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La Necesidad Humana de Saber
La Necesidad Humana de Saber
«Todos los hombres desean por naturaleza saber», así comienza la Metafísica de
Aristóteles (Grecia, 384-322 a.C.). Esta afirmación ha sido explicada de diversas
maneras a lo largo de la historia, y nosotros lo vamos a hacer desde la
menesterosidad que caracteriza al ser humano: a diferencia de los animales, el ser
humano nace muy desvalido, precisa de un período de crianza y cuidado muy
largo, y es muy pobre en instintos y destrezas innatos.
A esta menesterosidad se ha de añadir que somos también los únicos capaces de
preguntar y preguntarnos, y los únicos que sabemos que vamos a morir. Todas
estas son razones para que deseemos «por naturaleza saber» y necesitemos ser
educados, mientras que los animales pueden ser adiestrados, pero no educados.
Deseamos saber para conocer la realidad y hacernos con ella, y deseamos
además orientar nuestra vida para ser felices. Podemos ignorar muchas cosas,
porque no son indispensables para conservar nuestra vida, ni nuestra salud física
y mental; y otras, incluso, ni siquiera son importantes para lograr una vida feliz.
Pero hay otras cuyo desconocimiento puede dañarnos y hasta truncar nuestra
vida; y otras que, si las ignoramos, nos conducirán a la infelicidad.
Quienes nos han precedido en la historia han elaborado distintos saberes y
diferentes concepciones de los mismos según el momento histórico; todos ellos
han dado como resultado el ser humano y la sociedad actuales, aunque hay que
tener en cuenta que no todos los seres humanos ni todas las sociedades actuales
participan en el mismo grado de los distintos saberes.
¿Qué es saber?
El término «saber» procede del verbo latino sapere, que significa tanto «saber »
como «saborear». En ese sentido, saber es saborear las cosas, gustar de ellas y
distinguir sus componentes. Este término también puede ser usado como
sinónimo de «conocer» y «conocimiento», pero veremos más adelante que no es
exactamente lo mismo saber y conocer.
Del mismo modo que cuando sentimos hambre nos preguntamos qué nos apetece
comer, conforme vamos viviendo nos preguntamos qué son cada uno de los
objetos con los que nos tropezamos y qué es el conjunto de todos ellos, la
realidad; y nos preguntamos quiénes somos nosotros, y quiénes son aquellos con
quienes convivimos; y por qué existe todo ello y se nos muestra organizado de un
modo y no de otro; y un sinfín de preguntas más que nos asaltan. Todas estas
interrogaciones nos alejan del mero «vivir entre las cosas », de la ignorancia y de
la inconsciencia, y nos conducen a intentar aprehender la realidad para hacerla
nuestra, expresarla y transmitirla a los demás, sistematizarla e incorporarla a la
tradición cultural a la que pertenecemos.
Por tanto, los saberes son necesariamente históricos, porque intentan dar razón
de la realidad y están sujetos a los cambios que en ella se producen, del mismo
modo que reflejan también los cambios que se dan en la propia vida de los
hombres. Esta historicidad es especialmente interesante, como veremos, en el
saber filosófico.
¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?
Filosofía significa “amor a la sabiduría”.
Pues vaya.
Valor social
El principal valor social de toda investigación es la posibilidad de ayudar a mejorar la vida de
los demás. El mejoramiento de la vida, recordemos, no necesariamente es económico: puede
ser psicológico, ambiental, político o intelectual.
Evidentemente, un estudio sobre la cura del cáncer podrá ayudar a muchas personas, pero
existe valor social en toda investigación. Las investigaciones en psicología ayudan a
comprender mejor los fenómenos psíquicos humanos pero, también, pueden contribuir a
mejorar la vida cotidiana. Una investigación en filosofía puede contribuir a responder alguna
de las grandes preocupaciones humanas. Una en historia nos ayuda a comprender nuestro
pasado.
Valor ideológico
Ideología. Primero definamos someramente lo que vamos a entender como ideología. Partiendo
de Karl Marx, Louis Althusser y Michel Foucault, diremos que una ideología es un conjunto de
ideas (valores, intereses, saberes) que le da cohesión a cada grupo social.
Expliquemos con más detalle. La sociedad está compuesta por distintos grupos: ricos, clase
media, pobres, costarricenses, nicaragüenses, académicos, iletrados, saprissistas, liguistas, etc.
Una persona puede pertenecer a varios grupos a la vez (un costarricense de clase media,
académico y liguista). Todos estos grupos poseen un conjunto de ideas, saberes, valores e
intereses, que los hace sentirse parte del grupo. Eso es la ideología. Por supuesto, entonces,
habrá tantas ideologías como grupos sociales.
Ideología dominante. En toda sociedad hay un grupo que gobierna a los demás. La
permanencia de ese grupo en el poder se asegura haciendo que todos los demás grupos sociales
acepten como propia la ideología del grupo dominante: que todos crean que los intereses del
dominante son los propios.
Veamos. Las sociedades modernas están organizadas en torno al capitalismo, de modo que el
grupo dominante será el de mayor capital: la clase “alta”. Y garantizan su mantenimiento en el
poder, haciéndonos a los demás creer que su sistema de valores es “natural” y “bueno”. O
sea, haciéndonos creer que una persona es mejor si tiene más dinero, que los ricos son
mejores que los pobres. Basta ver las noticias para darse cuenta de que todo lo malo pasa en
los barrios pobres. En las urbanizaciones de ricos no violan, no matan, no roban.
Así, aceptamos sin dudar que es “bueno” ser rico y que es “mejor” que ser pobre. Por eso ellos
merecen gobernar: son mejores, más sabios y honestos, al final, todos podemos ser ricos si
queremos, pues ricos y pobres tienen los mismos derechos: nuestro sistema de elecciones es
justo porque ricos y pobres pueden gobernar. Pero todo es mentira: una persona no es mejor por
tener más plata y un pobre nunca gobernará mientras cueste tres millones una página de
publicidad o 30 segundos en televisión.
Pero nos hacen creer que vivimos en una democracia. ¿Cómo? Imponiéndonos la ideología del
grupo dominante. Nos la enseñan en las escuelas y colegios, en los programas de televisión y
en los periódicos, en los anuncios de publicidad, en la propia forma de hablar. Ésa es la
ideología dominante y es así como se impone. La aceptamos sin pensar, porque la vemos como
natural.
Ruptura con la ideología dominante. Todos estamos sujetados por la ideología, porque nos la
enseñan desde niños. Pero, siendo críticos y analíticos, podemos zafarnos de ella. En ese
sentido viene el valor ideológico de la investigación: si mantenemos una actitud crítica,
lograremos evitar reproducir el saber dominante. Si somos analíticos al investigar, podemos
escapar a los preconcebidos ideológicos.
Repetir lo que se enseña en las instituciones oficiales no aporta nada al conocimiento: sólo
repite lo que se cree. Para poder aportar nuevos conocimientos, el investigador debe ser
crítico. Es necesario cuestionarse las cosas, dudar de los consabidos. Y, así, al investigar,
estamos aportando nuevos elementos para comprender nuestra realidad, rompiendo con la
ideología dominante.
Valor epistemológico
Epistemología. Definamos primero la epistemología. Literalmente es la reflexión (logos) sobre
el conocimiento (episteme). Se trata, entonces, de preguntarse por los modos que tiene el ser
humano para conocer la realidad. Entonces, el valor epistemológico de la investigación estará
relacionado con la renovación en las formas humanas de conocer.
Critica epistemológica. La ideología dominante permea todos los campos del saber humanos,
desde la física hasta la literatura. Así que, de nuevo, retomamos la necesidad de ser crítico. La
única forma que el ser humano tiene para renovar el conocimiento es, justamente, la crítica.
Si Galileo no hubiera sido crítico todavía estaríamos pensando que la Tierra es el centro del
universo. Si Marx no hubiera dudado del capitalismo, aún creeríamos que es la única forma
posible de sociedad. Los científicos ingleses no dudaron de la inferioridad de la mujer y, por
eso, fallaron en su estudio.
Duda y crítica. Nótese que hemos planteado una equivalencia entre la duda y la crítica: ser
crítico es dudar, no aceptar nada como verdad sin cuestionarlo. Es necesario que el investigador
sea crítico si quiere renovar el conocimiento. Debemos dudar de las cosas: si aceptáramos todo
como bueno y verdadero, el ser humano se estancaría y dejaríamos de creer que se puede estar
mejor.
Siempre se debe dudar. Aceptar un saber como incuestionable, equivale a convertirlo en
dogma. Y un investigador nunca debe dogmatizar, porque eso es hacer religión. Y para eso hay
bastantes sacerdotes.
No podemos aceptar nada con fe ciega: ni la química ni el arte. No hay saber humano que sea
perfecto: ni las matemáticas ni la filosofía. El saber humano está siempre en construcción: no
somos perfectos, pero somos capaces de mejorar. Y debemos entender que, para mejorar, no
podemos quedarnos quietos. Hay que buscar, dudar, ser inquietos, críticos.