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15/6/2020 Expiación y reconciliación para perpetradores y víctimas de la violencia

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¿Expiació n o reconciliació n? para perpetradores y


vı́ctimas de la violencia
en una comunidad unida por un destino.

Compuesto a partir de diveros escritos de Bert Hellinger por


Humberto del Pozo (Poieticas S.A.: Telé fono 3692603 o celular
8113209.)

Hay una psiquis familiar que viaja silenciosa e inadvertidamente a


travé s de las generaciones controlando aspectos fundamentales de
nuestra conducta. Estos procesos provienen de trastornos no
reconocidos en los sistemas familiares. La mayor parte de las
familias tienen secretos. Muchas familias tienen asuntos ocultos. No
es a propó sito, sucede porque no somos conscientes de la psiquis de
nuestra familia, que gobierna muchas de nuestras conductas.

Bert Hellinger ha descubierto có mo identi icar y trabajar con estas


leyes inconscientes a travé s de una forma de hacer psicoterapia en
grupos, (con 50 y hasta 200 o má s personas sentadas en
semicirculos concentricos, en una sala grande) en que los
participantes observan y algunos se ofrecen para representar a
personas en otras "CONSTELACIONES FAMILIARES", ayudá ndolo a
enfocar y concentrarse inmediatamente en la solució n, y a
demostrar có mo el amor, incluso cuando ha sido dañ ado y mal
dirigido, puede ser transformado en una fuerza sanadora.

Sanación en el Alma de aquellos que han sido perpetradores y


víctimas de hechos de violencia.
Los seres humanos somos tales como miembros de una comunidad
de personas unidas por el destino. Y el dañ o que hacemos a otros
miembros de la comunidad o el que le sucede a miembros de ella
siempre afecta el alma de otros miembros de nuestra familia má s

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directa o de la red familiar a la que estamos psiquicamente


estrechamente unidos.

La familia y la red familiar tienen un alma y una conciencia


comunes que vinculan y dirigen a los miembros de la familia de
acuerdo con un orden mayormente inconsciente, de manera
similar a la que el alma vincula y gobierna los miembros y
ó rganos del cuerpo.

Es decir, el alma actú a en la familia y en la red familiar como si de


un cuerpo extenso se tratara. Y de la misma manera que
podemos, paso a paso y a travé s de la observació n y de la
experiencia, comprender e in luir sobre los ó rdenes que
determinan la interacció n entre los diversos ó rganos del cuerpo,
ası́ tambié n podemos, paso a paso y a travé s de la observació n y
de la experiencia, aclarar los ó rdenes que determinan la
interacció n entre los diferentes miembros de una familia.

En un primer lugar nos llama la atenció n que, al igual que el


cuerpo, tambié n la familia y la red familiar tienen unos lı́mites
exteriores. Es decir, el alma familiar ú nicamente vincula de esta
manera especial a determinados miembros de la familia,
dirigié ndolos a travé s de una conciencia comú n. Ası́, pertenecen a
esta familia y a la red familiar: los hermanos, los padres y sus
hermanos, los abuelos, a veces, alguno de los bisabuelos, e
incluso antepasados má s lejanos si tuvieron una suerte especial.
Otros familiares, como por ejemplo primos, ya no cuentan entre
ellos.

Aparte de estos parientes consanguı́neos, tambié n pertenecen a


la familia y a la red familiar aquellas personas extrañ as a la
misma, por cuya desaparició n o muerte otros en la familia y en la
red familiar tuvieron una ventaja. Entre é stos cuentan sobre todo
parejas anteriores de los padres y abuelos.

Sin embargo, aú n existen otras similitudes entre el actuar del


alma en el cuerpo y el actuar del alma en la familia y en la red
familiar. De la misma manera que el alma vela por la integridad
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del cuerpo, tambié n vela por la integridad de la familia y de la red


familiar. Ası́, procura, por ejemplo, compensar la pé rdida de un
miembro a travé s de otro miembro que representa a aqué l. Este
es uno de los motivos por los que determinados miembros de
una familia se ven implicados en el destino de otros miembros,
especialmente, anteriores.

Y de la misma manera que, en caso extremo, el cuerpo tiene que


renunciar a uno de sus ó rganos que pone en peligro la salud de
los demá s, ası́ tambié n la familia, a veces, debe separarse de uno
de sus miembros si su permanencia pone en peligro a otros en la
familia.

Familia y enfermedad
A continuació n, presentaré algunos ejemplos para ilustrar el
desarrollo de implicaciones familiares enfermizas y amenazantes
para la vida, y para señ alar las posibilidades de evitarlas o de
librarnos de ellas.

Cuando la familia pierde uno de sus miembros, por ejemplo


muriendo el padre o la madre tempranamente, frecuentemente
uno de los hijos le dice interiormente: “Te sigo.“ Frecuentemente,
un hijo en esta situació n quiere morir tambié n, sea por
enfermedad, por accidente o por suicidio. Aunque el hijo no lleve
a la prá ctica esta frase pronunciada interiormente, muchas veces
siente una especial a inidad con la muerte, y el anhelo de morir.

O cuando un hijo pierde a un hermano, por ejemplo un niñ o


nacido muerto o fallecido en temprana edad, tambié n le dice: “Te
sigo.“

Cuando un famoso corredor motoná utico durante una carrera


volcó con su lancha y murió , tambié n su hija comenzó a
participar en carreras motoná uticas. Tambié n ella tuvo un
accidente grave durante una carrera, pero sobrevivió . Cuando,
má s tarde, la preguntaron qué habı́a pensado en ese momento,
respondió : ¾ Só lo una cosa: ‘¡Papá , ya voy!’

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Detrá s de la frase de “te sigo“ se halla el amor profundo con el


que el alma vincula al niñ o con su familia, actuando durante toda
la vida de una persona. Este amor es má s fuerte que la muerte y
es ciego. Cree que a travé s de la muerte podrı́a superarse la
separació n y que, por el propio sufrimiento y la propia muerte,
otros en la familia podrı́an ser redimidos. Una constelació n
familiar nos brinda la oportunidad de sacar a la luz la inutilidad y
la ceguera de este amor. A travé s de los comentarios y
sentimientos expresados por los representantes, el hijo se da
cuenta de que los muertos aman a los vivos con el mismo amor
que los vivos sienten para a ellos; que el deseo de los vivos de
seguirles les duele en vez de alegrarles; que no quieren que su
muerte tambié n traiga la muerte a otros; que se sienten aliviados
cuando los vivos se encuentran bien, y que bendicen a los vivos
para que aú n se queden.

Detrá s de la frase de “te sigo“, aú n se halla otra diná mica má s: la
necesidad elemental de compensació n y expiació n.
Frecuentemente, los vivos se sienten culpables cuando ellos
viven, mientras otros miembros de la familia ya está n muertos, y
se sienten aliviados muriendo ellos mismos. En un caso ası́, les
ayuda el inclinarse ante los muertos y decirles: “Yo aú n vivo un
poco, despué s tambié n moriré .“ Ası́, ya no experimentan la vida
como una arrogació n, y pueden tomarla mientras dure. Otra frase
bene iciosa para los vivos es é sta: “En tu memoria, aú n me quedo
un poco.“ O, en el caso de un hijo que pretende seguirles a sus
padres muertos, le ayuda la siguiente frase: “Honro y valoro lo
que me disteis. Le saco provecho en vuestra memoria y lo
mantengo mientras me esté permitido.“ Ası́, la necesidad
impulsiva de vinculació n y compensació n se cumple de una
manera má s extensa. Este serı́a un logro superior y espiritual del
yo, que pide un cierto desarrollo ¾tambié n podrı́a hablarse de
un paso evolutivo¾, abandonando lo estrecho para dirigirse a lo
má s amplio, superando los lı́mites del alma del grupo para llegar
a las dimensiones de la Gran Alma.

Vivos y muertos
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Cuando una persona se siente irresistiblemente atraı́da por los


muertos, se puede hacer un ejercicio muy simple con é l. Se le pide
que cierre los ojos, que lentamente se centre en su interior, y que,
despué s, vaya má s allá de ese centro, volviendo lejos, a los muertos
que le atraen. Una vez llegado allı́, se echa a su lado, esperando que
algo le llegue de ellos, sea lo que sea. El lo recibe en su interior hasta
sentirse colmado. Despué s, nuevamente se pone en camino para
volver de los muertos a los vivos, hasta llegar a su centro, y aú n má s
hacia arriba ¾ y abre sus ojos.

Muchos vivos quieren ir con los muertos. Pero cuando los vivos
respetan a los muertos, é stos vienen a ellos ¾ y se muestran
afables. Vienen y, a alguna distancia, está n presentes con
afabilidad.

Algunos piensan que los muertos son desdichados. Pero tambié n


podrı́amos decir: “Han llegado y está n en paz.“ Só lo los vivos aú n
sufren vicisitudes; los muertos está n en paz.

Una imagen muy difundida es que los muertos han desaparecido:


está n enterrados y, por tanto, han desaparecido. Despué s, aú n se
les pone una lá pida para que no vuelvan a salir. Este era el
signi icado original de la lá pida, ya que, anteriormente, é sta se
colocaba echada. Pero que los muertos hayan desaparecido es
una imagen extrañ a.

Martin Heidegger tiene otras imá genes a este respecto. El dice:


De lo oculto surge algo a lo no oculto, y despué s, vuelve a
descender a lo oculto. Lo oculto está presente a la manera de lo
oculto. Pero no ha desaparecido: surge y vuelve a descender.

Tambié n la verdad obedece a esta ley: surge de lo oculto, y vuelve


a descender. Por eso, tampoco podemos asirla. Algunos piensan
que la verdad es vá lida y eterna, como si la tuvié ramos en
nuestras manos. Pero no: tan só lo se muestra brevemente para
volver a descender.

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Por eso, siempre que surge, aparece de manera diferente. Es un


re lejo de lo oculto que sale a la luz.

Ası́, tambié n la vida surge de lo oculto, que no conocemos, a lo no


oculto, y vuelve a descender. Lo realmente grande es lo oculto.
Aquello que está a la luz no es má s que algo transitorio y
pequeñ o en comparació n con lo grande.

Tambié n los muertos está n en lo oculto; pero su in luencia


alcanza hasta lo no oculto. Cuando se les permite actuar, la vida
es sostenida por ellos.

Pero quien desciende a lo oculto antes de tiempo, peca contra


este movimiento. Asimismo, quien permanece en la vida má s allá
de su tiempo, quien se agarra a la vida má s allá de su tiempo,
falta contra la corriente que sale a la luz y vuelve a descender a lo
oculto. Ambas actitudes se oponen a la corriente: el abandonar la
vida demasiado rá pido, antes de tiempo ¾ serı́a como un
desprecio de aquello que está a la luz ¾, y tambié n el sujetar la
vida aunque el tiempo haya terminado. Una vez terminado el
tiempo, corresponde soltarse y descender.

Como terapeuta me sirvo de la ayuda de los muertos para


mantener con vida a los vivos, mientras corresponda y hasta
donde tenga el derecho de hacerlo. Pero cuando se muestra que
el tiempo se ha consumido, no sujeto a nadie. Espero
atentamente, pero sin intervenir. No me opongo a los destinos ni
a la corriente, como si pudiera o debiera evitar el descenso, sino
que estoy en harmonı́a con ellos.

En estos procesos tan profundos, tratá ndose de vida o muerte,


podemos ver como, a veces, se vislumbra una solució n y que el
paciente la acepta durante un tiempo, pero despué s vuelve a
descender. Tambié n aquı́ asiento. Porque no sabemos si la suerte
que el individuo elige, o a la que se rinde, en el fondo no será lo
má s apropiado para é l; si no tendrá una grandeza oculta que los
ajenos no llegamos a captar.
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Esta actitud tiene algo tranquilizante, algo profundo. Nos permite


movernos tanto en un á mbito como en el otro, estando unidos,
tambié n en la vida, con el fundamento ú ltimo.

La expiación
A veces, sin embargo, una persona viva debe ir con los muertos y
permanecer a su lado, por ejemplo, un asesino. De lo contrario, en su
lugar irá n sus hijos, y aú n sus nietos y bisnietos. Los asesinos
quedan vinculados de manera indisoluble con sus vı́ctimas. Por
tanto, deben abandonar a sus familias y ponerse al lado de sus
vı́ctimas. Este paso parece duro, pero cualquier otro camino trae
consecuencias nefastas para personas inocentes, a travé s de muchas
generaciones.

Aportaré un ejemplo. Una mujer joven comentó en un grupo que,


desde que nacieron sus dos hijas, tenı́a la sensació n segura de
que debı́a morir pronto, y que habı́a algo pendiendo sobre ella
que no lograba captar. Con iguró su familia de origen, y salió a la
luz que su representante miraba a alguien que no estaba
presente. Al comentar este hecho, la mujer dijo:

¾ Estoy mirando hacia el pasado, a mi padre y a mi abuelo.

Su padre se habı́a suicidado cuando ella tenı́a un añ o, y el abuelo


habı́a sido miembro de la SS y habı́a fusilado a mujeres y niñ os
judı́os.

A continuació n, se introdujo un representante del asesino y otro


del hijo, y para los niñ os judı́os asesinados se pusieron diez
representantes enfrente de la familia. La representante de la
cliente ni siquiera miró a esos niñ os, ni dijo nada al respecto,
como si, al igual que su abuelo, no sintiera ninguna compasió n
con ellos. Su hija menor, sin embargo, es decir, la bisnieta del
asesino, dijo que sentı́a la necesidad imperiosa de acercarse a los
niñ os judı́os muertos y de ponerse a su lado. Estos son los efectos
de un asesinato, a travé s de generaciones, cuando un asesino
rechaza el vı́nculo que lo une con los muertos y cuando é stos no
son valorados ni respetados.
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Como siguiente paso se le pidió a la mujer que se estirara en el


suelo delante de los niñ os muertos, y que ¾ despué s de un
tiempo en el que lloró mucho ¾ junto con sus hijas se arrodillara
delante de ellos y los mirara. Ası́, los muertos encontraron un
poco de paz. Se entristecı́an y se sentı́an como si volvieran a vivir.
Se compadecı́an de la mujer y de sus hijas, especialmente de la
má s joven, que querı́a ponerse a su lado. Pero aú n no se habı́a
encontrado la paz de initiva, pues del asesino mismo percibı́an
una amenaza, sintiendo una angustia mortal. Só lo cuando a é ste
se le dijo que saliera de la sala ¾ gesto que simboliza la muerte
¾, los niñ os muertos empezaron a encontrarse mejor. Toda su
atenció n y compasió n se centraba ahora en la mujer a ligida y en
sus hijas, y esperaban que de ella saliera algo que pudiera librar a
sus hijas.

Mientras tanto, el padre de la mujer, que se habı́a suicidado, quiso


ponerse delante de su hija y de sus nietas para protegerlas y
evitar que les siguieran a los niñ os judı́os a la muerte. Su deseo
era ponerse al lado de los muertos en lugar de ellas y en lugar de
su padre. Pero, en contra de lo que piensan los vivos, los muertos
no querı́an la muerte de los inocentes.

Despué s, se les pidió a las hijas que se pusieran entre sus padres.
Estos las cogieron de las manos, se inclinaron profundamente
ante los niñ os judı́os muertos, les miraron a los ojos y les dijeron:
"¡Por favor!"

Pero la mujer aú n sentı́a el impulso de ir con los muertos. Ası́, se


puso al lado de ellos y de su padre muerto, que ya antes se habı́a
puesto con ellos. La mujer sentı́a que se lo merecı́a, y estaba
aliviada. Los comentarios de los representantes de los niñ os
judı́os muertos, sin embargo, expresaban algo totalmente
diferente; los citaré literalmente:

El primer niñ o dijo:

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¾ Experimento el estar muerto como algo impersonal,


como si no tuviera nada que ver con el asesino, y menos aú n con
su nieta. Para mı́ no corresponde que ella se ponga a nuestro
lado. Deberı́a ir con su familia. Yo no tengo ningú n interé s en que
ella pague alguna culpa. Este es un á mbito que no le corresponde.

El segundo niñ o dijo:

¾ Cuando vino, me empezaron a laquear las piernas. En


seguida pensé que no pertenecı́a a nuestro grupo.

El tercer niñ o dijo:

¾ Simplemente es demasiado.

El cuarto niñ o dijo:

¾ No quiero este sacri icio; no le corresponde.

El quinto niñ o dijo:

¾ Para mı́ tiene una tarea que cumplir con sus hijas, para
poner in a todo este dolor.

El sexto niñ o mostraba mucha tristeza y dijo:

¾ No tiene por qué seguirnos ni a nosotros, ni a su padre.


Su lugar está con su familia.

El sé ptimo niñ o dijo:

¾ Si realmente me mirara, sabrı́a que no puede estar aquı́.

El octavo niñ o dijo:

¾ Empecé a sentir má s calor, y ella signi ica algo muy


cercano para mı́.
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El noveno niñ o dijo:

¾ Cuando vino aquı́, pensé : ‘No perteneces aquı́.’

El dé cimo niñ o dijo:

¾ Cuando se pasó a este lado, surgieron agresiones.

Y el padre muerto dijo:

¾ A mı́ me dolió cuando vino, y tendrı́a ganas de decirle:


“Tu lugar está con tu familia. De esto me ocupo yo solo.“

A travé s de estas respuestas, la mujer se dio cuenta de que era


una arrogació n ponerse al lado de los muertos cuando no se
pertenecı́a a su grupo. Volvió al lado de sus hijas, miró
abiertamente a los niñ os judı́os muertos y dijo: “Al cabo de un
tiempo, vendré tambié n.“

Despué s, miró a sus hijas dicié ndoles: “Ahora aú n me quedo un


poco.“ Lo mismo dijo tambié n a su marido.

Despué s, se volvió a llamar al representante del abuelo. Este


comentó :

¾ Me sentı́ muy aliviado cuando se me dijo que saliera de


la puerta. Aquı́ no hubiera debido ni querido decir nada; y lo
mismo sentı́a mientras estaba fuera.

Hasta aquı́ este ejemplo.

En este contexto tambié n quisiera decir algo en relació n a los


descendientes de las vı́ctimas. Muchos conciudadanos judı́os,
cuyos familiares fueron asesinados en los campos de exterminio,
temen mirar a sus muertos y darles la honra, pensando que no
tienen el derecho de seguir con vida teniendo en cuenta la suerte
de aqué llos. Se sienten culpables, deseando expiar como si ellos
fueran los perpetradores. En consecuencia, ni ellos pueden
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acercarse a los muertos, ni los muertos pueden acercarse a ellos.


Ahora bien, si los supervivientes y descendientes encaran a sus
familiares muertos, mirá ndoles a los ojos hasta que realmente los
vean, incliná ndose ante ellos y dá ndoles la honra llenos de amor,
entonces parece como si los muertos resucitaran, como si el
terrible estado de muerte terminara, y como si, por in, pudieran
dirigirse a los vivos y bendecirlos para que se queden y para que
su vida siga luyendo a travé s de ellos. Lo má s consolador para
los muertos, por tanto, es que en una de estas constelaciones
familiares los vivos les digan: “Mira, tengo hijos.“

De otro texto de Hellinger:


A veces, se concibe como culpa lo que sobrevino de forma
imprevista o lo que se sustrajo a toda in luencia humana, por
ejemplo, un aborto, o la enfermedad, la disminució n o la muerte
temprana de un hijo.

Asimismo, cuando el destino de una persona encierra incidentes que


a otros les causaron algú n dañ o, mientras que para é l resultaron ser
ventajosos, o incluso les debe su salvació n o su vida, tambié n estos
hechos se viven como una culpa; por ejemplo, si la madre de un niñ o
muere en el parto.

Pero también existe la culpa real, responsabilidad personal de


una persona; por ejemplo, donde alguien abortó un hijo o lo dio
para la adopció n sin que hubiera ninguna necesidad auté ntica, o si,
sin escrúpulos, exigió o hizo algo grave a otra persona.

Frecuentemente se pretenede reparar la culpa personal, o que forma


parte de un destino, a travé s de la expiació n, pagando el dañ o hecho,
dañ á ndose a sı́ mismo, "saldando" la culpa a travé s de la expiació n y,
segú n se cree, compensá ndola de esta manera.

Similitud y compensación
Por este vı́nculo, pues, los posteriores y má s dé biles pretenden
sujetar a los anteriores y má s fuertes para que é stos no se vayan, o,
si ya se fueron, desean seguirles.

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Por este vı́nculo, los aventajados pretenden asemejarse a los que


sufren la desventaja. Ası́, pues, los hijos sanos quieren parecerse a
sus padres enfermos, y los pequeñ os, inocentes, a los grandes,
culpables. Por este vı́nculo, los sanos se sienten responsables de los
enfermos; los inocentes, de los culpables; los felices, de los
desdichados; y los vivos, de los muertos.

Por tanto, los que reciben la ventaja está n dispuestos a arriesgar y a


ofrecer tanto su salud como su inocencia, su vida como su felicidad
por la salud, la inocencia, la vida y la felicidad de otros. Ya que
albergan la esperanza de poder asegurar o salvar la vida y la
felicidad de otros miembros de esta comunidad, renunciando a su
propia vida y a su propia felicidad. Y esperan poder recuperar y
restablecer la vida y la felicidad de otros, aunque ya esté n perdidas.

Ası́, pues, del vı́nculo, y del amor que este vı́nculo comporta, en la
comunidad de la familia y de la red familiar nace la necesidad
imperiosa de llegar a un equilibrio entre la ventaja de unos y la
desventaja de otros, entre la inocencia y la felicidad de unos y la
culpa y la desdicha de otros, entre la salud de unos y la enfermedad
de otros, y entre la vida de unos y la muerte de otros. Es esta
necesidad la que lleva a una persona a desear tambié n la desdicha
donde otro miembro de su sistema fue desdichado; donde otro cayó
enfermo o contrajo una culpa, una persona sana o inocente tambié n
enferma o se hace culpable; y donde una persona querida murió ,
otra persona pró xima a ella desea morir tambié n.

En el seno de esta comunidad tan estrechamente unida por el


destino, el vı́nculo y la necesidad de compensació n llevan a la
participació n y a la imitació n de la culpa y de la enfermedad de
otros, de su destino y de su muerte. Asimismo, se intenta pagar la
salvació n de otros con la desgracia propia; la curació n de otros, con
la propia enfermedad; la inocencia de otros, con la culpa o la
expiació n propia; y la vida de otros, con la propia muerte.

La enfermedad sigue al alma

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Dado que esta necesidad de semejanza y compensació n anhela la


enfermedad y la muerte, por ası́ decirlo, la enfermedad sigue al
alma. Por tanto, aparte de la ayuda mé dica en un sentido má s
estricto, la sanació n requiere tambié n la ayuda de personas que
conocen las necesidades del alma, bien sea que el mé dico mismo
reú na ambos aspectos, bien sea que otra persona complemente el
trabajo mé dico, atendiendo la psique. Ahora bien, mientras el
mé dico se esfuerza por curar la enfermedad a travé s de su
tratamiento, el psicoterapeuta má s bien se retiene, ya que, lleno de
asombro, se halla ante fuerzas con las que le parecerı́a arrogante
competir. Ası́, pues, intenta cambiar un destino fatal estando en
sintonı́a con estas fuerzas, convirtié ndose má s bien en su aliado que
en su enemigo.

A este respecto quisiera referir un ejemplo:

“Mejor que sea yo que tú”


Durante una hipnoterapia, una joven paciente de esclerosis mú ltiple
se vio a sı́ misma de niñ a, arrodillada delante de la cama de su
madre paralı́tica, formulando interiormente este propó sito:
“Querida Mamá , mejor que sea yo que tú .”

Para los demá s participantes del grupo fue una experiencia


profundamente conmovedora ver cuá nto una hija ama a sus padres,
y la mujer joven se sentı́a en paz consigo misma y con su suerte. Una
participante, sin embargo, no pudo soportar ese amor dispuesto a
tomar sobre sı́ enfermedades, dolores e incluso la muerte por el bien
de la madre. Le dijo al terapeuta:

¾ ¡Deseo de todo corazó n que puedas ayudarle!

El terapeuta se quedó perplejo; para é l fue como si lo hubiera


deshecho todo.

Ya que ¿có mo es posible que alguien trate el amor de la hija como si


fuera algo malo? ¿Acaso no herirı́a el alma de la hija, agravando su
sufrimiento en vez de aliviarlo? ¿Acaso la hija no guardarı́a aú n má s
celosamente su amor a la madre, aferrá ndose aú n má s
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apasionadamente a su esperanza y a su propó sito, surgido en aquel


momento, de salvar a la madre amada a travé s de su propio
sufrimiento?

Aú n quisiera presentar otro ejemplo má s. En un grupo, una mujer


joven, que tambié n padecı́a de esclerosis mú ltiple, con iguró su
familia de origen y la trama relacional que reinaba en su seno. Ası́,
pues, habı́a la madre y, a su izquierda, el padre. En frente de ellos se
encontraba la paciente, como hija mayor; a su izquierda, el hermano
siguiente, que murió de un paro cardı́aco a los catorce añ os, y a la
izquierda de é ste, el hermano má s joven.

Figura 1

Cuadro de texto: Partiendo de esta constelació n, el terapeuta


Abreviaciones: P le pidió al representante del hermano
padre M madre 1 muerto que saliera por la puerta, lo cual, en
primera hija +2 una constelació n familiar, signi ica morir. En
segundo hijo, murió el momento en el que salió por la puerta, la
a la edad de 14 añ os cara de la hija se iluminó de golpe, y tambié n
la madre se sintió mucho mejor. Despué s, el terapeuta envió fuera al
hermano menor, y despué s, al padre, porque habı́a notado que
tambié n ellos tendı́an a salir del sistema. En cuanto habı́an salido
todos los hombres ¾lo cual signi ica que todos estaban muertos¾,
la madre se enderezó con un gesto triunfante, quedando claro que
era ella la que se sabı́a presa de la muerte ¾cualquiera que fuera el
motivo¾, y tambié n, cuan aliviada se sentı́a al ver que otros estaban
dispuestos a tomar sobre sı́ la muerte en lugar de ella.

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Figura 2

A continuació n, el terapeuta volvió a llamar a los hombres y, en su


lugar, envió fuera a la madre. De repente, todos se sintieron librados
de la obligació n de participar en el destino de la madre, y se
encontraban bien.

Figura 3

El terapeuta, sin embargo, sospechaba que tambié n la esclerosis


mú ltiple de la hija estuviera relacionada con el hecho de que la
madre se sintiera obligada a morir. Por tanto, hizo entrar
nuevamente a la madre, la puso al lado del padre, y llevó a la hija al
lado de ella.

Figura 4

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A continuació n, le dijo a la hija que mirara a la madre con amor y


que le dijera a los ojos y a la cara: “Mami, yo lo hago en tu lugar.” Al
pronunciar estas palabras, la cliente se puso radiante, y el
signi icado y la inalidad de su enfermedad quedaron claros para
todos los presentes.

¿Qué puede hacer, pues, un mé dico o un psicoterapeuta, y de qué se


debe guardar?

El amor consciente
Sacar a la luz el amor del hijo es, frecuentemente, todo lo que puede
y debe hacer un terapeuta que conoce la envergadura de ese amor.
Cualquiera que sea la carga que haya tomado sobre sı́ por este amor,
el hijo tiene la seguridad de estar siguiendo ielmente a su
conciencia, sintié ndose noble y bueno.

Ahora bien, en cuanto, con la ayuda de una persona entendida, haya


podido salir a la luz el amor del hijo, quizá s se haga patente tambié n
que la meta de ese amor permanece inalcanzable. Ya que ese amor
alberga la esperanza de poder sanar a la persona amada a travé s de
sus sacri icios, de poder protegerla de la desgracia, de poder expiar
su culpa; y aunque haya muerto la persona amada, llega al extremo
de pensar que incluso podrı́a recuperarla de entre los muertos.

Por tanto, si junto con el amor infantil tambié n se hacen patentes sus
ines infantiles, el hijo, ahora adulto, quizá s se dé cuenta de que con
su amor y con sus sacri icios no puede superar ni la enfermedad ni
el destino ni la muerte de otros, sino que debe encararlos con
impotencia y con valentı́a, asintiendo a ellos tales como son.

Ası́, pues, las metas del amor infantil y los medios para alcanzarlas
son "des-engañ ados" en cuanto salen a la luz, ya que forman parte
de un concepto má gico del mundo que resulta insostenible ante el
conocimiento del adulto. El amor, sin embargo, perdura. Una vez
descubierto, el mismo amor que en otros momentos llevaba a la
enfermedad, ahora se une al conocimiento para buscar otra
solució n, solució n consciente, neutralizando ası́ las in luencias
enfermizas donde aú n sea posible. En este sentido, el mé dico y otros
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15/6/2020 Expiación y reconciliación para perpetradores y víctimas de la violencia

terapeutas quizá s puedan señ alar determinados pasos ¾ pero só lo


si el amor del hijo, porque ellos lo vieron, permanece a la luz, y só lo
si este amor, por su reconocimiento, puede dirigirse a algo nuevo y
má s grande.

La compensación a través de la expiación causa un doble


sufrimiento
La expiació n sacia nuestra necesidad de compensació n. Pero si la
compensació n se busca a travé s de enfermedades, accidentes o de la
muerte, ¿qué se logra realmente? En lugar de un perjudicado hay
dos, y en lugar de un muerto aú n hay otro má s. Aú n peor: para las
vı́ctimas de la culpa, la expiació n signi ica un doble dañ o y una doble
desgracia, puesto que su desgracia nutre otra desgracia, su dañ o aú n
causa má s dañ o, y su muerte aú n trae la muerte a otras personas.

Pero tambié n hay que tener en cuenta otro aspecto má s: la


expiación es barata. Al igual que en el pensar y actuar má gicos,
donde la salvació n de otros ú nicamente se gana a travé s de la propia
desgracia, pensando que el propio sufrimiento bastarı́a para redimir
al otro, ası́ tambié n ocurre en la expiació n: só lo basta con sufrir o
morir, sin tener en cuenta la relació n ni ver al otro, y sin sentir el
dolor por su desgracia tenié ndolo presente como persona, y sin que,
despué s, con su asentimiento y con su bendició n, haya que hacer
nada para otros.

Por tanto, tambié n en la expiació n se intenta pagar una deuda


devolviendo exactamente lo mismo. Tambié n aquı́, el actuar se
sustituye por el sufrir, la vida por la muerte, y la culpa por la
expiació n, de manera que tambié n aquı́ bastan el sufrimiento y la
muerte sin actuar ni esforzarse. Y al igual que la desgracia , el
sufrimiento y la muerte aú n aumentan y crecen a travé s de las frases
de "mejor que sea yo que tú " y "te sigo" una vez realizadas, ası́
tambié n en el caso de la expiació n realizada.

Un hijo, cuya madre murió al darle la vida a é l, siempre se sentirá en


deuda con ella, ya que ella pagó su vida con su propia muerte. Ahora
bien, si el hijo lo expı́a hacié ndose sufrir a sı́ mismo, es decir, si se
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niega a tomar su vida aunque sea al precio de la vida de su madre, o


si en expiació n incluso se suicida, la desgracia resulta doblemente
grave para la madre. Ası́, el hijo no toma el obsequio de la vida que
ella le dio, ni tampoco respeta su amor ni su voluntad de dá rselo
todo. Su muerte, por tanto, fue en vano; aú n má s: en vez de dar vida
y felicidad, aú n producirı́a má s desgracia, y en lugar de un muerto
habrı́a dos.

Si pretendemos ayudarle a un hijo en esta situació n, tenemos que


tener en cuenta que en su interior siente tanto el deseo de expiar
como tambié n el deseo de: "Mejor que sea yo que tú ", y: "Te sigo".
Ası́, pues, ú nicamente podemos in luir positivamente sobre el deseo
nefasto de expiar si tambié n logramos encontrar la solució n positiva
para las frases de "mejor que sea yo que tú " y "te sigo".

La compensación a través del tomar y de los actos de


reconciliación.
¿Cuá l serı́a, pues, una solució n para este hijo, adecuada para é l y
para su madre? El hijo tendrı́a que decir: "Querida Mamá , ya que
pagaste un precio tan alto por mi vida, que no haya sido en vano; le
sacaré provecho, en tu memoria y en tu honor."

En consecuencia, el hijo tiene que actuar en vez de sufrir, rendir en


vez de fracasar, y vivir en vez de morir. De esta manera, su unió n con
la madre serı́a muy diferente que siguié ndole a la desgracia y a la
muerte.

Pereciendo en una unió n simbió tica con la madre, su vı́nculo es tan


solo inconsciente y ciego. En cambio, si realiza algo que fomente la
vida, en memoria de su madre y de su muerte, si toma su vida
haciendo que tambié n otros participen en ella, su unió n con la
madre es totalmente distinta: se encuentra delante de ella mirá ndola
con amor. Ya que si de esta manera toma su vida, conducié ndola a su
plenitud, el hijo tiene presente a su madre y la lleva en su corazó n.
Ası́, de la madre al hijo luyen la bendició n y la fuerza, porque por
amor a ella convierte su vida en algo especial.

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A diferencia de la compensació n procurada a travé s de la expiació n,


que no es má s que una compensació n a travé s de la fatalidad, del
dañ o y de la muerte, é sta serı́a la compensació n positiva. Sin
embargo, a diferencia de la compensació n a travé s de la expiació n,
que resulta barata y perjudicial, que toma sin llegar a la
reconciliació n, la compensación positiva es cara. Pero ella aporta
la bendició n, permitiendo que la madre se reconcilie con su destino,
y el hijo con el suyo. Ya que lo positivo que el hijo realiza en memoria
de su madre se logra a travé s de ella; a travé s de su hijo, la madre
participa en ello. Ella sigue viviendo y actuando en los actos de su
hijo.

A diferencia de la compensació n má gica, é sta serı́a la compensació n


que corresponde. Sigue a la comprensió n de que nuestra vida es
ú nica y que, pasando, hace sitio para la vida futura, y, aunque ya
haya pasado, nutre la vida presente.

La expiación sustituye la relación


Mediante la expiació n evitamos encarar la relació n, ya que a travé s
de la expiació n tratamos la culpa como un asunto en el que se paga
el dañ o con algo que nos cueste personalmente. ¿Pero qué puede
conseguir esta expiación cuando he cometido una injusticia con
una persona, llevándola a la desgracia y causándole daños
ísicos y psíquicos irreparables? Só lo puedo procurar mi propia
descarga a travé s de la expiació n dañ á ndome a mı́ mismo y
perdiendo de vista al otro. Puesto que si centro mi atenció n en el
otro, tengo que reconocer que con mi expiació n pretendo borrar
algo que no puede ser disuelto.

Lo mismo se aplica a la culpa como responsabilidad personal.


Frecuentemente, una madre pretende expiar un aborto o la pé rdida
de un hijo por otras razones, contrayendo una enfermedad mortal, o
abandonando la relació n con el marido y el padre del niñ o, o
renunciando a relaciones posteriores. Tambié n la expiació n de una
culpa personal se realiza de manera inconsciente, incluso a pesar de
su negació n o de la explicació n a un nivel consciente.

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A veces, aparte de la necesidad de expiació n, las madres desarrollan


el deseo de seguirle al hijo muerto, de la misma manera que un hijo
desea seguirle a su madre muerta. Pero ¾ ası́ podemos suponer ¾
tambié n un hijo que murió por culpa de la madre le dice: "Mejor que
sea yo que tú ." Ası́, pues, si la madre, para expiar su culpa, cae
enferma o muere, la muerte del hijo ofrecida por la madre fue en
vano.

También en la culpa personal la solución consiste en sustituir la


expiación por actos de reconciliación. Esto se logra mirá ndole a
los ojos a la persona que se trató injustamente o a la que se causó un
dañ o grave.

Por ejemplo, la madre debe mirar al hijo abortado, o no reconocido,


o abandonado, hasta que aparezca ante ella como una persona real,
y decirle: "Lo siento", y: "Ahora te doy un lugar en mi corazó n", y: "Lo
repararé hasta donde aú n pueda hacerlo", y: "Quiero que participes
en lo bueno que hago en tu memoria, pensando en ti". Ası́, la culpa
no serı́a en vano, ya que lo bueno que la madre ¾o quienquiera que
sea¾ realiza en memoria de este hijo, tenié ndolo presente, se
realiza con el hijo y a travé s de é l. Este tiene parte en los actos de la
madre y, durante un tiempo, permanece unido a ella.

Quien haya hecho un dañ o a otro y desea buscar la reconciliació n


con su alma, y proteger ası́ a los miembros de su familia, debe
reparar el dañ o o hacer algo grande en compensació n. En el caso de
un crı́men grave, debe excluirse del sistema familiar al que
pertenece y ser excluido por los miembros de su familia – aú n con
respeto-.

Algunas analogías: En caso de un incesto. ¿Qué les ayuda a los


perpetradores?

Unicamente habları́a con ellos individualmente y en un


hellinger
contexto protegido. Primeramente les preguntarı́a si ellos ven un
camino que le ayude a la vı́ctima a librarse del acto que le hizo dañ o
y de trocar el dolor sufrido y sus consecuencias en algo positivo. En
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15/6/2020 Expiación y reconciliación para perpetradores y víctimas de la violencia

ese momento, ellos ya no necesitan defenderse y yo gano su


colaboració n. Un primer paso en esa direcció n serı́a que sintieran lo
ocurrido. Ese dolor es, en primer lugar, un proceso interior.

Los perpetradores no deben ni explicar ni justi icar ni paliar ni


condenar su comportamiento ante la vı́ctima. Tampoco deben
confesarle su culpa, ni tampoco pedirle perdó n, o esperar o exigir
cualquier otra cosa que fuera una descarga para ellos mismos. Eso
serı́a otro abuso má s, una carga adicional para la vı́ctima.

Cuando se llega a un proceso judicial, les aconsejo a los


perpetradores que acepten la pena sin intentar mitigarla mediante
subterfugios o peritajes. Esta es la manera má s segura de recuperar
su dignidad.

La indignación, y lo que salva de la maldición de la ley tanto a


perpetradores como a víctimas y vengadores

hellingerA veces aquellas personas que ayudan en vez de perseguir,


que intentan guiar tanto a las vı́ctimas como a los perpetradores
para que encuentren maneras de llevar a un futuro positivo el dolor
y la culpa, a veces se convierten en blanco de indignació n. Ya que los
indignados se sienten al servicio de una ley imperiosa, sea la ley de
Moisé s, la ley de Cristo, la ley de los cielos, la “ley moral natural”, la
ley de un grupo, o simplemente aquello que un ciego “Zeitgeist” nos
imponga. Cualquiera que sea el nombre de esa ley, les con iere a los
indignados un poder sobre los perpetradores y sobre las vı́ctimas,
justi icando toda injusticia que cometan con otros. La pregunta es:
¿có mo pueden reaccionar los terapeutas que topan con esta
indignació n, sin perjudicar ni a las vı́ctimas ni a los perpetradores, ni
dañ arse a sı́ mismos o atentar contra el orden justo? A este respecto,
cuento una historia conocida:

La Mujer Adúltera

En Jerusalén bajó una vez un hombre del monte de los Olivos y se


dirigió al Templo. Al entrar, un grupo de eruditos justos trajeron a una
mujer y, rodeando a aquel hombre, la pusieron delante de él diciendo:
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¾ Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. Moisés nos


mandó en la Ley que la apedreáramos. ¿Tú qué dices?

En realidad, sin embargo, no les interesaba ni aquella mujer, ni lo que


había cometido. Su propósito era preparar una trampa a un hombre
conocido por su solicitud y su indulgencia. Su clemencia los indignaba.
Ellos, sin embargo, en nombre de esa ley se sentían autorizados de
aniquilar tanto a la mujer como a aquel hombre ¾ suponiendo que no
compartiera su indignación ¾, aunque éste no tuviera nada que ver
con lo que la mujer había cometido.

Así, pues, nos encontramos ante dos grupos de perpetradores. Al


primer grupo pertenece la mujer: ella era una adúltera, y los
indignados la llamaban una pecadora. Al otro grupo pertenecen los
indignados: por sus intenciones eran asesinos; no obstante, se
llamaban justos. Sobre ambos grupos pesaba la misma ley implacable,
con la única diferencia de que, en un lado, llama a los actos malos
injusticia, y en el otro, los actos aún peores, justicia. Pero el hombre al
que querían preparar la trampa se retiró de todos ellos: de la
adúltera, de los asesinos, de la ley, del cargo de juez y de la tentación
de la grandeza. Delante de todos ellos se inclinó hasta el suelo. Pero al
ver que los indignados no comprendían su gesto, acechando y
acosándolo, se incorporó y dijo:

¾ Aquél de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera


piedra.

E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en la tierra.

De repente, todo había cambiado; ya que el corazón sabe más que la


ley le permite o le impone. Los indignados se fueron retirando, uno
tras otro, comenzando por los más viejos. El hombre, sin embargo,
respetaba su vergüenza y permanecía inclinado, escribiendo en la
arena. Sólo cuando todos hubieron marchado, se incorporó de nuevo,
preguntando a la mujer:

¾¿Dónde están? ¿Nadie te ha condenado?

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¾ Nadie, Señor¾, contestó ella.

Después, como si estuviera de acuerdo con los que antes se habían


mostrado indignados, le dijo a la mujer:

¾ Tampoco yo te condeno.

Aquı́ termina la historia. En el texto transmitido aú n se añ ade: “No


peques má s.„ Como pudo demostrar la investigació n bı́blica, esta
frase fue añ adida posteriormente, probablemente por alguien que ya
no soportaba la grandeza y el poder de esta historia.

Aú n queda por comentar otro aspecto má s. La auté ntica vı́ctima es
silenciada tanto por los indignados como por la historia: el marido
de la mujer. Si los indignados hubieran apedreado a la mujer, su
marido se habrı́a convertido doblemente en doble vı́ctima. Ası́, sin
embargo, al ya no interponerse entre ellos ningú n indignado, ambos
tienen la posibilidad de encontrar el equilibrio y la reconciliació n a
travé s del amor, y de comenzar de nuevo. Si los indignados tuvieran
el derecho de interponerse, se les negarı́a esta solució n, y tanto la
perpetradora como la vı́ctima sufrirı́an má s.

A veces, tambié n algunos niñ os abusados se encuentran en esta


situació n, cuando, en lugar de encontrarse en manos del amor, caen
en manos de la indignació n. Los indignados se preocupan poco de
ellos. Puesto que las medidas que proponen e imponen desde su
sentimiento de indignació n, aú n lo hacen má s difı́cil para las
vı́ctimas.

Por ejemplo, en el incesto, la niñ a que fue vı́ctima de un abuso sexual


permanece vinculada y iel al perpetrador. Por tanto, si su padre es
perseguido y aniquilado moral e fı́sicamente, tambié n la hija muere
moral o fı́sicamente, o, má s tarde, uno de sus hijos paga la culpa.
Esta es la maldició n de la indignació n, y la maldició n de la ley que se
apoya en la indignació n.

Por tanto, ¿qué deberı́an hacer los terapeutas que se guı́an por el
amor? Renunciar al dramatismo y buscar caminos sencillos que
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tanto a las vı́ctimas como a los perpetradores les den la posibilidad


de comenzar de nuevo, aunque má s conocedores y má s
comprensivos que antes. En lugar de ijar su mirada en una supuesta
ley superior, miran a las personas, sean vı́ctimas o perpetradores,
considerá ndose uno má s entre ellas. Ası́, saben: só lo la ley parece
eterna y fé rrea ¾ en la tierra, sin embargo, todo es ı́n imo, y a todo
inal le sigue un principio. Su ayuda es humilde y conoce el amor
para todos: para las vı́ctimas, para los perpetradores, para los
instigadores secretos y para los vengadores, que ellos mismos
tambié n habrá n sido alguna vez. ¾

En el incesto: la persecución de los autores no ayuda a nadie

Perseguir a los autores y castigarlos no ayuda ni a las vı́ctimas ni a


nadie má s. Ahora bien, si en caso de incesto, la hija sufrió un dañ o,
por ejemplo por uso de la fuerza, entonces tiene el derecho de estar
enojada con el autor, pero no hasta el extremo de negarle el derecho
a la pertenencia. Puede decir: "Has cometido una gran injusticia
conmigo, y no te lo perdonaré nunca." Y, en cierto modo, puede
decirles a la cara a los padres: "Sois vosotros, no yo. Vosotros tené is
que llevar las consecuencias, no yo." En ese momento pasa la culpa
a é l o a ella, y ella misma se aparta. Que la hija esté llena de
reproches contra los padres no sirve de nada. El poner lı́mites claros
es lo que importa y lo que le permite librarse. Los reproches tan só lo
son un simulacro de combate y no una exigencia.

La hija tampoco debe perdonar. Perdonar es una arrogación y no


le corresponde a la hija. Puede decir: "Fue terrible para mı́, y dejo
las consecuencias contigo. A pesar de todo, sacaré partido de mi
vida."

Si la hija, má s tarde, consigue una relació n feliz, tambié n signi ica
una descarga para el autor; si, por lo contrario, ella misma despué s
no permite que las cosas le vayan bien, tambié n es una venganza
tardı́a del autor.

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Por otra parte, el padre no debe pedirle perdó n a la hija, lo cual


signi icarı́a una carga inmensa para ella. Pero sı́ puede decir: "Lo
siento" o "He cometido una injusticia contigo".

"Solució n" es una palabra de doble sentido. La solución siempre


es un "apartarse de". La lucha ata. Exigir que los demá s acepten
su responsabilidad lleva a una buena separació n de la familia. En el
caso de una implicació n en un sistema superior, aquı́ en el de los
padres, el inferior tiene que exigir del superior que acepte la
responsabilidad. Ası́, puede dejarlos y marchar.

Bert Hellinger en Chile: 1 al 7 de septiembre de 1999.


Taller terapéutico: 3, 4 y 5 de septiembre en Universidad
Educares
Informes en teléfonos 2041054, 3692693, celular 09 8113209

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