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3 No sorprende que la valoración del cuerpo haya estado presente en casi toda la literatura de la
«segunda ola» del feminismo del siglo XX, tal y como ha sido caracterizada la literatura producida
por la revuelta anticolonial y por los descendientes de los esclavos africanos. En este terreno,
cruzando grandes fronteras geográficas y culturales, A Room of One´s Own [Una habitación propia]
(1929), de Virginia Woolf, anticipó Cahier d´un retour au pays natal [Cuadernos del retorno a un
país natal] (1938) de Aimé Cesaire, cuando regaña a su audiencia femenina y, por detrás, al
mundo femenino, por no haber logrado producir otra cosa que niños.
Jóvenes, diría que […] ustedes nunca han hecho un descubrimiento de cierta importancia.
Nunca han hecho temblar a un imperio o conducido un ejército a la batalla. Las obras de
Shakesperare no son suyas […] ¿Qué excusa tienen? Está bien para ustedes decir, señalando las
calles y las plazas y las selvas del mundo plagadas de habitantes negros y blancos y de color café
[…] hemos estado haciendo otro trabajo. Sin él, esos mares no serían navegados y esas tierras
fértiles serían un desierto. Hemos alzado y criado y enseñado, tal vez hasta la edad de seis o siete, a
los mil seiscientos veintitrés millones de seres humanos que, de acuerdo a las estadísticas, existen,
algo que, aun cuando algunas hayan tenido ayuda, requiere tiempo (Woolf, 1929: 112).
Esta capacidad de subvertir la imagen degradada de la feminidad, que ha sido construida a través
de la identificación de las mujeres con la naturaleza, la materia, lo corporal, es la potencia del «discurso
feminista sobre el cuerpo» que trata de desenterrar lo que el control masculino de nuestra realidad
corporal ha sofocado. Sin embargo, es una ilusión concebir la liberación femenina como un «retorno
al cuerpo». Si el cuerpo femenino —como discuto en este trabajo— es un significante para el campo
de actividades reproductivas que ha sido apropiado por los hombres y el Estado y convertido en un
instrumento de producción de fuerza de trabajo (con todo lo que esto supone en términos de reglas
y regulaciones sexuales, cánones estéticos y castigos), entonces el cuerpo es el lugar de una alienación
fundamental que puede superarse sólo con el fin de la disciplina-trabajo que lo define.
Esta tesis se verifica también para los hombres. La descripción de un trabajador que se
siente a gusto sólo en sus funciones corporales hecha por Marx ya intuía este hecho. Marx, sin
embargo, nunca expuso la magnitud del ataque al que el cuerpo masculino estaba sometido con el
advenimiento del capitalismo. Irónicamente, al igual que Michel Foucault, Marx enfatizó también
la productividad del trabajo al que los trabajadores están subordinados —una productividad que
para él es la condición para el futuro dominio de la sociedad por los trabajadores. Marx no observó
que el desarrollo de las potencias industriales de los trabajadores fue a costa del subdesarrollo de
sus poderes como individuos sociales, aunque reconociese que los trabajadores en la sociedad
capitalista están tan alienados de su trabajo, de sus relaciones con otros y de los productos de su
trabajo como para estar dominados por éstos como si se tratara de una fuerza ajena.
Introducción 29
4 Braidotti (1991: 219). Para una discusión del pensamiento feminista sobre el cuerpo, veáse
EcoFeminism as Politics [El ecofeminismo como política] (1997), de Ariel Salleh, especialmente
los capítulos 3, 4 y 5; y Patterns of Dissonance [Patrones de disonancia] (1991), de Rosi Braidotti,
especialmente la sección titulada «Repossessing the Body: A Timely Project» (219-24).
5 Me estoy refiriendo aquí al proyecto de ècriture feminine, una teoría y movimiento literarios
que se desarrollaron en Francia en la década 1970 entre las feministas estudiosas del psicoanálisis
lacaniano que trataban de crear un lenguaje que expresara la especificidad del cuerpo femenino y
la subjetividad femenina (Braidotti, ibidem).
30 Calibán y la bruja