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1.Sumo y único Maestro y Profeta.: Se ve en los relatos evangélicos como Cristo enseña y
profetiza. De manera excelsa: por su ciencia (Io. 3,11), autoridad (Mt. 17,5; Mc. 16,15),
modo de enseñar (Lc. 24,32); es único Maestro (Mt. 23,10). El Evangelio le llama Maestro
más de 50 veces.
Cristo como Profeta habla a los hombres palabras de Dios, Jesús anuncia el Evangelio, la
Buena Nueva, del Reino de Dios (cfr Mc 1, 15). Jesús es, pues, Profeta. Enviado por el
Padre para llevar a los hombres la Palabra de Dios; la autoridad de su predicación es, por
eso divina: el mismo Padre ordena escuchar la palabra de Jesús (Mt 17, 5). Y como Maestro
enseña la verdad por propia autoridad: "yo os digo". El mismo es la verdad que por sus
palabras y obras (Verba et Gesta) lleva al culmen la Revelación, la confirma con milagros y
habla de los que ve y conoce: la esencia misma de Dios; El es el Maestro, es decir, el que
enseña por propia autoridad (Mt 7, 29).
2.Cristo es Rey: La fe de la Iglesia afirma de Cristo que está sentado a la derecha del Padre,
desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y añade que su reino no tendrá
fin, repitiendo así la expresión del anuncio hecho a María: El será llamado Hijo del
Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; y reinará sobre la casa de
Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Lc 1, 32-33).
Esta potestad regia corresponde a Cristo diversos "títulos": a) Por la unión hipostática, pues
al ser Hijo de Dios por naturaleza, por El todo fue hecho (Cf Col 1,15), incluso los ángeles
deben adorarle y obedecerle. b) Por título de "conquista", pues su sacrificio realizó un acto
de reparación de valor infinito, librando la humanidad de la esclavitud del pecado, del
demonio y de la muerte. c) Por la plenitud de su Gracia, de la que todos hemos recibido.
Cristo ejerce su función de Rey en la instauración de su reino con las acciones propias del
Señor: reuniendo a su pueblo y estableciendo las leyes del Reino, del que se declara Juez
supremo. Esa soberanía es universal: se extiende a todos los hombres, a todos los lugares y
a todas las cosas.
3.Cristo en cuanto hombre es Sumo Sacerdote: Ps. 109,4 "Tu es sacerdos in eaternum...".
En la Carta a los Hebreos, Cristo es presentado como el Gran Sacerdote de la Nueva
Alianza. Más aún, es sobre todo en su cualidad de sacerdote, como Jesús aparece sentado a
la diestra del Padre.(Hebr 8, 1). Se trata, pues, de un reinado sacerdotal y de un sacerdocio
regio.
22.2 Valor salvífico de todos los misterios de la vida, muerte y glorificación de Jesús.
Todo lo que el Señor hizo y padeció tiene carácter salvífico; todas sus acciones anteriores a
la Resurrección fueron meritorias (sentencia más común entre los teólogos). STH. (III,34,1-
3) expone este valor, basándose en la perfección de la naturaleza humana de Cristo y la
unión hipostática. Haber merecido la salvación desde el primer acto no hace inútiles los
demás, ni hace que sus méritos le sean más debidos por más razones.
Toda acción humana de Jesús, considerada en sí misma, podía ser suficiente para redimir a
todo el género humano, por ser acción del Dios-Hombre, mediador perfecto entre Dios y
los hombres. Pero la voluntad divina fue que la Redención se operase a través de la Muerte
y Glorificación de Cristo
Pero los misterios de la vida de Cristo, desde el momento de la Encarnación, no son mera
preparación para la redención, sino que son ya en si mismos realidad de redención, pues
constituyen con el misterio pascual una unidad salvífica. El acto mismo de la Encarnación
tuvo ya un sentido redentor y una eficacia salvífica para nosotros.
La esencia del acto redentor es el amor del Hijo de Dios, en cuanto ofrenda de su
Humanidad al Padre por la salvación de los hombres. Este amor se manifiesta en su
obediencia al Padre.
La Muerte de Cristo no fue uno de los posibles términos de su vida terrena, sino la meta
terrena prevista que consumaba su acción redentora, querida por Dios y querida también
por la voluntad humana de Jesús (Lc 12, 50).
La muerte de Cristo era la meta prevista que consumaba su acción redentora. La iniciativa
es del Padre, Cristo es la donación de Dios a la humanidad, Cristo es donado, enviado con
una misión concreta: hacer la voluntad del Padre: morir en la Cruz, que es la consumación
(Gloria) de la existencia terrena de Jesús, en ella, como sacerdote y víctima, consuma el
sacrificio redentor. La muerte de Cristo sucedió verdaderamente, así es predicado por los
Apóstoles desde el primer momento.
Es muerte por separación del alma y del cuerpo: Es la manera de morir propia de la
naturaleza humana, lo cual muestra, una vez más, la realidad de la naturaleza asumida. Pero
alma y cuerpo permanecen unidos a la divinidad, por la indisolubilidad de la unión
hipostática En la separación alma-cuerpo no se ve afectada la persona del verbo, sino sólo
su naturaleza humana. El cuerpo, que fue sepultado, no sufrió corrupción y su alma
desdendió a los infiernos: mostrando verdademente la muerte de Cristo, su soberanía sobre
la vida y la muerte, liberando a los justos.
Cristo por su Pasión mereció la salvación de todos los hombres. Mérito es derecho al
premio. Sus méritos son infinitos en atención a la Persona que realiza la obra. Jesús con su
obediencia hasta la muerte no sólo satisface por el género humano, sino que merece para sí
mismo y para el genero humano las bendiciones divinas: es decir la nueva vida de la gracia
y de la gloria. Decir que Cristo merece nuestra salvación con su Pasión y su Muerte
equivale a decir que éstas han sido verdadera causa de nuestra redención por el valor moral
que tienen ante Dios.
Jesús no solo mereció para nosotros la gracia que nos reconcilia con Dios y nos libera del
pecado, sino que la causa realmente en nosotros. La infinta caridad y obediencia de Cristo
le hacen acreedor ante el Padre de nuestra reconciliación, es decir, Cristo merece que el
Padre nos conceda el perdón de los pecados y la filiación adoptiva. La causa eficiente
principal de la gracia de la salvación sólo puede ser Dios, pero Dios causa esta gracia en
nosotros mediante la Humanidad de Jesús. La Humanidad del Hijo de Dios es el
instrumento que su Divinidad quiso utilizar para producir -y no sólo para merecer- todas las
gracias en los hombres.
La Redención tiene dos efectos complementarios, distintos entre sí, frutos de una misma
causa (la obra de Crsito): Cristo nos reconcilió con Dios porque nos liberó de todo lo que
nos aparta de El, y porque eso se realiza de forma meritoria y sumamente grata al Padre; el
modo en que se ha realizado esto es la Redención, que consiste en liberar al cautivo
pagando un precio (re-d-emere: re-comprar).
Los frutos de la Redención son:-Nos liberó: *del pecado: la victoria del Señor sobre el
pecado es total. Y nos hace partícipes de ella. Cristo con su predicación desenmascara al
pecado; lo muestra en su maldad, y lo condena como lo que es: como enemistad con Dios,
como expresión demoníaca del egoísmo. Esta liberación significa también que el hombre
puede -con la gracia de Dios- vencer en sí mismo el poder del pecado. *del poder del
diablo: en la medida en que el hombre es esclavo del pecado, se encuentra también bajo el
dominio del demonio, no porque tenga un derecho sobre el pecador, sino porque tiene un
mayor influjo sobre él. La llegada del reino de Dios implica la destrucción del poder
tiránico del demonio. *de la pena por el pecado: directamente (por satisfacción
sobreabundante) e indirectamente (remitiendo el pecado que es causa de la pena). *de la
muerte: la muerte y todo lo que de dolor y frustración se sintetiza en ella, es pena del
pecado (Rom 5,12), la liberación del pecado, comporta, pues , la liberación de la muerte. La
victoria de Cristo sobre el dolor y sobre la muerte comporta también el heberlos cambiado
de signo: su negatividad se convierte en positividad. *de la ley: Jesucrsito no vino a
destruir la ley, sino a darle cumplimiento (Mt 5,17); pero también habla de su sangre como
sangre de una nueva alianza (Lc 22,20), y como un nuevo Moisés pronuncia palabras que
llevan la Ley Antigua a su última perfección, una perfección que trasciende al mismo
tiempo que le da plenitud. -Nos reconcilió con Dios, satisfaciendo por la ofensa inferida,
por medio del sacrificio gratísimo a Dios y mereciendo la salvación y todos los bienes de la
gracia y de la gloria.