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21 de abril de 2020
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El coronavirus se está propagando desde las ciudades más grandes de Estados Unidos
hasta sus suburbios y ha empezado a irrumpir en las regiones rurales de la nación. Se
cree que el virus ha infectado a millones de ciudadanos y ha cobrado la vida de más de
34.000.
Sin embargo, la semana pasada, el presidente Donald Trump propuso lineamientos para
reabrir la economía y sugirió que una parte de Estados Unidos pronto regresaría a algo
parecido a la normalidad. Desde hace varias semanas, la perspectiva del gobierno en
cuanto a la crisis y nuestro futuro ha sido más optimista que la de sus propios asesores
médicos y de los científicos en general.
La verdad es que nadie sabe con certeza adónde nos llevará esta crisis. Más de veinte
expertos en salud pública, medicina, epidemiología e historia compartieron sus opiniones
sobre el futuro en entrevistas detalladas. ¿Cuándo podemos salir de nuestros hogares?
¿Cuánto tiempo pasará, de manera realista, antes de tener un tratamiento o una vacuna?
¿Cómo mantendremos el virus a raya?
Algunos creen que el ingenio estadounidense, una vez comprometido, podría producir
avances para aliviar las cargas. La ruta a seguir depende de factores que son difíciles
pero factibles, dijeron: un enfoque cuidadosamente escalonado para la reapertura,
pruebas y vigilancia generalizadas, un tratamiento que funcione, recursos adecuados
para los proveedores de atención médica y, finalmente, una vacuna efectiva.
Aún así, fue imposible evitar pronósticos sombríos para el próximo año. La mayoría de los
expertos coinciden en que el escenario que Trump ha descrito en sus informes diarios a la
prensa es una fantasía: ha dicho que los confinamientos cesarán pronto, que una píldora
de protección está casi al alcance de la mano, que los estadios de fútbol y los restaurantes
pronto estarán llenos.
Él, junto con otros expertos, vislumbra una población triste, atrapada en interiores
durante meses, y, los más vulnerables, tal vez durante mucho más tiempo. Expresaron su
preocupación de que los científicos no lograran encontrar una vacuna pronto, que los
ciudadanos agotados ignorasen las restricciones pese a los riesgos y que el virus se
hiciera parte de nuestras vidas de ahora en adelante.
“Mi lado optimista dice que el virus se reducirá en el verano y que una vacuna llegará al
rescate”, dijo William Schaffner, especialista en medicina preventiva en la facultad de
Medicina de la Universidad de Vanderbilt. “Pero estoy aprendiendo a protegerme de mi
naturaleza optimista”.
En contraste, las enfermedades cardíacas suelen causar 1774 muertes al día en Estados
Unidos, mientras que el cáncer provoca 1641.
Es cierto, las curvas del coronavirus se están estabilizando. En Nueva York, el epicentro
de la epidemia, menos personas están siendo ingresadas a los hospitales y hay menos
pacientes con la COVID-19 en las unidades de cuidados intensivos. El total diario de
víctimas aún es desalentador, pero ya no va en aumento.
El modelo epidemiológico citado a menudo por la Casa Blanca, que fue producido por el
Instituto de Medición y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, predijo
originalmente que habría de 100.000 a 240.000 muertes para mediados de verano. Ahora,
esa cifra es de 60.000.
Los datos limitados de China son aún más desalentadores. Su epidemia se detuvo, por el
momento, y prácticamente todas las personas infectadas en la primera ola murieron o se
recuperaron.
China ha informado oficialmente sobre casi 83.000 casos y 4632 muertes, lo que
representa una tasa de mortalidad de más del cinco por ciento. El gobierno de Trump ha
cuestionado las cifras, pero no ha producido unas más precisas.
Las tasas de mortalidad dependen en gran medida de qué tan abrumados están los
hospitales y a qué porcentaje de casos se le hace pruebas. Según un informe del Centro de
Medicina Basada en Evidencia, la tasa de mortalidad calculada de China era del 17 por
ciento la primera semana de enero, cuando Wuhan estaba en caos, pero solo del 0,7 por
ciento a fines de febrero.
En este país, los hospitales de varias ciudades, incluyendo Nueva York, llegaron al límite
del caos. Esta semana, funcionarios tanto en Wuhan como en Nueva York tuvieron que
ajustar al alza sus recuentos de muertes cuando se dieron cuenta de que muchas
personas habían muerto en casa de la COVID-19, derrames cerebrales, ataques cardíacos
u otras causas, o porque las ambulancias nunca vinieron por ellos.
China también está revisando sus propios cálculos. En febrero, un amplio estudio
concluyó que solo el uno por ciento de los casos en Wuhan eran asintomáticos. Una nueva
investigación dice que tal vez lo era el 60 por ciento. Nuestras brechas de conocimiento
siguen siendo lo suficientemente amplias como para hacer llorar a los epidemiólogos.
“Todos los modelos son solo eso”, dijo Anthony S. Fauci, asesor de ciencia para el equipo
especial del coronavirus de la Casa Blanca. “Cuando obtienes nuevos datos, les haces
cambios”.
Puede haber buenas noticias ocultas en esta inconsistencia: el virus puede estar mutando
para causar menos síntomas. En las películas, los virus se vuelven más mortales. En
realidad, generalmente se vuelven menos, porque las cepas asintomáticas llegan a más
huéspedes. Incluso el virus de la gripe española de 1918 finalmente se desvaneció en la
gripe estacional H1N1.
Por el momento, sin embargo, no sabemos exactamente qué tan transmisible o letal es el
virus. Pero los camiones refrigerados estacionados afuera de los hospitales nos dicen todo
lo que necesitamos saber: es mucho peor que una mala gripe de temporada.
“Existe este pensamiento mágico de que todos vamos a resistir por un tiempo y luego la
vacuna que necesitamos va a estar disponible”, comentó Peter J. Hotez, decano de la
Escuela Nacional de Medicina Tropical de la Escuela de Medicina de Baylor.
Todos los modelos epidemiológicos plantean algo parecido a la danza. Todos asumen que
el virus rebrotará cada que surjan demasiados portadores y forzará otro cierre de
emergencia. Después, el ciclo se repite. En los modelos, las curvas de ascenso y descenso
de muertes se ven como una hilera de dientes afilados.
Los modelos predicen que los repuntes son inevitables, aunque se queden cerrados los
estadios, las iglesias, los teatros, los bares y los restaurantes, todos los que lleguen del
extranjero cumplan cuarentenas de 14 días y los viajes nacionales se restrinjan
rigurosamente para prevenir que áreas de alta intensidad reinfecten aquellas de baja
intensidad.
Los expertos dicen que cuanto más estrictas sean las restricciones, menores serán las
muertes y más largos los periodos entre confinamientos. La mayoría de los modelos
asumen que los estados eventualmente realizarán tomas generalizadas de temperatura,
pruebas rápidas y rastreo de contactos, como es habitual en Asia.
Incluso las pautas de “Abriendo América otra vez” que Trump presentó el 16 de abril
tienen tres niveles de distanciamiento social, y se recomienda que los estadounidenses
vulnerables permanezcan ocultos. El plan respalda las pruebas, el aislamiento y el rastreo
de contactos, pero no especifica cómo se pagarán esas medidas ni cuánto tiempo llevará
implementarlas.
El 17 de abril, nada de eso impidió que el presidente contradijera su propio mensaje al
publicar tuits que alentaban a los manifestantes de Michigan, Minnesota y Virginia a
pelear contra los cierres de sus estados.
Como resultado, el país ha registrado hasta 30.000 nuevos casos de infecciones al día. “La
gente tiene que darse cuenta de que no es seguro jugar al póquer con la cara cubierta con
una bandana”, dijo Schaffner.
Incluso con medidas rigurosas, los países asiáticos han tenido problemas para mantener
al virus bajo control.
China, que ha informado sobre cien nuevas infecciones al día, recientemente cerró de
nuevo todos los cines del país. Singapur ha cerrado todas las escuelas y lugares de trabajo
no esenciales. Japón declaró recientemente el estado de emergencia. (Corea del Sur
también ha tenido problemas, pero el domingo reportó solo ocho nuevos casos, el primer
aumento de un solo dígito en dos meses).
Resolve to Save Lives, un grupo de apoyo a la salud pública dirigido por Thomas R.
Frieden, exdirector de los CDC, publicó una serie de criterios detallados y estrictos sobre
cuándo puede reabrirse la economía y cuándo debe permanecer cerrada.
“Tenemos que reabrir el grifo poco a poco, no dejar salir chorros de agua de una sola vez”,
explicó Frieden. “Este es momento de trabajar para que ese día llegue más pronto”.
La inmunidad se convertirá en una ventaja social.
Funcionarios de Nido de Esperanza, una organización sin fines de lucro, llevan comida a
familias con niños pequeños en el barrio de Washington Heights en Manhattan. Misha Friedman
para The New York Times
Imagina a Estados Unidos dividido en dos clases: aquellos que se han recuperado de la
infección de coronavirus, y podrían definirse como inmunes al virus, y aquellos que
siguen siendo vulnerables.
Hoy, la gente con presunta inmunidad es muy solicitada, pues les piden que donen sangre
con anticuerpos y algunos desempeñan labores médicas de riesgo sin temor.
El gobierno pronto tendrá que inventar una manera de certificar quién es realmente
inmune. Una prueba de inmunoglobulina G (IgG), que se produce cuando se establece la
inmunidad, podría funcionar, dijo Daniel R. Lucey, experto en pandemias de la Escuela de
Derecho de Georgetown. Muchas empresas están produciéndolas.
El doctor Fauci ha dicho que la Casa Blanca estaba discutiendo certificados como los
propuestos en Alemania. China usa códigos QR en teléfonos celulares vinculados a los
datos personales del propietario, para que otros no puedan tomarlos prestados.
La industria del cine para adultos de California fue pionera en una idea similar hace una
década. Los actores usan una aplicación de celular para demostrar que han dado negativo
al VIH en los últimos 14 días, y los productores pueden verificar la información en un sitio
web protegido por contraseñas.
Según las predicciones de los expertos, a medida que los estadounidenses confinados en
sus casas vean a sus vecinos inmunes reanudar sus actividades —y, quizás, incluso tomar
los empleos que ellos perdieron—, no es difícil imaginar la enorme tentación de unírseles
a través de la autoinfección. Los ciudadanos más jóvenes, en particular, van a calcular
que arriesgarse a padecer una enfermedad grave tal vez sea una mejor opción que el
empobrecimiento y el aislamiento.
Sería, también, una apuesta para la juventud estadounidense. Los obesos y los
inmunocomprometidos están claramente en riesgo, pero incluso jóvenes saludables y
delgados han muerto de la COVID-19.
El virus se puede mantener bajo control, pero solo con recursos amplificados.
Una trabajadora de la salud revisa su equipo de protección en un espejo en Central Park, Nueva
York. Misha Friedman para The New York Times
Los expertos afirman que los próximos dos años transcurrirán a tropezones. Conforme
más gente inmune regrese a trabajar, más se recuperará la economía.
Sin embargo, si demasiada gente se contagia al mismo tiempo, será inevitable efectuar
nuevos cierres de emergencia. Para evitar eso, será imperativo que se realicen pruebas
de manera generalizada.
Fauci dijo que “el virus nos dirá” cuándo sea seguro. Lo que quiere decir es que, cuando
se establezca un estándar nacional de cientos de miles de pruebas realizadas a diario en
todo el país, se podrá detectar cualquier propagación vírica cuando el porcentaje de
resultados positivos aumente.
No obstante, las pruebas diagnósticas han sido un problema desde el principio. A pesar de
las afirmaciones de la Casa Blanca, médicos y pacientes siguen quejándose por su
escasez y demoras.
Para mantener el virus bajo control, varios expertos han insistido en que el país debe
empezar a aislar a todos los enfermos, incluso a los casos más leves.
En este país, se les pide a los pacientes que dan positivo que se queden en sus casas pero
aislados de sus familias.
Las noticias de la televisión se han llenado con celebridades en recuperación, como Chris
Cuomo, de CNN, sudando solo en su sótano mientras su esposa dejaba la comida en la
cima de las escaleras, sus hijos saludaban y los perros esperaban.
Pero incluso Cuomo terminó ilustrando por qué la OMS se opone firmemente al
aislamiento en el hogar.
“Si me viera obligado a elegir solo una intervención, sería el rápido aislamiento de todos
los casos”, dijo Bruce Aylward, quien dirigió el equipo de observadores de la OMS en
China.
En China, cualquiera que diera positivo, sin importar cuán leves fueran sus síntomas,
debía ingresar de inmediato a un hospital tipo enfermería, por lo general instalado en un
gimnasio o centro comunitario equipado con tanques de oxígeno y escáneres de
tomografías computarizadas.
Ahí, se recuperaban bajo la vigilancia de las enfermeras. Eso redujo el riesgo de las
familias, y estar con otras víctimas alivió los miedos de algunos pacientes. Las
enfermeras incluso daban clases de danza y ejercicios para levantar los ánimos y ayudar
a las víctimas a limpiar sus pulmones y mantener el tono muscular.
No obstante, las opiniones de los expertos estuvieron divididas en cuanto a este tipo de
instalaciones. Fineberg coescribió un artículo de Opinión en The New York Times en el
que hizo un llamado a favor de procesos obligatorios, pero “compasivo” de cuarentena.
Por otro lado, Marc Lipsitch, epidemiólogo de la Escuela T. H. Chan de Salud Pública de la
Universidad de Harvard, se opuso a la idea, y dijo: “No confío en nuestro gobierno para
que separe a personas de sus familias a la fuerza”.
Finalmente, suprimir un virus requiere hacer pruebas a todos los contactos de cada caso
conocido. Pero Estados Unidos está muy lejos de ese objetivo.
Alguien que trabaja en un restaurante o una fábrica puede tener decenas o incluso
centenas de contactos. En la provincia china de Sichuan, por ejemplo, cada caso conocido
tenía un promedio de 45 contactos.
Los CDC tienen alrededor de 600 rastreadores de contactos y, hasta hace poco, los
departamentos de salud estatales y locales empleaban alrededor de 1600, principalmente
para rastrear casos de sífilis y tuberculosis.
China contrató y entrenó a 9000, solo en Wuhan. Frieden calculó hace poco que Estados
Unidos necesitará de al menos 300.000.
Aunque ya han comenzado a realizarse ensayos clínicos con humanos de tres candidatos
—dos aquí y uno en China—, Fauci ha dicho en repetidas ocasiones que cualquier
esfuerzo por fabricar una vacuna tardará, al menos, de un año a 18 meses.
Todos los expertos familiarizados con la producción de vacunas coincidieron en que
incluso esa escala de tiempo es optimista. Paul Offit, vacunólogo del Hospital de Niños de
Filadelfia, señaló que el récord es de cuatro años, para la vacuna contra las paperas.
Los investigadores claramente discreparon en cuanto a lo que debe hacerse para acelerar
el proceso. Las técnicas modernas de biotecnología que usan plataformas de ARN o ADN
hacen que sea posible desarrollar vacunas candidatas con más rapidez que nunca.
Sin embargo, los ensayos clínicos toman tiempo, en parte debido a que no hay manera de
apresurar la producción de anticuerpos en el cuerpo humano.
Así mismo, por razones poco claras, algunas vacunas candidatas para combatir
coronavirus previos como el SRAG han provocado un “refuerzo dependiente de
anticuerpos”, lo cual hace a los receptores más susceptibles a infectarse, no menos. En el
pasado, las vacunas contra el VIH y el dengue inesperadamente hicieron lo mismo.
Por lo general, una nueva vacuna primero se pone a prueba en menos de cien voluntarios
jóvenes y saludables. Si parece segura y produce anticuerpos, miles de voluntarios más
—en este caso, tal vez serían los trabajadores en el frente de batalla, que están en mayor
riesgo— reciben la vacuna o un placebo en lo que es llamado un estudio en Fase 3.
Es posible acelerar este proceso con “ensayos de desafío”. Los científicos vacunan a un
pequeño número de voluntarios, esperan hasta que desarrollan anticuerpos, y después
los “desafían” con una infección deliberada para ver si la vacuna los protege.
Los ensayos de desafío se usan solo cuando una enfermedad es completamente curable,
como la malaria o la fiebre tifoidea. Normalmente, es éticamente impensable desafiar a
sujetos con una enfermedad sin cura, como la COVID-19.
Pero en estos tiempos anormales, varios expertos argumentaron que poner a algunos
estadounidenses en alto riesgo para obtener resultados más rápidos podría ser más ético
que dejar a millones en riesgo durante años.
“Menos daño se hace si haces un ensayo de desafío en unas pocas personas que si haces
una prueba de Fase 3 en miles”, dijo Lipsitch, quien recientemente publicó un artículo que
aboga por los ensayos de desafío en el Journal of Infectious Diseases. Casi de inmediato,
dijo, aparecieron voluntarios.
Otros estaban profundamente incómodos con esa idea. “Creo que es muy poco ético, pero
no puedo ver cómo podríamos hacerlo”, dice Lucey.
El peligro oculto de los ensayos de desafío, explicaron los vacunólogos, es que reclutan
muy pocos voluntarios para mostrar si una vacuna crea mejoría, lo que puede ser un
problema raro pero peligroso.
“Los ensayos de desafío no te darán una respuesta sobre seguridad”, dijo Michael T.
Osterholm, director del Centro de Investigación y Políticas de Enfermedades Infecciosas
de la Universidad de Minnesota. “Puede ser un gran problema”.
Si bien poner a prueba una vacuna es una labor ardua, producir cientos de millones de
dosis es aún más complicado, advirtieron los expertos.
Pero si inventan una vacuna, Estados Unidos puede necesitar 300 millones de dosis, o 600
millones, si se necesitan dos vacunaciones. Y la misma cantidad de jeringuillas.
“La gente tiene que comenzar a pensar en grande”, dijo Douglas. “Con ese volumen,
debes comenzar a producirlas muy pronto”.
Las plantas de vacunas para la gripe son grandes, pero aquellas que cultivan las vacunas
en huevos de gallina no son adecuadas para las vacunas modernas, que crecen en caldos
celulares, dijo.
Los países europeos tienen plantas pero las necesitarán para sus propios ciudadanos.
China tiene una gran industria de vacunas, que podría expandir en los próximos meses.
Los expertos dijeron que podría fabricar vacunas para Estados Unidos. Pero los clientes
cautivos deben pagar el precio que pida el vendedor, y los estándares de seguridad y
eficacia de algunas empresas chinas son imperfectos.
A corto plazo, los expertos se mostraron más optimistas con respecto a los tratamientos
que a las vacunas. Varios de ellos opinaron que el “plasma convaleciente” podría
funcionar.
Esta técnica básica se ha utilizado desde hace más de un siglo: se toma sangre de
personas que se hayan recuperado de una enfermedad, luego se filtra para eliminar todo
excepto los anticuerpos. La inmunoglobulina rica en anticuerpos se inyecta a los
pacientes.
En los tiempos prevacunas, los anticuerpos se “cultivaban” en caballos y ovejas. Pero ese
proceso era difícil de mantener estéril y las proteínas animales a veces desencadenaban
reacciones alérgicas.
La alternativa moderna son los anticuerpos monoclonales. Según los expertos, estos
regímenes de tratamiento, que recientemente estuvieron muy cerca de acabar con la
epidemia de ébola en el este del Congo, son los que probablemente cambiarán el juego a
corto plazo.
Se eligen los anticuerpos más efectivos, y los genes que los producen son unidos en un
virus benigno que crecerá en un caldo celular.
Los anticuerpos pueden durar por semanas antes de descomponerse, el tiempo depende
de muchos factores, anotó Silverstein, y no pueden matar al virus que ya está oculto
dentro de las células.
Tomar una pastilla preventiva diaria sería una solución mucho mejor, ya que las pastillas
se pueden sintetizar en fábricas con mucha más rapidez que las vacunas o de lo que se
pueden desarrollar y purificar los anticuerpos.
Sin embargo, incluso si se inventara una, tendría que redoblarse la producción hasta que
fuera tan ubicua como la aspirina, a fin de que 300 millones de estadounidenses pudieran
tomarla a diario.
Trump ha mencionado la hidroxicloroquina y la azitromicina con tanta frecuencia que sus
conferencias de prensa suenan como infomerciales. Pero todos los expertos concuerdan
con el doctor Fauci de que no se debe tomar ninguna decisión hasta que se completen los
ensayos clínicos.
“Dudo que alguien tolere altas dosis, y hay problemas de visión si se acumula”, dijo Barry.
“Pero sería interesante ver si podría funcionar como una droga similar a la PrEP”,
agregó, refiriéndose a las píldoras utilizadas para prevenir el VIH.
Otros fueron más duros, especialmente sobre la idea de Trump de combinar cloroquina
con azitromicina.
“Es una tontería”, dijo Luciana Borio, exdirectora de preparación médica y de biodefensa
en el Consejo de Seguridad Nacional. “Le dije a mi familia, si me da la COVID, no me den
ese combo”.
La cloroquina podría proteger a los pacientes hospitalizados con neumonía contra las
tormentas letales de citoquinas, porque amortigua las reacciones inmunes, dijeron varios
médicos.
Sin embargo, eso no la hace útil para prevenir infecciones, como Trump ha implicado,
porque no tiene propiedades antivirales conocidas.
Los ensayos de varias combinaciones en China emitirán resultados para el próximo mes,
pero serán pequeños y posiblemente no concluyentes porque los médicos se quedaron sin
pacientes para realizar pruebas. Las fechas de finalización de la mayoría de los ensayos
en Estados Unidos aún no están establecidas.
Cambios sociales previamente impensables ya han tenido lugar. Las escuelas y los
negocios han cerrado en todos los estados, y decenas de millones han solicitado ayuda
por desempleo. Los impuestos y los pagos de hipotecas se retrasaron y las ejecuciones
hipotecarias están prohibidas.
Los cheques de estímulo, destinados para compensar la crisis, comenzaron a llegar a las
cuentas corrientes esta semana, convirtiendo a gran parte de Estados Unidos,
temporalmente, en un estado de bienestar. Se están abriendo bancos de alimentos en todo
el país y se han formado grandes filas.
Una crisis de salud pública de esta magnitud requiere cooperación internacional a una
escala que no se ha visto en décadas. Sin embargo, Trump está tomando medidas para
retirarle el financiamiento a la OMS, la única organización capaz de coordinar una
respuesta como esa.
Además, pasó la mayor parte de este año oponiéndose a China, que ahora tiene la
economía en funcionamiento más poderosa del mundo y tal vez se convierta en el
proveedor dominante de medicamentos y vacunas. China ha utilizado la pandemia para
extender su influencia global, y dice haber enviado vestimenta y equipos médicos a cerca
de 120 países.
Varios expertos han señalado que, en este mundo, “Estados Unidos primero” no es una
estrategia viable.
“Si el presidente Trump quiere redoblar los esfuerzos de salud pública aquí, debería
buscar medios para colaborar con China y dejar de lado los insultos”, afirmó Nicholas
Mulder, historiador de economía en la Universidad Cornell. Él ha llamado al proyecto de
Kushner de “Préstamo-Arriendo a la inversa”, en referencia a la ayuda militar
estadounidense a otros países durante la Segunda Guerra Mundial.
Osterholm fue incluso más directo. “Si alienamos a los chinos con nuestra retórica, creo
que volverán a mordernos”, dijo.
“¿Qué pasa si crean la primera vacuna? Pueden elegir a quién vendérsela. ¿Somos los
primeros de la lista? ¿Por qué lo seríamos?”.
Cuando haya pasado la pandemia, es posible que la recuperación nacional sea veloz.
Mulder destacó que la economía estadounidense se recuperó de las dos guerras
mundiales.
Incluso los votantes en estados republicanos que no culpan a Trump por la falta de
preparación de Estados Unidos o por limitar el acceso al seguro de salud pueden cambiar
de opinión si ven morir a amigos y familiares.
Él calculó que esos votantes podrían tener un 30 por ciento más de probabilidades de
morir por el virus.
Los expertos sugirieron que, si una vacuna llega a salvar vidas, muchos estadounidenses
tal vez confíen más en la medicina convencional y sean más receptivos a la ciencia en
general, incluso en temas como el cambio climático.
Los cielos despejados que han brillado en las ciudades estadounidenses durante esta era
de confinamiento incluso podrían volverse permanentes.
La vista desde Weehawken, Nueva Jersey Misha Friedman para The New York Times
Donald G. McNeil Jr. es un reportero de ciencia que cubre las epidemias y enfermedades que aquejan a las
personas en pobreza. Se unió a The New York Times en 1976 y ha reportado desde sesenta países.
Donald G. McNeil Jr. is a science reporter covering epidemics and diseases of the world’s poor. He joined The
Times in 1976, and has reported from 60 countries.