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Jorge Ibargüengoitia. (1989) LA FARSA DEL VALIENTE NICOLÁS
Jorge Ibargüengoitia. (1989) LA FARSA DEL VALIENTE NICOLÁS
Jorge Ibargüengoitia
(Teatro popular)
Personajes
JUAN, un campesino
ZENAIDA, su mujer
DON ROSALÍO, su suegro
DON NABOR, un abonero
DON CENÓN, un tendero
DOÑA BRÚJULA, una prestamista
Entra don Rosalío calándose unas gafas, tiene pelo y barba blancos.
DON ROSALÍO: Eso sí que me dará mucho gusto, muchacha, que yo para leer es para lo
único que sirvo, porque ya estoy muy viejillo. Y más una carta de un muchacho como Juan
tu marido, que quiero mucho, por trabajador. A ver, dame acá.
DON ROSALÍO: (Leyendo) “…con el favor de Dios pude juntar la cantidad de dos mil
pesos…”
ZENAIDA: ¡Dos mil pesos!
DON ROSALÍO: (Leyendo) “…dos mil pesos, que nos alcanzarán para pagar las deudas que
tenemos, y para vivir en tranquilidad mientras se llega el tiempo de la cosecha.”
ZENAIDA: (Bailando) ¡Dos mil pesos!
DON ROSALÍO: Silencio, muchacha, que no he terminado.
DON ROSALÍO: (Leyendo) “También llevo algunos regalitos para ti, para los niños, y para
don Rosalío…” ¿Ya ves, muchacha? Faltaba lo mero bueno: “Regalitos para don Rosalío”,
servidor. (Leyendo) “Ya con esto me despido, y espero, que cuando recibas ésta nada te
duela, ni nada te falte. Tu marido que tanto te quiere: Juan.”
ZENAIDA: ¡Ay, qué contenta estoy porque ya viene mi marido, porque nada le sucedió
mientras estuvo lejos, porque trae regalos para mí y para mis hijos…!
DON ROSALÍO: ¡Y para mí! Allí dice.
ZENAIDA: Y porque trae dinero para pagar las deudas que tenemos…
DON NABOR: (Desde fuera) ¡Epa, doña Zenaida!, ¿qué pasó con el dinerito que me debe
de la manta que me compró el otro día?
DON CENÓN:(Desde fuera) ¿Y con el que me debe a mí de las tres hanegas de maíz que le
di?
DOÑA BRÚJULA: (Desde fuera) ¿Y con los trescientos pesos que le presenté a su marido
para el viaje?
LOS TRES: (Desde fuera) ¿Qué pasó, doña Zenaida? ¿Qué pasó con el dinero?
ZENAIDA: Vengan ustedes, señores, que les tengo buenas noticias.
DON ROSALÍO: ¡Ya llegaron los zopilotes! Cuidado, muchacha, que si les dices que tu
marido viene con pesos, son capaces de dejarlo hasta sin un pollo, con ser éste el animal más
inferior de todos.
ZENAIDA: Tienen derecho a saber que les vamos a pagar. Entran don Nabor, don Cenón y
doña Brújula. Son siniestros.
DON NABOR: A ver, doña Zenaida…
DON CENÓN: Cuéntenos las noticias…
DOÑA BRÚJULA: Queremos saberlas…
DON NABOR: Todo lo que usted nos diga, nos interesa…
DOÑA BRÚJULA: Como la vemos tan solita y tan triste…
DON CENÓN: Y tan sin dinero…
DOÑA BRÚJULA: En las noches pienso: “¡pobre Zenaida, tan desamparada, con este
hombre que se le fue dizque a trabajar, y no aparece.”
DON CENÓN: (La opulencia personificada) Y yo pienso: “¿cuándo me podrá pagar esta
mujer?” Porque, ¿viera qué mal ando de centavos?
DON NABOR: Y a mí, me da vergüenza venir a cobrarle, ¿pero qué otro remedio me queda?
Yo vivo de eso, y tengo que ver por mi familia.
LOS TRES: (Duramente) Así es que: ¡páguenos!
ZENAIDA: No tengo dinero ahora, pero acabo de recibir esta carta… (la muestra)
DON ROSALÍO: (Desde fuera) ¡Zenaida, no les enseñes esa carta!
DON NABOR:(Hacia fuera) ¿Quién le pidió el consejo?
DOÑA BRÚJULA: (Hacia fuera) ¡Viejo entrometido!
DON CENÓN: No le haga caso, doña Zenaida, enseñemos la carta. Que nosotros somos los
amigos de usted y de su marido y estamos aquí para ayudarla…
DON NABOR: Y aconsejarla…
DOÑA BRÚJULA: Y cuidarla.
DON ROSALÍO: (Desde fuera) Son como zopilotes, Zenaida. Nomás andan viendo quién se
muere en los caminos para caerle encima.
LOS TRES:(A Zenaida, que duda) ¡La carta!
Se abrazan.
DON ROSALÍO: Eso mero era lo que quería, para acordarme de mis tiempos en que era yo
federal.
ZENAIDA: Pruébesela, don Rosalío.
DON ROSALÍO: Déjeme ponerme espuelas y mi sable, para espantar a los conejos. (Sale,
llevando la chaqueta)
JUAN: Pues, ahora sí, mi vieja, falta enseñarte lo mero bueno. (Saca un cinturón de víbora,
y de él un chorro de pesos).
DON NABOR, DON CENÓN, DOÑA BRÚJULA: (Melosos, desde fuera) ¡Juanito!
Juan y Zenaida se ponen a guardar el dinero en el cinturón, con toda la rapidez de que son
capaces, pero entran los otros tres antes de que puedan terminar.
JUAN: Ay, Zenaida, tres meses de andar cargando el chunde, para quedarme sin nada
llegando a mi tierra.
ZENAIDA: ¡Ay, Juan, tanto que me gustaba mi rebozo!
JUAN: ¡Y a mí mi chamarra!
ZENAIDA: ¡Y el sarape de los niños, tan bonito que estaba!
JUAN: ¡Y mis dos mil pesos!
ZENAIDA: ¡Ay, Juan, qué triste estoy!
JUAN: ¿Y ahora qué vamos a hacer?
DON ROSALÍO: (Desde fuera) ¡Y ay, jaray, jarayja! ¡Y ay, jaray, jarija! ¡Y ay, jaray, jarayja!
Entra don Rosalío con espuelas, sombrero tejano, chaqueta de militar y blandiendo un sable,
da una vuelta al escenario con toda la agilidad que le permiten sus piernas, mientras Juan
y Zenaida lo miran primero asustados, después asombrados y luego tristísimos al acordarse
de sus desventuras.
DON ROSALÍO: (Recobrando la serenidad) ¿Qué les pasa?, ¿por qué están tan tristes?
JUAN: Ya nos dejaron en la calle.
ZENAIDA: Ni mi rebozo dejaron.
DON ROSALÍO: (A Zenaida) Te dije que eran como zopilotes, muchacha, pero no me hiciste
caso.
DON ROSALÍO: Pero no se apuren, muchachos, que mientras hay vida, hay esperanza.
JUAN: Pero si faltan tres meses para la cosecha.
ZENAIDA: Y el año no viene muy bueno.
JUAN: Y nadie me da trabajo aquí. Y si voy fuera, me hacen la misma.
ZENAIDA: ¡Ay, qué tristeza!
JUAN: ¡Ay, qué dolor!
DON ROSALÍO: Calma, señores, yo voy a ayudarlos.
JUAN: Pero si usted no tiene ni un centavo, don Rosalío.
DON ROSALÍO: Pero tengo mañas. Acuérdate, Juan, que más sabe el diablo por viejo que
por diablo. Vengan.
Salen los tres. Entran, después de un momento, don Nabor, don Cenón y doña Brújula, con
chamarra, sarape y rebozo, respectivamente.
Suena la música. Ellos bailan. Cuando termina el baile entra don Rosalío, sin chaqueta
militar, ni espuelas, ni sombrero, ni sable, pensativo.
Se sientan los tres alrededor de don Rosalío, que se sienta en algo más alto, y empieza a
contar.
DON ROSALÍO: Esto es que el valiente Nicolás era un soldado de caballería; traía sombrero
tejano, chaqueta militar, un gran sable y espuelas.
DOÑA BRÚJULA: ¿Y cómo era su cara?
DON ROSALÍO: Era para espantar a cualquiera.
DON NABOR: ¿Y qué hacía?
DON ROSALÍO: Pedía dinero prestado.
DON CENÓN: ¿Por eso era valiente?
DON ROSALÍO: Era valiente, porque no lo pagaba.
DOÑA BRÚJULA: ¿Y cómo hacía para no pagar?
DON ROSALÍO: Degollaba al que le cobraba.
DON NABOR: ¡No me diga usted!
DON CENÓN: ¿Lo degollaba?
DOÑA BRÚJULA: ¿Le cortaba la cabeza al que le cobraba?
DON ROSALÍO: Con el sable que traía.
DON CENÓN: Yo no le hubiera prestado ni un centavo.
DOÑA BRÚJULA: Ni yo.
DON ROSALÍO: Los hubiera degollado.
LOS TRES: ¿Por qué?
DON ROSALÍO: Porque también degollaba al que no le prestaba.
DON CENÓN: ¡Ay, qué caray, qué hombre tan terrible ha de haber sido el valiente Nicolás!
DON NABOR: ¿Y no había nadie que le avisara al juez?
DON ROSALÍO: No había juez que se le pusiera enfrente.
LOS TRES: ¿Por qué?
DON ROSALÍO: Porque a los jueces también los degollaba.
DON CENÓN: ¡Ay, qué caray, pues no había escapatoria con ese valiente Nicolás!
DOÑA BRÚJULA: ¡Bendito sea Dios que los tiempos han cambiado!
DON CENÓN: ¡Que ya no hay valientes Nicolases!
DON NABOR: Porque ahora, el que debe paga.
LOS TRES: Lo que uno le cobra.
DON NABOR: Y la prueba de eso la tiene usted en mi chamarra.
DON CENÓN: Y en mi sarape.
DOÑA BRÚJULA: Y en mi rebozo.
LOS TRES: Y en el dinero que traemos aquí guardado. ¡Bendito sea Dios, que los tiempos
han cambiado!
DON ROSALÍO: Sí señores, bendito sea Dios, que ya no hay valientes Nicolases. Bueno,
pues ya les conté la historia, ya me despido. (Sale)
Los tres que quedan, bailan otra vez el mismo baile regocijando.
JUAN: (Desde fuera) ¡Y ay, jaray, jarayja! ¡Y ay, jaray, jarija! ¡Y ay, jaray, jarayja!
Don Cenón, don Nabor y doña Brújula guardan silencio, y ven a su alrededor. Entra Juan,
disfrazado del valiente Nicolás, con una máscara espantable, chaqueta, sombrero, sable, etc.
Los demás se retiran a un rincón y lo observan temerosos.
Juntan el dinero entre los tres, con trabajos. Luego van hasta el valiente.
DON CENÓN: A nombre de mis compañeros, permítame hacerle el regalo de los dos mil
pesos que necesita para regresar a su tierra, para que viva muy contento con su mujer. Tenga.
(Le da el dinero)
JUAN: Está bueno, gracias. (Guarda el dinero) Adiós.
LOS TRES: Adiós.
JUAN: (Mientras, sale, blandiendo el sable) ¡Ay, jaray, …etc.
LOS TRES: ¡Estamos salvados!