Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Son las siete en punto de una mañana cálida en la bahía de Punta Sal.
Diecisiete botes –once ecuatorianos y seis peruanos- se alinean con la proa
hacia el oeste. Una bombarda explota en la playa y zarpan a toda máquina en
busca del banco de Máncora, una meseta submarina a 26 millas de la costa,
famosa porque ahí habitan merlines y peces espada de gran tamaño. El Tercer
Campeonato Internacional de pesca de altura Copa Cofradía Punta Sal acaba
de empezar.
El Amirita pesca con ocho cañas, todas dispuestas sobre la popa del bote. Se
lanzan a diferentes distancias. Las dos más lejanas (las que tienen el hilo más
largo) sostienen los “llamadores” o “teasers”, calamares de goma que sirven
para captar la atención de los peces. Cuando el “picudo” (como le llaman al
merlín) se acerca a la embarcación, puede picar cualquiera de las otras cañas
ubicadas a los lados de la popa, que tienen señuelos de jebe con un afilado
anzuelo en su interior. Si no lo hace, los tripulantes intentarán pescarlo con
alguna de las dos cañas que quedan libres. Al igual que todos los participantes,
el Amirita utiliza la técnica del trolling: pescar arrastrando una carnada a
velocidad.
“¡Pez espada!”, grita tres veces David. Pepe corre hacia las cañas. El animal
está a pocos metros. Su dorsal asoma sobre el agua. Todos miran atentos. Pero
el picudo no muerde el anzuelo y desaparece entre las olas. Por la radio, otros
botes informan sus primeros logros y se disparan en la tabla con centenares de
puntos. El Amirita se ha quedado en 22. Es curioso: Pepe Antón viene de
campeonar en Salinas, tiene una nave poderosa y profesionales
experimentados, pero todavía no ha logrado atrapar ningún pez grande. Él es
reconocido como uno de los mejores pescadores del mundo, pero hoy la suerte
le es esquiva. La pesca de altura puede ser convertirse en un exasperante
ejercicio de paciencia. Mientras tanto, sólo queda entregarse al placer de
navegar.
En el 2005, Pepe Antón almorzó en Houston con su ídolo, Alfred Glassell Jr.,
quien entonces tenía 92 años. Conservaba la memoria intacta. Recordaba a sus
colaboradores en Cabo Blanco por su nombre y estaba preocupado por la caída
de la bolsa de Nueva York. Glassell le contó que, después de extraer monstruos
del océano peruano, vivió en Ecuador durante una temporada. Frente a Salinas
vio animales más grandes, pero no pudo levantar ninguno. Quizá frustrado, se
retiró de la pesca y se dedicó a cazar aves y a coleccionar huacos eróticos
Mochica. Murió en el 2008 a los 95 años. Hasta hoy, nadie pudo romper el
récord que estableció el 4 de agosto de 1954. Ese día pescó en Cabo Blanco un
merlín negro de 1560 libras (707,61 kilos), el más grande jamás cazado. Es uno
de los récords deportivos vigentes más antiguos del mundo.
Pero hoy no hay nada. Falta media hora para que termine el primer día del
torneo y el Amirita sólo ha pescado un dorado. En la popa los asistentes
recogen las cañas. Arriba, el capitán emprende el retorno. Mañana será otro
día.
Helguero pesca desde 1982, cuando llegó a vivir al norte. Es dueño del Punta
Sal Club Hotel y organiza este torneo desde hace tres años para promover este
balneario como destino de pesca de altura y reencontrarse con viejos
camaradas. La mayoría de los participantes son amigos desde hace años
porque frecuentan campeonatos en Salinas, Ecuador, y otras partes del mundo.
Todos suelen tener invitados a bordo, quienes disfrutan de la navegación
mientras ellos pescan. Hoy en el “Don Juan” navega el presidente regional de
Piura, Javier Atkins. En otros botes están el primer vicepresidente de la
República, Luis Giampietri, y el candidato a la primera vicepresidencia por
Fuerza 2011, Rafael Rey, quien celebra su cumpleaños en altamar.
“Lo que más me gusta de pescar es que te desconectas. Estás diez horas en el
mar, viendo el infinito. Acá no hay teléfono, no hay interrupciones. Hasta que
ves la cola de un merlín o escuchas la chicharra de la caña. Entonces, la
adrenalina se te dispara”, afirma Juan Francisco.
Cecilia es una de las pocas mujeres pescadoras del Perú. Su padre era buzo y
ella lo acompañaba a perseguir las burbujas de los peces desde muy pequeña.
Por eso no siente una pizca de mareo cuando navega. Pesca desde hace quince
años, cuando empezó a frecuentar Punta Sal con Ricardo. Ahora tienen una
casa en esta playa, y el Anakalea anclado al frente.
Son las tres de la tarde y hace rato que nadie comunica una pesca. La popa del
Anakalea es el templo de la atención. Hace unos minutos el bote interceptó un
banco de tres merlines, pero los peces huyeron. De súbito, truena la chicharra
de una caña. Cecilia corre hacia la popa, sujeta la manivela y empieza a
recoger el hilo de pesca para acercar al merlín. La nave se detiene y retrocede
lentamente. Empieza la lucha. Cecilia da vueltas a la manivela para atraer al
animal que, engarzado, brinca sobre la superficie del mar. “¡Jale señora!
¡Asegúrelo, señora, asegúrelo”, la arenga uno de sus ayudantes. La pelea –
como se le llama a esta etapa de la pesca—más larga que ha librado Cecilica
duró una hora y cuarenta y cinco minutos. Fue contra un merlín negro, el más
corajudo y combativo de esa especie. Juan Francisco Helguero cuenta que él ha
peleado hasta dos horas y media, y una amiga suya estuvo hasta cinco horas
intentando pescar un atún.
“Acá Anakalea. Strike, tag and release de un merlín rayado”, anuncia Ricardo
padre por la radio. Por pescar, etiquetar y liberar a este ejemplar de casi 250
libras, los Cillóniz reciben 250 puntos que los colocan en la punta. Sólo falta
media hora para que termine el campeonato y los tripulantes del Anakalea se
ilusionan con el título.
Ricardo comenta que deberían asegurar el primer lugar con otro merlín. Los
vigías toman sus posiciones. Hay un sentimiento de emoción contenida en la
cubierta. El bote que va segundo, o el que va tercero, puede ganar la
competencia con cualquier merlín que pesque. Quedan quince minutos y
cualquier cosa puede pasar. Incluso, que pique otro pez en el Anakalea.
Ricardo Cillóniz hijo levantó su primer lenguado cuando tenía 7 años y ahora
utiliza toda su destreza para jalar otro merlín hasta la popa de su yate. Debe
hacerlo con cuidado, jugar con la energía del pez y cuidar que no escupa el
anzuelo. “Este deporte tiene tanto de pesca como de cacería. No estacionas el
bote y esperas que el pez pique. Lo buscas, lo persigues. Cuando ya lo tienes
comienza una lucha uno contra uno. A veces gana el pez (cuando se libera del
anzuelo) y a veces ganas tú (cuando logras pescarlo)”, afirma Ricardo.
El animal se retuerce por su libertad solo unos centímetros fuera del agua.
“Cuando lo tienes cerca del bote debes ser cuidadoso. Lo peor que te puede
pasar es que el merlín te enrede en la línea, te jale y en tres segundos estarás
a cien metros de profundidad. No morirás ahogado, sino reventado por la
presión”, comenta Ricardo hijo.
Tras la fotografía que prueba su cacería, el Anakalea tiene 250 puntos más y
completa 1500. Faltan tres minutos para que termine la competición, las
felicitaciones llegan de todas las embarcaciones. El yate está a casi dos horas
de Punta Sal, más de cuarenta millas mar adentro. Da la vuelta. La proa se
levanta y todos deben aferrarse porque el retorno será a todo motor. Ricardo
Cillóniz se abraza con su hijo y su esposa. Llenan sus copas con un refrescante
Chardonnay. El vino blanco en altamar les sabe a gloria.
RECUADRO I
Pesca responsable
RECUADRO II
Cuadro de honor
El Anakalea es el primer bote peruano que gana la Copa Cofradía Punta Sal.
Los dos años anteriores, la gloria se la llevaron yates ecuatorianos: el 2009
triunfó el yate Miyaya de Santiago Lladó (Ecuador) y el 2010 el trofeo se lo
llevó el Amalita de Jorge Pancho Jurado (Ecuador).