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Los sentidos de la violencia escolar

Dr. Jorge Baeza C./Dr. Mario Sandoval M.

Los diferentes sentidos clásicos del fenómeno de la violencia en la escuela.


Querer comprender la violencia escolar implica reconocer que no basta explicarla. No
basta aislar ciertos factores que pueden ser el sustrato de dicha violencia, sus
presuntos determinantes, sino suponer que dicho fenómeno algo quiere decir, que los
actores de la violencia intentan enunciar algo que por alguna razón no logran decir de
otro modo.

Debemos, entonces, hacer inteligible el horizonte que la violencia quiere significar,


detectar su sentido. A través de la violencia en las Escuelas hay un malestar que se
quiere expresar, sin ninguna duda. Sin embargo, suponer que los episodios de
violencia lo dicen de un modo directo y sin dobles discursos es simplificar el problema
y cerrar la posibilidad de realizar una hermenéutica. La violencia no habla siempre de
un modo directo, hay que identificar y traducir los discursos que están en juego.

Si bien, la Escuela no es el único lugar de violencia, es acertado pensar que ella sería un
lugar privilegiado donde la sociedad puede verse a sí misma y ver su violencia. ¿Por
qué este privilegio de la Escuela como ventana de la violencia de la sociedad?
Probablemente porque frente a la violencia en la Escuela la sociedad no reacciona de
la misma manera que frente a la violencia en otros lugares. La violencia en la calle, en
el estadio o en otros lugares, se la reprime, se la sanciona, se la juzga y, cuando se
puede, se la encarcela. Sin embargo, en la Escuela no (todavía).

En la Escuela la violencia es interrogada, se la quiere comprender. Hay algo de


insoportable en aplicar la lógica represiva en las Escuelas, a riesgo de ver entrar a
nuestros jóvenes en las comisarías o en las cárceles. La violencia en la Escuela tiene de
particular el hecho que nos interpela, nos interroga a nosotros mismos: académicos,
profesores, directivos, autoridades, y a todos los implicados en la educación. Es así,
entonces, que la Escuela funciona como ventana para mirarnos como individuos y
como sociedad. Es por ello, que la violencia en la Escuela, aparece como espacio desde
el cual es posible pensarnos e interpretarnos.

Investigaciones realizadas en los últimos años (Sandoval y otros, 2004, 2007, 2011,
Baeza, 2001) nos permiten identificar los siguientes sentidos de la violencia escolar:
La violencia como obtención de valor, status o respeto
El uso de la violencia es frecuentemente presentado como un modo de alcanzar cierto
status en el grupo de pares, lo que permite influir en ellos. La violencia es un modo de
hacerse respetar –dicen los jóvenes–, de hacerse escuchar, de existir para los otros
desde una posición de superioridad o poder. No aceptar provocaciones peleando es un
modo de obtener respeto, sobre todo los alumnos nuevos. Imponer respeto se articula
dialécticamente con la figura negativa de no ser pasado a llevar1. Esta es una posición
indeseable, según ellos, puesto que sitúa al sujeto en una posición donde es hostigado,
humillado y pierde su valor. En el límite, si no impongo respeto, soy, necesariamente,
pasado a llevar.

Desde esta creencia la violencia toma a veces un sentido preventivo: el sujeto provoca,
alardea o pelea para imponer respeto y evitar ser pasado a llevar. No se es molestado
y además la opinión del sujeto cuenta.

La violencia como defensa de uno mismo, de otros o de un territorio


Los jóvenes presentan la defensa de sí mismo como una función capital de la violencia,
pero se distinguen en sus discursos dos dimensiones: defenderse “físicamente” y
defenderse “psicosocialmente”. Lo que se defiende aquí es la autoestima, la imagen
frente a otros. Los jóvenes hablan de una necesidad de mantener, cuidar o incluso
mejorar la propia imagen frente a los pares, preocupación que es un motor no
despreciable de la violencia. En la violencia física no tiene importancia la mirada, el
juicio o la opinión del grupo de pares, y es claramente dual, sin tanta gravitación social.

La violencia como modo de resolver conflictos


En los jóvenes con un cierto “historial” de violencia en sus Escuelas, el recurso a la
pelea, al matonaje, no es siempre el signo de la imposibilidad de resolver un conflicto,
sino una manera, a veces eficaz, de resolverlos. La resolución de la pelea a través de un
ganador, no solo pone fin a la pelea misma, sino también una seguidilla de conflictos
que se han dado históricamente entre los propios pares. De esta forma, resolver un
conflicto da sentido a la violencia cuando ésta se ejerce para poner fin a un
hostigamiento, para terminar con cierta rivalidad de grupos o pares, para tranquilizar a

1
La expresión “no ser pasado a llevar” hace referencia a no permitir que otra persona le falte a uno al
respeto. En este sentido ser “pasado a llevar” tiene que ver con la ruptura de la norma tácita de
igualdad entre las personas. Sobre esta materia es posible ver el trabajo de Villalta Páucar, Marco
Antonio (2007).
un agresor, o en la figura de pelear la amistad. Esta última figura se refiere a que los
roces o conflictos con un amigo, que amenazan con poner fin a la relación o conducir a
un enfrentamiento mayor, se resuelven a través de una pelea, de modo que lo que
enturbiaba el vínculo se “descarga” o se “limpia”. Contra el dicho popular según el cual
“violencia genera más violencia” en esta figura los jóvenes significan que “la violencia
pone fin a la violencia”.

La violencia como catarsis


En relación a esa suerte de deshacerse de lo que enturbia un vínculo, los jóvenes de
nuestras investigaciones presentan la violencia como un modo de desahogo emocional
o descarga energética. El desahogo emocional o descarga energética tiene que ver con
evacuar emociones de tristeza, pesar, irritación, humillación, ira, y sentirse mejor luego
de una pelea. Frecuentemente, se trata de un afecto ingrato que no pudo ser
descargado en un conflicto con un tercero ante quien el sujeto no pudo reaccionar.

La violencia para entretenerse


Muchos de los entrevistados en nuestras investigaciones refieren entretenerse cuando
son protagonistas o espectadores de un acto violento. De esta forma, puede leerse
cierto placer al ser protagonista de un hecho violento, placer que en otras
oportunidades también surge sustentado en las largas jornadas escolares y sus rutinas,
que elevan el aburrimiento a niveles insoportables. A falta de algo mejor que hacer, la
violencia emerge como una posibilidad cierta para hacer frente al tedio. No sólo siendo
protagonista el joven puede entretenerse, sino también siendo espectador de un
“show” violento.

La violencia como reivindicaciones sociales


La violencia puede tomar sentido para los jóvenes desde una ideología o desde una
posición social, particularmente la marginación. Desde la ideología se justifica la
violencia sobre alguien que ejerce o defiende la brutalidad política o social a través del
autoritarismo. Por otro lado, la condición de “marginado socialmente” daría pleno
derecho –a ojos de los jóvenes– a ejercer la violencia, y esto incluye lo que dicen
alumnos de nivel socioeconómico alto. Es interesante que los jóvenes distinguen este
fundamento ideológico o social de la violencia de la venganza, cuya naturaleza la
entienden como netamente individual.
Por cierto que aparecen otros elementos, aunque menos saturados en el discurso, que
apuntan a darle un sentido a la violencia: por ejemplo, el presentarla como una
manera de obtener bienes o dinero de otros; la autoafirmación; la necesidad de pasar
suertes de pruebas iniciáticas para hacerse aceptar por un grupo de pares, y otros.

Una nueva figura en la violencia escolar: El rompedor


La educación y la Escuela son hoy objeto de discursos respecto a su importancia
estratégica cuando se trata de considerar las posibilidades de los países para
desarrollarse. Sin embargo, como lo señala Follari (1996), la educación y la Escuela,
sociológicamente hablando, tienen una inevitable función conservadora. Es decir, que
lo escolar viene a consolidar, transmitir y sostener valores previamente consolidados y
legitimados socialmente. Esta característica de lo escolar, que ha sido funcional al
mantenimiento de su status, se ha vuelto extremadamente problemática.

La Escuela, hija de la modernidad parece no saber y no poder responder a los tiempos


actuales. Su mandato inicial de constituirse en faro que abría a la posibilidad de la
decisión razonada, parece ser insuficiente en un mundo en el que el mercado y la
tecnología aparecen como los grandes valores. En este contexto, situaciones tales
como los bajos logros académicos y las escasas expectativas que tienen tanto algunos
docentes como sus alumnos generan frustración.

En este marco, un aspecto que inquieta de la violencia juvenil y escolar, es que hoy no
se trata de la figura del revolucionario clásico o del rebelde, sino del rompedor. Los
primeros ejercen la violencia necesaria dentro de un proyecto; su irritación, su ira, su
agresividad o su comportamiento desafiante, tiene un sentido: quieren destruir algo, a
veces violentamente, pero para construir otra cosa, para obtener algo. La violencia del
rompedor –del que destruye sus cuadernos y sus libros o la sala de clases, o que
quema los bancos en el estadio– nos desconcierta y no la entendemos porque no
aparece relacionada con un proyecto de cambio, no podemos comprender lo que el
rompedor gana con su acto. Pero el hecho de no entenderla no quiere decir que sea,
necesariamente, incomprensible, sino que nos indica justamente, que es necesario
interpretarla.

En la figura del rompedor se pone de manifiesto una figura nueva de la violencia. Se


trata, por lo tanto, de una especie de violencia gratuita, que es la que más nos
desconcierta. Si logramos comprenderla, podremos contribuir a orientar el diálogo
escolar y la construcción de eso que se ha dado en llamar la cultura escolar. El
rompedor es el caso extremo de la especificidad de la violencia juvenil y de la violencia
escolar en particular.
Dos hipótesis posibles sobre esta nueva figura:
• La violencia gratuita del rompedor manifiesta un malestar sociocultural profundo, un
vacío existencial, una ausencia de proyecto personal.

• La violencia del rompedor estaría relacionada con una dificultad para inscribir
objetivamente una referencia, de integrarse a un sistema. Detrás de estas hipótesis, se
puede entender que el rompedor, posee:

• Una sensación de invisibilidad social.

• Un malestar sociocultural.

• Un sentimiento de marginalidad y exclusión.

• Un desencanto con el mundo institucional y por extensión con el mundo adulto.

• Una desconfianza en la política.

• La búsqueda de nuevas formas de expresión sociocultural.

La violencia juvenil gratuita en la Escuela (pero no sólo en ella), que podemos


identificar en la figura del rompedor, es un signo de que el rompedor no logra
relacionar la violencia con un proyecto. El hecho de que se trate de una violencia que
no busca nada, que no obtiene nada, que no quiere nada en particular, nos indicaría
que el rompedor no tiene nada para construir un proyecto, y que no le basta lo que la
sociedad, la familia o la Escuela ponen a su disposición. El rompedor, en su exceso,
daría testimonio de algo que le falta –un modo de encauzar legítimamente la violencia
necesaria para existir– pero, que no logra decirlo de otro modo sino rompiendo.

La violencia del rompedor se relacionaría, además, con una dificultad para inscribir una
Ley, donde la ausencia de una referencia (ethos), sería un síntoma de una dificultad
juvenil para estar determinado por una Ley, por un orden. Al no estar inscrita la Ley
¿contra qué podría rebelarse el sujeto? Para rebelarse, para construir proyecto, en
particular durante la adolescencia, debe existir algo contra lo que rebelarse, y ese algo
debe estar inscrito en el sujeto de alguna manera. Si esto falta, el sujeto queda
imposibilitado de posicionarse y hacer emerger un proyecto.

La sociedad y, en particular, la familia, esperan que sea la Escuela la encargada de


operar esta inscripción de la Ley, de transmitir una ética. Esta delegación social de la
ética hacia la Escuela sería un síntoma de una dificultad de la familia, sobre todo de los
padres, de hacerse cargo de dicha tarea. Estamos asistiendo a una renuncia a la
función paterna que moviliza silenciosamente un afán por pasar la responsabilidad a la
Escuela. Ésta, por su lado, da signos de sentir esta presión, intenta hacerse cargo, pero
no puede. La sociedad deja en manos de la Escuela la cuestión de la ética y la Ley. La
verdadera cuestión parece ser: ¿Quién está hoy en condiciones de autorizarse a fundar
la ética y la ley? La desestabilización de la ética que se está produciendo en Occidente
es sin duda relevante en este problema.

Se debe reconocer que los jóvenes actuales, yendo más allá de la figura del rompedor,
viven en escenarios socioculturales, económicos y políticos que no les dan cabida a sus
inquietudes, a sus demandas y a sus expresiones, en consecuencia, al no tener cabida
en estos espacios, ni canales de expresión apropiados, los jóvenes se rebelan de
manera poco convencional y utilizan la violencia como medio de expresión y de
gestión de sí. Entendiendo la gestión de sí, como la actividad psíquica por la cual el
individuo trabaja sobre su condicionamiento social (es decir, sobre sus expectativas y
sus límites y la tensión entre ambos), con el fin de forjar una identidad personal y de
actuar sobre los otros. De aquí que la violencia no se ejerce contra un poder específico
de la sociedad, buscando cambiar el sistema, sino que es un medio utilizado en la
gestión de sí mismo que busca hacerse visible al conjunto de la sociedad.

Ante la debilidad de los lazos sociales que proporcionan la familia, los amigos y el
mercado, se busca en el Liceo/ Colegio suplir ese vacío, a integrarse a un ethos mayor,
pero dado que las vías tradicionales de integración extra-escolares presentan
dificultades, se busca, al interior de los espacios escolares, un protagonismo social
negado extramuros, se quiere ser al interior del Liceo/Colegio y, en consecuencia, se
intentan diversos medios para lograrlo.

No se trata de ir al Liceo/Colegio por ir. El hecho de estar en el establecimiento


(estudiando o no), trasciende el acto mismo de la presencia física; implícitamente,
connota y denota un fenómeno mucho más profundo.

La semantización axiológica del discurso juvenil devela como resultado un proyecto


activo de búsqueda de integración social. Los ejes semánticos que lo denotan, son los
siguientes: asistir al liceo es algo positivo y ello posibilita integración social.
Bibliografía
* Baeza Correa, J. (2001). El oficio de ser alumno en jóvenes de sector popular. Santiago de
Chile: Ed. UCSH, Serie Investigación Nº 19.

* Follari, R. (1996). ¿Ocaso de la escuela? Editorial Magisterio del Río de la Plata. Colección
Respuestas Educativas.

* Sandoval, M. (2004-2006). Proyecto FONDECYT Nº 1040694. “Figuras estructurales de la


violencia escolar. Hacia una recuperación de la subjetividad educativa”.

* Sandoval, M. (2007). Proyecto FONIDE. “Claves para el mejoramiento de los aprendizajes


desde la convivencia escolar. Lineamientos para la gestión de la calidad educativa”

* Sandoval, M. (2008-2011). Proyecto FONDECYT Nº 1080218. “Gestión del conocimiento y


reforma del pensamiento en educación. Reformulaciones epistemológicas y sociopolíticas para
programas de formación de profesores”.

* Villalta Páucar, M. A. y otros. (2007). “Pasado a llevar”. La violencia en la educación Media


Municipalizada. Revista Estudios Pedagógicos XXXIII, Nº 1, pp. 45-62, Valdivia, Chile.

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