Está en la página 1de 231

Ser feliz contigo mismo

Biografía

Darío Lostado estudió Filosofía y Psicología en la


Universidad Central de Madrid y en la Universidad
de Salamanca. Ha sido profesor en Chile, Santo
Domingo y Puerto Rico, y dictado numerosos
cursos de Relaciones Humanas y desarrollo
mental y personal. Sus libros han sido editados en
España y Latinoamérica con singular éxito: La
alegría de ser tú mismo (veintidós ediciones), Ama
y haz lo que quieras (siete ediciones), Vivir como
persona (seis ediciones), Hacia la verdad de ti
mismo (tres ediciones), Pero mi voz me dice... (tres
ediciones) y Somos amor, publicado por primera
vez en enero de 1992.
Ser feliz contigo mismo
Darío Lostado

Planeta
Primera edición en esta colección: noviembre de 1997

© Darío Lostado, 1992


© Editorial Planeta Argentina, S. A. I. C., 1992
© Editorial Planeta, S. A., 1997
Córcega, 273 - 08008 Barcelona (España)
Edición especial para Ediciones de Bolsillo, S. A.

Diseño de cubierta: Pati Núñez Associats


Fotografía de cubierta: © L. C.
Fotografía autor: © Alicia Sanguinetti

ISBN 84-08-02318-7
Depósito legal: B. 41.641 -1997
Fotomecánica cubierta: Nova Era
Impresor: BIG, S. A.
Impreso en España - Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización


escrita de los titulares del «Copyright», bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
parcial o total de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografia y el
tratamiento informático, y la distribución de ejemplares
de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
índice

Prólogo ............................... . 9
I. ¿QUÉ ES LA FELICIDAD?........................................................... 13

No sólo leer sino meditar en silencio ... 15


Vivencias y hechos. No palabras .... 19
Equívocos de la felicidad................................ 20
Parábola.................................................... 21
La relatividad de la felicidad.......................... 23
Relaciones felices e infelices.......................... 27
Tener fe no es simplemente creer .... 28
Feliz con nada............................................... 32
La felicidad está más en dar que en recibir . 33
También pueden ser felices.......................... 34
Si quieres ser feliz.......................................... 34
El motivo de nuestra alegría.......................... 35
Eres más y mejor.......................................... 37
La desvalorizada bondad................................ 39
¿La felicidad en pequeñas cosas? .... 41
La paz... ¿de quién?..................................... 43
¿Buscar la verdad de sí?............................... 43
Serenidad interior.......................................... 45
Una sola cosa necesaria................................ 46
Dar todo por La Verdad................................ 47
Todo es espiritual.......................................... 48
El placer de vivir.......................................... 50
Soy más cuando no pienso.......................... 52
La felicidad que no llega................................. 53
Cada día......................................................... 55
La honesta sinceridad................................ 56
Presente vs. pasado..................................... 57
La raíz de los problemas............................... 57
Los tres niveles de conciencia..................... 60
El río y yo.................................................... 63
Plenitud y vacío.................................... . 64
Técnicas y descubrimiento de sí 65
Tú eres positividad..................................... 68
Todo es como tiene que ser ...................... 71
II. Vivir la felicidad......................................... 75
Tu despertar por la mañana.......................... 77
Cantar siempre............................................... 80
Yo soy el Universo.......................................... 81
Libertad y silencio interior.......................... 82
Tú, ¿dependes de los demás?. . . . . . 87
Cada uno tiene su propia carga..................... 89
¿Cuál es la causa de los temores? .... 92
La infelicidad del orgulloso.......................... 95
¿Es buena la soledad?..................................... 98
¿Moralizar o darse cuenta?.......................... 101
La vida llena ¿de qué?..................................... 103
Ten siempre confianza............................... 104
Amor-Vida.................................................... 105
La injusticia de la imagen.......................... 106
Atención en cada instante 106
¿Son míos mis pensamientos?..................... 108
¿Puede amarse sólo a una persona?. . 110
La gran tarea: liberarse............................... 113
Juegos de la imaginación............................... 115
La iluminación............................................... 116
Deseos y sufrimiento..................................... 118
Hijos de La misma Vida...................................... 119
¿Es amor o... qué?. 120
El desaliento............................................... 121
Conocerse ..................................................... 123
Resolver tus problemas............................... 124
¿El dinero da la felicidad?.......................... 125
Tiempo de ocio............................................... 127
Aceptar las consecuencias.......................... 128
Amar sobre todo y ante todo. Amor profundo 129
Amor relativo o de personalidad..................... 133
Amor celoso o celos de amor.......................... 137
¿Cuándo somos libres?............................... 138
Tu relación con los demás.......................... 141
«Te conozco muy bien»............................... 143
Caras tristes y serias..................................... 143
Actitud positiva total y siempre..................... 144
Las dos espontaneidades............................... 149
Siempre el equilibrio..................................... 150
Envidia.................................... 151
La mano invisible................................................ 153
Me ocupo mejor de mí cuando me despreocu­
po de mí ..................... 154
Inseguridades................................ . 156
III. Observando la vida . ... 157
Joaquín, el mirador de estrellas.................... 159
Yo = tú............................... 160
El ejemplo de Susi......................................... 162
Hay gente mala................................................ 163
Tú y tu manifestación. . . ~........................... 167
Objetivos parciales y objetivo total.... 170
Saber poseer y saber usar . . . . 172
¿Por qué quieres ser bueno?.................................173
«Tus hijos no son tus hijos».................................174
¿Fuerza de voluntad?........................................... 175
La inspiración es de todos y para todos . . 177
El Dios real y el Dios de bolsillo. .... 183
Quiero ser auténtico........................................... 186
El pasado pasó......................................................190
Encontrarse a sí mismo...................................... 193
Cuidado y control del cuerpo........................... 195
Todo tiene su sentido y su razón . ... . 198
El veraneo...........................................................204
El error de competir...........................................204
Observa.......................................................... 207
El mejor perdón: ...no tener que perdonar. . 208
¿Piensa mal y acertarás?......................... . 209
Orgullo y vanidad hasta en la muerte . . . 210
Neurosis por el poder. . . 211
El deseo de las hormigas. . . . . . 213
Nuestras diferencias........................................... 215
Los ricos pobres................................................ 218
Educación utilitaria........................................... 219
¿Ser bueno por obligación?.................................220
Esa es la verdad y nada más que ésa . ; . 222
¿Por qué la repulsión ante ciertas personas? . 224
Todavía hay primaveras......................................225
Prólogo

Las palabras y las páginas de este libro no son mías.


Son de La Vida.
Yo las escribo. Pero seguro que tú las has pensado
y sentido en el fondo de ti alguna vez.
Yo no suelo ponerme a escribir pensando decir algo
preconcebido, estudiado. Únicamente me quedo re­
ceptivo, apto y disponible para que La Vida se exprese
a través de mis palabras.
Es posible, como suele ser frecuente, que tú al leer
alguna de estas páginas digas: esto ya lo he pensado yo
muchas veces.
Es que La Vida nos habla a todos.
Algunos están tan ocupados en sus problemas, en
sus proyectos, en sus trabajos o en sus pasatiempos
que apenas la escuchan. Pero no por eso La Vida (o si
prefieres te diré Dios) deja de hablar.
A veces, incluso tiene que hablarles con el duro len­
guaje de los acontecimientos dolorosos.
Algunos por desgracia ni siquiera entonces escu­
chan ni entienden.
Cada una de mis palabras son la voz de mi amo. Mi
amo es mi ser interior que es exactamente el mismo
que el tuyo.
Mi mente y tu mente son distintas. Como distintos
son nuestros cuerpos.
En estas páginas ni mi mente ni mi cuerpo te ha­
blan. Te habla el Ser que brilla en mí como en ti, el Ser
o la Energía que hace brillar las infinitas estrellas en el
firmamento.
En las páginas que te escribo, no encontrarás expo­
siciones brillantes filosóficas, científicas o literarias...
Yo doy preferencia a que La Vida se vaya expresan­
do en mí, en ti, en todos.
9
Cuando una persona está atenta a La Vida que se
está expresando a través de ella, no necesita muchas
enseñanzas académicas o autoridades externas.
Para experimentar y vivenciar La Verdad de sí mis­
mo, que es la causa única de nuestra felicidad autén­
tica, se requiere únicamente estar muy atento a sí
mismo.
Cuando en un momento determinado del día haces
de tu atención el objeto de tu propia atención te darás
cuenta, si logras conseguirlo, que todo en ti empieza a
serenarse porque estás logrando centrarte en lo que
eres como fondo y base de todo tu ser: conciencia,
atención.
Ahí, cada uno es la autoridad máxima.
Con decir esto ya no debería decir nada más. Ahí
está la base de nuestra felicidad.
Estamos acostumbrados a salir y vivir fuera de no­
sotros mismos «porque hemos de ocupamos de la su­
pervivencia», «porque vivimos en sociedad», «porque
hay que trabajar por los demás», «porque tengo una
obligación con mi familia», «porque la realidad de la
vida es muy dura y exige estar siempre pendiente y en
vilo», «porque ¡uno es débil!»...
No puedo decir que esas razones no tengan validez
alguna. Pero lo primero es lo primero. Y lo primero es
que tú estés bien para que puedas hacer bien lo demás
que es lo segundo.
Cuando te saltas lo primero, lo segundo se hace
más difícil.
Si tú estás bien, todas esas lícitas preocupaciones y
trabajos se realizan mucho mejor.
Pon atención a ti mismo.
Ocúpate de ser feliz tú.
Ocúpate de discernir, y encontrar dónde y en qué
consiste tu felicidad.
Tu felicidad es posible porque no depende de nada
ni de nadie.
Sólo depende de ti.
¡Ay!, me decía una persona, eso suena muy bonito y
muy ideal. Pero no es cierto en la vida práctica. La reali­
dad es que las personas y acontecimientos de la vida
me están impidiendo ser feliz.
Eso es verdad, le dije, mientras pensemos, hable­

10
mos y vivamos desde fuera de nosotros mismos. Yo te
hablo de mirar las cosas desde ti. No desde fuera de ti.
No habrá manera de ponemos de acuerdo si hablamos
desde perspectivas distintas.
Yo sé que resulta difícil mirar todo desde ti porque
los 15, 20, o 40 o más años de nuestra vida hemos es­
tado viviendo, desde la mañana a la noche, con los ojos
puestos fuera y no dentro de nosotros.
Yo te estoy invitando, le dije, a experimentar algo
distinto. Te invito a mirarte a ti como sujeto de tu ac­
ción, de tu pensamiento, de tu preocupación...
Pon la atención en ti como capacidad de ser feliz.
Cuando lo hagas no te refugiarás en la inactividad
sino que tendrás una postura muy distinta frente a la
acción y harás mejor lo que tienes que hacer.
Cuando intentes centrarte en ti y en tu propia aten­
ción verás que todos tus problemas, tus proyectos, tus
trabajos... se agolparán en tu mente. No luches contra
ellos. Míralos llegar a tu mente y pasar por el cielo de
tu conciencia como ves trasladarse una tras otra las
nubes que se deslizan por el espacio.
Rechazar o luchar contra algo es reforzar ese algo.
La dificultad para hacer lo que estoy diciendo y lo
que trato de expresar en estas páginas está en relación
y proporción directa con la identificación que cada
uno tenga con su propio cuerpo, con sus cosas y con el
rol que ejerce en su vida.
En las páginas que te presento vas a encontrar
siempre variaciones sobre el mismo tema, como se
dice en música.
Es que si logras comprender el mensaje principal y
prácticamente único que quiero transmitirte tendrás
en tu mano la clave de tu felicidad porque estarás en el
centro de ti mismo, que es la causa, origen y fuente de
tu felicidad.
He tratado de exponer los temas con la mayor cla­
ridad, como siempre he hecho en todos mis libros, evi­
tando términos y frases que podrían ser más brillantes
pero que resultarían en perjuicio de la claridad.
He mezclado temas que pueden ser o resultar algo
difíciles de comprender para quienes no estén acos­
tumbrados a ellos, con otros asequibles a toda clase de
personas.
11
Mi intención ha sido que estas páginas sean útiles
tanto para quienes están ya en el camino de su realiza­
ción personal como para quienes empiezan a dar sus
primeros pasos en él.

12
I. Qué es la felicidad

Tu felicidad no consiste en nada


exterior a ti mismo.
La felicidad es la conciencia de
plenitud y amor que cada uno es.
NO SÓLO LEER
SINO MEDITAR EN SILENCIO

El ser humano ha estado siempre, y lo está hoy, ávido


de novedades.
La curiosidad, el deseo de nuevos estímulos, el afán
de conocimientos diferentes y novedosos... parece ser
la tónica general de nuestro tiempo.
Las modas, con todo lo que implican de transitorie-
dad, apariencias frívolas, comercialismo inmediato y
descarado, son uno de los signos y retrato del mundo
en que vivimos.
Se prefiere ver la TV a leer. Y cuando se lee se hace
más por curiosidad o para informarse de lo que ocurre en
el mundo que para meditar y reflexionar por sí mismo.
Los libros de pensamiento y reflexión suelen tener
la intencionalidad de defender alguna ideología deter­
minada o demostrar la validez de alguna teoría o punto
de vista concreto.
Son pocos los escritos que no intentan demostrar
nada, sino sólo hacer ver algo, exponer algo para la re­
flexión del lector.
Cuando hace unos años en una conferencia dije
que no intentaba demostrarles nada ni convencerles de
nada, uno de los oyentes me interpeló diciendo que
todo el mundo cuando habla desea convencer a los de­
más de lo que él dice y expone. Le respondí que cierta­
mente así creía yo también que ocurría en la mayor
parte de las ocasiones. Pero ése no era mi caso. Yo in­
tentaba únicamente mostrar algunas reflexiones que
yo me hacía y que me habían sido útiles para una com­
prensión más clara de mi vida y de La Vida.
15
En estas páginas no intento demostrar nada ni im­
poner ideología alguna.
Únicamente pretendo que los lectores reflexionen
por sí mismos a través de lo que la lectura les vaya su­
giriendo.
Nada de lo que yo digo o expongo es dogmático ni
definitivo, aunque en ocasiones mis afirmaciones pu­
dieran resultar tajantes y axiomáticas.
Es evidente que el que escribe puede tener convic­
ciones y experiencias claras y definidas y tiene el dere­
cho de exponerlas. Pero no imponerlas.
Mis convicciones son vivenciales y no tengodjéigu-
na intención de imponerlas a nadie. Que cada uno las
vivencie por sí mismo.
Un buen lector debe estar atento a mirar y reflexio­
nar sobre lo que lee tanto si encaja con su modo de
pensar como si es distinto u opuesto a lo que él piensa
y siente. Rechazar todo lo que no encaja con un modo
determinado de pensar o sentir es condenarse a no cre­
cer ni evolucionar.
Quienes se limitan y restringen su mirada a un solo
punto, tienen un círculo de visión cuyo radio es igual a cero.
En estas páginas, como en todos mis libros, única­
mente intento hacer que el lector reflexione serena e
imparcialmente sobre sí mismo, su relación con su
mundo circundante y con el mundo superior.
No pretendo imponer ideología alguna. Yo mismo
no soy partidario de ninguna.
Sólo deseo que la persona sea consciente de sí mis­
ma, de su ser, de sus ideas, de sus sentimientos, de
todo cuanto pasa tanto dentro como fuera de su propio
mundo. Sin ideas preconcebidas. Sin posición alguna
dogmática o impuesta por la educación, la sociedad o
determinadas creencias.
No estoy a favor ni en contra de creencia alguna.
De lo único que estoy en contra es del automatismo
inconsciente con que muchos se aferran a ciertas ideo­
logías ciegamente sin una auténtica libertad de ver y
juzgar por sí mismos.
Para ver claro es necesario despojarse de todo cris­
tal coloreado por bueno y bello que parezca.
Los precondicionamientos ideológicos hacen que
sea verdad aquella frase escéptica y agnóstica del poeta:

16
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira.
Todo es según el color
del cristal con que se mira.

Sólo cuando se mira sin cristal alguno se puede lle­


gar a ver La Verdad.
Cuando se mira a través de un color determinado,
La Verdad se limita, se parcializa. Para el que así la
mira, se convierte a lo sumo en una parte, un aspecto o
un color de La Verdad.
Las ideas preestablecidas, las ideologías y creencias
de las que muchos suelen gloriarse, son cristales colo­
reados con que intentan ver La Verdad.
A La Verdad desnuda, auténtica y clara, solamente
se llega con desnudez total de ideas y creencias.
Cada ser humano está llamado a conocer La Ver­
dad como a gozar el Amor y vivir La Vida. Todo es lo
mismo.
Esta misión y destino humano son asequibles para
todos en un grado u otro, si se buscan y anhelan con
sincera honestidad, sin condicionamientos ideológicos
preestablecidos.
El maestro, el Cristo, dijo que quien busca La Ver­
dad (Dios) con sincero corazón siempre la encuentra.
No es a través de la razón o del razonamiento que
se llega a La Verdad. El razonamiento es complejo y La
Verdad es simple y únicamente se puede alcanzar por
la visión simple.
Por el razonamiento complejo se adquieren conoci­
mientos complejos.
La Verdad a la que aquí nos referimos es El Ser, La
Realidad, La Verdad simple de sí mismo.
Se trata, pues, de una visión interior, de una intui­
ción que no se basa en percepciones o ideas extrañas
sino en la percepción directa de La Verdad en sí mismo
por sí mismo.
Soy consciente de la dificultad que entraña el llegar
a adquirir una actitud interna sin precondicionamien­
tos mentales, ideológicos. Pero es posible. La consi­
guen los honestos y sinceros buscadores.de La Verdad.
Los que tienen una clara disponibilidad para recibirla.
Estas páginas no están escritas para ser leídas sim­
17
plemente sino para ser meditadas. No intentan impo­
ner un determinado punto de vista sino ayudar a mirar
y ver a cada uno por sí mismo el sentido de La Vida y de
su vida.
Hay que mirar con intención de ver La Verdad, que
subyace en cada ser, en cada acontecimiento, en cada
instante del vivir humano.
Si lees estas páginas para ver «si te gustan» o coin­
ciden con tus ideas simplemente, no estás en buen ca­
mino.
Trata de mirar lo que vas leyendo.
Míralo sin prejuicios. Con honestidad. No aceptes
ni rechaces sin más lo que aquí se insinúa. Míralo por
ti mismo. Entonces podrás sacar tus propias conclu­
siones. Te podrás dar cuenta de que cada uno de noso­
tros está posibilitado y llamado a conocer La Verdad
de sí mismo y de La Vida y que en ese encuentro se ha­
lla la mayor y mejor felicidad. Ésa es la gran aventura
humana.
Tu felicidad, la mía y la de cualquier otra persona no
están en nada exterior sino en el interior de cada uno.
Para ser feliz no se necesita adquirir nada de afuera,
todo eso que el consumismo nos ofrece y nos presiona,
mediante sofisticadas técnicas publicitarias, a adquirir.
Para ser feliz no es necesario alcanzar notoriedad y
fama. Ni poseer mucho dinero y propiedades, ni tener
éxito externo o el reconocimiento de los demás. Ni si­
quiera tener buena salud.
Para ser feliz únicamente se requiere ser conscien­
te de sí mismo. Conocer por experiencia y vivencia
propia la realidad que cada uno de nosotros es en lo
más profundo de su ser como base y fundamento de
toda nuestra existencia concreta.
Cuando se consigue ese conocimiento, uno se da
cuenta de que todo lo bueno, bello, amoroso y agrada­
ble que se puede desear ya está dentro de nosotros mis­
mos y está ahí para ser vivido y experimentado.
Nos distraemos con mil cosas exteriores con las
que creemos llegar a ser felices y nos pasamos años y
años de nuestra existencia tratando de conseguir mi­
gajas de felicidad sin damos cuenta de que somos en el
fondo la felicidad misma.
Esto no hay que demostrarlo.
18
Esto debe ser experimentado por cada uno en sí
mismo. Es la única, la más válida y auténtica demos­
tración para cada uno. .
Las palabras son únicamente indicadoras. La prueba
es la vivencia propia.
Mi vivencia me servirá a mí pero no á ti. A ti te ser­
virá tu propia vivencia y experiencia.
Para vivirlo y experimentarlo no se requieren altos
estudios universitarios. Ni dinero. Ni grandes cualida­
des. Unicamente deseo sincero y honesto, acallando la
dicharachería de la mente para quedar en quietud y si­
lencio interior.
No leas únicamente estas páginas. Medítalas en si­
lencio.
Léelas con ojos y mente inocente, limpia y clara.
No aceptes sin más lo que en ellas se dice. Pero
tampoco lo rechaces si no encaja en principio con lo
que ahora piensas.
Reflexiona serena e imparcialmente sobre ellas. Así
podrán ser una ayuda para encontrar La Verdad.

VIVENCIAS Y HECHOS.
NO PALABRAS

A veces cuando me pongo a escribir se me paralizan


los dedos.
Las palabras son signos y símbolos toscos y burdos
de la rica, inagotable, gozosa y radiante realidad que
significan.
¿Cómo expresar con palabras que amar de verdad
es ser feliz?
No sirven las palabras con que lo expresamos.
¿Cómo expresar que el Ser Absoluto está palpitan­
do en cada instante, en cada célula de mj cuerpo, en
mí, en mi ser?
Me da vergüenza decirlo con palabras, gastar el
tiempo diciéndolo en lugar de ocupar cada instante en
vivirlo, vivenciarlo y gozarlo.
Al decirlo y expresarlo ahora, lo siento, como sien­
to mi respiración entrar y salir de mi pecho.

19
Olvídate de las palabras. Ponte ahora a sentirlo.
Ponte ahora a amar.
Ponte ahora a vivenciar que la felicidad es amor ac­
tivo, efectivo, práctico, vivo, sincero, generoso y actual.
Y no pasivo, de palabras, teórico, muerto, hipócrita,
interesado y pasado o futuro.
Tú puedes vivirlo ahora si quieres.

EQUÍVOCOS
DE LA FELICIDAD

Era una mujer alegre, optimista, extravertida, vital, go-


zadora de cuanto ofrecen los sentidos en la vida.
Murió su anciana madre y un sentimiento de triste­
za y soledad se apoderó de ella. Se sentía triste y de­
caída. Llegó a decirme que había perdido la alegría y el
deseo de vivir.
Este estado depresivo duró poco tiempo. Pronto
volvió a ser la mujer vital de tiempos pasados. Recobró
su habitual ánimo jovial y se enfrascó nuevamente en
los mismos goces de los sentidos que la vida ofrece
cada día.
Cualquier psicólogo diría que había retomado su
normalidad después de pasar por aquel estado depresi­
vo transitorio.
Pero yo no lo vi ni lo veo así.
Para aquella mujer aquel breve período de soledad
y tristeza había sido un toque o llamada de atención de
su espíritu.
El hecho triste de la muerte de su madre había sido
uno de esos acontecimientos con que La Vida trató de
enseñarle algo importante.
La Vida, o Dios, trató de enseñarle algo tan simple
como la futilidad y transitoriedad de todas las satisfac­
ciones sensibles. Pero al parecer, ella no lo entendió. Lo
que habría sido y pudo representar un cambio total en
su existencia se truncó. Volvió a sumergirse en la frivo­
lidad de los sentidos y desoyó la lección de La Vida.
La suma de muchos gustos y placeres sensibles no

20
dan jamás como resultado un estado de felicidad y paz
inquebrantables.
Todos los goces sensibles son quebradizos e inesta­
bles como la causa que los produce.
Cuando la paz y felicidad se encuentran en lo que
no es voluble y transitorio, uno se convierte en felici­
dad permanente.
Suele llamarse felicidad a ciertos estados placente­
ros sensibles que con la misma facilidad y rapidez con
que llegaron se van.
Son los equívocos de la felicidad que son múltiples
y variados.
La felicidad verdadera es una y única. Cuando se la
encuentra se la reconoce como tal y no tiene parecido
alguno con las excitaciones placenteras de los senti­
dos.
Es frecuente llamar felicidad a lo que no es sino un
estado de ánimo eufórico, placentero o exitoso en cier­
tos momentos en que todo va saliendo según los gustos
y planes deseados.
La felicidad verdadera no está ni consiste en nada
exterior a ti mismo.

PARÁBOLA

Aquel hombre vivía atormentado por la falta de agua.


Habitaba en una casa con un gran terreno cultiva­
ble y una bien acondicionada granja. Pero todo per­
manecía yermo, improductivo y abandonado. Le falta­
ba agua.
Le habían dicho que allí en su propio terreno había
abundante y pura agua a escasos metros de profundi­
dad. Pero a él le parecía demasiado fácil y dichoso para
ser verdad. Y no lo creyó. Por eso recorría kilómetros y
kilómetros buscando el agua tan necesaria. Intentó los
medios más extraños y peregrinos para conseguirla.
Iba y venía a arroyuelos de aguas escasas y fangosas.
Se quejaba constantemente de su desgracia... Soñaba
con estrujar las nubes para sacarles unas pocas gotas
21
de agua. Hasta que intentó traerla del mar, pero el
agua marina secó las plantas de su huerta.
Buscaba por todas partes, menos donde tenía que
buscar.
Por fin Un buen día alguien le hizo ver que el agua
que buscaba estaba ahí, en su propia casa. Y esta vez
creyó y se decidió a ahondar en su propio terreno.
No tuvo que esforzarse mucho. Allí, a Unos metros
bajo sus pies, encontró un caudal inagotable. Allí mis­
mo tenía lo que tanto había estado buscando en vano
por extraños y remotos lugares.
Su vida cambió. Su granja se llenó de vida, su huer­
ta reverdeció con frescas y sabrosas verduras y frutas.
Y él se sintió renacer a una vida nueva y abundante.
Muchos, y quizás tú seas uno de ellos, buscan aquí
y allá la felicidad para su vida. Van y vienen. Vienen y
van tras sueños inútiles y estériles. A veces hasta se
ilusionan con falsas expectativas y espejismos vanos
creyendo que van a encontrar el agua de la felicidad en
lo que resulta ser aguas salobres que producen mayor
sed y deseos. Y la ansiedad aumenta. Y el descontento
y la desilusión se adueñan de su alma.
No buscan donde deben buscar.
La solución no está fuera ni lejos, sino dentro y
muy cerca: en su propia Casa, en sí mismos. Allí está el
manantial de agua pura y abundante. Sólo hace falta
profundizar un poco. Mirar dentro de sí.
Es cierto que por delante de tu casa ves pasar gen­
tes y gentes con el mismo problema que tú, con sus va­
sijas vacías buscando ansiosamente el agua deseada. Y
llegas a convencerte y contagiarte de la ignorancia y
necedad común de la mayoría, de todos aquellos que
ignoran que sus propias casas son manantiales de fres­
cas y abundosas aguas.
Todo está ya en ti.
Incluso las percepciones que te llegan de fuera tie­
nen su fundamento en el interior de tu conciencia.
Cuando algún triste acontecimiento, cuando algu­
na negra nube de imaginaciones o pensamientos atra­
viesan el cielo de mi mente, cuando algún sueño desa­
gradable ha invadido en la noche mi conciencia en
reposo, abro los ojos interiores y miro dentro. Me doy
Cuenta entonces de que todo cuanto ocurre fuera y las
22
imágenes y pensamientos que invaden mi mente son
seres extraños a mí.
Yo soy otra cosa. Yo soy plenitud de amor y felici­
dad. Soy pura conciencia.
No soy ni lo que ocurre fuera, ni mis pensamientos
ni mi propio cuerpo.
Soy algo mucho más y mejor.
Soy la entidad base, soporte y origen de todo cuan­
to ocurre en mí...
Soy Eso invisible donde se origina todo lo visible y
palpable.
Yo soy La Vida que se viste y manifiesta a través de
formas y apariencias externas. Esas formas concretas
por las que me distingo de los demás son mías. Pero
eso no soy yo. Son mis vestidos y apariencias.
Yo soy esa inteligencia que tanto admiro en algu­
nas personas excepcionales por su ingenio y talento.
Yo soy esa energía vital de los más sanos y fuertes
atletas.
Yo soy el amor y felicidad que tanto ansio y ansian
todos los humanos.
Yo soy todo eso como entidad consistente y perma­
nente. ¿Para qué ir a buscar lejos lo que ya tengo den­
tro de mí?
Dentro de mí, mi propio ser es la fuente de aguas
puras. ¿Por qué vivir necesitado de lo que soy: manan­
tial caudaloso?
Sólo necesito abrir los ojos y darme cuenta de ello.

LA RELATIVIDAD DE LA FELICIDAD

Oímos diariamente afirmaciones contrapuestas como


éstas: «soy totalmente feliz» o «me siento completa­
mente feliz». Y también estas otras: «nadie es total y
absolutamente feliz en esta vida» o «la felicidad com­
pleta no existe».
Es evidente que, en algunos momentos al menos,
ciertas personas sienten una satisfacción y bienestar tal
que les induce a decir: me siento completamente feliz.
23
Al menos momentáneamente esas personas están
sintiéndose «como si» tuvieran todo lo que desean tener.
Ese estado de satisfacción o felicidad es relativo y pro­
porcional a la idea y concepto que tienen de sí mismos.
Quienes creen o piensan que ellos son sus cuerpos
con sus apetencias y necesidades sensibles, cuando es­
tas apetencias son satisfechas sienten como si hubie­
ran conseguido todo lo que podían anhelar y se sienten
felices. Cuando la influencia del estímulo que provoca­
ba su goce o placer se acaba, desaparece también su
estado satisfactorio y feliz. Ün bebedor se siente feliz
ante una botella de licor, y un glotón ante un plato de
los manjares de su preferencia. Su felicidad existe
mientras dura el estímulo de sus sentidos. Su nivel de
aspiración se reduce a satisfacer sus apetencias orgá­
nicas.
Existe otra clase de personas cuyo concepto de sí
mismos no se reduce a su cuerpo sino que lo centran
principalmente en la idea sobre sí, en su renombre, en
su prestigio, en su fama.
Tales personas tienen como objetivo de su felicidad
el conseguir alabanzas y aplausos.
Para algunas de estas personas, este deseo de éxito
y alabanza es tal que no tienen inconveniente alguno
en sacrificar su bienestar material, en perder su salud
física, sus bienes, y hasta exponerse a la muerte, por
conseguir que su nombre sea reconocido y honrado.
Prefieren un epitafio honroso y laudatorio a vivir ano­
dinamente desconocidos.
Los tipos y clases de personas dominados por estos
objetivos en su vida son variadísimos, predominando
en unos los deseos físicos y materiales y en otros los
deseos del «ego» vanidoso.
Las aspiraciones de todas estas personas son gra­
dualmente variables según la edad y el desarrollo evo­
lutivo de cada uno.
Estas dos clases de personas a las que podríamos
calificar como hedonistas y vanidosas, por llamarlas
de alguna manera, tienen siempre un objetivo perma­
nente: buscar los estímulos que satisfagan sus deseos
y apetencias. Si logran un propósito se sienten feli­
ces, y en caso contrario los inunda el abatimiento y
desánimo.
24
En general podríamos dividir a las personas según
el objetivo de sus vidas en tres categorías.
Por una parte, están aquellos que Viven tan domi­
nados y sometidos a sus deseos sensuales o vanidosos
que prácticamente no sienten otras aspiraciones supe­
riores. El objetivo de su existencia es satisfacer sus
apetencias o mantener su nombre entre honores y el
aprecio general.
Otros, a pesar de estar dominados por los deseos
elementales de las apetencias físicas y el éxito vanido­
so, sienten en ciertos momentos una demanda inte­
rior de algo superior que exige ser atendido. Sienten
que la superficialidad por la que están viviendo no es
suficiente.
Otros, en fin, aunque no rechacen los disfrutes y
placeres normales que la vida les ofrece en su momen­
to, sienten habitualmente un anhelo interno de una
siempre mayor plenitud.
Saben que todo cuanto les ofrece la vida diaria es
bueno. Nada es malo en sí mismo. Algunas cosas se
convierten en malas por el mal uso o abuso que se hace
de ellas.
Saben que todo en su existencia debe estar dirigido
a una definitiva meta: su realización personal.
Saben que no hay placer, dicha o felicidad plena
sino en el origen y la fuente misma de la felicidad que
es la conciencia amorosa, nuestro propio ser en su na­
turaleza esencial más íntima.
Saben que la felicidad profunda y verdadera es per­
manente como la naturaleza íntima de nuestro propio
ser.
Saben que los placeres de los sentidos y hasta cier­
tos goces de la mente son tan inestables como los estí­
mulos y las bases sobre las que se asientan.
Saben que pueden disfrutar lo sensible y mental
como lo que es: temporal, momentáneo e inestable.
Quienes tienen una demanda interna suficiente­
mente clara y fuerte hacia su plenitud interior encuen­
tran oportunamente y en su momento apropiado la
persona u ocasión para conocer y comprender lo que
necesitan. Pero para ello deben estar siempre atentos
y a la espera.
Por el contrario, si no hay demanda interior de Eso
25
Superior, de la plenitud interna, las palabras, consejos,
lecturas y maestros servirán de poco o nada.
Las personas que sienten la aspiración interna de
su verdadera plenitud, de vivir lo que son más allá de
su cuerpo y más allá de la idea o concepto vanidoso y
superficial de sí mismos, están en camino de la verda­
dera y permanente felicidad.
La felicidad es un estado de gozo profundo que se
da en proporción directa del grado en que cada uno
vive la plenitud de su ser interno.
Vivir esa plenitud es ser expresión en cada instante
de la conciencia amorosa que cada uno es en el fondo
de sí mismo.
O dicho en palabras más simples: una persona úni­
camente es feliz plena y permanentemente cuando en
cada instante es consciente de sí misma como sujeto-
testigo amoroso de cuanto hace y siente y de cuanto
ocurre en sí mismo y alrededor de sí.
El gran maestro oriental decía que uno es santo y
feliz cuando los sesenta segundos de cada minuto, los
sesenta minutos de cada hora y las veinticuatro horas
de cada día es consciente de sí mismo.
La idea o concepto de felicidad es correlativa de la
idea que tenemos de nosotros mismos.
Felicidad es igual a plenitud.
Cada uno es ya su plenitud. Por lo que cada uno es
también su felicidad.
Pero esa plenitud-felicidad únicamente se goza y
disfruta cuando se es consciente de ella.
Cuando erróneamente hacemos consistir nuestra
felicidad en la posesión de dinero, comodidades, fama
o cualquier otra cosa exterior a nosotros mismos, no
tendrá consistencia porque no es auténtica.
Cada uno puede verlo por sí mismo, si lo observa
con atención.
Cada uno puede también experimentar el gozo pro­
fundo, la paz serena y permanente de la felicidad au­
téntica en el encuentro consigo mismo. Ésa es la única
prueba válida. Cada uno ha de experimentarlo por sí
mismo.

26
RELACIONES FELICES E INFELICES

La relación entre dos personas puede ser, y de hecho lo


es en la práctica, poco fluida e infeliz en muchos casos,
en la medida en que una de las dos personas espera in­
fructuosamente algo que la otra no le da.
Diríamos que la causa del fracaso de muchas rela­
ciones personales está ahí: en esperar unas ciertas
reacciones, amabilidades, actitudes, palabras, atencio­
nes, etcétera, que por la razón que fuere, la otra
persona no da. Dicho de otra manera: suele haber en
una de las personas, o a veces en las dos, una perma­
nente actitud de expectativa o interés por recibir algo
de su pareja. Es un amor en que el interés está pesan­
do demasiado en una o quizás en ambas personas rela­
cionadas.
Cuando por el contrario el amor es auténticamente
generoso y desinteresado, uno nunca se siente frustra­
do por la actitud de la persona amada, ni su sensibili­
dad es herida ni siquiera por una actitud aparente­
mente indiferente. Quien ama desinteresadamente,
todo lo interpreta bien y no ve intenciones torcidas ine­
xistentes en la persona amada.
Es muy frecuente que cuando dos personas están
conviviendo, tanto en relación de matrimonio, amis­
tad o parentesco de cualquier grado, una de ellas se
sienta molesta por no recibir el trato que esperaba de
la otra. Si no le dice buenos días, si no advirtió que el
vestido que llevaba era nuevo y no se lo ponderó, si no
se acordó de hacer cierto encargo, si no tiene una son­
risa en cierto momento... cualquier actitud contraria a
la esperada puede convertirse en causa de conflicto y
fricción.
Como siempre, el amor auténtico y desinteresado
o, por el contrario, ese mal llamado amor que siempre
está a la espera de una recompensa, son la causa y ra­
zón de una feliz o infeliz relación.
El amor es siempre base de todo estado feliz.
No puede existir una relación humana fluida, cor­
dial, feliz, sin un verdadero amor desinteresado en el
27
que cada uno está más pendiente de lo que puede dar
al otro que de lo que espera recibir.
El bien mutuo sobrevendrá cuando exista esa ino­
cente y limpia intención de relacionarse.
Una relación infeliz podrá convertirse en feliz cuan­
do las personas que se relacionan tengan mutuamente
una constante actitud desinteresada y generosa.
Esto puede conseguirse en cualquier momento con
tal de que se lo propongan.

TENER FE NO ES SIMPLEMENTE CREER

Muchos viven de creencias.


Son pocos los que viven por sus propias evidencias
y convicciones.
Al hablar de nuestra relación personal o de nuestro
puesto en el mundo, necesariamente se roza siempre el
problema de Lo Absoluto o Dios. E indefectiblemente
surge la pregunta: ¿usted cree en Dios?
Yo no tengo creencia alguna sobre Dios. Dios o Lo
Absoluto es la evidencia más clara y fundamental de
mi existencia.
Yo no creo ni acepto a Dios porque alguien me ha
dicho que existe y debo creer en Él.
Dios es lo más evidente en mi intuición.
Creencia no es fe.
Tener creencias, vivir de creencias, es vivir hipote­
cado, alienado.
Cuando piensas o actúas por creencias, no eres tú
quien piensa o actúa.
Tener fe es tener una certeza evidente por propia in­
tuición de algo que «no se ve» ni entra en los razona­
mientos sensibles o mentales.
Es conocer algo y tener seguridad absoluta de algo
que está más allá de cualquier razonamiento mental.
Es tener la evidencia de algo «que no se ve», que no se
percibe por los sentidos ni por la mente racional pero
que se ve con toda claridad por el sentido interno, que
es inexpresable e incomunicable.
28
Pensar, juzgar o vivir desde la fe no es pensar, juz­
gar o vivir según unas ciertas doctrinas, unas creencias
o unas enseñanzas, por altas y elevadas que sean las
autoridades que las propongan, como suele pensarse.
Sólo pueden tener auténtica fe los que ven y sienten
desde un nivel interno de conciencia.
Quienes creen y aceptan lo que otros dicen o ense­
ñan, sin más, ésos tienen creencias. Pero no fe.
La creencia siempre es exterior. La fe, en cambio,
es interna.
Las creencias se basan en lo que alguien dice o en­
seña. No importa que esta enseñanza provenga de unas
palabras que se atribuyan a Dios. Mientras todo ello no
se constituya en una certeza evidente por la propia in­
tuición interior, seguirá siendo una simple creencia.
Las creencias serán más o menos consistentes según
sea el peso de la autoridad de quien hable o enseñe. Pero
la aceptación de lo que se cree se fundamentará siempre
en la enseñanza de alguien exterior a uno mismo.
La voz de la intuición interior es la misma voz de
Dios sin intermediarios. Es la máxima autoridad que
jamás puede engañar si es auténtica intuición. Quien la
siente, sabe perfectamente cuándo es verdadera y cuán­
do es un simple pensamiento de la mente personal.
Tener creencias es estar alejado de sí.
Tener fe es ver y sentir por sí mismo, desde sí mis­
mo, con el sentido interior de la intuición.
Se tiene fe sobre Lo Que Es.
Se tienen creencias sobre lo que otros dicen o ense­
ñan.
Se pueden tener creencias sobre las manifestacio­
nes y expresiones de La Realidad; ya que son aparien­
cias externas. Pero no sobre La Realidad de uno mis­
mo o La Realidad Absoluta.
Las ciencias se basan y fundamentan en creencias.
Se cree y acepta lo que otros científicos anteriores in­
vestigaron y dedujeron. Y sobre esos conocimientos-
creencias se sigue investigando.
La investigación de La Realidad de uno mismo o La
Realidad Absoluta del Ser (o Dios) únicamente puede
hacerse por fe propia, por la seguridad que da la intui­
ción interna sobre aquello que «no se ve» por los senti­
dos ni por razonamientos lógicos mentales.
29
Al hablar sobre La Realidad interna de sí mismo me
decía uno: todo eso que afirmas, ¿cómo me lo puedes
probar?
No te lo puedo probar, le dije. O lo ves por ti mismo
o nadie jamás te lo probará. Podrás creer a quien te ha­
ble de ello. Pero entonces únicamente tendrás creen­
cias sobre lo que te digan. Y todo cuanto se basa en
creencias es conocimiento de segunda mano. El único
camino es disponerte para que la intuición interior se
haga presente en ti. En realidad uno no llega a ver Eso,
sino que Eso se hace presente y evidente en ti.
La persona únicamente ha de estar disponible,
abierta, en actitud de búsqueda y demanda de La Ver­
dad. Pero esa actitud debe ser fija, constante, perma­
nente. No como quien desea conocer una cosa más en
la vida sino como quien anhela Lo Más Importante, lo
único importante.
Conocer y tener evidencia de Eso que es la base,
fundamento, origen y explicación de nosotros mismos
y de cuanto existe, conocer esa Energía, esa «función
de onda», como dicen los físicos modernos, o el Ser
que anima, vivifica y da existencia a cuanto existe, es
llegar al núcleo esencial que da sentido a la vida y res­
puesta a todas nuestras inquietudes.
En el desarrollo de nuestra existencia actual vivi­
mos habitualmente apoyados en creencias de todo
cuanto nos han dicho otros.
Toda la formación y educación se basa en «creer
lo que me dicen», aceptar lo que me enseñan como
algo que a veces ni siquiera puedo discutir ni poner en
tela de juicio o duda.
Mientras la persona llega al uso de razón o, más
aún, cuando llega a la juventud e incluso a la madurez
ha sido grabada, sembrada, marcada, adoctrinada,
programada, por todas las ideas que le han dado. Es­
tas ideas han ido constituyendo creencias. Estas creen­
cias son de distintas clases, sobre distintos temas. Hay
creencias sociales, políticas, científicas, religiosas, filo­
sóficas...
Casi todas las personas suelen sentirse muy tran­
quilas de conciencia cuando son fieles a la tradición de
sus creencias. Por el contrario, se sienten rebeldes y
culpables, díscolas, heterodoxas e irrespetuosas cuan-

30
do dejan de lado las creencias y empiezan a pensar,
sentir y ver por sí mismas, olvidando la autoridad de
quienes les impusieron esas creencias.
La persona se siente libre, autónoma, cuando ve las
creencias como un conocimiento más en su existencia.
Llegará un momento en que verá algunas de esas creen­
cias como absurdas o irracionales y las abandonará
como un lastre en el camino hacia La Verdad. Otras,
las verá como lógicas y aceptables.
Pero si la persona ha decidido ser auténticamente
ella misma, esas creencias que considera lógicas y
aceptables pasarán por el crisol de la propia acepta­
ción.
En las personas maduras y conscientes, las creen­
cias por sí mismas no se constituirán en pauta intoca­
ble o norma infalible de su vida, sino en una orienta­
ción hacia su encuentro con La Verdad por la propia
comprensión. En ese caso no se rechazan. Pero tampo­
co se aceptan ciegamente, sino libre y conscientemen­
te. Entonces dejan de ser creencias para convertirse en
convicciones personales.
Sobre La Realidad invisible que es la base de todo
lo visible sólo puede haber una postura y es la de estar
a la espera, en atención constante para que Ella se
haga presente por medio de la intuición interior que
constituye la seguridad de la fe profunda en tu propia
visión interior.
No es posible vivir con felicidad auténtica mientras
se está dependiendo de creencias que otros te han im­
puesto sin la aceptación consciente y voluntaria sin
condicionamiento alguno.
Llegar a la vivencia directa e inmediata de la propia
realidad y de La Realidad Absoluta o Dios es disfrutar
y sentir el gozo profundo de La Verdad sin sombra al­
guna de duda.
Eso es La Felicidad verdadera.

31
FELIZ CON NADA

Don Anastasio era un anciano humilde.


Vivía entre las montañas, en una vieja y sencilla
casa de piedra, con su anciana esposa y su hija.
Cada día al amanecer salía a trabajar en una pe­
queña huerta cerca de su casa. Allí cultivaba abundan­
tes papas, pimientos, y toda clase de hortalizas. Su
huerta era la base de la alimentación de aquella peque­
ña familia.
Uno de los días que lo visité le pregunté directa­
mente y sin rodeos: Don Anastasio, ¿usted es feliz?
Él me miró como recriminándome por la pregunta
y me dijo: parece mentira que usted que ha estudiado
tanto aún no lo haya visto. Yo soy completamente feliz.
Pero usted sabe, le dije, que ahora hay televisión,
heladeras, muchos aparatos eléctricos y muchas co­
modidades, y usted no tiene aquí ni siquiera electrici­
dad. ¿Con qué es usted feliz?
Yo soy feliz con nada, me dijo muy categórico y
convencido.
¿Dice usted con nada?, le pregunté.
Ustedes los de la ciudad son muy complicados.
¿Pero es que, acaso hay que tener algo para ser feliz?
Me quedé mudo por la convicción y naturalidad
con que me estaba dando una gran lección.
Yo aparentemente mostraba una cierta duda y me
admiraba de que pudiera ser feliz con nada.
Pero él a su vez se admiraba y se sorprendía de que
yo pudiera pensar que para ser feliz había que tener
algo.
Yo soy feliz con nada...
En realidad no tenía ni que decirlo. Era palpable.
Hay muchos Anastasios anónimos y desconocidos.
Es la gran sabiduría de los humildes, sencillos e ig­
norantes según el criterio de este mundo nuestro.
Cuantos más conocimientos, posesiones y deseos,
más lejos se está de la felicidad.
¡Felices los sencillos de corazón porque verán a
Dios!...

32
LA FELICIDAD ESTÁ MÁS EN DAR
QUE EN RECIBIR

No es muy frecuente dar antes de recibir.


En las huelgas, en las protestas callejeras, en los
mítines políticos eleccionarios, se oyen casi siempre
gritos de protesta, encendidos discursos con exigen­
cias ante el gobierno de tumo o las empresas involu­
cradas en las huelgas.
«Pedimos..., exigimos...» «No os dejéis manipular,
ni pisotear vuestros derechos...»
Oímos muchos gritos exigiendo justicia. En mu­
chas ocasiones con muy fundado motivo y derecho.
Pero si nosotros diéramos tanto como pedimos, si
nosotros fuéramos tan justos como exigimos, quizás
muchos conflictos ni siquiera se suscitarían.
Nadie será ni una pizca más feliz en profundidad
pidiendo y recibiendo, aunque de momento se sienta
complacido parcialmente.
En cambio cualquiera puede ser feliz dando. Por­
que, cuando se da, ejercitamos nuestras capacidades, y
cuando recibimos las inhibimos. Estoy oyendo en es­
tos momentos cómo los pajarillos están expresando su
felicidad con sus alegres gorjeos y melodiosos trinos.
Estamos siempre a la espera de que nos den para
dar nosotros.
Sería sano y acertado empezar dando nosotros an­
tes de exigir que nos den.
Si todos esperan recibir para dar, ¿quién recibirá si
nadie da?
No son cosas o dinero lo que hemos de dar ante
todo. A veces eso no se puede dar porque no se tiene.
Pero lo que sí tenemos siempre es comprensión, amis­
tad, paz, confianza...
Casi todos agradecemos cuando nos dan alguna de
esas cosas porque todos las necesitamos en una u otra
medida. Es evidente que para darlas hay que tenerlas.
Todos las tenemos pero no nos damos cuenta de ello y
vivimos como si estuviéramos vacíos por dentro. Es la
ignorancia sobre nosotros mismos. Vivimos como po­
33
bres y necesitados siendo ricos y teniéndolo todo. Pero
hay que darse cuenta de ello.
Si somos conscientes, ¿por qué esperar a recibir
para dar?

TAMBIÉN PUEDEN SER FELICES

Estamos acostumbrados a llamar felices a quienes


triunfan, tienen buena salud y grandes comodidades.
No entendemos que cada uno es dueño de su pro­
pia felicidad en cualquier situación que se encuentre,
si sabe mirar dentro de sí y encontrar allí la razón de
su felicidad.
También pueden ser felices:
los débiles enfermos de sida,
los que viven encerrados en su soledad,
los que cada día tienen un trabajo duro y rutinario,
los enfermos de un cáncer doloroso,
los ciegos en su mundo de oscuridad,
los sordomudos en su eterno silencio,
los huérfanos sin el apoyo de la mano del padre o el
beso de la madre,
los jubilados con sus precarios haberes económicos,
los estudiantes con sus clases rutinarias y congojas
de exámenes,
los pobres en sus casas humildes con inseguros y
deficientes salarios,
todos los hombres y mujeres de este planeta pue­
den ser felices si el amor es protagonista principal de
sus vidas.

SI QUIERES SER FELIZ

No esperes de la vida más de lo que puede darte.


No exijas a los demás lo que o no tienen obligación
de darte o no pueden darte.
34
No hagas un problema tuyo lo que suele ser proble­
ma para otros.
Disfruta de lo que hoy tienes sin añorar nada del
pasado ni esperar en el futuro.
No te fijes tanto en las sombras que proyectan las
cosas o acontecimientos sino en la luz que los ilumina.
Puede haber luz sin sombras. Pero jamás hay sombras
sin luz que las produzca.
Reduce tus deseos al mínimo.
Recuerda que tú eres más importante que todas las
cosas que tienes y que los sucesos que te ocurren.
Recuerda también que no necesitas nada para ser
feliz. Tú eres ya la felicidad en tu conciencia. No bus­
ques ni exijas lo que ya tienes y eres.

EL MOTIVO DE NUESTRA ALEGRÍA

La gente disfruta de la alegría a chispazos, a ráfagas.


Como el motivo de la alegría suele ser momentá­
neo, también la alegría lo es.
Llega una buena noticia y con ella la alegría des­
bordante.
Llega una contrariedad y con ella la noche del des­
contento y el desencanto.
Siempre caminamos empujados a impulsos de
afuera.
Una alabanza trivial y vana, un éxito insignificante,
un juicio u opinión favorable, un regalo inesperado,
cualquier frívolo o insustancial halago y pareciera que
el corazón se esponjase satisfecho.
Mientras los motivos de la alegría sean tan fútiles y
superficiales, la alegría no podrá tener mucha consis­
tencia y duración.
La suma de muchos motivos triviales y baladíes ja­
más nos dará una alegría profunda e íntima.
El motivo de una alegría verdadera, profunda y es­
table ha de ser un motivo real, duradero, sólido y au­
ténticamente infalible.
Ningún motivo exterior a nosotros mismos es sufi­
cientemente fiable y seguro.

35
La razón de nuestra alegría profunda y auténtica
reside en la convicción de que cada uno es una fuente
de vida, de inteligencia, felicidad y amor.
Y no es suficiente que esta verdad sea aceptada in­
telectual o teóricamente aunque para muchos ya sería
bastante importante.
Esa verdad es La Realidad y hay que sentirla como
realidad y no como una bella teoría.
Cuando esa verdad brilla y repiquetea en nuestra
mente y se hace presencia constante y permanente en
nosotros, empiezan a aparecer los primeros rayos de
alegría estable y serena.
Cuando esa presencia se hace vida en cada momen­
to, la existencia se convierte en alegría y gozo.
No hay que darle muchas vueltas. No podemos en­
gañamos por más que lo intentemos tratando de ser
joviales y vivir siempre contentos con migajas de vanos
halagos o satisfacciones externas.
Si quieres ser alegre siempre, apóyate en el gozo de
tu realidad, que nunca falla.
Cuando tu plenitud esté dando sentido a tu vida en
cada instante del día y de la noche, te sentirás alegre y
feliz.
No es una idea abstracta. Es una realidad ahora, en
este instante en que lees, en cada instante de tu exis­
tencia, incluso en los momentos en que te agobia algún
problema extemo concreto.
También entonces tú eres plenitud de alegría y
gozo.
En cada instante tú participas del gozo absoluto, in­
faliblemente. Lo sepas o no, eres siempre gozo y amor.
Los razonamientos y frases optimistas, las lecturas
estimulantes, pueden mejorar momentáneamente tu
estado de ánimo. Pero la alegría real, efectiva, durade­
ra, sólida y auténtica, sólo puede originarse y encon­
trarse en Lo real y auténtico. No en ideas y palabras.
Siente tu realidad. Contacta con ella, más allá de
tus pensamientos.
Siéntela centrándote en ti mismo y al mismo tiem­
po sentirás la alegría que no se pierde jamás.

36
ERES MÁS Y MEJOR

Es muy posible que de niño te dijeran que eras tonto,


malo, inútil, que nunca llegarías a nada...
Es posible que tú lo hayas pensado más de una vez.
Es posible que ahora lo pienses todavía. Y quizás
hasta te lo dicen los demás.
Todo eso es posible. Pero es falso. Totalmente falso.
Todo lo negativo, malo y defectuoso que tú o los
demás ven en ti o dicen de ti no es sino una idea falsa
sobre ti.
Tú no eres nada de eso que te dicen, ni siquiera lo
que tú piensas. No te digo esto para consolarte o le­
vantarte el ánimo estúpida y falsamente o infundirte
un optimismo fantasioso. No.
Te digo úna simple y categórica verdad: tú no eres
nada de lo que los demás te dicen o piensan de ti. Aun­
que te lo hubieran dicho personas que te quieren bien
como tus padres o educadores.
Tú eres mucho más y mejor.
¿Que cómo lo sé yo?
De la misma manera que tú lo puedes saber: mi­
rando y comprendiendo.
Quizás tu inteligencia se ha desarrollado poco.
Pero tú no eres el grado de desarrollo de tu inteligen­
cia.
Tú eres inteligencia. El límite lo pones tú o lo po­
nen los demás.
Tú eres amor.
¿Te aman poco? Tú puedes amar infinitamente.
¿Por qué limitas tus actos de amor si tu amor es in­
finito, ilimitado?
Tú eres vida. Dices: yo tengo vida.
¿Quién la tiene?
Tú eres esa vida y la expresas con cuanto haces,
piensas y sientes.
Tú, que eres vida, la estás dando a tu cuerpo. Tú
mantienes tu cuerpo con vida.
¿Acaso no es Dios quien nos da la vida?, me pre­
guntas.
37
Es lo mismo. Es Dios, La Vida en ti. ¿No lo crees?
No te estoy diciendo simples palabras de incentivo,
optimizantes, sugerentes o confortantes...
Te estoy invitando a que experimentes y te conven­
zas de que eres más que todo lo que piensas y has pen­
sado de ti.
Eres mucho más y mejor que todo lo que los demás
han dicho de ti.
Y no es para compararte con nadie.
Cada uno es eso. Pero no nos damos cuenta.
Como ejercitamos poco nuestra capacidad de inte­
ligencia, nos confundimos con ese grado mediocre de
inteligencia que hemos desarrollado. Podemos desa­
rrollarla mucho más.
Lo mismo nos ocurre con el aríior.
Amamos poco y mal. Por eso nuestra vida es a veces
tan árida, triste y seca.
Pero ahí, dentro de nosotros, está la fuente del
amor para bañamos e impregnamos en él y expresarlo
sin condición ni medida.
Sólo es problema de ejercitamiento. El ejercicio de
amar depende de cada uno.
Nadie será profunda y permanentemente feliz con
el amor que reciba sino con el amor que él sea capaz de
dar y ejercitar.
Tu felicidad andará en proporción con el amor que
ejercites activamente. No esperes a recibir amor para
amar tú.
Somos vida permanente.
Somos vida en un presente eterno. Somos vida
ahora. La vida únicamente se siente en el presente. No
se vive ayer ni mañana. Vivimos ahora.
La memoria del pasado o la preocupación del futu­
ro nos impiden y obstaculizan el vivirla en cada eterno
presente.
¿Se puede ser más de lo que somos?.
Ciertamente podemos ejercitar y vivir mucho más
intensa y profundamente lo que somos. Pero no pode­
mos ser más.
No te quedes en las palabras.
Experiméntalo por ti mismo.
Vívelo por ti mismo.
No creas mis palabras.
38
Si lo experimentas no tendrás que creer nada a na­
die. Y para experimentarlo no necesitas absolutamen­
te nada de nadie. Únicamente requieres de tu atención.
Cuando tú tengas tu atención en ti mismo fijamente y
no te dejes arrastrar por pensamiento alguno que nu­
ble tu conciencia y mantengas la visión de ti, de la pre­
sencia que eres en todo momento, sentirás la paz que
nadie puede darte y la seguridad que da la plenitud.

LA DESVALORIZADA BONDAD

Los economistas e inversionistas miran cada día en los


diarios la bolsa de valores.
Yo no conozco nada acerca de esos valores.
Pero en la bolsa de valores humanos hay uno que
hace tiempo que está en baja. Es la bondad.
Hoy están en alza: el vestirse y peinarse a la moda,
veranear en lugares elegantes, conocer los últimos éxi-,
tos de la canción, las cafeterías y confiterías de moda
para reunirse, las motos y autos originales y llamati­
vos, algunos deportes como el tenis y el paddle... todos
esos valores y otros parecidos están en alza.
Pero la bondad está desprestigiada, está en baja.
Hoy, cuando se habla de alguna persona, se alaba
todo menos la bondad. A lo sumo se le da un premio de
consolación: «Fulanita es muy fea y ¡tiene tan poco
gusto para vestir!... Además no tiene suerte con los no­
vios... Es que la pobre ¡tiene tan poca gracia!... Pero en
el fondo es una buena chica.» Lo de «buena chica» por
el tono en que se dice no se sabe si es un mérito o es
una desgracia más.
A pesar de todo, la bondad humana sigue siendo
hoy el gran valor aunque se encuentre desvalorizada
por la estupidez y la inconsciencia.
El mejor calificativo con que yo recuerdo a mi ma­
dre es que fue buena. Lo demás no me importa mucho.
Fue siempre buena con bondad de corazón. La
bondad empapaba e impregnaba cada instante de su
vida. Fue siempre un espejo de sencillez y bondad.
39
Nos falta gente buena.
Nos sobran muchas cosas. Pero nos falta bondad.
Bondad en las intenciones, en las acciones, en lá mira­
da, en el saludo, en los pensamientos y deseos, en las
palabras, en los gestos, en las acciones-
Hace falta que la virtud reina de la bondad se sien­
te en el trono que gobierne nuestra existencia.
Los niños hoy quieren ser estudiantes premiados,
astronautas audaces, técnicos brillantes, profesionales
exitosos, deportistas ganadores, artistas triunfadores,
hombres célebres, conquistadores y arrolladores. Pero
me temo que no sería fácil encontrar alguno que ante
todo quisiera ser una «persona buena».
Aprenden y sienten lo que ven y oyen de los mayores.
Evidentemente, para la mayoría hoy la bondad es
un valor en baja.
A pesar de ello yo apuesto por la bondad. Apuesto
por todos los valores que lleva aparejados la bondad.
La nueva Humanidad, a pesar del desconcierto y
desbarajuste de los valores de hoy, y precisamente por
esa misma anarquía y caos, va a tener un punto de par­
tida, un camino y una meta que no va a ser sino la
bondad.
No se puede pensar en otra actitud que mejore
nuestra situación que la bondad, la sencilla bondad es­
pontánea.
Sería alentador oír a un niño o niña decir que lo
que más desea ser en la vida es «una persona buena».
Pero ellos, ¿lo ven, lo oyen, lo aprenden de la vida de
sus padres y educadores? ¿O por el contrario se les in­
culca ser antes que nada triunfadores en la yida?
Existe la mala costumbre de calificar a las personas
de «buena persona» para indicar más o menos que son
simplemente aceptables o que no son malas. No se
trata, pues, de ser buena persona sino una «persona
buena», una persona con bondad por todos los poros
de su ser. Una persona que piense, hable, actúe con
bondad, con bondad de corazón.
La nueva Humanidad, la que pronto va a, renacer en
el mundo que habitamos, la que se prevé para dentro
de unos pocos años, será una Humanidad con el valor
de la bondad no sólo en alza sino como base funda­
mental de la convivencia. Así será.

40
¿LA FELICIDAD EN PEQUEÑAS COSAS?

Se suele decir que la felicidad consiste en las pequeñas


cosas.
Sería más exacto decir que la felicidad no está, no
consiste ni en las pequeñas ni en las grandes cosas.
La felicidad no consiste en nada. La felicidad es.
La felicidad, el gozo profundo, es el sentimiento de
plenitud que se tiene Cuando uno es consciente de la ple­
nitud de su propio ser.
Cuando una persona siente y vive la conciencia
amorosa que es como esencia de sí mismo, sus pensa­
mientos y acciones son conscientes y amorosos, y el
fruto de esa actitud es el sentimiento de felicidad.
Lo que ordinariamente solemos llamar felicidad no
es sino un cierto estado de gusto y placer que se siente
en algunos momentos al poseer o hacer algo que nos
gusta. Son momentos placenteros. Pero no tienen la
categoría de la felicidad, que es un estado permanente.
Es la conciencia de lo que somos.
Hay gente que necesita mil cosas para ser feliz.
Hay quien necesita que todos los detalles de su en­
torno funcionen a su gusto. De lo contrario se sienten
molestos,
¡Es tan difícil que las cosas estén siempre a nuestro
gusto!
Se dice, como un meritorio progreso, que hay que
ser feliz en las pequeñas cosas.
En realidad hay que ser feliz tanto en las grandes
como en las pequeñas cosas. Hay que ser feliz siempre.
Es nuestro destino y obligación.
Estamos destinados a ser felices por más que nos
empeñemos en ser infelices.
Hay que ser felices con cosas y sin cosas. Porque no
son las cosas las que nos van a dar la felicidad.
Podemos y debemos ser felices con nosotros mis­
mos. Con mucho o con nada.
El que es feliz consigo mismo sabe que todo cuanto
tiene, cuanto hace y le ocurre, es una oportunidad para
expresar su felicidad a través de ello.
41
En realidad, ¿hay grandes cosas en la existencia hu­
mana?
Hay una historia, que me parece que es de Mullah
Nasruddin. Se encontró un día con un amigo suyo
que le preguntó: ¿qué tal te llevas con tu mujer? Muy
bien, respondió Nasruddin. Y, ¿cómo haces para que
sea así?, le preguntó el amigo. Es muy sencillo, le
dijo Nasruddin. Nosotros no discutimos nunca por­
que en las cosas importantes decido yo y ella decide
en las que no tienen importancia. Por ejemplo, ella
decide si debemos vender la casa o no, a qué colegio
deben ir los niños, lo que hay que comprar para la
casa, dónde hay que veranear, cuándo debo cambiar
de trabajo y todas esas cosas. Y, ¿cuáles son las cosas
importantes que decides tú?, le preguntó el amigo. Y
Nasruddin le contestó: si Dios existe o no, eso lo deci­
do yo.
Sin comentarios. Para el maestro Nasruddin había
pocas cosas importantes.
Para el niño es muy importante si su juguete se ha
roto o perdido.
Cuando los grandes problemas de las personas ma­
yores se ven desde una perspectiva superior parecen
tan insignificantes como la rotura de un juguete.
Todbs tenemos la experiencia en nuestras propias
vidas de tantos y tantos hechos y situaciones en que
.creimos que en aquello nos iba poco menos que la
vida. Creíamos en aquel momento que aquello que
traíamos entre manos era muy importante, casi trascen­
dental. Con el paso del tiempo fuimos viendo que no
era tan importante como pensábamos. Incluso en mu­
chos casos nos da risa o pena que en algún momento
hayamos sido capaces de dar importancia alguna a
aquella insignificancia.
En realidad hay pocas cosas importantes.
Toda nuestra existencia está hecha de pequeñas co­
sas a pesar de que en un momento determinado nos
hayan parecido grandes.
El desarrollo de la conciencia que tanto defende­
mos y del que tanto hablamos nos hace ver y valorar
las cosas en su justa medida.
Sí. Hay que ser felices en las pequeñas cosas. Es de­
cir, en todos los momentos de la existencia.

42
No es por las cosas por las que tú has de ser feliz
sino por ti mismo.
Tú eres ya la felicidad.

LA PAZ... ¿DE QUIÉN?

Queremos la paz. En el mundo, en las familias, en las


personas...
¿Quién quiere la paz? ¿Quién va a vivir en paz?
Quien desea la paz para el mundo ha de tenerla en
su corazón.
¿Cómo se tiene en el corazón? Quitando la guerra,
la discordia entre los pensamientos y sentimientos, en­
tre la mente consciente y subconsciente...
Paz en sus sentimientos salpicados de envidias, re­
sentimientos y odios...
¿Quiénes van a traer la paz al mundo?
¿Los representantes de la ONU?
¿Los diputados de las asambleas nacionales?
¿Tienen todos ellos paz en su corazón?
¿Para quiénes la van a traer?
¿Para nosotros que estamos en guerra en nuestro
interior?
¿Para nosotros que estamos en guerra con los veci­
nos, familiares u otras personas?
¿Cuántos quieren la paz en el mundo? ¿Todos?
Empiece cada uno a poner armonía dentro de sí.
Para ello no se requiere el Consejo de Seguridad de la
ONU ni una asamblea nacional ni una reunión familiar.
Sólo eres necesario tú. Empieza por ahí.

¿BUSCAR LA VERDAD DE SÍ?

La vida humana se parece a un eterno juego de buscar


siempre algo que se desea encontrar.
Unos buscan trabajo, otros, negocios fáciles y ren­

43
tables. Unos buscan amigos o personas que les com­
prendan. Otros buscan el modo de satisfacer mejor
ciertos gustos o deseos. Unos buscan el éxito, la fama.
Otros el placer sensual...
Unos pocos, muy pocos, buscan La Verdad, La Rea­
lidad. A estps buscadores sinceros de La Verdad hay
que decirles que:
La Verdad no hay que buscarla.
La Verdad es omnipresente. Está en ti y está en
todo.
La Verdad la encuentran, la ven y la comprenden
los sencillos y limpios de corazón y mente.
La Verdad la encuentran los que la aman más y so­
bre todas las cosas y no la buscan con las elucubracio­
nes y marañas de la mente sino en el silencio interior.
La mente siempre está buscando algo nuevo. Es su
trabajo natural.
Pero no se puede buscar lo que uno ya tiene y Es.
Eso se comprende cuando se paraliza la mente y se
mira en silencio hacia dentro.
Todo, cualquier cosa o situación puede ser un me­
dio u ocasión para ver La Verdad.
No hay que ir a ningún maestro, a ningún lugar.
Únicamente hay que estar alerta para ver y sentir
La Verdad, La Realidad detrás de todas las apariencias
y ropajes con que se expresa.
Pero para verla fuera, para verla en las cosas exter­
nas hay que mirarla, verla y sentirla primero en La
Realidad de uno mismo, en esa plenitud interna que ya
somos aunque no la gozamos porque no la vivimos
cada día, cada momento.
La Verdad no se encuentra jamás por los vericuetos
mentales, en conversaciones «racionales y filosóficas»,
en grupos de trabajo, en conferencias, en libros...
En el mejor de los casos estos medios pueden dispo­
nerte para ver. Si estos medios llenan tu mente de com­
plejos y difíciles conocimientos, puedes sospechar que
no son buenos ni el mejor camino hacia La Verdad.
Únicamente «los sencillos de corazón y de mente
verán a Dios o La Verdad».
La Verdad aparece por sí misma a todos aquellos
que con sencillo corazón y mente abierta se disponen a
recibirla como el don más valioso, como la perla pre­

44
ciosa, dejando en segundo o tercer término todo lo de­
más, que suele constituir para la mayoría el primer ob­
jeto de búsqueda y deseo.
La Verdad se hace presente cuando se la anhela en
primer lugar. Jamás cuando se la busca como un hobby.

SERENIDAD INTERIOR

El mundo moderno se mueve a un ritmo neurótico.


Hoy más que nunca las enfermedades psíquicas y
psicosomáticas producen los mayores estragos y de­
sastres.
El mayor número de muertes son producidas al
menos indirectamente por estados psíquicos neuró­
ticos.
Es de sobra conocido por todos que tanto muchas
de las enfermedades cardíacas como la mayor parte de
los accidentes de tránsito son producidos por estados
de tensión, nerviosismo o situaciones de desequilibrio
neurótico.
Se ofrecen remedios parciales e inmediatos. Pero se
olvida el remedio clave y fundamental: es urgente ad­
quirir serenidad interior.
Ocurre que el mundo de hoy invita por todos los
medios y empuja a las personas a participar en esa ca­
rrera sin fin de adquirir cosas y más cosas.
Es la carrera organizada por el consumismo mer-
cantilista y en la que se inscriben y participan todos los
crédulos incautos que son convencidos por la macha­
cona e insistente propaganda consumista.
Se presenta la adquisición de posesiones, cosas y
deseos de placer como la clave y solución para la feli­
cidad.
Esta carrera es la que tiene mayor número de parti­
cipantes.
Dice la Biblia que el número de necios es infinito.
Siendo un poco indulgentes y suavizando las pala­
bras bíblicas, se puede afirmar que el número de los in­
cautos ignorantes es casi infinito.
45
No es la carrera adquisitiva la que va a proporcio­
nar a nadie un átomo de felicidad sino la serenidad in­
terior, el equilibrio y la paz de la mente y el corazón.
Y no se puede estar participando en la carrera ad­
quisitiva y tener al mismo tiempo paz y serenidad in­
terior.
Es necesario salirse de la carrera. Abandonarla.
Cuando lo hagas reconocerás lo ridículo que resulta
participar en ella, como borregos de un mismo rebaño.

UNA SOLA COSA NECESARIA

Me dijo una persona: tú siempre hablas y escribes de lo


mismo.
Lo que hubiera parecido una ofensa a mí me sonó
como una verdad halagadora.
Es que yo estoy convencido de que «sólo hay una
cosa necesaria», como dijo el Cristo.
Cuando uno encuentra una piedra preciosa, decía
también Él, va, vende todo y consigue la piedra preciosa.
Cuando una persona encuentra lo principal, lo otro,
lo demás, deja de tener importancia.
Y si después de encontrar la piedra preciosa toda­
vía se da más importancia a las cosas insignificantes e
intrascendentes, quiere decir que no se ha reconocido
la piedra preciosa como tal, sino que se la considera
como una piedra vulgar más.
Y ¿cuál es esa sola cosa importante y necesaria,
cuál es la piedra preciosa?
En la antigüedad los filósofos y alquimistas busca­
ron la piedra filosofal con la que pudieran saber todo,
dar solución a todo.
Tú eres la piedra preciosa.
En ti está la piedra filosofal.
Tú eres ya todo lo que puedes buscar y desear.
Cada uno es su propia piedra filosofal porque el ser
interno de cada ser humano es participación de La In­
teligencia infinita, de la felicidad absoluta.
¿Cómo descubrirlo?
Por el camino y método más simples: por la obser­

46
vación atenta. Por la no-acción. Evitando toda acción y
todo pensamiento.
En el silencio.
En la percepción intuitiva o, si se quiere, en la ex­
periencia interna que obtiene quien se dispone quitan­
do de sí todo lo complejo, todo lo complicado, todos
los razonamientos.
Para muchas personas esto puede parecer raro e
inasequible.
Pero es posible, cuando uno quiere y ama por enci­
ma de todo La Verdad, lo único necesario.
Cuando encuentras La Verdad de ti en ti has conse­
guido «la única cosa necesaria», has encontrado la pie­
dra preciosa, la piedra filosofal.
Todo lo que estoy diciendo serán puras y bellas pa­
labras si tú no lo intuyes y experimentas por ti mismo.
No necesitas nada para hacerlo sino esmerarte en
conseguir el silencio interior para que la luz aparezca.
Hazlo.

DAR TODO POR LA VERDAD

Era un hombre en el camino de su realización.


Tenía una desahogada posición económica.
Había ya abandonado mucho lastre de su vida del
pasado. Estaba buscando con verdadero interés La
Verdad de sí, del mundo, de las cosas.
Para él, los bienes, los placeres, los pasatiempos
normales de la gente común habían perdido su atrac­
tivo.
Un amigo en uno de esos momentos de amistad
confidente le preguntó qué era en realidad lo que le
preocupaba y le interesaba seriamente en su vida.
Le contestó: yo daría en este momento todo cuanto
poseo y me quedaría con gusto con la ropa puesta, sin
más, por estar unos escalones más cerca de La Ver­
dad. Poniendo un ejemplo gráfico: si La Verdad estu­
viera en el escalón diez y yo ahora me encuentro en el
tercero, daría todo con sumo gusto por ganar tiempo y
47
estar ya en el noveno, octavo o séptimo. No me im­
portaría quedarme como un mendigo en la calle sin un
centavo. Yo sé que esto puede ser una actitud de impa­
ciencia por mi parte y que no debiera ser así. Pero eso
es lo que siento.
Le dijo el amigo: pero La Verdad, la realización per­
sonal no se compra con dinero...
Lo sé. Es cierto. Lo que intento decirte es que lo
que amo más en mi vida es progresar efectivamente en
La Verdad. Sé que lo puedo y debo hacer con lo que soy,
en las circunstancias que La Vida me ha determinado
que viva. Sé que no puedo pensar en situaciones hipo­
téticas. Debo hacer ahora lo que más deseo y amo: en­
contrar más luz de La Verdad. No intento verme bue­
no. No deseo sentir la satisfacción de ver que estoy
progresando, porque sé que quien está pendiente de
ello es mi falso «yo», el ego que siempre busca su auto-
satisfacción y afirmación en todo.
Sólo amo La Verdad.
La Verdad se hace presente temprano o tarde pero
indefectiblemente a quien la ama de verdad y sobre to­
das las cosas. Incluso más que a su propia vida espa­
cio-temporal.

TODO ES ESPIRITUAL

A muchos con razón no les gusta lo espiritual.


Hasta la palabra espiritual suele estar cargada con
un sentido oscurantista, difuso y lejano.
Cuando yo estaba en el colegio, siendo aún niño,
recuerdo aquellos días que llamaban de retiro espiritual
como algo desagradable, molesto y obligado. Aquellos
días significaban para nosotros, por una parte, el alivio
de que no había clases, y por otra, el disgusto de que no
se podía jugar, ni hablar, ni gritar. Aquellos días eran
una completa lata. Para colmo nos hablaban en ellos
de cosas desagradables como el pecado, el infierno, el
sacrificio y los sufrimientos...
Pienso que a más de uno de los lectores les habrá
48
ocurrido algo semejante, sobre todo si fueron educa­
dos en colegios religiosos.
Hemos de entender que lo espiritual no es precisa­
mente eso que pensábamos entonces.
Hemos de llegar a entender que aun lo que llama­
mos material es en el fondo espiritual.
Todo lo visible, todo lo que llamamos material es
manifestación y creación del espíritu.
Todo es espíritu en manifestación.
Los conceptos y palabras son creación de la mente.
Usamos la palabra material para expresar lo extenso,
lo tangible.
Pero el ser que sustenta y es la base de todo lo ma­
terial es espiritual. Si esa energía que no es material no
mantuviera en el ser, en la existencia, a lo material: ca­
sas, árboles, autos, instrumentos, el universo todo visi­
ble... desaparecería, se convertiría en nada.
Todo está mantenido en el ser por una fuerza, por
una energía que no es material, por Eso que llamamos
espíritu. Si quieres llamar a esa energía Dios, puedes
hacerlo.
Esa energía no es vaga ni abstracta sino muy con­
creta y muy inteligente, infinitamente inteligente. Sabe
lo que hace, lo hace con sentido. Todo está lleno de
sentido y finalidad concreta.
Todo cuanto existe es manifestación y fruto del
amor de ese Ser que podemos llamar Energía Inteli­
gente y Amorosa o Dios.
Todo el Universo, no sólo nuestro planeta Tierra, es
Dios en manifestación.
Todo es expresión de Dios o esa Energía Inteligen­
te y Amorosa infinita. No puede ser de otra manera. El
Ser Absoluto contiene y abarca todo cuanto existe y
puede llegar a existir.
Todo lo material es manifestación del espíritu.
Toda acción humana es igualmente manifestación
del espíritu de cada uno. Incluso las acciones incons­
cientes.
Todas las acciones humanas, aun las que parecen
triviales y bajas, pueden ser y son de hecho eminente­
mente elevadas y espirituales si se hacen con la con­
ciencia amorosa que cada uno es en el fondo de sí
mismo.
49
Trabajar la tierra o los metales o minerales, hacer
deporte, caminar, leer, hablar, bailar... todo puede ser
espiritual si se hace desde el centro consciente-amoro-
so que cada uno es en el fondo.
¿Por qué dividir y separar lo material de lo espiri­
tual?
Yo soy consciente de que esto puede resultar extra­
ño a muchas personas.
No existen unos trabajos espirituales y otros mate­
riales.
Existen diversos modos de trabajar. Aun lo que pare­
ce más espiritual deja de serlo si no se hace consciente­
mente y con amor. Y, por el contrario, aun lo que pare­
ce más material y bajo puede ser una acción espiritual si
se hace con lo mejor del espíritu, con amor y conciencia.
Es hora de dejar de dividir a las personas por la cla­
se de sus trabajos. No hay unos trabajos muy relevan­
tes, preeminentes, y otros insignificantes y triviales.
Todo es eminente y trascendental si se hace con lo me­
jor de sí mismo.
Es verdad que ciertos trabajos o actividades tienen
una mayor trascendencia, de cara a los efectos que
pueden sucederse, que otros más limitados.
Pero de cara al valor personal, lo que realmente im­
porta es con qué espíritu se realiza cada actividad de la
vida.
Los trabajos más vulgares pueden ser muy superio­
res en el plano personal de quien los realiza que otros
que parecen trascendentales, si se hacen con un espíri­
tu consciente y amoroso.
Todo es eminente, superior y espiritual si se hace
con lo mejor del espíritu.
¿No es eso ya un gran motivo de felicidad?

EL PLACER DE VIVIR

Muchos llegan a la muerte sin haber vivido.


Pasan por la vida sin darse cuenta de que están vi­
viendo.

50
Año tras año, sin saborear La Vida en su vivir diario.
La Vida, con mayúsculas, es el Ser (Dios) manifes­
tado en los seres vivientes.
Saber gustar y disfrutar de La Vjda en cada insigni­
ficante y minúsculo ser vivo es ya un gozo profundo.
Pero sentir que uno mismo es La Vida infinita e ili­
mitada, aun cuando esté accidentalmente confinada y
circunscrita en este reducido y endeble cuerpo físico,
es para sentir alegría sin sombra alguna.
El tedio y la tristeza en el vivir provienen de la in­
consciencia e ignorancia.
Cuando eres consciente de la futilidad y banalidad
de todas las insignificancias que te suelen provocar esa
tristeza y preocupación en comparación con la grande­
za y esplendor de La Vida, que está vibrando y expre­
sándose en nosotros, te da risa y lástima de ti mismo.
Es gozoso saber que somos La Vida.
No tenemos vida. Somos La Vida. La entidad sus­
tancial que somos y sostiene toda esa personalidad que
llamamos nuestra es La Vida. Ésa es nuestra sustancia
esencial y natural.
¿Qué puede haber, qué puede suceder que sea ca­
paz de disminuir el gozo de ser tú y yo La Vida misma?
Únicamente la ignorancia estúpida.
Todos los errores o pecados que cometemos en
nuestra existencia tienen como causa y origen la igno­
rancia y la inconsciencia.
Pero el no saber Ver y disfrutar La Vida que somos,
como la base fundamental de nuestro ser, es el colmo
de la estupidez y necedad.
Nos han dicho muchas veces que vivimos para tra­
bajar y no sé para cuántas cosas más. Pero la finalidad
de la vida es Vivirla en su totalidad. No limitándonos a
estrujar el pequeño y limitado goce de los sentidos sino
vivirla y disfrutarla en su dimensión más amplia y pro­
funda.
Nos pasamos los años de nuestra existencia traba­
jando para conseguir dinero y más y más cosas y es­
forzándonos para cuidar nuestro caparazón, nuestro
envoltorio y no tenemos tiempo de disfrutar del gran
regalo de La Vida.
Si nos ocupásemos de vivir a cabalidad La Vida, La
Vida se ocuparía de mantener nuestro cascarón y en­
51
voltorio con todo lo necesario. Como lo hace con las
margaritas del campo y con el ruiseñor y la mariposa.
Al abrir los ojos por la mañana debiera brotar de
nuestro pecho un canto mucho más sonoro que el gor­
jeo multiforme y cantarín de los dulces y vivaces paja-
rillos.
Pero no. Los «enormes y graves» problemas de la
subsistencia nos agobian y paralizan el intento de la son­
risa no nacida.
¡Sonríe, amigo, sonríe!, me digo a mí mismo, por­
que vives, porque no vives de prestado. Eres tú La
Vida, que se está expresando en esto que llamo mi per­
sona.
Pero mi persona sólo es mi disfraz.
Yo soy La Vida que se viste con este disfraz.
¿Puede haber algún motivo mayor y mejor para dis­
frutar del gozo de vivir?

SOY MÁS CUANDO NO PIENSO

Dijo aquel filósofo: pienso, luego existo.


Y todo el mundo lo repite y lo acepta.
Dentro del nivel del conocimiento en que común­
mente se desenvuelve la gente, parece un silogismo vá­
lido. Un aigumento lógico.
Pero en un plano superior, para quien conoce su
realidad en el silencio interior, la frase es sólo relativa­
mente cierta y muy elemental.
«Existe» lo que es contingente. Es decir, aquello
que, tanto como existe, puede dejar de existir. «Existe»
sólo relativamente.
Aquello que siempre existió y existirá o, como se
dice en filosofía, el ser que no es contingente sino ne­
cesario no sólo existe sino que es. Siempre fue y siem­
pre será.
Cuando experimento el silencio interior yo siento
que soy. No sólo existo.
En el silencio experimento ser. Siento que soy La
Vida sin principio ni fin. Sí. Ya sé que eso es lo que es

52
Dios. Eso divino es lo que está palpitando en mí y hace
que todo cuanto se expresa en mí tenga su origen en
ello.
La Vida se reviste con la forma de mi cuerpo y en el
cerebro de mi cuerpo se almacenan mis pensamientos
que, como empezaron, dejarán de existir.
Yo no soy lo que deja de existir.
Yo soy lo que existirá siempre.
La existencia es temporal.
El Ser es eterno.
Si te das cuenta de esta verdad que parece tan sim­
ple, ¿no tienes el máximo motivo para ser feliz?
Aquellos que están identificados con su cuerpo y
sus ideas dicen: cuando uno muere, se acaba todo. No
queda nada.
En su perspectiva tienen parte de razón.
Si creen que son su cuerpo con ese montón de pen­
samientos que es la mente, cuando se destruye el cuer­
po, todo se acabó.
Pero aunque lo ignoren, Lo que ellos Son, como Lo
que Es cada uno, Eso que siempre fue, que es La Vida,
eso sigue siendo sin la forma ni el ropaje del cuerpo.
Si los que creen que todo se acaba con la muerte no
han de tener miedo ante ella, los que sabemos que se­
guimos viviendo La Vida, que nunca acaba, tenemos
más motivos para estar no sólo tranquilos sino felices,
porque sabemos que al deshacerse el cuerpo nos inun­
damos en La Vida, en La Felicidad.
¿Hay algo mejor?

LA FELICIDAD QUE NO LLEGA...

¿Cuándo me va a asomar un rayito de felicidad?, me


decía. Llevo tanto tiempo envuelta en sufrimientos que
me parece que Dios se ha olvidado de mí, repetía.
Me dio pena porque aparentemente era una perso­
na con cultura religiosa muy acendrada.
Pero parece que sólo era eso: cultura teórica reli­
giosa. No sentido ni vivencia religiosa.
53
La felicidad no viene de ninguna parte.
La felicidad no me la da nadie.
Cuando te abres a Lo Absoluto, Dios, que está en ti,
en el centro de ti, te invade la felicidad.
Más pena que esa mujer me dio un programa de TV
conducido por un eminente dirigente religioso.
Una y otra vez se repetía en el programa que «todos
andamos buscando la felicidad» como si fuera un fan­
tasma escurridizo que no se dejara atrapar.
Hasta se llegó a decir que la felicidad completa úni­
camente la conseguiremos en el cielo.
¡Qué manía y empeño en poner a Dios lejos y en un
futuro que todos deseamos esté muy lejano! Él está lo
más cercano y presente que puede estar. Está aquí,
dentro de cada uno y ahora. ¿Por qué esperar a una
eternidad futura y difusa?
Una persona no creyente me dijo: ¿y nosotros, los
que no creemos en Dios, no podemos ser felices con
una felicidad permanente?
Las palabras y los conceptos nos alejan a unos de
otros. Dios es una palabra. La realidad que correspon­
de a esa palabra, tú la puedes llamar Realidad Absolu­
ta o Ser o Conciencia Pura o Energía Infinita o de mil
otras maneras. Lo que importa es que te des cuenta de
que lo que somos en el fondo de nosotros mismos
como base de cuanto aparece en nuestra personalidad
y de cuanto hacemos, es esa misma realidad que lla­
mamos divina o Dios.
La realidad divina o Dios puede denominarse de in­
numerables formas. No sólo por el número de lenguas
que existen sino dentro, incluso, de la misma lengua.
Él grave error de muchas personas fanáticas religiosas
consiste, entre otras cosas, en quedarse en los nombres
y las palabras, lo mismo que en los formalismos de los
ritos.
Los formalismos y formulismos han sido siempre
lós esquemas mentales y rituales en los que se han en­
cerrado muchas personas religiosas fanáticas y ruti­
narias.
En una conferencia una señora al final me dijo:
todo eso que usted dice es muy bello. Pero me gustaría
que nombrase a Dios con su nombre. ¡El formulismo
de las palabras!

54
El Cristo dijo tajantemente que el reino de Dios está
dentro de nosotros, ¿por qué hemos de buscarlo lejos o
en un futuro incierto?
Y ese reino de Dios está dentro de todos. No sólo de
los creyentes. De todos sin distinción. Lo creas o no.
Cualquiera que intuya su propio ser interno reco­
noce que la felicidad está ahí donde el Absoluto o
Dios es, quiérase o no, sépase o no el protagonista. No
importa cómo se lo llame. Eso superior que es la esen­
cia, la fuente y origen de todo cuanto se expresa en mí,
Eso es el Ser Absoluto. Eso es mi felicidad.
No esperes que te llegue un rayito de felicidad. La
tienes total y Absoluta.

CADA DÍA

Cada día es un nuevo interrogante.


Cada día es «nuevamente» igual.
Cada día es igualmente «nuevo».
Cada día es la misma pregunta con respuesta nueva.
La respuesta de hoy, el modo como hoy te levantas,
como desayunas, como vas al trabajo, como te relacio­
nas con los tuyos, con los compañeros de trabajo, con
los vecinos, con los amigos es y debe ser nuevo.
Hoy es único. El mejor.
No caigas en automatismos.
Si pones tu atención no sólo en lo que haces sino en
ti, que eres lo principal, si pones atención en ti que eres
quien percibe, quien experimenta, quien reacciona,
quien siente, quien sufre o goza, si pones tu atención
en ti verás que hoy será un día distinto de todos. Hoy
será una revelación para ti.
Hoy serás tú.
Otros días eras uno más de los que iban al trabajo,
por la calle... como robots autómatas, inconscientes de
sí mismos.
Hoy eres tú, consciente de ti mismo.
¿Para qué más?

55
LA HONESTA SINCERIDAD

No abundan las personas honestamente sinceras.


Es como si tuviéramos miedo a la verdad. Cuando
la verdad es lo único que nos hace ser libres realmente.
No somos sinceros con nosotros mismos.
Tenemos la disimulada habilidad del prestidigita­
dor para escamotear la verdad.
Nos la ocultamos, la disfrazamos, la variamos. Y
con la misma y mayor facilidad las escamoteamos y la
ocultamos a los demás.
Ser honestamente sinceros no significa el decir
todo lo que se sabe y se piensa sino decir la verdad au­
téntica cuando realmente hay que decirla, cuando hay
necesidad de decirla.
Pero en esos casos con frecuencia se oculta, se disi­
mula, se disfraza y se falsea porque a muchas personas
la verdad les resulta amarga.
Las «buenas formas sociales» se basan casi siempre
en el halago hipócrita, el disimulo diplomático, la adu­
lación falaz y la falsedad generalizada.
No es fácil «quedar bien en sociedad» siendo ho­
nestamente sincero. Por eso los que desean serlo pre­
fieren mantenerse al margen del juego de la vida so­
cial, que siempre se desenvuelve en el disimulo y el
engaño.
La honesta sinceridad, que debería ser la norma na­
tural en todo contacto y relación humana, se ha con­
vertido en una honrosa excepción dentro del actuar ge­
neral y común de la mayoría de las personas que se
rigen por el juego del disimulo y las verdades a medias
de la «vida social».
Los triunfos y ventajas de la falsedad no pueden ser
muy durables.
La sinceridad y honestidad, en cambio, contribu­
yen a un estado de armonía previo y necesario para la
felicidad íntima.
Sólo en La Verdad se puede ser feliz.

56
PRESENTE VS. PASADO

Unos recuerdan los momentos felices del pasado.


Otros, los tristes y penosos.
Otros, los hechos indiferentes y anodinos.
Hay quienes dicen que hay que aprender del pasado...
Pero quienes necesitan volver al pasado es porque
no están suficientemente volcados y centrados en el
presente, que es lo único realmente existente. Están
descentrados de la presencia actual de sí mismos.
Todo el tiempo ocupado en el pasado es tiempo
perdido del presente. Y sólo se vive en presente.
La Vida es un eterno presente.
Y tu vida y mi vida son un limitado presente conti­
nuo de unos pocos años.
Si no vives ni una parte mínima de lo que eres en el
presente, ¿por qué te empeñas en vivir en el pasado y
del pasado?
Tienes suficiente con el presente.
Vívelo intensamente y verás que no puedes ago­
tarlo.
¿Que te aburres?
Tu aburrimiento, o tu decaimiento, o tu indiferen­
cia, o tu apatía, son señales de tu vacío, de que estás
fuera y lejos de ti.
No te salgas del presente, de la presencia de ti mismo.
Es suficiente que te centres en ti ahora. Eso basta.

LA RAÍZ DE LOS PROBLEMAS

Nuestros problemas humanos tienen su origen en el


desenfoque o desorientación de nuestros pensamien­
tos y valoraciones.
Todos, aunque cada uno a su manera, tenemos una
aspiración a la felicidad plena, máxima.
A veces pareciera que nuestra aspiración no, fuera
57
tan alta y exigente, puesto que limitamos nuestros de­
seos a algo muy concreto y reducido.
Pero tanto si esos deseos son satisfechos o no, la
aspiración siempre nos urge a algo mucho más alto y
elevado.
Es el ansia infinita de felicidad que no se puede
ocultar ni negar.
Pero caemos en el necio error de creer que esa as­
piración infinita de felicidad podemos saciarla con las
satisfacciones de los sentidos externos limitados.
Los estímulos exteriores nos proporcionan algún
goce o placer momentáneo. Entonces ignorantemente
creemos que ése es el camino para saciar nuestra sed
infinita de felicidad y nos quedamos pegados y encan­
dilados en esos estímulos externos como si ellos fueran
el objeto de nuestra felicidad.
Estos estímulos externos que pueden ser una per­
sona, una cosa, un acontecimiento, una situación deter­
minada, un lugar... no son sino incentivos que despier­
tan nuestra ansia de plenitud y nos hacen reaccionar
en un momento determinado.
En ese momento en que reaccionamos nos senti­
mos, parcialmente al menos, felices, y creemos que ese
objeto es la causa de nuestra felicidad.
Pero ni nuestra felicidad, ni siquiera el goce mo­
mentáneo, está en el objeto sino en nuestra reacción
personal ante el objeto que sirvió únicamente de estí­
mulo.
Aquí reside el engaño.
Llegamos a creer erróneamente que esos objetos u
otros parecidos nos darán en alguna ocasión la felici­
dad plena.
Y justamente ahí está la causa de muchos de nues­
tros sufrimientos, de nuestros desencantos, de nuestras
frustraciones.
Nuestra vida entonces se convierte en una carrera
sin fin para conseguir este objeto o aquel otro, creyen­
do siempre que en cada uno de ellos vamos a encontrar
nuestra felicidad plena tan ansiada.
Pero al tener ese error de apreciación y valoración
nos quedamos siempre con la frustración del vacío. Y
emprendemos una nueva carrera tras otro nuevo obje­
to de búsqueda.
58
La plenitud no se puede encontrar en nada exterior.
Se encuentra donde ella es plenitud.
Descubrir que yo soy sujeto de esa plenitud es el
mejor y mayor de los descubrimientos. Pero esa pleni­
tud en mí es potencial únicamente mientras no se la
ejercite y se la viva activamente.
Cuando uno se da cuenta de que su capacidad de vi­
vir conscientemente y de amar sólo depende de uno
mismo y no de ningún estímulo exterior, ha compren­
dido lo que es su naturaleza real.
Ése es el momento en que uno puede decir que se
conoce. Antes no.
Conocerse es darse cuenta de que uno es un poten­
cial sin límites de vivir, de conocer la verdad y de amar
sin condiciones.
Cuando esa potencialidad se ejercita, la vida se ma­
nifiesta en nosotros como un campo de expresión de
nuestra plenitud.
Ésa es nuestra felicidad. Sólo ésa es la verdadera
felicidad.
Pero el grave error nuestro consiste en empeñamos
por adquirir y poseer aquellos objetos o personas o si­
tuaciones en las que hemos sentido vislumbres de pla­
cer creyendo que allí estaba nuestra felicidad.
En realidad, ni siquiera aquel placer o goce que en­
contramos y paladeamos en el contacto con tal objeto
o persona provenía de ellos sino de nuestra reacción
ante ellos. Y nuestra reacción es nuestra.
El placer, como también la felicidad, reside en ese
acto por el que «yo percibo» y «yo siento».
Nuestra ignorancia nos hace creer que aquella per­
sona, objeto o situación que provocó esa sensación
nuestra es realmente la que nos da la felicidad.
Ése es el craso y grave error permanente de nuestra
vida. Por eso nuestra existencia se desarrolla siempre
buscando tal persona, tal situación, tal posesión que
creemos nos va a dar la felicidad porque un día senti­
mos un cierto placer en situaciones semejantes.
Si nos volvemos sobre nosotros mismos y nos da­
mos cuenta de que nuestra reacción interna no requie­
re de esos estímulos para sentimos felices, simplifica­
remos las cosas.
Entonces nos daremos cuenta de que no somos fe­
59
lices con lo que otros nos dan sino con lo que nosotros
somos capaces de vivir, conocer y dar, amando sin me­
dida.
Para algunos esto puede resultar una bella teoría.
Como todo cuanto se expresa con palabras. Pero cada
uno puede empezar a experimentarlo por sí mismo.
En realidad todos hemos tenido algunas experien­
cias parciales de esto, en más de una ocasión. Todos
hemos tenido esos momentos de generosidad en que,
sin esperar nada, hemos entregado nuestro amor gene­
roso a alguien que lo necesitaba. Ese gozo íntimo, se­
reno y secreto que sentimos en ese momento es chis­
pazos de la felicidad que proporciona la actualización
de ese amor potencialmente ilimitado que somos en el
fondo de nosotros mismos.
Lo mismo podemos decir de esos momentos de
gozo intenso que hemos disfrutado al encontrar la ver­
dad de algo importante en nuestro fuero interno.
Es necesario comprender que la dicha no nos viene
jamás de nada de afuera. Es el resultado de ejercitar y
realizar o hacer realidad nuestra potencialidad de vivir
plenamente, de conocer La Verdad y de amar incondi­
cionalmente como focos de amor activo que somos.
La felicidad sólo está en ser lo que somos y dar los
frutos propios de nuestra naturaleza.

LOS TRES NIVELES DE CONCIENCIA

Las fases del desarrollo de la Humanidad son semejan­


tes a las de la persona humana.
En una primera fase de la Humanidad regía la ley
de la supervivencia sobre la base de utilizar a los de­
más para su propio provecho.
Como el niño en su infancia. Para él sólo existe él.
Los demás son únicamente objetos útiles para su ser­
vicio.
Es la fase egocentrada de la Humanidad. Como la
época egotélica del niño.
En una segunda fase de la Humanidad se estable­
60
cen leyes de convivencia, principalmente por la ley
equitativa o conmutativa. Es la ley de «te doy si me
das», «te doy lo equivalente a lo que me das».
El niño o el joven se da cuenta en un momento de
su existencia de que no sólo vive él en el mundo. Re­
conoce a los otros con sus respectivos derechos. Hay
un sentido de alteridad. No existo yo sólo con mis ne­
cesidades y gustos sino que el otro también tiene los
suyos.
Se establece entonces una relación de mutua reci­
procidad.
Es éste el nivel de conciencia en que se suele desen­
volver nuestra sociedad actual. Podemos decir tam­
bién que éste es el nivel del desarrollo de los derechos
humanos. La declaración sobre los derechos humanos
de la ONU no es sino una expresión del espíritu de este
nivel.
Sería muy de desear que en nuestro mundo se de­
sarrollase y se practicase a cabalidad este nivel de jus­
ticia equitativa, por el que hubiera un respeto práctico
y efectivo por todos los seres humanos sobre este pla­
neta Tierra.
Desgraciadamente hay demasiadas violaciones a
este principio de justicia equitativa, no sólo a nivel in­
dividual entre las personas, sino a nivel de pueblos, paí­
ses e instituciones.
En esta época moderna de los adelantos tecnológi­
cos y el confort sigue existiendo una cruel explota­
ción del hombre en nombre del progreso económico
y productivo. Son muestras todavía de la ley del ga­
rrote, propia de la época de las cavernas, aunque hoy
sean personajes refinados y de guantes blancos
los explotadores y se disimule hipócritamente con
argumentos y discursos dialécticos y puramente ver­
bales.
Cuando se observan tales transgresiones de los de­
rechos más elementales en nuestra sociedad, pareciera
un idealismo iluso hablar de una fase superior de de­
sarrollo de la conciencia.
Pero hay que hablar porque la Humanidad, como
cada uno de los seres humanos, está destinada a ella.
No podemos contentamos con la implantación en
la sociedad de la ley de justicia equitativa.
61
Hace dos mil años se nos enseñó la ley del amor
que supera toda justicia.
No sólo te respeto sino que te amo.
Y no te amo únicamente si me amas sino aunque
no me ames, e incluso aunque me odies.
Es la superación de la ley del talión y de la justicia
equitativa y conmutativa.
No sólo reconocemos en este nivel superior de con­
ciencia que el otro es digno de nuestro respeto, sino
que nos reconocemos como sujetos amorosos, cons­
cientes de nuestra naturaleza cordial, efusiva, que no
espera retribuciones.
Pareciera iluso pensar que se pueda proponer este
nivel de conciencia como el ideal a conseguir en un
mundo donde todavía subsiste la ley de la selva de la
Humanidad primitiva, es decir la ley del más fuerte y
más hábil sobre el más débil.
Pero hay que proponerla porque hace ya miles de
años personas desarrolladas vivieron en este nivel y
hoy también lo hacen muchas personas anónimas y
desconocidas gracias a las cuales este mundo nuestro
es todavía digno de ser habitado.
No existe-una proporción directa entre el nivel de
civilización y prosperidad tecnológica y material y el
nivel de la conciencia. No es precisamente en los paí­
ses más adelantados y en las clases de personas más
adineradas donde existe el mayor nivel de conciencia.
Más bien podría ser a la inversa. Aunque, en verdad, la
minoría de personas que viven este nivel superior de
conciencia se dan en todos los países y en todas las cla­
ses de la sociedad sin distinción.
No es el nivel de la justicia equitativa el nivel más
humano ni el ideal de la Humanidad, por más que así
lo propongan muchos dirigentes políticos, sino el nivel
del desarrollo del amor generoso.
Por más que la Humanidad se esté arrastrando to­
davía en gran parte en el bajo nivel de la ley de la selva,
hemos de afirmar con toda rotundidad que todos esta­
mos llamados a este nivel superior de conciencia.
Una sociedad meramente justa puede proporcio­
namos una convivencia pacífica. Pero no seremos feli­
ces sino en un mundo donde el amor generoso sea pro­
tagonista siempre y en todo.
62
Únicamente cuando la persona llega a este nivel su­
perior puede encontrar su felicidad, porque ahí está su
plenitud, ahí está la luz, ahí está La Verdad.
Y en La Verdad y El Amor está la felicidad.

EL RÍO Y YO

He estado junto al río.


He visto correr sus aguas sin cesar.
Sus aguas transparentes, rumorosas y frescas son
vida.
He querido atrapar, detener esas aguas cristalinas y
vivificadoras.
Hubiera querido paralizarlas para disfrutar sumer­
giéndome en ellas sin permitirles fluir ni cambiar.
Pero el río es río.
Y el río es fluir.
Su naturaleza es el correr de las aguas siempre
idénticas y siempre cambiantes.
Como la vida misma.
Me he sentido Uno con el río. Y he sentido que toda
mi existencia espacio-temporal es un cambio continuo
y sin fin.
Y me he remontado al origen del río, a la fuente.
Y he comprendido que soy río que fluye, pero tam­
bién fuente que brota.
He comprendido que lo que fluye es mi existencia
temporal,- que no puedo detener.
Pero ascendiendo, llego a mi fuente. Y siento ser
plenitud en la fuente.
Hay que dejar que el río sea río.
Lo que tiene que correr, cambiar y fluir debe seguir
su curso. Pero las formas infinitamente variadas del
río a través de su cauce tiénen un origen quieto, fecun­
do, copioso e inagotable.
Yo soy el río en el devenir de mi existencia temporal.
No puedo detener las leyes de su desarrollo, evolu­
ción y cambio.
Mis formas, como las del cauce del río, no puedo
63
detenerlas. He de sumergirme en las formas cambian-
, tes del río y saber que soy río.
Pero también soy fuente, manantial copioso y vivi­
ficante.
No hay río sin fuente.
Me siento feliz cuando me doy cuenta de que soy la
fuente de mi río.

PLENITUD Y VACÍO

La mayoría de los hombres de nuestro tiempo están vi­


viendo la etapa infantil de la Humanidad.
Están volcados y desparramados hacia la multipli­
cidad de formas del exterior. Es como el niño que está
descubriendo la vida en su derredor.
La multiplicidad de seres y formas lo tiene atrapa­
do y cautivado.
Son una actitud y una tendencia centrífugas.
Prueba aquí, prueba allá. Busca y rebusca algo que
le dé respuesta a su anhelo e inquietud. Vaga ansiosa­
mente de un lugar a otro, de'unas novedades a otras,
de unos estilos de vida a otros, de unas creencias a
otras, creyendo y esperando vanamente que en esa fe­
ria de entretenimientos, luces y colores, algún día en­
contrará lo que su corazón anhela.
Pero ninguna de las formas, ninguno de los objetos
en los que se apoya, es permanente. Y como conse­
cuencia surge el sufrimiento.
El mal, como el sufrimiento, es siempre fruto de la
ignorancia.
Cuando el hombre descubre que su verdadera natu­
raleza es ser vida, inteligencia, amor y libertad, las ti­
nieblas de la ignorancia se diluyen y con ellas el sufri­
miento y el vacío.
Cuando el silencio creador le habla al hombre, éste
comprende su infinitud en su conciencia y sabe que el
Universo está en ella como la música está en el silen­
cio, porque sin él no habría música.
El hombre no tiene otro destino que evolucionar en
64
su conciencia. Y ésta evolución no la da la actividad de
la mente ni el intelecto sino que sobreviene por el co­
nocimiento directo de la intuición. Y ésta es hija del si­
lencio creador.
La máxima energía está en el vacío máximo porque
este vacío es la plenitud Absoluta.
El ser infinito no puede tener partes. Es el Todo in­
divisible por su ser inextenso.
El máximo vacío físico es la máxima plenitud.
Como los agujeros negros del espacio físico.
Una estrella de 700 000 kilómetros de diámetro
queda reducida a una dimensión nula cuando se van
reduciendo los espacios vacíos entre sus átomos, entre
sus electrones, núcleos y quarks, llegando a constituir
lo que se ha llamado los agujeros negros del espacio
que no son sino la máxima concentración de la energía
de esas inmensas estrellas reducida a un volumen infi­
nitamente pequeño, lo que produce una densidad de
energía infinita.
Después que el hombre reduce su activismo mental
y el frenesí de sus deseos descontrolados, va centrán­
dose en la simplicidad de su ser que es el Todo. Enton­
ces accede al mundo silencioso y vacío de su plenitud.
Beethoven no necesitó oír su novena sinfonía para
saber que era una obra magistral y eterna. Sabía que
había surgido de la plenitud de su silencio.
El destino del hombre es la plenitud y el gozo de la-
misma. Ahí y sólo ahí está su felicidad máxima.

TÉCNICAS Y DESCUBRIMIENTO DE SÍ

Quienes asisten a cursos sobre desarrollo personal sue­


len pedir siempre algunas técnicas concretas para po­
ner en práctica lo que han aprendido y trabajar sobre
lo que se les ha enseñado.
Me decía una persona: he aprendido muchas cosas
pero no sé cómo ponerlas en práctica.
Quizás te sobren conocimientos, le dije. Hay que
tratar de simplificar a la hora de la verdad, a la hora de
65
ejercitar lo que se tiene que hacer. Hay que empezar
por lo fundamental.
Y, ¿por dónde hay que empezar?
Por descubrirte a ti.
Es cierto que hay diversas técnicas para conocerse
y para observarse. Ño estoy en contra de ninguna téc­
nica. Pero quiero dejar algo muy claro. Muchos se afe-
rran tanto a las técnicas y las muletas que se pasan
toda la vida con ellas sin caminar por sí mismos.
Propongo que se tenga bien claro cuál es o debe ser
el sentido de lo que intentamos conseguir. Cuando lo
tengas claro, tú mismo vas a crear tus propias técnicas.
Lo primero que debes hacer es descubrirte.
¿Qué es lo que hay que descubrir? Lo que tú eres.
Lo que eres como esencia, base y fundamento. Lo que
en ti es esencial y lo que es secundario. Y distinguirlo
muy bien.
Se descubre lo que está cubierto. Por tanto hay que
quitar lo que nos cubre.
¿Qué es lo que nos cubre a cada uno de nosotros?,
¿qué es lo que te cubre a ti?
Todo aquello que has creído o crees ser es lo que te
cubre, lo que cubre a lo que realmente eres. Por tanto
lo primero que hay que quitar es lo falso de ti, el error
que tienes sobre ti.
¿Qué es lo que crees ser?
Crees que eres un cuerpo. Crees que eres una per­
sona que es de esta manera, que tiene estos defectos,
estas cualidades...
Y tú me dices: ¿acaso no soy eso?
No. No eres eso. Eso es algo que tienes. Pero no lo
que eres.
Para descubrirte puedes imponerte esta sencilla
técnica que en Oriente llaman el «vichara». Pregúntate
permanentemente: ¿quién soy yo?
No te respondas intelectualmente sino con una in­
tuición interior. Descubriendo, percibiendo, sintiendo
e intuyendo a ese «quién», a ese «yo» que está presente
en cada acción, en cada movimiento, en cada situación
del día, en cada pensamiento, en cada sensación-
Descubrir con claridad es ver que ese «quién» o ese
«yo» no es lo que he estado pensando sobre mí. Es más
simple y más gozoso. Además no tengo que decirme
66
mentiras ni falsedades. No tengo que «quedar bien»
conmigo ni con nadie.
Cuando veo y comprendo que no soy todo lo que he
creído ser, estoy quitando lo que cubría mi realidad,
que eran los falsos conceptos sobre mí.
Cuando me descubro, cuando descubro mi reali­
dad, estoy también comprendiendo la raíz de todos
mis problemas que tienen su origen y causa en la falsa
idea que tengo sobre mí.
Mi «yo» no tiene ningún problema. Todos son del
«ego» de mi falsa identidad.
Algunos piensan que, al dejar de estar identificados
con su cuerpo o las ideas que tienen ahora, van a dejar
de gozar y sentir muchas cosas que ahora disfrutan.
Creen que se van a convertir en personas serias, frías e
indiferentes. Creen que ya no van a sentir entusiasmo
por las cosas como sienten ahora.
Eso es falso. Cuando uno descubre la realidad de sí,
muchas cosas que antes le afectaban con gran alegría o
dolor ahora le dejan sereno y tranquilo. Ahora consi­
dera tanto al placer como al dolor como dos imposto­
res que quieren adueñarse de su vida.
Cuando uno es consciente de sí, está sobre el placer
y el dolor. Pero no con una indiferencia espartana, con
aquella «ataraxia» de los estoicos, sino con una pro­
funda comprensión serena del alma.
Aunque no es una técnica en sentido estricto, te
invito a que te descubras por este método simple del
«vichara», de la pregunta siempre presente: ¿quién
soy yo?
Un momento especialmente oportuno para cual­
quier trabajo interior es la mañana. Si tienes que le­
vantarte para ir a tu trabajo a las siete, hazlo un cuar­
to de hora antes y dedícalo al encuentro contigo
mismo. Si es una hora o dos, mucho mejor.
Lo importante es que estés atento a quien vive,
siente y actúa en ti. No a los modos de tu comporta­
miento sino a ti, a lo que tú eres.
Tus modos de comportamiento te pueden dar dis­
gustos. Porque quizás estás muy lejos de ser como de­
berías ser.
Pero reconocer Lo que Tú Eres te dará sin duda
una gran alegría y felicidad.
67
TÚ ERES POSITIVIDAD

Entre las muchas frases que se dicen y se oyen mecá­


nicamente repetidas está la siguiente: cada persona es
un conjunto de cualidades y defectos. Falso.
Cada persona es únicamente positividad. Es sola­
mente cualidades. Es una entidad hecha y compuesta
únicamente de cualidades positivas.
Bien es cierto que esas cualidades no están total­
mente desarrolladas. Esas cualidades en la práctica
concreta de la vida diaria no las vive la persona en su
total capacidad.
A ese deficiente desarrollo de las cualidades lo lla­
mamos defectos.
Pero defecto es lo que falta. Lo que falta por tanto
no está. No existe. El defecto, por tanto, es una pala­
bra, un concepto que significa deficiencia. Pero en sí
no tiene sustantividad alguna. No tienen existencia
real. Sólo conceptual.
Cada ser, cada persona, está constituido solamente
de cualidades. Y toda cualidad es algo positivo.
•Cuando una cualidad, la inteligencia por ejemplo,
no está suficientemente desarrollada en una persona,
decimos de ella que es ignorante o tonta.
Pero la ignorancia o la tontería es sólo falta de co­
nocimiento o de inteligencia. Luego, no es algo. Quie­
re decir únicamente que le falta algo, que, según el cri­
terio de quien se exprese, debía tener y no tiene. Es por
tanto un concepto comparativo que se hace de lo que
alguien tiene desarrollado con lo que se cree que de­
biera tener.
El defecto es por tanto únicamente un concepto
comparativo. No una realidad.
Otro ejemplo: somos amor. Pero si el grado máxi­
mo de amor que somos como capacidad y que pode­
mos desarrollar es de grado 10, y solamente lo hemos
desarrollado y vivimos en un grado 3, decimos que so­
mos poco amorosos o que somos odiosos. El desamor
o el odio por tanto sería el concepto con que expresa­
mos que nuestra capacidad amorosa está muy poco

68
desarrollada. Y allí donde debía haber amor, hay desa­
mor o falta de amor. Esos 7 puntos que nos faltan para
la capacidad máxima de 10 son nuestro defecto de
amor.
Cuando una persona desarrolla una cualidad en su
grado casi perfecto, por ejemplo la energía o laboriosi­
dad, decimos de ella que es muy trabajadora. Si tiene
una pequeña deficiencia en el ejercicio de esa cualidad
decimos que es un poco vaga u holgazana o perezosa.
Si por el contrario la deficiencia de su energía o su ca­
pacidad de esfuerzo y trabajo es muy considerable, de­
cimos de ella que es muy vaga o muy holgazana.
Las tres cualidades fundamentales y básicas a las
que se pueden reducir todas las demás que constituyen
nuestra naturaleza humana son: energía o capacidad de
hácer, inteligencia o capacidad de conocer y amar, y fe­
licidad o capacidad de gozar en la unión con los otros.
Nuestra vida, nuestra existencia actual en este pla­
neta Tierra, es el tiempo y espacio donde debemos
ejercitar nuestras cualidades.
El fin de nuestra existencia es desarrollar esas cua­
lidades potenciales y convertirlas en actuales.
Nuestra preocupación principal en la existencia de­
bería ser ésta: desarrollar con el ejercicio diario esas
cualidades que somos. No tendríamos que ir buscando
cómo ser felices, mendigando aquí y allá migajas de sa­
tisfacciones o felicidad.
Nuestra existencia debe plantearse, pues, en todos
los aspectos en forma positiva porque positiva es nues­
tra naturaleza real.
No hay que trabajar como nos han dicho siempre
«contra» nuestros defectos sino a favor de nuestras
cualidades. En la medida en que vamos desarrollando
nuestras cualidades van desapareciendo los defectos.
Aunque pueda parecerlo, no es lo mismo trabajar
positivamente a favor de nuestras cualidades que con­
tra nuestros defectos. Porque en general todo esfuerzo
compulsivo «contra» algo lo refuerza y agranda en lu­
gar de eliminarlo.
Ser conscientes de la deficiencia de nuestra inteli­
gencia debe llevamos a un mayor y mejor ejercita-
miento y desarrollo de ella para conocer y comprender
más y mejor.
69
Ser conscientes de nuestros estados de rencor y de­
samor debe conducimos a tomar conciencia de que
hemos de ejercitar en cada momento el amor que ya
somos potencialmente pero necesitamos desarrollar
en un grado mayor.
Ser conscientes de nuestra pereza o debilidad o re­
chazo al esfuerzo y trabajo debe animamos a ejercitar
la energía que somos, como base de nuestro ser.
Pero la educación que hemos recibido se funda­
mentó en luchar contra nuestros defectos.
Nos hemos pasado la vida dando golpes de ciego
contra fantasmas inexistentes.
Ejercitar todas las capacidades es realizarse como
personas. Es hacer reales las cualidades que son po­
tenciales.
Creo que no es necesario explicar que lo que somos
como realidad son esas cualidades que hemos señala­
do. Basta con observarse. Toda la capacidad y posibili­
dad de hacer y querer hacer algo es expresión de la
energía que somos. Toda esa tendencia que sentimos
hacia la verdad, hacia el conocimiento de todo cuanto
nos rodea, es la exigencia de la inteligencia que quiere
expresarse. Todo el sentido de sociabilidad y la ten­
dencia a unimos con alguien y compenetramos con al­
guien no es sino la exigencia del amor que somos que
anhela manifestarse tanto activa como pasivamente.
Dando y recibiendo. Sobre todo dando, porque ésa es
la manera de expresar lo que se tiene y se Es.
Así pues, ¡no tienes defectos! ¡Enhorabuena!
Pero tienes algunas cualidades muy poco desarro­
lladas. Eso es lo mismo que decir que tienes algunos
defectos gordos. Pero recuerda que esos defectos son
únicamente deficiencias en el desarrollo de tus cuali­
dades respectivas.
¿No es acaso una causa de felicidad el saber que
todo lo que somos es, en sí, bueno, positivo? No es un
halago ni una idea optimizante. Es la realidad. Somos
Felicidad.

70
TODO ES COMO TIENE QUE SER

Aquélla fue una gran lección.


Como siempre, las lecciones de La Vida las apren­
den los que están atentos.
Estaba en una cama del hospital. Su amigo había
muerto en el mismo accidente que le tenía a él tendido
en aquella cama del hospital. Esa pena le oprimía el
corazón y le dolía mucho más que sus cuatro costillas
rotas.
Pero en medio de la pena una gran paz inundaba el
espíritu de mi buen amigo.
Hacía un tiempo que, lejos de las palabras y frases
muertas y estereotipadas de las creencias religiosas, él
había encontrado y sentido la mano amorosa de La
Vida o Dios en todo cuanto ocurría agradable o desa­
gradable, triste o alegre.
Atrás se habían quedado todas aquellas frases acor­
chadas, bellamente teóricas y alejadas de la vida prác­
tica, que durante mucho tiempo había oído durante
los años de su formación y estudios.
El siempre había advertido la absurda contradic­
ción entre las bellas y siempre repetidas frases de los
sermones domingueros y la realidad pagana, inhuma­
na, egoísta y descreída en la vida práctica de todo los
que se llamaban «creyentes practicantes».
Él había dado un salto en el vacío sin el paracaídas
de seguridad que suele constituir para la mayoría de
las personas la creencia de pertenecer a una determi­
nada iglesia o religión en la que apoyarse y aferrarse.
Había llegado por sí mismo, por el descubrimiento
de Dios en su propio ser interior, a la convicción de
que el único «hacedor» de todo cuanto ocurría en el
Universo no podía ser otro que el Ser inteligente y
amoroso Absoluto de quien brota la energía de las cé­
lulas minúsculas de los pétalos de la rosa, la energía
imponente de los volcanes y terremotos y la inmensu­
rable energía inteligente de los astros infinitos del Uni­
verso.
Él sentía con claridad que una mano invisible y
71
amorosa le daba pequeños golpes para que despertara
del letargo de la inconsciencia que suelen producir el
éxito, la comodidad, la buena salud y el plácido y favo­
rable rodar de la buena racha de suerte en la vida.
Había comprendido: que no son más felices aque­
llos a quienes todo les va bien sino que de una manera
eminentemente simple había llegado a la comprensión
evidente de aquello de «bienaventurados los que su­
fren», «bienaventurados los pobres de espíritu», «bie­
naventurados los que lloran».
Había observado que la felicidad no consiste «en
que todo me salga bien» o «en que todo sea favorable y
agradable».
Había observado que en general todos suelen sen­
tirse felices, según dicen, cuando todo sale a su gusto
según sus expectativas.
Había observado que la felicidad es mucho más im­
portante como para que dependa de cosas o aconteci­
mientos cambiantes e inestables.
Había comprendido que los contratiempos y cier­
tas desgracias son una bendición mayor que los acon­
tecimientos agradables.
Había comprendido que todo es bueno, que todo es
como debe ser, que nada ocurre sin que sea dirigido
por la mano invisible de La Vida, del Ser Absoluto infi­
nitamente inteligente, sabio y amoroso.
Había comprendido que La Vida no tenía que aco­
modarse a sus gustos y deseos sino que era él quien de­
bía acomodarse al designio de La Vida, después de ha­
ber hecho simple y llanamente todo y nada más que lo
que tenía que hacer.
Estaba tranquilo. ¿Cómo no?
Un buen día, una persona familiar de él, y que sabía
del proceso de transformación en el que estaba empe­
ñado, llegó a verle con un médico amigo.
Después de hablar unos minutos, mi buen amigo se
dirigió'a su pariente y le dijo: me alegro de lo que me
ha pasado. Necesitaba esto. Algo dentro de mí me está
diciendo que me convenía.
El doctor, amigo de su pariente, la miró con ojos
asustados, como queriendo expresar con su gesto que
el enfermo estaba muy mal, que podía haber alguna le­
sión cerebral grave.
72
El enfermo, entendiendo el gesto y susto del doctor,
le dijo a su pariente: tú me entiendes, ¿verdad? Ella le
contestó con tranquilidad y seguridad: te entiendo per­
fectamente.
El doctor presente no entendía nada. Se sentía
completamente confundido.
Mientras se viva con la mentalidad de que todo lo
aflictivo e ingrato es una desgracia y un mal sin palia­
tivo alguno, se estará sin entender el lenguaje de La
Vida, de Dios.
No es fácil para muchos entender que todo lo que
ocurre es como tiene que ser, aunque no se acepte e in­
cluso se rechace y suscite quejas contra Dios.
Todo es como tiene que ser. Lo entendamos o no.
Lo aceptemos o no.
La Vida seguirá hablándonos siempre con sus
acontecimientos.
Los sabios entenderán su mensaje. Los demás, los
que pretenden que La Vida se acomode a sus gustos y
deseos no aprenderán lo que La Vida quiere decimos
con los acontecimientos de cada día.
Todo es como tiene que ser.

73
II. Vivir la felicidad

Una persona sólo es feliz en la medida


en que desarrolla y vive la capacidad de
conocer y amar, que es como su realidad
profunda.
Ser feliz es vivir la verdadera
realidad de sí.
Verdad, Realidad, Amor y Felicidad son
términos que se implican mutuamente.
TU DESPERTAR POR LA MAÑANA

¿Te has puesto a examinar alguna vez cómo despiertas


por la mañana?
¿Qué es lo primero que haces cuando abres los ojos
al despertar?
Ves tu habitación, ves tu cama, tu propio cuerpo...
Y tu mente empieza su función rutinaria: ¿qué ten­
go que hacer hoy?, ¿cuáles son los problemas que ten­
go pendientes?...
Hasta los «buenos consejeros» nos orientan y acon­
sejan planificar nuestro día. Consideran eso lo prime­
ro. Y ío alaban como una óptima preparación para la
efectividad de la actividad diaria.
Yo no digo que no sea bueno planificar lo que se va
a hacer.
Pero hay antes otra preocupación mucho más im­
portante que nadie suele enseñar ni aconsejar: quedar­
nos unos minutos en contemplación y observación.
¿Contemplar qué?
Contemplar tu propio ser, tu propia conciencia.
Esa conciencia en la que se mueven y se agolpan los
planes de tu actividad.
Contemplar lo que significa ese proceso diario, tan
simple y complicado a la vez, de «despertarse».
Contemplar quién está despertando.
Contemplar qué ha ocurrido en esas horas de sueño.
Contemplar tu propio despertar.
Contemplar el proceso del sueño profundo en el
que «no existe conciencia de ti» y de las ensoñaciones
que son juegos de imágenes en la mente no contro­
lada.
77
Parecen muchas contemplaciones, pero en el fondo
es una sola: contemplar al sujeto o la conciencia que
despierta o a la conciencia que contempla y a la con­
ciencia que tiene prisa por planear el día.
Al despertar percibes y ves objetos, cosas y hasta tu
propio cuerpo. Pero quien percibe y ve es mucho más
y antes que todo lo percibido.
Tú eres más y antes que ese cuerpo que estás perci­
biendo.
Tú eres más y antes que esos sueños que estás «re­
cordando» y que tuviste en la noche.
Ése o Eso que se da cuenta, Ése o Eso que contem­
pla es tu conciencia, es la conciencia que eres.
Eso es la Vida-Conciencia que está manifestándose
en ese cuerpo y en esa mente que planifica, que rela­
ciona unas ideas con otras, unas imágenes con otras,
unos proyectos con otros...
El momento de despertar por la mañana es el mo­
mento más apto para el encuentro contigo mismo.
Esclavizados y absortos por las preocupaciones y
problemas diarios, las ambiciones y planes de pose­
sión que ahogan y atenazan a los hombres de hoy pier­
den la oportunidad que La Vida ofrece de tomar con­
ciencia de sí.
Tomar conciencia de la propia presencia. Darse cuen­
ta de que antes que nada yo soy presencia consciente.
Lo era antes de entregarme al sueño. Durante el
sueño profundo, el cuerpo siguió «viviendo», siguió
sus funciones mecánicas físicas por inercia, mientras
la conciencia estaba presente pero no se manifestaba a
través del cuerpo ni la mente, que son sus medios o
instrumentos de manifestación.
La conciencia estaba también presente mientras en
los sueños o ensoñaciones se revolvían en la mente in­
conexamente imágenes vividas en el pasado.
La conciencia sigue estando presente ahora que
abro los ojos y veo objetos extraños a mí. Uno de esos
objetos es mi propio cuerpo.
Mi cuerpo no es el sujeto que percibe sino uno de
los objetos percibidos, por más que sea lo más precia­
do para mí.
El que percibe, mi propia conciencia, es antes y
más que todo lo percibido.
78
Para el sujeto que percibe los objetos son nada si no
son percibidos.
Al despertar puedes darte cuenta de que tú no eres
Fulanito de Tal.
Tú eres ante todo conciencia presente.
Tu nombre ya es un objeto, aunque sea un objeto
conceptual o verbal.
Tu cuerpo también es un objeto de percepción.
Cuando despiertas, te zambulles en esa serie de
conceptos e ideas que siempre nos han enseñado o he­
mos creído acerca de nosotros. Te consideras y te ves
como una entidad psicosomática mente-cuerpo sin
más.
Si tú ahondas, puedes darte cuenta y contemplar
que esa entidad, ese individuo psicosomático, es ya un
objeto, y que el verdadero centro de ti es ese «Yo-con-
ciencia-presencia» que es quien contempla tu propio
cuerpo y tus pensamientos y proyectos como objetos
percibidos por más que sean manifestación de tu pro­
pio Yo.
Tu conciencia desaparece como presencia manifes­
tada cuando tu cuerpo muere. Pero no desaparece
como conciencia impersonal. Lo que siempre ha sido
lo sigue siendo por siempre jamás. Tu conciencia se
funde con La Conciencia Absoluta que siempre Es. Sin
predicado alguno.
Los minutos del despertar por la mañana son los
más oportunos para tomar conciencia de ti como un
« Yo-consciente ».
No sirve argüir que no se tiene tiempo. Porque
siempre se tiene para lo que se quiere. Si alguien no lo
tiene es porque no tiene ningún interés en tomar con­
ciencia de sí y encontrarse consigo mismo.
Si rompieras el automatismo ciego con que te des­
piertas, te aseas, desayunas y vas al trabajo y te dieras
unos minutos para contemplarte como conciencia,
más que lo que te contemplas en el espejo, verías que el
día sería distinto.
Quizás al principio te cueste. Quizás no logres verte
bien como quien despierta, quien contempla... Pero
ten paciencia.
Mira las pequeñeces de tu vida como lo que son.
Valora lo importante y esencial como tal y lo secunda­
79
rio como accidental. Mírate como sujeto observador,
como conciencia contemplativa.
Harás un gran descubrimiento.

CANTAR SIEMPRE

Está lloviendo.
Los alegres y bullangueros pajarillos cantan y lle­
nan con sus trinos los árboles húmedos.
Para ellos ni las nubes negras, ni los fragosos true­
nos, ni la incesante lluvia resultan impedimento algu­
no para expresar su alegría y regocijo. Saben que el sol
está por encima de esas nubes negras cargadas de tor­
mentas.
Los pajarillos en su instintivo conocimiento natural
saben que luego o mañana los bañará el sol radiante y
cálido.
Saben también que su naturaleza es gorjear a pesar
de todo, sobre todas las contrariedades, sobre todos los
inconvenientes y molestias.
Ahora no pueden salir de sus leves y reducidos co­
bijos bajo las ramas. Pero cantan. Siguen cantando.
Trinar y gorjear es lo suyo. Y eso es lo que hacen.
¿Aprenderemos algún día de los pajarillos?
Lo nuestro es ser conscientes, amar, ser felices.
Pero no somos conscientes ni de lo que está más
cerca nuestro: nosotros mismos. Quizás ni nos ama­
mos a nosotros mismos.
Cualquier pequeña y exigua nubecilla nos ahuyenta
la alegría, cualquier minúscula contrariedad nos apa­
bulla y nos hunde.
¿Por qué no cantar siempre si somos gozo y alegría?
Pasan los días y los años y nosotros seguimos igno­
rando lo más simple y lo más importante: lo que somos.
Nos llenamos la boca y la cabeza de palabras y pa­
labras y hasta de frases e ideas bellas como que «somos
hijos de Dios», «somos los reyes de la creación», etcé­
tera, pero seguimos viviendo como pobres infelices
condenados a la tristeza.

80
¿Qué nos pasa?
La lluvia sigue cayendo y los pajarillos siguen can­
tando.

YO SOY EL UNIVERSO

La materia no es material.
Sí. Parece una contradicción. Es una paradoja.
Acostumbrados a ver y pensar como se nos ha en­
señado, vemos únicamente la superficie de las cosas.
Cuando los científicos investigan en profundidad lo
que llamamos materia, encuentran que eso que es visi­
ble y exteriormente vemos como materia física, exten­
sa, no es sino una serie de interacciones y procesos que
en sí mismos no tienen nada de material.
La más mínima partícula de materia no es sino
energía. Y la energía en sí no es una cosa, no es algo ex­
tenso.
La actividad de los «hadrones» con el proceso de
sus protones y neutrones nos enseña que no hay que
buscar ningún ser exterior ni distinto de ellos para su
causación.
Cuando la mente humana no conoce o intuye lo
Uno, el Ser Uno, se refugia y encierra en el principio
de causalidad: «Todo tiene una causa.» Pero hasta el
principio mismo de causalidad ha de admitir su excep­
ción: todo tiene una causa menos la causa incausada.
La mente no llega a la comprensión de esta causa
incausada.
Desde una simple observación superficial del Uni­
verso que vemos y nos rodea hasta la más profunda in­
vestigación de la energía, de la luz y las partículas
subatómicas, nos vemos obligados a admitir que ese
Universo que llamamos material o físico no es sino un
infinito y eterno juego de interacciones. Interacciones
de energía y no de materia.
La interacción crea lo que llamamos materia y no a
la inversa.
Cada uno de nosotros es en el fondo únicamente
81
energía consciente de su propia interacción. Esa ener­
gía en sí no tiene forma alguna. Pero se manifiesta en
formas infinitas. Cada célula, molécula o átomo es ya
la expresión de nuestra energía. Porque la energía es
Una y única, aunque sean infinitas las formas en que
se expresa.
Eso por lo que yo soy yo, eso es también el Universo.
La afirmación: «yo soy el Universo» no es solamente
verdadera en el sentido de que para mí el Universo es en
tanto y en cuanto yo tengo conciencia de él, sino que la
energía indivisible y única que sostiene y crea el Univer­
so es la misma energía en mí. La realidad de la energía
en mí es la misma realidad del Universo. Esa energía es
indivisible. Por lo que no puedo decir: soy parte de la
energía del Universo. Y una partícula de tierra podría
pensar y decir lo mismo, si fuera consciente de sí misma.
La energía que me constituye a mí es la misma que
te sostiene a ti. La misma que hace florecer el rosal,
mantiene a las estrellas en su giro infinito por el espa­
cio y dirige el movimiento de protones y neutrones de
los átomos que constituyen todos los seres cuantitati­
vos del Universo.
Si en lugár de estar detenidos y aprisionados en los
esquemas mentales en los que hemos sido instruidos
nos decidiéramos a ver e intuir por nosotros mismos,
nuestra conciencia se expandería y respiraríamos los
aires frescos de nuestra realidad superior, fecunda­
mente brillante y gozosa.
La expansión de la conciencia es la gran aventura.

LIBERTAD Y SILENCIO INTERIOR

Vivimos en un mundo y en unos tiempos en que los po­


líticas, los gobernantes y los mismos individuos hablan
y buscan afanosamente, ansiosamente mejorar la cali­
dad de vida de los pueblos.
La calidad de vida consiste para todos ellos en un
mayor confort, en más comodidad y en más abundan­
cia de bienes materiales.
82
Existe una carrera desenfrenada por tener más di­
nero. Casi todo el mundo tiene como objetivo primor­
dial en su existencia conseguir más y más dinero, po­
seer más y más cosas, ser más adinerados.
Pero cada día hay más pobreza interior.
Se da una proporción exactamente inversa. Cuanto
mayor y más intensa es el deseo de riquezas, mayor es
el vacío y pobreza interiores.
Y lo que es peor todavía. Esa pobreza interior está
manifestada y caracterizada por un frío congelante en
el corazón.
Por más que se hable de amor, que se cante al amor,
se invoque al amor en todo y para todo, el Amor es el
gran ausente, incluso en quienes se creen y dicen estar
locamente enamorados. Ese amor conceptualizado y
verbalizado está muy lejos del sentimiento verdadero
del amor de unidad. En toda verbalización y concep-
tualización hay un juego mental. Y todo juego mental
se basa en la multiplicidad, la comparación, el juicio y
la evaluación.
Los juicios y frases «me gusta», «te necesito», «me
hace feliz», «quiero ser de él o de ella», etcétera, son
expresión del ego mental y posesivo.
Lo que vulgarmente es considerado como expre­
sión de un profundo y gran amor es justamente lo más
opuesto a él. Puede observarse la experiencia de quie­
nes un día se amaron así. ¿Qué ocurre con el paso del
tiempo? Se suceden alejamientos, olvidos, desconfian­
zas y desamores.
En el fondo de las relaciones humanas, tanto a ni­
vel internacional, colectivo como personal existe casi
siempre un fondo de egoísmo y desconfianza. No es fá­
cil encontrar amor confiado, generoso, cálido, espon­
táneo, sincero y cordial. Hemos olvidado que ésa es la
verdadera riqueza de la Humanidad, ésa es la auténti­
ca calidad de vida de los pueblos y de las personas.
No son el confort, las comodidades, el lujo, la abun­
dancia de cosas y los adelantos científicos y tecnológi­
cos los que proporcionan la verdadera calidad de vida,
sino el amor cálido, sincero, generoso y cordial en la
relación humana.
Las experiencias del pasado, tanto a nivel político
internacional como personal humano, marcan e im­
83
primen a las relaciones un sello de desconfianza bajo
el pretexto de prudencia y prevención aparentemente
sabias. Todos desconfían de todos.
No existe un fluir espontáneo y fresco del amor
confiado y generoso.
Las enseñanzas de personajes ilustres nos imponen
una conducta de precauciones y reservas que hacen
que nuestro comportamiento sea guiado y orientado
más por las pautas y normas de otros que por nuestra
libre, personal y voluntaria decisión.
Queremos apoyarnos y aseguramos en los conoci­
mientos y pareceres de otros para evitar el posible fra­
caso, dolor o desilusión del desamor o la ingratitud ha­
cia nuestro amor y confianza.
Vivimos oprimidos y atenazados por ideas, recuer­
dos, enseñanzas, frases de personajes ilustres y céle­
bres, refranes, consejos y juicios de «otros».
Vivimos a nivel de pensamientos e ideas en lugar de
vivir de nuestra realidad.
Preferimos seguir el juego astuto de los demás en
lugar de ser espontáneos por nosotros mismos. Y en
esa falta de libertad, jamás podrá haber amor, paz y fe­
licidad.
No se puede negar ni ocultar que existen ocasiones
en que la más elemental inteligencia y el sentido co­
mún aconsejan una cierta prudencia en el trato y rela­
ción en determinados casos específicos. Pero lo grave y
triste es que ésa es la norma común y general de obrar
siempre, casi sin excepción.
Y si nuestra actitud en la relación está dependiendo
de la postura y actitud de los otros, jamás nuestro ac­
cionar será libre y espontáneo. Seremos doblemente
esclavos. De nuestras ideas y de la actitud ajena.
Donde no hay libertad no hay acción humana. A lo
sumo hay automatismos o reacciones ciegas, fijas y es­
tablecidas.
Algunas personas hacen muchos ejercicios para re­
lajar las tensiones físicas y corporales. Pero su vida si­
gue tensa y rígida porque no logran relajar su mente.
Relajar la mente significa prescindir de todo pensa­
miento, de todo proyecto, de todo recuerdo, de toda
inquietud por el pasado y futuro.
Quedarse a solas consigo mismo, incluso sin ese

84
permanente compañero de viaje que es nuestro pensa­
miento.
Quedarse solo para estar presente ante sí mismo.
Cuando eso se logra, uno es libre.
Ahí no hay presión alguna. No hay nada ni nadie
que interfiera en nuestra vida. Es el aprendizaje de la
libertad interna.
No nos engañemos. Sin esa libertad interior no lo­
graremos nada verdaderamente eficaz. Sólo y única­
mente en libertad interior puede encontrar el ser hu-
. mano paz y gozo.
Cualquier apariencia de dicha y felicidad sin liber­
tad interior es un nuevo espejismo fugaz.
Cualquier momento en que se consiga ese «estar a
solas consigo mismo», hasta sin pensamientos, es cau­
sa y origen de paz y armonía. No es solamente válido
para ese momento sino que la persona vive luego los
hechos de la vida diaria con una luz especial, con una
iluminación y fuerza distintas.
Si el lograr esa quietud de la mente y esa libertad
interior no fuera posible, todo lo que decimos sería
una bella teoría pero inútil. Pero no. Lo que propone­
mos es algo factible.
"Nos han enseñado a pensar pero nunca nos enseña­
ron a «no-pensar». Y en el «no-hacer» y el «no-pensar»
está la clave y el origen para pensar y hacer correcta y
libremente.
Después de tanto hacer y pensar, necesitamos entrar
en el reposo de la «no-acción» y el «no-pensamiento».
De ese reposo surgirá un nuevo pensar y un nuevo
hacer.
Cuando nos deshagamos del lastre, nuestro barco
podrá navegar, ahora está inundado y sumergido. O
a lo sumo navega sin timón y sin rumbo fijo. O en el
mejor de los casos con un rumbo impuesto, prefijado y
falto de libertad.
En sí mismo, lo que propongo es o debería ser lo
más simple, lo más fácil. Pero resulta lo más complica­
do porque estamos hechos y educados en la compleji­
dad de las ideas y pensamientos.
Ver es más fácil que juzgar. En cambio casi nunca
y casi nadie ve sin juzgar. No suele darse la mirada
simple e inocente. Siempre la coloreamos con el juicio
85
de ideas preconcebidas, de las apariencias y aprendi­
zaje del pasado.
Nos saltamos lo fácil y simple para ir a lo complejo
y difícil. Así resulta que lo fácil lo hacemos difícil. Y
todo por culpa de los pensamientos, de las ideas y jui­
cios. Pensamientos y juicios que son o deben ser útiles
instrumentos se convierten en graves obstáculos para
vivir libremente.
Al quedamos a solas con nosotros mismos, sin ideas
ni juicios, debemos prescindir también de cualquier
deseo o expectativa de lo que vayamos a conseguir.
Hay que estar a solas consigo mismo. Sin esperar
nada. Sin desear nada. Lograrlo es estar en el principio
de la transformación de la vida. Todos los valores y es­
quemas anteriores se dan vuelta, y la vida empieza a
ser vivida con ojos nuevos, con ánimo nuevo, con valo­
res nuevos, con dirección nueva.
En ese estado de silencio interior se tiene el má­
ximo contacto con El Ser, con La Vida, con Lo Abso­
luto.
Los goces y sufrimientos existenciales, temporales
y pasajeros están en la mente. Son, como es la mente,
inestables, fugaces, imprevistos unas veces, previsibles
otras, pero siempre irreales, mentales, ilusorios.
En ese espacio silencioso de nosotros mismos, en
cambio, está el gozo permanente, sin sombras, siem­
pre vivo y real.
La energía consciente y amorosa, unitaria y total
que somos se percibe, se siente y se goza únicamente
en el silencio interior.
Acostumbrados a movemos y valemos en la vida
únicamente de la energía física y mental, hemos olvi­
dado que la más valiosa y auténtica energía de donde
brota y se origina todo cuanto se mueve en nosotros
está en el silencio interior, en el vacío fecundo de Eso
que somos como base y fundamento, como eje de
todo cuanto aparece como forma y manifestación.
Esta forma y manifestación es nuestra persona o per­
sonalidad.
Eso que somos es pura energía inteligente y amoro­
sa. Una inteligencia que es visión y comprensión pura
de la totalidad y no una nueva percepción de formas o
manifestaciones concretas.

86
La mejor calidad de vida se conseguiría si lográra­
mos deshacemos de tanta complejidad y tantas necesi­
dades superfinas.
De nada sirve mejorar la calidad de vida física y
material si seguimos esclavizados por las ambiciones
sin medida y por la esclavitud de ideas, formas y com­
plejidades de cualquier tipo que sean.
La mejor calidad de vida consiste en lograr vivir
con plena libertad interior.

TÚ, ¿DEPENDES DE LOS DEMÁS?

Todo en el Universo está en relación permanente.


Existe una interdependencia general.
En la sociedad moderna se aprecia de un modo es­
pecial esa dependencia mutua. Sin los agricultores que
cultivan los alimentos hasta quien nos los vende en el
comercio, lo mismo que los fabricantes de telas y quie­
nes las comercializan, ¿cómo podríamos alimentamos
o vestimos?
Es una cadena de interdependencias sin las que no
podríamos subsistir.
Esto ocurre en la existencia físico-orgánica.
Acostumbrados a identificamos totalmente con
nuestro cuerpo físico y con todo lo exterior a nosotros,
hemos llegado a pensar que la valoración de nuestro
ser intemo también depende de los demás.
La tendencia moderna hacia la comunicación y so­
ciabilidad de las personas quiere hacemos creer y pen­
sar que somos más cuanto más nos comunicamos y re­
lacionamos con los demás.
Yo soy ya por mí mismo, por la conciencia de mi
realidad interna.
La comunicación o contacto con los demás es úni­
camente la oportunidad para expresar la energía, amor
e inteligencia que yo soy. Pero como realidad no añade
ni un ápice más a lo que ya soy.
Se suele decir que el contacto y relación con los de­
más son enriquecedores.
87
¿Qué y quién se enriquece?
El «ego», la idea que tengo de mí, se engorda y cre­
ce con el contacto externo. El ego se siente más valioso
cuanto más se afirma frente a los demás.
Pero yo, en lo que soy yo, no aumento ni ün átomo
en mi verdadera realidad ni en felicidad auténtica.
Yo no me puedo sentir más rico por nada exterior a
mí mismo.
Si yo no me siento seguro por mí mismo, es que no
he tomado conciencia de mi capacidad de ser y vivir.
Se enriquece el que se cree pobre y recibe algo que
creía no tener.
Eso es exactamente lo que le ocurre al ego, a la idea
que tengo de mí.
Pero a mí, a mi yo verdadero, no le afecta nada del
exterior.
Esto no quiere decir que deba mantenerme alejado
y encerrado en mi torre de cristal.
Todo lo contrario.
Guando soy más yo, me doy cuenta de que soy ple­
nitud. De que esa plenitud no lo es más ni menos por
estar en mayor o menor comunicación con los demás.
Pero toda plenitud tiende a comunicarse y expresarse
como un vaso rebosante de agua.
Entonces no busco la comunicación para enrique­
cerme sino para expresar y comunicar mi plenitud.
Si la persona con quien me relaciono también vive
su plenitud, se produce el gozo mutuo de plenitud.
Si, por el contrario, la otra persona no está en ese
nivel de conciencia de sí misma, inevitablemente ha de
recibir una muy positiva influencia de la persona que
le está expresando y comunicando su plenitud.
¿Por qué muchas reuniones, contactos personales y
relaciones humanas son tan vacías e inútiles?
Justamente porque el contacto o la comunicación
es de «egos», todos ellos hambrientos y sedientos de
vanidad, de sentirse más importantes que los otros. Y
justamente aquí es donde se producen los problemas
de relación.
Cuando me relaciono desde mi conciencia de pleni­
tud no hay problema ni sombra alguna en mi relación
humana. Porque no espero ni necesito afirmarme ante
los demás con su contacto.

88
Es evidente que existe una interdependencia gene­
ral en el mundo espacio-temporal.
Es igualmente cierto que cuando uno toma con­
ciencia de su verdadera naturaleza, se da cuenta de
que no depende de nada exterior, pero sin depender
del otro se siente más Uno con los otros y con Todo.
Se da la paradoja de que cuanto más independien­
te, más Uno con los demás te sientes, y cuánto más
Uno, menos dependiente de nada ni de nadie.
La relación de los «egos» es enriquecedora y «en-
gordadora» de la idea falsa, vanidosa y necia de la pro­
pia autoafirmación por lo que los otros piensan y sien­
ten sobre nosotros.
Yo soy yo, aparte de todo lo que me venga del exte­
rior en forma de aprecio, estima, juicios valorativos
positivos o negativos, halagos o improperios.
Cuanto más consciente soy de mi verdadera natu­
raleza, menos necesito apoyarme en nada exterior y
más puedo comunicar mi riqueza y plenitud sin espe­
rar recompensa alguna y con una mejor aceptación
comprensiva por parte de los demás, sea el que fuere el
nivel de conciencia en que se encuentren. Porque en­
tonces mi comunicación no es competitiva sino gene­
rosa y amorosamente comprensiva.

CADA UNO TIENE SU PROPIA CARGA

Cada uno tiene su propio peso y carga en la vida.


Pero así como son variados y distintos los gustos,
los anhelos, las ambiciones, los deseos y hasta las for­
mas mismas de ser y vivir, así también son distintas las
cargas o cruces de cada uno de los seres humanos. Lo
que para unos es una triste y pesada carga, para otros
constituye un simple pasatiempo.
Lo cierto es que son muy pocos los que aceptan de
buen grado y con alegría su propia cruz.
Hace tiempo oí una historia muy aleccionadora.
Era un hombre que se quejaba ante Dios por la pe­
sada cruz que le había dado en su vida. De alguna ma­
89
ñera Dios se le hizo presente y lo llevó a un almacén
donde tenía numerosísimas cruces de distintos pesos,
tamaños y formas. Dios invitó al hombre a recorrer
todo aquel enorme depósito de cruces. Para ello el
hombre se despojó de su propia cruz y la dejó en un
rincón de la entrada, aliviado de verse libre de ella.
El hombre fue probándose, una tras otra, muchas
de las cruces que allí había. Cuando veía una pequeña,
se la probaba con rapidez con la esperanza de qué fue­
ra más liviana que la que él traía. Pero a los pocos ins­
tantes se daba cuenta de que le resultaba más pesada
que la suya.
Otra que era de madera más liviana se clavaba en
los hombros y le resultaba sumamente molesta. Otra
más suave y sin aristas resultaba difícil de llevar por­
que se le resbalaba de los hombros. Así, recorrieron
aquel inmenso depósito y el hombre no lograba encon­
trar la que le fuera más apropiada y cómoda. Dios le
dijo: trata de tomar alguna porque sabes que cada uno
ha de llevar una por lo menos. Al terminar de recorrer
aquella casi infinita colección de cruces vio allá, cerca
de la salida, una que pensó podría ser aceptable. Se la
probó y vio que encajaba bien en sus hombros y no era
excesivamente pesada. Entre todas, era la más apro­
piada y cómoda. Suspiró de alivio y le dijo a Dios: ésta
es la que me conviene. Ésta me va muy bien. Es la más
apropiada para mis hombros. Dios lo miró compasiva­
mente, le sonrió y le dijo: sí; ésta es tu cruz. Ésta es la
que yo te había dado y es la que tú traías y dejaste aquí
al entrar. Ésta, efectivamente, es la tuya.
La historia es por sí misma suficientemente alec­
cionadora.
Hay muchas personas que no están contentas nun­
ca con lo que tienen o les toca vivir.
Conocí una persona que había cambiado catorce
veces de trabajo. Con ninguno estaba contenta.
Quien no hace con gusto y con lo mejor de sí mis­
mo lo que en cada momento le toca hacer, aunque crea
que no es ése el trabajo de su gusto y vocación, nunca
llegará a conseguir lo que anhela y considera como su
vocación y destino.
Por el contrario. La mejor garantía de hacer el día
de mañana el trabajo que se sueña y desea hacer es

90
realizar con lo mejor de sí mismo lo que se está ha­
ciendo hoy, aunque parezca impropio, inútil, anodino
y aburrido.
Si no estás haciendo lo que amas, ama lo que haces
para que puedas hacer siempre lo que amas y quieres.
Lo que hoy tienes que hacer es lo mejor del mundo,
si lo. haces con lo mejor de ti mismo.
No busques otra cruz distinta de la que La Vida ha
puesto hoy sobre tus hombros. Ésta es la mejor porque
es la tuya.
Si hoy llevas bien ésta, quizás mañana La Vida te dé
la que tú deseas y esperas.
A veces hay que tener paciencia.
Si no obstaculizas el plan de La Vida sobre ti, segu­
ro que obtendrás lo que es mejor para ti.
Dios o La Vida escribe siempre recto, incluso cuan­
do a nosotros nos parezca torcido.
A veces, no frecuentemente, se encuentran algunas
de esas personas excepcionales que se sienten conten­
tas con su vida y su situación, totalmente contentas a
pesar de estar su vida llena de duras pruebas y sufri­
mientos.
Es fácil estar conformes con La Vida cuando todo
rueda y se desarrolla según nuestro gusto y agrado.
Pero no lo es tanto cuando la carga es pesada y desa­
gradable.
Aceptar la vida que nos toca vivir tal como ella es y
no como nosotros quisiéramos que fuera es un elevado
grado de sabiduría.
A veces lo que ocurre en nuestra vida es porque no­
sotros lo hemos provocado haciendo lo que no debía­
mos hacer o dejando de hacer lo que debimos haber
hecho. Quizás la Vida nos tenía reservado otro destino.
Pero con nuestra torpeza lo trastocamos. Entonces,
únicamente nos queda ser responsables de lo que hici­
mos mal y aceptar sus consecuencias.
Sea como sea, siempre las cosas son como tienen que
ser. Tanto si hemos sido nosotros los responsables como
si es La Vida la que ha señalado que es así como debe
ser, lo único sabio y sensato es aceptarlo tal como es.

91
¿CUÁL ES LA CAUSA DE LOS TEMORES?

Nadie puede ser feliz con temores.


El temor proviene siempre de la idea de que algo es
una amenaza para nosotros.
Si descubrimos la verdadera causa de nuestros te­
mores y miedos vemos que siempre se apoyan en dos
fantasmas inexistentes, en dos errores de nuestra
mente.
El error básico de todos mis miedos es creer que yo
soy algo que en realidad no soy.
Cuando veo que eso que creo ser está amenazado
de alguna manera, surge en mí el miedo y me siento
débil, vulnerable e inseguro.
Primero nos identificamos con nuestro cuerpo, que
es lo que suele parecer lo más real.
Ciertamente este cuerpo físico con el que nos mo­
vemos, con el que nos expresamos, con el que yo estoy
en estos momentos escribiendo o tú estás leyendo, ese
cuerpo es algo de nosotros. Sin él yo no podría teclear
la máquina ni tú podrías sostener el libro en tus ma­
nos.
Pero yo soy antes que mi instrumento y mucho más
que él.
Mi cuerpo es algo de lo que yo me sirvo para expre­
sarme exteriormente.
Es evidente que este error de identificar mi «yo»
con mi cuerpo nace ya en nuestra niñez y va fortale­
ciéndose día a día.
Junto con la idea de que somos este cuerpo está tam­
bién la idea de que somos una persona. Es decir, este
cuerpo tiene una particularidad por la que se distingue
de los cuerpos de las restantes especies animales.
Decimos que somos personas con ciertas cualida­
des, ideas, pensamientos, deseos, gustos, valores, pres­
tigio...
Creemos que somos eso.
Cuando vemos o pensamos que algo de «eso» que
creemos ser está de alguna manera amenazado, nace el
sentimiento del miedo y temor.
92
No es una amenaza a nuestra realidad sino a la idea
que tenemos sobre nosotros. Yo no soy ni esa idea que
tengo sobre mí ni las cualidades que creo tener,
que aparecen y desaparecen mientras yo permanezco
siempre el mismo.
Puede pensarse que soy insistente y reiterativo con
lo que estoy diciendo. Pero ocurre que si esto se viera y
comprendiera con toda claridad desaparecerían prác­
ticamente todos nuestros problemas.
Así, pues, podemos ver que hay dos clases de mie­
dos: el que se siente cuando existe alguna amenaza
contra el cuerpo físico y el que sentimos cuando esa
entidad que llamamos nuestra personalidad, con todas
sus cualidades, ideas, proyectos, afán de prestigio, sen­
timientos, valores..., se siente amenazada en algo que
cree ser y teme perder.
Siendo realistas y pragmáticos, diríamos que toda­
vía aquello que está amenazando la integridad de
nuestro cuerpo podría aceptarse como parcialmente
válido. Porque ese cuerpo es el instrumento mediante
el que el «yo» existencial se está manifestando y expre­
sando.
Cuando este instrumento-cuerpo se imposibilita o
se destruye, el yo-real, la energía consciente y amorosa
que somos, no puede exteriorizarse, aunque su exis­
tencia esencial y real siga intacta.
Pero existe otro error fantasmal aún mayor en
nuestros temores. Es el pensar que algo o alguien nos
puede destruir la idea que nosotros tenemos y quere­
mos que los demás también tengan acerca de las cuali­
dades de nuestra personalidad. Creemos ser de tal ma­
nera y tememos que alguien pueda pensar que somos
menos.
Tememos perder categoría ante nosotros mismos y
sobre todo ante los demás.
Tememos perder también a aquellas personas que
amamos o nos aman porque son un apoyo a la idea
que tenemos sobre nosotros mismos.
Cuando pienso que alguien me ama, estoy apoyán­
dome en ese alguien que me acepta y acepta esa idea
que tengo y tiene él de mí.
El miedo a perder a esas personas es un peligro
para la idea que tengo sobre mí.
93
Recuerdo el caso de aquella señora que acababa de
perder a su esposo, que había fallecido repentinamen­
te. Al verse sin el apoyo de él exclamó: ¡y ahora qué
hago yo sola!
La pena era por ella, no por el difunto.
Cuando queremos mantener una cierta imagen o
idea de nosotros mismos que no se ajusta a la realidad,
estamos siempre en un permanente temor.
Suele decirse que conseguir la cima del éxito es re­
lativamente factible y hasta fácil. Lo difícil es conser­
varse allí.
Quien desea y trabaja por crear y hacer ver una
imagen brillante y exitosa de sí está siempre con la es7
pada de Damocles sobre su cabeza, pensando que en
cualquier momento el hueco y efímero pedestal sobre
el que se asienta el monumento a su personalidad pue­
de derruirse con un pequeño ataque a su vulnerable
imagen ideal.
Mantener una idea alta y elevada de sí es el objetivo
primero de muchas personas.
Tan vana e inestable es la idea que tienen sobre sí
que siempre se está temiendo que otra idea peyorativa
la afecte o destruya.
Las ideas de «posibles e imaginarias» amenazas o pe­
ligros completan el panorama de los miedos y temores.
Una historieta de la India nos cuenta que en una
ocasión un santón estaba en una pequeña cueva a la en­
trada de la ciudad de Benarés. Un día vio pasar a la
muerte camino de la ciudad. El santón le preguntó a
dónde iba. La muerte le contestó: voy a Benarés a matar
a diez personas. A los pocos días le llegaron noticias al
santón de que en la ciudad habían muerto cientos de
personas. Cuando la muerte volvía de la ciudad de cum­
plir con su misión se encontró nuevamente con el san­
tón que le reprochó duramente y le dijo: dijiste que sólo
ibas a matar a diez personas y has matado a cientos.
No, respondió la muerte. Yo sólo maté a diez personas.
A las demás las mató el miedo.
Los exagerados temores a imaginarias amenazas o
males, se asientan en mentes aprensivas, melancólicas
e hipocondríacas.
Las personas que se apoyan en su realidad presente
y auténtica no se pierden en recuerdos aprensivos y

94
melancólicos del pasado ni se crean e imaginan peli­
gros y amenazas en cada momento y en cada cosa.
La mente es una magnífica servidora, pero una de­
sastrosa y tiránica dueña.
La mente es la ayuda y medio indispensable para el
desarrollo de nuestra vida existencial espacio-tempo­
ral. Pero es funesto y nefasto no trascenderla y quedar
atrapado en sus redes engañosas.
La mente puede ser un medio para encontrar tam-
■ bién el camino de la verdad. Pero puede constituirse
igualmente en la cárcel de los tormentos y temores
imaginarios.
Además de todo lo dicho, es necesario advertir que el
problema que subyace en todos los temores es el apego.
Estamos apegados a cosas, personas, objetos, ideas,
fantasías. Estamos apegados a la vida física, a la idea
que tenemos sobre nosotros mismos, a nuestros afec­
tos. Y este apego crea el miedo y la ansiedad.
En la filosofía oriental existe como base para en­
contrar la felicidad el camino del no-apego. Y en la en­
señanza occidental cristiana se propone como camino
y norma para la perfección lo que se ha llamado la in­
diferencia ignaciana, por haber sido Ignacio de Loyola
quien la enseñó especialmente. Esta indiferencia, igual
que el desapego, nos lleva a poseer y tener como si no
tuviéramos. Tener cosas, afectos, preferencias, pose­
siones, relación con personas sin estar apegados o de­
pendientes de nada, como si no tuviéramos nada.
Quien vive así jamás tiene temor de perder nada.
Es la gran enseñanza de la sabiduría oriental y occi­
dental.

LA INFELICIDAD DEL ORGULLOSO

Siempre es lo mismo.
La ignorancia y la inconsciencia son siempre las
causantes de la infelicidad.
Lo podemos observar cada día. En los demás y en
nosotros mismos.
95
Lo solemos ver más fácilmente en los demás pero
con un poco de sincera honestidad lo advertimos tam­
bién claramente en nosotros mismos.
A veces resulta patético y grotesco ver con qué aires
y gestos ridiculamente orgullosos muchas personas in­
tentan sentirse y mostrarse superiores a los demás.
Es de sobra evidente que quienes intentan parecer
superiores a los demás, lo hacen porque en el fondo se
sienten inferiores.
La actitud, porte y gesto orgulloso son el signo más
evidente de la debilidad y vulnerabilidad de una per­
sona.
Cuanto más se esfuerza el orgulloso por conseguir
sentirse superior a otros y manifestarse de esta mane­
ra ante los demás, mayor es su sufrimiento al ver que
los otros son superiores a él, por lo menos en algunos
aspectos.
A mayor orgullo, más sufrimiento.
Las manifestaciones orgullosas son variadísimas.
Desde el vanidosillo en su apariencia física o forma de
vestir, hasta el prepotente borracho de poder y dinero
o el pseudo-altruista generoso o pseudo-místico reli­
gioso. Todos ellos se creen en la cima del poder, de la
bondad o la verdad y miran con ojos compasivos a los
demás, a quienes consideran arrastrándose en la mise­
ria, el vicio y el error.
El orgullo siempre camina de la mano de la envidia.
Hay una ley en psicología que habla de las compen­
saciones. Cuando alguien se ve o se siente inferior en
algo a los otros con quienes convive, se esfuerza por
compensarlo tratando de ser o parecer más en otra
cosa.
En sí misma, esta ley de la compensación podría ser
útil y provechosa si se reconoce con honestidad la ver­
dad en el afán de compensación. Pero suele ser una ten­
dencia sutilmente subconsciente y por tanto patológica.
Hay que reconocer como muy natural la tendencia
de la persona a superarse y ser más y mejor de lo que es.
Pero el orgulloso tiene siempre como meta el cre­
cer, y que los demás crean, que él es superior a ellos.
Todos conocemos personas con cualidades muy de­
ficientes que se esfuerzan por todos los medios en lla­
mar la atención de las maneras más peregrinas. Se ha­

96
cen casas llamativas y frecuentemente de mal gusto,
adquieren automóviles diversos y ostentosos, alardean
de tener dinero y fanfarronean de las formas más in­
sospechadas.
Quien se esfuerza por aparecer superior a los de­
más en algo, lo hace porque en el fondo se siente infe­
rior en eso mismo de lo que alardea o porque quiere
compensar de esa manera la inferioridad que siente en
otros aspectos más importantes y trascendentes.
En esa carrera por querer aparecer más y mejor, el
orgulloso se siente siempre sumido en el tormento de
una competencia envidiosa que desemboca en disgus­
to, rabia, malhumor e infelicidad.
Quien tiene aspiraciones de superación de sí mis­
mo no compite ni se compara con los demás. Le basta
con llegar a su propia meta.
Orgullo, ambición de dinero, honores, envidia,
odio, deseo de apariencias, fanfarronería... de cual­
quier manera que se mezclen y combinen en la cocte­
lera dan como resultado siempre descontento, tristeza
e infelicidad.
Quien sabe lo que Es no se ocupa de parecer nada.
Quienes tienen y sienten vacío interno tratan de lle­
narlo con apariencias y fruslerías.
El sencillo, llano y modesto no necesita competir ni
compararse con nadie.
El orgulloso siempre se encuentra en el fondo del
infierno de su vacío.
«Dime de qué te glorias y te diré de qué careces.»
Esto es cierto incluso en los casos en que aparente­
mente una persona se jacta de algo que evidentemente
tiene, como puede ser por ejemplo dinero. Los que se
glorian de tener dinero no lo tienen en la medida en
que les está exigiendo su ambición desenfrenada. Se
ufanan porque en el fondo se sienten más pobres que
los demás por lo lejana que ven la meta de su ilimitada
ambición. Por eso se sienten pobres, en relación y
comparación con lo mucho más que ambicionan llegar
a tener.
El orgullo es un mal compañero de viaje para reco­
rrer con felicidad el camino de la vida.

97
¿ES BUENA LA SOLEDAD?

Unas veces se dice y se asegura que la soledad es la


causa principal de la infelicidad de muchas personas.
Otras veces se propone la soledad como el clima
más idóneo para la paz, armonía y felicidad en el en­
cuentro consigo mismo.
Ambas afirmaciones son ciertas.
Digamos ante todo que hay que distinguir entre es­
tar solo y sentirse solo. Algunos están físicamente solos
y psicológica y espiritualmente se sienten muy acom­
pañados. Así como existen muchas personas que viven
físicamente entre la gente, incluso parientes y amigos,
y sienten en cambio el tormento seco y árido de la so­
ledad.
Para quien conoce y vive en la verdad de sí mismo
y hasta simplemente para el sincero buscador de esta
verdad no existe problema alguno de soledad.
El problema se plantea y surge en todos aquellos
que están y viven ausentes y ajenos a la realidad de sí
mismos, que por desgracia es el caso de la mayoría de
las personas de todas las edades, clases y condición.
Decía el poeta:

Sin el amor que encanta


la soledad del ermitaño espanta.
Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía.

La soledad de una persona, incluso la de aquella


que la ha buscado voluntariamente, es triste y sombría
si su corazón no está lleno de amor.
Hay quienes se retiran a la soledad por misantro­
pía, por odio o aversión a la gente o por miedo de en­
frentarse al mundo en que viven. Tales personas hu­
yen de la gente creyendo errónea y vanamente que ella
es la causante de su infelicidad. Y se encuentran con
la verdadera causa de la infelicidad: el vacío de sí mis­
mos. Van vacíos del amor que cada uno es en el fondo
de sí mismo, como esencia de nuestro ser. Por lo que
98
su alejamiento de la gente no sólo no les dará un gra­
mo de felicidad sino que los sumirá en una angustia
mayor.
Otros viven en compañía de otras personas, incluso
con quienes forman pareja estable. Pero si el amor ge­
neroso no preside su unión, la soledad psicológica será
más espantosa que si vivieran solos.
Algunos psicólogos aconsejan hacer compañía a
aquellas personas que sufren la infelicidad de la sole­
dad. Y los más acertados dicen: dadles amor.
El consejo es bueno pero únicamente puede conse­
guir una solución parcial y momentánea.
Ni la compañía, ni siquiera el amor que se les dé,
solucionará el verdadero problema de fondo de la tris­
teza de su soledad.
La soledad es ante todo problema de ausencia de
amor pero no pasivo sino activo. Cuando uno es un
verdadero amante o amador, en lugar de ser amado so­
lamente entonces desaparece radicalmente la soledad.
Es verdad que en ciertas épocas de la vida ya no es
fácil conseguir que una persona anciana, si ha sido
egoísta en su vida, pueda empezar a amar activamen­
te. En ese caso habrá que hacer lo que se pueda para
solucionar la infelicidad de tal persona. Pero una vez
más, La Vida estará siendo justa porque tal persona es­
tará recogiendo los frutos de su vida seca de amor.
El amor generoso que cada uno de nosotros es ca­
paz de dar nos libera con toda certeza de la triste nos­
talgia y vacío frío de la soledad.
La soledad buscada como un camino idóneo para
el encuentro consigo mismo es siempre fecunda y gra­
ta. No así la soledad de quienes huyen de la gente por
miedo u odio al mundo. Su odiosa o temerosa actitud
no les permitirá jamás disfrutar de la paz de la soledad
fecunda y creadora.
Quienes durante su vida viven como actitud habi­
tual el amor generoso hacia los demás, nunca sienten
la dura aridez de la soledad.
Por el contrario, hasta en los días de su ancianidad
siguen derrochando ese amor generoso que siempre
tuvieron.
Me viene en este momento a la mente un feliz he­
cho de mi experiencia más íntimamente personal.
99
Cuando en un momento determinado de mi vida tuve
que optar por estar viviendo al lado de mi anciana ma­
dre o marchar lejos a otros trabajos que se me habían
presentado, me acerqué a mi amada madre que siem­
pre fue un ejemplo vivo de amor y generosidad y le
dije: tengo un trabajo en un país lejano de América.
Pero no quiero dejarla sola a usted. Ella me interrum­
pió y me dijo: hijo, haz lo que tú creas que debes hacer
para tu desarrollo y tu bien. Aunque yo esté sola estaré
bien si sé que tú estás bien y en lo que te corresponde.
Pero yo quisiera estar cerca de usted porque ya es
muy mayor, por si me necesita. Y ella me dijo con total
seguridad: yo siempre te voy a sentir cerca de mí por­
que te tengo en el corazón. Además, Dios proveerá.
Cuando un año después volví a su lado, el gozo fue
doble: por una parte, la alegría de sentirme cerca, y,
por otra, el gozo profundo de saber que había hecho
por mi bien lo que tanto le había costado pero con la
generosidad más profunda de su corazón...
Durante el tiempo que estuve lejos de ella le escribí
cada semana. A la hora de su muerte encontré cientos
de cartas mías que con esmero había guardado celosa­
mente.
Yo le di la oportunidad de demostrar su amor acti­
vo y efectivo hacia mí y la aprovechó generosamente.
. Es posible que en más de una ocasión sintiera la nos­
talgia y el deseo de tenerme cerca, pero su amor supe­
raba la tristeza que le podía ocasionar la soledad.
Únicamente el amor activo es el auténtico y más
eficaz remedio contra la tristeza de la soledad.
No hay mejor manera de ayudar a los demás y al
mundo que retirarse de vez en cuando a la soledad
para encontrarse en profundidad consigo mismo. De
una mejor y más rica comprensión de sí mismo surgi­
rá el amor más auténticamente generoso por los de­
más.
No es más sociable quien está más horas con la
gente sino quien siente más profundamente a la gente
dentro de sí.
Debe tenerse muy en cuenta, no obstante, que no es
la soledad por sí misma la que nos proporciona cono­
cimiento, comprensión, paz y alegría. Ella no es sino
una circunstancia idónea para aquietar la mente, si­

100
lenciarla y liberarla de toda la actividad a que se ve so­
metida en el bullicio y ajetreo diarios.
En esa quietud y silencio mental encontrarás tu
cielo. Y en él verás y comprenderás todo con total cla­
ridad.
¡Bienvenida, soledad con amor!

¿MORALIZAR O DARSE CUENTA?

Hace unos años cuando apareció uno de mis primeros


libros, un crítico de un diario lo calificaba de morali-
zador. No me agradó esa calificación aunque es posi­
ble que tuviera razón. Estaba, como lo está ahora, muy
lejos de mí la intención de moralizar. Intentaba enton­
ces, como lo intento ahora, que la persona tome con­
ciencia de sí misma.
Mi verdadera finálidad es ayudar a que la persona
se dé cuenta de cuál es su naturaleza y cuál es el actuar
más adecuado a ella.
Esa toma de conciencia conduce inexorablemente
a un mayor orden y armonía en el vivir. Pero eso viene
como consecuencia lógica del conocimiento claro de sí
mismo.
Existen muchos moralistas. Sobran las palabras y
discursos moralizantes.
Nos falta darnos cuenta de que nuestra existencia
se llena de sentido, de orden, paz y armonía cuando
estamos, cada momento del presente, atentos y cons­
cientes de nosotros mismos, creativamente conscien­
tes en cada situación con lo mejor de nosotros mis­
mos.
La rutina y el hábito automático de hablar, pensar
y actuar nos suele convertir en fríos y mecánicos ro­
bots.
Cuando uno toma auténtica conciencia de sí, le so­
bran los moralismos y normas de conducta.
La frescura de nuestra creatividad espontánea es
siempre más correcta y moral que todas las reglas y
normas moralizantes.
101
Él automatismo ciego, aprendido y grabado por há­
bitos de hablar, pensar y actuar tiene únicamente una
aparente e inconsciente espontaneidad instintiva.
La espontaneidad creativa es consciente, libre, per­
sonal, actual, positiva y armoniosamente realizadora.
A veces llego a pensar que, cuando escribo, ni si­
quiera intento «hacer un mundo mejor» o ayudar a la
gente á que sea mejor, porque al escribir lo que voy sin­
tiendo, viendo y experimentando, soy yo mismo quien
realmente estoy beneficiándome de mi propia escritu­
ra y reflexión, ya que me introduzco más dentro de mí
mismo.
Cuando la espontaneidad creativa brota viva y di­
recta desde el fondo de uno mismo, el que habla o es­
cribe puede pensar que está haciendo algún bien a
quien oye o lee porque se habla o escribe con palabras
vivas, con palabras que brotan de la vida misma, de lo
más auténtico de uno mismo.
Pienso que en el mundo sobran consejos. Falta en
cambio atención y conciencia presente.
Cuando alguien toma conciencia de sí mismo no
necesita ya de consejos ni orientaciones para ser bue­
no y feliz.
Cuando el conocimiento de sí es del ser profundo y
no de la conducta o forma de ser, hace que uno sea es­
pontáneamente bueno y feliz.
Tenemos frecuentemente la propensión de querer y
esperar los frutos sin cuidamos del árbol que los pro­
duce. El fruto ya está potencialmente en el árbol. Por
eso lo da a su tiempo.
La felicidad ya está en nosotros. Sólo hemos de co­
nocer y desarrollar el árbol de nuestro ser interno para
que dé sus frutos.
El conocimiento vivo y vivenciado da sus frutos de
vida.
De las vivencias brotan palabras vivas. Únicamente
las palabras vivas pueden dar frutos de vida en quien
las recibe.
Muchos consejos y palabras moralizantes resultan
estériles si no brotan de vivencias de quien los da.
Un erudito tratado sobre el vino no emborrachará
jamás a nadie. Ni siquiera conoceremos su sabor si no
lo probamos y bebemos por nosotros mismos.
102
No son las palabras sino las vivencias y la actitud
habitual ante los acontecimientos de la vida diaria las
que mejorarán el mundo en que vivimos.

LA VIDA LLENA ¿DE QUÉ?

Era una señora de clase media-alta.


Su agenda estaba siempre repleta de compromisos.
No tenía tiempo libre para nada.
A las 10.00 manicura. A las 11.30 club de golf. A las
14.00 almuerzo con los amigos. A las 16.00 partida de
bridge. A las 20.00 visitar a una amiga, etcétera.
Las actividades variaban, turnándose el bridge con
la canasta, una amiga por otra, la manicura con la pe­
luquera... pero los días se sucedían con la misma va­
cuidad y azarosa actividad social.
Ella misma se gloriaba de tener su vida llena y sen­
tirse satisfecha por no tener tiempo de aburrirse.
Muchas personas sienten una necesidad compulsiva
por llenar su vida con bagatelas y frivolidades.
Aparentemente su vida resulta envidiable para mu­
chas otras personas que desearían moverse en esa cla­
se de vida social insustancial y vana. Pero todos los es­
fuerzos por llenar el vacío que sienten dentro no logran
su propósito con esas actividades fatuas y superficia­
les. En un momento de espontánea apertura y confian­
za, esa persona me confesó: tengo mi vida llena de fies­
tas, de reuniones sociales, de viajes y pasatiempos,
pero cuando despierto en la noche o a la mañana sien­
to un profundo vacío dentro de mí. Pareciera como si
el hastío fuera a devorarme. Y necesito meterme nue­
vamente en el ajetreo de ese círculo vicioso de activi­
dades triviales y baladíes.
Aquella mujer no se sentía con fuerzas para salir de
su círculo vicioso o creía que no era posible salir.
Había que cortar en algún momento por algún lado
pero no veía el modo. Se sentía desorientada. El hábi­
to de aquella vida superficial y hueca se había adueña­
do de ella.
103
Por aquel camino solamente encontraría toda su
vida migajas de placer o felicidad momentánea.
El estado de felicidad no se logra con una suma de
numerosas y variadas ocupaciones atractivas y placen­
teras de goces sensuales.
La felicidad se manifiesta en la armonía, equilibrio
y paz del corazón que consiguen quienes son conscien­
tes vivencialmente de la plenitud que cada uno es en el
fondo de sí mismo.
La plenitud no está en la mente sino en lo más in­
terno del corazón.
Es un grave error pretender saciar el ansia y de­
manda de felicidad y plenitud que todos sentimos con
pasatiempos vanos y frívolos. La experiencia de cada
uno es una prueba evidente de ello.

TEN SIEMPRE CONFIANZA

A veces parece
que todos los caminos se cierran,
que la noche es eterna,
que el invierno ha congelado los corazones,
que np existen más rosas,
que tu destino son las lágrimas,
que no hay sino soledad para ti,
que hasta han desaparecido las estrellas,
que la sonrisa se apagó sobre la tierra,
que los días son cortos y lluviosos y las noches intermi­
nables y sin luna,
que no hay espacio alguno para tus pies,
que no hay salida en la calle de tu vida,
que la indiferencia aprisiona tu corazón...

Pero aún entonces puedes confiar


que tú eres un camino eterno y abierto,
que tú eres un día luminoso,
que en tu alma no hay estaciones. Sólo las que hay en
tu mente,

104
que hasta en el desierto más árido y seco hay alguna
flor,
que las lágrimas, como el agua, dan vida y fecundidad,
que tú eres el mejor amigo de ti mismo,
que tu alma es un cielo lleno de luz y de estrellas,
que dentro de ti el rostro de Dios sonríe,
que en ti está el sol radiante. Sólo es noche si le das la
espalda,
que el mundo es ancho y no ajeno sino tuyo porque tú
eres el mundo
que norte, sur, este y oeste son puntos para tu elección,
que tú eres amor pleno.. Estás destinado a dar más que
a recibir.

Ten confianza porque aunque tu mente te hable de


puertas cerradas y de soledad, ése es un engaño tem­
poral y pasajero.
Tú estás destinado a ser luz para muchos que nece­
sitan de tu luz y de tu amor. No te quedes cerrado en tu
rincón.

AMOR-VIDA

El sexo no es necesario para que haya un amor satis­


factorio y profundo.
El amor sí es. necesario para que haya una profun­
da satisfacción en el sexo.
El amor generoso y profundo es siempre La Vida en
cada vida humana.
Sin él
todo se toma insípido y amargo
todo se ve negro
todo se vive en penosa soledad
todo se reviste de desconfianza
todo resulta triste, insulso, deprimente y descora-
zonador.

Con él, en cambio,


todo adquiere color, sabor, alegría y gozo.
105
LA INJUSTICIA DE LA IMAGEN

Nos formamos fácil e injustamente la imagen de una


persona.
En la mente de muchos queda grabada la imagen
moral y psicológica de una persona conocida, como si
fuera una fotografía instantánea en un momento de­
terminado.
Por un gesto, por una palabra, por una dieta políti­
ca que mantiene, por una actitud particular en un mo­
mento concreto, se forman muchos la imagen total de
la persona.
Una persona no es una idea, ni una actitud, ni un
gusto, ni una idea política, ni una ideología religiosa o
social, ni una postura determinada ante una situación
particular.
Cada persona, por ser persona, merece nuestro res­
peto, nuestra aceptación como tal y nuestro amor ele­
mental humano.
Es injusto calificar y encasillar a una persona con
una imagen determinada y fija, por una momentánea y
aislada impresión que hemos recibido de ella.
Las imágenes precipitadas y parcializadas acerca
de alguien son casi siempre erróneas e injustas.
No aprietes tan fácilmente el disparador de tu ima­
ginación para formarte una imagen fotográfica total
de una persona.

ATENCIÓN EN CADA INSTANTE

La enseñanza y meditación Zen se basa en la simplici­


dad. En el estar atento.
Se cuenta que dos jóvenes universitarios norteame­
ricanos fueron a un monasterio de Japón para conocer
la técnica de la meditación Zen.
Fueron recibidos y alojados amablemente en el mo­
106
nasterio e instruidos en el horario de las actividades
diarias, casi todas manuales y agrícolas en la huerta.
Llevaban ya varios días en el monasterio. Pero na­
die les había hablado de la meditación.
Cada día acompañaban al maestro en los trabajos
de la huerta, de la cocina y demás quehaceres del mo­
nasterio.
Se presentaron ante el maestro y le dijeron: maes­
tro, hemos recorrido miles de kilómetros para apren­
der a meditar. Pero pasamos todo el día haciendo lo
mismo que usted y no tenemos tiempo de aprender a
meditar.
El maestro les respondió: no. Ustedes hacen lo mis­
mo que yo, pero no como yo lo hago. Cuando yo traba­
jo, trabajo. Pero ustedes cuando trabajan, divagan con
sus pensamientos. Cuando yo como, como. Pero uste­
des cuando comen planifican qué es lo que van a hacer
a continuación. Cuando yo duermo, duermo. Y uste­
des cuando duermen, sueñan porque sus mentes están
llenas de imaginaciones descontroladas.
Los americanos entendieron y comprendieron lo
que quería enseñarles.
Cuando se está en algo, ese algo y quien lo está ha­
ciendo son lo único importante.
Si quieres resolver los problemas del mundo con
tus elucubraciones mentales, ponte a pensar. Date
cuenta entonces que estás pensando y date cuenta de
quién piensa.
Cuando haces algo, concéntrate en lo que haces y
en ti, que eres el sujeto que hace.
Recuerdo aquel empresario. Había ido a visitarlo
con un amigo mío, que a su vez era compatriota y ami­
go del empresario. Mientras le exponíamos nuestro
problema y solicitud, él nos interrumpió varias veces
llamando por teléfono sobre asuntos ajenos a lo nues­
tro, llamó a su secretaria para otro asunto, y tomaba
notas sobre distintos asuntos.
Cuando terminamos la entrevista mi amigo me dijo
muy optimista: este asunto está hecho. Yo le dije: ni si­
quiera se ha enterado de lo que hemos dicho. Estaba
disperso. No estaba en lo que tenía que estar.
Es frecuente que las personas escapen de lo que es­
tán haciendo como si escaparan de sí mismas.
107
Es conocida aquella simple historia de aquel santo
a quien le preguntaron qué haría si en ese momento le
dijeran que a las dos horas iba a morir. Yo seguiría
aquí, en mi juego y recreación, porque esto es lo que
tengo que hacer en este momento.
Cuando Francisco Javier, el gran misionero na­
varro, estaba preparándose para ir a misionar a las In­
dias Orientales tenía impaciencia e inquietud por ade­
lantar en lo posible su preparación y su viaje. Ignacio
de Loyola, su maestro, le dijo: mira Javier, la virtud
más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos
que hacer.
Hacer con atención, sencillamente, con toda el
alma, lo que tenemos que hacer. ¿Qué más?

¿SON MÍOS MIS PENSAMIENTOS?

Parece una paradoja.


¿Cómo no van a ser míos si son mis pensamientos?
Sería mejor preguntar: lo que yo pienso y lo que yo
siento, ¿lo pienso y lo siento porque yo libremente, sin
condicionamientos ni interferencias de otras personas,
he llegado a pensar y sentir por lo que yo veo y percibo
directa y personalmente?
La respuesta es rotundamente no.
La naturaleza misma de los pensamientos consiste
en fundamentarse en hechos e ideas del pasado. Y el
pasado siempre lo hemos vivido por lo que hemos per­
cibido de afuera.
La visión directa sin formar juicio alguno, es libre,
incondicionada y personal. Cuando juzgo esta visión,
en ese juicio ya no hay libertad personal. Hay condi­
cionamiento a otros pensamientos del pasado.
La libertad y La Verdad están siempre en la visión
personal. Nunca en el juicio o pensamiento.
En la visión no se afirma o niega nada. Simplemen­
te se ve. Simplemente, sólo puedo afirmar que hay tal
visión o percepción.
Cuando formo el juicio: «esto que veo o percibo es

108
tal cosa», ya está expuesto a error. Lo que afirmo o nie­
go acerca de lo que percibo está condicionado y conta­
minado con los conceptos y valores que tengo del pa­
sado.
Todo lo que pensamos y hablamos acerca de la so­
ciedad, de la juventud, de la educación, de la política,
de la economía, del deporte, de la religión, del modo de
ser de una persona... todos los juicios que tenemos o
hacemos acerca de cualquier tema, los consideramos
juicios y pensamientos nuestros. A veces, incluso nos
sentimos muy orgullosos de tener una determinada
opinión que nos parece original y llamativa. Y hasta la
mantenemos o la exponemos, no sin un cierto senti­
miento de orgullo.
Pero todo eso que pensamos u opinamos es lo que
nos han enseñado en la Universidad, en la escuela, en
la iglesia, en casa... Todo suele ser impuesto por otros.
Son conocimientos de segunda mano. Y en el mejor
de los casos, cuando creemos que hemos sido noso­
tros los autores auténticos de nuestras ideas y pensa-
- mientos, hemos estado condicionados por otras ideas
del pasado.
Reconocer esto es un duro golpe a nuestro orgullo
personal. Pero hemos de aceptarlo.
Nosotros sólo somos sujetos autores de nuestra
percepción.
De ahí que el conocimiento de nuestro yo verdade­
ro únicamente puede adquirirse por la visión directa,
intuitiva de nosotros mismos.
Los juicios que hacemos sobre nosotros mismos ya
están desvirtuados con conceptos recibidos del pasado.
En la visión directa y personal hay verdad total. En
el juicio no.
Pocas cosas son mías de verdad si es que hay algu­
na totalmente mía.
Los conceptos, ideas y pensamientos que tengo so­
bre personas, situaciones y cosas, claramente no son
míos.
Lo único auténticamente mío soy yo mismo. Y en
ese caso el poseedor y lo poseído son lo mismo.
Mi visión y percepción podría llamarlas mías. Pero
en realidad yo soy mi percepción. Yo soy la conciencia
que ve y percibe. Soy la percepción misma.
109
Tengo motivos más que suficientes para estar con­
tento y feliz de mí, de mi realidad verdadera, de mi
«yo» profundo. Pero no tengo ningún motivo para glo­
riarme y enorgullecerme de mis cosas, de mis pensa­
mientos, ideas... Puedo aparecer legal o jurídicamente
dueño de esas cosas que poseo. Pero auténticamente y
de verdad no soy en el fondo dueño de nada sino de mí
mismo.
El necio y estúpido hijo del rey se gloria de poseer
harapos y trastos viejos que ni siquiera le pertenecen
en lugar de sentirse dichoso y afortunado por su natu­
raleza real.
¿Y nosotros qué?

¿PUEDE AMARSE SÓLO A UNA PERSONA?

Le hice esta pregunta a una señora y me respondió con


rapidez: yo amo a mi marido, a mis hijos y a alguna
persona más.
Ella tenía su círculo amoroso en el que se encon­
traban unas pocas personas.
A la misma pregunta me contestó alguien que an­
daba en estudios esotéricos: yo tengo amor universal.
Amo a todos. No odio a nadie y deseo el bien a todos
los seres humanos.
A su vez esta persona me preguntó a mí: tú, ¿amas
a todos?
No existe nadie fuera de mí, le contesté. Todos es­
tán en mí. No hay separación entre los demás y yo.
Ellos son yo y yo soy verdadero. Yo sé que la mayoría
de los demás no lo sienten así. Pero eso no es obstácu­
lo para que yo lo sienta así.
Es cierto que en la vida existencial espacio-tempo­
ral en que nos desenvolvemos normalmente nos rela­
cionamos con nuestras formas externas que son distin­
tas en cada uno. Y en esa relación uno ha de tener en
cuenta dichas diferencias para relacionarse adecuada­
mente en cada caso.

110
Es cierto también que entre las personas con las
que uno se relaciona se eligen algunas con las que se
tiene una mayor confianza, amistad o intimidad. La
selección de unas personas para relacionarse habitual­
mente no está en contra del sentido de unidad del que
hemos hablado antes. Incluso se puede evitar para uno
mismo o para otros el trato con ciertas personas, que
puede resultar perjudicial. Lo que no impide que el
sentimiento hacia ellas sea amoroso. Evitamos enton­
ces el trato con dicha persona porque su conducta, no
ella, puede resultar perjudicial.
La expresión tan manida del Amor Universal no tie­
ne sentido para quien comprende claramente lo que es
la Conciencia de Unidad.
Si la Conciencia de Unidad no está suficientemente
arraigada en nosotros, nos sentiremos fundamental­
mente pérsonalidades separadas unas de otras, y en
ese contexto el Amor Universal puede ser una bella
pero utópica expresión.
Cuando nos sentimos uno con el Universo y con el
Uno que sostiene y anima todo cuanto existe, nos da­
mos cuenta de que ya no hay «otros» sino que todos so­
mos Uno. Entonces sólo hay amor. Ni Universal ni par­
ticular. Sólo hay amor, unidad.
Cuantos más adjetivos calificativos o determinati­
vos demos al amor, más inauténtico es.
Cuanto más exclusivo y limitado a un círculo deter­
minado de personas es el amor, más pequeño, pobre,
destructible y destructivo es.
Antes que amar a nadie hay que amar el amor, la
unidad que nos identifica y unifica.
Cuanto más se ama el amor, menos exclusividades
y predilecciones amorosas existen.
Muchas personas piensan que para amar mucho o
demostrar que aman mucho a una persona en especial
ha de existir mucha diferencia entre el amor que tie­
nen a esa persona y el que tienen a los demás.
El incluir en su amor a las demás personas no dis­
minuye el amor que sienten hacia el ser más querido,
sino que lo aumenta y le da categoría de verdadero y
auténtico.
Sí, sí, me decía una persona, todo eso es muy eleva­
do pero muy teórico.
111
Eso no es ni elevado ni teórico. Cuando uno lo mira
y observa detenidamente se da cuenta de que es muy
lógico y evidente. La gente sencilla lo ve sin que nadie
se lo haya enseñado.
Es mucho más teórico ese supuesto amor que una
persona dice tener a otra, pero que al menor contra­
tiempo o embate de la vida se derrumba y se convierte
en odio o indiferencia. Ése sí es un amor teórico, de
puro sentimentalismo o palabra.
Al amor basado en la comprensión y visión de la
unidad no lo destruye nada.
Quien cree amar a una sola persona y excluye a los
demás de su amor no puede disfrutar de la felicidad
fruto del amor verdadero, porque el temor a que se
desvanezca o desaparezca el objeto de su amor le ate­
naza permanentemente.
La felicidad que se basa en un amor pequeño, úni­
co y exclusivo a una persona es tan inestable que no
merece el nombre de felicidad sino el de placer mo­
mentáneo.
El amor exclusivo hacia una sola persona no es El
Amor sino una idea pequeña y raquítica del amor. Y
las ideas como vienen se van.
El amor es Lo que Es: Eso invisible que hace que
todo lo existente visible se conserve en la existencia.
Si el Amor o, lo que es lo mismo, ese sentido o ten­
dencia a la unidad desapareciera, los seres visibles o fí­
sicos también desaparecerían por desintegración. El
amor los mantiene en esa existencia unitaria.
Solemos manejarnos en esta existencia espacio-
temporal con el concepto del amor entre personalida­
des. O lo que es lo mismo, con el amor basado en la
dualidad o multiplicidad. Pero aun dentro de ese amor
relativo existen grados. Entre ellos, uno de los grados
más endebles y menos auténticos es el amor exclusivo
a alguien.
El amor que se dice tener a una persona excluyen­
do a los demás es tan débil e inconsistente, por intenso
que parezca, que es más un sentimentalismo que amor
verdadero.

112
LA GRAN TAREA: LIBERARSE

Cada persona tiene sus propios proyectos, aspiracio­


nes, objetivos y planes que cumplir y realizar en su
vida.
Cada uno suele tener más o menos establecido lo
que quiere conseguir en su existencia.
Pero hay una gran tarea en la vida de cada uno de
los seres humanos que suele ser ignorada por la mayo­
ría. Y paradójicamente es la tarea más importante.
Cuando una persona va cumpliendo, en el mejor de
los casos, todos los objetivos particulares y personales
que se propuso en su vida, advierte que a pesar de ello
no consigue la plena satisfacción y el gozo que espera­
ba encontrar.
La consecución de los pequeños y particulares obje­
tivos no le llena. Y el proyecto de otros nuevos continúa.
En ese planeamiento de meta tras meta, objetivo
tras objetivo, suele pasarse la vida. Siempre hay en el
horizonte algún plan o proyecto nuevo sin cumplir.
Mientras se va llenando la vida de pequeños pro­
yectos inmediatos, se olvida del gran objetivo, la gran
tarea: llegar a ser y vivir lo que nos ha destinado la na­
turaleza.
Precisamente con los pequeños planes inmediatos
que vamos proponiéndonos en la vida, vamos creándo­
nos cadenas, ataduras, dependencias que nos impiden
realizar el plan de La Vida en nosotros.
Cuando la persona tiene la dicha de conocer su mi­
sión en la existencia y reconoce y siente dentro de sí la
aspiración para realizarla y llevarla a cabo, comienza
el trabajo de su liberación o realización.
Nadie llega a su realización personal sin liberarse
de las ataduras y dependencias que le impiden sentirse
libre y totalmente independiente y descondicionado
para ver y juzgar con entera claridad y justicia.
¿Liberarse de qué?
Ante todo de la idea sobre sí. Liberarse de que so­
mos esto o lo otro, de que somos de esta manera o de
la otra.
113
Liberarse de lo que poseemos. Normalmente no es
necesario desprenderse de ello. Pero sí es necesario li­
berarse de su dependencia. «Poseerlo como si no lo
poseyéramos.»
Hay que liberarse de los diversos «egos» con que
funcionamos en las distintas situaciones en que nos
encontramos según la conveniencia del momento.
Las caras y facciones de los distintos «egos» con
que nos presentamos en las distintas ocasiones son in­
numerables.
Al no estar afincados e instalados en la verdad de
nosotros mismos, necesitamos falsear, adaptar nuestra
imagen para cada situación.
Unas veces nos revestimos del ego educado y otras
del prepotente y grosero.
Unas veces mostramos nuestro ego humilde y otras
los flecos y guirnaldas de nuestro ego engreído y orgu­
lloso.
Unas veces mostramos nuestro ego como víctima y
otras como victimario.
Unas veces queremos aparecer como generosos y
dadivosos y otras como exigentes conservadores.
Uñas veces nos deshacemos en dulzuras y otras en
tosca dureza.
Es necesario liberarse de las numerosas caretas del
«ego». Es la liberación fundamental.
Pero también es necesario liberarse de los deseos
de todo lo superfluo e innecesario.
Hay que liberarse de todo ese bagaje de conoci­
mientos que poseemos. O, más exactamente, del orgu­
llo de poseerlos.
Hay que liberarse de afectos de dependencia.
Cuando el afecto o amor es auténtico jamás crea de­
pendencias ni en la persona amada ni en la que ama.
Liberarse del apego a cosas, personas, trabajos, pro­
yectos, hobbies... no significa dejar el trabajo, el hobby o
dejar de amar a las personas que se ama. Se trata de li­
berarse del apego, de la dependencia de todas esas cosas.
Se trata de amar todo, tener todo, hacer todo sin
depender de nada.
El santo y claro discernimiento que surge del silencio
de la voz interior irá señalando en cada caso el modo y
grado de dependencia y apego del que hay que liberarse.
114
JUEGOS DE LA IMAGINACIÓN

Me he preguntado más de una vez por qué se leen más


novelas que libros de pensamiento, de reflexión, y por
qué también tienen tanto éxito ciertas películas de
aventuras y de héroes o protagonistas fuertes, valero­
sos y triunfadores.
Siempre pie ha llamado la atención ver esas colas
ante los cines para ver las películas de Superman y
otros personajes semejantes.
El hombre suele vivir tensionado, abatido y depri­
mido al sentir y ver que no es lo que él quisiera ser.
Quisiera ser hábil, fuerte, exitoso, admirado y hasta
temido. Y ve en cambio que se siente débil, impotente, y
a veces hasta menospreciado o por lo menos marginado.
Por eso busca modos de proyectar sus ideales o de­
seos. Por eso se refugia en las novelas o películas para
encontrar en ellas el personaje que él quisiera ser. Al
ver a esos protagonistas fuertes, valerosos y triunfado­
res se proyecta e identifica al menos por unos momen­
tos con esos personajes fuertes y triunfadores que sue­
ña y desea llegar a ser.
Pero se da la incongruencia y paradoja que cada
uno de nosotros Es ya en el fondo esa inteligencia, esa
fortaleza que tanto añora y desea vivir.
Lo somos. Pero quienes no lo conocen ni lo viven
han de jugar con su imaginación a serlo en los prota­
gonistas de esas novelas o películas.
Si no fuéramos en el fondo de nosotros mismos eso
que deseamos y envidiamos en otros, jamás llegaría­
mos a desearlo. Lo deseamos porque ya lo somos po­
tencialmente. Sólo nos falta hacer actual lo que somos
en potencia.
¿Qué necesitamos para ello?
Ante todo saberlo y tener la absoluta seguridad de
lo que somos como realidad interna. No como algo
imaginario sino como algo real.
Para sentirlo como real es necesario entrenarse y
disponerse para esa experiencia.
Dicha experiencia puede lograrse de varias formas.
115
Pero quizás la más asequible sea la del centramiento
en sí mismo.
Para este centramiento se requiere aislarse todo lo
más posible de toda percepción externa. Se fija la aten­
ción en sí mismo, tanto en el cuerpo físico como en las
sensaciones que se están teniendo en ese preciso mo­
mento y en los.pensamientos y sentimientos.
Entonces hay que tomar conciencia de que uno no
es ese cuerpo, ni esas sensaciones ni los pensamientos
que van ocupando la mente ininterrumpidamente,
como tampoco los sentimientos. Cuando uno quita de
sí todo lo que no somos como realidad, como sustan-
cialidad, queda lo que somos, lo único que somos: esa
energía, fuente de toda energía que se expresa a través
del cuerpo y la voluntad, esa conciencia por la que so­
mos capaces de conocer cuanto conocemos y ese
amor-felicidad, origen de todo sentimiento amoroso y
gozoso de nuestra existencia.
Cuando se llega a sentir y experimentar ese centro
de nosotros mismos que es el origen de todo cuanto
hacemos en nuestra existencia espacio-temporal, com­
probamos que ya somos, ahí en el fondo, lo que más
anhelamos ser, aunque no sepamos expresarlo y vivir­
lo en la vida concreta de cada día. El remedio está en
nuestra mano: experimentarlo y vivirlo.
Cuando esa experiencia vivencial sea un hecho ha­
bitual en nosotros, veremos que no es necesario imagi­
nar que somos poderosos, fuertes, exitosos o triunfa­
dores. Simplemente conoceremos por nosotros mismos
que ya somos como realidad más de lo que podemos
pensar o imaginar.
¡¡Desean p añoran ser algo más los desconocedores
e ignorantes de sí mismos!!

LA ILUMINACIÓN

Existe la iluminación pero no existen personas ilumi­


nadas.
Cuando a una persona le sobreviene la ilumina­
ción, desaparece la persona.

116
Mientras subsiste la idea de personalidad indivi­
dual en alguien, no está iluminado.
Cuando llega la iluminación, desaparece la idea de
personalidad. O dicho a la inversa: cuando una perso­
na sabe, comprende y siente que ella no es una indivi­
dualidad separada, cuando se da cuenta y siente que
ella no es esa manifestación visible e individual que la
distingue de los demás, entonces está iluminada, está
instalada en el centro de su realidad impersonal. Se da
cuenta que lo que ella es trasciende todo lo que es su
manifestación individual.
Quien busca la iluminación no la encontrará jamás.
Cuanto más se esfuerce en buscarla y perseguirla, más
se aleja de ella.
La iluminación en sí no puede ser objeto de bús­
queda.
La iluminación sobreviene cuando uno anhela,
busca y desea más que ninguna otra cosa en el mundo,
La Verdad de sí por encima de todo.
Cuando se llega a la verdad de sí, uno se da cuen­
ta de que no es distinto de La Verdad, que él no es el
buscador y La Verdad lo buscado. Se da cuenta de que
no hay dualidad. Sólo hay conciencia de ser lo que
se es. Eso es La Verdad. Uno es La Verdad, La Rea­
lidad.
Cuando alguien se da cuenta de esto y ve que no
hay «una persona» que haga esto o aquello, que reciba
esto o lo otro, está comprendiendo que él no es esa per­
sona separada e individual. Lo individual, lo personal,
no es sino la manifestación del sí mismo, del «yo» ver­
dadero impersonal, de La Realidad.
Cuando alguien comprende esto con claridad le
está sobreviniendo la iluminación. Pero entonces ya no
dirá: «yo estoy iluminado», ni «yo he conseguido la ilu­
minación». Porque el «yo» personal ya no existe. Si to­
davía existe, es que no ha comprendido. No ha habido
iluminación.
¿Qué hacer entonces para recibir la iluminación?
Simplemente estar siempre atento para conocer y
Ver la verdad. Cuando esa actitud es permanente, cuan­
do hay un sincero amor a La Verdad, ésta se hace pre­
sente. Entonces tú y La Verdad formáis un matrimonio
donde no hay dos sino una sola realidad.
117
Desear la iluminación es propio del «ego». Y el «ego»,
aunque tiene tanta importancia en la vida existencial de
la mayoría de las personas, es Don Nadie. El «ego» es
una pura idea falsa, una estructura mental de nosotros
que desaparece o queda reducida a su función elemen­
tal pitra la supervivencia natural y personal.

DESEOS Y SUFRIMIENTO

Los deseos son la causa principal de nuestros sufri­


mientos.
Cuanto más numerosos e intensos son, mayor es el
sufrimiento.
Desea algo quien siente que le falta algo.
Si te das cuenta de que eres ya la plenitud, ¿qué vas
a desear si eres ya Todo?
Necesitas que alguien te ame porque aún no te has
dado cuenta de que eres amor rebosante.
Necesitas y deseas la presencia de alguien porque
todavía no te has dado cuenta de que tú eres ya pre­
sencia total. En ti puedes sentir la presencia de ese al­
guien, tanto del presente como del pasado y del futuro.
Necesitas la alabanza y elogio de los demás porque te
sientes pobre y débil. No has conocido todavía que eres
más que lo que cualquiera puede reconocer y alabar de ti.
Necesitas la comprensión de los demás porque to­
davía no te has comprendido tú mismo.
Necesitas complacer y saciar las apetencias de tus
sentidos porque todavía no has saboreado la hartura
de lo que ya eres en tu ser íntimo.
Necesitas «distraerte» porque aún no te has centra­
do en ti mismo.
Necesitas que admiren tu forma externa, tu figura
física, tu modo de vestir, tu elegancia... porque crees
erróneamente que eres tu cuerpo y no tu verdadero ser
interno.
Necesitas poseer a alguien (¡te necesito!) porque es­
tás dormido creyendo que las personas son objetos de
posesión.
118
Necesitas idealizar a alguien y a ti mismo porque aún
estás ausente de tu realidad y de la realidad del otro.
Necesitas que te consuelen porque crees estar nece­
sitado de algo, ignorando que eres plenitud.
Y ¿cómo puedo saber, me dices, que soy esa pleni­
tud, ese amor, esa felicidad?
—Investigando.
—¿Cómo?
—Estando atento a ti mismo un minuto, una hora,
un día, cada día de tu vida.
—¿Cómo puedo estar atento a eso si tengo tantas
ocupaciones?
—En medio de tus ocupaciones puedes mantener
tu atención en ti mismo, en quien trabaja, en quien
piensa, en quien está presente.
En cualquier momento todo se hará claridad y evi­
dencia en ti.
En esta clase de investigación tan sólo se requiere
no perder la atención.
Cuando miras permanentemente llegas a ver. Tu
atención se hace visión y comprensión.
Para saber lo que eres, empieza por ver y conocer lo
que no eres y dejar de poner tu atención y amor en el
fantasma de lo que no eres.
Quita los obstáculos.
No pongas tu atención en tu caparazón.
Céntrala en tu contenido.
Al fin verás que eres energía, plenitud, Amor, felici­
dad, gozo, sabiduría, conciencia.
Entonces verás qué poco necesitas.

HIJOS DE LA MISMA VIDA

Somos todos hijos de La Vida.


Debiera resultamos más difícil sentimos alejados
que unidos. Debiera ser más difícil odiar que amar.
Aunque nos empeñamos en hacerlo al revés.
¿Por qué pequeñeces insignificantes en la conviven­
cia nos alejan tan fácilmente?
119
¿Por qué, en cambio, no nos sentimos unidos por lo
más vivo, por lo más dinámico, lo más esencial e im­
portante, que es La Vida?
Lo pequeño, lo insignificante, lo accidental está te­
niendo en nosotros más importancia que lo esencial:
La Vida.
Cada uno de nosotros es una manifestación de la
misma Vida.
¿Por qué estamos alejados, por qué estamos en lu­
cha, por qué nos peleamos los hijos de la misma madre?
Nacemos todos de las entrañas de La misma Vida.
Vivimos enraizados en La Vida.
Nos movemos impulsados por La Vida.
Pensamos inspirados por La Vida.
Amamos movidos por La Vida.
Existimos por La Vida.
¿Por qué no sentirnos todos Uno con La Vida?

¿ES AMOR O... QUÉ?

Hace unos años estaba con un amigo en una estación


del ferrocarril.
Dos jóvenes se abrazaban y besaban ardientemente
en público sin importarles ser vistos por todas las nu­
merosas personas que llenaban aquella estación.
Mi amigo, padre de varios hijos pequeños, molesto
por aquella escena de los jóvenes protestó airadamente.
Yo le dije que a mí me resultaba más bien una bella
estampa de amor.
Ahora cuando veo una escena semejante no pienso
nada. No me atrevo.
Es bello que un beso y un abrazo sean una expre­
sión de amor. Pero todos sabemos que también un
beso y un abrazo pueden ser, y lo son en muchos casos,
una expresión de un deseo grosero y egoísta. ¿Cuál es
la verdad en cada caso?
Ya no juego ni a Dios ni a adivino. Pero sé que aun
detrás de todos los impulsos egoístas está vibrando
siempre el Amor.

120
Sé que a pesar de todas las injustas y sucias profa­
naciones que se cometen contra el Amor, detrás de
cada acción humana está palpitando e impulsando
todo, aun lo que parece sensual y egoísta, la fuerza in­
finita del amor.
Cuando se eleve el nivel de conciencia y se salga del
error, la misma fuerza del amor hará que del cieno
surja el rosal florido y oloroso y que la informe oruga
se convierta en vistosa y multicolor mariposa.

EL DESALIENTO

Era un diablo de tercera categoría.


Su misión era tentar a la gente para inducirla al mal.
Pero ya llevaba un tiempo en que no lograba nin­
gún éxito.
Por ello, los diablos que formaban el comité presi­
dencial lo llamaron a juico.
Allí estaba el pobre diablo sentado en el banquillo
de los acusados oyendo las acusaciones de sus jueces.
Estaba cabizbajo, avergonzado de su ineficacia como
tentador.
Después que hubieron terminado de hablar los jue­
ces, antes de dictarle la sentencia quitándole todos sus
poderes, el pobre diablo acusado levantó la mano pi­
diendo permiso para hablar.
Yo sé que me van a castigar, dijo el pobre diablo, y
que me van a degradar. Pero quiero pedirles algo muy
importante. Pueden quitarme todos mis poderes y pri­
vilegios. Pero les suplico que me dejen el poder del de­
saliento, el poder de desanimar a la gente. Con eso me
basta.
Desde aquel día aquel pobre diablo empezó a con­
seguir éxito tras éxito. Hasta es posible que hoy sea el
presidente del comité de diablos.
Todos hemos sentido más de una vez la tentación
de tirar todo por la borda.
De vez en cuando, a veces sin saber cómo ni por
qué, aparece el desánimo. No se tienen ganas de se­
121
guir. Viene la idea a la cabeza de que no merece la
pena esforzarse, que es igual hacer o no hacer, ser de
esta manera o de la otra.
El demonio del desaliento se viste con ropajes di­
versos: «yo no sirvo para esto», «total lo que hago no
sirve demasiado», «la gente es desagradecida y no me­
rece la pena hacer nada por ella», «es más práctico vi­
vir cómodamente en lugar de esforzarse cada día»,
«por qué voy a ser yo más o distinto que los demás»,
«no puedo», «no tengo ganas»...
El pobre diablo sabe mucho por experiencia. Con el
simple desaliento ha hecho estragos en el mundo, so­
bre todo con aquellas personas que habían empezado
ya a ser conscientes de sí mismas; ¿por qué tú has de
ser distinto de los demás?
Parece que el nuevo comité de diablos, viendo los
éxitos, ha multiplicado el número de agentes del desá­
nimo.
Se sabe, incluso, que algunas personas tienen asig­
nado uno fijo día y noche.
Sí. Hasta en los sueños nocturnos intervienen. No
desaprovechan un instante.
Los incautos y los engreídos son una presa fácil.
El agente-diablo primero les hace creer que están
muy adelantados. Les infunde mucha euforia y opti­
mismo. Y en un momento de descuido les pone la zan­
cadilla de la desilusión, del fracaso. Y el orgulloso en­
greído cae de bruces contra el suelo.
La historia se repite una y otra vez, pero cada vez le
cuesta más levantarse.
La solución está en conocer y darse cuenta de que
la zancadilla o la tentación la puso el pobre diablo del
desaliento.
Cuando uno conoce su estrategia, no importa caer
una y otra vez. Se aprende a levantarse mejor.
Todos pueden ganar la partida al diablo del desá­
nimo.

122
CONOCERSE

Aquel joven tenía un sincero deseo de progresar, de su­


perarse.
Después de hablarme de muchas complicaciones
mentales y psicológicas que había oído a orientadores
religiosos y educadores, me dijo que no sabía por dón­
de empezar, que se encontraba como perdido en un
mar de ideas y dudas.
Le dije que no son muchas las cosas que hay que
hacer. Que las complicaciones son de la mente, de las
ideas e ideologías.
¿Qué debo hacer? ¿Por dónde debo empezar?, me
dijo con cierta inquieta impaciencia. Es todo tan com­
plicado...
Empieza por conocerte, le dije. Permanece atento a
ti mismo. Mira quién es el que desea conocer, el que
está inquieto por mejorar, quién es el que estudia, el
que habla, el que hace deporte, el que vive en ti.
Mantén la pregunta ¿quién soy? viva en tu mente
durante el día y la noche. Trata de que esa pregunta
esté resonando en ti sin cesar. Busca el fondo de ti.
Bueno, me dijo, ¿y después de eso qué?
Después de eso ya no tendrás las complicaciones
que tienes ahora en tu cabeza. Después de eso ya no
tendrás ninguna preocupación por el después. Pero
ahora no tienes que pensar en después sino en ahora.
No te quedes observando solamente los modos tu­
yos de ser y sentir. Esos modos son obra y efecto de tus
diversos «egos» que ahora están agitados y revueltos.
Has de buscar al verdadero «tú» que está más allá de
los modos de ser y sentir.
Has de llegar a contactar con quien es el auténtico
dueño de todo cuanto ocurre en tu vida. Quién es el
que se da cuenta, el que se pregunta ¿quién soy?
Cuando te aclares esas preguntas te encontrarás ya
en el camino y verás que en el camino está también la
meta. O si quieres que te lo diga de otra manera, en­
tonces verás que no hay ni camino ni meta y que tú
eres el punto de partida, el camino y la meta.
123
Quizás esto que acabo de decir parezca un tanto ex­
traño a alguien. Pero es así exactamente. Aunque sola­
mente se comprende cuando se interioriza en sí mismo
y lo que ello significa.
Esto es fácil y difícil. Según cada uno lo haga.
Quita los obstáculos para ver y verte. Los obstácu­
los son la inconsciencia, la falta de atención, los hábi­
tos automáticos de pensar, hacer, ver, sentir...
Cuando mires atentamente lo que es accidental en ti
y lo vayas quitando de ti, te quedarás con lo único que
Eres como esencia tuya. Cuando te centres en Eso que
eres se te hará claridad total. Sentirás entonces que todo
tú eres visión clara.

RESOLVER TUS PROBLEMAS

Ninguna ideología, ninguna organización política, reli­


giosa o social, ninguna clase de dirigentes políticos, in­
telectuales, o religiosos pueden resolver los problemas
a nivel mundial ni a nivel personal.
Los problemas no se resuelven, no se pueden resolver
con ideas, ni normas morales, ni pautas u orientaciones.
Los problemas mundiales no son del mundo. El
mundo no tiene problemas. Los tenemos las personas
que lo habitamos. Por eso todos los problemas mun­
diales de los que tanto se habla en los diarios y en los
noticieros de la TV y que llamamos problemas mun­
diales son en realidad problemas de las personas.
Y los problemas personales únicamente se resuel­
ven mirándolos, observándolos, comprendiéndolos.
Es una observación y comprensión personal.
Mi observación sólo servirá para que desaparezcan
mis problemas. Cada uno ha de observar y compren­
der sus propios problemas.
El obstáculo principal para ello reside en los condi­
cionamientos mentales con que solemos vivir.
Si observamos nuestros problemas con preconcep­
tos, no podremos nunca resolverlos porque no los esta­
mos viendo y mirando inocente, libre y espontánea­
124
mente, sino manejados y dirigidos por una autoridad
extraña como son los juicios valorativos previos.
No podemos pretender resolver los problemas de
los demás si antes no resolvemos nuestros desequili­
brios, desarmonía y desamor.
Resolver los problemas es verlos y observarlos sin
juzgarlos ni interpretarlos.
La observación atenta y descondicionada trae la
comprensión. ■
No es fácil que muchos entiendan y acepten lo qué
estamos diciendo. Porque estamos acostumbrados a
querer conseguir todo con la acción y las palabras. Así
es como nos perdemos y divagamos sin conseguir mu­
cho adelanto y seguimos siempre con los mismos pro­
blemas a cuestas.
Cuando observas, comprendes y aceptas tus proble­
mas, se disuelven por sí mismos. Ellos no son propia­
mente tuyos. Son de tu mente. En ella nacen y en ella
deben morir y disolverse.
Para muchos, esto que parece tan simple no lo es
tanto, porque se resisten a ver y reconocer sus proble­
mas tal como son.
Rechazan el verlos y comprenderlos por orgullo, si­
guiendo la política del avestruz.
En teoría parece simple el método. Pero en la prác­
tica resulta difícil porque se requiere verlos, observar­
los y comprenderlos con mirada inocente, sencilla, sin­
cera y honesta.
Los problemas, en realidad, se van disolviendo y de­
sapareciendo en la medida de que te vas transformando.
Y no te transforman los conocimientos, ni los con­
sejos ni amenazas. Ni siquiera el cambio de conducta.
Te transforma el ver y comprender La Verdad.

¿EL DINERO DA LA FELICIDAD?

Suele decirse que el dinero no da la felicidad pero ayu­


da a conseguirla.
Alguien dijo también que el dinero es el estiércol
del demonio.
125
Y un amigo mío, cuando se lo comenté, me dijo: en­
tonces a mí me gusta mucho el estiércol.
Parece que ambas cosas son verdad.
El dinero es estiércol y suele gustar a muchos.
En ese estiércol del demonio germinan todo tipo de
frutos diabólicos e infamantes: la avaricia, la ambi­
ción, el orgullo, la sensualidad descontrolada, la envi­
dia, el menosprecio, la molicie, la superficialidad y to­
dos los vicios con nombre o sin nombre.
En ese estiércol del demonio nacen y crecen tales
vicios.
El afán y avaricia de dinero es uno de los apegos y
dependencias más crueles y destructivas con que se es­
clavizan muchas personas.
Siempre me llamó tristemente la atención el senti­
do positivista crematístico pecuniario de algunos auto­
res, principalmente norteamericanos, que dedican pá­
ginas y páginas enseñando técnicas mentales para
conseguir dinero.
Y no sólo la mente sino hasta Dios mismo es pro­
puesto como un medio para conseguir dinero.
De sobra conocidos son los casos de estructuras re­
ligiosas que están orientadas y centradas en ese prin­
cipal objetivo económico de adquirir y conseguir di­
nero.
Sí. Ya sé que el dinero es necesario para hacer mu­
chas obras buenas.
Pero cuando se tiene un auténtico deseo de hacer
cosas buenas, el dinero llega sin esa preocupación
compulsiva por conseguirlo.
El dinero llega por añadidura, cuando uno busca
con sincero corazón La Verdad y El Bien.
Como les llega el alimento a las aves del cielo que
no siembran. Como les llega a las rosas y al musgo y a
los lirios del campo... lo necesario para su vida.
El delirio paranoico por el dinero llega a tal grado que
hasta se enseña cómo pedirle dinero y riquezas a Dios.
Parece que el ejemplo plástico del Cristo derriban­
do las mesas de los comerciantes usureros cambistas
del templo se ha olvidado como retrógrado. ¡¡¡Él no co­
nocía el valor del dinero!!!
Sí. Yo sé que en el mundo en que vivimos, el dinero
es absolutamente necesario. Pero sé también que es

126
absolutamente indispensable conseguirlo y tenerlo sin
apego febril y paranoico.
Resulta difícil pero es posible conseguirlo y tenerlo
con el sentido moderado y relativo a su necesidad.
El dinero no da la felicidad ni ayuda a conseguirla.
Sólo se consiguen cosas y confort material con él. La
felicidad es totalmente de otro orden y nivel.
¿Desenmascararemos algún día al demonio vende­
dor de estiércol?

TIEMPO DE OCIO

Desde hace unos años se viene hablando en muchos


países de ampliar el tiempo de ocio.
Se disminuyen las horas de trabajo para que au­
mente el tiempo para el ocio.
Pero la gente cada vez tiene menos tiempo para sí
misma.
Las industrias y el mercado del consumismo y del
ocio ocupan y llenan de tal manera el tiempo de las
personas que en lugar de encontrar paz, tranquilidad y
sosiego, se llenan de pasatiempos agitados, excitantes
y causantes de numerosos estados neuróticos.
Se desea el tiempo de ocio para «pasarlo bien». Y
«pasarlo bien» consiste la más de las veces en aturdir­
se, perturbarse, trastornarse.
El tiempo para el ocio pierde entonces su objetivo y
finalidad principal, cual es el relajar y calmar las ten­
siones provocadas por el trabajo.
No son muchos los que se dan cuenta de que la me­
jor manera de encontrar la quietud, paz y tranquilidad
serena es dedicar por lo menos parte de ese tiempo de
ocio al encuentro consigo mismo.
El tiempo de ocio moderno descentra en lugar de
centrar, tensa en lugar de distensionar, desarmoniza en
lugar de armonizar, inquieta en lugar de pacificar.
Hagas lo que hagas en tu tiempo de ocio, tómate un
tiempo para el encuentro contigo mismo que es lo mis­
mo que el encuentro con la felicidad. Será la mejor ma­
nera de «pasarlo bien».
127
ACEPTAR LAS CONSECUENCIAS

Estaba llorosa, derrotada, deprimida.


Se había marchado de la casa de sus padres hacía
un año más o menos.
Había encontrado un trabajo bien retribuido y qui­
so independizarse y liberarse de su familia.
No sirvieron las recomendaciones y consejos.
«Yo sé muy bien lo que hago. Lo he pensado muy
bien. Soy mayor de edad...» era siempre su respuesta.
No pretendo decir que no tuviera ciertas razones
para «liberarse». Sus padres no habían sido precisa­
mente un ejemplo de comprensión y actitud abierta y
liberal. Más bien todo lo contrario.
Péro aquella muchacha había tomado su decisión
apoyándose en que sabía muy bien lo que hacía y,
como suele suceder, las cosas no resultaron como ella
había pensado y planeado.
Había conocido a un joven poco mayor que ella.
Después de llenarse de ilusiones de futuro, el presente
se le hundió bajo sus pies. No sólo perdió al joven sino
que también perdió su trabajo.
¿Qué se le podía decir ahora?
Ella era mayor, era libre, según se había encargado
de repetir ella misma al independizarse.
¿Habría que buscarle una solución a su estado?
¿Qué sería lo más acertado?
Antes de ayudarle a encontrar una solución, tenía
que ver y reconocer el proceso de sus decisiones y sus
consecuencias. Sobre todo tenía que aceptar las conse­
cuencias de su comportamiento.
De momento eso era lo más importante. Sobre esa
base bien claramente reconocida y aceptada se podían
buscar salidas al problema
Era indispensable que asumiera los hechos y su
responsabilidad. Era la única postura honrada y alec­
cionadora.
Si se había sentido suficientemente capaz para to­
mar su decisión hace un año, contra los consejos y ad­

128
vertencias que se le hicieron, ahora debía ser capaz
también de asumir las consecuencias.
El uso del libre albedrío es así. Libertad para elegir
y decidir y también para asumir las consecuencias.
A veces este reconocimiento y aceptación puede re­
sultar doloroso. Pero es la mejor terapia. Es la mejor
enseñanza.
Cada uno puede y debe aprender de la experiencia
si es honesto y sincero consigo mismo.

AMAR SOBRE TODO Y ANTE TODO.


AMOR PROFUNDO

Nadie podrá ser feliz jamás sin amar.


La felicidad es siempre proporcional y relativa a la
profundidad del amor.
La felicidad máxima está en el amor perfecto.
Al margen de las diversas clases específicas de
amor en relación con el ser amado, hay dos niveles
de amor: el amor superior que tiene su origen en la pro­
fundidad del ser humano y el amor relativo o de perso­
nalidad que tiene su base y fundamento en el hecho de
consideramos las personas individualidades persona­
les separadas.
Yo sé muy bien que el amor desde la profundidad
del ser no es el amor con que nos desenvolvemos en la
vida diaria. Pero no puedo dejar de hablar de él porque
así lo siento y porque ese amor es la perfección a la que
estamos llamados todos los humanos aunque estemos
muy lejos de ella. Además, este amor superior es la base
de todas las clases y de los restantes niveles de amor.
Luego hablaremos del amor en el nivel de la perso­
nalidad, que es el amor con que funcionamos y nos de­
senvolvemos casi siempre en nuestra vida concreta es­
pacio-temporal.
El amor superior que surge del ser profundo no tie­
ne fisuras ni altibajos ni sombra alguna.
Es la conciencia de Unidad con todos y con El
Todo.
129
Quien ama desde el ser profundo de sí mismo se
siente Uno con cada una de las personas, con cada una
de las cosas.
Quien ama desde el ser profundo siente el Universo
en sí. Siente que todo es Uno.
Es la conciencia y el sentimiento de que todas las
formas infinitas de los seres del Universo no son sino
ropajes, apariencias y formas diversas del mismo ser.
La base existencial de cada ser es el Ser Absoluto,
que es Uno y Único.
Todo lo que vemos de diverso en los seres existen-
ciales son formas accidentales, sombras, siluetas, apa­
riencias diversas del mismo Ser.
Únicamente quien llega a la comprensión o intui­
ción clara de la Unidad, quien vive habitualmente con
esa conciencia de unidad puede amar con la perfec­
ción del amor profundo del ser.
No basta con entenderlo intelectualmente. Es nece­
sario que esa conciencia de unidad sea una realidad vi­
tal en la vida diaria, que todo se viva con ese espíritu y
sentido de unidad.
Los místicos, tanto occidentales como orientales,
veían, sentían y vivían al Ser Absoluto en todo.
Para ellos, las cosas, los animales, todas las personas,
no eran sino manifestaciones diversas del Absoluto.
Sentirse Uno con una planta, con una roca, con un
pajarillo, con todas y cada una de las personas que vi­
ven o pasan junto a nosotros, con todo y con todos, es
tener conciencia de unidad.
Eso es el amor profundo desde el Ser.
Eso es el amor perfecto.
Eso es la base de la felicidad completa y perfecta.
Los demás grados de felicidad son variables y ad­
miten siempre un más o un menos.
Alguien podrá preguntar: ¿y quién ama así? ¿Hay
alguien que viva con ese sentido de unidad?
Es evidente que no son muchos. Pero siempre ha
habido y hay personas que viven así. Quizás no salgan
en las páginas de los diarios y revistas, no tengan fama
ni popularidad. Pero son personas normales como
cada uno de nosotros, aunque más desarrolladas.
Francisco de Asís daba golpecitos con su bastón a
las hierbas y flores del campo diciéndoles que se calla-

130
ran, que no le gritaran, que ya sabía que ellas eran la
manifestación de Dios o Dios manifestado en ellas.
El mismo Francisco veía y sentía que cada persona
era expresión viva de Dios. No sólo lo veía en el rostro
cándido de un niño o en la bondad y cordialidad de al­
gunas personas justas y santas sino también en el in­
justo, el torturador, el malvado y el antipático.
El Absoluto también se manifiesta en las deformi­
dades, en la fealdad y la anormalidad.
El Ser y los seres no son Uno solamente en lo que
vemos de apariencia buena y bella. El Ser es Uno tam­
bién en todo lo que nos desagrada. Allí también hay
que ver y sentir al Ser Absoluto o Dios como base de lo
que llamamos deforme o feo o enfermo o malo.
Ver al Ser Absoluto o Dios en la sonrisa de un niño
o en un perfumado jazmín o en la sublime belleza de
un atardecer de primavera, o en la mariposa multico­
lor o en los acontecimientos gratos, bellos y armonio­
sos, resulta fácil.
Pero no resulta tan fácil ver el rostro del Dios bue­
no y amoroso en la furiosa destrucción de un volcán
en erupción, en el cruel dolor de un canceroso, en la lí­
vida cara de un enfermo de SIDA, en la obscena vileza
de un violador o en la ferocidad mortal de un animal
salvaje.
EÍ Ser Absoluto también se expresa a través de todo
ello. Si Dios es Absoluto lo es en todo y no sólo en lo
que me parece agradable y bello.
A muchos puede resultarles difícil de entender.
Pero basta con mirarlo detenidamente y todo aparece
como lógico y necesario.
Los orientales representan a Shiva como el Dios de
infinitas caras y manos. Ésa es la verdad.
La idea del Dios falso que se nos ha inculcado se re­
fiere a parcialidades del Ser Absoluto según la conve­
niencia o adaptación a nuestra mente humana limita­
da y egocentrada.
El Ser Absoluto o Dios es Todo.
Nada hay ni puede haber fuera de Él. De lo contra­
rio no sería absoluto.
Él es la base de todo. No sólo de lo que nos resulta
bello, bueno y agradable sino también de lo repugnan­
te, cruel y desagradable.
131
Tenemos por negativo y llamamos malo todo aquello
inconveniente q ingrato. Es el juicio mental humano.
Las cosas, la realidad en sí misma, son siempre
buenas. Es lo que tiene que ser.
Quien sabe ver y comprender que todo, tanto lo que
llamamos bueno y bello como lo que llamamos malo,
feo y desagradable, son diversas formas o manifesta-
cionés del mismo Ser Absoluto, tiene conciencia de
unidad.
Y sólo quien tiene conciencia de unidad es amor y
respira amor.
Sólo quien tiene conciencia de unidad ve y siente a
todos en sí y a sí en todos.
Quien tiene conciencia de unidad sabe que somos
Uno, que somos Amor. En él no hay lugar para el de­
samor.
El desamor es propio de la dualidad, de la división,
de la rivalidad.
Sabemos que aún en el concepto más común y ge­
neralizado entre las personas, amor significa siempre
tendencia a la unión con otro.
Hay armonía y paz cuando hay acercamiento, deseo
de unión. Por el contrario la desarmonía y la guerra se
manifiestan en alejamiento y distancia.
Vivir con sentido de unidad es vivir con amor.
No solemos vivir en nuestra vida diaria según este
sentido de unidad, de amor profundo. Pero estamos
llamados a ello.
Solemos relacionamos y amamos con ese amor re­
lativo o de personalidad.
Pero aun dentro de esa clase de amor no perfecto
o relativo hay grados y niveles diversos. Y aun rela­
cionándonos con amor de personalidad podemos
conseguir amar con un amor de generosidad cada día
más limpio de egoísmo y más perfecto, como veremos
luego.

132
AMOR RELATIVO O DE PERSONALIDAD

Nuestro ser profundo o verdadero se expresa a través


de nuestra personalidad.
Aunque no es la personalidad nuestra auténtica
realidad, es a través de ella que nos manifestamos.
Por lo tanto hemos de estudiar el mecanismo con
que expresamos nuestro amor por medio de la perso­
nalidad.
Este amor es cambiante como las formas a través
de las que se expresa. Pero tiene su base y fundamento
en el amor absoluto, inmutable que somos.
El amor de personalidad se fundamenta en la dua­
lidad. En él hay un sujeto que ama y un objeto o per­
sona a quien se ama.
El Ser es Uno, pero sus manifestaciones son múlti­
ples.
Este amor relativo con el que habitualmente fun­
cionamos y nos amamos consiste en dar y recibir. Un
sujeto que da y otro que recibe.
Así como el amor profundo que somos en el fondo
no tiene fisuras ni defectos, este amor relativo de per­
sonalidad sigue los vaivenes de nuestra personalidad
cambiante.
Sabemos que nuestra personalidad se manifiesta
en tres niveles: el físico, el afectivo y el mental o inte­
lectual. Y por consiguiente en esos tres niveles se ma­
nifiesta también nuestro amor.
El amor de personalidad podríamos definirlo como
una tendencia, un impulso o sentimiento hacia todo
aquello que es apetecible, deseable o útil.
Existe en la persona humana una tendencia natural
hacia todo aquello que es útil o conveniente para su
subsistencia física individual. Todo aquello que resulta
útil o placentero para el organismo físico constituye el
objeto del amor físico de la persona.
Cuando esta tendencia es no sólo para la subsisten­
cia personal sino de la especie, nos encontramos con lo
que suele llamarse el amor sexual.
Pero la persona no tiene únicamente necesidades
133
físicas o biológicas. Tiene también apetencias de rela­
ción, de compañía, de comunicación.
Así, se observa que la afectividad es el sentimiento
por el que la persona busca la compañía de otra que le
resulta amable y deseable por el sentido natural de so­
ciabilidad. Sería éste el amor afectivo. Es el gusto y
deseo de compenetrarse con otra persona.
Es este aspecto de la personalidad en el que princi­
palmente consiste lo que llamamos el amor humano.
Es también aquí, en este aspecto de la afectividad,
donde se desarrollan todos los problemas amorosos de
la relación humana.
En el nivel mental o intelectual de la personalidad,
el objeto de amor lo constituye la verdad.
El ser humano busca y ansia en todo momento co­
nocer la verdad de todo cuanto percibe, tanto de sí
como de su entorno.
La verdad ha sido y es para algunas personas el
objeto de búsqueda más importante en su existencia.
El amor a la verdad constituye para estas personas el
amor de su vida.
La persona humana tiende de estas tres maneras a
buscar aquello que le es útil y necesario.
A esta tendencia de buscar todo aquello que le con­
viene y le es útil tanto a nivel físico u orgánico como
afectivo y mental lo llamamos amor relativo de perso­
nalidad.
Amor, porque es una tendencia a la unión con algo
o alguien. Y relativo, porque sigue habiendo dualidad.
No hay unidad total. Existe, además, en el fondo de
esta clase de amor, una tendencia egocentrada en la
que por una parte se tiende a la unión, al amor, y por
la otra a mantener la separación de la propia persona­
lidad individual de la persona amada.
Cuando la persona desarrolla su conciencia tam­
bién va superando esa tendencia egocentrada y busca
la unión con la otra persona no por su conveniencia o
utilidad propia, sino por el bien, la belleza y la verdad
en sí mismos.
Ésta es la fase superior del amor de personalidad
que representa la madurez de la persona. Es el momen­
to en que ya no ama a la otra persona por su propio bien
y utilidad exclusivamente sino que tiende a unirse con
134
ella para comunicarle, para darle lo que él o ella siente
que puede comunicarle: su voluntad o energía, su cor­
dialidad y felicidad, y la verdad o comprensión que él o
ella sabe y siente que es en el fondo de sí mismo.
Éste es el nivel superior, generoso, del amor de per­
sonalidad. Y éste es o debe ser el objetivo que cada uno
debe proponerse en toda relación humana.
Todo amor es bueno. Incluso el amor inferior físi- ■
co a las cosas. Y todo hay que asumirlo como la natu­
ral y lógica expresión y manifestación del Ser o Dios a
través de nuestra personalidad en sus diversos niveles
de desarrollo y evolución.
La naturaleza no da saltos sino que se desenvuelve
gradualmente.
Así el niño comienza su vida con ese amor elemen­
tal egocentrado. Eso es lo perfecto en él.
Lo anormal es que la persona siga con su amor
egoísta infantil toda su vida pretendiendo ser el centro
del universo.
El niño es chupón. Su deseo natural es chupar y sa­
car todo lo que le es bueno para sí. Sólo busca recibir.
Pero hay personas mayores que siguen siendo chu­
ponas toda su vida. Siguen esperando recibir y recibir
sin darse cuenta de que su misión es dar.
Esas personas están detenidas y fijadas en la edad
infantil sin desarrollarse, sin madurar.
Los problemas de amor son todos problemas del
amor inferior egocentrado.
Cuando la persona se desenvuelve en un nivel supe­
rior de conciencia puede tener altibajos en su estado
de ánimo porque siempre aparecen sombras en el cie­
lo de su alma. Pero comprende y se da cuenta de que
son tironeos de las tendencias inferiores que siempre
están presentes mientras vivimos esta existencia física
espacio-temporal.
Como en casi todos lós aspectos de la vida humana,
no existe aquí tampoco una línea divisoria entre el amor
inferior y superior de la personalidad. El estado de la
persona va gradualmente cambiando y evolucionando y
tiene sus momentos de mayor generosidad, que se alter­
nan con ciertas actitudes egoístas en otras situaciones.
La evolución de la personalidad consiste precisa­
mente en ir poco a poco comprendiendo que más allá
135
de su bien, de su utilidad y conveniencia, está en algu­
nos casos la del otro, la de la persona amada. Entiende
y comprende que también la persona amada tiene sus
propias necesidades y apetencias.
Incluso, cuando la persona va creciendo y madu­
rando se da cuenta de que no sólo debe amar y buscar
lo que es conveniente para sí y para la persona amada
sino que también debe amar El Amor en sí mismo.
Cuando llega a esta comprensión y vivencia se pue­
de decir que la persona está en el camino práctico y
efectivo de su realización personal.
Conviene ver claro que aun dentro del amor gene­
roso y superior de la personalidad existe el riesgo de
que una persona ame generosamente a otra pero se
quede apegada y dependiente de ella o del gusto mis­
mo de amarla.
Es ésta una tendencia normal dentro del accionar
de las personalidades. La persona, incluso cuando
ama generosamente a otro, tiende a buscar su propio
bien o satisfacción. En estos casos o bien se queda de­
pendiendo de la persona objeto de su amor o queda
apegada y prendida del gusto o placer que siente al
amar.
En el primer caso puede atarse ella misma a la per­
sona amada o intenta que la persona amada dependa,
quede dependiendo de ella. Se está así conculcando
un principio fundamental del amor como es la liber­
tad.
El amor verdadero debe liberar tanto a quien ama
como al que se ama.
El amor verdadero jamás esclaviza, somete o con­
trola.
El amor en sí mismo es dulce, placentero y gozoso.
Y quien ama de verdad debe estar alerta para no que­
darse prendido y encandilado por el gusto de amar.
Hay quienes sirven «por el gusto de servir» y aman
«por el gusto de amar».
¿Amarían y servirían si no sintieran el gusto de ser­
vir y amar?
Se debe servir y amar porque ésa es nuestra natu­
raleza, ésa es la esencia de nuestro ser, sin depender de
la persona amada ni siquiera del gusto que se siente al
amar y servir.

136
Si se analiza con sinceridad y calma, veremos que
es aquí,, en esto, donde radican muchos o todos los pro­
blemas de celos y apegos amorosos.
Muchas personas no aman ni viven en libertad por­
que son prisioneros o juguetes del apego de su amor.
Muchos aman con intención de amor generoso.
Tanto, que serían capaces en algunos casos de dar su
vida por la persona amada. Pero de hecho Son prisio­
neros de su propio amor o del objeto de su amor. Y por
más que se quiera cantar y ensalzar esa esclavitud de
amor, toda esclavitud o dependencia es signo de un
amor no puro, no totalmente auténtico.
O se transforma y purifica ese tal amor-esclavitud o
estará siempre expuesto a los vaivenes del estado de
ánimo y quizás hasta condenado al fracaso.
El amor, para que sea fecundamente gozoso, ha de
liberar tanto a quien ama como a quien es amado.
Cuanto más va madurando la persona en su evolu­
ción, más libremente ama y menos dependencias tiene
con respecto a la persona amada.

AMOR CELOSO O CELOS DE AMOR

Es muy frecuente oír: ¡Ah!, mi marido es muy celoso.


Lo dicen algunas señoras con aire de orgullo como
queriendo decir: está muy enamorado de mí.
Los celos son el signo más evidente de un amor pobre.
Tiene celos quien no tiene seguridad en el amor que
le tiene la persona amada. Teme perder a la persona
amada como objeto de posesión. Piensa: esa persona es
mía y tengo miedo de que alguien me la quite.
Es evidente que su «ego» teme ser sustituido por
otra persona. Es su orgullo el que se siente en peligro.
Considerar a la persona amada como objeto de po­
sesión es uno de los grandes disparates sobre el con­
cepto del amor.
El amor verdadero no intenta jamás poseer a nadie.
Solamente los burdos egoístas intentan poseer y
apropiarse de la persona amada.
137
El celoso no sólo se ata y se esclaviza a la persona
amada sino que trata de esclavizarla impidiéndole vi­
vir y amar en libertad.
El celoso no confía ni en su amor ni en el de la perso­
na amada. Su amor quizás sea intenso pero no profundo.
Quien ama en profundidad no teme nada. Sabe que
el amor que siente hacia la persona amada está arrai­
gado en su propio ser, que es amor. Y éste permanece
incluso en ausencia de la persona amada.
El amor celoso es posesivo. Y toda posesividad es
egoísta y egocentrada. La persona celosa piensa que el
amor de la persona amada hacia ella es tan endeble y
pobre como el suyo. Y desconfía de tal amor. Por eso
vive con temor habitualmente.
Entre los juegos del amor hay uno sutil en el que
una de las personas trata de parecer celosa para que su
pareja crea que la ama intensamente. Pero esta clase
de juegos, tarde o temprano mostrará la verdad de fon­
do sin hipocresías vanas.
El amor de verdad jamás es celoso sino confiado y
generoso.

¿CUÁNDO SOMOS LIBRES?

El hombre clama por ser libre.


Quiere ser libre pero se resiste a romper las ama­
rras y ataduras que lo atan y sujetan.
Pero ¿en qué consiste la libertad?
El libre albedrío es la capacidad con que nace el
hombre para ser libre.
Pero desde que nace está envuelto en una maraña
de condicionamientos que le van a impedir usar ade­
cuadamente esa capacidad del libre albedrío.
Durante toda su vida el hombre va a estar con esta
tarea sobre sus hombros: liberarse de todos los condi­
cionamientos para poder ser libre.
Tiene libre albedrío pero no tiene libertad.
La libertad es o será el fruto lógico y natural del uso
correcto del libre albedrío.
138
Podemos afirmar que el hombre, la persona huma­
na es libre cuando realiza en sí su naturaleza. O, dicho
de otro modo, cuando se realiza como persona.
En términos religiosos puede decirse que el hom­
bre solamente es libre cuando cumple el plan de Dios
sobre sí. O en palabras más simples, cuando es bueno,
cuando es como tiene que ser.
El libre albedrío no da su fruto natural que es la li­
bertad cuando la persona obra y vive dependiendo de
condicionamientos mentales o instintivos físicos, psi­
cológicos o sociales...
Cuando el ser humano usa el libre albedrío para
otra cosa que no sea dar los frutos propios de su natu­
raleza, se encadena, se hace esclavo del error o, como
suelen decir en términos religiosos, del pecado.
Cuando el hombre obra impulsado por la ignoran­
cia, por la presión de condicionamientos físicos, psíqui­
cos o sociales, no está obrando libremente. Su acción
no es totalmente suya. Es en parte de sus condiciona­
mientos.
Su actuar es parcialmente inconsciente, ignorante
y dependiente. Pero debe asumir las consecuencias de
sus actos.
El hombre obra incorrectamente o deja de ser au­
ténticamente libre más por lo que no hace que por lo
que hace. Más por lo que no es que por lo que es. Es de­
cir, deja de actuar según su naturaleza consciente y
amorosa. Y actúa por su inconsciencia e ignorancia.
Actúa impulsado por fuerzas e influencias ajenas a sí
mismo.
Todo hombre, todo ser humano, tiene libre albe­
drío, pero pocos, muy pocos son libres.
Solamente es libre el hombre realizado, el ser hu­
mano que vive su verdadera y auténtica realidad de in­
teligencia-amor que es su naturaleza.
No somos felices por tener libre albedrío sino por
haber llegado a la libertad con el correcto uso de él.
La tarea principal de todo ser humano en la vida
consiste en liberarse.
Liberarse ¿de qué?
De todos los condicionamientos, de todos los ape­
gos, de todas las tendencias que le impulsan a vivir ale­
jado de esa inteligencia-amor que él es.
139
Cuando actúa y vive traído y llevado por sus ape­
gos, dependencias, atracciones o repulsiones instinti­
vas y automáticas está ejerciendo el libre albedrío,
pero no recoge el fruto natural y verdadero de su natu­
raleza, que es la libertad, sino que elige esclavizarse a
sus ciegos condicionamientos externos o internos.
El ámbito de la libertad, tal como se plantea al ha­
blar de libertades políticas, sociales, etcétera, es tan li­
mitado y reducido que llega a ser poco menos que es­
téril, mientras no consiga liberarse interiormente de
los condicionamientos personales que esclavizan al
hombre angustiosamente.
Se debe distinguir con claridad el libre albedrío
como capacidad de obrar libremente y la libertad como
fruto natural y propio de él, sabia e inteligentemente
usado y ejercido.
Cuando la persona actúa sin presión ni condiciona­
miento alguno, es natural y espontáneamente expre­
sión de su naturaleza consciente y amorosa. Está libre
de influencia alguna ajena a sí misma.
Pero la persona suele aferrarse a hábitos, apegos
personales, ideológicos, etcétera, y esas dependencias
le alejan y desvían de la expresión de su verdadera na­
turaleza.
El amor con apego esclaviza.
El amor, como expresión natural y directa de nues­
tra naturaleza, libera.
El amor con apego es un amor enfermizo.
Algunos piensan que por sentirse más apegados a
una persona aman más. Y no es así. La otra persona se
constituye entonces en objeto o medio para amarse a sí
mismo o satisfacer su complacencia amorosa atándose
y esclavizándose a ella.
Cuanto el amor es más verdadero, más libre hace
sentirse a la persona que ama y a la persona amada.
Son tantas y tan variadas las esclavitudes que va­
mos creándonos, que nos privamos del gozo de la ver­
dadera libertad.
Todo apego lleva aparejado miedo. Y el miedo es a
su vez, un gran impedimento para amar de verdad.
Cuando se enseña o inculca el «santo temor de
Dios» (que nunca puede ser santo el temor) nos están
apartando del amor.
140
Cuando una persona se conoce bien a sí misma y co­
noce al Absoluto o Dios que es él fundamento de todo
cuanto existe, no sólo no puede temer nada sino que se
siente impelida a amar sin condiciones y sin trabas.
El amor nos atrae para ser libres.
Las ataduras y apegos o dependencias de condicio­
namientos externos, mentales o apetencias físicas nos
impiden ser libres.
En un momento determinado de la vida, la persona
se da cuenta de que está viviendo condicionada, no li­
bremente. Ése es el momento de liberarse de toda ata­
dura y condicionamiento.
Cada uno ha de ver por sí mismo lo que es ser libre
de verdad.

TU RELACIÓN CON LOS DEMÁS

Todos estamos en contacto o tenemos relación con


otras personas en mayor o menor grado.
Por lo general las buenas relaciones humanas sue­
len ser, tanto cuantitativa como cualitativamente, bas­
tante deficientes.
Hay personas que para evitarse problemas de rela­
ción adoptan una actitud diplomática, precavida, cau­
ta y reservada. Tal actitud no puede llamarse una ver­
dadera y auténtica relación humana.
¿Por qué surgen tantos problemas en la relación
humana?
Porque en ella no se busca sencilla y llanamente el
contacto cálido personal de la otra persona sino algún
interés concreto o la autoafirmación personal.
En muchas relaciones suele existir el deseo implí­
cito de sentirse aceptado y admirado por otros como
un espaldarazo de su valía personal. No se sienten va­
liosos por sí mismos y necesitan la aceptación ajena.
Normalmente no aceptamos a las personas tal
como son sino como quisiéramos que fueran. Ahí está
la causa de muchos choques, enfrentamientos y dis-
tanciamientos.
141
Es una injusta pretensión determinar cómo debe
ser el otro. Bastante tienes con saber cómo debes
ser tú.
Muchas relaciones no funcionan porque uno, o qui­
zás ambos, no están tratando con tal persona sino con
la imagen previa que se formaron de ella.
Existe una actitud siempre peligrosa.
Es la de aquellos que creen siempre saber lo que le
conviene al otro.
Aunque no se lo pidan, se convierten en consejeros
y maestros orientadores.
¡Dios nos libre de los que siempre saben lo que nos
conviene!
Son los redentores paternalistas, los que te aconse­
jan siempre «por tu bien» e indirectamente amenazan
con tropiezos y fracasos si no sigues sus consejos.
Suele ser una disimulada manera de autoafírma-
ción del consejero, que en el fondo necesita más ayuda
que el aconsejado.
Algunas personas necesitan sentirse superiores y se
arrogan el derecho de saber lo que el otro necesita. Es
la proyección de la propia necesidad.
Quien quiera ayudar a otros, limítese a hacerle ver
las cosas que tal vez no logra ver con claridad, para que
él decida por sí mismo con su capacidad de discerni­
miento y decisión.
Es preferible que se equivoque decidiendo por sí
mismo a que acierte siendo una marioneta manejada
por otro.
Quien ama a otro no lo deja en la estacada en los
momentos difíciles. Pero no le da derecho a inmiscuir­
se en sus decisiones.
En cualquier relación humana normal uno ha de
tener un sincero deseo del bien de la otra persona. Pero
sin imponerle lo que debe hacer, menospreciando su
capacidad de decisión.
Se da también el caso en algunas relaciones de
quien abusa de la otra persona utilizándola para satis­
facer sus veleidosos caprichos infantiles.
La prudencia, la sindéresis y el sentido común de­
ben presidir toda relación humana.
Podemos ser más felices con relaciones más feli­
ces.

Í42
«TE CONOZCO MUY BIEN»

«Yo conozco muy bien a las mujeres o a los hombres.»


«A ése lo conozco muy bien», «a esa clase de gente la
conozco muy bien...» son expresiones que oímos con
frecuencia.
En esto como en tantas otras cosas hay que tener
presente aquello de: dime de qué te glorias y te diré de
qué careces.
Cuando uno dice: te conozco muy bien, ¿qué es
realmente lo que conoce de él o de ella?
Quizás conozca las reacciones automáticas que
suele tener en algunas ocasiones. Pero no mucho más.
Cuando uno trata de conocerse a sí mismo se da
cuenta de la dificultad que implica dicho conocimien­
to. Por lo que difícilmente se jactará de conocer a los
demás. Quienes lo hacen son los que todavía no han lo­
grado conocerse a sí mismos.
Los «yos» o «egos» con que funciona la persona en
las distintas ocasiones son tan variados y diversos que no
es fácil saber qué actitud va a tomar en cada situación.
Las personas que realmente se conocen a sí mismas
y conocen su propio juego de «egos» no se atreven a
hacer esas afirmaciones pretenciosas: yo te conozco
muy bien, etcétera.
Conócete primero a ti, y cuando lo consigas no te va­
nagloriarás de conocer a los demás, aunque es entonces
justamente cuando puedes empezar a conocerlos.
Y si aún no te conoces a ti, ¿por qué alardeas de co­
nocer a los demás?

CARAS TRISTES Y SERIAS

Hay muchas caras serias, duras, tristes, dramáticas...


Cada una tiene su propia causa, su motivo distinto.
La ansiedad, la envidia, la ambición, el desamor, la
desilusión, el fracaso, la frustración, el desaliento...
143
Y todos los motivos tienen un denominador co­
mún: la ignorancia.
Se ignora que nada exterior puede llenar el corazón.
Se confía y espera encontrar plenitud en el vacío,
calor y gozo en el duro metal de las cosas, alegría per­
manente en los goces inestables y huidizos...
Se ignora que la demanda infinita de Lo Superior no
puede saciarse con insustancialidades momentáneas.
Hay muchas caras tristes y serias.
Faltan rostros serenos, pacíficos, bondadosos y lu­
minosos.
La ambición ciega los corazones y seca la alegría en
los labios.
En las calles, en el trabajo, en las oficinas, en la
casa, falta calor de cordialidad y sobra desconfianza.
¿No será que cada uno espera de los demás lo que
él mismo no está dispuesto a dar?
Si cada uno tuviera por lo menos limpieza de men­
te y sencillez de corazón se lograría que los rostros se
abrieran a la paz y la alegría.

ACTITUD POSITIVA TOTAL Y SIEMPRE

A veces me pregunto por qué habiendo tantos méto­


dos, cursos, técnicas, terapias, para mejorar las actitu­
des de las personas, los resultados prácticos y concre­
tos son tan escasos.
Algunos métodos ciertamente suelen dar resulta­
dos positivos para el cambio de actitud en las perso­
nas. Pero la mayor parte de esos cambios suelen ser
superficiales y pasajeros.
Personas deprimidas van a un curso y salen «cam­
biadas», eufóricas. Pero a las pocas semanas o, a lo
máximo, meses, vuelven a su estado depresivo ante­
rior.
¿Qué ha ocurrido? Que el cambio no fue de la per­
sonalidad total sino de una parte de ella.
El cambio, el trabajo que hicieron, no fue malo sino
parcial. Cambiaron temporalmente su actitud mental.
144
Pero no hubo cambio de fondo. No hubo una com­
prensión profunda desde la inteligencia superior con
la consiguiente aceptación de la realidad, sino que el
cambio se hizo en la mente superficial por más que se
hiciera en el nivel mental de las ondas cerebrales en
frecuencia Alfa.
Mientras las ideas sembradas en la mente durante
los días que duró el curso se mantuvieron presentes y
activas, la persona tuvo una actitud positiva ante la
vida, ante su vida. Pero al irse debilitando y olvidando
su efecto, apareció nuevamente las fuerza de los hábi­
tos subconscientes negativos.
Aun en el caso de programar su mente en el nivel
cerebral Alfa, la fuerza de los hábitos grabados duran­
te años en su mente no es destruida por una o dos sim­
ples grabaciones por más que sean en ese nivel ideal de
frecuencias Alfa.
La mente subconsciente no se cambia por la pro-
• gramación contraria a la que ya se tenía.
Es necesario e imprescindible el reconocimiento y
aceptación consciente y activa de todo lo negativo gra­
bado anteriormente.
Es necesario reconocer que esa mente negativa que
durante largo tiempo ha estado dominando mi actitud
en la vida ha sido la causa y origen de tantos errores y
estados depresivos como son todos los miedos, las en­
vidias, ambiciones, los complejos y todos los estados
negativos que deseo corregir.
Todo ese contenido negativo de la mente subcons­
ciente no se sustituye por otro positivo mientras no se
haya destruido previamente. Y eso es lo que hace el re­
conocimiento y la aceptación conscientes. Cuando se
reconoce con toda claridad la torpeza, la negatividad y
sobre todo la falsedad de lo que se había admitido
como verdad, todo aquel contenido subconsciente se
cae y disuelve por sí mismo. Para ello hay que ser hu­
mildemente sincero, reconociendo que uno ha estado
gobernado como si fuera una marioneta sin voluntad.
Así pues, todas nuestras actitudes negativas pueden
cambiarse en positivas, mediante una comprensión de
nuestro ser total y no sólo a nivel mental.
Recuerdo aquel profesor de Universidad. Era tímido
y no muy agraciado físicamente. Tenía complejo de feo.
145
Vino con su problema y me dijo: he ido a un curso
y en él me dijeron que debía repetirme cada día mu­
chas veces al día tratando de creérmelo: soy guapo, soy
tan apuesto y bien parecido como todos mis compañe­
ros. Pero por más que lo repito no me lo llego a creer.
De hecho sigo con la misma timidez de siempre.
Le dije que lo peor que podemos hacer es mentir­
nos y engañamos. Si eres feo reconócelo con sinceri­
dad. No pasa nada con ser feo o barrigón o calvo. No es
ningún delito. Aparte de que los valores de fealdad y
belleza son muy relativos.
Hay que empezar por aceptar las cosas tal como son.
Si uno está identificado con su cuerpo, todo lo rela­
cionado con el cuerpo tendrá mucha importancia y si
se siente feo lo sentirá como una tremenda desgracia.
Este es por lo tanto el otro paso que hay que dar:
desidentificarse del cuerpo. Convencerte de que tú no
eres tu cuerpo.
Cuando vayas comprendiendo y reconociendo la
totalidad de ti y te des cuenta de que ser feo es un as­
pecto muy parcial de ti y no precisamente tan impor­
tante, sabrás que eres feo pero entenderás que eso no
tiene por qué pesar lo más mínimo en tu vida, ya que
estarás valorando otros aspectos de ti que son muy su­
periores.
Se trata pues, de aceptar las cosas tal como son y
luego comprenderte total e íntegramente.
En nuestro mundo moderno hay mucha prisa para
todo. Por eso se ofrecen métodos y técnicas comercia­
les supuestamente para «cambiar a las personas» en
tres o cuatro días o semanas.
La realización y transformación personal es un tra­
bajo lento pero factible, muy positivo y profundamen­
te gratificante y útil. Pero requiere atención, trabajo
constante y una gran dosis de aceptación y paciencia.
El cambio de la persona no será como pretende que
sea en muchos métodos o técnicas, un paso rápido de
la depresión a la euforia y el optimismo superficiales,
sino un cambio de nivel de la conciencia de ti sobre ti
mismo, sobre el mundo en que vives y sobre los valores
absolutos.
Habitualmente las experiencias que vamos tenien­
do en nuestra vida diaria las solemos clasificar en po­
146
sitivas o negativas según sean agradables o desagrada­
bles.
El pensar que bueno o positivo es lo que agrada y
malo o negativo es lo que desagrada ya de entrada es
erróneo.
Recuerdo el caso de aquella señora que llegó de un
curso mental. El instructor les había propuesto o im­
puesto como norma para cada momento de su vida
este principio: obra y actúa siempre como te sientas
mejor. Haz lo que en cada momento te sea más agra­
dable.
Cada uno imaginará los desastres que puede aca­
rrear ese principio. Aun suponiendo que se excluyan
de este principio las cosas que son de obligación, aban­
donarse al principio de lo agradable o desagradable es
como someterse al dictado y tiranía de los sentidos su­
perficiales y veleidosos. Puede ser agradable pero erró­
neo y de consecuencias desastrosas.
Cuando una persona aprende a ver y comprender
desde la conciencia profunda, todo, aun lo que antes
podía parecer desagradable, se convierte en placentero
y gozoso. Porque se hace con lo mejor de sí mismo. El
gozo no está en la cosa o la acción en sí, sino en la mis­
ma conciencia gozosa con que se trabaja y actúa.
Cuando uno se da cuenta de que toda actividad de
la existencia puede ser, y lo es de hecho, realizadora,
todo se convierte en una sinfonía de gozo y alegría si se
hace con lo mejor de sí mismo.
Entonces no haces lo que agrada a tus sentidos sino
que todo lo que haces te resulta gozoso y agradable.
Haces con alegría lo que ves en tu conciencia que tie­
nes que hacer.
No es buena norma que las circunstancias y situa­
ciones que van desarrollándose en mi derredor dirijan
y gobiernen mi vida. No puedo ser como veleta en la
cima de una torre mirando siempre hacia donde so­
plan los vientos más favorables.
Yo no soy algo pasivo que es manejado por las cir­
cunstancias y los gustos del momento sin capacidad de
dirección y decisión. Yo haré lo que decida hacer.
Estamos acostumbrados a reaccionar automática­
mente a las circunstancias y situaciones de cada mo­
mento. Si son agradables reaccionamos con aceptación
147
y alegría. Si, por el contrario, son adversas tenemos una
reacción automática de disgusto, rechazo y frustración.
Hemos de aprender a no ser autómatas.
Hemos de aprender a no ser máquinas tragamone-
das. Según el botón que toques, así te responden.
¿Es posible aceptar todas las situaciones, incluso
las llamadas negativas o desagradables, con actitud
afirmativa y positiva?
Rotundamente sí.
No sólo se puede sino que es la actitud elemental, el
abecé para que una persona empiece a ser auténtica­
mente persona y no una veleta movida por cualquier
viento. Es el punto de partida para que una persona
empiece el camino de su realización personal.
Y no es sólo una actitud pasiva-receptiva la que se
requiere. No.
La actitud ante cualquier situación, por desagrada­
ble o desfavorable que sea, debe ser conscientemente
activa y transformadora.
Puede darse el caso de que ante una situación ne­
gativa uno se esfuerce y luche por convertirla en posi­
tiva y no lo consiga. Si la actitud con que he enfrenta­
do la situación es positiva, ya es suficiente.
Cuando uno hace lo que puede y tiene que hacer y
la situación sigue siendo desfavorable o negativa, se
obtiene siempre el éxito que podemos llamar interno o
de la acción misma.
No es el éxito del resultado sino de tu acción.
Estamos acostumbrados sobre todo en el mundo
occidental a catalogar las acciones en éxitos o fracasos
por el resultado.
Cada uno debe sentirse exitoso siempre que ha he­
cho lo que tiene o tenía que hacer y lo ha hecho con
lo mejor de sí mismo, con toda el alma. La actitud po­
sitiva y afirmativa es lo que cuenta y no sólo el resul­
tado.
Hemos de notar que aquí se trata de tener una acti­
tud positiva no Sólo mentid sino total, es decir, afectiva
con todo el amor de que uno es capaz y con la energía
de la mejor voluntad y entrega.
Debe darse una presencia total de la persona. Estar
todo yo presente física, afectiva, mental y espiritual­
mente.

148
No es posible que una persona llegue a su realiza­
ción personal, ni siquiera a sentirse ella misma, si se
divide, si no integra en una unidad esos aspectos de su
vida total: lo físico, afectivo, mental y espiritual.
Quizás resida ahí el fracaso de algunas técnicas o
terapias para el mejoramiento de la persona.
Recuérdese que la sabiduría oriental tiene desde
hace milenios las diversas clases de yoga para la realiza­
ción personal y armonía consigo mismo. Aunque cada
una de las clases toma como base uno de los aspectos de
la personalidad, como el Hata-yoga lo físico, el Bakty-
yoga lo afectivo y el Raja-yoga lo mental, cada uno de los
caminos debe hacerse con la persona total. Así, resulta
absurdo e incoherente llamar yoga a esas técnicas que
tanto están proliferando entre nosotros comercialmente
en que apenas si existe el barniz exótico del nombre de
yoga y ciertas posturas del cuerpo o asanas.
Ninguna actitud superficial o parcial, por positiva o
afirmativa que ella sea, cambiará a la persona en su to­
talidad.
El cambio de las ideas y pensamientos, si es a un ni­
vel profundo, puede y de hecho resulta efectivo en al­
gunos casos al menos por un tiempo. Pero para que sea
realmente práctico y duradero debe conseguirse una
actitud positiva total de la persona, con lo que se con­
sigue una verdadera transformación.

LAS DOS ESPONTANEIDADES

A todos nos gusta y nos cae bien la gente espontánea.


Se suele apreciar mucho la alabanza y el halago es­
pontáneo.
Se habla favorablemente de la autenticidad o es­
pontaneidad de la juventud moderna.
Pero existe una gran confusión sobre este tema.
Existe la espontaneidad instintiva, superficial, y la
profunda o del ser. La satisfacción de alguna apetencia
sensitiva egoísta está siempre en el origen y objetivo fi­
nal de la espontaneidad superficial.
149
La espontaneidad profunda, en cambio, es la efusi-
vidad inocente que brota de la exuberante y rebosante
plenitud interna de cordialidad amorosa.
La persona espontánea instintiva es automática e
inconsciente. Y a veces ofensiva y destructiva.
La profunda es lúcida, siempre positiva y responsa­
blemente creativa.
La espontaneidad superficial surge de las tenden­
cias ciegas del ego.
La profunda en cambio brota de la conciencia fe­
cunda de amor generoso. Siempre es inocentemente
creativa.
En la práctica de la vida diaria distinguimos con
claridad la una de la otra.
La espontaneidad conscientemente cordial y amoro­
sa es una música siempre serena y pacificadora que nun­
ca hiere ni protesta ni exige. Es pura donación generosa.
En la espontaneidad superficial frecuentemente
son el descontento y la exigencia su tónica dominante.
La persona madura realizada o en camino de reali­
zación se expresa siempre con espontaneidad cordial y
profunda.
Los inmaduros, en cambio, o no son espontáneos o
si lo son se expresan con gestos de rebeldía exigente e
irresponsable. Reclaman de los demás lo que primero
debieran exigirse a sí mismos.
Conviene no confundirse.
La espontaneidad del ser interno es el fruto sabroso
de la plenitud fecunda de nuestra naturaleza amorosa.
La espontaneidad superficial es una pose esnobista
irresponsablemente exigente y rebelde.
Cuando la persona evoluciona positivamente, va pa­
sando de la exigencia a la comprensión y de ésta a la
espontaneidad cordial y generosa.

SIEMPRE EL EQUILIBRIO

Tenemos una especie de complejo de péndulo. Siem­


pre vamos de extremo a extremo.
Unos ponen todo el énfasis de su vida en dar gusto
150
a sus sentidos físicos. Toda su existencia gira en buscar
los medios para satisfacer más y mejor sus apetencias
físicas.
Otros por el contrario niegan totalmente el derecho
de gozar de los legítimos placeres de los sentidos como
algo simplemente animal, bajo y rastrero.
Ni lo uno ni lo otro.
Ni la vida tiene como principal objetivo buscar la
satisfacción máxima de los sentidos ni el hacerlo es
algo denigrante.
Igualmente injusto es exaltar los goces sensuales y
sexuales convirtiéndose en una marioneta de sus de­
seos y pulsiones como el condenar todo el placer de los
sentidos y la actividad correcta del sexo.
Ambos extremos son profanaciones de algo tan im­
portante y bello como es nuestro cuerpo, el instrumen­
to que La Vida o Dios nos ha dado para manifestarnos
y expresamos en nuestra existencia actual.
Nuestro cuerpo es prácticamente la única propie­
dad verdadera y necesaria que «yo» tengo, junto con
mi mente o conjunto de pensamientos e ideas necesa­
rios para subsistir en esta existencia espacio-temporal.
Todo se reduce al uso «consciente de lo que somos»
y «lo que tenemos».
Cuando se pierde el equilibrio correcto en su uso, se
cae en la insatisfacción o la esclavitud de la dependencia.
La madurez psicológica de la persona es la garantía
del equilibrio tan necesario entre los dos extremos.

ENVIDIA

Era un hombre que tenía todo lo que se necesita en la


vida para vivir tranquila y cómodamente. Pero su vida
era un permanente tormento. Siempre creía que al­
guien tenía algo más que él y eso lo deprimía. No era
feliz porque era envidioso. Miraba su vida y sus bie­
nes siempre en comparación con los demás. Y siem­
pre había alguien que tenía algo más que él. No podía
ser feliz.
151
La envidia es uno de esos defectos que nadie quiere
reconocer en sí mismo.
Las personas reconocen fácilmente que son perezo­
sas, orgullosas, irritables, impuntuales, etcétera. Pero
casi nunca que son envidiosas. Y la envidia es uno de
los vicios más generalizados.
La envidia no es simplemente querer lo que alguien
tiene. Es alegrarse del mal ajeno y entristecerse por el
bien de los otros.
Se alegra del fracaso de los demás quien se siente
interiormente un fracasado.
Se entristece por el bien y el triunfo ajenos quien se
ha propuesto como ideal ser un personaje triunfador y
no lo ha conseguido.
La persona equilibrada y medianamente madura
vive las situaciones de su vida tal como son sin compa­
rarse con nada ni nadie.
Si uno tiene un fracaso en su vida ha de vivirlo
como tal sin ocultárselo ni disfrazarlo con una indife­
rencia boba u orgullosa.
Pero la persona consciente de sí se da cuenta de que
el fracaso ante los demás es un fracaso del «ego». Nun­
ca del «yo» verdadero.
Siente el tormento del fracaso quien está mante­
niendo en su existencia un personaje idealizado.
Quien está libre de un «ego» triunfador, cuando
algo le salió mal reconoce que fracasó, simplemente.
Pero no queda oprimido ni vencido por el abatimiento.
A quien tiene la meta de ser un triunfador le entris­
tecen los triunfos ajenos porque la ambición triunfa­
dora de su personaje ideal no se satisface con nada.
Siempre quiere algo más. Y siempre encuentra alguien
que sea más y triunfe más que él.
Mientras una persona no reconozca ante sí misma
su envidia, esa alegría secreta o inconfesable por el mal
o fracaso ajeno y esa tristeza o abatimiento por el triun­
fo y éxito de los demás, no la corregirá jamás. Porque el
mejor método para no eliminar un defecto es No reco­
nocerlo con sinceridad. Y a la inversa, el reconocimien­
to claro y sincero hace que fácilmente desaparezca.
La Verdad siempre nos libera.
Cuando uno reconoce que está dirigido y goberna­
do por la idea de ese personaje triunfador ideal que

152
quiere ser, ese personajillo vanidoso se disuelve y desa­
parece como una pompa de jabón.
Como siempre la solución de este problema, como
la de todos, está en reconocer ese «yo» falso que esta­
mos viviendo y vivir en cambio desde nuestra realidad
verdadera.
La felicidad se asienta siempre en esa verdad.

LA MANO INVISIBLE

No hay azar.
Tampoco hay destino ciego.
Todo está dirigido por una mano invisible, sabia y
bondadosa.
Lo que llamamos casualidad es la coincidencia de
hechos sabiamente dirigidos por la Conciencia Pura y
Absoluta de La Vida o Dios.
¿Cómo puede Dios, me decía una persona, ocupar­
se de millones y millones de acontecimientos simultá­
neos del Universo?
Es la ignorancia y limitación de nuestra mente la
que así piensa. Y se proyecta sobre La Vida.
«Ni un cabello de vuestra cabeza se cae sin la vo­
luntad de vuestro padre», decía el Cristo.
Falta mucho sosiego y paz en las mentes y los cora­
zones.
Cuando haces «lo que tienes que hacer», quédate
tranquilo.
Lo que ocurra después es lo que te conviene, aun­
que de momento no lo entiendas.
Esa mano invisible mueve los hilos de tu vida y de
toda vida con amor.
Todo es para tu bien. Jamás por tu mal.
Si haces «lo que no debes hacer» o no haces «lo que
tienes que hacer» puede sobrevenirte algo inconveniente
o negativo. Pero aun entonces tendrás que saber que la
mano invisible está dirigiendo ese inconveniente «para
tu bien»; para que comprendas que hiciste lo que no te­
nías que hacer o dejaste de hacer lo que tenías que hacer.
153
Serénate. Sosiégate siempre.
La mano invisible inteligente y bondadosa está
siempre dirigiendo tus pasos.
A veces tú te sueltas de ella. Te escapas.
La infinita mano, también entonces, dirige todo
para que tomes conciencia de tu huida, de tu ignoran­
te necedad.
Tranquilízate porque la bondadosa mano invisible
no castiga jamás. Únicamente dirige el castigo que tú
mismo te infliges cuando te sueltas, te alejas de ella,
cuando te escapas por caminos y derroteros desviados.
El efecto de tu huida te ofende a ti. No a ella.
Tú debes entonces reconciliarte contigo mismo re­
conociendo tu error. Tu castigo ya es tu propia huida.
Vive tranquilo.
Haz lo que tienes que hacer y sabe que todo lo de­
más está bien dirigido por la bondadosa mano invisi­
ble siempre para tu bien.

ME OCUPO MEJOR DE MÍ
CUANDO ME DESPREOCUPO DE MÍ

Me dijo un amigo sincero: tú hablas de centrarse en sí


mismo, de trabajar en buscarse a sí mismo... ¿No es
eso narcisismo, egoísmo o al menos una actitud ego-
centrada?
Tomar conciencia del centro de mí es totalmente
distinto de estar dando vueltas alrededor de mi ego.
Lo más opuesto a la conciencia de mí como centro
de mi ser, es el egoísmo.
El egoísmo es alejamiento de la verdad de mi cen­
tro. Es descentramiento. El ego es el falso y lejano
centro de mí.
Cuanto más sinceramente buscas La Verdad de ti,
que es el mejor modo de ocuparte positivamente de .
ti, más te despreocupas de tus cosas individuales, de tus
cualidades o defectos personales.
Quien está siempre pendiente de su adelanto o atra­
so está bajo la influencia de su ego, que quiere com­
placerse con sus cualidades y progreso.

154
El «yo» verdadero no necesita ocuparse en progre­
sar ni en autocomplacerse porque es ya la plenitud.
Que no nos aceptemos los altibajos de nuestra per­
sonalidad con entera sencillez y naturalidad y nos eno­
jemos con nosotros mismos al «vemos» defectuosos o
malos es una señal evidente de que no estamos en el
buen camino de nuestra transformación.
Estar atento al sujeto que trabaja, que respira, que
piensa, que siente, es acercarse a su centro verdadero.
Estar atento a lo que pasa en mí, a mis reacciones
ante una ofensa o un halago, ante una desgracia o un
éxito, ante una ingratitud o un gesto de amabilidad, es
discernir y descubrir si soy yo o es mi ego el que sufre
o se alegra.
Cuanto más me despreocupo de los éxitos o fraca­
sos de mi ego, mejor me estoy ocupando de mí, de mi
verdadero «yo».
Me doy cuenta de que cuanto más alto y elevado es
mi punto de mira más cerca estoy del Ser Absoluto que
anima mi ser verdadero y se expresa a través de él. En­
tonces las pequeñeces egoístas se me antojan tan mi­
núsculas y pueriles que hasta comprendo mi necia vani­
dad y preocupación insensata sin enojarme contra ella
como el fruto natural de mi egoísta individualidad vana.
Cuando vamos aprendiendo a despreocupamos de
los avatares de nuestra personalidad empezamos a go­
zar con naturalidad la plenitud de Ser Absoluto en no­
sotros, y entonces no nos queda más remedio que tomar
en broma y con humor nuestras insustanciales peque­
ñeces e incluso nuestras propias debilidades personales.
Un mal enemigo de nosotros mismos es el gesto
dramático con que muchos ven sus propios defectos y
fragilidades.
Quienes no tienen humor sobre sí mismos y no to­
man con humor las bromas que se hagan sobre sus de­
fectos y debilidades están muy pegados y subordina­
dos a su ego vanidoso que no admite bromas sobre él.
Cuanto más desarrolladas y más maduras están las
personas, más sentido del humor tienen consigo mis­
mas y todo lo que les afecta.
Los inmaduros en cambio no permiten que se les
toque ni remotamente lo que ellos entienden como su
fama o su honor.
155
La mejor manera de estar ocupados en lo esencial
de uno mismo es despreocuparse de las trivialidades e
infantilismos de nuestro ego.
¿Por qué hacer tanto drama con esas nimiedades ri­
diculas que sólo afectan al estúpido orgullo del ego?
Cuanto más te despreocupes de los necios y orgu­
llosos caprichos del ego, más te estarás ocupando de lo
mejor y más fundamental de ti.

INSEGURIDADES

Siempre buscamos fuera de nosotros algún apoyo.


Apoyo y seguridad económica con una buena cuen­
ta de banco o propiedades.
Apoyo y seguridad en una persona que te quiera.
Apoyo y seguridad en unas creencias religiosas.
Apoyo y seguridad en un consejero o psicoanalista.
Apoyo y seguridad en el aprecio de los amigos, co­
nocidos, vecinos...
Apoyo y seguridad en un seguro social de enferme­
dad, de la casa, de accidentes, de vida...
Apoyo y seguridad al poseer una casa propia.
Apoyo y seguridad en...
Cada uno sabe cuántos apoyos está necesitando.
No digo que no busques alguna protección, algún
respaldo, alguna seguridad.
Pero, ¿no estarás cayendo con tantos apoyos y se­
guridades en la inseguridad máxima?
¿No se han convertido todos esos avales y tutelas en
las cadenas y barrotes de tu cárcel?
La máxima seguridad externa es la máxima esclavi­
tud.
La máxima inseguridad externa es la libertad plena
y la máxima seguridad interna.
Cuanto más dependas y te ates a mil' cosas y ape­
gos, más inseguro y menos libre serás.
Cuando tengas seguridad interna necesitarás muy
poca seguridad externa.

156
III. Observando la vida

La mejor manera de ver La Verdad


y vivir la Felicidad es estar atento
a ti mismo en cada instante.
Tú eres presencia consciente.
JOAQUÍN, EL MIRADOR
DE LAS ESTRELLAS

No es un niño ejemplo de tranquilidad y sosiego preci­


samente.
Tiene cinco tiernos y limpios años.
Es inquieto, casi díscolo. Quizás por eso siento una
predilección especial por él.
Sus ojos dulces, tiernos y soñadores, suelen volar
vagando entre nubes de blancas ensoñaciones de ver­
dades imposibles.
Sus interminables preguntas siempre tienen un
¿por qué? final.
Lo observo con envidia, mientras su angelical fan­
tasía retoza alegre y libremente por sus espacios vírge­
nes e infinitos más verdaderos que nuestro racional y
sensitivo mundo esquemático y rancio.
Con gran dosis de coraje, sus padres han optado
por dejarle desarrollarse con esa amplia y casi total li­
bertad que yo hubiera querido tener.
Para los ojos extraños puede parecer frío e indife­
rente. Pero su infantil sensibilidad es delicada, sutil y
profunda.
Le gusta jugar con soldados de plástico, pero no
quiere ser militar.
Le pregunté: tú, ¿qué quieres ser? ¿Serás médico
como tu padre? ¿O te gusta ser piloto?
Sin dudarlo un momento, con una clara, evidente y
espontánea decisión dijo: yo quiero ser mirador de las
estrellas.
Yo quisiera que Joaquín no creciera. Pero La Vida
es evolución permanente y no puede detenerse.
159
Nosotros, los que nos pasamos la vida mirando ha­
cia abajo, los pragmáticos en los intereses y necesida­
des inmediatas, ¿podremos dejarle ser mirador de las
estrellas?
¿Por qué los mayores, circunspectos y realistas, he­
mos de romper el hilo que une a Joaquín con las estre­
llas?
Nos falta mirar las estrellas, ser miradores de las
estrellas como Joaquín.
Un día quizás quisimos ser, como Joaquín, mirado­
res de las estrellas. Luego, el sentido utilitario de los
mayores nos hizo mirar a la tierra y se frustró nuestro
sueño.
Al oír a Joaquín sentí, paradójicamente, al mismo
tiempo alegría, pena y envidia.
Alegría por la fresca espontaneidad de su anhelo.
Pena, al pensar que nosotros, los sensatísimos ma­
yores realistas, truncaremos en flor su vocación autén­
tica e ideal.
Envidia porque hemos perdido la limpia mirada
para mirar las estrellas y ese mundo puro, insondable
e infinito de Joaquín.

YO = TÚ

En muchos problemas matemáticos al final se llega a


igualdades o identidades como éstas o semejantes: a = 1
o x = 0 o a = b.
En todas esas igualdades se quiere decir que la rea­
lidad de «a» es igual a la de «1» o que la realidad de «x»
es igual' a la de «0» o que la de «a» es igual a la de «b».
Tienen distinta forma, distinto símbolo, pero son
ambas la misma realidad.
Como en las fórmulas matemáticas, podemos ha­
cer con fundamento estas igualdades: yo = tú, él .= tú,
yo = él...
La realidad esencial de mí es igual a la de ti. Igual
también que la realidad de él. Ésta es una verdad que
nadie puede negar.

160
Yo tengo distinta forma que tú.
El símbolo «yo» es distinto del símbolo «tú».
Yo y tú somos la misma realidad aunque tenga­
mos distintas formas, distinta expresión, distintos sím­
bolos.
¿Por qué damos en nuestra vida más importancia a
la forma que a la realidad del contenido?
Tanto «a» como «1» son dos símbolos. Lo mismo
que «x» y «0».
También «yo» y «tú» son símbolos.
Si en la ciencia exacta de la matemática no se le da
importancia a la forma, al símbolo, ¿por qué hemos de
dárselo en la vida al yo y al tú?
Somos poco lógicos. Somos ilógicos, irracionales y
absurdos cuando damos más importancia a los signos,
a las formas, que a la realidad.
¿No es ése un crasísimo error y un grave sinsentido?
En cambio vivimos habituados a ese sinsentido.
Tú y yo, los otros y nosotros, son identidades de
fondo, de la realidad significada. Aunque sus símbolos,
sus signos, sus apariencias, sean distintas.
Yo soy igual a ti.
Tú eres igual á mí.
¿Qué importa que tu nombre, tu cuerpo, tus formas
de pensar o de sentir, sean distintas?
Todo eso es únicamente el símbolo de ti o de mí.
Tú y yo somos lo mismo.
Cuando nos demos cuenta bien de ello nos sentire­
mos Uno. ¿Cabe más amor que esa identidad?
Somos Uno en la esencia y el fondo.
Suegra = nuera.
Argentino = chileno.
Mexicano = venezolano.
Cristiano = budista...
Las formas, los símbolos, los nombres, las bande­
ras, son distintos. El contenido en cambio es el mismo.
Lo significado por los signos es la misma realidad.
Hemos sido educados en las diferencias accidenta­
les. Y hemos sido orientados para defender todas esas
formas accidentales a tal punto que nos peleamos y
destruimos por defenderlas.
Así, a lo accidental lo hemos convertido en esencial,
en lo principal.
161
Es un grave error. ¿Por qué no salir del error?
¿Por qué no dejar de lado las diferencias de formas
y símbolos y quedamos con la identidad esencial?
¡Cuántas resistencias irracionales orgullosas ma­
madas desde nuestra infancia!
Tú = yo.
Los de este país = los de otros países.
Los de esta religión = los de otra religión.
Los de esta ideología = los de otra ideología.
La ciencia exacta de las matemáticas nos lo enseña.
Hay símbolos distintos que son lo mismo, que equi-
\ alen a la misma realidad.
¿Cuándo abandonaremos la irracionalidad?

EL EJEMPLO DE SUSI

Susi era esquiva y arisca.


Susi es una gata «de la calle».
Susi es ahora «otra persona» (¡perdón, Susi'.).
Susi entra ya tranquila a la cocina. Allí come lo que
necesita. Cuando ya comió para sí, maúlla con un tono
especial, levanta la cabeza, mira el trozo de carne que
tiene delante de sí, maúlla de nuevo y mira la puerta.
Ya entendemos su lenguaje porque ella se ha encar­
gado de enseñárnoslo.
Se le abre la puerta y agarrando entre sus filosos
dientes el trozo de carne se va en carrera lenta y cuida­
dosa hacia donde tiene sus hijitos. Atraviesa todo el
jardín con su tesoro entre sus aguzados dientes y se
cuela por un hueco de la ligustrina. Algunas veces los
pequeños gatitos salen corriendo con sus grandes ojos
y sus orejas levantadas a recibir a su buena y abnegada
madre. Es un feliz encuentro.
A veces la bonachona Susi se encuentra, en el ca­
mino hacia el refugio de sus hijitos, con otra hija ma­
yor que le arrebata su presa de la boca. Y mientras
Pupi, así la llamamos, la hija mayor de su primera cría,
se está comiendo ávidamente gustosa su presa, ella la
mira con una mezcla de complacencia y pena. Porque
162
aquella presa era para sus hijitos pequeños y no para
Pupi, que ya puede valerse de sí misma.
A los pocos minutos aparece nuevamente Susi con
su cara de tierna bondad maullando, pidiendo la comi­
da para sus hijos. Otra vez más la agarra con sus afila­
dos dientes y se va, lo poco presurosa que puede, hacia
sus hijitos, la tierna y entrañable Susi...
¿Hace falta decir algo más?
Cuando era tan arisca y esquiva casi le tomé aver­
sión. Costó hacerle ver que la queríamos.
Ahora se me antoja un ejemplo vivo de ternura. Es
una gata llena de bondad. Ni siquiera es celosa. Ve al
padre de sus hijos coquetear con otra gata, lo mira
comprensivamente y en su mirada va ya su perdón.
Cuando la primera vez llegó a la casa, huraña,
agreste, desabrida, venía llena de garrapatas. Ahora
está limpia, mansa, sumisa y aseada.
¿El amor la ha hecho así o mi amor hacia ella la ve
así?
Lo cierto es que he aprendido mucho de Susi.
A veces casi me avergüenzo mirándola.
Es un ejemplo abierto, efusivo e inocente de amor
sin tacha.
¿Aprenderemos alguna vez nosotros su bondadosa
generosidad?

¿HAY GENTE MALA?

Preguntó el discípulo:
—Maestro, ¿por qué hay gente mala?
—No hay gente mala —respondió el maestro.
—Pero hay personas que hacen daño a otros. Ca­
lumnian, hieren, oprimen, matan...
—No son ellos. Es su ignorancia. En realidad ellos
no saben lo que hacen. En su nivel de. conciencia, los
demás apenas existen. Es más importante su placer
egoísta que el respeto de los otros.
—¿Qué diferencia hay entre quienes obran bien y
los que actúan mal?

163
—Es la diferencia del nivel de conciencia en que
vive cada uno. Unos se desenvuelven en el nivel infe­
rior, en el que únicamente cuenta su propio interés, sin
pensar que existen otras personas con sus derechos.
Otros reconocen los derechos ajenos y tratan de respe­
tarlos. Es el nivel humano de la justicia conmutativa.
Otros, en fin, están en un nivel superior. Para ellos sólo
existe la ley del amor. Saben que son amor y sienten a
los demás en sí mismos. El bien propio es el de los
otros, y el de los otros es el propio.
—Pero en la vida triunfan los que oprimen y explo­
tan a los demás...
—Es un triunfo pasajero, aparente y superficial. En
el fondo de sí mismos sienten el tormento y vacío de su
ignorancia. Todos los que viven en ese nivel, aunque
aparentemente son triunfadores, tienen la mayor des­
gracia. Son esclavos de su propio egoísmo. ¿Crees que
alguien puede ser feliz siendo esclavo de un señor tan
tirano como el egoísmo?
—Pero eso la gente de la calle, la gente común, no
lo ve ni lo entiende. La mayoría envidia a esos triunfa­
dores, aunque se desenvuelvan a ese nivel inferior de
conciencia.
—Los que envidian a esa clase de personas están
también en un nivel muy primario. Es normal que los
envidien dentro del mismo nivel.
—Entonces la mayoría de la gente está funcionan­
do en ese nivel inferior...
—Teóricamente, no. La mayoría de las personas
que tú conoces, incluso los que envidian a esos triunfa­
dores, saben teóricamente que existen los otros con sus
derechos. Pero en la práctica, las más de las veces se
desconocen esos derechos y prevalece el interés egoísta.
—Pero estamos en un mundo civilizado. ¿Acaso la
gente civilizada no debe respetarse mutuamente?
—Los que tú has dicho que triunfan en el mundo co­
nocen las leyes de convivencia. La sociedad tiene leyes
represivas contra los que las transgreden. Pero como
tú ves, no sirven las leyes humanas demasiado. Ocurre
que cuando una persona no tiene el conocimiento in­
terno de sí mismo, de su naturaleza, está sometida a
los impulsos egoístas de la ley de la selva, la ley del más
fuerte o más hábil contra el más débil.
164
—Pero la civilización...
—La civilización no es el nivel de conciencia más alto.
Tal como se está extendiendo en el mundo, civilización
es sinónimo de progreso material, técnico, científico,
cultural... Pero hay mucha gente con esta clase de civili­
zación que se mueve en la vida diaria, en un nivel muy
bajo de conciencia. Y a la inversa. Hay muchas personas
con muy poca cultura, pocos conocimientos, poco desa­
rrollo tecnológico, que viven en un nivel superior de con­
ciencia. Son las personas desarrolladas y realizadas hu­
manamente. No son conocidas ni triunfan en los negocios
ni en la cultura. Pero son las personas auténticamente
conscientes de sí mismas y auténticamente felices.
—Pero esas personas son muy escasas y no tienen
ningún ascendiente en la sociedad. Nadie las conoce,
nadie las escucha, nadie las imita...
—Y, ¿por qué crees que está el mundo con tantos
problemas sociales de delincuencia, de explotación, de
injusticias, de vicios, de atropellos, de guerras, de in­
tranquilidades, de competencias crueles en el mundo
comercial, en el cultural, racial y hasta en el religioso?
—Sí. Pero si no hubiera civilización, ¿no estaría peor?
—Yo no hablo en contra de la civilización. No estoy
en contra de nada sino de la inconsciencia e ignorancia
más funesta que es la ignorancia de sí mismo. El nivel
de civilización es totalmente independiente del nivel de
desarrollo de la conciencia. Lo ideal sería que sub­
sistieran ambos conjuntamente en nuestro mundo.
Pero quiero que veas con claridad que el hombre, el ser
humano, será feliz en relación y proporción del nivel
de desarrollo de conciencia y no por el desarrollo tec­
nológico o cultural o de cualquier otro orden.
—La mayor parte de los gobiernos se esfuerzan per­
manentemente por conseguir una mayor y mejor cali­
dad de vida, según ellos mismos dicen.
—Mientras los dirigentes de las naciones se desen­
vuelvan entre unos determinados valores de adelanto
material y económico como meta .suprema para sus
pueblos, no se adelantará mucho en el nivel más hu­
mano, más cordial, más bondadoso...
—Y ¿por qué no suben al poder las personas más
desarrolladas humanamente para que desde los pues­
tos de gobierno impulsen el desarrollo más humano?
165
—Por dos razones: porque al poder acceden los que
tienen ansias de poder, y las personas desarrolladas no
las tienen y porque la ignorancia imperante en la socie­
dad engendra y produce un ambiente espeso como un
magma viscoso que envuelve a la humanidad y la tiene
como encarcelada y oprimida por él. Ese ambiente
hace que no se admita a tales personas desarrolladas en
el poder. Recuerda lo que ha ocurrido a través de la his­
toria con los profetas o enviados de Dios. O se les mata
o se les relega al olvido y desprecio. Ésa es la razón tam­
bién por la que resulta tan difícil liberarse de las in­
fluencias del ambiente y el entorno en que se vive. Y
ésta es también la razón por la que es conveniente bus­
car ambientes apropiados para un mejor desarrollo
fuera de la influencia directa e inmediata de ese am­
biente esclavizador, contaminado y viciado.
—Y ¿qué se debe hacer con esa gente que yo llamo
mala y usted llama ignorante que tanto abunda en el
mundo?
-—Ante todo comprenderla. Si no la comprendes es
señal de que tú estás en un nivel semejante al de ellos.
Después de comprenderla, trata de no contagiarte con
su influencia. Puede haber ocasiones en que sea nece­
sario evitar su compañía habitual y fija. No con o por
desprecio, sino por no llegar a pensar y ser tú de la mis­
ma manera. No rechaces a la persona. Rechaza su con­
ducta, su filosofía de vida, su valoración de las cosas,
del mundo.
—Pero si ese ambiente es tan general, ¿cómo haré
para aislarme de él?
—Cuando estés centrado en ti mismo te darás cuen­
ta de que aunque estés en medio de tal ambiente sabrás
mantenerte fiel a ti mismo. Eso requiere que en silencio
percibas y vivencies tu naturaleza verdadera y sientas la
seguridad que da esa vivencia. Entonces podrás obser­
var lo que hay en tu entorno sin ser afectado por ello.
—A pesar de todo lo que dice me parece que es en
la Biblia donde se dice que «por sus frutos los conoce­
réis». Eso quiere decir que las personas con malas ac­
ciones son malas.
—Otra vez te repito que las obras malas son efecto
de la ignorancia. Voy a ponerte un ejemplo. Un vaga­
bundo ha recibido en herencia una inmensa fortuna.

166
Pero él no lo sabe. Vive harapiento, hambriento, come
los desechos que encuentra por la calle. Incluso roba
para comer. Siempre anda sucio, desarreglado... Este
modo de vivir, ¿se debe a que es pobre? Evidentemente,
no. Se debe únicamente a que es ignorante de su rique­
za. Él es rico pero sus actos son de un pobre de solem­
nidad. La causa de todo este modo de vivir es su igno­
rancia. Si se diera cuenta de que es rico, sus actos serían
otros. Lo mismo le ocurre al que tú llamas malo. Si se
diera cuenta de lo que él es en el fondo de sí mismo, si
se diera cuenta de que es participación de la Inteligen­
cia y Amor infinitos, con toda seguridad que en lugar de
actuar incorrectamente actuaría con honradez, bondad
y honestidad. Sería bueno según tus términos.
Más que mala, hay gente ignorante de sí misma.
¿Qué hacer para salir de la ignorancia? Tratar de
conocerse en profundidad, no sólo nuestros modos de
conducta sino nuestra realidad, nuestra naturaleza au­
téntica. El que quiere de verdad encuentra el modo de
hacerlo.

TÚ Y TU MANIFESTACIÓN

La conciencia de mi propia presencia, la conciencia


que sostiene esta estructura psico-física que llamo mi
persona, es la que hace que mi mano tome un bolígra­
fo y escriba para poder dirigirme a ti, lector, que tienes
este libro en tus manos, y gracias también a la con­
ciencia-energía que sostiene tu persona.
Así, pues, estamos tú y yo. Yo y tú presentes. Pero
nos damos cuenta de que no estamos solos. Hay otros
a quienes percibimos y conocemos. Y hay cosas que
llamamos mundo.
Y suponemos que todo esto: yo, tú, los otros y el
mundo tienen un principio o base esencial que llama­
mos Ser Absoluto o Principio o Causa o Dios.
Tú que estás leyendo estas líneas eres el origen de
todo el mundo que conoces en cuanto que es conocido
por ti.
167
Para ti únicamente existe lo que conoces, sea por
experiencia directa, percepción propia o por referen­
cias.
Tú tienes seguridad de tu conciencia y lo que tu
conciencia percibe directamente.
Para tener seguridad de lo que conoces es conve­
niente empezar desde cero. Conviene prescindir de
todo lo que te han dicho.
Para conocerte no te apoyes en lo que otros te dicen
ni en lo que dicen los libros. Empieza por lo que tú vas
viendo y experimentando por ti mismo. No te afectes si
algunos dicen o piensan que esa postura es soberbia.
Prescinde de lo que piensen o digan otros. Tú no des­
precias nada ni a nadie. Simplemente prescindes de
todo para empezar a ver y comprender por ti mismo.
Para que tú seas consciente de ti mismo necesitas
este cuerpo que tienes, que es la manifestación de tu
conciencia.
Sin manifestación de la conciencia no puede haber
conciencia de sí.
La conciencia necesita de la manifestación del
cuerpo para ser consciente de sí misma. Igual que la
luz necesita de una materia en la cual se refracte para
poder ser percibida.
Dios, el Ser Absoluto, tiene únicamente conciencia
de sí a través del Universo que no es sino su propia ma­
nifestación.
El Universo es Dios en manifestación.
Lo manifestado es el medio en el que se conoce lo
Inmanifestado.
En nuestra conciencia ocurre lo mismo. Nuestra
conciencia se conoce a sí misma a través de su mani­
festación, que es el cuerpo.
Así, pues, conciencia y cuerpo forman esto que lla­
mo mi persona.
La conciencia necesita del cuerpo, que es su mani­
festación para conocerse y relacionarse con todo lo
existente en el Universo, que es a su vez la manifesta­
ción del Ser Absoluto o Dios.
El cuerpo necesita de la conciencia de la que es ma­
nifestación, para poder subsistir. Cuando la conciencia
deja de sostenerlo, el cuerpo se desintegra, muere, se
convierte en materia muerta, mientras que la concien­

168
cia vuelve a integrarse y fundirse en el Ser Absoluto o
Conciencia Pura Absoluta.
Somos conciencia.
Esa conciencia que somos actúa en cada uno a tra­
vés del cuerpo que cada uno tiene según las caracte­
rísticas propias de la composición y estructura de ese
cuerpo.
Esto explica los diferentes comportamientos de las
personas en los que también interviene como factor
determinante de la conducta la educación e influencias
recibidas del exterior desde la infancia.
El Ser Absoluto, la energía creadora es Una. Pero
cuando este Ser, esta energía se manifiesta, se crea la
dualidad.
Nuestra conciencia es una con la conciencia Abso­
luta. Pero al manifestarse a través del cuerpo se crea
también la dualidad: la conciencia que conoce y su ma­
nifestación o lo conocido.
Con esta dualidad aparece en nosotros una estruc­
tura mental que llamamos «ego». Es el concepto que
tenemos sobre nosotros mismos.
Cuando nos identificamos con este «ego» y nos. cree­
mos una individualidad independiente y autónoma,
nos estamos saliendo de nuestra casa, estamos abdi­
cando de nuestra naturaleza auténtica, estamos come­
tiendo el error o pecado madre y causa de todos los de­
más errores o pecados. En el momento que creemos
ser un cuerpo con una mente y nos identificamos con
ese cuerpo o mente hemos abandonado nuestro pa­
raíso, nuestra verdadera naturaleza y empezamos a
vivir con el disfraz de esa idea falsa sobre nosotros
mismos.
El trabajo de realización consiste simplemente en
damos cuenta de que somos una realidad muy supe­
rior y distinta a esa idea o ese yo-idea que nos hemos
formado de nosotros mismos.
Cuando esto se logra la vida de la persona da un
giro de 180 grados. Su perspectiva cambia y sus valo­
res adquieren una justa y adecuada jerarquía.
Entender lo que somos, lo que son los demás, lo
que es el mundo, es estar situado, ubicado correcta­
mente en el camino.
Nadie puede ser feliz fuera de su camino.
169
OBJETIVOS PARCIALES
Y OBJETIVO TOTAL

El hombre moderno vive desubicado, desorientado,


sin saber dónde está.
Se encuentra además enfrascado, embebido y obse­
sionado en pequeños objetivos concretos para su sub­
sistencia o su desmedida y neurótica ambición.
Su ciega ansiedad por las migajas le impide disfru­
tar del banquete.
Los problemas existenciales de cada día adquieren
mayor predominio y realce cuanto más obsesivamente
está entregado a ellos.
El científico, el economista, el comerciante, el
hombre de negocios, el deportista, la dueña de casa, el
i rabajador asalariado, cada uno suele vivir el objeto de
su dedicación con una absorbente centralización casi
exclusivista.
Las personas viven tan embelesadas y embebidas
en sus ocupaciones diarias que pierden el sentido de sí
nismas. No saben quiénes son, dónde están, qué bus-
an, qué camino llevan y a dónde van.
Se dan explicaciones y justificaciones. Se dice que
la competencia en la vida moderna es tal que uno no
puede dormirse. Se dice que la vida está difícil y hay
que luchar para sobrevivir y mantener a la familia-
Pero todos estos objetivos y obligaciones se realizarían
mucho mejor si la persona estuviera bien centrada en
sí misma, si tuviera una correcta jerarquía del valor de
cada cosa en su existencia.
Y es que se estudian muchas ciencias pero se ha ol­
vidado la ciencia del vivir, que es la sabiduría.
Se tienen muchas preocupaciones pero no se tiene
la preocupación por conocer el lugar que nos pertene­
ce en el Universo.
Cualquier clase de preocupación obcecada, parcial
y exclusiva es desafortunada y desaconsejable.
Se hace necesario volver a un sentido de la vida in­
tegrada, total, no dividida.
Las ruines y mezquinas ambiciones personales han

170
ido dividiendo y fragmentando La Vida y el planeta
que habitamos, marcando límites geográficos, ideoló­
gicos, racistas, religiosos...
Así, el hombre ha ido limitándose y encerrándose
entre unos barrotes totalmente artificiales que le impi­
den disfrutar de La Vida total con corazón expandido y
mente abierta.
Es cierto que la vida diaria de cada uno de nosotros
suele desarrollarse en unos ciertos límites de lugar, de
ocupaciones y relaciones.
Pero en cada lugar, en cada trabajo y en cada rela­
ción podemos y debemos sentimos como miembros de
la totalidad del planeta y de La Vida.
Todo trabajo y toda relación personal son ocasio­
nes concretas y siempre oportunas para la propia rea­
lización personal.
La persona no se realizará jamás como tal persona
huyendo y alejándose de las circunstancias, el trabajo
y las relaciones que La Vida le ha señalado, sino en el
descubrimiento de sí mismo a través de las circunstan­
cias en que a cada uno le ha tocado bregar y vivir.
Podrá seleccionar dentro de ciertas posibilidades
algunas circunstancias que favorezcan su trabajo y su
realización. Pero siempre se sentirá en unión y rela­
ción con La Vida Total.
Es urgente recobrar el sentido de orientación en la
vida y el mundo.
Es necesario darse cuenta de que los pequeños ob­
jetivos inmediatos de cada día tienen todos una meta y
finalidad última.
Es necesario también no quedarse perdido y enre­
dado en las marañas de las preocupaciones triviales
diarias para no perder el lugar que corresponde a cada
uno.
Cualquier trabajo y actividad puede ser útil y debe
ser un peldaño para llegar a la cima de la propia pleni­
tud.

171
SABER POSEER Y SABER USAR

En la enseñanza oriental hay un consejo sabio que en


su simplicidad tiene claras y variadas aplicaciones
prácticas en la vida diaria: «El hombre sólo puede usar
lo que ha aprendido a usar.»
De ahí se deduce que es más importante y debe bus­
carse más y antes el conocimiento que la posesión de
las cosas.
En Occidente existe, en todos los niveles de nuestra
sociedad moderna, una carrera alocada por tener y po­
seer cosas sin tener el conocimiento, la sindéresis, la
discreción y el equilibrio mental y afectivo para saber
tenerlas y usarlas.
Pero aún hay algo más.
Podríamos ampliar el consejo oriental y decir que
no sólo el conocimiento es y debe ser previo a la pose­
sión de las cosas sino también previo a «hacer algo».
Existe en muchas personas una obsesión compulsiva
por hacer y hacer algo. El activismo sin un claro dis­
cernimiento acarrea frecuentemente confusión, des­
propósitos y sufrimiento.
El hombre moderno posee muchas cosas. Incluso
es posible que las sepa manejar, pero no las sabe po­
seer y en lugar de poseedor se convierte en poseído, en
esclavo de ellas.
La sumisión y esclavitud a la novedad es uno de los
fines de la propaganda del consumismo. Y caer en sus
redes es uno de los mayores disparates del hombre de
hoy.
Hay un afán desmedido por lo novedoso. Y cada día
aparecen más y más novedades superfluas e innecesa­
rias que son las redes en que caen prisioneros tantos
incautos.
El hombre debería apr^der a poseer antes de po­
seer algo, para no ser poseído por las cosas.
El poseedor y dueño de las cosas suele convertirse
en esclavo y prisionero de ellas.

172
¿POR QUÉ QUIERES SER BUENO?

Toda educación se orienta hacia una mejoría de las


personas.
El educador quiere que el educando sea bueno,
sea mejor de lo que es. Los predicadores pretenden lo
mismo.
Y tú, ¿por qué quieres ser bueno?, ¿por qué quieres
hacer el bien?
Es muy probable que lo hagas por lo que la mayo­
ría lo hace: porque en el fondo te sientes satisfecho al
hacerlo, porque así crees que cumples con tu deber,
porque eso es lo que te da tranquilidad de conciencia.
Casi toda tu conducta está egocentrada.
Tú ves que la idea que tienes sobre ti no es suficien­
temente buena. Y te propones conseguir una imagen
ideal de ti. Quieres verte mejor. No te sientes a gusto con
la imagen actual de ti y te has propuesto como ideal otra
más perfecta. Eso te empuja a esforzarte por ser mejor.
Ese objetivo de mejorarte y perfeccionarte hace que
veas la relación con los demás como una oportunidad
para conseguir tu propósito: verte mejor, sentirte me­
jor, siendo mejor.
Eso quiere decir también que la imagen ideal de ti
es el centro y la razón de tu conducta.
No es el bien de los otros el fin y objetivo de tu
«buena» conducta y relación con ellos sino conseguir
tu imagen ideal.
Ésa es la explicación y la razón por la que cons­
ciente o inconscientemente estamos siempre valorán­
donos comparativamente: «soy un poco mejor que an­
tes», «soy un poco mejor o peor que fulanito»...
Tenemos subconscientemente una imagen ideal de
nosotros que queremos llegar a ser y nos esforzamos
por todos los medios por conseguirla.
De ahí que todo lo que hacemos, hasta lo que pare­
ce más generoso y altruista, lo hagamos con la finali­
dad de afirmamos o conseguir esa imagen ideal.
Mientras no se supere la tendencia egocentrada que
suele existir, incluso cuando se hace el bien, cuando se
173
trabaja por los demás, cuando una persona quiere rea­
lizarse, estaremos creyendo que avanzamos como per­
sonas, pero quien realmente está creciendo es nuestro
ego con sus intereses egoístas.
Le pregunté a aquel niño:
—¿Tú eres bueno?
—Sí —me respondió muy convencido.
—Y ¿por qué eres bueno?
—Porque quiero que me pongan en esos altares
como a los santos que hay en las iglesias...
Los mayores no tienen esa sincera espontaneidad
de los niños, pero secretamente quieren verse buenos y
que los demás los vean. O quizás es...
Es necesario descubrir el ego vanidoso y egoísta
que vive con buena salud dentro de nosotros.
Es necesario estar atentos para no engordarlo y for­
talecerlo más con nuestros esfuerzos por ser buenos.
Hay que ser buenos porque ésa es nuestra naturale­
za y eso basta.

«TUS HIJOS NO SON TUS HIJOS»

Lo dijo aquel poeta pensador: «Tus hijos no son tus hi­


jos sino hijos de La Vida.»
¿Qué hiciste tú para que ese hijo que llamas tuyo
naciera, empezara a existir?
Una única cosa. Un día por un acto de secreción
hormonal, por amor o por un deseo de satisfacer una
apetencia sexual, unas células de ese cuerpo tuyo se
juntaron con unas células de la persona que era en ese
momento tu pareja y se formó un embrión.
¿Quisiste tú ese día que ocurriera, que se realizara
esa unión? ¿O por el contrario todo ocurrió sin pensar­
lo siquiera? -
Sea como sea, aquel embrión que se formó en el
seno materno con un poco de sustancia del hombre y
otro poco de la mujer es ahora únicamente un cuerpo
en el que La Vida se está manifestando con unas for­
mas concretas.

174
Tus hijos no son esos cuerpos que se formaron con
aquellas células. Tus hijos son La Vida que se mani­
fiesta a través de las formas de ese embrión que duran­
te unos meses está en el pequeño y reducido mundo de
la placenta, como después cuando nace está en este
otro pequeño mundo de este planeta Tierra que es
como otra placenta un poco mayor, más amplia.
Tus hijos son La Vida. Son Hijos de La Vida. Son
manifestación y expresión de La Vida.
En alguna ocasión en que yo he quitado o he re-
lativizado la importancia del parentesco de consan­
guinidad o el sentido patriótico o patriotero, algunos
llegaron a pensar que era una aberración o una exa­
geración.
Por encima de todos los pensamientos patrióticos y
familiares yo me considero ante todo ciudadano del
mundo y pariente de cada ser humano.
No desprecio a quienes me engendraron. Ellos fue­
ron los instrumentos por los que La Vida me dio este
ropaje, que es mi cuerpo.
Los padres son únicamente los donantes o transmi­
sores (no demasiado conscientes ni voluntarios en mu­
chos casos) del ropaje con que La Vida se reviste du­
rante la existencia limitada de espacio y tiempo en esos
que llaman sus hijos.
¿Por qué no empezaremos a ver y comprender las
cosas más a fondo por nosotros mismos en lugar de es­
tar siempre con los valores, conceptos y juicios que he­
mos oído de otros?
Tus hijos no son tus hijos. Son de La Vida.

¿FUERZA DE VOLUNTAD?

—Hijo, has de tener fuerza de voluntad —le decía el


padre a su hijo.
—Sí. Pero a mí no me gusta ir al colegio y menos to­
davía me gustan las matemáticas.
—Ejercita tu voluntad —le insistía el padre—.
Cuanto más contraríes tus gustos más fuerte te harás.
175
Aquel muchacho oía a su padre con cara de sumi­
sión pero con incredulidad y menos convicción.
Aquel padre solía repetir que lo único que valía la
pena era el conseguir una gran fuerza de voluntad.
Repetía con orgullo que todo lo que él había consegui­
do había sido por su fuerza de voluntad.
Pero aquel hombre que se gloriaba de su voluntad
era un pobre esclavo de su ambición.
Había conseguido, por la Voluntad que le daba su
ambición, muchas cosas. Pero ahora sus adquisiciones
y posesiones lo tenían cautivo, prisionero.
Él no había entendido, no había comprendido que
su tan alabada fuerza de voluntad era su cárcel o su
verdugo.
Había hecho todo en su vida compulsivamente.
Era un «duro». Pero un duro poco humano.
No siempre la fuerza de voluntad es conveniente ni
positivamente efectiva.
Si no hay, en el interior de la persona, una cohe­
rente integración de las tendencias subconscientes y
las conscientes, la fuerza de voluntad quizás pueda im­
ponerse pero será una imposición compulsiva, violen­
ta y normalmente poco durable.
Lo que nos hace más fuertes y decididos para la ac­
ción no es la fuerza de voluntad sino la clara visión y
total comprensión de los motivos y razones para ac­
tuar.
Aquel padre debiera haberle hecho ver y compren­
der a su hijo las razones por las que debía ir al colegio
y estudiar matemáticas en lugar de exigirle tanta fuer­
za compulsiva de voluntad. Entonces lo hubiera hecho
con convicción y gusto.
No se trata, pues, de imponemos «a la fuerza» y con
«voluntad de hierro» como suele decirse y alabarse.
Nada de nosotros debe ser de hierro.
Bastante «metalizados» estamos por la avaricia y la
ambición, para metalizamos y endurecemos más por
la voluntad.
Ver, entender y comprender es mucho más efectivo
que la violencia de la fuerza de voluntad tan socorrida
y reclamada.
Comprender es el auténtico camino y método hu­
mano.

176
Lo otro, aunque sea en algunas ocasiones efectivo
parcial y temporalmente en la consecución de sus fi­
nes, es poco humano.
Si quieres ser un robot metálico, hazlo por «la fuer­
za de voluntad».
Si quieres ser una persona humana, hazlo todo por
convicción y comprensión.

LA INSPIRACIÓN ES DE TODOS
Y PARA TODOS

Tranquiliza tu mente.
Haz un descanso en tu actividad.
Serena tu corazón.
Deja fluir lo que hay en ti. Deja que algo de lo mu­
cho bueno que hay en ti salga espontáneamente. Des­
préndete de ataduras y convencionalismos.
Sí. Es cierto que para que el agua brote del manan­
tial muchas veces es necesario horadar la dura roca que
lo cubre. La rutina mecánica de la inconsciencia habi­
tual en el quehacer diario, es la roca que recubre tu sen­
sibilidad, tu humanidad, tu creatividad, tu sabiduría.
Es necesario perforar o destruir la costra que recu­
bre la sensibilidad para que la inspiración se haga pre­
sente. Para ello lo mejor es centrar tu atención en la
fuente de donde brota tu energía, tu capacidad de mo­
verte, tu capacidad de hacer, sentir, amar y gozar.
Cuando te desprendas de ese automatismo rutina­
rio con que te levantas cada mañana, te mueves duran­
te el día y te acuestas por la noche, empezarás a sentir
que algo se está moviendo dentro de ti, algo está pre­
sionando por manifestarse, algo quiere expresarse.
La inspiración no es patrimonio de unos pocos ge­
nios elegidos. No.
La inspiración está en ti como en los más eximios y
geniales creadores.
Cuando se va desgastando la costra de la inatención
inconsciente y rutinaria puede brotar súbita e instan­
táneamente la luz inspiradora. Porque la inspiración
177
no viene de arriba ni de abajo ni de afuera. La inspira­
ción viene de dentro. Está muy cerca. Está en mí, en ti,
en todos.
No te sientas jamás impotente o incapaz de ser un
inspirado.
Entrénate y disponte con la atención concentrada
sobre ti mismo. Atención en cada momento y en cada
cosa. Atención cuando haces algo y cuando no haces
nada. Atención permanente a ti mismo. Atención a la
energía, el amor y la sabiduría que hay en el fondo
de ti.
Por esa energía que tú eres te levantas por la maña­
na, caminas durante el día, trabajas, comes y se movi­
liza todo en ti.
Por el amor que hay en ti gozas y sufres, sientes,
proyectas, anhelas, eres amigable, amas y eres com­
prensivo.
Por la sabiduría que hay en ti reconoces a las per­
sonas y cosas, sabes distinguir lo conveniente de lo in­
conveniente, sabes valorar lo más útil sobre lo super-
fluo, sabes dónde estás, a dónde vas, qué debes hacer y
qué debes evitar.
Todo está en ti. Eres todo eso.
De ahí, de Eso que eres, puede surgir la inspiración.
Inspiración etimológicamente significa la acción
de soplar dentro.
Deja que soplen dentro de ti la energía, el amor y la
luz que son el fondo y esencia de ti.
La inspiración no viene de un paisaje, de un objeto,
de un lugar, de un acontecimiento o un libro.
Todo eso, todo lo de fuera puede disponer y ayudar
a romper el caparazón inconsciente y rutinario de tu
visión interior.
La sensibilidad, el amor y la luz vienen únicamente
de allí donde se encuentran, del fondo de ti.
La inspiración puede surgirte en cualquier momen­
to espontáneamente. Lo importante es que estés cen­
trado en ti, atento a ti mismo.
No me resisto a contarte una experiencia propia
con el único objeto de que te des cuenta de que la ins­
piración es un hecho normal que puede darse de muy
variadas formas pero que no requiere ninguna clase de
habilidades o dotes especiales.
178
Una noche yo estaba leyendo el «Canto de mí mis­
mo» de Walt Whitman. En un momento determinado
me quedé relajado, atento a algo que acababa de leer.
De pronto sentí un impulso a escribir. Tomé un bolí­
grafo y una libreta y dejé que brotara de mí lo que es­
taba presionando por expresarse.
El bolígrafo corría sobre el papel casi sin darme
cuenta de lo que estaba escribiendo. Puedo asegurar
que no corregí ni una palabra de aquellos versos libres
que brotaban con facilidad y fluidez de dentro y los iba
escribiendó automáticamente sin poder apenas dete­
ner mi mano que se deslizaba sobre el cuaderno.
Sé que aquél fue uno de tantos casos de inspiración
espontánea.
Aunque esos versos ya están escritos en un libro
mío anterior, los transcribo nuevamente aquí para que
el lector de estas líneas vea que la inspiración no tiene
por qué ser siempre extremadamente elevada o casi
inaccesible, sino todo lo contrario.
La inspiración es algo que surge espontánea y na­
turalmente del fondo de uno mismo y se expresa tal
como va saliendo con la sencillez inocente propia de su
origen y con una gran carga de autenticidad y verdad.
Este es Mi canto y tu canto:

Vamos, amigos, vamos a la calle.


Recorramos juntos los jardines floridos
y las calles secas y negras de asfalto,
llenas de personas ignorantes de sí mismas.
Vayamos por el campo.
Bebe agradecido el sol que te baña.
Vuela con el viento.
Te esperan las montañas
siempre humildes, quietas, sencillas.
Por más altas que sean
no las siento ni solemnes,
ni imponentes, ni majestuosas...
La majestuosidad está en los ojos
de los que las miran y las cantan.
Ahí están las montañas, como son,
sin artificios vanos.
Vamos por el valle.
¡Cuidado!
179
No pises las margaritas
que esperaban pacientes
nuestra visita desde tiempos eternos
para hablamos.
Vamos, amigo, moja tus manos
en el agua fresca del arroyo.
Las recién nacidas aguas de la cima
vienen, gozosas, saltarinas y puras
a besarte.
Esperaban tu llegada.
Vamos, amigo, empecemos a vivir,
empecemos a amar, empecemos a cantar.
Todo es lo mismo: vida, amor y canto.
Yo soy persona, tú eres persona, él es persona.
Todos somos personas.
Pero aún están el certificado y el diploma
sin firmar.
Cada día, cada noche
mientras el sol y las estrellas cantan,
tú duermes.
¿Cuándo, amigo, termina tu profundo sueño?
Yo te llamo y te llamo, persona.
Despierta de tu letargo de invierno
sin verano a la vista.
Han pasado veranos y veranos
invitaciones al canto
sin acuse de recibo.
Yo te llamo, persona.
No te arrastres por el cieno.
No es tu casa.
Estás llamado a caminar
entre rosas y entre espinas
pero siempre hacia las estrellas.
Ellas
te miran y te esperan,
te llaman y te nombran.
¿No escuchas tu nombre
repicado por campanas?
Eres hombre, eres persona, te dicen.
No te duermas.
Tu destino es mi destino.
Mi destino es tu destino.
Tú, yo y ese otro

180
que camina cabizbajo
lamentando y renegando
de esas horas mal vividas
de su vida, que no es vida de persona
que no es nada...
Tú., yo y esos otros
que se embriagan con palabras democráticas,
que alardean de ser pueblo
y se sirven siempre del pueblo
al que explotan, aunque dicen que lo aman.
Tú, yo y tantos otros
que caminan por las calles
sin saber qué son, ni a dónde van.
Tú, yo y tantos otros
que se llaman cultos y científicos
con las alforjas llenas de palabras rebuscadas
y nombres llamativos de extranjeros
que nos hablan por los transistores
y se asoman a nuestra casa
por esa indiscreta ventana de color...
Tú, yo y esos otros
que se queman las pestañas
tecleando números y más números
en esos pequeños artilugios matemáticos...
Tú, yo y esos otros
que recorren las noches
tras migajas de sexo furtivo
en salones elegantes
o en tugurios malolientes y baratos...
Tú, yo y esos otros
que apenas viven de desechos,
en pobres e inmundas barracas infrahumanas,
incapaces de ver
y sentir que son personas
ocupados apenas en vivir
como seres cualesquiera
que se arrastran por la tierra
sin conciencia de sí
con estómagos vacíos
deseosos sólo de estar llenos...
Tú, yo y esos otros
que cada día como autómatas
van aquí, van allá
181
trabajan aquí, trabajan allá,
disconformes de sí, disconformes de la vida,
como presos, obligados a un trabajo odiado,
que se quejan de sí mismos,
que se quejan de los otros,
que se quejan de la vida
con lamentos siempre en su boca
amargura en el alma
y tristeza en su mirada.
Tú, yo y esos otros,
los que explotan,
los que oprimen a los débiles,
prepotentes y orgullosos
creyentes sólo en la fuerza del dinero
adoradores del becerro de oro,
de corazón seco y frío,
con la dureza del metal
que los ata y esclaviza.
Tú, yo y esos otros
los buscadores
de eso bello, de eso noble,
de lo divino que anida dentro
que lo intuyen
pero lo sienten lejano
estando cercano.
Los que sienten calor en el alma
amor muy humano,
quizás sólo humano...
Pero el amor sólo es Uno
el que es el Amor.
Tú, yo y...
para qué seguir recorriendo
las calles de la vida...
Somos todos, los humanos,
los divinos,
los conscientes o inconscientes,
los que estamos aquí
caminando,
buscando...
Somos todos.
Nadie queda fuera
porque todos somos humanos,
todos somos hermanos.
182
Somos todos.
Cantemos, amigos, cantemos.
¡Somos personas!
Aunque habitemos inconscientes
en el sótano
negro de nuestro palacio.
Que tu canto, que mi canto,
despierte a los dormidos,
que libere a los cautivos
de sus cárceles,
de las cárceles que ellos mismos se han creado.
Que mi canto y que tu canto
sea también su canto.

EL DIOS REAL Y EL DIOS DE BOLSILLO

Es una ley casi general.


Tenemos la propensión a proyectar nuestro modo
de ver, sentir y actuar sobre los demás.
Lo que nosotros vemos, sentimos, deseamos o desea­
ríamos hacer en ciertas circunstancias lo proyectamos y
pensamos que es lo que los demás ven, sienten y desean.
Lo mismo nos ocurre con Dios.
Se habla frecuentemente de un Dios herido, ofendi­
do, disgustado y dispuesto a la venganza y el castigo.
Un Dios que se ofendiera, que se disgustara, que
sintiera deseos de venganza no sería el Dios verdadero.
Sería un dios falso.
El Dios verdadero no puede ofenderse, como tam­
poco puede ser ofendido nuestro «yo verdadero». Sólo
se ofende nuestro ego que es una imagen falsa de no­
sotros. Lo mismo que sólo se ofende la imagen falsa
que tenemos de Dios. Sólo se ofende un Dios creado a
nuestra imagen y semejanza.
Cuando la persona hace algo malo, incorrecto, ne­
gativo, defectuoso, que solemos llamar pecado, no
ofende a Dios sino que se ofende a sí mismo, al no ser
ni actuar como corresponde a la naturaleza divina que
somos.
183
Cuando en la narración «literaria» bíblica del Gé­
nesis, Adán y Eva desobedecen a Dios, se nos describe
a un Dios enfurecido y enojado por la conducta inde­
bida de aquellas dos primeras personas. Pero el enojo
y la ira sólo se explican por la antropomorfización de
Dios. Es el enojo que el «ego» humano del escritor bí­
blico hubiera sentido ante una conducta semejante.
Pero el Dios infinitamente perfecto y comprensivo
no puede enojarse. Es una contradicción interna. Él es
el Ser permanentemente invariable. La Realidad mis­
ma inmutable.
Los dioses falsos de la mitología tenían envidias,
celos, rabias, enojos, rivalidades, venganzas... como el
Dios mítico antropomorfizado de la Biblia que no es
el Dios real sino el Dios-idea del escritor bíblico. La ira
no existe en Dios sino en la idea que el hombre tiene
sobre Dios como sobre sí mismo.
Nuestro «yo» verdadero, nuestro «yo» real es todo
amor comprensivo. ¿Cómo podría sentirse ofendido
por nada ni por nadie?
Nuestro «ego», la idea que tenemos sobre nosotros,
la idea de una individualidad separada del Todo es
vulnerable, susceptible de ser ofendida, rencorosa,
siempre en lucha y rivalidad con los egos de las otras
personas.
Este ego, este yo-idea con el que la persona suele
identificarse lo proyecta también sobre Dios.
Al Dios verdadero lo falsifica como se falsifica a sí
mismo el hombre.
Solemos movemos en la vida diaria alejados de
nuestra propia realidad, con ideas sobre nosotros mis­
mos. Y estas ideas falsas las proyectamos también so­
bre Dios.
Solemos decir que queremos vivir con realismo,
con los pies sobre la tierra. Pero lo cierto es que vivi­
mos de puras ideas, apoyados en ellas y no en nuestra
realidad permanente, en Eso que cada uno es siempre
idéntico a sí mismo, más allá de nuestro cambiante
cuerpo corruptible y nuestros volubles y veleidosos
pensamientos y vacilantes sentimientos.
Nuestro caprichoso y tornadizo «ego» suele proyec­
tar su inconstante insustancialidad y veleidad sobre los
demás y hasta sobre Dios.

184
Así, nos movemos y vivimos en un mundo inestable
de egos frívolos y casquivanos en permanente rivalidad
y competencia.
Dios suele ser concebido como el árbitro en este
juego veleidoso de egos rivales.
Pero Él no es, en nuestra apreciación, sino uno más
entre los egos volubles y cambiantes del juego. Por eso
lo vemos triste, alegre, enojado, complacido, vengativo
o compasivo. Como nos vemos a nosotros mismos.
Como son nuestros egos.
Con esta concepción acerca de nosotros mismos y
de Dios, se explica fácilmente el desequilibrio y desar­
monía en nuestra vida diaria tanto a nivel individual
como en nuestras relaciones humanas a nivel social.
Los psicólogos y sociólogos, los pensadores filóso­
fos sobre la sociedad actual, dan vueltas y vueltas bus­
cando explicaciones y dando soluciones para nuestros
males sociales.
Pero la sociedad está compuesta de personas que se
rigen por egos variables y constantemente cambiantes.
Cuando se da una solución para unas ciertas acti­
tudes, aparecen otros egos con nuevos problemas.
La vida social es un juego permanente de egos.
Se trata de conocer y comprender el insustancial y
pueril juego de los egos, sin involucrarse en él.
En esa comedia de egos fantasmas, a Dios le damos
también su papel. Pero siempre a nuestra imagen y se­
mejanza.
No somos, entonces, nosotros semejantes a Dios
sino que hacemos a Dios semejante a nuestros frívolos
y tornadizos egos, en nuestra rocambolesca comedia
humana.
Esta falsa y absurda concepción de Dios y de noso­
tros mismos tiene un dramático y triste peso y efecto
en nuestro estado anímico, nuestra conducta y rela­
ción con el mundo.
El sentido religioso es diametralmente opuesto si
nuestro concepto de Dios es antropomórfico, un ego
más, aunque sea el árbitro en este juego de personajes
figurantes o si es el Dios-Amor-Realidad auténtico.
El Dios antropomórfico del Antiguo Testamento
no se diferencia mucho de los dioses y diosecillos de las
varias mitologías y supuestas cosmogonías antiguas.
185
El Dios verdadero, el que no puede ser nombrado
ni definido, no sufre caprichosos cambios de ánimo, ni
necesita nada ni espera nada. Él es Todo. Él Es. Sin
predicado alguno.
Todos los predicados o atributos que le asignemos
son proyecciones de nuestra mente limitada.
Todo el enojo que le atribuyamos no es sino nues­
tro enojo proyectado sobre Él. Nuestro ánimo de ven­
ganza también lo proyectamos sobre Él.
Todo eso es lo más opuesto a la verdad. Debería­
mos vemos en Él como en el espejo y damos cuenta
que lo que Él es, lo somos nosotros y no a la inversa.
Donde todo es amor no hay ni recelo, ni desamor,
ni venganza.
Donde todo es luz y sabiduría no hay ignorancia ni
dudas ni cambios de parecer.
Donde todo es energía no hay debilidades rii inse­
guridad ni miedo.
Dios no es nuestra imagen sino nosotros de Él.
No es nuestro curandero ni el solucionador de nues­
tros problemas. Es mucho más y mejor. Es Él.

QUIERO SER AUTÉNTICO

Era un muchacho con evidentes inquietudes de supe­


rarse.
Estudiaba en el colegio secundario todavía.
No era extraordinario estudiante pero tenía el gran
sentido común de saber qué era lo que más le interesa­
ba aprender y por qué.
Era cordial y amigable, aunque era tachado por al­
gunos como díscolo.
No aceptaba el dócil e inconsciente borreguismo en
que suelen vivir y moverse la mayoría de las personas.
Con un tono de tajante y clara decisión me dijo: no
quiero ser manejado por nadie. Quiero ser libre. Quie­
ro ser yo mismo y auténtico.
Le aclaré que ser auténticamente uno mismo no
consiste solamente en no ser manejado por nadie sino
que implica otras cosas todavía más importantes.

186
Ser auténtico consiste en pensar, decir y hacer todo
cuanto se piensa, se dice y se hace desde el fondo de
uno mismo, sin interferencias ni condicionamientos,
de tal manera que cada palabra y cada acción sean la
expresión directa de tu ser verdadero, de tu ser espe­
cial, profundo. Lo que no es fácil ni frecuente.
Ser auténtico supone que uno está libre de los con­
dicionamientos mentales de ideologías y estereotipos
sociales.
Para ser auténtico es necesario que haya una inte­
gración, una unión y armonía interior sin divergencias
entre la mente y la afectividad, sin multiplicidad de
«yos» o «egos» tironeando cada uno en direcciones di­
versas.
Para ser auténtico hay que estar libre no sólo de las
influencias y condicionamientos de unas ideas deter­
minadas, sino libre también de los propios impulsos y
tendencias inconscientes o subconscientes de la instin-
tividad.
Ser auténtico quiere decir estar situado en el centro
de sí mismo con libertad interior para tomar la direc­
ción que la visión interna señala sin sentirse obstaculi­
zado por presiones externas o internas egoístas parti­
culares.
Ser auténtico es ser simple, claro, espontáneo con
la espontaneidad original e interior y no con la espon­
taneidad instintiva, inconsciente, sensual y automática
dirigida por algún interés mediocre, sensual o egoísta.
Ser auténtico significa no sólo ser veraz y sincero
en lo que se piensa y se dice sino en pensar y hablar sin
posiciones ideológicas preestablecidas ni influencias
ajenas sino por la propia visión y el propio sentir.
Recuerdo que un día en una reunión medio social y
medio profesional se suscitó la discusión sobre el fenó­
meno moderno del hippysmo y en general de la actitud
desenfadada de la juventud moderna.
Algunos defendían con ardor «la autenticidad» de
la juventud de hoy frente al tradicionalismo reglamen­
tado y estricto del pasado.
Otros por el contrario decían que esas mal entendi­
das autenticidad y rebeldía no eran sino el disfraz de
un vulgar esnobismo para llamar la atención y signifi­
carse de alguna manera ante los demás.
187
Es evidente que cuando en un cierto ambiente o so­
ciedad no existe libertad para expresarse y manifestar­
se no puede haber autenticidad, al menos externa.
Pero el hecho de romper moldes y costumbres tradi­
cionales no significa por sí mismo que se es auténtico.
Frecuentemente existe el esnobismo de querer apa­
recer como distinto. Esos pelos estudiadamente des­
greñados, esos atuendos y vestidos rebuscadamente
rotos y deshilachados... son signos de una actitud es­
trafalariamente inauténtica.
La persona auténtica no pretende aparecer de una
manera o de otra. Simplemente Es.
La persona auténtica no piensa o actúa distinto que
los demás por la única razón de «ir en contra» ni para
distinguirse por su rebeldía.
La persona auténtica es inocente y limpiamente es­
pontánea con la alegría que se siente de sentirse uno
mismo desde el centro de su propio ser.
La persona auténtica no tiene posiciones prefijadas
o preestablecidas si*o que actúa en cada situación con
la fresca espontaneidad que le da el sentirse en el cen­
tro de sí mismo con una inquebrantable imparcialidad
y libertad interior.
La persona auténtica no está comprometida con
nada ni con nadie.
La persona auténtica «no se repite» en sus pensa­
mientos, palabras, expresiones... porque cada situa­
ción la vive como nueva, como única.
Aunque la vida siempre es la misma, cada instante
puede vivirse con un impulso nuevo, porque las cir­
cunstancias, que son infinitamente variadas en cada
momento, pueden estimular de un modo siempre nue­
vo y renovado.
Ser auténtico es vivir un eterno gozo porque es vivir
desde el fondo de uno mismo. Y allí somos gozo, paz y
felicidad.
Ser auténticamente uno mismo no es cosa fácil.
Hay que estar muy atento siempre para ver; pensar
y decidir desde sí mismo frente a las innumerables for­
mas, burdas o sutiles, de manipulación con que nos ve­
mos bombardeados y presionados día a día.
Algunas formas de condicionamiento son tan suti­
les que suelen considerarse como un blasón, como un ,

188
honor o como un signo de garantía, de bondad y segu­
ridad.
Cualquier cosa que se haga no llevará el signo de
autenticidad si existe alguna presión o condiciona­
miento externo o interno.
Muchas personas mantienen ciertas creencias, ideo­
logías o ritos porque así fueron instruidas y educadas
para pensar y practicar. Como aquella educación data
de la infancia, todo aquello se considera de uno mis­
mo. Pero aquello es adquirido, aquello no es auténtico,
por más que se diga que se es libre al pensar así.
Oímos con mucha frecuencia decir a muchas per­
sonas: «esto lo siento desde lo más profundo de mi ser»
o «te amo desde lo más profundo de mi alma».
Cuando una persona cree que sus pensamientos y
sentimientos son lo más profundo de ella, es lógico que
crea que un pensamiento o un sentimiento muy fijos y
acendrados son de su ser profundo, del centro de su ser.
Es necesario darse cuenta de que la autenticidad no
se origina ni en los sentimientos ni en los pensamien­
tos, por firmes y profundos que parezcan.
La autenticidad proviene de la energía inteligente y
amorosa del ser interno, de aquello que es nuestro
«yo» verdadero, origen y causa de todos los fenómenos
que se manifiestan a través de nuestra persona.
Digamos para terminar que la autenticidad de una
persona está en relación directa con su realización
como persona.
A mayor realización personal, mayor autenticidad.
Y a la inversa.
Y la realización personal es ante todo una toma de
conciencia del propio ser, del propio yo, de lo que so­
mos más allá de nuestra conducta y nuestra personali­
dad.
Una persona que ni siquiera tiene una aspiración
hacia su realización personal podrá ser sincera, podrá
ser coherente en su modo de pensar y obrar. Pero no
podrá ser auténtica en un sentido profundo y estricto.
Una persona es auténtica cuando expresa lo que es
en sí misma, por sí misma. Y, como ya sabemos, ella
no es ni sus pensamientos ni sus sentimientos. Ella es
esa energía e inteligencia amorosa que es el origen de
todo cuanto hace y puede hacer.
189
Solamente cuando dejamos que nuestra verdadera
naturaleza esencial inteligente y amorosa se exprese
somos auténticos.
La sociedad no ve con buenos ojos muchas veces a
los auténticos de verdad porque son -una denuncia pa­
tente de las hipocresías y falsedades sociales.
Sí. Son pocas las personas auténticas. Como son
pocas también las personas realmente despiertas.
Pareciera que la sociedad en cierto sentido obliga a
vivir con caretas, con máscaras cambiantes según las
distintas situaciones.
Los más habilidosos en usar y cambiarse las más­
caras suelen ser los más exitosos en el mundo. Y son
tenidos además como ingeniosos, inteligentes y diplo­
máticos.
La autenticidad no es una cualidad más de la per­
sona. Es la expresión de la verdad de uno mismo.

EL PASADO PASÓ

Yo soy, tú eres, él es.


Yo vivo, tú vives, él vive.
Los acontecimientos del pasado han quedado
arrumbados en las hojas viejas del calendario.
Mis antepasados, tus antepasados, estuvieron aquí.
Lo que ellos fueron como realidad, lo siguen siendo
ahora.
Lo que ellos solamente fueron como apariencia ter­
minó, desapareció y no volverá.
Ellos fueron lo que tú y yo somos. Lo que ellos fue­
ron lo son ahora y lo seguirán siendo por siempre.
Somos lo que ellos fueron pero no «como» ellos
fueron.
Sus modos, sus formas, sus apariencias sólo eran
eso: sombras pasajeras, temporales, transitorias, mo­
mentáneamente variables, sin consistencia, como el
humo volátil de una indefinida chimenea cualquiera
en un bosque desordenado y oscuro de tejados vetus­
tos semiabandonados.

190
Sus ideas, las ideas de nuestros antepasados se es­
fumaron antes que sus cerebros se paralizasen porque
las ideas también son transitorias y cambiantes por
fuertes y fijas que parezcan. Nacen y mueren. Apare­
cen y desaparecen como blancas nubes en un cielo de
otoño.
Lo que un día creimos como verdad inobjetable se
desmoronó y fue sustituido por otras ideas distintas y
hasta opuestas.
Las ideas de nuestros antepasados alimentaron
nuestros cerebros y mentes por un tiempo. Algunas de
ellas como si fueran verdades intocables e inobjetables.
Son muchos los que sienten orgullo por los harapos
ideológicos de los antepasados. Vino viejo en odres
nuevos.
¿Por qué no creer que nuestros odres deben conte­
ner su propio vino?
¿Por qué no confiar en que nuestros cerebros y
mentes pueden albergar nuestros propios y exclusivos
pensamientos?
Respeto por el pasado, complejos, ignorancia, mie­
do, desconfianza, dudas, inseguridades, tópicos y mi­
tos de ideologías y creencias... todo eso ha ido creando
el lastre que nos ha ido manteniendo pegados y atados
al pasado.
Es como querer apoyarse en huesos viejos y descal­
cificados.
Yo estoy aquí, tú estás aquí.
Nuestros antepasados son lo que siempre fueron.
Sus harapos desaparecieron como desaparecerán
los nuestros. Todas sus cambiantes formas físicas,
mentales y sentimentales se esfumaron.
Yo estoy aquí, tú estás aquí, ellos están aquí.
Dicen algunos epitafios: tu recuerdo perdura eter­
namente en nuestra memoria. Es una bella frase con
poco de verdad.
Únicamente «lo que es», lo que tiene subsistencia
por sí mismo permanece. Todo lo demás queda arrum­
bado y olvidado en el pasado.
Ellos, nuestros antepasados, son lo que siempre
fueron.
Sus apariencias, a las que tanto nos aferramos, se
esfumaron y desaparecieron como la espuma de la ola
191
que se rompe en la arena mientras el mar permanece
idénticamente, inquebrantablemente, el mismo.
Unas olas son breves, humildes y suaves. Otras en­
crespadas, altas, llamativas... Pero unas y otras desa­
parecen y se funden en la infinita y consistente masa
del océano.
Yo estoy aquí. No importa si la cresta de mi ola es
alta o baja. No importa si la espuma se desvanece
pronto o tarde.
Ni siquiera importa si soy consciente o no de que
soy ola de un océano infinito. Lo soy siempre a pesar
de mi inconsciencia.
Yo soy el mismo océano de mis antepasados. El
mismo de todos aquellos que formarán sus olas el año
tres mil.
Las olas de nuestros huesos, pensamientos y senti­
mientos se habrán diluido < como las de nuestros ante­
pasados. Pero nuestro océano será el mismo.
¿Por qué nos empeñamos en mantener el recuerdo
de lo accidental, corruptible, impermanente y fútil de
nuestros antepasados?
Nos han enseñado y hemos llegado a crecer que ése
era el modo de ser agradecidos y demostrar el amor a
los que nos precedieron en la vida.
¡Cuántos ramos de flores en las tumbas para que
«otros vean» que los deudos de quien allí yace son per­
sonas agradecidas!
¡Cuántos ramos y coronas de flores para «sentir la
conciencia tranquila» y engordar el propio «ego» sin­
tiendo que se ha cumplido con un «deber»!
El amor verdadero no sabe de «deberes». El Amor
Es. Sin exigencias propias ni ajenas. Sin querer ni ne­
cesitar demostrar nada a nadie. Ni a sí mismo.
Algunos dicen que no se debe prescindir de las ma­
nifestaciones externas para demostrar nuestro amor
porque también somos un cuerpo sensible y debemos
demostrarlo también sensiblemente.
La demostración externa en sí misma no tiene nada
de reprobable.
Lo que resulta absurdo e incoherente es que se ha­
gan tantas manifestaciones con fines oscuros y espu­
rios en lugar de albergar y alimentar el simple y senci­
llo amor de unidad por el que nos sentimos Uno con

192
las personas que fueron nuestros parientes y conoci­
dos igual que con todos los que existieron y existirán.
No hace mucho tiempo murió un amigo mío. Le es­
cribí unas letras a su viuda expresándole que, a pesar
del sentimiento humano normal, en estos casos era
conveniente que recordara que la muerte no es sino
una palabra para indicar el fin de algo secundario de
nosotros como es el cuerpo. A pesar de ser esta mujer
una persona muy «creyente cristiana» parece que mis
palabras le parecieron improcedentes y como un des­
propósito. En realidad no le dije más que lo que dice el
Evangelio, pero con otras palabras.
Las teorías y creencias, por muy bellas y religiosas
que sean, sirven de muy poco mientras no son una
comprensión y visión muy nuestra.
Somos eternos.
Sólo muere lo que nace.
Lo que somos como realidad permanente lo sere­
mos siempre. Lo demás, la manifestación y aparien­
cia de nuestros cuerpos, ideas, pensamientos, senti­
mientos... desaparecerá como las olas cambiantes del
océano.
Pero el océano será siempre el mismo.

ENCONTRARSE A SÍ MISMO

El hombre moderno se siente cada día más necesitado


de algo estable en que apoyarse.
Es cierto que una gran parte de nuestra juventud y
hasta de la gente madura anda y corre tras la caza de
sensaciones nuevas, en placeres vulgares, inestables y
vacíos.
Pero existe una minoría de nuestra juventud y de al­
gunos menos jóvenes que se han dado cuenta del enga­
ño y fraude que constituyen todas las estructuras artifi­
ciales hedonistas que les ofrece la sociedad moderna.
Hemos conocido acontecimientos que nos hablan
de la inestabilidad de estructuras sociales y de institu­
ciones e ideologías decadentes.
193
Nos habíamos acostumbrado a apoyamos en ellas
y vemos no sin asombro que se han ido hundiendo •
ante nuestros ojos.
Han fracaso estructuras que parecían firmes y esta­
bles.
Se ha perdido la confianza y credibilidad en los lí­
deres políticos e ideológicos.
Ante ese panorama, unos caen en la desesperación
y otros buscan algo estable en que confiar.
Por eso hoy más que nunca se hace imprescindible
que el hombre encuentre en sí mismo la razón auténti­
ca y verdadera de vivir.
No debes buscar en el exterior lo que sólo está en tu
interior.
Si necesitas fuerzas, tú eres una fuente de energía y
poder.
Si necesitas amor, abre y descubre el centro amo­
roso que eres tú mismo y no esperarás que te amen
sino que amarás con generosidad incondicional.
■ Si necesitas conocer, saber, comprender, encontra­
rás dentro de ti un foco de inteligencia y sabiduría su­
perior a cuanto puedas recibir de libros y maestros ex­
ternos.
Te darás cuenta de que cuando hay una búsqueda
de ese algo valioso e importante que se ansia desde
dentro, el que busca es justamente lo buscado. No hay
en realidad objeto alguno de búsqueda fuera de ti, el
buscador.
Lo que buscas está mucho más cerca de lo que ima­
ginabas.
Algunas mentes religiosas me dicen que a quien hay
que buscar es a Dios. A estas personas les digo que si no
ves primero a Dios dentro de ti, como «ti» o como «tú
mismo» no lo encontrarás tampoco ni en el cielo ni en
parte alguna. Descúbrelo primero en ti, con tu propio
rostro, y luego lo verás en los demás y en las cosas y acon­
tecimientos con rostros, apariencias y formas infinitas.
Lo que tú eres en el fondo de ti no es sino energía,
amor y sabiduría. ¿Qué otra cosa es Dios?
Despréndete del Dios de bolsillo curandero, mila­
grero, solucionador de tus problemitas y encuentra en
ti al Dios verdadero.
Tú eres el buscador y en ti está lo que buscas.
194
CUIDADO Y CONTROL DEL CUERPO

El error más común y profundamente funesto entre los


seres humanos es creer: yo soy mi cuerpo.
Esta identificación del «yo» con el cuerpo acarrea
otros numerosos y graves errores frente a la vida.
Es evidente que yo no soy mi cuerpo. Por eso hablo
de «mi» cuerpo como la posesión de un sujeto posee­
dor que soy yo.
El cuerpo es la posesión más importante que ten­
go porque es el instrumento a través del cual yo, mi
ser interno, me pongo en contacto con el mundo ex­
terior.
Mientras vivimos esta existencia espacio-temporal,
el cuerpo es para nuestra relación y comunicación con
toda manifestación exterior el instrumento necesario.
No podemos prescindir de él.
Pero si observamos con atención, vemos que mu­
chas personas se identifican con su instrumento. Y las
consecuencias de este errpr son muy graves.
Por una parte la persona deja de conocer la verdad
de sí misma. Pierde y olvida el valor de su auténtica na­
turaleza.
Quien se identifica con su cuerpo, quien cree ser su
cuerpo, se parece a aquel niño hijo del rey que salió de
su palacio, se refugió en una choza miserable y vivió
toda su vida creyendo que era un mísero indigente y
desvalido mendigo.
Por otra parte, al creer una persona que es su cuer­
po convierte a éste en el centro único y exclusivo de sus
cuidados y atenciones.
Así, la vida toda se convierte en una carrera sin des­
canso para proteger y mimar por todos los medios ese
cuerpo que creemos ser.
Y no sería reprochable que se lo cuidara adecuada­
mente.
Lo que es lamentable es que se han cambiado los
valores. El instrumento de mí, de mi yo, ha quedado
constituido en mi dueño en lugar de mi servidor.
Aquel filósofo latino ya lo advirtió hace más de dos
195
mil años: «Yo he nacido para cosas mayores que para
ser esclavo de mi propio cuerpo.»
La persona identificada con su cuerpo vive pen­
diente de él olvidándose de su verdadero ser, de su au­
téntica realidad. Ha convertido el instrumento o medio
en fin y ha trastocado los valores todos de su vida.
Si miramos el mundo que nos rodea podemos
observar los numerosos modos de servidumbre al
cuerpo.
La existencia de la mayoría de las personas está
montada y gira alrededor de dar satisfacción a los sen­
tidos físicos y corporales. La filosofía de la mayoría de
las personas es «pasarlo bien», dar la mayor satisfac­
ción a las exigencias y apetitos corporales.
Se inventan y practican gimnasias y técnicas, a ve­
ces estrafalarias, perjudiciales y dañinas, para «mejo­
rar» supuestamente la apariencia del cuerpo o, como
suele decirse, para ponerse en forma.
«Voy a ponerme en forma», suele decirse, olvidan­
do que no siempre que el cuerpo está en forma lo está
nuestro yo. Más bien nuestro yo está relegado al olvido
cuando se cuida en demasía el cuerpo.
Nadie puede tapar el sol con un dedo ni se puede
encerrar el espacio infinito en un minúsculo cascarón.
Las ansias infinitas de felicidad que brotan y tienen
su origen en el ser interno no pueden ser saciadas den­
tro de los límites reducidos y quebradizos del cuerpo.
Lo superior no cabe en lo inferior.
El instrumento es tanto más útil cuanto mejor sirve
a su dueño para su finalidad apropiada.
Yo no estoy en mi cuerpo sino que mi cuerpo está
en mí.
El cuerpo no nos lleva, ni nos impulsa. Es nuestro
yo, el centro y fuente de energía quien sostiene, impul­
sa y dirige nuestro cuerpo.
El cuerpo es en sí mismo un compuesto de materia,
de átomos, moléculas, células y órganos que reciben su
vitalidad, organización y dinamismo del centro de vida
y energía que es nuestro yo.
La trasnochada, absurda y abandonada tesis de un
craso materialismo del siglo pasado está superada.
Toda materia es energía. Pero no toda energía es
materia.

196
La energía más fina, sutil y plena es la que está más
allá de los límites de la materia extensa.
Los físicos, incluso, han llegado a decir que la ener­
gía no reside en las partículas de materia, por finas y
sutiles que éstas sean, sino en la «función de onda» del
movimiento subatómico.
Eso que mueve, vitaliza, sostiene, anima y organiza
inteligentemente mi cuerpo soy yo.
Cuando se pierde el sentido de sí mismo y se tras­
tocan los papeles del cuerpo como instrumento para la
expresión y manifestación del yo, los desatinos, inco­
herencias y aberraciones se suceden unos a otros.
No son pocos los que califican y valoran a las per­
sonas por su apariencia física. Conocí a alguien que
aceptaba o rechazaba a las personas y las juzgaba mo­
ralmente según su apariencia externa.
No es raro ver que muchas personas eligen su com­
pañero o compañera por la belleza y atractivo físico
fundamentalmente.
La dependencia y servilismo de muchas personas a
su apariencia física sirve de parámetro para conocer la
superficialidad y nivel frívolo de su personalidad.
Muchas mujeres, principalmente, tratan de dar ex­
plicaciones y justificaciones a esa neurótica obsesión
por su apariencia física.
Quien tiene una clara conciencia de sí y del sentido
y valor de su cuerpo sabe cuidarlo adecuadamente sin
artificialidad ni exageración alguna.
El montaje de la vida moderna con sus desfiles de
modas, exaltación de la apariencia física, concursos de
belleza, spots publicitarios en revistas, TV, los incenti­
vos todos del consumismo mercantilista, la frivolidad
generalizada de los medios de comunicación y la vida
social diaria apoyan y refuerzan esa desatinada y ab­
surda sobrevaloración de la apariencia física.
Es curioso que junto al endiosamiento del cuerpo
existe también un abuso excesivo de él con el descon­
trol al comer, beber, practicar sin amor y orden el sexo
y consumir abusivamente las drogas perjudiciales y
hasta mortales.
Es el sinsentido de la vida moderna.
Los poderes públicos de las naciones aparentemen­
te han declarado una guerra sin cuartel a la comercia­
197
lización de la droga. Pero por sus efectos y resultados
no parece que tal guerra esté correcta y adecuadamen­
te organizada y dirigida.
Ello da lugar a que muchos empiecen a sospechar
que los intereses económicos son mayores y más influ­
yentes que el propósito de la erradicación de la droga-
dicción.
Existe un abuso generalizado de la salud corporal.
Incluso en las dietas para adelgazar se ha perdido el
sentido que en Oriente han tenido desde la antigüedad
para guardar el equilibrio de comer y beber lo que es
útil y necesario para la salud.
Los orientales han cultivado siempre un sentido
que los occidentales apenas conocemos. Es el «appes-
tat».
Por este sentido escuchan o perciben la necesidad
que tiene el cuerpo en cada momento. Es claro que
este sentido únicamente lo pueden percibir quienes vi­
ven con moderación. Cada uno debe estar atento a la
voz del propio organismo que en cada momento nos
dice lo que necesita y lo que lo perjudica. Es silgo se­
mejante al instinto automático animal. Pero en el ser
humano se hace consciente.
Mientras en este mundo nuestro muchos millones
de personas no tienen lo indispensable para subsistir,
otros despilfarran y abusan de los alimentos. Es uno de
los tantos contrasentidos humanos.
Bueno y necesario es cuidar el propio cuerpo. Pero
es absurdo y torpe esclavizarse a él.

TODO TIENE SU SENTIDO Y SU RAZÓN

Todo tiene sentido aunque no lo entendamos en mu­


chas cosas de nuestra propia existencia o de los seres
del Universo.
Todo tiene una razón de ser.
Todo tiene una lógica explicación aunque los cien­
tíficos, pensadores o filósofos .no la conozcan o no se­
pan explicarla.
198
Muchas veces oímos decir en ciertas circunstancias
en que algún acontecimiento sorprende y extraña, y al
que no le encontramos una fácil explicación, que la
vida no tiene sentido.
No se suele entender, por ejemplo, que de unos pa­
dres sanos y normales nazca un niño mongólico o de­
forme.
No suele entenderse que un niño, joven o persona
mayor con una vida sana y ordenada, un día amanezca
de repente con un cáncer incurable.
No se entiende por qué ocurren esas y otras tantas
situaciones en la vida de muchas personas.
Ante todos esos casos suele decirse generalizando
el sentir y pensar que «la vida es absurda», que «la vida
no tiene sentido».
Y la verdad es que todo, y por supuesto la vida de
cada ser, tiene un sentido. Y también tiene sentido la
enfermedad o la muerte repentina de una persona jo­
ven, el accidente a veces inexplicable y aparentemente
fortuito, el nacimiento inexplicablemente anormal de
un niño mongólico o deforme.
Y hasta tiene sentido el que la mayor parte de las
personas no encuentren ni entiendan el sentido de sus
vidas o de ciertos acontecimientos de ella.
Todo tiene sentido. Hasta el sinsentido de muchas
personas.
El sentido de la vida es vivirla como Ella es, le dije
a aquel muchacho ansioso por entenderse y entender
su misión en la vida.
—Pero, entonces ¿por qué morimos?
—No morimos. Lo que tú y yo somos no muere.
—Pero llega un momento que nuestro cuerpo desa­
parece.
—Sí. Muere todo lo que nace. Termina o tiene fin lo
que tuvo un principio. Todo lo que nace debe morir.
—Pero ¿por qué hombres y animales han de morir
cuando están en la plenitud de la vida?
—Digamos ante todo que La Vida es eterna e infini­
ta. La vida en sí misma es plenitud absoluta.
Esta Vida tiene infinitas manifestaciones visibles a
través de todos los seres del Universo conocido y más
aún del Universo desconocido para nosotros, que es in­
finitamente superior al que conocemos.
199
La naturaleza del miedo en el que se manifiesta La
Vida es limitada, cambiable, corruptible.
Así como La Vida es eterna y nunca nació, la mate­
ria es temporal y tiene un nacimiento. Y todo lo que
nace muere.
Es cierto que todo, incluso lo limitado y mutable,
nace con intencionalidad de llegar a la plenitud. Y
hasta parece que sería más comprensible que cada ser
vivo físico completara su ciclo de desarrollo. Y una
vez alcanzada la plenitud, se comprendería fácilmen­
te que tuviera un decaimiento y muerte natural por
desgaste.
Parece que eso es lo que debiera ocurrir.
¿Por qué en cambio muchos seres vivos han de que­
dar truncados en su desarrollo evolutivo natural?
Hay dos respuestas o explicaciones a ese interro­
gante: una física y otra psicológica o espiritual.
Por una parte, todo ser físico es un organismo.
Todo organismo está compuesto de órganos o partes
integrantes e interrelacionadas. Todos los órganos de­
penden en cierta manera unos de otros. Todas las célu­
las, todas las partes del todo están en mutua depen­
dencia entre sí.
No existe nada en un organismo que sea ajeno, in­
dependiente o extraño a otra parte del mismo.
Nada hay en el Gran Organismo del Universo que
sea ajeno a cualquier parte del mismo.
Comúnmente tenemos el injusto y erróneo pensa­
miento de creemos seres aislados, independientes, sin
relación con los demás seres del Universo.
El absurdo error del egoísmo individualista nos
hace creer que «yo me las arreglo por mi cuenta», y
que cada uno es «cada uno con sus cadaunadas».
Ése es el gran pecado humano: creerse una indivi­
dualidad separada de los demás seres y del Universo en
que vive, independiente y sin relación con el Todo.
Es cierto que tú eres el dueño de tu vida y debes de­
cidir por ti mismo.
Lo paradójico es que las personas frecuentemente
viven alienadas, no por lo que ellas piensan y deciden
sino por lo que piensan y deciden los demás, llámese
sociedad, educación, propaganda consumista, etcéte­
ra. Pero al mismo tiempo se encierran en su caparazón
200
egoísta pensando exclusivamente en su aparente con­
veniencia personal.
Así, pues, pertenecemos a ese Gran Organismo que
es el Universo así como toda célula de un ser vivo per­
tenece al organismo vivo en el que está ejerciendo su
función.
Pues bien, en ese pequeño organismo vivo, igual
que en el Gran Organismo del Universo hay a veces
partes, órganos o células que por diversas causas y ra­
zones no cumplen correctamente su función, y el orga­
nismo se resiente, enferma, sufre y muere.
Todo lo limitado es falible, es susceptible de cual­
quier clase de imperfección.
Por tanto, aunque ese organismo nazca con inten­
ción de plenitud, al estar constituido por elementos li­
mitados y falibles, sobreviene la anomalía, el acciden­
te, la enfermedad.
Pero existe una explicación también psicológica.
La Vida, que es pura Inteligencia, como es puro
Amor, es decir Unidad, se expresa como conciencia en
unos seres que se llaman humanos, personas humanas.
Estos seres humanos tienen la capacidad de La In­
teligencia misma infinita de conocer y comprender el
sentido de sí mismos y de La Vida. Pero «acostumbra­
dos», «educados» a vivir más por las leyes de lo limita­
do, a través de los sentidos, «olvidan», «desconocen» el
sentido de La Vida misma. Se cierran en una visión ra­
quítica, sensible, limitada a las apariencias de las for­
mas y pierden el sentido de Lo Infinito, de Lo Eterno,
Lo Absoluto.
Por su libre albedrío inadecuadamente utilizado,
perturban y alteran el plan divino de La Naturaleza
con las consiguientes consecuencias de trastornos,
anomalías y muerte.
La Inteligencia Infinita de la Vida (Dios), por otra
parte, que es en definitiva el auténtico y verdadero di­
rector y hacedor de todo cuanto se mueve y ocurre en
el Universo, hace que en unas ciertas circunstancias
ocurran determinados acontecimientos «para» que la
conciencia humana «despierte» a La Verdad y vea y
distinga bien, que lo esencial es lo permanente y eter­
no. Y la manifestación de las formas es en cambio ines­
table, perecedera y únicamente un medio o instrumen­
201
to de expresión de lo realmente valioso que es Lo Real
invisible.
Dicho con otras palabras: Dios permite o hace que
muchos fenómenos o accidentes que ocurren en la
vida humana o en el Universo hagan abrir los ojos a los
seres humanos para que sepan jerarquizar los valores
que manejan en su existencia.
La mayor parte de las personas suelen vivir absor­
tas y enfrascadas en estrujar al máximo el placer de los
sentidos como el objetivo primordial de la vida.
La Inteligencia infinita de La Vida (Dios) que nos
hizo participar de su propia inteligencia ve que esta­
mos hundidos en el error de una falsa jerarquización
de los valores de nuestra existencia y hace que se cai­
gan esos castillos de naipes que nos creamos y cons­
truimos con nuestra mente cerrada y obsesionada con
las apariencias de las formas, para que despertemos de
nuestro sueño, para que salgamos de nuestro error,
>ara que no confundamos los medios con el fin, para
4ue no creamos que nuestra plenitud y felicidad pode­
mos encontrarla en ninguna cosa limitada e imperma­
nente o corruptible, ni siquiera en la salud o plenitud
de nuestro cuerpo físico.
Si no, ¿cómo se entienden aquellas bienaventuran­
zas del maestro Jesús?:
Bienaventurados los que lloran...
Bienaventurados los que sufren...
Bienaventurados los pobres...
Me pregunto si hay buenos «creyentes cristianos»
que entiendan, comprendan, acepten y vivan con gozo
esas sabias bienaventuranzas.
Es más fácil adorar, levantar templos y monumen­
tos a Cristo que «creer y practicar» sus enseñanzas.
El sueño continúa. El autoengaño sigue haciendo
estragos.
Cuando las cosas van bien: «¡Qué bueno es Dios!»
Cuando, por el contrario, algo está queriendo ense­
ñamos una verdad con alguna molestia o contrariedad
a nuestros gustos, «¿por qué Dios me trata así?».
Pocos son los que ven, oyen o entienden la llamada
de La Vida en tales circunstancias.
No es necesario ser creyente de religión alguna,
para entender lo que estamos diciendo. Sólo hace falta

202
ver y observar la vida con atención, imparcialidad y de­
seo de encontrar la razón de los hechos.
Si he citado las palabras de Cristo es porque Él fue
sabio, un hombre despierto a La Verdad, identificado
con La Verdad y no con el error en que solemos estar
sumidos nosotros.
El sentido y finalidad de vivir es llegar a la plenitud.
La capacidad de conocer y amar debe ser satisfecha
con la plenitud de La Verdad y el Amor.
La capacidad de desarrollo físico tiende a esa rela­
tiva plenitud de salud física, siempre limitada, tempo­
ral y quebrantable como todo lo físico y limitado.
Aspirar a la plenitud del Amor y La Verdad no pue­
de crear jamás desilusión alguna porque la Plenitud a
la que estamos destinados y llamados no es falible ni
quebradiza sino segura, firme e inefable.
Nuestro destino a esa relativa plenitud física debe
asumirse con la convicción de que todo lo físico es li­
mitado y por tanto falible.
Si conocemos nuestro lugar y misión en la vida nos
daremos cuenta de que la plenitud a la que estamos lla­
mados y destinados consiste en la realización de nues­
tro «yo» superior o ser interno que es una infinita ca­
pacidad de inteligencia y amor.
Quizás a alguno le parezca una exageración el que
digamos que somos una capacidad infinita de inteli­
gencia y amor. Pero no es así. No es ninguna hipérbo­
le. Nuestra capacidad es infinita como nuestro propio
Ser auténtico. Nos han dicho tantas veces que somos
limitados y muy poca cosa, que hemos confundido
nuestro cuerpo o apariencia física con nuestro Ser in­
terno verdadero.
En nuestra existencia y en el Universo, todo tiene
sentido, todo tiene una razón de ser, lo entendamos
o no.
Todo tiene sentido si tenemos el conocimiento ele­
mental de una justa jerarquía de valores y se compren­
de la interrelación de todo, en el universo concreto hu­
mano y en el Universo total.

w
EL VERANEO

Casi todo se hace hoy compulsivamente.


Casi todo se hace con presión por condicionamien­
tos.
Si todo el mundo va de vacaciones yo también he
de ir.
¿Cómo podré volver al trabajo sin tener la piel cur­
tida y quemada, sin poder contar «las maravillas» del
veraneo en aquel apartamento deficiente y estrecho y
en aquel ambiente agobiador por el gentío y el ruido?
... Y con gastos que superan las propias posibilidades.
Las ovejas dóciles van a donde van las demás. Ha­
cen lo que hacen las demás.
¡¡Cómo se añora muchas veces la casa propia,
cuando se está «¡veraneando!» fuera, en los lugares de
moda.:.!!
Se veranea con la obligación de ver lugares nuevos
y cosas nuevas.
Hace unos años, la gente tenía sus días de ocio y va­
cación. Pero «no necesitaban» ir de veraneo.
Ahora «hay que salir» de casa, de su ciudad, y si es
posible del país.
No hay que defender los tiempos pasados como si
todo tiempo pasado fuera mejor.
Pero defiendo la libertad de vivir con paz, sosiego y
calma los días de descanso. Y ante todo defiendo el no
caer en el borreguismo de la moda de turno.

EL ERROR DE COMPETIR

Vivimos en un mundo de permanente competencia.


Los comerciantes se mantienen siempre atentos a
la competencia de sus colegas del mismo ramo, tratan­
do de ganarse los clientes.
204
Las mujeres compiten por demostrar que son más
bellas o atractivas que sus amigas o conocidas. Viven
pendientes de la moda del momento, de todo aquello
con lo que puedan distinguirse y sobresalir más que las
otras.
Los profesionales, aunque con cierto sagaz y sutil
disimulo, luchan por estar a un nivel mayor que sus co­
legas, ya sea por unos mayores conocimientos, por me­
jores instrumentos de trabajo, por tener más clientela,
por el reconocimiento de sus éxitos o por un mayor
estatus económico-social.
En los colegios se estimula a los niños para ver
quién es el mejor, el número uno de la clase.
En las competencias deportivas se lucha por ganar
al rival. Lo importante no suele ser competir sanamen­
te sino quedar por encima del contrario, clasificarse
mejor que los demás. A veces, incluso con artimañas
deshonestas y antideportivas.
La filosofía general de nuestro tiempo es pisar y
arrollar antes de que te arrollen a ti.
Las reuniones sociales también se convierten en
una competencia por ver quién viste mejor, quién
cuenta más maravillas de sí y de su familia, quién tie­
ne más dinero, quién es más inteligente o habilidoso o
simpático...
Se compite «contra» otros en lugar de competir
consigo mismo por ser mejor hoy que ayer, por crecer
en conocimiento y perfeccionar lo que se hace.
Nos solemos manejar habitualmente con juicios
comparativos: Fulano es mejor que Mengano, los euro­
peos son más o menos cultos que los americanos, los
de tal país son más simpáticos que los del otro...
Si observamos bien, todas las guerras se basan en
la competencia. Unas veces son los juegos de los senti­
mientos competitivos de unos cuantos dirigentes y
otras veces es la exaltación desmedida de los senti­
mientos patrióticos o patrioteros del pueblo-masa.
Existe una costumbre especialmente arraigada en­
tre los políticos y los medios de comunicación de ben­
decir y aceptar como válido todo cuanto piensa y sien­
te el pueblo o la mayoría. Pero aquello de «vox populi,
vox Dei», la voz del pueblo es la voz de Dios, quizás
fuera cierto en los tiempos en que el pueblo se expre­
205
saba libre y espontáneamente sin el adoctrinamiento y
la manipulación y presión psicológica a que se ve so­
metido ahora con la propaganda y medios de comuni­
cación. La masifícación inconsciente moderna está
creando seres autómatas, sin voluntad propia. La voz
de esas gentes es la voz de la propaganda manipulado­
ra. No la voz de Dios.
Se halaga la vanidad de ciertas clases sociales para
manejarlas y usarlas como instrumentos para vencer,
triunfar, conseguir el poder y encaramarse a puestos
elevados por encima y contra sus rivales de tumo.
En la política, teóricamente existen unas reglas que
deben cumplirse. Pero en la práctica «vale todo», con
tal de no ser sorprendido en la transgresión de dichas
reglas.
Competir es igual a «estar contra», «luchar con­
tra»... Y toda actitud «contra algo» conduce siempre a
la rivalidad, la lucha, la guerra y la destrucción.
No es difícil advertir que cuanto más se ansia estar
por encima de otros es porque se siente que se está de­
bajo. Y la idea de ser menos que los otros es un simple
concepto mental.
Los conceptos comparativos se basan casi siempre
en aspectos totalmente accidentales y variables.
Cada uno debiera darse cuenta de que no es miran­
do si los otros están más arriba o más abajo cuando va
a sentirse feliz, sino cuando uno descubre y desarrolla
toda su capacidad de energía, de inteligencia y de
amor, que es infinita. La limitación la pone la mente
mal adoctrinada.
Algunos ven, no sin cierta razón, que los premios y
medallas que se atorgan en los colegios fomentan el es­
tímulo en el estudio y trabajo. Personalmente pienso
que ése es un recurso de poca imaginación y que deben
pensarse otros que eviten las envidias, el orgullo y la
frustración, cuando no el resentimiento y el odio.
Habría que encontrar formas de estímulo en que
cada uno viera cómo puede superarse a sí mismo sin
comparaciones injustas y nefastas con otros. Cada uno
tiene su peculiar forma de aprendizaje, expresión y
rendimiento de sus conocimientos.
No siempre la rapidez y viveza aparente son señales
de mayor inteligencia y dedicación al trabajo.

206
Si se tienen en cuenta los pros y contras de esas
competencias y métodos de valoración se advertirá
que se está sembrando en el ánimo de los muchachos
esa competencia cruel, injusta y destructiva que presi­
de casi toda nuestra sociedad moderna.
La tendencia hacia algo más y mejor no debiera al­
canzarse por el camino de la lucha del más hábil y más
fuerte sobre el más débil. Ésa es la ley de la selva por la
que se rigen los animales, que llamamos irracionales.
Nosotros estamos llamados por la ley de nuestra
naturaleza a aspirar a algo mucho mayor, a la supera­
ción del raquitismo de nuestros «egos» individuales
que siempre están en lucha y rivalidad con los otros.
La competencia realizadora es aquella en que no se
lucha contra otros sino que se trabaja consigo mismo
para mejorar nuestra capacidad inteligente y amorosa.

OBSERVA

Observa las sensaciones y percepciones que te llegan


del exterior.
Observa tus pensamientos y sentimientos. Unos y
otros llegan a ti como las olas calmas o violentas que
sucesivas e intermitentes rompen en la infinita y blan­
da playa de tu conciencia.
Ellas van y vienen. Aparecen y desaparecen en un
juego irregular e infinito de formas y estados cambian­
tes mientras tú, tu conciencia, permanece eternamente
invariable.
Tú eres el gran océano con olas cambiantes, fuga­
ces e inestables.
Tú eres quien observa las olas que van y vienen.
En ti se forman las olas desiguales y momentáneas
mientras tú, base y fundamento de ellas, permaneces
inalterable.
Tú eres ese océano y esa playa.
Tú eres la realidad invariable mientras tu cuerpo
cambia, tus pensamientos y sentimientos se suceden.
Tú eres el océano y la playa donde las olas aparecen
y desaparecen.
207
EL MEJOR PERDÓN:
... NO TENER QUE PERDONAR

Perdona o necesita perdonar quien se sintió herido u


ofendido.
Se ofende quien vive desde su «ego».
Viven desde su ego quienes no son conscientes de
que ellos no son su ego, que es una simple estructura
mental vulnerable, endeble, insegura y expugnable.
Se sienten heridos y ofendidos quienes ignoran que
su verdadero y real «yo», su auténtica realidad, no pue­
de ser afectada ni violada por palabra alguna, por opi­
niones y juicios de cualquier índole.
Se sienten ofendidos quienes creen tener una ima­
gen determinada que deben proteger contra las pala­
bras o juicios ajenos.
Se sienten ofendidos los que se sienten prisioneros
de los juicios y opiniones ajenas.
Se ofenden quienes están pendientes del «qué di­
rán», «qué pensarán».
Es mejor no ofenderse nunca.
Es mejor saber que nada ni nadie puede ofender
nuestro ser real, nuestro verdadero y auténtico «yo»,
que es invulnerable, inexpugnable y seguro.
A nuestro «yo» verdadero ningún juicio le afecta en
lo más mínimo.
Quien conoce y vive desde su realidad verdadera
sabe que los pensamientos, palabras, opiniones y jui­
cios de las personas no tienen realidad alguna. Son sólo
ideas, y las ideas son pura creación mental.
Las actitudes humanas pueden ser cambiadas por
las ideas. Pero la realidad jamás.
El modo de ser de una persona es alterable por los
pensamientos e ideas. Pero la realidad jamás.
Si uno conoce y se afianza en su realidad verdadera
nunca sentirá los alfilerazos mentales o verbales de
quien voluntaria o involuntariamente pueda ofenderle.
Si vives desde tu realidad no te sentirás jamás ofen­
dido y no necesitarás perdonar.

208
¿PIENSA MAL Y ACERTARÁS?

Los refranes suelen ser sabios, pero no siempre. Algu­


nos son tan desafortunados y desgraciados como éste.
Me decía una persona cuando le advertí de esto: yo
pienso mal y siempre acierto.
Le dije: es posible que aciertes algunas veces, es po­
sible que aciertes hasta el cincuenta por ciento de las
veces. Sería mejor que pensaras bien y acertarías tam­
bién por lo menos el otro cincuenta. Y además tu acti­
tud sería buena.
Los que piensan siempre mal, aunque en algunos
casos supuestamente acierten, están cometiendo un
gran desacierto consigo mismos, porque el mal pensa­
miento siempre tiene unos efectos perniciosos y el
primero en sufrir dichos efectos es el mismo donde se
origina el pensamiento. Es una ley evidente en el cam­
po de lo mental. Los pensamientos malos y negativos
van dejando su lastre en quien habitualmente los tiene
y abriga.
A veces, algunas personas no entienden por qué les
ocurren ciertas contrariedades y adversidades. Basta­
ría que analizaran su actitud mental habitual. Los pen­
samientos, deseos e intenciones malas hacia los demás
siempre dejan su efecto.
Aquella madre era temerosa. Cuando su hijo salía
en bicicleta siempre pensaba que se iba a caer. Una
ocasión entre las cientos en que el niño había salido
con su bicicleta se cayó. Y ella calificándose de exce­
lente pitonisa y adivina le dijo: ya lo sabía, ya te lo ad­
vertí que te ibas a caer. Claro. Lo pensaba todos los
días. Uno entre cien acertó.
Los que piensan habitualmente mal harían bien en .
analizar con sinceridad por qué suelen pensar mal. En­
contrarían en muchos casos envidia, en otros una des­
tructiva actitud negativa y en otros algunas lacras que
les costará aceptar.
Piensa bien aunque no aciertes, debería ser el re­
frán. Porque aunque no aciertes siempre aciertas con­
tigo mismo.
209
Hasta la jurisprudencia más elemental dice: uno es
inocente hasta que no se pruebe lo contrario.
Pero algunos quieren tener su jurisprudencia parti­
cular y ya de entrada piensan mal, piensan en la culpa­
bilidad. Aun en el caso de que acertaran ya están desa­
certando id culpar antes de tiempo.
«Piensa bien aunque no aciertes» es más sabio que
el famoso refrán tan querido y practicado por algunas
personas.

ORGULLO Y VANIDAD HASTA


EN LA MUERTE

Era el velatorio de un miembro de una familia de alta


sociedad.
Allí estaban los deudos del difunto recibiendo el pé­
same y las condolencias de rigor según el rito y cos­
tumbre social.
De vez en cuando los miembros de la familia «olvi­
daban» su papel de personas compungidas y caían en
el rol de anfitriones o protagonistas de «aquella fiesta»
de sociedad, deshaciéndose en sonrisas y gratitudes
hacia los visitantes. No faltaban, por supuesto, el café
y los licores que se repartían con solicitud entre los vi­
sitantes. El velatorio se había convertido, así, casi en
una fiesta de sociedad más.
En un espacio más allá de la cabecera del ataúd es­
taban las coronas de flores que iban enviando los ami­
gos y conocidos del difunto, con sus correspondientes
cintas con el nombre de la familia que las enviaba.
Había unas enormes y bellas coronas. Y entre ellas
había una que destacaba porque era mucho más pe­
queña.
Cuando llegó al velatorio el señor que había envia­
do aquella insignificante corona se sintió avergonzado
de su tacañería. Y disimuladamente se acercó al em­
pleado que se encargaba de colocar las coronas y puso
unos billetes en su mano diciéndole al mismo tiempo
en secreto que cambiase aquella cinta de la corona pe­
210
queña con la de otra mucho más grande que había a su
lado, asegurándose antes que los que la habían envia­
do no asistirían al vejatorio. Así lo hizo el empleado. Y
el tal señor se quedó muy satisfecho con la apropiación
indebida de la corona que no era suya.
Tacañería y orgullo son dos defectos que no enca­
jan bien.
Vanidad, hipocresía, falsedad social, apariencias
frívolas y necio orgullo es un cóctel frecuente aun en
los momentos en que debiera prevalecer la verdad sin­
cera de la amistad y la sencilla humildad.
Hace años oí a una señora algo que no podía creer
y que ahora me da risa: ante todo, lo que pido a mi fa­
milia es que, cuando muera, me pongan muy bonita en
el ataúd. ¡Inverosímil, demente y estúpida vanidad!
Las vanas e hipócritas reglas sociales han converti­
do todo, hasta los velatorios, en bufonadas histriónicas
de humor negro.
¿Da más pena que risa o más risa que pena?

NEUROSIS POR EL PODER

Nuestro mundo, la Humanidad tal como existe sobre


este planeta Tierra, está condenado a ser víctima de los
delirios de poder de unos cuantos hombres.
Basta echar un vistazo a la historia. Unas veces
son dictadores déspotas o reyes absolutistas. Otras
veces son los políticos ambiciosos y demagogos tre­
padores.
El afán neurótico de dominar a otros parece ser
una tónica general en todos los países, en todas las cul­
turas de todos los tiempos y épocas.
Y no sólo existe ese deseo de poder y dominio a ni­
vel de nación, a nivel público y social.
La tendencia obsesiva por conseguir poder y domi­
nio se advierte también a nivel de empresas, socie­
dades industriales, comerciales, económicas, finan­
cieras... e incluso a nivel de sociedades educativas,
religiosas y familiares. Ahí está por ejemplo la discu­
211
sión frecuente sobre el dominio de los padres en la fa­
milia o de uno de los dos esposos sobre el otro.
Es como si siempre tuviéramos que ser o domina­
dores o dominados.
Parece como si todos los humanos diéramos nuestra
tácita aprobación al hecho de que siempre unos deben
ser señores y dueños y los otros súbditos y vasallos.
La astucia y sagacidad de los hombres dedicados a
la política intentan convencernos de qué ellos no pre­
tenden ni desean conseguir el poder sino de que su vo­
cación es «servir al pueblo».
En contraposición a la locura patológica y deliran­
te por el poder de los dictadores, los políticos suelen
proponer el sistema democrático como el súmmum de
la perfección en cuanto a la organización y desenvolvi­
miento de la sociedad. Y podría serlo si en lugar del de­
seo desordenado de poder para el medro y provecho
personal de muchos de ellos, tuvieran todos la auténti­
ca vocación política de servir a su pueblo.
Parece que el brillo y atractivo de dominar ciega,
encandila y atrae a muchos a encaramarse al poder.
Los dictadores lo hacen abierta y descaradamente.
Algunos políticos lo hacen con el disfraz del servi­
cio al pueblo.
Pero unos y otros tienen una obsesión de fondo: el
poder.
Cuando los políticos no logran acceder al poder del
gobierno y el dominio, se crean el poder de la oposi­
ción.
Y uno se pregunta: ¿qué hay o cuál es la razón de
esta ambición general patológica y delirante de los se­
res humanos por el poder?
La respuesta es clara y rotunda: anhelan dominar
más a otros, aquellos que menos se dominan a sí mis­
mos.
El deseo de poder lleva implícitos dos sentimientos:
orgullo y vacío de sí mismo.
Quienes se esfuerzan en dominar a otros lo hacen
con el deseo de sentirse superiores y con el objetivo de
suplir el vacío de sí, ejerciendo sobre los otros la auto­
ridad que no tienen sobre sí mismos.
Quien se siente satisfecho y contento consigo mis­
mo no se dirige a los demás para dominarlos sino para
212
comunicarles su plenitud y la felicidad de sentirse rea­
lizado como persona.
Quien se conoce y se siente dueño de su vida jamás
pretende aparecer como superior a los demás porque
sabe que todos somos esencialmente iguales y nadie
puede arrogarse y atribuirse el derecho de exigir a
otros un modo determinado de conducta, sino que res­
peta la libertad de expresarse de cada uno según su
idiosincrasia personal.
Es un hecho evidente que cuanto más realizada,
más dueña de sí misma, más desarrollada es una per­
sona, menos inclinación tiene a dominar a nadie ni en­
caramarse al poder.
Esto es válido en todos los niveles. Desde el nivel
nacional o internacional hasta el particular y personal
de la relación humana entre dos personas.
Cuanto más vacío de sí está alguien, más desea lle­
narse con el poder sobre los demás. Y a la inversa.
Cuanto más realizada y dueña de sí misma es una per­
sona, menos necesita someter a alguien a su voluntad.
Cada uno puede conseguir y ejercer el poder sobre
sí. Es el más efectivo, el más útil y provechoso. Quien
posee éste, no necesita el otro.

EL DESEO DE LAS HORMIGAS

Eran dos hormigas amigas.


Paseaban una tarde alrededor de su hormiguero
buscando alguna provisión.
Una de ellas levantó su redonda y diminuta cabeza
y vio un águila surcando solemnemente el espacio con
sus enormes alas extendidas, casi inmóviles.
Se acercó a su compañera y le dijo:
—Mira ese monstruo que se mueve en el cielo
mientras nosotras nos arrastramos con dificultad so­
bre la tierra entre estas hierbas molestas.
—Pero, ¿tú no sabes que además de nosotras hay en
la tierra muchos más seres, monstruos tremendos, enor­
mes, que viven por encima de nuestros hormigueros?
213
—Déjate de pamplinas. Nosotras somos ya muchas.
Recuerda que además de nosotras, las de este hormi­
guero, hay otras que son más rubias que nosotras. Y sé
que también hay muchas otras hormigas más grandes,
a las que tenemos tanto respeto.
—Tú eres muy necia e ignorante. Una hormiga vie­
ja muy sabia me explicó que hay unos seres que no ca­
minan como nosotras entre las hierbas sino que vue­
lan. Y otros que caminan con sus enormes pies sobre
nuestras casas subterráneas. Ese monstruo que has
visto es un águila que vuela horas y horas...
—Y, ¿por qué nosotras no podemos volar?
—Tampoco ellas pueden vivir como nosotras en ca­
sas tan profundas en la tierra. Además la hormiga sa­
bia me dijo que ya existen algunas de las hormigas más
desarrolladas que están aprendiendo a volar. Y vuelan
en ciertos días.
—Pues a mí me gustaría volar...
—Tú tienes que hacer primero bien lo que es pro
pió de una buena hormiga. Debes estar contenta con
lo que eres y con lo que haces. Después quizás seas de las
que aprenden incluso a volar.
—Pero yo hubiera querido ser otra cosa y no hor
miga...
—Tú te pareces a muchos de esos seres que cami
nan por encima de nosotras, que nunca están conten
tos con lo que tienen y con lo que son. Muchos de ello?
son tan ignorantes como tú.
—Pero ¿cómo?, ¿saben hacer tantas cosas y no es
tán contentos consigo mismos?
—Así es. Y todavía más. Permanentemente están
construyendo aparatos complicados. Y lo peor es que
muchos de esos aparatos los construyen para matarse
entre ellos.
—Entonces eso debe ser porque son salvajes e inci­
vilizados...
—Ellos creen que son muy civilizados y cultos y nos
tratan con desprecio a nosotras. Dicen a veces: te voy a
machacar como a una inmunda hormiga... A casi to
dos los seres que hay sobre la tierra los tratan de mod<
semejante. Hasta se divierten matándolos...
—¡Qué raro!
—Sí. ¿Sabes qué les pasa? Que se empeñan en co­
214
nocer muchas cosas y construir aparatos muchas veces
inútiles y mortíferos pero aún no saben quiénes son
ellos mismos. Por eso se pelean, se matan y son tan
prepotentes y crueles... Quizás algún día se enteren...
En aquel momento un anónimo pie humano aplas­
tó a las dos hormigas...

NUESTRAS DIFERENCIAS

Nos solemos gloriar de nuestra idiosincrasia, de nues­


tras tradiciones, de nuestra cultura, regional o nacio­
nal, de nuestro territorio, de nuestra lengua, de nues­
tras costumbres, de nuestra historia, de nuestro
apellido...
Es como si esas particularidades fueran lo más im­
portante en la vida humana.
Hemos perdido la verdadera perspectiva de las co­
sas y sobre todo del ser humano.
Las culturas, las tradiciones, la lengua, las ideas o
cultos religiosos, las idiosincrasias familiares y socia­
les, se exaltan y sobrevaloran de tal manera que admi­
ramos el marco y olvidamos la pintura que contiene.
Nos han enseñado y programado durante mucho
tiempo nuestras mentes sobre la importancia de la cul­
tura y las tradiciones de los pueblos.
Se habla de ellas como de «nuestra identidad». Y
hemos llegado a creerlo como una verdad, sin sombras
de duda.
Es cierto que las tradiciones y cultura de cada pue­
blo o región constituyen la particularidad, la diferen­
cia accidental de los distintos pueblos.
Pero es cierto igualmente que esas costumbres van
variando con el paso del tiempo y algunas de ellas, tí­
picas de un pueblo, o se han perdido o no son tan típi­
cas y exclusivas de ese pueblo.
Es que no se puede llamar identidad nacional o re­
gional de un pueblo o lugar a algo tan variable y cam­
biante como todas esas costumbres y tradiciones por
especiales y particulares que ellas sean.
215
No estoy a favor ni en contra de las tradiciones o
costumbres por sí mismas.
Todos sabemos que en algunos pueblos han existi­
do tradiciones y costumbres poco humanas. Tratar de
mantenerlas porque son parte de «nuestra identidad»
me parece poco menos que incongruente y absurdo.
Por el contrario, han existido tradiciones y costum­
bres muy sensatas y honorables que han sido abando­
nadas simplemente porque según se dice «ya no pegan
con los tiempos modernos».
La cultura no es algo estático. Es evolutiva.
Es bueno conocer las evoluciones culturales que
han tenido los pueblos. Pero no se entiende que se les
rinda una especie de culto a ciertas culturas simple­
mente porque fueron las de ilustres ancestros.
Bien está el respeto por todo aquello que pertenece
a los demás. Pero los mitos, aunque sean sobre lo que
suele llamarse «nuestra identidad nacional o regional
o racial», me parecen siempre condicionamientos gre­
garios sin sentido.
Los límites geográficos son creaciones artificiales
de los hombres. Y por defender unos metros de tierra
se han desatado guerras atroces y crueles para no con­
seguir nada o algo que podía haberse conseguido civi­
lizadamente.
Pero los líderes políticos de tumo enardecieron los
ánimos de la masa del pueblo con las supuestas reivin­
dicaciones de los intereses nacionales.
La historia está llena de guerras insensatas e irra­
cionales que han tratado de ser justificadas por ambos
bandos siempre a su respectivo favor, como es lógico.
Ni las «guerras santas» ni las «santas cruzadas» tu­
vieron ni tienen nada de santo, cuando es el odio a los
enemigos el que preside dichas «santas» empresas. En
todas las guerras cada cual quiere tener la razón, cuan­
do únicamente existe la razón de la sinrazón.
La transmisión de ideas y costumbres no es sino
programaciones mentales de unas generaciones a
otras.
Vemos las luchas fratricidas por defender unas ideo­
logías, unas fronteras, un nombre de pueblo o nación,
una clase determinada de régimen político, una ideo­
logía religiosa sobre otra...

216
Sabemos que lo cultural, lo político, las ideas reli­
giosas, raciales, etcétera, son programadas.
Sabemos que lo programado no ha surgido de den­
tro.
Sabemos que lo programado viene siempre de in­
fluencias externas a nuestra mente y se convierte en
idea conductora de nuestra conducta, de nuestro ver y
sentir.
Sabemos que eso externo, a pesar de ser externo y
ajeno a nosotros, lo hemos convertido en «nuestra
identidad».
Sabemos que sólo somos auténticos y libres por lo
que somos por nosotros mismos y por lo que vivimos
sin presiones de condicionamiento alguno...
Y sabiendo todo esto seguimos prisioneros entre
los barrotes de los errores de nuestras programaciones
mentales.
Nuestra identidad como raza humana, como seres
humanos, es mucho más y mejor que todas las cultu­
ras, ideas, tradiciones, cultos religiosos...
Se hace urgente y necesario liberarse del condicio­
nante peso de nuestra historia, del lastre del pasado, si
queremos ser libres.
Sólo siendo libre puedes ser feliz.
No es necesario despreciar nada del pasado. El pa­
sado fue así, y así hay que aceptarlo y respetarlo.
Pero es urgente liberarse de él, liberarse de su peso
condicionante, para ser uno mismo en el presente,
para que surja de dentro de cada uno la fresca espon­
taneidad de lo que somos como inteligencia y amor sin
barreras, sin colores, sin partidismos, sin la dependen­
cia de las particularidades totalmente accidentales.
Hemos de amar nuestro pequeño entorno y el gran
entorno del planeta.
Al liberarse del pasado no hay que odiar absoluta­
mente nada. Se trata de amar todo de tal manera que
lo concreto y particular no nos impida amar lo univer­
sal.
La Tierra es la casa común.
¿Qué importan las peculiaridades de las habitacio­
nes dentro de la casa que nos cobija a todos?
El cobijado en esta casa es el ser humano. Sin más
adjetivos.
217
No importa cómo vista, cómo piense, cuáles sean
sus costumbres y tradiciones. Yo mismo no siento ni
orgullo ni desprecio por el país en que nací. Considero
que tal circunstancia en mi nacimiento fue totalmente
accidental. Lo mismo que nací allí podría haber naci­
do en cualquier rincón del mundo. Me considero ciu­
dadano del mundo. Todos somos los habitantes de la
misma casa, del planeta Tierra y del Universo entero.

LOS RICOS POBRES

Hay mucha gente rica con corazón pobre porque ama


poco.
La gente pobre tiene problemas por tener demasia­
da hambre.
La gente rica, en cambio, los tiene por comer de­
masiado, por tener demasiado.
No conocen ni disfrutan la paz porque siempre tie­
nen muchos compromisos y obligaciones sociales.
Sufren de stress, de alta presión arterial, y siempre
tienen la amenaza del ataque cardíaco sobre sus cabe­
zas.
Sus botiquines están llenos de pastillas sedantes y
tranquilizantes.
¡Pobre gente rica!
Es muy difícil ser rico, saber tener riquezas.
Si recorres las familias ricas, tendrás mucha difi­
cultad para encontrar una donde reine la serena felici­
dad.
En teoría, no tiene por qué estar reñida la riqueza
con la felicidad.
Pero en la práctica suele estarlo, porque general­
mente la riqueza no es una posesión de quien la tiene
sino «la poseedora y dominadora» de las personas.

218
EDUCACIÓN UTILITARIA

Hace años estaba enseñando filosofía y psicología en


una universidad. Llevaba ya bastantes años de trabajo
docente.
Siempre enseñé por vocación.
El ir a la clase no constituía para mí un sacrificio
sino un verdadero placer.
Trataba de enseñar a mis alumnos los principios de
filosofía y psicología que consideraba más útiles para
su vida.
Deseaba transmitirles siempre un conocimiento vi-
vencial para que ellos también lo hicieran vivencial en
sus propias vidas.
Pero llegó un momento en que vi que la mayor par­
te de mis alumnos asistían a las clases más para apro­
bar una materia que necesitaban para poder graduarse
que por conocer y vivenciar las enseñanzas.
Estaban contagiados de ese espíritu utilitarista, in­
mediato, material, de tener un título para ganar dinero.
Eso era lo que ellos veían en la sociedad y en los pro­
fesionales más conocidos. Les deslumbraba el status
socio-económico de algunos de aquellos profesionales
y eso era lo que ellos estaban ansiando llegar a ser.
Así, la instrucción, la adquisición de conocimientos,
se convertía en un mero trámite que había que cumplir
y nada más.
No había deseo de conocer por conocer, anhelo por
la verdad y la superación personal. Sólo cumplir el trá­
mite, aunque fuera sin conocimientos, para conseguir
un título que les diera beneficios económicos.
No necesito decir que fui perdiendo el gusto y la
confianza en la educación o instrucción estructurada y
me dediqué a orientar a quien realmente quisiera ser
orientado.
Y el primer candidato fui yo mismo. Así que me de­
diqué a educarme a mí mismo.
Con el tiempo he ido viendo que no es fácil encon­
trar personas que quieran conocer la verdad antes de
conseguir cosas.
219
Aprender y conocer, para comprenderse mejor y
comprender mejor el mundo en el que vivimos y con el
que nos relacionamos.
Conocer, porque en eso consiste parte de nuestro
desarrollo ya que somos capacidad inteligente.
La instrucción y educación para lograr cosas está
destinada al fracaso porque ella es ya un fracaso.
La filosofía de la sociedad moderna es eminente­
mente pragmática y utilitarista, con una aterradora ce­
guera hacia algo más que no sea el beneficio inmedia­
to material.
Y la gran parte de la educación e instrucción sigue
la misma dirección.
El panorama no es demasiado optimista a no ser
que se cambie de rumbo y dirección.

¿SER BUENO POR OBLIGACIÓN?

Siempre, incluso en mi adolescencia y juventud, en que


había que aceptar todo cuanto nos decían los mayores
con su autoridad para educamos, me pareció un tremen­
do absurdo declarar una cosa buena o mala por decreto.
Esto es bueno porque está impuesto.
Esto es malo porque está prohibido.
Y, ¿quién lo manda y quién lo prohíbe?, me pre­
guntaba yo.
La ley moral, las reglas morales, eran todo un jero­
glífico y galimatías.
Aparte de la facilidad con que cambiaban algunas
de ellas, estaba también la diversa interpretación que
cada cual hacía de ellas.
Repetidas veces he oído a algunas personas que se
llaman religiosas practicantes: yo voy a misa los sába­
dos porque así me quito de encima el peso de ir los do­
mingos y puedo quedarme en la cama o ir de paseo.
No entiendo que uno que se llama creyente práctico
le resulte un peso el ir a hablar con su padre del cielo.
Es que nos han enseñado a cumplir ciertas obliga­
ciones sin antes explicamos su sentido. Nos han ense­

220
ñado el cumplimiento o, lo que es lo mismo, el cumplo
y miento.
Adorar a Dios por obligación resulta, además de in­
concebible, tragicómico en la práctica.
Si la adoración es un acto de amor reverencial,
¿cómo puede hacerse por obligación?
Si el acto de amor no es libre, voluntario y sentido
internamente, no es amor.
Todo el esfuerzo que se hace en imponer leyes mo­
rales debería usarse en enseñar, ayudar a comprender
que el ser bueno, el ser amoroso, el ser honesto, el ser
veraz, el ser amigable, es lo único razonable para un
ser consciente de sí mismo y lo único que nos puede
hacer felices.
Recuerdo que muchas veces siendo niño me dije­
ron que tenía que ser bueno. Pero jamás oí decir a na­
die que eso debía ser para mí tan natural como para un
manzano dar manzanas o para un rosal dar rosas o
para un pez vivir en el agua.
Nunca jamás oír decir a nadie que yo era ante todo
conciencia amorosa como lo más básico de mí mismo.
Me decían que era hijo de Dios pero al mismo tiempo
que era un demonio. Nunca entendí aquellos contra­
sentidos.
¡Es tan sencillo ver que no hay que ser buenos por­
que nadie te lo mande sino porque ésa es tu naturale­
za! Y cuando somos malos es porque somos ignorantes
y estamos dormidos, sin damos cuenta de lo que so­
mos.
Imponer la obligación de ser bueno es como obli­
gar al pez a vivir en el agua.
Nos salimos del agua, nos salimos de la bondad,
porque aún no hemos visto, no nos han hecho ver que
lo nuestro es estar en el bien como para el pez lo es es­
tar en el agua.
Sobran leyes e imposiciones y falta conocimiento
comprensivo vivencial.

221
ÉSA ES LA VERDAD Y NADA MÁS QUE ÉSA

Lo oí en una conversación.
Todos lo hemos oído muchas veces.
Muchas personas son tajantes: ésa es la única ver­
dad, dicen. Lo demás es falso...
Hay momentos en que uno cree estar en la verdad
total y absoluta. Daría su vida por defender que eso
que piensa y dice es la única verdad, la verdad apodíc-
tica, incontrovertible.
Algunos, para no parecer demasiado pretenciosos y
orgullosos, le ponen a la frase una sordina y dicen: al
menos ésa es mi verdad.
Psicológicamente puede hablarse de «mi» verdad o
«tu» verdad. Porque significa la adecuación de lo que
se dice con lo que se piensa. Mi verdad psicológica es
decir lo que pienso.
Pero, ¿puede alguien conocer la verdad total y real
de algo?
Sabemos que existe el mundo de los objetos y he­
chos concretos fenoménicos, visibles o perceptibles.
Pero para expresar esos objetos y fenómenos per­
ceptibles hemos creado un mundo mental de concep­
tos, ideas y palabras que son los signos o símbolos con
los que señalamos o significamos las cosas y los he­
chos fenoménicos. Y este mundo de conceptos y signos
es muy variable.
Como el mundo de las cosas y hechos fenoménicos
está también en permanente cambio, existe una gran
dificultad para que los conceptos y palabras, cambian­
tes y polivalentes en sí mismos, de una persona coinci­
dan con los de otra.
Existe por tanto una doble dificultad para encerrar
y definir esa relativa realidad de las cosas y los hechos
en un marco concreto de conceptos y palabras.
Eso, en lo que se refiere al mundo de los hechos y
cosas sensibles y perceptibles.
Pero existe por otra parte el mundo de La Realidad,
de lo invisible, el mundo de lo inmutable, el mundo de
La Realidad siempre idéntica a sí misma, que es la au-

222
téntica y eterna Verdad. Es el mundo de 10 no percep­
tible por los sentidos.
El mundo de lo fenoménico sensible resulta indefi­
nible tanto por la variabilidad de las cosas y los hechos
en sí como por los diferentes significados y conceptos
con que los simbolizamos y significamos.
De ahí que sea pretencioso afirmar que lo que uno
piensa y dice de las cosas y los fenómenos sea la única y
total verdad sobre ellos. A lo sumo podrá decir que ésa es
su verdad psicológica, la verdad de lo que él ve y piensa.
Y en lo que respecta al mundo de lo Invisible o Ab­
soluto, es indecible e inexpresable por su infinitud.
Las palabras y conceptos limitados no pueden
abarcar lo ilimitado e infinito.
De ahí que La Verdad puede ser percibida o sentida
o intuida. Pero no encerrada en palabras y conceptos.
Y ese misterio de la vida humana, ese desafío que
tenemos planteado los seres humanos, es lo que da ma­
yor estímulo, sabor y gracia a nuestra existencia.
Ese «puedo pero no puedo», ese puedo ver e intuir
pero no puedo expresar ni abarcar, es lo que da encan­
to a nuestra existencia y constituye la piedra de toque,
la señal orientadora hacia La Verdad.
Nadie puede tener, y mucho menos expresar, toda
la verdad de algo. De lo visible por su variabilidad. De
lo invisible por su inabarcabilidad e infinitud.
La Verdad del ser interno, del Ser Absoluto, se pue­
de percibir e intuir. Pero nunca definir ni expresar.
En la vida existencial y concreta, tiene la verdad
quien cree no tenerla. De lo contrario ya no la tiene.
Todo lo que sabemos y expresamos de la verdad de
algo es una parcialidad de la verdad. Nadie es dueño
exclusivo de la verdad total.
Cuando la expresamos, estamos jugando con el
mundo mental que por definición nunca coincide con
el real.
Por tanto, ¿puede decir alguien: ésta es la verdad?
Ni siquiera puede decir con exactitud: ésta es mi ver­
dad. Lo que él piensa no es necesariamente «lo que es».
Si se comprende bien esto, no seremos tan dogmá­
ticos y absolutistas de la verdad como solemos ser.
No nos queda otro camino que la comprensión, la
flexibilidad y la tolerancia.
223
Cuanto más conocedor es uno de lo que estamos di­
ciendo, más comprensivo e indulgente es. Y al contra­
rio. Cuanta mayor es la ignorancia, más dogmático y
absolutista.
Decía el maestro oriental: el que sabe no habla. El
que habla no sabe.

¿POR QUÉ LA REPULSIÓN


ANTE CIERTAS PERSONAS?

Muchas personas quieren resolver sus problemas eli­


minando o haciendo desaparecer simplemente los sín­
tomas o sus efectos.
Es lo que ocurre frecuentemente con algunas tera­
pias médicas o psicológicas.
Los males no se curan o se quitan haciendo desa­
parecer su manifestación sino eliminando sus causas.
Es una costumbre general. Cuando veo que hay
personas que en lugar de ser afectuosas conmigo son
crueles y hasta injustamente críticas de mí, siento re­
pulsión hacia ellas. Eso al menos es lo que aparece.
En el fondo, la repulsión no es hacia esas personas.
En realidad es una repulsión hacia mi propia debi­
lidad.
Me siento débil porque estoy pendiente de mante­
ner una imagen ideal de mí que es inconsistente, y me
siento débil, vulnerable. Y por defender esa imagen
inestable y débil de mí he de ser agresivo contra todos
aquellos que de una manera o de otra aparecen como
mis enemigos o críticos.
Cuando esas personas murmuradoras y críticas lo
son hacia una persona que vive asentada y basada en
su propia realidad central y conciencia de plenitud, y
no está pendiente de una imagen ideal de sí, todas esas
críticas y murmuraciones no surtirán efecto alguno so­
bre ella. Jamás sentirá repulsión alguna hacia sus ca­
lumniadores o críticos.
El sentimiento de repulsión que se siente hacia las
personas no tiene su causa en estas personas que nos
224
provocan esa sensación sino en nuestra propia debili­
dad, en nuestra falta de realismo, en querer mantener
una idea de nosotros en lugar de vivir la experiencia de
nuestra plenitud, de nuestra realidad.
Es cierto. Algunas personas son injustamente criti­
conas y hasta calumniadoras, pero sus críticas y cen­
suras hieren y ofenden a quien ha de mantener una
imagen falsa e inestable de sí.
A quien es consciente de su plenitud no le afecta.
Puede ver y reconocer la injusticia de tal persona pero
su crítica no le afecta.
Todo sentimiento de repulsión es siempre signo de
una debilidad propia, inconscientemente reprimida y
no aceptada.
¿Solución?
Descubrirla. Verla y reconocerla.
Cuando se la reconoce, la ofensa deja de ocasionar
repulsión. Se está remediando el mal en su causa.
Alguien me dice: no. Lo que yo quiero es que se diga
la verdad. Lo que me ofende es que se diga algo falso
de mí.
Bien. Es muy comprensiva esta posición. Pero si
eres tan amante de La Verdad lo primero que debes ha­
cer es vivir todo desde La Verdad de ti y no estar de­
fendiendo una idea falsa pero ideal de tu ser. Y si vives
La Verdad de ti, reconocerás la mentira y falsedad del
crítico murmurador, pero no te inmutará, no sentirás
repulsión.
La mentira no te ofende a ti, sino a quien miente.
Vive La Verdad de ti y no sentirás repulsión por
nada ni por nadie.

TODAVÍA HAY PRIMAVERAS

El mundo se ha hecho muy problemático...


La gente vive muy tensa.
Pero todavía hay primaveras.
Y pajarillos que cantan.
Y algún arroyuelo de aguas limpiéis y transparentes.

225
Y algunas montañas con aire limpio y puro.
Y nidos de pájaros horneros en los postes del telé­
fono y la electricidad.
Y golondrinas revoltosas revoloteando al atardecer.
Y noches tranquilas y calladas con estrellas claras y
brillantes.
Y algunos higos maduros en las higueras.
Y flores silvestres no pisoteadas.
Y algunas personas sin ambiciones posesivas, odios
recelosos y prisas febriles.
Y colibríes picoteando las flores.
Y mañanas serenas y radiantes.
Y amor sincero en algunos corazones.
No sé hasta cuándo.
Pero ¡todavía hay primaveras!

226
Impreso en BIG, S. A.
Manuel Fernández Márquez, s/n.
Sant Adriá del Besós (Barcelona)
Todos podemos alcanzar la felicidad,
hasta el ser más desgraciado, aquel que
ha perdido toda esperanza, el que ha
caído en el pozo más profundo de la
depresión, de la soledad. No hay que
irse muy lejos para conseguirlo ni hacer
oscuros pactos con seres surgidos del
fuego eterno, simplemente hay que
mirar en nuestro propio interior y
aprender a encontrar la manera,
sólo eso.
A menudo pensamos en el dinero, la
salud o las grandes comodidades como
el motor que nos acerca a la felicidad a
mayor velocidad. ¿Y si empezásemos a
ver el mundo desde otra perspectiva?
El amor, créanlo, nos puede acercar
mucho más rápido a la felicidad, sólo
hay que saber preguntarle a nuestro
corazón cómo empezar.

También podría gustarte