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La marca de Caín: conciencia y testimonio en la epistemología de la violencia.

Autor: Marcelo Pakman.

Mito: “Caín dijo a su hermano Abel: vamos afuera. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano y lo mato.
Hashem dijo a Caín. ¿Dónde está tu hermano?, no se ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano? Replico Hashem ¿qué has hecho? Se
oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde afuera pues bien maldito seas. Lejos de este suele abrió su boca para recibir de tu
mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no le dará más su fruto. Entonces dijo Caín a Hashem “mi culpa es
demasiado gane para soportarla. Es decir que hoy me hechas de este suelo u es de esconderme de tu presencia, convertido en
vagabundo errante por la tierra y cualquier que me encuentre me matara”, respondiendo Hashem “al contrario quiquiera que
matare a Caín le pagara antes de que pasen siente generaciones. Y Hashem piso una señal a Caín para que nadie que le encontrase
le atacara. Caín salió de la presencia de Hashem y se estableció en el país norte al este del Edén.”

Desde un discurso jurídico, parece que lo más importante es saber quién es el victimario, quien necesita ser castigado como
pecador, como ser humano inmaduro falto de ética. En cambio se puede ver en el mito, como Dios protege a Caín de la muerte, le
da la marca protectora, esta intervención se puede pensar como el más antiguo “programa de protección de testigos”, cuando Dios
en el relato del mito se queda en completo silencio, ante la pregunta de Caín ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?, nos indica
que si no nos protegemos a nosotros mismos nadie lo hará, es decir estamos a nuestra propia merced.

Conciencia y conciencia moral: en su libro “A History of the Mind” Nicholas Humphrey, nos muestra que el adjetivo “consiente”
deriva de “con-scire” que significa “conocer juntos”, pero dicho significado cambio, hasta transformarse en la conciencia como
estado intransitivo del ser. Y se perdió así la amplia discusión social que hubiera permitido “ser consciente” como consecuencia de
un proceso social.

El lenguaje jurídico ha adoptado esta perspectiva de la conciencia moral, articulando en forma explícita los mandamientos sociales
negativos sobre el comportamiento de las personas “no debes…” el cual se ha convertido en el paradigma del debate social. Es decir
que todo ocurre como si aquello que fue privado portara consigo, las distinciones de la conciencia moral, abortando cualquier
discusión social que pretendiera dar sentido a la situación, cualquier participación en un proceso de “conocer juntos”.

Cuando la violencia es llevada al dominio público, se identifica a los culpables, adoptando un encuadre individualista que sitúa la
culpa en una vaga “interioridad” y de esa forma evita toda concepción sistemática que trascienda ese enfoque abstracto, es decir se
suprime el debate social de los aspectos sistémicos, situacionales y encarnados de la conducta violenta, con toda su compleja red de
factores entrelazados en los que tan a menudo nos encontramos inmersos.

Trauma, causalidad y flexibilidad humana: la flexibilidad implica que lo que es una causa eficiente de la conducta en cierto dominio
no lo es en otro. El lenguaje nos brinda un aumento de la misma. Cuando no es posible mantener los límites con los subsistemas, los
sucesos provocan este estado de cosas se tornan causas eficientes en múltiples dominios de nuestra conducta. Como resultado de
ello debe comprometerse un número cada vez mayor de recursos a fin de abordar esos sucesos desencadenantes y la flexibilidad se
reduce.

Es traumático todo suceso que persista como causa eficiente en múltiples dominios, reduciendo así nuestra flexibilidad. Sin embargo
podemos continuar funcionando en múltiples niveles sin que dicha experiencia pase a ser causa eficiente de nuestras conductas en
la mayoría de los dominios; ha sido reprimida como causa generadora. Pero si este proceso no tiene lugar pasa a ser una experiencia
obsesionante a la que llamamos traumática.

Lo que aquí se afirma es que el discurso jurídico y el de nuestra conciencia moral son formas de procesamiento social de
experiencias violentas que mantienen su carácter traumático y que el encuadre del trastorno postraumático, compatible con esos
discursos, suelen tener consecuencias semejantes.

La frágil construcción de entidades: cuando la experiencia de una persona ha sido objeto de violencia es organizada en términos de
trastorno postraumático, este enfoque congruente con el discurso de la conciencia moral, contribuye en sí mismo a construir la
identidad del objeto de la violencia como víctima. En este proceso la única distinción es la de separar a la víctima del victimario, con
el consecuencia éticas de castigar a este último y de perdonar al primero. Pero como somos seres humanos multidimensionales y
complejos todos estamos siempre expuestos a ser definidos en determinadas interacciones como culpables de algo y la polarización
del discurso de la conciencia moral torna cada vez más frágil la condición estable de víctima.

Tanto el discurso jurídico como el de la conciencia moral coinciden en fosilizarse en el individuo, como víctima cuyos síntomas
derivan de procesos psicológicos internos causados por “hechos externos” es decir lo social nunca se incorpora al cuadro se genera
una seudo-sociologia

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