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K enneth J.

Gergen

El yo saturado
Dilemas de identidad
en el mundo contemporáneo

PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
T í t u lo origi n a l: The Seiturated Self. Dilemmas of Idenlity in Contemporary Life

T ra d u c c ió n de L e a n d ro W o lfso n

C u b ie r t a de M a r io Esk e n a z i

/ " edición en la colección Surcos, 2006

© 1991 b y B asic B o o k s, u n a d iv isió n de H a r p e r C o l l i n s P u b lish ers In c.


© de la tra d u cc ió n , L e a n d ro W o lfso n
© 2006 de tod as las ed icio n es en castella n o,
E d ic io n es Paid ós Ib érica, S . A ., B arcelo n a

I m p reso en E sp a ñ a - Pri n te d in Spain


SU M A RIO

Prefacio................................................................................................. 11

1. El asedio del y o .............................................................................. 19


2. De la visión romántica a la visión m odernista del yo . . . . 41
3. La saturación social y la colonización del y o .......................... 79
4. La verdad atraviesa d ificu ltad es....................................................123
5. El surgim iento de la cultura p o sm o d ern a................................... 161
6. Del yo a la relación p ersonal................................................ 197
7. U n «collage» de la vida posm oderna .......................................237
8. Renovación del yo y au ten ticid ad ................................................ 273
9. Recapitulación y relativ id ad ..........................................................309

N o ta s ....................................................................................................... 353
A utorizaciones....................................................................................... 387
índice analítico y de n o m b res............................................................389

7
C apítulo 1

EL ASEDIO DEL YO

Acababa de volver a Swarthm ore de un congreso en W ashington


que había durado dos días y que había reunido a cincuenta estudio-
sos e investigadores de todo el país. Sobre el escritorio tenía un fax
urgente de España que me inquiría por un artículo que había p ro -
m etido para una conferencia en Barcelona, con el que llevaba un re-
traso de varios meses. Antes de pensar siquiera en contestar el fax,
com enzó mi horario habitual de consultas, que había pospuesto has-
ta entonces. Llegó uno de mis mejores alumnos y empezó a hacerme
preguntas sobre los prejuicios étnicos que ponía de manifiesto el p ro -
grama del curso. E ntró mi secretaria con un fajo de partes telefóni-
cos y algunas cartas que se habían acumulado durante mi ausencia;
entre ellas, una nota de la D irección General de Hacienda sobre una
inspección y otra de la compañía telefónica que com unicaban la can-
celación de un servicio. Mis charlas con los alumnos se vieron inte-
rrum pidas luego por llamadas telefónicas desde Londres (un editor),
C onnecticut (una colega que estaba de paso y que se iba a pasar el fin
de semana a O slo) y California (un viejo amigo pensaba viajar en el
verano a H olanda, y quería saber si podríam os coincidir allí). Al filo
del mediodía ya estaba agotado: todas mis horas se habían consum i-
do en el proceso de la relación con otras personas —cara a cara, p o r
carta o electrónicamente— dispersas en distintos puntos de Europa
y Estados U nidos, así com o en mi pasado. Tan aguda había sido la
com petencia p o r este «tiempo de relación» que virtualm ente ningu-
no de los intercambios que mantuve con esas personas me dejó sa-
tisfecho.
Esperaba con ansiedad disponer durante la tarde de algunos m o-
mentos de aislamiento, restablecimiento personal y vuelta al equili-
brio: no tuve esa dicha. N o sólo im partí mis dos clases vespertinas
(una de las cuales fue recuperatoria de la que había perdido p o r mi
viaje a W ashington), sino que hubo nuevas llamadas telefónicas, des-

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pachos p o r correo electrónico, visitas de estudiantes y un colega de
Chicago que quería conocer nuestro predio universitario. Al con-
cluir la jornada, por si me hubiera faltado algún estímulo, el radioca-
sete del coche aguardaba mi tram o de vuelta a casa. Al llegar noté
que el césped estaba demasiado crecido y que las paredes de la vi-
vienda pedían a gritos una mano de pintura; pero yo no estaba para
aquellos menesteres: tenía que contestar la correspondencia del día,
m irar los periódicos y hablar con mis familiares, ansiosos p o r con-
tarm e lo que habían estado haciendo. Q uedaban aún los mensajes
del contestador automático, más llamadas de amigos, y la tentadora
televisión, incitándom e a huir desde sus veintiséis canales. ¿Pero
cómo podía huir posponiendo tantas obligaciones vinculadas con
mis artículos, la correspondencia y la preparación de los cursos? In -
merso en una red de conexiones sociales que me consumían, el re-
sultado era el atontam iento.
Tal vez los profesores universitarios seamos gente más ocupada
que la mayoría; después de todo, la com unicación es un hecho cen-
tral de la docencia y la investigación. Sin embargo, mi estado de in-
mersión social dista de ser anómalo; en verdad, si se com para a un
profesor con muchos hom bres de negocios y otros profesionales, se
com probará que disfrutan de un grado considerable de aislamiento.
Los signos de esta inm ersión social aparecen p o r todos lados:

• U na llamada a u n abogado de Filadelfia es contestada autom á-


ticamente por un mensaje grabado en tres idiomas.
• U n amigo em presario se quejaba el otro día de que desde hace
ya varios años el grupo con el que se reunía una vez p o r semana para
jugar al tenis había aum entado de cuatro a seis integrantes, a raíz de
los frecuentes viajes que hacían, y que este año estaban consideran-
do la posibilidad de elevar la cifra a siete.
• El año pasado pronuncié una breve charla en una fiesta de
cumpleaños, en Heidelberg. Tres días después, al regresar a Estados
U nidos, me llamó p o r teléfono u n amigo desde la costa O este (la
otra p unta del país) para contarme cuál había sido la reacción de los
invitados. Él recogió los comentarios dos días antes que yo gracias al
correo electrónico.
• El quiosco de revistas más cercano me ofrece no menos de
veinticinco publicaciones distintas sobre ordenadores, procesam ien-
to de textos y program as de m aquetación y edición.

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• Se ha calculado que en la actualidad visitan D isney W orld más
de veinte millones de turistas al año, procedentes de todo el globo (el
Independent, de Londres, predice que para el año 2000 el turism o
será la industria más im portante del m undo).1
• T itular de USA Today: «Si se está preguntando en qué lugar
del m undo le gustaría cenar...», seguido de una detallada descrip-
ción de los principales restaurantes de siete países europeos y asiá-
ticos.

P o r si alguien no se ha dado cuenta, quiero puntualizar que nin-


guna de estas observaciones podría haberse form ulado tan sólo diez
años atrás.

Me crié en u n pueblecito de Carolina del N orte. Salvo p o r el via-


je que hicimos a W ashington en 1952, cuando cursábamos el penúl-
tim o año de estudios, la mayoría de mis com pañeros de la escuela se-
cundaria no había puesto jamás el pie al otro lado de la frontera del
estado. Incluso Chapel H ill era un lugar misterioso y exótico para
quienes vivíamos en D urham , a unos 22 kilómetros. En casi todas las
familias que trataba yo, la llegada de una carta era un acontecimien-
to: los miembros de la familia se reunían para leer en voz alta y en
presencia de todos aquellas preciosas líneas. Las llamadas a larga dis-
tancia eran tan raras que cuando se producían la gente seguía com en-
tándolas durante varias semanas. Los visitantes que venían de otros
lugares, más allá de Carolina del N orte, eran recibidos virtualm ente
com o monarcas; casi no había visitantes del extranjero. Tanto el pe-
riódico local com o las tres radioemisoras que uno podía escuchar se
dedicaban m ayorm ente a acontecimientos locales: los precios de la
cosecha, la actividad de las figuras políticas del estado, las alegrías y
sinsabores que proporcionaban a sus criadores los toros de raza
D urham . Si había un lazo im portante con algo externo a la com u-
nidad misma, era el que nos unía con la M adre Patria, la de los he-
roicos rebeldes de la Independencia, sus nobles aristócratas, y con la
literatura y nuestro pasado cultural. El problem a no consistía enton-
ces en m antener el ritm o de un desfile incesante de voces que pasa-
ban, sino en conservar nuestra valiosa herencia.
Pero aun esta tranquila existencia parece caótica si hacemos re-
troceder el calendario sólo unas décadas atrás. H ace unos días hablé
con una vecina que acababa de celebrar su centenario. Me contaba de

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su niñez y de los goces de una vida pasada entre un círculo reducido
de relaciones humanas que eran siempre las mismas. De niña, casi
todas las personas a quienes veía le eran conocidas. La mayoría de
esas relaciones eran cara a cara; las visitas a los amigos se hacían a pie
o en carruaje. Si uno tenía el propósito de ir de visita, era esencial
que lo hiciera saber antes enviando una tarjeta. Recordaba todavía la
emoción que sintió la familia cuando su padre anunció que dentro
de poco iban a instalar un aparato llamado teléfono, y que entonces
podrían hablar con los vecinos que vivían a tres manzanas de distan-
cia sin necesidad de salir de casa.
El contraste que ofrece aquello con un día cualquiera en mi estu-
dio pone de relieve que soy una víctima (o un beneficiario) de los
profundos cambios habidos en el curso del siglo xx. Las nuevas tec-
nologías perm iten m antener relaciones, directas o indirectas, con un
círculo cada vez más vasto de individuos. En muchos aspectos, esta-
mos alcanzando lo que podría considerarse un estado de saturación
social.
Los cambios de esta magnitud rara vez se limitan a un sector: re-
verberan en toda la cultura y se van acum ulando lentamente hasta
que un día caemos en la cuenta de que algo se ha trastocado y ya no
podrem os recuperar lo perdido. Si bien algunos de estos efectos son
desquiciantes, mi exploración principal en este libro es más sutil y
evasiva: específicamente, lo que quiero es examinar el im pacto de la
saturación social en la manera com o conceptualizam os nuestro yo y
las pautas de vida social que le son anexas. N uestro vocabulario rela-
tivo a la com prensión del yo se ha modificado notoriam ente a lo lar-
go del siglo, y con él eí carácter de los intercambios sociales. Pero la
creciente saturación de la cultura pone en peligro todas nuestras pre-
misas previas sobre el yo, y convierte en algo extraño las pautas de
relación tradicionales. Se está forjando una nueva cultura.

22
C o n c e p t o s c a m b ia n t e s d e l y o

[Los conceptos relativos al yo] operan en el


individuo y la sociedad com o realidades funcio-
nales que contribuyen a fijar los límites de esa
misma naturaleza hum ana de la que, presunta-
mente, deberían ser un modelo.

D a v i d B o h m , Htima-n Natu-re as the


Product o f O ur M ental Models

¿Por qué son tan decisivas para nuestra vida las caracterizaciones
que hagamos de nuestro yo — de nuestra manera de hacernos ase-
quibles a los otros— ? ¿Cuál es el motivo de que los cambios que so-
brevienen en estas caracterizaciones sean temas de interés tan pre-
ponderante? Veamos.
La pareja se halla en un m om ento decisivo de su relación. H an
disfrutado m utuam ente de su com pañía durante varios meses, pero
jamás hablaron de lo que sentían. Ahora, ella tiene una imperiosa
necesidad de expresar sus sentimientos y aclararlos, pero... ¿qué ha
de decir? Cierto es que dispone de un extenso vocabulario para ex-
presarse a sí misma; por ejemplo, podría declarar púdicamente que
se siente «atraída» por él, o «entusiasmada», o «deslumbrada», o «su-
mamente interesada». Si cobra valor, tal vez le diga que está «muy
enamorada», o bien, si se anima, que está «subyugada» o «locamen-
te apasionada». Le afloran a la punta de la lengua térm inos como
«alma», «deseo», «necesidad», «ansia», «lujuria». A hora bien: ¿sabrá
escoger las palabras correctas en ese delicado instante?
La cuestión es grave por cuanto el destino de la relación está p en -
diente de un hilo: cada térm ino tiene distintas implicaciones para el
futuro. D ecir que se siente «atraída» por él es guardar cierta reserva;
sugiere m antener distancias y evaluar la situación. Decir que está
«entusiasmada» denota u n futuro más racional; «deslumbrada» y
«sumamente interesada» son com parativam ente térm inos más diná-
micos, pero no sensuales. En cambio, decir que está «enamorada»
podría indicar cierta irracionalidad o descontrol. Es expresión, ade-
más, de una dependencia emocional. Si agrega que está «locamente
enamorada», el tipo podría asustarse e irse: tal vez lo único que que-
ría era pasar un buen rato. Si se anima a introducir términos que hagan
referencia a su «alma» o a su «lujuria», la relación podría avanzar por

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senderos muy diferentes. Vemos, pues, que su expresión de sí misma
lleva implícitas consecuencias sociales.
N uestro idioma dispone de un vocabulario riquísimo para la ex-
presión de las emociones, pero... ¿qué ocurriría si se abandonasen al-
gunos térm inos? ¿Q ué pasaría si no se dispusiera más de la expre-
sión «estar enamorado» ? Es una frase m uy útil si uno quiere avanzar
hacia una relación profunda y com prom etida: pergeña un cuadro fu -
turo significativo e invita al otro a tom ar partido. N o cumple el mis-
mo fin decir que uno es «atraído» p o r otra persona, o que está «en-
tusiasmado» p o r ella, o que «le interesa». Con el «estar enamorado»
puede alcanzarse una relación tal que no sea accesible con sus riva-
les. Análogamente, las otras expresiones pueden servir para otros fi-
nes: por ejemplo, para poner distancia, o para limitar la relación al
plano físico. A bandonar cualquiera de estos térm inos o frases signi-
fica perder un margen de m aniobra en la vida social.
Al ampliar el vocabulario de expresión de uno mismo se vuelven
posibles otras opciones en el campo de las relaciones humanas. En la
actualidad no hay en inglés ningún térm ino que describa suficiente-
mente bien una relación apasionada y perm anente, pero periódica, y
no cotidiana. Si una pareja desea encontrarse de vez en cuando, pero
quiere que estas ocasiones sean «profundamente conmovedoras» para
ambos, carecen de una alternativa que viabilice la expresión de lo
que desean. Los térm inos «atracción», «entusiasmo», etcétera, no
describen un intercambio profundam ente conm ovedor, y si uno
dice que «está enamorado» no da cabida a que se acepten con indife-
rencia las distancias periódicas. A medida que se expande el vocabu-
lario de la expresión del yo, tam bién lo hace el repertorio de las rela-
ciones humanas.
Ludwig W ittgenstein, el filósofo de Cam bridge, escribió en una
oportunidad: «Los límites del lenguaje (...) significan los límites de
mi m undo».2 Esta concepción tiene una particular validez para el
lenguaje del yo. Los térm inos de que disponemos para hacer asequi-
ble nuestra personalidad (los vinculados a las emociones, motivacio-
nes, pensamientos, valores, opiniones, etcétera) im ponen límites a
nuestras actuaciones. U na relación rom ántica no es sino una entre la
m ultitud de ocasiones en que nuestro vocabulario del yo se insinúa
en la vida social. Considérese lo que sucede con nuestros tribunales
de justicia. Si no creyéramos que la gente posee «intenciones», la
m ayoría de nuestros procedim ientos jurídicos carecerían de sentido,

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ya que en gran medida determ inam os en función de las intenciones
la culpa o la inocencia. Si uno sale de caza y le apunta a un oso pero
por accidente mata a otro aficionado que andaba p o r allí, probable-
mente se sienta culpable el resto de su vida, pero no recibirá un gran
castigo: no era su «intención» m atar al colega. Si en cambio le apun-
ta con el arm a y lo mata «intencionadamente», no será difícil que
pase el resto de su vida en prisión. Si renunciáramos al concepto de
intención —aduciendo que todas nuestras acciones son el producto
de fuerzas que escapan a nuestro control—, perdería im portancia la
diferencia de los objetivos perseguidos en uno y otro caso.
En el campo de la educación, basta pensar en las dificultades que
ocasionaría que los maestros renunciasen a hablar de la «inteligen-
cia» de los alumnos, de sus «objetivos», de su «grado de atención» o
de sus «motivaciones». Estas caracterizaciones perm iten discriminar
entre sí a los alumnos para prestarle a cada uno una atención parti-
cular, en form a de recompensa o de castigo. C onstituyen el vocabu-
lario de la advertencia y el elogio, y cumplen un papel fundamental
en la política educativa. Si no creyésemos que el yo de cada cual está
constituido por procesos tales com o la «razón», la «atención», etcé-
tera, el sistema educativo se vendría a pique por falta de sustento.
Análogamente, los sistemas de gobierno dem ocrático dependen de
la adhesión de los ciudadanos a determinadas definiciones del yo.
Sólo tiene sentido que los individuos voten si se presume que poseen
un «juicio independiente», una «opinión política propia» y que «de-
sean el bien común». Difícilmente podrían continuar sustentándose
las instituciones de la justicia, la educación y la democracia sin cier-
tas definiciones com partidas de lo que es el yo.3
El lenguaje del yo individual está entram ado también práctica-
mente en la totalidad de nuestras relaciones cotidianas. Al hablar de
nuestros hijos nos apoyam os en nociones com o las de «sentimien-
tos», «necesidades», «temperamento» y «deseos». En el matrim onio,
cada uno de los cónyuges se define a sí mism o diciendo que está
«com prom etido» con su pareja, o que siente «amor» o «confianza»
hacia ella, o que está viviendo un «romance». E n nuestras am ista-
des hacemos uso frecuente de térm inos com o «simpatizar» o «tener
respeto» por el otro. Las relaciones industriales están imbuidas de
«motivaciones», «incentivos», «racionalidad» y «responsabilidad».
Los clérigos tendrían dificultad para tratar con los que concurren a
su parroquia si no dispusieran de palabras como «fe», «esperanza» y

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«conciencia moral». D icho más directam ente, sin el lenguaje del yo
— de nuestros caracteres, estados y procesos— la vida social sería
virtualm ente irreconocible.

E l y o : d e l a c o n c e pc ió n r o m á n t ic a a l a po s m o d e r n a

La tesis de este libro es que el proceso de saturación social está


produciendo un cambio profundo en nuestro m odo de com prender
el yo. La vida cultural del siglo xx ha estado dom inada p o r dos gran-
des vocabularios del yo. H em os heredado, principalm ente del siglo
X IX , una visión romántica del yo que atribuye a cada individuo ras-
gos de personalidad: pasión, alma, creatividad, temple m oral. Este
vocabulario es esencial para el establecim iento de relaciones com -
prom etidas, amistades fieles y objetivos vitales. Pero desde que sur-
gió, a com ienzos del siglo xx, la cosmovisión m odernista, el vocabu-
lario rom ántico corre peligro. Para los m odernistas, las principales
características del yo no son una cuestión de intensidad sino más
bien una capacidad de raciocinio para desarrollar nuestros concep-
tos, opiniones e intenciones conscientes. Para el idiom a m odernista,
las personas norm ales son previsibles, honestas y sinceras. Los m o -
dernistas creen en el sistema educativo, la vida familiar estable, la
form ación m oral y la elección racional de determ inada estructura
matrim onial.
Pero com o trataré de argum entar, tanto las concepciones rom án-
ticas com o las m odernas sobre el yo están desm oronándose p o r el
desuso, al par que se erosionan los basam entos sociales que las sus-
tentan, p o r obra de las fuerzas de la saturación social. Las tecnolo-
gías que han surgido nos han saturado de los ecos de la hum anidad,
tanto de voces que arm onizan con las nuestras com o de otras que
nos son ajenas. A m edida que asimilamos sus variadas m odulaciones
y razones, se han vuelto parte de nosotros, y nosotros de ellas. La sa-
turación social nos proporciona una m ultiplicidad de lenguajes del
yo incoherentes y desvinculados entre sí. Para cada cosa que «sabe-
m os con certeza» sobre nosotros mismos, se levantan resonancias
que dudan y hasta se burlan. Esa fragm entación de las concepciones
del yo es consecuencia de la m ultiplicidad de relaciones tam bién in-
coherentes y desconectadas, que nos im pulsan en mil direcciones
distintas, incitándonos a desem peñar una variedad tal de roles que el

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concepto mismo de «yo auténtico», dotado de características reco -
nocibles, se esfuma. Y el yo plenam ente saturado deja de ser un yo.
Para contrastar este enfoque del yo con el rom ántico y el m oder-
no, equipararé la saturación del yo con las condiciones inherentes al
posmodernismo. Al ingresar en la eraposm oderna, todas las concep-
ciones anteriores sobre el yo corren peligro, y con ellas, las pautas de
acción que alientan. El posm odernism o no ha traído consigo un nue-
vo vocabulario para com prendernos, ni rasgos de relevo p o r descu-
brir o explorar. Su efecto es más apocalíptico: ha sido puesto en tela
de juicio el concepto mism o de la esencia personal. Se ha desm ante-
lado el yo com o poseedor de características reales idcntificables
com o la racionalidad, la em oción, la inspiración y la voluntad.
Sostengo que esta erosión del yo identificable es apoyada p o r una
amplia gama de concepciones y de prácticas, y se manifiesta con ellas.
E n líneas más generales, el posm odernism o está signado p o r una
pluralidad de voces que rivalizan p o r el derecho a la existencia, que
com piten entre sí para ser aceptadas com o expresión legítima de lo
verdadero y de lo bueno. A m edida que esas voces amplían su poder
y su presencia, se subvierte todo lo que parecía correcto, justo y ló -
gico. E n el m undo posm oderno cobram os creciente conciencia de
que los objetos de los que hablamos no están «en el m undo», sino que
más bien son el p rod u cto de nuestras perspectivas particulares. P ro -
cesos com o la em oción y la razón dejan de ser la esencia real y signi-
ficativa de las personas; a la luz del pluralism o, los concebim os com o
im posturas, resultado de nuestro m odo de conceptualizarlos. E n las
condiciones vigentes en el posm odernism o, las personas existen en
un estado de construcción y reconstrucción perm anente; es un m u n -
do en el que todo lo que puede ser negociado vale. Cada realidad del
yo cede paso al cuestionam iento reflexivo, a la ironía y, en última
instancia, al ensayo de alguna otra realidad a m odo de juego. Ya no
hay ningún eje que nos sostenga.
¿H abrá que tom ar en serio todo lo que estamos apuntando sobre
el «cambio dram ático» y la «desaparición»? D espués de todo, segui-
mos hablando de nosotros mismos más o m enos com o lo hacíamos
el año pasado, o aun veinte años atrás. Y todavía podem os leer a Dic-
kens, Shakespeare y Eurípides con el convencim iento de que com -
prendem os a sus personajes y las acciones que llevan a cabo. ¿Por
qué habríam os de prever ahora alteraciones drásticas, aunque este-
mos cada vez. más saturados po r nuestro entorno social? Esta p re-

27
gunta es im portante, y la respuesta, un preludio indispensable para
lo que sigue.
Los estudios sobre el concepto del yo vigente en otras culturas y
períodos históricos pueden com enzar a revelarnos hasta qué p u nto
pueden ser frágiles e históricam ente fluctuantes nuestras actuales
concepciones y costumbres. C om probarem os que lo que la gente con-
sidera «evidente» acerca de sí misma es de una variedad enorm e, y
que m uchas de nuestras trivialidades actuales son de una novedad
sorprendente. Veamos algunos ejem plos de esta variación y de este
cam bio.

La l o c a l iz a c ió n c u l t u r a l d e l y o

El significado emocional es un logro social y


cultural.
C a t h e r in e Lu t z , Unnatural Emotions

Si hay un mensaje conspicuo en los anales de la antropología, es


el que nos hace reconocer las sólidas verdades de nuestra pro p ia cul-
tura. Si cotejam os nuestra visión con las de otros, com probam os que
lo que para nosotros es «conocim iento seguro», otros lo considera-
rán más bien una suerte de folclore. Véase, si no, la definición misma
de lo que es un individuo autónom o. D am os más o m enos p o r sen-
tado que cada uno de nosotros es u n individuo autónom o, que p o -
see responsabilidad y la capacidad de desenvolverse. C oncedem os
derechos inalienables a los individuos — no a las familias, clases so-
ciales u organizaciones— . De acuerdo con nuestro sistema m oral,
los individuos, y no sus amigos, familiares o colaboradores p ro fe-
sionales, son los responsables de sus actos. Según nuestro concepto
tradicional del am or rom ántico, su objetivo apropiado es o tro indi-
viduo: estar vinculado rom ánticam ente a varias personas a la vez se
considera inconcebible o inm oral.
N u estra consideración del individuo resultaría anóm ala en m u -
chas culturas del m undo. Veamos a los balineses. Tal com o los des-
cribe C lifford G eertz, antropólogo de la U niversidad de Princeton,
el concepto de un yo singular o individual no desem peña sino un pa-
pel m ínim o en la vida cotidiana de esa cultura.4 A los individuos se
los considera más bien representantes de categorías sociales más ge-

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nerales, y es la categoría social la que cobra im portancia decisiva en
la vida cultural. E n las palabras de G eertz: «N o es (...) su existencia
com o personas, su inm ediatez o su individualidad, ni su efecto p ar-
ticular e irrepetible en el curso de los hechos históricos lo que cobra
preem inencia o se destaca sim bólicam ente, sino su situación social,
su particular localización d en tro de u n orden metafísico persistente,
en verdad eterno».5 Para un balines, am ar o despreciar, honrar o
hum illar a alguien teniendo en cuenta un estado determ inado de su
mente individual (sus sentim ientos, intenciones, racionalidad, etcé-
tera) sería algo rayano en lo disparatado. N ad ie se relaciona con un
individuo personalizado, sino con lo que en nuestra cultura occi-
dental consideraríam os un ser despersonalizado.
Según puntualizam os anteriorm ente, las maneras de hablar están
insertas en las formas de vida cultural. Veamos, p o r ejemplo, las cos-
tum bres de los balineses en la form a de designar a las personas. En
Occidente, cada individuo recibe al menos un nom bre que lo identifi-
cará toda su vida; para los balineses, en cambio, los nom bres se aplican
prim ordialm ente para designar a los grupos a que pertenece el indivi-
duo. Los bebés no reciben u n nom bre propio hasta que han transcu-
rrido 105 días desde su nacimiento, y ese nom bre sólo se usa esporá-
dicamente para referirse a ellos; una vez que llegan a la adolescencia,
desaparece casi tal denom inación y se ponen en circulación otros ape-
lativos, que designan sobre todo la posición social. H ay nom bres que
indican el orden de nacimiento del individuo: W ayan es el del p rim o -
génito, N io m an el del segundo hijo, etcétera. H ay tam bién nom bres
de parentesco que designan al grupo generacional al que se pertenece.
En ese sistema, cada sujeto contesta al nom bre que reciben todos los
herm anos y prim os pertenecientes a la misma generación.
U na de las designaciones más notables es el «tekónim o», u n apela-
tivo que cambiará varias veces en el transcurso de la vida. A un adul-
to, cuando se convierte en padre o madre, se le llama «padre de...» o
«madre de...» (seguido del nom bre del hijo). Luego, cuando nace un
nieto, el nom bre vuelve a adaptarse: «abuelo de...» o «abuela de...», y
así sucede de nuevo cuando nace un bisnieto. Entretanto, los títulos re-
feridos al estatus indican la posición social de cada uno, y los títulos
públicos indican su función o el servicio que cum ple en la com unidad
(por ejemplo, encargado de la correspondencia, carretero o político).
Esta visión del yo inserto en lo social se pone de relieve asimismo
en las pautas de relación. C o m o el grupo social tiene una im p o rtan -

29
cia fundam ental, las relaciones suelen ser generales y formales, más
que específicas y personales. En la cultura occidental, preocupados
com o estamos por la singularidad de cada individuo, norm alm ente
prestam os más atención al estado de ánimo m om entáneo de nues-
tros amigos. C ontinuam ente nos inquieta lo que «sienten» en ese
m om ento, lo que «piensan», etcétera. A m enudo las amistades nos
parecen imprevisibles y preñadas de posibilidades; nunca sabemos en
qué pueden derivar. E n cambio, entre los balineses las relaciones son
consideradas vínculos entre representantes de distintos grupos o cla-
ses. C om o consecuencia, tienden a ser ritualizadas. Es posible que se
repitan, una y otra vez, determ inadas pautas de acción, donde sólo
cam bian los personajes. N o es probable que sucedan desenlaces ines-
perados. Los occidentales sólo llevamos a cabo rituales semejantes
con los individuos cuando desempeñan su papel profesional: el mé-
dico, el mecánico del coche, el cam arero de un restaurante (pero ni
siquiera estas relaciones ritualizadas pueden sustraerse a la intensa
inclinación en favor de la personalización, com o cuando el cam are-
ro se nos presenta diciéndonos su nom bre). En Bali, según Geertz,
aun las amistades más estrechas se desarrollan entre ceremonias de
buenos modales.
N o sólo varía de una cultura a otra el énfasis puesto en la indivi-
dualidad,6 sino tam bién los supuestos sobre cóm o se puede caracte-
rizar a una persona. Tom em os las em ociones. Las expresiones em o-
cionales de la cultura occidental pueden clasificarse en m enos de una
docena de categorías amplias. Podem os enunciar legítimamente, por
ejemplo, que sentimos rabia, repugnancia, tem or, goce, am or, triste-
za, vergüenza o sorpresa (o utilizar algunos térm inos equivalentes,
com o decir que estamos «deprim idos» en lugar de decir que sentimos
«tristeza»)/ Además, consideram os que estos térm inos representan
elementos biológicamente estables; que la gente tiene el atributo de
expresar esos sentim ientos, y que literalm ente podem os «ver» en el
rostro de la gente la expresión de esas emociones. U n adulto que no
fuera capaz de sentir tristeza, tem or o am or, p o r ejemplo, sería con-
siderado un psicópata o un autista.
N o obstante, al examinar otras culturas tom am os penosa con-
ciencia de lo ridículos que son estos «elementos biológicam ente es-
tables». En algunas de ellas, a los investigadores se les hace difícil
identificar térm inos relativos a los «estados de ánimo»; en otras, el
vocabulario es muy lim itado, y sólo dedica uno o dos térm inos a lo

30
que los occidentales llamam os emociones. H ay otras que utilizan
m uchos más térm inos que nosotros para describir las emociones. Y
a m enudo, cuando otra cultura posee térm inos que parecen corres-
ponderse con los nuestros, los significados de esos térm inos son
m uy diferentes.8
T om em os com o ejem plo el pueblo de los ilo n g o t, al n o rte de
las Filipinas, para quienes uno de los elementos fundam entales de la
psique del hom bre m aduro es un estado que denom inan liget. Según
lo describe la antropóloga M ichelle Rosaldo, seria más o menos equi-
valente a los térm inos con que designamos la «energía», la «ira» y la
«pasión».9 Sin em bargo, ese estado no se identifica con ninguno de
nuestros térm inos ni corresponde a una posible com binación entre
ellos. El liget es una característica propiam ente masculina, cuya ex-
presión no nos resulta a nosotros ni siquiera imaginable. Poseído
p o r el liget, un joven ilongot puede echarse a llorar, o ponerse a can-
tar, o expresar mal hum or. A lo m ejor rechaza ciertos alimentos, la
em prende a cuchilladas contra los canastos, lanza gritos furiosos, de-
rram a el agua o evidencia com o sea su irritación o su confusión. Y
cuando el liget llega a su apogeo, se verá com pelido a cortarle la ca-
beza a un nativo de la tribu vecina. U na vez que haya hecho esto,
siente que su liget se ha transform ado y es capaz de transform ar a
otros. Su energía aumenta, siente el deseo del sexo y adquiere un
sentido p ro fundo de sus conocim ientos. Sin duda nos cuesta im agi-
nar que el liget sea u n elem ento básico de la constitución biológica,
que acecha de alguna manera dentro de nosotros, busca expresarse y
permanece inhibido bajo las capas artificiales de la civilización. El li-
get es una construcción propia de la cultura ilongot, del mismo
m odo que los sentim ientos de angustia, envidia o am or rom ántico
son una construcción propia de la nuestra.

El y o a l o l a r g o d e l a h is t o r ia

Los historiadores, al igual que los antropólogos, m anifiestan un


profundo interés p o r la concepción del yo que tienen las personas.
Para m uchos de ellos, sus investigaciones persiguen un p ro p ó sito
em ancipador: si som os capaces de com prender los orígenes y los
cambios de nuestras concepciones acerca de la persona —razonan— ,
podrem os m origerar la gravitación de lo que hoy se da p o r supues-

31
to. Si lo que consideram os hitos sólidos sobre el ser hum ano resul-
tan ser productos colaterales de un determ inado condicionam iento
social, mas valdría reconocer que tales «hitos» son suposiciones o
mitos. Confían, pues, en que la conciencia histórica nos libere de la
prisión donde nos m antienen encerrados nuestras consideraciones
de lo que es la com prensión.10
Para muchos historiadores, la preocupación occidental p o r el in -
dividuo y su singularidad es a la vez extrema y restrictiva. ¿C óm o
llegó nuestra cultura a asignar tanta im portancia al yo individual?
U no de los estudios más interesantes de esta evolución es el de John
Lyons, quien expone que la posición central del yo se asienta com o
producto del pensam iento de fines del siglo x v m ." Antes de esa fe-
cha, las personas tendían a concebirse a sí mismas com o especímenes
de categorías más generales: m iem bros de una religión, clase, profe-
sión, etcétera. N i siquiera el alma —dice Lyons— era una posesión
estrictam ente individual: im buida p o r D ios, la había introducido
en la carne m ortal p o r un período transitorio. Sin em bargo, a fines
del siglo x v m la sensibilidad com ún com enzó a cambiar, y puede
hallarse buena prueba en fuentes tan diversas com o los tratados filo-
sóficos, las biografías, las reflexiones personales y los relatos de va-
gabundos y aventureros.
Exam inem os los inform es de los viajeros que volvían de países
exóticos. D urante siglos — aduce Lyons— , los viajeros narraban lo
que se suponía que cualquiera debía contar, ya que hablaban com o
representantes de todos; pero en esa época (fines del siglo xvm ) la
m odalidad misma de los relatos em pezó a cambiar. Boswell, al des-
cribir su visita a las H ébridas, se ve impelido a relatar con particular
detalle to d o aquello que lo conm ovió personalm ente: escribe exten-
samente acerca de sus sentim ientos y de los m otivos que lo llevaron
a conm overse. Fue en esta época cuando la gente em pezó a «dar un
paseo con el único fin de hacer un paseo (...) no para llegar a ningún
lado (...) Porque el hecho de contem plar el paisaje se convirtió en
una afirm ación de sí mismo más que en un proceso para aprehender
el m undo natural».12 Esta concepción del yo individual es la que aho-
ra ha invadido virtualm ente todos los rincones de la vida cultural de
O ccidente.
Al m ism o tiem po, el conjunto de características atribuidas al yo
individual tam bién se m odificó notoriam ente a lo largo de los siglos,
desapareciendo las que se valoraban antaño y ocupando su lugar

32
otras nuevas. Tom em os el caso del niño. H oy so cree que los bebés
nacen con la facultad de sentir muchas emociones, aunque aún no
hayan desarrollado su capacidad para el pensam iento racional. En
O ccidente, los padres suponen que sus hijos no manifiestan capaci-
dad para el pensam iento abstracto antes de los tres años, y creen que
la m ente del niño debe «m adurar».13 Sin em bargo, durante gran par-
te de la historia de O ccidente (más o menos hasta el siglo xvn, com o
ratifica el historiador Philippc Aries), no se pensaba que la niñez
fuese un estado de inm adurez, diferente o extraño al estado adulto.14
El psicólogo holandés J. H . Van den Berg refiere que lo usual era
considerar al niño com o un adulto en m iniatura, u n ser que se halla-
ba en plena posesión de las facultades de un adulto, y sim plem ente
carecía de la experiencia para aprovecharlas.1” D e ahí que M ontaig-
ne, en su ensayo sobre la educación de los niños, propusiera in tro -
ducir el razonam iento filosófico a m uy tem prana edad, ya que, de-
cía, «desde el m om ento en que es destetado el niño ya es capaz de
entenderlo».16 M ás adelante, Jo h n Locke sostuvo que los niños an-
helan «ser cordialm cntc inducidos a razonar», pues «com prenden el
razonam iento tan pro n to com o el lenguaje mismo; y, si no he obser-
vado mal, les gusta ser tratados com o criaturas racionales».17 Esta
com prensión del niño guardaba correspondencia con determinadas
pautas de conducta. M ontaigne m enciona en sus escritos al hijo de
un amigo, un niño que leía griego, latín y hebreo a los seis años y tra-
dujo a Platón al francés antes de cum plir los ocho. A ntes de los ocho
años, G oethe sabía escribir en alemán, francés, griego y latín. En las
clases privilegiadas, era corriente leer y escribir a los cuatro años; los
niños leían la Biblia y podían debatir complejas cuestiones de princi-
pios morales antes de los cinco. A través de la lente de las concep-
ciones contem poráneas sobre la «m aduración de la mente», esas fa-
cultades rayan en lo incom prensible.
O tras obras históricas se han ocupado de exam inar los conceptos
culturales sobre la m aternidad. En la época m oderna consideram os
que el am or de una madre p o r sus hijos representa un aspecto fu n -
dam ental de la naturaleza humana, así com o que las emociones tie-
nen una base genética. Si una madre no m uestra am or p o r sus hijos
(por ejemplo, si los abandona o los vende), nos parece inhum ana.
(C uriosam ente, no consideram os tan «antinatural», por lo com ún,
que un hom bre abandone a su esposa e hijos.) N o obstante, la histo-
riadora francesa Elisabeth Badintcr sostiene que no siempre fue así.is

33
En Francia e Inglaterra, durante los siglos xvn y xvm los niños vi-
vían en form a marginal. Los escritos de la época ponen de relieve
una generalizada antipatía hacia ellos, porque nacían en el pecado,
significaban un fastidio insoportable y, en el m ejor caso, sólo servían
para jugar o para convertirse en el futuro en labradores. Entre los
pobres, que no practicaban el aborto ni tenían fácil acceso al control
de la natalidad, abandonar a u n hijo era una costum bre difundida. A
todas luces, el concepto de «instinto maternal» habría parecido ex-
traño en estas sociedades.
Más aún, incluso la lactancia del niño era vista en muchos círcu-
los com o una pérdida de tiem po para la madre. Si la familia era lo
bastante rica, el recién nacido era enviado al cam po la m ayoría de las
veces para que alguna nodriza se ocupara de él; y a raíz de los malos
tratos que recibían de estas nodrizas, o de que la leche que les daban
no fuera alimento suficiente, era m uy com ún que estos niños m urie-
ran. Esas m uertes infantiles se tom aban com o un asunto de rutina,
ya que a la larga o a la corta un niño era reem plazado p o r otro; los
diarios íntim os, al relatar las costum bres familiares, m uestran que la
m uerte de un niño causaba tan poca inquietud en la familia com o la
de un vecino, o menos; incluso las actividades económicas de la fa-
milia a lo largo de aquella jornada ocupaban más espacio. B adinter
cita a M ontaigne: «Dos o tres de mis hijos m urieron mientras esta-
ban con sus nodrizas; no diré que estas m uertes no me causaran al-
gún pesar, pero ninguna me acongojó dem asiado».19 La conclusión
de B adinter es que el concepto del am or m aterno instintivo es un
producto de la evolución reciente de O ccidente.

El l e n g u a je y l o s esc o l l o s c o n q u e t r o pie z a e l y o

El sentido com ún de nuestro tiem po nos dice que las personas


poseen diferente capacidad de razonam iento, que las em ociones son
fuerzas poderosas en la vida de la gente y que es im portante conocer
las verdaderas intenciones de un individuo. Esas premisas represen-
tan lo que consideram os universalm ente cierto sobre el ser propio
hum ano. N o obstante, com o nos indican tanto los estudios cultura-
les com o los históricos, todas esas premisas acerca de «lo que somos
realmente» son precarias: el pro d u cto de una cultura en un m om en-
to histórico. ¿Podrán hacer frente nuestras convicciones actuales a

34
las fuerzas que, contra todas las «verdades acerca del yo», han lanza-
do las tecnologías del siglo xx?
El escéptico replicará: «Es cierto que podem os encontrar todas
esas variantes en las concepciones y 3as costum bres a que se ha hecho
alusión, pero la historia cultural de O ccidente es de antigua data y
nuestras maneras tradicionales de hablar y de actuar tienen hondo
arraigo. N o es probable que sobrevengan grandes cambios». U n ejem-
plo final, em pero, indicará la rapidez con que se están sucediendo
esos cam bios, incluso en nuestro siglo. C onsidérense las siguientes
caracterizaciones aplicables al yo:

Baja autoestim a A utoritarism o


C o n tro l desde el exterior R epresión
D epresión A gotam iento
Tensión Paranoia
O bsesión com pulsiva Bulimia
Sadom asoquism o Crisis de la m adurez
Crisis de identidad Angustia
Personalidad antisocial A norexia
T rastornos afectivos periódicos C leptom anía
Enajenación Psicosis
T rastorno de tensión postraum ática Voyeurism o

Todos estos térm inos son de uso corriente en las profesiones que
se ocupan de la salud mental, así com o en un sector significativo de
la población, cuando se quiere atribuir un sentido al yo. D os rasgos
de esta lista merecen m ención especial. En prim er lugar, estos térm i-
nos se han incorporado al uso corriente en el siglo xx (algunos de
ellos, incluso, en la última década). En segundo lugar, todos corres-
ponden a defectos o anomalías. Desacreditan al individuo, al hacer
que se repare en sus problem as, fallos o incapacidades. Resum iendo,
el vocabulario de las flaquezas humanas ha tenido una expansión
enorm e en esc siglo: ahora disponem os de innum erables térm inos
para localizar defectos en nosotros mismos y en los demás, que des-
conocían nuestros bisabuelos.
La espiral ascendente de la term inología sobre las deficiencias
humanas puede atribuirse a la «cientificación» de la conducta que ca-
racteriza a la era moderna. Al tratar de explicar los com portam ien-
tos indeseables, los psiquiatras y psicólogos dieron origen a un vo-

35
cabulario técnico de las deficiencias que se fue difundiendo entre el
público en general, de m odo tal que to d o el m undo se ha vuelto
consciente de los problem as de la salud mental. Y no sólo se ha ad-
quirido un nuevo vocabulario, sino que a través de él se ha llegado a
verse uno a sí mismo y a los demás de acuerdo con esa term inología,
juzgándose superior o inferior, digno o no de adm iración o de adhe-
sión. (¿En qué medida puede confiarse en una. personalidad adicti-
va}, ¿cuánta devoción despierta un m aníaco-depresivo?, ¿contrata-
ríamos a un bulímico en la empresa?, ¿se puede sentir aprecio p o r
una histérica?) Y lo que es peor, al producirse este cam bio en la ma-
nera de interpretar a los otros, se pone en marcha una espiral cíclica
de debilitam iento personal, ya que cuando la gente se concibe a sí
misma de ese m odo, term ina por convencerse de que es indispensa-
ble contar con un profesional que la trate. Y al solicitarse a los p ro -
fesionales una respuesta a los problem as de la vida, aquéllos se ven
presionados a desarrollar u n vocabulario aún más diferenciado e his-
toriado. Entonces este nuevo vocabulario es asimilado p o r la cultu-
ra, engendra nuevas percepciones de enferm edad, y así sucesivam en-
te en una creciente espiral m órbida.20
N adie duda de que los profesionales de la salud m ental deben so-
portar una gravosa carga de padecim ientos hum anos. Pocas p rofe-
siones tienen una orientación tan humanista. N o obstante, esta espi-
ral cíclica de las deficiencias mcrccc que prestem os seria atención a
los m edios de contención del lenguaje. En la actualidad, cuesta d iri-
mir los límites. H ace poco fui invitado a participar en un congreso
sobre adicciones para profesionales de la salud mental que iba a ce-
lebrarse en California. En el anuncio se leía lo siguiente: «Cabe sos-
tener que la conducta adictiva es el problem a social y de salud n ú -
m ero uno que hoy enfrenta nuestro país. Algunos de los principales
investigadores clínicos de este campo expondrán cuál es el “cuadro
de situación” en materia de investigación, teoría e intervenciones clí-
nicas para las diversas adicciones [incluidas las siguientes]: gimnasia,
religión, comida, trabajo [y] vida sexual». Hace un siglo, la gente se
dedicaba a todas estas cosas sin cuestionarse acerca de su estabilidad
psíquica y emocional. Si hoy resulta cuestionable dedicarse a la gim -
nasia, la religión, la comida, el trabajo y la vida sexual, ¿quedará en
el futuro algún asunto incólume? Los lenguajes del yo son, p o r cier-
to, m uy maleables, y a medida que cam bian tam bién cam bia la vida
social.

36
Patofobia: el tem or de que en algún lugar, no se sabe de qué m anera, un
pato lo está m irando.
P r ó x im a s a t r a c c io n e s

La escena ya está preparada. D ram atizam os nuestra vida recu-


rriendo en gran m edida a los lenguajes del rom anticism o y del m o -
dernism o. Estas maneras de reconocernos y de interpretar a otros
están entretejidas en la tram a misma de nuestras relaciones cotidia-
nas; sin ellas, la vida diaria sería insostenible. Pero en nuestra época
som os bom bardeados, con creciente intensidad, p o r las imágenes y
acciones ajenas, y nuestra cuota de participación social ha aum enta-
do en form a exponencial. Al absorber las opiniones, valores y p ers-
pectivas de otros, y vivir en la escena los múltiples libretos en que
somos protagonistas, ingresamos en la conciencia posmoderna. En un
m undo en el que ya no experimentamos un sentim iento conform ado
del yo y en el que cada vez tenem os m ayores dudas sobre la condi-
ción de una identidad apropiada, con atributos tangibles, ¿qué con-
secuencias puede acarrearnos esto? ¿C óm o reaccionarem os frente a
los acontecimientos futuros?
A fin de exam inar estos temas, mi plan consiste en hacer prim ero
el inventario de nuestro legado cultural. ¿Cuáles son los lenguajes
del rom anticism o y del m odernism o, y qué aspectos de nuestra vida
se sustentan en ellos? D eseo indagar el lenguaje rom ántico de la in -
tensidad personal y establecer las diferencias que introduce en los
asuntos humanos. Luego contrastaré esta perspectiva del yo con la
concepción m odernista de los seres hum anos com o máquinas, pers-
pectiva que se proyecta contra el trasfondo rom ántico pro m etién d o -
nos un futuro optim ista e ilimitado.
C onsidero que estas concepciones acerca del yo son las víctimas
propiciatorias del proceso de saturación social, del cual me ocupare
en el capítulo 3. En él no se encontrarán grandes sorpresas; más bien,
mi propósito es repasar, en una visión de conjunto, m ucho de lo que
ya sabemos fragmentariamente. Q uiero reunir los múltiples m om en-
tos aislados de toma de conciencia en un solo cuadro global del cam -
bio tecnológico que va penetrando cada vez más en nuestras inter-
pretaciones y relaciones. C oncluiré este capítulo con un análisis de
lo que denom ino «multifrcnia»: la fragmentación y colonización de la
experiencia del yo.
E n mi argum entación cum ple un papel decisivo la propuesta se-
gún la cual la saturación social acarrea un m enoscabo general de la
prem isa sobre la existencia de un yo verdadero y reconocible. En

38
tanto vamos absorbiendo múltiples voces, com probam os que cada
«verdad» se ve relativizada p o r nuestra conciencia simultánea de
otras opciones no menos im periosas. Llegamos a percatarnos de que
cada verdad sobre nosotros mism os es una construcción m om entá-
nea, válida sólo para una época o espacio de tiem po determ inados y
en la tram a de ciertas relaciones. Echan m ucha luz sobre este fenó-
meno los profundos cambios que se están produciendo en la esfera
académica. P or ello, en el capítulo 4, «La verdad atraviesa dificulta-
des», esbozo el m odo en que la incipiente m ultiplicidad de perspec-
tivas está m inando antiguas convicciones sobre la verdad y la objeti-
vidad. M uchos ven hoy en la ciencia una marejada de opiniones
sociales cuyos flujos y reflujos están a m enudo gobernados p o r fu er-
zas ideológicas y políticas; y en tanto la ciencia deja de ser un reflejo
del m undo para pasar a ser un reflejo del proceso social, la atención
se desplaza del «m undo tal com o es» y se centra en nuestras rep re-
sentaciones del mundo. Son m uchos los que hoy afirman que estas
representaciones no son producto de mentes individuales sino en
m ayor medida de tradiciones literarias. Si la verdad científica es el
producto de un artificio literario, tam bién lo son las verdades sobre
el yo.
Esta ebullición de la conciencia posm oderna en los círculos aca-
démicos tiene su paralelo en una rica gama de tendencias que están
surgiendo dentro del ám bito de la cultura en general: en las bellas ar-
tes, la arquitectura, la música, el cine, la literatura y la televisión. De
tales tendencias se ocupa el capítulo 5. Reviste particular interés la
pérdida de esencias discernibles, la sensibilidad creciente ante el fe-
nóm eno de la reconstrucción social de la realidad, el desgaste de la
autoridad, el descrédito cada vez m ayor de la coherencia racional y
el surgim iento de una reflexión individual irónica. C ada una de estas
tendencias, que pueden atribuirse a la saturación de la sociedad p o r
múltiples ecos, contribuye al desm oronam iento del yo reconocible,
y a la vez este desm oronam iento las confirma; porque al ponerse en
duda el sentido del yo com o un conjunto singular y reconocible de
esencias, tam bién se pone en duda la existencia de otras entidades
delimitadas, m ientras los autorizados y los racionalistas pretenden
alzar sus voces más allá de los límites de su provinciana existencia. Y
aun estas dudas se convierten en víctimas de otras voces interiores.
Amplío estas argum entaciones en el siguiente capítulo, titulado
«Del yo a la relación personal», donde trato con más detalle lo que

39
podrían ser las etapas de la transición que lleva del sentido tradicio-
nal del yo al posm oderno. A m edida que el individuo tradicional se
ve inm erso en un conjunto de relaciones cada vez más vastas, siente
crecientem ente a su yo com o un m anipulador estratégico. A trapado
en actividades a m enudo contradictorias o incoherentes, uno se an-
gustia p o r la violación de su sentim iento de identidad. Y si la satu ra-
ción continúa, esta etapa inicial es seguida de o tra en la que se sienten
los embelesos del ser m ultiplicado. Al echar p o r la borda «lo ver-
dadero» y «lo identificable», uno se abre a u n m undo enorm e de p o -
sibilidades. P ropongo que esta etapa final de la transición hacia lo
posm oderno se alcanza cuando el yo se desvanece totalm ente y de-
saparece en un estado de relacionalidad. U no cesa de creer en un yo
independiente de las relaciones en que se encuentra inmerso. A u n -
que esta situación no se ha generalizado aún, daré cuenta de varios
im portantes indicios que la señalan com o inm inente.
En este pun to me dedicaré a dos investigaciones conexas. En el
capítulo 7, «Un “collage” de la vida posm oderna», paso revista a una
serie de repercusiones de la transición al posm odernism o en la vida
cotidiana, abordando los problem as que ha provocado en el marco
de la intim idad y los com prom isos y en el logro de una vida familiar
congruente, así com o sus im plicaciones para diversas clases de m o-
vim ientos sociales. A nalizo, asim ismo, los posibles beneficios que
puede traerle a la cultura el hincapié posm oderno en los «juegos se-
rios». E n el capítulo siguiente paso a ocuparm e de las posibilidades
de renovación personal, o sea, de las perspectivas de una cultura que
no se aparte de la tradición en cuanto a sus concepciones del yo y a
sus form as de relacionarse.
En el últim o capítulo abandono el papel del narrador para eva-
luar el cam bio posm oderno que han sufrido el yo y las relaciones. Si
bien el libro sugiere m uchos desenlaces negativos, hay im portantes
excepciones. E n este capítulo pro cu ro dejar que el posm odernism o
hable en su propia defensa, p o r así decirlo, y dem ostrar p o r qué es
válido abrigar un cierto optim ism o. Me centro aquí en la devasta-
ción producida p o r la consideración m odernista de la verdad y el
progreso, así com o en los efectos liberadores, tanto para el yo com o
para la cultura mundial en general, del pluralism o posm oderno. En
últim o térm ino, el bienestar de los seres hum anos dependerá de la
tecnología de la saturación social y del tránsito a una existencia pos-
m oderna.

40
C a p ítu lo 3

LA S A T U R A C IÓ N SO C IA L
Y LA C O L O N I Z A C I Ó N D E L YO

Elijam os al azar algunas instantáneas de la vida contem poránea:

• E ncontram os n u estro b u zó n del correo lleno de co rresp o n -


dencia: anuncios de acontecim ientos locales, catálogos de almacenes
que venden p o r correo, pro p ag an d a política, ofertas de liquidacio-
nes, facturas y, quizás, alguna carta personal.
• A l volver a casa después de pasar el fin de sem ana fuera, el co n -
testad o r autom ático está lleno de llamadas que reclam an n uestra con-
testación.
• Q uerem os concertar u n encu en tro profesional con una colega
de N u ev a Y ork, p ero está en una reunión en Caracas. A la sem ana si-
guiente, cuando ella ha vuelto a Filadelfia, n o so tro s hem os tenido
que ir a M em phis. C u an d o se han agotado todas las tentativas de en-
trevistarnos en u n lugar que nos vaya bien a am bos, decidim os m a n -
tener ía charla con u n a llam ada telefónica, p o r la noche.
• Llam a u n viejo am igo que está de paso p o r cuestión de n eg o -
cios y quiere que vayam os a cenar o a to m ar u n trago.
• O rganizam os u n a fiesta para celebrar el A ño N u ev o , p ero la
m ayoría de nuestros am igos se han ido a C o lo rad o , a M éxico o a al-
gún o tro lugar a pasar sus vacaciones.
• U n a noche vam os a salir, p ero conectam os el vídeo p ara no
p erd ern o s nuestro program a de televisión favorito.
• V am os unos días a M ontreal y nos sorprendem os de to p arnos
allí con un am igo de n uestro pueblo natal, en A tlanta.

La m ay o r parte de estos episodios son cosa corriente en la vida


contem poránea, y apenas vale la pena hacer algún com entario; pero
hace veinte años no eran en m odo alguno habituales, y algunos apa-
recieron en nuestras vidas sólo hace m enos de cinco años. Son m an i-
festaciones de un cam bio social profundo, que fundam entalm ente nos

79
sum erge cada vez más en el m undo social y nos expone a las o p in io -
nes, valoraciones y estilos de vida de otras personas.
Mi tesis central es que esta inm ersión nos va em pujando hacia
una nueva conciencia de n o so tro s mism os: lap o sm o d ern a. Los n u e-
vos lugares com unes de la com unicación (com o los que acabamos de
citar) desem peñan u n papel crítico para com pren d er el decurso tan -
to de la concepción rom ántica com o de la concepción m oderna del
yo. Lo que llamaré las tecnologías de la saturación social son cen tra-
les en la supresión contem poránea del yo individual. En este cap ítu -
lo indagarem os de qué form a la saturación social ha llegado a inva-
d ir la vida cotidiana, pero tam bién verem os cóm o, al asociarnos cada
vez más a nuestro ento rn o social, term inam os p o r reflejarlo. H ay
una colonización del ser propio que refleja la fusión de las identida-
des parciales p o r obra de la saturación social. Y está apareciendo un
estado m ultifrénico en el que com ienza a experim entarse el vértigo
de la m ultiplicidad ilimitada. T an to la colonización del ser pro p io
com o el estado m ultifrénico so n preludios significativos de la co n -
ciencia posm oderna. A fin de apreciar la m agnitud de este cam bio
cultural y su probable intensificación, debe prestarse atención a las
tecnologías que han surgido.

L a s t e c n o l o g ía s d e l a s a t u r a c ió n s o c ia l

La com unicación (...) define la realidad social


y así influye en la organización del trabajo, (...) los
planes educativos, las relaciones form ales e in fo r-
males y el em pleo del «tiem po libre»; o sea, en to -
dos los ordenam ientos sociales del vivir.

Communitation
H k r b e r t I. S c h i l l k r ,
and Cultural Domination

En el proceso de la saturación social, nuestros días están cada vez


más colm ados p o r la cantidad, variedad e intensidad de las relacio-
nes. Para evaluar plenam ente la m agnitud del cam bio cultural y su
probable intensificación en las décadas futuras, debem os situarnos
en el contexto tecnológico, ya que han sido una serie de innovacio-
nes tecnológicas las que han llevado a esa enorm e proliferación de
las relaciones. Es útil reseñar dos fases fundam entales del desarrollo

80
técnico, que vamos a d enom inar fase de tecnología, de bajo n ivel y
fase de tecnología de alto nivel. U na advertencia previa al lector:
conviene leer la sección que sigue, sobre el cam bio tecnológico, lo
más rápidam ente posible, para adquirir una experiencia de inm er-
sión en la enorm idad de su conjunto.

La vida con la tecnología de bajo n ivel

Q u izá lo más espectacular de la fase de tecnología de bajo nivel


haya sido la sim ultaneidad de sus m últiples avances. N o s referim os
a p o r lo m enos siete procesos superpuestos y arrasad ores que ocu-
rrieron en el curso del siglo xx, cada u n o de los cuales nos fue arro -
jando cada vez más al m undo social. C onsidérese su im pacto en la
vida social:
1. El ferrocarril fue u n o de los pasos significativos en el avance
hacia la saturación social. La prim era ola de viajes en tren se inició a
m ediados del siglo xix. E n 1869 ya les era posible a los norteam eri-
canos cruzar el continente en tre n .1 A unque en Estados U n id o s el
ferrocarril es m enos utilizado que otros medios de transporte, la m a-
yoría de los países han seguido perfeccionando sus sistem as ferro -
viarios. E n Rusia y C h in a se están tendiendo nuevos ramales; en Ja-
pón, Francia, Italia y Suecia se han instalado servicios de gran
velocidad, y p ro n to se p o d rá viajar en tren de L ondres a París cru -
zando bajo el Canal de la M ancha. E n 1988, la cantidad de pasajeros
que cogieron el tren en E u ro p a alcanzó una cifra récord, que casi d u -
plicó la de 1970.2 Al m ism o tiem po, el tráfico ferroviario urbano (in-
cluidos los m etros y los ferrocarriles elevados) tam bién traslada a un
núm ero creciente de pasajeros. En la actualidad ya hay m etros sub-
terráneos en El C airo, Praga, M insk y Beijing. Más de sesenta gran-
des ciudades del m undo están expandiendo sus sistemas ferrovia-
rios; en los dos últim os años se abrieron 25 líneas nuevas. C on la
reciente incorporación del «tren volador» (basado en la levitación
magnética), capaz de tran sp o rtar a mil pasajeros a una velocidad su-
p erio r a los 450 kilóm etros p o r hora, puede ser que el tran sp o rte fe-
rroviario asista a un renacim iento.
2. A unque y a en el siglo xvxn existían servicios postales públicos,
no com enzaron a florecer hasta el advenim iento del ferrocarril en el
siglo xix, y luego con el aeroplano en el siglo xx. A com ienzos del si-

81
glo xix había unos tres mil kilóm etros de rutas postales en Estados
U nidos;3 esta cifra pasó en 1960 a más de tres m illones de k iló m e-
tros. T am bién el volum en de envíos se ha expandido velozm ente; en
nuestros días, los norteam ericanos reciben casi tres veces más c o -
rrespondencia que en 1945, a tal p u n to que el Servicio Postal de E s-
tados U n id o s es considerado la em presa más grande del m undo. A
principios de la década de 1980 em pleaba a más de setecientos mil
trabajadores, y desplaza más de ochenta mil m illones de envíos p o s -
tales p o r año — casi cuatrocientos p o r habitante.
3. A com ienzos del siglo xx el a u to m ó vil era casi desconocido:
en todo el m undo su p roducción no había llegado a cien unidades. Y
aum entó en form a m uy lenta hasta que se perfeccionó la línea de
m ontaje, en los años veinte. P ero hacia 1930 había alcanzado el ré-
cord de cuatro m illones de unidades, y más de las tres cuartas partes
se habían fabricado en Estados U nidos. C incuenta años más tarde, en
1980, la producción anual saltó a casi cuarenta millones, y aproxim a-
dam ente la quinta parte fueron fabricados en ese país.4 El progreso en
m ateria vial se ha extendido tam bién a gran cantidad de localidades a
las que se puede llegar p o r carretera. A finales del siglo xix sólo había
ciento cincuenta kilóm etros de carreteras pavim entadas en Estados
U nidos; en 1970 superaban los tres millones. E n las últim as décadas
las grandes autopistas (que sum an más de 65.000 kilóm etros) han ofre-
cido una nueva oportunidad para hacer viajes de larga distancia.5 A
raíz de la cantidad creciente de automóviles y del grado en que la gente
depende de ellos, el tráfico se ha convertido en una im portante cues-
tión de gobierno. La congestión de las autopistas es hoy tan intensa
que en las carreteras de Los Ángeles la velocidad se ha reducido a
50 kilóm etros p o r hora. Se prevé que en los próxim os veinte años el
volum en de tráfico se increm ente en o tro 42 % .6
4. El teléfono hizo su ingreso en la vida diaria a fines del siglo xix;
cinco décadas m ás tarde ya había en funcionam iento unos 90 m illo-
nes de teléfonos en Estados U n id o s,7 y en la década siguiente ese n ú -
m ero casi se duplicó. H o y hay en el m u n d o alred ed o r de 600 m illo-
nes de aparatos (aunque dos tercios de su p o blación aún n o tienen
acceso a él), y la longitud de las líneas tendidas co ntinúa en aum ento
(de 474 millones de kilóm etros de cable en 1960 a 1.930 m illones en
1984). T am bién está m odificándose el esquem a de las relaciones en-
tabladas a través del teléfono, que ha dejado de ser u n m edio de co-
m unicación local para convertirse en un m edio nacional p rim ero e

82
internacional después. E n 1960 la cantidad de llamadas transoceáni-
cas realizadas desde E stados U nidos fue de más o m enos tres m illo-
nes; en 1984 esta cifra se había m ultiplicado unas 130 veces, a casi
430 m illones.8 E n la década de 1980 las llam adas telefónicas in tern a-
cionales se sextuplicaron. Y com o verem os, la tecnología de alto n i-
vel está en vías de elevar esta cifra hasta m agnitudes insólitas.
5. L a radiodifusión apareció en E stad o s U nidos y G ran B retaña
en 1919, penetrando a p artir de entonces v irtualm ente en to d o s los
rincones de la vida social. H a alterado la fo rm a de vida en com edores
y cuartos de estar, d orm ito rio s, autom óviles, playas, talleres, salas de
espera y hasta en las calles de la ciudad. E n 1925 había 600 em isoras
de radio en todo el m undo; esta cifra se duplicó en diez años, y en
1960 las radioem isoras ya eran más de diez m il.9 C o n la p ro d u cció n
en masa y la reducción de su tam año, los aparatos de radio se hicie-
ron cada vez más accesibles. A m ediados de la década de 1980 había
en el m undo unos dos mil m illones de aparatos. E n años recientes,
tam bién se transform ó en u n fenóm eno cultural el «audio personal»:
hay más de doce millones de aparatos estereofónicos personales (w a lk-
m an) en el m undo, algunos de ellos en lugares rem otos de la civili-
zación: hace poco, u n an tro p ó lo g o que visitaba unas trib u s resid en -
tes en las colinas fronterizas de B irm ania in fo rm ó que los lugareños
le p ro p u siero n intercam biar sus p ro d u cto s artesanales p o r aparatos
de radio estereofónicos.
6. A fines del siglo xix irrum pía el cinem atógrafo. Las prim eras
películas se pro y ectaro n en las salas de m usic hall. N o obstante, con
el perfeccionam iento de la fotografía, de los aparatos de pro y ecció n
y de registro sonoro, el cine se po p u larizó . A un d u ran te la gran de-
presión de la década de 1930 las taquillas registraron recaudaciones
com parativam ente cuantiosas. E n la década de 1950 unos noventa
m illones de personas asistían sem analm ente al cine sólo en Estados
U n id o s.10 Si bien la concurrencia a los cinem atógrafos declinó en
form a sustancial a raíz de la difusión de la televisión, ta n to ésta com o
los videocasetes siguen exponiendo para u n vasto público películas
com erciales (más del 60 % de los hogares norteam ericanos con tele-
visión disponen tam bién de grabador de videocasetes). E n 1989 se
ro d aro n en Estados U nidos más películas que nunca..., y todavía
m ay o r fue el núm ero de filmes realizados en la India.
7. El libro impreso ha estado difundiendo ideas, valores y m o d a-
lidades de vida desde hace más de cuatrocientos años. A m ediados

83
del siglo x vm , p o r ejem plo, se producían en Inglaterra alrededor de
90 títulos al año; un siglo después, unos 600." C o n el desarrollo de las
rotativas y los sistemas de p roducción fabril, las ediciones com ercia-
les pasaron a ser una fuerza po d ero sa en el siglo xx, particularm ente
en los años cincuenta, cuando la aparición de las ediciones en rústica
puso los libros al alcance de vastos sectores de la población. E n los
años sesenta los editores ingleses im prim ieron más de veinte mil títu -
los anuales, y en los años ochenta cinco países (Canadá, Inglaterra,
A lem ania occidental, Estados U nidos y la URSS) publicaban entre
50.000 y 80.000 títulos p o r añ o .12
Vem os, pues, que una septena de tecnologías de saturación social
(el ferrocarril, el servicio postal, el autom óvil, el teléfono, la rad io fo -
nía, el cinem atógrafo y la edición com ercial de libros) se expandie-
ro n rápidam ente en el curso del siglo xx. C ada u n o de estos avances
vincula más estrecham ente a las personas, las expone a sus sem ejan-
tes y fom enta una gama de relaciones que nunca p o d rían haberse

A un en los p u eblos más pequeños los valores, actitudes y aspiraciones de


culturas lejanas ejercen su seducción.
Vida de alto nivel con tecnología, de alto nivel

Estas m odificaciones introducidas p o r la tecnología de bajo nivei


iniciaron el proceso de saturación. E n las dos últim as décadas, las
posibilidades de relación han aum entado insospechadam ente. V a-
m os a exam inar, pues, la segunda fase de la tecnología de saturación
social, la de alto nivel, y en especial los avances en m ateria de tran sp o r-
te aéreo, televisión y com unicación electrónica.

R u m b o s aéreos
El abarrotam iento de los aeropuertos se halla
próxim o, advierten expertos en aviación.

Titular del N ew York Times

C o n frecuencia cada vez m ay o r se escuchan anécdotas com o és-


tas: u n ejecutivo vuela de la ciudad de W ashington a T o k io para re -
p resen tar a su em presa en un cóctel, y vuelve al día siguiente; parejas
de F rancfort, A lem ania, vuelan a N u ev a Y o rk un fin de sem ana para
ver jugar a Boris Becker en el O p e n de E stados U nidos; u n ejecuti-
vo del estado de N u ev a Y ork viaja a San Francisco con el fin de ha-
cer unas consultas y vuelve esa mism a noche a Scarsdale; autoridades
de u n a universidad desean entrevistar a los candidatos a un puesto
ejecutivo: todos ellos, procedentes de distintas localidades, se en-
cuentran en el hotel de u n aero p u erto d o n d e celebran las entrevistas
en el transcurso de u n a tarde; dieciocho m iem bros de una familia
acuden a la ciudad de Saint Louis desde cinco estados diferentes de
E stados U nidos, para celebrar una reunión.
C rece paulatinam ente el n ú m ero de personas para las cuales via-
jar en avión significa u n asu n to de rutina. L os em presarios ya c o n -
ciben sus negocios del planeta en tero com o cosa corriente. Las em -
presas m ultinacionales son tan poderosas que su presu p u esto en
m uchos casos excede al de varios países. Las grandes ciudades de-
p en d en financieram ente cada vez más de los ingresos procedentes
de sus centros para congresos y conferencias, ferias internacionales
y e n to rn o s turísticos. Para m uchos académ icos, los congresos m u n -
diales se han in c o rp o ra d o al estilo de vida. E n la década de 1930 un
lecto r del N e w York Tim es de los dom ingos no disp o n ía de sección

85
alguna sobre viajes. E n la actualidad se le ofrece la posib ilid ad de es-
caparse p o r poco dinero a más de doscientos lugares exóticos. U na
reu nión de ex alum nos de una escuela secundaria de C arolina del
N o rte puede llegar a congregar a universitarios de trein ta y tantos
años que acudan desde lugares tan distantes com o H aw ai. N o rte a -
m ericanos de origen irlandés, italiano, alem án y escandinavo viajan
a E u ro p a en masa para conocer a parientes a quienes jam ás habían
visto.
E stos cam bios espectaculares en la pauta de las relaciones socia-
les han sobrevenido en el lapso de vida do la m ay o r parte de los lec-
tores de este libro. A ntes de 1920, eran pocas las personas que p o -
dían darse el lujo de viajar en avión; ya en 1940, em pero, sólo en
E stados U n id o s viajaban aproxim adam ente tres m illones de- p erso -
nas.1^ E n diez años más, esta cifra se m ultiplicó p o r seis; en 1970, la
cantidad de pasajeros aéreos alcanzó los casi 160 m illones, y volvió a
duplicarse en los diez años siguientes. H o y , casi ocho de cada diez
norteam ericanos han volado alguna vez, y au n q u e el tráfico aereo
está pró x im o a la saturación, la D irección Federal de A viación n o r-
team ericana calcula que en 1990 viajaron 800 m illones de pasajeros.14
Se prevé que los que viajarán desde Dallas, D enver, M em phis y
W ashington en el año 2000 volverán a duplicar la cifra de los que lo
hacen actualm ente. El C o n co rd e alcanza en nuestros días una velo-
cidad que duplica la del sonido, tran sp o rta n d o pasajeros de L ondres
a N ueva Y ork en m enos de cu atro horas; una nueva generación de
aviones supersónicos po d ría situ a r a la ciudad de T o k io a la m ism a
distancia relativa de N ueva Y o rk .15

C intas de vídeo

U na estudiante universitaria de aspecto tím i-


do conoce a un p in to r de bro cha gorda, un rubio
alto q ue co nsum e drogas (...), y lo invita a cenar.
F.l se pone cariñoso y la viola en el d o rm ito rio del
apartam ento. Ella le denuncia, pero m enos de un
mes después decide pagar la fianza, se va a vivir
con él y quiere ser señora del V iolador. (...) Al
preguntarle p o r qué quiere casarse con él después
de lo q u e le hizo, alude a una telenovela en la que
un personaje viola a una chica y luego se casa con

86
ella. «Es como lo que les pasa a Lucas y Laura en
la serie “Hospital general”»-, declara. (...) En con-
sonancia con el sabor a televisión de todo el asun-
to, él le pidió que se casaran mientras miraban
juntos el show de Oprah Winfrey, y ahora van a
contestar afirmativamente a una invitación al shoiv
de Phil Donahue...
Philadelphia Daily News

El año 1946 es el del disparo de salida: ese año com enzó la televi-
sión com ercial. Tres años más tarde, se habían vendido en E stados
U n id o s más de u n m illón de televisores; dos años después, se en ch u -
faban diez m illones; en 1959, cincuenta m illo n es.16 A prin cip io s de
los años ochenta existían en to d o el m u n d o unos ochocientos m illo-
nes de aparatos. Y la gente los m iraba. E n E stados U n id o s se calcula
que, en p ro m ed io , el televisor in tro d u ce el m u n d o ex terio r en un
hogar d u ran te siete horas diarias.
T o d o esto es bien sabido, pero hay otras dos cuestiones sutiles
que m erecen atención, ya que am bas son significativas p ara la co m -
p ren sió n del proceso de saturación social.
A nte todo, im porta exam inar un fenóm eno que se inició en el p e-
ríodo de tecnología de bajo nivel con la radiofonía, el cine y la p u b li-
cidad comercial, pero que se ha vuelto descomunal en la era de alto nivel
de la televisión: me refiero a la multiplicación del yo, o sea, la capaci-
dad para estar significativam ente presente en más de u n lugar a la vez.
En la pequeña com unidad de relaciones cara a cara, la capacidad de un
individuo para sostener estas relaciones o in tro d u cir algún efecto so-
cial estaban localizadas tanto en el tiem po com o en el espacio. Lo ca-
racterístico era que la identidad de u n sujeto sólo se m anifestara ante
quienes tenía delante, si bien los libros y las revistas ya habían em pe-
zado a «multiplicar» a algunas personas influyentes. C o n el d esarro-
llo de la radio y el cine, las opiniones, em ociones, expresiones faciales,
gestos, m odalidades de relación, etcétera, de u n sujeto ya no quedaron
confinados a su público inm ediato sino que se m ultiplicaron varias
veces. Ideas m urm uradas p o r alguien en un m icrófono en el B row n
Palace H o tel de D enver podían ser escuchadas p o r miles en Saint Louis,
M inneapolis y M ichigan. La m anera de cotejar, discutir, engañar o re-
presentar al héroe en un estudio de H o lly w o o d resultó accesible a m i-
llones de habitantes de pequeñas localidades en todo el país.

87
La televisión ha generado u n in crem ento exponencial de esta
m ultiplicación del yo, lo cual es aplicable no sólo al público televi-
dente y la cantidad de horas que está expuesto a «facsímiles socia-
les», sino que además esa m ultiplicación ha trascendido el tiem po,
m odificando el grado en que la identidad de cada cual se sustenta en
la historia de su cultura. C o m o los canales de televisión son m uchos,
los espacios populares suelen retransm itirse en años sucesivos; el pa-
ciente espectador puede seguir d isfrutando con G ro u ch o M arx en
Yo ti Bel Y our L ife o con Jackic G leason y A u d rey M eadow s en The
H on cym ooners.
Adem ás, los vídeos han p ro m o cio n ad o la existencia de los «vi-
deoclubes» o com ercios que alquilan películas, de los que hay tal vez
unos 500.000 en este m om ento en to d o el país. La gente ya no tiene
que esperar que se pase una película determ inada en el cinc o en la
televisión: allí está, al alcance de la m ano, la posible duplicación de
sus identificaciones. P odrá esco g erlo s actores o actrices con los que
desea identificarse o la clase de relatos o de historias que traerán a la
vida sus fantasías. Esto significa, cada vez más, que se puede p ro d u -
cir un sentim iento de conexión social, y un actor o una actriz cua-
lesquiera son capaces de trascender su propia m uerte; los espectado-
res pueden proseguir su relación privada con M arilyn M onroe y
Jam es D ean m uchos años después de su desaparición física. C o n la
televisión, un personaje es capaz de seguir gozando de vida robusta
para toda la eternidad.
De esta prim era cuestión se desprende enseguida esta otra: p o s-
tu lo que los m edios (y en especial la radio, la televisión y el cine) es-
tán am pliando en un grado vital la gama y variedad de relaciones
personales que puede tener la hum anidad. A hora bien, un crítico
p odría razonablem ente contestarm e: ¿acaso esos contactos son rela-
ciones reales, significativas? D espués de to d o , no hay en ellos u n
tom a y daca, no hay intercam bio ni reciprocidad. La respuesta de-
pende de lo que uno entienda p o r «real» o «significativo». Sin duda,
el encuentro cara a cara no es u n requisito indispensable de lo que la
m ayoría de la gente consideraría una relación «real y significativa»:
algunos de los am ores más intensos de to d o s los tiem pos (el de E loí-
sa y A belardo, el de E lizabeth B arrett y R obert B row ning) se desa-
rrollaron en gran m edida p o r escrito. T am poco el intercam bio y la
reciprocidad parecen esenciales para sostener un vínculo significati-
vo; si no, piénsese en la relación que entabla la gente con figuras re-

88
i
Iigiosas com o Jesús, B uda o M ahom a. Si la presencia palpable no es
esencial en dichas relaciones, hay que estar dispuesto a aceptar que
las figuras de los m edios de com unicación social pasen a fo rm ar p a r-
te significativa de la vida personal.
Y hay buenos m otivos para creer que así es. A los investigadores
sociales les preocupa desde hace m ucho el im pacto de la violencia
televisiva en las actitudes y conductas de los jóvenes. Se han d o cu -
m entado num erosos casos de personas que actúan según lo que vie-
ron en la televisión, aun cuando aquellos a quienes tom aron com o
m odelo incurrieran en robos, to rtu ras y asesinatos.17 D e un m odo
más directo, en In tím a te Strangers, de R ichard Schickel, se analiza
cóm o generan los m edios u n sentim iento ilusorio de intim idad con
las celebridades.,s N o sólo la gente fam osa está a nuestro alcance en
la televisión, el cinc, las autobiografías y las revistas de actualidad,
sino que a m enudo se nos sum inistran detalles m inuciosos de su vida
íntim a. A caso sepam os más de M erv, O p rah , Jo h n n y y Phil que de
nuestros vecinos. E n determ inado m om ento, según una encuesta rea-
lizada en todo el país, el com entarista W alter C ro n k ite era «el h o m -
bre en quien más confiaba la población en Estados U nidos»; y com o
estas figuras llegan a ser tan conocidas, la gente las asim ila a su re-
p arto de «otros significativos», y term ina am ándolas, com padecién-
dose de su suerte, sim patizando con ellas, abom inándolas. A sí fue
com o D avid L ctterm an tuvo que entablar juicio contra una m ujer
que afirm aba ser su esposa, Jo h n L ennon fue asesinado p o r un faná-
tico desconocido, el presidente Reagan recibió un disparo de Jo h n
H inckley y la estrella de televisión Rebccca Schaeffer fue m uerta p o r
un adm irador que le había enviado correspondencia durante dos
años sin recibir respuesta. La colum nista C y n th ia Eíeimcl aduce
que, a raíz de que las celebridades sean de todos conocidas, operan a
m odo de aglutinante social, perm itiendo que individuos p erten e-
cientes a sectores m uy distintos de la sociedad entablen diálogo en-
tre sí, com partan sus sentim ientos y m antengan relaciones inform a-
les. «Las celebridades — sostiene— son n u estro marco de referencia
com ún; la aversión o el vilipendio que provocan recorren todas las
capas sociales. Son no los m iem bros respetables de nuestra co m u n i-
dad, sino nuestra com unidad m ism a.»19
Y no puede despreciarse la inm ensa cantidad de tiem po y de d i-
nero y los esfuerzos personales que im plica m antener esas relaciones
con los m edios. T odo s los años se gastan m illones de dólares en re-

89
vistas, libros, pósters, camisas o toallas con eslóganes alusivos y fo to -
grafías que reproducen la im agen del ídolo adorado. C u an d o se ini-
ció el program a de Batman, una m ultitud de veinte mil personas aguar-
dó durante horas para contem plar, aunque fuera unos segundos, a
los protagonistas en persona; ¿cuántos vecinos n u estro s provocan
en nosotros tan ta devoción? Puede aventurarse q u e con los avances
de la tecnología cinem atográfica, la pantalla se ha convertido en u n o
de los más poderosos artificios retóricos del m u n d o entero. A dife-
rencia de la m ayoría de nuestras amistades, el cine puede catapultarnos
rápida y eficazm ente a estados de h o rro r, furia, tristeza, enam ora-
m iento, lujuria y éxtasis estético — a m enudo en u n lapso de m enos
de dos horas— . Es cierto que a m ucha gente las relaciones con la
pantalla le p ro p orcion an las experiencias em ocionales más arrebata-
doras de la semana. La cuestión, pues, no es saber si las relaciones
entabladas a través de los m edios se aproxim an en su significación a
las norm ales, sino más bien si las relaciones norm ales pueden ap ro -
xim arse a los poderes del artificio.
Para m uchos, éstos son superiores. T an poderosos resultan los
m edios en sus retratos fraguados de la gente, que su realidad se vuel-

90
ve más im periosa que la que nos ofrece la experiencia com ún. Las
vacaciones dejan de ser reales si no las hem os film ado; los casam ien-
tos se convierten en acontecim ientos preparados para la cámara fo to -
gráfica y el vídeo; los aficionados a u n d ep o rte prefieren ver los en-
cuentros p o r televisión en lugar de acudir al estadio, ya que lo que ven
en la pantalla les parece más p róxim o a la vida. R ecurrim os cada vez
más a los m edios, y no a nuestra percepción sensorial, para que nos
digan lo que pasa.

Las innovaciones electrónicas y la proliferación de las relaciones

Los ejecutivos del fu tu ro tendrán que sentirse


«com o en su casa» lo m ism o en Sapporo que en
E strasburgo o San Francisco (...), declara L ester
T h u ro w , decano de la Escuela de A dm inistración
Sloan, del In stitu to T ecnológico de M assachu-
setts. (...) «C apacitarse para ser un gerente n o rte -
am ericano significa capacitarse para actuar en un
m undo que ya no existe.»

U.S. N e w s a n d W orld R e p o n

D o s de los más grandes obstáculos que afrontaban las com unica-


ciones, y p o r ende las relaciones, establecidas a gran distancia eran la
lentitud y el coste. A m ediados del siglo xix, en Estados U n id o s ya
era factible transm itir un mensaje de costa a costa, pero la velocidad
de la transm isión era de aproxim adam ente quince kilóm etros p o r
hora. El P o n y Express tardaba nueve días en llevar la co rresp o n d en -
cia de M issouri a C alifornia, con un coste de 5 dólares p o r u n envío
de unos 15 gram os.20 El telégrafo aum entó en una m agnitud enorm e
la velocidad de transm isión, pero seguía resu ltan d o caro. E n las ú lti-
mas décadas, los m edios electrónicos han rebasado ro tu n d am en te
esos obstáculos y los avances actuales hacen tam balear la Imagina-
ción.
A finales de los años cincuenta la invención de la co m p u tad o ra
digital trajo consigo diversas ventajas: p odía alm acenar cantidades
inm ensas de inform ación en un espacio relativam ente p eq u eñ o , y
procesarla y tran sm itirla co n sum a rapidez. H o y el o rd e n a d o r se
ha co n v ertid o en el p ilar de la m ayoría de las em presas. C o n el d e-

91
sarrollo cié los microchips a finales de los años setenta, co b ró n u e-
vo vuelo la eficiencia del alm acenam iento, p ro cesam ien to y tra n s-
m isión de la inform ación. A h o ra puede guardarse en u n m icrochip,
en el espacio que antes req u ería u n a sola carta m anuscrita, el eq u i-
valente de q u in ien to s libros, o sea de dos bibliotecas de buena ca-
b id a.21 El perfeccio n am ien to de los procesos q u e em plean el ray o
láser hará q ue el m icrochip sea su stitu id o p o r un p ro ced im ien to
m ediante el cual en un ú n ico disco de u n o rd e n a d o r perso n al han
de caber to d as las obras de Shakespeare varias veces. U n m aletín
abarcará el co n ten id o total de la B iblioteca del C o n g reso de E sta-
dos U nidos. A ntes se necesitaban varios días para tran sm itir el co n -
ten id o de u n lib ro p o r telégrafo o aun p o r teléfono; h o y , las m i-
croprocesadoras perm iten hacerlo en unos segundos. A dem ás se han
abaratado los ord en ad o res, que ya se p u ed en a d q u irir para u so d o -
m éstico; la in d u stria del o rd e n a d o r personal es u n a de las más flo -
recientes en m uchos países. E n 1981 había p o co m ás de dos m illo -
nes de estas m áquinas en E stados U n id o s;22 en 1987 la cifra había
pasado a casi 38 m illones, u n 10 % de las cuales son p eq u eñ o s o r-
d enadores p o rtátiles o laptops que perm iten q u e se pueda c o n -
tin u ar trab a jan d o en el tren , el avión y el hotel. Y las ventas siguen
subiendo...
C on los equipos de im presión electrónicos de bajo coste (entre
ellos las im presoras y foto co p iad o ras caseras), cada p ro p ietario de
u n o rd en ad o r es u n editor de libros en potencia. G racias a los p r o -
gramas de diagram ación y edición de textos, puede convertirse en
agente d irecto de la m ultiplicación de su yo. Los pro p u g n ad o res de
las com unicaciones electrónicas suponían que en la década de 1990
el uso del papel se iba a reducir significativam ente, pero en buena
m edida com o consecuencia de esos program as de edición, ho y se usa
más papel que nunca. G racias al m o d u lad o r-d esm o d u lad o r de seña-
les o m ódem , cualquier o rd en ad o r puede conectarse, a través de las
líneas telefónicas, a cualquier o tro . T o d o esto, a su vez, ha dado o ri-
gen al correo electrónico, las videoconferencias y las bases de datos
o servicios de inform ación «en línea», o sea, acopladas directam ente
al sistema.
A l p rincipio el correo electrónico era útil sob re to d o para q u ie-
nes residían en una m ism a ciudad o pertenecían a una m ism a em -
presa. La m ayoría de las grandes ciudades tien en servicios electró -
nicos que p o sib ilitan a los usuarios p o n er un aviso en u n archivo

92
que queda abierto p ara ser consultado p o r los o tro s abonados del
sistem a. A sí han surgid o los «diálogos p o r o rd en ad o r» y se ex p re-
san fantásticas subculturas, q u e pueden in terp elarse sobre tem as de
interés com ún (a cualquier h o ra del día o de la noche), ya se trate del
arte africano o de los afrodisíacos, el back g am m o n o el banjo, la fi-
latelia o la fellatio. C asi siem pre hay «allí», en la línea, alguien con
quien conversar. M uchos de estos sistem as están conectados ta m -
bién con servicios nacionales que tran sm iten m ensajes de la noche a
la m añana, sin coste alguno, de un sistem a a o tro situado quizás en
la o tra p u n ta del país. M uchos de los que participan en estos in te r-
cam bios elogian las gratas y receptivas am istades que han hecho en
este m edio — más o m enos com o las que se hacen en el b ar de la es-
quina, d o n d e adem ás de los viejos colegas u n o siem pre se encuentra
con caras nuevas— . Se calcula que en n u estro s días en E stados U n i-
dos se transm iten anualm ente p o r co rreo electrónico cerca de mil
m illones de m ensajes.“
L os servicios de videoconferencias perm iten a grupos de indivi-
duos de distintos lugares del país dialogar sim ultáneam ente. M ás de
m edio m illón de norteam ericanos hacen u so , asim ism o, de los servi-
cios nacionales de inform ación «en línea» o de los «videotex» (C o m -
puServe, D o w Jones, Source, so n em presas conocidas), cuyas bases
de datos inform an pun tu alm en te a los usuarios acerca de horarios de
vuelos, críticas cinem atográficas, condiciones m eteorológicas, n o ti-
cias nacionales y m ucho más. E n Francia existen más de tres m il ser-
vicios, que ofrecen entre otras cosas trám ites bancarios, com pras
p o r correo, relaciones de operaciones inm obiliarias y sum arios de
revistas.
E n la década de 1960 los cohetes espaciales p osibilitaron colocar
en ó rb ita satélites de com unicaciones, en u n a p o sició n fija respecto
de ciertos p u n to s terrestres. D esde allí reenvían en form a co ntinua
em isiones electrónicas de u n o a o tro p u n to del planeta, abarcando
casi un tercio de su superficie. E n la actualidad transm iten señales de
radio, com unicaciones telefónicas, datos digitales, etcétera, de m ane-
ra instantánea hasta los rincones más apartados del globo. Los go-
biernos confían en estos servicios para su política exterior; las em -
presas m ultinacionales, para sus negocios; los individuos, para sus
am istades. En zonas rurales atrasadas de M éxico las antenas p arab ó -
licas satelitales hacen que las familias mexicanas reciban 130 canales
de televisión de hasta siete países y en cinco idiom as distintos. Y la

93
recepción de televisión p o r vía satélite está aún en su infancia; a m e-
diados de la década de 1980 ya contaba con 130 satélites, p ero se p re -
veía que serían el doble para principios de la década siguiente.2'*
N uevas com pañías han surgido para colaborar con los gobiernos y
las em presas en el aprovecham iento de las ventajas que ofrecen los
satélites. Estas com pañías, algunas de las cuales se jactan de tener
más de cien mil em pleados, están instalando redes de com unicacio-
nes que abarcan to d o el planeta.
Las conexiones electrónicas planetarias, ju n to con el o rd en ad o r
y el teléfono, han p erm itid o el su rg im ien to de o tro s nexos sociales
a través de los aparatos tran sm iso res y recep to res de facsím iles
(fax), capaces de tran sm itir m aterial im preso de m o d o veloz y b a -
rato a cu alq u ier lugar del m u n d o . U na carta escrita p o r u n líd er p o -
lítico de Irán puede ser recibida en pocos segundos en las em b aja-
das de ese país en el resto del g lobo. Y con el auxilio de la fo to co p ia
y el correo, ese m ism o m ensaje p u ed e estar al día siguiente en m a -
nos de m iles de individuos. L os transm isores de facsím iles y a tie -
nen la capacidad de tran sm itir m ateriales visuales com plejos (com o
m apas o fotografías), y su coste está d ism in u y en d o lo suficiente
com o para q ue el servicio se o frezca en hoteles, aero p u e rto s y tr e -
nes. Los ap arato s personales de fax de bajo coste se anuncian en las
revistas p ara los pasajeros de avión; está claro cuál será el pró x im o
paso.

Todos estos avances (ordenadores, correo electrónico, satélites,


fax) están apenas en sus com ienzos. H an aparecido innovaciones que
acelerarán aún más el increm ento de la interconexión social. D ebe
m encionarse la digitalización de to d o s los m edios de com unicación
im portantes (fonógrafo, fotografía, im presos, teléfono, radio, televi-
sión), lo cual im plica que la inform ación que cada una de esas fuentes
contiene (im ágenes, música, voz) se ha hecho asequible a la recep-
ción del ord en ad o r, con la consecuencia de que se ha beneficiado
con una enorm e capacidad de alm acenam iento y rapidez de procesa-
m iento y transm isión .23 Q u ed a así al alcance de la pro d u cció n case-
ra y adm ite la difusión universal. E stam os en una era en que bastará
apretar un b o tó n para tran sm itir a todo el planeta nuestra p ro p ia
im agen en colores con sonido adjunto.
Los cables de fibra óptica m ultiplican p o r mil la cantidad de in -
form ación que puede recibirse, y esto abre la posibilidad de que

94
haya u n a infinidad., literalm ente, de nuevas bandas de televisión y
radio. A dem ás, perm iten la transm isión de cualquier im agen televi-
siva con doble fidelidad que la actual (más o m enos la m ism a que u n a
película cinem atográfica de 35 m m ). P o r ese cable p u eden op erar
servicios telefónicos digitales que no sólo rep ro d u cen la voz fiel-
m ente sino que perm iten al receptor ver a quien le está hablando. Es
tanta la inform ación transm isible p o r el cable de fibra óptica que p o -
drían prestarse todos estos servicios y al m ism o tiem po efectuarse la
lectura de los contadores de servicios públicos o recoger la co rres-
pondencia electrónica. C o n un aparato de fax u n o puede ten er al in s-
tante u n ejem plar de Los Angeles Tim es o de la N a tio n a l Geographic
M a g a zine.26 Se está planeando ofrecer a la gente la posibilidad de in -
dicar las noticias que desea recibir, de m o d o que los o rdenadores,
explorando los servicios de inform ación y realizando la selección
pertinente, produzcan periódicos individuales, que además p o d rían
ser im presos en papel reciclable.27
H a y más de u n centenar de naciones (incluida la URSS) c o m p ro -
m etidas h o y en esta in terconexión de los sistem as telefónicos. Si-
m ultáneam ente, el desarrollo del teléfono m óvil activa otras p o sib i-
lidades. G racias a los contactos « p u n to a p u n to » en to d o el m undo,
los 12 m illones de teléfonos móviles h o y en uso representarán ap e-
nas u n m odesto com ienzo. D esde cualquier p arte — u n bosque de
M aine o u na choza de la jungla de M alasia— , u n o p o d ría hablar con
un ser querido o con un colega en las antípodas. Se está p ro y ectan d o
que el sistem a m undial así configurado tran sp o rte toda clase de se-
ñales electrónicas, incluidas las telefónicas y televisivas, la música
grabada y los textos escritos. Esto nos perm itiría com unicarnos con
el sistem a en cualquier sitio, desde A labam a hasta Zaire, y de inm e-
diato em itir o recibir m anuscritos, sonidos o vídeos. El proceso de
saturación social está en pleno desarrollo.

El p r o c e s o d e s a t u r a c ió n s o c ia l

La com unicación m onocultural es, de todas


las form as de com unicación, 3a más sim ple, la más
natural y — en el m undo contem poráneo— la más
frágil. E n el m ejor caso, es una m odalidad de co -
m unicación que no exige esfuerzo, es rica y grati-

95
ficante; en el peor, puede llevar a la intolerancia y
la coacción.

W . B a r n ETT P e a r c k , C om m unication
and the H u m a n Condition

Hace un siglo las relaciones sociales se circunscribían básica-


m ente al p erím etro de las distancias que podían recorrerse sin can-
sancio. La m ayoría eran personales y tenían lugar en el seno de p e -
queñas com unidades: la familia, el vecindario, el pueblo donde uno
residía. Es cierto que el caballo y los carruajes hicieron posible la
realización de viajes más largos, pero un trayecto de cincuenta k iló -
m etros podía o cupar el día entero. Tam bién es cierto que el ferro -
carril perm itió lanzarse velozm ente hacia o tro s sitios, pero su coste
y su difícil acceso lim itaban esa clase de viajes. L o más probable era
que las relaciones de u n individuo term inaran d o n d e term inaba su
com unidad. D esde el nacim iento hasta la tum ba uno podía confiar
en u n en to rn o social cuya tram a era relativam ente pareja. Las pala-
bras, rostros, gestos, adem anes y posibilidades con que se to p ab a
eran casi siem pre las mism as, congruentes entre sí, y sólo cam bia-
ban con lentitud.
Para gran parte de la población m undial, en especial en los países
industrializados de O ccidente, la pequeña com unidad de relaciones
cara a cara quedó sepultada entre las páginas de los libros de h isto -
ria. A hora vam os a pasar el fin de sem ana a hosterías cam pestres, d e-
coram os nuestro apartam ento con camas de bronce a la antigua usan-
za y soñam os con la vieja época de las casas de cam po, pero com o
consecuencia del desarrollo tecnológico descrito, la vida contem po-
ránea es un m ar turb u len to de relaciones sociales. Palabras de toda
índole resuenan estruendosas procedentes de la radio, la televisión,
los periódicos, el correo postal o electrónico, el teléfono, el fax, los
servicios cablegráficos, los letreros lum inosos, etcétera. O leadas de
rostros nuevos aparecen p o r d o q u ie r— rostros de personas que vie-
nen a pasar un día a la ciudad, o nos visitan el fin de semana, o comen
con nosotros en el Rotary, o asistieron a la tertulia de la parroquia— ,
y su presencia en la televisión es incesante e incandescente. Es poco
habitual que pasem os varias semanas en la mism a localidad y bas-
tante raro que perm anezcam os to d o el día fen el m ism o barrio. Via-
jamos con perfecta naturalidad al otro extrem o de la ciudad, o al
cam po, o a localidades vecinas, o a ciudades o estados distantes; no

96
es sorp ren d en te que recorram os cuarenta o cincuenta kilóm etros
para to m ar u n café con alguien y charlar un rato.
P o r obra de las tecnologías del siglo xx, aum entan co n tin u am en -
te la cantidad y variedad de las relaciones que entablam os, la fre-
cuencia potencial de nuestros contactos hum anos, la intensidad ex-
presada en dichas relaciones y su duración. Y cuando este aum ento
se torna extrem o, llegamos a un estado de saturación social. A nalicé-
m oslo con detalle.

M ultiplicación de las relaciones

En la com unidad de las relaciones directas cara a cara, el reparto


de los personajes se m antenía más o m enos estable.2s P o r cierto que
se registraban variaciones en virtud de los nacim ientos y defuncio-
nes, pero no era fácil trasladarse de un pueblo a otro, y m ucho m e-
nos rebasar la frontera de o tro estado o país. La cantidad de relaciones
que p o r lo com ún se m antienen en el m u n d o actual contrasta aguda-
m ente con aquella com unidad. Si se sum an los m iem bros de la p ro -
pia familia, los noticiarios de televisión p o r la mañana, la radio del
coche, los colegas que se encuentra uno en el tren y el periódico lo-
cal, el habitante del su b u rb io que viaja diariam ente al centro de la
ciudad puede toparse, en las dos prim eras horas de su jornada labo-
ral, con las mismas personas (incluidas im ágenes y voces de las p er-
sonas) que su antepasado com unitario viera al cabo de un mes. Las
llamadas telefónicas que recibe po r la m añana en su oficina ptieden
conectarlo con una docena de lugares que no sean su p ro p ia ciudad,
ni siquiera de otros puntos del país, sino de otras naciones. Basta se-
guir durante una hora u n program a m elodram ático p o r televisión
para quedar inm erso en la vida de decenas de individuos. En una sola
velada televisiva se inm iscuyen en la vida prop ia centenares de ro s-
tros extraños. N u estro s pensam ientos y sentim ientos ya no están
ocupados únicam ente en la com unidad inm ediata que nos rodea,
sino en un reparto de personajes disem inados por to d o el planeta y
que cam bian de manera constante.
M erecen destacarse dos aspectos de esta expansión. El prim ero,
lo que podría llamarse la perseverancia del pasado. A ntes, el aleja-
m iento de una persona im plicaba casi siem pre una pérdida. Si al-
guien se iba a vivir a o tro sitio, la relación languidecía. Las visitas a

97
lugares distantes eran fatigosas y el correo m uy lento. E ntonces, a
m edida que se iba envejeciendo, desaparecían de la vida m uchos p a r-
tícipes activos del pasado. H o y , ni la distancia ni el tiem po co n stitu -
yen un serio inconveniente para una relación. Es posible mantenerse
en contacto íntim o a miles de kilóm etros gracias a frecuentes y en -
tusiastas arrebatos telefónicos intercalados con alguna que otra visita
ocasional. A nálogam ente, se puede seguir vinculado a los ex alum nos
de la secundaria, los com pañeros de la universidad, los m uchachos
del servicio m ilitar o aquellos am igos que conocim os en las vacacio-
nes del C aribe hace cinco años. Las agendas para anotar las fechas de
cum pleaños son de uso corriente en cualquier hogar: la m em oria no
alcanza a registrar todas las celebraciones de las que u n o es respon-
sable. En la práctica, a m edida que avanzam os en la vida, el elenco de
personajes significativos se vuelve m ayor. Para algunos, im plica un
sentim iento creciente de estrés o de tensión: «¿C óm o podrem os en-
tablar am istad con todos?», se preguntan. Para otros, en cam bio, que
la caravana social que acom paña nuestra trayectoria p o r la vida p er-
m anezca colm ada instala una sensación de consuelo.
Pero a la vez que se preserva el pasado, que perm anece co n ti-
nuam ente atento y listo para in corporarse al presente, hay una ace-
leración del fu tu ro . El ritm o de las relaciones se increm enta y quizá
se concreten en pocos días o semanas procesos cu y o desarrollo an-
tes necesitaba meses o años. H ace algo más de un siglo, p o r ejem -
plo, para cortejar a la novia uno se m ovilizaba a pie o a caballo, o a
través de la correspondencia esporádica. A lgunas horas de in ter-
cam bio am oroso se interru m p ían p o r largos p eríodos de silencio,
que prolongaban el trayecto de la m era am istad a la intim idad. N o
obstante, con las tecnologías actuales una pareja p u ed e estar en co n -
tacto casi perm anente. N o sólo los nuevos m edios de tran sp o rte
han derribado la barrera de la distancia geográfica, sino que a través
del teléfono (fijo o portátil), el envío de correspondencia en m enos
que canta u n gallo, las grabaciones m agnetofónicas, los videocase-
tes, fotografías y correo electrónico, el o tro está «presente» y con
n osotros en cualquier m om ento. El cortejo pasa así, en breve lapso,
del entusiasm o inicial al agotam iento. C ada perso n a puede experi-
m entar en el curso de su vida no ya unas cuantas relaciones íntim as
sino decenas. P o r idénticos m otivos, suele acelerarse el proceso de
la am istad: gracias a las tecnologías surge u n sentim iento de afini-
dad m utua y se convierte al p o co tiem po en un anim ado sentim ien-

98
to de correspondencia. A m edida que se nos abre el fu tu ro que te -
nemos p o r delante, se expande com o nunca la posibilidad de am is-
tades.

L a sujeción a nuevas fo rm a s de vida

N u e stra esfera privada ha dejado de ser el es-


cenario donde se desenvuelve el dram a del sujeto
reñido con sus objetos (...); ya no existim os com o
dram aturgos ni com o actores, sino com o term i-
nales de redes de ordenadores múltiples.

Jf.an B audrei.i.ard, The Ecstasy


o f Communication

Y aparecen tam bién nuevas pautas de relación. En la com unidad


cara a cara, cada individuo participaba en un conjunto cerrado de re-
laciones, con sus familiares y am igos, los dueños o em pleados de los
negocios a los que fuera a com prar, los sacerdotes de la parroquia,
etcétera. A hora la próxim a llam ada telefónica puede abocarnos a ú n a
nueva relación con un co rred o r de bolsa de W all Street, el recauda-
dor de cuotas de un organism o de beneficencia, un antiguo com pa-
ñero de estudios que organiza una reunión de ex alum nos, un am igo
de la infancia que encontram os en la reunión de negocios, un p a-
riente que vive en la otra p u n ta del mapa, el hijo o la hija de u n am i-
go, y hasta con un pervertido sexual que entabla sus relaciones con
ayuda del teléfono. U no puede vivir en el extrarradio con los vecinos
de siem pre pero viajar todos los días al centro y se topa allí con la
gente que pulula por la calle, con dudosos vendedores, vagabundos
que prefieren pedir lim osna en vez de trabajar, prostitutas y peligro-
sas bandas de delincuentes juveniles. Q uizás uno resida en H o u sto n ,
estado de Texas, y desde allí establezca lazos com erciales o turísticos
con un banquero noruego, un bodeguero de R enania o u n arquitec-
to rom ano.
La televisión es desde luego la que más ha increm entado la varie-
dad de relaciones en que participam os, p o r más que sea sustitutiva.
Podem os identificarnos con los héroes de miles de relatos, entablar
conversación ideal con los personajes de to d a laya que entrevista la
televisión en sus reportajes, o apoyar a los deportistas de cualquier

99
lugar del planeta. U n o de los aspectos más interesantes de la expan-
sión electrónica de las relaciones es el vínculo que se establece entre
padres e hijos. C o m o p ro p o n e Jo sh u a M eyro w itz en su lib ro N o
Sense o f Place [Sin sentido de la situación], los niños del siglo xix no
tenían acceso a ninguna in form ación relativa a la vida privada de tos
adultos.2'*Los padres, m aestros y autoridades policiales po d ían m an-
tenerlos a resguardo de sus peripecias de adultos sim plem ente lle-
vándolas a cabo en sitios privados. T am poco tenían acceso los niños,
en general, a libros que reflejaran los errores, engaños, recelos y co n -
flictos del m u n d o adulto. Los niños seguían sien d o niños. La televi-
sión cam bió la situación p o r com pleto. Los program as televisivos les
revelan a los chicos en form a sistem ática to d a la p an o p lia de aventu-
ras, ensayos y tribulaciones de los adultos que se desarrollan «entre
bam balinas». C o m o consecuencia, el niño ya n o actúa con adultos
unidim ensionales idealizados, sino con personas que despliegan una
com pleja vida privada, llenas de d udas y vacilaciones, y vulnerables.
Y los padres n o tienen fren te a sí al tran q u ilizad o r niñ o ingenuo de
antaño,, sino a o tro que no les g uarda tanto resp eto y cuyas o p in io -
nes pueden ser m u y incóm odas.
La tecnología de la época actual, además de am pliar la gam a de
las relaciones hum anas, m odifica las preexistentes: al desplazarse del
vínculo cara a cara al vínculo electrónico, las relaciones con frecuen-
cia se alteran. M uchas de ellas, antes circunscritas a situaciones espe-
cíficas (la oficina, el cuarto de estar, el d o rm ito rio ) se «despegan» de
sus confines geográficos y pueden tener lugar en cualquier sitio. A
diferencia de las relaciones cara a cara, las electrónicas ocultan, p o r
o tra parte, la inform ación visual (m ovim ientos oculares, expresiones
de los labios), d e m od o tal que la p erso n a que habla p o r teléfono no
puede leer indicios gestuales que le revelen si el in terlo cu to r ap ru e-
ba o no lo que dice. C om o resultado, hay una m ayor tendencia a crear
el o tro im aginario con el cual relacionarse. Se puede fantasear que el
o tro sienta u na entusiasta sim patía o, p o r el co n trario , u n frío desa-
grado, y actuar en consonancia. U n conocido me co m en tó que esta-
ba convencido de que su prim er m atrim onio había sido el p ro d u cto
de la inm ensa cantidad de llam adas telefónicas necesarias para m an-
tener el noviazgo a larga distancia; p o r teléfono, su entonces novia y
actual esposa parecía la m ujer más atractiva del m u n d o , y al cabo de
varios meses de m atrim onio adv irtió que se había casado con u n es-
pejism o.

100
M uchas em presas y organism os están instalando sistem as de co -
rreo electrónico que p erm itan a sus em pleados resolver trám ites con
otros m ediante term inales de o rd en ad o r, en vez de hacerlo p erso n al-
m ente según el proced er tradicional. Q u ien es investigaron el m é to -
do co m p ro b aro n que m odificó sutilm ente las relaciones entre los
em pleados. Las diferencias de posición d e n tro de cada em presa c o -
m en zaro n a disiparse, ya que los em pleados de m en o r nivel se sen-
tían m ás libres de expresar sus sentim ientos y de cu estio n ar a sus
superiores p o r vía electrónica que de fo rm a personal. Shoshana Z u -
boff, de la Facultad de A dm inistración de E m presas de la U n iv ersi-
dad de Flarvard, sugiere que la in co rp o ració n a las em presas de «m á-
quinas inteligentes» está desd ib u jan d o la diferencia entre gerentes y
trabajadores. Los gerentes y a no son «los que piensan», ni los tra b a -
jadores «los que hacen»; más bien, la necesidad llevó a estos últim os
a convertirse en adm inistradores de la inform ación, au m en tan d o p o r
ende su p o d er de m anera considerable.30

N u eva s claves de relación

D o s de las nuevas form as de relación que el proceso de satu ra-


ción ha co n trib u id o a gestar revisten p articu lar interés. E n p rim er
lugar, la relación de a m ig o -a m a n te, P ara el ro m án tico fu ndam en-
talista, el objeto de su am o r consum ía to d o su ser; representaba un
valor tan desp ro p o rcio n ad o p ara él, que aun u n riguroso co m p ro m i-
so para toda la vida p o d ía considerarse la m era p rep aració n de una
com unión espiritual eterna. L a creencia de que u n o se casa llevado
p o r u n «am or verdadero» sigue en pie, p ero en la m edida en que el
m u n d o social se satura cada vez más, tales relaciones resu ltan poco
realistas. H o m b res y m ujeres (sobre to d o profesionales) suelen ro n -
dar en p erm anente m ovim iento: viajes de negocios, congresos, cam -
pañas de venta, consultas, vacaciones, etcétera. M u rm u rarle al am a-
do o am ada « N o pu edo vivir sin ti» pierde autenticidad cuando uno
debe agregar «salvo hasta el jueves que viene, y luego, hasta el m iér-
coles siguiente». Y com o en el cam ino aparecen m uchos especím e-
nes atractivos del sexo opuesto (que brindan, adem ás de su co m p a-
ñía, ventajas profesionales), se ofrecen las condiciones para que se
entable u na m ultiplicidad de «rom ances» am istosos, de m o d erad o
com prom iso. U n a profesional soltera de M aryland reveló que esta-

101
ba «saliendo» con un abogado de la zona que no era feliz en su m a-
trim onio, p o rq u e le resultaba divertido y conveniente, p ero que el
abogado pasó a un segundo plano cuando llegó u n «viejo amigo» de
O klahom a, su colega predilecto. Pero prefería pasar los fines de se-
mana (especialm ente en verano) con un co n su lto r de B oston que tra -
bajaba en lo m ism o que ella y tenía un velero anclado en el célebre
am arradero «El viñedo de M artha». Y cada uno de sus amigos tenía,
po r su lado, otras am igas-am antes.
U na segunda pauta interesante que se observa en los hogares es la
relación de microondas. La familia ideal incluía tradicionalm ente un
«núcleo» íntim o e interdependiente com puesto p o r el padre provee-
dor, la m adre solícita y los hijos, cuyas vidas giraban en to rn o del
hogar hasta el fin de la adolescencia. La saturación social ha interfe-
rido profundam ente en esta concepción tradicional de la familia. A ho-
ra es m uy probable que m arido y m ujer trabajen y se diviertan fuera
de casa, y por lo tanto m antengan fuera sus relaciones; cada vez más
recurren a los servicios de las guarderías o de las niñeras; la actividad
social de los hijos casi siem pre se reparte entre diversos puntos de la
ciudad y del cam po; tanto los padres com o los hijos m ayores de seis
años tienen obligaciones o entretenim ientos vespertinos, y lo típico
es que los fines de semana los integrantes de la familia vayan a visitar
a sus propios am igos o desarrollen alguna actividad externa (depor-
tiva, religiosa, com unitaria o relacionada con sus respectivas aficio-
nes o hobbies). Y aunque se reúnen todos en el hogar, sus diferentes
necesidades televisivas los dispersan en direcciones encontradas. En
muchas familias, el ritual decisivo de la in terd ep en d en cia— reunirse
para ccnar— ha llegado incluso a ser u n acontecim iento. (H ay casas
donde la mesa del com edor, antaño el centro congregador de la fa-
milia, está abarrotada de libros, papeles, cartas y cualquier o tro o b -
jeto que los m iem bros de la familia dejaron allí «al pasar»). El hogar
ya no es más el «nido», sino un lugar de paso.
Pero m uchos prog en ito res son reacios, al m ism o tiem po, a re-
nunciar a su idea tradicional de la familia unida, y surge así una nue-
va variante p o r la cual los m iem bros del grupo fam iliar procuran
com pensar los grandes abism os de falta de relación con expresiones
intensas de ligazón. Según la opinión de m uchos, la cantidad (de los
vínculos) es reem plazada p o r la calidad. Para quienes viven una vida
socialm cnte saturada, el h orno m icroondas es algo más que una ayu-
da tecnológica: es un sím bolo de la incipiente m odalidad de relación.

102
,
T anto en el artefacto m aterial com o en. su contrapartida social, los
usuarios aplican un calor intenso con el objeto de obtener de inm e-
diato lo que habrá de alim entarlos. Y en am bos casos la convenien-
cia del resultado es u n buen m otivo de debate.

Intensificación de los intercambios

La sociedad m o d ern a ha de diferenciarse de


las form aciones sociales anteriores p o r el hecho
de que ofrece m ayores oportunidades tan to para
las relaciones im personales com o para las relacio-
nes personales más intensas.

N i k l a s L u h m a n n , L ove as Passion

C uriosam ente, la tecnología tam bién increm enta el nivel em ocio-


nal de m uchas relaciones. C o n ella, la gente llega a sentir en m ayor
profundidad y a expresar más plenam ente. E sto podría parecer de
dudosa veracidad. Si las personas se relacionan con nosotros cada
vez en m ayor núm ero y cada vez a más velocidad, ¿no sería lo lógi-
co que prim ara la superficialidad y el desapego? L a atractiva foraste-
ra que u no encuentra en Seattle, en la costa del Pacífico, desgracia-
dam ente es oriunda de O m aha, a orillas del M issouri; los nuevos
vecinos que parecían encantadores se vuelven a L ondres en prim a-
vera; la com pañera de vuelo que nos tocó en el avión, con la cual nos
embebimos en una conversación de horas, sigue viaje a Bombay. ¿Q ué
vamos a hacer sino tom árnoslo con calma y a la ligera? La vasta p a r-
ticipación en ese transitorio desfile no es, sin duda, nada más que
eso. A h o ra bien: veam os dos aspectos de la tradicional com unidad
de relaciones cara a cara.
A nte todo, las relaciones, al prolongarse a lo largo de los años, ten-
dían a la norm alización. La gente, cuando puede elegir, elige lo que
le p ro p o rcio n e una satisfacción asegurada. Los cam bios de pautas o
estructuras am enazan con anular tales satisfacciones. P or ende, las
relaciones prolongadas tienden a buscar el equilibrio de la intensi-
dad em ocional. C om o sostienen m uchas parejas: «U na cóm oda p ro -
fundidad ocupa el lugar del rom ance apasionado».
E n segundo térm ino, la com unidad cara a cara se presta a un alto
grado de vigilancia inform al. Los individuos suelen saber casi siem-

103
p rc lo que hacen los demás: los ven cerca de ellos, en la m ism a h ab i-
tación o al o tro lado de la ventana, o al pasar p o r la calle. Y cuando
el m undo social perm anece estable y la in fo rm ació n nueva es escasa,
los m ínim os detalles de la p ro p ia vida pasan a ser tem a de conversa-
ción general. E l chism orreo y la rigidez de las norm as en una co m u -
nidad pequeña van juntos. H ay desabastecim iento de la intensidad
que genera lo nuevo, lo novedoso o lo anóm alo.
En el actual contexto de saturación n o está p resen te ninguna de
estas condiciones. C o m o to d as las relaciones son perm anentem ente
interrum pidas, les es más difícil norm alizarse. P asar la noche en casa,
eso que antes resultaba tan tran q u ilo , relajado y seguro, ahora (p o r
obra del teléfono, el autom óvil, la televisión, etcétera) es un desfile
de rostros, inform aciones e intrusiones. N o hay nadie que pueda afian-
zarse en una co stu m b re ru tin aria tran q u ilizad o ra, pues u n o m ism o y
su elenco de «otros significativos» están en perm an en te m ovim ien-
to. Las relaciones se han vuelto tan vastas y am pliam ente difundidas,
sobre to d o con la ayuda de los artificios electrónicos, q u e aquellos a
quienes interesan no pueden seguirlas de cerca. U n o tiene la o p o rtu -
nidad de «contárselo todo» a u n am igo ín tim o de C hicago, p o rq u e
los que se h o rro riza rían del asu n to viven en D allas o T o p ek a y n u n -
ca lo sabrán. P uede dejar que ard a el fuego in tern o en París, p o rq u e
los co m patriotas de Peoria, estado de Illinois, n o co ntem plarán si-
quiera el reflejo de las llamas. U n colega u n iversitario me contaba la
charla que había sostenido co n una m ujer m ientras hacía cola en el
aeropuerto para que le co n tro laran el equipaje, en viaje de vuelta a
E stados U nidos. El avión iba a hacer escala en lslandia, y los pasaje-
ros debían o p ta r p o r co n tin u ar directam ente a E stados U n id o s o
perm anecer en lslandia y coger el siguiente avión al cabo de dos días.
El pro feso r se sin tió atraído p o r aquella com pañera ocasional y, en-
v alentonado p o r el anonim ato que le ofrecía la situación, le m u rm u -
ró de p ro n to su propuesta: ¿quería quedarse co n el esos dos días?
Ella insinuó una sonrisa que n o fue ni sí ni no. Se acercaban al sitio
d o n d e debían dejar el equipaje en distintos m ontacargas según si-
guieran el vuelo directo o no. A tó n ito , el p ro feso r la vio dejar su m a-
leta en el m ontacargas de los que harían escala en lslandia. D espués
de dos días de bienaventuranza se separaron, y nunca más volvieron
a verse.
La presión a favor de relaciones de m ayor intensidad no se lim i-
ta a la falta de norm alización y la quiebra de la vigilancia ajena: tam -

104
bién hay en juego o tro s factores, vinculados a la fantasía y la fugaci-
dad. C o m o bien sabían los rom ánticos, no hay nada que inspire más
a un escrito r que la ausencia de su am ada. A n te la ausencia del o tro ,
la fantasía reto za librem ente; uno puede p ro y ectar en la p erso n a que
goza de sus favores todas las v irtudes y to d o s los deseos. E n este
sentido, el rom anticism o del siglo xix puede atribuirse en p arte a la
com binación de una m oral cultural que desalentaba las relaciones li-
bres y la gran cantidad de personas que sabían escribir bien. Si bien
las n orm as m orales se han liberalizado desde entonces, la posibilidad
creciente de m an ten er relaciones a distancia ha tenido m ás o m enos
el m ism o efecto que tuvo sobre los rom ánticos. Las relaciones a dis-
tancia brillan con un fulgor más intenso, y los intercam bios am o ro -
sos qued an sobrecargados em otivam ente.
P o r ú ltim o , la brevedad de los en cu en tro s ocasionales c o n trib u -
ye asim ism o a su intensidad. Si u n o acepta que el o tro sea un «buen
am igo», «alguien m uy próxim o» o «una perso n a m uy especial», los
encuentros, p o r más que sean breves, no pueden dejar de ser ex p re-
sivos: de algún m odo hay que d em o strar la im portancia de los p r o -
pios sentim ientos y la consideración en q ue se tiene ese vínculo. Y
com o hay poco tiem po, las dem ostraciones tienen que ser claras y
elocuentes. El resultado p u ed e ser u n a cena elegante con invitados
m uy escogidos, reservas en un restau ran te de lujo, la organización
de diversiones o excursiones, etcétera. U nos am igos que viven en un
país cen tro eu ro p eo se quejaban hacc poco de lo que según ellos era
u n «delirio que lleva al agotam iento»: recibían visitas tan a m en u d o ,
y les exigían tal despliegue de reconocim iento que al final q uedaban
exhaustos los espíritus tan to com o las carteras. E n ciudades tu rísti-
cas co m o N ueva Y ork o París, las parejas que suelen recib ir a ex-
tranjeros de visita tom an sus m edidas para no ten er nunca h ab itacio -
nes vacías. La frecuencia de las visitas no les deja tiem p o para
reponerse de su capacidad de agasajo, y si tuvieran siem pre cuartos
disponibles correrían el riesgo de que les fuera extirpada p o r co m -
pleto su vida privada.

105
La c o l o n i z a c i ó n d e l y o

Puede considerarse que en la madurez el estré-


pito de las voces imaginarias —tal como resuenan
en el pensamiento y la memoria, en la poesía y el
drama, en la novela y el cine, en el habla, los sue-
ños, la fantasía y la plegaria— (...) no está subor-
dinado a la realidad social, sino que es en sí una
realidad tan inherente a la existencia humana co-
mo la realidad literalmente social.
M ary W a t k i n s , Invisible Guests

C onsiderem os las siguientes circunstancias:

• D espués del alm uerzo con un o s am igos se conversa sobre la si-


tuación en Irlanda del N o rte. A u n q u e no nos decantam os nunca al
respecto, de p ro n to nos descubrim os defendiendo acaloradam ente
las m edidas de G ran Bretaña.
• D espués del trabajo u n ejecutivo del dep artam en to de inver-
siones de u n a entidad bancaria fum a m arihuana y escucha música de
rock.
• Sentado en un café, u no se pregunta cóm o sería la relación ín -
tim a con algunas de las chicas q u e ve pasar.
• U n abogado que trabaja en u na prestigiosa firm a de la ciudad,
los fines de sem ana escribe una novela con el arg u m en to de un r o -
mance con una terrorista.
• V am os a cenar a u n restaurante m arro q u í y después asistim os
al últim o espectáculo de un b ar a base de m úsica folclórica n o rtea-
m ericana.

E n cada u n o de estos casos, u n individuo d u eñ o de la sensación


de poseer u n a identidad coh eren te (o de la «m ism idad» de su yo) se
encuentra im pulsado de repente p o r m otivaciones contrarias. T enía
la certeza de u n a m anera de ser, y sin em bargo aflora a la superficie
otra, ya sea en una o p in ió n intem pestiva, en la im aginación, en un
cam bio rep en tin o de sus intereses o en una actividad p articular. P u e -
de considerarse que estas experiencias de variación y de co n trad ic-
ción consigo m ism o son efectos prelim inares de la saturación social,
señales quizá de una colonización d el yo , de la adquisición de m últi-

106

E n ten d id o s procedentes de lugares m u y apartados entre sí, cada u n o de los


cuales representa a una p ro fesió n diferente, en u n a reunión vespertina sobre
los conflictos educativos en el S w arthm ore C ollege, ante gran cantidad de
público. T iene la palabra Sara Law rence L ightfoot.

pies y dispares posibilidades de ser. Este pro ceso de colonización del


yo ha com enzado a socavar la adhesión tradicional a las m odalidades
rom ántica y m odernista de ser, y tiene una im portancia p rim o rd ial
p o rq u e ha prep arad o la escena para el advenim iento de lo p o sm o -
derno. E xam iném oslo un poco más.
Las tecnologías de la saturación social nos exp o n en a una en o r-
me variedad de personas, otras form as de relación, circunstancias y
o p o rtu n id ad es únicas en su género, e insospechadas intensidades del
sentim iento. Es rarísim o que u n o no se vea afectado al q uedar ex-
p u esto a to d o eso. C o m o coinciden en afirm ar hoy los especialistas
en el desarrollo del niño, el proceso de socialización d u ra to d a la
vida. Seguimos in co rp o ran d o sin cesar inform ación del m edio que
nos rodea, y al qu ed ar expuestos a otras p ersonas, cam biam os en dos
sentidos: aum enta nuestra capacidad de saber acerca de y aum enta
nuestra capacidad de saber cómo. E n el p rim er caso, aprendem os in -
finidad de detalles sobre las palabras, actos, vestim enta, gestos, etcc-

107
tera, de ios dem ás; asim ilam os un enorm e cúm ulo de inform ación
acerca de las pautas del intercam bio social. Así, p o r ejem plo, basta
circular una hora p o r cualquier calle de la ciudad para reconocer el
estilo de indum entaria de negros y blancos, clase alta y clase baja, et-
cétera. R econocem os los estilos p ro p io s de hom bres de negocios ja -
poneses, de las m ujeres que viajan solas, de los sikhs, de los m iem bros
de la secta H a ré K rishna o de los flautistas chilenos. V em os cóm o se
relacionan m adres e hijas, em presarios, amigos adolescentes y o b re -
ros de la construcción. Si pasam os una h o ra en u n a oficina com ercial
conocerem os las opiniones políticas de u n p etro lero tejano, de u n
abogado de C hicago y de u n activista del m ovim iento de hom ose-
xuales de San Francisco. Los com entaristas de radio exponen sus
p u n to s de vista en m ateria de boxeo, contam inación am biental y n i-
ños m altratados; los m úsicos p o p pueden defender el m achism o, ta
intolerancia racial y el suicidio. L os libros de bolsillo conquistarán
nuestro co razó n a favor de los que padecen injusticias, los valientes,
los superdotados o los que se em peñan en rem ediar situaciones in-
solubles. Y si nos ponem os a co n tar lo que nos b rin d a la televisión:

108
mil personajes tienen p o r esa vía un acceso a n u estro hogar q u e en
cualquier o tra circunstancia les sería denegado. M illones de televi-
dentes asisten a entrevistas con asesinos, violadores, m ujeres encar-
celadas, individuos que m altratan a sus hijos, m iem bros del K u K lux
K lan, enferm os m entales y o tro s personajes a m enudo difam ados
que intentan desagraviarse ante el público. H a y pocos n iños de seis
años que no puedan co n tar, siquiera en fo rm a rudim entaria, cóm o se
vive en u n a aldea africana, o cuáles son las preocupaciones de los p a -
dres que se divorcian, o cóm o se venden drogas en los guetos clan-
destinam ente. H o ra tras h ora, nuestro acopio de saber social se am -
plía en alcance y sutileza.
E ste aum ento masivo del conocim iento del m undo social sienta
las bases de otra m odalidad del saber, el saber cómo. A prendem os
cóm o p o n e r en práctica tal conocim iento, cóm o darle fo rm a p ara su
co n su m o social, cóm o p ro ced er para que la vida social siga su curso
eficaz. Y las posibilidades de transform ar en acción este cúm ulo de
inform ación se expanden de continuo. El em presario japonés a quien
entrevim os cam inando p o r la calle h o y y m añana en televisión, bien
puede estar sentado frente a n o so tro s en la oficina la sem ana que vie-
ne. E n tales circunstancias, ya disponem os de rudim entos p ara des-
plegar la conducta apropiada. Si nuestro cónyuge nos anuncia que está
pensando en divorciarse, no nos vam os a q u ed ar m udos de asom bro:
ya hem os asistido a este dram a tantas veces en la televisión y en el
cine que cualquier ocasión nos coge preparados. Si alguien gana u n
prem io estupendo, sufre una d erro ta hum illante, se ve ten tad o a en-
gañar al p rójim o o se entera de la m uerte repentina de un fam iliar,
sus reacciones no serán im previstas: y a sabe más o m enos lo que
pasa, está más o m enos avisado. C o m o y a lo hem os visto to d o , nos
aproxim am os a u n estado de tedio.
A m edida que avanza la saturación social, acabamos p o r conver-
tirnos en pastiches, en im itaciones baratas de los demás. Llevam os en
la m em oria las pautas de ser ajenas. Y si las condiciones se vuelven fa-
vorables las pondrem os en acción. C ada u n o de n osotros se vuelve
otro, tan sólo un representante o sucedáneo. D icho en térm inos más
generales, a m edida que pasan los años el y o de cada cual se em bebe
cada vez más del carácter de to d o s los o tro s, se coloniza.5. Ya no so-
mos u n o , ni unos pocos, sino que, com o W alt W hitm an, «contenem os
m ultitudes». N os presentam os a los dem ás com o identidades singu-
lares, unitarias, íntegras; pero con la saturación social, cada u n o al-

109
berga una vasta población de posibilidades ocultas: puede ser un can-
tante de bines, una gitana, un aristócrata, un criminal. T odos estos yoes
perm anecen latentes y en condiciones adecuadas surgirán a la vida.
La colonización del yo n o sólo abre nuevas posibi lidades a las re-
laciones sino que adem ás la vida subjetiva queda to talm en te recu -
bierta. C ada y o que adquirim os de los dem ás p u ed e c o n trib u ir al
diálogo in tern o , a los debates privados que m antenem os con n o so -
tro s m ism os respecto de to d a clase de sujetos, sucesos y cuestiones.
A estas voces interiores, a estos vestigios de relaciones reales o im a-
ginarias, se les ha d ad o diferentes nom bres: M ary W atkins ías llam a
visitantes invisibles; Eric K linger, im ágenes sociales; M ary G ergen,
espectros sociales. Esta últim a investigadora co m p ro b ó que casi to -
dos los jóvenes que integraban la m uestra de su estu d io p o d ían c o -
m entar con so ltu ra m uchas experiencias de esta índole.32 La m ayoría
de estos espectros eran amigos íntimos,-a m enudo de etapas previas de
la vida. T am bién se trataba con frecuencia de parientes; p red o m in a-
ba entre ellos la voz del padre, au n q u e tam bién aparecían en lugar
preem inente los abuelos, tíos, tías y o tro s fam iliares. U n hecho sig-
nificativo que alude a nuestro análisis an terio r respecto de las rela-
ciones con personajes de los m edios de com unicación es que casi la
cuarta parte de los espectros m encionados eran individuos con q u ie-
nes esos jóvenes jam ás habían ten id o un contacto directo. E n su m a-
y o r parte, eran gente del m u n d o del espectáculo: estrellas del rock,
actores y actrices, cantantes, etcétera. O tro s eran figuras religiosas
com o Jesús y la V irgen M aría, personajes de ficción com o Jam es
B ond y Sherlock H olm es, o celebridades com o C h ris Evert, Joe
M ontana, B arbara W alters y el presid en te de E stados U nidos.
Los jóvenes que respondieron a esta encuesta hicieron referencia,
asimismo, a la influencia que tenían esos espectros sociales en su vida.
N o sólo eran interlocutores u objetos de contem plación, sino ejempla-
res modelos de acción. Fijaban las norm as de com portam iento, eran
adm irados y em ulados. U na joven escribió lo siguiente: «A C onnie
C h u n g la utilizaba siem pre com o pro to tip o , y una vez que me pregun-
taron qué haría cuando me graduara, me sorprendí contestando que
quería seguir la carrera de periodism o, porque en ese m om ento pensa-
ba en ella». O tra, refiriéndose a su abuela, dijo: «Me enseñó a ser tole-
rante y respetuosa con cualquiera sin tener en cuenta su situación».
Los espectros m anifestaban su o p in ió n sobre diversas cuestiones;
lo más frecuente era que se los usara para apuntalar las pro p ias ideas.

110
E n ocasiones, sus opiniones tenían u n a im portan cia suprem a. A l-
guien aludió así a su recuerdo de una vieja amiga: «Es el últim o v ín cu -
lo que m e queda con el cristianism o en este m o m en to , cuando estoy
p reg u n tán d o m e sobre m is inclinaciones religiosas». H u b o entrevis-
tados que m anifestaron cu án to fortalecían sus espectros su am or
propio: «Mi p ad re y yo sabem os qué orgulloso estaría de lo que he
logrado». M uchos m en cio n aro n el ap o y o em ocional que recibían de
sus espectros: «Es com o si m i abuela me estuviese m irando y me d e-
m ostrara que me quiere a pesar de lo que hago».
E n u n estudio similar, los psicólogos H azel M arkus y Paula N u -
rius hablan del yo posible, de las m últiples consideraciones que hace la
gente acerca de lo que puede, o quiere, o tem e, llegar a ser.33 E n todos
los casos, estos yoes posibles funcionan com o sucedáneos particulares
de o tro s individuos a quienes uno estuvo expuesto, directam ente o a
través de los medios de com unicación. A nálogam ente, los especialis-
tas en relaciones familiares Paul R osenblatt y Sara W right se refieren
a las realidades virtuales que existen en to d a relación íntim a.34 A dem ás
de la realidad com partida p o r una pareja, cada uno tiene in terp reta-
ciones alternativas sobre su vida en com ún que parecerían inacepta-
bles y am enazadoras si las m anifestaran al o tro . Lo característico es
que estas realidades virtuales sean generadas y sustentadas p o r p erso -
nas que están fuera de la relación, posiblem ente m iem bros de la fam i-
lia extensa, pero tam bién personajes de los m edios de com unicación.
P o r ú ltim o , el psicólogo británico M ichael Billig y sus co lab o ra-
dores han estudiado los valores, objetivos e ideales que asum e la
gente en su vida cotidiana,33 y co m p ro b aro n que lo típico es que el
individuo sufra u n conflicto interno: co n tra cada una de sus o p in io -
nes existe una fuerte inclinación en sentido con trario . Las personas
piensan que sus prejuicios están justificados, p ero consideran m alo
ser intolerantes; que debería haber igualdad social, pero que las je-
rarquías deben respetarse; que to d o s los seres hum anos so n básica-
m ente iguales, pero que hay que m an ten er la individualidad. C o n tra
cada u n o de sus valores, objetivos e ideales, el sujeto sostiene asim is-
m o el contrario. Billig afirm a que la capacidad p ara la co n trad icció n
es esencial ante las dem andas prácticas que im p o n e la vida en la so -
ciedad contem poránea. E sta cacofonía de posibilidades virtuales no
carece de consecuencias para una visión ro m án tica o m o d ern ista del
yo, ya que al añadir nuevas voces dispares al p ro p io ser el c o m p ro -
m iso con la identidad se tran sfo rm a en u n logro cada vez m ás ard u o .

111
¡C uán difícil le resulta a un ro m án tico m antener firm e el tim ón de su
afán idealista cuando un coro de voces interiores le canta loas al rea-
lismo, el escepticism o, el hedonism o y el nihilism o! ¿Y acaso puede
el realista confeso, que cree en el p o d er de la racionalidad y la o b ser-
vación, conservar su arrogancia frente a los aprem ios interiores que
p resionan en favor de la aceptación de las em ociones, el sentim iento
m oral, la sensibilidad espiritual o la consum ación estética?
A sí pues, a m edida que la saturación social va instigando la colo-
nización del ser pro p io , cada im pulso tendiente a con fo rm ar la iden-
tidad es som etido a un cuestionam iento creciente: el público in terio r
lo encuentra absurdo, superficial, lim itado o deficiente.

M u l t i i -REÑIA

El hombre moderno sufre una permanente


crisis de identidad, situación que genera en el un
gran nerviosismo.
P e tk r B erg er, B rig ítte B k rg e r y
H a n s p r i e d K e l l n k r , The Iiomeless M ind

Es una soleada m añana de sábado y ha term inado su desayuno de


m uy buen hum or. Es uno de esos pocos días en que puede hacer lo
que le plazca. C ontem pla no sin cierto deleite las diversas alternati-
vas. Tiene que arreglar la puerta que da al patio, lo cual le exigirá acer-
carse hasta la ferretería. Eso po d rá servirle de p retexto para ir a la pe-
luquería, pues hace tiem po que necesita cortarse el pelo, y ya que está
en la zona com ercial, podría com prarle una tarjeta de cum pleaños a
su herm ano, dejar los zapatos en la zapatería para que se los arreglen
y recoger las camisas que llevó a planchar a la lavandería. Sin em bar-
go..., lo que de verdad necesita es hacer u n poco de ejercicio; ¿tendrá
tiem po para co rrer p o r la tarde? ¡Ah!, esto le hace recordar que p o r
la tarde hay un partido para el cam peonato que no quiere perderse.
¿Y el alm uerzo con su ex? H ace tiem po que se lo viene pidiendo, y le
reprocha que nunca la tuviera m uy en cuenta. En to d o caso..., ¿no
convendría que fuese organizando las próxim as vacaciones antes de
quedarse sin las m ejores plazas de hotel? Poco a poco su optim ism o
cede paso a una sensación abrum adora: su día libre se ha transform a-
do en un caos de necesidades y posibilidades que rivalizan entre sí.

112
Si una escena com o ésta nos resulta vagam ente familiar, ello no
hace sino atestiguar los efectos generalizados de la saturación social
y de la colonización del yo. Y lo que es más im portante, entre la ba-
rahúnda de la vida contem poránea se detecta u na nueva constelación
de sentim ientos o sensaciones, una nueva p au ta de conciencia de sí.
A este síndrom e p o d ría denom inárselo m ultifrenia, térm ino con el
que se designa la escisión del individuo en u n a m ultiplicidad de in -
vestiduras de su yo. E ste estado es resultado de la colonización del
y o y de los afanes de éste p o r sacar p artid o de las posibilidades que
le ofrecen las tecnologías de la relación. En tal sentido, se avanza en
una espiral cíclica hasta el estado de m ultifrenia: a m edida que las p o -
sibilidades propias son am pliadas p o r la tecnología, un o recurre cada
vez más a las tecnologías que le perm itirán expresarse, y a m edida que
se utilizan, aum enta el rep erto rio de las posibilidades. Sería un erro r
considerar este estado m ultifrénico com o una enferm edad, p o rq u e
tam bién está preñado de una sensación de expansión y de aventura.
Puede suceder que m u y p ro n to no haya diferencia alguna entre m u l-
tifrenia y «vida norm al».
N o obstante, antes de que pasem os a ese estado oceánico, d eten -
gám onos a considerar ciertos rasgos preem inentes de esta situación,
tres de los cuales m erecen particular in terés.36

El vértigo de la valoración

A raíz del cam bio constante y de la sensación


de estar «desequilibrados», es esencial para h o m -
bres y mujeres desarrollar (...) su capacidad de hacer
frente a los acontecim ientos. A nte to d o , deben
com prender que nunca avanzarán y alcanzarán la
cum bre y aceptar que así debe ser. (...) Tienen que
o to rg ar m áxim a prio rid ad a relajarse y disfrutar de
la vida, a pesar de to d o lo que hay que hacer.

B r u c e A. B a l u w in ,
Stress a n d Technology

La tecnología de la saturación social suprim ió dos de los p rin c i-


pales factores que tradicionalm ente se interp o n ían en las relaciones:
el tiem po y el espacio. A h o ra el pasado p u ed e renovarse de con tin u o

113
(p o r ejem plo, p o r m edio de la grabación, los vídeos y las relecturas)
y la distancia ya no levanta barreras infranqueables para un in te r-
cam bio fluido. P ero, irónicam ente, esta m ism a libertad ha dado o ri-
gen a una esclavitud, pues cada persona, pasión o posibilidad in co r-
p orada im pone u na pena en dos ám bitos: el del ser y el del ser con.
E n el p rim e r caso, al in tro d u c ir a o tro s en el yo se infiltran sus
gustos y preferencias, sus objetivos y sus valores- El in tercam b io
perm anente hace que u n o term ine dedicándose a la cocina siamesa, o
desee la jubilación, o prom ulgue las cam pañas a favor de la vida p as-
toral. A través de los dem ás com enzam os a valorar las harinas in te-
grales, las novelas chilenas o la política com unitaria. Sin em bargo,
com o saben desde hace m ucho tiem p o los budistas, desear es volver-
se esclavo de lo deseado. «Q uerer» algo reduce las propias opciones a
«no querer» tenerlo. Así, a m edida que se sum an al y o los dem ás y
sus deseos se vuelven nuestros, h ay una am pliación de nuestras m e-
tas: de nuestros «debo», nuestros «necesito» y nuestros «quiero». Eso
requiere atención y esfuerzo, y ocasiona frustraciones. C ada nuevo
deseo plantea sus propias exigencias y reduce la libertad del individuo.
Y existe tam b ién la pena del «ser con». A l desenvolverse las re-
laciones, sus partícipes quedan definidos p o r lo que hacen en cada
circunstancia: serán am igos, am antes, m aestros, p artid ario s, etcéte-
ra. M antener la relación significa hacer h o n o r a las definiciones,
ta n to de u n o m ism o com o del o tro . P o r ejem plo, si dos sujetos en -
tablan estrecha am istad, cada u n o adquiere respecto del o tro ciertos
derechos, deberes y privilegios. L a m ayoría de las relaciones h u m a-
nas significativas acarrean una gam a de obligaciones: com unicación
m u tu a, actividades com unes, disposición a co m p artir el solaz del
o tro , m em oria p ara las celebraciones, etcétera. D e este m odo, al
acum ularse y expandirse las relaciones en el tiem po, se increm entan
al m ism o ritm o las llamadas telefónicas que hay que hacer o resp o n -
der, las tarjetas de visita para enviar, las actividades que organizar,
las com idas que p rep arar, la vestim enta que com prar, el maquillaje
que aplicarse o el acicalam iento p erso n al que hay que procurar... Y
cada nueva o p o rtu n id ad que se presenta (esquiar ju n to s en los Alpes,
ir de gira turística a A ustralia, acam par en los A d iro n d ack s, practicar
caza subm arina en las Baham as) tiene sus «costes de o p o rtu n id ad » ,
com o los llam an los econom istas: debe recabarse in form ación, ad-
q u irir el equipo p ertin en te, reservar hotel, tra z a r el itin erario , com -
p ra r los pasajes, trab ajar m uchas m ás horas para dejar el escritorio

114
lim pio, localizar u na buena niñera, alguien que se ocupe del perro ,
alguien que venga a echarle una m irada a la casa de vez en cuando.,.
La liberación se convierte en un vertiginoso to rb ellin o de exigen-
cias.
Esta m ultiplicación de los «debo» es particularm ente n o to ria en
el m undo profesional. E n las universidades de los años cincuenta,
p o r ejem plo, los colegas que trabajaban en el m ism o departam ento
eran vitales para la p ro p ia tarea, y bastaba reco rrer un pasillo para
recibir u n a inform ación, u n consejo, un gesto de apoyo, o algo por
el estilo. Los departam entos universitarios estaban m uy com unica-
dos y eran sum am ente interdependientes; viajar a o tro sitio p ara una
reunión de colegas o visitar otras universidades eran acontecim ien-
tos poco habituales. H o y , p o r el contrario, un académico dinám ico
estará ligado, p o r correo postal y electrónico, llamadas de larga dis-
tancia, m ódem y fax, a o tro s estudiosos de todas partes del m undo
que piensen más o m enos com o él. La cantidad de interacciones p o -
sibles en una m ism a jo rn ad a sólo está lim itada p o r el tiem p o d isp o -
nible. Las tecnologías han estim ulado, adem ás, la aparición de cente-
nares de entidades nuevas, congresos internacionales y el m enudeo
de encuentros profesionales. H ace poco m e decía un colega que si
dispusiera de fondos p o d ría pasarse su año sabático’’' íntegro viajan-
do de un cónclave profesional a otro. U n a situación sem ejante p re -
valece en el m undo de los negocios. Los alcances de las o p o rtu n id a -
des com erciales ya no están lim itados p o r la geografía: la tecnología
perm ite que los proyectos em prendidos abarquen el planeta entero.
(La pasta dentífrica C olgate co n tra el sarro se vende h o y en m ás de
cuarenta países.) La posibilidad de establecer nuevas conexiones y
de adquirir nuevas oportunidades es prácticam ente ilim itada. La
vida cotidiana se ha convertido en un m ar de exigencias que n o s ah o -
gan, sin que se avizore playa alguna.

E l ascenso de la insuficiencia
¡A hora puede Leer los m ejores libros sobre ad -
m inistración de em presas publicados en 1989 en
sólo 15 m inutos!

A nuncio aparecido en US A ir M agazine

115
La angustia de inform ación es generada p o r la
brecha creciente entre lo que abarcam os y lo que
pensam os que deberíam os abarcar.

R i c h a r d Sa ú l W u s m a n ,
Information Anxiety

N o es únicam ente la expansión del yo p o r o b ra de las relaciones


lo que acosa al individuo con u n sentim iento del «deber» p erm an en -
te: existe adem ás una infiltración, en la conciencia cotidiana, de la
d uda sobre sí m ism o, una sutil sensación de insuficiencia que agobia
las actividades que se em prenden con una in cóm oda noción de la v a-
cuidad inm inente. Esta sensación de insuficiencia es un p ro d u cto co -
lateral de la colonización del y o y de la presencia de espectros so -
ciales, pues al in co rp o rar a o tro s d en tro de n uestro ser, se amplía
la gama de lo que consideram os «bueno», «correcto» o «ejemplar».
M uchos acarream os el «espectro del padre», que nos recuerda los
valores de la h o n rad ez y el esfuerzo, o de la m adre, que nos inclina a
ser com prensivos y cariñosos. T am bién es posible que adquiram os
de un amigo el valor de la salud corporal y el ejercicio físico, de una
am ante el autosacrificio, de un m aestro el ideal de lo que hay que co-
no cer para desenvolverse en el m u n d o , etcétera. El desarrollo n o r-
mal le concede a la m ayoría u n am plio abanico de «objetivos para
u na buena vida», y recursos suficientes para alcanzar el bienestar
personal cum pliendo con tales objetivos.
Exam inem os ahora los efectos de la saturación social. La gama
de los amigos y conocidos se expande en form a exponencial; el pa-
sado sigue siendo tan vivido co m o antes; los m edios de com unica-
ción social lo exponen a u n o a u n a vasta serie de nuevos criterios
p ara recalificarse. U n am igo de C alifo rn ia nos recuerda que deb e-
m os relajarnos y gozar de la vida; u n colab o rad o r de O h io com enta
q ue está saliendo adelante gracias al esfuerzo de once horas diarias;
u n pariente de B o sto n hace hincapié en la im p o rtan cia del refina-
m iento cultural; u n colega de W ash in g to n se burla de la falta de as-
tucia política que u n o manifiesta; un fam iliar que volvió de París
n os sugiere q ue concedam os más im p o rtan cia al aspecto personal, y
u n ru b icu n d o cam arada de C o lo ra d o dice que lo m ejo r es volverse
sentim ental.
E n tretan to , los periódicos, las revistas y la televisión arrojan una
andanada de nuevos criterios p ara n uestra propia valoración. ¿Es

116
u no lo bastante aventurado, pulcro, leído, co n o ced o r del m u n d o , es-
belto, buen cocinero? ¿Es suficientem ente cordial con los dem ás,
frugal en sus com idas, preocupado p o r su fam ilia? ¿Tiene lo bastan-
te bajo el colesterol? ¿Se ha deso d o rizad o com o corresponde, fre-
cuenta la peluquería? ¿T om a precauciones suficientes co n tra los la-
drones? La lista es interm inable. Más de u n a vez le oí quejarse a un
su scrip to r de la edición dom inical del N e w Y ork Tim es p o rq u e cada
página de este m am o treto la leían m illones de individuos y, p o r lo
tanto, si al final del día u n o n o había logrado devorarla, estaba en
precaria desventaja respecto de los demás: era u n idiota en potencia
ante m il circunstancias im previsibles.
Pero la am enaza de la insuficiencia n o se lim ita en ab soluto a la
co n fro ntación inm ediata con los com pañeros y los m edios. M uchos
de estos criterios de calificación se in co rp o ran al y o en el cuadro ge-
neral de los espectros sociales y quedan en libertad de hacerse o ír en
cualquier m om ento. El pro b lem a de los valores es que cada u n o de
ellos se desentiende de los restantes. V alorar la justicia, p o r ejem plo,
im plica desoír el valor del am or; aplicarse al deb er significa o lv id ar-
se de la espontaneidad. N in g ú n valor reconoce la trascendencia de
algún o tro. Y lo m ism o ocurre con el coro de los espectros sociales:
cada v oz autorizada se alza para desacreditar a todas las que no cum -
plen con sus requisitos. D e este m odo, todas las voces que discrepan
con el p ro ced er actual de alguien son críticos in tern o s que se burlan
de él, lo ridiculizan y privan a su acción de su consum ación p o te n -
cial. U n o se instala frente al televisor para pasar u n buen rato, y e n -
seguida el coro em pieza a restregarle: «inm aduro», «haragán», «irres-
ponsable»... Si se nos o curre arrellanarnos en el sillón con un buen
libro en tre las m anos, volverem os a escuchar: «sedentario», «inso-
ciable», «ineficiente», «soñador»... V am os a ju g ar al tenis con unos
am igos y se escucha: «seguro que hace u n cáncer de piel», «descuida
sus obligaciones fam iliares», «dem asiado com petitivo», «le falta en -
trenam iento». Se queda hasta m uy tarde en el trabajo y oirá: «adicto
al trabajo», «dem asiado am bicioso», «padre irresponsable», «se está
buscando el infarto». C ad a m om ento va envuelto en la culpa origi-
nada p o r to d o lo que era posible antes pero que ahora ya no hay d e -
recho a pretender.

117
E l receso de la racionalidad
Un grupo de actores sociales que procediesen
racionalmente según sus expectativas podría lle-
gar a tantos resultados diferentes que nadie tuvie-
ra razones apropiadas para actuar.
M a rtin H o llis ,
The Cunning o f Reason

DEUDA DE LOS PAÍSES L A T IN O A M E R IC A N O S: FALTA


DE C O N SE N SO
Calor en las discusiones y frialdad en los
acuerdos, en la reunión de Washington.
Titular del International H era Id Tribu-ne

H a y una tercera dim ensión de la m ultifrenia estrecham ente rela-


cionada con las otras dos, pero que se centra en la racionalidad de las
decisiones cotidianas — en todas aquellas circunstancias en que uno
p rocura ser «una persona razonable»— . U n o p o d ría preguntarse:
¿p o r qué tienen que ir los chicos a la escuela? La respuesta lógica es
que la educación aum enta las o p o rtu n id ad es de trabajo, el nivel de
ingresos y, probablem ente, el sentido de la realización personal. ¿Por
qué tengo que dejar de fum ar?, se in terro g a uno, y la réplica es co n -
tundente: el tabaco causa cáncer y p o r ende fum ar es una form a de
abreviar la vida. P ero todas estas argum entaciones «obvias» lo son
sólo en la m edida en que la identidad de u n o perm anece adscrita a
determ inado gru p o social.
La racionalidad de estas respuestas depende p o r en tero de que se
com partan ciertas opiniones: de que cada uno haya in co rp o rad o los
p u n to s de vista de otros. La identificación con otros enclaves cu ltu -
rales convierte a estas «buenas razones» en «racionalizaciones», «fal-
sa conciencia» o «ignorancia». E n algunas subculturas, la educación
universitaria se considera un pasaporte al convencionalism o burgués:
em pleo oficinesco, casa con jardín en los arrabales y aburrim ien to
crónico. P ara m uchos, fum ar form a parte integral de u n estilo de
vida osado, p ro p o rcio n a una sensación de intensidad vital, excentri-
cidad, rob u sto individualism o. A nálogam ente, ah o rrar dinero para
la vejez es «sensato» en una fam ilia m ientras que en o tra es una to n -
tería que ignora «el desgaste que p ro d u ce la inflación». M uchos oc-

118
cidentales piensan que casarse p o r am o r es la única form a razonable
(y aun im aginable) de casarse, pero los japoneses p u n tu alizan que,
según las estadísticas, los m atrim onios concertados p o r o tro s m o ti-
vos son los más longevos y felices. La racionalidad es consecuencia
de la participación social.
A m edida que se am plían nuestras relaciones, em pero, la validez
de cada racionalidad circunscrita corre peligro. Lo que es racional en
una relación es cuestionable o absurdo desde el p u n to de vista de
otra. La «opción evidente» al hablar con u n colega se convierte en un
disparate al hablar con la esposa o en una trivialidad p ara el am igo
que nos visita esa noche. P o r lo dem ás, com o cada relación aum enta
la capacidad de discernim iento, u n o acarrea consigo una m ultiplici-
dad de expectativas, valores y opiniones antagónicas sobre la «solu-
ción obvia» a ciertas cuestiones. Si se evalúan con cuidado todas las
alternativas, cada decisión es un salto hacia la brum a. L a disyuntiva
de H am let se torna h arto sim plista, p o rq u e lo que está en juego ya no
es ser o no ser, sino a cuál de tantos seres se adhiere uno. T. S. Eliot
em pezó a percibir este problem a cuando su P rufrock encontró «tiem -
po para un centenar de indecisiones/y para u n centenar de visiones y
revisiones,/antes de to m ar un té con tostadas».37
T enem os u n sencillo ejem plo en la tarea, tam bién sencilla, de v o -
tar en las elecciones presidenciales. A m edida que u n o se va relacio-
nando (directa o indirectam ente) con diversas personalidades m as-
culinas o fem eninas, en diversos cam inos de la vida y en distintos
sectores de su país o del m undo, se m ultiplica su capacidad de dis-
cernim iento. C uan d o antes habría recu rrid o a u n conjunto reducido
de criterios racionales o habría visto el asunto desde u n ángulo lim i-
tado, ahora puede aplicar una variedad de criterios y contem plar d i-
ferentes aspectos. Así, q u izá se incline p o r el candidato A p o rq u e ha
prom etido reducir los gastos militares, pero al mism o tiem po se p reo -
cupa de la pérdida que representaría en la seguridad nacional en un
clim a m undial tan inestable. Los planes del candidato B p ara esti-
m ular el desarrollo de la em presa privada pueden ser racionales d es-
de cierto p u n to de vista, pero el aum ento de los im puestos podría
gravar desm esuradam ente a las familias de clase media. P o r o tro
lado, hay buenos m otivos para suponer que la reducción del p resu -
puesto m ilitar que po stu la A favorecerá el objetivo de B de reactivar
la econom ía, en ta n to que los cam bios que p ro p o n e B en las c o n tri-
buciones im positivas harían innecesaria la reducción de los gastos

119
W A S H ÍN G T ^ < 0 N „ MurJi Man Stamaty
EN SU MENTE BULLEN IMAGENES E N S U S P IA L 0 G O S C O N P E R S O N A S
S U E E N T E N D IA N M E N O S Q U E EL
PE TODA CLASE PE COSAS: ^ f g g S g s S ^ P A R E C IA S U M A M E N T E E L O C U E N T E
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9iLWHMiOM|f f s = ^ |É 7 t í $ !
MO TEN IA Nt ID EA D E LO Q U E E 6 T A B A J |F a LA NOCHE. SIN EMBARGO, NO QUEÍÍ/i VOTA* A JN CANPIPATO
A LA rXESIPEM O A BASÁND O SE EM SU
CXC1ENDO, PERO NO PODÍA ,* í# j SEATimíE WrABA______ ATRACTMO NI EM SU CORTE DE fELO.
REFRENARSE YAHE'/ISTO^ ¿V E R ÍA COMPREKPER EM PROFUNDIDAD
m W R S & a M . „1 IO N E S DE HCI?as LA S CUESTIONES ECONÓMICAS. PERO
^BTENIENPtfV ü f f » flg W ?
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H W 'n « j6 « A M A s OE ACUELLO I9A A LLEVARLE M Á S TXMPO

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m ilitares. U n o de los criterios posibles nos llevaría a votar al candi-


dato A p o rq u e parece inteligente, pero de acuerdo con o tro criterio
sus ideas resultan dem asiado com plicadas, difíciles de instrum entar
y alejadas de la realidad, El candidato B tiene una personalidad agra-
dable, que le perm itirá sin duda o b ten er el apoyo p o p u lar para sus
propuestas, p ero en o tro sentido su afabilidad sugiere que es incapaz
de m antener una postu ra firm e. Y así sucesivamente.
D e manera que el aum ento de los criterios de racionalidad no im-
plica de suyo form arse u n juicio claro y unívoco sobre los candidatos.
Más bien lo que sucede es que el grado de com plejidad aum enta a tal
punto que resulta imposible asum ir una posición coherente desde el
punto de vista racional. En la práctica, al aum entar la colonización del
yo, la elección en favor de un candidato se aproxim a a la arbitrariedad:
da lo mismo tirar una m oneda a cara o cruz que em peñarse diligente-
mente en llegar a la solución buscada. N os acercamos así a una situa-
ción que priva de sentido a la idea misma de «elección racional».

Vemos, pues, que a lo largo del siglo xx se ha p ro d u cid o un cam -


bio abismal en el carácter de la vida social. A través de u n conjunto

120
de nuevas tecnologías, el m u n d o de las relaciones se ha ido satu ran -
do más y más. Participam os con creciente intensidad en una avalan-
cha de relaciones cuyas transfiguraciones presentan una constante
variedad. Y esta m ultiplicidad de relaciones trae consigo una tran s-
form ación en la capacidad social del individuo tan to para saber acer-
ca de com o para saber cómo. El sentido relativam ente coherente y
unitario que tenía del yo la cultura tradicional cede paso a m últiples
posibilidades antagónicas. Surge así un estado m ultifrénico en el que
cada cual nada en las corrientes siem pre cam biantes, concatenadas y
disputables del ser. El individuo arrastra el peso de un fardo cada vez
más pesado de im perativos, dudas sobre sí m ism o e irracionalidades.
R etrocede la posibilidad de un rom anticism o apasionado o de un
m odernism o vigoroso y unívoco, y queda abierto el cam ino para el
ser posm oderno.

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