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¿Qué le pasa a la izquierda extremeña?

Cuestionario de El Salto Extremadura- 10 de enero de 2019

¿Qué fue, en Extremadura, de la oportunidad de cambio que se vislumbró a partir de 2011?


¿Puede hablarse de una crisis orgánica del Régimen extremeño del 83, o solo de una
reconfiguración del sistema regional de partidos?

En primer lugar quiero agradecer la invitación de El Salto Extremadura. Y aclarar, al mismo


tiempo, que mi militancia desde hace ya más de 15 años se reduce casi exclusivamente –y de
forma intermitente- a la participación en movimientos sociales como el Campamento
Dignidad, la Marea Básica contra el paro y la precariedad, o el Frente Cívico Somos Mayoría.
De todas formas, intentaré contribuir con el mayor rigor del que sea capaz.

Empezaré con una objeción a la segunda pregunta. Creo que debemos dejar de hablar en latín,
en jerga, en nuestro particular metalenguaje. La expresión “crisis orgánica del Régimen
extremeño del 83” me parece poco afortunada. Y no sólo porque sea grandilocuente, sino
porque además es una traslación mecánica a Extremadura del concepto “régimen del 78”.
Hace casi tres décadas, analizando los eriales de la Transición en el país extremeño, Ricardo
Sosa utilizaba la expresión “subpolítica” para referirse a “la política que se practica en las zonas
dependientes bajo el influjo de un centro externo de decisión determinante en última
instancia”. El cunerismo, el paracaidismo, la subalternidad en los discursos y prácticas han
hecho mucho daño históricamente por estos lares. Creo que debemos esforzarnos en pensar
con nuestra propia cabeza, casando la perspectiva amplia de análisis y el conocimiento cabal
de la realidad que queremos transformar.

Extremadura es una comunidad lastrada por la dependencia económica, social, cultural y


política. Y la fortaleza del bipartidismo representado por el PSOE y el PP en nuestra región es
una de sus manifestaciones. Quizás baste con señalar que en las últimas elecciones
autonómicas de 2015, mientras que la suma de los resultados de estos dos partidos alcanzaba
a duras penas el 50% en el cómputo estatal, en Extremadura ascendía hasta el 79%. El
ibarrismo y sus secuelas no son sino las variantes locales del régimen del 78 en toda España.

La expresión crisis orgánica, como es sabido, la acuñó Antonio Gramsci. El dirigente italiano
insistía en la necesidad de distinguir entre lo orgánico y lo coyuntural, entre los hechos o
movimientos duraderos y los ocasionales, y establecer a partir de ello la iniciativa política. “La
crisis no es para Gramsci un derivado necesario de los movimientos de la economía, pero
tampoco es puramente política” (Portantiero).

Detengámonos pues, brevemente, en los elementos orgánicos específicos de Extremadura. La


transición española se cerró con una clara derrota de las clases populares y consagró las
desigualdades sociales y territoriales labradas durante el franquismo. Extremadura afrontaba
la transición conmocionada aún por dos palabras, sin las que no se puede entender el siglo XX
en nuestra tierra: represión y emigración. Aquí, el baño de sangre del franquismo había
adquirido proporciones dantescas. Y la emigración desangraría la comunidad hasta el extremo
de que en nuestros días el número de habitantes representa menos de la mitad que suponía
en 1960 respecto de la población en España (2’3% frente al 4’7%). Víctor Chamorro lo definió
con precisión: genocidio programado de un pueblo.

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Pero, a pesar de todo, del miedo en vena y del éxodo forzoso de los más jóvenes, a finales del
franquismo y en la transición emergería, como en toda España, un potente movimiento
democrático. Más tardío que en los núcleos urbanos pero con una considerable intensidad. Las
huelgas obreras en el campo y en la construcción, la irrupción de un potente movimiento
campesino (la UCE) que protagonizaba luchas durísimas como las “guerras” del tomate y del
pimiento o, de modo especial, el movimiento contra la Central Nuclear de Valdecaballeros son
algunas muestras de su creatividad y solidez. El año pasado se cumplían 40 años de la edición
de un libro crucial en aquella etapa, Extremadura saqueada. El aniversario pasó en la región
casi sin pena ni gloria. Y el mismo misterioso olvido ha sufrido también el pionero movimiento
de la memoria histórica que, durante la transición, en nada menos que 37 pueblos del país
extremeño, llevó adelante la exhumación de los republicanos fusilados. Los dos “olvidos” nos
hablan muy bien del tipo de poderes que se han ido instituyendo durante este tiempo.

En lo fundamental, cuarenta años después, los problemas estructurales de Extremadura siguen


siendo los mismos que revelara aquel mítico libro: extracción de mano de obra, saqueo de
alimentos, saqueo energético, evasión del ahorro… Extremadura sigue siendo una colonia, de
manual. Y las políticas que se ponen en pie no sólo consolidan la condición de colonia, sino que
incluso la ahondan. El saqueo demográfico y laboral continúa: en los últimos 7 años, el saldo
de población ha descendido en más de 37.000 habitantes. La eliminación del rebusco, el
incremento extraordinario de la pobreza y la exclusión que revela el último informe de EAPN, o
los intentos de reducción del número de perceptores de la renta básica de inserción son
algunos indicadores de que la fábrica de pobreza y emigración continúa a pleno rendimiento.

Por no extenderme, apuntaré solo dos hechos sobre los que -sorprendentemente- apenas
nadie habla en Extremadura y que muestran gráficamente la situación “colonial” de nuestra
región. El primero es el de las puertas giratorias de exconsejeros de la Junta de Extremadura
en dos grandes empresas del sector energético, Iberdrola y Enresa, estratégicas por sus
dimensiones y cometidos. Y el segundo, la bancarización de las cajas de ahorro o, por decirlo
con las palabras de Juan Serna, “la desaparición cobarde y corrupta de las Cajas de Ahorro”.

La colonia continúa, pero la crisis orgánica, está ausente en Extremadura, al menos por el
momento. O parece que tiene dimensiones menores a las que ha adquirido en el resto de
España. Gramsci se refería con esa expresión a “una crisis del estado en su conjunto”, a una
crisis profunda de legitimidad, de autoridad, de hegemonía, al momento en que “la clase
dominante ha perdido el consenso, es decir ya no es dirigente, sino únicamente dominante”. El
bloque de poder en Extremadura –banca y eléctricas, grandes y medianos propietarios de la
tierra, pequeña burguesía crecida al amparo del presupuesto público en los últimas décadas,
capas funcionariales vinculadas al poder político- parece sólido, pero en el campo social y
político la partida siempre está abierta. Y dependerá de la iniciativa y capacidad hegemónica
de los contendientes que la crisis vaya más allá del simple ajuste en la representación
electoral.

En 2011, el 15M inició un pulso entre el poder y el pueblo, que todavía continúa. En 2014,
España se convirtió en un gigantesco escrache a políticos y banqueros, las Marchas de la
Dignidad entraron en Madrid e irrumpió Podemos. Los grandes poderes temblaron, pero
fueron capaces de reorganizar rápidamente sus trincheras: la abdicación de Juan Carlos I, la
creación de Ciudadanos, las leyes mordaza, la tregua del Banco Central Europeo, el golpe de
mano en el PSOE…

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En Extremadura se participó intensamente en esas luchas. En 2011, al relámpago del 15M se
sumaba la sublevación de las bases de IU-Extremadura, que se negaban a apoyar al candidato
del PSOE, que había sacado menos votos que el PP. Como escribíamos por entonces Juan
Andrade y un servidor, los dos acontecimientos tenían un “aire de familia”, apuntaban a los
límites sociales, políticos y simbólicos del sistema y los desbordaban, dislocando el terreno de
lo posible. “Plazas que disuelven cortijos”, titulamos a aquel esperanzado análisis de urgencia.
Pero la ocasión se malogró. Al respecto, comparto en gran medida lo que han planteado en
estas mismas páginas Víctor Casco, Miguel Manzanera o Jónatham Moriche.

En 2013 surgirían los Campamentos Dignidad, que supusieron un pequeño terremoto en


Extremadura. El movimiento desobediente pasaba de las plazas a las oficinas de empleo. La
clase obrera y los barrios más machacados entraban en la escena. Los parados, precarios y
pobres se convertían en el sujeto central y en el eje de las alianzas sociales durante un largo
período, interviniendo activamente en el despliegue de las Marchas de la Dignidad del 22 de
marzo de 2014 y en la derrota del PP en las elecciones autonómicas del 2015.

¿Qué balance haces de la acción de la izquierda social, política y cultural extremeña en esta
legislatura 2015-2019 que ahora concluye?

En esta legislatura Vara ha demostrado que es un auténtico artista repartiendo perrunillas. La


imagen del 18 de noviembre de 2017, todos juntitos en amor y compaña, y el presidente de la
Junta distribuyendo en el convoy de Renfe las perrunillas, refleja muy bien lo que han sido
estos cuatro años. No sé si tengo una percepción equivocada pero creo que la iniciativa
política, en general, la ha llevado Vara, o sea el PSOE. Y bien que lo siento, porque el edificio
Extremadura, en sus manos, se cae a pedazos.

Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en relación al tren condensa magníficamente la


situación actual de nuestra comunidad, la composición de la sociedad extremeña, sus
contradicciones, las correlaciones de fuerza, los límites y las posibilidades de transformación. Y
nos permite en cierta medida responder a la pregunta planteada.

Desde luego hay que ser un lince para llevar sentado 19 años en el gobierno de Extremadura –
y 32 su partido- y encabezar una movilización para protestar por la postración en la que se
encuentra el ferrocarril en la región. Hay que ser un lince y tener poco pudor, claro. Que los
dos únicos partidos que han gobernado en Extremadura y en España durante los últimos 37
años puedan abanderar la protesta, sin que nadie les increpe siquiera, demuestra la catadura
moral de sus dirigentes, por supuesto, pero también la extrema debilidad de la sociedad civil
extremeña. Que quienes de forma sistemática han desmantelado la red del ferrocarril
convencional –a ritmo de corrupción, no se olvide, concesiones del AVE a Florentino Siemens
Mir, etc, etc-, puedan liderar este movimiento nos indica la fortaleza del clientelismo en esta
tierra. El gran Rafael Chirbes, que vivió durante 12 años en Extremadura, lo describía con
precisión y amargura: “el mal extremeño, que se levanta sobre esa masa coralina que lo ocupa
todo, y que te deja sin esperanza porque está hecha de la corrupción de aquellos a quienes
deberías querer; de quienes deberían ser los tuyos. El ibarrismo ha fabricado el cemento de su
edificio moliendo el alma de los de abajo. Con todos los técnicos, artistas, filósofos,
sindicalistas, empresarios, y demás agentes sociales, puestos de cara a la pared del pesebre,
pensar en Extremadura se tiñe con aires sombríos, trae resonancias de una España que
creíamos ya superada”.

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Vara aprendió la lección de los últimos años, la de que el motor de la política no está en los
despachos, sino en la calle. El movimiento contra la refinería de Gallardo, una extraordinaria
alianza, que unió al movimiento ecologista y a los agricultores de Tierra de Barros, de mano de
personas tan generosas y sabias como el recientemente fallecido Pedro Vicente Sánchez,
contribuyó decisivamente a su derrota en las urnas. Y otro tanto le ocurriría a Monago con el
movimiento por la renta básica, al que despreció como Vara hiciera con la Plataforma
Ciudadana Refinería No. Y así, cuando sintió los primeros tambores del malestar ferroviario,
Vara se puso al frente de la manifestación, utilizando el presupuesto y los medios públicos y
marginando a los colectivos que venían denunciando el desastre, el Movimiento por el Tren
Ruta de la Plata y la Milana Bonita. Y quienes podrían o deberían impedírselo, o al menos
intentarlo, se sentaron solícitos a la mesa y se pusieron a cabalgar ambigüedades y
significantes vacíos, hoy me opongo al AVE y mañana ya veremos.

Pero, como le gustaba decir a Marcelino Camacho, los hechos han de analizarse siempre en sí y
en su contexto. Y más allá de los intentos de control del rechazo ciudadano por los partidos
mayoritarios o de los ardides de Ferrovial Agroman y sus recaderos en el mundo de la política,
la calamidad del tren extremeño puede acabar convirtiéndose en el abreojos del aislamiento y
la marginación general en la que se encuentra Extremadura. Porque el problema de esta tierra
no es solo ni fundamentalmente cómo se llega o se sale de ella, sino cómo se permanece en
ella dignamente. El tren es el síntoma, pero la enfermedad es el olvido de Extremadura, la
deuda histórica, el desprecio de décadas. El tren es el indicio, pero el crimen se llama
emigración, paro y clientelismo.

El balance sobre la acción de la “izquierda política” con representación parlamentaria se


deduce de mi valoración sobre lo que ha ocurrido, hasta el momento, alrededor de la principal
controversia de esta legislatura. Pero además hay que añadir la decepción brutal que han
supuesto los presupuestos de 2018. El escamoteo de más de 40 millones de euros para
partidas que estaban comprometidas en las leyes aprobadas y que debían destinarse a renta
básica de inserción, ayudas de contingencia y pobreza energética, es una felonía difícil de
olvidar. Manuel Sacristán lo dejó dicho: ética sin política es narcisismo, política sin ética es
politiquería.

Durante este periodo lo mejor, como casi siempre, ha venido de la mano de los movimientos
sociales. En primer lugar, del movimiento feminista, que ha arraigado con mucha fuerza en
numerosas ciudades y pueblos de Extremadura. También, aunque con menor intensidad, del
tenaz movimiento de los pensionistas, y de los Campamentos Dignidad y la RSP, del
movimiento contra el paro y la precariedad que se ha consolidado, a pesar de toda la represión
y de los los intentos de cooptación desde el poder. Y me gustaría destacar tres iniciativas que
han surgido en esta etapa, modestas pero que portan una semilla transformadora potentísima.
Me refiero a la Asociación 25 de marzo, que está roturando el terreno de la identidad
extremeña, vinculando las luchas jornaleras del pasado con los afanes del presente; las
primeras manifestaciones reivindicando la fecha como Día de Extremadura, la representación
teatral que un grupo de actores de Badajoz ha puesto en pie adaptando el texto de Víctor
Chamorro, así como el encuentro de emigración, son algunos de sus primeros frutos. La
segunda simiente a que me refiero es el Teatro de la Dignidad que ha escenificado ya su
primera obra y, por último, me gustaría citar también El Salto Extremadura, este medio de
comunicación, independiente, libre de ataduras, una de las escasas voces críticas en el páramo
extremeño. Los grandes ríos siempre nacen en pequeños manantiales.

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¿Ves deseable y posible la unidad de la izquierda transformadora y los actores de cambio en
Extremadura? ¿Qué desafíos les aguardan en el medio plazo del próximo cuatrienio, y qué
estructuras y estrategias necesitaría desarrollar para enfrentarlos con éxito?

Confieso mis recelos a establecer el calendario de los movimientos populares y de la política


transformadora tomando como referencia los tiempos electorales. La vida de las personas y
del pueblo no se ajusta sólo a los ritmos de las efemérides institucionales. ¿En qué calendario
estaban previstos el 15M o las Marchas de la Dignidad? ¿Quién preveía hace seis meses, tras la
victoria de Macron en las elecciones generales francesas que iba a estallar un movimiento
destituyente como el de los chalecos amarillos? “La política de emancipación tiene que tomar
el poder sobre sí misma. Es decir, demostrar que es capaz de crear su propio tiempo, su propio
espacio y su propia actividad”, decía Alain Badiou y no puedo estar más de acuerdo.
Necesitamos nuestro propio tiempo, que no es necesariamente ni en primer lugar el que
dimana de las fechas electorales y de los congresos de los partidos.

Es preciso cambiar nuestra concepción de la política, que no puede reducirse en modo alguno
a la simple selección de las élites de la democracia delegada. La democracia representativa sin
la democracia plebeya es un fósil, afirma Álvaro García Linera. Obremos entonces en
consecuencia, cambiemos el orden de prioridades de nuestra acción cotidiana. Uno de los
principales desafíos a los que nos enfrentamos en los próximos años y décadas es construir un
vigoroso movimiento popular, muchas comunidades y movimientos de base, núcleos de
democracia directa que abarquen todas las células y ámbitos de la vida social. “Hoy es mucho
más importante tener movimientos, sindicatos de verdad, cooperativas, ateneos o centros
sociales, que una clase política fetén”, afirmaba hace poco Emmanuel Rodríguez. Ese es
nuestro orden de prioridad: construir movimiento social y comunidades de base.

Necesitamos sindicalismo social y sindicalismo laboral, sindicalismo en los barrios, en las


oficinas de empleo, en los servicios sociales, y también en las empresas y tajos, claro está.
Sindicalismo capaz de unir a los trabajadores de la vendimia, con independencia de que sean
inmigrantes o locales, para enfrentar la negociación del convenio del campo, congelado en la
práctica desde hace más de una década. Sindicalismo capaz de organizar el trabajo precario, a
las kellys, a los trabajadores de la hostelería o del comercio, a los falsos autónomos, a la
juventud explotada, a los canis y a los informáticos, a los becarios e interinos, al conjunto de la
clase trabajadora. Un sindicalismo de verdad, de lucha y no de despacho, que reniegue del
pacto social permanente, asambleario, vinculado al territorio y a los movimientos sociales.

Necesitamos seguir expandiendo el sindicalismo social, las luchas por la renta básica universal,
el derecho a la vivienda digna o la defensa de la educación y la sanidad públicas. Necesitamos
extender el movimiento de defensa de las pensiones hasta el último rincón de Extremadura,
conscientes de que no estamos ante un combate puntual por la recuperación del IPC, sino ante
una batalla de fondo contra el propósito del capitalismo financiero, que quiere degradar y
privatizar las pensiones para convertirlas en un nuevo nicho de negocio.

Nos urge poner en pie, de nuevo, un movimiento que abogue por la reforma agraria integral
en Extremadura, que no acepte como una maldición bíblica una estructura de la propiedad de
la tierra que se encuentra entre las más latifundistas de toda Europa y que sea capaz de poner
en pie ocupaciones tanto simbólicas como efectivas. La tierra ha de cumplir una función social,
no puede seguir siendo el cortijo intocable de aristócratas y nuevos ricos, mientras el paro

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sigue condenando a miles de extremeños a la emigración. Una reforma agraria que abarque
todos los aspectos del ciclo agroalimentario, desde las semillas a la distribución.

Extender los movimientos sociales críticos, el feminismo del 99%, como dice Nancy Fraser, el
ecologismo social, que ha jugado en Extremadura un papel de vanguardia en las últimas
décadas, las iniciativas de economía social y alternativa, los colectivos y espacios culturales y
artísticos liberados de la tutela institucional. Y junto a todo ello precisamos potenciar nuevas
herramientas socio-políticas como la Asociación 25 de marzo o las Consultas Republicanas.

Es desde ahí, desde la acción capilar, desde donde podremos afrontar los desafíos de
Extremadura pero también los tiempos convulsos que vienen, la pinza que neoliberalismo y
neofascismo han empezado a levantar en España y en todo el mundo. La crisis histórica del
capitalismo global que estallara en 2008 continúa, la crisis ecológica y la crisis económica
confluyen y hacen presagiar convulsiones inéditas hasta la fecha. Y en la Unión Europea, todo
indica que pueden producirse importantes cambios, e incluso es probable una progresiva
desintegración. No podemos afrontar el ciclo que empieza –ni ninguno- en clave de clase
política, pensando solo en las próximas elecciones. Cuando sólo se piensa en los votos se acaba
por no tener ni votos.

El fascismo crece en la frustración y en el rencor social, en la disolución de los vínculos


comunitarios. Fascismo financiero y fascismo social se alimentan mutuamente. Y, como le
gusta decir a Enrique de Castro, uno de los luchadores históricos de la parroquia de Entrevías,
cuando los de abajo no se enfrentan a los de arriba están condenados a hacerlo entre ellos
mismos. El fascismo se combate con ideas, con memoria histórica, con cultura, pero también,
al mismo nivel de importancia, organizando la defensa de los intereses económicos y sociales
de las clases populares.

Termino respondiendo al primero de los interrogantes. Claro que me parece deseable la


unidad de la izquierda transformadora y de los actores de cambio, lo he defendido siempre,
incluso en los primeros compases de Unidos Podemos. Y lo sigo defendiendo. Pero, como no
se ha cansado de repetir Julio Anguita, “Unidos Podemos no existirá hasta que las militancias
de Podemos, IU y Equo trabajen juntas”. La unidad popular es mucho más que una mera
coalición electoral. Construir una confluencia social y política es tarea de naturaleza distinta a
la mera pastelería de listas electorales. La política seria empieza por el qué, no por el quiénes;
por el programa y las alianzas sociales, no por las listas; convocando a la ciudadanía más allá de
carnés partidarios, a los comunes, a muchos y muchas que quizás no se identifican
especialmente con ninguna de las partes pero sí lo hacen con el todo, con la voluntad de
cambio real.

Vienen tiempos de transformación y quizás turbulentos. Pongamos el oído atento a nuestro


pueblo, a la gente sencilla, escuchemos el rumor social, las resistencias casi ocultas, las
esperanzas. Y recordemos, por lo que concierne a Extremadura, que nuestra gente no fue
nunca un pueblo de bueyes. Tomemos la fuerza de la memoria. 25 de marzo de 1936, la
primavera del Frente Popular, la revolución campesina, aquella a la que no nos atrevimos
siquiera a llamarla por su nombre. 1 de septiembre de 1979, el movimiento contra la Central
Nuclear de Valdecaballeros, del que ahora se cumplen 40 años. Hasta en las condiciones más
adversas se puede, siempre se puede.

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