Está en la página 1de 2

LOS ANTIGUOS REDUCIDORES DE CABEZAS HUMANAS

Es imposible hablar de la selva y de sus diferentes tribus, sin mencionar a la que posiblemente
más llama la atención del mundo civilizado, por su particularidad de reducir las cabezas de sus
víctimas: el pueblo de los jíbaros. La mayoría de ellos ya no practica esta costumbre bárbara.
Pero aún hoy, en lo más profundo de la selva septentrional, impenetrable, se dice que la
practican.

Los jíbaros se dividen en varias diferentes tribus que son enemigas declaradas entre sí y que,
aunque se temen, no desperdician la oportunidad de destruirse con gran ensañamiento.

Una cualidad innata del jíbaro es la de ocultarse de las otras tribus y esconder sus movimientos
para tratar de engañar a los demás, hasta el punto de que se afirma que rara vez el jíbaro pase
dos veces por el mismo lugar.

En su apariencia los jíbaros no difieren mucho de los otros indios, aunque se tatúan menos y
no son amantes de los adornos que caracterizan a las demás tribus. El adorno más usado es la
pluma de tucán, lo que es una demostración de capacidad en el uso de la cerbatana, pues es
muy difícil dar caza a esta clase de pájaros.

El jíbaro es ante todo guerrero y después cazador (1953). También aficionado al tejido, y
aunque las mujeres son las que hilan, los hombres se encargan de tejer las prendas que usan
como vestidos. Pero lo que distingue sobre todas las cosas a los indios jíbaros de las demás
tribus, es su afición a cortar las cabezas de sus enemigos y reducirlas a un tamaño
extraordinariamente pequeño.

Tiembla el corazón al tener en la palma de la mano una de esas “shansas” o cabezas reducidas,
al pensar que esa cabeza, meses o años atrás, estaba unida a un cuello como el nuestro y que
tenía un tamaño como la nuestra. En los principales museos pueden verse, como en el
antropológico de Lima, y otros, esas Shansas con sus labios cosidos, que parecen mirar con sus
ojos cerrados y que hacen exclamar palabras de admiración y de estupor a los visitantes.

LA EXPRESIÓN PATÉTICA DE LOS SHANSAS

Es admirable como esas cabezas tan reducidas pueden conservar una expresión tan patética y
un parecido tan grande con la cara cuando estas tenían su tamaño normal. Su conservación y
parecido es tal que, si hubiéramos conocido a una persona que tuvo la desgracia de caer en las
garras de estos indios y ser sacrificada y su cabeza reducida, con toda seguridad que años
después, si viéramos esa “shansa”, inmediatamente diríamos “¡Oh, si es este fulano!”.

Ha sido siempre un misterio el procedimiento que los jíbaros usaban para reducir las cabezas,
aunque se sabe que el proceso de la reducción se hacía a base de ciertas hierbas, solo por ellos
conocidas. Muchas son las explicaciones que se dan, pero la verdad es que estos indios son
muy celosos guardianes de su secreto, pues al parecer es un rito de tanto significado (mágico-
religioso) para ellos que no admiten la intromisión del hombre blanco y tampoco propagan la
forma en que lo realizaban. Rumores hay muchos, pero la mayoría son inexactos, al parecer.

Pero en lo que todos los rumores están de acuerdo es en la gran falta de escrúpulos y de
piedad de esos bárbaros, que no hacían discriminación de sexo y seccionaban a sus víctimas no
del todo muertas a veces, valiéndose de armas tan primitivas como cuchillos de madera de
chonta, hachas de piedra y conchas bien filosas.
De Graaf, quien pasó muchos años en la selva, cuenta que, en sus relaciones con los jíbaros,
tuvo la suerte de poder presenciar todo el proceso de la reducción de once cabezas de
huambisas (una de las tribus jíbaras) muertos en un asalto que les hicieron los antipas y
aguarunas (jíbaros también), que traicioneramente los atacaron en su propio poblado.
Después de relatar la forma en que se prepararon para el asalto y la matanza hecha ese día,
relata en la siguiente forma el proceso de reducción de cabezas y que por lo que yo mismo
pude averiguar, a nota, parecer ser una descripción fiel de ese rito tan extraordinario.

EL PROCESO DE REDUCCIÓN DE CABEZAS

Dióse principio a la ceremonia colocando las cabezas boca arriba en la arena y yendo cada
desnudo guerrero a sentarse por turnos encima de una de ellas. Mientras tanto, el curandero,
de los cuales había dos en la partida, comenzó a mascar tabaco, y acercándose luego por
detrás de cada uno de los guerreros sentados, dio un salto encima de él, le echó la cabeza
hacia atrás, le cogió las ventanillas de la nariz con la boca y le introdujo en ellas un poco de
jugo de tabaco. Este extraño proceder no deja de tener su explicación: es la equivalencia local
de un antitóxico contra la influencia dañina del curandero enemigo, una forma de protección
que según los indígenas los hace inmunes contra los desastres y las plagas a que pueden
someterlos sus enemigos.

El efecto producido en los guerreros por el tratamiento fue animarlos y abrumarlos, debido, el
primero, a la inquebrantable fe en sus propiedades, y a los naturales resultados físicos, el
segundo.

Acerca de la reducción de cabezas, describe Marcio Pérez que: “Esto se hace abriendo una raya
en el pelo desde la coronilla hasta la base del cráneo, rompiendo la piel a lo largo de ella y
tirando de aquella hacia ambos lados para sacarla del molde de huesos, como se saca una
media del pie. Al llegar a los ojos, la nariz y la boca, hace falta dar algunos cortes, después de lo
cual la carne y los músculos salen con la piel, dejando el cráneo desnudo, a excepción de los
ojos y la lengua”.

“Las incisiones hechas a cada bolsa de piel y carne, se cosen con una aguja de bambú y fibra de
hoja de palmera (de la que se fabrican hamacas, cuerdas, anzuelos y redes), dejando la
abertura del cuello sin cerrar. Los labios los sujetan con tres palitos de bambú, cada uno de dos
pulgadas y media de largo, que, atados con varias cuerdas de fibra de algodón, las mantenían
fuertemente cerrados. Los flecos de los extremos de la fibra caían en forma de borla. Las rajas
de los ojos, por el contrario, se apuntalaban con unas estanquillas análogas de bambú, puestas
en sentido vertical.

También podría gustarte