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Así que, cuando oigas hablar de microgravedad, recuerda que no se está hablando de
la ausencia de la gravedad, si no de un entorno en el que su efecto es casi cero, y que la
investigación en ese tipo de lugares no sólo nos sirve para poder avanzar en los campos
relacionados con la astronomía, si no que también contribuyen a mejorar diversos
aspectos de las vidas de los que estamos aquí, en la superficie de la Tierra.
Sin embargo, esa misma intuición nos invita a aceptar que en el espacio en general, y en
la Estación Espacial Internacional (EEI) en particular, aparentemente no hay
gravedad.
Y esto parece justificar que los astronautas y los demás objetos siempre aparezcan
flotando como si la gravedad no fuese con ellos. Como si no hubiese un ápice de
gravedad cuando, en realidad, sí la hay. Hay microgravedad.
La EEI orbita en torno a la Tierra a una velocidad de 7,66 km/s, y tanto sus
instalaciones como todo lo que contiene, incluidos los astronautas, están
expuestos no solo al campo gravitatorio de la Tierra, sino también al de otros
objetos masivos, como la Luna, el Sol y los demás planetas que nos rodean,
aunque su influencia es mucho menor que la ejercida por nuestro planeta.