poncho levantado al hombro también armado con
Winchester 44. Es un «semanero» que acompaña al Mayordomo.
En la choza son recibidos cariñosamente, como es de estilo hacerlo con todo huésped.
Don Santiago saca un poncho y lo extiende en el banco brindándoles asiento.
Rosabel, afanosa, entra en la cocina para atizar el fuego, mientras Flora y Eliana van a
ordeñar las vacas, entre tanto, Solán- desensilla el mulo y lo lleva al bebedero amarrándolo,
luego, en la pampita verde. Don Santiago ha sacado el mazo de tabaco, lo pica con el machete
para ofrecerles cigarrillos que preparan en finas pancas de maíz, encendiendo con un tizón
que trae de la cocina su menor hijo Juanito.
Los sembrados, el «roso», el barbecho, las desyerbas, son los motivos de la conversación,
mientras Rosabel sirve las tazas de chocolate con tamales y mote.
Dice, además, que en el remate parroquial de ese año él había comprado las «primicias»
de La Succha. Y, por lo tanto, el día que Don Santiago se constituyera en Yerbabuena debería
llevarle un saco de papas y otros de maíz.
-¿Soy, acaso «arrendador» de Yerbabuena ? replica Don Santiago; con extrañeza. Este
terreno me cuesta mi plata y mi trabajo. Nada tengo que arreglar, con el señor Melgarejo.
-No sé, señor -replica el Mayordomo- El otro día salimos con el patrón al alto de
Liglipampa para ver los linderos de la hacienda. Y nos dijo que, según sus escrituras, La
Succha también le pertenece.
- ¡Qué lisura! Ese viejo es así. Se antoja de algún terreno y se apropia de él valiéndose de
mil enredos y combinaciones. Pero conmigo se equivoca de medio a medio...
-No se encapriche Ud., Don Santiago. Es mejor que vaya Ud. a la hacienda a arreglar a
buenas. Ud. no sabe lo que es el patrón de malo. El lobo grande se come al chico. Es ya cosa
sabida por vieja.
-Yo no tengo nada que arreglar con él. El lobo sólo come corderos mansos, cuando los
halla durmiendo...
Hacia un lado, en la inverna de grama, los ganados relucen su gordura. Más allá un gran
cañaveral. Los peones, sudorosos preparan la caña para la molienda. Plantaciones de yucas y
tierras barbechadas cubren toda la pintoresca falda que remata en los linderos del bosque.
La casa da la impresión de una regia mansión señorial. Sobre el portón de enfrente que
está abierto, se lee esta inscripción:
«DIOS Y JUSTICIA»
«HACIENDA YERBABUENA»
De frente sigue un largo pasadizo que divide los jardines para terminar en la puerta de un
lujoso salón. Hacia la izquierda queda el amplio comedor. Al otro lado queda la capilla, en
cuyos altares coloniales, los santos viejos y apolillados han cedido algunos puestos a las
preciosas imágenes modernas de cartón piedra
Completando el cuadro de la casa están los dormitorios y una serie de piezas con
inscripciones: «Administración», «Herramientas», «Depósito», etc. Más allá en un extremo,
queda la pequeña puerta embarrotada del calabozo. Adentro hay un peón tendido en el suelo
con los pies aprisionados en el cepo.
El patrón, don Pedro Melgarejo y Malpartida, meciéndose en la hamaca del jardín, con su
pipa encendida, se entretiene en ojear una revista que no lee. Está seguro de que los trabajos
marchan bien. Para eso está su amaestrado «Mayordomo», los «mayorales» y «semaneros»
que, exprimiendo las energías de los parias satisfacen colmadamente sus ambiciones.
Sus botas amarillas, su camisa de franela parda, el gran sombrero palma que sostiene
sobre el vientre, el revólver al cinto y su gesto parrantoso y dominante le dan ese sello
inconfundible del gamonal omnipotente.
Alegres acordes salen del salón. La «niña» Julia con su novio, el Dr. Cómplice, están
ejecutando al piano una pieza a cuatro manos. En tanto el «niño» Alberto, recién llegado de la
Capital, ejecuta los pasos del tango, que sus hermanas Chabuca y Paquita desean aprender.
Pues, esta coreográfica lección ha de lucir mañana ante la selecta concurrencia que vendrá al
cumpleaños de papá.
-Es un hombre terco; patrón -le dice aludiendo a Don Santiago- Se ha hecho guapo, y me
ha dicho que no tiene nada que arreglar con usted.
-¿Eso dice? ¡Qué tal! Ya verá quién soy yo. Llámame al doctor.
Pronto aparece el joven abogado, complaciente y solícito, limpiándose los lentes con el
pañuelo.
-Hay que castigar esa insolencia -repone el abogado, tomando un aire de altivez
amenazante
-Ahora mismo lo mando traer preso -replica Melgarejo, con decidida actitud.
-No me parece oportuno el momento. Mañana es un día singular, Todo debe respirar
alegría; ni la más leve sombra debe empañar la lucidez y el esplendor de nuestra fiesta.
Además, la violencia en este caso no me parece necesaria para eso tenemos las leyes para eso
he estudiado yo. La justicia se amolda a todas las circunstancias, y no se dará el caso de que
un pobre diablo triunfe sobre el poderío de un gran señor como lo es Don Pedro Melgarejo.
-Gracias, doctor. Así es. Lo que Ud. afirma con su ciencia yo lo confirmo con mi
experiencia ... ¿Cree Ud., que el juicio durará mucho?
-No, señor. Los juicios son largos, generalmente, pero en este caso no será así hay que
instruir unos testigos, y lo demás es cuestión mía ya lo verá Ud.
- Muy bien -dice Don Pedro con un asentimiento de cabeza- Mañana, como de costumbre,
vendrán a saludarme mis amigos lo más connotado de la Provincia. Vendrán también las
autoridades. Entonces será una oportunidad para recomendarles el asunto.
-Muy bien patrón. Lo veré al de la Cata Estaría buenazo. Es muchacho maltón. Mañana
viene dejuro a ver la fiesta. Ahí no más lo pescamos.
Aquí es una pampita declivada. Hacia arriba está el bosque; abajo, una chacra de papas
salpicada de flores azules. La choza está lejos. No se la ve porque se interpone una lomada.
Don Santiago, hacha en mano, está rajando un tronco de corteza rugosa Soláno,
recogiendo, palos de leña, los va enterciando en aros de bejuco. Juanito, su hermano menor,
juega en la pequeña acequia construyendo un puentecito de palos.
De repente se avista, por el estrecho camino que atraviesa la banda de enfrente, un grupo
de gente que avanza. Se pierden en el boscaje de la quebrada y aparecen nuevamente
subiendo la cuesta en este lado. Solán los ha visto:
—Ah ya sé quienes son. Comprendo por qué vienen estos huilos - añade Don Santiago—
tomando un aire de firme decisión ante el momento que prevee aproximarse.
Aprende a ser hombre, hijo. Nos quitarán la tierra, pero no ha de ser fácilmente. No sueltes el
machete. ¡Pega fuerte y sin miedo!
El perro que estaba olfateando entre las piedras los divisa y corre ladrando al encuentro
de la cabalgata. Haciendo de guía viene por delante el Mayordomo. Lo sigue el Juez en un
caballo zaino; luego el Subprefecto, con ínfulas de chalán, en un potro moro recién enfrenado
que pugna por quitarle las riendas de la mano. A continuación, el Dr. Cómplice, el Escribano,
el Oficial y los gendarmes.
Unos tras otros bajan de sus cabalgaduras. Los caballos al sentir floja la sincha y quitarles
el freno van a morder la yerba que les brinda la pampa. Algunos extienden sus pelloneras en
el suelo para recostar sus cuerpos trasnochados. Hasta la madrugada bailaron en Yerbabuena.
El Subprefecto y el Teniente beben cerveza sacando una botella de la alforja del cholo
Doroteo
Todos tienden la vista hacia arriba. Suena un disparo y rueda el animal por la empinada
falda. Corren unos a recogerlo, alborozados, mientras otros se apresuran a coger los caballos
que se asustaron por la explosión.
Entre tanto, el Escribano ha abierto su cartapacio y llena las diligencias respectivas, para
dar posesión de la finca. La Succha a don Pedro Melgarejo y Malpartida.
Terminando de escribir invita a firmar al juez, Melgarejo y los testigos. Luego llama a
don Santiago para que firme. Este se aproxima con ademán resuelto, coge el papel... y lo
destroza tirando los retazos al rostro de melgarejo: «¡Toma, perro ladrón!».
Pronto salta un gendarme propinando tan fuerte culatazo a Don Santiago que le hace
rodar sin sentido. El Subprefecto va a ultimarlo con un tiro. Pero Solán le descarga un
machetazo hiriéndolo en la frente. Otro gendarme, de un sablazo, hace soltar el arma. Van a
acribillarlo, enfurecidos. Pero el Juez y el Escribano se interponen, secundándolos el
gendarme Olaya.
El pequeño Juanito, llorando a grandes gritos, agudiza las notas de la trágica escena.
Testigo inocente de tanto horror, que la naturaleza contempla impasible, mira ansiosamente el
milagro de una mano vengadora que no asoma.
En el poncho del Mayordomo han hecho una camilla para cargar el muerto. A Don
Santiago, que se ha reanimado, lo llevan atado de las manos con una soga sujeta a la silla de
un gendarme. También va preso Solán, aunque no han creído necesario amarrarlo. Juanito
tras ellos sigue llorando.
Al voltear la conga, se avista en la pendiente un gran derrumbe que, partiendo del camino,
hace un desgarrón amarillo hasta la hoyada.
Como un relámpago cae sobre su mente la idea de fugarse. Conoce el terreno a maravilla.
Sabe trepar los cerros y rodar por las quebradas con destreza admirable. La oportunidad es
precisa.
Y pensando esto, al pasar por el borde del derrumbe, se lanza al precipicio, velozmente,
en atrevido desafío con la muerte.
Pronto el tupido boscaje del fondo no permite ver nada. No es fácil seguirlo. Ha muerto
quizá. Dios lo sabe.
Empieza a atardecer. Antes de que llegue la noche deben continuar el camino que es
áspero y pesado. Los semblantes están más demudados. El aguardiente y los cigarros se han
concluido.
El Dr. Cómplice se bebió el último resto, casi media botella «Tomaste, patroncito -le dijo
un semanero- esto es bueno para el susto». Y él debió obedecer. Pues, el roedor gusano de la
conciencia va forjando fantasmas que crecen con las sombras al ocultarse el sol. El conocía
teóricamente el proceso de muchos crímenes. Pero nunca presenció lo que ahora sucediera en
el breve transcurso de unas horas.
«Muy bien… muy bien. El exterminio del enemigo. Quizá si ese atrevido habría sido mi
cuchillo. En buena hora... Que allí lo coman los shingos.
Y, sacando una efigie de Cristo que tiene en el pecho, un detente, la besa diciendo:
«Santo Cristo, no me abandones. Protege la vida de tu siervo, mayordomo de la festividad
del «Corpus». Por esta nueva propiedad que me has hecho ganar hoy voy a hacer celebrar una
misa en la capilla de la Hacienda».
… «Nos quitarán la tierra, pero no ha de ser fácilmente».
EN LA PRISIÓN
Junto a los numerosos presos políticos se encuentra detenido Don Santiago. La suerte de
todos ellos está pendiente de la sentencia que recaiga sobre ellos por la «Ley de Emergencia»
Confinamiento en las montañas o en las islas. Quizá el fusilamiento ¿Quién lo sabe?
En esta hora de angustia se oye un ruido de llaves y cerrojos que crujen. Se abre el portón,
pesadamente, y aparecen delante Rosabel Flora, Juanito y Eliana que tratan de abrazar a Don
Santiago, en medio de sollozos y lágrimas.
-Mi papá y Don Anselmo se fueron a buscarlo -Contesta Flora, y dicen que sigue el rastro
por Chipuluc. Ya se han ido siguiéndolo los hijos de don Catalino.
- ¡Valor amigos míos! Valor señoras. No lloren niños. ¿Qué importa la prisión para
nosotros si Solán está libre? Las grandes conquistas del pensamiento exigen de nosotros
grandes pruebas, sacrificios, martirio...
Hay a veces eclipses de incertidumbre, horas sin fe, desconcertantes y amargas. Pero
nuevas esperanzas se levantan. La verdad y la justicia se impondrán un día. A mayor mal,
mayor fuerza de curar. A mayor despotismo y opresión, ansias más incontenibles de libertad.
Y tras un momento de pausa, habla para sí como contestando una interrogación que no se
oye.
-Ya, señor -interrumpe el carcelero- Por hablar así está Ud. preso y no se cansa. Debe Ud.
tener más tino y no exponerse ni agravar su situación. Y más que todo, no me comprometa
Ud.
Luego, dirigiéndose a los visitantes, les indica que se apresuren. No hay tiempo para más.
Si viene el oficial se va a molestar, por no ser éste día de visita
-No tengan miedo -les dice Don Santiago al despedirse. A lo hecho, pecho Peor habría
sido que estuviera preso sin haber hecho nada, como están muchos. Procuren sí que Solán
esté a salvo. Mi compadre Nico no les abandonará. Por mí no teman. Sea mi suerte la que
fuere no importa. Sufriré mi pena. Nada de lamentos ni de llantos. No los críen cobardes a los
chicos.
-Habrá que pensar en emigrar a las regiones boscosas de San Andrés, Santo Tomás o
Pimpincos. A la Sacilia, Cujillo o San Juan -repone Don Santiago- Hay que buscar un refugio
seguro mientras se pueda ver alguna solución. En todos esos pueblos tengo buenos amigos.
-Algo grande ha de salir algún día de las montañas de San Andrés, de las montañas de
Santo Tomás -dice el Maestro.
Reconfortados así los ánimos, luego de algunas frases confidenciales, los visitantes, a
instancias del Alcalde, se despiden abrazando silenciosos a los presos.
Luego, un ruido de cerrojos y de llaves pone punto final a esta breve y patética entrevista.
CHIPULUC
El tupido bejucal de la hoyada impidió que Solán se estrellara en su caída. La herida que
tenía en la cabeza y las diversas contusiones no le impidieron seguir adelante hasta el camino
de Chipuluc.
Casi al anochecer llegó a esta campiña. En un paraje despejado, los hermosos caballos
que despuntaban la yerba levantaron asustados la cabeza al sentir la presencia del muchacho,
y echaron a correr briosamente con armonioso paso braceado.
Por allí cerca estaba un hombre cortando ramas secas con su machete. Era Tiburcio, un
«arrendador» de la Hacienda Yerbabuena quien se alarmó a la presencia del muchacho
ensangrentado.
Solán comprendió que se hacía necesario ocultarle la verdad para seguridad. Y se acercó a
él saludándolo cortésmente. Tiburcio se apresuró a inquirir:
-El patrón me mandó de Yerbabuena para que vaya al Palo Solo a traer dos plantitas de
palma para sembrar en el patio de la Hacienda. Venía montado en un caballo pajarero y en la
Shita salieron unos perros a ladrarme. Partió el animal y, al voltear un quengo del camino, me
botó.
-No mucho, felizmente -replicó Solán, mostrándole la cabeza con la sangre ya resecada.
-Hay que lavarlo con aguardiente. Vamos a la choza. No falta casualidades y nadie
estamos libres de un caso.
Tiburcio enterció la leña que tenía cortada, recogió su poncho que se hallaba tirado sobre
una piedra y se adelantaron ambos hasta la choza que estaba cerca.
-Acau, viaste, pue... Hay que echarle aguardiente con «quishil». Eso es bueno. Así lo
habían curau a ño Patricio cuando le habían rajau la cabeza peleando con palo los Guevaras.
Había anochecido completamente y la luz del chamizo en la cocina daba sus llamas
rojizas y despedía chispas. Al contorno dos muchachas -y decimos muchachas por el timbre
de voz, no por que se las hubiera podido reconocer en la penumbra- disponían los «mates»
para comer. Lac ... lac ... lac van disponiéndolos al rededor para echar en ellos el mote y un
hervido de papas. Un cholito maltón los llama para que pasen a sentarse.
En unos banquitos toscamente labrados con machete se disponen a comer, mientras los
cuyes rondan y los perros husmean esperando su parte.
-Si, pue. Da miedo el patrón de malo. Das, das lo patea a cualquiera y lo hace poner al
cepo.
-Mejor será que me dé Ud. un caballo. No lo ha de tener a mal. Puesto que es para
cumplir sus mismas órdenes ¿Qué le parece?
-No, don Tiburcio, más bien se enojará si no me lo dá, sabiendo que es para su servicio.
-El me manda decir que le cuide bien esos caballos que son pa que salga a la costa lotro
mes.
-Si se enoja le dice Ud que yo he venido en su nombre a pedirle el caballo De ese modo
no tendrá cólera con Ud. sino conmigo. Yo respondo.
La pieza quedó oscura, al apagarse los últimos leños del fogón, y algunas estrellas se
divisaban por entre las aberturas de la quincha. Excepto el «curcurear» de los cuyes que
ambulaban en el cuarto no se escuchaba un rumor. En tal quietud y calma, el sueño puso
punto final a las fatigas de aquel día.
Los caballos, ariscos y engreídos, apenas vieron al hombre pantorrilludo asomar soga en
mano, partieron airosamente riendo con relinchos y dándose mordiscos.
Es difícil cogerlos en el ancho potrero. De aquí para allá el cholo, sudando y afanoso,
trataba de meterlos en la hoyada. Pero los animales, sin darle gusto, se escapaban corriendo
cuesta arriba.
Preparó entonces una trampa de lazo corredizo en un caminito angosto por el cual no sin
trabajo, consiguió adelantar a los briosos. Resonando las narices sigue adelante un caballo
negro de arrogante estampa. Este es el preferido del «niño» Alberto.
De repente ... ¡ Bram! Se sintió una estremecida con el tirón de la soga que estaba
amarrada a un palo de «churguis». Cayó el caballo negro enlazado del pescuezo. Las demás
bestias huyeron quebrando las malezas a uno y otro lado.
Tiburcio le habló al animal con cariño y se acercó hasta él con cuidado hasta darle
palmaditas en el lomo. Poniéndole bozal montó y regresó a la choza. Da gusto montar en este
caballo. Fino paso, brioso, dócil, noble. Tan sólo los patrones de Yerbabuena se dan el lujo de
tener esta clase de bestias.
De la cocina se levantaba una columna de humo. En la fría mañana de los campos ese
tenue penacho que se levanta al cielo despierta siempre una grata emoción Isidora iba
atizando el fuego para hacer un caldo con que obsequiar al viajero.
Solán aún no se había levantado pese a su costumbre de madrugar. Tenía el cuerpo pesado
y adolorido. Al fin se incorporó saliendo al patio. La presencia del hermoso bruto que tenía
delante, con su arrogante estampa bruñida de sudor, comunicó al muchacho nuevas fuerzas y
valor y pensaba para sí:
«Sobrada razón tiene siempre el Maestro. Bien me decía que los gamonales se creen
superiores a nosotros por ser dueños de tantas y tan valiosas propiedades, de tan poderosos y
excelentes elementos. Claro, tienen razón de no pensar nunca en el sufrimiento del hombre
que trabaja a su servicio. Su conciencia está adormecida. Sólo un gran dolor podrá
despertarlos. Cuando ellos sufran lo que nosotros, recién van a saber que los hombres
tenemos derecho a la vida y al bienestar. Pero, cuando despierten será ya tarde.
Ellos pasaron a la cocina y se sirvieron una especie de chupe verde de Inmutas salpicado
con huevos. El mote humeante no podía faltar, por supuesto, ni menos las papas sancochadas
con ají molido.
-Muy malo es el patrón -repetía Solán mientras comía - Quien sabe un día le vaya mal...
Ya tiene muchos enemigos ... «Y no hay enemigo chico»
-Ha de llegar un día en que ya no le obedezcamos. Nada es eterno toda medida se llena.
Al fin ha de haber justicia. Los de arriba y los de abajo se colocarán en un término medio.
Pero esto ha de costamos lucha y esfuerzo.
—¿Qué va ser?... ¿Quién va a meterse con el patrón? Nos matarán a todos primero.
-Nos matarán a unos, pero no a todos. El mundo va a cambiar. Yo he leído así en los
libros que me ha dado el Maestro.
-Así hay ser, pue. El que tiene estudio sabe. Pero el que no lo comprendemos la lectura
¿diónde sabemos nada? A nosotros nunca nos han echau a la escuela ni habiu quien nos
enseña nada. Si de no algo supiéramos.
-Péscuste pal camino -le dijo Isidora entregándole unos choclos sancochados de la olla.
En esta alforjita écheluste mejor.
Con palabras de vivo agradecimiento Solán abrazó a sus protectores, colocó sobre el lomo
del caballo el poncho que Tiburcio le prestara. Y con la ayuda de éste montó. «Adiós, adiós...
«! Y ellos respondieron:
-Adiós, ya pué...!
-Adiocito...!
CAMINO A TABLABAMBA
Chipuluc ha quedado muy atrás, al otro lado de la quebrada. Por aquí sigue el camino
ascendiendo una empinada cuesta llena de copiosa vegetación silvestre. La niebla que se
cierne en el espacio no permite divisar más allá de algunos metros. La sombra de los árboles
a cierta distancia simula extrañas formas de inmóviles gigantes. Nadie viaja en este día,
porque el adagio dice: «Día martes no te cases ni embarques». Otra cosa sería si estaríamos
en sábado o en lunes.
Más arriba decrece la vegetación de árboles y arbustos, hasta que sólo quedan los
pajonales en donde el viento silva con escalofriante soledad. Allí está la «Cueva de la
Crucita». Es el santuario en donde el viajero se descubre con reverencia, reza y, a veces
prende una cera.
La tosca cruz de palo entre la gruta es el consuelo y la confianza de los arrieros que en
ella se encomiendan. Algo hay que dejar para la «Crucita». Una moneda en la alcancía para
su misa o, al menos, una ramita, una piedra, un terrón. Pues de no hacer «dizque castiga».
Allá, muy lejos, un cielo gris-pizarra se prolonga hacia la tierra en blanquizcos trazos
verticales. Es la lluvia que cae. Bien se dice que en estos sitios «llueve catorce meses al año».
Doce meses del cielo y, los dos restantes, de los árboles y de los techos de paja que siguen
goteando después que la lluvia ha cesado.
En el fondo del valle, abriéndose paso en los claros inestables de las nubes, cae a trechos
el Sol. Chacras, rastrojos y plantaciones con variados matices de verde nos advierten la vida
de la ubérrima campiña. Allá es Tablabamba.
Ya la noche se adelanta. Solán está en el valle, pero no llega todavía a ninguna cabaña.
Parece que se ha extraviado del camino. La oscuridad no le permite orientarse. Es prudente
detenerse más bien hasta el amanecer. Hay muchos «atolladeros» que la lluvia ha formado y
en los cuales puede hundirse el caballo. Los rodaderos, las culebras «horcadoras» que ha oído
referir a los que viajan por estos sitios, las que se tienden de una a otra rama del camino, para
enrollarse en el cuello del hombre o animal que transita de noche. Hay tantos peligros...
«No, no puede ser -reacciona Solán, - El Maestro me ha dicho que los malos espíritus no
existen sino en la imaginación de los ignorantes. Debe ser algún pájaro nocturno como el tuco
y la lechuza...».
Y, diciendo esto para sí, se levanta buscando a tientas una piedra en el suelo. Aguzando el
oído para localizar al agorero tira al ramaje del árbol. Una sombra se escapa volando muy
bajo para perderse en la oscuridad. «¡Anda, añicudo a engañar a otros!» -dice Solán, a media
voz, y de nuevo se acomoda para dormir, que el sueño y el cansancio lo dominan.
Amanece. Una fuerte lluvia se ha descargado. El árbol ofrece abrigo por un momento,
pero luego empieza a gotear y no hay donde esconderse. Menos mal que ya clarea. Va
amanecer. Clarinadas lejanas de los gallos que cantan despiden a la noche saludando al alba.
Hay que partir.
El negro caballo ha pasado muy buena la noche porque hubo pasto muy abundante del
que dio buena cuenta. Solán lo desata, monta y parte hasta entrar otra vez en el camino
grande que es todo un lodazal.
Buena gente debe vivir allí. Así lo cree Solán, y se adelanta por un estrecho sendero lleno
de cafetales, mientras una amplia gasa de niebla va suspendiéndose lentamente desde el
fondo de la quebrada, ocultando al muchacho que sigue cantando:
Las matas de plátanos, los guayabos y naranjos que rodean la casa oscurecen un poco el
pequeño patio. Un tosco banco yace desde la puerta hasta la esquina de la pieza principal. Las
paredes no están enlucidas. La puerta es angosta y se encuentra situada hacia un extremo.
Casi a igual distancia del otro lado se abre en lo alto una pequeña ventana como para dejar un
poquito de luz.
Un poco más allá, hacia la derecha, está la «parada», el trapiche de madera con masas
verticales que hacen funcionar los bueyes en la molienda de la caña dulce.
Buena gente, en verdad. Solán, no estuvo equivocado. La vida sencilla de estos lares
agrestes deja muy poco margen a la maledicencia, al vicio y al resabio de las ciudades y las
haciendas.
LA CASA DE DON ESTEBAN
NACE UNA ESCUELA RURAL
Mauricio, el muchacho cantor, hijo de don Esteban, fue el primero en recibir a Solán en el
potrero. Mocetón como el, se alegró mucho de ver un huésped en su casa tan poco
frecuentada por gentes nuevas.
Tiene cara de buen hombre don Esteban. Su semblante es algo pálido como el de todos
los habitantes de estas «jurisdicciones». La barba y el cabello están crecidos, y bajo el ala de
su viejo sombrero se dibujan hondas arrugas en la frente. Su mujer, doña Juana, mujer blanca,
de facciones aguileñas tiene fuerte y gruesa contextura.
Los demás miembros de la familia no están presentes. Unos han salido a la chacra para
sacar yucas, otros a diversos menesteres, porque aquel día va a haber «molienda». Pronto irán
llegando los peones y las «mingas» y hay que alistarlo todo.
Se uncirán los bueyes para dar vuelta a la «almijarra» de la «parada» qué ha de crujir,
monótona e interminablemente, moliendo cañas, y dejando correr un hilo de guarapo a las
artezas. La paila en el homo hará tomar punto a la miel para sacar chancaca.
O tal vez se les ocurra preparar «alfeñique» o «rallados», apetecido dulce empaquetado en
«carapa» de plátano que se lleva a la Feria de Cutervo. A la gran Feria de Agosto en honor de
la Virgen de la Asunción. La tradicional y antigua Feria de Cutervo. La más antigua feria de
todo el Continente Americano.
Las labores del día terminaron parcialmente. Don Esteban conoce ya la historia de su
huésped, sabe quién es y de lo que es capaz. Nunca, en verdad, llegó a su casa un sujeto como
él, que sabe tantas cosas y que tiene tantas ideas no comunes a quienes vienen a veces para
comprar chancaca y café.
Es curioso constatar la importancia que en estos lugares tiene el hombre que sabe leer. Y
más aún el valor que cualquier papelucho adquiere, aunque sea el retazo de periódico en que
viene envuelto el jabón adquirido en el comercio. Claro que sí. No hay diarios, no hay libros,
no hay revistas.
-A nosotros nos hubieran mandau a la escuela algo supiéramos -replica uno de los
vecinos-. Antes ha sabido haber una escuela de un cojito de la Coica que había veniu a hacer
leer en La Penca. Ese pue le había enseñau a ño Víctor Mena y ño Santiago Altamirano que
son leidasos.
-Cati, estuviera bueno que se quedáraste aquí pa que enséñuste a leer, -le dice doña Juana
a Solán- De nosotros hay cuatro muchachos para escuela. De aquí, de mi compadre Andrés
hay dos...»
-De mí también dos, pue -interrumpe don Catalino que hasta entonces no había dicho
nada- el Casimiro y el Alejo.
-Tres son de Usté -replica doña Juana- Tres, pue, con la Domitila.
-No vale échalo a la escuela a las mujeres. Lo primero que aprenden es a «cartear». La
escuela es pa los hombres no ma. De aquí de toda Estancia hay hartísimos.
-No, señores. No hay por qué privar de la instrucción a las mujeres - interviene Solán-
Mientras más hombres y mujeres sepan leer más adelanto tendrá nuestro país. Y no sólo a los
muchachos, sino hasta a los viejos debemos enseñarles a leer.
-Si se animaste, estuviera buenazo -replica don Esteban- Pacá le traeremos a su mamita y
a to su familia de La Succha. Das, das nos vamos de aquí y los traemos todo nada.
-Qué bueno estaría! ¡Buenazo! -comentaban todos con entusiasmo, mientras los niños que
están congregados en un rincón parlan también a su manera.
Los hombres de esta región lo respetan y lo quieren, porque sus hijos ya saben leer, ya
saben algo. Ellos lo ayudan y le procuran cuanto es posible para tu bien. Rosabel, Flora,
Juanito, Eliana, todos están allí, cerca a la casa de don Esteban en el amplio local de la
escuela. Tenían a la mano madera del cercano bosque, carrizos, soguilla, broza para el techo y
brazos voluntarios. Todo es posible cuando los hombres se comprenden y se ayudan
cooperativamente.
Viernes, día de alistar las cargas de café y chancacas. Por la tarde hay que, emprender el
viaje, dormir en el camino y llegar el sábado a Cutervo, para la feria del domingo. Mulos,
caballos y pollinos ascenderán la cuesta de Salesipuedes con la ayuda de los arrieros que van
a pie arreglando las cargas que se ladean frecuentemente o transportándolas por trechos al
hombro en ciertos malos pasos y atolladeros. ¡Qué pésimos son estos caminos cuando llueve!
Solán, piensa que vienen a llevarlo. Seguro han dado con su paradero y los «loros» vienen
por él. Así lo comprenden también los vecinos que se apersonan para ayudar a la familia a
ponerse a salvo. Sí, los «loros», los gendarmes de uniforme azul con verde.
Con la ayuda de todos se apresuran a sacar lo más preciso y se encaminan cuesta arriba a
esconderse en el «monte» al otro lado del «roso» de don Leándro. Desde arriba se avista todo
el valle. Por el ancho camino de la otra banda asoman los jinetes: tres, cuatro, cinco, seis...
Han llegado algunos a la casa de don Cieza y otros están entrando a la del Balvino. Luego
se van a otra parte. Han llegado también a la choza del Tiburcio, de ese Tiburcio de Chipuluc
que hace meses ha venido también a instalarse en estos lares ¿Qué querrán? ¿Qué buscan?
Veámoslo de cerca.
En otros casos cogen a los mozos simulando llevarlos como conscriptos, no falta entonces
otro gendarme que llama «en secreto» a los padres del detenido y les ofrece «darle de manos»
o pedirle de favor al Subprefecto para dejarlo libre. Naturalmente este favor tiene que ser
remunerado. ¡Bien pagado!
Y mientras estas escenas aparatosas suceden, otros aprovechan (el Gobernador es diestro
en esto) para penetrar en las habitaciones y sustraer alhajas, jatos, cucharas de plata, frazadas,
ponchos nuevos y cuanto objeto de valor encuentran a su alcance, apoyados en el refrán que
«todo trigo es limosna»...
Parece que no han querido detenerse en Tablabamba más de un día. Ahora se dirigen a
Cuchea, para proseguir por Callayuc, Sillangate, Sanicullo y Callacate. «¡Magníficos valles
de la Jurisdicción!» ... «Campos explotables» ... «La bendición de Dios» ... «Buena
parroquia» comentan entre camino Gobernador y Subprefecto, mientras se alejan.
Entre tanto, Solano que ha sido informado de estos sucesos, de acuerdo con don Esteban,
manda reunir a todos los vecinos de Tablabamba. Pronto fueron congregándose en la casa de
la escuela, haciéndose los respectivos comentarios, rematando siempre en las imprecaciones:
«Anda bandidos, maldiciaus». «Lo mal habido lo lleva el diablo!»,
Alguien opina por hacer una denuncia común ante el juzgado, por-que alguna vez don
Pórfido Montego les dijo que cuando les ocurra cualquier cosa acudan a él para arreglarlo
todo ante el juez con un recurso.
Confirmando esta opinión, otro de los presentes manifiesta que don Pórfido es muy buen
«Abogau» ¡Pues, él les hizo ganar a los Barturenes un larguísimo juicio!. Claro que gastaron
mucho más de lo que el terreno costaba. Se quedaron pobres, pero salieron con su capricho.
La opinión de don Esteban: «Entre grandes se darán la mano. Nos harán mal».
Tercia don Tadeo Salas: «Yo digo que este es un castigo de Dios. Lotro día el curita se
enojó feamente con los que no habían llevau las primicias que manda la doctrina pa la Madre
Iglesia. Bien pudiera que hubiera hechau maldiciones sobre nosotros de Tablabamba».
-El único que ha llevau «primicia» este año ha sido dizque el Pedro Cuchopoma. Diai
nadie otro ha cumplido.
-No sean gafos -interviene Mauricio- En todo nos friegan a nosotros y todavía van a ir
llevándole regalos, al que todo tiene de sobra ¡No sean gafos!
- Esa es mi opinión -añade Solán - Aquí no hay maldición ni castigo del cielo, porque
nada malo hemos hecho. Solo hay un gran abuso. El abuso de siempre. Para el pobre no hay
justicia. Si esta vez nos quedamos inactivos volverán de nuevo, con más resabio, con más
ganas, cúantas veces quieran hacerlo, y nos arruinarán. Conviene pararlos firmemente hoy
mismo.
-Fácilmente. Por lo que se sabe éstos van a seguir por la ruta Callayuc, Sillangate,
Callacate. ¿Quién no conoce los «portachuelos?
En cualquier parte de estos puntos un solo hombre puede matar a ciento -prosigue Solán-
No tenemos armas, pero tenemos el terreno estratégico, tenemos más resistencia para correr,
para subir los cerros a arrastramos por entre matorrales como ninguno de esos cobardes puede
hacerlo. Tenemos la justicia y tenemos voluntad. ¡Al hecho!
-De una vez -dice Mauricio- y, todavía estaría bueno acordar con los Vásquez de Lanche
que tienen carabinas. Ahí si no se escapa ni uno y les quitamos todo lo que han robau.
La decisión y el arrojo de los jóvenes se impone esta vez a la prudencia de los viejos de
Tablabamba... Pocas palabras preceden a los hechos. Menos formulismo y exhibición, pero
más fondo.
¡Cuando la justicia es monopolio de los fuertes, hay que hacerse justicia con propias
manos...!
LA TRAMPA DE «LA CULEBRLLLA»
JUSTICIA CON PROPIAS MANOS
Entre empinados cerros corre el Río Chotano que en estos días de «verano» está casi seco.
A esta margen derecha queda el camino solitario cual una cinta descolorida que se ondula
cortando la pendiente. Aquí es La Culebrilla de Callacate.
Una «barbacoa», un puente en seco, de retorcidos troncos, salva un precipicio. Los más
prudentes, cuando pasan por este sitio, se desmontan siempre a precaución. Y si son creyentes
se santiguan y se encomiendan al santo de su devoción para no caer. Feo sitio. Abajo un
abismo; hacia arriba el cerro como un paredón cortado a pico.
¿Quién puede sospechar lo que allí ha de ocurrir en breve tiempo? Disimulados entre las
matas de la altura, los campesinos no son vistos desde abajo. Pero allí están en impaciente y
decidida espera. Tiempo sobrado han tenido para arreglarlo todo. Diez minutos antes que los
saqueadores lleguen hasta la «barbacoa» ellos podrán divisarlos perfectamente desde arriba.
Al fin asoman ya ¡Ellos son! Muy contentos vendrán de la «cosecha». Traen varios mulos
cargados con el botín, además de varias cabezas de ganado vacuno y caballar. Ya los veremos
de más cerca.
En el grupo campesino que espera las disposiciones son rápidas y precisas. Dos hombres
se encargan de destruir la «barbacoa». Galgas y piedras de mano convenientemente servidas a
discreción. Los cohetones prendidos en el suelo para simular disparos, los tizones
encendidos... Nerviosa actitud... pocas y precipitadas palabras ojos que atisban sin perder
segundo, el avance de la patrulla que viene un tanto diseminada.
Los gritos de los heridos, la estridencia de los cohetones y el rodar de las galgas producen
aterrador conjunto de confusión y espanto. Despeñarse.... correr. . . ¡No hay esperanza!
- ¡Nos fregaron! ¡Malditos! - dice un gendarme, salvándose por milagro, a la carrera.
Pocos logran seguirle sin caer fulminados en su intento, escapando arteros golpes a la muerte,
¡Sálvelos Dios de tan terrible trance!
Cesó el ataque y a gran prisa bajan los asaltantes al camino, ¡Macabro y espeluznante
espectáculo a la vista! Los iniciados guerrilleros, se espantan de su propia obra. No pensaron
hacer tanto daño. ¡Horroroso conjunto de despojos humanos!... Cuerpos sangrantes... vísceras
saltadas... miembros desgarrados... hombres y animales heridos o muertos.... ayes lastimeros
de dolor y agonía.
Alguien advierte allí, aprisionado bajo una galga, un herido que pide, clamorosamente
auxilio. Corren presurosos hacia él. Su estado es grave. No es un gendarme, pues no tiene
uniforme.
¡Animo, ánimo fuerte! Esto no es obra nuestra... Ellos son los culpables, y más que ellos
mismos, los grandes mandones del país, los grandes magnates, los dueños de todo: de
haciendas, de leyes, de vidas... Nosotros no hemos hecho dada más que defender nuestro
propio derecho».
«La defensa no es crimen. Nosotros no somos criminales... Nos hemos hecho justicia con
nuestras propias manos».
La bulliciosa vida de Lima fue saludada aquella mañana de mayo con la noticia de la
prensa oficializada que a grandes caracteres informaba sobre los trágicos sucesos de La
Culebrilla en la Provincia de Cutervo. Naturalmente, los datos estaban monstruosamente
deformados. Pues, todos ellos coincidían en decir: «Perversas y criminales manos cortaron la
existencia del ejemplar funcionario Alex Bustamante». Vamos a estractar una nota editorial
del diario oficialista «El Notición»,
«En ejercicio de su patriótica labor, este funcionario realizaba una gira para servir mejor
en los pueblos de su jurisdicción, la bienhechora política de nuestro egregio Mandatario,
siendo cobardemente agredido a madialva.
«Los hombres de bien; conscientes de sus deberes cívicos, aplaudían la obra del
funcionario que, abandonando las comodidades de la ciudad y del hogar, cruzaba los caminos
escarpados, para llevar hasta aquellos apartados rincones del Perú el mensaje de paz y
progreso del país que el Supremo Gobierno propugna, cuando manos criminales segaron,
arteramente, tan útil existencia.
«En nombre del pueblo peruano, de la seguridad y del honor nacional, exigimos se
intensifique la persecución de estos maleantes y sus instigadores, los que deben ser
entregados a la mano implacable de una CORTE MARCIAL...
Pablo, que ya fue licenciado, leía este comentario en compañía del cabo Pedro Cárdenas,
del Cuerpo de Sanidad, que también ha sido dado de baja. Oigámoslos conversar:
-¿Qué le parece esto, mi Sargento? Ud. que es de por aquellos lugares debe tener mejores
datos de estas cuestiones. ¿Quiénes son esos bandoleros de los que se habla aquí?
-Todavía no tengo ninguna comunicación. Pero confío de que las cosas no han de ser así.
Los periódicos tuercen la verdad de los sucesos. Y, a propósito, voy a contarle que a nosotros
dos trajeron amarrados para cumplir el Servicio Militar. Sin embargo, conservo este recorte
de un periódico que comentó a nuestra salida…
-¿De manera que Ud. cree, mi Sargento, que es falsa esta información?
-No del todo. Al tal Subprefecto deben haberlo muerto por abusivo y ladrón.
-La gente de allá no es criminal como la pintan. Es gente sufrida. Pero hasta cierta
medida, como en todas partes. La paciencia se agota y la rebelión estalla... La historia de la
Sierra del Norte aún no se conoce aquí.
- Vea, por tantas cosas que he oído hablar del Norte, me gustaría conocer.
Vamos allá. Quizá le podría ir mejor que quedándose a vivir en esta capital. Creo que
podremos hacer algo más que buscar un miserable empleo. Allá, precisamente, necesitamos
hombres despiertos, arrojados, decididos. Entonces las cosas en mi tierra podrían cambiar.
-Mi Sargento, comprendo sus palabras... Parece que estamos de acuerdo. Casi podría
decir que lo voy a acompañar.
Surgen los recuerdos. Mejor dicho, hace el recuerdo de su vida. La pobreza y la miseria
rondaron siempre en torno suyo. A costa de grandes sacrificios había cursado la instrucción
primaria en una escuela fiscal de Arequipa, su tierra. Su pobre madre, lavandera, vivió
siempre pegada a la batea y a la plancha, hasta que partió para siempre dejándolo huérfano,
solo y sin recursos. Rematando; entonces, los escasos utensilios, y limosneando consiguió, al
fin, embarcarse un día a Lima. Sí, a la soñada capital, al ansiado Lima de cuantos no la
conocen...
- Así se acercó a un establecimiento comercial hablando con uno de los empleados para
manifestarle que quería ofrecer sus servicios para trabajar. El empleado le manifestó de
primera intención que sería difícil encontrar empleo en la casa; pues, no habían vacantes y los
puestos estaban muy solicitados. Sin embargo, le dijo que debería regresar por la tarde para
hablar con el Gerente quien, de pronto, se hallaba ocupado.
-Señor, quiero trabajar. Busco un empleo. Tal vez aquí pueda ser útil.
-¿Dónde trabajó Ud. antes? ¿Tiene certificados que acrediten capacidad de trabajo?
-No señor, nunca he sido empleado. Solamente tengo mis certificados de primaria.
-Bien. No tenemos vacantes por ahora. Dejé Ud. su nombre y su dirección por si
necesitamos sus servicios.
-Pero, señor…
Lleno de desilusión por este primer fracaso salió de la oficina. Seguía por la calle
caminando sin rumbo definido, entremezclado con la multitud que marchaba indiferente a su
tragedia. Se sentía solo en medio de tanta gente.
-Señor, yo quisiera trabajar, aunque sea, por la comida solamente, sin sueldo hasta que
Ud. vea mis condiciones para el trabajo.
Así cruzaba un día por las calles de Lima, acosado por el hambre que se hizo más
atormentador cuando pasaba por la puerta de un restaurante del que salía un excitante tufillo.
Eran las seis de la tarde. Había que comer a toda costa. Penetró en el restaurante y tomó
asiento junto a una mesita. Solícito se presentó el mozo para atenderlo, y él pidió. Pidió
cuanto era necesario para aplacar un hambre atrasado. Terminada la comida, ¿qué iba hacer?
¿cómo eludir el pago?... permaneció más de lo necesario sentado a la mesa mientras otros
comensales pagaban su consumo y abandonaban el local para dar sitio a los nuevos que
ingresaban.
-¿Cómo puele así? -replicó el chino, con insistente afán, tu mucho jolilo. Si tu no paga yo
llama policía.
-He perdido mi dinero. No puedo pagar -insistió Cárdenas- ¿qué puedo hacer? no depende
de mí. Ud. dirá...
-He perdido mi dinero, Me han robado del bolsillo -explicó Cárdenas. Yo no soy un vago.
Le explicó su caso con sincera entereza. El guardia, que alguna vez también había pasado
por análogos trances cuando recién llegara a la capital a correr aventuras, Lo comprendió
todo: la vida de Lima... Vida de angustias y de «pellejerías».
Largo sería enumerar todas las peripecias que él pasó hasta que un día llegó al Hospital
Larco Herrera de la Magdalena, más comúnmente llamado el «manicomio». Este
establecimiento destinado a los alienados mentales es el único lugar donde siempre hay un
espacio para el provinciano que solicita trabajo.
La razón se entiende. Es fama que los locos atacan a veces a sus guardianes. Los
periódicos comentaron en cierta ocasión, con lujo de espeluznantes detalles, la trágica muerte
de un empleado del asilo dada por uno de los locos. Y, aunque esto no fuera más que un
aislado accidente, la mala fama se ha extendido y nadie quiere ir a trabajar allí.
El portero del establecimiento le dio informes y lo hizo pasar. Para hablar con la
Superintendenta debía atravesar un largo pasadizo una especie de avenida que daba hasta la
gradería de la oficina principal.
Cárdenas cruzaba este trayecto encontrando a cada paso una y otra persona que unas
veces reparaban en él y otras les era indiferente. Demás está decir que todos y cada uno de
estos apenas sí podía disimular su inquietud. Pues los suponía locos furisos que podrían
agredirlo.
Tuvo la idea de que aquel ambiente no era tan hostil como se lo había imaginado. Los
locos no agredían. Algunos conversaban con cierta normalidad por momentos, otros eran
completamente apáticos y no le interesaban por nada que no fuera la comida, y otros vivían
entregados a sus manías o a sus delirios. Si alguno de ellos se enfurecía la solución era fácil:
cogerlo entre varios y aplicarle una inyección de trementina en el muslo. El efecto era la
inmovilización del sujeto que quedaba en su lecho quejándose de fuertes dolores en la pierna.
La inyección formaba un absceso que duraba varios días hasta su completa madurez. Luego,
la cura de la llaga que quedaba. Mientras tanto la furia había pasado.
Todo iba bien hasta los tres días en que Pedro Cárdenas fue notificado de que le tocaba
«hacer vela», es decir, pasar la noche íntegramente haciendo guardia. La noche ocurrió sin
mayores incidentes.
Cuando al atardecer del día siguiente se preparaba para dormir aquella noche,
recuperando el sueño de la anterior, se le notificó de que nuevamente debía hacer «velada».
Esto le incomodó bastante. Pero había que obedecer. Se hizo cargo de la guardia a las ocho de
la noche y, aunque trató de dominarse, a poco rato se quedó dormido. La ronda de las doce de
la noche, lo encontró sumido en profundo sueño. Al ser despertado se le increpó su conducta
y se le advirtió lo peligroso de su actitud.
Se esforzó entonces por mantenerse en pie, pero de nuevo lo venció el sueño. La ronda de
las cuatro lo encontró otra vez dormido. Una ventana estaba rota. ¡Mal indicio! La ronda se
alarmó. Se pasó rápidamente revista a los dormitorios. La cama N° 7 se hallaba vacía. Un
loco había fugado.
Estudió varios libros y trabó amistad con algunos profesores, estudiantes pobres,
generalmente, que trabajaban dictado clases por exigua propina o por la comida simplemente.
Tal era su accidentada historia hasta estos momentos en que una nueva aventura le
tentaba: marcharse al Norte con el Licenciado Sargento Pablo.
EL PORTACHUELO Y CUCHEA
Sensacional revuelo produjo el asalto de La Culebrilla, entre los pueblos vecinos, más aún
en Cutervo. Los hombres de honor, los elementos sanos que no comulgaban con el sistema de
explotación y abusos recibieron la noticia con alborozo. Por primera vez los campesinos
realizaban una hazaña de conjunto castigado con ejemplar severidad a la banda oficializada
de ladrones.
Catalina, la simpática hija del Maestro, que se gana el sustento en una escuelita de
párbulos, vio brillar un rayo de esperanza en la acción de Solán y de sus hombres. Había que
ayudarlas por todos los medios a su alcance. Era necesario establecer contacto con los
valientes guerrilleros. Se hacía necesario orientar su poderosa fuerza hacia un roble objetivo.
Pronto vendrían días terribles: la represión... y ellos debían resistir, hasta la muerte. Era mejor
morir peleando que sucumbir en la prisión. La lucha, por desigual que sea, implica siempre
una esperanza, la posibilidad, aunque ilusoria, del triunfo.
Las visitas y los presentes abundaron. Pablo se sentía reintegrado a su medio: el campo,
las chacras, los bosques, los hombres rudos y sencillos. Su esposa, su hijo, su familia toda.
Tan solo existía el vacío que tío Santiago había dejado en el conjunto.
Para Pedro Cárdenas todo; aquello significaba un mundo nuevo. Un mundo en el que se
aunaban armoniosamente la sencillez y la grandeza.
Algo más despertó en Pedro Cárdenas su admiración y simpatía hacia este nuevo
ambiente promisor: Eliana. Esta flor campesina, orquídea de los Andes. A través de este
prisma sentimental cobraba la vida una nueva estructura en su pecho tantas veces golpeado
por la adversidad.
Parecía, pues, que la suerte le había reservado esta oportunidad compensatoria para
mostrarle su lado positivo: tierras, lluvias, bosques… ¡La obra de la Naturaleza! ... ¡Los
bellos ojos de una mujer del campo que no conocían el cine ni se habían deslumbrado con la
vanidad ni el lujo de las ciudades costaneras!
Han corrido varios años sin incidentes de mayor importancia, hasta que una mañana una
comunicación de Catalina informó a Solán de la situación ocurrida en Cutervo. Un fuerte
contingente a las órdenes de un comandante ultiman sus preparativos para dar una batida a
los Tablabambinos. Se hacía necesario resistir. La resistencia o el exterminio.
No quedaba otra solución. Derrumbar los caminos, destruir los puentes, construir
trincheras en los portachuelos. Los accidentes naturales, el bosque, las nieblas, la lluvia
estarían de su parte. Y, más que todo esto; la fiereza de quien defiende su libertad.
Ellos caminan de noche como de día y pueden entrar en los enmarañados bosques que
bordean los caminos, para salir de nuevo sin perderse. Pueden resistir largas caminatas por
los accidentados senderos con escaso alimento sin fatigarse. Ellos saben cazar pumas y
abatieron la patrulla de Alex Bustamante.
Claro que aquella vez fue una sorpresa y hoy es una guerra avisada. Ayer cogieron en
forma inesperada a los confiados gendarmes que caminaban desprevenidos. Hoy los atacantes
vienen ya precavidos, en número mayor y provistos de armas y elementos superiores.
Pero, entonces, los campesinos también actuaron sin otro plan que su entusiasmo y sin
otros recursos que las piedras arrojadas desde el cerro. Ahora tienen armas y hombres que
saben manejarlas.
Sin más incidentes en el primer día de marcha, las fuerzas se disponen a pernoctar en la
altura de «Las Pampas», extensión despejada y cubierta de pastos naturales que clarea en
medio del gran bosque que bordea el camino a Callayuc.
Al amanecer del otro día no es posible divisar nada porque la niebla lo envuelve todo.
Menudea la lluvia y azota el viento porfiadamente. Los soldados avanzan. Los caballos del
pelotón de exploradores resbalan a menudo. Los infantes van bordeando el camino
sosteniéndose en las ramas y Iludiéndose a veces en el interminable lodazal.
-Sí, hombre -le responde otro.- En este encajonado nos pueden fregar a todos.
Cuando todo parecía seguir bien, el estrépito de una descarga de fusilería hiende el aire.
tan., tan... tan... tan.. Menudea el tiroteo.
Los hombres se refugian en los bordes del camino; detrás de los troncos, las piedras y
promontorios. Las balas salen del bosque, pero no se divisan objetivos, y recrudece el fuego.
Muchos soldados caen abatidos. Y los caballos de los exploradores que se desmontaron
emprenden veloz carrera yendo a parar en los potreros de Cuchea. El mismo Capitán de la
avanzada está herido en la pierna.
-¡A tres dedos, derecha de la piedra grande del cerro! -grita de pronto un Sargento que ha
divisado sospechosos bultos.
-¡Vistos:! - contestan sus hombres, y encaran hacia allá ametralladoras y fusiles que
ensordecen con su atolondrado traqueteo.
-Los enemigos parecen hombres de ponchos amarillos y rojizos, agazapados tras las
piedras y matorrales.
-¡Fuego…! ¡Fuego…!
Después de media hora de combate en que parece hubieran sido barridos todos los
objetivos viene un breve silencio. El Comandante que observa con su largavista exclama por
fin:
- ¡Alto el fuego...! ¡Bravo muchachos...! Los hemos vencido. El bélico acento del clarín
rasga el espacio: ¡Alto el fuego! «Y se respira un momento de alivio y de esperanza. Ha
pasado el peligro.
Pero en este mismo instante, una nueva descarga, recia y nutrida, siembra de nuevo el
desconcierto y la muerte. Recrudece el combate. Otra vez la matraca de las ametralladoras,
disparando al azar, sin objetivos precisos, frente a un enemigo invisible. ¡Qué largas son las
horas ante el peligro inminente de la muerte.!
Horas más tarde va calmando la lluvia. Empieza a anochecer. Todo el derredor está
mojado. Las crecientes están corriendo aún por los senderos y quebradas. Ya las sombras
empiezan a cerrarse. Y las notas del clarín, trágicas y sonoras, tocan la retirada. ¡Retirada en
la noche de tinieblas y de fango!.
La inminencia un nuevo asalto no detiene la marcha desastrosa para salir del bosque.
¡Dura, penosa y silenciosa marcha forzosa de retirada!
LA MASACRE DE LANCHE
Por fin, el nuevo día los encuentra dominando desde lo alto el caserío de Lanche. Las
casitas de los labriegos esparcidas entre las chacras van tachonándose de humo bajo un cielo
celeste y pálido que aparece parcialmente entre las nubes blancas. Los madrugadores
campesinos ya están preparando sus labores. El comandante ordena el gran alto, para esperar
a los retrasados. Los soldados se tienden en el suelo mientras los sanitarios curan a los
heridos. Hay muchos de gravedad. Los semblantes revelan los estragos de la derrota,
calladamente, casi sin comentario.
Pasan las horas. Llegan los más retrasados transportando heridos. Ochenta hombres no
contestan a la lista.
Los oficiales con sombrío semblante contemplan la magnitud de este desastre. Por último,
el capitán Padrón dice:
-Mi comandante, ¿no cree Ud. que estos cholos de Lanche sean también bandoleros? -
Aquí debemos vengarnos.
El extenso caserío de Lanche está en plena labor. Los maizales casi al brotar la flor
rebelan el refuerzo que les da la «cutipa», es decir el amontono de tierra en torno al tallo. En
casi todas las chacras de los pequeños propietarios están cutipando animosamente los peones
y «mingas», terrenos de ladera, dejan ver perfectamente a los hombres avanzar agachados,
golpeando la tierra de los surcos. Y, se escucha el chac... chac... chac... de las lampas. Y las
mujeres mudan los ganados o atizan los fogones donde hierven enormes ollas para la
«merienda» de «mote pela», «carashto» -lonja de chancho- y alverjas. que se servirán a los
peones en pleno campo. Las mozas llevan las ollas y es aquí donde los cholos aprovechan la
ocasión de hacerles chanzas y, entre broma y broma, el amor:
Las francas risotadas y el buen humor desbordan ya en los intervalos de surco a surco, ya
entre plato y plato de merienda. Y las miradas maliciosas y las alusiones satíricas
comprometen el desquite de las mozas: «Semejante cholo patón malagracia». «Indio
maldiciau trompa e coche».
La rústica vida del caserío se desliza así cual la del ave inocente que trinando en las ramas
no advierte la presencia del cazador que se ha ido aproximando ocultamente entre las matas.
Los soldados se han distribuido en secciones y avanzan arteramente para atacar por
sorpresa. ¡Suenan las balas...! corren los hombres» ... Las bayonetas se ensañan sobre mujeres
y niños, incluyendo la escuela. Y se oye el crepitar de los techos de paja que se incendian y
lanzan renegridas columnas de humo denso confundidas con los gritos de pavor, de maldición
y de protesta de los sacrificados.
Diríase, un clamor, una denuncia al cielo demandando venganza, sanción, justicia. ¡Pero
el cielo está mudo, indiferente, sordo a la tragedia de las víctimas de Lanche!... Matanza,
incendios, violaciones, robos, saqueos a manos de las tropas regulares del Gobierno, bajo la
Ley Marcial...! Masacre de Padrón…!
La necesidad es luz de ingenio; el entusiasmo, fuerza creadora que suple con ventaja
valores que sin él se anularían, ¿Don Esteban? ¿Don Nico? ¿Cuál de ellos concibió la idea?
No es posible decirlo. Pero ambos viejos habían conversado y presentaron a la consideración
de Pablo este proyecto: cubrir con ponchos y lidias a los cameros, atarles unos palos y
colocarlos en un sitio medio visible, medio ocultos, para que a la distancia simularan
combatientes parapetados entre las rocas, al abrigo de la vegetación.
En otros sitios, de igual manera, colocarían «mancshaches», es decir una especie de
espanta pájaros, que, movidos por el viento darían la impresión de hombres en acecho que se
guarecen tras los troncos.
Esos serían los falsos objetivos que vería la tropa, mientras los combatientes se apostarían
perfectamente en ocultas trincheras recubiertas de ramas. Esta salida tuvieron ambos viejos
ya que el popular dice: «El diablo no sabe por diablo sino por viejo»,
Y todo salió bien. La técnica, la táctica, las ametralladoras de la tropa fallaron. Sólo hubo
que lamentar la muerte de Tiburcio que salió precipitadamente de su escondite para coger los
caballos que se desbandaban a Cuchea. Cayó en el camino por una certera bala que le perforó
la cabeza.
Por lo demás, el botín resultó excelente. Una ametralladora, muchos fusiles, municiones y
caballos.
Hay que ultimarlos, por caridad -decía Pedro Cárdenas, a la vez que les daba con un
revólver el tiro de gracia a los desventurados para quienes la vida sería ya imposible.
-Yo les voy a curar. Calma y paciencia - agregó Cárdenas, mientras se alejaba
presurosamente en pos de nuevos heridos a lo largo del camino cuesta arriba... En sus manos
llevaba el destino de estos desventurados. .. salvarles la vida curando sus heridas, o librarlos
del dolor con un tiro de gracia sí la vida no tenía ya razón.
FUNEBRE NOCHE
Hasta Cutervo llegan algunos fugitivos de la masacre de Lanche. El primero en protestar
es el nuevo juez de la Provincia. Pero su voz se pierde frente a la arrogancia de quienes, con
los poderes extraordinarios de la ley marcial, pisotean a su antojo la CONSTITUCION.
Doña Tomasa, Doña Anselma y su comadre Mariquita, alerta siempre a todas las
novedades, acaban de informarse de los trágicos sucesos, y reparten la nueva en el barrio
tranquilo que se llena de comentarios.
Las viejecitas levantan los ojos al cielo y con las manos juntas en ademán suplicante
claman misericordia ¡Sálvanos, madre y señora mía de la asunción! -¡Ashuquita, Ashuquita».
Sí, la patrona del pueblo, que es tradición, sembró milagrosamente de abismos el camino
cuando los chilenos se acercaban. Y Cutervo se salvó del enemigo que no pudo llegar. Por eso
ahora claman: Ashuquita, Ashuquita» .. ¡Madre y señora mía de la Asunción!»
Se comenta que una de las víctimas de la masacre es la señorita Olinda Rivera, maestra de
la Escuela Fiscal de la estancia Lanche. Ella estaba con sus niños cuando empezó el ataque.
Las criaturas pretendieron huir, pero las contuvo en la seguridad de que las respetarían. Con
caras de infierno aparecieron los gendarmes repartiendo estocadas y balazos. -
- Y la escuela quedó cubierta de cadáveres y sangre que entintaba los libros maltrechos en
el suelo y asomaba al quicio de la puerta avanzando en un trágico torrente.
Los artesanos de la carpintería de enfrente dejan sus herramientas y salen a oir las
novedades que doña Tomasa está contando. Don Eulogio Zambrano, pálido como cera, se
lamenta por su compadre Manuel Muñoz que ayer nomás le trajo en yunta la viga que están
aserrando.
Ya llegan a la plaza. Los comerciantes, que hoy están sin clientes, atisban tímidamente la
llegada de las tropas en esta tarde aterida de neblina. La voz del Jefe se deja oir:
- ¡Alto!... ¡Descanso!
El cura, temeroso, no vacila en entregar las llaves de la iglesia, mandando antes tocar la
campanilla, para trasladar el Sagrado copón a la próxima capilla y encargar los santos en las
casas de las religiosas de la ciudad.
Los caballos pastan en el parque y, luego, manu militari, son echados en los maizales
verdes de la próxima campiña. La LEY MARCIAL se impone.
El bando de esta tarde dispuso que a las siete de la noche se apagarían todas las luces. Las
puertas estarían cerradas y nadie transitaría hasta el siguiente día.
Los vecinos, curiosos e inquietos, colocan el oído a a cerradura de la puerta. Parece que
han cogido algunos presos... Se acercan más... Alguien se resiste y lo golpean, ¿algún
trasnochador que va mareado? ¿Alguien que tuvo urgencia suma de salir a la calle ...? ¿Quién
sabe...? Ya se le reconoce la voz. Es Wenceslao Rivera ... lo golpean. Otras voces protestan: el
joyero Pedro Olivera; Desiderio Cabrera, Marcelino Pérez. Ellos son ¡infelices!.
No obstante haberles encontrado desarmados y con una guitarra que portaba Olivera. Los
creen bandoleros y, para que declaren, los han colgado de las manos amarradas hacia atrás.
Los torturados, como en los negros tiempos de la santa inquisición, agobiados por el dolor de
los hombros dislocados, piden más bien la muerte. Se declaran culpables, y el director de la
tortura manda ejecutarlos.
Una hora después, por la salida del camino a Callayuc se oye una descarga; ... otra... y
otras más.
«El valor, la abnegación y la constancia de las Fuerzas del Orden viene realizando una
magnífica labor de saneamiento en las provincias del Norte: Hualgayoc, Chota, Cutervo y
Jaén, donde una banda de malhechores de La más detestable especie, alentada por los
agitadores profesionales, intentaban desconocerla autoridad legalmente constituida,
sembrando el desconcierto, cometiendo crímenes y amenazando seriamente la paz y la
prosperidad de aquel pacífico e importante sector de la nación. Santa Cruz, Utijiaco, Lajas,
Huambos, Querocotillo, son otros tantos pueblos que Sufrieron vejámenes.
«Después de una eficiente campaña hábilmente dirigida por los jefes y secundada por las
autoridades del lugar, los bandoleros han sido totalmente dominados. La mayor parte de ellos
han caído fulminados en los campos de combate, otros se encuentran prisioneros, y las pocos
que han fugado no tardarán en caer en poder de la justicia, dado el celo y el interés de las
autoridades y de las fuerzas que merecen el aplauso general y el reconocimiento de sus
meritísimos servicios por parte del Gobierno.
«El más serio y espectacular combate tuvo lugar en una campiña de Cutervo denominada
Lanche, donde los bandoleros organizaran tenaz resistencia, ocasionando algunas bajas, por
la forma sorpresiva en que actuaron. Pero las tropas, conservando una magnífica moral a las
órdenes de su gran Comandante, encerraron finalmente a los malhechores en un círculo de
fuego en el que fueron aniquilados, dejando en el campo ochenta muertos. Es decir, casi el
total de sus efectivos.
«Con el desastre de Lanche, estamos seguros, los bandoleros han sido totalmente
aniquilados para bien del país, del patriótico gobierno y de las instituciones tutelares de la
nación».
Sobre la irónica sonrisa del maestro que dobla la hoja de «El Notición», y la impasible
mirada de Don Santiago va cayendo lentamente la tenue penumbra de la tarde, entre los
muros de la prisión.
Si bien el parte oficial enviado de Cutervo dando cuenta de los sucesos de Lanche,
Cuchea y el Portachuelo concordaban con las informaciones que publicara «El Notición», el
Ministro llegó a saber la realidad de los hechos por la entrevista del Senador. Este recibió un
amplio informe por carta particular del Médico Departamental.
-Urge, señor Ministro -le dijo-, el exterminio de aquella banda maldita que prolifera en
Tablabamba a expensas de la impericia de algunos jefes, de la negligencia de las autoridades
y la complicidad de algunos propietarios pusilánimes que temen las represalias del
bandalaje... con el asalto de la Culebrilla, con su triunfo del Portachuelo y Cuchea han
obtenido abundante material de combate: una ametralladora, fusiles, municiones y, hasta
caballos... Por otra parte, la significación moral de estos acontecimientos los ha llenado de
fama y de prestigio... De todas partes quienes se encuentran perseguidos por la justicia,
quienes, por su descontento con el régimen actual se afanan en crearle dificultades, van allá, o
les envían recursos, informes y cuando pueda favorecerles. Los mismos sobrevivientes de
Lanche se han refugiado en Tablabamba para cobrar venganza... Es conveniente tomar nota
de todo esto y cortar esta amenaza que no solo afecta a la provincia. Sino a la misma
estabilidad del Gobierno Nacional.
Por otra parte, las huestes de Benel y de los Díaz, los Pérez, los Vargas y los Vásquez son
cada día más temibles.
-Yo por mi parte ofrezco colaborar en la campaña aportando gente mi hacienda, hombres
de acción, conocedores del medio y dignos de confianza, para las más delicadas empresas.
Esto lo dijo el Senador gastando cierta arrogancia, como para dar a entender al Ministro
su prepotencia en el Norte y el valor de su aporte en la política del Gobierno al que servía a
cambio de asegurarle la curul parlamentaria en las próximas «elecciones», mejor dicho
«ubicaciones».
Estrechando la mano del Ministro con ceremoniosa diplomacia salió sonriente el Senador,
saboreando la satisfacción de un próximo triunfo sobre los insurgentes de Tablabamba que
amenazan eclipsar su poderío; y destruir luego a Benel y a sus también aliados. Dejar libres
las rutas de Conchán, Tacabamba, Chiguirip, dejar limpios los caminos de Santa Cruz y
Ninabamba; Chancay y Cochabamba; Querocoto, Huambos, Llama.
DIEGO LOZADA
SUS ANÉCDOTAS - SUS INFORMES
Sin descuidar las actividades de la defensa, los campesinos de Tablabamba han reanudado
en lo posible las normales actividades del campo. De cuando en cuando llegan nuevos
elementos a ofrecer sus servicios o a buscar refugio. Todos deben trabajar, ya en las chacras,
en las profesiones manuales o la pequeña industria según sus condiciones. El ocio no tiene
cabida en esta tierra, todos laboran proporcionalmente y todos reciben el beneficio de sus
productos. Los libros y revistas del maestro, que frecuentemente les envía Catalina, así lo
enseñan...
Ayer llegó a Tablabamha Diego Lozada; su figura y su facha no dicen nada en su favor.
Según el dicho popular «nadie daría por él una peseta». Pero en cuanto conozcamos sus
alcances y sus hazañas tendremos que convenir en que la vista engaña y que «no todo lo que
reluce es oro». Veamos su historia.
Una buena señora lo adoptó por hijo con la venia de su propia madre que no tenía
recursos para criarlo. Aprendió a leer en una escuelita particular; pero no fue posible que
estudiara nada más. Travieso por naturaleza acabo por no ser aceptado ya en la escuela, y su
madre adoptiva lo puso al taller del maestro bautista para que aprendiera la carpintería.
Efectivamente le gustó el oficio. Aserrar troncos, cepillar listones, clavar barrotes. Todo esto
andaba a tono con su dinamismo.
Y de este modo siempre tenía duplicada la propina que recibía por sus todavía
imperfectos servicios. Claro, que el niñito era milagroso.
Cuando pasaba por algún camino en que existían grutas de cruces con alcancías «para su
misa» Diego Lozada daba siempre muy buena cuenta de los «milagros».
Buen partido sacaba en sus correrías por las campiñas con algún amigo. Llegaban a
alguna casucha y tenía salidas como esta:
- ¿Quieres comer gallina?
Y como quien no hace nada se alejaba un poco por la chacra, mientras sus acompañantes
se quedaban conversando con los dueños de casa. De repente venía corriendo:
Un día fue con su maestro a la fiesta de Anguía llevando un poco de mercadería. Instalado
el tendejón asomaban los clientes y él se desempeñaba muy bien. Vino entonces un vecino
notable para comprar un par de calcetines. Diego le mostró los que tenía indicándole como
último precio un sol.
-¿Un sol? No sea Ud. carero -le dijo el parroquiano, que se las daba de hombre muy listo-.
Esto no puede costar más de cincuenta centavos.
Y envolvió el paquete que recibió el cliente con muestras de satisfacción. Eso era saber
comprar. Pero al día siguiente por la mañana se presentó con mortificado semblante ante
Diego Lozada para decirle que había tenido un error al despacharle. Pues el descubrir el
paquete encontré que solo había un calcetín. Faltaba el otro.
-Claro, señor. Yo le indiqué que el precio del par de calcetines era un sol. Y usted insistió
en que me daría cincuenta centavos. Claro es que sólo era por un sólo lado.
Ante esta argumentación no tuvo el cliente, sino que sonreír y completar la compra,
diciéndole:
En aquella ocasión él estaba ocupando un solo cuarto con varios paisanos fiesteros y con
un mercachifle europeo, más conocido por «El Españita» que por su propio nombre. El tal
Españita era un «cunda» y no perdía ocasión en poner en juego su ingenio para poner apodos,
hacer preguntas de doble sentido y rematar la respuesta en algún estribillo de ingeniosa
picardía, con la consiguiente risotada de los circunstantes. Y así los «llevaba chicos» sin que
pudieran hacerlo caer en nada porque era muy «jugau».
Diego Lozada pensó entonces en el desquite. Claro que la ocurrencia no era original. Él
se la había oído relatar alguna vez y ahora la iba a poner en práctica, con el consiguiente
acuerdo y beneplácito de todos sus compañeros de cuarto. Allí cerca del camino alguien había
matado una culebra que quedó tirada para susto de cuantos tropezaban con ella,
repentinamente. Él recogió el animal muerto, lo envolvió en un papel y se lo llevó al cuarto.
Por la noche la arrojó junto a la cama del Españita, hasta que todos, después de las
chanzas consiguientes, en las que siempre el chapetón sacaba toda ventaja, se fueron
durmiendo. Entonces, cogió un palo de antemano preparado con una aguja en la punta y la
hincó en el glúteo de Españita que despertó súbitamente dando un grito.
No había duda. La víbora habría mordido al Españita que empezó a temblar de espanto
ante la perspectiva de la muerte. Pero Diego Lozada dijo haber conocido en Jaén un
eficasísimo remedio. Y, cogiendo a escondidas un vaso, hizo de aguas y lo puso en manos del
aturdido. La angustia de una muerte inmediata no le dio tiempo de paladear el salobre
contenido que bebió a sorbos desesperados.
Nadie le descubrió aquella noche lo sucedido, y solo al otro día, después que Diego
madrugó para su tierra, y el Españita preparaba su regreso hacia la costa, carcajadas y burlas
celebraron la magistral «pasada» que enfureció al damnificado que en su vida de trotamundos
era víctima de un serrano criollo.
Si Diego habría estado presente es seguro que aqueua mañana habría sido víctima de una
agresión de facto. Tal era la furia del «chapeta» que hoy estaba irremisiblemente vencido.
Diego Lozada era muy popular en Cutervo. En la fiesta de San Juan, la gran fiesta de
ocho tardes gratuitas de corridas de toros, él ofrecía sus servicios a los diestros y portaba las
banderillas, laceaba a los bichos que debían salir vivos de la plaza para sementales, quemaba
los cohetones y no faltaba de toda concentración de muchachos que ofrecían espectáculo o
hacían palomilladas, no obstante haber traspuesto los veinte años. Su minúscula figura le
hacía aparecer siempre muchacho.
-Los pulmones, señor. Tengo mucha tos -repuso él con triste acento.
Al día siguiente, de acuerdo con otros mataperros, llenaron de agua el odre. Aseguraron la
boca con un cordel de cabuya, lo ocultaron tras un cerco y le rociaron un poco de
aguardiente, para darle la apariencia de estar lleno del popular licor. Fueron enseguida donde
uno de los jóvenes empleados de la Caja de Depósitos y Consignaciones informándole que
acababan de coger un contrabando. «Un cholo pasaba con un odre. Ellos le hicieron el alto, y
el hombre, huyó abandonando el aguardiente». Este fue el cuento.
Los empleados corrieron, incluso el mismo jefe de la caja, constataron el hecho y con las
formalidades consiguientes el odre quedó en depósito hasta el próximo remate que se haría
junto con otras especies decomisadas.
Llegó el día del remate. Muchos postores y curiosos estaban frente al pregón. «¿No hay
quien diga? No hay... ¿Hay quien dé más...» Y el odre fue rescatado por un viejo cantinero
que lo llevó a su tienda seguido de sus parroquianos quienes lo felicitaron para ser
correspondidos con un trago del panzudo embate.
-¡Salud! señores.
Y el cantinero empinó el vaso con «cuatro dedos ralos» y haciendo en el instante un gesto
desagradable, prorrumpió en improperios de grueso calibre. Y entre colérico y risueño, para
disimular la burla, fue a denunciar la estafa.
El subprefecto tomó en sus manos el asunto y fueron cogidos dos de los mataperros que
pagaron con veinticuatro horas y las consiguientes «disciplinas» su travesura. Declararon
entonces que no habían hecho otra cosa que acompañar a Diego Lozada que era el único
autor de toda la hazaña. El, comprendiendo la gravedad del caso, huyó.
No era posible tolerar semejante sacrilegio. Al concepto de los patrones; éste era un mal
elemento que amenazaba corromper el corazón de los muchachos de la hacienda. Un hereje.
Había que botarlo. Y así fue.
El sonido de las hachas y el estrépito de los corpulentos árboles que caen dan a la
quebrada de «El Bebedero» singular animación. Una cuadrilla de trabajadores están abriendo
un «roso» en el bosque. Aquí está Pablo, confundido con ellos, machete en mano, sin calzado
ni boto-naduras. Nadie sospecharía en él al clase licenciado. Es el mismo Pablo que trabajaba
en La Succha antes de ser enrolado en el Ejército. -
Luego llegan Solán y Diego Lozada. Este los conocía personalmente. Algunas veces les
compró leña a la entrada del camino de Cutervo.
-Qué buen roso, don Pablo! -le dice al saludarlo. Yo creía que no tenía tiempo de trabajar
por estar peleando.
-Si no trabajaríamos tendríamos que robar para mantenemos -replica Pablo- Y eso nos
haría mucho daño. Nos cercaríamos de enemigos. Lo cual no nos conviene. El trabajo
siempre. La pelea solo para defender el trabajo y a los trabajadores.
- ¡Uf!... El dos de mayo sale a Lima Don Pedro con su hijo Alberto, a ver si el gobierno
les da tropas y armamentos para atacar Tablabamba. Quieren acabar con Uds.
-Quieren armas, no? -repone Pablo, con irónica sonrisa- Aquí podemos darles algunas si
se les ocurre venir.
-Quieren también gestionar el cambio del jefe de las fuerzas, porque el actual dicen que es
un leña. Guapo nomás donde no hay resistencia, pero inútil y flojo cuando le cantan otro
estribillo. Y esto no les conviene a los hacendados que quieren exterminarlos a Uds. poniendo
al servicio de las fuerzas su propia gente... Ahí tienen un bandidazo, el Chicha, que le dicen.
Ese debe siete muertes. Ese es el más porfíau para atacar Tablabamba.
-Bueno, - dice Solano - Por qué hemos de esperar que nos ataquen y no los atacamos
primero. Vamos planeando una acción decidida. Ganémoles la iniciativa. Audacia, sorpresa,
rapidez. Si nos dormimos nos queman.
EL ASALTO
EL «NIÑO» ALBERTO CAUTIVO
Ya están en espera, apostados tras un poyo del camino que, como una cinta blanca y
amarilla, ondula sobre la barriga del cerro verde. Los sorprende la noche a la intemperie, y la
mañana siguiente marca un nuevo día de expectación. Gorrioncitos, panchitorrios,
santarrositas, chuquias, zorzales y la mar de aves cantoras saludan el amanecer, y un pájaro
carpintero picotea afanoso un viejo tronco para formar su nido.
Mientras tanto, los hombres, más que por hambre, para disimular el tedio de la
permanente espera, mastican «cancha». Pablo les va refiriendo algunas escenas de su vida
militar.
-Ah! La disciplina militar es muy severa. En cierta ocasión teníamos que combatir a un
regimiento sublevado, al 5 de Artillería. Yo hacía de centinela en un puesto de sumo peligro.
Le manifesté al superior que podían matarme. Y. ¿saben lo que me dijo?... «Si lo matan lo
reemplazaré con otro» ... Y se fue con el gesto muy duro y severo.
Entre tanto se hacen los comentarios al relato, uno de los muchachos les anuncia
señalando a la conga del camino que vienen de Yerbabuena.
-Si son muchos les clavamos balas desde aquí, y si no, mejor sería cogerlos vivos, para
llevarlos a Tablabamba -opina Diego Lozada.
Uno tras otro van asomando cinco jinetes que se acercan, ganando las entradas y salidas
del quebrado camino. Ahora se los distingue bien.
Adelante el «niño» Alberto, tras él el Chicha Fuerte con carabina al anca, el Mayordomo en
igual forma, otro más; y, finalmente don Pedro Melgarejo.
-Tirando al Chicha no hay miedo - les dice Diego- Ese es el más criminal. Hay que tirarlo.
En el preciso momento en que pasan resuena una descarga. Cae el Chicha Fuerte del
caballo mientras los asaltantes se lanzan al camino encaramando el cañón de sus pistolas. -
- ¡Alto! Manos arriba. El grupo queda paralizado, excepto don Pedro Melgarejo que
acierta, a escaparse, espoleando a su caballo que retoma tan veloz como un rayo.
- ¡Tírenlo! ¡Tírenlo!
Pero él corre y se pierde en su brioso zaino hasta ponerse fuera del alcance de las balas
que le pasan zumbando por las orejas. El Mayordomo intenta reaccionar, pero un tiro y un
machetazo lo fulminan y cae.
- ¡No me maten, por Dios! -clama el joven Alberto Melgarejo- ¡Sean humanos!
- No se muevan! - les dice Pablo a la vez que se dispone a desarmar a los prisioneros, para
llevarlos a Tablabamba.
Entre nerviosos y satisfechos; amarran hacia atrás las manos del joven hacendado que,
pálido y aturdido, tiembla de miedo pensando en lo inseguro de su suerte. El ha visto amarrar,
castigar, torturar a los cholos de su hacienda. Pero ahora ha cambiado el papel y piensa para
sí: «Van a matarme». Él y sus dos hombres comparten la angustiosa situación, marchando a
pie, rumbo al destino incierto. Diego Lozada, montado en el caballo del patrón prisionero, le
dice con ironía.
- ¡Oye, Casimiro! ¡Tú has oído cómo bala el chivo cuando lo pelan?
-Yo no digo nada por los presos. Yo estoy hablando de los chivos.
Don Andrés Segura no podía prescindir, pues, de esta formalidad, y entre copa y copa
convinieron en que don Esteban le confeccionaría el trapiche de palo de «morero», uno de los
siete guayacanes, árboles de durísima madera y de propiedades curativas debido a un
principio amargo que contienen y que son muy abundantes en los bosques de la región. El
trapiche debía instalarse en el fundo La Chamana, para iniciar la molienda de la caña que se
estaba pasando de madura.
El entusiasmo de la visita y el efecto del licor animaron bastante la casa de don Esteban.
Abrazados, con su compadre, trataban de cantu-rrear, palmoteaban y hasta bailaban:
Y seguía la danza con el beneplácito de los familiares que llenos de sencillez decían: «Los
mayorcitos están alegres». Y así ocurría siempre que un compadre visitaba la casa de don
Esteban. «Después de Dios en Ud. está la confianza». Y claro que era así.
Cuando recién conocimos a don Esteban olvidamos decir que él era una especie de
oráculo y calendario. No sabía leer, pero hacia rezar el «Santo Rosario» en los velorios o en
la fiesta de las cruces. Sabía las fechas del año y los cambios de luna. La luna que para el
campesino tiene la importancia como no lo sospecha ni lejanamente el hombre de la ciudad.
«Hoy nueve porque es pasada de luna». «Esta luna trae aguas». «No está buena la luna para
cortar madera».
Don Esteban no es brujo ni curandero, pero en toda esa región los familiares de un
paciente auscultan en su semblante la gravedad del caso. Don Esteban toca el pulso y luego
de un grave silencio da su diagnóstico consistente en un significativo movimiento de cabeza.
Si este es afirmativa, el enfermo sana. Si, al contrario, el viejo mueve la cabeza
negativamente es mal indicio y corre peligro de muerte.
Sus recetas no encierran misterio y se limita a indicar, «baño de pies con yerbasanta y
chauncas, agua de torongil, con raíz de pachayama» ... Su especialidad curativa se refiere más
bien a las dislocaduras y rotura de huesos. Usa el cebo del macanche, gran serpiente del lugar,
y da de tomar la Suelda con Suelda, admirable yerba que favorece la juntura de los huesos
quebrantados.
Y, finalmente, para no entrar en detalles, diremos que don Esteban sabe derramar el «agua
del socorro» a los recién nacidos y por esto resulta compadre de casi, toda la gente del lugar.
A fin de aprovechar la ocasión, la fiesta será doble con el «landaruto», es decir el corte
del primer pelo de uno de los nietos de don Andrés, acto que se ejecuta con ceremonia
especial como vamos a verlo.
Muchos cuyes y gallinas están pelados en el cordel, mientras las ollas van preparándose
en la cocina. Afanosas muchachas lavan «mote pela» en el próximo chorrito, otras pelan
papas, tuestan cancha y sancochan yucas. El humo de la cocina da señales de gran actividad,
y la promisora expectativa de un banquete singular.
Doña Gloriosa Silva, esposa de don Andrés, viste una amplia falda de cachemira negra y
blusa rosada con profusión de grecas y arandelas.
Su cabellera está peinada en dos trenzas que rematan en un rosón de cinta azul; en las
orejas luce grandes aretes de oro y sus dedos ostenta varios anillos del mismo metal.
Los colores vivos dominan en las faldas de las mujeres, en tanto que los mozos lucen sus
ponchos nuevos, sin faltar algunos que se presentan sin esa prenda luciendo pantalones de
casinete, saco de dril y camisa de vichy listado. Sin embargo, ninguno lleva calzado y, cuando
más «llanques» de cuero. Todos muestran el machete al cinto, inseparable compañero del
campesino.
De Tablabamba vienen los invitados. Solán, Eliana y Pedro Cárdenas encabezan el grupo.
Un poco más atrás se ve a Diego, Mauricio, don Nico y otros, provistos de carabinas.
-En el nombre del Padre... y del Hijo... y del Espíritu Santo... Padre Nuestro que estás en
los cielos…
-Yo te bendigo, María Encamación, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo. Amén.
Hace la señal de la cruz, y todos se santiguan, a la vez que se calan los sombreros que
hasta entonces los tenían en la mano.
Viene, entonces, el estreno. Dos fornidos mozos, a guisa de yunta, dan vuelta a la
«almijarra», en tanto que los moledores meten una «bagazada» de caña. Chilla con
estridencia la «parada» y se exprime el guarapo hacia la arteza. Surgen los comentarios:
«Buenasa ha quedado la parada... «La mano de mi compadre no falla».
El jaleo y las vivas dan a la fiesta gran animación. Crece el entusiasmo y continúa el baile
fogoso con «intermedio y copa a la banda» Pedro Cárdenas y Eliana van a bailar provistos de
sendos pañuelos. Los cantores les dedican este verso popular:
Pedro Cárdenas sonríe tratando de disimular el contento que estas coplas le producen
interpretando su verdadero sentir. También los concurrentes se dan cuenta de la simpatía que
media entre ellos y murmuran:
Luego el «bastonero» el director del baile, señala a don Esteban y a doña Visitación
Gonzáles. Este es el verso que para el caso escogen los muchachos:
Entre tanto se sirve la comida. Los concurrentes toman asiento en los bancos, es decir los
hombres, no así las mujeres que se sientan en el suelo; pues, no hay mesa. Las viandas se
sirven en mates, depósitos hechos con la corteza de una especie de calabaza, y solo muy
pocos reciben platos de loza. Antes de comer don Esteban bendice la cena y los circunstantes
se santiguan con reverencia.
landay, landay,
va a regalar un ternero
landay, landay.-
Y se aproxima don Mercedes Salazar, hombre pudiente del valle, con aire satisfecho,
levantando el poncho al hombro. Corta unos rizos y hace el ofrecimiento de una novillona
para su ahijado. El chico, ajeno a la significación de la ceremonia, llora y forcejea, mientras
su madre trata de hacerlo callar acercándole el pecho a la boca.
Landay, lauday;
y dará una oveja fina.
Landay, lauday;
Así van desfilando los cortadores de pelo echando en el platillo reales, soles, pesetas con
las respectivas alusiones de los trovadores.
Don Esteban... no sabe leer, pero hace rezar el Santo Rosario. Es un oráculo y calendario.
Diagnostica y cura. Sabe derramar el «Agua del Socorro», resultando compadre de la gente
del lugar.
LOS BANDOLEROS
Los cincuenta hombres que obedecen las órdenes de Solán han hecho fracasar posteriores
intentos de invasión a Tablabamba. Ya hemos visto que su audacia, su temple, su resistencia y
condiciones físicas tienen por aliados los riscos escarpados, los densos bosques, los
derrumbes, las lluvias, las nieblas.
El mismo Subprefecto don Hernán Cavero ha recibido una carta de Solano quien le ofrece
garantías a cambio de obtenerse de hostilizar a los campesinos que jueves y domingos visitan
la ciudad llevando sus productos para proveerse de cuanto necesitan. Tal es la situación que
atraviesa este sector de los Andes norteños del Perú.
Sin embargo, la relatividad que rige todos los aspectos de la vida ha traído también para
esta región un lado negro, junto al horizonte que vislumbra la obra de Solán. Este lado
negativo del problema lo constituye la formación de un terrible bandolerismo que extiende de
una a otra comarca el poderío de su fatídico reinado. Para ser más exactos diremos mejor que
se trata de varios grupos autónomos de malhechores que rivalizan en audacia y en
criminalidad.
El grupo vencedor quedaba en el poder. Estaban «bien en política» y ¡mucho cuidado con
ellos! Los que salían derrotados andaban «corridos», refugiados en las campiñas, escapando
el bulto para no caer en manos de sus enemigos, máxime si habían desempeñado papel
importante en agravio del bando vencedor.
Si eran cogidos, de suerte estarían no recibiendo más que «una buena maja». Lo corriente
era desaparecerlo dando cuenta si era necesario con la fatídica frase: «El preso se fugó» ...
«El preso se fugó» … y no volverá jamás a este mundo.
La ignorancia y el alcohol han influido en estos grupos campesinos que, ajenos a los jefes
políticos, han formado sus propios comandos.
Muchos hombres de bien, pacíficos chacareros, se han visto obligados a colaborar en esta
acción nefanda, temerosos de contrariar la voluntad de los temibles maleantes. ¡Ay! de aquél
que viendo pasar a los soldados del gobierno no les diera aviso a tiempo, o se negara a
cumplir un encargo u obedecer una orden.
Por otra parte, algunos jefes y autoridades, abusando de la Ley Marcial, cometen
reprobables acciones contra el resto del campesinado indefenso, creyendo así vengarse de las
derrotas sufridas frente a los bandoleros. El abuso de algunos jefes de las tropas regulares y
de los malos funcionarios determina que los damnificados se pleguen al bandalaje. El injusto
fusilamiento de algún miembro de familia, la destrucción de sus sembrados, el honor de sus
hijas, hermanas o esposas, el incendio de sus habitaciones, los empujan a engrosar las filas
bandoleristas.
Para tener una idea de la calidad moral de estos forajidos, sin referimos a sus atracos con
la gendarmería, oigamos el relato que nos hace don Antenor Delgado, vecino de una
hacienda.
«Salió uno de los muchachos a la vecina casa en busca del aguardiente. Mientras tanto los
otros bandoleros se desmontaron y entraron saludando del mismo modo que el primero.
Todos estaban mareados. Pronto volvió el muchacho con la botella vacía. Nadie tenía
aguardiente. El jefe, que le decían «Cortau» por una señal de bala que tenía en la cara, se
encolerizó feamente. Nos insultó como quiso. «Hoy los tiro, ajos -nos dijo- Arrodíllense».
«Yo me consideré muerto junto con mis tres compañeros. El bandido insistía que le
demos aguardiente en tanto se complacía en pasarnos por el cuello el cuchillo de plano.
«En esta circunstancia pasaba por la plaza una muchacha llevando un brazado de leña,
rajada. Uno de los bandidos- que supimos después se llamaba Merenciano - se encaminó
hacia ella con manifiesta intención. La muchacha retrocedió tratando de escapar. Pero, al ser
alcanzada, se defendió descargando tan certero palo en la cabeza del bandido que pronto saltó
la sangre tiñéndole el rostro y el poncho pardo que llevaba puesto.
«Enfurecido el hombre sacó el puñal clavándolo en el pecho de la víctima que cayo dando
un grito espantoso. Los padres y hermanos de la infeliz corrieron en su defensa. Pero, sin
darles tiempo, sonaron los disparos y los cuerpos rodaron. Los bandoleros, incluso el jefe, se
dieron prisa abalanzándose sobre los moribundos para ultimarlos a puñaladas. Luego lamían
el cuchillo ensangrentado; porque es creencia entre malhechores que bebiendo la sangre de la
víctima se inmunizan de cualquier desquite que pueda tomar contra ellos el espíritu del
muerto.
«Aprovechando este momento nosotros salimos a gran prisa por la puerta falsa que daba a
un maizal y no paramos de correr hasta un «monte» espeso que queda hacia la altura.
«Incendiaron las casas. Al poco momento una gran humareda, el reventar de la candela en
los techos de paja y la detonación de los disparos se confundían con un fuerte olor a carne
asada. ¡Echaron los cadáveres al fuego! Consumada su hazaña los vimos tomar el camino a
Querocotillo, dejando sentir su acción siniestra en varios disparos de pistola antes de perderse
tras el cerro.
«Quién sabe si hubiera habido una copa, no pasaba nada. Por eso ahora cuando viajo por
los caminos, nunca me falta mi botella. Dos veces he encontrado bandoleros. Pero al tiempo
de saludados les he dicho: «¡Salud, amigos!» empinando un trago para el susto y
entregándoles la botella para que beban a gusto. No hay cosa más útil para un camino que una
botella del «fuerte».
ENTRETANTO
Nuevos continges de tropa han llegado a Cutervo, haciendo presumir la proximidad de
una vigorosa ofensiva. Los pacíficos y atemorizados habitantes del lugar observan con
prudente curiosidad las ametralladoras y cañones que traen cargados en fuertes mulos como
no los hay en la región.
Los hombres de Tablabamha lo saben todo con minuciosidad, tanto porque en los pueblos
pequeños no pueden guardarse secretos, cuanto porque Catalina les trasmite todos los
informes y apreciaciones que son de su dominio.
Entre otras cosas les manifiesta, de las actividades de don Pórfido Montego que agasaja y
adula a los jefes -«como hijo del lugar»- incitándolos a no desmayar en su arriesgada empresa
de destruir Tablabamba. Él está seguro del triunfo de las tropas, y les afirma que «esos cholos
cobardes» se desbandarán apenas sientan la presión de hierro de una verdadera ofensiva, ya
que hasta hoy solamente han conseguido regalados triunfos sorprendiendo a adversarios
relativamente débiles e inexpertos.
Don Pórfido es eso. Un hombre de cálculo, vividor y logrero. Tuvo siempre buen olfato
para estar con los de arriba. El mete aguja para sacar barreta... Cuando el Gobierno «ubicó» al
candidato oficial, contra la unánime oposición del pueblo, el primer capitulero del simulacro
de elecciones fue don Pórfido. De allí que las gentes del pueblo le dedicaran unas coplas
anónimas que finalizaban con estos versos:
Pero él lo echó todo al traste animado en el viejo refrán que dice: «El comentario pasa y
el provecho queda en casa». Como recompensa fue nombrado Alcalde. Aprovechándose de
esta circunstancia vendió en su provecho varias «comunidades». Es decir, tierras sin dueño,
cuya propiedad se ha atribuido tradicionalmente a los municipios. Utilizó buen número de
«faineros» que venían a trabajar en las obras públicas; para construir su propia casa. Se
aprovechó, asimismo, de varios materiales que estaban destinados para construcciones
públicas. Hizo nombrar preceptores a su mujer, a su hija y a su tío, aunque no eran sino algo
más que analfabetos.
En esta vez, como entonces, los cameros con poncho, simulando combatientes medio
encubiertos en el monte, ofrecerán blanco, ayudando a desorientar al enemigo.
En la cuesta de Salesipuedes hay un grupo de treinta hombres que llegó esta mañana a
reemplazar a otros que estaban trabajando y han cumplido su tarea.
En uno de estos toldos, recostados en el suelo y envueltos en sus ponchos hay varios
hombres entre los que reconocemos a Pedro Cárdenas. Don Nico, don Estéban y Diego
Lozada. Con ellos se halla también don Leandro Samamé, gran conversador, cualidad no
común entre los callados campesinos. Claro está, don Leandro es hombre «rodau». Conoce
San Felipe, Colosay, Jaén. Bagua Grande, Bagua Chica, Choros, Cujillo Sto. Tomás,
Pimpincos y otros lugares de la región. Oigámoslo hablar.
-Yo he andau por to esos sitios como arriero del finau José Collazos. Y en to esos lugares
había gente armada. Pero mi patrón los conocía. Todos eran sus amigos. Les hacía algún
regalo y siempre andaba en la alforja su botella de cañazo pa invitarles. De ese modo
llevábamos la mercadería por lugares onde nadie entraba. Vendíamos harto y se ganaba
bien.... Hasta que al fin una vez casisito que nos matan en el sitio del Rollo. Era ya la oración
cerrada cuando llegamos a la casa de un tal Anunciación Guerrero, también hombre de
armas.... Buena posada. Ahí mismo nos prepararon comida y nos dieron buen pasto pa los
«avíos». Teníamos tres muías buenas de carga, y cuatro con la muía de silla del patrón.
Dormimos bien... Pero a la mañana siguiente, el día que aclara y el baleo que comienza. Era
la gente de Gustavo Flores que atacaba la casa... Don Guerrero con sus hijos y dos cholos que
tenían pescaron las carabinas. Las balas sonaban en las quinchas. Por que to esas casitas son
de quincha. Pa bien que a precaución de sus enemigos habían levantau cimiento de pura
piedra de dos varas de alto pa lau adentro. Y eso nos favoreció. . . Mi patrón Collazos sacó la
pistola «Mauser» y yo, un revolvaso 44 que me daba pa los viajes... Daba miedo las balas que
sonaban tum... tum... tum... como cancha, de afuera y de adentro. De repente un tal Quintana
que estaba a mi lau cayó de pecho. Pero vaya maldito tiro que le destapó el coco. Los sesos
saltaron por to mi cara... Don Guerrero nos hizo señas de callamos pa que los contrarios no
supieran del muerto, y yo pesqué su carabina «Salgan sin son hombres» -nos gritaban de
afuera. «Vénganse pa acá, maricones... -les decía Don Guerrero. En eso, un chico pegó un
grito, su mamá lo alzó del suelo, porque le habían quebrau de un balazo la canilla».
En esas horas no hay miedo, señor -continúa el narrador -. AI menos cuando los jefes son
buenos dan ánimo al más cobarde. Don Guerrero se parecía león. Quería salir fuera, pero mi
patrón no lo dejaba. Mejor era esperar que se acerquen pa guiarlos. Por un huequito que
había, yo espiaba pa ver alguno de los cholos. Y en efecto, tanto y cuanto lo vi a uno de ellos
sacando la cabeza tras un tronco de concharabi... Lo apunté bien, y le largué el tiro, como que
lo vi que se enroscó en el suelo. Los más, en vez de acobardarse se endiablaron. «¡Adentro,
muchachos!» -gritaron- corno abalanzarse de carrera. Nosotros les hicimos descargas. Pa
estos casos la pistola «Mauser» es lo mejor. Mi patrón lo hizo bien. Dos cayeron en el guicio;
y nos aventamos pa juera por la puerta y por la quincha con mujeres y todo. ¡Vaya chinas pa
guapas!... Eso no más vide... Cuando volví en sí, como al medio día, me dolía la cabeza que
estaba amarrada con un paño. Me habían dau el culatazo detrás de la oreja De eso es pue esta
señal que tengo aquí... Ahí mismo estaban velándose dos muertos, ese Quintana y un hijo de
Don Guerrero. Heridos habían varios. Al mismo mi patrón le habían dau un feo rasmillón de
bala sobre la ceja. En eso ya había más gente en la casa, toditos armados.
-Pa suerte que, oyendo los balazos habían veníu los partidarios de don Guerrero de lotra
banda y ellos nos habían estau ayudando sin que nosotros nos diéramos cuenta.... Cuando
Gustavo Flores cayó herido ya no tuvieron más que escaparse como pudieron, dejando siete
muertos y dos mal heridos. Después de cortarles el gañote con el machete, la gente de don
Guerrero los llevó arrastraus a botarlos lejos a que los coman los «shingos».
-Desde ahí le tengo miedo a ese maldito pájaro que le llaman «Fin- Fin». Cuando ese
maldiciau se pone a silvar cerca de una casa segurito que hay muerto. Y esa tarde cuando
subíamos la cuesta pa llegar a la casa no se cansaba de silvar: fin-fiiiili... in: fin - fiiiii in.
Yo le decía a mi patrón que ese pájaro es malagüero. Pero él se reía y me contestaba que
seguro me iba a morir yo de tanto comer zapotes y mangos con la comida fría. Pero de eso yo
no tenía miedo porque yo sé un buen remedio pal cólico.
-No, señor. Hay que tomarlos. Con tres tragos que se tome, ¡fuera cólico!
-Oigasté, no es pa broma el «Fin-Fin». Le voy a contar otro caso que pasó en Pucará. Del
pueblo pa arriba hay una quebrada con unas peñas feísimas. Ahí tienen sus nidos los loros
que to el santo día van y vienen haciendo una gran bulla... Un tal Teófilo Mundaca con su
hermano Bacillo habían agarrau de costumbre irse ahí to los domingos a cazar loros. Uno de
ellos montaba en un palo que estaba amarrau de en medio con una beta, pa que el otro lo
descolgara poco a poco desde lo alto... Pa sacar los loros llevaba un palo con un poco e
cabuya amarrau en la punta. Metía el palo a la cueva y le daba vueltas pa que los loros chicos
se pescaran en él y se enredaran en la cabuya. Entonces el hermano lo volvía a suspender...
Tres, cuatro loros, eran tres, cuatro soles por domingo. Y no tenían miedo que se arrancara la
beta y darse un golpe de más de treinta varas hasta onde había monte pa sujetarse... Hasta que
un día. Cuando se descolgó el Bacillo y metió el palo con cabuya a una de las cuevas, sintió
que adentro sujetaban fuerte. Él pensó entonces que eran loros viejos. Pero al sacar el palo
vio que un gran «macanche» se había prendido con las tremendas muelas. Dando un grito de
espanto jaló con fuerza el palo y lo votó pa abajo. Y la serpiente tremendaza cayó ¡plac! sobre
las ramas...
A semejantes gritos, el hermano quiso suspenderlo con apuranza. Pero pa mala suerte y de
remate e males se rueda una piedra y le rompe la cabeza. ... De ese susto, el Bacillo se
enfermó con «pachachare». Se fue secando y poniéndose pálido, «muermo» y «shumbul». No
lo curaron a tiempo y el mal avanzaba. Lo contrataron después a taita Rosario Mellán pa que
lo cure y le saque el ánimo. Pero el viejito dijo que el mal estaba propasau. Y más que todo,
que no podía curarlo porque el «Fin-Fin» no paraba de silvar cerca de la casa... Y el Bacillo
se fue secando y dejuro se murió.
-Bueno -dice Cárdenas- quisiera que me explique como es eso de «sacar el ánimo» y la
«limpia».
-En esta cosa don Esteban sabe más. El pue, que nos parle -repone Leandro.
-Pa esto primeramente el curioso hace la «limpia» con cuye negro. Vivo el animal, lo pasa
por lo el cuerpo. Al terminar la limpia el cuye muere. Entonces le abren el vientre pa
examínalo. Si el cuye tiene sangre molida en las tripas porque el enfermo esta recocinau de
calor. Si los higaus están prietos, ahí está el mal del enfermo. Y así se busca en to el cuerpo
del animalito de Dios pa saber que sitio es el que está enfermo en el cristiano, ya se trate de
«cólico airau», «tabardillo de calor o de frío», «mal aire», «mal ajeno», «espanto» y to los
males que el curioso conoce... Según sitios también el mismo mal tiene nombres distintos.
Cati al «espanto» le llaman en algunos lugares «pachachare», en otros le dicen «silvau»,
«agarradura e tierra». Pero siempre es el mismo mal, y proviene de que cuando uno se asusta
en un sitio malo ahí se le queda el «ánimo». Y mientras no lo saquen, el enfermo no puede
sanar, aunque le den toa clase de remedios de botica o de campo.
-Yo voy a contarles como fue que lo sacaron el ánimo del Domitilio Carranza. El cholo se
había espantau encontrando un cadáver en la cuesta del Suro tendido en pozo de sangre. De
ahí no más se empezó a secar; las orejas alumbraban y estaba todo muermo, lanudo, shumbul
como gato ushpiento. Lo limpió por fin el finau taita Calixto y dijo que tenía «pachachare» y
que el Cerro de Tarros le había agarrau el ánimo. Había que sacarlo esa misma noche de
viernes. Pa eso pidió dos hombres de ánimo fuerte pa que lo acompañaran. Y nos fuimos yo y
mi compadre Casimiro Altamirano de acompañantes. Oscuro la noche, subimos al cerro de
Ylucán que queda frente al de Tarros, porque dizque son hermanos. El viejito metió en la
alforja las ropas del enfermo, que se quedó desnudo acostau en su cama, una soga, una
botella de cañazo y un puñau de coca... El camino malo, en el día, en la noche era peor, y más
que estaba garuando. Pero al fin llegamos a la punta del cerro más de la media noche. Don
Calixto nos invitó a tomar un trago. «Tomen una buena -nos dijo- pa que no se acobarden».
De ahí nos mandó tendemos en tierra boca abajo y que no alzáramos la cabeza hasta que pase
el mal espíritu. Y empezó a llamar. «¡Cerro de Tarros… Cerro de Taaaaaan…rroooooooo os!..
¡Déjalo... al Domitilo! Déjalooo.... o! ¡Dómitilo, Domitiiiii.-.loooo. .ó! ¡Vente pacá, no te
quedes! Vente pacáaaaaaaa. .a! «Y así de rato en rato llamaba hasta que vino un ventarrón.
Entonces el viejo nos dijo: «Ahí viene. Cuidau alcen la vista. Y sacando el machete lo hacía
sonar en las piedras y los palos. Nosotros con to el miedo lo oíamos que hablaba como si se
agarrara a la pelea con alguno. Esto duró largo rato hasta que, al fin, triunfante nos habló:
«Levántense. Ya está aquí. Y nos enseñó un muñeco que había hecho con las ropas del
enfermo, amarrándolo con una punta de la soga. Y entregándome la otra punta me dijo:
«Lléveluste arrastrau y caminen sin voltear atrás la cara, porque tengo que ir combatiendo
con el mal espíritu si viene a queremos quitar el ánimo del Domitilo que se va ahí» ...
Seguimos andando pa abajo. Y en cada viento fuerte el viejo combatía machetazos con el mal
espíritu. Cuando llegamos a la casa, casi al amanecer, abrió luego la puerta y con to ligereza
pescó el muñeco de ropa y lo tiró sobre el enfermo gritándole: «¡Domitilo, ahí está tu ánimo!
¡Péscate del y no lo largues!. Le hizo poner la ropa y luego lo sobó to el cuerpo con montes
fuertes: laurel, añashquero, yachauncas y marc. Le dio una bebida lo arropó que sude.... Eso
no más lo sanó, después que habían gastau tanto en remedios de la botica que más lo
apeyoraban».
El relato de Don Nico ha sido escuchado con atenta reverencia por los circunstantes que
tienen fuerte apego a sus creencias, pese al escepticismo de Diego Lozada y Pedro Cárdenas
que se limitan a callar.
Sopla un vientecillo helado en la silente noche. El cielo que por varios días estuvo tétrico
y lloroso se ha despejado, y brillan nítidamente las estrellas.
-¿Cómo? -repone Cárdenas-. Aquí llaman «verano» a todo tiempo seco e «invierno» al
tiempo lluvioso, sea en Enero, Junio o Noviembre. Esto es un error. En mi tierra, en el Sur,
sólo se conoce una estación de verano que abarca de Diciembre a Marzo, durante la cual hace
calor, pudiendo llover o no. El invierno, en cambio, abarca de junio a setiembre. Es la
estación fría y puede o no llover, según los lugares. En verano los días son más largos que las
noches, y en invierno sucede lo contrario.
-Así hay ser, pue, dejuro -afirma don Esteban. Aquí no. El invierno fuerte y seguro es el
de Abril «aguas mil». Regla también es el «cordonazo de San Francisco» en Octubre; por
fuerte que esté el verano siempre pega un buen golpe de aguas. En cambio, verano seguro es
en Julio y Agosto. También según sitios. Hay lugares como Callayuc y Chunchuca onde dice
el decir que «llueve catorce meses al año»: doce meses del cielo y dos de los techos de paja y
los árboles que siguen goteando cuando para de llover.
—Oigasté, pue -interviene Leandro- también es pa que alce verano, por fuerte que esté el
invierno, cuando un río lleva gente. Eso he echau de ver cuando viajábamos con el difunto mi
patrón Collazos. El rio Marañón estaba crecido y no nos dejaba pasar. Traía palizada y mi
patrón no quería meterse. Tenía miedo meter las cargas en la balsa que podía fracasar. Dos
dias, estábamos islaus en la casa del balsero, en Cumba. Cuando en eso me voy la mañanita a
lavarme en el río y encuentro un muerto atracau en un remanso contra los guayaquiles. En
carrera me fui a avisarles... Uno dijo que había que sacar el cadáver y dar cuenta al
Gobernador pa sepultarlo. Pero don Floro, pa no comprometerse ni perder su tiempo andando
en puertas de la autoridá, pa no firmar diligencias y declaraciones, agarró un palo largo y lo
empujó a la corriente pa que siga su camino aguas adentro. Nunca se supo de onde vino el
cuerpo de ese cristiano de Dios ni a onde se fue a parar....
-Y el tiempo mejoró?
-Sí, señor, ahí mismo levantó «verano» fuerte; a los dos días bajaron las aguas y nosotros
pudimos pasar con bien, en la balsa de Don Floro, a la otra banda.
UNA CARTA DE ALBERTO MELGAREJO
Don Pedro Melgarejo, en la Hacienda Yerbabuena con intranquilo afán lee y relee
comentando con sus familiares y amigos la extensa carta manuscrita que su hijo Alberto; a
quien creía muerto, le envía de Tablabamba. Veamos algunos párrafos de la singular misiva.
«Después de todo, querido padre, aparte de la natural angustia que mi desconocida suerte
debió haberles producido debemos, en cierto modo, congratularnos de que tal hecho haya
ocurrido.»
«¿Qué el pueblo sufre...? Lo sabíamos perfectamente. Pero este dato capital fue siempre
tan trivial para. Nosotros, tan despojado de interés como la catástrofe de los millones de
microbios que perecen con la ebullición del agua al preparar el desayuno cotidiano.
«Visto así el mundo desde el ángulo nuestro, desde el sitial de mandones; desde la regia
mansión donde todo es abundancia, comodidades, lujo; donde hay una servidumbre que
obedece nuestras órdenes, dinero, facilidades e influencias, para satisfacer nuestros caprichos,
nada podemos comprender de las angustiosas exigencias que pesan sobre la humanidad
atormentada.
«El obscuro calabozo donde pasé los primeros días, sujeto a todas las incomodidades, a la
censura, a la sistemática hostilidad, fue para mí la primera lección experimental. Sólo
entonces me fue posible meditar y comprender el sistema de torturas y de penalidades
impuestas por culpa nuestra, por culpa de la clase dominante y opresora a la que
pertenecemos, para los miles de presos político - sociales.
«Vino luego otra etapa preparatoria; Yo, el «niño», mimado de la poderosa familia
señorial, cuyo orgullo me situaba en un plano de insultante prominencia, fui obligado a
trabajar en igual forma como los peones de Yerbabuena a nuestras ordenes, con el mísero
jornal de cuarenta centavos, desde el amanecer hasta la puesta del sol.
«No debería, pues, prohibirse la circulación de esta literatura hostilizando con crueldad a
quienes la propagan. Muy contrariamente, habría que fomentar su lectura, ya que ella
propugna el establecimiento de un sistema social basado en la equidad, la colaboración
mutua, la sencillez y la armonía entre los hombres.
-¿Puede ser esta una carta verdadera de un Alberto Melgarejo?,… del hijo de Don Pedro
Melgarejo y Malpartida?... No podía creerlo. Pero su letra inimitable, el elegante rasgo de su
firma inconfundible no dejan duda.
Ya en una ocasión entraron a Cutervo los Vásquez, apoderándose de la ciudad por mucho
tiempo, sin más ley que la voluntad omnipotente de don Avelino, su jefe soberano.
Las montañas de Lalín, Lanche y Romero son el refugio de una de estas terroríficas
bandas que obstruyeron con frecuencia la labor de las tropas acantonadas en Cutervo. Ya en
agosto de 1925 -en el combate de Payac- pusieron en fuga a las fuerzas combinadas de la
infantería y caballería, causándoles entre muertos y desaparecidos doscientas bajas. Sin
contar pérdidas de material bélico en apreciable cantidad.
El nuevo jefe de las tropas regulares cree por eso necesario cambiar de táctica. Pero esta
labor debe llevarse a cabo en la más absoluta reserva y con el tino y sagacidad más exigentes.
Se hace necesaria una entrevista con los lanchinos en algún punto de Conday, Ushcurume,
Chugur, Aullán o Allanga.
¿Quién, pues, ha de ser el hombre capaz de ejecutar este atrevido plan? En esta idea de
escoger al hombre de la empresa medita en su despacho el Coronel. Y manda llamar al
Subprefecto.
-Mis queridos amigos: tal vez antes de un mes va a realizarse un combate definitivo.
Nuestras condiciones militares fuertemente reforzadas con la llegada del Batallón de
Zapadores, el 5 de artillería y, más que todo, la 2 Comandancia de la Guardia Civil, nos
permitirán arrasar Tablabamba en tres semanas a más tardar. Contamos además con la
colaboración de numerosos voluntarios civiles conocedores de la región y enemigos
irreconciliables de los Tablabambinos... gente, armas, dinero, apoyo, o mejor dicho, interés
propio del mismo Gobierno...
-Si, mis queridos amigos. Esta es la verdadera situación. La suerte de Solano está echada.
Sus días están contados. Y su caída será el comienzo de una caída de muchos. La razón es
muy natural. Dominado Tablabamba... Empezaríamos por atacarlos a Uds. pues la orden del
Gobierno es «Dejar a la provincia libre de toda resistencia»
Nadie habla nada. Poco expresivos son los rostros de estos hombres para dejar traslucir si
las palabras de moreno les infunden temor, desconfianza o convencimiento. La estancia se
llena de humo de cigarrillos. El visitante prosigue:
-Si no se meten esos cholos a ayudarles, los pobres soldaus hubieran sabido lo que es cosa
«mishque».
El recuerdo de aquel hecho de armas anima los comentarios. Fue al fracasado movimiento
revolucionario levantado en Chota por Don Arturo Osores (1924) en colaboración con don
Eleodoro Benel y del coronel Alcázar. Hecho prisionero este último fue fusilado junto con el
teniente Barreda en la plaza de aquella ciudad, en pleno día.
- ¡Oh¡ Claro que nadie desconoce el temerario valor de Uds... Lo que acaban de decir es
la verdad. Y, precisamente por eso, porque reconocemos lo que Uds. son es que he venido
enviado por el mismo Presidente de la República y por el Coronel Herrera para ver si
podemos llegar a un acuerdo... Sabemos que la lucha con Uds. nos costaría muchísimas bajas
y contratiempos. Pero, al fin, sitiados en un círculo de fuego por fuerzas superiores que
reciben continuos refuerzos... Además, como les dije al principio, Uds. tienen muchos
enemigos entre el elemento civil tanto en la ciudad como en los campos de Cutervo, y esa
gente civil también va a actuar en la campaña con nosotros.
-Pero no es ese el caso. Se trata de que todo esto podemos evitarlo. Solo necesitamos un
poco de comprensión, tino y buena voluntad de parte de Uds. Miren que esto les da a Uds. la
oportunidad de obtener grandes recompensas a cambio de que se neutralicen en la campaña
contra Tablabamba y contra Benel y Castañeda.
A la primera entrevista siguieron varias otras por espacio de dos semanas. La persuasión
del Subprefecto ha tenido pleno éxito, se ha pactado el convenio de paz. Y ante el estupor del
pueblo, que ignora pormenores, los delincuentes cabecillas se encuentran en Cutervo, con
plenas garantías, departiendo con las autoridades militares y civiles.
A insinuación del Subprefecto, y para solemnizar el pacto, los Vásquez han preparado un
gran banquete al que deben asistir el Coronel, la oficialidad y las autoridades de la localidad.
Los agasajantes están en traje de parada. Pero llevan su acostumbrado poncho y las polainas
que fueron siempre las prendas distintivas de sus últimos años de campaña, lucen flamantes
ternos, anillos de oro y magníficas cadenas de reloj.
Sin embargo, sólo se ve a los jefes. Los «cholos» no aparecen, como que presintieran
algo. «Mala espina me da esto» -dijo uno de ellos-. Y se quedó en el campo con sus
compañeros. Ya al iniciarse la reunión, el cojo Pedro Flores, el infalible tirador de hazañas
incontables, con brujo presentimiento, se hace humo. Nadie supo por donde se escurrió.
La fiesta tiene lugar en una casa quinta de las afueras de la ciudad. A las cuatro y minutos
de la tarde no puede ser un almuerzo ni una comida. Es más bien «un piqueo» al estilo del
lugar. Se sirve una copa y por santo y seña, el Subprefecto dice:
Apurada apenas la copa de licor, los veintiún oficiales concurrentes, extraen veloces sus
pistolas y las encaran contra los Vásquez:
Pasmados de sorpresa, apenas si intentan protestar. Más aún, por encontrarse desarmados.
Vuela la noticia en la ciudad con rapidez de rayo. Confluye corriendo la gente del pueblo.
Los niños de las escuelas abandonan sus aulas plegándose al populacho. Injurias e
improperios caen sobre los presos que no encuentran en el tumulto sino semblantes iracundos
y canina ferocidad en las miradas. Ellos que tantos años fueron el terror de los campos y
poblados se encuentran ya inermes. Y avanzan maniatados entre el odio del pueblo que quiere
cobrar cuentas. Entre los prisioneros hay un muchacho, el hijo predilecto del jefe Avelino
Vásquez.
Han llegado hasta el atrio del templo. La voz, altisonante del Subprefecto los presenta:
- ¡Al panteón! ¡Al panteón! -responde feroz el vocerío del nervioso y agitado populacho-
Que los fusilen...! Que los fusilen... ¡Al panteón…! ¡Al panteón...!
Son las últimas horas de la tarde, bajo un amenazante y severo cielo gris de tempestad. La
macabra procesión se enrumba al cementerio conduciendo a los condenados que van sujetos
con sogas por los soldados. Jamás se vio en Cutervo cuadro más horroroso. Odio de quienes
cobran atrasadas venganzas, curiosidad de otros, en fin, extraña confusión inexplicable hace
marchar a todos, apretujadamente, como autómatas, hasta la puerta del fúnebre camposanto
que está abierto.
Los prisioneros son empujados a viva fuerza hacia el paredón del fondo. Procediendo sin
demora se pone frente al pelotón de fusilamiento al voluminoso Avelino Vásquez, jefe de la
banda que durante tantos años tuvo en sus manos el dominio de Cutervo.
-Mátenme, pero perdónenle a mi hijo la vida -dice dirigiéndose al Subprefecto que, con
un rápido gesto, parece concederle esta petición a favor del adolescente.
Luego, de vocerío del apiñado conjunto de ojos desorbitados apenas deja oír la voz del
jefe del pelotón.
-¡Perros, traidores!.. ¡Tíren! -les dice exponiendo el pecho- ¡Muero como hombre!
Al ver muertos a todos, el hijo de Avelino intenta huir, implora perdón. Pero ni su
reclamo, ni la gracia pedida por su padre son oídos. Sujeto de ambos brazos por dos hombres,
corre igual suerte que todos, haciéndosele saltar los sesos con el plomo infalible de los
Máuseres.
No tardarán mucho tiempo en la prisión. Diariamente, apenas llega la noche, sin proceso
ni espera, los prisioneros parten amarrados, semidesnudos y maniatados rumbo al cementerio.
Y, a la luz de lúgubres linternas de kerosene, los fatídicos disparos que se escuchan son el
signo funeral de los que quedan para siempre en el común sepulcro.
Don Eleodoro Benel, acosado por la gente civil de Grimanez Berrios que respalda el
Teniente Temoche, se suicidó en el combate del Arenal de Callayuc - Querocotillo.
y la mortífera descarga de siete tiradores va cegando una tras otra la vida de estos
infortunados.
REVOLUCION EN CHICLAYO Y LAMBAYEQUE
El espíritu del pueblo está enfermo. Pero hoy esta trágica rutina que lleva varios meses de
matanzas se ha visto de repente perturbada.
Aquí y allá grupos de gente que comentan con mal disimulada animación. Visible
descontento en el semblante de unos, y marcada euforia en los demás.
Sin perder segundo, Catalina despachó un-expreso a Solán, aprovechando del sistema
especial de comunicaciones que ellos tienen, para ponerlo al tanto de la situación. Instándole
a actuar en esta hora decisiva.
-Si, pue -afirma don Esteban- ¿A qué metemos si va a ser pa perder? Más vale esperados
aquí cuando vengan pa enseñarles su camino él que no vuelvan.
-La cosa quiere medir bien -dice Don Nico, pausadamente-. Porque si gana la revolución
nosotros vamos a quedar mal. Y si gana el Gobierno, más peor. Ahí sí, dueño de todo,
mandará contra nosotros to la tropa que quiera pa combatirlos.
Hay unos instantes de silencio, y de entre el grupo de mujeres, que hilan sus copos de
lana con la meca y el uso, sentadas en el suelo, habla doña Juana:
-Cuando ña Catita ha mandau carta pa que se vayan a la pelea es porque así conviene.
Cuando ella dice una cosa hay que hacerlo. Nada nos ha saliu mal cuando ella ha mandau
carta.
-Pero ¿Quién más que Pablo puede medir el peligro? -interviene Rosabel- En campos
desconocidos irían a sucumbir.
-Eso es lo que digo yo -dice don Esteban-, «Juan Segura vivió muchos años».
-Pero al fin se murió -agrega Diego Lozada, con soma-. Yo creo que más vale un rato de
colorau que ciento de amarillo.
Yo creo lo mismo - interviene Eliana - ¿Hasta cuándo hemos de vivir así en continua
lucha, en esta intranquilidad? Pudiera ser que la suerte nos ayude y de este triunfo venga la
paz.
-La tropa que sale de Cutervo para atacar Chiclayo tiene que recorrer por lo menos dos
días, en terreno de sierra como el nuestro, antes de entrar en la pampa costanera. Yo creo que
tendríamos suficiente tiempo para poder atacar por sorpresa en uno de los malos pasos. ¿Qué
les parece esta idea?
Viendo que esta, opinión, aunque en mayoría, no es plenamente aceptada por todos,
Solán, les habla de esta manera:
-Miren ustedes: nunca como en esta precisa ocasión podemos ser más útiles a la
revolución. Quizás si de la destrucción, o por lo menos del retardo, de las tropas que están a
nuestro alcance dependa el triunfo definitivo de la causa. No podemos negar nuestro
concurso. Tal vez si pende de nuestras manos el acabar con la tiranía de nuestro pueblo. Yo
me decido por la lucha. Consulto la opinión de los demás.
-Sí, muy bien. ¡Vida o muerte! ¡De una vez! -se expresa Mauricio, con entusiasmo,
poniéndose de pie.
-Que Dios nos ayude -dice Don Nico- santiguándose mientras se levanta de su banco en
actitud resuelta, gesto que es seguido en silencio por todos los presentes.
Los rebeldes de Lambayeque organizan activamente la defensa. Las tropas venidas por
mar y las que partieron de Cutervo a las órdenes del coronel Rui Barbo se aproximan. La
situación es difícil, aunque en parte equilibrada por haber recibido la noticia de que los
trujillanos se apoderaron de la ciudad copando íntegramente a las tropas del Gobierno.
Clarea el alba. Reanímanse los corazones al toque del clarín. Rui Barbo toma la iniciativa
con vigoroso empuje. Más, los rebeldes han jurado no ceder. En sus manos está el porvenir de
la nación. La frase inmortal de Bolognesi se repite: «Pelearemos hasta quemar el último
cartucho»!
Por fin, antes de caer la tarde, acosados por ambas partes y diezmadas sus filas, las
fuerzas gobiernistas, enarbolando una bandera blanca, piden la paz.
VIDA NUEVA EN LA PATRIA
No es tan fácil reconocer a Solán, en el pálido, enfermo, convaleciente recostado en una
de las camas del hospital de Chiclayo. Fue recogido del campo de batalla con una herida de
bala que le quedó incrustada en el muslo y otra a la altura de la oreja izquierda que a poco le
perfora el cráneo.
Cerca de él. Don Nico con un brazo vendado, pendiente al cuello por un pañuelo, lamenta
la muerte de su compadre, don Esteban, que cayó junto a él, con un tiro en la frente.
Luego llega Catalina, la hija del maestro, con un bolsón de fruta. Les habla con cariño y
optimismo y trata de disiparles de la mente las trágicas escenas.
-Oiga, Don Nico -le dice-. Sé que es Ud. un gran cazador. Quisiera que nos cuente cómo
cazó el primer puma.
Don Nico sonríe, como evocando lejanos recuerdos y a una nueva insistencia de Catalina,
prosigue:
-Era yo muchacho cuando trabajábamos un día con varios peones en la chacra del Finau
taita Espíritu. En esos tiempos el peón ganaba a real diario y se trabajaba de seis a seis.
Madrugau llegamos todos a la casa del patrón cuando nos dieron aviso que el león había
llevau un puerco chico de una vecina. El finau espíritu ordenó entonces que to la gente dejara
el trabajo pa seguido al maldiciau hasta matarlo, porque mucho perjuicio estaba haciendo en
esos campos de Llipa... Guiaus por perros rastreros andamos más de una legua hasta un sitio
feísimo, al pie de una peña, onde ni los perros podían treparse. Ahí estaba la cueva.. Seguro el
león estaba adentro. De cualquier manera, había que llegar. Me dijeron que yo era más
aparente de todos pa subir primero. Y yo, envalentonau por eso, me amarré a la cintura la
lanza que me dieron y, pezcándome con las uñas, llegué por fin hasta el sitio. . . El maldiciau
con la panza llena del coche que se había comiu se había quedau seco dormido. Verlo echau y
clavarle la estocada fue una sola cosa. Como una flecha se levantó el bandido y se prendió de
mí.
Como el sitio era estrecho nos rodamos abrazaus hasta abajo. Los compañeros me
salvaron... El maldiciau quedó muerto a machetazos. Entonces nos cargaron, a él en un palo,
y a mí en un poncho hasta la casa... Estas lacras que tengo en la cara y estos remiendos de mi
barriga son los mordiscos y los rasguños del maldiciau... Me había sacau un pedazo de tripa,
pero pa suerte el finadito Espíritu era curioso y ahí mismo lo cosió. Si de nó dejuro que me
via muerto como el león.
Animados comentarios sellan el relato de Don Nico, entre el grupo de personas que se
han congregado en tomo suyo, en tanto un empleado entra trayendo una carta para Solán.
Catalina lo recibe y rasga el sobre, leyendo luego en voz alta:
«Querido Solán :
«Por obra de la Revolución Triunfante ayer fuimos liberados todos los presos políticos y
sociales.
Catalina lo asesora y le ayuda a orientarse entre las nieblas de la altura y el humo del
incienso que confunde.
Pórfido Montego, conocido pleitista, el Satanás de esta tierra: ha venido de visita. Tras
una extremosa felicitación prosigue así:
-Es llegado el momento, mi distinguido Solán que se haga Ud. el dueño y señor de la
Sierra del Norte. Su tenaz resistencia y su eficaz aporte al éxito de la revolución han
levantado a tal punto su fama que en todas partes lo llaman «El Gran Caudillo» ... Don Pablo
puede ser segundo jefe y… si en algo pudiera ser yo útil me tiene absoluta e
incondicionalmente a su disposición... ¡Le seguimos juicio a cualquiera!...
Luego, de una breve pausa, y observando que sus palabras no producen entusiasmo en el
ánimo de Solán, continúa insinuante:
-Sí, mi querido caudillo, la juventud es a veces extremadamente idealista; pero hay que
tomar las cosas de la vida por su lado práctico, realista, positivo... Bastante se ha sacrificado
Ud. por los demás; tiempo es de cobrar sus sacrificios para gozar plenamente del mundo y de
la vida...
-Para quien no hubiera cimentado sus ideas y sus actos en los libros y enseñanzas del
Maestro le sería muy fácil caer en una trampa como esta.
-Sí, señor. Pero, suponiendo que estaríamos de acuerdo ¿cree Ud. que el pueblo no nos
quemaría vivos?... con tanto sacrificio hemos luchado contra el despotismo y ¿seríamos
capaces de instaurar una nueva tiranía?... ¡Eso sería una traición!
-Es que yo …
-Ud., junto con otros peligrosos elementos -le dice Soláno- quedará preso en nuestra
escuela de rehabilitación.
-¿Yo al internado?....
Y como si esto no fuera bastante para confundir al miserable le suelta Diego Lozada
desde la puerta esta sátira mordaz:
Luego. Atándole las manos, lo conduce al encierro. Derrotado, don Pórfido se siente
aprisionado de un indefinible sentimiento mezcla de humillación y de despecho, a la vez que
de temor y de respeto hacia este nuevo rumbo que la palabra «revolución» ha encamado.
Para él, profano del doctrinario idealismo, la palabra revolución nunca hasta entonces
significó otra cosa que un cambio de hombres en el comando de la máquina estatal de
especulación y de exterminio, de agresiones y matanzas del bando vencedor sobre el
vencido...
OTRA ETAPA EN EL MUNDO
Los años han corrido. Han cambiado los tiempos. Un nuevo estado de cosas se advierte
hoy en el mundo. Es la etapa de la socialización. Las innúmeras regiones forman estados que
ansiosamente laboran por alcanzar un puesto preponderante en el progreso de la Federación
Nacional del Perú.
Parece un sueño ver cada comarca de esta Provincia convertida en algo así como una gran
familia, ya que las grandes vallas económicas, que aislaban en desmedido individualismo a
los unos de los otros, han desaparecido.
En aquellos caseríos que hace años hemos conocido como La Succha. Chipuluc y
Tablabamba, los campesinos aún conservan, sus casitas diseminadas como antes; pero ya
enlucidas, pintadas, limpias, con un pequeño jardín, una huerta y un corral para algunos
animales. Pero los grandes cultivos son hechos por lodos, y a todos pertenecen los productos
en el equitativo y proporcional reparto.
De idéntica manera, los ganados que pastan en los extensos potreros y los rebaños que se
ven en las alturas son de la colectividad. Su cuidado y pastoreo, hechos por turno, son
siempre motivos de animada y expansiva ocupación, pródiga en incidencias y sorpresas en
estos campos de caprichosos accidentes naturales.
Así se ven los campos de San Antonio, Sócota, La Lucma, La Ramada, San Juan, Cujillo.
Así se ven las comarcas de San Andrés, Santo Tomás, Pimpincos, La Sacilia y Choros junto
al imponente Marañón. Así están los campos de Callayuc, Querocotillo y Santa Cruz en la
cuenca del Chamaya. Sinchimache, Sillangate, Chivulgár.
La idea de caridad como favor está proscrita, diremos mejor, superada en un elevado
sentimiento de asistencia social. Cada enfermo, cada niño, cada madre, tiene derecho al
auxilio de la colectividad.
Las escuelas... muy distantes están de aquellas anticuadas manadas de niños aprisionados
en un estrecho c incómodo local, donde el maestro hacía el severo papel de dictador de
lecciones. La escuela de hoy es alegre y atrayente, los niños trabajan y juegan; estudian y
cantan; leen sus libros y manejan las herramientas. Plantitas y flores circundan la casa que
respira toda ella buen gusto y limpieza.
Aún los fúnebres cementerios han desaparecido, de estos campos florecientes. Poco
espacio queda para las cosas tristes. Los cadáveres se creman, y sus cenizas son abono de las
plantas.
El hombre es materia, es energía y espíritu: energía y espíritu que no son sino estados
diferentes de la universal y única esencia. El hombre como tal no es ajeno al circuito infinito
de lo eterno. Ha sido o podrá ser otro hombre, un torrente, una montaña, un rayo. ¡Viene de
Dios y ha de volver a El!
Así piensan los hombres de esta nueva cultura. Por eso, en su estoicismo, no se confunden
cuando la Naturaleza desintegra, y absorbe a los mortales que han llegado al final de la
jomada.
VERTICE
Aires de fiesta extienden sus alas sobre el pueblo de Cutervo. El vigésimo aniversario del
triunfo de la revolución ha de ser celebrado con la nota culminante del retomo del maestro.
Entregado por entero a la inmensa tarea de la reconstrucción social que demandaba sus
servicios, no le fue posible retomar hasta hoy al terruño.
Muchas caras conocidas, aunque marcadas de amigas y nimbadas por las canas del
«tiempo, veremos hoy, junto a los nuevos retoños de la generación en reemplazo de aquellos
amigos nuestros que dejaron ya este mundo.
Tampoco está Don Nico. Hace un año que hizo el viaje sin retorno. Don Esteban murió en
la revolución. Diego Lozada y su familia no podían fallar. Está también Alberto Melgarejo y
muchos más.
Solán y Catalina, unidos ayer por el grande ideal de un mundo mejor, apenas vino la paz
estrecharon sus vidas en el íntimo recinto de un hogar. Ansiosos de este recibimiento,
acudieron tempranamente al campo acompañados de sus hijos.
-Allí, allí... señalan unos, viendo surgir la máquina volante que se acerca velozmente. Es
el primer avión que va a aterrizar en el flamante campo.
Ya aterriza. Para muchos campesinos es cosa nueva ver un avión en tierra. Pronto
desciende de la cabina aquel hombre encanecido, de apacible aspecto y de mirar lejano que,
un día ya distante, vio Solán en la puerta de la escuela.
«No es fácil impedir que en esta hora la emoción se agigante y absorbía el sereno
pensamiento de quien, partiendo un día prisionero de la injusticia y la incomprensión
humanas, se encuentra hoy, al retomo, cariñosa acogida y, caluroso aplauso.»
Era el presentir de un nuevo amanecer, para la humanidad extraviada, que los perversos
trataban de eclipsar con la negra pantalla de su diestra mano en alto».
«Manos rapaces de afiladas garras que amordazando la prensa y deformando las noticias
embutían las columnas de los diarios con calumnias y sentencias condenables».
«Manos que apuraban las copas de licor entremezclado de lujuria y de excesos con la
tortura de los prisioneros indefensos, con la angustia de las madres, las viudas y los
huérfanos; con el odio de todos los hambrientos, y la desgracia de aquellos a quienes la
necesidad, el abuso y la desocupación los convirtieran en malhechores y ladrones».
«Manos fatídicas y torpes que estrangulando vidas pretendieron apagar el ideal que
encendía nuestras almas»
«Y este ideal se hizo llama viviente, se hizo hoguera. Flameó el horizonte con pujanza de
aurora. La orientadora teoría se hizo carne y acción. El cruento sacrificio se trocó en fuerza
invencible. Y el dolor, del martirio fue victoria final».
«Hemos abierto, pues, la trocha por donde han de venir las generaciones que deban
sucedemos para continuar nuestra obra y superarla. Porque los nuevos hombres vendrán más
puros que nosotros. Ellos que encuentran ya las bases de un mundo mejor tendrán más
ventaja que nosotros, y estarán, por lo tanto, obligados a hacer más».
Una estruendosa ovación cierra las palabras del Maestro. Contagiados de frenético
entusiasmo, entre lágrimas y abrazos, se confunden unos y otros, en tanto las notas musicales
y la voz de los niños escolares, cantando un himno a la libertad, imprimen al ambiente una
extraña emoción.
Una menuda lluvia cae sobre la tierra. Y, a través de las gotas cristalinas, el Sol del
atardecer despliega el arco iris en el espacio inmenso.
Es el arco de paz. el símbolo de unión y de alianza entre todos los hombres de la tierra.
Iris de fúlgidos colores, maravilla suspendida de los cielos, más bien que el deslumbrante
meteoro, diríase que fuera la etérea floración de la luz blanca que alumbra el nuevo espíritu
del mundo
── FIN ──
...«Flameó el horizonte con pujanza de aurora... El cruento sacrificio se trocó en fuerza
invencible. Y el dolor del martirio fue victoria final».
TERMINOLOGÍA
Analogía.- Semejanza.
Aberración.- Inexactitud.
Agreste.- Campestre.
Alfañique.- Cierto dulce preparado con miel de caña, que tiene la propiedad de estirarse.
Alienado.- Loco.
Alforja.- Especie de talega de doble depósito para compartir el peso, hecha con tela tejida en
la casa, con labores, adornos, letreros y, figuras.
Animo.- Alma o ánima que se supone es embargada por la tierra al sufrir un susto en ciertos
lugares.
Antara.- Especie de flauta hecha de varias cañitas de sucesivos tamaños unas al costado de
otras.
Antro.- Caverna.
Antivo.- Cierta piedra o peñasco al que se le atribuyen mágicos poderes, debiendo dejársele
al pasar una piedrccita, un terrón o cualquier ofrenda, para librarse de su maligno influjo.
Añashco.- Zorrino que al verse acosado despide un olor de suma fetidez con el que confunde
a sus perseguidores.
Añashquero.- Planta labiada cuyas hojas tienen un olor fuerte y poco grato.
Añicudo.- Duende al que temen los viajeros en los lugares boscosos y solitarios.
Arandelas.- Ciertos adornos de las prendas femeninas.
Artero.-Traicionero.
Auquénido -Clase de mamíferos a la que pertenece el camello, así como la llama, la alpaca,
la vicuña y el huanaco que son propios de los andes surperuanos.
Barbacoa.- Especie de rústica tarima de palos, para dormir o para salvar precipicios.
Beligerancia.- Combatividad.
Caláver.- Cadáver.
Cachua.- Baile regional parecido al «huaino», pero mucho más festivo y de ritmo más
acelerado, que se ejecuta con pañuelo, al compás de una guitarra y al golpe de cajón y
redoblante, con el consiguiente palmoteo.
Carapa.- Parte envainadora de la hoja del plátano, seca, que se utiliza para empaquetar.
Coco.- Cráneo.
Coche.- Chancho,
Cremar.- Quemar.
Curioso.- Curandero.
Cutipa.- Segunda desyerba del maíz, en la que se amontona tierra a la base del tallo.
Damnificado.- Perjudicado.
Desyerba.- Operación agrícola para dejar libre de mala yerba a las chacras.
Diana.- Música alegre. Generalmente matinal. Se toca también cuando hay que aplaudir algo.
Divortiuni aquarum.- (Latin) Línea divisoria de las aguas de una vertiente a otra.
Estupor.- Asombro.
Gafo.- Esta es una palabra muy expresiva. Sirve para insultar, como decir tonto, pero con
mayor fuerza y paradójicamente, sin causar resentimiento.
Jato.- Riendas y adornos lujosos con piezas de plata para ensillar las cabalgaduras.
Juajo! Juajo!.- Interjección para alentar la yunta de bueyes que ara.
Jurídico.- En el norte del Perú se les llamaba a los habitantes de los valles aislados e
insalubres del Marañón o «jurisdicciones».- Hombre de leyes.
Limpia.- Práctica de curanderismo que se hace frotando al paciente con cuye, para
diagnosticar la enfermedad.- Otras veces se hace la «limpia» o frotación con yerbas
aromáticas.
Loros.- Decíase de la antigua policía o gendarmes, aludiendo a su uniforme azul con franjas
verdes.
Llanques.- Especie de calzado rústico con plantillas de cuero sujetas con correas. Hoy se
utilizan para este fin las llantas de automóvil.
Maltón.- Niño crecido o adolescente.- Por extensión también se dice de los animales
domésticos que están casi al término de su desarrollo.
Melga! Melga!.- Interjección para estimular a la yunta de bueyes a tomar buena dirección en
los surcos que aran.
Merienda.- Comida que se da a los peones de la chacra a eso de las tres de la tarde.
Minga.- Persona que ayuda en las labores del campo en forma graciosa sin recibir pago en
dinero.
Mudar.- Darle una ración de pasto, alargándoles la soga, a las reses y acémilas que están
amarradas en los potreros.
Oncenio.- Dícese del periodo de once años que gobernó el Perú don Augusto B. Leguía
(1919-1930).
Onde.- Donde.
Panca.- Brácteas que envuelven la mazorca de maiz. También se dice de los tallos y hojas del
maiz desprovistos de la mazorca.
Parada.- Trapiche rústico. Generalmente de madera, con tres masas verticales, accionado por
una yunta de bueyes, destinado a la molienda de caña dulce.
Paradoja.- Contradicción aparente.
Pararaico.- Fiesta que se realiza con motivo de colocar las puertas de una casa o de instalar
un «trapiche («parada»).
Piqueo.- Comida liviana con bastante condimento, especialmente aji que se asienta con
chicha, generalmente después del medio dia.
«Primicias».- Derechos que junto con los «diezmos», se pagaban a la Iglesia Católica para
sostener el culto.
Pue.- Pues.
Quishil- Precipitados de humo de leña que se forman sobre las pajitas que cuelgan del techo,
en las cocinas de la campiña.
Rallado.- Cierto dulce que se prepara con miel de caña, papaya, camote, etc.
Rebanau.- Picado de bizcocho con queso que acostumbraban comer los campesinos al visitar
las ciudades los días domingos.
Recluta.- Requisa de acémilas que hacia la fuerza pública para efectuar las comisiones.
Sancocho.- Plato que se come generalmente el martes de carnaval y que lleva muchos
componentes, carne, yucas, repollo, etc.
Semanero.- Arrendatario de una parcela (yanacón) de la hacienda, que, por obligación, presta
servicios personales en la casa del hacendado durante una semana por trimestre.
Shingo.- Gallinazo.
Tuavía.- Todavía.
Unsha.- Arbol que se adorna y se llena de objetos para ser plantado en determinado lugar,
durante las fiestas de carnaval. Luego de bailar y jugar se corta la unsha y cada cual coge
lo que puede en festiva competencia.
Ushpiento.- Dícese del gato que busca la ceniza del fogón para calentarse y dormir.
Verídico.- Verdadero.
Zapote.- Fruta de cierto árbol de la familia de las Ebenáceas, de cascara fibrosa, verde-
parduzca, y mesocarpio amarillo muy exquisita que se produce en los cálidos valles del
Marañón.
Contenido
PROLOGO DE LA TERCERA EDICIÓN............................................................4
PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICIÓN.........................................................10
PROLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN (1960)...............................................12
LA SUCCHA................................................................................................26
DON NICO Y EL PUMA................................................................................29
PABLO Y FLORA..........................................................................................34
CONTINGENTE DE SANGRE........................................................................35
EL MAESTRO Y SU DOCTRINA....................................................................38
EL PÁRROCO Y SUS IDEAS.........................................................................40
FUEGO EN EL ALMA...................................................................................43
UNA CARTA DE PABLO................................................................................47
SORPRESA INGRATA...................................................................................50
EN LA HACIENDAYERBABUENA..................................................................52
LA TRAGEDIA.............................................................................................55
EN LA PRISIÓN...........................................................................................59
CHIPULUC..................................................................................................61
CAMINO A TABLABAMBA............................................................................65
LA CASA DE DON ESTEBAN.......................................................................68
CHISPA DE REBELION................................................................................71
LA TRAMPA DE «LA CULEBRLLLA».............................................................74
LIMA: COMENTARIOS Y PENURIAS..............................................................77
EL PORTACHUELO Y CUCHEA.....................................................................84
LA MASACRE DE LANCHE..........................................................................88
FUNEBRE NOCHE.......................................................................................91
LOS DIARIOS DE LIMA................................................................................95
DIEGO LOZADA..........................................................................................97
EL ASALTO...............................................................................................103
PARARAICO Y LANDARUTO......................................................................105
LOS BANDOLEROS...................................................................................111
ENTRETANTO...........................................................................................115
UNA CARTA DE ALBERTO MELGAREJO......................................................122
FUSILAMIENTO DE LOS VASQUEZ EN CUTERVO LA MUERTE DE BENEL...125
REVOLUCION EN CHICLAYO Y LAMBAYEQUE............................................132
VIDA NUEVA EN LA PATRIA.......................................................................135
SATANAS PRISIONERO.............................................................................137
OTRA ETAPA EN EL MUNDO.....................................................................139
VERTICE...................................................................................................141
TERMINOLOGÍA........................................................................................145