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CAPÍTULO 6

La paz: ¿derecho, valor o instrumento?


RAFAEL JUNQUERA DE ESTÉFANI1

La paz es un viejo anhelo del ser humano. Sin embargo, la his-


toria de las sociedades parece ser una yuxtaposición de hechos béli-
cos, de conflictos violentos, de enfrentamientos cuya principal ar-
gumentación ha sido la fuerza. Si queremos acudir a la evolución
histórica de un pueblo no podemos prescindir de esos aconteci-
mientos, de tal manera que da la impresión de tratarse de la histo-
ria de sus guerras2. Este fenómeno se acrecienta si presentamos ante
nuestra vista la historia universal: conglomerado de guerras y con-
flictos de fuerza entre todos los pueblos e, incluso, en el interior de
éstos entre diversos grupos humanos.
Estos hechos reflejan una imagen totalmente violenta de la es-
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pecie humana, fiel reflejo del retrato realizado por Ovidio y retoma-
do por Hobbes en la conocida expresión: homo homini lupus. El

——————
1
Profesor de Filosofía del Derecho. Facultad de Derecho. Universidad Na-
cional de Educación a Distancia (UNED), Madrid.
2
Sólo en el siglo XX se habla de varias etapas bélicas. 1. La paz armada (1904-
1914); 2. Primera Guerra Mundial (1914-1918); 3. Período de entreguerras
(1919-1939); 4. Segunda Guerra Mundial (1939-1945); 5-. La Guerra Fría
(1945-1989), 6. Postguerra Fría (a partir de 1989). Ver el trabajo exhaustivo del
profesor N. Martínez Morán, «Teorías sobre la guerra en el contexto político de
comienzos del siglo XXI», Biblioteca Salmanticensis, Estudios, 262, 2004, pág. 446.

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126 Ética de la paz

mismo Hobbes habla también del bellum omnium contra omnes (la
lucha de todos contra todos) ¿Realmente somos estas fieras para el
resto de nuestros congéneres? ¿Existe un estado de guerra continua
y permanente? Las pruebas citadas más arriba parecen dirigirnos di-
rectamente a la respuesta afirmativa. Sin embargo, en el camino
surge una barrera que nos lleva a pararnos y evitar responder de la
manera aparentemente más lógica. Esa barrera es el anhelo de paz
que llevamos en nuestro interior y que nos hace buscarla, aspirar a
ella. Manifestaciones de esa búsqueda son nuestros deseos de segu-
ridad, de orden, de tranquilidad, etc. No solo hacia el exterior de
nosotros mismos, sino también hacia nuestro interior. Buscamos
un ámbito de serenidad donde nos encontremos seguros junto a los
nuestros. Esto nos lo demuestran los ordenamientos jurídicos que
no son más que el instrumento que toda sociedad se ha dado a sí
misma para solventar los conflictos de intereses por una vía pacífi-
ca. La norma jurídica intenta lograr que el individuo dentro de la
sociedad se encuentre seguro y sea capaz de defender sus intereses
sin precisar de la fuerza. Lo mismo ocurre en la más amplia comu-
nidad internacional, las normas de derecho internacional preten-
den evitar la confrontación por la fuerza de los diversos Estados. La
paz se nos presenta como la gran meta a conseguir.
Ésta es una de nuestras grandes contradicciones somos buscado-
res de paz y creadores de guerra. La naturaleza de esta contradicción
nos ha llevado a ver la guerra como un posible instrumento para
conseguir aquélla. La paz se conquista por la guerra.
También podríamos pensar que el desarrollo cultural de los
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pueblos nos llevaría a abandonar el camino bélico y buscar nuevos


métodos de resolución de conflictos. O, simplemente, acudir al
Derecho como uno de estos métodos. Sin embargo, éste es el mo-
mento en que dicha meta no se ha conseguido y parece lejos de
conseguirse3. Pero, no podemos desalentarnos y ceder ante un pesi-

——————
3
El profesor Martínez Morán titula bajo el rótulo «La guerra como proble-
ma de nuestro tiempo» el primer epígrafe de su excelente artículo anteriormente
citado «Teorías sobre la guerra en el contexto político de comienzos del siglo XXI»,
ob. cit., pág. 445. Lo traemos a colación por ser un ejemplo de cómo la guerra es
tratada por muchos autores como un problema aún sin resolver.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 127

mismo antropológico que nos lleve a desconfiar de todo semejante.


Nos resistimos a creer que el humano es un mero depredador sin
más. Por ello le hemos calificado de buscador de paz. A lo largo de
las páginas que siguen vamos a intentar reflexionar sobre la natura-
leza de esa paz que buscamos y presentarle como un derecho al que
todos (pueblos e individuos) debemos tener acceso.
En el iter de este trabajo vamos a seguir las siguientes etapas: en
primer lugar, trataremos la paz frente al fenómeno de la guerra,
puesto que no pueden ser entendidas la una sin la otra, como he-
mos visto en la breve introducción; en segundo lugar, reflexionare-
mos sobre la naturaleza de la paz, intentando responder a la cues-
tión ¿qué es la paz?; en tercer y último lugar, presentaremos la paz
como un derecho de tercera generación, dentro de los derechos de
solidaridad.

1. PAZ FRENTE A GUERRA

¿Es la paz ausencia de guerra? o ¿es la guerra ausencia de paz? Es


una de las primeras cuestiones que surgen al enfrentarnos a este
tema. No vamos a dar una respuesta a la pregunta, por lo menos de
momento, pero sí constatamos que no podemos abordar una sin
tratar la otra. Por ello vamos a acercarnos a la idea de guerra como
un paso previo.
Algunos autores establecen dos grandes líneas a la hora de ana-
lizar el fenómeno de la guerra4: a) centrarse en la logística de la mis-
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ma (modos, medios y métodos); o b) centrarse en sus causas y con-


secuencias. Es el segundo el que más nos interesa en este momento
por ser el que trata la etiología bélica y, así, al analizar las causas po-
demos entender mejor los modos de conseguir la paz.

——————
4
Véase N. Martínez Morán, «Teorías sobre la guerra...», ob. cit., págs. 446
y sigs. De este mismo autor, y en la línea que estamos presentando, es importan-
te leer su estudio «Guerra y paz en el umbral del tercer milenio», en AA. VV., Jor-
nadas sobre resolución de Conflictos Internacionales, Ceuta, Centro Asociado de la
UNED en Ceuta, 2004, págs. 127-158.

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Se han considerado como principales causas que llevan al con-


flicto bélico5: el territorio, los intereses económicos, la ideología, el
poder, la miseria y otros factores sociales, etc. Como vemos la varie-
dad y heterogeneidad de causas hacen mucho más complejo el pro-
blema. Cada causa requiere un tratamiento especial y, por tanto, un
modo diverso de obtener la paz. Sin embargo, sea cual sea su cau-
sa, surge una pregunta de profundo significado ético: ¿es lícita la
guerra? O incluso aparece otra pregunta con ciertos tintes antropo-
lógicos: ¿es inevitable la guerra?
Históricamente, las respuestas dadas se han aglutinado en dos
grandes apartados6: los apologistas y los pacifistas. Para los primeros,
la guerra es totalmente legítima y para los segundos, radicalmente
ilegítima.
Dentro de las posturas apologistas se encuentra la Teoría de la
guerra justa, que si bien parte de considerar la guerra como un mal
con consecuencias perversas, sin embargo, en algunas ocasiones y
concurriendo determinadas circunstancias y condiciones, la consi-
dera lícita y necesaria. La condición fundamental es la búsqueda de
la paz. Por lo tanto, para que un conflicto se considere legítimo
debe tener por finalidad el restaurar la situación de paz y debe ser el
único medio para ello. Santo Tomás fijaba tres condiciones que de-
bían concurrir: que sea declarada por una autoridad competente,
que tenga justa causa y que se lleve a cabo con recta intención (es-
tablecer la paz). Para la Escuela Española de Salamanca, la justa
causa para la guerra sería la injuria recibida, es decir, la violación
del Derecho, lo que en última instancia significa es el asegura-
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miento de la paz7. Los críticos de esta teoría argumentan como


——————
5
N. Martínez Morán, «Teorías sobre la guerra...», ob. cit., págs. 447-449.
6
Ibíd., pág. 450. En lo que sigue abordaremos el tema desde la óptica de este
autor.
7
Sobre la concepción de la Escuela de Salamanca ver el trabajo del especia-
lista N. Martínez Morán, «Aportaciones de la Escuela de Salamanca al recono-
cimiento de los derechos humanos», Cuadernos Salmantinos de Filosofía, XXX,
2003, págs. 491-520; trabajo que profundiza seriamente en la aportación de
esta Escuela a la construcción y reconocimiento de los derechos humanos,
e introduce diversas concepciones de la mencionada Escuela, entre ellas, la de
guerra justa.

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disfunciones8: a) su utilización de forma diversa en la historia del


pensamiento, justificándose diversos tipos de guerra dependiendo
del momento; b) su paulatino desplazamiento desde la considera-
ción de estos planteamientos como un límite a la guerra hasta uti-
lizarlos como una justificación de la misma; y c) el Derecho moder-
no desvirtuó esta expresión convirtiéndola en un medio más de au-
todefensa.
Otra postura apologista de la guerra es la Teoría legalista de la
Guerra9, para la cual toda guerra debe tener una cobertura legal en
el Derecho Internacional. La legitimidad se la otorga el Derecho.
Es la postura mantenida por Naciones Unidas. Dentro de esta con-
cepción de la guerra, se mantiene el principio de «no intervención»
que implica la prohibición genérica del uso o amenaza de la fuerza
como medio lícito dentro de las relaciones internacionales10. Pero
dicha prohibición tiene dos excepciones: a) el mantenimiento de la
paz y la seguridad internacionales; y b) la legítima defensa. Aunque
una interpretación menos restrictiva admite la intervención arma-
da (injerencia humanitaria) para auxiliar a otros pueblos, o para de-
fender los derechos humanos, o anticipándose a posibles peligros
(guerra preventiva), o en acciones humanitarias, etc.11.
Algunos autores12 consideran que esta corriente apologista,
cuando relaciona la guerra con el Derecho, la contempla bien como
objeto de la regulación jurídica o bien como medio de realización del
Derecho. En el primer caso, como hemos adelantado, se estima que

——————
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8
El profesor Martínez Morán se hace aquí eco del análisis realizado por M.
Vidal en «Moralidad de la Guerra» en AA VV, Paz y disuasión nuclear, Madrid,
Fundación Universitaria San Pablo-CEU, 1988, págs. 83-102. De este último au-
tor se puede ver un análisis exhaustivo del problema de la guerra justa en Moral
Social (Moral de actitudes III), séptima edición, Madrid, PS, 1991, págs. 785-791.
9
N. Martínez Morán, «Teorías sobre la guerra...», ob. cit., págs. 458-461.
10
Es el principio de «no injerencia».
11
En el tema de la injerencia humanitaria es aconsejable acudir al trabajo se-
rio y profundo de C. De Castro Sánchez, El derecho de injerencia humanitaria en
el orden internacional contemporáneo; el impacto de la operación Libertad para Irak,
Madrid, Universitas, 2005.
12
A. Ruiz Miguel, «Doctrinas de la guerra y de la paz», Anuario de Filosofía
del Derecho, XIX, 2002, págs. 140-141.

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está sometida al ordenamiento jurídico y éste tiene la misión de es-


tablecer sus límites. En el segundo caso, la guerra misma se convier-
te en una modalidad de sanción jurídica (la más grave). Desde esta
actitud cabe plantearse la guerra preventiva, concepción que ha empe-
zado a imponerse a raíz de los atentados del 11-S en Estados Unidos.
Aunque, más que sanción jurídica, en el sentido de castigo por una
infracción, habría que hablar, en muchas ocasiones, de un castigo
previo para evitar las acciones violentas que pudieran realizarse. Lo
cual es algo que quiebra los principios jurídicos más elementales. Se
trata de debilitar o destruir al posible enemigo antes de que él nos in-
fiera un daño o perjuicio, argumentándose que la defensa de la paz se
realiza evitando la violencia de los terroristas y de los regímenes que
los amparan13, con lo que se está justificando la actuación armada
contra los presuntos culpables de una posible acción violenta. Se am-
plía en gran medida el concepto de guerra. Ya no se limita a la lu-
cha armada entre dos o más potencias o naciones, o bandos de una
misma nación, sino que se va a entender que esa lucha puede diri-
girse contra unos individuos o grupos de individuos, contra un
grupo armado (los terroristas o los movimientos terroristas).
También se puede considerar la guerra en su condición de an-
títesis del Derecho, pero con la finalidad de legitimarla en el ámbito
internacional, puesto que las relaciones entre los Estados, en un
momento histórico determinado, quedaban fuera del ordenamien-
to jurídico y aquellos estaban legitimados históricamente para uti-
lizar la guerra en defensa de sus intereses. Las relaciones internacio-
nales sólo están sometidas a los pactos entre iguales (los Estados) y
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dependen exclusivamente de las voluntades concurrentes, por lo


tanto, en cualquier momento los pactos pueden ser rotos y las par-
tes contratantes pueden defender sus intereses por la fuerza, si es
preciso14. Más que de antítesis del Derecho habría que hablar, en

——————
13
Véase el excelente trabajo de G. Palomares Lerma, «Globalización de la se-
guridad y realismo preventivo: Los Estados Unidos y el actual sistema internacio-
nal», Revista Española de Derecho Internacional, vol. LVI, 2004-1, pág. 41.
14
Se estaba pensando en un momento histórico en que el Derecho Interna-
cional tenía mucha menor fuerza y no existían organismos internacionales o no
eran suficientemente fuertes.

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este supuesto, de la guerra como un fenómeno ajurídico por que-


dar fuera del ámbito de actuación del Derecho.
No faltan las corrientes doctrinales que aún considerando la
guerra como un mal, entienden que se trata de un mal necesario15.
Desde esta óptica se entiende que, en el fondo, la guerra encamina
a la humanidad hacia el progreso en todas sus vertientes. De una
parte la guerra ayuda al progreso moral. Si no existiera, no se habrían
desarrollado algunas virtudes (coraje, espíritu de sacrificio, solidari-
dad, etc.) sin las que la humanidad no se hubiera desarrollado
como tal. De otra parte, la guerra sirve al progreso cívico. Se trata de
uno de los factores de civilización al constituir uno de los medios de
comunicación entre los humanos. Los conflictos bélicos han ayu-
dado a que las civilizaciones se encontraran y se mezclaran, ayudan-
do a la supervivencia de las civilizaciones superiores y unificando al
género humano. En tercer lugar, la guerra ha servido, también, al
progreso técnico. Ha constituido un medio de estímulo de las capa-
cidades inventivas de los humanos a la hora de buscar instrumen-
tos poderosos que les ayudaran a vencer al adversario. Posterior-
mente, con el darwinismo social, se abandonó la idea de progreso,
sustituyéndola por la de evolución, convirtiendo la guerra en un
medio de supervivencia de los más aptos, salvando a la civilización
de la debilidad que suponía el pacifismo democrático.
Las corrientes pacifistas16 condenan toda guerra. Desde dentro
de la misma Iglesia Católica se produjo un cambio radical: se pasó
de la asunción de la teoría de la guerra justa a negar toda legitimi-
dad a la guerra. M. Vidal tomando en consideración el magisterio
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eclesiástico y la reflexión teológico-moral actual propone la conde-


na moral de toda guerra por contradecir la condición racional y so-
cial del ser humano17. Incluso considera que «el principio de la le-
gítima defensa es cada vez menos moral y cada vez más político y
más belicista»18. En la Escuela Española de Salamanca ya existían

——————
15
N. Bobbio, El problema de la guerra y las vías de la paz, Segunda edición,
Barcelona, Gedisa, 1992, págs. 66-70 y 173-174.
16
N. Martínez Morán, «Teorías sobre la guerra...», ob. cit., págs. 461-464.
17
M. Vidal, Moral Social..., ob. cit., pág. 795.
18
Ibíd., pág. 800.

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algunos antecedentes de esta postura. El mismo Las Casas se decla-


ra partidario de la ilegitimidad de toda guerra, llegando a conside-
rarla como un homicidio y latrocinio común, siendo causa de mu-
chas calamidades19.
Desde el pacifismo, al relacionar el fenómeno bélico con el De-
recho, lo considera como su antítesis20, defendiendo la ilegitimidad
jurídica de la guerra. Esta visión descansa en la construcción de un
poder internacional muy fuerte que sea capaz de evitar las guerras.
También podemos englobar dentro del bloque de corrientes
pacifistas aquella que considera que la guerra es un camino bloquea-
do21. Es una postura doctrinal que está pensando en la peculiaridad
de la guerra atómica, a la que denomina «nueva guerra». Se trata de
una tipología completamente diferente de la guerra clásica por tres
razones: a) ninguna guerra del pasado tenía capacidad para poner
en peligro toda la historia de la humanidad; b) las teorías clásicas
justificadoras de la guerra son inútiles para legitimar esta nueva mo-
dalidad; y c) esta guerra no sirve al objetivo de toda guerra, la victo-
ria, ya que en ella nadie vence, todos serán aniquilados.
Pero que la guerra es un camino bloqueado puede interpretarse
de dos maneras diversas:

a) que la guerra «es una institución agotada que ya ha cumpli-


do su ciclo y está destinada a desaparecer»;
b) que la guerra es una institución injusta que debe eliminarse.

La primera se basa en la idea catastrofista de la «nueva guerra»


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que puede llevar a la destrucción de todos los contendientes por lo


que como medio de resolución de los conflictos ya no sirve y está
destinada a desaparecer. Esto significa que, en la actualidad, es un
medio inservible, pero que en la historia ha cumplido su función.

——————
19
N. Martínez Morán, «Aportaciones de la Escuela de...», ob. cit., pág. 504.
20
Ésta es la visión más correcta de la guerra como antítesis del Derecho y no
la mencionada párrafos atrás. Ver: A. Ruiz Miguel, «Doctrinas de la guerra y...»,
ob. cit., pág. 142.
21
Al describir esta corriente vamos a seguir a N. Bobbio, El problema de la
guerra y..., ob. cit., págs. 30-36.

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La segunda, también partiendo de la misma idea catastrófica, con-


sidera que por acarrear la destrucción de todo el género humano es
condenable y debe ser eliminada para siempre. Se entiende que el
fenómeno bélico es un medio plenamente ilegítimo.
Desde un pacifismo moral se ha considerado la guerra y toda
violencia como una enfermedad 22. La humanidad, que es incapaz
de vivir en paz, que no es comunitaria ni solidaria con sus semejan-
tes y descendientes, que pone en peligro el sentido fundamental de
la vida humana, está enferma. Dentro de este apartado se pueden
incluir todas las posturas defensoras de un pacifismo ético.
Hasta aquí hemos presentado diversas concepciones sobre la
guerra, pero no hemos profundizado en su concepto. No hemos
procedido a responder a la pregunta ¿qué es la guerra?
De todas las corrientes y posiciones presentadas anteriormente,
podemos deducir que se está concibiendo la guerra como conflicto
armado y violento entre países o Estados o colectivos dentro de un
mismo país o Estado. Pero, como hemos analizado anteriormente,
hoy ha surgido una nueva forma de guerra: conflicto armado entre
colectivos que se consideran representantes de una determinada
cultura. Hacemos alusión al enfrentamiento entre el mundo islámi-
co y el mundo occidental. Esta variedad supone en la mayor parte
de las ocasiones una confrontación entre un Estado y unos indivi-
duos aislados u organizados. Podemos pensar que no se trata más
que de una forma de terrorismo y, por lo tanto, no entraría dentro
del concepto de conflicto bélico. Sin embargo, si entendemos que
estos grupos o individuos están financiados, sostenidos y alentados
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por otros Estados se puede considerar como una guerra encubierta.


Podríamos sistematizar la diversa tipología de la guerra en el si-
guiente esquema:

• Conflictos armados entre dos o más Estados,


• Conflictos armados entre grupos sociales dentro de un mis-
mo Estado,
• Conflictos armados entre culturas o civilizaciones.

——————
22
B. Häring, La No Violencia, Barcelona, Herder, 1989, págs. 15-21.

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134 Ética de la paz

El elemento común es la existencia de una lucha armada, la uti-


lización de la violencia para imponer una solución al conflicto exis-
tente. Así, se trata de vencer al otro. Se impone una solución a tra-
vés de la fuerza.
Muy resumidamente, hemos presentado un panorama genéri-
co sobre la guerra. Pero no hemos hablado de la paz y el epígrafe
bajo el que estamos escribiendo trata de la Paz frente a la Guerra.
¿Es inevitable enfrentar ambos conceptos para estudiar uno de
ellos? Ambos están mutuamente relacionados. Se puede conceptuar
la paz como la situación del que no se encuentra en guerra. Se de-
finiría, en este sentido, en negativo. Es la no guerra23, de tal modo
que la definición de paz dependerá de la definición de guerra. Ésta
se define tradicionalmente por tres connotaciones24: a) existencia
de un conflicto; b) entre grupos políticos; y c) solucionado por la
violencia organizada. Sin embargo, nos parece una definición muy
restrictiva. La paz es mucho más que la ausencia de esas tres conno-
taciones. Podemos encontrarnos en una situación de ausencia de
conflicto bélico pero donde los seres humanos o las sociedades no
se encuentran en una situación de relaciones pacíficas. Por eso con-
sideramos que la paz es un concepto mucho más amplio. Alude a
un estado de tranquilidad y entendimiento entre las personas que favo-
rece su plenitud como seres personales y que brota de la justicia25. Con
esta definición estamos refiriéndonos a la paz de la colectividad, de
la comunidad, a la paz social. También podemos entender la paz
como un estado de tranquilidad y plenitud interior del individuo. En
este segundo sentido se trata de un estado o situación alcanzada por
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la persona individual. Es un aspecto más del desarrollo personal in-


tegral de los individuos en su proceso de humanización.
Desde esta perspectiva se ha venido distinguiendo entre un con-
cepto interno y un concepto externo de la paz26. En ambos casos se
alude al cese de un conflicto. El primero hace alusión a la tranqui-

——————
23
Véase N. Bobbio, El problema de la guerra y..., ob. cit., págs. 162 y ss.
24
Ibíd., págs. 162-163.
25
Isaías 2,17: «La obra de la justicia será la paz, La acción del derecho, la cal-
ma y la tranquilidad perpetuas.»
26
Véase N. Bobbio, El problema de la guerra y..., ob. cit., págs. 158-159.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 135

lidad de conciencia del individuo y pertenece al campo de la Mo-


ral. Se refiere al conflicto entre comportamientos o actitudes y la
conciencia del mismo sujeto. El segundo alude al cese o solución de
un conflicto entre individuos o grupos diversos y pertenece al cam-
po del Derecho. Es dentro de este concepto externo donde este sec-
tor diferencia entre paz social que pone fin a una situación conflic-
tiva entre individuos o grupos y paz como opuesto a guerra27 (la no-
guerra a la que hemos aludido anteriormente).
En el presente trabajo nos vamos a centrar en el concepto co-
lectivo o comunitario de la paz (paz externa).
Desde nuestra concepción no se puede considerar la paz sim-
plemente desde su oposición a la guerra, sino que se requiere la
concurrencia de varios factores que aparecen en la definición ofre-
cida en el párrafo anterior y son los siguientes:

• Situación de tranquilidad social,


• Situación de entendimiento entre los individuos de la socie-
dad,
• Situación que favorezca el desarrollo personal de los miem-
bros de la sociedad,
• Situación que es fruto de la justicia.

Una sociedad puede encontrarse en ausencia de conflicto arma-


do (como comentábamos anteriormente) pero bajo una gran ten-
sión social fruto de la represión ejercida por el poder, lo cual no reu-
niría ninguno de los factores señalados y, por tanto, no se identifi-
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caría con una situación de paz en un sentido estricto. De tal modo


que, para que se de una situación de paz auténtica, deben de poten-
ciarse y garantizarse por parte del Estado unas condiciones sociales
suficientes para hacer de esa sociedad una sociedad justa y favorece-
dora de la construcción personal de sus miembros, así como pro-
mover la protección y garantía de los Derechos Humanos. Cual-
quier violación a estos derechos supone un atentado a la paz28.
——————
27
Ibíd., pág. 159.
28
«Para que una sociedad consiga la paz, es decir, para que una sociedad con-
siga realizarse a sí misma, son de todo punto indispensables unas condiciones ob-

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136 Ética de la paz

Esta visión de la paz nos lleva a no poder aceptar la justificación


de ninguna guerra, que siempre será un mal y deberá ser considerada
ilegítima. La guerra no puede ser sino la negación de todo derecho.
El conflicto violento surge cuando la ley no es capaz de solucionar la
confrontación de intereses contradictorios. Podemos encontrar algu-
na excepción para justificar en casos muy extremos una reacción vio-
lenta ante situaciones de injusticia. Pero siempre lo consideraríamos
como un mal menor y como una situación ilegítima que puede en-
contrar algun atenuante o alguna circunstancia legitimadora.
En el siglo XXI no podemos seguir justificando la resolución ar-
mada de los conflictos, pues eso va contra toda dignidad del ser hu-
mano y niega la racionalidad que le debe caracterizar.
Una vez definidos nuestros conceptos de la guerra y de la paz, va-
mos a analizar en el siguiente apartado cuál es la naturaleza de la paz.

2. NATURALEZA DE LA PAZ
Detrás de esta palabra, se encuentran diversos significados. Son
muchos los autores que, en la búsqueda de caminos alternativos
para construir una sociedad instaurada sobre la paz, elaboran diver-
sas doctrinas que implican una visión personal sobre su naturaleza.
A continuación realizaremos un breve recorrido por algunas de es-
tas corrientes intentando entresacar la concepción del autor.

2.1. La Paz como reconciliación entre culturas religiosas


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En la actualidad se habla frecuentemente de llegar a un pacto


entre civilizaciones. Pero esta idea ha surgido impulsada por mu-
chos factores. Entre ellos debemos resaltar los actos terroristas co-
metidos en occidente por sectores radicales del Islam. También ha
——————
jetivas y subjetivas, que llamamos derechos del hombre. El eficaz respeto de estas
condiciones es el auténtico y único camino hacia la paz» (V. Veronese, Paz y dere-
chos Humanos, Madrid, PPC, 1973, págs. 4-5). En esta misma línea, Martínez
Morán afirma que existe una conexión entre el mantenimiento de la paz y la pro-
tección eficaz de los Derechos Humanos (N. Martínez Morán, «Teorías sobre la
guerra...», ob. cit., pág. 473.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 137

influido en esa propuesta la tensión y conflicto palestino-israelí que


se ha agravado en los últimos años. Podíamos seguir poniendo
ejemplos, pero lo que queremos constatar es la sospecha de que de-
trás del término «civilizaciones» se encuentra el término «religio-
nes». Y no solo se trata de una sospecha, sino de una afirmación.
No podemos entender las civilizaciones que coexisten hoy en día
sin acercarnos a la cultura religiosa que se encuentra en sus oríge-
nes. Las civilizaciones se han construido sobre los pilares proporcio-
nados por las concepciones religiosas. De hecho la civilización se
define como «un conjunto de ideas, creencias religiosas, ciencias, téc-
nicas, artes y costumbres propias de un grupo humano»29. De di-
cho conglomerado de elementos nosotros creemos que las creencias
religiosas constituyen su cimiento fundamental. Por lo tanto conside-
ramos que para atajar el conflicto entre civilizaciones, hay que acudir
a sus orígenes, en los que se halla el hecho religioso. Las religiones han
sido además, durante mucho tiempo, los sistemas que fundamenta-
ron y legitimaron una determinada moral30. Moral que regulaba las
conductas de los individuos que componían los pueblos y naciones
y que ejercían de arquitectos en la construcción de las diferentes ci-
vilizaciones.
Algunas voces se han elevado afirmando la imposibilidad de lo-
grar una situación de paz mundial y global sin una paz entre las re-
ligiones, basada en un diálogo profundo entre todas ellas31. Todas
conservan, todavía hoy, la capacidad de dirigirse a la conciencia de
los seres humanos, y se afirma que es posible llegar a un acuerdo de
mínimos comunes entre las mismas que eviten los radicalismos en-
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tre sus seguidores y potencien la colaboración conjunta a favor del


ser humano y de su sociedad.
Hace ya algunos años, los diversos credos religiosos se juntaron
y establecieron un credo común basado en las siguientes ideas32:

——————
29
DRAE (21.ª ed.) acepción primera.
30
Véase H. Küng, Proyecto de una ética mundial (quinta edición), Madrid,
Trotta, 2000, pág. 55.
31
Ibíd., pág. 9.
32
H. Küng recoge la Declaración de la Conferencia mundial de las Religio-
nes a favor de la Paz, celebrada en Kioto en 1979 (Ibíd., pág. 85).

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138 Ética de la paz

• Unidad y dignidad de todos los seres humanos.


• Inviolabilidad del individuo y de su conciencia.
• Valor de la comunidad humana.
• Poder no equivale a Derecho.
• Fe en que el amor, la compasión, el altruismo y la fuerza del
Espíritu y de la veracidad interior son muy superiores al odio,
la enemistad y el egoísmo.
• Estar a favor de los pobres y oprimidos.
• Esperanza de que vencerá la buena voluntad.

Pero, partiendo de este marco común y en aras a lograr un me-


jor y más profundo entendimiento que lleve a la eliminación de las
tensiones existentes entre los diferentes credos religiosos, estamos
con aquellos que defienden la posibilidad de llegar a esbozar un po-
sible consenso entre todos ellos, como afirmábamos en párrafos an-
teriores, basado en los siguientes puntos33:

• Lo humano tiene su última raíz en lo absoluto.


• La autocrítica como presupuesto para el diálogo interreligio-
so.
• Las religiones deben comprometerse en la educación del
hombre para la humanidad y para la paz.
• La posibilidad de fundamentar la humanidad desde las diver-
sas tradiciones.

Pero para lograr este diálogo que lleve a la reconciliación de las


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religiones convirtiéndolas en auténticos instrumentos de paz, es


preciso que concurran los siguientes elementos: a) un mayor inter-
cambio de información entre ellas; b) una mayor interpelación mu-
tua; c) una mayor transformación de cada una en la búsqueda co-
mún de una verdad superior; y d) mayor diálogo filosófico-teológi-
co y espiritual entre todas ellas34.
Simplificando, podríamos decir que se requieren conocimien-
tos sólidos por todas las partes para poder entablar un diálogo serio
——————
33
Ibíd., pág. 118.
34
Ibíd., págs. 164-167.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 139

y profundo que nos lleve a la paz entre las creencias religiosas y las
culturas a las que han dado lugar35. Así, la paz adquiere una dimen-
sión novedosa llegando más allá de las relaciones entre países y cen-
trándose en las concepciones religiosas y culturales. El problema, en
algunos casos, será encontrar un interlocutor válido que esté legiti-
mado como representante de alguna o algunas religiones.

2.2. La Paz como cultura y como derecho36

En esta corriente se parte de considerar la paz como una alter-


nativa frente a la guerra. La propuesta es elaborar «una teoría sobre
la guerra en clave de paz»37 formulada como La Ética de la paz. Esta
ética se basa en el pilar fundamental de que a la paz se llega a través
de la no violencia, se opta por lo que denomina un pacifismo dialo-
gante. Dejando la solución armada como una excepción cuando ya
hayan fallado todos los medios, cuando fracase la fuerza de la razón,
y se encuentren en peligro los intereses más sagrados de la humani-
dad.
Como remedio para evitar las guerras se propone «establecer en
el mundo una cultura de la paz», basada en cinco vías complemen-
tarias, que son las siguientes:

• Disuasión y desarme.
• Diálogo y negociación.
• Reformulación de los fines y reforma profunda de los métodos de
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la Organización de las Naciones Unidas. Se deben fijar clara-


mente las causas de intervención atendiendo a los problemas
——————
35
Ibíd., pág. 167.
36
Sobre una Cultura de la paz, ver el trabajo original y creativo, que supone
una gran aportación a esta temática, de N. Martínez Morán, que habla de la ne-
cesidad de establecer a nivel mundial una cultura de la paz. En todo este apar-
tado voy a guiarme por las ideas del mencionado autor en «Teorías sobre la gue-
rra...», ob. cit., págs. 465-477. Ver también la Declaración sobre una cultura de
la Paz de Naciones Unidas que mencionamos al final de este artículo y lo que
allí decimos.
37
H. Küng, Proyecto de una ética mundial, pág. 465.

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140 Ética de la paz

y acontecimientos de nuestra sociedad actual, recogiéndose


una referencia específica a la intervención humanitaria, ge-
nocidio, crímenes contra la humanidad y terrorismo interna-
cional. Otro tema a reformar es el Consejo de Seguridad, no
teniendo sentido actualmente el veto de algunos Estados, eli-
minando la distinción entre miembros permanentes y no
permanentes y aumentando el número de miembros de di-
cho órgano atendiendo a la representación geográfica y cul-
tural.
• Toma de conciencia clara y unificación de esfuerzos de todos los
países del mundo para solucionar y eliminar la verdadera causa
de la mayor parte de las guerras: el hambre, la miseria, el subde-
sarrollo, la incultura... Se necesita una voluntad clara para re-
solver los problemas de pobreza e incultura del hemisferio sur.
• Educación en y para los derechos humanos, una educación sin
violencia.

Pero para el establecimiento de una cultura de la paz hay que


optar por todos los instrumentos que favorezcan las siguientes afir-
maciones: a) es responsabilidad de todos los sistemas educativos
evitar todo lo que signifique cultura de la violencia y de la guerra; y
b) resaltar y valorar la solidaridad y el respeto que deben regir la
vida de convivencia. En este sentido no han faltado autores, ni co-
rrientes doctrinales desde el campo de la moral, que han llegado a
afirmar que la verdadera humanización sólo se consigue mediante
la educación en la no violencia que ayuda a la autoformación del
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ser humano38. Para conseguir esta finalidad, se debe potenciar los


siguientes aspectos39:

• La confianza profunda por encima de la desconfianza mutua.


• La autonomía por encima de la inseguridad apocada.
• La iniciativa por encima de la culpabilidad.
• El reconocimiento del propio valor frente a los complejos de
inferioridad.
——————
38
B. Häring, La No..., ob. cit., pág. 108.
39
Ibíd., págs. 108-116.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 141

• La propia identidad frente a la difuminación.


• El trato confiado frente al aislamiento.
• La existencia creativa frente al estancamiento.
• La existencia llena frente al vacío de sentido y la desespera-
ción.

Una vez establecidas estas cinco vías, se acaba afirmando la


existencia de un derecho a la paz unido a la garantía y reconoci-
miento de los Derechos Humanos. Admitiéndose que en algunos
casos se podría justificar la guerra si ese derecho a la paz se viera
perturbado.
Esta postura cae en leve contradicción, porque se parte de una
consideración de la paz como contraria de guerra, se dice textual-
mente que se propone «una teoría sobre la guerra en clave de
paz»40. Luego, se hace depender ésta de aquélla. Sin embargo, como
conclusión, se afirma la existencia de un derecho a la paz y se men-
ciona el recurso a la guerra como un mecanismo en función de la
paz. Ahora bien, a pesar de ello, es muy interesante la propuesta de
formar a la sociedad desde una cultura basada en la no violencia y
que eduque a todos los ciudadanos en la búsqueda de caminos para
la resolución de conflictos que garanticen el disfrute del derecho de
cada uno y de todos a la paz. Así, la paz se contempla desde dos
perspectivas: como elemento de cultura41 y como derecho. Faltaría
por analizar la estructura y naturaleza de este derecho a la paz.
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2.3. La Paz como un valor jurídico

Hoy en día no es extraño que los ordenamientos jurídicos se re-


fieran a la paz como uno de los valores informadores de todo el sis-
tema. Es más, la mencionada referencia se contiene en la norma
fundamental, la Constitución. Éste es el caso español, donde el tex-
to constitucional lo considera como un valor fundamental. Ahora
——————
40
N. Martínez Morán, «Teorías sobre la guerra...», ob. cit., pág. 465.
41
Véase la Declaración sobre una cultura de la Paz de Naciones Unidas que
hemos citado en nota anterior.

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142 Ética de la paz

bien, nuestra ley suprema se refiere a la paz en diversos pasajes y


desde diferentes ópticas.
Algunos autores42 sistematizan en dos planos la visión de la paz
que se desprende del texto legal: a) la paz en el ámbito internacio-
nal; y b) la paz en el ámbito social interno. El primero es al que se re-
fiere cuando lo califica como uno de los propósitos de España y
como una potestad del Rey. En el Preámbulo se afirma que uno de
los propósitos básicos de la Nación española es aportar su colabora-
ción en fortalecer las relaciones pacíficas y de cooperación entre to-
dos los pueblos. Dentro del articulado se otorga al Rey la potestad,
previa autorización del Parlamento, de declarar la guerra y la paz43.
El ámbito interno es aludido cuando se declara a la dignidad de la
persona, sus derechos inherentes y el libre desarrollo de la persona-
lidad como el fundamento del orden político y de la paz social44.
Ambas llamadas a la paz, tanto en el ámbito interno como en el in-
ternacional, deben ser contempladas desde los valores superiores
del ordenamiento jurídico español: la libertad, la justicia, la igual-
dad y el pluralismo político45; desde el catálogo de los derechos fun-
damentales recogidos en el título primero (entre los que figura el
derecho a la vida)46; y desde la Declaración Universal de los Dere-
chos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales47. Todo
ello sería incompatible con una actitud belicista, puesto que la gue-
rra supone la negación de los aspectos mencionados.
En palabras del profesor Pérez Luño «nuestro texto básico con-
cibe la paz como un estado de cosas al que atribuye conscientemen-
te un significado positivo, o sea, un valor que colma las necesidades
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sociales de armonía, cooperación y supervivencia»48. Para este pro-


fesor la paz tiene carácter de valor normativo, puesto que al ser re-
——————
42
En este epígrafe vamos a seguir al profesor A. E. Pérez Luño, Derechos Hu-
manos, Estado de Derecho y Constitución (octava edición), Madrid, Tecnos, 2003,
págs. 536-540.
43
Art. 63 de la Constitución Española de 1978.
44
Art. 10.1 de la Constitución Española de 1978.
45
Art. 1.1 de la Constitución Española de 1978.
46
Art. 15 de la Constitución Española de 1978.
47
Art. 10.2 de la Constitución Española de 1978.
48
A. E. Pérez Luño, Derechos Humanos, Estado de..., ob. cit., pág. 540.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 143

cogido en la constitución suma a «su prescriptividad ética la nor-


matividad jurídica»49.
Así, como valor constitucional, la paz debe cumplir las siguien-
tes funciones50: a) fundamentar las normas e instituciones a partir
de la paz social y del fortalecimiento de las relaciones internaciona-
les pacíficas y de cooperación: b) orientar la interpretación norma-
tiva buscando soluciones que fomenten la paz social y guíen nues-
tra política externa por el camino del pacifismo; y c) invalidar cual-
quier norma o actuación del Estado o de la administración pública
que ponga en peligro la paz social o la paz internacional.

Una vez sistematizadas algunas de las diversas concepciones de


la paz en estos tres apartados, y siendo conscientes de que no hemos
realizado un trabajo exhaustivo ni ésa ha sido nuestra intención,
podemos afirmar que consideramos importante tener presentes
esas formas de entenderla o, mejor dicho, nuestra postura personal
es defender que la paz debe ser construida desde las distintas religio-
nes, que es preciso crear una cultura de paz y que debe reconocerse
y garantizarse un derecho a la paz que concrete el valor jurídico de
la paz.

3. LA PAZ: UN DERECHO DE SOLIDARIDAD

Hemos adelantado la posibilidad y la necesidad de considerar la


paz como un derecho. Ya manifestamos nuestra opinión en el sen-
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tido de defender que cualquier atentado a los Derechos Humanos


supone un ataque a la paz en su concepto más amplio. Si esto es así,
creemos que ella misma debe constituirse en un derecho básico.
Ahora habrá que analizar la naturaleza de este derecho, los sujetos
del mismo y su ámbito.
Previamente, a modo de introducción y con la finalidad de ubi-
car este derecho, vamos a hacer un breve recorrido en la historia de
los Derechos Humanos. Comenzaremos constatando que no fue-
——————
49
Ibíd., pág. 541.
50
Ibíd., pág. 542.

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144 Ética de la paz

ron reconocidos y garantizados todos al mismo tiempo. Es más, no


se empieza a hablar de estos derechos hasta la Edad Moderna. Aun-
que no es unánimemente reconocido, es en la Escolástica Española
(siglo XVI) cuando se colocan los cimientos y se comienza a hablar
de unas facultades que corresponden a los seres humanos. En el si-
glo XVI y XVII en Francia y en las colonias americanas se reconoce la
libre práctica de cualquier religión51. Más adelante se reconocen
otros derechos en Inglaterra52. A todo ello ayudó la filosofía racio-
nalista al declarar que el ser humano poseía ya en el status naturalis
unos derechos que le correspondían por su propia naturaleza racio-
nal y que el Estado debía de reconocer y garantizar. Aunque, en este
momento, sólo se habla de vida, libertad y propiedad. Inspirados
por estas corrientes, los movimientos independentistas de las colo-
nias norteamericanas elaboraron y proclamaron las primeras decla-
raciones de derechos53. Estos aires llegaron hasta Europa y en Fran-
cia dan lugar a la Declaración de los derechos del hombre y del ciuda-
dano54. En los distintos países se irán incorporando declaraciones
de derechos a las respectivas constituciones, siendo ésta ya una
práctica común. Posteriormente, durante el siglo XX, se proclama-
rán las grandes Declaraciones Internacionales de Derechos Huma-
nos, siendo la de mayor relevancia la Declaración Universal de los
Derechos Humanos55.
Pero en todo este camino, la consideración que ha merecido
este bloque de derechos no ha sido siempre la misma, ni ha sido
siempre el mismo catálogo de derechos el que se manejaba. Duran-
te la Edad Media se comienza a hablar de privilegios que los habi-
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tantes de una determinada localidad habían recibido de su señor o


——————
51
Edicto de Nantes (Enrique IV de Francia, 1598), el Acta de tolerancia de
Maryland (1649) y la Carta concedida a Rhode Island (Carlos II de Inglaterra,
1663).
52
Petition of Rights (1628), Habeas Corpus (1679) y Bill of Rights (1689).
53
Declaración de Derechos del buen pueblo de Virginia (12 de junio de 1776)
y Declaración de independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776).
54
La Asamblea Nacional la aprueba el 26 de agosto de 1789, sancionada por
Luis XVI el 5 de octubre e incorporada a la Constitución de 1791.
55
Aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de di-
ciembre de 1948.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 145

príncipe. En una segunda fase se comienza a hablar de derechos


pero aplicados a los súbditos de un determinado soberano, es la fase
de generalización. Así se hablará de que los ingleses (por ejemplo)
son portadores de unos derechos. En una tercera etapa se entiende
que estos derechos le corresponden al ser humano en general, es la
fase de la universalización. Pero no es sólo el sujeto el que ha sido
objeto de diversa consideración, sino también los mismos derechos,
de ahí que se hable de distintas generaciones atendiendo a su apari-
ción histórica56.
Como hemos visto, los primeros derechos de los que se habla
son la vida, la libertad y la propiedad. Así, se comienza por reco-
nocer los derechos civiles y políticos que constituyen la primera
generación de derechos humanos57. Lo característico de esta ge-
neración es la defensa de las libertades básicas del individuo58.
Son derechos individuales y negativos (cumplen una función
de defensa frente al Estado y de abstención de cualquier inter-
vención por parte de éste en el ámbito de proyección de estos de-
rechos).
En segundo lugar se reconocen y garantizan los derechos eco-
nómicos, sociales y culturales que son la segunda generación. Éstos
aparecen a resultas de las reivindicaciones y conquistas de los movi-
mientos obreros y sindicales. Son derechos positivos porque requie-
ren la intervención activa del Estado para asegurar el ejercicio y dis-
frute de ellos59.
En tercer lugar se reconocen y garantizan los derechos de soli-
daridad, es la última generación. Han perdido gran parte de la di-
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mensión individual de todo derecho y adquieren una dimensión


——————
56
Véase E. J. Vidal y Gil, Los derechos de solidaridad en el ordenamiento jurí-
dico español, Valencia, Tirant lo Blanch, 2002, págs. 239-242.
57
También se ha considerado que constituyen dos generaciones diferentes: la
primera generación serían los derechos civiles y la segunda, los derechos políticos.
Sin embargo, parece más razonable considerarlos en un mismo bloque porque
aparecieron muy próximos en el tiempo.
58
Son todos los derechos de autonomía, de integridad física y moral, los de-
rechos políticos o de participación como ciudadano.
59
Son los derechos de los trabajadores, de la salud, asistenciales, a la educa-
ción, a la cultura, etc.

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146 Ética de la paz

societaria, protegiendo intereses y bienes que tienen carácter colec-


tivo60.
Ésta es la división en generaciones más clásica. Otras corrientes
minoritarias realizan clasificaciones distintas61 pero para nuestro es-
tudio vamos a quedarnos con la que hemos desarrollado al ser la
que más nos convence y que consideramos que es la de mayor acep-
tación dentro de la doctrina.
Una vez realizada esta brevísima introducción a los Derechos
Humanos, nos preguntamos: ¿es la paz un derecho de primera, se-
gunda o tercera generación?
Ya anteriormente hemos reiterado nuestra postura de conside-
rar que la paz debe ser reconocida como un derecho, pero ¿a qué
generación pertenece? Aparece incluida habitualmente dentro del
catálogo de derechos que conforman la tercera generación. Vamos
a profundizar en los caracteres de este bloque para posteriormente
decidir si su ubicación es correcta.
Mediante los derechos de solidaridad se trata de realizar la
igualdad a través de la implicación y participación activa de los ciu-
dadanos y del Estado. Se considera que el titular y sujeto activo de
estos derechos es la colectividad, entendiendo colectividad como la
universalidad del género humano. Mientras que el sujeto pasivo
será el Estado62. También se ha defendido que estos derechos son
propios del Estado constitucional y suponen una respuesta ante la
«contaminación de las libertades», mal que afecta a los derechos
fundamentales ante la aparición de las nuevas tecnologías63. Supo-
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——————
60
Son los derechos al medio ambiente, a la calidad de vida, a la paz, al desarro-
llo, a la libertad informática, a la identidad genética, a la preservación del patrimo-
nio genético, a la conservación del patrimonio común de la humanidad, etc.
61
Las generaciones quedarían sistematizadas como sigue: a) son de primera
generación los derechos individuales y civiles; b) son de segunda, los derechos po-
líticos; c) son de tercera los derechos sociales, culturales y económicos; y d) son de
cuarta, los derechos específicos. Ver E. J. Vidal y Gil, Los derechos de solidaridad
en..., ob. cit., pág. 240.
62
En todo lo que tiene que ver con estos caracteres ver E. J. Vidal y Gil, Los
derechos de solidaridad en..., ob. cit., págs. 254-257.
63
Véase A. E., Pérez Luño, «Estado constitucional y derechos de la tercera
generación», Anuario de Filosofía del Derecho, XIV, 1997, pág. 564.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 147

nen una sensibilización ante las nuevas necesidades que están apa-
reciendo y que fundamentan nuevos derechos64. Esta sensibilidad
lleva a poner el acento no tanto en la elevación del nivel de vida ma-
terial, propio de los derechos de segunda generación, como en el
aumento de la calidad de vida65. Para gozar de una buena calidad
de vida aparece como condición indispensable el anhelo de todo ser
humano a desarrollar su existencia en paz. Todas las personas aspi-
ran a vivir seguras y en condiciones de tranquilidad, a vivir en paz.
Si no ven garantizada esta necesidad, no podrán gozar de otros de-
rechos y libertades. Se constituye, así, en un derecho con una doble
dimensión: la paz es condición y consecuencia de otros derechos.
Condición, porque sin su reconocimiento, eficacia y protección no
podrán ejercitarse la gran mayoría de los otros derechos, por no de-
cir todos. Consecuencia, porque, como hemos adelantado, sin el re-
conocimiento, eficacia y protección de otros derechos humanos no
es posible que se den las condiciones que faciliten la existencia de la
paz66. De esta manera se cierra un círculo. Es en esta segunda di-
mensión donde algunos autores colocan la característica del dere-
cho a la paz como «derecho síntesis»67 al precisar la implantación de
otros derechos.
Dado este primer paso, creemos que su ubicación dentro de los
derechos de tercera generación, derechos de solidaridad, es correc-
ta. Más que nada si atendemos a un criterio negativo, parece claro
que no se trata de un derecho ni de primera ni de segunda genera-
ción. Por otra parte, sólo muy tardíamente se ha comenzado a ha-
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——————
64
Ibíd., pág. 564.
65
E. J. Vidal y Gil, Los derechos de solidaridad en..., ob. cit., pág. 236.
66
«La paz duradera es premisa y requisito para el ejercicio de todos los dere-
chos y deberes humanos. No la paz del silencio, de los hombres y mujeres silen-
ciosos, silenciados. La paz de la libertad —y por tanto de leyes justas—, de la ale-
gría, de la igualdad, de la solidaridad, donde todos los ciudadanos cuentan, con-
viven» («El Derecho Humano a la Paz». Declaración del Director General de la
UNESCO. París, Francia, enero de 1997. Ver: http://www.unesco.org/cpp/sp/
declaraciones/HRtoPeace.htm —página consultada el 4 de enero de 2005—).
67
I. de Miguel Beriain, «Los Derechos Humanos de Solidaridad», en B. de
Castro Cid, Introducción al estudio de los Derechos Humanos, Madrid, Tecnos,
2003, pág. 314.

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148 Ética de la paz

blar de la existencia de un derecho a la paz, aplicándose su titulari-


dad a los pueblos o colectividades, por tanto si atendemos al crite-
rio de aparición de los diversos bloques de derechos, éste aparece
con el último: el de los derechos de solidaridad.
En relación con esta idea, otra cuestión que surge al enfrentar-
nos a este derecho está relacionada con el sujeto del mismo ¿es un
sujeto individual o colectivo? ¿podemos proclamarlo de cada indi-
viduo en particular o sólo de las colectividades? Habitualmente se
considera como una nota distintiva de los derechos de solidaridad
frente a las otras generaciones de derechos cuyo sujeto activo es co-
lectivo. Sin embargo, nosotros consideramos que el sujeto del dere-
cho a la paz es tanto individual como colectivo. Se debe reconocer
a los individuos y a las colectividades, precisamente por esa doble
dimensión a la que nos referíamos en el párrafo anterior.
A pesar de lo que acabamos de mencionar, las Naciones Unidas
consideran que la titularidad del derecho corresponde a los pueblos
al proclamar que «los pueblos de nuestro planeta tienen el derecho
sagrado a la paz»68. En reconocimiento de este Derecho, este orga-
nismo proclama la Declaración sobre el Derecho de los pueblos a la
Paz. De dicho documento se deduce que para el ejercicio práctico
de este derecho deben concurrir las siguientes condiciones:

• Su protección y fomento debe ser una obligación de todo Es-


tado69.
• La política de los Estados debe orientarse a eliminar la ame-
naza de la guerra, a la renuncia del uso de la fuerza y al arre-
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glo de las controversias por vías pacíficas en las relaciones in-


ternacionales70.
• Los Estados y las Organizaciones Internacionales deben
adoptar medidas pertinentes en los planos nacional e inter-
nacional.

——————
68
Punto 1 de la Declaración sobre el Derecho de los Pueblos a la Paz, adoptada
por la Asamblea General en resolución 39/11, de 12 de noviembre de 1984.
69
Ibíd., punto 2.
70
Ibíd., punto 3.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 149

Como vemos claramente, de esta Declaración se destaca la


obligación por parte del Estado de realizar una serie de actuaciones
que hagan posible la realización de este derecho.
Pero todo ello no se considera suficiente y una vez proclamado
este derecho y en aras de facilitar su protección y ejercicio se consi-
dera que es imprescindible establecer las bases de una cultura de
Paz, entendiendo por tal un conjunto de valores, actitudes, tradicio-
nes, comportamientos y estilos de vida basados en los siguientes aspec-
tos71: a) el respeto a la vida, la promoción y la práctica de la no vio-
lencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación; b) el
respeto pleno de los principios de soberanía, integridad territorial e
independencia de los Estados; c) el respeto y promoción de los de-
rechos y libertades fundamentales; d) el compromiso con el arreglo
pacífico de los conflictos; e) satisfacer las necesidades de desarrollo
y protección del medio ambiente de generaciones presentes y futu-
ras; f) el respeto y promoción del derecho al desarrollo; g) el respe-
to y fomento de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres;
h) el respeto y fomento del derecho de todos a la libertad de expre-
sión, opinión e información; i) la adhesión a los principios de liber-
tad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, plu-
ralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los
niveles de la sociedad y entre las naciones; j) la erradicación de la
pobreza, el analfabetismo y las desigualdades entre las naciones y
dentro de ellas72; k) el respeto, promoción y protección de los dere-
chos del niño73; l) la transparencia y rendición de cuentas en la ges-
tión de asuntos públicos74; y m) el respeto a la libre determinación
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de todos los pueblos75.


Con la finalidad de hacer efectivo el establecimiento de esta
cultura de Paz se elabora un programa de acción76 concreto en el
——————
71
Artículo 1 de la Declaración sobre una cultura de Paz, adoptada por la
Asamblea General de Naciones Unidas el 13 de septiembre de 1999.
72
Ibíd., art. 3.
73
Ibíd., art. 3.
74
Ibíd., art. 3.
75
Ibíd., art. 3.
76
Programa de acción sobre una cultura de Paz, adoptada por la Asamblea Ge-
neral de Naciones Unidas el 13 de septiembre de 1999, núms.9 a 16.

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150 Ética de la paz

que se delimitan medidas de actuación en los siguientes campos: a)


la educación; b) el desarrollo económico y social sostenible; c) los
derechos humanos; d) la igualdad entre hombres y mujeres; e) la
participación democrática; f) la comprensión, la tolerancia y la so-
lidaridad; g) la comunicación y libre circulación de información y
conocimientos; y, ya más específicamente, h) la paz (propiamente
dicha) y la seguridad internacionales.
Estamos convencidos de que estos ámbitos son los que precisan
ser concretados y trabajados desde todas las instancias, para hacer
realidad el Derecho Humano a la paz. Llama la atención que al fi-
nal se haga referencia de modo explícito a la paz, lo que parece una
redundancia, pero a lo que se está aludiendo en este último aparta-
do del programa de acción es a la paz entendida en el sentido res-
trictivo de ausencia de guerra, mientras que anteriormente se ha
contemplado en un sentido mucho más amplio. Creemos que to-
das estas actuaciones están en línea con el pacifismo activo desa-
rrollado por Bobbio77 que supone la crítica de las tradicionales
justificaciones de la guerra y desemboca en la acción para elimi-
narla78 (medidas del programa de acción). Este pacifismo dirige
su acción a tres ámbitos: los medios (pacifismos instrumental), las
instituciones (pacifismo institucional) y los seres humanos (pacifis-
mo finalista).
El primero, pacifismo instrumental, supone dos momentos: lo-
grar el desarme y aplicar la no violencia79. El desarme es el más ele-
mental de los caminos, aunque no por ello más fácil por lo que su-
pone de intereses económicos y comerciales. No podemos seguir
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trabajando por instaurar el reconocimiento y protección del dere-


cho a la paz y continuar con la carrera armamentística y el fomen-
to de la industria bélica. Aplicar los métodos de la no violencia en-
——————
77
Véase N. Bobbio, El problema de la guerra y..., ob. cit., págs. 70-94.
78
Ibíd., pág. 73.
79
Al hablar en este momento de no violencia nos estamos refiriendo, y cree-
mos que Bobbio también lo hace, a utilizar los métodos no violentos de resolu-
ción de conflictos. Es una alusión exclusivamente a dichos métodos porque la no-
violencia, en un sentido gandhiano, supone una actitud global de los individuos,
no sólo en los medios, y estaría incluida en el tercer escalón del pacifismo activo,
el pacifismo finalista.

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 151

tra en el camino de construir actitudes y mecanismos de resolución


de conflictos donde no tenga cabida la violencia ni la fuerza. Pero,
todavía, este pacifismo sólo se fija en los medios a emplear en las re-
laciones y en los conflictos. Es un remedio inmediato y a corto o
medio plazo. Para Bobbio es el más practicable.
El segundo es el pacifismo institucional que supone actuar direc-
tamente sobre las instituciones. Bobbio entiende que la institución
contra la que dirige su acción este modelo de pacifismo activo es el
Estado y diferencia dos vertientes: el pacifismo jurídico y el social. El
jurídico es el que pretende llegar a la paz mediante el Derecho. Es el
Estado el que tiene el «poder supremo y exclusivo de tomar las deci-
siones últimas» en el empleo de la fuerza80. Se requieren normas sufi-
cientemente fuertes y coactivas, procedentes de una autoridad supe-
rior a cualquier Estado. Es decir, es preciso crear un Derecho Interna-
cional y una autoridad supra-estatal capaces de controlar las
actuaciones de los Estados nacionales. El remedio sería la creación de
este supra-Estado. El pacifismo social supone el cambio social, la re-
volución, puesto que la guerra es fruto no del Estado en general, sino
de un modelo determinado de Estado y es sólo contra éste contra el
que se debe de luchar. Para este modelo de pacifismo, el remedio se
encuentra en la transformación del orden social. El pacifismo institu-
cional supone un escalón más con respecto al instrumental, se inten-
tan atajar las condiciones y no sólo los medios que generan la guerra.
El último modelo de pacifismo activo es el finalista. Es un paso
más sobre el institucional, ahora la propuesta es actuar sobre los se-
res humanos. En última instancia el generador de la violencia es el
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ser humano, y de él depende el recurso a la misma o no. Igualmen-


te, aquí tendríamos dos tendencias la biologicista y la espiritual. La
primera tendencia parte de la idea de que el origen de la violencia,
de la guerra, hay que buscarlo en una tendencia instintiva de nues-
tra especie. Desde esta concepción se plantea la paz como una cu-
ración, una terapia. La segunda parte de la idea de considerar toda
violencia como un defecto moral. se plantea la paz como un cami-
no espiritual, una conversión81.
——————
80
Ibíd., pág. 79.
81
Véase el apartado de la naturaleza de la paz de este artículo.

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152 Ética de la paz

Los tres pacifismos examinados suponen un camino progresivo


desde lo más «simple» e inmediato a lo más complejo y profundo.
El finalista se encuentra en el último tramo de este proceso. Es el
más difícil de aplicar e implica un mayor esfuerzo de actuación so-
bre todos los ámbitos de la sociedad, pero consideramos que es el
más eficaz a largo plazo porque conseguirá un cambio completo de
los individuos y de la sociedad.
La Declaración sobre una cultura de Paz y su programa de ac-
ción pueden considerarse alineados en un pacifismo activo de carác-
ter finalista, porque su planteamiento se encamina, en última ins-
tancia, a actuar sobre el ser humano, impulsando a todos los Esta-
dos y organizaciones para promocionar la educación global de los
individuos. Pero debería haberse hecho mayor énfasis en este ámbi-
to educativo. Bien es verdad que tampoco se desechan el pacifismo
instrumental, ni el institucional.
Desde nuestro punto de vista, creemos que para potenciar el
derecho a la paz habría que optar por una combinación de los tres
pacifismos. A corto plazo, emplear nuestros esfuerzos para trabajar
sobre los medios que potencian la violencia y las guerras y a largo
plazo dedicar nuestros esfuerzos a trabajar con las instituciones (en
general y no sólo con el Estado) y con los seres humanos, poten-
ciando el pensamiento crítico de toda la sociedad frente al pensa-
miento único que intenta imponerse en nuestros días, como una de
las medidas que pueden conducirnos a un cambio radical de la so-
ciedad en aras de conseguir su pacificación global82.
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82
«Estamos frente a un proyecto de dominación y de muerte y tenemos que
buscar la capacidad de resistir, pero también de construir un proyecto de vida.
Hay una diferencia muy grande, creo que la humanidad está frente a dos grandes
ejes, uno la imposición del pensamiento único, este pensamiento de dominación,
de que no hay salida, de que aceptamos esto o es el abismo. Este pensamiento que
muchos gobiernos lo asumen pero que es el pensamiento ajeno no es el pensa-
miento propio, como esos gobiernos que apoyan la guerra, no tienen la capacidad
del pensamiento propio, es el pensamiento único de la dominación, donde nos
lleva a la suspensión de las conciencias y a aceptar eso como un fatalismo históri-
co. Y que lleva a la pérdida de las identidades, de los valores, de la ética, de la es-
piritualidad, de la responsabilidad que tenemos para toda la humanidad. Y el otro
eje es potenciar el pensamiento propio, la conciencia crítica, la capacidad de refle-

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 153

4. CONCLUSIÓN: LA COMPLEJIDAD DE UN DISCURSO SOBRE LA PAZ

Llegados a este punto, vemos necesario concluir nuestro traba-


jo puntualizando y concretando nuestra postura personal, que ya
ha ido prefijándose en el transcurso del texto.
Consideramos que la paz tiene una naturaleza muy compleja y
con muchas vertientes. No podemos despreciar ninguna de ellas.
En el mismo título de este trabajo hablamos de la paz como valor,
instrumento y derecho. En ningún momento al utilizar estos térmi-
nos hemos pretendido elaborar un listado exhaustivo de los ámbi-
tos o vertientes de la paz, simplemente hemos contrapuesto tres as-
pectos a veces contradictorios, a veces complementarios, pero que
consideramos importantes y que son los contenidos que mayorita-
riamente se le han otorgado a la palabra paz.
Como hemos visto en apartados anteriores de este artículo, la
paz abarca el ámbito de los valores. Es uno de los grandes valores
que deben orientar todo el campo de las relaciones humanas, desde
las interpersonales e individuales, a las relaciones sociales y colecti-
vas o las relaciones interestatales e internacionales, pasando por las
relaciones interculturales e interreligiosas. Valor que debe entender-
se en su más amplio sentido. No sólo como ausencia de violencia o
de guerra, sino como situación de la persona y del grupo social que
implica a su vez la existencia de otros valores (justicia, igualdad, li-
bertad...) que favorezcan la humanización global de nuestra genera-
ción y de las generaciones futuras, de nuestra sociedad y de las so-
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ciedades futuras, de las instituciones actuales y futuras, la humani-


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xionar, la capacidad de decidir y fundamentalmente de generar los espacios de li-
bertad. Sin libertad no podemos amar, y yo creo que este es el gran desafío que te-
nemos en la humanidad, que hacemos frente a esta vorágine donde se ha desvir-
tuado la palabra, se ha devaluado como el dinero y tenemos que recuperar la pa-
labra, el pensamiento, el pensamiento profundo para poder construir una nueva
humanidad. No hay peor cosa que el pensamiento sin sentimiento, es una trage-
dia y yo creo que estamos frente a esto, el pensamiento sin sentimientos, donde el
ser humano desaparece» (A. Pérez Esquivel, «El derecho a la paz», http://www.ii-
gov.org/ss/article.drt?edi=181763&art=181816, consultada el 7 de enero de
2006).

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154 Ética de la paz

zación del mismo ser humano, aunque parezca redundante. Valor


en el que hay que educar y formarse. Valor, como hoy gusta decir
en el campo de las ciencias de la educación, transversal que cruza y
atraviesa el campo de otros valores y de todos los ámbito humanos.
Implica la serenidad interior y exterior del ser humano, su equili-
brio como persona que debe irradiarse en las sociedades donde se
realiza como tal y en las que coexiste con otros seres humanos. Va-
lor que debe concretarse en lo que hemos denominado cultura de
paz, creando los cimientos de una sociedad pacífica en su más am-
plio sentido. Ello requiere que desde la familia, los centros educati-
vos, los centros formativos y culturales, las instituciones y organiza-
ciones se trabaje seriamente por establecer una mentalidad basada
en la paz. Este valor debe orientar y marcarnos el horizonte de
nuestras sociedades. Es el deber ser hacia el que encaminar nuestros
esfuerzos. Pero se trata de un camino largo y difícil porque requie-
re trabajar todos los ámbitos de la persona y de los grupos huma-
nos. Sólo podemos plantearlo a largo plazo.
Pero los conflictos surgen continuamente a nuestro alrededor y
no podemos cejar en nuestros esfuerzos en tanto conseguimos ins-
taurar la paz como valor, que por otra parte es imposible que lo lo-
gremos de manera plena, y, por tanto, no debemos olvidarnos de la
paz como un instrumento. Un medio para evitar los males que nos
aquejan y que suponen la destrucción y la muerte de muchos mi-
llares de personas. Se trata de un simple medio para la superviven-
cia de la sociedad y de los seres humanos.
Para conseguir ambos objetivos a corto y largo plazo, debemos
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utilizar el Derecho. La mejor manera de garantizar y proteger la paz


es considerarla como un derecho. Así contaremos con todos los
mecanismos y la maquinaria jurídica para garantizar y proteger su
ejercicio. Se trata de un derecho de tercera generación, de solidari-
dad, que protege el bien jurídico que supone la necesidad del ser
humano de vivir su existencia serenamente sin sentir la violencia ni
sufrir agresiones, es por ello que consideramos que no es suficiente
declarar como sujeto de tal derecho a un colectivo. Es imprescindi-
ble que otorguemos esta calificación de sujeto del derecho al indi-
viduo. Podemos encontrarnos con que un colectivo no es agredido
ni violentado, pero algunos de sus miembros individualmente sí

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La paz: ¿derecho, valor o instrumento? 155

que lo son. El colectivo tendría asegurado su derecho a la paz, pero


ese individuo que es violentado no estaría en situación de ejercerlo.
Por ello creemos que es un derecho de titularidad mixta: colectiva e
individual. Ahora bien, somos conscientes de que, como todos los
derechos de la tercera generación, es un derecho muy difícil de ejer-
citar y de proteger. Debe existir una autoridad, estatal o supra-esta-
tal, que garantice con su poder esa paz. Sin esa actividad o actua-
ción este derecho se convierte en «papel mojado», algo ineficaz e in-
servible. Actividad que debe implicar la protección y aseguramiento
del ejercicio del resto de derechos.
¿Derecho, valor o instrumento? La paz es las tres cosas al mis-
mo tiempo. Un valor hacia el que dirigirnos y a instaurar en nues-
tras sociedades, valor que en muchos casos se ha juridificado al ser
recogido por algunos textos constitucionales, sirviendo de criterio
orientador de todo el sistema y ordenamiento jurídico. Valor al que
sólo nos acercaremos desde una cultura de paz. Un instrumento
para garantizar el buen funcionamiento social y evitar su destruc-
ción. Un derecho de los grupos y de los individuos para poder ejer-
cer el resto de Derechos Humanos y para colmar los anhelos de se-
renidad, tranquilidad y de no sufrir violencia que todos llevamos
inscritos en nuestro ser.
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