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La tesis que voy a presentar en este trabajo es la siguiente: cualquier acto comunicativo
puede ser reducido básicamente a dos tipos fundamentales que servirán de base para
explicar sus más importantes cualidades como discurso. A estos dos tipos los
denominaré comunicación directa y comunicación indirecta.
Como habrán podido observar, he querido empezar con una forma lo más directa
posible de “ir al grano”, expresión que analizaremos y utilizaremos a menudo como
ejemplo de cómo servirse de ciertos instrumentos, como la metáfora (comunicación
directa), para pedirle a alguien precisamente que no utilice en un momento dado una
forma indirecta de comunicación que nos parece innecesaria en determinado contexto.
He expuesto sin rodeas mi tesis sin una introducción ni preámbulo ni presupuestos ni
ninguna otra preparación. Pero esto no es lo usual en los textos escritos, entre otras
cosas porque mucha gente podría no seguir adelante una vez que le hemos transmitido
la idea principal. Lo normal es que un texto escrito (ejemplo paradigmático de
comunicación indirecta) no presente su idea o ideas principales hasta bien avanzada la
obra, por razones que en su momento esudiaremos.
Parto de la base de que los conceptos ‘directo’ e ‘indirecto’ pueden ser, en múltiples
ocasiones, relativos. Así, un insulto es siempre más directo que una metáfora, aunque
muchos insultos metafóricos resultan tan directos o más que los no figurados, por lo que
no hay mucha diferencia entre llamarle a alguien tonto (no figurado) o burro (figurado).
Es decir, que directo e indirecto son en principio grados en la posibilidad de
comunicación. La comunicación directa será aquella sin barreras y, por tanto, siempre
será más directa una comunicación con pocas barreras que otra con muchos obstáculos
entre emisor y destinatario (sean físicos o psíquicos). De esta forma, en principio
podemos correlacionar comunicación directa y oral y comunicacioón indirecta y escrita;
pero dentro de ambas, encontraremos ejemplos de discursos mucho más indirectos que
otros. Compárese si no, los siguientes poemas:
1
Mi señor Ibrahim, ¡ay dulce nombre!
ven a mí de noche.
Si no, si no quieres, yo iré a ti:
dime dónde encontrarte.
(traducción de una jarcha mozárabe)
2
Al Sol peinaba Clori sus cabellos
con peine de marfil, con mano bella;
mas no se parecía el peine en ella
como se obscurecía el sol en ellos.
Cogió sus lazos de oro, y al cogellos,
segunda mayor luz descubrió, aquella
delante quien el Sol es una estrella,
y esfera España de sus rayos bellos:
divinos ojos, que en su dulce Oriente
dan luz al mundo, quitan luz al cielo,
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directos o muy sutiles y todo ello dependerá fundamentalmente de estos dos factores
(contexto e intención).
El contexto y el estilo.
Empecemos por el primer factor. Partamos de la base de que la intención es neutra y de
que solo buscamos una comunicación eficaz en un contexto en el que poco podemos
herir susceptibilidades o en el que nos reducimos a una comunicación objetiva.
En mi opinión, cuando nos encontramos en contextos neutros y sin intenciones
especiales más allá de la propia comunicación, la comunicación será más o menos
directa por razones puramente objetivas y, en muchos casos, físicas. En estos casos
priva la eficacia comunicativa y la economía lingüística.
Si todos los días vamos a una cafetería a la misma hora y pedimos lo mismo al mismo
camarero, la evolución de la comunicación llegará a casi cero; nuestra mera presencia
provocará que el camarero nos traiga, por ejemplo, nuestro café solo de todos los días.
Volviendo hacia atrás en el camino recorrido en esa comunicación diaria, podremos
reconstruir los recortes que se han ido produciendo en el proceso haciendo variar
gradualemente los elementos concurrentes en orden de importancia. Así, si llegamos un
día y hay camareros nuevos, deberemos reconstruir el mensaje del primer día: “por
favor, tráigame un café solo”. Si lo que cambia es solo la hora, volveremos a un estadio
no tan anterior y diremos, por ejemplo, “lo de siempre”. Si lo que cambia es cómo
queremos el café, sólo variaremos a un mensaje del tipo “hoy con leche”. Pero si
queremos una bebida distinta deberemos ser más explícitos: “hoy quiero un té con
limón”; incluso a veces nos sentiremos obligados a dar una explicación (“me sentó mal
la comida”). Si imaginamos todo tipo de variaciones, podremos comprobar cómo cuanta
más coincidencia contextual, más explícita y directa será la comunicación; en cambio,
cuantas menos coincidencias haya, la comunicación necesitará ser más explícita y, por
lo tanto, más indirecta.
Cuando decimos que donde hay confianza da asco o que quien bien se conoce pocas
palabras necesita, nos estamos refieriendo precisamente a que no hacen falta
preámbulos, explicaciones o fórmulas afectivas entre los interlocutores que se conocen
bien, sobre todo en situaciones cotidianas y repetidas 1. Por el contrario, la situación
es decir, explicarse muy bien, para conseguir lo que busca; si no hay otro vendedor más
enterado.
Intención y estilo.
Parece que el elemento más determinante para producir las distintas variaciones de
estilo es la intención comunicativa. Cuando antes de decir algo necesitamos tener en
cuanto un buen número de factores psicológicos relacionados con el mensaje que vamos
a transmitir, automáticamente se producen problemas de estilo, es decir, muchas
opciones estilísticas distintas entre las que escoger según los siguientes factores. Esto se
puede comprobar cuando nos vemos obligados a dejar un mensaje en un contestador
automático: dudamos, nos ponemos nerviosos, no sabemos como expresarnos. En
cambio si nos contestan sabemos desrrollar mejor o peor la conversación.
Los factores comunicativos se convierten en preguntas ¿Qué queremos transmitir, qué
queremos conseguir con lo que transmitimos, qué reacción suponemos que puede tener
el destinatario ante lo que le vamos a transmitir, dónde estamos, a cuántas personas nos
dirigimos, qué relación tenemos con esas personas, cuál es nuestra responsabilidad con
respecto a ellas, qué queremos que suceda y que no queremos que suceda cuando
hablemos, etc.?
Los factores son tantos y tan variados que las posibilidades estilísticas innúmeras de las
que disponemos no son suficientes a priori para quedar siempre satisfechos con la forma
de nuestro mensaje.
Julio Cortázar tiene un escrito al respecto: en él venía a sugerir que los argentinos no se
escribían más cartas porque tenían un grave problema solo con el encabezamiento:
“estimado señor, querido amigo, estimado amigo”, etc. lo cual quitaba en muchos casos
las ganas de continuar, por lo que se optaba por no escribir la carta2.
Si tenemos que darle a alguien una mala noticia en persona nos plantearemos antes la
manera de decírselo, dedicaremos unos minutos a pensar cómo décirselo; pero si lo
tenemos que hacer por escrito, tardaremos casi con seguridad mucho tiempo en redactar
una brerve carta de apenas unas líneas. El problema es siempre estilístico y será más
agudo cuanto menos claros tengamos los factores que motivan la comunicación. Creo
que la mala Literatura nace de aquí, de la falta de criterio estilístico en relación a las
circunstancias del discurso. El autor genial siempre sabe qué quiere y por eso no le
cuesta tanto conseguirlo. Por esa misma razón fracasan las segundas partes forzadas de
muchas obras.
La confianza entre los interlocutores
Sabemos por nuestra experiencia lingüística con el español que el grado de confianza
entre los interlocutores puede ser el primer factor que determine un serie de variaciones
formales que ilustran muy bien este problema: el tratamiento directo es el tuteo. “Tú” es
la segunda persona directamente participante en la comunicación, frente a la tercera que
no perticipa en ella. Por esa razón, cuando no tenemos confianza con alguien recurrimos
DIRECTO INDIRECTO
Cállate Podría guardar silencio.
Te me estás marchando (hipérbole temporal). Podría hacer el favor de ir abandonando el
bar.
Has suspendido No ha alcanzado usted la nota suficiente.
Eres tonto Le dijo que no era muy inteligente.
La comunicación indirecta supone un alejamiento en el espacio, en el tiempo y en la
persona gramatical, lo que lleva consigo un carácter más formal. Incluso en la
comunicación oral directa puede graduarse la confianza y hacerla más o menos
mediatizada:
La comunicación directa.
La comunicación directa se caracteriza por su mayor fuerza expresiva, por lo que
contiene elementos sintomáticos del hablante y del oyente: tics, muletillas, lapsus,
anacolutos, etc. Echa mano muy a menudo de las modalidades expresiva y apelativa del
lenguaje: pronombres personales, apelaciones, vocativos, exclamaciones, insultos,
mandatos directos, etc.
La comunicación indirecta.
La comunicación indirecta, en cambio, supone un alejamiento en el espacio, en el
tiempo y en la persona gramatical, lo que lleva consigo un carácter más formal y la
ausencia de ciertas confianzas.
La acumulación de elementos sirve para suavizar la brusquedad de lo dicho
directamente, sin mediatización. Los elementos que se van interponiendo suponen un
claro alejamiento que hace perder fuerza expresiva y ganar formalismo y hasta
humildad.
mi tu su
Además, la interpelación directa se sustituye por perífrasis elusivas que, al evitar un
elemento, producen alejamiento genérico. La litote, por ejemplo, no es más que una
perífrasis elusiva suavizadora, atenuante:
he suspendido no he aprobado
es un burro no es muy listo
Comunicación y Literatura.
¿Y qué ocurre con la Literatura? Responde a este sencillo esquema el problema del
estilo literario.
La contestación a esta pregunta ya no puede ser directa; requiere quizás algunas
reflexiones previas.
El primer problema que se plantea es el siguiente: la contestación afirmativa a la
pregunta reduciría las grandes tendencias estilísticas de la Literatura de todos los
tiempos a un factor tan simple que quizás no sirviera para explicar ningún problema
estilístico complejo.
Sin embargo, me atrevo una vez más a adelantar que la respuesta es, en efecto,
afirmativa. En mi opinión, los problemas formales que se le plantean a un autor literario
se pueden reducir significativamente a la mayor o menor necesidad de que el mensaje
sea directo en virtud de los factores que hemos estado analizando y del tratamiento que
de dichos factores imponen las llamadas tendencias estilísticas.
Vayamos una vez más al grano. Analicemos el siguiente fragmento de La Regenta, de
Clarín:
Por estas consideraciones, que le estaban dando vergüenza, que le parecían ridículas al
cabo, don Álvaro resistió el vehemente deseo de pisar un pie a la Regenta o tocarle la pierna con sus
rodillas [...]
Que era lo que estaba haciendo Paquito con Edelmira, su prima. La robusta virgen de aldea
parecía un carbón encendido, y mientras don Juan, de rodillas ante doña Inés, le preguntaba si no era
verdad que en aquella apartada orilla se respiraba mejor, ella se ahogaba y tragaba saliva, sintiendo el
pataleo de su primo y oyéndole, cerca de la oreja, palabras que parecían chispas de fragua. Edelmira,
a pesar de no haber desmejorado, tenía los ojos rodeados de un ligero tinte oscuro. Se abanicaba sin
punto de reposo y tapaba la boca con el abanico cuando en medio de una situación culminante del
drama se le antojaba a ella reírse a carcajadas con las ocurrencias del Marquesito, que tenía unas
cosas...
Para Ana el cuarto acto no ofrecía punto de comparación con los acontecimientos de su
propia vida... ella aún no había llegado al cuarto acto. ¿Representaba aquello lo porvenir?
¿Sucumbiría ella como doña Inés, caería en los brazos de don Juan loca de amor? No lo esperaba;
creía tener valor para no entregar jamás el cuerpo, aquel miserable cuerpo que era propiedad de don
Víctor sin duda alguna. De todas suertes, ¡qué cuarto acto tan poético! El Guadalquivir allá abajo...
Sevilla a lo lejos... La quinta de don Juan, la barca debajo del balcón... la declaración a la luz de la
luna... ¡Si aquello era romanticismo, el romanticismo era eterno!... Doña Inés decía:
Don Juan, don Juan, yo lo imploro
de tu hidalga condición...
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Estos versos que ha querido hacer ridículos y vulgares, manchándolos con su baba, la
necedad prosaica, pasándolos mil y mil veces por sus labios viscosos como vientre de sapo, sonaron
en los oídos de Ana aquella noche como frase sublime de un amor inocente y puro que se entrega con
la fe en el objeto amado, natural en todo gran amor. Ana, entonces, no pudo evitarlo, lloró, lloró,
sintiendo por aquella Inés una compasión infinita. No era ya una escena erótica lo que ella veía allí;
era algo religioso; el alma saltaba a las ideas más altas, al sentimiento purísimo de la caridad
universal..., no sabía a qué se debía aquello; la razón para llorar era que se sentía desfallecer de tanta
emoción.
Las lágrimas de la Regenta nadie las notó. Don Álvaro sólo observó que el seno se le
movía con más rapidez y se levantaba más al respirar. Se equivocó el hombre de mundo; creyó que la
emoción acusada por aquel respirar violento la causaba su gallarda y próxima presencia, creyó en un
influjo puramente fisiológico y por poco se pierde... Buscó a tientas el pie de Ana... en el mismo
instante en que ella, de una en otra, había llegado a pensar en Dios, en el amor ideal, puro, universal
que abarcaba al Creador y a la criatura... Por fortuna para él, Mesía no encontró, entre la hojarasca de
las enaguas, ningún pie de Anita, que acababa de apoyar los dos en la silla de Edelmira.
Clarín, el gran maestro del estilo, juega en este fragmento con casi todas las
posibilidades formales que le presenta la lengua y las tendencias literarias del momento.
Y lo hace con arreglo a una jerarquía en el tratamiento de los personajes y de su
reacción ante una obra de arte como es el Don Juan Tenorio. Cada personaje percibe el
Tenorio de distinta forma con arreglo a su propia situación. Para Paquito y Edelmira que
solo tontean sin ninguna profundidad en su amor, la obra suena como algo lejano y
Clarín lo muestra con el uso del estilo indirecto puro: [...] y mientras don Juan, de rodillas ante
doña Inés, le preguntaba si no era verdad que en aquella apartada orilla se respiraba mejor, ella se
ahogaba y tragaba saliva [...]
Ana Ozores, en cambio, vive el Tenorio como un episodio paralelo al de su vida y por
ello, atenta y reflexiva, percibe el texto como debe ser, en su forma exacta, en estilo
directo, tan directo como el mensaje de Doña Inés:
Don Juan, don Juan, yo lo imploro
de tu hidalga condición...
Clarín se permite incluso hacer crítica literaria sobre la obra. Indirectamente rinde
homenaje al acierto estilístico de Zorrilla en su visión del mito de Don Juan y del
personaje de Doña Inés.
En resumen, creo que el juego con los modos de enunciación más o menos directos y
con las fórmulas estilísticas al uso (estilo indirecto libre para la introspección de la
protagonista) responde en el fragmento a criterios estéticos relacionados con aquellos
factores que vimos en apartados anteriores: qué queremos transmitir, qué queremos
conseguir con lo que transmitimos, qué reacción suponemos que puede tener el
destinatario ante lo que le vamos a transmitir, dónde estamos, a cuántas personas nos
dirigimos, qué relación tenemos con esas personas, cuál es nuestra responsabilidad con
respecto a ellas, qué queremos que suceda y qué no queremos que suceda cuando
hablemos, etc. En este caso podemos aplicar estos criterios a las intenciones de Clarín
con respecto a sus personajes: cómo quiere que los entendamos, qué simpatía tiene
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hacia ellos y qué simpatía o antipatía quiere que nos transmitan, qué aspectos de su
personalidad quiere destacar, etc. Podemos decir que el grado más o menos directo de
todos los mensajes que aparecen en el texto responde fundamentalmente (excluyendo
claro está las razones de información objetiva) a la intención del autor y que cada
elección formal, de alguna manera, produce mayor o menor acercamiento a un
personaje, mayor o menor antipatía, compasión, comprensión, intimidad, etc. lo que se
consigue con discursos y recursos más o menos directos según el caso.
Gutierre de Cetina.
El discurso es directo e íntimo. El poeta intenta una comunicación directa con su amada
a través de sus ojos.