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Todo se vuelve objeto de evaluación no tanto porque todo necesita mejorar sino
porque todo necesita ser controlado.
La evaluación es vista como un instrumento de control ‘eficaz’, aunque no sepamos
para quién es eficaz ni quiénes son los beneficiados.
Nos interesa reflexionar realmente sobre el qué se evalúa, y para qué, y sobre todo,
para quién se evalúa.
La evaluación formativa es la que forma, si con las prácticas y usos que se llevan a
cabo en la evaluación los alumnos no logran mejorar en su aprendizaje, en su
rendimiento académico, y, si no salen mejor formados, la evaluación estará actuando
en su valor formativo.
La evaluación contribuye muy poco a introducir los cambios necesarios para hacer de
ella un recurso de aprendizaje, innovación, ayuda, refuerzo, y convertirse en un
recurso valioso para reducir la tasa de fracaso escolar.
Sin cambio en las prácticas de evaluación no es posible el cambio en los procesos de
enseñanza-aprendizaje, ni es posible la innovación, y menos, la transformación.
8. Qué se evalúa
Los profesores evalúan para comprobar si los alumnos aprenden, pero se suele
relacionar que “los alumnos no aprenden” con “los alumnos no estudian”.
La evaluación se convierte en recurso de aprendizaje en medio de formación si
buscamos las causas por las que no se da el aprendizaje, por el contrario, si se reduce a
confirmar “ignorancias”, deja de ser formativa y pasa a ser un recurso más de control y
penalización o filtro de selección.
Cuando el profesor constata que un alumno o un grupo de alumnos no está
aprendiendo lo que debe hacer es dar con las causas que provocan esa situación no
deseada y hacerle frente, mejor juntos, profesor y alumno(s) implicado(s). Y entre los
recursos de que dispone el profesor, ninguno es tan potente y tan crítico como la
evaluación para satisfacer este objetivo.