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L O S P O E M A S D E

Al Farid
LU I S A L F R E D O A R A N G O
Luis Alfredo Arango,
un ser de luz

Hace un tanatal de años conocí a un joven viejo que al mismo


tiempo era un viejo joven, que llevaba en sus espaldas un
cacaxte lleno de toda la sabiduría del mundo, que nunca
dejaba, ni cuando se transformaba en clarinero, su nahual.
Cuando nos sentábamos a platicar con él abría dicho cacaxte y
comenzaba a sacar historias, frases y poemas. Lo escuchábamos
con atención, para que se nos quedara lo que con su voz grave y
pausada nos contaba, pero el cacaxte era infinito y nunca se
vació, por lo que no llegamos a conocer ni siquiera la
millonésima parte de su contenido. Una tarde de un sábado de
marzo de mil novecientos ochenta y cinco, en Kaminal Juyú,
lugar donde sobre un montículo maya construyó su casa-
templo, me contó que después de vagar por el mundo, y por el
tiempo, decidió escribir sobre papiros, imitando a los antiguos
escribanos egipcios, lo que sacaba del cacaxte. Poco a poco, de
vez en cuando, nos entregaba a los amigos esos textos, algunas
veces en forma de libros, otras como folletos y no pocas
ocasiones en manuscritos. Fue así como un día le entregó a Luis
Ortiz “Los poemas de Al Farid”, uno de los nombres que usó en
tiempos pasados, con el encargo que lo compartiera con los
demás. Hecho esto, cansado de tanta injusticia y de tanta
maldad, emigró a otras galaxias, en las que sigue compartiendo
la sabiduría que lleva en su cacaxte. Es así pues que este
manuscrito se quedó entre nosotros, escrito de su puño y letra, y
es el que en este momento, ya reproducido, se encuentra en sus
manos, para que lo lea y lo medite. No se arrepentirá de hacerlo,
porque es un tratado de sabiduría.

Y para quienes saben de poesía es una obra de arte.

Max Araujo
San Raymundo, tierra de pinos.
Una especie de alechuzamiento

Amable Sánchez Torres

No soy pájaro pero me paso por alto / un montón de episodios y


días amargos / –todo lo que la vida tiene de telenovela– / ¡con solo
alzar el vuelo!… // …porque la Gloria es eso: volar, / abrir bien las
alas, / abrir bien los ojos, / zambullirse uno en el cielo y tocarles /
las orillitas doradas a las nubes…// …Terribles, locas ganas de
volar / no se me curan con los años…// …Me he pasado la vida /
juntando plumas. / ¡No habría nada más triste / que vivir sin
poesía!… // Un poeta es un pájaro capaz de volar / hasta con una
pluma de ángel. / Cuando me quedo quieto,/ con los ojos fijos,
como alechuzado / mirando todo sin verlo / ¡entonces estoy
trabajando!… // …¡entonces es cuando de veras / miro el fondo de
las cosas!

He preferido correr el riesgo de que se me critique por haber


empezado con una cita quizá más larga de lo que suele ser
común en estos casos. Sin embargo, pienso que es mejor así: la
cita está integrada a base de retazos de un poema sin título de El
volador. Un resumen autobiográfico y filosófico de Luis Alfredo.
Porque la Gloria es eso: volar. Terribles, locas ganas de volar. O
quedarse con los ojos fijos, como alechuzado, mirando todo sin
verlo; zambullirse en el cielo, viendo el fondo de las cosas.
¿Contradicción? No hay contradicción. Así trabaja el poeta. Así
se revela —con “v” pequeña— y se rebela —con “b” grande— la
poesía. Según Luis Alfredo —yo coincido completamente con
él— no habría nada más triste que vivir sin poesía. Él dijo de sí
mismo: Soy poeta / desde las seis de la tarde / hasta las seis de la
mañana. Desde ese alechuzamiento o esa forma de mirar
intensamente al fondo de arriba y al fondo de abajo —que en
esencia son el mismo y el único—, … encaramado en mi rama, / a
cuántos poderosos he visto pasar, / que ni me miraron… / ¡Tan
absortos iban / contemplándose en su gloria / y su poder! // Y
también los he visto regresar, / derrotados, ya sin joyas / y sin nada. Ese sábado —Blanqui había viajado a Los Estados Unidos—
// Entonces, / ellos hubieran querido / pasar como yo: / estuvimos Luis Alfredo y yo solos. Mientras los pinos
inadvertidos… provocaban al cielo como grandes candelabros verdes, él y yo
degustábamos una cerveza y veíamos pasar las nubes. Y habló.
Solía ir a visitar a Luis Alfredo los sábados por la mañana, en Habló mucho: muy hondo, muy triste, muy despacio. Como un
KaminalJuyú. Parecía un asceta y vivía como tal. En un río que se va para siempre, lamiendo las orillas, despidiéndose
recoveco de su casa —en el que apenas cabían él, unos cuantos del cielo, arrastrando secretos y limos profundos. Yo solamente
libros y unas cuantas cosas, humildes y entrañables— tenía su escuchaba, asentía, lagrimeaba, sin atreverme a interrumpirlo.
despacho. Pero ese recoveco era también su celda, su cátedra, su Así transcurrió todo el día. Era la segunda quincena de octubre
atalaya, su observatorio, y, aunque pequeño, en él había del año 2001.
siempre espacio suficiente para un amigo. Era cálido y cortés.
Hablaba muy despacio, con una voz sabia, lejana, casi Cuando de regreso lo dejé a la puerta de su casa, me dio un
herrumbrosa. Escuchaba sin prisa. Su sentencia revoloteaba abrazo y me dijo: “Hoy has sido para mí como un ángel”. No volví
como un abejorro, un colibrí, una libélula… Se posaba por fin. De a verlo ni a oírlo más. A los quince días me dijeron que había
pronto su discurso era interrumpido por una risa franca, muerto del corazón. Claro. ¿Y de qué otra cosa podía ser?
espontanea, sincera, natural, breve. Nada de carcajadas. Nada
de vulgaridades. Una ráfaga de humor hondo, fino, con En Animal del monte Luis Alfredo escribió: Hay pecados
auténtica solera. Y la amistad se complacía morosamente mortales / pero esos / no me preocupan tanto / como los
acariciada, mimada, respetada. Siempre su rostro me pareció el inmortales. Yo sigo preguntándome: ¿Seguirá luchando Luis
de un don ijote, con rasgos y jirones de El Caballero de la Alfredo con su pecado inmortal? Recordemos la cita del
Triste Figura, o el de ciertos personajes de El Greco. Hasta sus principio: No habría nada más triste / que vivir sin poesía. Amén.
silencios parecían silencios de sabio.

En mis visitas periódicas, a veces le llevaba una décima o un


soneto de mi propia cosecha. Él solía obsequiarme un dibujito
ejecutado a plumilla, en tinta negra, o una breve acuarela. Un
sábado, después de un par de intentos fallidos, fui a buscarlo y
me lo llevé a la casita que mi esposa y yo habíamos construido
no hacía mucho tiempo en la montaña. Está en la aldea La
Primavera, p or la carretera de San José Pinula a
Mataquescuintla, a treinta y cinco kilómetros del parque
central de Guatemala y a dos mil metros sobre el nivel del mar.
Desde que mi esposa murió, ese lugar —que a sugerencia de ella
bautizamos con el nombre de Morasverdes, como el salmantino
pueblo de mi infancia— es para mí Villa Blanqui, porque Blanqui
se llamaba ella.
Los poemas de Al Farid,
de Luis Alfredo Arango
Delia iñónez

El mundo, la música, la lluvia, el sol, la vida, el río. Todos los


elementos multiplicados en luz, en iluminada esencia por medio
de la palabra, para dejar caer gotas de miel a lo largo de un
camino breve y siempre renovado. Así transita Luis Alfredo
Arango.

La voz serenamente transparente se apropia de estos poemas


que llegan desde los ámbitos de la madurez de un poeta que vio
siempre más allá de las palabras, más allá de su propio signo
revelador de íntimas realidades. Palabras sí, abarcadoras de un
paisaje susceptible de tocarse con los dedos de la mano.

Sabemos que la poesía (y con ella la palabra) escapan a la


posibilidad de despojar de misterios el pensamiento, la emoción
o la espiritualidad del ser humano. Luis Alfredo Arango lo sabe y
por eso su palabra busca lo esencial para trascender. Busca la
intimidad para abrirse al mundo. Busca el universo para llegar
hasta el ámbito desnudo y tibio de su espíritu.

Acaso emparentada con un misticismo de lejanas raíces, su voz


traza vínculos donde se anuda la palabra con la experiencia de
sentir el amor; el que se manifiesta investido de esa luz que
rebasa lo cotidiano, lo humanamente humano, lo real, frente a
lo inefable:

“Mientras más
mundo me saco
del corazón
más corazón me queda
para hablar del mundo”
A lo largo de la obra poética de Arango encontramos el amarre De la suave textura donde el yo del poeta deja muchos cabos
de dos mundos en los que sobrevivió; paisajes urbanos y rurales, sueltos, como para que redescubramos ese tejido de imágenes
con sus realidades, enigmas y bondades; sufrimientos y que son condición propia de la poesía:
crueldades. En Los poemas de Al Farid esos mundos siguen
enlazados pero abiertos a otros misterios a los que cada lector “No soy duro
puede llegar a su manera, con la evidencia plena de que la poesía soy inmaduro:
rebasa límites sin agotar contenidos: cierro los ojos
para no ver
“Conozco esa música, la oscuridad”.
me la sé de cuerpo
____________entero: Con el título de Los poemas de Al Farid, Arango se identifica
puedo tocarla acaso con los caminos de la espiritualidad que signaron la vida y
cuando pasa junto a mí. la obra de aquel poeta de la Oda al vino. De aquel que, como él,
Me llega su temblor fue maestro y al mismo tiempo poeta; dualidad incólume en
y vivo estremecido Luis Alfredo. Maestro de escuela y maestro de poetas; maestro
por culpa de las arpas de la libertad y la palabra; poeta magistral que empeñó su
y de las flautas palabra digna y sencilla para reconocer el mundo y adentrarse
de barro”. en el labe-rinto interior del ser humano, de sus ancestros y de
sus contemporáneos.
Ella, la poesía o la mujer, según se quiera verlo, o según la
mística imaginación sin anclas, borda mensajes, navega y late Regocija el rescate de estos poemas inéditos de Luis Alfredo
desde palabras sin cauce, desde horizontes asequibles al viento Arango. Aguamiel, como diría él, que cae en la costra reseca de
o a las tempestades: estos días del 2013 que crecen y avanzan buscando la esperanza,
la luz iluminadora de un horizonte incierto y la paz que nutra de
“Sería capaz nuevo las raíces de la Guatemala que Arango amó con tanta
de besar tu sombra devoción.
tu imagen en el agua,
aunque esa fuera
la última travesía Ciudad de Guatemala, abril del 2013.
de mis manos
en busca
de las tuyas…”

Hay en los hilos de este poemario de Luis Alfredo, un tejido


firme, un entramado que nos invita a leer, sin prisa alguna, la
multiplicidad de sus mensajes. Grata tarea que nos lleva de la
mano para convencernos de la fuerza y bondad de la palabra.
El dibujo de la paloma
o el del tecolote

Para mientras dejamos al zanate flechado (que no me gusta)


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Los poemas de Alfarid,
cuaderno inédito de Luis
Alfredo. Arango tenía este
hábito de hacer publicaciones
artesanales, por no decir
“no tradicionales”.

Del mismo modo que en


otras ocasiones, puso en
manos de sus amigos el
destino de sus poemas sueltos
¡De sus poemas hechos con
soltura, mejor dicho!...

Esta vez los liberó en manos de su tocayo y compinche


Luis Ortíz, quien hizo lo posible por guardarlos a buen
recaudo durante un tiempo. Pero ya se sabe, son
voladores, son salvajes y silvestres, como el aullido de los
trenes, el viento, los coyotes y los búhos.

Y aquí están pues, rascando las hojas con sus plumas...


O más bien, acariciándolas a punta de plumilla.

Luis Alfredo Arango Enríquez, Premio Nacional de Literatura


Miguel Ángel Asturias 1988. Nació en Totonicapán, Guatemala, el 18
de mayo de 1935. Falleció en 2001, el 3 de noviembre.

clarinero
e d i c i o n e s

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