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BIANCHI
En este capítulo Bianchi - historiadora social argentina- analiza el proceso que culminó con
el triunfo de una sociedad burguesa y capitalista, a la vez que explora el origen de términos
como “industria”, “clase media”, “proletariado” teniendo en cuenta estos años donde éstos
conceptos han adquirido el significado contemporáneo.
Dentro de una sociedad predominantemente rural, donde aún la mayoría de las naciones
estaba dominada por monarquías absolutas, las transformaciones comenzaron en dos
países rivales: Inglaterra y Francia. Constituyeron, como dirá Hobsbawm, la “doble
revolución”, más allá de su carácter paralelo. Tanto es su carácter fundamental que la
división, por ejemplo entre países “avanzados” y países “atrasados” encontró allí sus
antecedentes. Según Bianchi, este ciclo se cierra en 1848, el año en que se da la última
revolución burguesa y en que Marx publica el Manifiesto Comunista.
Entonces, ¿cuáles fueron las condiciones inglesas que posibilitaron a los hombres de
negocios “revolucionar” la producción?
En Inglaterra, a partir del desarrollo de una agricultura comercial, la economía agraria
se encontraba profundamente transformada. Los cercamientos, desde el siglo XVI, habían
llevado a un puñado de terratenientes con mentalidad mercantil casi a monopolizar la tierra.
En suma, a mediados del siglo XVIII, el área capitalista de la agricultura inglesa se
encontraba extendida y en vías de una posterior ampliación. El proceso era acompañado
por métodos de labranza más eficientes, abono sistemático de la tierra, perfeccionamientos
técnicos e introducción de nuevos cultivos que configuraban una “revolución agrícola” que
permitía sobrepasar por primera vez el límite del problema del hambre ← En primer lugar,
en la medida en que la “revolución agrícola” implicaba un aumento de la
productividad, permitía alimentar a más gente. En segundo lugar, al modernizar la
agricultura y al destruir las antiguas formas de producción campesinas, la
“revolución agrícola” acabó con las posibilidades de subsistencia de muchos
campesinos que debieron trabajar como arrendatarios. Y muchos también debieron
emigrar a las ciudades en busca de mejor suerte, creando así un cupo de potenciales
reclutas para el trabajo industrial.
Pero la destrucción de las antiguas formas de trabajo no sólo liberaba mano de
obra, sino que al destruir las formas de autoabastecimiento que caracterizaban a la
economía campesina, creaba consumidores, gente que recibía ingresos monetarios
y que para satisfacer sus necesidades básicas debían dirigirse al mercado. De allí la
constitución de un mercado interno estable y extenso, que proporcionó una
importante salida para los productos básicos. A partir de ese mercado, recibieron un
importante estímulo las industrias textiles, de alimentos y la producción de carbón,
principal combustible de gran número de hogares urbanos.
Sin embargo, Inglaterra también contaba con un mercado exterior. Las plantaciones de las
Indias occidentales proporcionaban cantidad suficiente de algodón para proveer a la
industria británica. Pero las colonias, formales e informales, ofrecían también un mercado
en constante crecimiento. Esto, nos dice la autora, nos lleva al tercer factor que explica la
situación y posición de Inglaterra en el s. XVIII: el gobierno. La “gloriosa revolución” de
1688, había instaurado una monarquía limitada por el Parlamento integrada por una
Cámara de los Lores, pero también por la Cámara de los Comunes, donde participaban
hombres de negocios, dispuestos a desarrollar políticas sistemáticas de conquista de
mercados y de protección a comerciantes y armadores británicos.
Cuando la industria textil atravesó su primera crisis a mediados de 1830, debido a que los
mercados no crecieron con rapidez a pesar de las nuevas tecnologías, los límites de esta
industria comenzaban a evidenciarse: la industria algodonera carecía de capacidad directa
para estimular el desarrollo de las industrias pesadas de base. Es allí cuando un nuevo
estímulo entra en escena → Este provino de los mismos cambios que se estaban viviendo;
el crecimiento en las ciudades generaba un aumento en la demanda del carbón ya que
desde mediados del s. XVIII, empleaba las más antiguas máquinas de vapor para
extracciones. En efecto, las minas no sólo necesitaban máquinas de vapor de gran
potencia para la exploración, sino también un eficiente medio de transporte que llevara el
carbón desde la galería a la bocamina, y de allí al punto de embarque. Se vislumbra
entonces el ferrocarril.
La construcción de ferrocarriles, de vagones, vagonetas y locomotoras, y el extendido
de vías férreas, desde 1830 hasta 1850, generaron una demanda que triplicó la producción
de hierro y carbón, marcando el ingreso a una fase de industrialización más avanzada. A
partir de 1840, el ferrocarril era considerado lo “ultramoderno”. Asimismo, las primeras
generaciones de industriales - que habían acumulado riqueza en tal cantidad que excedía
la posibilidad de invertirla o gastarla- vieron en él una nueva forma de inversión. por lo que
los ferrocarriles movilizaron acumulaciones de capital con fines industriales, generaron
nuevas fuentes de empleo y se transformaron en el estímulo para la industria de productos
de base.
La expresión Revolución Industrial fue empleada por primera vez por escritores franceses
en la década de 1820. Y fue acuñada en explícita analogía con la revolución francesa de
1789, dice nuestra autora. Más allá de la diferencia de los cambios había una realidad:
dichos cambios habían producido una nueva sociedad. Según Bianchi, las antiguas
aristocracias no sufrieron cambios demasiado notables. Por el contrario, con las
transformaciones económicas pudieron engrosar sus rentas,
Como señala Hobsbawm, los nobles ingleses no tuvieron que dejar de ser feudales porque
hacía ya mucho tiempo que habían dejado de serlo y no tuvieron grandes problemas de
adaptación frente a los nuevos métodos comerciales ni frente a la economía que se abría
en la “época del vapor”. También para las antiguas burguesías mercantiles y financieras,los
cambios implicaron sólidos beneficios. Ya se encontraban sólidamente instaladas en la
poderosa y extensa red mercantil, que desde el siglo XVIII había sido una de las bases de
la prosperidad inglesa, y las transformaciones económicas les posibilitaron ampliar su radio
de acción; y a partir de 1812 comenzaron a definirse a sí mismos como “clase media”.
Como tal reclamaban derechos y poder. Eran hombres que se habían “a sí mismos”, que
debían muy poco a su nacimiento, a su familia o su educación. Estaban dispuestos a
derribar los privilegios que aún mantenían los “inútiles” y fundamentalmente a
combatir contra las demandas de los trabajadores que, en su opinión, no se
esforzaban lo suficiente ni estaban dispuestos totalmente a aceptar su dirección.
Esta era la nueva burguesía industrial que se abría paso como la clase triunfante de la
Revolución Industrial.
En las últimas décadas del s. XVIII, la primera forma de lucha en contra de los nuevos
métodos de producción, el ludismo, fue la destrucción de las máquinas que competían con
los trabajadores en la medida que suplantaban a los operarios. Luego, una vez que las
demandas se concentraron en una mejora en las condiciones laborales, no se restringieron
exclusivamente a ello, sino que aparecieron reivindicaciones vinculadas con la política. En
este sentido, la influencia de la Revolución Francesa fue significativa: el jacobinismo había
dotado a los viejos artesanos de una nueva ideología.
En las primeras décadas del s. XIX, las demandas de los trabajadores de una
democracia política coincidieron con las aspiraciones de las nuevas “clases medias”.
Durante estos años, la intensa movilización permitió a los trabajadores, sobre todo a los
calificados, avanzar en el derecho de asociación. En efecto, la lucha por la ampliación del
sistema político culminó con la reforma electoral de 1832 → por esta reforma se suprimían
los “burgos podridos”, se otorgaba representación a los nuevos centros industriales y
acrecentó el número de electores, lo que favorecía a la clase media, pero excluía a la clase
obrera.
El fracaso de 1832 constituyó un hito en la conformación del movimiento laboral:
estaba claro que los intereses de los trabajadores no podían coincidir con los de la
burguesía.
Revolución Francesa
Como bien sostiene Hobsbawm, si la economía del mundo del s. XIX se transformó bajo la
influencia de la Revolución Industrial inglesa, no cabe duda que la política y la ideología se
formaron bajo el modelo de la Revolución Francesa.
Los periódicos habían creado la esfera pública de la política, la “esfera pública burguesa”,
que eran espacios donde los individuos hacían un uso público de la razón. Esa esfera
política, donde se criticaban actos y fundamentos, se convirtió en la nueva esfera pública
donde las personas que hacían uso de la razón podían ser consideradas “iguales”: no se
distinguían por su nacimiento, sino por la calidad de sus argumentaciones, por su
capacidad → Esto no significa, nos advierte la autora, que la “opinión pública” fuese
considerada la opinión de la mayoría: “público” no significaba “pueblo”.
La caída de Napoleón llevó a la definición de un nuevo orden europeo, tarea que quedó a
cargo de los vencedores: Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia. El primer problema que
debieron enfrentar fue el de rehacer el mapa de Europa: el objetivo era consolidar y
acrecentar territorialmente a los vencedores y crear “estados- tapones”.
La agitación revolucionaria de 1830 no se limitó a Francia sino que fue el estímulo para
desencadenar otros movimientos que se extendieron por gran parte de Europa, incluso
a Inglaterra, donde se intensificó la agitación por la reforma electoral que culminó en
1832. La remodelación del mapa de Europa que había hecho el Congreso de Viena
había unificado a Bélgica y Holanda. Pero todo separaba a los dos países, la lengua, la
religión e incluso, la economía. En efecto, la burguesía belga había comenzado su
industrialización y reclamaba políticas proteccionistas, mientras que los holandeses,
con hábitos seculares de comerciantes, se inclinaban por el librecambismo.
La libertad de prensa y la libertad de enseñanza que reclamaban los católicos fueron
las banderas de lucha de la revolución en Bélgica.
De las revoluciones de 1830 sólo había quedado Bélgica como testigo; independiente y
con una Constitución liberal. En Francia, el viraje conservador de la monarquía de Luis
Felipe de Orleans suponía para muchos la traición a la revolución que lo había llevado
al trono. En Italia, los austríacos mantenían su férrea presencia; en Alemania, se
posponían los ideales de unidad nacional mientras en muchos estados los príncipes
gobernaban con un régimen prácticamente absolutista.
Pero en 1848 se intentó un nuevo asalto: las similitudes con las revoluciones de la
década de 1830 fueron muchas, aunque se marcaron algunas diferencias.