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Este relato apareció por primera vez en el blog Orsai, de Hernán Casciari, el 8
noviembre, 2005. Se publicó en El pibe que arruinaba las fotos
Esta historia tiene una segunda parte llamada Tarifa plana de porro y otros avances.
Hernán Casciari
8 noviembre, 2005
—No quiero saber qué va a pasar conmigo, no quiero saber qué va a pasar
con las personas que quiero. No quiero que se te escape una sola palabra
ambigua; no quiero pistas. Respetá mi vida, Woung, respetá la felicidad de
este noviembre en donde nadie se me ha muerto, quiero seguir acá un
tiempo, no quiero que la sombra de tus datos me tapen el solcito— le dije a
mi tataranieto—, lo que yo quiero saber del futuro es lo superficial, el
chusmerío; soy demasiado cagón para todo lo que importa.
—Viene bastante gente a comprar porro, porque allá casi no hay. Pero así
como yo, a visitar antepasados, muy poco. Es un viaje incómodo, y
bastante caro.
—Como haber hay —me dice Woung—, lo que ya no existe es esa cosa tan
linda de ustedes, de armarlo, de ver la hoja, de fumar echando humo. De
eso no hay más.
—Tenemos tarifa plana —me dice—. Pagamos por mes un precio fijo, y hay
empresas que te dan el servicio, directo a la cabeza.
—Más que práctico. ¡Es buenísimo! —le digo— No hay que ir a comprar, no
hay que esconderse por ahí, nunca llevás nada encima...
—Qué maravilla, el futuro —le digo—. ¿Y cuánto sale por mes, la tarifa
plana de porro?
—¿Once minutos?
—En el futuro no hay dinero —me dice Woung—. El valor más preciado es el
tiempo. Todos nacemos ricos, digamos. Cada chico que nace, tiene unos
cien años de crédito. Después crecés y vas gastando tiempo. ¿Querés
comprarte una moto? Te cuesta seis meses. ¿Una casa? Un año y pico. Todo
lo que comprás se te va debitando. Y todo lo que vendés, se te acumula.
—No entiendo.
—Imaginate que te vas con una puta —me dice Woung—. Una puta cobra
30 minutos un servicio completo. Cuando terminás de cogerte a la puta, vos
tenés media hora menos de vida, y la puta media hora más. Es fácil.
—El concepto de riqueza varía según los intereses de cada quién. Por
ejemplo, yo tengo 23 años, es decir, tengo un capital suficiente para tener
siete coches, dos chalets, y darme la gran vida durante cinco años más y
morir. O también tengo la posibilidad de vivir sin lujos hasta que cumpla los
80 ó los 90. Cada uno hace lo que quiere.
—Esa es una gran tara de tu sociedad... Creer que un poema puede ser más
maravilloso que una silla.
—No hay ladrones —me dice Woung—, ni crímenes económicos. Sólo, cada
tanto, algún crimen pasional.
—No. Hay multas. Te multan con los años exactos de la víctima. Si matás a
un tipo de 35 años, esa es tu multa: 35 años. Muchas veces significa pena
de muerte. Casi nadie mata a nadie. Tampoco hay suicidios. ¿Para qué vas
a suicidarte, si podés comprarte lo que quieras con lo que te resta de
tiempo y morir en la opulencia?
—¡Claro que hay malos! Los pesados, por ejemplo. Esa gente que te cruzás
en la calle y se te pone a hablar y te hace perder el tiempo. Los densos. Ésa
es la gran escoria de mi sociedad. Los que tardan mucho para contarte un
chiste, los que te hacen esperar en el auto, los que te invitan a fiestas
aburridas... El que te hace perder el tiempo sin disfrutarlo, ésos, son lo
malos.
—Los fallos también son una tara de tu sociedad, abuelo. Con el tiempo las
cosas irán mejorando mucho. Te lo garantizo.
Parpadeé tres veces, no fuera cosa que el wifi de porro con tarifa plana
durase todavía en el comedor de casa, pero no pasó nada. Entonces abrí la
cajita feliz y me armé uno de los antiguos, de los que se enrollan con los
dedos, de los que cuestan diez euros en la esquina. Y me senté en el sillón
grandote a perder el tiempo.
Esta historia tiene una primera parte llamada Nunca le abras la puerta a un
chino.