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LA CAZA DEL GRAN PEZ

La pesca de altura, más que un deporte, es un estilo de vida. El bote


Anakalea de Ricardo Cillóniz ganó el tercer torneo Copa Cofradía
Punta Sal con seis merlines pescados, etiquetados y liberados. COSAS
navegó con los competidores, y compartió dos días de pesca prolífica
y camaradería en altamar.

Por Renato Velásquez Fotos de Josip Curich

Son las siete en punto de una mañana cálida en la bahía de Punta Sal.
Diecisiete botes –once ecuatorianos y seis peruanos- se alinean con la proa
hacia el oeste. Una bombarda explota en la playa y zarpan a toda máquina en
busca del banco de Máncora, una meseta submarina a 26 millas de la costa,
famosa porque ahí habitan merlines y peces espada de gran tamaño. El Tercer
Campeonato Internacional de pesca de altura Copa Cofradía Punta Sal acaba
de empezar.

Adelante va el yate Amirita de Juan José “Pepe” Antón, un empresario


guayaquileño apasionado de la pesca deportiva y miembro del comité directivo
de la IGFA (International Game Fish Association). Su padre también era
pescador y él compite regularmente en torneos internacionales desde hace
cinco años. En el 2008 mandó a construir esta embarcación de casi cuatro
millones de dólares y 64 pies de eslora al astillero Hatteras de Carolina del
Norte, Estados Unidos. “Es mi segundo hogar”, asegura.

Su tripulación está conformada por el experimentado capitán de barco Ken


Ross, de West Palm Beach (Florida), el asistente de pesca venezolano David
Hernández y el ecuatoriano Jaime Gonzáles, quien ahora prepara las carnadas
(un pequeño pez parecido a la anchoveta, llamado choca) y los señuelos
(coloridos calamares artificiales de hule).

El Amirita pesca con ocho cañas, todas dispuestas sobre la popa del bote. Se
lanzan a diferentes distancias. Las dos más lejanas (las que tienen el hilo más
largo) sostienen los “llamadores” o “teasers”, calamares de goma que sirven
para captar la atención de los peces. Cuando el “picudo” (como le llaman al
merlín) se acerca a la embarcación, puede picar cualquiera de las otras cañas
ubicadas a los lados de la popa, que tienen señuelos de jebe con un afilado
anzuelo en su interior. Si no lo hace, los tripulantes intentarán pescarlo con
alguna de las dos cañas que quedan libres. Al igual que todos los participantes,
el Amirita utiliza la técnica del trolling: pescar arrastrando una carnada a
velocidad.

Por la radio anuncian el inicio oficial de la competencia. A partir de ahora,


hasta las 4:30 p.m., cualquier dorado de más de 20 libras, pez espada, merlín
rayado (200 puntos) o merlín negro (400 puntos) atrapado sumará. El
tagueado o etiquetado de cada pez adicionará 50 puntos. Ganará el bote que
logre más unidades.

De pronto, una caña se tensa y su carrete gira enloquecido. “¡Un dorado!”,


grita alguien. Pepe Antón corre hacia la manivela, le da vueltas para recoger
hilo y acerca el pez a la nave. El dorado brinca sobre el agua. Cuando los
ayudantes lo suben a cubierta, el animal se retuerce y salpica todo con su
sangre. “No puntúa mucho, pero ya tenemos asegurado el ceviche”, sonríe
Antón. Sólo van veinte minutos de competición. La pesca se comunica por
radio a todos los participantes. Puede ser el comienzo de un día espléndido.

En la terraza blanca, amplia y cómoda del segundo piso de su embarcación,


Pepe confiesa su devoción por Cabo Blanco. Él comercializa en Ecuador una
marca de ropa para deportes marinos que se llama como la caleta de
pescadores peruana. “Para mí ese lugar es mitológico. De ahí sacaron peces
gigantes y se establecieron récords que nadie rompe hasta hoy”, cuenta. Sopla
una brisa fresca. Los cerros de la costa se ven cada vez más lejanos.

La era de los monstruos marinos

En abril de 1951, el millonario petrolero texano Alfred Glassel Jr. emprendió


una expedición hacia el mar del norte del Perú. Sus científicos le habían
informado que acá encontraría el merlín negro más grande del mundo. Glassell
llegó a Cabo Blanco con equipos de biólogos, oceanógrafos, navegantes,
pescadores y documentalistas profesionales en busca del gran pez.

Durante algunos días pescó ejemplares magníficos, verdaderos monstruos que


asombraban en las páginas de Sports Illustrated. Un mes después fundó el
Cabo Blanco Fishing Club con otros magnates estadounidenses, y se dedicó a
batir sus propios récords.

El 7 de abril de 1952 pescó el primer merlín de más de mil libras (pesaba


1052). Lo mandó disecar y lo colocó sobre la chimenea de la sala del club, a
pocos metros de la barra donde Ernest Hemingway tomaba whiskey sobre las
rocas cuando vino a supervisar la filmación de “El viejo y el mar” (John Sturger,
1958). Hoy, el Cabo Blanco Fishing Club está en ruinas, pero el pez trofeo sigue
en la pared, como un monumento en pie sobre una ciudad bombardeada.
Varios perros merodean la escalera que lleva al segundo piso. En el primer
cuarto de la derecha, que ya no tiene número, dice el guardián que se quedó el
autor de “El viejo y el mar”. Desde la ventana de esa habitación se ven varios
barquitos que flotan sobre la caleta de pescadores.

“¡Pez espada!”, grita tres veces David. Pepe corre hacia las cañas. El animal
está a pocos metros. Su dorsal asoma sobre el agua. Todos miran atentos. Pero
el picudo no muerde el anzuelo y desaparece entre las olas. Por la radio, otros
botes informan sus primeros logros y se disparan en la tabla con centenares de
puntos. El Amirita se ha quedado en 22. Es curioso: Pepe Antón viene de
campeonar en Salinas, tiene una nave poderosa y profesionales
experimentados, pero todavía no ha logrado atrapar ningún pez grande. Él es
reconocido como uno de los mejores pescadores del mundo, pero hoy la suerte
le es esquiva. La pesca de altura puede ser convertirse en un exasperante
ejercicio de paciencia. Mientras tanto, sólo queda entregarse al placer de
navegar.

En el 2005, Pepe Antón almorzó en Houston con su ídolo, Alfred Glassell Jr.,
quien entonces tenía 92 años. Conservaba la memoria intacta. Recordaba a sus
colaboradores en Cabo Blanco por su nombre y estaba preocupado por la caída
de la bolsa de Nueva York. Glassell le contó que, después de extraer monstruos
del océano peruano, vivió en Ecuador durante una temporada. Frente a Salinas
vio animales más grandes, pero no pudo levantar ninguno. Quizá frustrado, se
retiró de la pesca y se dedicó a cazar aves y a coleccionar huacos eróticos
Mochica. Murió en el 2008 a los 95 años. Hasta hoy, nadie pudo romper el
récord que estableció el 4 de agosto de 1954. Ese día pescó en Cabo Blanco un
merlín negro de 1560 libras (707,61 kilos), el más grande jamás cazado. Es uno
de los récords deportivos vigentes más antiguos del mundo.

Pero hoy no hay nada. Falta media hora para que termine el primer día del
torneo y el Amirita sólo ha pescado un dorado. En la popa los asistentes
recogen las cañas. Arriba, el capitán emprende el retorno. Mañana será otro
día.

La multiplicación de los peces

Juan Francisco Helguero, el anfitrión del campeonato, ayer pescó y “tagueó” en


su bote “Don Juan” un merlín negro, lo que le valió 450 puntos y el sexto lugar
en la tabla. “Ojalá nos acompañe la suerte”, comenta desde su silla de pesca.
Al este, el sol se levanta anaranjado. Hoy es el segundo y último día de
competición.

Helguero pesca desde 1982, cuando llegó a vivir al norte. Es dueño del Punta
Sal Club Hotel y organiza este torneo desde hace tres años para promover este
balneario como destino de pesca de altura y reencontrarse con viejos
camaradas. La mayoría de los participantes son amigos desde hace años
porque frecuentan campeonatos en Salinas, Ecuador, y otras partes del mundo.
Todos suelen tener invitados a bordo, quienes disfrutan de la navegación
mientras ellos pescan. Hoy en el “Don Juan” navega el presidente regional de
Piura, Javier Atkins. En otros botes están el primer vicepresidente de la
República, Luis Giampietri, y el candidato a la primera vicepresidencia por
Fuerza 2011, Rafael Rey, quien celebra su cumpleaños en altamar.

El ambiente de camaradería se percibe a través de la radio. Los pescadores se


desean suerte, se felicitan y se gastan bromas. Esta mañana pinta muy bien.
Las colas de los merlines asoman de a tres y de a cuatro sobre las olas azules,
pero hasta ahora no ha picado ninguno.

“Lo que más me gusta de pescar es que te desconectas. Estás diez horas en el
mar, viendo el infinito. Acá no hay teléfono, no hay interrupciones. Hasta que
ves la cola de un merlín o escuchas la chicharra de la caña. Entonces, la
adrenalina se te dispara”, afirma Juan Francisco.

El yate Anakalea, de Ricardo Cillóniz, ya pescó dos merlines rayados esta


mañana. Más los dos de ayer suman 1000 puntos, y están terceros en la
clasificación. Ricardo y su hijo están atentos a las cañas. Su esposa, Cecilia,
prepara pulpo al olivo. Suena una alegre guaracha.

Cecilia es una de las pocas mujeres pescadoras del Perú. Su padre era buzo y
ella lo acompañaba a perseguir las burbujas de los peces desde muy pequeña.
Por eso no siente una pizca de mareo cuando navega. Pesca desde hace quince
años, cuando empezó a frecuentar Punta Sal con Ricardo. Ahora tienen una
casa en esta playa, y el Anakalea anclado al frente.

La semana pasada levantó un atún enorme y esta mañana ya pescó un merlín


rayado. “No es difícil. Se requiere fuerza y maña. Cuando pesqué mi primer
Merlín, estaba tan feliz que lo levanté. Pero luego me arrepentí en el alma.
Cuando subes el pez al bote aún está vivo, y te sigue con el ojo durante buen
rato. Te mira como diciendo: ¿qué me estás haciendo? Es un animal tan
indefenso… Me tomé mi foto con el trofeo y después nunca más he matado
ninguno. Ahora los liberamos a todos”, narra Cecilia.

Son las tres de la tarde y hace rato que nadie comunica una pesca. La popa del
Anakalea es el templo de la atención. Hace unos minutos el bote interceptó un
banco de tres merlines, pero los peces huyeron. De súbito, truena la chicharra
de una caña. Cecilia corre hacia la popa, sujeta la manivela y empieza a
recoger el hilo de pesca para acercar al merlín. La nave se detiene y retrocede
lentamente. Empieza la lucha. Cecilia da vueltas a la manivela para atraer al
animal que, engarzado, brinca sobre la superficie del mar. “¡Jale señora!
¡Asegúrelo, señora, asegúrelo”, la arenga uno de sus ayudantes. La pelea –
como se le llama a esta etapa de la pesca—más larga que ha librado Cecilica
duró una hora y cuarenta y cinco minutos. Fue contra un merlín negro, el más
corajudo y combativo de esa especie. Juan Francisco Helguero cuenta que él ha
peleado hasta dos horas y media, y una amiga suya estuvo hasta cinco horas
intentando pescar un atún.

Pero el que acaba de atrapar Cecilia es un merlín rayado que ya se acerca a la


borda. El animal chapotea y arremete a espadazos contra la popa. Un ayudante
le sujeta el pico y otro la dorsal. Ricardo Cillóniz se acerca, mide, levanta un
largo instrumento parecido a una lanza e incrusta una etiqueta en el pellejo del
animal. El pescador debe llenar una ficha con el peso del merlín y las
coordenadas donde fue capturado y remitirla a la IGFA. “Algunos peces han
sido tagueados en Panamá y luego capturados en Australia. Mediante este
sistema, los científicos estudian la migración de los merlines”, explica Ricardo
hijo. Luego le quitan el anzuelo y el pez huye a la profundidad. El Anakalea
rebalsa de algarabía.

“Acá Anakalea. Strike, tag and release de un merlín rayado”, anuncia Ricardo
padre por la radio. Por pescar, etiquetar y liberar a este ejemplar de casi 250
libras, los Cillóniz reciben 250 puntos que los colocan en la punta. Sólo falta
media hora para que termine el campeonato y los tripulantes del Anakalea se
ilusionan con el título.

Ricardo comenta que deberían asegurar el primer lugar con otro merlín. Los
vigías toman sus posiciones. Hay un sentimiento de emoción contenida en la
cubierta. El bote que va segundo, o el que va tercero, puede ganar la
competencia con cualquier merlín que pesque. Quedan quince minutos y
cualquier cosa puede pasar. Incluso, que pique otro pez en el Anakalea.

Ricardo Cillóniz hijo levantó su primer lenguado cuando tenía 7 años y ahora
utiliza toda su destreza para jalar otro merlín hasta la popa de su yate. Debe
hacerlo con cuidado, jugar con la energía del pez y cuidar que no escupa el
anzuelo. “Este deporte tiene tanto de pesca como de cacería. No estacionas el
bote y esperas que el pez pique. Lo buscas, lo persigues. Cuando ya lo tienes
comienza una lucha uno contra uno. A veces gana el pez (cuando se libera del
anzuelo) y a veces ganas tú (cuando logras pescarlo)”, afirma Ricardo.

El animal se retuerce por su libertad solo unos centímetros fuera del agua.
“Cuando lo tienes cerca del bote debes ser cuidadoso. Lo peor que te puede
pasar es que el merlín te enrede en la línea, te jale y en tres segundos estarás
a cien metros de profundidad. No morirás ahogado, sino reventado por la
presión”, comenta Ricardo hijo.

Tras la fotografía que prueba su cacería, el Anakalea tiene 250 puntos más y
completa 1500. Faltan tres minutos para que termine la competición, las
felicitaciones llegan de todas las embarcaciones. El yate está a casi dos horas
de Punta Sal, más de cuarenta millas mar adentro. Da la vuelta. La proa se
levanta y todos deben aferrarse porque el retorno será a todo motor. Ricardo
Cillóniz se abraza con su hijo y su esposa. Llenan sus copas con un refrescante
Chardonnay. El vino blanco en altamar les sabe a gloria.

RECUADRO I

Pesca responsable

Básicamente, los movimientos en la pesca deportiva son tres. El primero es el


strike: cuando el pez toca el anzuelo. El segundo es el tag: tras recoger el hilo y
acercar el pez a la borda, se le clava una etiqueta en el lomo. Y el tercero es el
release: cuando se libera a la presa. Para que un animal puntúe en la
competición, debe ser liberado. La IGFA es determinante al respecto: para
ayudar a la conservación de las especies, ningún ejemplar deber ser subido a
bordo o sacrificado. Si eso sucede, aquella pesca no puntúa. Por otro lado, en
el 2008 el Ministerio de Producción prohibió matar merlines. “Valen más en el
agua que fuera de ella”, comenta Juan Francisco Helguero en referencia a los
visitantes que llegan hasta Punta Sal sólo para pescar, y dinamizan la industria
turística de la zona.

RECUADRO II

Cuadro de honor

El Anakalea es el primer bote peruano que gana la Copa Cofradía Punta Sal.
Los dos años anteriores, la gloria se la llevaron yates ecuatorianos: el 2009
triunfó el yate Miyaya de Santiago Lladó (Ecuador) y el 2010 el trofeo se lo
llevó el Amalita de Jorge Pancho Jurado (Ecuador).

1. Anakalea Ricardo Cillóniz (Perú)

2. Rochi Javier Hidalgo (Ecuador)

3. Miyaya Santiago Lladó (Ecuador)

4. Don Juan Juan Francisco Helguero (Perú)

5. Taytán José Luis Martínez (Perú)

6. Mija Héctor León (Perú)

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