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Fiebre Amarilla, una enfermedad de colores, de historias y de muerte.

Este trabajo fue preparado por el M.V. Fidel Baschetto y los estudiantes de medicina veterinaria Emmanuel Alvares
y Silvina Delgado, de las Cátedras de Fauna Silvestre de la carrera de Medicina Veterinaria de la Universidad
Nacional de Villa María (ARGENTINA).

Un virus que viajó por varios continentes por causas antrópicas y con perspicacia evolutiva conquistó, entre otros,
el Nuevo Mundo...

A modo de prólogo…

LA RESPONSABILIDAD EPIDEMIOLÓGICA DE LOS PRIMATES ALOUATTA CARAYA EN LA FIEBRE AMARILLA .

Ante el nuevo brote de Fiebre Amarilla en Brasil, ponemos a disposición este documento para que sirva como
discusión sobre muchas causas y consecuencias relacionadas a sus historias y a los roles de reservorios de
vectores y de los errores que se suelen cometer al indagar responsabilidades a animales que son víctimas de las
enfermedades y no causales.
El ejemplo claro en esta enfermedad es el género Alouatta, un grupo de primates, que cursa en forma aguda esta
dolencia con una alta mortalidad por lo que no alcanzan a comportarse como reservorios ¡porque mueren antes!
Asignar el rol de reservorios es una irresponsabilidad técnica epidemiológica muy alta, ya que esto provoca que
las personas sin conocimientos lo vean como un “enemigo” y salgan en cacerías increíbles e irresponsables. O sea
que Alouatta no solo muere por la enfermedad, sino además por matanzas que se producen por este error de
concepto.
Son repudiables los estragos que provocan ciertos actores que pretenden eliminar enfermedades eliminando
animales silvestres sin sentido, como así también son reprochables las comunicaciones técnicas incorrectas por
personal de equipos de salud que lo mencionan como reservorios.

Más temprano que tarde las ciencias veterinarias, capacitadas, deberán tener el rol necesario para dirimir los
conceptos de la nueva ciencia de la Medicina de la Conservación y además aplicar en los equipos sanitarios el
concepto de Una Salud y en forma transdisciplinaria comencemos a fortalecer la noción de ambiente y
ecosistema saludable y con ello todo lo que requiere la salud humana. Porque la “salud humana” necesita
muchísimo de las ciencias veterinarias, el problema es que todavía no se da cuenta…

Trataremos de indagar sobre las relaciones entre la salud de las poblaciones de la fauna silvestre, los animales
domésticos y del hombre; una trilogía para entender muchos procesos epidemiológicos. Además
comprenderemos que cuanto más daño le hacemos al ambiente más riesgos sanitarios existen.

Esto es una invitación para adentrarnos en el mundo de una enfermedad, sus rarezas, sus causas, sus
consecuencias pero por sobre todas las cosas, para conocerla y entenderla ya que es la mejor manera para
controlarla.

La necesidad del hombre blanco de traer mano de obra para trabajar en sus colonias fue una norma. Pero arriba
de los barcos no solo venían personas...

UN VIRUS AFRICANO DE GIRA POR AMÉRICA

El virus de la Fiebre Amarilla tuvo su origen en África Occidental, donde siempre mantuvo un ciclo entre mosquitos
y primates, hombre incluido. Debido a las exposiciones frecuentes los primates habían desarrollado cierta
inmunidad evolutiva frente al virus, presentándose en la mayoría de los casos sólo como un síndrome febril,
similar a la gripe.
O sea que los primates con pelos y sin pelos, estaban a salvo de epidemias gracias a esta coevolución donde el
agente y el huésped en esa convivencia de miles de años lograron coexistir.
Pero el hombre y su civilización europea se hicieron a la mar para toparse con un nuevo mundo para ellos, pero
con milenarias civilizaciones de este lado del globo; llegándose a encontrar con una de las ciudades más grande
del planeta conocido por los europeos, Tenochtitlan, allá por el inicio del siglo XVI con aproximadamente cien mil
habitantes, algo inusitado por aquellos años…
Las rígidas manos de los conquistadores, hambrientas de las riquezas encontradas en el Nuevo Mundo,
necesitaban de mano de obra para sus nuevas colonias. Entonces utilizaron esclavos “negros africanos”, para
conquistar estas nuevas tierras con esta nueva “gente incivilizada” que al principio no sabían si eran humanos.
Pero en América había grandes culturas, había plata, había oro y maravillas que enloquecieron a los europeos. Lo
que no había era Fiebre amarilla. Ni tampoco mosquitos del género Aedes. Entonces nuestros ancestros
europeos, se encargaron de llevarse lo que teníamos y de traernos lo que nos faltaba…

Las condiciones de los viajes en barcos donde traían a personas africanas para tratarlas como esclavos eran
totalmente inhumanas...

¿QUÉ OCURRIÓ CUANDO EL VIRUS DE LA FIEBRE AMARILLA LLEGÓ A AMÉRICA?

Es sabido que el ingreso de un patógeno a una población que no ha tenido contacto con él produce los estragos
mayores que puede provocar ese agente. Entonces, así resultó: cientos de miles de nativos, de nuestro continente,
que no tenían inmunidad alguna frente al virus, murieron de Fiebre Amarilla o vómito negro como se la definió
también, al producirse hematemesis con sangre digerida. Pero no sólo había llegado el virus, sino que también su
vector el Aedes aegypti; faltaba que hubiera susceptibles y vaya si los había: no solamente habitaban seres
humanos en estas tierras, sino que otros primates, a diferencia de Europa…
Como en los siglos XVII y XVIII morían cuantiosos nativos, los colonos traían cada vez más esclavos negros
africanos para reemplazarlos en sus tareas e incluso trabajaban más y se quejaban menos. En barcos en
condiciones no aptas, ni siquiera para transportar animales, eran acarreados (ni siquiera decimos infrahumanas,
era mucho más grave que eso) y en ellos los mosquitos seguían llegando. Es probable pensar que los nativos
africanos se pueden haber comportado, en cortos periodos, como reservorios ya que no morían en forma tan
aguda como lo hacían los nativos de estas tierras y al permanecer más tiempos vivos tenían más posibilidades de
transmitirlo. Pero hoy sabemos algo más: Aedes también tiene transmisión vertical, o sea, que las madres le
transmiten el virus a sus crías. Así los mosquitos y el virus se adaptaron y con ellos la enfermedad. Habían
llegado, a la América, para quedarse.
Entonces aquello que debía pasar, pasó. En algún momento se produjo el salto interespecífico en estas tierras y la
Fiebre Amarilla se transmitió del hombre, a través de los vectores, a ciertas especies de primates peludos de este
mundo. Pero lo más interesante es que comenzaron, a nivel selvático, a entrar en juego otros vectores del género
Haemagogus.
Con el tiempo se han detectado distintos niveles de sintomatología en diferentes géneros de primates
americanos. Aquellos que cursaban con mayor letalidad eran los del género Aloutta. Hoy continúan muriendo en
forma aguda de Fiebre Amarilla, por lo tanto, lejos de contribuir a su propagación, son grandes víctimas del ciclo.
Mueren antes que sea posible que transmitan el virus a los mosquitos del ciclo urbano, salvo que el hombre
ingrese a sus ambientes y se lleve el virus de los territorios donde vive el mono aullador hasta las urbanizaciones.
Por lo tanto en América la Fiebre Amarilla fue una antropozoonosis clara y contundente: el hombre en conjunto
con su “progreso y civilización” introdujo una enfermedad en la selva americana. Una raza de hombres, más
blanquita, por sus ambiciones desmedidas y la otra, más oscurita, por esa suerte de injusticia espantosa,
extraídos de sus tierras sin su consentimiento, dominados y oprimidos hasta el hartazgo, por aquella otra.
Con sólo esta parte de la historia se entiende que, todavía, como especie nos comportemos no solo avasallando y
enfermando sino echando culpas sin medir nuestras responsabilidades. “Errar es humano; pero echarle la culpa a
otro es más humano todavía” reza la frase consabida. No solo hemos cometido faltas y deslices con otras razas y
con otras culturas, sino a compañeros de otras especies, en este viaje evolutivo planetario. En el cual hemos dado
varios golpes y giros infaustos de timones temerarios.

Pero esta historia cuenta con muchas más historias…

Es una de las pocas enfermedades virales vectoriales que presenta vacuna, por ahora...

EL VIRUS CONQUISTADOR.

Ya en América, el Flavivirus causante de la fiebre amarilla tuvo su propia conquista: no solo sobrevivió en el
mosquito que lo trajo (Aedes sp.), sino que conquistó y se adaptó a algunos autóctonos selváticos.

Entonces en nuestro continente, de esta manera, existen dos ciclos bien diferenciados:
# El Ciclo Silvestre, que se mantiene entre mosquitos de los géneros Sabethes y Haemagogus y algunos géneros
de primates que habitan los bosques subtropicales y tropicales.
En Argentina, el último brote de Fiebre Amarilla (2007/08) ocasionó grandes pérdidas en poblaciones misioneras
de Alouatta guariba, contribuyendo a que hoy, esta especie, cada vez presente sus poblaciones con más acotada
distribución y con más bajas densidades.
En este ciclo selvático, para que un hombre se infecte, debe introducirse en el hábitat en donde se encuentran los
monos y los vectores mencionados. Actividades selva adentro favorecen este encuentro.
# El Ciclo Urbano, es donde intervienen el hombre y los mosquitos del género Aedes, sobre todo el A. aegipty. Las
grandes epidemias se producen cuando las personas infectadas introducen el virus en zonas muy pobladas, con
gran densidad de mosquitos y donde la mayoría de la población tiene escasa o nula inmunidad por falta de
vacunación. En estas condiciones, los mosquitos infectados transmiten el virus de una persona a otra (OMS,
2016). Es de notar que esta enfermedad es una de las pocas virales vectoriales que presenta vacuna, por lo cual
es un despropósito que tengamos que contar todavía con muertes humanas.

Quizá si se hiciera vigilancia en primates en sus áreas de distribución natural en forma constante, podríamos
predecir, en carácter de alerta temprana, la circulación viral y vacunar inmediatamente las poblaciones humanas
adyacentes. Con esto, entendiendo que la vacuna cubre inmunológicamente al menos durante 10 años,
estaríamos en condiciones de disminuir los factores de riesgo que hacen que la enfermedad se produzca cuando
se encuentra el virus y una persona.
Es así que podríamos estar previniendo, al estudiar la circulación viral en primates con pelos, la vida humana. ¡De
eso se tratan tantas cosas!
Hubo un médico italiano que supo vivir en Salta, Argentina, Don Paolo Mantegazza y que murió hace más de 100
años y entre toda su obra dejó una frase que bien podríamos usar acá: “De noventa enfermedades, cincuenta las
produce la culpa y cuarenta la ignorancia”.
Entendemos que para erradicar o controlar una enfermedad es necesario conocer cómo piensa, cómo se
establece, cómo se comporta, cómo nace y sobre todo cómo se agazapa para esconderse y aparecer en el
momento oportuno; quizá, en ese instante, donde bajamos la guardia...

LA EPIDEMIA DE 1871 O LA MALDICIÓN DE LA GUERRA

Una imagen inmortalizada por Blanes: el Dr. Argerich y Roque Pérez ingresan a un suceso del cual no fueron
protagonistas. Poco tiempo después ellos morirían en la epidemia.

Fue tan injusta la Guerra contra el Paraguay que es probable que a muchos de nosotros no nos la enseñaran en la
Escuela. La Guerra de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay) aliados para luchar contra el país vivo y
pujante, por entonces, del Paraguay. Fue simbólicamente un aniquilamiento contra el pueblo paraguayo;
prácticamente murieron todos los hombres mayores de 11 años (¿hombres?) y menores de 60. Tan es así que una
vez terminada la Guerra, en ese pueblo diezmado se aceptó como norma la poligamia. Requirió muchos años y
pesares, el valeroso pueblo paraguayo, para recuperar su futuro…
Esta Guerra ocurrió entre 1865 al 1871 y al fin volvimos victoriosos, en pleno Gobierno de Sarmiento. Pero
nuestros soldados no vinieron solos. Un virus y un mosquito venían con ellos. Los festejos duraron poco; a fines
de enero comenzó la tragedia. El virus de la Fiebre Amarilla ha demostrado fascinación por aparecer en los libros
de historia, aunque ellos no se interesen demasiado en darle protagonismo.
En aquel tiempo la ciencia ignoraba que el Aedes aegipty era el vector del virus, es más, en aquel tiempo la ciencia
ignoraba la existencia de los virus como entidad. En la ciudad de Buenos Aires las condiciones sanitarias no
habían alcanzado demasiado desarrollo, el virus aprovechó en 1871 para causar la peor de sus catástrofes en
Argentina, que terminaría matando cerca de 15.000 habitantes. Habían ocurridas otras, pero no como ésta. Las
grandes casonas de acaudaladas familias cerca del puerto (San Telmo y Monserrat) fueron abandonadas por los
pudientes por miedo a la “fiebre” y se fueron a construir sus nuevas casas a la zona Norte. Las casonas se
transformaron en conventillos, viviendas para inmigrantes pobres. Se debió crear otro cementerio no solo por la
cantidad de muertos sino porque en Recoleta se llegó a prohibir el entierro de muertos por la peste. Allí nació el
viejo Cementerio de la Chacharita (Cementerio del oeste). El Cementerio del Sur se colmó de muertos y luego de la
epidemia se clausuró, algunos cadáveres se sacaron, como el del Dr. Francisco Muñiz, muerto en servicio, otros
quedaron allí bajo tierra para siempre; allí un Memorial, en el hoy llamado Parque Ameghino, recuerda los héroes y
las víctimas. No solo la gente moría, sino que huían: “Los negocios cerrados, calles desiertas. Faltan médicos,
muertos sin asistencia. Huye el que puede” decía el Diario personal de Mardoqueo Navarro devenido en narrador
de la peste. Hasta Sarmiento huyó, pero ya se había creado ante la falta de respuesta estatal la “Comisión Popular
de Salud Pública”. No hay duda que la historia es fascinante, pero acá estamos hablando de una enfermedad.
El virus no solo había matado casi el 10 % de la población porteña, sino que había cambiado, para siempre, la
fisonomía citadina de Buenos Aires. Sin embargo, de la guerra y de la epidemia poco se habla en nuestra historia
argentina. Después de esto se dedujo que había de proveerse de agua corriente y mejorar los desagües.
Dijimos que en 1871 no había conocimientos de los virus ni de su vinculación con mosquitos, pero el Dr. Guillermo
Rawson estuvo cercano a un descubrimiento mundial para la ciencia: él se preguntaba por qué las personas que
habían huido tempranamente, cuando volvían por unas horas solían enfermar, pero no contagiaban a sus
familiares cuando regresaban (¡Faltaba el vector!, pequeño gran detalle).
Iban a suceder a nivel mundial muchas otras epidemias y sucesos. Cosas impredecibles y situaciones que
cambiarían la suerte del mundo, su salud y su cuento. O sea que a veces hablar de enfermedades es hablar de
historia, aunque muchos, todavía, no se hayan dado cuenta.

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