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Marco jurídico nacional e internacional sobre libertad de expresión, acceso a

la información pública y protección de periodistas

MODULO I
Así, desde su jurisprudencia temprana, la Corte Interamericana destacó dos dimensiones de la
libertad de expresión: la dimensión individual que garantiza el derecho de las personas a
expresarse en libertad, sin censura previa y sometidas a un régimen limitado de excepciones; y la
dimensión colectiva, que subraya el derecho de las personas a acceder a información en un
ambiente de pluralismo y diversidad.

1. Informes temáticos de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH


Se trata de uno de los derechos individuales que de manera más clara refleja la virtud que
acompaña—y caracteriza—a los seres humanos: la virtud única y preciosa de pensar al mundo
desde nuestra propia perspectiva y de comunicarnos con los otros para construir, a través de un
proceso deliberativo, no sólo el modelo de vida que cada uno tiene derecho a adoptar, sino el
modelo de sociedad en el cual queremos vivir. Todo el potencial creativo en el arte, en la ciencia,
en la tecnología, en la política, en fin, toda nuestra capacidad creadora individual y colectiva,
depende, fundamentalmente, de que se respete y promueva el derecho a la libertad de expresión
en todas sus dimensiones.
La CIDH y la Corte Interamericana han subrayado en su jurisprudencia que la importancia de la
libertad de expresión dentro del catálogo de los derechos humanos se deriva también de su
relación estructural con la democracia. Esta relación, que ha sido calificada por los órganos del
sistema interamericano de derechos humanos como “estrecha”, “indisoluble”, “esencial” y
“fundamental”, entre otras, explica gran parte de los desarrollos interpretativos que se han
otorgado a la libertad de expresión por parte de la CIDH y la Corte Interamericana en sus
distintas decisiones sobre el particular. Es tan importante el vínculo entre la libertad de expresión
y la democracia que, según ha explicado la CIDH, el objetivo mismo del artículo 13 de la
Convención Americana es el de fortalecer el funcionamiento de sistemas democráticos
pluralistas y deliberativos mediante la protección y el fomento de la libre circulación de
información, ideas y expresiones de toda índole. El artículo 4 de la Carta Democrática
Interamericana, por su parte, caracteriza la libertad de expresión y la libertad de prensa como
“componentes fundamentales del ejercicio de la democracia”.
A este respecto, si el ejercicio del derecho a la libertad de expresión no sólo tiende a la
realización personal de quien se expresa, sino a la consolidación de sociedades verdaderamente
democráticas, el Estado tiene la obligación de generar las condiciones para que el debate público
no sólo satisfaga las legítimas necesidades de todos como consumidores de determinada
información (de entretenimiento, por ejemplo) sino como ciudadanos. Es decir, tienen que existir
condiciones suficientes para que pueda producirse una deliberación pública, plural y abierta,
sobre los asuntos que nos conciernen a todos en tanto ciudadanos y ciudadanas de un
determinado Estado.
La jurisprudencia interamericana ha explicado que la libertad de expresión es una herramienta
clave para el ejercicio de los demás derechos fundamentales. En efecto, se trata de un mecanismo
esencial para el ejercicio del derecho a la participación, a la libertad religiosa, a la educación, a la
identidad étnica o cultural y, por supuesto, a la igualdad no sólo entendida como el derecho a la
no discriminación, sino como el derecho al goce de ciertos derechos sociales básicos. Por el
importante rol instrumental que cumple, este derecho se ubica en el centro del sistema de
protección de los derechos humanos de las Américas. En términos de la CIDH, “la carencia de
libertad de expresión es una causa que ‘contribuye al irrespeto de los otros derechos humanos’”
Se ha explicado que la libertad de expresión es un medio para el intercambio de informaciones e
ideas entre las personas y para la comunicación masiva entre los seres humanos, que implica
tanto el derecho a comunicar a otros el propio punto de vista y las informaciones u opiniones que
se quieran, como el derecho de todos a recibir y conocer tales puntos de vista, informaciones,
opiniones, relatos y noticias, libremente y sin interferencias que las distorsionen u obstaculicen.
A este respecto, se ha precisado que para el ciudadano común es tan importante el conocimiento
de la opinión ajena o la información de que disponen otros, como el derecho a difundir la propia.
Una de las principales consecuencias del deber de garantizar simultáneamente ambas
dimensiones es que no se puede menoscabar una de ellas invocando como justificación la
preservación de la otra. Así, por ejemplo, “no sería lícito invocar el derecho de la sociedad a
estar informada verazmente para fundamentar un régimen de censura previa supuestamente
destinado a eliminar las informaciones que serían falsas a criterio del censor. Como tampoco
sería admisible que, sobre la base del derecho a difundir informaciones e ideas, se constituyeran
monopolios públicos o privados sobre los medios de comunicación para intentar moldear la
opinión pública según un solo punto de vista.
El ejercicio de la libertad de expresión implica deberes y responsabilidades para quien se
expresa. El deber básico que de allí se deriva es el de no violar los derechos de los demás al
ejercer esta libertad fundamental. Asimismo, el alcance de los deberes y responsabilidades
dependerá de la situación concreta en la que se ejerza el derecho, y del procedimiento técnico
utilizado para manifestar y difundir la expresión.
El derecho a hablar, esto es, a expresar oralmente los pensamientos, ideas, información u
opiniones. Se trata de un derecho básico que, al decir de la CIDH y la Corte Interamericana,
constituye uno de los pilares de la libertad de expresión. El derecho a hablar implica
necesariamente el derecho de las personas a utilizar el idioma que elijan para expresarse.
El derecho a escribir, esto es, a expresar en forma escrita o impresa los pensamientos, ideas,
información u opiniones, también en el idioma que quien se expresa elija para hacerlo.
El derecho a difundir las expresiones habladas o escritas de pensamientos, informaciones, ideas u
opiniones, por los medios de difusión que se elijan para comunicarlas al mayor número posible
de destinatarios. En este sentido, la Corte Interamericana ha enfatizado que: (a) la libertad de
expresión no se agota en el derecho abstracto a hablar o escribir, sino que abarca
inseparablemente el derecho a la difusión del pensamiento, la información, las ideas y las
opiniones por cualesquiera medios apropiados que se elijan, para hacerlo llegar al mayor número
de destinatarios; (b) para garantizar efectivamente esta libertad, el Estado no sólo debe proteger
el ejercicio del derecho a hablar o escribir las ideas y la información, sino que está en el deber de
no restringir su difusión a través de la prohibición o regulación desproporcionada de los medios
escogidos para que los destinatarios puedan recibirlas; y (c) cuando la Convención Americana
establece que la libertad de expresión comprende el derecho a difundir informaciones e ideas
“por cualquier […] procedimiento”, está estableciendo que la expresión y la difusión de
pensamientos e ideas son indivisibles, y en ese sentido cualquier limitación de los medios y
posibilidades de difusión de la expresión es, directamente y en la misma medida, una afectación
de la libertad de expresión—lo cual implica, entre otras, que las restricciones a los medios de
comunicación son también restricciones de la libertad de expresión.
El derecho a la expresión artística o simbólica, a la difusión de la expresión artística, y al acceso
al arte, en todas sus formas.
El derecho a buscar, a recibir y a acceder a expresiones, ideas, opiniones e información de toda
índole. Según han explicado la CIDH y la Corte Interamericana, el derecho a la libertad de
expresión también faculta a sus titulares para buscar, procurar, obtener y recibir todo tipo de
información, ideas, expresiones, opiniones y pensamientos.
El derecho de tener acceso a la información sobre sí mismo contenida en bases de datos o
registros públicos o privados, con el derecho correlativo a actualizarla, rectificarla o enmendarla.
El derecho a poseer información escrita o en cualquier otro medio, a transportar dicha
información y a distribuirla.
En principio, todas las formas de discurso están protegidas por el derecho a la libertad de
expresión, independientemente de su contenido y de la mayor o menor aceptación social y estatal
con la que cuenten. Esta presunción general de cobertura de todo discurso expresivo se explica
por la obligación primaria de neutralidad del Estado ante los contenidos y, como consecuencia,
por la necesidad de garantizar que, en principio, no existan personas, grupos, ideas o medios de
expresión excluidos a priori del debate público.
Se ha señalado la especial importancia que tiene proteger la libertad de expresión “en lo que se
refiere a las opiniones minoritarias, incluyendo aquéllas que ofenden, resultan chocantes o
perturban a la mayoría”; y se ha enfatizado que las restricciones a la libertad de expresión “no
deben ‘perpetuar los prejuicios ni fomentar la intolerancia’”. En igual orden de ideas, resulta
claro que el deber de no interferir con el derecho de acceso a la información de todo tipo, se
extiende a la circulación de información, ideas y expresiones que puedan o no contar con el
beneplácito personal de quienes representan la autoridad estatal en un momento dado.
Si bien todas las formas de expresión están, en principio, protegidas por la libertad consagrada en
el artículo 13 de la Convención Americana, existen ciertos tipos de discurso que reciben una
protección especial, por su importancia para el ejercicio de los demás derechos humanos o para
la consolidación, funcionamiento y preservación de la democracia. En la jurisprudencia
interamericana, tales modos de discurso especialmente protegidos son los tres siguientes: (a) el
discurso político y sobre asuntos de interés público; (b) el discurso sobre funcionarios públicos
en ejercicio de sus funciones y sobre candidatos a ocupar cargos públicos; y (c) el discurso que
configura un elemento de la identidad o la dignidad personales de quien se expresa.
Discurso político y sobre asuntos de interés público. El funcionamiento de la democracia exige
el mayor nivel posible de discusión pública sobre el funcionamiento de la sociedad y del Estado
en todos sus aspectos, esto es, sobre los asuntos de interés público. La jurisprudencia
interamericana ha definido la libertad de expresión como, “el derecho del individuo y de toda la
comunidad a participar en debates activos, firmes y desafiantes respecto de todos los aspectos
vinculados al funcionamiento normal y armónico de la sociedad”; ha enfatizado que la libertad
de expresión es una de las formas más eficaces de denuncia de la corrupción; y ha señalado que,
en el debate sobre asuntos de interés público, se protege tanto la emisión de expresiones
inofensivas y bien recibidas por la opinión pública, como aquellas que chocan, irritan o inquietan
a los funcionarios públicos, a los candidatos a ejercer cargos públicos, o a un sector cualquiera de
la población. La importancia prevaleciente de la discusión sobre asuntos de interés público
conduce, además, a la protección reforzada del derecho de acceso a la información sobre asuntos
públicos.
Discurso sobre funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones y sobre candidatos a ocupar
cargos públicos. Las expresiones, informaciones, ideas y opiniones sobre funcionarios públicos
en ejercicio de sus funciones y sobre candidatos a ejercer cargos públicos también gozan de un
nivel especial de protección bajo la Convención Americana, por las mismas razones que explican
la protección especial del discurso político y sobre asuntos de interés público. dado que el
derecho a la libertad de expresión habilita al individuo y a la comunidad a participar en debates
activos, firmes y desafiantes sobre todos los aspectos relativos al funcionamiento de la sociedad,
este derecho cubre debates que pueden ser críticos e incluso ofensivos para los funcionarios
públicos, los candidatos a ocupar cargos públicos o las personas vinculadas a la formación de la
política pública. En términos de la CIDH, “[e]l tipo de debate político a que da lugar el derecho a
la libertad de expresión generará inevitablemente ciertos discursos críticos o incluso ofensivos
para quienes ocupan cargos públicos o están íntimamente vinculados a la formulación de la
política pública”. Ello no implica que los funcionarios públicos no puedan ser judicialmente
protegidos en cuanto a su honor cuando éste sea objeto de ataques injustificados, pero han de
serlo de forma acorde con los principios del pluralismo democrático, y a través de mecanismos
que no tengan la potencialidad de generar inhibición ni autocensura. La Corte Interamericana,
resaltando que, en relación con las limitaciones admisibles a la libertad de expresión, siempre
debe distinguirse las expresiones referidas a personas públicas de las que aluden a particulares,
explicó que, “es lógico y apropiado que las expresiones concernientes a funcionarios públicos o a
otras personas que ejercen funciones de una naturaleza pública deben gozar, en los términos del
artículo 13.2 de la Convención [Americana], de un margen de apertura a un debate amplio
respecto de asuntos de interés público, el cual es esencial para el funcionamiento de un sistema
verdaderamente democrático. Esto no significa, de modo alguno, que el honor de los
funcionarios públicos o de las personas públicas no deba ser jurídicamente protegido, sino que
éste debe serlo de manera acorde con los principios del pluralismo democrático”
Discursos que expresan elementos esenciales de la identidad o dignidad personales. La
jurisprudencia interamericana ha abordado expresamente este punto haciendo alusión al uso de la
lengua de grupos étnicos o minoritarios. Ésta ha señalado que la utilización de la lengua propia
es uno de los elementos más importantes dentro de la identidad de una etnia, ya que garantiza la
expresión, difusión y transmisión de su cultura; y que ésta es uno de los elementos que
diferencian a los miembros de los pueblos indígenas de la población general y que conforman su
identidad cultural. Por ello, ha concluido que la prohibición de usar la lengua propia, en tanto
forma de expresión de la pertenencia a una minoría cultural, es especialmente grave y atenta
contra la dignidad personal de sus miembros; y además resulta discriminatoria.
Discursos no protegidos por la libertad de expresión. Son principalmente tres los discursos que
no gozan de protección bajo el artículo 13 de la Convención Americana, según los tratados
vigentes: a) La propaganda de la guerra y la apología del odio que constituya incitación a la
violencia. El artículo 13.5 de la Convención Americana dispone expresamente que, “estará
prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional,
racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar
contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color,
religión, idioma u origen nacional”. La imposición de sanciones por el abuso de la libertad de
expresión bajo el cargo de incitación a la violencia (entendida como la incitación a la comisión
de crímenes, a la ruptura del orden público o de la seguridad nacional) debe tener como
presupuesto la prueba actual, cierta, objetiva y contundente de que la persona no estaba
simplemente manifestando una opinión (por dura, injusta o perturbadora que ésta sea), sino que
tenía la clara intención de cometer un crimen y la posibilidad actual, real y efectiva de lograr sus
objetivos. Si no fuera así, se estaría admitiendo la posibilidad de sancionar opiniones, y todos los
Estados estarían habilitados para suprimir cualquier pensamiento u expresión crítica de las
autoridades que, como el anarquismo o las opiniones radicalmente contrarias al orden
establecido, cuestionan incluso, la propia existencia de las instituciones vigentes.
Asimismo, la jurisprudencia interamericana ha indicado claramente que, para que se imponga
cualquier sanción en nombre de la defensa del orden público (entendido como la seguridad,
salubridad o moralidad pública), es necesario demostrar que el concepto de “orden” que se está
defendiendo no es autoritario, sino un orden democrático, entendido como la existencia de las
condiciones estructurales para que todas las personas, sin discriminación, puedan ejercer sus
derechos en libertad, con vigor y sin miedo a ser sancionados por ello. En efecto, para la Corte
Interamericana, en términos generales, el “orden público” no puede ser invocado para suprimir
un derecho garantizado por la Convención Americana, para desnaturalizarlo o para privarlo de
contenido real. Si este concepto se invoca como fundamento de limitaciones a los derechos
humanos, debe ser interpretado de forma estrictamente ceñida a las justas exigencias de una
sociedad democrática, que tenga en cuenta el equilibrio entre los diferentes intereses en juego, y
la necesidad de preservar el objeto y fin de la Convención Americana.
La incitación directa y pública al genocidio, proscrita tanto a nivel del derecho internacional
convencional—por el artículo III (c) de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito
de Genocidio—como del derecho internacional consuetudinario.
La pornografía infantil, prohibida en términos absolutos por la Convención sobre los Derechos
del Niño (artículo 34.c), por el Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del
Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la
pornografía, y por el Convenio No. 182 de la OIT sobre las peores formas de trabajo infantil
(artículo 3.b)
MARCO NORMATIVO
En su artículo 6º, la Constitución Política establece que la “manifestación de las ideas no será
objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral,
la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el
derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley. El derecho a la
información será garantizado por el Estado”. Además, establece que “[t]oda persona tiene
derecho al libre acceso a información plural y oportuna, así como a buscar, recibir y difundir
información e ideas de toda índole por cualquier medio de expresión”. La Constitución también
incluye generosas y detalladas disposiciones sobre acceso a la información pública (apartado
6.A) y sobre radiodifusión (apartado 6.B).
INFORME ESPECIAL SOBRE LA SITUACIÓN DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN
MÉXICO
La delincuencia organizada ha generado formas híbridas de intromisión en el periodismo, y ha
sembrado así la división y la desconfianza entre los periodistas, y entre estos y las autoridades
locales. Algunas regiones del país son “zonas silenciadas”, es decir, áreas sumamente peligrosas
para el ejercicio de la libertad de expresión, donde los periodistas no solo se ven limitados en
cuanto a lo que pueden publicar, sino además obligados a difundir mensajes de dichas
organizaciones delictivas.
Los Relatores Especiales consideran positiva la definición exhaustiva de periodista establecida
en la Recomendación General 24 de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que
incluye a todas aquellas personas que recaban, generan, procesan, editan, comentan, opinan,
difunden, publican o proveen información a través de cualquier medio de difusión y
comunicación, ya sea de manera eventual o permanente, lo que incluye a los comunicadores, a
los medios de comunicación y sus instalaciones, y a sus trabajadores.
Muchos de los ataques han tenido como víctimas a periodistas que informaban sobre corrupción,
narcotráfico, colusión de funcionarios públicos con la delincuencia organizada, violencia policial
y temas electorales.
Los Relatores Especiales subrayan que los periodistas comunitarios y aquellos que pertenecen a
poblaciones indígenas a menudo son los únicos nexos para llevar información a sus
comunidades, y tienen la función adicional de informar en su propio idioma y de divulgar
particularmente cuestiones culturales y sociales en su comunidad que, de lo contrario, no
recibirían cobertura en otros medios de comunicación.
Diversos periodistas indígenas comunicaron a los Relatores Especiales sus experiencias de
discriminación racial, a menudo agravadas por agresiones físicas, y la falta general de acceso a la
justicia debido a la distancia, la falta de asistencia legal adecuada, los obstáculos idiomáticos y el
temor a represalias. Son muchos los casos de agresiones a periodistas indígenas que no se
informan a las autoridades.
Los Relatores Especiales determinaron que México ha realizado escasos avances —si es que
efectivamente ha logrado progresar— en la erradicación de la impunidad desde 2010. La
impunidad por los asesinatos y otros ataques contra periodistas ha sido documentada por
instituciones gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil, y estos datos sugieren que al
menos el 99,6 % de estos delitos aún no han sido esclarecidos. Es inadmisible que el Gobierno
mexicano siga sin investigar exhaustivamente estos delitos y juzgar a los responsables. Durante
la visita, los Relatores Especiales escucharon varias historias que revelan los altos niveles de
temor y autocensura que causaron, entre los periodistas y sus comunidades, la impunidad y la
profunda desconfianza en que las autoridades públicas logren justicia y protejan el Estado de
derecho.
Los Relatores Especiales están particularmente preocupados por la falta de mecanismos para
supervisar el avance de las investigaciones y la eficacia de las medidas de rendición de cuentas
existentes. Estos mecanismos podrían alertar sobre las deficiencias y las acciones correctivas que
puedan necesitarse. La supervisión podría optimizarse notablemente mejorando las estadísticas
criminalísticas sobre violencia contra periodistas y los procesos penales iniciados por estos
delitos. México debería garantizar, tanto en la legislación como en la práctica, que se sancione a
los funcionarios públicos que no cumplan con sus obligaciones legales de investigar debidamente
los delitos contra periodistas.
Tras el terremoto de septiembre de 2017, el gobierno y las organizaciones de la sociedad civil
tuvieron la posibilidad de poner a prueba, en tiempo real, el acceso a los mecanismos de
información durante desastres naturales. Muchas organizaciones expresaron su descontento por
la velocidad, la fiabilidad y la ausencia general de información con que contaron antes y después
del terremoto. En la medida en que los Relatores Especiales tienen conocimiento, el país carece
de un registro nacional de pública consulta sobre personas desaparecidas durante desastres
naturales —pese a la reciente adopción de una Ley General sobre Desapariciones— y tampoco
existe una base de datos que recopile información sobre los daños causados y la transparencia
que se necesita para acceder a la información durante la reconstrucción para garantizar la
rendición de cuentas. Los Relatores Especiales instan enfáticamente al Gobierno a trabajar con la
sociedad civil a fin de identificar deficiencias en la información que se encuentra disponible para
todas las personas en el contexto de los desastres naturales.
Si bien México ha realizado esfuerzos por ampliar el acceso, existen deficiencias significativas
en la cobertura de las radios comunitarias. Esto es algo lamentable, dado que las radios
comunitarias permiten que las comunidades indígenas accedan a información que, de otro modo,
no obtendrían, sobre todo información orientada a sus necesidades específicas. La radio
comunitaria permite el desarrollo de mecanismos locales para compartir y difundir información
y, de hecho, el desarrollo de formas locales de profesionalización. Según información recibida
durante la visita, solamente cuatro de 68 lenguas indígenas en México están reflejadas en las
concesiones que tienen disponibles para explotar el espectro de radio.
SENTENCIAS Y OPINIONES CONSULTIVAS DE LA CORTE INTERAMERICANA DE
DERECHOS HUMANOS
El gobierno de Costa Rica solicitó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos una opinión
consultiva sobre la interpretación del derecho a la libertad de expresión, en relación con la
colegiación obligatoria de las personas periodistas.
La Corte Interamericana, al resolver la consulta concluyó que la colegiación obligatoria de las
personas periodistas es incompatible con la libertad de expresión en la medida en que restringe el
pleno acceso a los medios de comunicación como vehículo para ejercer plenamente ese derecho.
Los derechos de cada hombre están limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de
todos y por las justas exigencias del bienestar general y del desenvolvimiento democrático. Las
justas exigencias de la democracia deben, por consiguiente, orientar la interpretación de la
Convención y, en particular, de aquellas disposiciones que están críticamente relacionadas con la
preservación y el funcionamiento de las instituciones democráticas.
Por efecto de la colegiación obligatoria de los periodistas, la responsabilidad, incluso penal, de
los no colegiados puede verse comprometida si, al "difundir informaciones e ideas de toda
índole... por cualquier... procedimiento de su elección" invaden lo que, según la ley, constituye
ejercicio profesional del periodismo. En consecuencia, esa colegiación envuelve una restricción
al derecho de expresarse de los no colegiados, lo que obliga a examinar si sus fundamentos
caben dentro de los considerados legítimos por la Convención para determinar si tal restricción
es compatible con ella.
La cuestión que se plantea entonces es si los fines que se persiguen con tal colegiación entran
dentro de los autorizados por la Convención, es decir, son "necesari(os) para asegurar: a) el
respeto a los derechos o a la reputación de los demás, o b) la protección de la seguridad nacional,
el orden público o la salud o la moral públicas"
El mismo Gobierno ha subrayado que el ejercicio de ciertas profesiones entraña, no sólo
derechos sino deberes frente a la comunidad y el orden social. Tal es la razón que justifica la
exigencia de una habilitación especial, regulada por Ley, para el desempeño de algunas
profesiones, como la del periodismo.
Dentro de la misma orientación, un delegado de la Comisión, en la audiencia pública de 8 de
noviembre de 1985, concluyó que la colegiatura obligatoria para periodistas o la exigencia de
tarjeta profesional no implica negar el derecho a la libertad de pensamiento y expresión, ni
restringirla o limitarla, sino únicamente reglamentar su ejercicio para que cumpla su función
social, se respeten los derechos de los demás y se proteja el orden público, la salud, la moral y la
seguridad nacionales. La colegiatura obligatoria busca el control, la inspección y vigilancia sobre
la profesión de periodistas para garantizar la ética, la idoneidad y el mejoramiento social de los
periodistas.
La Corte, al relacionar los argumentos así expuestos con las restricciones a que se refiere el
artículo 13.2 de la Convención, observa que los mismos no envuelven directamente la idea de
justificar la colegiación obligatoria de los periodistas como un medio para garantizar "el respeto
a los derechos o a la reputación de los demás" o "la protección de la seguridad nacional, "o la
salud o la moral públicas" (art. 13.2); más bien apuntarían a justificar la colegiación obligatoria
como un medio para asegurar el orden público (art. 13.2.b)) como una justa exigencia del bien
común en una sociedad democrática.
La Corte interpreta que el alegato según el cual la colegiación obligatoria es estructuralmente el
modo de organizar el ejercicio de las profesiones en general y que ello justifica que se someta a
dicho régimen también a los periodistas, implica la idea de que tal colegiación se basa en el
orden público.
Es posible entender el bien común, dentro del contexto de la Convención, como un concepto
referente a las condiciones de la vida social que permiten a los integrantes de la sociedad
alcanzar el mayor grado de desarrollo personal y la mayor vigencia de los valores democráticos.
En tal sentido, puede considerarse como un imperativo del bien común la organización de la vida
social en forma que se fortalezca el funcionamiento de las instituciones democráticas y se
preserve y promueva la plena realización de los derechos de la persona humana.
No escapa a la Corte, sin embargo, la dificultad de precisar de modo unívoco los conceptos de
"orden público" y "bien común", ni que ambos conceptos pueden ser usados tanto para afirmar
los derechos de la persona frente al poder público, como para justificar limitaciones a esos
derechos en nombre de los intereses colectivos. A este respecto debe subrayarse que de ninguna
manera podrían invocarse el "orden público" o el "bien común" como medios para suprimir un
derecho garantizado por la Convención o para desnaturalizarlo o privarlo de contenido real.
Esos conceptos, en cuanto se invoquen como fundamento de limitaciones a los derechos
humanos, deben ser objeto de una interpretación estrictamente ceñida a las "justas exigencias" de
"una sociedad democrática" que tenga en cuenta el equilibrio entre los distintos intereses en
juego y la necesidad de preservar el objeto y fin de la Convención.
Considera la Corte, sin embargo, que el mismo concepto de orden público reclama que, dentro de
una sociedad democrática, se garanticen las mayores posibilidades de circulación de noticias,
ideas y opiniones, así como el más amplio acceso a la información por parte de la sociedad en su
conjunto. La libertad de expresión se inserta en el orden público primario y radical de la
democracia, que no es concebible sin el debate libre y sin que la disidencia tenga pleno derecho
de manifestarse.
La libertad de expresión es una piedra angular en la existencia misma de una sociedad
democrática. Es indispensable para la formación de la opinión pública. Es también conditio sine
qua non para que los partidos políticos, los sindicatos, las sociedades científicas y culturales, y en
general, quienes deseen influir sobre la colectividad puedan desarrollarse plenamente. Es, en fin,
condición para que la comunidad, a la hora de ejercer sus opciones, esté suficientemente
informada. Por ende, es posible afirmar que una sociedad que no está bien informada no es
plenamente libre.
El ejercicio del periodismo profesional no puede ser diferenciado de la libertad de expresión, por
el contrario, ambas cosas están evidentemente imbricadas, pues el periodista profesional no es, ni
puede ser, otra cosa que una persona que ha decidido ejercer la libertad de expresión de modo
continuo, estable y remunerado.
Los argumentos acerca de que la colegiación es la manera de garantizar a la sociedad una
información objetiva y veraz a través de un régimen de ética y responsabilidad profesionales han
sido fundados en el bien común. Pero en realidad como ha sido demostrado, el bien común
reclama la máxima posibilidad de información y es el pleno ejercicio del derecho a la expresión
lo que la favorece. Resulta en principio contradictorio invocar una restricción a la libertad de
expresión como un medio para garantizarla, porque es desconocer el carácter radical y primario
de ese derecho como inherente a cada ser humano individualmente considerado, aunque atributo,
igualmente, de la sociedad en su conjunto. Un sistema de control al derecho de expresión en
nombre de una supuesta garantía de la corrección y veracidad de la información que la sociedad
recibe puede ser fuente de grandes abusos y, en el fondo, viola el derecho a la información que
tiene esa misma sociedad.
SENTENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS EN EL
CASO, TRISTÁN DONOSO V. PANAMÁ.
El abogado panameño Santander Tristán Donoso denunció en una rueda de prensa que el
entonces Procurador General de la Nación había interceptado, grabado y divulgado ilegalmente
sus comunicaciones telefónicas privadas.
La denuncia se dio en un contexto nacional de controversia acerca de las facultades para
interceptar comunicaciones por parte de dicho funcionario. El procurador fue investigado y
declarado inocente del delito de interceptación ilegal. Sin embargo, por haber realizado la
denuncia, el abogado fue condenado penalmente por el delito de calumnia y al pago de una
indemnización al entonces Procurador General por el daño material y moral causado.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos concluyó que la sanción penal impuesta a
Tristán Donoso fue manifiestamente innecesaria y que el temor por sufrir las consecuencias de
una sanción civil desproporcionada inhibía el ejercicio de la libertad de expresión.
En la demanda la Comisión solicitó a la Corte que declare que el Estado es responsable por la
violación de los artículos 8 (Garantías Judiciales), 11 (Protección de la Honra y de la Dignidad),
13 (Libertad de Pensamiento y de Expresión) y 25 (Protección Judicial) de la Convención
Americana, en relación con la obligación general de respeto y garantía de los derechos humanos
y el deber de adoptar disposiciones de derecho interno, previstos, respectivamente, en los
artículos 1.1 y 2 de dicho tratado, en perjuicio del señor Tristán Donoso. La Comisión solicitó a
la Corte que ordene al Estado la adopción de determinadas medidas de reparación.
La libertad de expresión no es un derecho absoluto. El artículo 13.2 de la Convención, que
prohíbe la censura previa, también prevé la posibilidad de exigir responsabilidades ulteriores por
el ejercicio abusivo de este derecho. Estas restricciones tienen carácter excepcional y no deben
limitar, más allá de lo estrictamente necesario, el pleno ejercicio de la libertad de expresión y
convertirse en un mecanismo directo o indirecto de censura previa.
Por su parte, el artículo 11 de la Convención establece que toda persona tiene derecho al respeto
de su honra y al reconocimiento de su dignidad. Esto implica límites a las injerencias de los
particulares y del Estado. Por ello, es legítimo que quien se considere afectado en su honor
recurra a los medios judiciales que el Estado disponga para su protección.
Dada la importancia de la libertad de expresión en una sociedad democrática, el Estado no sólo
debe minimizar las restricciones a la circulación de la información sino también equilibrar, en la
mayor medida de lo posible, la participación de las distintas informaciones en el debate público,
impulsando el pluralismo informativo. En consecuencia, la equidad debe regir el flujo
informativo.
Por último, respecto del derecho a la honra, la Corte recuerda que las expresiones concernientes
a la idoneidad de una persona para el desempeño de un cargo público o a los actos realizados por
funcionarios públicos en el desempeño de sus labores gozan de mayor protección, de manera tal
que se propicie el debate democrático. La Corte ha señalado que en una sociedad democrática los
funcionarios públicos están más expuestos al escrutinio y la crítica del público. Este diferente
umbral de protección se explica porque se han expuesto voluntariamente a un escrutinio más
exigente. Sus actividades salen del dominio de la esfera privada para insertarse en la esfera del
debate público. Este umbral no se asienta en la calidad del sujeto, sino en el interés público de las
actividades que realiza.
La protección de la honra y reputación de toda persona es un fin legítimo acorde con la
Convención. Asimismo, el instrumento penal es idóneo porque sirve el fin de salvaguardar, a
través de la conminación de pena, el bien jurídico que se quiere proteger, es decir, podría estar en
capacidad de contribuir a la realización de dicho objetivo.
En una sociedad democrática el poder punitivo sólo se ejerce en la medida estrictamente
necesaria para proteger los bienes jurídicos fundamentales de los ataques más graves que los
dañen o pongan en peligro. Lo contrario conduciría al ejercicio abusivo del poder punitivo del
Estado.
La Corte no estima contraria a la Convención cualquier medida penal a propósito de la expresión
de informaciones u opiniones, pero esta posibilidad se debe analizar con especial cautela,
ponderando al respecto la extrema gravedad de la conducta desplegada por el emisor de aquéllas,
el dolo con que actuó, las características del daño injustamente causado y otros datos que pongan
de manifiesto la absoluta necesidad de utilizar, en forma verdaderamente excepcional, medidas
penales. En todo momento la carga de la prueba debe recaer en quien formula la acusación.
El poder judicial debe tomar en consideración el contexto en el que se realizan las expresiones en
asuntos de interés público; el juzgador debe “ponderar el respeto a los derechos o a la reputación
de los demás con el valor que tiene en una sociedad democrática el debate abierto sobre temas de
interés o preocupación pública”.
La Corte observa que la expresión realizada por el señor Tristán Donoso no constituía una
opinión sino una afirmación de hechos. Mientras que las opiniones no son susceptibles de ser
verdaderas o falsas, las expresiones sobre hechos sí lo son. En principio, una afirmación
verdadera sobre un hecho en el caso de un funcionario público en un tema de interés público
resulta una expresión protegida por la Convención Americana. Sin embargo, la situación es
distinta cuando se está ante un supuesto de inexactitud fáctica de la afirmación que se alega es
lesiva al honor. En el presente caso en la conferencia de prensa el señor Tristán Donoso afirmó
dos hechos jurídicamente relevantes: a) el ex Procurador había puesto en conocimiento de
terceros una conversación telefónica privada, hecho cierto, incluso admitido por dicho
funcionario y, como ya ha sido señalado, violatorio de la vida y b) la grabación no autorizada de
la conversación telefónica, por la cual el señor Tristán Donoso inició una causa penal en la que
posteriormente no quedó demostrado que el ex Procurador hubiera participado en el delito
atribuido.
En el presente caso la Corte advierte que en el momento en que el señor Tristán Donoso convocó
la conferencia de prensa existían diversos e importantes elementos de información y de
apreciación que permitían considerar que su afirmación no estaba desprovista de fundamento
respecto de la responsabilidad del ex Procurador sobre la grabación de su conversación, a saber:
a) en la época de los hechos dicho funcionario era la única persona facultada legalmente a
ordenar intervenciones telefónicas, las que eran hechas sin ningún control, ni judicial ni de
cualquier otro tipo, lo que había causado una advertencia del Presidente de la Corte Suprema al
respecto; b) el ex Procurador tenía en su poder la cinta de la grabación de la conversación
telefónica privada; c) de su despacho se remitió una copia de la cinta y la trascripción de su
contenido a autoridades de la Iglesia Católica; d) en su despacho hizo escuchar la grabación de la
conversación privada a autoridades del Colegio Nacional de Abogados; e) el señor Tristán
Donoso remitió una carta e intentó reunirse con el ex Procurador con el fin de dar y recibir
explicaciones en relación con la grabación de la conversación; sin embargo, éste no dio repuesta
a la carta y se negó a recibir a la víctima; f) la persona con quien el señor Tristán Donoso
mantenía la conversación negaba haber grabado la misma, tal como lo sostuvo, incluso, al
declarar bajo juramento en el proceso seguido contra el ex Procurador; y g) el señor Tristán
Donoso no tuvo participación alguna en la instrucción sumarial relativa a la investigación de la
extorsión en contra de la familia Zayed, en la que aparecen elementos que indicarían el origen
privado de la grabación. El Fiscal Prado, a cargo de la investigación de la extorsión, en su
declaración jurada en el proceso seguido contra el señor Tristán Donoso afirmó que dicha
persona “no era denunciante, querellante, acusador particular, representante judicial de la
víctima, ofendido, testigo, perito, intérprete, traductor, imputado, sospechoso, tercero incidental,
tercero coadyuvante, abogado defensor, en el sumario por el supuesto delito de ‘Extorsión’,
perpetrado en detrimento del señor ADEL ZAYED y del joven WALID ZAYED”. En términos
similares se pronunció la Inspectora Hurtado, quien estaba a cargo de la investigación de la
extorsión y, en la audiencia celebrada en la causa contra el señor Tristán Donoso, afirmó que
“[ella y el Fiscal Prado] no tenía[n] nada que ver con [la víctima], estaba[n] viendo un caso de
extorsión […] pero nada tiene que ver en esto”
Finalmente, si bien la sanción penal de días-multa no aparece como excesiva, la condena penal
impuesta como forma de responsabilidad ulterior establecida en el presente caso es innecesaria.
Adicionalmente, los hechos bajo el examen del Tribunal evidencian que el temor a la sanción
civil, ante la pretensión del ex Procurador de una reparación civil sumamente elevada, puede ser
a todas luces tan o más intimidante e inhibidor para el ejercicio de la libertad de expresión que
una sanción penal, en tanto tiene la potencialidad de comprometer la vida personal y familiar de
quien denuncia a un funcionario público, con el resultado evidente y disvalioso de autocensura,
tanto para el afectado como para otros potenciales críticos de la actuación de un servidor público.
Teniendo en cuenta lo anterior, la Corte concluye que la sanción penal impuesta al señor Tristán
Donoso fue manifiestamente innecesaria en relación con la alegada afectación del derecho a la
honra en el presente caso, por lo que resulta violatoria al derecho a la libertad de pensamiento y
de expresión consagrado en el artículo 13 de la Convención Americana, en relación con el
artículo 1.1 de dicho tratado, en perjuicio del señor Tristán Donoso.
Por otra parte, no ha quedado demostrado en el presente caso que la referida sanción penal haya
resultado de las supuestas deficiencias del marco normativo que regulaba los delitos contra el
honor en Panamá. Por ello, el Estado no incumplió la obligación general de adoptar
disposiciones de derecho interno establecida en el artículo 2 de la Convención Americana.
DECISIONES JUDICIALES NACIONALES. SENTENCIA EMITIDA POR LA SUPREMA
CORTE DE ARGENTINA EN EL CASO, PANDO DE MERCADO, MARÍA CECILIA C.
GENTE GROSSA S.R.L. S/ DAÑOS Y PERJUICIOS
El 13 de agosto de 2010, la revista argentina Barcelona, publicó un fotomontaje satírico de la
esposa de un militar condenado por crímenes de lesa humanidad, quien se había encadenado
frente a un edificio del Estado con el propósito de denunciar las condiciones de reclusión de su
esposo.
La esposa del militar condenado demandó a la revista Barcelona por considerar que la
publicación había violado sus derechos a la honra, a la intimidad y a la integridad moral y
solicitó una medida cautelar para que se retirara de circulación la revista.
Luego de que en primera y segunda instancia se condenase a la revista a pagar una
indemnización y a retirar los ejemplares de circulación, la Corte Suprema decidió revocar la
sentencia.
La Corte determinó que la publicación no vulneraba el derecho al honor de la esposa del militar
condenado ya que era una crítica política que no excedía los límites de la libertad de expresión.
Así, el caso busca ejemplificar cierto tipo de discurso que si bien resulta “chocante, inquietante u
ofensiva” merece la protección de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
En consecuencia, en la presente causa se suscita un conflicto entre el ejercicio del derecho a la
libertad de expresión de quien efectuó la publicación y los derechos a la imagen y al honor de
quien fue aludida en tal oportunidad.
Esa posición preferencial que ocupa la libertad de expresión no la convierte en un derecho
absoluto. Sus límites deben atender a la existencia de otros derechos constitucionales que pueden
resultar afectados por su ejercicio, así como a la necesidad de satisfacer objetivos comunes
constitucionalmente consagrados.
Vale recordar la clásica doctrina de esta Corte, según la cual el derecho a la privacidad
comprende no solo a la esfera doméstica, el círculo familiar y de amistad, sino otros aspectos de
la personalidad espiritual o física de las personas tales como la integridad corporal o la imagen.
Nadie puede inmiscuirse en la vida privada de una persona ni violar áreas de su actividad no
destinadas a ser difundidas, sin su consentimiento o el de sus familiares autorizados para ello, y
solo por ley podrá justificarse la intromisión, siempre que medie un interés superior en resguardo
de la libertad de los otros, la defensa de la sociedad, las buenas costumbres o la persecución del
crimen. En efecto, la imagen protegida es la que constituye uno de los elementos configurador de
la esfera personal de todo individuo, en cuanto instrumento básico de identificación y proyección
exterior y factor imprescindible para su propio reconocimiento como sujeto individual.
Para entender cómo se construye el “contrato de lectura”, la teoría de la enunciación permite dar
una respuesta al distinguir en el discurso dos niveles: el enunciado (“lo que se dice”) y la
enunciación (“las modalidades del decir”). Por el funcionamiento de la enunciación, un discurso
construye una cierta imagen de aquel que habla (enunciador), una cierta imagen de aquel a quien
se habla (destinatario) y, en consecuencia, un nexo entre esas posiciones; de ahí que el análisis
del “contrato de lectura” permite determinar la especificidad de un soporte (medio) y hacer
resaltar las dimensiones que constituyen el modo particular que tiene de construir su relación con
los lectores (Verón, Eliseo, “El análisis del ‘contrato de lectura’. Un nuevo método para los
estudios de posicionamiento de los soportes de los media”, en “Les Medias: Experiences,
recherches actuelles, aplications”, IREP, París, 1985). Enmarcado en esa línea de razonamiento,
dicho autor ha puntualizado que la importancia que cabe reconocer a la enunciación (“las
modalidades del decir”) en un contrato de lectura no implica admitir que el contenido no juegue
ningún rol, sino que él no es más que una parte de la historia y que en ciertos casos -que son muy
frecuentes en los dominios de los medios y la prensa escrita-, es la parte de menor importancia.
Que cabe recordar que la sátira como forma de discurso crítico se caracteriza por exagerar y
deformar agudamente la realidad de modo burlesco. Indefectiblemente genera en quien lo lee u
observa la percepción de “algo” que no es verídico o exacto. El tono o forma socarrona,
punzante, virulenta o agresiva que se utiliza para transmitirlo provoca en el receptor del discurso
crítico risa, sorpresa, estupor, rabia, agitación, bronca, pudiendo abordar bajo esa metodología
temas de los más variados, religiosos, sociales, políticos, económicos, culturales.
Este tipo de género literario constituye una de las herramientas de comunicación de críticas,
opiniones y juicios de valor sobre asuntos públicos; un instrumento de denuncia y crítica social
que se expresa bajo la forma de un mensaje “oculto” detrás de la risa, la jocosidad o la ironía.
El “tratamiento humorístico o sarcástico de los acontecimientos que interesan a la sociedad
constituye una forma de comunicación y crítica de los mismos que está ligada al ejercicio del
derecho a la libertad de expresión, como forma de comunicación de ideas u opiniones, e incluso
a la libertad de información, en la medida en que el tratamiento humorístico puede constituir una
forma de transmitir el conocimiento de determinados acontecimientos llamando la atención sobre
los aspectos susceptibles de ser destacados mediante la ironía, el sarcasmo o la burla”
Que teniendo en cuenta los parámetros reseñados y las características que presenta la publicación
controvertida por la señora Pando de Mercado, el objeto que persigue, su finalidad y el contexto
en el que se efectuó, cabe concluir que la contratapa del ejemplar de la revista Barcelona del día
13 de agosto de 2010 no resulta lesiva del derecho al honor de la actora, dado que constituye una
crítica política que no excede los límites de la protección que la Constitución Nacional otorga a
la libertad de expresión pues no configura un insulto gratuito ni una vejación injustificada. Por el
contrario, el montaje de la foto de la cara de la actora anexada a un cuerpo anónimo femenino
desnudo y envuelto en una red, junto con los títulos de tono sarcástico que daban una
connotación sexual a los gravísimos hechos que motivaron los procesos judiciales contra los que
Pando de Mercado y otras personas se manifestaban, constituye una composición gráfica satírica
mediante la cual se ejerció de modo irónico, mordaz, irritante y exagerado una crítica política
respecto de un tema de indudable interés público −con mayor precisión acerca de un acto
público, el encadenamiento de la actora y otras personas frente al edificio Libertador como acto
de protesta política−, protagonizado por una figura pública.
Tratándose de un medio gráfico dedicado a este tipo de manifestaciones satíricas respecto de la
realidad política y social, al observar la publicación cuestionada ningún lector podría
razonablemente creer estar ante un mensaje auténtico, ni que las frases que la acompañaban
fuesen verdaderas. De ellos solo puede deducirse que, con el sarcasmo y la exageración que
caracterizan a la revista en cuestión, se estaba realizando una crítica política con las
características ya mencionadas, sin exceder la protección constitucional del derecho a la libertad
de expresión y de crítica.
Que en lo que respecta a la vulneración del derecho a la propia imagen alegada por la actora en
virtud de la publicación de la foto de su rostro adosada a la de un cuerpo femenino anónimo
desnudo, corresponde señalar que, dada la característica del medio en que fue inserto y el
contexto de la publicación en cuestión, dicho fotomontaje puede ser considerado una
manipulación de la imagen asimilable a una caricatura. Al ser la característica principal del
fotomontaje la alteración de la imagen original, su protección no podría examinarse, sin más,
bajo el prisma de una imagen auténtica y libre de todo proceso de manipulación, sino que
requerirá de una apreciación que se atenga a las particularidades propias de la técnica y el
contexto en el que se encuentra inmersa. La esencia de creación con tinte satírico no se pierde
por la “evolución” en el modo y/o forma en que se patentiza: inicialmente como dibujo u obra de
arte, hoy también como manipulación fotográfica. Desde esta perspectiva, su difusión forma
parte de la sátira y cabe respecto de ella la conclusión desarrollada precedentemente en cuanto a
la ausencia de responsabilidad.
“Muchas veces, el arte de los caricaturistas no es razonado ni imparcial, sino incisivo y
arbitrario. Un caricaturista expresó la naturaleza de este arte en los siguientes términos: ‘La
caricatura política es un arma de ataque, de desprecio, ridiculización y sátira; es menos efectiva
cuando intenta dar una palmada en la espalda a un político. Suele ser tan bien recibida como la
picadura del aguijón de una abeja, y siempre despierta controversias en algún lugar’”
Que, sin perjuicio de lo expresado, cabe formular una reflexión final sobre una cuestión que,
aunque traída de modo tangencial por la actora, no puede ser obviada por este Tribunal. Se trata
de la violencia de género a la que la accionante alude de un modo particular al afirmar que en la
publicación se la representó de manera sexualizada cuando ella no apareció de esa forma en
público. Esta breve referencia dejaría entrever una supuesta tensión entre dos valores
constitucionales: por un lado, la libertad de expresión, y por el otro, el derecho a la igualdad de la
mujer (art. 1° de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
contra la Mujer).
Con relación al caso, a partir de una mirada atenta al contexto satírico en el que se sitúa la
publicación, su estrecha relación con las concretas circunstancias fácticas que la antecedieron y
motivaron su existencia, y considerando el “contrato de lectura” establecido entre el soporte y el
lector −comprensivo tanto del texto como de la imagen− no puede admitirse el planteo
discriminatorio que la actora intentó enlazar al derecho al honor.
Ello así por cuanto, en atención a esos factores dirimentes, no se advierte que las expresiones en
este caso configuren claros insultos discriminatorios que, de manera desvinculada de la crítica
política que suponen, utilicen el perfil femenino como un modo de reafirmar estereotipos y/o
roles de género que subordinan a las mujeres. La sucinta argumentación de la actora en este
aspecto no rebate −y, más aún, pierde de vista− que la publicación pone de manifiesto un
discurso de neto tinte satírico respecto de los comportamientos que motivaron y justificaron el
procesamiento, el juzgamiento y la detención de aquellos por quienes la señora Pando ejerció su
defensa −apropiación de bebés, privación ilegítima de la libertad, guerra antisubversiva, golpes
de Estado, etc.−, como así también busca parodiar la particular conducta que la actora adoptó
para ello.

AMPARO DIRECTO 8/2012


Resulta indispensable examinar, en primer término, las funciones que cumplen los derechos
fundamentales en el ordenamiento jurídico. A juicio de esta Primera Sala, los derechos
fundamentales previstos en la Constitución gozan de una doble cualidad, ya que si por un lado se
configuran como derechos públicos subjetivos (función subjetiva), por el otro se traducen en
elementos objetivos que informan o permean todo el ordenamiento jurídico, incluyendo aquellas
que se originan entre particulares (función objetiva). En un sistema jurídico como el nuestro -en
el que las normas constitucionales conforman la ley suprema de la Unión-, los derechos
fundamentales ocupan una posición central e indiscutible como contenido mínimo de todas de
las relaciones jurídicas que se suceden en el ordenamiento. En esta lógica, la doble función que
los derechos fundamentales desempeñan en el ordenamiento y la estructura de ciertos derechos,
constituyen la base que permite afirmar su incidencia en las relaciones entre particulares. Sin
embargo, es importante resaltar que la vigencia de los derechos fundamentales en las relaciones
entre particulares, no se puede sostener de forma hegemónica y totalizadora sobre todas y cada
una de las relaciones que se suceden de conformidad con el Derecho Privado, en virtud de que en
estas relaciones, a diferencia de las que se entablan frente al Estado, normalmente encontramos a
otro titular de derechos, lo que provoca una colisión de los mismos y la necesaria ponderación
por parte del intérprete. Así, la tarea fundamental del intérprete consiste en analizar, de manera
singular, las relaciones jurídicas en las que los derechos fundamentales se ven encontrados con
otros bienes o derechos constitucionalmente protegidos; al mismo tiempo, la estructura y
contenido de cada derecho permitirá determinar qué derechos son sólo oponibles frente al Estado
y qué otros derechos gozan de la pretendida multidireccionalidad”.
Los tribunales del Poder Judicial de la Federación, vinculados directamente a arreglar sus fallos
de conformidad con las normas constitucionales de acuerdo a los derechos fundamentales,
juegan una suerte de puente entre la Constitución y los particulares al momento en que resuelven
un caso concreto, ya que el juzgador tendrá que analizar si el derecho aplicable, en ese litigio, es
compatible con lo dispuesto en la Constitución y, en caso de ser negativa la respuesta, introducir
el contenido del derecho fundamental respectivo.
Lo hasta aquí expuesto no soslaya que en el amparo directo en revisión 1302/2009, esta Primera
Sala reconoció que un periódico puede llegar a ser responsable frente a terceros, por las posibles
afectaciones que causen a los derechos de la personalidad de estos últimos, las informaciones u
opiniones que aparecen en ellos en el formato específico de las inserciones pagadas por
particulares, tratándose en ese caso, específicamente, de las inserciones conocidas como
“esquelas”.
El medio de comunicación debe propiciar en su labor operativa condiciones que eviten hacer
nugatorio el respeto de los derechos y libertades de terceros, tanto de aquéllos que le solicitan a
través de la respectiva contratación del espacio la divulgación de determinada comunicación,
como de aquellos terceros que puedan verse afectados con la difusión de ésta.
El modo de hacerlo, bajo parámetros constitucionales, no es efectuando o exigiéndole que
efectúe un control previo del contenido de las inserciones que contratan, pero sí asegurándose de
que satisfacen algunos extremos que impedirán dejar sin contenido los derechos de los terceros
que pudieran considerarse afectados, permitiéndoles estar en situación de exigir alguna
responsabilidad y ser merecedores de un resarcimiento por lo dicho por un particular a través del
periódico.
Este deber de cuidado se satisface si el medio de comunicación cumple con dos requisitos
mínimos: (i) solicitar de los contratantes la información necesaria para poder determinar, de
buena fe, quiénes son y cuáles son los datos básicos de identificación del autor y responsable de
los dichos que se publican en estas inserciones, de manera tal que se permita a los potenciales
afectados saber y tener contra quién interponer, en su caso, una demanda judicial por supuesta
vulneración de sus derechos a la personalidad; y (ii) cerciorarse de que el texto que quede inserto
en el medio de difusión corresponde en sus términos con aquel cuya publicación le fue solicitada.
Ahora bien, si el periódico no satisface esos dos deberes mínimos, no registra o conserva los
datos que permitan que el tercero que se sienta agraviado por la publicación pueda enderezar su
acción contra quién sea el auténtico emisor de la comunicación, entonces, el periódico debe de
asumir el riesgo de tener que responder, ante los tribunales competentes, por esos daños;
viéndose imposibilitado para deslindar su responsabilidad en ello y trasladarla hacia otro, y debe
asumir la responsabilidad de lo publicado.
Así, las personas que se dediquen a la edición de estilo y que publiquen las notas
periodísticas trasladan la responsabilidad a los auto autores de las mismas siempre y
cuando: (i) identifiquen y conserven los datos de identificación de los autores de las notas; y
(ii) publiquen y distribuyan los artículos respetando su contenido en los términos
presentados por sus autores, sin que dicha traslación de responsabilidad se vea impedida
por la labor editorial, que comprende correcciones ortográficas, sintácticas, de estilo y de
diseño que no deben entenderse como aportaciones de fondo.
Si el medio de comunicación cumple con este deber de cuidado –que de ninguna manera implica
una censura previa– se dejan a salvo los derechos de las personas que pudieren ver afectado su
patrimonio moral por el contenido de las notas publicadas para hacerlos valer en contra de los
verdaderos responsables de las mismas: los autores
En el supuesto de que un mismo derecho fundamental esté reconocido en las dos fuentes
supremas del ordenamiento jurídico –en materia de derechos humanos–, a saber, la Constitución
y los tratados internacionales, la elección de la norma que será aplicable, atenderá a criterios de
favorabilidad del individuo o lo que se ha denominado principio pro persona, en los términos
definidos en la tesis aislada 1a. XIX/2011 (10a.), cuyo rubro es “PRINCIPIO PRO PERSONA.
CRITERIO DE SELECCIÓN DE LA NORMA DE DERECHO FUNDAMENTAL
APLICABLE”
En primer lugar, es importante señalar que el derecho al honor es uno de los derechos derivados
del reconocimiento de la dignidad humana, inserto en el artículo 1° constitucional y reconocido
implícitamente como límite a las libertades de expresión, información e imprenta en los artículos
6° y 7° constitucionales, a la vez que se encuentra reconocido en el artículo 11 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y el artículo 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos. Al respecto, el Pleno de esta Suprema Corte de Justicia de la Nación ha reconocido
que el derecho a la dignidad humana es base y condición de todos los demás, de modo que de
él se desprenden todos los demás derechos en cuanto son necesarios para que los individuos
desarrollen integralmente su personalidad.
A juicio de esta Primera Sala, es posible definir al honor como el concepto que la persona
tiene de sí misma o que los demás se han formado de ella, en virtud de su proceder o de la
expresión de su calidad ética y social, lo que jurídicamente se traduce en un derecho que
involucra la facultad de cada individuo de pedir que se le trate en forma decorosa y la obligación
de los demás de responder a este tratamiento.
Tal y como se desprende de la tesis aislada 1a. XX/2011 (10a.), cuyo rubro es “DERECHO
FUNDAMENTAL AL HONOR. SU DIMENSIÓN SUBJETIVA Y OBJETIVA” , existen dos
formas de sentir y entender el honor: (i) en el aspecto subjetivo o ético, el honor se basa en un
sentimiento íntimo que se exterioriza por la afirmación que la persona hace de su propia
dignidad, siendo lesionado por todo aquello que lastima el sentimiento de la propia dignidad; y
(ii) en el aspecto objetivo, externo o social, como la estimación interpersonal que la persona tiene
por sus cualidades morales y profesionales dentro de la comunidad (comprendiendo en esta
forma el prestigio y la credibilidad), siendo lesionado por todo aquello que afecta a la reputación
que la persona merece. En este segundo sentido, el derecho al honor bien puede definirse como
el derecho a que otros no condicionen negativamente la opinión que los demás hayan de
formarse de nosotros.
En primer término, es indispensable distinguir el derecho que garantiza la libertad de expresión,
cuyo objeto son los pensamientos, ideas y opiniones, lo cual incluye, obviamente, apreciaciones
y juicios de valor; y el derecho a la información, que se refiere a la difusión de aquellos hechos
considerados noticiables. Esta distinción adquiere gran relevancia al momento de determinar la
legitimidad en el ejercicio de esos derechos, pues mientras los hechos son susceptibles de
prueba; las opiniones o juicios de valor, por su misma naturaleza, no se prestan a una
demostración de exactitud.
La distinción, de hecho, suele ser compleja, pues con frecuencia el mensaje sujeto a escrutinio
consiste en una amalgama de ambos, e incluso la expresión de pensamientos necesita a menudo
apoyarse en la narración de hechos. Cuando concurren en un mismo texto elementos
informativos y valorativos es necesario separarlos, y sólo cuando sea imposible hacerlo habrá de
atenderse al elemento preponderante.
Lo anterior es relevante pues, como lo ha señalado esta Primera Sala al resolver los amparos
directos 1/2010 y 28/2010, la columna es un ejemplo del lenguaje periodístico personal que
persigue la defensa de las ideas, la creación de un estado de opinión o la adopción de una postura
determinada respecto a un hecho actual y relevante. En este sentido, en la columna es posible
mezclar información y comentarios e inclinarse en la redacción por una u otros, así como emitir
el juicio personal del columnista, de modo que combina tanto opiniones como hechos, aunque
por su naturaleza suelen ser las opiniones lo predominante.
La Constitución no es solamente un documento de carácter político, sino la norma fundamental,
cuya fuerza vinculante rige en todas las relaciones jurídicas En este sentido, los derechos
fundamentales–incluyendo los consagrados en los tratados internacionales ratificados por
México–, también son normas con un grado máximo de fuerza vinculante dentro de nuestro
ordenamiento jurídico. Su estructura es la de principios y, como tales, están indefectiblemente
llamados a ser limitados por los otros principios con los que entren en interacción.
Esta idea confirma que los derechos fundamentales reconocidos en los artículos 6º y 7º de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos tienen límites, dentro de los cuales la
propia Constitución y los tratados internacionales identifican, entre otros, la vida privada y los
derechos de los demás.
La libre manifestación y flujo de información, ideas y opiniones, ha sido erigida en condición
indispensable de prácticamente todas las demás formas de libertad como un prerrequisito para
evitar la atrofia o el control del pensamiento y como presupuesto indispensable de las sociedades
políticas abiertas, pluralistas y democráticas. Sobre este tema, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, retomando las palabras de su homólogo europeo, ha señalado que la libertad
de expresión es una piedra angular en la existencia misma de una sociedad democrática.
Así y como conclusión provisional, en las sociedades democráticas es más tolerable el riesgo
derivado de los eventuales daños generados por la expresión y la información que el riesgo
de una restricción general de las libertades correspondientes.
Es de la mayor relevancia la existencia de un marco constitucional que facilite la comunicación
libre y socialmente trascendente, pues el intercambio de información y opiniones entre los
distintos comunicadores contribuirá a la formación de la voluntad social y estatal, de modo que
es posible afirmar que el despliegue comunicativo es constitutivo de los procesos sociales y
políticos. Esto evidencia el carácter funcional que para la vida democrática nacional representan
las libertades de expresión e información, de forma tal que la libertad de comunicación
adquiere un valor en sí misma o se convierte en un valor autónomo, sin depender
esencialmente de su contenido.
Las libertades de expresión e información alcanzan un nivel máximo cuando dichos
derechos se ejercen por los profesionales del periodismo a través del vehículo
institucionalizado de formación de la opinión pública, que es la prensa, entendida en su
más amplia acepción.
La libertad de información tiene por finalidad garantizar el libre desarrollo de una
comunicación pública que permita la libre circulación de información que, a su vez,
contribuya a la formación de ideas y juicios de valor inherentes al principio de legitimidad
democrática. Así, la información alcanza un máximo grado de protección constitucional
cuando: (i) es difundida públicamente; y (ii) persigue fomentar un debate público.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos precisó en el Caso Herrera Ulloa, que el
acento de este umbral diferente de protección no se asienta en la calidad del sujeto, sino en
el carácter de interés público que conllevan las actividades o actuaciones de una persona
determinada.
Esta aclaración es fundamental en tanto las personas no estarán sometidas a un mayor escrutinio
de la sociedad en su honor o privacidad durante todas sus vidas, sino que dicho umbral de
tolerancia deberá ser mayor solamente mientras realicen funciones públicas o estén involucradas
en temas de relevancia pública.
En una democracia constitucional como la mexicana, la libertad de información goza de una
posición preferencial frente a los derechos de la personalidad, dentro de los cuales se encuentra
el derecho al honor. Esto se debe a que la libertad de información es un derecho funcionalmente
central en un Estado constitucional y tiene una doble faceta: por un lado, asegura a las personas
espacios esenciales para el despliegue de su autonomía y, por otro, goza de una vertiente pública,
colectiva o institucional que los convierte en piezas básicas.
Esta Primera Sala ha sostenido que existen, al menos, tres especies dentro del género
“personas o personajes públicos” o “figuras públicas”, siendo este último término el más
difundido en la doctrina y jurisprudencia comparadas. Respecto a la primera de ellas, es
conveniente destacar que existe un consenso universal respecto de la consideración de los
servidores públicos como figuras o personas públicas.
En cuanto a la segunda especie, esta Primera Sala considera que una persona privada puede tener
proyección pública –situación que también resulta aplicable a las personas morales1–, entre otros
factores, por su actividad política, profesión, la relación con algún suceso importante para la
sociedad, por su trascendencia económica y por su relación social, aunque para evitar
confusiones respecto del concepto genérico que estamos describiendo, mantendremos la
denominación de personas (privadas) con proyección pública. Finalmente, esta Sala sostuvo
en el amparo directo 28/2010, que los medios de comunicación constituyen una tercera especie –
ad hoc– de personas públicas.
El estándar de constitucionalidad del resultado del ejercicio de la libertad de información
es el de relevancia pública, el cual depende de dos elementos: (i) el interés general por la
materia y por las personas que en ella intervienen; y (ii) el contenido de la información en
sí mismo, según la doctrina de la malicia efectiva.
La veracidad no implica que toda información difundida deba ser "verdadera", pues un estándar
tan difícil de satisfacer desnaturalizaría el ejercicio del derecho, sino que se refiere a una
exigencia de que los reportajes y las notas periodísticas destinadas a influir en la formación de la
opinión pública cumplan con un cierto estándar de diligencia en la comprobación del estatus de
los hechos acerca de los cuales informan. En caso de no llegar a conclusiones razonablemente
lógicas, la información debe presentarse sugiriendo que existen otros puntos de vista y otras
conclusiones posibles sobre los hechos o acontecimientos que se relatan.
Es relevante matizar que si la noticia inexacta involucra a figuras particulares en cuestiones
también particulares no tiene aplicación la doctrina de la "real malicia", funcionado en su
reemplazo los principios generales sobre responsabilidad civil. Lo mismo ocurre si se trata de
personas con proyección pública, pero en aspectos concernientes a su vida privada que carezcan
de relación con el interés público.
En materia de reparaciones por violaciones a derechos humanos pueden identificarse distintas
medidas que, conjuntamente, comprenden el derecho a una reparación integral. En ese sentido
podemos identificar medidas de: (i) restitución; (ii) satisfacción; (iii) rehabilitación; (iv)
indemnización; y (v) no repetición

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