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Si bien, la Escuela no es el único lugar de violencia, es acertado pensar que ella sería un
lugar privilegiado donde la sociedad puede verse a sí misma y ver su violencia. ¿Por
qué este privilegio de la Escuela como ventana de la violencia de la sociedad?
Probablemente porque frente a la violencia en la Escuela la sociedad no reacciona de
la misma manera que frente a la violencia en otros lugares. La violencia en la calle, en
el estadio o en otros lugares, se la reprime, se la sanciona, se la juzga y, cuando se
puede, se la encarcela. Sin embargo, en la Escuela no (todavía).
Investigaciones realizadas en los últimos años (Sandoval y otros, 2004, 2007, 2011,
Baeza, 2001) nos permiten identificar los siguientes sentidos de la violencia escolar:
La violencia como obtención de valor, status o respeto
El uso de la violencia es frecuentemente presentado como un modo de alcanzar cierto
status en el grupo de pares, lo que permite influir en ellos. La violencia es un modo de
hacerse respetar –dicen los jóvenes–, de hacerse escuchar, de existir para los otros
desde una posición de superioridad o poder. No aceptar provocaciones peleando es un
modo de obtener respeto, sobre todo los alumnos nuevos. Imponer respeto se articula
dialécticamente con la figura negativa de no ser pasado a llevar1. Esta es una posición
indeseable, según ellos, puesto que sitúa al sujeto en una posición donde es hostigado,
humillado y pierde su valor. En el límite, si no impongo respeto, soy, necesariamente,
pasado a llevar.
Desde esta creencia la violencia toma a veces un sentido preventivo: el sujeto provoca,
alardea o pelea para imponer respeto y evitar ser pasado a llevar. No se es molestado
y además la opinión del sujeto cuenta.
1
La expresión “no ser pasado a llevar” hace referencia a no permitir que otra persona le falte a uno al
respeto. En este sentido ser “pasado a llevar” tiene que ver con la ruptura de la norma tácita de
igualdad entre las personas. Sobre esta materia es posible ver el trabajo de Villalta Páucar, Marco
Antonio (2007).
un agresor, o en la figura de pelear la amistad. Esta última figura se refiere a que los
roces o conflictos con un amigo, que amenazan con poner fin a la relación o conducir a
un enfrentamiento mayor, se resuelven a través de una pelea, de modo que lo que
enturbiaba el vínculo se “descarga” o se “limpia”. Contra el dicho popular según el cual
“violencia genera más violencia” en esta figura los jóvenes significan que “la violencia
pone fin a la violencia”.
En este marco, un aspecto que inquieta de la violencia juvenil y escolar, es que hoy no
se trata de la figura del revolucionario clásico o del rebelde, sino del rompedor. Los
primeros ejercen la violencia necesaria dentro de un proyecto; su irritación, su ira, su
agresividad o su comportamiento desafiante, tiene un sentido: quieren destruir algo, a
veces violentamente, pero para construir otra cosa, para obtener algo. La violencia del
rompedor –del que destruye sus cuadernos y sus libros o la sala de clases, o que
quema los bancos en el estadio– nos desconcierta y no la entendemos porque no
aparece relacionada con un proyecto de cambio, no podemos comprender lo que el
rompedor gana con su acto. Pero el hecho de no entenderla no quiere decir que sea,
necesariamente, incomprensible, sino que nos indica justamente, que es necesario
interpretarla.
• La violencia del rompedor estaría relacionada con una dificultad para inscribir
objetivamente una referencia, de integrarse a un sistema. Detrás de estas hipótesis, se
puede entender que el rompedor, posee:
• Un malestar sociocultural.
La violencia del rompedor se relacionaría, además, con una dificultad para inscribir una
Ley, donde la ausencia de una referencia (ethos), sería un síntoma de una dificultad
juvenil para estar determinado por una Ley, por un orden. Al no estar inscrita la Ley
¿contra qué podría rebelarse el sujeto? Para rebelarse, para construir proyecto, en
particular durante la adolescencia, debe existir algo contra lo que rebelarse, y ese algo
debe estar inscrito en el sujeto de alguna manera. Si esto falta, el sujeto queda
imposibilitado de posicionarse y hacer emerger un proyecto.
Se debe reconocer que los jóvenes actuales, yendo más allá de la figura del rompedor,
viven en escenarios socioculturales, económicos y políticos que no les dan cabida a sus
inquietudes, a sus demandas y a sus expresiones, en consecuencia, al no tener cabida
en estos espacios, ni canales de expresión apropiados, los jóvenes se rebelan de
manera poco convencional y utilizan la violencia como medio de expresión y de
gestión de sí. Entendiendo la gestión de sí, como la actividad psíquica por la cual el
individuo trabaja sobre su condicionamiento social (es decir, sobre sus expectativas y
sus límites y la tensión entre ambos), con el fin de forjar una identidad personal y de
actuar sobre los otros. De aquí que la violencia no se ejerce contra un poder específico
de la sociedad, buscando cambiar el sistema, sino que es un medio utilizado en la
gestión de sí mismo que busca hacerse visible al conjunto de la sociedad.
Ante la debilidad de los lazos sociales que proporcionan la familia, los amigos y el
mercado, se busca en el Liceo/ Colegio suplir ese vacío, a integrarse a un ethos mayor,
pero dado que las vías tradicionales de integración extra-escolares presentan
dificultades, se busca, al interior de los espacios escolares, un protagonismo social
negado extramuros, se quiere ser al interior del Liceo/Colegio y, en consecuencia, se
intentan diversos medios para lograrlo.
* Follari, R. (1996). ¿Ocaso de la escuela? Editorial Magisterio del Río de la Plata. Colección
Respuestas Educativas.