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Gergen
El yo saturado
Dilemas de identidad
en el mundo contemporáneo
PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
T í t u lo origi n a l: The Seiturated Self. Dilemmas of Idenlity in Contemporary Life
T ra d u c c ió n de L e a n d ro W o lfso n
C u b ie r t a de M a r io Esk e n a z i
Prefacio................................................................................................. 11
N o ta s ....................................................................................................... 353
A utorizaciones....................................................................................... 387
índice analítico y de n o m b res............................................................389
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C apítulo 1
EL ASEDIO DEL YO
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pachos p o r correo electrónico, visitas de estudiantes y un colega de
Chicago que quería conocer nuestro predio universitario. Al con-
cluir la jornada, por si me hubiera faltado algún estímulo, el radioca-
sete del coche aguardaba mi tram o de vuelta a casa. Al llegar noté
que el césped estaba demasiado crecido y que las paredes de la vi-
vienda pedían a gritos una mano de pintura; pero yo no estaba para
aquellos menesteres: tenía que contestar la correspondencia del día,
m irar los periódicos y hablar con mis familiares, ansiosos p o r con-
tarm e lo que habían estado haciendo. Q uedaban aún los mensajes
del contestador automático, más llamadas de amigos, y la tentadora
televisión, incitándom e a huir desde sus veintiséis canales. ¿Pero
cómo podía huir posponiendo tantas obligaciones vinculadas con
mis artículos, la correspondencia y la preparación de los cursos? In -
merso en una red de conexiones sociales que me consumían, el re-
sultado era el atontam iento.
Tal vez los profesores universitarios seamos gente más ocupada
que la mayoría; después de todo, la com unicación es un hecho cen-
tral de la docencia y la investigación. Sin embargo, mi estado de in-
mersión social dista de ser anómalo; en verdad, si se com para a un
profesor con muchos hom bres de negocios y otros profesionales, se
com probará que disfrutan de un grado considerable de aislamiento.
Los signos de esta inm ersión social aparecen p o r todos lados:
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• Se ha calculado que en la actualidad visitan D isney W orld más
de veinte millones de turistas al año, procedentes de todo el globo (el
Independent, de Londres, predice que para el año 2000 el turism o
será la industria más im portante del m undo).1
• T itular de USA Today: «Si se está preguntando en qué lugar
del m undo le gustaría cenar...», seguido de una detallada descrip-
ción de los principales restaurantes de siete países europeos y asiá-
ticos.
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su niñez y de los goces de una vida pasada entre un círculo reducido
de relaciones humanas que eran siempre las mismas. De niña, casi
todas las personas a quienes veía le eran conocidas. La mayoría de
esas relaciones eran cara a cara; las visitas a los amigos se hacían a pie
o en carruaje. Si uno tenía el propósito de ir de visita, era esencial
que lo hiciera saber antes enviando una tarjeta. Recordaba todavía la
emoción que sintió la familia cuando su padre anunció que dentro
de poco iban a instalar un aparato llamado teléfono, y que entonces
podrían hablar con los vecinos que vivían a tres manzanas de distan-
cia sin necesidad de salir de casa.
El contraste que ofrece aquello con un día cualquiera en mi estu-
dio pone de relieve que soy una víctima (o un beneficiario) de los
profundos cambios habidos en el curso del siglo xx. Las nuevas tec-
nologías perm iten m antener relaciones, directas o indirectas, con un
círculo cada vez más vasto de individuos. En muchos aspectos, esta-
mos alcanzando lo que podría considerarse un estado de saturación
social.
Los cambios de esta magnitud rara vez se limitan a un sector: re-
verberan en toda la cultura y se van acum ulando lentamente hasta
que un día caemos en la cuenta de que algo se ha trastocado y ya no
podrem os recuperar lo perdido. Si bien algunos de estos efectos son
desquiciantes, mi exploración principal en este libro es más sutil y
evasiva: específicamente, lo que quiero es examinar el im pacto de la
saturación social en la manera com o conceptualizam os nuestro yo y
las pautas de vida social que le son anexas. N uestro vocabulario rela-
tivo a la com prensión del yo se ha modificado notoriam ente a lo lar-
go del siglo, y con él eí carácter de los intercambios sociales. Pero la
creciente saturación de la cultura pone en peligro todas nuestras pre-
misas previas sobre el yo, y convierte en algo extraño las pautas de
relación tradicionales. Se está forjando una nueva cultura.
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C o n c e p t o s c a m b ia n t e s d e l y o
¿Por qué son tan decisivas para nuestra vida las caracterizaciones
que hagamos de nuestro yo — de nuestra manera de hacernos ase-
quibles a los otros— ? ¿Cuál es el motivo de que los cambios que so-
brevienen en estas caracterizaciones sean temas de interés tan pre-
ponderante? Veamos.
La pareja se halla en un m om ento decisivo de su relación. H an
disfrutado m utuam ente de su com pañía durante varios meses, pero
jamás hablaron de lo que sentían. Ahora, ella tiene una imperiosa
necesidad de expresar sus sentimientos y aclararlos, pero... ¿qué ha
de decir? Cierto es que dispone de un extenso vocabulario para ex-
presarse a sí misma; por ejemplo, podría declarar púdicamente que
se siente «atraída» por él, o «entusiasmada», o «deslumbrada», o «su-
mamente interesada». Si cobra valor, tal vez le diga que está «muy
enamorada», o bien, si se anima, que está «subyugada» o «locamen-
te apasionada». Le afloran a la punta de la lengua térm inos como
«alma», «deseo», «necesidad», «ansia», «lujuria». A hora bien: ¿sabrá
escoger las palabras correctas en ese delicado instante?
La cuestión es grave por cuanto el destino de la relación está p en -
diente de un hilo: cada térm ino tiene distintas implicaciones para el
futuro. D ecir que se siente «atraída» por él es guardar cierta reserva;
sugiere m antener distancias y evaluar la situación. Decir que está
«entusiasmada» denota u n futuro más racional; «deslumbrada» y
«sumamente interesada» son com parativam ente térm inos más diná-
micos, pero no sensuales. En cambio, decir que está «enamorada»
podría indicar cierta irracionalidad o descontrol. Es expresión, ade-
más, de una dependencia emocional. Si agrega que está «locamente
enamorada», el tipo podría asustarse e irse: tal vez lo único que que-
ría era pasar un buen rato. Si se anima a introducir términos que hagan
referencia a su «alma» o a su «lujuria», la relación podría avanzar por
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senderos muy diferentes. Vemos, pues, que su expresión de sí misma
lleva implícitas consecuencias sociales.
N uestro idioma dispone de un vocabulario riquísimo para la ex-
presión de las emociones, pero... ¿qué ocurriría si se abandonasen al-
gunos térm inos? ¿Q ué pasaría si no se dispusiera más de la expre-
sión «estar enamorado» ? Es una frase m uy útil si uno quiere avanzar
hacia una relación profunda y com prom etida: pergeña un cuadro fu -
turo significativo e invita al otro a tom ar partido. N o cumple el mis-
mo fin decir que uno es «atraído» p o r otra persona, o que está «en-
tusiasmado» p o r ella, o que «le interesa». Con el «estar enamorado»
puede alcanzarse una relación tal que no sea accesible con sus riva-
les. Análogamente, las otras expresiones pueden servir para otros fi-
nes: por ejemplo, para poner distancia, o para limitar la relación al
plano físico. A bandonar cualquiera de estos térm inos o frases signi-
fica perder un margen de m aniobra en la vida social.
Al ampliar el vocabulario de expresión de uno mismo se vuelven
posibles otras opciones en el campo de las relaciones humanas. En la
actualidad no hay en inglés ningún térm ino que describa suficiente-
mente bien una relación apasionada y perm anente, pero periódica, y
no cotidiana. Si una pareja desea encontrarse de vez en cuando, pero
quiere que estas ocasiones sean «profundamente conmovedoras» para
ambos, carecen de una alternativa que viabilice la expresión de lo
que desean. Los térm inos «atracción», «entusiasmo», etcétera, no
describen un intercambio profundam ente conm ovedor, y si uno
dice que «está enamorado» no da cabida a que se acepten con indife-
rencia las distancias periódicas. A medida que se expande el vocabu-
lario de la expresión del yo, tam bién lo hace el repertorio de las rela-
ciones humanas.
Ludwig W ittgenstein, el filósofo de Cam bridge, escribió en una
oportunidad: «Los límites del lenguaje (...) significan los límites de
mi m undo».2 Esta concepción tiene una particular validez para el
lenguaje del yo. Los térm inos de que disponemos para hacer asequi-
ble nuestra personalidad (los vinculados a las emociones, motivacio-
nes, pensamientos, valores, opiniones, etcétera) im ponen límites a
nuestras actuaciones. U na relación rom ántica no es sino una entre la
m ultitud de ocasiones en que nuestro vocabulario del yo se insinúa
en la vida social. Considérese lo que sucede con nuestros tribunales
de justicia. Si no creyéramos que la gente posee «intenciones», la
m ayoría de nuestros procedim ientos jurídicos carecerían de sentido,
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ya que en gran medida determ inam os en función de las intenciones
la culpa o la inocencia. Si uno sale de caza y le apunta a un oso pero
por accidente mata a otro aficionado que andaba p o r allí, probable-
mente se sienta culpable el resto de su vida, pero no recibirá un gran
castigo: no era su «intención» m atar al colega. Si en cambio le apun-
ta con el arm a y lo mata «intencionadamente», no será difícil que
pase el resto de su vida en prisión. Si renunciáramos al concepto de
intención —aduciendo que todas nuestras acciones son el producto
de fuerzas que escapan a nuestro control—, perdería im portancia la
diferencia de los objetivos perseguidos en uno y otro caso.
En el campo de la educación, basta pensar en las dificultades que
ocasionaría que los maestros renunciasen a hablar de la «inteligen-
cia» de los alumnos, de sus «objetivos», de su «grado de atención» o
de sus «motivaciones». Estas caracterizaciones perm iten discriminar
entre sí a los alumnos para prestarle a cada uno una atención parti-
cular, en form a de recompensa o de castigo. C onstituyen el vocabu-
lario de la advertencia y el elogio, y cumplen un papel fundamental
en la política educativa. Si no creyésemos que el yo de cada cual está
constituido por procesos tales com o la «razón», la «atención», etcé-
tera, el sistema educativo se vendría a pique por falta de sustento.
Análogamente, los sistemas de gobierno dem ocrático dependen de
la adhesión de los ciudadanos a determinadas definiciones del yo.
Sólo tiene sentido que los individuos voten si se presume que poseen
un «juicio independiente», una «opinión política propia» y que «de-
sean el bien común». Difícilmente podrían continuar sustentándose
las instituciones de la justicia, la educación y la democracia sin cier-
tas definiciones com partidas de lo que es el yo.3
El lenguaje del yo individual está entram ado también práctica-
mente en la totalidad de nuestras relaciones cotidianas. Al hablar de
nuestros hijos nos apoyam os en nociones com o las de «sentimien-
tos», «necesidades», «temperamento» y «deseos». En el matrim onio,
cada uno de los cónyuges se define a sí mism o diciendo que está
«com prom etido» con su pareja, o que siente «amor» o «confianza»
hacia ella, o que está viviendo un «romance». E n nuestras am ista-
des hacemos uso frecuente de térm inos com o «simpatizar» o «tener
respeto» por el otro. Las relaciones industriales están imbuidas de
«motivaciones», «incentivos», «racionalidad» y «responsabilidad».
Los clérigos tendrían dificultad para tratar con los que concurren a
su parroquia si no dispusieran de palabras como «fe», «esperanza» y
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«conciencia moral». D icho más directam ente, sin el lenguaje del yo
— de nuestros caracteres, estados y procesos— la vida social sería
virtualm ente irreconocible.
E l y o : d e l a c o n c e pc ió n r o m á n t ic a a l a po s m o d e r n a
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concepto mismo de «yo auténtico», dotado de características reco -
nocibles, se esfuma. Y el yo plenam ente saturado deja de ser un yo.
Para contrastar este enfoque del yo con el rom ántico y el m oder-
no, equipararé la saturación del yo con las condiciones inherentes al
posmodernismo. Al ingresar en la eraposm oderna, todas las concep-
ciones anteriores sobre el yo corren peligro, y con ellas, las pautas de
acción que alientan. El posm odernism o no ha traído consigo un nue-
vo vocabulario para com prendernos, ni rasgos de relevo p o r descu-
brir o explorar. Su efecto es más apocalíptico: ha sido puesto en tela
de juicio el concepto mism o de la esencia personal. Se ha desm ante-
lado el yo com o poseedor de características reales idcntificables
com o la racionalidad, la em oción, la inspiración y la voluntad.
Sostengo que esta erosión del yo identificable es apoyada p o r una
amplia gama de concepciones y de prácticas, y se manifiesta con ellas.
E n líneas más generales, el posm odernism o está signado p o r una
pluralidad de voces que rivalizan p o r el derecho a la existencia, que
com piten entre sí para ser aceptadas com o expresión legítima de lo
verdadero y de lo bueno. A m edida que esas voces amplían su poder
y su presencia, se subvierte todo lo que parecía correcto, justo y ló -
gico. E n el m undo posm oderno cobram os creciente conciencia de
que los objetos de los que hablamos no están «en el m undo», sino que
más bien son el p rod u cto de nuestras perspectivas particulares. P ro -
cesos com o la em oción y la razón dejan de ser la esencia real y signi-
ficativa de las personas; a la luz del pluralism o, los concebim os com o
im posturas, resultado de nuestro m odo de conceptualizarlos. E n las
condiciones vigentes en el posm odernism o, las personas existen en
un estado de construcción y reconstrucción perm anente; es un m u n -
do en el que todo lo que puede ser negociado vale. Cada realidad del
yo cede paso al cuestionam iento reflexivo, a la ironía y, en última
instancia, al ensayo de alguna otra realidad a m odo de juego. Ya no
hay ningún eje que nos sostenga.
¿H abrá que tom ar en serio todo lo que estamos apuntando sobre
el «cambio dram ático» y la «desaparición»? D espués de todo, segui-
mos hablando de nosotros mismos más o m enos com o lo hacíamos
el año pasado, o aun veinte años atrás. Y todavía podem os leer a Dic-
kens, Shakespeare y Eurípides con el convencim iento de que com -
prendem os a sus personajes y las acciones que llevan a cabo. ¿Por
qué habríam os de prever ahora alteraciones drásticas, aunque este-
mos cada vez. más saturados po r nuestro entorno social? Esta p re-
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gunta es im portante, y la respuesta, un preludio indispensable para
lo que sigue.
Los estudios sobre el concepto del yo vigente en otras culturas y
períodos históricos pueden com enzar a revelarnos hasta qué p u nto
pueden ser frágiles e históricam ente fluctuantes nuestras actuales
concepciones y costumbres. C om probarem os que lo que la gente con-
sidera «evidente» acerca de sí misma es de una variedad enorm e, y
que m uchas de nuestras trivialidades actuales son de una novedad
sorprendente. Veamos algunos ejem plos de esta variación y de este
cam bio.
La l o c a l iz a c ió n c u l t u r a l d e l y o
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nerales, y es la categoría social la que cobra im portancia decisiva en
la vida cultural. E n las palabras de G eertz: «N o es (...) su existencia
com o personas, su inm ediatez o su individualidad, ni su efecto p ar-
ticular e irrepetible en el curso de los hechos históricos lo que cobra
preem inencia o se destaca sim bólicam ente, sino su situación social,
su particular localización d en tro de u n orden metafísico persistente,
en verdad eterno».5 Para un balines, am ar o despreciar, honrar o
hum illar a alguien teniendo en cuenta un estado determ inado de su
mente individual (sus sentim ientos, intenciones, racionalidad, etcé-
tera) sería algo rayano en lo disparatado. N ad ie se relaciona con un
individuo personalizado, sino con lo que en nuestra cultura occi-
dental consideraríam os un ser despersonalizado.
Según puntualizam os anteriorm ente, las maneras de hablar están
insertas en las formas de vida cultural. Veamos, p o r ejemplo, las cos-
tum bres de los balineses en la form a de designar a las personas. En
Occidente, cada individuo recibe al menos un nom bre que lo identifi-
cará toda su vida; para los balineses, en cambio, los nom bres se aplican
prim ordialm ente para designar a los grupos a que pertenece el indivi-
duo. Los bebés no reciben u n nom bre propio hasta que han transcu-
rrido 105 días desde su nacimiento, y ese nom bre sólo se usa esporá-
dicamente para referirse a ellos; una vez que llegan a la adolescencia,
desaparece casi tal denom inación y se ponen en circulación otros ape-
lativos, que designan sobre todo la posición social. H ay nom bres que
indican el orden de nacimiento del individuo: W ayan es el del p rim o -
génito, N io m an el del segundo hijo, etcétera. H ay tam bién nom bres
de parentesco que designan al grupo generacional al que se pertenece.
En ese sistema, cada sujeto contesta al nom bre que reciben todos los
herm anos y prim os pertenecientes a la misma generación.
U na de las designaciones más notables es el «tekónim o», u n apela-
tivo que cambiará varias veces en el transcurso de la vida. A un adul-
to, cuando se convierte en padre o madre, se le llama «padre de...» o
«madre de...» (seguido del nom bre del hijo). Luego, cuando nace un
nieto, el nom bre vuelve a adaptarse: «abuelo de...» o «abuela de...», y
así sucede de nuevo cuando nace un bisnieto. Entretanto, los títulos re-
feridos al estatus indican la posición social de cada uno, y los títulos
públicos indican su función o el servicio que cum ple en la com unidad
(por ejemplo, encargado de la correspondencia, carretero o político).
Esta visión del yo inserto en lo social se pone de relieve asimismo
en las pautas de relación. C o m o el grupo social tiene una im p o rtan -
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cia fundam ental, las relaciones suelen ser generales y formales, más
que específicas y personales. En la cultura occidental, preocupados
com o estamos por la singularidad de cada individuo, norm alm ente
prestam os más atención al estado de ánimo m om entáneo de nues-
tros amigos. C ontinuam ente nos inquieta lo que «sienten» en ese
m om ento, lo que «piensan», etcétera. A m enudo las amistades nos
parecen imprevisibles y preñadas de posibilidades; nunca sabemos en
qué pueden derivar. E n cambio, entre los balineses las relaciones son
consideradas vínculos entre representantes de distintos grupos o cla-
ses. C om o consecuencia, tienden a ser ritualizadas. Es posible que se
repitan, una y otra vez, determ inadas pautas de acción, donde sólo
cam bian los personajes. N o es probable que sucedan desenlaces ines-
perados. Los occidentales sólo llevamos a cabo rituales semejantes
con los individuos cuando desempeñan su papel profesional: el mé-
dico, el mecánico del coche, el cam arero de un restaurante (pero ni
siquiera estas relaciones ritualizadas pueden sustraerse a la intensa
inclinación en favor de la personalización, com o cuando el cam are-
ro se nos presenta diciéndonos su nom bre). En Bali, según Geertz,
aun las amistades más estrechas se desarrollan entre ceremonias de
buenos modales.
N o sólo varía de una cultura a otra el énfasis puesto en la indivi-
dualidad,6 sino tam bién los supuestos sobre cóm o se puede caracte-
rizar a una persona. Tom em os las em ociones. Las expresiones em o-
cionales de la cultura occidental pueden clasificarse en m enos de una
docena de categorías amplias. Podem os enunciar legítimamente, por
ejemplo, que sentimos rabia, repugnancia, tem or, goce, am or, triste-
za, vergüenza o sorpresa (o utilizar algunos térm inos equivalentes,
com o decir que estamos «deprim idos» en lugar de decir que sentimos
«tristeza»)/ Además, consideram os que estos térm inos representan
elementos biológicamente estables; que la gente tiene el atributo de
expresar esos sentim ientos, y que literalm ente podem os «ver» en el
rostro de la gente la expresión de esas emociones. U n adulto que no
fuera capaz de sentir tristeza, tem or o am or, p o r ejemplo, sería con-
siderado un psicópata o un autista.
N o obstante, al examinar otras culturas tom am os penosa con-
ciencia de lo ridículos que son estos «elementos biológicam ente es-
tables». En algunas de ellas, a los investigadores se les hace difícil
identificar térm inos relativos a los «estados de ánimo»; en otras, el
vocabulario es muy lim itado, y sólo dedica uno o dos térm inos a lo
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que los occidentales llamam os emociones. H ay otras que utilizan
m uchos más térm inos que nosotros para describir las emociones. Y
a m enudo, cuando otra cultura posee térm inos que parecen corres-
ponderse con los nuestros, los significados de esos térm inos son
m uy diferentes.8
T om em os com o ejem plo el pueblo de los ilo n g o t, al n o rte de
las Filipinas, para quienes uno de los elementos fundam entales de la
psique del hom bre m aduro es un estado que denom inan liget. Según
lo describe la antropóloga M ichelle Rosaldo, seria más o menos equi-
valente a los térm inos con que designamos la «energía», la «ira» y la
«pasión».9 Sin em bargo, ese estado no se identifica con ninguno de
nuestros térm inos ni corresponde a una posible com binación entre
ellos. El liget es una característica propiam ente masculina, cuya ex-
presión no nos resulta a nosotros ni siquiera imaginable. Poseído
p o r el liget, un joven ilongot puede echarse a llorar, o ponerse a can-
tar, o expresar mal hum or. A lo m ejor rechaza ciertos alimentos, la
em prende a cuchilladas contra los canastos, lanza gritos furiosos, de-
rram a el agua o evidencia com o sea su irritación o su confusión. Y
cuando el liget llega a su apogeo, se verá com pelido a cortarle la ca-
beza a un nativo de la tribu vecina. U na vez que haya hecho esto,
siente que su liget se ha transform ado y es capaz de transform ar a
otros. Su energía aumenta, siente el deseo del sexo y adquiere un
sentido p ro fundo de sus conocim ientos. Sin duda nos cuesta im agi-
nar que el liget sea u n elem ento básico de la constitución biológica,
que acecha de alguna manera dentro de nosotros, busca expresarse y
permanece inhibido bajo las capas artificiales de la civilización. El li-
get es una construcción propia de la cultura ilongot, del mismo
m odo que los sentim ientos de angustia, envidia o am or rom ántico
son una construcción propia de la nuestra.
El y o a l o l a r g o d e l a h is t o r ia
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to. Si lo que consideram os hitos sólidos sobre el ser hum ano resul-
tan ser productos colaterales de un determ inado condicionam iento
social, mas valdría reconocer que tales «hitos» son suposiciones o
mitos. Confían, pues, en que la conciencia histórica nos libere de la
prisión donde nos m antienen encerrados nuestras consideraciones
de lo que es la com prensión.10
Para muchos historiadores, la preocupación occidental p o r el in -
dividuo y su singularidad es a la vez extrema y restrictiva. ¿C óm o
llegó nuestra cultura a asignar tanta im portancia al yo individual?
U no de los estudios más interesantes de esta evolución es el de John
Lyons, quien expone que la posición central del yo se asienta com o
producto del pensam iento de fines del siglo x v m ." Antes de esa fe-
cha, las personas tendían a concebirse a sí mismas com o especímenes
de categorías más generales: m iem bros de una religión, clase, profe-
sión, etcétera. N i siquiera el alma —dice Lyons— era una posesión
estrictam ente individual: im buida p o r D ios, la había introducido
en la carne m ortal p o r un período transitorio. Sin em bargo, a fines
del siglo x v m la sensibilidad com ún com enzó a cambiar, y puede
hallarse buena prueba en fuentes tan diversas com o los tratados filo-
sóficos, las biografías, las reflexiones personales y los relatos de va-
gabundos y aventureros.
Exam inem os los inform es de los viajeros que volvían de países
exóticos. D urante siglos — aduce Lyons— , los viajeros narraban lo
que se suponía que cualquiera debía contar, ya que hablaban com o
representantes de todos; pero en esa época (fines del siglo xvm ) la
m odalidad misma de los relatos em pezó a cambiar. Boswell, al des-
cribir su visita a las H ébridas, se ve impelido a relatar con particular
detalle to d o aquello que lo conm ovió personalm ente: escribe exten-
samente acerca de sus sentim ientos y de los m otivos que lo llevaron
a conm overse. Fue en esta época cuando la gente em pezó a «dar un
paseo con el único fin de hacer un paseo (...) no para llegar a ningún
lado (...) Porque el hecho de contem plar el paisaje se convirtió en
una afirm ación de sí mismo más que en un proceso para aprehender
el m undo natural».12 Esta concepción del yo individual es la que aho-
ra ha invadido virtualm ente todos los rincones de la vida cultural de
O ccidente.
Al m ism o tiem po, el conjunto de características atribuidas al yo
individual tam bién se m odificó notoriam ente a lo largo de los siglos,
desapareciendo las que se valoraban antaño y ocupando su lugar
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otras nuevas. Tom em os el caso del niño. H oy so cree que los bebés
nacen con la facultad de sentir muchas emociones, aunque aún no
hayan desarrollado su capacidad para el pensam iento racional. En
O ccidente, los padres suponen que sus hijos no manifiestan capaci-
dad para el pensam iento abstracto antes de los tres años, y creen que
la m ente del niño debe «m adurar».13 Sin em bargo, durante gran par-
te de la historia de O ccidente (más o menos hasta el siglo xvn, com o
ratifica el historiador Philippc Aries), no se pensaba que la niñez
fuese un estado de inm adurez, diferente o extraño al estado adulto.14
El psicólogo holandés J. H . Van den Berg refiere que lo usual era
considerar al niño com o un adulto en m iniatura, u n ser que se halla-
ba en plena posesión de las facultades de un adulto, y sim plem ente
carecía de la experiencia para aprovecharlas.1” D e ahí que M ontaig-
ne, en su ensayo sobre la educación de los niños, propusiera in tro -
ducir el razonam iento filosófico a m uy tem prana edad, ya que, de-
cía, «desde el m om ento en que es destetado el niño ya es capaz de
entenderlo».16 M ás adelante, Jo h n Locke sostuvo que los niños an-
helan «ser cordialm cntc inducidos a razonar», pues «com prenden el
razonam iento tan pro n to com o el lenguaje mismo; y, si no he obser-
vado mal, les gusta ser tratados com o criaturas racionales».17 Esta
com prensión del niño guardaba correspondencia con determinadas
pautas de conducta. M ontaigne m enciona en sus escritos al hijo de
un amigo, un niño que leía griego, latín y hebreo a los seis años y tra-
dujo a Platón al francés antes de cum plir los ocho. A ntes de los ocho
años, G oethe sabía escribir en alemán, francés, griego y latín. En las
clases privilegiadas, era corriente leer y escribir a los cuatro años; los
niños leían la Biblia y podían debatir complejas cuestiones de princi-
pios morales antes de los cinco. A través de la lente de las concep-
ciones contem poráneas sobre la «m aduración de la mente», esas fa-
cultades rayan en lo incom prensible.
O tras obras históricas se han ocupado de exam inar los conceptos
culturales sobre la m aternidad. En la época m oderna consideram os
que el am or de una madre p o r sus hijos representa un aspecto fu n -
dam ental de la naturaleza humana, así com o que las emociones tie-
nen una base genética. Si una madre no m uestra am or p o r sus hijos
(por ejemplo, si los abandona o los vende), nos parece inhum ana.
(C uriosam ente, no consideram os tan «antinatural», por lo com ún,
que un hom bre abandone a su esposa e hijos.) N o obstante, la histo-
riadora francesa Elisabeth Badintcr sostiene que no siempre fue así.is
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En Francia e Inglaterra, durante los siglos xvn y xvm los niños vi-
vían en form a marginal. Los escritos de la época ponen de relieve
una generalizada antipatía hacia ellos, porque nacían en el pecado,
significaban un fastidio insoportable y, en el m ejor caso, sólo servían
para jugar o para convertirse en el futuro en labradores. Entre los
pobres, que no practicaban el aborto ni tenían fácil acceso al control
de la natalidad, abandonar a u n hijo era una costum bre difundida. A
todas luces, el concepto de «instinto maternal» habría parecido ex-
traño en estas sociedades.
Más aún, incluso la lactancia del niño era vista en muchos círcu-
los com o una pérdida de tiem po para la madre. Si la familia era lo
bastante rica, el recién nacido era enviado al cam po la m ayoría de las
veces para que alguna nodriza se ocupara de él; y a raíz de los malos
tratos que recibían de estas nodrizas, o de que la leche que les daban
no fuera alimento suficiente, era m uy com ún que estos niños m urie-
ran. Esas m uertes infantiles se tom aban com o un asunto de rutina,
ya que a la larga o a la corta un niño era reem plazado p o r otro; los
diarios íntim os, al relatar las costum bres familiares, m uestran que la
m uerte de un niño causaba tan poca inquietud en la familia com o la
de un vecino, o menos; incluso las actividades económicas de la fa-
milia a lo largo de aquella jornada ocupaban más espacio. B adinter
cita a M ontaigne: «Dos o tres de mis hijos m urieron mientras esta-
ban con sus nodrizas; no diré que estas m uertes no me causaran al-
gún pesar, pero ninguna me acongojó dem asiado».19 La conclusión
de B adinter es que el concepto del am or m aterno instintivo es un
producto de la evolución reciente de O ccidente.
El l e n g u a je y l o s esc o l l o s c o n q u e t r o pie z a e l y o
34
las fuerzas que, contra todas las «verdades acerca del yo», han lanza-
do las tecnologías del siglo xx?
El escéptico replicará: «Es cierto que podem os encontrar todas
esas variantes en las concepciones y 3as costum bres a que se ha hecho
alusión, pero la historia cultural de O ccidente es de antigua data y
nuestras maneras tradicionales de hablar y de actuar tienen hondo
arraigo. N o es probable que sobrevengan grandes cambios». U n ejem-
plo final, em pero, indicará la rapidez con que se están sucediendo
esos cam bios, incluso en nuestro siglo. C onsidérense las siguientes
caracterizaciones aplicables al yo:
Todos estos térm inos son de uso corriente en las profesiones que
se ocupan de la salud mental, así com o en un sector significativo de
la población, cuando se quiere atribuir un sentido al yo. D os rasgos
de esta lista merecen m ención especial. En prim er lugar, estos térm i-
nos se han incorporado al uso corriente en el siglo xx (algunos de
ellos, incluso, en la última década). En segundo lugar, todos corres-
ponden a defectos o anomalías. Desacreditan al individuo, al hacer
que se repare en sus problem as, fallos o incapacidades. Resum iendo,
el vocabulario de las flaquezas humanas ha tenido una expansión
enorm e en esc siglo: ahora disponem os de innum erables térm inos
para localizar defectos en nosotros mismos y en los demás, que des-
conocían nuestros bisabuelos.
La espiral ascendente de la term inología sobre las deficiencias
humanas puede atribuirse a la «cientificación» de la conducta que ca-
racteriza a la era moderna. Al tratar de explicar los com portam ien-
tos indeseables, los psiquiatras y psicólogos dieron origen a un vo-
35
cabulario técnico de las deficiencias que se fue difundiendo entre el
público en general, de m odo tal que to d o el m undo se ha vuelto
consciente de los problem as de la salud mental. Y no sólo se ha ad-
quirido un nuevo vocabulario, sino que a través de él se ha llegado a
verse uno a sí mismo y a los demás de acuerdo con esa term inología,
juzgándose superior o inferior, digno o no de adm iración o de adhe-
sión. (¿En qué medida puede confiarse en una. personalidad adicti-
va}, ¿cuánta devoción despierta un m aníaco-depresivo?, ¿contrata-
ríamos a un bulímico en la empresa?, ¿se puede sentir aprecio p o r
una histérica?) Y lo que es peor, al producirse este cam bio en la ma-
nera de interpretar a los otros, se pone en marcha una espiral cíclica
de debilitam iento personal, ya que cuando la gente se concibe a sí
misma de ese m odo, term ina por convencerse de que es indispensa-
ble contar con un profesional que la trate. Y al solicitarse a los p ro -
fesionales una respuesta a los problem as de la vida, aquéllos se ven
presionados a desarrollar u n vocabulario aún más diferenciado e his-
toriado. Entonces este nuevo vocabulario es asimilado p o r la cultu-
ra, engendra nuevas percepciones de enferm edad, y así sucesivam en-
te en una creciente espiral m órbida.20
N adie duda de que los profesionales de la salud m ental deben so-
portar una gravosa carga de padecim ientos hum anos. Pocas p rofe-
siones tienen una orientación tan humanista. N o obstante, esta espi-
ral cíclica de las deficiencias mcrccc que prestem os seria atención a
los m edios de contención del lenguaje. En la actualidad, cuesta d iri-
mir los límites. H ace poco fui invitado a participar en un congreso
sobre adicciones para profesionales de la salud mental que iba a ce-
lebrarse en California. En el anuncio se leía lo siguiente: «Cabe sos-
tener que la conducta adictiva es el problem a social y de salud n ú -
m ero uno que hoy enfrenta nuestro país. Algunos de los principales
investigadores clínicos de este campo expondrán cuál es el “cuadro
de situación” en materia de investigación, teoría e intervenciones clí-
nicas para las diversas adicciones [incluidas las siguientes]: gimnasia,
religión, comida, trabajo [y] vida sexual». Hace un siglo, la gente se
dedicaba a todas estas cosas sin cuestionarse acerca de su estabilidad
psíquica y emocional. Si hoy resulta cuestionable dedicarse a la gim -
nasia, la religión, la comida, el trabajo y la vida sexual, ¿quedará en
el futuro algún asunto incólume? Los lenguajes del yo son, p o r cier-
to, m uy maleables, y a medida que cam bian tam bién cam bia la vida
social.
36
Patofobia: el tem or de que en algún lugar, no se sabe de qué m anera, un
pato lo está m irando.
P r ó x im a s a t r a c c io n e s
38
tanto vamos absorbiendo múltiples voces, com probam os que cada
«verdad» se ve relativizada p o r nuestra conciencia simultánea de
otras opciones no menos im periosas. Llegamos a percatarnos de que
cada verdad sobre nosotros mism os es una construcción m om entá-
nea, válida sólo para una época o espacio de tiem po determ inados y
en la tram a de ciertas relaciones. Echan m ucha luz sobre este fenó-
meno los profundos cambios que se están produciendo en la esfera
académica. P or ello, en el capítulo 4, «La verdad atraviesa dificulta-
des», esbozo el m odo en que la incipiente m ultiplicidad de perspec-
tivas está m inando antiguas convicciones sobre la verdad y la objeti-
vidad. M uchos ven hoy en la ciencia una marejada de opiniones
sociales cuyos flujos y reflujos están a m enudo gobernados p o r fu er-
zas ideológicas y políticas; y en tanto la ciencia deja de ser un reflejo
del m undo para pasar a ser un reflejo del proceso social, la atención
se desplaza del «m undo tal com o es» y se centra en nuestras rep re-
sentaciones del mundo. Son m uchos los que hoy afirman que estas
representaciones no son producto de mentes individuales sino en
m ayor medida de tradiciones literarias. Si la verdad científica es el
producto de un artificio literario, tam bién lo son las verdades sobre
el yo.
Esta ebullición de la conciencia posm oderna en los círculos aca-
démicos tiene su paralelo en una rica gama de tendencias que están
surgiendo dentro del ám bito de la cultura en general: en las bellas ar-
tes, la arquitectura, la música, el cine, la literatura y la televisión. De
tales tendencias se ocupa el capítulo 5. Reviste particular interés la
pérdida de esencias discernibles, la sensibilidad creciente ante el fe-
nóm eno de la reconstrucción social de la realidad, el desgaste de la
autoridad, el descrédito cada vez m ayor de la coherencia racional y
el surgim iento de una reflexión individual irónica. C ada una de estas
tendencias, que pueden atribuirse a la saturación de la sociedad p o r
múltiples ecos, contribuye al desm oronam iento del yo reconocible,
y a la vez este desm oronam iento las confirma; porque al ponerse en
duda el sentido del yo com o un conjunto singular y reconocible de
esencias, tam bién se pone en duda la existencia de otras entidades
delimitadas, m ientras los autorizados y los racionalistas pretenden
alzar sus voces más allá de los límites de su provinciana existencia. Y
aun estas dudas se convierten en víctimas de otras voces interiores.
Amplío estas argum entaciones en el siguiente capítulo, titulado
«Del yo a la relación personal», donde trato con más detalle lo que
39
podrían ser las etapas de la transición que lleva del sentido tradicio-
nal del yo al posm oderno. A m edida que el individuo tradicional se
ve inm erso en un conjunto de relaciones cada vez más vastas, siente
crecientem ente a su yo com o un m anipulador estratégico. A trapado
en actividades a m enudo contradictorias o incoherentes, uno se an-
gustia p o r la violación de su sentim iento de identidad. Y si la satu ra-
ción continúa, esta etapa inicial es seguida de o tra en la que se sienten
los embelesos del ser m ultiplicado. Al echar p o r la borda «lo ver-
dadero» y «lo identificable», uno se abre a u n m undo enorm e de p o -
sibilidades. P ropongo que esta etapa final de la transición hacia lo
posm oderno se alcanza cuando el yo se desvanece totalm ente y de-
saparece en un estado de relacionalidad. U no cesa de creer en un yo
independiente de las relaciones en que se encuentra inmerso. A u n -
que esta situación no se ha generalizado aún, daré cuenta de varios
im portantes indicios que la señalan com o inm inente.
En este pun to me dedicaré a dos investigaciones conexas. En el
capítulo 7, «Un “collage” de la vida posm oderna», paso revista a una
serie de repercusiones de la transición al posm odernism o en la vida
cotidiana, abordando los problem as que ha provocado en el marco
de la intim idad y los com prom isos y en el logro de una vida familiar
congruente, así com o sus im plicaciones para diversas clases de m o-
vim ientos sociales. A nalizo, asim ismo, los posibles beneficios que
puede traerle a la cultura el hincapié posm oderno en los «juegos se-
rios». E n el capítulo siguiente paso a ocuparm e de las posibilidades
de renovación personal, o sea, de las perspectivas de una cultura que
no se aparte de la tradición en cuanto a sus concepciones del yo y a
sus form as de relacionarse.
En el últim o capítulo abandono el papel del narrador para eva-
luar el cam bio posm oderno que han sufrido el yo y las relaciones. Si
bien el libro sugiere m uchos desenlaces negativos, hay im portantes
excepciones. E n este capítulo pro cu ro dejar que el posm odernism o
hable en su propia defensa, p o r así decirlo, y dem ostrar p o r qué es
válido abrigar un cierto optim ism o. Me centro aquí en la devasta-
ción producida p o r la consideración m odernista de la verdad y el
progreso, así com o en los efectos liberadores, tanto para el yo com o
para la cultura mundial en general, del pluralism o posm oderno. En
últim o térm ino, el bienestar de los seres hum anos dependerá de la
tecnología de la saturación social y del tránsito a una existencia pos-
m oderna.
40
C a p ítu lo 3
LA S A T U R A C IÓ N SO C IA L
Y LA C O L O N I Z A C I Ó N D E L YO
79
sum erge cada vez más en el m undo social y nos expone a las o p in io -
nes, valoraciones y estilos de vida de otras personas.
Mi tesis central es que esta inm ersión nos va em pujando hacia
una nueva conciencia de n o so tro s mism os: lap o sm o d ern a. Los n u e-
vos lugares com unes de la com unicación (com o los que acabamos de
citar) desem peñan u n papel crítico para com pren d er el decurso tan -
to de la concepción rom ántica com o de la concepción m oderna del
yo. Lo que llamaré las tecnologías de la saturación social son cen tra-
les en la supresión contem poránea del yo individual. En este cap ítu -
lo indagarem os de qué form a la saturación social ha llegado a inva-
d ir la vida cotidiana, pero tam bién verem os cóm o, al asociarnos cada
vez más a nuestro ento rn o social, term inam os p o r reflejarlo. H ay
una colonización del ser propio que refleja la fusión de las identida-
des parciales p o r obra de la saturación social. Y está apareciendo un
estado m ultifrénico en el que com ienza a experim entarse el vértigo
de la m ultiplicidad ilimitada. T an to la colonización del ser pro p io
com o el estado m ultifrénico so n preludios significativos de la co n -
ciencia posm oderna. A fin de apreciar la m agnitud de este cam bio
cultural y su probable intensificación, debe prestarse atención a las
tecnologías que han surgido.
L a s t e c n o l o g ía s d e l a s a t u r a c ió n s o c ia l
Communitation
H k r b e r t I. S c h i l l k r ,
and Cultural Domination
80
técnico, que vamos a d enom inar fase de tecnología, de bajo n ivel y
fase de tecnología de alto nivel. U na advertencia previa al lector:
conviene leer la sección que sigue, sobre el cam bio tecnológico, lo
más rápidam ente posible, para adquirir una experiencia de inm er-
sión en la enorm idad de su conjunto.
81
glo xix había unos tres mil kilóm etros de rutas postales en Estados
U nidos;3 esta cifra pasó en 1960 a más de tres m illones de k iló m e-
tros. T am bién el volum en de envíos se ha expandido velozm ente; en
nuestros días, los norteam ericanos reciben casi tres veces más c o -
rrespondencia que en 1945, a tal p u n to que el Servicio Postal de E s-
tados U n id o s es considerado la em presa más grande del m undo. A
principios de la década de 1980 em pleaba a más de setecientos mil
trabajadores, y desplaza más de ochenta mil m illones de envíos p o s -
tales p o r año — casi cuatrocientos p o r habitante.
3. A com ienzos del siglo xx el a u to m ó vil era casi desconocido:
en todo el m undo su p roducción no había llegado a cien unidades. Y
aum entó en form a m uy lenta hasta que se perfeccionó la línea de
m ontaje, en los años veinte. P ero hacia 1930 había alcanzado el ré-
cord de cuatro m illones de unidades, y más de las tres cuartas partes
se habían fabricado en Estados U nidos. C incuenta años más tarde, en
1980, la producción anual saltó a casi cuarenta millones, y aproxim a-
dam ente la quinta parte fueron fabricados en ese país.4 El progreso en
m ateria vial se ha extendido tam bién a gran cantidad de localidades a
las que se puede llegar p o r carretera. A finales del siglo xix sólo había
ciento cincuenta kilóm etros de carreteras pavim entadas en Estados
U nidos; en 1970 superaban los tres millones. E n las últim as décadas
las grandes autopistas (que sum an más de 65.000 kilóm etros) han ofre-
cido una nueva oportunidad para hacer viajes de larga distancia.5 A
raíz de la cantidad creciente de automóviles y del grado en que la gente
depende de ellos, el tráfico se ha convertido en una im portante cues-
tión de gobierno. La congestión de las autopistas es hoy tan intensa
que en las carreteras de Los Ángeles la velocidad se ha reducido a
50 kilóm etros p o r hora. Se prevé que en los próxim os veinte años el
volum en de tráfico se increm ente en o tro 42 % .6
4. El teléfono hizo su ingreso en la vida diaria a fines del siglo xix;
cinco décadas m ás tarde ya había en funcionam iento unos 90 m illo-
nes de teléfonos en Estados U n id o s,7 y en la década siguiente ese n ú -
m ero casi se duplicó. H o y hay en el m u n d o alred ed o r de 600 m illo-
nes de aparatos (aunque dos tercios de su p o blación aún n o tienen
acceso a él), y la longitud de las líneas tendidas co ntinúa en aum ento
(de 474 millones de kilóm etros de cable en 1960 a 1.930 m illones en
1984). T am bién está m odificándose el esquem a de las relaciones en-
tabladas a través del teléfono, que ha dejado de ser u n m edio de co-
m unicación local para convertirse en un m edio nacional p rim ero e
82
internacional después. E n 1960 la cantidad de llamadas transoceáni-
cas realizadas desde E stados U nidos fue de más o m enos tres m illo-
nes; en 1984 esta cifra se había m ultiplicado unas 130 veces, a casi
430 m illones.8 E n la década de 1980 las llam adas telefónicas in tern a-
cionales se sextuplicaron. Y com o verem os, la tecnología de alto n i-
vel está en vías de elevar esta cifra hasta m agnitudes insólitas.
5. L a radiodifusión apareció en E stad o s U nidos y G ran B retaña
en 1919, penetrando a p artir de entonces v irtualm ente en to d o s los
rincones de la vida social. H a alterado la fo rm a de vida en com edores
y cuartos de estar, d orm ito rio s, autom óviles, playas, talleres, salas de
espera y hasta en las calles de la ciudad. E n 1925 había 600 em isoras
de radio en todo el m undo; esta cifra se duplicó en diez años, y en
1960 las radioem isoras ya eran más de diez m il.9 C o n la p ro d u cció n
en masa y la reducción de su tam año, los aparatos de radio se hicie-
ron cada vez más accesibles. A m ediados de la década de 1980 había
en el m undo unos dos mil m illones de aparatos. E n años recientes,
tam bién se transform ó en u n fenóm eno cultural el «audio personal»:
hay más de doce millones de aparatos estereofónicos personales (w a lk-
m an) en el m undo, algunos de ellos en lugares rem otos de la civili-
zación: hace poco, u n an tro p ó lo g o que visitaba unas trib u s resid en -
tes en las colinas fronterizas de B irm ania in fo rm ó que los lugareños
le p ro p u siero n intercam biar sus p ro d u cto s artesanales p o r aparatos
de radio estereofónicos.
6. A fines del siglo xix irrum pía el cinem atógrafo. Las prim eras
películas se pro y ectaro n en las salas de m usic hall. N o obstante, con
el perfeccionam iento de la fotografía, de los aparatos de pro y ecció n
y de registro sonoro, el cine se po p u larizó . A un d u ran te la gran de-
presión de la década de 1930 las taquillas registraron recaudaciones
com parativam ente cuantiosas. E n la década de 1950 unos noventa
m illones de personas asistían sem analm ente al cine sólo en Estados
U n id o s.10 Si bien la concurrencia a los cinem atógrafos declinó en
form a sustancial a raíz de la difusión de la televisión, ta n to ésta com o
los videocasetes siguen exponiendo para u n vasto público películas
com erciales (más del 60 % de los hogares norteam ericanos con tele-
visión disponen tam bién de grabador de videocasetes). E n 1989 se
ro d aro n en Estados U nidos más películas que nunca..., y todavía
m ay o r fue el núm ero de filmes realizados en la India.
7. El libro impreso ha estado difundiendo ideas, valores y m o d a-
lidades de vida desde hace más de cuatrocientos años. A m ediados
83
del siglo x vm , p o r ejem plo, se producían en Inglaterra alrededor de
90 títulos al año; un siglo después, unos 600." C o n el desarrollo de las
rotativas y los sistemas de p roducción fabril, las ediciones com ercia-
les pasaron a ser una fuerza po d ero sa en el siglo xx, particularm ente
en los años cincuenta, cuando la aparición de las ediciones en rústica
puso los libros al alcance de vastos sectores de la población. E n los
años sesenta los editores ingleses im prim ieron más de veinte mil títu -
los anuales, y en los años ochenta cinco países (Canadá, Inglaterra,
A lem ania occidental, Estados U nidos y la URSS) publicaban entre
50.000 y 80.000 títulos p o r añ o .12
Vem os, pues, que una septena de tecnologías de saturación social
(el ferrocarril, el servicio postal, el autom óvil, el teléfono, la rad io fo -
nía, el cinem atógrafo y la edición com ercial de libros) se expandie-
ro n rápidam ente en el curso del siglo xx. C ada u n o de estos avances
vincula más estrecham ente a las personas, las expone a sus sem ejan-
tes y fom enta una gama de relaciones que nunca p o d rían haberse
R u m b o s aéreos
El abarrotam iento de los aeropuertos se halla
próxim o, advierten expertos en aviación.
85
alguna sobre viajes. E n la actualidad se le ofrece la posib ilid ad de es-
caparse p o r poco dinero a más de doscientos lugares exóticos. U na
reu nión de ex alum nos de una escuela secundaria de C arolina del
N o rte puede llegar a congregar a universitarios de trein ta y tantos
años que acudan desde lugares tan distantes com o H aw ai. N o rte a -
m ericanos de origen irlandés, italiano, alem án y escandinavo viajan
a E u ro p a en masa para conocer a parientes a quienes jam ás habían
visto.
E stos cam bios espectaculares en la pauta de las relaciones socia-
les han sobrevenido en el lapso de vida do la m ay o r parte de los lec-
tores de este libro. A ntes de 1920, eran pocas las personas que p o -
dían darse el lujo de viajar en avión; ya en 1940, em pero, sólo en
E stados U n id o s viajaban aproxim adam ente tres m illones de- p erso -
nas.1^ E n diez años más, esta cifra se m ultiplicó p o r seis; en 1970, la
cantidad de pasajeros aéreos alcanzó los casi 160 m illones, y volvió a
duplicarse en los diez años siguientes. H o y , casi ocho de cada diez
norteam ericanos han volado alguna vez, y au n q u e el tráfico aereo
está pró x im o a la saturación, la D irección Federal de A viación n o r-
team ericana calcula que en 1990 viajaron 800 m illones de pasajeros.14
Se prevé que los que viajarán desde Dallas, D enver, M em phis y
W ashington en el año 2000 volverán a duplicar la cifra de los que lo
hacen actualm ente. El C o n co rd e alcanza en nuestros días una velo-
cidad que duplica la del sonido, tran sp o rta n d o pasajeros de L ondres
a N ueva Y ork en m enos de cu atro horas; una nueva generación de
aviones supersónicos po d ría situ a r a la ciudad de T o k io a la m ism a
distancia relativa de N ueva Y o rk .15
C intas de vídeo
86
ella. «Es como lo que les pasa a Lucas y Laura en
la serie “Hospital general”»-, declara. (...) En con-
sonancia con el sabor a televisión de todo el asun-
to, él le pidió que se casaran mientras miraban
juntos el show de Oprah Winfrey, y ahora van a
contestar afirmativamente a una invitación al shoiv
de Phil Donahue...
Philadelphia Daily News
El año 1946 es el del disparo de salida: ese año com enzó la televi-
sión com ercial. Tres años más tarde, se habían vendido en E stados
U n id o s más de u n m illón de televisores; dos años después, se en ch u -
faban diez m illones; en 1959, cincuenta m illo n es.16 A prin cip io s de
los años ochenta existían en to d o el m u n d o unos ochocientos m illo-
nes de aparatos. Y la gente los m iraba. E n E stados U n id o s se calcula
que, en p ro m ed io , el televisor in tro d u ce el m u n d o ex terio r en un
hogar d u ran te siete horas diarias.
T o d o esto es bien sabido, pero hay otras dos cuestiones sutiles
que m erecen atención, ya que am bas son significativas p ara la co m -
p ren sió n del proceso de saturación social.
A nte todo, im porta exam inar un fenóm eno que se inició en el p e-
ríodo de tecnología de bajo nivel con la radiofonía, el cine y la p u b li-
cidad comercial, pero que se ha vuelto descomunal en la era de alto nivel
de la televisión: me refiero a la multiplicación del yo, o sea, la capaci-
dad para estar significativam ente presente en más de u n lugar a la vez.
En la pequeña com unidad de relaciones cara a cara, la capacidad de un
individuo para sostener estas relaciones o in tro d u cir algún efecto so-
cial estaban localizadas tanto en el tiem po com o en el espacio. Lo ca-
racterístico era que la identidad de u n sujeto sólo se m anifestara ante
quienes tenía delante, si bien los libros y las revistas ya habían em pe-
zado a «multiplicar» a algunas personas influyentes. C o n el d esarro-
llo de la radio y el cine, las opiniones, em ociones, expresiones faciales,
gestos, m odalidades de relación, etcétera, de u n sujeto ya no quedaron
confinados a su público inm ediato sino que se m ultiplicaron varias
veces. Ideas m urm uradas p o r alguien en un m icrófono en el B row n
Palace H o tel de D enver podían ser escuchadas p o r miles en Saint Louis,
M inneapolis y M ichigan. La m anera de cotejar, discutir, engañar o re-
presentar al héroe en un estudio de H o lly w o o d resultó accesible a m i-
llones de habitantes de pequeñas localidades en todo el país.
87
La televisión ha generado u n in crem ento exponencial de esta
m ultiplicación del yo, lo cual es aplicable no sólo al público televi-
dente y la cantidad de horas que está expuesto a «facsímiles socia-
les», sino que además esa m ultiplicación ha trascendido el tiem po,
m odificando el grado en que la identidad de cada cual se sustenta en
la historia de su cultura. C o m o los canales de televisión son m uchos,
los espacios populares suelen retransm itirse en años sucesivos; el pa-
ciente espectador puede seguir d isfrutando con G ro u ch o M arx en
Yo ti Bel Y our L ife o con Jackic G leason y A u d rey M eadow s en The
H on cym ooners.
Adem ás, los vídeos han p ro m o cio n ad o la existencia de los «vi-
deoclubes» o com ercios que alquilan películas, de los que hay tal vez
unos 500.000 en este m om ento en to d o el país. La gente ya no tiene
que esperar que se pase una película determ inada en el cinc o en la
televisión: allí está, al alcance de la m ano, la posible duplicación de
sus identificaciones. P odrá esco g erlo s actores o actrices con los que
desea identificarse o la clase de relatos o de historias que traerán a la
vida sus fantasías. Esto significa, cada vez más, que se puede p ro d u -
cir un sentim iento de conexión social, y un actor o una actriz cua-
lesquiera son capaces de trascender su propia m uerte; los espectado-
res pueden proseguir su relación privada con M arilyn M onroe y
Jam es D ean m uchos años después de su desaparición física. C o n la
televisión, un personaje es capaz de seguir gozando de vida robusta
para toda la eternidad.
De esta prim era cuestión se desprende enseguida esta otra: p o s-
tu lo que los m edios (y en especial la radio, la televisión y el cine) es-
tán am pliando en un grado vital la gama y variedad de relaciones
personales que puede tener la hum anidad. A hora bien, un crítico
p odría razonablem ente contestarm e: ¿acaso esos contactos son rela-
ciones reales, significativas? D espués de to d o , no hay en ellos u n
tom a y daca, no hay intercam bio ni reciprocidad. La respuesta de-
pende de lo que uno entienda p o r «real» o «significativo». Sin duda,
el encuentro cara a cara no es u n requisito indispensable de lo que la
m ayoría de la gente consideraría una relación «real y significativa»:
algunos de los am ores más intensos de to d o s los tiem pos (el de E loí-
sa y A belardo, el de E lizabeth B arrett y R obert B row ning) se desa-
rrollaron en gran m edida p o r escrito. T am poco el intercam bio y la
reciprocidad parecen esenciales para sostener un vínculo significati-
vo; si no, piénsese en la relación que entabla la gente con figuras re-
88
i
Iigiosas com o Jesús, B uda o M ahom a. Si la presencia palpable no es
esencial en dichas relaciones, hay que estar dispuesto a aceptar que
las figuras de los m edios de com unicación social pasen a fo rm ar p a r-
te significativa de la vida personal.
Y hay buenos m otivos para creer que así es. A los investigadores
sociales les preocupa desde hace m ucho el im pacto de la violencia
televisiva en las actitudes y conductas de los jóvenes. Se han d o cu -
m entado num erosos casos de personas que actúan según lo que vie-
ron en la televisión, aun cuando aquellos a quienes tom aron com o
m odelo incurrieran en robos, to rtu ras y asesinatos.17 D e un m odo
más directo, en In tím a te Strangers, de R ichard Schickel, se analiza
cóm o generan los m edios u n sentim iento ilusorio de intim idad con
las celebridades.,s N o sólo la gente fam osa está a nuestro alcance en
la televisión, el cinc, las autobiografías y las revistas de actualidad,
sino que a m enudo se nos sum inistran detalles m inuciosos de su vida
íntim a. A caso sepam os más de M erv, O p rah , Jo h n n y y Phil que de
nuestros vecinos. E n determ inado m om ento, según una encuesta rea-
lizada en todo el país, el com entarista W alter C ro n k ite era «el h o m -
bre en quien más confiaba la población en Estados U nidos»; y com o
estas figuras llegan a ser tan conocidas, la gente las asim ila a su re-
p arto de «otros significativos», y term ina am ándolas, com padecién-
dose de su suerte, sim patizando con ellas, abom inándolas. A sí fue
com o D avid L ctterm an tuvo que entablar juicio contra una m ujer
que afirm aba ser su esposa, Jo h n L ennon fue asesinado p o r un faná-
tico desconocido, el presidente Reagan recibió un disparo de Jo h n
H inckley y la estrella de televisión Rebccca Schaeffer fue m uerta p o r
un adm irador que le había enviado correspondencia durante dos
años sin recibir respuesta. La colum nista C y n th ia Eíeimcl aduce
que, a raíz de que las celebridades sean de todos conocidas, operan a
m odo de aglutinante social, perm itiendo que individuos p erten e-
cientes a sectores m uy distintos de la sociedad entablen diálogo en-
tre sí, com partan sus sentim ientos y m antengan relaciones inform a-
les. «Las celebridades — sostiene— son n u estro marco de referencia
com ún; la aversión o el vilipendio que provocan recorren todas las
capas sociales. Son no los m iem bros respetables de nuestra co m u n i-
dad, sino nuestra com unidad m ism a.»19
Y no puede despreciarse la inm ensa cantidad de tiem po y de d i-
nero y los esfuerzos personales que im plica m antener esas relaciones
con los m edios. T odo s los años se gastan m illones de dólares en re-
89
vistas, libros, pósters, camisas o toallas con eslóganes alusivos y fo to -
grafías que reproducen la im agen del ídolo adorado. C u an d o se ini-
ció el program a de Batman, una m ultitud de veinte mil personas aguar-
dó durante horas para contem plar, aunque fuera unos segundos, a
los protagonistas en persona; ¿cuántos vecinos n u estro s provocan
en nosotros tan ta devoción? Puede aventurarse q u e con los avances
de la tecnología cinem atográfica, la pantalla se ha convertido en u n o
de los más poderosos artificios retóricos del m u n d o entero. A dife-
rencia de la m ayoría de nuestras amistades, el cine puede catapultarnos
rápida y eficazm ente a estados de h o rro r, furia, tristeza, enam ora-
m iento, lujuria y éxtasis estético — a m enudo en u n lapso de m enos
de dos horas— . Es cierto que a m ucha gente las relaciones con la
pantalla le p ro p orcion an las experiencias em ocionales más arrebata-
doras de la semana. La cuestión, pues, no es saber si las relaciones
entabladas a través de los m edios se aproxim an en su significación a
las norm ales, sino más bien si las relaciones norm ales pueden ap ro -
xim arse a los poderes del artificio.
Para m uchos, éstos son superiores. T an poderosos resultan los
m edios en sus retratos fraguados de la gente, que su realidad se vuel-
90
ve más im periosa que la que nos ofrece la experiencia com ún. Las
vacaciones dejan de ser reales si no las hem os film ado; los casam ien-
tos se convierten en acontecim ientos preparados para la cámara fo to -
gráfica y el vídeo; los aficionados a u n d ep o rte prefieren ver los en-
cuentros p o r televisión en lugar de acudir al estadio, ya que lo que ven
en la pantalla les parece más p róxim o a la vida. R ecurrim os cada vez
más a los m edios, y no a nuestra percepción sensorial, para que nos
digan lo que pasa.
U.S. N e w s a n d W orld R e p o n
91
sarrollo cié los microchips a finales de los años setenta, co b ró n u e-
vo vuelo la eficiencia del alm acenam iento, p ro cesam ien to y tra n s-
m isión de la inform ación. A h o ra puede guardarse en u n m icrochip,
en el espacio que antes req u ería u n a sola carta m anuscrita, el eq u i-
valente de q u in ien to s libros, o sea de dos bibliotecas de buena ca-
b id a.21 El perfeccio n am ien to de los procesos q u e em plean el ray o
láser hará q ue el m icrochip sea su stitu id o p o r un p ro ced im ien to
m ediante el cual en un ú n ico disco de u n o rd e n a d o r perso n al han
de caber to d as las obras de Shakespeare varias veces. U n m aletín
abarcará el co n ten id o total de la B iblioteca del C o n g reso de E sta-
dos U nidos. A ntes se necesitaban varios días para tran sm itir el co n -
ten id o de u n lib ro p o r telégrafo o aun p o r teléfono; h o y , las m i-
croprocesadoras perm iten hacerlo en unos segundos. A dem ás se han
abaratado los ord en ad o res, que ya se p u ed en a d q u irir para u so d o -
m éstico; la in d u stria del o rd e n a d o r personal es u n a de las más flo -
recientes en m uchos países. E n 1981 había p o co m ás de dos m illo -
nes de estas m áquinas en E stados U n id o s;22 en 1987 la cifra había
pasado a casi 38 m illones, u n 10 % de las cuales son p eq u eñ o s o r-
d enadores p o rtátiles o laptops que perm iten q u e se pueda c o n -
tin u ar trab a jan d o en el tren , el avión y el hotel. Y las ventas siguen
subiendo...
C on los equipos de im presión electrónicos de bajo coste (entre
ellos las im presoras y foto co p iad o ras caseras), cada p ro p ietario de
u n o rd en ad o r es u n editor de libros en potencia. G racias a los p r o -
gramas de diagram ación y edición de textos, puede convertirse en
agente d irecto de la m ultiplicación de su yo. Los pro p u g n ad o res de
las com unicaciones electrónicas suponían que en la década de 1990
el uso del papel se iba a reducir significativam ente, pero en buena
m edida com o consecuencia de esos program as de edición, ho y se usa
más papel que nunca. G racias al m o d u lad o r-d esm o d u lad o r de seña-
les o m ódem , cualquier o rd en ad o r puede conectarse, a través de las
líneas telefónicas, a cualquier o tro . T o d o esto, a su vez, ha dado o ri-
gen al correo electrónico, las videoconferencias y las bases de datos
o servicios de inform ación «en línea», o sea, acopladas directam ente
al sistema.
A l p rincipio el correo electrónico era útil sob re to d o para q u ie-
nes residían en una m ism a ciudad o pertenecían a una m ism a em -
presa. La m ayoría de las grandes ciudades tien en servicios electró -
nicos que p o sib ilitan a los usuarios p o n er un aviso en u n archivo
92
que queda abierto p ara ser consultado p o r los o tro s abonados del
sistem a. A sí han surgid o los «diálogos p o r o rd en ad o r» y se ex p re-
san fantásticas subculturas, q u e pueden in terp elarse sobre tem as de
interés com ún (a cualquier h o ra del día o de la noche), ya se trate del
arte africano o de los afrodisíacos, el back g am m o n o el banjo, la fi-
latelia o la fellatio. C asi siem pre hay «allí», en la línea, alguien con
quien conversar. M uchos de estos sistem as están conectados ta m -
bién con servicios nacionales que tran sm iten m ensajes de la noche a
la m añana, sin coste alguno, de un sistem a a o tro situado quizás en
la o tra p u n ta del país. M uchos de los que participan en estos in te r-
cam bios elogian las gratas y receptivas am istades que han hecho en
este m edio — más o m enos com o las que se hacen en el b ar de la es-
quina, d o n d e adem ás de los viejos colegas u n o siem pre se encuentra
con caras nuevas— . Se calcula que en n u estro s días en E stados U n i-
dos se transm iten anualm ente p o r co rreo electrónico cerca de mil
m illones de m ensajes.“
L os servicios de videoconferencias perm iten a grupos de indivi-
duos de distintos lugares del país dialogar sim ultáneam ente. M ás de
m edio m illón de norteam ericanos hacen u so , asim ism o, de los servi-
cios nacionales de inform ación «en línea» o de los «videotex» (C o m -
puServe, D o w Jones, Source, so n em presas conocidas), cuyas bases
de datos inform an pun tu alm en te a los usuarios acerca de horarios de
vuelos, críticas cinem atográficas, condiciones m eteorológicas, n o ti-
cias nacionales y m ucho más. E n Francia existen más de tres m il ser-
vicios, que ofrecen entre otras cosas trám ites bancarios, com pras
p o r correo, relaciones de operaciones inm obiliarias y sum arios de
revistas.
E n la década de 1960 los cohetes espaciales p osibilitaron colocar
en ó rb ita satélites de com unicaciones, en u n a p o sició n fija respecto
de ciertos p u n to s terrestres. D esde allí reenvían en form a co ntinua
em isiones electrónicas de u n o a o tro p u n to del planeta, abarcando
casi un tercio de su superficie. E n la actualidad transm iten señales de
radio, com unicaciones telefónicas, datos digitales, etcétera, de m ane-
ra instantánea hasta los rincones más apartados del globo. Los go-
biernos confían en estos servicios para su política exterior; las em -
presas m ultinacionales, para sus negocios; los individuos, para sus
am istades. En zonas rurales atrasadas de M éxico las antenas p arab ó -
licas satelitales hacen que las familias mexicanas reciban 130 canales
de televisión de hasta siete países y en cinco idiom as distintos. Y la
93
recepción de televisión p o r vía satélite está aún en su infancia; a m e-
diados de la década de 1980 ya contaba con 130 satélites, p ero se p re -
veía que serían el doble para principios de la década siguiente.2'*
N uevas com pañías han surgido para colaborar con los gobiernos y
las em presas en el aprovecham iento de las ventajas que ofrecen los
satélites. Estas com pañías, algunas de las cuales se jactan de tener
más de cien mil em pleados, están instalando redes de com unicacio-
nes que abarcan to d o el planeta.
Las conexiones electrónicas planetarias, ju n to con el o rd en ad o r
y el teléfono, han p erm itid o el su rg im ien to de o tro s nexos sociales
a través de los aparatos tran sm iso res y recep to res de facsím iles
(fax), capaces de tran sm itir m aterial im preso de m o d o veloz y b a -
rato a cu alq u ier lugar del m u n d o . U na carta escrita p o r u n líd er p o -
lítico de Irán puede ser recibida en pocos segundos en las em b aja-
das de ese país en el resto del g lobo. Y con el auxilio de la fo to co p ia
y el correo, ese m ism o m ensaje p u ed e estar al día siguiente en m a -
nos de m iles de individuos. L os transm isores de facsím iles y a tie -
nen la capacidad de tran sm itir m ateriales visuales com plejos (com o
m apas o fotografías), y su coste está d ism in u y en d o lo suficiente
com o para q ue el servicio se o frezca en hoteles, aero p u e rto s y tr e -
nes. Los ap arato s personales de fax de bajo coste se anuncian en las
revistas p ara los pasajeros de avión; está claro cuál será el pró x im o
paso.
94
haya u n a infinidad., literalm ente, de nuevas bandas de televisión y
radio. A dem ás, perm iten la transm isión de cualquier im agen televi-
siva con doble fidelidad que la actual (más o m enos la m ism a que u n a
película cinem atográfica de 35 m m ). P o r ese cable p u eden op erar
servicios telefónicos digitales que no sólo rep ro d u cen la voz fiel-
m ente sino que perm iten al receptor ver a quien le está hablando. Es
tanta la inform ación transm isible p o r el cable de fibra óptica que p o -
drían prestarse todos estos servicios y al m ism o tiem po efectuarse la
lectura de los contadores de servicios públicos o recoger la co rres-
pondencia electrónica. C o n un aparato de fax u n o puede ten er al in s-
tante u n ejem plar de Los Angeles Tim es o de la N a tio n a l Geographic
M a g a zine.26 Se está planeando ofrecer a la gente la posibilidad de in -
dicar las noticias que desea recibir, de m o d o que los o rdenadores,
explorando los servicios de inform ación y realizando la selección
pertinente, produzcan periódicos individuales, que además p o d rían
ser im presos en papel reciclable.27
H a y más de u n centenar de naciones (incluida la URSS) c o m p ro -
m etidas h o y en esta in terconexión de los sistem as telefónicos. Si-
m ultáneam ente, el desarrollo del teléfono m óvil activa otras p o sib i-
lidades. G racias a los contactos « p u n to a p u n to » en to d o el m undo,
los 12 m illones de teléfonos móviles h o y en uso representarán ap e-
nas u n m odesto com ienzo. D esde cualquier p arte — u n bosque de
M aine o u na choza de la jungla de M alasia— , u n o p o d ría hablar con
un ser querido o con un colega en las antípodas. Se está p ro y ectan d o
que el sistem a m undial así configurado tran sp o rte toda clase de se-
ñales electrónicas, incluidas las telefónicas y televisivas, la música
grabada y los textos escritos. Esto nos perm itiría com unicarnos con
el sistem a en cualquier sitio, desde A labam a hasta Zaire, y de inm e-
diato em itir o recibir m anuscritos, sonidos o vídeos. El proceso de
saturación social está en pleno desarrollo.
El p r o c e s o d e s a t u r a c ió n s o c ia l
95
ficante; en el peor, puede llevar a la intolerancia y
la coacción.
W . B a r n ETT P e a r c k , C om m unication
and the H u m a n Condition
96
es sorp ren d en te que recorram os cuarenta o cincuenta kilóm etros
para to m ar u n café con alguien y charlar un rato.
P o r obra de las tecnologías del siglo xx, aum entan co n tin u am en -
te la cantidad y variedad de las relaciones que entablam os, la fre-
cuencia potencial de nuestros contactos hum anos, la intensidad ex-
presada en dichas relaciones y su duración. Y cuando este aum ento
se torna extrem o, llegamos a un estado de saturación social. A nalicé-
m oslo con detalle.
97
lugares distantes eran fatigosas y el correo m uy lento. E ntonces, a
m edida que se iba envejeciendo, desaparecían de la vida m uchos p a r-
tícipes activos del pasado. H o y , ni la distancia ni el tiem po co n stitu -
yen un serio inconveniente para una relación. Es posible mantenerse
en contacto íntim o a miles de kilóm etros gracias a frecuentes y en -
tusiastas arrebatos telefónicos intercalados con alguna que otra visita
ocasional. A nálogam ente, se puede seguir vinculado a los ex alum nos
de la secundaria, los com pañeros de la universidad, los m uchachos
del servicio m ilitar o aquellos am igos que conocim os en las vacacio-
nes del C aribe hace cinco años. Las agendas para anotar las fechas de
cum pleaños son de uso corriente en cualquier hogar: la m em oria no
alcanza a registrar todas las celebraciones de las que u n o es respon-
sable. En la práctica, a m edida que avanzam os en la vida, el elenco de
personajes significativos se vuelve m ayor. Para algunos, im plica un
sentim iento creciente de estrés o de tensión: «¿C óm o podrem os en-
tablar am istad con todos?», se preguntan. Para otros, en cam bio, que
la caravana social que acom paña nuestra trayectoria p o r la vida p er-
m anezca colm ada instala una sensación de consuelo.
Pero a la vez que se preserva el pasado, que perm anece co n ti-
nuam ente atento y listo para in corporarse al presente, hay una ace-
leración del fu tu ro . El ritm o de las relaciones se increm enta y quizá
se concreten en pocos días o semanas procesos cu y o desarrollo an-
tes necesitaba meses o años. H ace algo más de un siglo, p o r ejem -
plo, para cortejar a la novia uno se m ovilizaba a pie o a caballo, o a
través de la correspondencia esporádica. A lgunas horas de in ter-
cam bio am oroso se interru m p ían p o r largos p eríodos de silencio,
que prolongaban el trayecto de la m era am istad a la intim idad. N o
obstante, con las tecnologías actuales una pareja p u ed e estar en co n -
tacto casi perm anente. N o sólo los nuevos m edios de tran sp o rte
han derribado la barrera de la distancia geográfica, sino que a través
del teléfono (fijo o portátil), el envío de correspondencia en m enos
que canta u n gallo, las grabaciones m agnetofónicas, los videocase-
tes, fotografías y correo electrónico, el o tro está «presente» y con
n osotros en cualquier m om ento. El cortejo pasa así, en breve lapso,
del entusiasm o inicial al agotam iento. C ada perso n a puede experi-
m entar en el curso de su vida no ya unas cuantas relaciones íntim as
sino decenas. P o r idénticos m otivos, suele acelerarse el proceso de
la am istad: gracias a las tecnologías surge u n sentim iento de afini-
dad m utua y se convierte al p o co tiem po en un anim ado sentim ien-
98
to de correspondencia. A m edida que se nos abre el fu tu ro que te -
nemos p o r delante, se expande com o nunca la posibilidad de am is-
tades.
99
lugar del planeta. U n o de los aspectos más interesantes de la expan-
sión electrónica de las relaciones es el vínculo que se establece entre
padres e hijos. C o m o p ro p o n e Jo sh u a M eyro w itz en su lib ro N o
Sense o f Place [Sin sentido de la situación], los niños del siglo xix no
tenían acceso a ninguna in form ación relativa a la vida privada de tos
adultos.2'*Los padres, m aestros y autoridades policiales po d ían m an-
tenerlos a resguardo de sus peripecias de adultos sim plem ente lle-
vándolas a cabo en sitios privados. T am poco tenían acceso los niños,
en general, a libros que reflejaran los errores, engaños, recelos y co n -
flictos del m u n d o adulto. Los niños seguían sien d o niños. La televi-
sión cam bió la situación p o r com pleto. Los program as televisivos les
revelan a los chicos en form a sistem ática to d a la p an o p lia de aventu-
ras, ensayos y tribulaciones de los adultos que se desarrollan «entre
bam balinas». C o m o consecuencia, el niño ya n o actúa con adultos
unidim ensionales idealizados, sino con personas que despliegan una
com pleja vida privada, llenas de d udas y vacilaciones, y vulnerables.
Y los padres n o tienen fren te a sí al tran q u ilizad o r niñ o ingenuo de
antaño,, sino a o tro que no les g uarda tanto resp eto y cuyas o p in io -
nes pueden ser m u y incóm odas.
La tecnología de la época actual, además de am pliar la gam a de
las relaciones hum anas, m odifica las preexistentes: al desplazarse del
vínculo cara a cara al vínculo electrónico, las relaciones con frecuen-
cia se alteran. M uchas de ellas, antes circunscritas a situaciones espe-
cíficas (la oficina, el cuarto de estar, el d o rm ito rio ) se «despegan» de
sus confines geográficos y pueden tener lugar en cualquier sitio. A
diferencia de las relaciones cara a cara, las electrónicas ocultan, p o r
o tra parte, la inform ación visual (m ovim ientos oculares, expresiones
de los labios), d e m od o tal que la p erso n a que habla p o r teléfono no
puede leer indicios gestuales que le revelen si el in terlo cu to r ap ru e-
ba o no lo que dice. C om o resultado, hay una m ayor tendencia a crear
el o tro im aginario con el cual relacionarse. Se puede fantasear que el
o tro sienta u na entusiasta sim patía o, p o r el co n trario , u n frío desa-
grado, y actuar en consonancia. U n conocido me co m en tó que esta-
ba convencido de que su prim er m atrim onio había sido el p ro d u cto
de la inm ensa cantidad de llam adas telefónicas necesarias para m an-
tener el noviazgo a larga distancia; p o r teléfono, su entonces novia y
actual esposa parecía la m ujer más atractiva del m u n d o , y al cabo de
varios meses de m atrim onio adv irtió que se había casado con u n es-
pejism o.
100
M uchas em presas y organism os están instalando sistem as de co -
rreo electrónico que p erm itan a sus em pleados resolver trám ites con
otros m ediante term inales de o rd en ad o r, en vez de hacerlo p erso n al-
m ente según el proced er tradicional. Q u ien es investigaron el m é to -
do co m p ro b aro n que m odificó sutilm ente las relaciones entre los
em pleados. Las diferencias de posición d e n tro de cada em presa c o -
m en zaro n a disiparse, ya que los em pleados de m en o r nivel se sen-
tían m ás libres de expresar sus sentim ientos y de cu estio n ar a sus
superiores p o r vía electrónica que de fo rm a personal. Shoshana Z u -
boff, de la Facultad de A dm inistración de E m presas de la U n iv ersi-
dad de Flarvard, sugiere que la in co rp o ració n a las em presas de «m á-
quinas inteligentes» está desd ib u jan d o la diferencia entre gerentes y
trabajadores. Los gerentes y a no son «los que piensan», ni los tra b a -
jadores «los que hacen»; más bien, la necesidad llevó a estos últim os
a convertirse en adm inistradores de la inform ación, au m en tan d o p o r
ende su p o d er de m anera considerable.30
101
ba «saliendo» con un abogado de la zona que no era feliz en su m a-
trim onio, p o rq u e le resultaba divertido y conveniente, p ero que el
abogado pasó a un segundo plano cuando llegó u n «viejo amigo» de
O klahom a, su colega predilecto. Pero prefería pasar los fines de se-
mana (especialm ente en verano) con un co n su lto r de B oston que tra -
bajaba en lo m ism o que ella y tenía un velero anclado en el célebre
am arradero «El viñedo de M artha». Y cada uno de sus amigos tenía,
po r su lado, otras am igas-am antes.
U na segunda pauta interesante que se observa en los hogares es la
relación de microondas. La familia ideal incluía tradicionalm ente un
«núcleo» íntim o e interdependiente com puesto p o r el padre provee-
dor, la m adre solícita y los hijos, cuyas vidas giraban en to rn o del
hogar hasta el fin de la adolescencia. La saturación social ha interfe-
rido profundam ente en esta concepción tradicional de la familia. A ho-
ra es m uy probable que m arido y m ujer trabajen y se diviertan fuera
de casa, y por lo tanto m antengan fuera sus relaciones; cada vez más
recurren a los servicios de las guarderías o de las niñeras; la actividad
social de los hijos casi siem pre se reparte entre diversos puntos de la
ciudad y del cam po; tanto los padres com o los hijos m ayores de seis
años tienen obligaciones o entretenim ientos vespertinos, y lo típico
es que los fines de semana los integrantes de la familia vayan a visitar
a sus propios am igos o desarrollen alguna actividad externa (depor-
tiva, religiosa, com unitaria o relacionada con sus respectivas aficio-
nes o hobbies). Y aunque se reúnen todos en el hogar, sus diferentes
necesidades televisivas los dispersan en direcciones encontradas. En
muchas familias, el ritual decisivo de la in terd ep en d en cia— reunirse
para ccnar— ha llegado incluso a ser u n acontecim iento. (H ay casas
donde la mesa del com edor, antaño el centro congregador de la fa-
milia, está abarrotada de libros, papeles, cartas y cualquier o tro o b -
jeto que los m iem bros de la familia dejaron allí «al pasar»). El hogar
ya no es más el «nido», sino un lugar de paso.
Pero m uchos prog en ito res son reacios, al m ism o tiem po, a re-
nunciar a su idea tradicional de la familia unida, y surge así una nue-
va variante p o r la cual los m iem bros del grupo fam iliar procuran
com pensar los grandes abism os de falta de relación con expresiones
intensas de ligazón. Según la opinión de m uchos, la cantidad (de los
vínculos) es reem plazada p o r la calidad. Para quienes viven una vida
socialm cnte saturada, el h orno m icroondas es algo más que una ayu-
da tecnológica: es un sím bolo de la incipiente m odalidad de relación.
102
,
T anto en el artefacto m aterial com o en. su contrapartida social, los
usuarios aplican un calor intenso con el objeto de obtener de inm e-
diato lo que habrá de alim entarlos. Y en am bos casos la convenien-
cia del resultado es u n buen m otivo de debate.
N i k l a s L u h m a n n , L ove as Passion
103
p rc lo que hacen los demás: los ven cerca de ellos, en la m ism a h ab i-
tación o al o tro lado de la ventana, o al pasar p o r la calle. Y cuando
el m undo social perm anece estable y la in fo rm ació n nueva es escasa,
los m ínim os detalles de la p ro p ia vida pasan a ser tem a de conversa-
ción general. E l chism orreo y la rigidez de las norm as en una co m u -
nidad pequeña van juntos. H ay desabastecim iento de la intensidad
que genera lo nuevo, lo novedoso o lo anóm alo.
En el actual contexto de saturación n o está p resen te ninguna de
estas condiciones. C o m o to d as las relaciones son perm anentem ente
interrum pidas, les es más difícil norm alizarse. P asar la noche en casa,
eso que antes resultaba tan tran q u ilo , relajado y seguro, ahora (p o r
obra del teléfono, el autom óvil, la televisión, etcétera) es un desfile
de rostros, inform aciones e intrusiones. N o hay nadie que pueda afian-
zarse en una co stu m b re ru tin aria tran q u ilizad o ra, pues u n o m ism o y
su elenco de «otros significativos» están en perm an en te m ovim ien-
to. Las relaciones se han vuelto tan vastas y am pliam ente difundidas,
sobre to d o con la ayuda de los artificios electrónicos, q u e aquellos a
quienes interesan no pueden seguirlas de cerca. U n o tiene la o p o rtu -
nidad de «contárselo todo» a u n am igo ín tim o de C hicago, p o rq u e
los que se h o rro riza rían del asu n to viven en D allas o T o p ek a y n u n -
ca lo sabrán. P uede dejar que ard a el fuego in tern o en París, p o rq u e
los co m patriotas de Peoria, estado de Illinois, n o co ntem plarán si-
quiera el reflejo de las llamas. U n colega u n iversitario me contaba la
charla que había sostenido co n una m ujer m ientras hacía cola en el
aeropuerto para que le co n tro laran el equipaje, en viaje de vuelta a
E stados U nidos. El avión iba a hacer escala en lslandia, y los pasaje-
ros debían o p ta r p o r co n tin u ar directam ente a E stados U n id o s o
perm anecer en lslandia y coger el siguiente avión al cabo de dos días.
El pro feso r se sin tió atraído p o r aquella com pañera ocasional y, en-
v alentonado p o r el anonim ato que le ofrecía la situación, le m u rm u -
ró de p ro n to su propuesta: ¿quería quedarse co n el esos dos días?
Ella insinuó una sonrisa que n o fue ni sí ni no. Se acercaban al sitio
d o n d e debían dejar el equipaje en distintos m ontacargas según si-
guieran el vuelo directo o no. A tó n ito , el p ro feso r la vio dejar su m a-
leta en el m ontacargas de los que harían escala en lslandia. D espués
de dos días de bienaventuranza se separaron, y nunca más volvieron
a verse.
La presión a favor de relaciones de m ayor intensidad no se lim i-
ta a la falta de norm alización y la quiebra de la vigilancia ajena: tam -
104
bién hay en juego o tro s factores, vinculados a la fantasía y la fugaci-
dad. C o m o bien sabían los rom ánticos, no hay nada que inspire más
a un escrito r que la ausencia de su am ada. A n te la ausencia del o tro ,
la fantasía reto za librem ente; uno puede p ro y ectar en la p erso n a que
goza de sus favores todas las v irtudes y to d o s los deseos. E n este
sentido, el rom anticism o del siglo xix puede atribuirse en p arte a la
com binación de una m oral cultural que desalentaba las relaciones li-
bres y la gran cantidad de personas que sabían escribir bien. Si bien
las n orm as m orales se han liberalizado desde entonces, la posibilidad
creciente de m an ten er relaciones a distancia ha tenido m ás o m enos
el m ism o efecto que tuvo sobre los rom ánticos. Las relaciones a dis-
tancia brillan con un fulgor más intenso, y los intercam bios am o ro -
sos qued an sobrecargados em otivam ente.
P o r ú ltim o , la brevedad de los en cu en tro s ocasionales c o n trib u -
ye asim ism o a su intensidad. Si u n o acepta que el o tro sea un «buen
am igo», «alguien m uy próxim o» o «una perso n a m uy especial», los
encuentros, p o r más que sean breves, no pueden dejar de ser ex p re-
sivos: de algún m odo hay que d em o strar la im portancia de los p r o -
pios sentim ientos y la consideración en q ue se tiene ese vínculo. Y
com o hay poco tiem po, las dem ostraciones tienen que ser claras y
elocuentes. El resultado p u ed e ser u n a cena elegante con invitados
m uy escogidos, reservas en un restau ran te de lujo, la organización
de diversiones o excursiones, etcétera. U nos am igos que viven en un
país cen tro eu ro p eo se quejaban hacc poco de lo que según ellos era
u n «delirio que lleva al agotam iento»: recibían visitas tan a m en u d o ,
y les exigían tal despliegue de reconocim iento que al final q uedaban
exhaustos los espíritus tan to com o las carteras. E n ciudades tu rísti-
cas co m o N ueva Y ork o París, las parejas que suelen recib ir a ex-
tranjeros de visita tom an sus m edidas para no ten er nunca h ab itacio -
nes vacías. La frecuencia de las visitas no les deja tiem p o para
reponerse de su capacidad de agasajo, y si tuvieran siem pre cuartos
disponibles correrían el riesgo de que les fuera extirpada p o r co m -
pleto su vida privada.
105
La c o l o n i z a c i ó n d e l y o
106
■
107
tera, de ios dem ás; asim ilam os un enorm e cúm ulo de inform ación
acerca de las pautas del intercam bio social. Así, p o r ejem plo, basta
circular una hora p o r cualquier calle de la ciudad para reconocer el
estilo de indum entaria de negros y blancos, clase alta y clase baja, et-
cétera. R econocem os los estilos p ro p io s de hom bres de negocios ja -
poneses, de las m ujeres que viajan solas, de los sikhs, de los m iem bros
de la secta H a ré K rishna o de los flautistas chilenos. V em os cóm o se
relacionan m adres e hijas, em presarios, amigos adolescentes y o b re -
ros de la construcción. Si pasam os una h o ra en u n a oficina com ercial
conocerem os las opiniones políticas de u n p etro lero tejano, de u n
abogado de C hicago y de u n activista del m ovim iento de hom ose-
xuales de San Francisco. Los com entaristas de radio exponen sus
p u n to s de vista en m ateria de boxeo, contam inación am biental y n i-
ños m altratados; los m úsicos p o p pueden defender el m achism o, ta
intolerancia racial y el suicidio. L os libros de bolsillo conquistarán
nuestro co razó n a favor de los que padecen injusticias, los valientes,
los superdotados o los que se em peñan en rem ediar situaciones in-
solubles. Y si nos ponem os a co n tar lo que nos b rin d a la televisión:
108
mil personajes tienen p o r esa vía un acceso a n u estro hogar q u e en
cualquier o tra circunstancia les sería denegado. M illones de televi-
dentes asisten a entrevistas con asesinos, violadores, m ujeres encar-
celadas, individuos que m altratan a sus hijos, m iem bros del K u K lux
K lan, enferm os m entales y o tro s personajes a m enudo difam ados
que intentan desagraviarse ante el público. H a y pocos n iños de seis
años que no puedan co n tar, siquiera en fo rm a rudim entaria, cóm o se
vive en u n a aldea africana, o cuáles son las preocupaciones de los p a -
dres que se divorcian, o cóm o se venden drogas en los guetos clan-
destinam ente. H o ra tras h ora, nuestro acopio de saber social se am -
plía en alcance y sutileza.
E ste aum ento masivo del conocim iento del m undo social sienta
las bases de otra m odalidad del saber, el saber cómo. A prendem os
cóm o p o n e r en práctica tal conocim iento, cóm o darle fo rm a p ara su
co n su m o social, cóm o p ro ced er para que la vida social siga su curso
eficaz. Y las posibilidades de transform ar en acción este cúm ulo de
inform ación se expanden de continuo. El em presario japonés a quien
entrevim os cam inando p o r la calle h o y y m añana en televisión, bien
puede estar sentado frente a n o so tro s en la oficina la sem ana que vie-
ne. E n tales circunstancias, ya disponem os de rudim entos p ara des-
plegar la conducta apropiada. Si nuestro cónyuge nos anuncia que está
pensando en divorciarse, no nos vam os a q u ed ar m udos de asom bro:
ya hem os asistido a este dram a tantas veces en la televisión y en el
cine que cualquier ocasión nos coge preparados. Si alguien gana u n
prem io estupendo, sufre una d erro ta hum illante, se ve ten tad o a en-
gañar al p rójim o o se entera de la m uerte repentina de un fam iliar,
sus reacciones no serán im previstas: y a sabe más o m enos lo que
pasa, está más o m enos avisado. C o m o y a lo hem os visto to d o , nos
aproxim am os a u n estado de tedio.
A m edida que avanza la saturación social, acabamos p o r conver-
tirnos en pastiches, en im itaciones baratas de los demás. Llevam os en
la m em oria las pautas de ser ajenas. Y si las condiciones se vuelven fa-
vorables las pondrem os en acción. C ada u n o de n osotros se vuelve
otro, tan sólo un representante o sucedáneo. D icho en térm inos más
generales, a m edida que pasan los años el y o de cada cual se em bebe
cada vez más del carácter de to d o s los o tro s, se coloniza.5. Ya no so-
mos u n o , ni unos pocos, sino que, com o W alt W hitm an, «contenem os
m ultitudes». N os presentam os a los dem ás com o identidades singu-
lares, unitarias, íntegras; pero con la saturación social, cada u n o al-
109
berga una vasta población de posibilidades ocultas: puede ser un can-
tante de bines, una gitana, un aristócrata, un criminal. T odos estos yoes
perm anecen latentes y en condiciones adecuadas surgirán a la vida.
La colonización del yo n o sólo abre nuevas posibi lidades a las re-
laciones sino que adem ás la vida subjetiva queda to talm en te recu -
bierta. C ada y o que adquirim os de los dem ás p u ed e c o n trib u ir al
diálogo in tern o , a los debates privados que m antenem os con n o so -
tro s m ism os respecto de to d a clase de sujetos, sucesos y cuestiones.
A estas voces interiores, a estos vestigios de relaciones reales o im a-
ginarias, se les ha d ad o diferentes nom bres: M ary W atkins ías llam a
visitantes invisibles; Eric K linger, im ágenes sociales; M ary G ergen,
espectros sociales. Esta últim a investigadora co m p ro b ó que casi to -
dos los jóvenes que integraban la m uestra de su estu d io p o d ían c o -
m entar con so ltu ra m uchas experiencias de esta índole.32 La m ayoría
de estos espectros eran amigos íntimos,-a m enudo de etapas previas de
la vida. T am bién se trataba con frecuencia de parientes; p red o m in a-
ba entre ellos la voz del padre, au n q u e tam bién aparecían en lugar
preem inente los abuelos, tíos, tías y o tro s fam iliares. U n hecho sig-
nificativo que alude a nuestro análisis an terio r respecto de las rela-
ciones con personajes de los m edios de com unicación es que casi la
cuarta parte de los espectros m encionados eran individuos con q u ie-
nes esos jóvenes jam ás habían ten id o un contacto directo. E n su m a-
y o r parte, eran gente del m u n d o del espectáculo: estrellas del rock,
actores y actrices, cantantes, etcétera. O tro s eran figuras religiosas
com o Jesús y la V irgen M aría, personajes de ficción com o Jam es
B ond y Sherlock H olm es, o celebridades com o C h ris Evert, Joe
M ontana, B arbara W alters y el presid en te de E stados U nidos.
Los jóvenes que respondieron a esta encuesta hicieron referencia,
asimismo, a la influencia que tenían esos espectros sociales en su vida.
N o sólo eran interlocutores u objetos de contem plación, sino ejempla-
res modelos de acción. Fijaban las norm as de com portam iento, eran
adm irados y em ulados. U na joven escribió lo siguiente: «A C onnie
C h u n g la utilizaba siem pre com o pro to tip o , y una vez que me pregun-
taron qué haría cuando me graduara, me sorprendí contestando que
quería seguir la carrera de periodism o, porque en ese m om ento pensa-
ba en ella». O tra, refiriéndose a su abuela, dijo: «Me enseñó a ser tole-
rante y respetuosa con cualquiera sin tener en cuenta su situación».
Los espectros m anifestaban su o p in ió n sobre diversas cuestiones;
lo más frecuente era que se los usara para apuntalar las pro p ias ideas.
110
E n ocasiones, sus opiniones tenían u n a im portan cia suprem a. A l-
guien aludió así a su recuerdo de una vieja amiga: «Es el últim o v ín cu -
lo que m e queda con el cristianism o en este m o m en to , cuando estoy
p reg u n tán d o m e sobre m is inclinaciones religiosas». H u b o entrevis-
tados que m anifestaron cu án to fortalecían sus espectros su am or
propio: «Mi p ad re y yo sabem os qué orgulloso estaría de lo que he
logrado». M uchos m en cio n aro n el ap o y o em ocional que recibían de
sus espectros: «Es com o si m i abuela me estuviese m irando y me d e-
m ostrara que me quiere a pesar de lo que hago».
E n u n estudio similar, los psicólogos H azel M arkus y Paula N u -
rius hablan del yo posible, de las m últiples consideraciones que hace la
gente acerca de lo que puede, o quiere, o tem e, llegar a ser.33 E n todos
los casos, estos yoes posibles funcionan com o sucedáneos particulares
de o tro s individuos a quienes uno estuvo expuesto, directam ente o a
través de los medios de com unicación. A nálogam ente, los especialis-
tas en relaciones familiares Paul R osenblatt y Sara W right se refieren
a las realidades virtuales que existen en to d a relación íntim a.34 A dem ás
de la realidad com partida p o r una pareja, cada uno tiene in terp reta-
ciones alternativas sobre su vida en com ún que parecerían inacepta-
bles y am enazadoras si las m anifestaran al o tro . Lo característico es
que estas realidades virtuales sean generadas y sustentadas p o r p erso -
nas que están fuera de la relación, posiblem ente m iem bros de la fam i-
lia extensa, pero tam bién personajes de los m edios de com unicación.
P o r ú ltim o , el psicólogo británico M ichael Billig y sus co lab o ra-
dores han estudiado los valores, objetivos e ideales que asum e la
gente en su vida cotidiana,33 y co m p ro b aro n que lo típico es que el
individuo sufra u n conflicto interno: co n tra cada una de sus o p in io -
nes existe una fuerte inclinación en sentido con trario . Las personas
piensan que sus prejuicios están justificados, p ero consideran m alo
ser intolerantes; que debería haber igualdad social, pero que las je-
rarquías deben respetarse; que to d o s los seres hum anos so n básica-
m ente iguales, pero que hay que m an ten er la individualidad. C o n tra
cada u n o de sus valores, objetivos e ideales, el sujeto sostiene asim is-
m o el contrario. Billig afirm a que la capacidad p ara la co n trad icció n
es esencial ante las dem andas prácticas que im p o n e la vida en la so -
ciedad contem poránea. E sta cacofonía de posibilidades virtuales no
carece de consecuencias para una visión ro m án tica o m o d ern ista del
yo, ya que al añadir nuevas voces dispares al p ro p io ser el c o m p ro -
m iso con la identidad se tran sfo rm a en u n logro cada vez m ás ard u o .
111
¡C uán difícil le resulta a un ro m án tico m antener firm e el tim ón de su
afán idealista cuando un coro de voces interiores le canta loas al rea-
lismo, el escepticism o, el hedonism o y el nihilism o! ¿Y acaso puede
el realista confeso, que cree en el p o d er de la racionalidad y la o b ser-
vación, conservar su arrogancia frente a los aprem ios interiores que
p resionan en favor de la aceptación de las em ociones, el sentim iento
m oral, la sensibilidad espiritual o la consum ación estética?
A sí pues, a m edida que la saturación social va instigando la colo-
nización del ser pro p io , cada im pulso tendiente a con fo rm ar la iden-
tidad es som etido a un cuestionam iento creciente: el público in terio r
lo encuentra absurdo, superficial, lim itado o deficiente.
M u l t i i -REÑIA
112
Si una escena com o ésta nos resulta vagam ente familiar, ello no
hace sino atestiguar los efectos generalizados de la saturación social
y de la colonización del yo. Y lo que es más im portante, entre la ba-
rahúnda de la vida contem poránea se detecta u na nueva constelación
de sentim ientos o sensaciones, una nueva p au ta de conciencia de sí.
A este síndrom e p o d ría denom inárselo m ultifrenia, térm ino con el
que se designa la escisión del individuo en u n a m ultiplicidad de in -
vestiduras de su yo. E ste estado es resultado de la colonización del
y o y de los afanes de éste p o r sacar p artid o de las posibilidades que
le ofrecen las tecnologías de la relación. En tal sentido, se avanza en
una espiral cíclica hasta el estado de m ultifrenia: a m edida que las p o -
sibilidades propias son am pliadas p o r la tecnología, un o recurre cada
vez más a las tecnologías que le perm itirán expresarse, y a m edida que
se utilizan, aum enta el rep erto rio de las posibilidades. Sería un erro r
considerar este estado m ultifrénico com o una enferm edad, p o rq u e
tam bién está preñado de una sensación de expansión y de aventura.
Puede suceder que m u y p ro n to no haya diferencia alguna entre m u l-
tifrenia y «vida norm al».
N o obstante, antes de que pasem os a ese estado oceánico, d eten -
gám onos a considerar ciertos rasgos preem inentes de esta situación,
tres de los cuales m erecen particular in terés.36
El vértigo de la valoración
B r u c e A. B a l u w in ,
Stress a n d Technology
113
(p o r ejem plo, p o r m edio de la grabación, los vídeos y las relecturas)
y la distancia ya no levanta barreras infranqueables para un in te r-
cam bio fluido. P ero, irónicam ente, esta m ism a libertad ha dado o ri-
gen a una esclavitud, pues cada persona, pasión o posibilidad in co r-
p orada im pone u na pena en dos ám bitos: el del ser y el del ser con.
E n el p rim e r caso, al in tro d u c ir a o tro s en el yo se infiltran sus
gustos y preferencias, sus objetivos y sus valores- El in tercam b io
perm anente hace que u n o term ine dedicándose a la cocina siamesa, o
desee la jubilación, o prom ulgue las cam pañas a favor de la vida p as-
toral. A través de los dem ás com enzam os a valorar las harinas in te-
grales, las novelas chilenas o la política com unitaria. Sin em bargo,
com o saben desde hace m ucho tiem p o los budistas, desear es volver-
se esclavo de lo deseado. «Q uerer» algo reduce las propias opciones a
«no querer» tenerlo. Así, a m edida que se sum an al y o los dem ás y
sus deseos se vuelven nuestros, h ay una am pliación de nuestras m e-
tas: de nuestros «debo», nuestros «necesito» y nuestros «quiero». Eso
requiere atención y esfuerzo, y ocasiona frustraciones. C ada nuevo
deseo plantea sus propias exigencias y reduce la libertad del individuo.
Y existe tam b ién la pena del «ser con». A l desenvolverse las re-
laciones, sus partícipes quedan definidos p o r lo que hacen en cada
circunstancia: serán am igos, am antes, m aestros, p artid ario s, etcéte-
ra. M antener la relación significa hacer h o n o r a las definiciones,
ta n to de u n o m ism o com o del o tro . P o r ejem plo, si dos sujetos en -
tablan estrecha am istad, cada u n o adquiere respecto del o tro ciertos
derechos, deberes y privilegios. L a m ayoría de las relaciones h u m a-
nas significativas acarrean una gam a de obligaciones: com unicación
m u tu a, actividades com unes, disposición a co m p artir el solaz del
o tro , m em oria p ara las celebraciones, etcétera. D e este m odo, al
acum ularse y expandirse las relaciones en el tiem po, se increm entan
al m ism o ritm o las llamadas telefónicas que hay que hacer o resp o n -
der, las tarjetas de visita para enviar, las actividades que organizar,
las com idas que p rep arar, la vestim enta que com prar, el maquillaje
que aplicarse o el acicalam iento p erso n al que hay que procurar... Y
cada nueva o p o rtu n id ad que se presenta (esquiar ju n to s en los Alpes,
ir de gira turística a A ustralia, acam par en los A d iro n d ack s, practicar
caza subm arina en las Baham as) tiene sus «costes de o p o rtu n id ad » ,
com o los llam an los econom istas: debe recabarse in form ación, ad-
q u irir el equipo p ertin en te, reservar hotel, tra z a r el itin erario , com -
p ra r los pasajes, trab ajar m uchas m ás horas para dejar el escritorio
114
lim pio, localizar u na buena niñera, alguien que se ocupe del perro ,
alguien que venga a echarle una m irada a la casa de vez en cuando.,.
La liberación se convierte en un vertiginoso to rb ellin o de exigen-
cias.
Esta m ultiplicación de los «debo» es particularm ente n o to ria en
el m undo profesional. E n las universidades de los años cincuenta,
p o r ejem plo, los colegas que trabajaban en el m ism o departam ento
eran vitales para la p ro p ia tarea, y bastaba reco rrer un pasillo para
recibir u n a inform ación, u n consejo, un gesto de apoyo, o algo por
el estilo. Los departam entos universitarios estaban m uy com unica-
dos y eran sum am ente interdependientes; viajar a o tro sitio p ara una
reunión de colegas o visitar otras universidades eran acontecim ien-
tos poco habituales. H o y , p o r el contrario, un académico dinám ico
estará ligado, p o r correo postal y electrónico, llamadas de larga dis-
tancia, m ódem y fax, a o tro s estudiosos de todas partes del m undo
que piensen más o m enos com o él. La cantidad de interacciones p o -
sibles en una m ism a jo rn ad a sólo está lim itada p o r el tiem p o d isp o -
nible. Las tecnologías han estim ulado, adem ás, la aparición de cente-
nares de entidades nuevas, congresos internacionales y el m enudeo
de encuentros profesionales. H ace poco m e decía un colega que si
dispusiera de fondos p o d ría pasarse su año sabático’’' íntegro viajan-
do de un cónclave profesional a otro. U n a situación sem ejante p re -
valece en el m undo de los negocios. Los alcances de las o p o rtu n id a -
des com erciales ya no están lim itados p o r la geografía: la tecnología
perm ite que los proyectos em prendidos abarquen el planeta entero.
(La pasta dentífrica C olgate co n tra el sarro se vende h o y en m ás de
cuarenta países.) La posibilidad de establecer nuevas conexiones y
de adquirir nuevas oportunidades es prácticam ente ilim itada. La
vida cotidiana se ha convertido en un m ar de exigencias que n o s ah o -
gan, sin que se avizore playa alguna.
E l ascenso de la insuficiencia
¡A hora puede Leer los m ejores libros sobre ad -
m inistración de em presas publicados en 1989 en
sólo 15 m inutos!
115
La angustia de inform ación es generada p o r la
brecha creciente entre lo que abarcam os y lo que
pensam os que deberíam os abarcar.
R i c h a r d Sa ú l W u s m a n ,
Information Anxiety
116
u no lo bastante aventurado, pulcro, leído, co n o ced o r del m u n d o , es-
belto, buen cocinero? ¿Es suficientem ente cordial con los dem ás,
frugal en sus com idas, preocupado p o r su fam ilia? ¿Tiene lo bastan-
te bajo el colesterol? ¿Se ha deso d o rizad o com o corresponde, fre-
cuenta la peluquería? ¿T om a precauciones suficientes co n tra los la-
drones? La lista es interm inable. Más de u n a vez le oí quejarse a un
su scrip to r de la edición dom inical del N e w Y ork Tim es p o rq u e cada
página de este m am o treto la leían m illones de individuos y, p o r lo
tanto, si al final del día u n o n o había logrado devorarla, estaba en
precaria desventaja respecto de los demás: era u n idiota en potencia
ante m il circunstancias im previsibles.
Pero la am enaza de la insuficiencia n o se lim ita en ab soluto a la
co n fro ntación inm ediata con los com pañeros y los m edios. M uchos
de estos criterios de calificación se in co rp o ran al y o en el cuadro ge-
neral de los espectros sociales y quedan en libertad de hacerse o ír en
cualquier m om ento. El pro b lem a de los valores es que cada u n o de
ellos se desentiende de los restantes. V alorar la justicia, p o r ejem plo,
im plica desoír el valor del am or; aplicarse al deb er significa o lv id ar-
se de la espontaneidad. N in g ú n valor reconoce la trascendencia de
algún o tro. Y lo m ism o ocurre con el coro de los espectros sociales:
cada v oz autorizada se alza para desacreditar a todas las que no cum -
plen con sus requisitos. D e este m odo, todas las voces que discrepan
con el p ro ced er actual de alguien son críticos in tern o s que se burlan
de él, lo ridiculizan y privan a su acción de su consum ación p o te n -
cial. U n o se instala frente al televisor para pasar u n buen rato, y e n -
seguida el coro em pieza a restregarle: «inm aduro», «haragán», «irres-
ponsable»... Si se nos o curre arrellanarnos en el sillón con un buen
libro en tre las m anos, volverem os a escuchar: «sedentario», «inso-
ciable», «ineficiente», «soñador»... V am os a ju g ar al tenis con unos
am igos y se escucha: «seguro que hace u n cáncer de piel», «descuida
sus obligaciones fam iliares», «dem asiado com petitivo», «le falta en -
trenam iento». Se queda hasta m uy tarde en el trabajo y oirá: «adicto
al trabajo», «dem asiado am bicioso», «padre irresponsable», «se está
buscando el infarto». C ad a m om ento va envuelto en la culpa origi-
nada p o r to d o lo que era posible antes pero que ahora ya no hay d e -
recho a pretender.
117
E l receso de la racionalidad
Un grupo de actores sociales que procediesen
racionalmente según sus expectativas podría lle-
gar a tantos resultados diferentes que nadie tuvie-
ra razones apropiadas para actuar.
M a rtin H o llis ,
The Cunning o f Reason
118
cidentales piensan que casarse p o r am o r es la única form a razonable
(y aun im aginable) de casarse, pero los japoneses p u n tu alizan que,
según las estadísticas, los m atrim onios concertados p o r o tro s m o ti-
vos son los más longevos y felices. La racionalidad es consecuencia
de la participación social.
A m edida que se am plían nuestras relaciones, em pero, la validez
de cada racionalidad circunscrita corre peligro. Lo que es racional en
una relación es cuestionable o absurdo desde el p u n to de vista de
otra. La «opción evidente» al hablar con u n colega se convierte en un
disparate al hablar con la esposa o en una trivialidad p ara el am igo
que nos visita esa noche. P o r lo dem ás, com o cada relación aum enta
la capacidad de discernim iento, u n o acarrea consigo una m ultiplici-
dad de expectativas, valores y opiniones antagónicas sobre la «solu-
ción obvia» a ciertas cuestiones. Si se evalúan con cuidado todas las
alternativas, cada decisión es un salto hacia la brum a. L a disyuntiva
de H am let se torna h arto sim plista, p o rq u e lo que está en juego ya no
es ser o no ser, sino a cuál de tantos seres se adhiere uno. T. S. Eliot
em pezó a percibir este problem a cuando su P rufrock encontró «tiem -
po para un centenar de indecisiones/y para u n centenar de visiones y
revisiones,/antes de to m ar un té con tostadas».37
T enem os u n sencillo ejem plo en la tarea, tam bién sencilla, de v o -
tar en las elecciones presidenciales. A m edida que u n o se va relacio-
nando (directa o indirectam ente) con diversas personalidades m as-
culinas o fem eninas, en diversos cam inos de la vida y en distintos
sectores de su país o del m undo, se m ultiplica su capacidad de dis-
cernim iento. C uan d o antes habría recu rrid o a u n conjunto reducido
de criterios racionales o habría visto el asunto desde u n ángulo lim i-
tado, ahora puede aplicar una variedad de criterios y contem plar d i-
ferentes aspectos. Así, q u izá se incline p o r el candidato A p o rq u e ha
prom etido reducir los gastos militares, pero al mism o tiem po se p reo -
cupa de la pérdida que representaría en la seguridad nacional en un
clim a m undial tan inestable. Los planes del candidato B p ara esti-
m ular el desarrollo de la em presa privada pueden ser racionales d es-
de cierto p u n to de vista, pero el aum ento de los im puestos podría
gravar desm esuradam ente a las familias de clase media. P o r o tro
lado, hay buenos m otivos para suponer que la reducción del p resu -
puesto m ilitar que po stu la A favorecerá el objetivo de B de reactivar
la econom ía, en ta n to que los cam bios que p ro p o n e B en las c o n tri-
buciones im positivas harían innecesaria la reducción de los gastos
119
W A S H ÍN G T ^ < 0 N „ MurJi Man Stamaty
EN SU MENTE BULLEN IMAGENES E N S U S P IA L 0 G O S C O N P E R S O N A S
S U E E N T E N D IA N M E N O S Q U E EL
PE TODA CLASE PE COSAS: ^ f g g S g s S ^ P A R E C IA S U M A M E N T E E L O C U E N T E
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MO TEN IA Nt ID EA D E LO Q U E E 6 T A B A J |F a LA NOCHE. SIN EMBARGO, NO QUEÍÍ/i VOTA* A JN CANPIPATO
A LA rXESIPEM O A BASÁND O SE EM SU
CXC1ENDO, PERO NO PODÍA ,* í# j SEATimíE WrABA______ ATRACTMO NI EM SU CORTE DE fELO.
REFRENARSE YAHE'/ISTO^ ¿V E R ÍA COMPREKPER EM PROFUNDIDAD
m W R S & a M . „1 IO N E S DE HCI?as LA S CUESTIONES ECONÓMICAS. PERO
^BTENIENPtfV ü f f » flg W ?
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SABE
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120
de nuevas tecnologías, el m u n d o de las relaciones se ha ido satu ran -
do más y más. Participam os con creciente intensidad en una avalan-
cha de relaciones cuyas transfiguraciones presentan una constante
variedad. Y esta m ultiplicidad de relaciones trae consigo una tran s-
form ación en la capacidad social del individuo tan to para saber acer-
ca de com o para saber cómo. El sentido relativam ente coherente y
unitario que tenía del yo la cultura tradicional cede paso a m últiples
posibilidades antagónicas. Surge así un estado m ultifrénico en el que
cada cual nada en las corrientes siem pre cam biantes, concatenadas y
disputables del ser. El individuo arrastra el peso de un fardo cada vez
más pesado de im perativos, dudas sobre sí m ism o e irracionalidades.
R etrocede la posibilidad de un rom anticism o apasionado o de un
m odernism o vigoroso y unívoco, y queda abierto el cam ino para el
ser posm oderno.
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