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TEMA 1. EL DERECHO CIVIL.

El Derecho Civil en el sistema jurídico socialista: su concepto, elementos de éste, objeto y método de regulación.

Estudio de las relaciones tuteladas por el Derecho Civil: patrimoniales, no patrimoniales con vínculos a ellas y no
patrimoniales sin vínculos a ellas. Concepto. Criterios doctrinales. Delimitación conceptual del Derecho Civil con
respecto a otras ramas o subsistemas del Derecho y la relación con ésta.

Los principios del Derecho Civil Socialista.


Significado jurídico - político y contenido económico del Derecho Civil Socialista.

Concepto de Derecho Civil: Es una rama del derecho civil socialista constituida por un conjunto de normas que
regulan una esfera determinada de la vida social: las relaciones patrimoniales, no patrimoniales con vinculadas
con ellas y otras no patrimoniales sin vínculos a ellas.

Relaciones patrimoniales: Comprende aquellas relaciones que se producen entre las personas por razones de
propiedad sobre los bienes, su adquisición, posesión, uso, disfrute, transmisión, extinción, etc.

Relaciones no patrimoniales (personales): Entendemos por relación personal (no patrimonial) aquella relación
social en la que no hay una relación directa con las relaciones patrimoniales y el sujeto de dicha relación no puede
ser sustituido en ningún caso por ningún otro sujeto. Del concepto anterior se pueden desprender dos elementos
identificativos de dicha relación.

1. No están vinculadas directamente con las relaciones de producción; están desprovistas de un contenido
directamente económico.
2. Esta relación tiene como rasgo identificador que su sujeto, precisamente por ser atribuido ese derecho a una
persona en específico, es que se denominan relaciones personales; son estas por ejemplo: el derecho al
nombre, el derecho a la imagen, el derecho a la libre actividad creadora artística y científica.

Las relaciones no patrimoniales con vínculos a ella: Son aquellas dentro de las relaciones personales que tienen
cierto contenido patrimonial, donde la relación que, aunque conserva los rasgos antes expresados, no puede
existir separada de los elementos patrimoniales, como el caso del derecho de autor.

Las relaciones no patrimoniales (personales) sin vínculos a ella expresan la valoración de la persona o del
colectivo de personas por parte de la sociedad, como por ejemplo: las relaciones referentes a la defensa del honor
y la dignidad. Este tipo de relaciones está privada de un contenido patrimonial particular, ya que en la sociedad
socialista los bienes personales no se valoran en la forma de costo monetario.

Método: conjunto de medios, procedimientos y práctica de que se vale el derecho para influir en las relaciones
sociales, en lo que denominamos método jurídico de regulación.

El método del Derecho Civil cubano consta de varios elementos, primeramente debe conocerse que el Derecho
Civil presupone las relaciones entre los sujetos en plano de igualdad, o sea, no la igualdad de derechos, sino la
igualdad de acción, la igualdad de actuar que permite la posición legal típica de derecho civil es posible en tanto
sus sujetos poseen plena capacidad de obrar y poseer patrimonio independiente.

Las Normas Jurídicas Civiles constituyen un conjunto integral de recursos y medios de incidencias en las
relaciones sociales. Considerándose estos; a diferencia de otras ramas del Derecho, como el Administrativo donde
el surgimiento de una relación jurídica depende de una disposición normativa. Otro rango distintivo del método civil
son las peculiaridades de las consecuencias jurídicas por infringirse una relación jurídica civil determinada. Por
ejemplo: la indemnización por daños que se producen por infringir una relación civil que no puede ser regulada
con la multa como forma de consecuencia jurídica recogida en el Código Penal.

El último rasgo se refiere a la peculiaridad en el orden de solución de los conflictos, que se producen entre los
sujetos, que en la esfera civil debe ser resuelta por un tribunal.
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Los principios del Derecho Civil Socialista:

1. El fortalecimiento del poder político de los trabajadores encabezados por la clase obrera.
2. La protección de la propiedad socialista.
3. El desarrollo planificado de la economía.
4. La distribución de los medios de consumo de acuerdo con la labor efectuada.
5. La igualdad total de derechos de los ciudadanos y en particular de la mujer y el hombre.
6. La garantía real y completa de los derechos individuales de los ciudadanos.
7. La indisoluble relación de los derechos inmutables de los ciudadanos con sus deberes ante la sociedad.

TEMA 2. EL CODIGO CIVIL.

Las fuentes del Derecho Civil Cubano. Concepto de Código y codificación. Principales sistemas jurídicos civiles.
Estructura, plan y especial referencia al Código Civil francés, español y alemán. Estudio del Código Civil socialista
cubano: plan, estructura y características. Especial referencia a las Disposiciones Preliminares. Los principios
técnicos de la supletoriedad y la especialidad; su presencia dentro del Código Civil.

Fuentes del Derecho Civil Cubano.

Realmente fuente es la forma en que se expresa el derecho, así, como recordamos, la costumbre, sancionada
por el poder estatal fue la primera fuente de derecho conocida por la humanidad tras la aparición del Estado,
costumbre, sinónima de hábito, no es mas que lo que con reiterada frecuencia realiza un grupo social
determinado, la postura que mantiene frente a los distintos estímulos que le presenta el desarrollo de la vida, esta
forma ha caído en desuso, sin embargo, en ramas como el derecho mercantil, marítimo, etc. se aplica a algunas
cuestiones, otra fuente importante, incluso en Cuba con anterioridad, ha sido la llamada jurisprudencia, que
consiste en el respeto y sujeción a la doctrina emanada de los órganos jurisdiccionales en casos precedentes que
guardan similitud, otras formas existen, su clasificación varía según los criterios de los distintos autores, pero la
fuente por excelencia, indiscutible del derecho, al menos moderno, es la ley, en sentido amplio, el acto normativo,
sea cual sea el órgano del estado que la dicte, o sea, la expresión de la voluntad política de la clase dominante
mediante un documento oficial que contiene prescripciones jurídicas destinadas a un empleo reiterado y a un
círculo de personas no prefijado. Es esta la única fuente válida, generalmente, en nuestro país, por lo que la
fuente del derecho civil socialista cubano es la ley, en nuestro caso el Código Civil, puesto en vigor por la Ley 59
de 16 de julio de 1987, es la fuente básica de nuestro derecho civil, aunque existen otras normas jurídicas
específicas que regulas relaciones determinadas de naturaleza civil. ¿Qué significa codificar? ¿Qué es un código?

La idea de codificar supone agrupar en un cuerpo, en forma orgánica y sistemática todas las normas referentes a
una misma materia. ¿Recuerdan ustedes el codex del corpus iuris civile de Justiniano? pues la voz código
proviene de la voz latina codex, precisamente como nombre con el que se le conocía a esa parte del cuerpo de
derecho civil y que como también recordarán contenía la compilación de las constituciones de los emperadores
romanos.

Codificar implica reunir en un mismo cuerpo legal las normas referentes a una materia del Derecho. Con ella,
siguiendo a De Buen, se reduce una rama del Derecho a una ordenación sistemática de reglas legales y, en
sentido amplio, comprende tanto el hecho de reunir un conjunto de leyes y formar con las mismas un cuerpo
orgánico, como hacer una ley nueva y única en sustitución de una anterior multiplicidad legislativa.

Código: Reunión sistemática y completa, en un solo cuerpo legal, de todas las normas concernientes a una rama
jurídica, presidida en su formación por unidad de criterio y de tiempo. Es decir, el código implica la existencia de
una ley única que incluye las normas jurídicas atinentes a determinada materia.

De lo expuesto puede colegirse que los caracteres de un código lo son: unicidad de las normas jurídicas
referentes a una materia; sistemática adecuada y ordenada de las instituciones que comprende; interrelación y
armonía entre las reglas que contiene; persigue la clarificación del ordenamiento jurídico y, con ello, la
salvaguarda del principio de seguridad jurídica; desempeña una función pedagógica, en tanto concentra la materia
objeto de estudio en un cuerpo uniforme y determinado de normas jurídicas homogéneas; es informador de los
principios generales de un sector o rama del Derecho, de validez universal, frente a la particularidad de cada
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institución jurídica.

La codificación persigue como objetivo fundamental la ordenación armónica en un cuerpo de naturaleza


homogénea de las normas, reglas y principios relativos a una determinada rama o sector del ordenamiento
jurídico, superando todo tipo de particularismo y de fragmentación.

De lo referido puede constatarse las ventajas que ofrece un sistema codificado, en tanto permite una simplicidad y
regulación sistemática de las materias, facilita el conocimiento del Derecho, y deja expedita la vía para destilar los
principios generales que, presidiendo el todo legislado, son de aplicación a las instituciones refrendadas en el
conjunto de normas jurídicas comprendidas en aquel. Empero, sus objetores le han tildado como principal
inconveniente el carácter de permanencia que tiende a establecer, lo cual obstaculizaría su evolución a tono con
las exigencias que la vida va imponiendo, pudiéndose solucionar ello con las parciales reformas que estos cuerpos
normativos suelen padecer durante su, casi siempre, longeva vida; y que tienen por objeto adecuar las normas
reguladoras de determinadas instituciones a la realidad social y a los cambios que la dinámica de la vida va
exigiendo.

A contrario sensu la otra forma de organizar las normas legales, ya superada, y con más valor histórico que
técnico lo constituye la recopilación o compilación, en la que se ordenan un conjunto de leyes, dictadas en
distintas ocasiones, y por órganos disímiles, con criterios que pueden variar ( por materias, cronológicamente),
pero que conservan su sustantividad, su individualidad. El hecho de que este conjunto de leyes se incluya en un
libro o varios libros, no los hace perder su naturaleza, su independencia, simplemente facilita al operador jurídico
su manejo.

En la compilación o recopilación, no hay criterio de unicidad, sistematicidad, armonía, cohesión. Se trata de una
simple reunión, no unitaria ni completa de normas. Como señala Gete-Alonso esa ausencia de ordenación y
relación en las recopilaciones conduce a dudar acerca de la vigencia de las normas que en ellas se contienen, a la
complejidad de la solución jurídica a adoptar y, con ello, a la inseguridad jurídica.

Principales sistemas jurídicos civiles:

La separación y clasificación de los distintos sistemas jurídicos civiles varía, como tantas otras cosas, de uno a
otro autor, seguiremos al profesor Fernández Bulté, que considera los siguientes:

- Romano Francés.
- Escandinavo.
- Germano.
- Ingles.
- Islámico.
- Indú.

Estructura: La estructura del código no es más que el orden interno del mismo, la organización que guarda la
materia de su regulación.

Plan: Se trata del orden que tienen las distintas instituciones en el Código.

Veamos la estructura y el plan de algunos códigos importantes:

Frances: Este se estructura en un título preliminar, libros, capítulos, secciones y artículos numerados
consecutivamente, ahora, ahora su plan es el siguiente:

Título preliminar: De la publicación, de los efectos y de la aplicación de las leyes en general.


Libro Primero: De las personas.
Libro Segundo: De los bienes y de los diferentes modificaciones de la propiedad.
Libro Tercero: De las diversas maneras de adquirir la propiedad. (Sucesiones, obligaciones y contratos).
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El Código Civil español de 1888, hecho extensivo a Cuba por Real Decreto de 31 de julio de 1889, tenía
idéntica estructura y el mismo plan que el francés, con la diferencia que el libro tres fue dividido en dos, constando
entonces de cuatro libros, veamos:

Título preliminar: De las leyes, de sus efectos y de las regalas generales para su aplicación.
Libro Primero: De las personas.
Libro Segundo: De los bienes, de la propiedad y sus modificaciones.
Libro Tercero: De los diferentes modos de adquirir la propiedad.
Libro Cuarto: De las obligaciones y los contratos.

El Código Alemán responde al sistema germánico, lógicamente, sus particularidad fundamentales consisten en el
lenguaje extremadamente técnico, para mantener el sentido invariable de las palabras.

Cinco libros que contienen las materias ordenadas de la siguiente forma:

I Parte general.
II Derecho de Obligaciones.
III Derecho de cosas.
IV Derecho de Familia.
V Derecho de sucesiones.

Este sistema sigue el criterio de Savigni, que a las personas las sitúa en la parte general del Código.

Estudio del Código Civil socialista cubano: plan, estructura y características. Especial referencia a las
Disposiciones Preliminares

El 16 de julio de 1987 el parlamento cubano aprobaba su Código Civil, el primer Código Civil nacido en el seno de
la propia nación, genuina manifestación de nuestra cultura e idiosincrasia nacional.

Entre sus objetivos el Código Civil cubano se propone: reelaborar el conjunto de nuestro Derecho Civil en armonía
con la realidad socioeconómica del momento de su promulgación; incorporar nuevas instituciones jurídicas;
suprimir las instituciones que resultaban inaplicables; escoger las más recientes contribuciones de la doctrina
jurídica socialista incorporar algunos contratos que no eran de naturaleza civil destinados a satisfacer necesidades
de la población con el objeto de ofrecer a ésta las garantías inherentes a la legislación civil; garantizar y
salvaguardar los intereses de las personas en sus relaciones jurídicas; fortalecer nuestro sistema jurídico y
económico; estimular la ayuda mutua entre los miembros de la sociedad, y reflejar la moral inherente a los
intereses de la clase obrera.

En su estructura el Código se afilia al Plan alemán o de Savigny:

Disposiciones preliminares (artículos 1 al 21);

Libro I: la relación jurídica (artículos 22 al 126);

Libro II: Derecho de Propiedad y otros derechos sobre bienes (artículos 127 al 232);

Libro III: Derecho de Obligaciones y Contratos (artículos 233 al 465);

Libro IV: Derecho de Sucesiones (artículos 466 al 547);

tres Disposiciones especiales, seis Disposiciones transitorias y tres finales.

Cada uno de los Libros se divide en Títulos, éstos en Capítulos y los Capítulos en Secciones.

De esta forma a diferencia del B.G.B. (Código Alemán) nuestro Código Civil excluye de su regulación la materia
relativa a la familia, que tiene cuerpo legal independiente y altera la ordenación de las materias al anteponer el
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Derecho de Propiedad y otros derechos sobre bienes al Derecho de Obligaciones y Contratos.

Tras una caracterización panorámica, es destacable reseñar en el importante cuerpo normativo, sin distinguir entre
aciertos y desaciertos:

En sentido general:

La sistémica ordenación de sus materias.

La exagerada economía preceptual, con 547 artículos el Código apunta a ser uno de los más escuetos del
mundo.

La parquedad de sus artículos. Se regula lo esencial de cada instituto jurídico.

Tendencia a una enunciación de principios, conceptos válvulas, sin pecar de abstracto.

Visión de los fenómenos y acontecimientos que tan solo acontecen en el momento de su promulgación, lo
que le lleva a una obsolescencia prematura.

La prevalencia de los intereses y derechos del Estado, así: es imprescriptible la acción del Estado para
reivindicar sus bienes (cfr. artículo 124 a); son nulos los actos realizados contra sus intereses y, por tanto,
imprescriptible la acción conducente a ese fin (cf. artículos 67 a) y 68-1 con los efectos previstos en el artículo 75-
2); contra él no cabe usucapión (cfr. artículo 185-1); es propietario del dinero u otros bienes de valor ocultos en la
tierra, en el mar o en otros lugares y cuya legítima pertenencia no conste (cfr. artículo 195-1); se reconoce como
primera forma de propiedad la estatal socialista de todo el pueblo (cfr. artículos 130 al 141); se le reconoce como
titular de las res nullius (cfr. artículo 137); se regula la inembargabilidad de los bienes inmuebles e instalaciones
propiedad estatal (cfr. artículo 138-3);se le concede la posibilidad de adquirir por compraventa las tierras de las
cooperativas (cfr. artículo 149-1, tal y como quedó modificado por la Disposición Especial novena del Decreto Ley
125/91 sobre el Régimen de Posesión, Propiedad y Herencia de la Tierra y Bienes Agropecuarios); se dispensa a
su favor el derecho preferente de opción para la adquisición por concepto de compraventa de las tierras propiedad
de los agricultores pequeños (cfr. artículo 153-2); sólo a favor de las entidades estatales se concede – si así ha
sido dispuesto por la legislación especial -, la posibilidad de enajenación del bien, objeto del derecho de retención,
por medio de la red comercial del Estado, para hacer efectivo el crédito del acreedor (cfr. artículo 279); a favor de
las entidades estatales y bancarias se concede la autorización de descuentos como garantía del cumplimiento de
las obligaciones, y sólo excepcionalmente se dispensa a favor de los particulares (cfr. artículo 287-1 y 2); se le
reconoce como acreedor privilegiado de tercer orden para la satisfacción de sus créditos, cualquiera sea su
naturaleza, y no sólo para el cobro de impuestos (cfr. artículo 307-1 c); es el destinatario de la participación
hereditaria que le hubiere correspondido a quien abandona el país con carácter definitivo – incapacitado para
heredar -, cuando ésta excediere al momento de la adjudicación del monto total de dos años del salario medio
nacional, y no procediere el derecho de representación (cfr. artículo 473-1); a él se transmiten directamente, por el
ius imperii, sin necesidad de declaración de heredero a su favor, los bienes y derechos de la herencia en ausencia
de herederos testamentarios y legales (cfr. artículo 546);
resulta privilegiado en el orden sucesorio al colocarse como un adquirente ope legis del acervo hereditario,
excluyendo a los colaterales ordinarios no reconocidos como herederos en la sucesión abintestato, y a su favor se
reconoce una responsabilidad limitada cum viribus por el pasivo hereditario (cfr artículo 547-2).

La exclusión de normas de carácter procesal en la regulación de las instituciones civiles de naturaleza


sustantiva como es propio de un Código Civil.

La regulación de los contratos con una notable organización sistemática que simplifica y clarifica con
acierto.

El reconocimiento del principio de autonomía de la voluntad (cfr. artículo 312), a su vez limitado en cuanto al contenido de
determinados actos jurídicos por razones de la más variada índole, que en ocasiones no se justifican per se, v, gr.: las normas prohibitivas
contenidas en los artículos 342 respecto a la nulidad de todo pacto que exima al vendedor de su responsabilidad por evicción; 376 y 377
referentes al veto a la donación condicional o sujeta a revocación y a la donación mortis – causa, respectivamente; el 380 sobre prohibición al
pacto de intereses entre particulares en el contrato de préstamo y el 481 sobre la imposibilidad de sujetar la institución de heredero a condición
o a término, entre otros.

La limitada, pero a la vez puntual, intervención judicial en los actos jurídicos v. gr. para moderar conforme a
la equidad la sanción pecuniaria (cfr. artículo 269-3).
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La excesiva administrativización de los actos jurídicos civiles, recargados de autorizaciones previas por entidades y
organismos correspondientes para su realización v. gr.: las tierras propiedad de las cooperativas, podrán ser transmitidas por otro título distinto
a la compraventa, previa autorización del organismo correspondiente y tras el cumplimiento de los requisitos establecidos en las disposiciones
legales (cfr. artículo 149-2); las tierras, propiedad de los agricultores pequeños, sólo podrán ser vendidas, permutadas o transmitidas por
cualquier título a otros agricultores pequeños, previa la autorización correspondiente y el cumplimiento de los demás requisitos legales (cfr.
artículo 153-1); la transmisión de inmuebles rústicos o urbanos y de ganado mayor requiere autorización previa conforme con su legislación
especial, además del cumplimiento de formalidades particulares (cfr. artículo 191-1); la prestación de servicios por particulares requiere debida
autorización (cfr. artículo 320); la compraventa de bienes inmuebles tiene condicionada su validez al cumplimiento de los requerimientos de las
leyes especiales (cfr. artículo 339); la constitución de una sociedad civil requiere la previa autorización del organismo estatal competente (cfr.
artículo 396-2).

La no utilización de términos tradicionales o clásicos en el Derecho, los que son sustituidos por otros que no logran
expresar con transparencia el sentido de la institución a la que se refieren (v. gr., limitaciones derivadas de las relaciones de vecindad por
servidumbre), o por el silencio del propio legislador (v. gr., no se le ofrece nombre a lo que tradicionalmente se conoce como legítima).

Disposiciones Preliminares.

La novedad que se le imprime al objeto de regulación del Código Civil (cfr. artículo 1).

La consagración de la responsabilidad por ejercicio abusivo de los derechos (cfr. artículo 4).

El reconocimiento del principio general de la buena fe (cfr. artículo 6)

El reconocimiento de la renuncia de los derechos (cfr. artículo 5).

La supletoriedad de las normas contenidas en él (cfr. artículo 8 y Disposición Final Primera).

La sistematización de las normas de Derecho Internacional Privado (cfr. artículos 11 al 21).

TEMA 3. LA RELACIÓN JURÍDICA CIVIL. SU SUJETO. LA PERSONA INDIVIDUAL.

La relación jurídica civil: concepto, elementos. La protección de la relación jurídica. La persona individual.
Personalidad y capacidad. Concepto, diferencias y regulación jurídica- El estado civil: Concepto. modalidades,
importancia, regulación jurídica. Factores identificativos de la persona. La muerte, sus efectos, premoriencia y
conmoriencia. Circunstancias de hecho que influyen en el ejercicio de la capacidad jurídica: el domicilio y la
ausencia.

La relación jurídica civil: concepto, elementos

Cada relación de derecho, afirma Savigny, aparece como una relación de persona a persona, determinada por
una regla jurídica, la cual asigna a cada uno un dominio en el que su voluntad reina independientemente de otra
voluntad extraña. El hombre establece constantemente relaciones con otros hombres, resultando necesario
establecer una línea invisible de separación que determine los límites dentro de los cuales pueden desenvolverse
paralelamente los individuos con seguridad e independencia. Corresponde al Derecho establecer las reglas que
fijan tales límites.

Según el análisis teórico realizado por Tirso Clemente en su conocido texto, relación jurídica es aquella relación
entre personas (en sentido amplio) reguladas por las norma de derecho, o sea entre sujetos de derecho, o sea,
entre personas que poseen derechos y deberes mutuos, establecida o encaminada a la realización de una función
económica o social trascendente, merecedora de tutela jurídica.

Teniendo en consideración lo anterior, parece necesario precisar que cualquier definición que se ofrezca de
relación jurídica debe contener los siguientes elementos:

Que ella se refiere a la situación jurídica en que se encuentran dos o más personas.

Que dicha situación de los sujetos debe regularse orgánicamente, como una unidad, por el ordenamiento jurídico.

Que esa regulación debe organizarse con arreglo a determinados principios básicos.
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Que esa relación social regulada debe estar encaminada a la realización de una función económica o social
trascendente, es decir, merecedora de tutela jurídica.

Nuestro código civil ofrece la definición legal en su artículo 22: tiene el carácter de jurídica aquella relación entre
personas a la que la ley le atribuye efectos.

Elementos: (artículo 23 CC)

- Los sujetos que intervienen en ella.


- El objeto.
- La causa o el hecho que la genera.

Es decir, la relación jurídica posee tres elementos, uno subjetivo: corresponde al elemento personal, hay en ella
siempre un doble sujeto que puede ser una o varias personas, el sujeto activo, el titular del derecho y el sujeto
pasivo, el obligado o deudor; otro objetivo: el objeto o materia de la relación jurídica, sobre el cual convergen los
derechos y obligaciones de las partes, que pueden constituir actos humanos (prestaciones, servicios) y por las
cosas, tanto las del mundo exterior como las inmateriales y, por último, el causal: la relación jurídica se deriva en
cierta medida de la norma, que es la que le ofrece el carácter, pero la relación tiene la causa inmediata en los
hechos jurídicos que ponen en contacto a los sujetos de aquella, creando entre ellos el vínculo de poder y de
deber que corresponde correlativamente a cada una de las partes.

La protección de la relación jurídica. (ver art. 110 y sgtes del CC)

La persona individual.

Tanto las legislaciones positivas como las doctrinas tradicionales y modernas cuando se refieren al elemento
subjetivo de la relación jurídica civil parten de la existencia de personas naturales y personas colectivas. que ahora
iniciamos comprenderá los aspectos fundamentales de la llamada persona natural, individual, física, humana o
visible.

En esta breve reseña hemos manejados dos términos jurídicos que conviene aprender a diferenciar: persona y
sujeto.

Mientras que al hablar de persona nos referimos a una categoría más amplia por ser el ente capaz de derechos y
obligaciones, existente por ser, aún aisladamente, pues se es persona desde el nacimiento, cuando hablamos de
sujeto nos estamos refiriendo a la persona dentro o actuando en una relación jurídica concreta.

Personalidad y capacidad. Concepto, diferencias y regulación jurídica.

Persona: Todo ser capaz de de derechos y obligaciones.

Personalidad: El atributo, la aptitud de ser sujeto activo o pasivo de relaciones jurídicas.

Capacidad: aptitud para ser sujeto de derechos y obligaciones, que se manifiesta respecto a relaciones jurídicas
determinadas.

Si entre persona natural y sujeto de derecho expusimos que existía una relación directa por ser la primera una
categoría abstracta y la otra concreta, en dependencia de que nos encontráramos o no en presencia de una
relación jurídica establecida, ahora podemos realizar igual planteamiento con respecto a los términos personalidad
y capacidad, una manifestada de forma general e inalterable y la otra en concreto y sujeta a oscilaciones dentro de
una relación jurídica civil.

El Art. 28.1 del vigente Código Civil, en plena coincidencia con lo establecido en el Art. 24 del propio cuerpo legal
sobre la personalidad, significa que la persona natural tiene capacidad para ser titular de derechos y obligaciones
desde su nacimiento, pero el apartado segundo del primer precepto mentado señala que el ejercicio de la
capacidad se rige por las disposiciones del mismo Código y por la legislación especial, según proceda.
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Estos postulados y otras normas a las que haremos referencia nos permiten establecer diferencias entre la
capacidad de derecho y la capacidad de obrar o de ejercicio y resulta entonces punto de partida indispensable
para analizar doctrinalmente y con mayor profundidad las distintas manifestaciones de la capacidad civil.

Podemos precisar que la capacidad civil se desdobla en la denominada capacidad jurídica, de derecho, de goce
o de adquisición y la capacidad de obrar, de hecho, de ejercicio o de acción.

La capacidad de goce a la que se refiere el Art. 28.1 del Código Civil es la aptitud del sujeto para la tenencia,
goce o adquisición de derechos. Este tipo de capacidad que implica para el sujeto la aptitud para ser titular de
derechos es esencia, es un atributo inherente al mismo, presupuesto general de todos los derechos y es un
elemento que no puede faltar en la persona. Cuando se habla de la misma en sentido general o en abstracto,
según afirma el profesor Tirso Clemente citando a su vez a Castán, hay que decir que reúne los caracteres de
fundamental, única, indivisible, irreductible y esencialmente igual siempre y para todos los hombres. Pero siguen
diciendo los citados autores que al considerarla en concreto es susceptible de restricciones a título excepcional y
por virtud de disposición expresa de la ley.

Para ampliar sobre el significado de lo expuesto puede plantearse que la capacidad de derecho por constituir la
esencia del sujeto tiene que existir siempre pues no se concibe a éste sin aquella. La capacidad de goce puede
ampliarse o reducirse según postulado legal extraordinario o excepcional, pero no podrá ser negada de modo
absoluto a una persona.

Puede por ejemplo exigirse que el que pretende adoptar haya arribado a los 25 años de edad y por ello la persona
no tiene capacidad para adquirir este derecho hasta que no alcance la citada edad, pero si puede ser sujeto de
otra gran gama de derechos como el de propiedad, de posesión, de contratación, etc.

Algo distinto ocurre con la capacidad de obrar, pues esta no constituye esencia del sujeto, sino potencia. Este
tipo de capacidad no es más que la aptitud para el ejercicio de los derechos y para realizar actos jurídicos
eficaces, es decir, es la aptitud del sujeto para lograr por sí mismo, sin la intervención o el auxilio de un tercero, la
creación, modificación o extinción de derechos, sobre la base de la realización de actos jurídicos válidos, y para
lograr incluso la defensa de esos derechos adquiridos.

Si bien en cuanto a la capacidad de goce no puede existir limitación absoluta y cualquier restricción tiene carácter
excepcional, la capacidad de ejercicio, por requerir inteligencia y voluntad, elementos que no están presentes en
todas las personas o que no se manifiestan de igual forma en todas, puede ampliarse o restringirse dando lugar a
diversas situaciones:

Carencia total de capacidad.


Posesión parcial de capacidad o capacidad restringida o limitada.
Goce total o pleno de capacidad.

Estas posibilidades han sido reconocidas tanto teóricamente como de forma legislativa.

Por ello nuestro vigente Código Civil del que ya habíamos enunciado el Art. 28.2, desarrolla o explica
sucesivamente en los Art. 29,30 y 31 las circunstancias que determinan la plena capacidad de ejercicio, la
capacidad restringida y la capacidad absoluta.

La plena capacidad de obrar permite en su poseedor ejercer por sí todos sus derechos y realizar actos jurídicos
eficaces y se alcanza en Cuba cuando se arriba a la mayoría de edad, es decir, a los 18 años cumplidos o cuando
el menor contrae matrimonio. A este efecto debe tomarse en consideración que las hembras mayores de 14 años
y los varones que sobrepasen los 16 años de edad pueden formalizar matrimonio siempre que cuenten con la
autorización de alguna de las personas que enumera el Art. 3 del Código de Familia y una vez celebrado el mismo
adquieren la plena capacidad, condición que conservan aún cuando el vínculo se rompa antes de que los
cónyuges arriben a los 18 años de edad. Conviene igualmente apuntar que esta emancipación es plena, por ello la
capacidad de obrar se adquiere totalmente sin que se requiera autorización de los padres o del tutor en lo
sucesivo para la realización de algún tipo de acto jurídico o para el ejercicio de algún derecho.

El propio Art. 29 del Código Civil, pero esta vez su apartado 2, ofrece la posibilidad de que esta capacidad de
ejercicio se amplíe o restrinja si de forma concreta o específica la ley fija una edad especial para la realización de
determinado acto.
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El Código Civil, al regular la capacidad restringida, precisa que a su poseedor solo se le permitirá realizar los actos
jurídicos para satisfacer sus necesidades normales o de la vida diaria y ello implica que la formalización o
celebración de un acto que exceda esta posibilidad determine su ineficacia jurídica.

En situación de capacidad restringida se encuentran:

Los menores de edad que han cumplido 10 años de nacidos. A estos se les permite disponer del estipendio que
les ha sido asignado y cuando alcanzan la edad laboral (17 años como regla o excepcionalmente 15 ó 16 años de
edad) de la retribución que perciban por su trabajo.

Los que padecen de enfermedad o retraso mental que no los priva totalmente de discernimiento.

Los que por impedimento físico no pueden expresar su voluntad de modo inequívoco.

Esta ausencia parcial de capacidad que implica una restricción al ejercicio de los derechos por sí, ha representado
tantas dificultades para tratarse en el ámbito judicial o en la práctica que puede afirmarse que no ha existido
pronunciamiento del Tribunal en tal sentido.

Una primera contrariedad la encontramos cuando el menor que ha arribado a la edad de 10 años que le permite
alcanzar la capacidad restringida presenta una enfermedad mental que provoca en él la ausencia de voluntad e
inteligencia. En esta situación cabría preguntarse si es necesario y de qué forma pudiera decretarse la falta
absoluta de capacidad de obrar, la primera pregunta por encontrarse aún indudablemente sujeto o sometido a
patria potestad y resultarle prohibido realizar actos de gran comprometimiento patrimonial y la segunda por no
existir procedimiento específico previsto en la ley para ello, aunque pensamos que nada impide que en tal ocasión
pueda utilizarse la vía regulada en los Art. 586 al 588 de la Ley de Procedimiento Civil, Administrativo y Laboral.
Algunos autores además consideran que sí resulta imprescindible obtener el mentado pronunciamiento judicial.

Situación similar se presenta con el enfermo mental no privado totalmente de discernimiento pues en esta ocasión
tampoco la ley ha previsto la forma de obtener una declaración de capacidad restringida. En este sentido son
varios los juristas que coinciden en afirmar que habría que acudir al denominado proceso civil ordinario, es decir,
habría que ventilar el asunto en la jurisdicción contenciosa a diferencia del caso relativo a la incapacidad absoluta
que transcurre por los trámites de la jurisdicción voluntaria.

En el tercer caso habría que excluir al sordomudo que no sabe leer ni escribir de las personas poseedoras de
impedimentos físicos que pudieran ser parcialmente limitados o restringidos en el ejercicio de su capacidad de
obrar, pues para ellos el mentado Art. 586 de la ley rituaria civil ha previsto la denominada incapacidad absoluta.

La carencia total de capacidad de obrar, por su parte, está prevista en nuestra legislación sustantiva civil para los
menores de 10 años de edad y para los mayores de edad que así han sido declarados judicialmente.

Según la ley de trámites mencionada, este segundo supuesto se alcanza por declaración de Tribunal Municipal
Popular obtenida mediante un proceso de jurisdicción voluntaria, es decir, en el que no se produce litis y solo
excepcionalmente ante igual instancia pero en proceso contencioso. Este tipo de declaración está previsto para
los enajenados mentales o los sordomudos y resulta en esencia revocable si la persona recupera las aptitudes
perdidas, resultando poseedor de voluntad e inteligencia y teniendo la posibilidad de expresar la primera de modo
inequívoco.

Tanto en el caso de la capacidad restringida como en la incapacidad, la actividad judicial va a estar auxiliada por
peritos en psiquiatría quienes informarán al tribunal actuante que padecimiento presenta la persona sometida a
examen, en que forma este se manifiesta y si ello a su juicio provoca en la misma la ausencia de las ya mentadas
voluntad e inteligencia.

Conviene también apuntar que esta ausencia total de capacidad provoca la nulidad absoluta de los actos
efectuados por el incapaz. No obstante, hay que tener presente que los actos realizados por el incapacitado, es
decir, por la persona declarada en este estado por resolución judicial serán siempre ineficaces, mientras que los
realizados por un incapaz, o sea, la persona que carece de capacidad pero sobre la cual no ha existido
pronunciamiento judicial, podrán ser declarados nulos por ausencia de consentimiento pero demostrando que al
realizar cada acto en concreto esta persona se encontraba de hecho incapacitada para regirse a sí misma y a sus
bienes.
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En nuestra historia legislativa tuvimos la oportunidad de ver regulados los llamados intervalos lúcidos, de modo
que la ley preveía la posibilidad de que una persona incapacitada judicialmente realizará un acto jurídico, en
específico un testamento, si con la intervención de facultativos se acredita que al momento del otorgamiento se
encontraba en el pleno uso de sus facultades mentales.

Tal posibilidad no ha sido prevista por el Código Civil vigente y consideramos desacertada la falta de
pronunciamiento en ese sentido pues con ello se impide que se dé en la práctica algo que resulta probable o en
última instancia obliga a aplicar la analogía suponiendo posible la producción de un acto jurídico en estas
condiciones si se toma en consideración que aún cuando la persona no ha sido declarada judicialmente
incapacitada sus actos pueden ser declarados nulos si se demuestra que se encontraba incapacitada de hecho
por falta de consentimiento y en el caso ahora en análisis habría que demostrar entonces la presencia de tal
consentimiento por existir un intervalo lúcido.

Una última cuestión a ventilar es la relacionada con la representación legal de las personas de capacidad
restringida y de los incapaces. En este caso, ante la ausencia de la institución de la curatela en Cuba
evidentemente esta función será asumida por los padres en ejercicio de la patria potestad, por los tutores si ésta
se hubiere extinguido o por el fiscal en ausencia de éstos, aunque resultaría bueno apuntar que a las personas de
capacidad restringida no sería posible asignarle tutor según lo previsto en el Art.138 del Código de familia vigente.

El estado civil: Concepto. modalidades, importancia, regulación jurídica.

Estado Civil: Consiste en aquellas condiciones que le son propias a determinada personas, exclusivas e
individualizantes, en virtud de las cuales conviven o están en la sociedad de una manera determinada y de la que
dependen su capacidad de obrar y los derechos y obligaciones que adquiere.

Puede hacerse una clasificación del estado civil atendiendo a determinadas condiciones presentes en la persona:

1.- Estado civil político:

Este atiende a la relación de carácter político que la persona tenga con determinado Estado y en consecuencia las
personas pueden ser calificadas como ciudadanos o nacionales y extranjeros.

2.- Estado civil familiar: para este estado deben tenerse en cuenta dos subclasificaciones:

Derivada del matrimonio.

Se atiende a la situación de la persona con respecto al matrimonio por lo que puede ser considerada como soltera,
casada, divorciada o viuda.

Derivada de la filiación o de la relación con los demás miembros del grupo familiar.

Atendiendo a estas circunstancias las personas pueden ser consideradas pariente (ascendientes, descendientes,
colaterales, por consanguinidad o afines) y extraños.

3.- Estado personal: para esta clasificación se toman en consideración las circunstancias que modifican o limitan
la capacidad de obrar como la edad y la enfermedad, por lo que la persona puede ser mayor o menor de edad,
plenamente capaz, de capacidad restringida o incapacitado.

Caracteres del estado civil:

1.- Es propio de la persona: cada persona tiene su particular estado civil, pues este depende de condiciones o
cualidades intrínsecas de ella.
2.- Intransmisible: esta característica alcanza tanto los actos inter vivos como los mortis causa, pues la persona no
puede disponer sobre él por contrato ni por testamento y tampoco resulta heredable.
3.- Imprescriptible: las acciones encaminadas a su defensa, protección o ejercicio no prescriben por el transcurso
del tiempo.
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4.- Orden público: la importancia del estado civil para la sociedad por decidir el lugar que en ella ocupa la
persona, determina que en él la autonomía de la voluntad sufra restricciones y que su defensa incluso se
encargue al ministerio público. El art. 47 de la vigente Ley de trámites civiles precisa que el Fiscal es parte en
todos los procesos civiles en que se ventilen cuestiones relativas al estado civil de las personas.

5.- Eficacia “erga ommes” o absoluta: surte efectos frente a todos, pues incluso los terceros están obligados a
acatar cualquier disposición judicial al respecto. En el art. 352, segundo párrafo, de la Ley procesal civil cubana
queda de forma precisa recogido este particular pues se plantea que “en las cuestiones relativas al estado civil de
las personas...la presunción de cosa juzgada es eficaz contra terceros, aunque no hubiesen litigado”.

6.- Carácter imperativo de las normas que lo regulan: la autonomía de la voluntad encuentra obstáculos, pues la
persona no puede adquirir o renunciar a un estado civil por su propio deseo o voluntad, solo el legislador establece
las causas por las que se adquiere o pierde un estado civil o aquellas que lo pueden modificar y los efectos que
produce su posesión.

Factores identificativos de la persona.

Estos factores son los elementos que se precisan para identificar a la persona con el propósito manifiesto de
distinguirla del resto de los individuos de la sociedad. Los mismos, por esta razón, tienen gran importancia en el
orden civil, procesal, administrativo, etc.

Muchos de ellos han sido estudiados en epígrafes anteriores de este capítulo, pero conviene ahora al menos
nombrarlos:

Nacimiento: es un hecho natural o biológico del cual se derivan consecuencias jurídicas, la primera de ellas el
surgimiento de la persona y de la personalidad como un atributo esencial de esta. Su prueba la encontramos en su
inscripción en la sección de nacimientos del Registro del Estado Civil.

Nombre: sus características las estudiaremos al abordar el derecho al nombre como derecho inherente a la
personalidad.

Sexo: También lo abordamos al tratar las causas limitativas de la capacidad de obrar y aunque apuntamos que ya
no constituye tal sí conviene precisar que existe distinción biológica o de hecho y que por ello el Derecho reconoce
dos sexos: femenino y masculino.

Edad: igualmente la abordamos como causa limitativa de la capacidad de ejercicio por ello solo diremos que las
personas pueden distinguirse por razón de la edad en mayores de edad y menores de edad.

Naturaleza: este elemento hace alusión al lugar donde ocurrió el nacimiento y por supuesto se hace constar en la
inscripción de este hecho jurídico en el Registro del Estado Civil.

Ciudadanía: la condición de ciudadano la determina la relación o vínculo de carácter político que tenga el individuo
con un Estado determinado, que le permite participar en las funciones de éste. En dependencia de ello a la
persona se le otorga el estado civil político de ciudadano o extranjero.

Filiación: viene determinada por la descendencia desde el punto de vista biológico. Al menos en principio, es el
lazo de parentesco que se establece entre padres e hijos. Esta situación también se refrenda en los asientos del
Registro del Estado Civil donde rezan no solo los nombres de los padres sino además los de los abuelos.

Raza: aunque es principio constitucionalmente reconocido la no discriminación por motivo de la raza, es evidente
que resulta un factor diferenciador, por ello incluso en los documentos de identificación personal se hace mención
al color de la piel, aunque esto en nada determine el ejercicio o disfrute de determinados derechos como privilegio.

Estado civil: este también fue abordado en apartado anterior por lo que nos remitimos a lo expuesto para significar
su importancia como elemento identificativo en todas sus variantes (político, familiar e individual).

Ocupación: la misma se refiere a la profesión u oficio de la persona, es decir, se relaciona con el género de trabajo
habitual de ésta.
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Domicilio: al respecto ya se hicieron en oportunidad anterior los apuntes pertinentes.

Rasgos físicos: estos son elementos de la imagen física del individuo y pueden percibirse personalmente o a
través de fotografías o incluso puede ser objeto de descripción con palabras. Ejemplo: color de los ojos, talla o
estatura, peso, etc.

Los artículos 224.1 y 359.1 de la Ley adjetiva civil son un ejemplo manifiesto o fehaciente de la utilización de estos
elementos como factores identificativos de las partes en los principales procesos civiles de conocimiento. La
importancia de los mismos también resulta perfectamente visible en el ámbito penal, pues la ley rituaria de la
materia exige la identificación del acusado y de los testigos partiendo de estos particulares (artículos 160 y 179).

La muerte, sus efectos, premoriencia y conmoriencia.

El artículo 24 del vigente Código Civil precisa sin lugar a dudas que la personalidad se extingue con la muerte y
ello por supuesto explica o determina el artículo 26. 1 del propio cuerpo legal sustantivo, que hace saber que la
determinación de la muerte de la persona individual y su certificación se realiza por el personal facultativo
autorizado, conforme a las regulaciones establecidas por el organismo competente.

Esto pudiera constituir junto a los efectos del fallecimiento la única preocupación para el Derecho, sin embargo
siempre ha importado precisar que se entiende por muerte y en específico la muerte natural, a la que nos
referimos a continuación, pues sobre la muerte presunta ya nos hemos pronunciado y la muerte civil ha
desaparecido como institución del mundo jurídico.

Muchos criterios se han seguido para la confirmación de la muerte, en algunos casos se ha atendido a la
putrefacción, otras veces al cese de la respiración, en ocasiones a la paralización cardio-respiratoria y ahora en la
actualidad a la cesación de funciones del encéfalo.

Tradicionalmente se ha identificado la muerte como la cesación de la vida orgánica en el hombre y el momento de


la muerte como aquel en que deja de latir el corazón. Actualmente la muerte se diagnostica también cuando se
produce una ausencia de respuesta a los estímulos por los centros encefálicos.

Debe tenerse presente que la muerte no es un instante, sino un proceso evolutivo en el que los principales actos
vitales se van extinguiendo. Determinar el momento exacto de su ocurrencia no resulta fácil, sobre todo en la
actualidad por las características de la muerte encefálica.

En ocasiones que resulta imposible determinar el momento exacto de la muerte se suele optar por situarlo entre el
último en que se sabe que la persona aún vivía y el primero en que se conoce que estaba ya muerta. Conviene
apuntar que cuando se sigue el sistema tradicional del paro cardio-respiratorio, el momento de la ocurrencia y del
diagnóstico coinciden.

Sin embargo, en el caso de la muerte encefálica caracterizada por el cese definitivo e irreversible de las funciones
encefálicas, se torna en extremo difícil hacer coincidir ese momento real con el diagnóstico, pues se necesita un
período previo de comprobación u observación regido por determinados criterios técnicos o científicos y por tanto
la corroboración de que se llegó a ese estado se produce siempre con posterioridad al momento mismo del
fallecimiento. Estos problemas obedecen a insuficiencias del desarrollo técnico, pero no obstante es de esperar su
solución en el futuro, cuestión que resulta trascendente para el Derecho, no solo por la posibilidad actual y real de
trasplantes de órganos, sino también en lo fundamental por las implicaciones sucesorias de la determinación del
momento de la muerte.

Efectos de la muerte:

Extinción de la persona natural y con ello de la personalidad, con la misma se deja de ser persona y sujeto de
derechos, se pasa a la condición de cadáver, susceptible de una semi posesión, pues aunque no puede entrar en
el comercio de los hombres, si puede ser objeto de apropiación cuando se destina a fines científicos o sanitarios.
Se extinguen los derechos personalísimos y en general los emanados de las relaciones de familia, como la patria
potestad, la tutela, el matrimonio, la pensión alimenticia, etc.
Se abre la sucesión mortis causa, por lo que los derechos y obligaciones trasmisibles de la persona se traspasan
a sus herederos. Lo que hasta ahora constituyó patrimonio se convierte en herencia.
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Se extinguen las relaciones contractuales en que la persona resultaba insustituibles, así ocurre con los
contratos de sociedad, mandato, etc.
Se extinguen igualmente aquellas relaciones basadas en idéntico criterio al anterior, como el albaceazgo.
Se extinguen las relaciones políticas.
Se extinguen los derechos inherentes a la personalidad.

En otro orden de cosas, pudiéramos significar que la prueba de la muerte la constituye el asiento correspondiente
en el Registro del Estado Civil (Sección de defunciones) y las certificaciones expedidas con arreglo a los mismos.
Se habla de dos momentos en la prueba del fallecimiento, el primero de comprobación, que resulta
responsabilidad del personal facultativo (médico forense), y otro de inscripción, asumido por el Registro del Estado
Civil. En ambos casos deben quedar bien definidos el hecho de la defunción, el momento en que la misma ocurre
y la identidad del fallecido.

No obstante, la vigente Ley del Registro del Estado Civil permite la inscripción de la muerte partiendo de otros
supuestos que no sean el de la expedición o emisión de dictamen médico y de personas desconocidas por
permanecer ignorada su identidad.

Aunque ocurrido el fallecimiento y convertida la persona en cadáver, si bien este no puede gozar de las mismas
condiciones de aquella, no es menos cierto que mantiene aún ciertas prerrogativas.

La persona puede decidir el destino de su cadáver, es decir, si debe ser inhumado, incinerado o si debe quedar a
disposición de instituciones científicas o académicas para fines de tal tipo, pero siempre hay que respetar las
normas de orden público o las costumbres.

Si el fallecido no hubiese realizado disposiciones al respecto, se ofrece a los familiares la posibilidad de decidir
sobre el destino a dar al cadáver.

En el orden legal existen, no obstante, disposiciones que en parte sustituyen la voluntad de estas personas o
restringen la misma, así el artículo 76 de la vigente Ley del Registro del Estado Civil precisa que inscripta la
defunción se expedirá licencia para la inhumación o cremación del cadáver, la que se efectuará de la siguiente
forma:

En cualquier momento dentro de las 24 horas posteriores al fallecimiento si se hubiera practicado la necropcia.

Después de las seis horas y antes de las 24 de ocurrido el fallecimiento, si no se hubiera practicado la necropcia.

Se hará en todos los casos dentro de las 24 horas posteriores a la defunción, excepto que se disponga otra cosa
por resolución judicial o que medie autorización sanitaria.

Un aspecto muy importante a analizar en la actualidad es el transplante de órganos y piezas anatómicas de


fallecidos, que ocurre siempre previa comprobación de la muerte y con fines terapéuticos o científicos. Aunque en
Cuba no existe una legislación desarrollada al respecto si es preciso señalar que tiene que mediar el
consentimiento de la persona para que pueda verificarse el trasplante y bajo ningún concepto se admite la
obtención de remuneración por el mismo.

Con el fin de proteger la salud y garantizar la seguridad colectiva, en Cuba se ha previsto sancionar penalmente a
la persona que sin cumplir las formalidades legales realice o haga realizar una exhumación o el traslado de un
cadáver o de restos humanos, para lo que se ha creado el delito de exhumaciones ilegales.

Hablábamos anteriormente de la necesidad de fijar el momento de la muerte por la importancia que ello tiene para
el Derecho de Sucesiones. Por ello estudiaremos ahora la premoriencia y la comoriencia.

El primer término es utilizado cuando se trata de supervivencia, es decir, cuando se produce la muerte de una
persona antes que la de otra, cuando una sobrevive a la otra y por ello en el plano hereditario adquiere los
derechos que la otra pueda trasmitirle. Existe una prioridad en la muerte o una muerte cronológicamente anterior a
la otra.

El segundo vocablo, comoriencia, es utilizado cuando no existe supervivencia, o sea, cuando una muerte no
ocurre con anterioridad a la otra.
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Estos dos términos han dado lugar a dos sistemas para determinar cuando ocurre la muerte de dos personas
llamadas a sucederse, si sus fallecimientos han ocurrido próximos en el tiempo, sin poder precisar momento
exacto.

Estos sistemas se aplican tanto a las personas que han muerto a consecuencia de un mismo evento o suceso,
como a las fallecidas en lugares distantes pero en igual período sin determinación de momento exacto.

Algunas legislaciones acogen el sistema de la premoriencia, el que tomando en consideración el sexo y la edad
establece reglas para presumir qué persona ha fallecido primero y que entonces pueda verificarse la trasmisión
hereditaria entre ellas.

Otras siguen el sistema de la comoriencia, por el cual se presumen muertas al mismo tiempo a las personas
involucradas, es decir, que ante la imposibilidad de terminar la supervivencia se prefiere acogerse a la presunción
iuris tantum de que ambas o todas han fallecido en igual momento, eliminando entre ellas la posibilidad de
sucesión hereditaria.

Nuestra Ley sustantiva civil en su artículo 27 y también el derogado Código Civil español acogieron este segundo
sistema, el que evidentemente resulta más justo. En la primera se precisa que si se desconoce entre dos o más
personas llamadas a sucederse cual de ellas ha muerto primero, se presumen muertas al mismo tiempo.

TEMA 4. LA RELACIÓN JURÍDICA CIVIL. SU SUJETO. LA PERSONA JURÍDICA NO INDIVIDUAL.

La persona jurídica no individual. Razón de origen. Naturaleza jurídica: principales teorías. Caracteres o
condiciones de existencia. Concepto. Clasificación de las personas jurídicas no individuales. Regulación jurídica.
Sistema de constitución de la persona jurídica en el socialismo. Capacidad de las personas Jurídicas: relaciones
personales, capacidad patrimonial y responsabilidad. Extinción de la persona jurídica.

1. La persona jurídica. Razón de ser y naturaleza jurídica.

Se concuerda en determinar que la razón de ser o de constitución de las personas jurídica es la existencia de fines
que claramente exceden de las posibilidades de las personas individuales y que por ello fue necesario la creación
de un ente que por medio de la agrupación de voluntades o de patrimonio, logre cumplimentar esos fines elevados
del desarrollo social.

Han existido a lo largo de la historia numerosísimas y contradictorias teorías sobre la naturaleza jurídica de estos
entes. Cada una de las cuales, en función a los ideales de la época en que fueron formuladas, pretenden
desentrañar la esencia de la persona jurídica. Doctrinalmente se han agrupado las mismas en dos grandes
grupos: las de la ficción y las realistas, existiendo varias posiciones intermedias.

Las teorías de la ficción conciben que la capacidad jurídica puede ser extendida a sujetos artificiales creados por
simple ficción. Tal sujeto es llamado persona jurídica, capaz de tener patrimonio. Estas teorías crean una técnica
jurídica que se basa en la explicación de cómo concederle atributos propios del ser humano a estos entes y así
expresan: ”El Estado sabe que tales supuestos no son portadores de una auténtica voluntad, pero sin embargo,
finge que la tienen, reconociéndole capacidad en el ámbito de sus fines. Es una fictio iuris, que quiere indicar que
aquella situación, sin ser de una determinada manera en la realidad, merece esa consideración determinada para
el ordenamiento jurídico”
.

Para estas teorías la realidad sólo muestra hombres individuales y toda agrupación de individuos, entre los que
median relaciones, no constituyen una unidad corporal y espiritual. Solo por razones de conveniencia el Derecho
le otorga capacidad jurídica para protegerlos, pero no tienen existencia real. Tienen como premisa que solo el
hombre es sujeto de derecho y que la persona jurídica es un ser fingido.

Las teorías realistas, por su parte, rechazan toda ficción y sientan como base que “ el concepto de persona no
coincide con el hombre, sino con el sujeto de derecho, por lo que no se excluye que haya sujetos de derecho que
no sean hombres, se ensancha el concepto de sujeto, sacándole de la esfera del derecho privado patrimonial,
llevándolo al derecho público. Todas las personas jurídicas son realidades”.

Estas teorías si consideran que las corporaciones y fundaciones existen en la realidad social y tienen las
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condiciones necesarias para actuar como un verdadero sujeto de derecho en función de su naturaleza y
constitución.

Las teorías socialistas no entran a discutir si las personas jurídicas son una ficción o una realidad. Partiendo a
nuestro juicio de lo segundo, es decir, que existen en la realidad, centran su atención en el análisis del Estado
como principal sujeto colectivo, aunque no desconocen los demás existentes. Según Venedektor detrás de cada
persona jurídica estatal esta el Estado representando a su pueblo y el colectivo de trabajadores y funcionarios, con
su director que las representará. Mas que desentrañar la naturaleza de las personas jurídicas, tienden a analizar al
sujeto que las representa, tendiendo a la socialización de dicha representación, por tener como base económica la
propiedad estatal. De ahí que clasifican a las personas jurídicas en estatales, sociales o estatales - sociales.

Las personas jurídicas son la agrupación de personas individuales o patrimonio, con una estructura orgánica tal
que les permita cumplir intereses económicos y sociales, así como jurídicos, reconocidos estos por la voluntad
estatal.

Este concepto presenta elementos cardinales que no deben faltar al tratar de definir a la persona jurídica. En
primer término, es necesario señalar que son agrupaciones de personas o patrimonio, aquí se incluyen los dos
tipos fundamentales de personas jurídicas, es decir, aquellas que tienen como base un substrato personal,
materializado en la colectividad o unión de personas naturales (universitas personanum) , y el término patrimonio,
que incluye a las personas jurídicas que tienen como base un patrimonio destinado a un fin determinado
(universitas bonarum), por lo que puede estar constituida una persona jurídica por una sola persona natural, que
es el caso de la fundación. En el caso de las personas jurídicas fundacionales es el patrimonio el que se destina a
la consecución de un fin, claro que una masa de bienes no puede actuar en el mundo jurídico, por tanto necesita
de una o varias personas naturales para cumplimentar su objeto, pero ello no quiere decir que la base de su
constitución sea la persona natural, ni siquiera que la personalidad recaiga sobre el sujeto natural, sino sobre la
organización patrimonial.

Otro elemento importante es la determinación del fin para el cual se crea la persona jurídica, ya que el mismo
debe ser lícito, determinado, posible y reconocido por el Estado, de lo contrario sería imposible su actuar en el
mundo jurídico. El fin es la razón de existencia, permite individualizar a la persona jurídica. Los fines pueden ser
generales, singulares, mixtos y de gran variedad.

El Código Civil cubano en su artículo 39,1 establece que “ las personas jurídicas son entidades que, poseyendo
patrimonio propio, tienen capacidad para ser sujeto de derechos y obligaciones”. Si bien el precepto trata de
salvar la falta de definición del artículo 35 del Código Civil español, uno de sus antecesores directos, más que
brindar una definición del instituto, establece algunas de las llamadas en la doctrina condiciones necesarias para
la existencia de una persona jurídica.

CLASIFICACIONES DE LA PERSONA JURIDICA

Por su estructura pueden clasificarse en corporativas o asociacionales y en institucionales o fundacionales. Las


primeras tienen como elemento básico una colectividad de individuos, es decir, el sustrato es la unión de
personas para conseguir un fin común. Las corporativas son las creadas por ley o por voluntad del Estado, bajo
esta rúbrica pudieran considerarse las empresas y uniones de empresas estatales reguladas en el artículo 39.2,
inciso a), de nuestro Código Civil.

Por su parte, las asociacionales tienen también su sustrato en la colectividad de personas, pero se diferencian de
las anteriores en que son creadas por la voluntad de los miembros, para cumplimentar determinado fin. En
dependencia de la norma requerirá o no autorización estatal para su constitución. Entre ellas encontramos a las
cooperativas, las asociaciones culturales, deportivas, científicas, literarias, las sociedades civiles y las empresas
no estatales autorizadas para realizar sus actividades.

Por su estructura también pueden ser fundacionales o institucionales, que tienen como elemento básico la
organización de un patrimonio dirigida a un fin determinado. Es decir, es el conjunto de bienes adscriptos al
cumplimiento de un fin, que ya viene determinada por el fundador. El fundador al realizar el acto de liberalidad (
inter-vivos o mortis-causa) ha determinado para que o a que tiene que dedicarse dicho patrimonio. En Cuba
existe una escasa regulación del instituto en el Código Civil artículo 39.d), no existe ley de fundaciones y las que
han sido constituidas han seguido los procedimientos legales establecidos en la Ley de Asociaciones No.54/85,
con algunas modificaciones.
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Por su función es extendida también la consideración de determinar que las personas jurídicas pueden tener
fines públicos o privados. Son públicas, al decir de Ferrara, o personas de Derecho Público, cuando los entes
están dotados de imperium, en posición eminente y desarrollan una potestad de mandato. El Estado es el principal
sujeto de Derecho Público. En cambio serán personas de Derecho Privado cuando los entes se presentan sobre la
base de la cooperación o del acuerdo, sin investidura de imperium. Ello no significa que las personas privadas no
tengan delegadas potestades públicas o que no puedan tener una utilidad pública o un fin público, por ejemplo
fundaciones o asociaciones cuyos fines, por su naturaleza son la promoción de un bien común, pero generalmente
están destinadas a cumplir utilidades privadas, es decir, son aquellas que agotan su vida en la satisfacción de un
interés particular, que por lo general es económico, ejemplo sociedades civiles o mercantiles.

Son estas las principales clasificaciones abordadas en la doctrina en relación con las personas jurídicas, aunque
se incluye otra relativa a la pertenencia o no al Estado y así la clasifican en nacionales o extranjeras.

3. Condiciones necesarias para la existencia de la persona jurídica.

Son cuatro los rasgos que identifican o caracterizan a las personas jurídicas: patrimonio propio o separado,
unidad orgánica, responsabilidad independiente y el actuar jurídicamente en nombre propio.

Por patrimonio propio se entiende el conjunto de derechos, obligaciones y bienes que posee la persona jurídica
para dar cumplimiento al fin propuesto. Al decir de Balmaceda “toda persona jurídica por el hecho de serlo tiene
un patrimonio independiente al resto de los demás”. El patrimonio de la persona jurídica se forma por la
aportación realizada por cada una de las personas que la conforman, para la consecución del fin, siendo este
patrimonio independiente y separado del patrimonio individual de cada una de las personas que la integran. En las
personas jurídicas fundacionales el patrimonio está integrado por el conjunto de bienes, derechos o acciones
destinados por el fundador para la consecución del fin, que se podrá incrementar en dependencia de futuras
donaciones, aportaciones o por otros medios.

El Código Civil Cubano se establece en su artículo 39.1 que éstas "….son entidades que, poseyendo patrimonio
propio, tienen capacidad….", lo que conduce a la idea de que extinguido el patrimonio se extingue la persona
jurídica, sin admitir que pueda constituirse esta sin patrimonio inicial y menos prevé la posibilidad de existencia de
una persona jurídica sin patrimonio.

La unidad orgánica se refiere a la estructura que toma la persona jurídica para cumplimentar los fines
propuestos, la que se plasmará en sus estatutos y reglamentos o en la ley.

La responsabilidad independiente implica que la persona jurídica al actuar en el mundo jurídico, adquiere
derechos pero al mismo tiempo adquiere obligaciones, estas últimas las cumple con su patrimonio propio sin
involucrar en el mismo el patrimonio de cada uno de sus miembros, con excepción de algunas personas jurídicas
mercantiles.

Al ostentar personalidad jurídica independiente a la de las personas que la integran, la persona jurídica actúa
jurídicamente a nombre propio, cumplimentando los intereses y fines perseguidos al constituirse. Pero, ¿cómo
actúan en el mundo jurídico?, ¿cómo ejercitan su capacidad de obrar?, ¿qué tipo de representación ostentan?.

La teoría más extendida en relación con la explicación de cómo actúan las personas jurídicas colectivas, es la
teoría de los órganos. Órganos que, como afirma Ferrara
no tienen personalidad propia, sino que son medios para exteriorizar una personalidad superior, en la que están
insertos. Esta teoría proviene de la teoría orgánica que se ha desarrollado hasta lo que actualmente se entiende
por órganos de una persona jurídica colectiva.

Para actuar y ejercitar su capacidad la persona jurídica necesita de un ente que ejecute su voluntad. Este ente
puede estar conformado por una sola persona natural o varias, aspecto que deviene necesario o legal, por ser
imposible de otro modo exteriorizar su voluntad y realizar su fin. Puede además nombrar representante para la
realización de determinados actos, la determinación de este representante es realizada de manera voluntaria por
los integrantes de la persona jurídica, considerándose su voluntad la voluntad del ente.

Se discute la relación que puede existir entre el representante y la persona jurídica, pues si este es un ente
extraño a la misma, no existen dudas de que estamos en presencia de una verdadera representación, pero si el
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órgano está conformado por personas naturales que integran la persona jurídica colectiva, se enturbia la
relación. No existen aquí dos voluntades diferentes. Sin embargo, al decir de Castan no hay inconveniente en
llamarla representación. Así entendido se torna diferente el fenómeno representativo, observándose una postura
mixta entre la representación legal y la voluntaria, comúnmente conocidas.

El Código Civil cubano sin dudas se afilia a la teoría de los órganos de representación, al establecer en su artículo
42.1 que "las personas jurídicas realizan sus actividades por medio de sus órganos de dirección legalmente
designados". El procedimiento de elección o designación lo determinan los estatutos o reglamentos, o las
disposiciones legales correspondientes, según se establece en el propio texto legal (artículo 42.2). Se admite, por
tanto, que dichos órganos pueden estar conformados por personas naturales integrantes de la persona jurídica o
por personas extrañas a ella, para estas podrían ser de aplicación además las normas referidas a la
representación (artículos 56 al 66).

Sistema de constitución de la persona jurídica en el socialismo

Para considerar que ha nacido la persona jurídica, al decir de Ferrara es necesario que concurran dos factores: la
existencia de un substrato y la concesión de personalidad. El primer momento es de formación del ente y el
segundo el reconocimiento estatal o legal del ente.

El primer momento está vinculado a la voluntad de los interesados, al hecho de la agrupación de personas para la
consecución de un fin o la adscripción de un patrimonio a la realización de determinado fin y el segundo momento
al hecho legal de reconocimiento que tiene como última fase la inscripción registral de la persona jurídica en el
Registro Oficial correspondiente, según el tipo de que se trate, considerándose que dicha inscripción tiene efectos
constitutivos, pues no nace el ente jurídico y por ello no adquiere personalidad jurídica hasta que no se inscriba en
el registro.

Tirso Clemente señala los sistemas de constitución de las personas jurídicas según el derecho socialista, a saber,
el sistema administrativo, el de autorización, y el normativo sin permiso previo.

El sistema administrativo es aquel según el cual la persona jurídica colectiva nace por una decisión estatal que
determina la constitución del ente. Aquí en un único acto y de forma simultánea se constituye y se erige la persona
jurídica. Como ejemplo más típico encontramos a las empresas estatales y demás instituciones.

El sistema de autorización es aquel según el cual la persona jurídica para nacer requiere la autorización de un
órgano determinado del Estado. La ley establece qué personas jurídicas necesitan de este requisito para su
constitución. Esta autorización administrativa se hace depender de una investigación de legalidad y conveniencia.
El Estado apreciará la licitud del fin y la oportunidad de que surja y funcione de forma autónoma en la vida social.
Este es un juicio discrecional. Así se crean en virtud de la Ley de Asociaciones Ley No.54/84 las asociaciones
científicas, culturales, entre otras, en Cuba.

El sistema normativo sin permiso previo o sistema de concesión en forma general, es el sistema mediante el
cual el Estado declara que reconoce como persona jurídica a aquellos entes que se constituyan conforme al
contenido indicado y a las condiciones impuestas por la ley. El Estado comprueba si dichas condiciones han sido
cumplidas por el ente que se le presenta y en caso afirmativo, la constatación oficial de las observancias prescritas
y el consiguiente orden de registración y publicidad, son los que le confieren personalidad jurídica al ente, la ley no
es la fuente de dicha constitución. En Cuba nacen en virtud de este sistema las cooperativas tanto de créditos y
servicios como las de producción agropecuaria, según la Ley 36 de 22 de julio de 1982.

Resulta necesario detenernos en el análisis de dos personas jurídicas reconocidas en nuestro ordenamiento civil,
por las características generales de su constitución, que no se avienen estrictamente a ninguno de los sistemas
antes explicados, a saber, el Estado y las organizaciones políticas, sociales y de masas.

Capacidad de las personas Jurídicas: relaciones personales, capacidad patrimonial y responsabilidad.


Extinción de la persona jurídica.

El estudio de la capacidad de las personas jurídicas se ha centrado en la determinación de cuáles son los
derechos que pueden ostentar, cuándo nacen los mismos y el alcance que puede tener el fin en el ejercicio de la
capacidad jurídica de estas.

Así se han planteado tres teorías en torno a la extensión de la capacidad de la persona jurídica colectiva. La
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primera, denominada de ficción, considera que solo poseen los derechos expresamente otorgados por la
ley. La segunda, llamada realista, sostiene que las personas jurídicas gozan de una capacidad general, salvo las
limitaciones impuestas por el derecho objetivo o que se derivan de la naturaleza de las respectivas relaciones. La
tercera, estima que la persona jurídica solo puede realizar los actos que comprenden los fines de la institución.

Del análisis de los artículos 39.1 y 41 del Código Civil Cubano se considera que las personas jurídicas tienen
capacidad general, al expresar el artículo 39.1 que éstas ”….tienen capacidad para ser sujetos de derechos y
obligaciones…”, la que puede quedar limitada en virtud del artículo 41, al establecer éste que ”las personas
jurídicas, para ejercer sus actividades, tienen la capacidad que determine la ley, sus estatutos o reglamentos.”
Debe tenerse en cuenta además la propia naturaleza del ente creado, que determina lógica y jurídicamente en
cuales relaciones puede estar inmersa su vida jurídica.

Ha quedado perfectamente definido por la doctrina italiana y española que en las principales relaciones en que
desarrolla su capacidad de obrar la persona jurídica es en las relaciones de tipo patrimonial. Sin embargo, no
puede afirmarse que en todas las relaciones de tipo patrimonial extiende su actuar, pues al decir de Ruggiero
cuando se funda en un derecho a dar alimentos o en determinado derecho sucesorio, no le asiste derecho.

Se entiende que la persona jurídica colectiva puede ser propietaria de bienes, según lo preceptuado por los
artículos 136, 143, 148 y160 del Código Civil cubano, tanto de bienes muebles como inmuebles, ostentando por
ende las facultades inherentes al dominio ( uso, disfrute y disposición) conforme a su destino socio económico.
Además pueden tener y de hecho ostentan otros derechos reales, a saber, usufructo, superficie, tanteo y retracto.
Las personas jurídicas pueden ser sujetos de relaciones obligatorias, ya sea activa o pasivamente al actuar con su
patrimonio propio. También pueden heredar por vía testada, aunque no les es permitido otorgar testamento
producto de su propia naturaleza , por ser el mismo un acto personalísimo .

Por supuesto, no le son atribuidos a las personas jurídicas derechos de naturaleza familiar, como contraer
matrimonio o realizar cualquier acto en virtud de una relación paterno filial, pues la propia conformación del ente y
su naturaleza jurídica lo imposibilita.

Se discute acuciosamente en la doctrina si le asisten a la persona jurídica derechos de naturaleza personal, ya


que los mismos presentan atributos o cualidades que sirven para individualizarlos. Resulta conservadora la
doctrina para unánimemente reconocerle derechos inherentes a la personalidad a las personas jurídicas, sin
embargo, toda persona jurídica colectiva tiene un nombre protegido oficialmente, que sirve para reconocerla
y que puede proteger frente a cualquier violación o usurpación. Se admite la protección de la imagen y de la
intimidad de la personalidad jurídica que ostentan estos entes..

La capacidad de derecho y de adquisición de los mismos trae aparejada la capacidad de deudas y la


responsabilidad por las mismas, respondiendo con los bienes, derechos y acciones que integran su patrimonio, sin
involucrar generalmente el patrimonio de cada una de las personas naturales que la integran. La legislación
cubana consagra tanto la responsabilidad civil como la responsabilidad penal de los entes colectivos.

Extinción de las personas jurídicas.

En el Código Civil Cubano no existen causales, ni generales ni específicas, de extinción de las personas jurídicas.
El artículo 40.1, señala que la constitución, régimen y disolución de la persona jurídica se establecen y regulan en
la ley, sus estatutos o reglamentos. Existe por tanto una remisión a la ley especial y una obligación de ésta de
regularla, por no existir en el derecho común precepto general aplicable.

Se han entendido como causales generales de extinción de las personas jurídicas por la doctrina las siguientes:
la disposición de la autoridad competente; el acuerdo de sus órganos, representantes o miembros en
pleno; la reducción de los miembros exigidos para su constitución, cuando la misma tenga como base la
agrupación de personas; el vencimiento del término cuando la persona jurídica se constituyó con carácter
temporal y por último, el logro o cambio o imposibilidad de realizar el fin la liquidación del patrimonio y, la
reorganización (fusión o división) o la disolución, por ser la persona jurídica penalmente responsable.

TEMA 5. LA RELACIÓN JURÍDICA CIVIL. SU OBJETO.

El objeto de la relación jurídica civil. Diferencia con el objeto del Derecho -,Civil. Composición y regulación
jurídica. Los bienes: concepto y requisitos. Diferencias con la cosa. Clasificaciones más importantes. El
patrimonio: concepto, composición. Teorías sobre la naturaleza jurídica. Teoría socialista del patrimonio.
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El objeto de la relación jurídica civil. Diferencia con el objeto del Derecho -,Civil.

El objeto del Derecho Civil lo constituye el conjunto de relaciones sociales homogéneas que son reguladas por
esta rama del Derecho, que pueden ser relaciones patrimoniales, relaciones no patrimoniales propiamente pero
vinculadas a aquellas y relaciones personales puras.

Por su parte, objeto de la relación jurídica civil será la materia social que queda afectada por dicha relación, no
sólo las cosas o bienes materiales si se trata de perfilar éste más allá del paradigmático marco del derecho o
relación real, sino también las conductas o comportamientos que conforman las prestaciones o servicios sobre las
que se proyecta el interés del titular de un derecho, los productos del espíritu humano, que son el objeto de los
llamados derechos sobre bienes inmateriales y, en definitiva, cualquier interés protegido jurídicamente a que se
refiera la misma.

Como puede advertirse, objeto del Derecho Civil y objeto de la relación jurídica civil son categorías de un mismo
orden, pero no son idénticas. El comportamiento volitivo de las personas en general, como participantes de una
relación de un determinado tipo, es objeto de la acción que ejercen las normas jurídicas, que por su carácter
general y abstracto no toman en cuenta un contingente determinado individualmente de participantes en esas
relaciones. La relación jurídica concreta, en cambio, si reglamenta el comportamiento real de sujetos
específicos, de aquellas personas determinadas que intervienen en la misma, ya sea respecto a bienes materiales
o inmateriales, o respecto a un interés concreto de un derecho de crédito. Es decir, el objeto del Derecho Civil
tiene un carácter más general, es el tipo de relación social que por sus características puede estar respaldada por
determinadas normas jurídicas civiles, mientras que el objeto de la relación jurídica civil es concreto, se refiere
específicamente al comportamiento que se exige o se permite a sujetos particulares de una relación jurídica dada.

regulación jurídica

En el Código Civil español vigente entre nosotros hasta 1987, se trataba el objeto de la relación jurídica de forma
dispersa, haciendo alusión al mismo en diferentes Libros. Así, la materia referida a los bienes y su clasificación se
incluía en el Libro dedicado a la propiedad y sus modificaciones, en el correspondiente a las obligaciones y los
contratos se dedicaba una sección al objeto de estos últimos, en la cual además se aludía a la herencia futura
como eventual objeto de contrato, lo que llevó a algunos autores a considerar que ello evidenciaba el hecho de
que las relaciones jurídicas recaían en ese caso sobre un patrimonio hereditario.

El legislador cubano incorporó a la Parte General del Código de 1987 las normas fundamentales relativas al objeto
de toda relación jurídica civil de carácter patrimonial, y se decide por considerar como objeto inmediato de las
mismas a la materia sobre la cual recaen, aunque debe recordarse que objeto mediato de estas será el fin u
objetivo que con ellas se persigue.

El artículo 45.1 del Código Civil establece que será un bien, una prestación o un patrimonio el objeto de la relación
jurídica, preceptuando además que estos deben ser de lícita apropiación o recepción. El apartado 2 del propio
artículo señala que, por su objeto, las relaciones jurídicas pueden ser: sobre bienes materiales, de obligaciones y
de sucesiones.

Aunque resulta adecuado el tratamiento unitario del objeto de las relaciones jurídicas civiles de carácter
patrimonial en la Parte General del Código, ganando con ello en abstracción y generalidad dicho cuerpo legal,
pues es lo cierto que allí donde se identifique una relación jurídica pueden siempre recopilarse datos sobre su
objeto, pues no se conciben aquellas sin estos, se ha incurrido en imprecisiones técnicas en dicha regulación.

La primera cuestión no precisada adecuadamente se localiza en el aspecto referido a las relaciones jurídicas que
tienen por objeto los bienes, pues se establece que estas son relaciones sobre bienes materiales, descartando así
la posibilidad real de que se reconozcan como relaciones jurídicas civiles aquellas que tienen por objeto energías
u otros bienes no corporales, pues aunque no coinciden exactamente los términos bienes materiales y bienes
corporales, este parece ser el sentido de nuestro Código, ni tampoco se incluyen aquí como relaciones jurídicas
civiles las que tienen por objeto bienes inmateriales, que teniendo en cuenta la naturaleza civil del derecho de
autor, debieran estar contempladas en esta parte general del Código aunque luego se desarrollen legislativamente
en norma especial.
20
Los bienes: concepto y requisitos.

La palabra “bien” proviene del término latino beare, que significa causar felicidad, hacer lo bueno. No siempre se
ha identificado con la cosa, término que designó en Roma el vocablo latino res, de gran amplitud y flexibilidad. En
principio, se entendió por res sólo el objeto material, la realidad física, los objetos corporales que servían o
ayudaban al hombre, ya fueran los esclavos, los animales o las cosas inanimadas. Más tarde incluyó también las
cosas incorporales que también podían servir para satisfacer necesidades del hombre, e incluso, en las Institutas
de Gayo aparecen incluidos entre las cosas los derechos. Así, en su origen romano el concepto de bona era más
restringido que el de res, abarcando este último dentro de sí el término bona, que se restringía a las cosas
susceptibles de aprovechamiento según expresó Ulpiano en el Digesto.

Pueden entonces definirse los bienes, entendidos como objeto de relaciones jurídicas patrimoniales,
como las cosas de carácter impersonal que pueden satisfacer necesidades del hombre como sujeto de
derecho, sean estas económicas o no, incluyendo objetos inmateriales, que puedan ser susceptibles de
apropiación o del sometimiento al poder jurídico exclusivo de una persona.

De lo anterior se deducen las características o requisitos que deben poseer los bienes, a saber: carácter
impersonal, apropiabilidad, utilidad, substantividad e individualización. Aunque estas características ya se
han ido explicando anteriormente, conviene reiterar su precisión.

1) Carácter impersonal: Significa que del concepto de cosa o bien patrimonial queda excluida la persona misma,
su cuerpo vivo y todas sus partes, sus atributos y cualidades.

El ser humano carece de aptitud para constituir objeto de un derecho patrimonial o de una relación de igual tipo, ni
en beneficio de un tercero ni en función de sí mismo (ius in se ipsum). Se admiten, no obstante, social y
jurídicamente, las disposiciones sobre el propio cadáver, sobre partes separadas y sustancias regenerables del
organismo vivo, e incluso sobre órganos que no se regeneran y sobre sustancias germinales o reproductivas. De
igual forma, tampoco es cosa la prestación debida por el deudor en interés del acreedor, pues esta será una
conducta de la persona obligada que no puede desligarse de ella misma, que no es exterior al sujeto mismo, con
independencia de que la prestación debida tenga por objeto la entrega de una cosa por tratarse de una obligación
de dar.

2) Apropiabilidad: Significa sometimiento jurídico al titular, susceptibilidad de apropiación en el caso de cosas


corporales o bienes materiales, o posibilidad de uso exclusivo y disposición en el caso de las cosas incorporales o
bienes inmateriales. No se refiere esta característica a la apropiación o uso exclusivo in actu, pues hay cosas,
como la res nullius, que actualmente carecen de propietario pero pueden llegar a tenerlo, siendo, por tanto,
susceptibles de apropiación, de entrar en la esfera jurídica patrimonial de su primer ocupante.

3) Utilidad: En estrecha relación con el requisito anterior, significa que la cosa o bien es apto para proporcionar
alguna utilidad al hombre, de satisfacer necesidades humanas, de reportar algún beneficio, lo que por demás se
infiere de lo que naturalmente expresa el término bien, lo cual hace que no sea indiferente o extraño al
ordenamiento jurídico y que tenga interés para el sujeto de derecho. Afirman Diez Picazo y Gullón que “si nos
apropiamos de las cosas es porque las consideramos susceptibles de utilidad”

4) Substantividad e individualización: Significa que la cosa o bien debe tener una existencia separada o autónoma,
no siendo cosa, por tanto, lo que resulte parte constitutiva de un todo, sino el bien individualizado o delimitado
como tal, toda vez que el ejercicio efectivo del poder jurídico exige la identificación de su objeto. En el caso de
cosas muebles, normalmente los contornos individualizadores se derivan de la naturaleza o el proceso de
fabricación, aunque fenómenos tales como la accesión, la especificación o la confusión pueden excepcionalmente
producir alteraciones a los mismos. En caso de bienes inmuebles es necesaria una actividad humana para su
acotación que surta efectos individualizadores.

Clasificaciones más importantes.

Existen múltiples clasificaciones de las cosas o bienes, atendiendo a distintos criterios de diferenciación, que
resulta casi imposible abarcar en su totalidad en el marco de una obra no monográfica como ésta. No nos
referiremos solamente a las clases de bienes que expresamente regula el Código Civil, pues este sólo se refiere
en su Parte General a la distinción entre bienes muebles e inmuebles y, en el Libro dedicado a la propiedad y
otros derechos sobre bienes, distingue a estos teniendo en cuenta las personas a que los mismos pertenecen.
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También se refiere en su Parte Especial a otras clases de bienes a las que oportunamente haremos alusión.
Ampliaremos a tres los criterios de clasificación, tomando en consideración, fundamentalmente, su trascendencia
jurídica efectiva, es decir, su connotación en el tráfico jurídico y en la vida social en general.

1. Clasificación de los bienes atendiendo a cualidades físicas o jurídicas.

Dentro de este criterio de clasificación se distingue, en primer lugar, por su naturaleza esencial, entre bienes
corporales y bienes incorporales. Los primeros son aquellos que pueden percibirse por los sentidos, que
ocupan un lugar en el espacio y pueden individualizarse y producir aprovechamiento económico. Pueden ser
sólidos, líquidos o gaseosos. Los incorporales no tienen forma concreta en la naturaleza ni existencia limitada en
el espacio, sólo una existencia intelectual o jurídica. El criterio más aceptado es el de identificar estos con los
bienes inmateriales, como las obras del ingenio protegidas por el derecho de autor y la propiedad industrial.

Nuestro Código no establece esta distinción, se refiere sólo a los bienes materiales, como ya se apuntó,
habiéndose excluido el régimen del derecho de autor, así como el referido a inventores y racionalizadores, que se
rigen por normas especiales y con respecto a los cuales el Código Civil sólo tiene aplicación supletoria, según se
establece en la Disposición Final Primera de dicho cuerpo legal.

Atendiendo a su determinación, se dividen en bienes genéricos y bienes específicos. En el Derecho romano


se llamaba a lo individual species, contraponiéndolo al genus, considerado como conjunto de cosas de igual
naturaleza. En el Derecho actual, siguiendo al romano, son cosas individualmente determinadas o específicas las
que se distinguen de las demás de su especie o género por sus características particulares o atributos propios y,
en contraposición, son cosas genéricas aquellas en que sólo se toman en consideración las cualidades comunes a
todos los demás de su propio género.

Por sus posibilidades de sustitución, se clasifican en bienes fungibles y bienes no fungibles. En el Derecho
romano no existió la nomenclatura anterior, pero si el criterio de clasificación, que más tarde recibe esta
denominación. Por bienes fungibles se entienden aquellos que admiten sustitución y, por el contrario, serán no
fungibles aquellos que no pueden sustituirse por otros, tomando en cuenta sus condiciones particulares y
exclusivas.

Esta clasificación se aproxima a la anterior, pero no coinciden exactamente, pues en la distinción entre cosas
genéricas y específicas se toman en consideración las cualidades objetivas de los bienes, mientras que para
apreciar la fungibilidad se tiene en cuenta la intención o voluntad de las partes. Así, el libro en manos del
encargado de comercializarlo es un bien fungible, pues puede ser sustituido por cualquier otro igual, pero en
manos de una persona determinada que realiza en él anotaciones o recoge el autógrafo del autor, deja de ser
igual a los otros de la misma edición y se individualiza dentro del género pasando a ser no fungible. Es en los
contratos que tienen por objeto la transferencia del goce de las cosas donde esta división tiene mayor
trascendencia, pues si la entrega recae sobre cosas fungibles lo que se traslada es el dominio, como ocurre, por
ejemplo en el préstamo regulado por el artículo 379 de nuestro Código Civil.

Por sus posibilidades de uso repetido, las cosas o bienes pueden ser consumibles y no consumibles. Los
términos de esta clasificación no han variado desde el Derecho romano hasta nuestros días, siendo las primeras
aquellas que se destruyen al primer uso que de ellas se hagan conforme a su naturaleza y las segundas aquellas
que pueden ser usadas repetidamente sin que desaparezcan o sufran alteración o disminución sensible.

Nuestro Código Civil no se refiere expresamente a ésta clasificación.

Según sus posibilidades de fraccionamiento, pueden dividirse los bienes en divisibles e indivisibles. Desde
el punto de vista jurídico, son divisibles las cosas que pueden ser fraccionadas por partes, conservando estas
cualidades, esencia, valor y utilidad proporcional al todo, mientras que son indivisibles las que no pueden
fraccionarse en las anteriores condiciones. No siempre coinciden los criterios físicos con los jurídicos en esta
clasificación, pues casi todas las cosas pueden dividirse físicamente, pero no en todos los casos esa división se
atempera a las exigencias del Derecho, según los requisitos arriba apuntados.

Nuestro Código Civil toma en cuenta la anterior distinción en materia de copropiedad, cumplimiento de las
obligaciones y partición de la herencia.
22
Por su existencia en el tiempo, los bienes pueden ser presentes y futuros. Cosas presentes son
aquellas que tienen existencia real al momento de constituirse la relación jurídica, gozan de existencia en la
realidad física o jurídica in actu, al constituirse como tal la relación jurídica de la que pasa a formar parte. Cosas
futuras son las que no tienen existencia real cuando la relación jurídica se constituye, pero llegarán a existir con
posterioridad y los sujetos de la relación toman en cuenta esa probabilidad o expectativa. Por ejemplo, será cosa
presente la obra construida, y cosa futura la obra proyectada, pero aún no realizada.

Por último, dentro de éste criterio de clasificación debe explicarse la distinción entre bienes muebles y bienes
inmuebles. Esta división posee gran trascendencia jurídica, pues el régimen aplicable a los derechos que recaen
sobre uno y otro tipo de bienes es diferente, al extremo de ser considerada esta clasificación, al decir de Diez
Picazo y Gullón, como una verdadera summa rerum divisio.

Esta, además, es la única clasificación a la que alude expresamente nuestro Código Civil vigente en su Parte
General, aplicándola solamente a los bienes materiales, como era común hasta hace relativamente poco tiempo.
La distinción entre bienes muebles e inmuebles tiene su base en la naturaleza de las cosas, siendo
considerados bienes muebles aquellos que pueden desplazarse de un lugar a otro sin que ello afecte su función
económico social, mientras que son bienes inmuebles aquellos que tienen una posición fija e inmodificable en el
espacio.

También se toman en cuenta para esta clasificación criterios económicos, considerándose tradicionalmente los
bienes inmuebles de mayor valor y envergadura, aunque este criterio no se ha mantenido inalterable

En el precepto aludido, el legislador cubano incursiona en casi todas las modalidades de bienes inmuebles, que
pueden ser, según la doctrina:

Inmuebles por naturaleza, considerándose como tales a las tierras o fincas rústicas y urbanas, así como las
minas, canteras y escoriales mientras su materia permanece unida al yacimiento, y las aguas vivas o estancadas.
El artículo 46. 2 sólo se refiere expresamente a la tierra, pero debe entenderse que lo demás es parte de ella
misma hasta que la acción del hombre no produzca su separación.

Inmuebles por incorporación, que son los edificios, caminos, construcciones de cualquier tipo adheridas al
suelo, los árboles, plantas y frutos pendientes mientras permanezcan unidos a la tierra o formen parte integrante
de un inmueble, y en general todo lo que esté unido de forma permanente a los antes referidos. A ellos también
se refiere el artículo 46. 2.

Inmuebles por destino, que no están adheridos al suelo u otros inmuebles de forma inseparable, pero se unen
de forma permanente a ellos para su explotación o utilización, como las estatuas o pinturas colocados en
determinados edificios, las máquinas, instrumentos o utensilios que de forma permanente se dediquen a la
industria o explotación que se realice en un edificio o heredad, los viveros de animales, colmenas, estanques de
peces, u otros que se mantengan unidos de forma permanente a una determinada finca, etc. También se incluyen
en el artículo 46. 2 de nuestro Código Civil.

Inmuebles por analogía, que son los bienes de naturaleza incorporal o derechos reales que se ejercen sobre los
bienes inmuebles, como las concesiones administrativas o el usufructo, por ejemplo, que se asimilan a los
inmuebles a los efectos de aplicarles igual régimen jurídico que a aquellos. Al referirse el artículo 46 sólo a los
bienes materiales, no se incluyen aquí los inmuebles por analogía
.

2. Clasificación de los bienes atendiendo a las relaciones de conexión que guardan unos con otros.

En esta clasificación se incluyen dos subclasificaciones, a saber, una que atiende a la constitución y contenido
de las cosas, y otra que atiende a la jerarquía con que entran a formar parte de la relación jurídica de que se
trate.

En el primer caso, se distingue entre bienes singulares y bienes universales.

Son cosas singulares las que constituyen una unidad natural o artificial, con existencia real en la naturaleza.
Pueden ser, a su vez, simples o compuestas. Serán simples las que tengan una individualidad unitaria, se
presentan como un todo orgánico, que puede estar constituido por un solo elemento, como una barra de oro, por
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ejemplo, o por varios elementos que no se conciben separados, como los que conforman un animal.

Son compuestas las cosas que resultan de la unión o conjunción de varias cosas simples, en las que las partes
integrantes se pueden distinguir y eventualmente separar, aunque lo común es que esa unión material de lugar a
un complejo distinto a la simple suma de los elementos que lo componen, como un edificio o una nave, que resulte
indivisible desde el punto de vista jurídico. Si los elementos usados para constituir la cosa compuesta son
propiedad de diversas personas, el ordenamiento jurídico provee de normas aplicables para la solución de
posibles conflictos de intereses entre ellas si no se han puesto de acuerdo para la mencionada constitución, que
se estudian en materia de derecho de propiedad bajo el nombre de accesión

Las cosas universales también suponen la unión o pluralidad de cosas para hacerlas objeto de un mismo
tratamiento jurídico, pero aquí la unión es meramente ideal, pues sigue existiendo pluralidad de cosas que
mantienen su individualidad económica o jurídica, aunque den lugar, en conjunto, a una cosa universal, que sólo
será realidad lógica, pues no será una nueva cosa jurídica, sino un modo de considerar esa pluralidad de cosas,
unidas por un vínculo solamente conceptual. Pueden ser universales de hecho, que son agregados de cosas
corporales, como una biblioteca o un rebaño de animales, o universales de derecho, que suponen un agregado de
bienes materiales e inmateriales, derechos o relaciones jurídicas, por obra de la ley, como el patrimonio o la
herencia.

Atendiendo a la jerarquía con que entran en la relación de derecho de que se trate, se distingue entre
bienes principales y bienes accesorios.

Esta distinción implica una relación de subordinación entre las cosas, es decir, la relación entre ellas es tal que
una aparece como de preferente condición a la otra, de manera que la accesoria cumpla una determinada función
respecto a la principal, que es pauta de la regla jurídica de que lo accesorio sigue a lo principal.

La clasificación que distingue entre cosas principales y accesorias es de gran importancia en materia de
obligaciones, sucesiones y propiedad. El Código Civil cubano no establece cuando una cosa es principal o
accesoria, pero debe entenderse que la regla establecida en el artículo 182. 3 sienta una directriz válida para los
supuestos en que deba hacerse tal distinción. Parece que el legislador cubano ha seguido el criterio de considerar
como cosa principal la de mayor valor y, en consecuencia, cosa accesoria será la que posea un valor
inferior

También distingue la doctrina entre partes integrantes y pertenencias de una cosa principal de carácter
compuesto. Son partes integrantes aquellas que se unen a la cosa principal conservando cierta autonomía, pero
considerándose en el tráfico jurídico como inseparable de aquella, como los inmuebles por incorporación, por
ejemplo, o las gavetas de un escritorio. Las pertenencias, en cambio, forman una unidad con la cosa principal por
un acto de destinación, pero conservan su independencia física y económica, como los inmuebles por destino, por
ejemplo.
El artículo 130. 2 de nuestro Código Civil establece que tienen el carácter de parte integrante de un bien los
elementos que no pueden ser separados de él sin destruirlo, deteriorarlo o alterarlo, y también los frutos civiles y
los naturales mientras no sean separados. En el apartado precedente del propio artículo se dispone que el
propietario de un bien lo es también de sus partes integrantes.

3. Clasificación de los bienes atendiendo a la relación de pertenencia o apropiación.

Dentro de este criterio de clasificación, nos referiremos a la distinción que atiende a la susceptibilidad de
apropiación de los bienes, a sus posibilidades de comercialización o tráfico y a la que toma en cuenta el
sujeto que detenta la propiedad.

En cuanto a la primera, se distingue entre bienes apropiables y bienes no apropiables. Son apropiables las
cosas que son susceptibles de dominio por el hombre, las que tienen aptitud para ser objeto de relaciones
jurídicas patrimoniales, pueden ser tanto las que en el presente pertenecen a un sujeto determinado de derecho
como las res nullius, que pueden en un momento dado convertirse en propiedad de cualquier individuo.

Son inapropiables las cosas que no pueden convertirse en propiedad de un individuo en concreto, las que no son
aptas para ser objeto de relaciones jurídicas patrimoniales, dentro de las cuales el ejemplo por excelencia es el de
las llamadas cosas comunes, como el aire, la luz, el calor, que están, por su propia naturaleza, fuera del dominio
jurídico privado.
24
Por sus posibilidades de tráfico o comercialización, cabe diferenciar las cosas o bienes en el comercio y
las extra comercium.

Son bienes en el comercio aquellos que, formando parte de la esfera patrimonial del sujeto, pueden también ser
objeto del tráfico jurídico. Bienes fuera del comercio serán aquellos que, por el contrario, en ningún caso pueden
intervenir en el tráfico patrimonial. Estos últimos deben distinguirse de los bienes de tráfico prohibido, que pueden
estar dentro del patrimonio de alguna persona, pero que la ley impide que se pueda comerciar con ellos. Nuestro
Código Civil no alude a esta clasificación.

Atendiendo al sujeto que detenta la propiedad, el Código Civil cubano distingue la propiedad estatal,
fundamental en nuestro sistema socialista de economía, pero además se reconocen también la propiedad de las
organizaciones políticas, de masas y sociales, que recae sobre los bienes destinados al cumplimiento de sus
respectivos fines; la propiedad cooperativa, que constituye una forma de propiedad colectiva sobre los bienes que
dedican a sus actividades; la propiedad de los agricultores pequeños, que es una forma de propiedad privada
que recae sobre los bienes destinados a la explotación agropecuaria a que estos se dedican, mediante la cual
deben contribuir a aumentar el fondo de consumo social y al desarrollo de la economía nacional; la propiedad
personal, que comprende todos aquellos bienes destinados a satisfacer las necesidades materiales y espirituales
de su titular, como los ingresos y ahorros provenientes del trabajo propio, la vivienda, casa de descanso, solares
yermos y demás bienes adquiridos por cualquier título legal, los medios e instrumentos de trabajo personal o
familiar; la propiedad de las sociedades, asociaciones y fundaciones, así como la propiedad de las empresas
mixtas, conjuntas e internacionales, y de otras personas jurídicas de características especiales. Las
características, contenido y limitaciones de estas formas de propiedad serán objeto de estudio en materia de
derecho de propiedad y otros derechos sobre bienes, y se regulan en la parte especial del Código y en leyes
especiales.

Las prestaciones como objeto de relaciones jurídicas civiles.

La prestación constituye el objeto de las relaciones jurídicas de obligaciones. No siempre ha existido acuerdo
sobre este particular, pues la construcción jurídica de la obligación y de su elemento objetivo en particular ha dado
lugar a múltiples discusiones doctrinales, habiéndose llegado a afirmar incluso que la obligación o derecho de
crédito carece de objeto.

Es frecuente designar como objeto de la relación jurídica obligatoria a la cosa, hecho o abstención a que se refiere
el deber del deudor; sin embargo, la anterior posición no es técnicamente exacta, pues, como ya dijimos, objeto de
la obligación es la prestación, es decir, el comportamiento del sujeto obligado que a su vez se refiere a cosas,
servicios o abstenciones que resultan el objeto de la prestación.

Así, se distingue el objeto inmediato de la obligación, que es la prestación, y el objeto mediato, que sería la cosa,
hecho o abstención, unido al propósito o fin perseguido por las partes de la relación jurídica obligatoria en
cuestión.

El Código Civil cubano se identifica con el anterior criterio en cuanto al objeto de las relaciones jurídicas de
obligaciones, estableciendo en su artículo 46. 3 que aquellas facultan a una persona para exigir de otra una
prestación, añadiendo que ésta puede consistir en dar, hacer o no hacer alguna cosa.

Debe definirse entonces el concepto de prestación como la conducta o comportamiento que constituye lo
debido por el deudor y lo que el acreedor está facultado para reclamar

El patrimonio: concepto, composición. Teorías sobre la naturaleza jurídica. Teoría socialista del
patrimonio.

La etimología de la palabra patrimonio, del latín patrimonium, se deriva de patris, o sea, padres, y manus, poderes
o dones, entendiéndose entonces que significa dones del padre y, por extensión, bienes de un sujeto determinado
heredados del padre o familia

La idea de patrimonio aparece en las obras de la literatura jurídica del siglo XIX, en cierto sector de la doctrina
alemana, a partir de apuntes de los pandectístas como Windscheid y de la monografía sobre el tema de
Birkmeyer, de donde es tomada luego por autores franceses como Aubry y Rau, pero sólo más tarde se incorpora
al lenguaje normativo general, lo que explica el por qué algunos Códigos Civiles, como el español de 1889, no
utilizan este concepto en su redacción refiriéndose al mismo sólo puntualmente en algunos artículos
25

En estrecha vinculación con el concepto de patrimonio está la cuestión de su composición, pues de la idea que se
tenga de esta última dependerá la comprensión de la categoría que nos ocupa.

Puede entonces definirse el patrimonio como la totalidad de derechos y obligaciones de carácter económico y los
bienes a que estos se refieren, pertenecientes a una persona, destinados a satisfacer necesidades o a cumplir
determinados fines.

Naturaleza jurídica del patrimonio.

Varias teorías han tratado de explicar, desde distintas posiciones doctrinales, la naturaleza jurídica del patrimonio.
Todas ellas, para su breve exposición académica, pueden agruparse en dos grandes grupos: las teorías subjetivas
o personalistas y las teorías objetivas o realistas.

Los partidarios de las teorías subjetivas estiman al patrimonio como una unidad o universalidad jurídica derivada
de la unidad de la persona, como una emanación o prolongación de ésta, como un reflejo de la personalidad.
Consideran al patrimonio como noción abstracta, diferente de los elementos que lo integran, señalando como
parte de éste no sólo los bienes, derechos y obligaciones, sino además la aptitud para adquirir estos, la
potencialidad económica del sujeto.

Frente a las anteriores teorías, las de carácter objetivo conciben al patrimonio como individualidad jurídica con
existencia propia, independiente de cualquier sujeto, desligado radicalmente de todo ligamen con la persona. No
es otra cosa que una masa de bienes destinada a un fin o destino, por lo que se considera posible la existencia de
un patrimonio sin titular o que una persona tenga varios patrimonios.

Ambas corrientes doctrinales son incompletas y claramente unilaterales, cada una toma en cuenta sólo un aspecto
parcial del patrimonio. Las teorías personalistas confunden el patrimonio con la capacidad patrimonial, mientras
que las realistas u objetivas no toman en consideración el hecho cierto de que el patrimonio sirve a la persona,
está en una posición subordinada respecto al sujeto, y lo colocan en un primer plano.

Tirso Clemente resume sabiamente la naturaleza jurídica del patrimonio señalando que es una universalidad
jurídica que expresa el valor económico de la totalidad de los derechos y obligaciones, así como de los bienes a
que aquellos se refieren, pertenecientes a una persona. Cada persona natural o jurídica tiene un patrimonio, pero
éste no se confunde con ella. Por ello el patrimonio, a diferencia de la persona misma que como sujeto es
indivisible, puede dividirse en varios grupos de bienes conforme al destino concreto que estos tengan, siendo
posible incluso que tenga cada grupo un régimen jurídico distinto, apropiado a ese fin para el que se destinan.
Dada su íntima conexión con la persona, el patrimonio como universalidad jurídica dura mientras exista su titular,
luego de la muerte de la persona física, los bienes, derechos y obligaciones transmisibles se convierten en
herencia y, en el caso de la extinción de la persona jurídica, los elementos integrantes de su patrimonio se
transmiten a otro u otros titulares.

TEMA 6. CAUSAS DE LA RELACIÓN JURÍDICA CIVIL.

Elemento generador de la relación Jurídica: hecho, acto y negocio. Escala de complejidad de su concepto.
Relación entre ellos. El hecho jurídico: concepto y regulación jurídica de los acontecimientos naturales. El acto
jurídico: concepto, clasificaciones y regulación jurídica. El negocio jurídico: elementos, causas de ineficacia.
Convalidación e impugnación. El acto jurídico ilícito civil: concepto, requisitos, efectos la responsabilidad jurídica
civil: sus clases, contenido, condiciones y exención.

La causa de las relaciones jurídicas está referida a la conexión genética necesaria que se da entre los fenómenos,
uno de los cuales, denominado causa, condiciona o produce otro, llamado efecto. Así, al concurrir las causas
previstas por el Código Civil, se producen como efecto las relaciones jurídicas que el mismo regula.

El elemento causal indica que la relación jurídica se deriva en cierto sentido de la norma, que establece que al
ocurrir determinados hechos se producen determinadas consecuencias previstas y reguladas por el ordenamiento
jurídico. Puede decirse entonces que por causa debe entenderse la razón jurídica de la relación jurídica, el
elemento generador de la misma que permite entender de donde proviene ésta, acotando, en tal sentido,
sus características.
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Según el artículo 47 de nuestro Código Civil, son causas que producen relaciones jurídicas civiles los
acontecimientos naturales, los actos jurídicos, los actos ilícitos, el enriquecimiento indebido y las actividades que
generan riesgo. Como se verá a continuación, aunque la denominación que utiliza el Código no es exactamente la
que de ordinario aparece reflejada en la doctrina respecto a algunas figuras, el tratamiento legal de las mismas es
coincidente con lo que las mismas han significado históricamente.

2. Acontecimientos naturales.

El artículo 48 del Código Civil señala que los acontecimientos naturales son hechos que ocurren con
independencia de la voluntad del hombre y tienen los efectos jurídicos que la ley les atribuye.
Precisamente uno de los más importantes efectos jurídicos de tales acontecimientos, en virtud de lo dispuesto por
el precepto que le antecede, es el de ser causa generadora de relaciones jurídicas.

Tradicionalmente se ha entendido y regulado que determinados hechos dentro de todos aquellos que inciden en la
vida del hombre, tienen relevancia jurídica, es decir, tienen consecuencias o efectos jurídicos. Por tales efectos
jurídicos debe entenderse cualquier modificación en el ámbito de lo jurídico, cualquier alteración de la situación
jurídica preexistente, que se produce como consecuencia de ese hecho, por estar dispuesto así por la norma.

Se denomina a tales sucesos hechos jurídicos, y se definen éstos, en sentido amplio, como aquellos
acontecimientos, sucesos o fenómenos acaecidos en la realidad, originados por la naturaleza o por la voluntad del
hombre, que por una declaración del ordenamiento jurídico como expresión de la voluntad de la clase dominante,
producen por sí solos o en unión de otros, determinados efectos jurídicos.

Los hechos jurídicos pueden ser positivos o negativos, según consistan en la realización de un determinado acto o
suceso o en su falta de realización, es decir, en una omisión o abstención. Un hecho jurídico positivo sería, por
ejemplo, el nacimiento de una persona, y un hecho jurídico negativo pudiera ser, en su caso, el no pago de una
deuda.

También pueden distinguirse los hechos jurídicos, en virtud de su contenido, como simples o complejos. Un hecho
jurídico simple es aquél que se conforma por un único suceso u omisión, bastando sólo él para que se produzca el
efecto jurídico previsto por la norma, mientras que son hechos jurídicos complejos los que se integran por varios
elementos que, considerados en su conexión como una unidad organizada, producen efectos jurídicos.

Dentro de las múltiples clasificaciones de los hechos jurídicos, la más importante es aquella que distingue entre
los hechos naturales o involuntarios y los hechos humanos o voluntarios. Son los primeros los reconocidos como
hechos jurídicos en sentido estricto, mientras que los segundos son comúnmente denominados actos jurídicos.

Los hechos jurídicos en sentido estricto son eventos de la naturaleza, acontecimientos en los que no interviene la
voluntad humana de manera consciente, que tienen trascendencia jurídica. Es a estos hechos a los que se refiere
el ya mencionado artículo 48 del Código Civil cubano.

Son acontecimientos naturales, con trascendencia para el derecho, el tiempo, la percepción de frutos, el
nacimiento y la muerte.

Todos ellos pueden ser jurídicamente relevantes cuando la ley vincula a su ocurrencia el nacimiento, la
modificación o extinción de una relación jurídica. Respecto a su papel como fuentes generadoras de relaciones
jurídicas en concreto, pueden situarse múltiples ejemplos: el transcurso del tiempo conjuntamente con otros
elementos previstos por la ley puede dar lugar a una relación jurídica de propiedad cuando esta se adquiere por
usucapión: los agricultores pequeños adquieren la propiedad de los frutos que producen sus plantaciones; el
nacimiento de un niño da lugar al surgimiento de relaciones paterno filiales; la muerte de una persona provoca la
apertura de su sucesión.

3. Actos Jurídicos.

Los actos jurídicos son hechos jurídicos en cuya producción ha concurrido la voluntad del hombre.
Pueden definirse, de forma general, como actos humanos producidos por la voluntad consciente y exteriorizada
del hombre, a los cuales el Derecho relaciona la producción de efectos jurídicos

Pueden concretarse cuatro elementos necesarios para que exista un acto jurídico: Actuación humana, Voluntad
27
consciente del sujeto que actúa (u omite su actuación), Exteriorización de esa manifestación de
voluntad, Declaración del ordenamiento jurídico que le otorga trascendencia jurídica.

La trascendencia jurídica del acto puede concretarse en la generación de una relación jurídica civil, según se
dispone en el inciso b) del ya mencionado artículo 47 de nuestro Código Civil. Así, el acto jurídico es causa de
relaciones jurídicas civiles.

En su artículo 49, el Código Civil cubano señala que el acto jurídico es una manifestación lícita, expresa o tácita,
de voluntad, que produce un efecto dispuesto por la ley, consistente en la constitución, modificación o extinción de
una relación jurídica.

La definición legal ha prescindido de la distinción teórica entre actos jurídicos y negocios jurídicos. Estos últimos,
según la doctrina, son un tipo peculiar de acto jurídico, que se distinguen del acto jurídico en sentido estricto por el
papel y alcance de la voluntad, porque en los llamados actos negociales la voluntad está expresamente dirigida a
producir determinados efectos configurados por ella misma y permitidos por las normas. El enunciado del artículo
49 hace innecesaria tal distinción, disponiendo que en toda clase de acto jurídico, sea un acto no negocial o un
negocio jurídico, la ley vincula a la manifestación de voluntad efectos jurídicos, independientemente de que el
contenido de ésta esté encaminado o no a fines predeterminados por el autor o autores de dicha declaración.

Lo anterior no significa que el Código Civil cubano deseche la teoría del negocio jurídico, que resulta ser una pieza
muy útil para la comprensión de reglas básicas y generales que rigen la autonomía de la voluntad, autonomía
privada que es el poder conferido por el ordenamiento jurídico a la persona para que gobierne sus propios
intereses o atienda a sus necesidades dentro de determinados límites, de la cual el negocio jurídico es máxima
expresión.

De lo anterior se colige que el negocio jurídico tiene fundamentalmente un valor conceptual,

3.1 Elementos del negocio jurídico.

Como ya se apuntó, tanto el negocio jurídico como el acto jurídico en sentido estricto tienen igual naturaleza:
ambos son actos jurídicos toda vez que derivan de una actuación humana realizada con conciencia y voluntad.
Pero en el negocio su autor o autores regulan ellos mismos sus propios intereses, estableciendo una norma de
conducta vinculante para su satisfacción, configurando las consecuencias jurídicas de su actuar, a diferencia de lo
que ocurre con el acto jurídico simple o no negocial, cuyas consecuencias en el orden jurídico no están
predeterminadas por el agente que los realiza, sino configuradas por la ley.

El negocio jurídico se integra por un conjunto de elementos o circunstancias necesarias para su existencia y
producción de efectos jurídicos. Algunos de esos elementos son fundamentales para su nacimiento, otros se
relacionan con su plena validez, de ahí la tradicional clasificación de los mismos en elementos esenciales,
accidentales y naturales. Esta clasificación ha sido hoy en día abandonada por muchos civilistas y romanistas,
alegándose que es demasiado cerrada y que, en muchos casos, es ambigua en sus definiciones que encierran
conceptos muy diversos. Al parecer, el legislador cubano se ha identificado con el anterior criterio, toda vez que,
aunque hace referencia a los elementos del negocio en la Parte General del Código Civil, no los divide o clasifica
según el punto de vista tradicional.

Para la mejor comprensión de los elementos del negocio, sin embargo, acudiremos a la distinción que hace la
doctrina entre elementos esenciales, elementos accidentales y elementos naturales, a pesar de no ser recogida
ésta por nuestro Código.

Son elementos esenciales aquellos sin los cuales el negocio no puede existir, aquellos que no pueden faltar nunca
porque de su presencia depende la vida misma del acto negocial. Si alguno de tales elementos no concurre, el
negocio carece de efectividad y ni siquiera la voluntad de las partes puede remediar tal defecto. Son pues
imprescindibles y necesarios para la existencia del negocio.

Los elementos accidentales no tienen igual carácter, constituyen determinaciones de la voluntad dirigidas a
modificar el contenido normal del negocio, es decir, son circunstancias accesorias que no afectan la existencia y
28
validez del acto cuando no se incorporan al mismo por voluntad de las partes, pero que se convierten en
elementos de obligatorio cumplimiento cuando se hacen parte del mismo por expresa disposición de los
interesados.

Los elementos naturales son consecuencias ordinarias y lógicas que normalmente producen los negocios,
pudiendo excluirse del mismo por voluntad de las partes. No aparecen expresamente consignados en el acto ya
que por su propia naturaleza se presume su existencia, pero si pueden excluirse o modificarse por voluntad de las
partes. Más que verdaderos elementos constitutivos del negocio, son consecuencias que este produce
normalmente

Elementos esenciales.

Existen circunstancias que siempre deben estar presentes en todo tipo de negocio, denominándose por ello
elementos esenciales comunes

Son estos precisamente los que interesa examinar brevemente a continuación, valorando su presencia y
regulación en el Código Civil vigente.

Dentro de los elementos esenciales comunes, cabe distinguir entre aquellos que son de carácter subjetivo y los
que son de carácter objetivo. En el primer caso encontramos la voluntad, considerada como nervio central del
negocio jurídico, que debe su peculiaridad dentro de los actos jurídicos en general al papel y alcance de ésta. Para
que la voluntad sea base del negocio, debe reunir determinados requisitos:

Que provenga de persona que pueda actuar de forma racional y consciente, y de acuerdo a lo permitido por el
ordenamiento jurídico.

El propio artículo 49 del Código Civil establece este requisito al señalar que el acto jurídico debe constituirse por
manifestación lícita de voluntad, lo que se reafirma más adelante en el artículo 67, incisos b) y ch), que declara
nulos los actos jurídicos realizados por personas que no están en condiciones de ejercer su capacidad jurídica, o
que realizan dicho acto en contra de una prohibición legal.

Se toman en consideración aquí las dos variantes que siempre han sido valoradas para la apreciación de este
requisito: de una parte el que no puede manifestar su voluntad por carecer de capacidad, por condiciones internas
suyas, y de otra, el que pudiendo manifestarla por razón de capacidad se ve impedido de hacerlo por una
prohibición legal, por condiciones externas a él pero que le afectan particularmente.

b) Que no existan vicios que afecten la cualidad de poder manifestar racional y conscientemente la voluntad.

Son vicios de la voluntad aquellas circunstancias que inciden en la misma, bien porque disminuyen las
posibilidades del sujeto que interviene en el negocio de poder emitirla de manara racional y consciente, o porque
simplemente hacen del todo imposible tal situación, excluyen totalmente la voluntad.

La doctrina ha calificado tradicionalmente cuatro circunstancias como vicios de la voluntad: el error, el dolo, la
intimidación y la violencia. Nuestro Código Civil se refiere a los tres primeramente enumerados, a los que
denomina error, fraude y amenaza, disponiendo en el artículo 69, en concordancia con el requisito que ahora
analizamos, que si tales vicios están presentes en el acto, el mismo puede ser anulado. En cuanto a la violencia,
el legislador cubano la regula en los supuestos que producen nulidad absoluta del negocio, pues ésta se
conceptúa como la coacción material que se ejerce sobre una persona para obligarle a declarar una voluntad que
no es la suya, por tanto no afecta o vicia la voluntad, sino que simplemente la suprime o excluye totalmente.

El error es considerado por muchos el más común y significativo de los vicios que pueden afectar la voluntad.
Consiste en una falsa representación de la realidad que afecta la formación interna de lo que se quiere, falso o
inexacto conocimiento de dicha realidad que se produce espontáneamente, que no se provoca por otra persona.
Esa falsa representación mental de la realidad conduce a la persona que la padece a la realización de un negocio
que no hubiera querido efectuar, o hubiera querido realizar de forma distinta, si su conocimiento de la realidad
hubiera sido exacto.

Nuestro Código Civil no conceptúa el error, pero se refiere a las distintas especies o modalidades del mismo que
resultan invalidantes del negocio en el artículo 70. El inciso a) se refiere al error que se produce cuando los
términos de la manifestación de voluntad no responden a la verdadera intención del manifestante. Este es el caso
29
del llamado error impropio u obstativo, que recae en la declaración de la voluntad y no en su formación interna,
es una divergencia no deseada entre lo declarado y lo realmente querido. Resulta una novedad la inclusión de
este tipo de error entre los que pueden provocar la anulación del negocio, pues el Código Civil español vigente
entre nosotros hasta 1987 no lo regulaba específicamente, aunque un gran sector de la doctrina y la jurisprudencia
se inclina a su asimilación al error propio o error- vicio, teniendo en cuenta la protección de la confianza suscitada
en quien recibe la declaración negocial o la interpreta de buena fe como tal.

El inciso b) del propio artículo 70 señala que existe también error si el manifestante ha querido realizar un acto
distinto al efectuado. Aquí si estamos en presencia de un error propio o error- vicio, que recae sobre la voluntad
interna que no se ha formado adecuadamente, de carácter esencial, de la modalidad o tipo in negotio. Este tipo
de error puede producir la anulación del negocio que se ha efectuado por equivocación de una de las partes,
cuando se impugna por quien la sufrió al momento de efectuarse el acto o por quien sufre sus consecuencias
posteriores. Así, por ejemplo, si A contrató con B creyendo que efectuaba una compraventa cuando en realidad se
realizaba un arrendamiento, el negocio podrá anularse por parte interesada, ya que en realidad no hubo entre
ellos consentimiento, pues el supuesto acuerdo de voluntades no ha recaído sobre el mismo tipo de acto

En el inciso c) se describe el error que se produce cuando el manifestante tuvo en cuenta otra cosa u otra persona
distinta o de cualidades distintas de aquella que es objeto del acto. También en este caso estamos en presencia
del error propio de carácter esencial, que recae sobre la voluntad interna anormalmente formada, afectada por la
falsa representación mental de la realidad.

El legislador cubano reúne en un único precepto el error en el objeto y el error en la persona. El primero es
relevante tanto si recae sobre la sustancia de la cosa, como sobre las condiciones de la misma que hubieran
motivado fundamentalmente la celebración del negocio, manteniendo nuestro Código una concepción flexible y
amplia del error en el objeto, que puede abarcar lo mismo un error acerca de la materia de que se compone la
cosa, que sería el llamado error en la sustancia, que el error sobre sus cualidades o su identidad, siempre que su
presencia haya motivado la formación errónea de la voluntad del que lo padece.

El error en la persona a que se refiere la segunda parte del propio precepto, abarca tanto la persona que sirve de
contraparte en el negocio, como el destinatario de la declaración de voluntad que contiene un negocio unilateral
de carácter recepticio. En ambos supuestos se incluye tanto el error de identidad, que se produce cuando se
realiza el negocio con una persona creyendo erróneamente que es otra, como el error de cualidades, que se da
cuando el acto se efectúa tomando en consideración determinadas particularidades o habilidades que se supone
posee la persona con quien éste se realiza, sin que tenga relevancia su identidad como tal.

Por último, el inciso ch) del propio artículo 70 se refiere al error que existe cuando el manifestante prometió una
prestación notablemente superior o aceptó una contraprestación claramente inferior a la que realmente quiso
prometer o aceptar. No se trata aquí del simple error de cálculo o de cantidad que puede evitarse con una
diligencia media, sino del error que recae en la prestación misma o sus cualidades, error en la cantidad que puede
considerarse elemento básico del negocio, si el mismo se ha celebrado porque al objeto se le supone con una
determinada medida, extensión o peso, diferentes a las que realmente poseen la prestación realizada o la
contraprestación recibida.

No regula nuestro Código Civil el error de derecho como vicio de la voluntad. El error de derecho es la ignorancia
o el conocimiento imperfecto de la ley vigente, el falso conocimiento de la norma o regla jurídica en cuanto a su
contenido, existencia, interpretación o aplicación al caso concreto, cuando el sujeto ha decidido realizar el negocio
como consecuencia de dicha ignorancia o falso conocimiento. Por ejemplo, si contrato con un individuo creyendo
que, por su desarrollo físico, es ya mayor de edad y por tanto posee capacidad para obligarse, estaré incurriendo
en un error de hecho, el llamado error en la persona a que se refiere el ya mencionado inciso c) del artículo 70;
pero si he contratado con él sabiendo que es menor de edad, por estimar que, conforme a la ley, los menores
pueden concertar negocios jurídicos, mi error será de derecho porque recae sobre el conocimiento de la ley

En cuanto al vicio tradicionalmente conocido en la doctrina como dolo, debe estimarse que existe cuando una
persona se vale de artificios o engaños para inducir a otra a otorgar su voluntad para la realización de un negocio
que de otra forma no hubiera efectuado. Nuestro Código prefirió denominarlo fraude, y considera que está
presente, según lo preceptuado por el artículo 71, cuando una parte infunde a la otra una falsa creencia, o la
confirma en ella, a fin de que emita una manifestación de voluntad que en otras circunstancias no habría hecho.

La nueva denominación escogida por el legislador cubano permite diferenciar esta figura del dolo penal, y la forma
30
en que aparece redactado el precepto permite englobar en este vicio no sólo la acción de inducir la falsa
creencia, sino además la confirmación de ella en el otro sujeto, forma de actuar que es común y que
históricamente había escapado a la configuración del dolo. Sin embargo, el Código en su instrumentación de esta
figura ha incurrido en un defecto técnico jurídico, pues describe el fraude de manera que sólo es posible aplicar al
negocio contractual, pues se refiere a las maquinaciones o astucias que utiliza una parte frente a la otra, situación
que no se da en el testamento, que también puede estar afectado por fraude, pero proviniendo las maquinaciones
insidiosas de terceros, no de otra parte, pues en este negocio no hay más parte que el testador. Apareciendo
regulados los vicios de la voluntad en la Parte General del Código, deben aplicarse a todo acto jurídico regulado
en su Parte Especial, por lo que la redacción de este artículo, en el sentido antes apuntado, resulta inadecuada.

El tercer vicio es la intimidación o coacción moral, que es el temor racional y fundado que se inspira a una persona
por otra, para obligarle, mediante amenaza injusta o ilícita, contraria a derecho, a emitir una declaración de
voluntad. El artículo 72 regula este vicio bajo el nombre de amenaza, señalando que la misma existe si el
manifestante obra bajo los efectos del temor provocado por medio del anuncio de un mal contra la vida, el honor o
los bienes de él o de un tercero. La amenaza se caracteriza por tener efectos mediatos, es decir, normalmente
media un período de tiempo determinado entre el actuar del agente que infunde el temor y el actuar del que sufre
la intimidación, detalle que puede apreciarse en la redacción adecuada de éste artículo que se refiere al actuar del
manifestante de la voluntad viciada "bajo los efectos" del anuncio en cuestión. Puede provenir de una de las
partes del negocio o de un tercero, afectando tanto al negocio contractual como al testamento.

Que la voluntad sea manifestada o exteriorizada oportunamente.

Este requisito de la voluntad encierra dos importantes aspectos: la forma de exteriorizarse y la oportunidad con
que se manifiesta. La voluntad ha de manifestarse, no basta con el querer interno, es necesaria su declaración, y
debe exteriorizarse en el momento oportuno, cuando se precisa para la configuración adecuada del negocio.

El artículo 49 materializa este requisito al señalar que la manifestación de voluntad que encierra el acto jurídico
debe ser expresa o tácita, formas tradicionalmente acogidas por la doctrina como vías para la exteriorización de la
misma. La manifestación expresa se verifica a través de la palabra oral o escrita u otros signos equivalentes, que
revelan explícita y directamente la voluntad del sujeto sin que sea necesario deducirla, porque se exterioriza de
forma clara, evidente e inequívoca. La manifestación tácita es aquella que no se produce mediante declaración del
sujeto, sino a través de un comportamiento que constituye una modificación objetiva del mundo exterior que tiene
cierto significado en el mundo jurídico. Estas formas o vías de manifestar la voluntad marcan las diferencias entre
los negocios de declaración, que serían los primeros, y los negocios de comportamiento o actuación, que serían
los segundos

Tanto en uno como en otro caso, el ordenamiento jurídico atribuye significado y dota de valor preceptivo a la
situación creada por los particulares.

Nuestro Código Civil reconoce a ambas en el artículo 50, como vías para exteriorizar la voluntad, pero incurriendo
en el error técnico de reducir el acto jurídico a esa manifestación que los produce, sin tener en cuenta el resto de
los elementos necesarios para que éste se conforme como tal, refiriéndose luego en el artículo 51 a los actos que
deben constar por escrito, que serán todos los que realicen las personas jurídicas, aquellos cuyo objeto tenga un
precio superior a quinientos pesos y los demás que disponga la ley.

Las declaraciones tácitas no deben confundirse con la voluntad presunta, que es aquella que deriva de la ley
frente a determinado comportamiento de la persona que no se encamina a declarar o que no es, por su
naturaleza, medio de declaración. Significa esto que la ley dispone que una conducta determinada debe ser
considerada como declaración de tal o cual voluntad, porque así la norma lo deduce o lo presume.

Aquí no es otro sujeto el que deduce de un actuar ajeno la voluntad que encierra dicho comportamiento, sino que
es la ley la que establece que la conducta de la persona encierra, posiblemente, una determinada voluntad,
admitiéndose generalmente prueba en contrario.

El artículo 49, en su apartado 2, hace también alusión al valor de las omisiones y el silencio como supuestas
formas de manifestar la voluntad, destacando que estos tendrán los efectos que determinen las normas, en juego
con la voluntad presunta, o en su defecto, los que les concedan las partes en el acto jurídico de que se trate, o
sea, lo que las partes entiendan de esa exteriorización tácita de voluntad
31
Pudiera señalarse como ejemplo de lo expuesto anteriormente, lo previsto por el artículo 234.1, que
señala que el cumplimiento de la obligación será exigible en el término legal o, en su defecto, en el expresamente
pactado por las partes, o en el que se infiere de su propia naturaleza. Nos indica el precepto que si la ley nada
dispone, si las partes nada pactaron, debe acudirse a la voluntad presunta, que la norma deduce de la propia
naturaleza de la obligación.

d) Concordancia entre la voluntad real y lo que se declara.

Existe la simulación de un negocio cuando las partes, de común acuerdo entre ellas, emiten una declaración no
coincidente con la voluntad interna con el fin de engañar a terceros, o cuando siendo un negocio unilateral, el
declarante acuerda con el destinatario igual conducta con el mismo propósito. Por tanto, con la simulación se
persigue engañar, ya sea con el fin de causar daño a otro o burlar la ley, o con el simple propósito de encubrir la
realidad sin que ello resulte ilícito. Para ese engaño se utiliza como medio una declaración divergente de la
voluntad interna del o los sujetos que la emiten, lo cual se fija a través de un acuerdo simulatorio, es decir, la
divergencia se establece existiendo conformidad entre los sujetos participantes en el negocio, acuerdo que es
precisamente lo que diferencia la simulación de la reserva mental.

La simulación es absoluta cuando con ella se trata de aparentar la existencia de un negocio que en realidad no se
ha producido, como por ejemplo cuando se realiza la venta ficticia de determinados bienes para que
aparentemente estos hayan salido del patrimonio del supuesto vendedor, ingresando en el del aparente
comprador, cuando en realidad no se produjo tal cambio de propiedad, y es relativa cuando en realidad se realiza
un negocio, pero total o parcialmente distinto al que se simula, es decir, cuando se oculta con el negocio
aparentemente efectuado otro negocio disimulado. En la simulación absoluta no hay negocio alguno, sólo la
apariencia de uno; en la relativa si hay negocio, pero no el aparente que sirve de pantalla, sino el que se oculta
tras ella que puede ser distinto de aquél total o parcialmente.

Nuestro Código declara absolutamente nulos los negocios realizados sólo en apariencia, sin intención de producir
efectos jurídicos, en su artículo 67, inciso e), y en el siguiente apartado, inciso f) del propio artículo, regula la
simulación relativa disponiendo que serán nulos los actos jurídicos realizados con el propósito de encubrir otro
acto distinto, señalando que en este caso el acto encubierto o disimulado será válido para las partes si concurren
los requisitos legales necesarios para ello.

Elementos esenciales comunes de carácter objetivo del negocio jurídico son el objeto, la causa y la forma.

El objeto del negocio a sido entendido de diversos modos por la doctrina, identificándolo unas veces con el fin que
persiguen los sujetos al realizar el mismo, otras con la prestación debida reduciendo de esta forma el elemento
objeto a los negocios contractuales, y a veces con la cosa o bien sobre la que versa el negocio. Sin embargo, si
pretendemos dar al objeto la utilidad que tiene realmente como elemento esencial de cualquier tipo de negocio,
debe entenderse por tal la materia sobre la que recae dicho acto negocial.

Teniendo en cuenta que el negocio es un tipo especial de acto jurídico, y que éste genera relaciones jurídicas,
puede entonces deducirse que el objeto del negocio jurídico es coincidente con el objeto de la peculiar relación
jurídica de la que es causa, lo que significa que objeto inmediato del negocio contractual, por ejemplo, sería la
prestación, y del testamento lo sería el patrimonio del cual dispone su titular para después de su muerte. No
obstante, conviene recordar que se apuntó antes que el Código no renuncia a la concepción del objeto- fin
totalmente, y que éste debe valorarse como objeto mediato de la relación. Así pues, en el contrato puede hablarse
de un objeto mediato que será el propósito de las partes al contratar: transmitir la propiedad mediante una
compraventa, por ejemplo, lo que se materializa en la entrega del bien y del precio, o disponer el destino de los
bienes que poseemos nombrando heredero mediante testamento que recoge la voluntad del testador.

Las teorías subjetivas identifican la causa con el fin o propósito que persiguen las personas con el negocio. La
causa es elemento esencial del negocio porque ella representa lo que los sujetos quieren lograr con el mismo, con
independencia de qué sea lo que quieran o lo que motivó su realización. La principal dificultad de esta corriente se
localiza en el abandono de la licitud, pues siguiendo tal línea de pensamiento sería imposible explicar
adecuadamente por qué el ordenamiento jurídico dispone la nulidad de pleno derecho de los negocios con causa
ilícita.
32
Por su parte, las teorías objetivas defienden el criterio de que la causa del negocio es la función económico -
social que éste tiene y que el ordenamiento jurídico tutela y reconoce. Se confunde así la causa con la función del
negocio, y con ello tampoco se da respuesta a la interrogante que señala el hecho de que se reprueben las
causas ilícitas o inmorales, pues lógicamente no podrá prever el ordenamiento jurídico la posibilidad de fines
objetivos ilícitos, y los móviles subjetivos no cuentan aquí como integrantes de la causa.

La forma se considera también elemento esencial del negocio jurídico de carácter objetivo. Cuando nos referimos
a la forma debe distinguirse entre los dos aspectos que ésta comprende: la forma como elemento constitutivo del
acto, y las formalidades como elemento de validez o prueba del mismo.

Por una parte, la exteriorización de la voluntad interna, de lo querido por el sujeto, mediante cualquier signo verbal
o escrito, o por la realización de una conducta determinada. En este sentido, todo negocio requiere de una forma
de realizarse, de hacerse reconocible ante los demás, en el mundo objetivo. El propio artículo 49 del Código Civil
hace referencia a la forma, vista de este modo, con los inconvenientes ya apuntados.

Por otra parte, la forma también abarca la observancia de ciertas normas establecidas por el ordenamiento
jurídico, o incluso convenidas por las propias partes, reconocidas como las únicas aptas para la declaración de
voluntad, bien porque de ella dependa la existencia misma del acto, porque se necesite para su eficacia, o porque
tenga como fundamento la prueba del acto y la protección de los derechos de terceros

Como principio general, los sujetos pueden elegir libremente la forma de realizar el acto, de exteriorizar su
voluntad. Pero en algunos casos el ordenamiento jurídico impone la necesidad de observar una forma
determinada atendiendo a la naturaleza del acto, o las partes de un negocio pueden convenir una forma
determinada para su realización, lo cual sería una formalidad voluntariamente impuesta y tendría igual fuerza entre
ellos que la establecida legalmente.

Teniendo en cuenta la función que cumplen las formalidades en los actos de forma impuesta o exigida por la ley,
aquellos pueden ser absolutamente solemnes cuando ésta constituye la esencia estructural del negocio, y el
incumplimiento de esas formalidades acarrea la nulidad absoluta del acto, no produciendo éste efectos jurídicos.
Como ejemplo pudiera situarse el caso del testamento ológrafo, que debe ser escrito, fechado y firmado por la
mano del testador, según establece el artículo 485.1 de nuestro Código Civil; si no cumple tales requisitos, el
testamento será nulo según dispone el artículo 67, inciso e).

También pueden ser relativamente solemnes, si se impone el cumplimiento de determinadas formalidades que, de
no cumplirse, no privan al negocio de sus efectos propios, sino que es causa de otros en espera de que se
cumplan dichas solemnidades prescriptas. Este pudiera ser el caso de un contrato para el que se exige el
otorgamiento de escritura pública u otra forma especial para su celebración, y esta no se cumple, pero se puede
hacer constar por otros medios que en el mismo ha intervenido el consentimiento y los demás requisitos
necesarios para su validez, resultando por tanto eficaz y generando además una obligación de hacer, en este caso
la de otorgar el instrumento público que corresponda o cumplir la forma de que se trate, a la que pueden
compelerse recíprocamente las partes en virtud de lo dispuesto por el artículo 313 de nuestro Código Civil. El
fundamento de este precepto es el respeto a la buena fe que como principio debe presidir la celebración,
interpretación y ejecución del contrato.

Por último, la forma impuesta puede tener carácter ad probationem, es decir, la formalidad exigida está
encaminada a probar el acto en caso de que resulte necesario, además de proteger los derechos de los terceros.
En estos supuestos, cuando la ley requiere de una determinada forma para que se demuestre en juicio la
existencia de un negocio, esta sólo podrá ser probada a través de esa forma determinada.

3.1.2 Elementos accidentales.

Al depender de la voluntad del sujeto o de las partes que intervienen en el negocio, los elementos accidentales
que se incorporen al mismo pueden ser muy variados. Ellos no son necesarios para la configuración y validez del
acto si quienes intervienen en el mismo no se pronuncian al respecto, pero una vez incorporados al negocio son
de obligatorio cumplimiento.

Los más comúnmente utilizados, y los que regula nuestro Código en su Parte General, son la condición, el término
y la carga modal.
33
La condición es un suceso futuro e incierto del cual se hace depender el nacimiento, la modificación o
extinción de los efectos de un negocio jurídico. Así pues, la condición afecta los efectos del negocio, porque los
mismos se suspenden o se resuelven hasta que se produzca el acontecimiento o evento situado como condición.
Es importante destacar que ambas características, la futuridad y la incertidumbre, deben estar presentes para que
exista una verdadera condición, no bastando con una sola de ellas.

En tal sentido, es adecuada la redacción de nuestro artículo 53, que en su apartado 1 se refiere a la misma
utilizando la conjunción correcta que une a las características que la tipifican, a diferencia de lo preceptuado por el
Código Civil español de 1889, vigente entre nosotros hasta la entrada en vigor de nuestro actual Código, que al
referirse a la condición en su artículo 1.113 expresaba que ésta podía ser un suceso "futuro o incierto", lo que
entendido literalmente parece indicar que con sólo uno de esos elementos puede considerarse la existencia de la
condición, cuando en realidad ella se caracteriza esencialmente por su incertidumbre, que es exigible siempre, no
bastando que el hecho puesto como condición sea futuro si no va acompañado de aquella otra característica. El
mencionado artículo de nuestra principal ley civil no se refiere tampoco a sucesos pasados, ignorados por las
partes, que puedan introducirse en el negocio como condición precisamente por la incertidumbre subjetiva que le
caracteriza, dado que las partes desconocen si efectivamente acaeció o no, lo que nos lleva reiterar el criterio
seguido por el legislador en cuanto a la necesidad de que tanto la futuridad como la incertidumbre deben tipificar a
este elemento accidental.

Según la doctrina, pueden existir diferentes tipos de condición, dentro de los cuales nuestro Código regula
expresamente la condición suspensiva y la condición resolutoria, clasificación que se realiza atendiendo a sus
efectos en el negocio, es decir, según su cumplimiento indique el comienzo o la cesación de los efectos del acto.

La condición suspensiva, como su nombre lo indica, suspende los efectos del negocio hasta su cumplimiento. El
artículo 53.2 establece que, si el acto se realiza bajo condición suspensiva, sus efectos sólo se producen al
cumplirse la condición, sin retroactividad. El negocio jurídico existe, pero su eficacia se mantiene en suspenso
hasta que se cumpla la condición.

La condición resolutoria, por el contrario, pone fin a efectos ya producidos por el negocio. A ella se refiere el
artículo 53.4, estableciendo que, si el acto se celebra bajo condición resolutoria, sus efectos se producen
inmediatamente, al realizarse el mismo, pero cesan al cumplirse la misma, precisando el propio precepto que la
resolución no tiene carácter retroactivo, por lo que los efectos ya producidos por el negocio mantienen su eficacia.

El término indica el momento temporal en que comienzan o terminan los efectos de un negocio jurídico. A
diferencia de la condición, el término no se caracteriza por la incertidumbre, es un suceso futuro pero cierto. La
futuridad y la certidumbre son en este caso las que tipifican a este elemento accidental. Vale señalar que la
certidumbre puede ser exacta, en tanto las partes señalan una fecha determinada como acontecimiento
constitutivo del término, que es el que se conoce como certus an et quando, o puede basarse en la necesaria
llegada de ese momento señalado por las partes, aunque se ignore cuando exactamente llegará, que se conoce
como término certus an incertus quando.

El término también puede adoptar distintas clases, dentro de las cuales está la distinción que lo clasifica como
suspensivo o resolutorio, según indiquen, como en el caso de la condición, el momento inicial o final de los efectos
del negocio.

El modo o carga modal es una carga o gravamen que acompaña a una liberalidad, una prestación que ha de
cumplir el destinatario de una atribución gratuita, impuesta por el disponente, por quien realiza la liberalidad. El
beneficiario que resulta gravado con el modo debe seguir una determinada conducta, pero esa obligación que
asume no es una contraprestación a la liberalidad que recibe, que debe continuar siendo gratuita.

Ineficacia del Acto Jurídico.

En general, puede conceptuarse la ineficacia como aquella situación o causa que agrede el acto jurídico y le
priva de producir los efectos o consecuencias previstas por los sujetos que lo realizan para su
consolidación y consumación

La disconformidad con la ley que provoca la ineficacia del acto jurídico, puede provenir de diferentes supuestos:
34

-Por la carencia de un elemento esencial para la formación del acto, que hace a este inexistente desde el punto de
vista legal.

-Por celebrarse el acto violando un mandato o prohibición legal, lo que conduce a su nulidad de pleno derecho.

-Por la existencia de un vicio o defecto en el acto, que lo hace susceptible de anulación posterior.

-Por producir el acto una lesión o perjuicio económico a los sujetos que intervinieron en el acto o a terceros,
situación de ineficacia denominada rescisión.

El Código Civil vigente recoge el régimen jurídico de la nulidad, la anulabilidad y la rescisión en su Parte
General, resultando aplicables estos preceptos tanto a los contratos como a los testamentos, así como a cualquier
otro acto jurídico que proceda, como aquellos propios del Derecho de familia, atendiendo en este último caso al
carácter supletorio de nuestra principal ley civil, lo que no excluye la posibilidad de que puedan existir otras reglas
específicas para ciertos casos.

La revocación y la resolución, como supuestos que dan el poder de dejar sin efectos el negocio a una de las
partes, se regulan en la Parte Especial del Código, particularmente en los Libros referidos a las obligaciones y
contratos y las sucesiones.

Nulidad absoluta. Aspectos teóricos y regulación jurídica.

La nulidad absoluta o radical, de pleno derecho, tiene sus orígenes en la nulidad ab initio regulada por el
Derecho romano, que la concibió como sanción a los actos realizados contra legem, comprendiendo
también en este concepto la inexistencia del negocio, entendida en nuestros días como variante distinta
de ineficacia según algunos.

El acto jurídico nulo es ineficaz desde su celebración, operando tal nulidad ipso iure, por lo que es ineficaz erga
omnes, por el sólo hecho de existir en él el defecto grave que intrínsecamente padece, por lo que no resulta
imprescindible ejercitar acción alguna para que dicha nulidad se declare, pero en ciertas ocasiones puede ser
necesario o conveniente acudir al órgano jurisdiccional para que se constate tal defecto del acto y se declare la
ineficacia, cuando los propios sujetos que han realizado el negocio, sus sucesores o causahabientes pretenden
ejercitar un derecho sobre la base del acto realizado estimándolo como válido, o porque interesa obtener una
declaración judicial de ineficacia total por impedir la supuesta validez del negocio el ejercicio de un derecho.

La declaración judicial de nulidad no constituye una nueva situación jurídica, simplemente pone de manifiesto la
ineficacia estructural del acto, lo que implica el resurgimiento de la situación jurídica anterior al negocio.

Cualquier interesado puede invocar la nulidad y, en su caso, ejercitar la acción declarativa correspondiente.
Incluso es posible que la misma se declare y aplique por el juez, de oficio, sin que la parte a quien dicha
declaración beneficie la haya invocado, pues, como ya se apuntó, la nulidad absoluta opera ipso iure. La nulidad
radical también puede ser alegada por vía de excepción frente a la parte que reclame el cumplimiento de un
negocio de tal carácter.

La acción de nulidad no se extingue por prescripción, atendiendo a la máxima quod ab initium vitiosum est, non
potest tractu tempore convalescere. Tampoco puede convalidarse por otras vías el negocio jurídico nulo como
regla general

La declaración de certeza de la nulidad tiene efecto retroactivo a la fecha de formación del negocio, por lo que
queda la situación, para las partes y frente a terceros, como si el mismo no se hubiera efectuado. Pero es posible
que, antes de la declaración de nulidad, el acto diera lugar a la ejecución de determinadas prestaciones, naciendo
entonces, por disposición legal, la obligación de restitución. Así lo establece el artículo 75.1, que dispone que si el
acto nulo o anulado se hubiera ejecutado en todo o en parte, procede la restitución de lo prestado o, de no ser
posible esto, el abono de su valor.

Pero este deber de restituir sufre una importante excepción cuando la nulidad proviene de una actuación contraria
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a los intereses de la sociedad o del Estado, pues en ese caso sólo la parte inocente podrá reclamar lo que
hubiera dado, según el artículo 75.3, pues en el supuesto de que todos hayan obrado de mala fe, lo que hayan
recibido o deban recibir pasará al dominio del Estado, en virtud de lo dispuesto por el 75.2. La exclusión del
derecho de repetición en este caso tiene su fundamento en el principio de que a nadie debe admitirse hacer valer
un derecho o ejercitar una acción basándose en un comportamiento deshonesto, máxima que se ponía en práctica
desde el Derecho romano, que establecía que nemo auditur suam turpitudinem allegans, a lo que se une el
carácter socialista de nuestro Estado, que responde a intereses mayoritarios de la sociedad.

Anulabilidad. Aspectos teóricos y regulación jurídica.

La anulabilidad es también una sanción dispuesta por el ordenamiento jurídico para invalidar
determinados actos que se han realizado estando presentes los elementos esenciales necesarios, sin
contravenir lo prohibido por la ley, pero padeciendo un defecto o vicio que afecta a la voluntad, nervio
central del negocio, que hace que el mismo pueda perder sus efectos jurídicos. Según el artículo 69 de
nuestro Código Civil, son anulables los actos jurídicos en los que la manifestación de voluntad está viciada por
error, fraude o amenaza.

Se añade luego, en el artículo 73, que estos vicios determinarán la anulación del acto sólo en los casos en que
hayan influido decisivamente en la realización del negocio, aspecto que deberá probar quien pretenda privar al
negocio de los efectos que ha producido

A diferencia del acto absolutamente nulo, el negocio anulable despliega todos sus efectos hasta que, mediante el
ejercicio de la acción correspondiente, se disponga en sentencia del órgano jurisdiccional el cese de su eficacia. El
acto anulable es eficaz desde su celebración, pero está expuesto a ser anulado si el titular del derecho ejercita la
acción de impugnación que corresponde, o se invoca dicha anulabilidad por vía de excepción frente a reclamación
de cumplimiento de quien haya causado el vicio; por ello se dice que el negocio es claudicante, pues su eficacia
definitiva depende de que no se ejercite esa acción o excepción, o quede saneado posteriormente por el medio
que corresponda.

Como se infiere de lo dicho hasta aquí, el negocio anulable puede continuar siendo válido si se procede a su
convalidación por cualquiera de las vías que se admiten para su saneamiento.

Rescisión.

La rescisión es un remedio jurídico que se establece para reparar un perjuicio económico que origina el
negocio a determinadas personas, cuya esencia consiste en hacer cesar su eficacia. Es una forma de
ineficacia que obra por virtud de la ley, y que se asemeja a la anulabilidad en que los actos rescindibles
pueden ser convalidados si no se ejercita la acción de impugnación por quien está legitimado para ello.

El negocio rescindible es perfectamente válido, pero en razón de la lesión o perjuicio que provoca, que puede
haber estado presente desde que se celebrara el acto o puede haber sobrevenido posteriormente, y siempre que
no haya otro remedio para repararlo, se concede a las personas perjudicadas la acción de impugnación, llamada
en estos casos rescisoria.

La acción de rescisión destruye un negocio jurídicamente válido, por lo que tiene carácter eminentemente
subsidiario, y no podrá ejercitarse excepto en aquellos casos en que el perjudicado carezca de cualquier otro
recurso legal para obtener la reparación del perjuicio sufrido, según se establece en el artículo 78 de nuestro
Código Civil.

4. Actos ilícitos.

Siguiendo la normativa del Código Civil, analizaremos el acto ilícito como figura independiente que puede hacer
surgir una relación jurídica civil, aunque es necesario aclarar que el acto ilícito es también un acto jurídico, pero en
su caso los efectos que produce no emanan de la voluntad del sujeto agente, sino que se derivan de la ley. Así
pues, el proceder del hombre puede provocar efectos jurídicos lo mismo por ajustarse al ordenamiento del
derecho, que por ir en contra de él, que será lo que determina si la conducta es lícita o ilícita
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La conducta ilícita del sujeto produce efectos en perjuicio del que obra contra lo dispuesto por el
ordenamiento jurídico, y tales efectos se producen no porque el sujeto los quiera, sino porque los quiere dicho
ordenamiento a fin de corregir la actuación contraria a derecho y las consecuencias negativas de ese actuar.

Los actos ilícitos se pueden dividir en actos punibles, que violan preceptos establecidos por la ley penal, y actos
ilícitos civiles, que violan las normas civiles. En el primer caso, junto a las sanciones establecidas por el orden
penal, dichos actos pueden producir consecuencias civiles encaminadas a resarcir el daño causado. En el caso de
los actos ilícitos civiles, sus consecuencias son también de éste orden, y se traducen en medidas concretas como
la nulidad del acto y la indemnización de daños y perjuicios.

Nuestro Código Civil establece en su artículo 81 que son actos ilícitos aquellos que causan daño o perjuicio a otro,
señalando a continuación, en el artículo 82, que su principal efecto es hacer surgir la responsabilidad jurídica civil,
es decir, el acto ilícito genera una relación jurídica obligatoria, en virtud de la cual el causante del daño o perjuicio
está obligado a resarcirlo.

Es necesario apuntar que nuestro Código ofrece una definición imprecisa de acto ilícito, pues si bien la ilicitud del
acto comprende la producción de un daño o perjuicio a terceros, este no es su único ingrediente, pues además se
requiere que la intromisión perjudicial en la órbita de esos terceros sea antijurídica, en el sentido de vulnerar un
precepto legal imperativo o prohibitivo, es decir, una norma jurídica concreta, o de atentar contra el deber
genérico alterum non laedere, que sirve de base a la convivencia humana y a la seguridad jurídica, así como al
orden y a la paz pública.

Acto ilícito civil: es aquella conducta (acción u omisión) que contradice contraviene la ley o el deber genérico de
todo ciudadano de obrar con la diligencia suficiente para no afectar los intereses de sus semejantes y que provoca
daños y perjuicios.

El acto ilícito civil puede producirse con voluntad de producir el daño, siendo en ese caso un acto doloso; con
omisión de las necesarias diligencias, que sería lo que se clasifica como acto culposo; o sin voluntad de ninguna
clase, que consiste en una trasgresión jurídica meramente objetiva, integrando la llamada situación antijurídica no
culposa. La calificación del acto ilícito civil incide en el fundamento de la responsabilidad jurídica civil que se exija
al sujeto agente, como también veremos más adelante.

5. Enriquecimiento Indebido.

Esta fuente de relaciones jurídicas tiene sus antecedentes históricos en el Derecho romano, que expresó en varios
textos la prohibición de enriquecerse a expensas de otro sin que exista razón jurídica que lo justifique

Para que se considere existente el enriquecimiento indebido es necesario, en primer lugar, que se haya producido
un acrecimiento patrimonial en una persona determinada, que será la que resulte vinculada a la acción que podrá
ejercitar el que a su vez a sufrido el menoscabo o empobrecimiento.

El enriquecimiento debe haberse producido a expensas de otra persona, que ha sufrido la disminución de su
patrimonio, y que por tanto va a resultar acreedora del primero. También ese empobrecimiento puede adoptar la
forma positiva consistente en una disminución real y efectiva del patrimonio, o la forma negativa, al no haberse
producido en el patrimonio un aumento que era procedente.

Además se requiere que ese acrecimiento patrimonial sea injustificado, que carezca de causa desde el punto de
vista jurídico, no desde el punto de vista moral o ético. Precisamente la determinación de cuando el
enriquecimiento carece de causa legítima es uno de los aspectos más controvertidos de esta figura, lo que ha
dado lugar a múltiples criterios doctrinales sin que ninguno haya obtenido unánime aceptación. El legislador
cubano ha previsto que el enriquecimiento es injustificado cuando se ha recibido una cosa o prestación sin causa
fundada, o en virtud de una causa que ha dejado de existir o no se ha realizado antes de la recepción de la
prestación, o se ha anulado posteriormente. Estas previsiones son análogas a las establecidas en caso de que un
acto nulo se haya ejecutado en todo o en parte, en que procede la restitución de lo prestado o, de no ser esto
posible, el abono de su valor.
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7. La responsabilidad jurídica civil.

El tema de la responsabilidad jurídica civil es de gran importancia para el Derecho en general y para el Derecho
de Obligaciones y Contratos en particular, toda vez que al imponerse un deber jurídico a los miembros de la
sociedad en su conjunto, o una obligación concreta al sujeto pasivo de una relación jurídica obligatoria en
particular, su cumplimiento se garantiza exigiendo la misma a los infractores.

Puede definirse la responsabilidad jurídica civil como la obligación de satisfacer por la pérdida o daño que se
hubiese causado a otro, porque así lo exige la naturaleza de la convención originaria, se halle determinado por la
ley, este previsto en las estipulaciones del contrato, o se deduzca de los hechos acaecidos.

De la anterior definición puede derivarse la clasificación doctrinal de la responsabilidad jurídica civil que distingue
entre RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL y RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL. La primera deriva
de la infracción de una obligación nacida de contrato o convención entre partes, y la segunda es el resultado del
daño producido a otra persona, con la que no existía una previa relación jurídica convenida entre el autor de dicho
daño y el perjudicado.

Para establecer tanto una como otra clase de responsabilidad, se han seguido dos criterios fundamentales que se
han agrupado en las TEORIAS ESPIRITUALISTAS o de la RESPONSABILIDAD SUBJETIVA y las TEORIAS DEL
RIESGO o de la RESPONSABILIDAD OBJETIVA, según se valore o no la culpa del autor del daño para exigir la
misma.

Diferencias entre responsabilidad contractual y responsabilidad extracontractual.

Como ya se ha planteado, la RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL presupone una relación preexistente entre el


autor del daño y la víctima del mismo, relación que es generalmente un contrato, de lo que se deriva su
denominación. La obligación convencionalmente establecida entre las partes no se cumple o se cumple
deficientemente, sin satisfacer plenamente el interés del acreedor, y surge entonces la responsabilidad. En este
caso, el deber de indemnizar se deriva de otro deber previo, el deber de cumplir, que ha sido infringido.

Por su parte, la RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL o AQUILIANA es resultado de un daño causado


con independencia de cualquier relación jurídica precedente entre las partes, salvo el deber genérico, común a
todos los hombres, de no dañar a otro. Es decir, la responsabilidad extracontractual significa que se ha infringido
una norma general de derecho objetivo que obliga a todos sin necesidad de que los particulares lo hayan
convenido ni aceptado. Aquí la obligación de indemnizar surge por la sola producción del evento dañoso, porque
una persona ha violado las normas generales de respeto a los demás, impuestas por la convivencia.

Nuestro Código Civil de 1987, siguiendo las modernas voces doctrinales sobre el tema, ha consagrado una norma
que trata de conciliar las diferencias de regímenes entre una y otra clase de responsabilidad, a fin de que en
cualquier caso tenga el perjudicado, ya sea acreedor contractual o víctima extracontractual, la posibilidad de
contar, en lo pertinente, con iguales garantías y la misma extensión en cuanto al contenido de la reclamación. El
artículo 294, ubicado en el Libro de Obligaciones y Contratos, remite a lo preceptuado por los artículos 81 al 99 del
propio Código, que en su Parte General regula la responsabilidad proveniente de actos ilícitos, aunque no señala
el legislador que el incumplimiento contractual es constitutivo de un ilícito civil, omisión que lamentablemente borra
precisamente el punto de contacto esencial entre ambas responsabilidades en cuanto a su origen, resaltando sólo
la similitud en cuanto a los efectos.

Es necesario destacar que, a nuestro juicio, esta unificación del régimen de responsabilidad en el Código no
alcanza al término de prescripción, que según el artículo 116, inciso d), es de un año para la indemnización de
daños y perjuicios derivados de actos ilícitos, pues al no haber declarado expresamente el legislador al
incumplimiento de las obligaciones como ilícito civil, y hacer la remisión a lo previsto para la responsabilidad que
genera este tipo de actos, particular que se regula en el Capítulo IV del Título de igual número, no creemos
“pertinente”, utilizando aquí el mismo vocablo que hace valer nuestra principal Ley civil, que dicha remisión se
extienda también al Capítulo II del Título VIII donde se regula la prescripción de acciones, quedando viva la
diferencia entre una y otra responsabilidad en este sentido, resultando el término de prescripción para la
responsabilidad contractual de cinco años, según lo preceptuado por el artículo 114.
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Distinción entre responsabilidad subjetiva y responsabilidad objetiva.

Como también hemos apuntado ya, se han seguido dos criterios para establecer la responsabilidad, sea esta
contractual o extracontractual, fundamentando el nacimiento del deber de indemnizar desde dos posiciones
diferentes, que exponemos someramente a continuación. Como acertadamente afirma Díaz Pairó, “es el viejo
debate entre estas dos formas de responsabilidad que surge dondequiera que ésta aparezca, sea en el campo
contractual, sea en el extracontractual”.

- Teoría espiritualista o subjetiva:

Se exige dolo o culpa para la exigencia de responsabilidad. El autor de un daño o perjuicio sólo responde cuando
en su actuar ha intervenido voluntad de dañar, negligencia o falta de la diligencia necesaria. Este ha sido el
sistema tradicionalmente aceptado, siguiendo el criterio desarrollado por los romanos, y es la teoría que subyace
en los Códigos Civiles europeos decimonónicos. Por ejemplo, el Código Civil español atribuye responsabilidad a
quien por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, no, por tanto, a quien lo produce
en otras circunstancias. Esta doctrina de la culpabilidad es propia de la filosofía individualista y racional de la
época de la codificación, que se niega a responsabilizar a una persona por la comisión de un daño que no ha sido
resultado de su libre actuación.

De esta posición teórica se derivan dos consecuencias prácticas importantes, a saber: que el lesionado ha de
probar que el hecho causante del daño constituyó un acto culpable, y que, en consecuencia, el comisor queda
libre de responsabilidad si se demuestra que el daño no es imputable a culpa suya. La carga de la prueba se
impone así al damnificado, que muchas veces no conseguirá acreditar elementos suficientes para un adecuado
juicio de responsabilidad, lo cual hace que este criterio se torne injusto en múltiples ocasiones; por ello la propia
legislación lo atenúa estableciendo un sistema de presunciones, ya sean iuris tantum o iuris et de iure, excluyendo
toda indagación de culpabilidad.

- Teoría objetiva o del riesgo:

Esta teoría sólo considera necesaria la existencia de la relación causa- efecto entre el acto del que produce el
daño y éste, aún cuando no haya intervenido dolo o culpa de ningún tipo en su actuar, para exigir
responsabilidad.

No obstante las disputas doctrinales, la teoría objetiva o del riesgo se abre paso cada vez más en las
legislaciones, aunque la opinión mayoritaria se inclina por considerar que no debe imponerse de manera absoluta
como principio general. La jurisprudencia, por su parte, tiende a objetivar de manera muy amplia la
responsabilidad, hasta llegar a fórmulas prácticas que se apartan de las primitivas posiciones subjetivas, movida
por razones éticas más acordes con las nuevas realidades sociales, fundamentalmente mediante un sistema de
inversión de la carga de la prueba en beneficio de la víctima del daño.

La posición del Código Civil cubano.

Al parecer, es el criterio de la responsabilidad objetiva el que prima en nuestro Código Civil, según se refleja de
manera general en los artículos 81 y 82 del mismo. Sin embargo, esta objetivación no puede entenderse
establecida de manera absoluta.

Como ocurre casi siempre en Derecho y en la vida que este refleja, parcializarnos absolutamente con un extremo
u otro de las variantes de la responsabilidad jurídica civil, tanto en la legislación como en la práctica profesional,
puede conducir a errores técnicos e incluso violar los principios de justicia y equidad que deben acompañar
nuestro quehacer. Partiendo entonces de las posiciones de relatividad que el tema reclama, puede concluirse lo
siguiente:

La responsabilidad jurídica civil tiene una función compensatoria o de resarcimiento que la diferencia de su
homóloga en el campo penal, por tanto debe atenderse más a la situación de la víctima que sufre un daño o
perjuicio, propiciando el restablecimiento de su bienestar, lo que se manifiesta en la actualidad en la tendencia a la
objetivación de dicha responsabilidad, tanto por vía jurisprudencial como a través de las correspondientes
modificaciones legislativas.

Exención.
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TEMA 7. LA REPRESENTACIÓN.

Concepto de representación. Naturaleza jurídica. Requisitos. Clases de representación y diferencias entre


ellas. La representación legal: concepto y características. Representación voluntaria: concepto, diferencia entre
representación y mandato. Ausencia y exceso de representación.

1. La Representación. Generalidades.

Representación proviene del latín representatio onis que significa acción y efecto de representar, sustituir a uno
o hacer sus veces

El fenómeno representativo surge desde la antigüedad. Su fundamento descansa o bien en ensanchar la


actividad jurídica de la persona natural, brindándole la posibilidad de actuar a un mismo tiempo en dos lugares
distintos, a través de otro sujeto que la representa, o bien nace como respuesta del ordenamiento jurídico a
situaciones de hecho o de derecho que presentan determinadas personas, a las cuales por sus condiciones no se
les permite realizar actos jurídicos válidos para el derecho y por ello para actuar en el mundo jurídico necesitan
de una persona que los represente.

La representación es la autorización concedida por la ley o por la persona interesada mediante un acto
jurídico, en virtud de la cual el representante tiene facultades para sustituir al representado y ocupar su
lugar como sujeto de la relación jurídica. Para Albaladejo “es, evidentemente, distinto el obrar en nombre de
otro, que obrar bajo el nombre de otro. En un caso hay representación y en el otro falsificación o suplantación”.

2. Naturaleza jurídica de la representación.

Las teorías que han existido en relación con el fenómeno de la representación tratan de explicar cual es la
importancia que tienen las voluntades (del representado y del representante) en el negocio representativo, es
decir en el celebrado entre el representante y el tercero. En otras palabras estas teorías tratan de explicar cual es
la voluntad que es manifestada en el negocio jurídico representativo, si la del dominus negotii o la del
representante.

La primera de las teorías sostuvo que la única voluntad relevante en el negocio representativo era la voluntad del
dominus negotii. Surge en contraposición otra teoría, la llamada teoría de la representación, en la cual se defiende
que la voluntad que actúa en el negocio jurídico representativo, es la voluntad del representante, que es el que
actúa en el negocio con el tercero con quien contrata.
Ante estas dos posiciones que pueden ser catalogadas de unilaterales, surgen teorías intermedias, que
consideran tanto al representante como al representado coautores del negocio representativo:

“ Teoría de la colaboración (cuantitativa) de la voluntad de representante y representado: se parte del presupuesto


de que deben tomarse en consideración tanto la voluntad del representado como la del representante, puesto que
la voluntad negocial en el negocio representativo está constituida siempre por la cooperación de las dos
declaraciones de voluntad. No obstante, se distingue entre los casos en los que se otorga un poder especialísimo
o un poder general, en los primeros se produce un predominio de la voluntad del representado y en el segundo, de
la del representante, sin olvidar los casos intermedios donde las voluntades de ambos sujetos se dan en una
mayor o menor proporción, según el supuesto concreto”

Teoría de la cooperación funcional o cualitativa: se considera que la voluntad del representante como la del
representado concurren al nacimiento del negocio, pero no en medida cuantitativa, sino con una función diversa,
tanto por la naturaleza como por a cualidad, pues el representado emite el acto de decisión, ya sea comprar,
arrendar o vender, y su manifestación volitiva constituye el elemento formal de la voluntad de contenido, es decir,
la materia del acto volitivo negocial, el cual sin embargo, permanece uno aunque constituido por la síntesis de los
dos elementos. Las dos voluntades son autónomas pero desde un punto de vista estructural se unen entre sí
funcionalmente”

Representación voluntaria.

La representación voluntaria es la autorización concedida por una persona (representado) a otra persona
(representante) para que actúe por su cuenta. Tiene su origen en la voluntad del representado, que manifiesta
desde un inicio el querer actuar por medio de otra persona. Esta representación encuentra su razón de peso en la
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ampliación o extensión, en tiempo, espacio y posibilidades de la persona.

Esta autorización se concede mediante el poder por medio del cual una persona (representante) podía actuar en
nombre de otra y producir efectos jurídicos en la esfera jurídica del representado. Este fenómeno ha sido llamado
por la doctrina representación directa.

De ahí que la doctrina ha establecido dos requisitos fundamentales para que la persona pueda celebrar, como
representante directo, un negocio eficaz para otra:

Obrar en nombre del representado y por cuenta de otro (contemplatio domini)

Obrar con poder bastante o suficiente.

Como presupuesto en la actuación del representante se plantea como requisito la capacidad del mismo,
capacidad de obrar que en el supuesto de la representación directa voluntaria se manifiesta en los dos sujetos del
negocio representativo

Poder:

Del latín potere, que procede, a la vez, de possum, potes.

Según Albaladejo el poder es la autorización concedida al representante para obrar en nombre y por cuenta del
representado. Puede ser concedido por ley o por la voluntad del representado (representación legal o voluntaria).
Siendo lo más común que se utilice el término para referirse a la voluntaria, a la que nace de un negocio jurídico
(apoderamiento), también se conoce el término como el documento en el que consta dicha autorización.

La sustitución:

La mayoría de la doctrina admite la sustitución por naturaleza del apoderamiento, siempre que no exista
prohibición expresa del poderdante. Es incorrecto plantear que existen poderes irrevocables, lo que existen son
poderes donde el poderdante no le concede al apoderado la facultad de sustitución, que parece lo mismo pero no
es igual.

La sustitución puede operar por medio de la concesión de un poder por el apoderado en ejercicio del poder que
ostenta, con este nuevo acto, llamado subapoderamiento, no se transfiere el poder, pues el primer apoderado
conserva el suyo, por tanto hay dos sujetos que representan a la misma persona. Diferente sería el caso de que el
apoderado actúe a nombre propio, y por tanto el nuevo representante no lo es del representado primitivo.

Por la gestión o por los actos realizados por el sustituto es responsable el representante a menos que se autorice
por el representado la designación de sustituto, designando la persona que puede ostentar esta condición.
Artículos 64, 407.1,2,3 del Código Civil cubano

Extinción del poder:

El poder se extingue por las causas generales extinción de los negocios jurídicos y en especial las establecidas
en el artículo 64 y 409 del Código Civil.
``
4.2 Poder y Mandato:

La doctrina clásica de la representación postula entre sus pilares básicos la distinción entre poder y mandato. El
Derecho Romano concibió que cuando un sujeto realizaba un acto jurídico por otro lo hacía por medio del contrato
de mandato. Se ha sostenido que en el desarrollo del derecho romano clásico sólo se admitió la representación
indirecta, pues los actos realizados por el mandatario (representante) con un tercero, en principio solo afectaban
directamente la esfera jurídica del mandatario, siendo preciso un acto subsiguiente para que los efectos de dicho
acto repercutieran en la esfera jurídica del mandante (representado)

En el Derecho Canónico fue admitida como principio general la representación directa. No obstante hasta hace
poco los términos fueron confundidos, tal es así que en muchas legislaciones subsisten todavía esas
imprecisiones. Sin embargo la doctrina española, alemana y francesa al igual que su jurisprudencia han dejado
establecido de forma clara la distinción existente entre el poder y el mandato.
41

El mandato es un contrato y se caracteriza por ser un negocio jurídico bilateral y obligatorio entre las partes. Se
entabla una relación interna en la cual el mandatario se obliga a realizar una actividad por cuenta del mandante,
pero no a nombre de este. Según Windscheid mandato significa que uno debe o esta obligado a hacer algo,
mientras que el poder supone una potestad de hacer. En la representación directa se obra a nombre propio y por
cuenta de otro, conociendo el tercero de la existencia de un poder, o el mero actuar a nombre de otro. El poder es
un negocio jurídico unilateral y recepticio. Ello significa que este negocio nace de la voluntad del representado
(poderdante) por el cual el representado (apoderado) no resulta obligado a nada, ni siquiera tiene que aceptarlo
para considerar que existe el negocio. Y es recepticio pues ha de ser conocida por el apoderado dicha voluntad de
representación para que pueda surtir efectos jurídicos (no es condición de existencia, sino de eficacia) y
convertirse el apoderado en verdadero representante de los intereses del poderdante. Cuando un representante
actúa la relación jurídica se establece entre el representado y el tercero como si fuera el mismo el que estuviera
actuando, el tercero, en la representación directa, siempre conoce que se actúa a nombre del representado.
Cuando actúa un mandatario la relación se materializa sin que trascienda a terceros a nombre de quien se está
actuando, se actúa en interés ajeno.

La representación y el mandato han estado muy ligados, tan es así que se afirma que en todo poder hay un
mandato porque se actúa por cuenta ajena. También se afirma que existe mandato representativo y no
representativo, en el primero el tercero con quien se contrata conoce que se actúa por cuenta y a nombre de otra
persona, mientras que en el no representativo se actúa a nombre propio y por cuenta ajena, llamado en la doctrina
el verdadero mandato.

El Código Civil cubano liga ambas figuras, ya que al definir el poder en su artículo 414.1 establece: “se denomina
poder al mandato por el cual el mandante confiere facultades de representación al mandatario”, al igual que la
remisión expresa que el contrato de mandato realiza al artículo 64 del código. Ciertamente en todo poder hay un
mandato, en cuanto a que se actúa por cuenta ajena, pero este negocio tiene particularidades propias. Por su
parte el artículo 398 define que “por el contrato de mandato, una persona se obliga a realizar un acto jurídico o
gestionar su realización en interés de otra....”. Como se observa si bien el Código optó por reconocerle cierta
autonomía a las figuras jurídicas comentadas, dicha autonomía parece formal, pues al tratar de definirlas incurre
en el error de confundirlas.

5. Representación indirecta.

El mandato en la esfera civil y la comisión en el ámbito mercantil son ejemplos clásicos de la llamada
representación indirecta, que se denomina por algunos autores como impropia o en sentido económico. El
substrato de la representación directa y la indirecta es el mismo, se actúa para solventar un interés ajeno, la
actuación repercute en la esfera jurídica del representado y el negocio realizado le pertenece a este último sujeto.

En la representación indirecta se actúa en interés ajeno y a nombre propio(agere in nomin proprio) por ello se
discute tanto en la doctrina como en la jurisprudencia actual si existe un vínculo entre el representado y el tercero,
relación esta que sin discusión se evidencia en la representación directa.

Representación legal.

La representación legal es la autorización concedida por la ley para que una persona actúe en nombre y en interés
de otro sujeto. Esta modalidad de representación se caracteriza por el hecho de que su origen se encuentra en la
ley y no en la voluntad del representado, partiendo del presupuesto de que este no es capaz para la realización de
actos jurídicos, bien porque está declarado incapaz (enfermedad), incapaz por edad, por ser un impedido
(ausente) o porque represente ciertos bienes o negocios cuya gestión se le confía (naciturus). Así es la ley quien
determina el alcance y la extensión de los poderes del representante legal.

Representación de las personas jurídicas.

Se plantea en ocasiones que la representación de las personas jurídicas colectivas es una representación legal.
”Sin embargo, ésta no es una representación legal toda vez que no dimana directamente de la ley, sino de un acto
voluntario y de un acto de autonomía privada de la persona jurídica, como puede ser su regla funcional o sus
estatutos”
42
TEMA 8. El TIEMPO Y SU INFLUENCIA EN El DERECHO

Importancia del tiempo en el Derecho Civil. Sistema de computación del tiempo- Prescripción: concepto y clases.
Diferencia entre suspensión e interrupción de la prescripción. Caducidad: concepto y efecto. Diferencias con la
prescripción.

La incidencia del tiempo en las relaciones jurídicas debe analizarse en cada una de ellas en particular, pero de
forma general cabe establecer su influjo en la extinción y pérdida de los derechos, o de las acciones necesarias
para el ejercicio de estos, a través de las instituciones de la prescripción y la caducidad, que estudiaremos más
adelante.

La prescripción extintiva.
Presupuestos, objeto y fundamento.

De manera general, puede decirse que la prescripción es la institución que produce la adquisición o pérdida de
derechos y acciones por el transcurso del tiempo, unido ello a otros requisitos o presupuestos, o como expresara
Diez Picazo, el fenómeno que, prima facie, consiste en la modificación que experimenta una determinada situación
jurídica con el transcurso del tiempo

Dentro de este concepto amplio, cabe distinguir entre prescripción adquisitiva o usucapión y prescripción extintiva.
Ambas clases de prescripción son distintas, difieren en cuanto a distintos requisitos, coincidiendo solamente en
una y otra el paso del tiempo y la inacción del titular del derecho, elementos comunes que producen distintas
consecuencias en uno y otro caso, por lo que resulta aconsejable su estudio por separado.

La prescripción extintiva o prescripción en sentido estricto alcanza, en principio, a todos los derechos
patrimoniales, razón por la cual es acertado su estudio en la parte general del Derecho Civil, a lo que se une, en
nuestro caso, que la sistemática del Código Civil vigente incorpora esta materia a su Libro Primero, cuyos
preceptos inciden en la parte especial sin necesidad de reiterarlos.

La prescripción adquisitiva o usucapión sólo afecta a algunos derechos reales, es una forma de adquirir el dominio
sobre cosa ajena, por su posesión continuada durante el tiempo que fija la ley y cumpliendo los requisitos que ésta
establece, razón por la cual su estudio corresponde a materia especial, no a la parte general, y en el Código se
regula en el Libro correspondiente a la Propiedad y otros derechos sobre bienes.

Aunque el transcurso del tiempo es de vital importancia para que la institución de la prescripción extintiva se perfile
como tal y surta sus efectos, no es suficiente sólo esto, se necesitan otros presupuestos: la existencia de un
derecho subjetivo que, pudiendo ejercitarse, no se ejercita por su titular, que se mantiene inactivo, y la falta de
reconocimiento del derecho por parte del sujeto pasivo de la pretensión que contra él se tiene. Todo ello unido da
lugar a la prescripción.

Ahora bien, ¿cuál es el objeto de la prescripción?; cuando ella tiene lugar, ¿qué se afecta?. La doctrina no es
unánime en las respuestas a estas interrogantes, se discute si lo afectado por la prescripción es el derecho
subjetivo considerado como unidad de poder jurídico atribuido a la persona, o si sólo queda afectada la acción o
acciones correspondientes para hacerlo valer frente a otros.

Según la tesis tradicional, la prescripción únicamente extingue acciones, paralizando el ejercicio judicial del
derecho pero dejando a éste con vida, por lo que el derecho pudiera hacerse valer extrajudicialmente. Sus
opositores consideran que un derecho que no puede ejercitarse ante el órgano jurisdiccional correspondiente
estaría desnaturalizado, y no tendría sentido admitir su existencia si no existe la posibilidad de exigir judicialmente
su respeto y cumplimiento.

La tesis de la prescripción de derechos es actualmente la más seguida por la doctrina, pero su admisión también
presenta problemas, pues a veces el derecho subjetivo no se extingue por entero, sino que simplemente se
reduce o se limita. Por ello se considera que la prescripción afecta al derecho subjetivo, pero entendiéndose que
aquí el término "extinción" debe matizarse, pues se extingue el derecho en cuanto al poder de ser exigido a otro,
pues ha perdido su coercibilidad por la inacción del titular, pudiendo el tercero repeler su ejercicio intempestivo.

En realidad, se trata de una institución necesaria para el orden social y la legalidad jurídica, pues el ordenamiento
jurídico no debe proteger indefinidamente los derechos que no se usan ni son reconocidos, ya que ello atentaría
contra la seguridad jurídica general. Con la prescripción se trata de mantener la estabilidad de las relaciones
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jurídicas, sin ella podrían producirse reclamaciones carentes de verdadero fundamento, y quien las
padeciera podría haber perdido los medios de defensa o prueba producto del tiempo transcurrido, o no recordar
con seguridad si ha cumplido o no oportunamente lo que debía.

Interrupción y suspensión de los plazos de prescripción.

Como ya se ha planteado, para que se de la prescripción es necesario que exista un derecho que, pudiendo
ejercitarse, no se pone en práctica durante el tiempo que la ley señala. Así, la doctrina científica y la jurisprudencia
proclaman que si el titular de un derecho se encuentra en imposibilidad de ejercitarlo a consecuencia de un
obstáculo cualquiera, que proceda ya de la ley, ya de fuerza mayor, o hasta de la misma convención en
ocasiones, la prescripción no corre contra aquél hasta que cesa o desaparece dicha imposibilidad.

De esta manera, la aparición de tales obstáculos puede dar lugar a la interrupción o suspensión del plazo
prescriptivo. Cuando las causas que determinan un impedimento de la prescripción imponen que el tiempo tenga
que volver a contarse por entero, quedando completamente borrado el que hubiera transcurrido hasta allí,
estamos en presencia de la llamada interrupción de la prescripción. En el caso de la llamada suspensión, el
transcurso del tiempo de prescripción queda paralizado o detenido, pero cuando desaparece la causa que la ha
producido, el transcurso del tiempo se reanuda a partir del momento en que se había detenido, de forma que el
tiempo posterior se suma al anterior que ya había transcurrido.

Caducidad.

El transcurso del tiempo tiene también incuestionable incidencia en la producción de la caducidad de un derecho.
Sin embargo, aunque ello va también a la inactividad del titular, no deben confundirse caducidad y prescripción
extintiva.

El término caducidad proviene del latín cado, que significa caer, morir, extinguirse, y en el orden jurídico su
significado es similar, pues la caducidad de un derecho significa la imposibilidad de su existencia como tal más
allá del tiempo de vida que al mismo han concedido la ley o la voluntad de los particulares.

La caducidad generalmente afecta a los llamados derechos potestativos o a las facultades, sean estos de carácter
puramente patrimonial o no, que tienden a modificar o alterar una situación jurídica dada. Como esta posibilidad
de modificar una relación jurídica preexistente lleva en sí una situación de incertidumbre o inseguridad, tales
derechos o facultades nacen con un determinado plazo de vida, pasado el cual se extinguen automáticamente. De
lo anterior se ha deducido que la caducidad se funda en la necesidad de dar seguridad al tráfico jurídico.

Los derechos o facultades que pueden quedar afectados o extinguidos por la caducidad son de duración limitada,
a diferencia de los derechos afectados por la prescripción, cuya duración es ilimitada aunque sólo resulten
exigibles si no se les deja en desuso durante determinado tiempo.

En el caso de la caducidad, el tiempo se cuenta necesariamente desde que el derecho o facultad nace, mientras
que en el caso de la prescripción el tiempo afecta al derecho en cuestión desde que queda inactivo, por lo que si
después de nacer se ejercita, el tiempo se cuenta desde que la actividad cesa para que tenga lugar la
prescripción, por lo que ésta puede admitir interrupción o suspensión de su cómputo, cosa que no es posible en el
caso de la caducidad, para la cual el tiempo inexorablemente transcurre sin que pueda detenerse.

Por lo anterior se afirma que en la caducidad opera el transcurso meramente objetivo del término concedido para
el ejercicio de un derecho, sin que se tomen en cuenta las circunstancias subjetivas de su titular, mientras que en
la prescripción, aún dentro de su fundamento objetivo, como ya apuntamos, toma en cuenta la circunstancia
subjetiva de la inacción del titular del derecho. El fundamento de la caducidad, como afirma Espín Cánovas, no es
subjetivo, sino puramente objetivo, el transcurso del plazo durante el cual un derecho puede ejercitarse.

Así pues, la caducidad o decadencia es la extinción de un derecho que ya nace con un plazo de duración limitada,
de manera que al haber transcurrido el lapso de tiempo previsto, tal derecho quedará necesariamente extinguido.

Al ser la caducidad una institución jurídica de carácter objetivo, que impide el ejercicio de un derecho luego de
transcurrido el tiempo previsto para su duración, puede ser apreciada de oficio por los tribunales, lo cual marca
también una diferencia entre ésta y la prescripción extintiva, admitida por la doctrina y la jurisprudencia.

Cómo ya se ha dicho, la caducidad puede ser legal, cuando proviene de la ley, o caducidad voluntaria o negocial,
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cuando son las partes las que determinan el período de vigencia de una facultad o derecho. En el caso de la
primera, el efecto del cumplimiento del plazo de caducidad es automático, una vez transcurrido se extingue el
derecho ipso iure, no siendo necesario que se alegue por el interesado para que sea acogida directamente por el
juez. En caso de caducidad proveniente de la voluntad de los particulares, la apreciabilidad de la misma ex officio
es insegura, considerándose en ocasiones por la jurisprudencia la posibilidad de que sea tomada en consideración
sólo si se alega por el interesado

Nuestro Código Civil regula la caducidad de forma general en su artículo 125, que establece que en los casos
expresamente determinados en la ley o en el acto jurídico, los derechos caducan por el simple transcurso del
tiempo, añadiendo luego el artículo 126, sin distinguir entre los que tienen carácter legal o voluntario, que los
plazos de caducidad se aprecian de oficio por los órganos jurisdiccionales y no son susceptibles de interrupción ni
suspensión por causa alguna.

La regulación expresa, aunque breve, de la caducidad en nuestro Código Civil constituye una novedad, pues tal
institución no aparecía preceptuada en el Código Civil español anteriormente vigente entre nosotros, a pesar de su
aceptación en el orden jurídico por la influencia de la doctrina germánica.

Según Diez Picazo y Gullón, el problema fundamental que plantea la caducidad es el de determinar cuando
estamos en presencia de ella o de la prescripción, cuestión de gran importancia práctica por los distintos efectos
de estas dos instituciones, considerándose que un criterio aceptable para percatarnos de la distinción es el
derivado de la naturaleza del derecho objeto de la presunta caducidad, pues ésta recae sobre los llamados
derechos potestativos o facultades de configuración o modificación de una situación jurídica. Si tal situación
jurídica afectada por el ejercicio pendiente del derecho se encuentra en una fase provisional o transitoria, que
exige un rápido tránsito a la situación definitiva, debe considerarse que estamos en presencia de plazos de
caducidad, no de prescripción.

La diferencia fundamental entre caducidad y prescripción extintiva está en el interés jurídico protegido. La
primera protege un interés general, el de la pronta certidumbre de una situación jurídica que se encuentra
pendiente de una posible o eventual modificación, mientras que la segunda protege un interés individual, que es el
del sujeto que podrá alegarla oponiéndose al ejercicio tardío de un derecho, cuando no podía ya esperarse
razonablemente tal ejercicio o cuando los medios de defensa son ya de difícil actualización o han desaparecido,
aunque no debe olvidarse que también la prescripción tiene un fundamento objetivo, consistente en dotar de
estabilidad a las relaciones jurídicas cuando éstas se asientan en una apariencia que se prolonga en el tiempo
afectando con ello la seguridad del tráfico jurídico.

Por lo anterior afirman acertadamente algunos autores que el criterio de determinar la naturaleza del derecho a
que se aplica la caducidad o la prescripción no resuelve definitivamente el problema planteado, pues la opción por
una u otra es, más que cualquier otra cosa, una cuestión de política jurídica, por lo que cualquier derecho o poder
jurídico es per se apto para ser sometido por ley a caducidad. Por ello lo más adecuado resulta utilizar como
criterio delimitador el de la interpretación en cada caso de la disposición legal.

Pueden situarse como ejemplo de plazos de caducidad en nuestro Código Civil el de ejercicio del tanteo y retracto
legal, regulado en el artículo 230, que establece expresamente que el derecho de tanteo caduca a los treinta días
a partir del ofrecimiento, y el de retracto a los treinta días contados desde que su titular haya tenido conocimiento
de la venta y el de vigencia de los testamentos especiales, que según el artículo 489 caducan si el testador no
fallece durante la campaña o travesía o se salva del peligro de muerte y transcurren treinta días desde que el
mismo tiene la posibilidad de testar en forma común.

En resumen, se señalan cuatro diferencias esenciales entre la caducidad y la prescripción, que exponemos a
continuación:

En primer lugar, se diferencian por su origen o nacimiento, pues la prescripción siempre procede de la ley,
mientras que la caducidad puede proceder de ésta o de un acto jurídico privado.

En segundo lugar, se distinguen por su finalidad, pues la prescripción tiene como propósito dejar un derecho
desprovisto de acción ante la razón subjetiva del no ejercicio del mismo por negligencia o abandono real o
supuesto de su titular, mientras que la caducidad fija de antemano el tiempo durante el cual puede ejercitarse
útilmente un derecho, atendiendo sólo al hecho objetivo de su falta de ejercicio dentro del término prefijado deja
sin vida tal derecho.
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En tercer lugar, en cuanto a sus efectos, la prescripción actúa como una excepción, sólo se tiene en cuenta
cuando se invoca por el demandado, mientras que la caducidad opera de manera directa y automática, el órgano
jurisdiccional puede apreciarla de oficio, aunque sólo se desprenda su transcurso de la exposición del
demandante.

Por último, en cuarto lugar, la prescripción admite causas de suspensión e interrupción, mientras que la caducidad
no se ve afectada por tales causas, pues su efecto extintivo respecto al derecho es radical y absoluto.

TEMA 9. LA PUBLICIDAD.

Concepto de publicidad. objetivos e importancia. Objeto de publicidad. Efectos declarativos, constitutivos y


mixtos. Formas de publicidad. El Registro del Estado Civil: concepto, organización, secciones de que se
compone, importancia y regulación jurídica.

Concepto. Objeto y vías o formas de publicidad.

La palabra publicidad proviene del latín publicus, que significa hacer notorio, patente, manifiesto.

La publicidad ha sido definida teniendo como factor esencial el conocimiento o la exteriorización que produce, así
como la permanencia que el acto o derecho inscrito alcanza con ella.

En esta línea señala Tirso Clemente que "la publicidad es un medio por el cual la voluntad de las partes que
intervienen en un determinado negocio jurídico, sea conocida permanentemente y para el futuro".

El objeto de la publicidad lo constituye aquello sobre lo que ésta recae. Tomando en cuenta los elementos de la
relación jurídica: sujetos, objeto y causa, la publicidad puede incidir en las personas, ya sean naturales y jurídicas,
los bienes ya sean muebles o inmuebles y en los hechos, actos y negocios jurídicos de diversa naturaleza, lo que
conllevará a su vez a la constitución y creación de diferentes tipos de Registros, como se ha consignado
anteriormente.

Importancia de la publicidad.

La importancia de la publicidad y su necesidad proviene del hecho indiscutible de que los derechos, actos,
negocios, obligaciones y deberes sean conocidos, no solamente por el propio interesado, sino por terceros o por la
propia sociedad donde se desenvuelven los individuos en cuestión. Así, para la constitución de determinadas
relaciones jurídicas, y actos jurídicos en general, la publicidad es requisito esencial, ya que su eficacia depende de
la inscripción en el Registro.

Los fines de la publicidad registral dependerán del tipo de Registro de que se trate, pero la importancia de ésta,
será común para todos los Registros, al lograr la publicidad la exteriorización del acto de que se trate, logrando la
cognoscibilidad general encaminada fundamentalmente a terceros y eficacia sustantiva o jurídica sobre la persona
y sus bienes. La publicidad tiene además importancia para el orden estatal, pues a través de ella se cuenta con un
instrumento efectivo para la realización de censos y la elaboración de estadísticas de interés social.

Efectos de la publicidad.

Los efectos de la publicidad pueden ser abordados desde dos puntos de vista, teniendo en cuenta su efectividad
entre las partes y en relación con los terceros.

En el primer caso, cuando se requiere para la existencia misma del derecho o de la relación jurídica el acto de
publicidad registral, ello afecta a las partes puesto que sólo podrán actuar de conformidad a lo dispuesto por la ley
en cuanto a la inscripción, pues de lo contrario el acto carece de eficacia. También en este sentido debe apuntarse
que la prioridad en la inscripción determina, en algunos casos, la titularidad del derecho.

En relación con los terceros, la inscripción en el registro prueba la existencia del derecho o de la relación jurídica
en cuestión, por lo que dicha inscripción crea la ficción de que a partir de ella el hecho o acto inscripto es
conocido por todos, y por el contrario, la no inscripción puede traer como consecuencia que el hecho o acto se
considere inexistente frente a terceros. Esto es lo que se conoce como efectos positivos y negativos,
respectivamente, de la publicidad.
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Las legislaciones modernas no sólo le atribuyen a los registros el carácter de medios probatorios, en dependencia
de la cualidad oficial del que está investido el mismo y del control público a que está sometido, sino que además
en muchos casos condiciona la eficacia y existencia misma del derecho o situación jurídica a dicha inscripción
registral. De esto se deduce la distinción entre los efectos declarativos y constitutivos de la publicidad registral.

Efectos declarativos:

El nacimiento del derecho y del negocio o acto jurídico no depende de la inscripción efectuada en el Registro. Este
existe con absoluta independencia de que se haya efectuado o no la inscripción registral y produce consecuencias
jurídicas frente a terceros, erga omnes.

Por tanto la efectividad y valor del acto jurídico no depende de la publicidad que otorga el Registro. Tal es el caso
de negocios jurídicos como la permuta, la compraventa de inmueble, la donación de bienes, entre otros.

Los hechos relacionados con el estado civil de la persona natural, como el nacimiento y la muerte, son un ejemplo
típico del efecto declarativo que produce respecto a ellos la inscripción registral.

Efectos constitutivos:

La existencia del derecho o del negocio o acto jurídico depende de la inscripción efectuada en el Registro, siendo
la misma un elemento esencial para su configuración. De ahí que el derecho no existe si no se produce la
inscripción, conformando ésta el derecho en su plena eficacia erga omnes, tal como señala García García, "el acto
o negocio jurídico se forma por la declaración de voluntad y la forma, pero el derecho que surge de ese acto
jurídico queda en suspenso, no nace, no existe, hasta que se haya producido la inscripción. Esta constituye o crea
el derecho”. El ejemplo típico es la hipoteca en cuanto a los derechos reales, que sólo nace con la inscripción en el
Registro de la Propiedad, y la constitución de determinadas personas jurídicas, cuya personalidad no nace hasta
que se realiza la correspondiente inscripción.

Distinción entre inscripción constitutiva e inscripción obligatoria:

La inscripción constitutiva es un requisito esencial o imprescindible para la existencia del derecho, mientras que la
inscripción obligatoria es una obligación que la ley impone, un deber impuesto, cuyo incumplimiento no ejerce
efecto alguno sobre el nacimiento, ni la eficacia del acto en cuestión, sino otras consecuencias jurídicas que se
derivan del incumplimiento de la obligación en cuestión.

Registro del Estado Civil.

El Registro del Estado Civil surge por la necesidad de organizar la vida civil, otorgando la publicidad fiable y
auténtica de los datos concernientes al estado civil de las personas naturales, el nacimiento, la muerte, el
matrimonio, la filiación, entre otros. Proporcionando la información fidedigna a los particulares y al Estado,
previendo y anticipando el momento en que el dato se necesite.

Tal como señalan algunos autores, "el Registro civil es como un catálogo oficial de las personas integradas, en
principio, y con algunas extensiones, en un ordenamiento jurídico..."

Pudiera definirse como la oficina pública, centro donde se hacen constar los datos relativos al estado civil de las
personas naturales. En el Registro del Estado Civil se ordenan adecuadamente las actas relativas a éste,
destinadas a proporcionar una prueba cierta del mismo. Los registradores expedirán las certificaciones que se les
soliciten por cualquier persona, o harán constar que los asientos solicitados, en su caso, no existen en el Registro
a su cargo. Es adecuado apuntar aquí que según estableciera nuestra Constitución de 1976 está abolida toda
diferencia entre los hijos habidos dentro o fuera de matrimonio formalizado, particular que, por tanto, no se
consignará en las actas de nacimiento. Tampoco se consignará la condición de hijo adoptivo en aquellos que
tengan tal condición, según estableció el artículo 106 del Código de Familia, modificado por el Decreto- Ley
número 76 de 20 de enero de 1984 referido a la adopción.

La actividad a desarrollar por el Registro del Estado Civil se regula en la Ley Nro. 51 de 1985, que establece que
éste constituye una institución de carácter público a través de la cual el Estado garantiza la inscripción de los
hechos y actos relacionados con el estado civil de las personas, resultando además un medio importante para la
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conformación de estadísticas demográficas, de salud y otras de interés social.

Como ya se ha estudiado, dentro del estado civil se admiten, según la doctrina, tres clases o tipos de estado: el
político o de ciudadanía, que distingue entre nacionales y extranjeros, el de familia, referido a la condición de
pariente o no pariente y al estado conyugal, distinguiendo a las personas respecto al matrimonio en solteras,
casadas, divorciadas o viudas, y el estado individual, que incluye el nacimiento, la edad, lucidez mental, el sexo,
la muerte. Todos estos particulares se inscriben en el Registro del Estado Civil, que se estructura en cuatro
secciones: nacimientos, matrimonio, defunciones y ciudadanía. Los asientos practicados en el Registro
constituirán la prueba del estado civil de la persona, y sólo podrán anularse mediante ejecutoria del Tribunal
competente.

En dichos Registros existen asientos principales, referidos al hecho o acto que se inscriba en cada sección
registral, y notas marginales, referidas a circunstancias que modifican o afectan a esos actos o hechos inscriptos.
Por ejemplo, al margen de la inscripción de matrimonio, que constituirá el asiento principal, se anota la ejecutoria
de divorcio o de nulidad del mismo, o la presunción de muerte de uno de los cónyuges.

Cuando existan errores u omisiones en los asientos registrales, si son de carácter material u obstativo, pueden ser
enmendados por el propio registrador, de oficio o a instancia de parte. Pero si se trata de errores sustanciales, que
afectan el estado civil de la persona, es preciso establecer proceso ante el Tribunal competente, que será el
encargado de decidir si procede o no la modificación de la inscripción.

Registro de Actos de Ultima Voluntad y de Declaratoria de Herederos.

Se encuentra vigente el Decreto- Ley número 117 de fecha 19 de octubre de 1989, encargado de regular la
actividad del registro conocido como Registro de Actos de Ultima Voluntad y de Declaratoria de Herederos.

Dicho Registro tiene por objeto el de registrar los actos de última voluntad y de declaratoria de herederos así como
expedir, en su caso, las certificaciones positivas o negativas que resulten de los asientos, evitar que se declaren
herederos personas distintas de las que sean por actos de última voluntad o declaratoria de herederos y evitar
duplicidad en la declaración de herederos, ya sea por vía testada o intestada, permitiendo en definitiva que
adquieran publicidad los actos relacionados con la sucesión por causa de muerte, de acuerdo al artículo 2 del
propio cuerpo legal

Registro de la Propiedad.

Ha de apreciarse el Registro de la Propiedad como institución jurídica al servicio de la publicidad registral


inmobiliaria, pues todo lo demás que genera el Registro, la creación de una oficina, los conjuntos de libros, el
servicio público, son sólo efectos de la organización de la actividad registral, el modo de operar y de considerar su
estructura básica.

Registro de Asociaciones.

Aparece el tema regulado en la Ley número 54 de 27 de diciembre de 1985, la cual deroga a la Ley número 1320
de 27 de noviembre de 1976 y tal como plantea en su Primer Por Cuanto, es la vía de garantizar el derecho de
asociación reconocido por la Constitución en su artículo 53. Igualmente en el Segundo Por Cuanto se señala que
las transformaciones operadas en el país, demandan un aspecto importante, que lo constituye la reorganización
de los registros de asociaciones a nivel nacional.

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