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Introducción 31

Para concluir, lo que Foucault habría aprendido si en su Historia de la


sexualidad (1978) hubiera estudiado la caza de brujas en lugar de con-
centrarse en la confesión pastoral, es que esa historia no puede escribirse
desde el punto de vista de un sujeto universal, abstracto, asexual. Más
aún, habría reconocido que la tortura y la muerte pueden ponerse al
servicio de la «vida» o, mejor, al servicio de la producción de la fuerza
de trabajo, dado que el objetivo de la sociedad capitalista es transformar
la vida en capacidad para trabajar y en «trabajo muerto».6
Desde este punto de vista, la acumulación primitiva ha sido un pro-
ceso universal en cada fase del desarrollo capitalista. No es casualidad
que su ejemplo histórico originario haya sedimentado estrategias que
ante cada gran crisis capitalista han sido relanzadas, de diferentes mane-
ras, con el fin de abaratar el coste del trabajo y esconder la explotación
de las mujeres y los sujetos coloniales.
Esto es lo que ocurrió en el siglo XIX, cuando las respuestas al surgi-
miento del socialismo, la Comuna de París y la crisis de acumulación de
1873 fueron la «Pelea por África» y la invención de la familia nuclear en
Europa, centrada en la dependencia económica de las mujeres a los hombres
—seguida de la expulsión de las mujeres de los puestos de trabajo remune-
rados. Esto es también lo que ocurre en la actualidad, cuando una nueva
expansión del mercado de trabajo está intentando devolvernos atrás en el
tiempo en relación con la lucha anticolonial y las luchas de otros sujetos
rebeldes —estudiantes, feministas, obreros industriales— que en los años
sesenta y setenta debilitaron la división sexual e internacional del trabajo.
No sorprende, entonces, que la violencia a gran escala y la esclavitud
hayan estado a la orden del día, del mismo modo en que lo estaban en el
periodo de «transición», con la diferencia de que hoy los conquistadores
son los oficiales del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional,
que todavía predican sobre el valor de un centavo a las mismas poblaciones
a las que las potencias mundiales dzominantes han robado y pauperizado
durante siglos. Una vez más, mucha de la violencia desplegada está dirigida
contra las mujeres, porque, en la era del ordenador, la conquista del cuerpo
femenino sigue siendo una precondición para la acumulación de traba-
jo y riqueza, tal y como lo demuestra la inversión institucional en el
desarrollo de nuevas tecnologías reproductivas que, más que nunca,
reducen a las mujeres a meros vientres.

6 El «trabajo muerto» es el trabajo ya realizado que queda objetivado en los medios de producción.
Según Marx el «trabajo muerto» depende de la capacidad humana presente («trabajo vivo»), pero
el capital es «trabajo muerto» que subordina y explota esa capacidad (Marx, 2006, T. I). [N. del E.]
32 Calibán y la bruja

También la «feminización de la pobreza» que ha acompañado la difu-


sión de la globalización adquiere un nuevo significado cuando recorda-
mos que éste fue el primer efecto del desarrollo del capitalismo sobre
las vidas de las mujeres.
Efectivamente, la lección política que podemos aprender de Calibán
y la bruja es que el capitalismo, en tanto sistema económico-social,
está necesariamente vinculado con el racismo y el sexismo. El capita-
lismo debe justificar y mistificar las contradicciones incrustadas en sus
relaciones sociales —la promesa de libertad frente a la realidad de la
coacción generalizada y la promesa de prosperidad frente a la realidad
de la penuria generalizada— denigrando la «naturaleza» de aquéllos a
quienes explota: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos
africanos, inmigrantes desplazados por la globalización.
En el corazón del capitalismo no sólo encontramos una relación
simbiótica entre el trabajo asalariado-contractual y la esclavitud sino
también, y en relación con ella, podemos detectar la dialéctica que exis-
te entre acumulación y destrucción de la fuerza de trabajo, tensión por
la que las mujeres han pagado el precio más alto, con sus cuerpos, su
trabajo, sus vidas.
Resulta, por lo tanto, imposible asociar el capitalismo con cualquier
forma de liberación o atribuir la longevidad del sistema a su capacidad
de satisfacer necesidades humanas. Si el capitalismo ha sido capaz de
reproducirse, ello sólo se debe al entramado de desigualdades que ha
construido en el cuerpo del proletariado mundial y a su capacidad de
globalizar la explotación. Este proceso sigue desplegándose ante nues-
tros ojos, tal y como lo ha hecho a lo largo de los últimos 500 años.
La diferencia radica en que hoy en día la resistencia al capitalismo
también ha alcanzado una dimensión global.
1. El mundo entero necesita una sacudida.
Los movimientos sociales y la crisis política en la Europa medieval

El mundo deberá sufrir una gran sacudida. Se dará una situación tal que los
impíos serán expulsados de sus lugares y los oprimidos se alzarán.

Thomas Müntzer, Open Denial of the False Belief of the Godless World
on the Testimony of the Gospel of Luke, Presented to Misera-
ble and Pitiful Christendom in Memory of its Error, 1524.

No se puede negar que después de siglos de lucha la explotación continúa exis-


tiendo. Sólo que su forma ha cambiado. El plustrabajo extraído aquí y allá por
los actuales amos del mundo no es menor, en proporción, a la cantidad total de
trabajo, que el plustrabajo que se extraía hace mucho tiempo. Pero el cambio
en las condiciones de explotación no es insignificante […] Lo que importa es
la historia, el deseo de liberación […]

Pierre Dockes , Medieval Slavery and Liberation, 1982.

Introducción

Una historia de las mujeres y de la reproducción en la «transición al


capitalismo» debe comenzar con las luchas que libró el proletariado
medieval —pequeños agricultores, artesanos, jornaleros— contra el
poder feudal en todas sus formas. Sólo si evocamos estas luchas, con
su rica carga de demandas, aspiraciones sociales y políticas y prácticas
antagónicas, podemos comprender el papel que jugaron las mujeres
en la crisis del feudalismo y los motivos por los que su poder debía ser

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