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FECHA PROPUESTAS DEL DOCENTE OBSERVACIONES

Estas islas pertenecen al territorio Argentino desde siempre. Sin embargo, hace muchísimos años –más de cien- los ingleses
llegaron con sus barcos de guerra y se apoderaron de ellas. A partir de ese momento, durante muchos años la Argentina
reclamó una y otra vez ante el gobierno inglés –en forma pacífica- para que le devolvieran las islas. Finalmente, el 2 de Abril de
1982 Argentina vivía tiempos difíciles ya que estaba atravesando una dictadura cívico militar y los dictadores que gobernaban
ordenaron a sus tropas la toma de las Malvinas y las recuperaron.
Pensaron que el gobierno de Inglaterra no haría nada al respecto, pero… ellos enviaron a sus tropas para volver a tomar las
Islas Malvinas y comenzó la absurda guerra que duró un poco más de dos meses.
Argentina nunca fue un país bélico, por eso no había muchos soldado formados, ante esto los dictadores decidieron enviar a
jóvenes de 18 a 20 años que no tenían la preparación necesaria, a demás de que los recursos eran escasos.
Durante el tiempo que duró la guerra los soldados y los pilotos de avión argentino lucharon con gran valor, pero finalmente
debieron rendirse. Más de 649 jóvenes cayeron en combate. Desde entonces, las islas continúan en poder de Inglaterra, pero
seguimos reclamando pacíficamente por ellas ante los países del mundo porque sabemos que las Malvinas son argentinas y es
nuestro derecho volver a incorporarlas a nuestro territorio nacional.

Conversar acerca del texto leído.


Proponer colocar un titulo.
 Marcar las palabras desconocidas y buscarlas en el diccionario.
 Marcar los párrafos del texto.
 Idea principal y secundaria del texto.

¿POR QUÉ LAS MALVINAS SON ARGENTINAS?


Anotaremos la lluvia de ideas de los alumnos y el docente expondrá los argumentos de los cuales deberán tomar nota los
alumnos.
 Para la próxima clase traer un mapa político de la Argentina. El mismo se utilizará para marcar las provincias y océanos.
Desde las áreas de lengua y ciencias se trabajará con el cuento “TITO NUNCA MÁS” donde podremos observar el contexto
histórico de la posguerra. Comenzaremos con la lectura compartida del cuento. Una vez finalizada conversaremos sobre sus
sensaciones.
 Para trabajar individualmente en sus carpetas:
1) ¿De que trabajaba tito antes de la guerra?
2) ¿Qué sufrió durante la guerra?
3) ¿Cuándo volvió y de que vivía?
4) ¿Qué pudo haber pasado con él?
5) Diferencia entre cuento y novela.
Testimonios
Partes de guerra Guillermo Huircapán (soldado clase 62, chubutense, casado y con dos hijos) - Primero estábamos en un campo
cercado por alambres de púa bajo la lluvia. Después nos mandaron a un frigorífico en San Carlos. Me acuerdo que era bastante
chico y era hermético. Con doscientos, trescientos hombres se llenó y empezó a faltar el aire. Llegó un momento en que
estábamos medio ahogados hasta que los ingleses abrieron la puerta. Incluso ahí había tipos que no querían entender que ya
éramos todos iguales, que no había privilegios. Una vuelta hubo hasta trompadas porque un cabo lo quiso apurar a un soldado y
se juntaron cuatro cinco soldados y lo querían matar. Los ingleses los tuvieron que separar. Los ingleses no entendían nada. Nos
revisaron, nos preguntaron las edades, no podían creer que todos tuviésemos dieciocho, diecinueve años, porque los únicos
soldados jóvenes de ellos estaban en la retaguardia como apoyo logístico. Los que combatían eran todos profesionales, gente
grande. No entendían que nosotros no cobrásemos un sueldo. Al principio, en el campo, nos trataban mal, nos apuntaban con las
armas en las costillas, nos empujaban, nos daban patadas. Éramos prisioneros de guerra y si bien habían caído muchos de los
nuestros, habían caído muchos ingleses también y no se podía esperar un trato demasiado amable, sobre todo de la gente del
frente. Después, en el frigorífico, el trato cambió. Había un capitán inglés que hablaba castellano y nos decía que íbamos a estar
bien, que nos quedáramos tranquilos. Para nosotros era todo muy confuso. Todavía no podíamos creer lo que estábamos
viviendo, no podíamos entender que el teniente estuviese muerto, que nuestros compañeros hubiesen caído. Cada uno estaba
encerrado en sí mismo, no queríamos ni conversar entre nosotros.
Daniel Terzano (soldado clase 55, porteño. Por prórroga hizo el servicio militar junto con la clase 62. Es psicólogo, publicó el
libro 5000 adioses. Es casado y tiene una hija) –
Estuvimos dos días dando vueltas en el Canberra alrededor de Malvinas porque Galtieri no se decidía a aceptar que un barco
inglés tocara un puerto argentino. Se le escapaba el detalle de que precisamente ese barco llevaba cinco mil argentinos de vuelta a
casa. Finalmente accedió y poco tiempo después llegamos a Trelew. Desde ahí viajamos a Palomar en un avión de línea Austral. La
compañía todavía era estatal y el personal tenía orden de no servirnos nada durante el vuelo, pero la tripulación, en un gesto que
nunca voy a olvidar, hizo una colecta y compraron algo de comida para todos. Llegamos a Campo de Mayo en micro, en medio de
la noche. Me acuerdo que en un momento paramos en una barrera y, desde una parada de taxis, los taxistas nos preguntaron de
dónde veníamos. Les dijimos que volvíamos de Malvinas. En medio de la noche, ahí estábamos, parados en una barrera
suburbana, una columna de micros con soldados que volvían de la guerra. Los taxistas no lo podían creer. Y después, cuando
entramos a Campo de Mayo, recorrimos un tramo indefinido en completo silencio, hasta que empezamos a escuchar, a lo lejos,
una marcha, una marcha hermosa, La avenida de las camelias. Era una noche oscurísima y no sabíamos de dónde venía esa
música, hasta que de pronto, cuando la música ya era estridente, vimos una banda tocando en medio de la nada, debajo de una
lamparita de no más de veinticinco vatios, en pleno descampado. Y ahí los dejamos, porque los micros nunca pararon y ahora se
me ocurre pensar que todavía siguen ahí, en el mismo lugar, tocando La avenida de las camelias para nadie. Nunca supe muy bien
qué fue eso, pero me quedó grabado como una visión. Supongo que fue un gesto de la gente de la banda, que cuando se
enteraron de que estaban llegando los soldados de Malvinas decidieron salir por lo menos ellos a recibirnos. Porque de hecho, ése
fue todo el recibimiento del Ejército Argentino a los veteranos. En Campo de Mayo estuvimos dos días en la Escuela de Apoyo de
Combate General Lemos. Los suboficiales estudiantes de pastelería nos traían medialunas todo el tiempo. Supongo que tenían
órdenes de no devolvernos a la vida civil en el estado en que estábamos, flacos y consumidos. De ahí nos llevaron al cuartel de
nuestra unidad. En La Plata, y pretendían tenernos otros dos días pero las familias de los conscriptos empezaron a presionar,
abrieron el portón de entrada y entonces apareció un coronel para nosotros desconocido que, debiéndose a su pueblo, desde
arriba de un camión, nos dijo que nos fuéramos. Nos abrieron el portón y salimos sin siquiera cambiarnos. Volví a casa con el
uniforme puesto. El viaje de vuelta por la autopista de La Plata a Buenos Aires, cuando ya todo se había terminado, fue
exactamente inverso al de ida, que emprendí a la carrera sin saber si iba a volver a verla, fue terrible, la vuelta será siempre uno de
los mejores momentos de mi vida.
 Lectura, reflexión y análisis.
 Socialización de vivencias familiares.

Una vez terminada la actividad el docente les pedirá a los alumnos que busquen información sobre lo siguiente:
 ¿Qué es el cementerio de Darwin?
 ¿Cuántos soldados se encuentran en él?
 ¿Cómo se reconocen los soldados que murieron en el cementerio?
 ¿Qué es el ADN? ¿Para qué nos sirve?

Se lee la siguiente noticia:


¡A EXPONER NUESTRAS IDEAS!
Se trabajará sobre el modo en que los medios masivos de comunicación nacionales cubrieron el conflicto. Respecto a su rol se
debatirá sobre dos temas:
 El vínculo entre los medios de comunicación y la dictadura militar. ¿Qué relación existía entre los medios y la dictadura?
¿Cómo operaba la censura? ¿Qué medios resistían esa censura? ¿Qué medios apoyaban la dictadura y hasta la
propagandizaban? ¿Qué dijeron estos medios sobre la guerra? ¿De qué modo informaron a la población?
 El vínculo entre los medios y la sociedad. ¿Por qué la sociedad creía en lo que los medios publicaban? ¿Había quiénes
desconfiaban de esa palabra? ¿Qué condiciones sociales permitieron creer que la Argentina iba ganando la guerra.


 Identificación de las partes de la noticia:
“La historia basada en un hecho real”

Para comenzar a trabajar sobre esta fecha, se les propondrá a los chicos mirar esta breve docu ficción, «El pulóver azul», de la
serie Pensar Malvinas de Canal Encuentro.
(http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=103490).
 Análisis y comprensión del contexto histórico. Debate.
A continuación se les propondrá (entre todos, de manera grupal) conversar y pensar algunas cuestiones teniendo en cuenta que
en el corto, además de contarse una historia, se presentan elementos para entender de qué se trata esta fecha.
Ciencias sociales:
 ¿Desde cuándo hay conflicto entre Gran Bretaña y la República Argentina por las islas Malvinas?
 ¿Qué significa la palabra usurpación?
 ¿Qué significa la frase «Las Malvinas son argentinas»?
 ¿Qué tres dimensiones / argumentos da el documental para explicar esa frase? ¿Cuál es la razón geográfica? ¿Cuál es la
explicación histórica?
Lengua:
 ¿Cuál es la historia que cuenta el corto?
 ¿Por qué se llama «El pulóver azul»?
 ¿Cuál es el valor de ese objeto para los personajes de la historia? ¿Qué representa? ¿Por qué creen que el padre no le
cuenta la historia del pulóver a su hijo desde el comienzo?
 ¿A qué les parece que hace referencia el padre (cuando era un joven soldado) cuando piensa: «Sentí que esa playa que
tenía adelante era una más de mi país»?
 ¿Por qué les parece que el protagonista necesita volver a las Islas? ¿Cómo se resuelve la historia? ¿Por qué les parece que
se resuelve así
Indagar sobre las sensaciones que una guerra nos deja.
realizar un dibujo que lo demuestre

Presentar a los niños el siguiente interrogante:¿ En la actualidad se siguen realizando guerras?


Conversar acerca de lo que conocen sobre guerra entre Rusia y Ucrania.
Copiar en el pizarrón los conocimientos que los niños poseen sobre dicha guerra

Ubicar en el mapa planisferio Rusia y Ucrania. Observar acerca en que continente se encuentra.

De tarea investigar acerca de las causas de dicha guerra


PRESENTAR EL SIGUIENTE VIDEO

https://www.youtube.com/watch?v=5uozmImv_Do

Conversar acerca de lo que entendieron o no de esta guerra que se está produciendo


Escribir algunas de las ideas expresadas.
Realizar diferencias entre la guerra de Malvinas y la de ucrania

Presentar el siguiente cuento


MIL GRULLAS
(cuento)
Elsa Borneman (Argentina, 1952)
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos.
Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíén, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo
entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que
estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado
del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los
escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada
anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah… y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban
murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan
acostumbrados al silencio…
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle
a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar
el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas,
para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía
tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y
anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los
ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían
que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera
tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la
reanudación de las clases.
Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque…
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque…
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima.
Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los
rincones de su local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de
otras épocas -Para cuando termine la guerra… —decía el abuelo—. Todo acaba algún día… —comentaba la
abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre
parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los
suyos cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni
casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación.
¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:
Lento se apaga
El verano.
Enciendo
Lámpara y sonrisas.
Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus
pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego
entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que
cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara
enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la
olvidara nunca…
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes…
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
«Ahora», Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta:
-¿Qué estará haciendo Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo
de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: «Donguri-Koro Koro- Donguri Ko…» por última vez. [“La bellota que rueda
hace koro koro al rodar…”. Canción popular japonesa]
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos
desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta
de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
En diciembre logró Toshiro averiguar dónde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros
cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro
de ellos, en su misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le
hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas
una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro… —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca
llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta…
Mil grullas… o «Semba-Tsuru», como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las
juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados)
entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día,
había habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse
esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la
certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario
donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su
lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos
y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella
misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel.
Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas
como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos raspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió
rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta
de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban
del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de
cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor…
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la
misma aparentemente impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le
permitió que entrara:
-Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil
grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita
echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Tosí-can… Gracias…
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse
impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo. La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la
impiedad de los adultos. ¿Cómo podrían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
[Febrero de 1976]
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de
sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el
aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su
escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes…
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella
superstición japonesa.
-Algún día completará las mil… —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su
escritorio?
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su
niñez. Con su perdido amor primero.

Mil grullas, Buenos Aires, Alfaguara Infantil, 2011, 48 págs.

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