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LO S S IE T E (Y M Á S ) P E C A D O S C A P IT A L E S

D E L M A L H IS T O R IA D O R

"...la historia que se nos enseñaba a hacer


no era, en realidad, mas qtte una deificación
del presente con ayuda del pasado. Pero
rehusaba verlo -y decirlo-".

Lucien Febvre, Combates por la historia, 1953.

La m ala historia es m il veces m á s fácil de h acer y de en señ ar que la


buena historia, que la historia crítica. Por eso, entre otras razones,
ha proliferado tanto y se ha m antenido viva, en n u estro país y
en m u ch as otras p artes del m undo, duran te tanto y tanto tiem po.
Pero si es m ucho m á s fácil y exige m ucho m enos esfu erzo ser un
m al historiador, tam bién es cierto que la m edida de esa dificultad
reducida y de esos m ag ro s esfuerzos, es igualm ente la m ed id a
de los lim itados resu ltad os y de las pobres obras h istóricas que
se obtienen. Porque el fruto d irecto de esa m ala historia h ech a y
enseñada, son justam ente esos libros aburridos y p esad os en tantos
sentidos, que nadie lee y que nadie tom a en cuenta, con la e x ce p ­
ción de los pobres estu d ian tes a los que se obliga literalm ente a
revisarlos y a consultarlos, para p od er obtener la nota o la califi­
cación necesaria correspondiente.
Libros y artícu los que du erm en en las b od egas de las ed ito ria­
les un iversitarias, o en los anaqueles de las librerías y bibliotecas
públicas, que sólo se d edican a rep etirn os p or enésim a vez, en rela­
tos g rises y sin chiste, las "A ctividades del C on greso C onstituyente
del E stad o de x , en el m om ento de la revolución de y " o "L a b io­
grafía del general M, líder del m ovim iento n , en los años de 18..
o 19..", o tam bién "L a historia del V irrey b , en el siglo c " o "L a
historia de la in m igración e, y su influencia en nuestro país d u ran te
los añ os de la Revolución f " . E nsayos y libros que, en su m ayoría,
no contienen ni siquiera investigación em pírica nueva de hechos
históricos relevantes, sino que en el p eor de los casos resu m en lo ya
dich o e investigado por otros autores, y en el m ejor de los casos
sólo rescatan el fruto casual de algún trabajo d irecto de visita a
cierto A rchivo, realizad o de m an era azaro sa y sin sistem a, y en el
que los datos e in form aciones que se recolectan no tienen nin gú n
ord en ni sentido, al ca re ce r de la definición de una problemática
histórica específica, y de un sólido cuestionario que hiciese posible
o rg a n iz a r dicha recolección de aquellos d atos y hechos históricos
que sean realm en te los hech os significativos, en torno al problem a
con creto y específico que se quiere resolver. Trabajos pues cara c­
terísticos de esa m ala historia positivista, p erezosa y fácil, que
gen eralm en te term in an por recu p e ra r y pon er juntos, de m an era
in d iscrim in ad a, lo m ism o sucesos y datos im p ortan tes p ara los
p ro ceso s históricos generales, que acontecim ientos e in fo rm acio ­
nes totalm en te irrelevantes e inesenciales.
M ala historia, fácil de h acer y ab u rrid a p ara enseñar, y que se
p lasm a en una g ran m ayoría de los libros de historia que hoy se
escriben y se ed itan en nu estro país, y que gen eralm en te rep ro ­
duce, en m ayor o en m en or m edida, a los siete y a v eces m ás
"p ecad o s cap itales" del m al historiador, pecad os que ab ord am os a
continuación.

* * *

El p rim er p ecad o capital de los m alos historiad ores actu ales es el


del positivismo, que d egrad a a la ciencia de la historia a la sim ple
y lim itada actividad de la erudición. M uchos historiadores siguen
creyen d o hoy en día, en pleno com ien zo del tercer m ilenio c ro ­
nológico, que h acer historia es lo m ism o que llevar a cabo el trabajo
de investigación y de com pilación del erudito. Y aunque ha p asado
ya m ás de un siglo, desde la ép oca en que fue escrito el tristem ente
célebre M anual de Ch. V. Langlois y Ch. Seignobos, titulado Intro­
ducción a los Estudios Históricos, este libro continúa siendo tod avía la
Biblia de esos m alos h istoriadores positivistas.
C om o si todo el siglo veinte cronológico, y toda la historiografía
contemporánea que arran ca con el p royecto crítico de M arx, desde
los años de 1848, no fuese justam ente u n a protesta p erm an en te y
una crítica sistem ática de esta versión em pobrecida de la historia
que ha sido la historia positivista. Una historia que limitando el tra­
bajo del historiador, exclusivam ente al trabajo de las fuentes escri­
tas y de los d ocum entos, se red uce a las op eraciones de la crítica
interna y extern a de los textos, y luego a su clasificación y o rd e­
nam iento, y a su ulterior sistem atización d entro de una n arración
que, generalm ente, solo nos cuen ta en prosa lo que ya estaba dicho
en v erso en esos m ism os docu m entos.
H istoria positivista que se autodefine ju stam ente com o la "cien­
cia que estudia el pasado", y que autoconcibiéndose a sí m ism a
com o una disciplina h ip eresp ecializad a, ya term in ad a, p recisa y
cerrad a, es alérgica y reticente frente a la filosofía, la teoría, la
m etodología, e incluso frente a cualquier form a de in terp retación
au d az y creativa de los hechos históricos. Teniendo entonces h orror
resp ecto de toda interpretación que se despegue, aunque solo sea
un poco, de la sim ple d escripción de los datos "duros", "co m p ro ­
b ad os" y "verificables" esta historia positivista red uce no obstante
dich a 'verificabilidad' a la sim ple existencia o referencia de d ichos
datos, dentro de un d ocu m en to escrito de archivo, que sea siem pre
posible citar, con toda precisión, en el pie de p ág in a corresp on d ien ­
te. U na historia justam ente en am orad a de los "g ran d es" hech os
políticos y de las acciones resonantes y esp ectacu lares de los E sta­
dos, igual que de las "g ran d es" batallas m ilitares, que es tam bién
generalm ente acrítica con los p od eres y con los g ru p o s d om in an tes
que existen en cada situación.
Y si bien es claro que sin erudición no hay historia posible, ta m ­
bién es una g ra n lección de toda la historiografía con tem p orán ea,
desde M arx y hasta nuestros días, que la verd ad era historia solo se
con stru ye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo erudito,
acced em os al nivel de la interpretación histórica, a la explicación
raz o n a d a y sistem ática de los hechos, de los fenóm enos y de los
p ro ceso s y situaciones h istóricas que estu d iam os. Porque solo tran ­
sitam os desde esa eru dición todavía lim itada hasta la v erd ad era
historia, si recon ocem os la im p ortan cia fu ndam ental de este tra­
bajo de la interpretación y de la explicación históricas, que con stru yen
m od elos com prehensivos, que ord en an y d an sentido a los hechos
y fenóm enos históricos, integrand o a estos últim os dentro de las
g ran d es tendencias evolutivas del desarrollo histórico, y estable­
ciendo de m od o coherente y sintético, tam bién los porqués y los
cóm os de los distintos problem as investigados.
Porque ¿de qué nos sirve saber cu án d o y dónde acontecieron
ciertos hech os históricos, si no som os cap aces de exp licar tam bién
las cau sas p rofu ndas, m ed iatas e inm ediatas, que p ro v o caro n y
su scitaron estos hechos, y si no tenem os la habilidad de explicar,
igualm ente, las razones con cretas y el sentido esencial que d eter­
m in a n que tal hecho se haya producido en ese m om ento y no antes
ni después, en ese lugar y en n in gu n a otra p arte, y ad em ás que
haya acontecido del modo concreto en que sucedió y no de otra
form a, teniendo por añ ad id u ra el p ecu liar desenlace o resultad o
que tu vo y no cu alquier o tro destino posible?. Y son p recisam en te
tod o ese tipo de p regu n tas, las que nunca se plantea el historiador
positivista, ocu p ad o solo de e x p u rg a r los d ocu m en to s de archivo,
p ara fijar ú n icam en te las fechas y los lu gares de los "h ech os tal y
com o han acontecido".
M arg in an d o entonces a un plano secu n d ario, cu an d o no igno­
ran d o de plano, este nivel im prescindible de la explicación histórica,
y de la genuina recon stru cción del sentido profu n d o que tienen los
problem as históricos, los m alos historiadores positivistas se d edi­
can solo a com p on er esas "colecciones de hechos m u erto s" que ya
M a rx ha criticad o acertad am en te desde sus propios tiem pos.

El seg u n d o p ecad o capital del m al historiador es el del anacro­


nismo en historia. Es decir, la falta de sensibilidad hacia el cam bio
histórico, que asu m e consciente o inconscientem ente que los h om ­
bres y que las sociedades de hace tres o cinco siglos o de hace m ás
de un m ilenio, eran iguales a nosotros, y que pensaban, sentían,
actu ab an y reaccion ab an de la m ism a m an era en que lo h acem os
nosotros. Es decir, una historia que proyecta al actual individuo
egoísta y solitario de nuestras sociedades capitalistas co n tem p o ­
rán eas, com o si fuese el m odelo eterno de lo que han sido los indi­
viduos, en todo tiem po y lugar, y a lo largo de toda la cu rv a del
d esarrollo hum ano.
Pero con esto, se cancela una de las tareas p rim ord iales de la
historia, que es justam ente la de m ostrarn os, p rim ero a los h isto ­
riad ores y después a toda la gente, en qué ha consistido precisamente
el cambio histórico, qué cosas se han m odificado al p aso de los siglos
y cu áles se han m antenido, y tam bién cuáles han sido las d iversas
d ireccion es o sentidos de esas m últiples m utacion es históricas.
Y no para afirm ar, al m odo de la m ala historia oficial y trad icio­
nal, u n a "n ecesaria" evolución o p rogreso ineluctable y fatal de la
h u m an id ad , sino m ás bien para com p render de m an era crítica y
autocrítica, el cam in o que hem os recorrid o y los m u ch os erro res
que h em os com etido.
Así, no hay buena historia posible sin la capacidad de "e x tra ñ a ­
m ien to" y de "autoexilio" intelectual de nuestra propia circu n sta n ­
cia histórica, y tam bién de nuestros propios valores y m od os de
ver, capacidad que nos prepara, justam ente, para percibir y ap re­
hender realm ente otras cu ltu ras y otros m odos de fu n cion am ien to
de la econom ía, de la sociedad y de la política, y por lo tanto, para
com p ren d er de m an era adecuada esas otras etap as y m om en tos de
la historia que son tam bién p arte de nuestras preocup aciones.
¿C uántas biografías "h istóricas" de personajes del p asad o no
hem os leído, en donde su sicología y su actitud nos son tan cer­
can as com o si fuesen nuestros con tem poráneos, a p esar de haber
vivido h ace treinta, o cien, o trescientos o m ás años?. ¿Y cu án tas
historias del siglo xix, o de la Independencia, o del period o colonial
no h em os leído, que ignoran por com pleto que, en el tra n scu rso
de uno o dos siglos y a veces en period os aún m ás cortos, m utan
completamente las técnicas m ilitares, o los hábitos sexu ales, o las
form as de organ ización de la fam ilia, o los m odos de explotación
e con óm ica, o las form as de conflicto entre las clases, o las cosm o-
visiones culturales, entre tantos y tantos elem entos que, sin decirlo
explícitam ente, se asu m en com o si fuesen idénticos o casi, en todos
estos p eriod os m encionados?.
Y si todo el m un do com prende que no se piensa igual cu an d o
uno vive en u n palacio que cu an d o uno vive en una cabaña, enton­
ces tam bién debería de ser claro que la vid a y el m u n d o en su con ­
junto, no se con stru yen del m ism o m odo hoy que en la prim era
m itad del siglo xx, y m ucho m enos en el siglo xix o xvi, o vil, o
antes. Así, p or ejemplo, ¿qué noción del tiem po y de la d istancia
p uede tener un habitante de N ueva España, cu an d o las noticias de
la M etrópoli tard an alred ed or de noventa días en llegar a la C olo­
nia y viceversa?, y ¿qué idea del m un do puede tener un cam p esin o
francés del siglo xm, que puede nacer, v iv ir y m orir sin haber salido
jam ás en su vida de un radio de solo cien kilóm etros, en torno de
la pequeña aldea en la que vio la luz p o r vez prim era?, ¿y qué sig­
nifican, en cam bio, nociones incluso com o las de "C h in a" o "R u sia"
o "Á frica" p a ra u n niño urbano con ectad o a través del Internet,
de cu alquier ciudad del m u n d o hoy?. E stas son p regu n tas que los
m alos historiadores nunca se plantean, lo que los hace ver la his­
toria com o una m ism a tela gris, en donde cam b ian solo los n om ­
bres, las fechas y los lugares, pero donde todo el resto p erm an ece
com o si no existiera el cam bio histórico de las sociedades, de las
cu ltu ras, de las econom ías y de las psicologías de los diferentes
g ru p o s h um anos.

U n tercer p ecad o capital de la m ala historia, hoy todavía im pe­


rante, es el de su noción del tiempo, que es la noción tradicional
n ew ton ian a de la tem poralidad física. Una idea del tiem po que lo
concibe com o una dim ensión única y homogénea, que se despliega
linealm ente en un solo sentido, y que está com puesto p o r uni­
d ad es y subu nidades perfectam en te divididas y siem pre idénticas,
de segu n d os, m inutos, horas, días, sem anas, m eses, años, lustros,
d écad as, siglos y m ilenios. Es decir, una idea que asu m e que el
tiem po de los relojes y de los calendarios, es tam bién el tiem p o de
la historia y de los historiadores, y que por lo tanto, cu alquier siglo
h istórico tiene siem pre cien años, y cualquier día de la historia es
idéntico a cualquier otro, aunque el p rim ero sea el 9 de noviem bre
de 1989 ó el 1 de enero de 1994, y el segu n d o sea el 17 ó el 18 ó el 19
de junio del año de 2001.
Pero com o nos lo han explicado tan brillantem ente M arc Bloch,
N orb ert Elias, W alter Benjam in o Fernand Braudel, entre otros, el
tiem po new ton ian o de los físicos, m edido por calen d arios y relojes,
no es nunca el verd ad ero tiem po histórico de las sociedades y de los
cu ltivad ores de Clío, que es m ás bien un tiem po social e histórico,
que no es ún ico sino múltiple, y que ad em ás es heterogéneo y v a ria­
ble, haciéndose m ás denso o m á s laxo, m ás corto o m ás am plio, y
siem pre diferente, segú n los acontecim ientos, coy u n tu ras o e stru c­
tu ras históricas a las que se refiera. Porque para el buen h istoria­
dor cada siglo tiene una tem poralidad distinta, lo que le p erm ite
hablar lo m ism o del "larg o siglo xix" que com ien za con la R evolu­
ción Francesa y term in a con la P rim era G uerra M undial, que del
"b reve siglo xx", iniciado con esa prim era gu erra y con la R evolu­
ción Rusa de 1917, y concluido con la caída del M uro de Berlín en
1989. Y si los siglos o las jornadas históricas no son nun ca iguales,
tam p o co son precisas las fechas de m últiples acontecim ientos y
fenóm enos históricos, com o por ejem plo la 'revolución cu ltu ral de
1968' que en algu n os casos com ien za en 1966 y en otros en 1967,
pero tam bién a veces desde 1959, y otras solo hasta 1969 inclusive.
A dem ás, com o bien lo saben los historiadores críticos, no son
iguales los tiem pos en que una sociedad vive una verd ad era rev o ­
lución social, que los tiem pos de lenta evolución, igual que difieren
las tem poralidades p ara una sociedad que se encuentra en pleno
auge y crecim iento, que para otra que vive en cam bio su p ro ceso
de decadencia y eclipsam iento social. Puesto que si cad a fenóm eno
histórico tiene su sin gu lar y específica duración que le corresponde,
y si la historia no es, en ese sentido, m ás que la com pleja síntesis
de todas esas m últiples y diversas duraciones históricas d iferen cia­
das, entonces lo que el historiador tiene que apren der a d etectar
y establecer, es justam ente esas m últiples tem poralidades o d u ra­
ciones h istóricas distintas de tod os los fenóm enos que investiga,
asu m ien d o las im plicaciones com plejas que esa m ism a diversidad
tem poral conlleva p ara sus análisis.
Ya que los presidentes y los gobiernos p asan m ientras que las
socied ad es p erm an ecen , recorrien d o estas últim as lo m ism o ciclos
econ óm icos exp ansivos y luego depresivos, que co y u n tu ras cu l­
tu rales a veces de florecim iento y ebullición y a v eces de aletarga-
m iento y repliegue, en d in ám icas en donde hoy se habla casi la
m ism a lengua que hace trescientos años, y se com en los m ism os
alim entos que h ace u n m ilenio, pero donde tam bién se h an in sta­
lado form as de urbanización que d atan de hace solo u n as p ocas
d écadas, o m edios de com unicación que tienen solo unos cu an tos
años de existencia. Y son solo estas nociones del tiem po y de la
duración, m últiples, variables y flexibles, las que perm iten cap tar la
in m en sa riqueza y diversidad de la historia, redu cida en cam bio en
las visiones de la historiografía tradicional, a siglos u niform es y a
fechas rigu rosas, siem pre bien ord en ad as y siem pre bien ubicadas
en ese tiem po vacío, hom ogéneo y lineal de los m alos historiadores
positivistas.

El cu a rto p ecad o repetido de la m ala historia, en los diversos


m an u ales tradicionales, es el de su idea limitada del progreso. Lo que
está d irectam en te conectad o con el pecado anterior, con la noción
del tiem po com o tiem po físico, único, hom ogéneo y lineal. Pues si
el tiem po histórico es concebido solo com o esa acu m u lación ineluc­
table de hechos y sucesos, inscritos progresivam en te en la su ce­
sión de días, m eses y años del calendario, la idea del "p ro g reso "
que desde esta noción tem poral se con stru ye es tam bién la de una
ineluctable acu m u lación de avan ces y conquistas, d eterm in ad as
fatalm ente por el sim ple tra n scu rrir tem poral.
U na idea del p rogreso h u m an o en la historia, que p arece afir­
m a r que inevitablem ente, todo hoy es m ejor que cualquier ayer,
y todo m añ an a será obligatoriam ente m ejor que cualquier hoy.
Entonces, la hum anidad no puede hacer otra cosa que av an zar
y av a n z a r sin detenerse, puesto que según esta con stru cción , lo
único que ha hecho hasta hoy es justam ente "p ro g resar", av an ­
zan d o siem pre desde lo m ás bajo hasta niveles cada vez m á s altos,
en u n a suerte de "escalera" im agin aria en donde estaría prohibido
volver la vista atrás, salirse del recorrid o ya trazado, o d esan d ar
aunque solo sea un paso el cam in o ya avanzado. Y no cam bia
d em asiad o la cosa, si esta idea es afirm ada p o r los apologistas ac­
tuales del capitalism o, que quieren defender a toda costa la su p u es­
ta "sim ple su p eriorid ad " de este sistem a sobre cualquier ép oca del
"pasado", o si es afirm ada por los m arxistas vulgares -q u e no por
los m a rx ista s realm en te críticos-, m a rx ista s v u lg ares que h an p re­
tendido en señ arn os que la historia avan za y tiene que avan zar,
fatalm ente, del com u n ism o prim itivo al esclavism o, del esclavism o
hasta el feudalism o, y de este últim o hacia el capitalism o, p ara
luego desem bocar, sin opción posible, en el anhelado socialism o y
tal vez después en el com u n ism o superior. U na visión ex tre m a d a ­
m ente sim plista del p rogreso y de la historia, que el propio M arx
ha rech azad o, y que ha sido tan brillantem ente criticada tam bién
por W alter Benjam in, en sus célebres "Tesis sobre la filosofía de la
historia".
Pero basta o b serv ar con cuidado lo que realm ente ha sido la h is­
toria, para p e rcatarse de que su desarrollo no tiene nada de lineal
y de sim ple, y que lejos de esa "escalera im ag in aria" de avan ces
y conquistas ineluctables, sus itinerarios se despliegan m ás bien
com o una especie de com plejo "árbol de mil ram as", que a veces
abandona totalm ente una línea evolutiva que había segu id o p o r
siglos y hasta m ilenios, para re co m en zar de nuevo desde otro punto
de p artid a, m ostran d o ad em ás en esos m últiples itinerarios, igual
avan ces que retrocesos o largos estan cam ientos, com binados con
saltos d ram ático s de u n nivel a otro, con ru p tu ras radicales de
toda continuidad, pero tam bién con líneas que, efectivam ente, p ro ­
g resa n y se enriquecen sucesivam ente de m an era p erm anente.
Frente a esta idea entonces lim itada y dem asiad o sim ple del p ro ­
greso, propia de los m alos historiadores positivistas, que lo concibe
com o una línea recta, siem pre ascendente, m ajestuosa y llena de
avan ces y conquistas sin fin, el buen h istoriador crítico restitu ye a
la noción de p rogreso u n sentido totalm ente diferente, m ostran d o
esa m ultiplicidad de líneas y de trayectorias diversas que lo inte­
gran , en un esquem a que nos recu erd a un poco al trabajo de los
científicos, que acom eten m u ch as veces un problem a h asta encon­
trar su solución, ensayand o y equivocándose, avan zan d o en un
sentido y luego dejándolo de lado, consolidando ciertas certezas
adquiridas y recu p eran d o en un m om ento posterior resultados que
anteriorm ente creían poco útiles, y recom en zan d o la tarea tantas
veces com o sea necesario, h asta en con trar el buen m odo de resolu­
ción de dicho problem a.
Y es así com o "p ro g re sa " la hu m anidad: explorando y avan ­
zan d o p rim ero casi a ciegas en su propia evolución, para ir m uy
p o co a p oco siendo consciente de lo que ha hecho y de p or qué
lo ha hecho, a la vez que v a asum iendo tam bién, lentam ente, la
responsabilidad consciente de que es solo ella m ism a la que debe
co n stru ir la historia, y la que debe elegir de m anera tam bién con s­
ciente los ru m b os de su fu tu ro desarrollo.

O tro p ecad o capital del m al historiador, el quinto, es el de la


actitud profundam ente acrítica hacia los hechos del presente y del
pasado, y hacia las diferentes versiones que las diversas gen eracio­
nes h an ido con stru yen d o de ese m ism o p asad o/p resen te. Es decir,
la típica actitud pasiva que los historiadores positivistas m antienen
siem pre frente a los testim onios y a los docum entos, lo m ism o
que frente a los resultados y a los hechos históricos "tal y com o
h an acontecido". Porque el m al h istoriador actual, ed ucado en el
M anual de Langlois y Seignobos, o en el equivalente nacional de
este m ism o texto, no sólo es in cap az de leer los d ocu m en tos con los
que trabaja de u n a m an era que no sea su lectu ra literal, sino que
tam bién es incapaz de "p reg u n tarle" a esos testim onios escritos,
algo distinto a lo que ellos declaran o pretenden d ecir de m an era
explícita. Es decir, que los m alos historiad ores ignoran por co m ­
pleto lo que M arc Bloch llam aba la "lectu ra involuntaria" de los
textos, en donde una m em oria autobiográfica puede u sarse m ás
bien para reco n stru ir la cu ltu ra de las clases d om in an tes de una
época, o en donde un d ocu m en to de gobierno puede ser utilizado
m ás bien com o fuente para la recon stru cción de las form as de
exclusión social de una d eterm in ad a sociedad.
C on lo cual, esta historia acrítica no solo tiende a ser involun­
tariam en te ingenua, y tam bién cóm plice de las ilusiones que los
individuos se h an hecho sobre sí m ism os y sobre su m und o en
cad a ép oca dada, sino que tam bién term in a por legitim ar y hacer
p asar com o verd ad eras, a esas falsas p ercepciones sociales que
existen siem pre en toda sociedad, y que p rosperan p ersistente­
m ente dentro de la cu ltu ra y el im agin ario colectivo de los p u e­
blos y de las sociedades h um anas. A dem ás, y en la m ed id a en que
cada ép oca histórica rehace siem pre el pasado, en función de sus
intereses y u rgen cias m ás im portantes, este historiador positivista
acrítico va tam bién haciéndose solidario de esas diferentes v isio ­
nes sesgad as y sesgadoras de los hechos históricos, al reco g er de
m an era solo pasiva y p u ram en te receptiva esas distintas rein ter­
pretaciones de las historias anteriores, codificadas en cada u n o de
los m om entos ulteriores a su propio desarrollo.
Por eso, es natural que este m al historiador tenga casi h orror al
uso del razon am ien to "contrafactual", y que rech ace toda esp ecu ­
lación acerca de lo que hubiese podido acontecer si el desenlace del
d ram a histórico hubiese sido distinto al que fue. Pero si la historia
la han hecho siem pre los propios hom bres - d e m odo m ás o m enos
co n scie n te -, y si los resultados de cad a encrucijada histórica han
sido siem pre el fruto de la confrontación y el com bate entre d istin ­
tos p royectos de futuro, igualm ente im pulsados por clases sociales
o por g ru p o s hum an os, entonces la historia que hem os vivido y
con stru id o no era la única posible que podía d esarrollarse, y solo se
ha afirm ado sobre la d errota y el som etim ien to de las v arias h isto­
rias alternativas, vencidas pero igualm en te factibles.
Por lo dem ás, es claro que esta historia acrítica con los d o cu ­
m entos y con las m ism as versiones ya reh ech as del pasado, es
totalm ente com patible con el statu qno que existe y que d om in a
en cada m om ento. Pues si la historia que fue, era la única que
podía ser, entonces el últim o eslabón de esa cadena de necesidades
ineludibles es la historia que es hoy, con los g ru p o s y con las clases
que hoy dom inan, y con los hom bres y personajes que hoy d isfru ­
tan de esa dom inación, la que p or lógica derivación, es tam bién
"n ece sa ria " y es la "única posible". E xp licar entonces, de m anera
crítica, p o r qué la historia que aconteció, lo hizo de esa form a y
no de otra -u n a tarea prim ordial del historiador crítico -, im plica
igu alm en te d em o strar las otras diversas form as en que pudo haber
acontecido, explicando a su vez las razon es por las cuales, final­
m ente, no se im puso n in gu n a de esas otras form as, igualm ente
posibles p ero a fin de cu en tas no actu alizad as.

U n sexto p ecad o capital de los historiadores no críticos es el del


m ito rep etid o de su búsqueda de una "objetividad" y "n eu trali­
d ad " absoluta frente a su objeto de estudio. O dicho en otros térm i­
nos, la pretensión de no tom ar partido, no juzgar, no ap asionarse y
no involucrarse para nada con los personajes o con las situaciones
que se investigan. Una idea am pliam ente difundida de la posibili­
dad de hacer u n a historia com pletam ente "aséptica", que incluso
se utiliza com o arg u m en to p ara negarle al historiad or la posibi­
lidad de o cu p arse, con m irad a igualm ente histórica, de los can ­
dentes y com prom etidos hechos del "presente". Pero, com o lo han
d em ostrad o incluso la física y la quím ica contem porán eas, resulta
imposible e stu d iar cualquier fenóm eno de m an era científica, sin
intervenir de m an era activa dentro del propio proceso que se estu ­
dia, y por lo tanto, sin m odificar en m ayor o en m enor m ed id a las
condiciones m ism as del objeto que se analiza. Lo que en el caso de
las ciencias sociales y de la historia, se com plem enta ad em ás con
el h echo de que som os n osotros m ism os los que hem os con stru id o
nuestra propia historia, a la que luego intentam os explicar y analizar.
Por lo tanto, es imposible una historia que sea realm ente neutral,
y que sea "objetiva", si por esto últim o entendem os una historia
en la cual no nos involucrem os de n in gu n a m anera, m anteniendo
un desinterés, una d istancia y un a indiferencia totales hacia lo que
exam in am o s. Pero en cam bio, si es posible una historia científica­
m ente objetiva, en el sentido de no estar falseada con scientem ente
con ciertos fines de legitim ar tal o cual interés m ezquino o p articu ­
lar, o en el sentido de silenciar aquellos hechos o fenóm enos que
no con cu erd an con una in terp retación preestablecida, que es lo que
en realidad si hacen las historias positivistas, las que sin em bargo
clam an de m an era tan ru id osa p or esta falsa 'objetividad' ya m en ­
cionada.
Así, puesto que tod a historia es hija de su ép oca y de sus cir­
cu n stan cias, y dado que el historiador es tam bién u n individuo que
tiene un com p rom iso específico con su sociedad y con su presente,
toda historia reflejará n ecesariam en te las elecciones y el punto de
vista del propio historiador, los que se p royectan incluso d esd e la
elección de los hechos que son investigados y los que no, h asta el
m odo de organ izarlos, clasificarlos, interpretarlos y ensam blarlos
dentro de un m odelo m ás com prehensivo que les da su sentido y
significación particu lares. V dado que no existe ni p uede existir
esa historia desde el pun to de vista atem poral, eterno, ahistórico
y fuera del m u n d o que p ro clam an los m alos h istoriad ores p osi­
tivistas, que clam an por esa im posible n eu tralid ad /ob jetivid ad , y
puesto que toda historia lleva entonces la m arca de sus propios
cread ores, lo m ás honesto e inteligente por p arte del buen h istoria­
dor consiste en h acer explícitas las específicas condiciones que han
d eterm in ad o su investigación, d eclaran d o sin am bages sus tom as
de posición d eterm in ad as, así com o los criterios p articu lares de
sus distintas elecciones del m aterial, de los m étod os, de los p ara­
d ig m as y de los m odelos historiográficos utilizados.
R enunciando entonces a la falsa objetividad del m al h istoria­
dor, el historiador crítico asum e sin conflicto los sesgos de su tra ­
bajo y de su resultado historiográfico, convencido de que la verd ad
absoluta no existe ni existirá nunca, y de que el m od o m ás p erti­
nente de acercarn o s a verd ad es cad a vez m ás científicas aunque
siem pre relativas, es ju stam ente este que hace explícitos los lím ites,
las condiciones y los sesgos de su propia actividad en el terren o de
la historia.
El séptim o pecad o capital de los historiadores que son seguidores
de los M anuales hoy al uso, es el p ecado del postmodernismo en
historia. Porque haciéndose eco de algu n as p ostu ras que se han
d esarrollad o recientem ente en las ciencias sociales n o rteam erica­
nas, y tam bién en la historiografía estadounidense, han com en zad o
a p roliferar en nuestro país algu n os historiadores que intentan
reducir a la historia a su sola dim ensión narrativa o discursiva, ev a­
cu an d o p or com pleto el referente esencial de los propios hechos
históricos reales. Así, siguiendo a autores com o H ayden W hite,
M ichel de C ertau o Paul Veyne, estos defensores recientes del post­
m od ern ism o histórico, llegan a afirm ar que lo que los h istoriadores
con ocen e investigan no es la historia real, la que m uy posiblem ente
nos será desconocida p ara siem pre, sino solam ente los discursos
h istóricos que se han ido construyendo, sucesivam en te y a lo largo
de las generaciones, sobre tal o cual supuesta realidad histórica,
p or ejem plo sobre el ca rá cte r y los com p ortam ien tos del sector de
la plebe rom an a, en las ép ocas del Bajo Im perio.
D esp lazan d o así la atención del historiador, desde la historia
real hacia los d iscu rsos sobre la historia, esta p o stu ra de los m alos
h istoriadores term in a p or d esem b ocar en posiciones abiertam ente
relativistas e incluso agnósticas. Pues si segú n este punto de vista,
cad a d iscu rso histórico es siem pre diferente, y siem pre co rresp o n ­
diente a la ép oca en que es producido, entonces no es posible esta­
blecer jerarquía o com paración entre todos esos d iscu rsos, lo que
significa que no p odem os saber si hoy con ocem os m ás o con o­
cem os m enos de la historia del Im perio R om ano que lo que han
conocido los hom bres y los autores del siglo xix, o del siglo xvi, o
d u ran te el siglo x. Y tam p oco p od em os d ecir que nuestra visión
actu al es m ás o es m enos "científica" o m as o m enos 'verdadera'
que la que con stru yeron los historiadores de hace tres o siete o
trece siglos.
Incluso, y prolongando hasta el final su argu m en to, estos autores
p osm od ern os llegan a descalificar la pretensión m ism a de co n s­
tru ir una ciencia de la historia, afirm ando que los h istoriadores sólo
escribim os "relatos con pretensiones de verdad", relativos a distin ­
tos "regím en es de v erd a d " siem pre cam biantes y siem pre relativos.
Por eso pueden concluir, sin sonrojo alguno, que la escritu ra de la
historia se reduce, en últim a instancia, a la recon stru cción de una
historia de la escritu ra, y que las razones para ded icarse a la h is­
toria no son la búsqueda de u n a verd ad histórica científica, en el
fondo im posible e inalcanzable, sino p u ram en te razon es de ord en
estético.
Pero m ás allá de estas divagaciones logocéntricas, y de estos
d esvarios de claros tintes idealistas, persiste el hecho innegable de
que los historiadores hacem os historia con el objetivo de conocer,
com p ren d er y luego explicar la historia real, la que con stitu ye sin
duda nuestro objeto de estudio principal. A dem ás, h acem os h isto ­
ria convencidos de que som os cap aces de establecer, cad a v ez m ás,
verd ad es históricas científicas, y ad em ás, v erd ad es cad a v ez m ás
p recisas y m ás capaces de d ar cuenta real de los problem as con ­
cretos históricos que investigam os. D esde un a posición ab ierta­
m ente racionalista, y que aspira a ser científica, los h istoriad ores
críticos son tam bién capaces de co m p arar y de criticar las distin tas
in terpretaciones que se han hecho de un cierto problem a histórico,
haciendo evidente com o nuestras explicaciones actu ales son, en
general, m ucho m ás sofisticadas y com plejas que las anteriores,
y en térm in os generales, m ás ad ecu ad as p ara cap tar los hech os
h istóricos y m ás finas para p od er en cu ad rarlos dentro de m odelos
globales que les restituyen, cada v ez de m anera m ás p recisa, su
verd ad ero sentido profundo. Porque "los h ech os son testaru d os",
y m ás allá de las sutilezas del lenguaje, continúan desafiándonos
p ara que seam os cap aces de explicarlos de un m od o racional y
coherente.
Y si bien es obvio, que no existe historia posible que no se
exp rese a través de una cierta con stru cción narrativa, tam bién es
un abuso ilegítim o querer red u cir p o r ello a la historia a su sola
d im ensión narrativa. Igual entonces que la erudición, que no es
historia pero si es una de sus condiciones im prescindibles y uno
de sus elem entos im portantes, así la narración y el d iscu rso no son
tam p o co historia, aunque si son tam bién uno de sus com ponentes
fundam entales e ineludibles.
Son estos los siete (y m ás, pues los m ism os se m anifiestan
d esp u és en m últiples m aneras) p ecad os capitales del m al h istoria­
dor. Y si, con u n com p ortam ien to v irtu o so y con una m irad a vigi­
lante y crítica, logram os esq u ivar el caer en todos ellos, p od rem os
in ten tar h acer y en señ ar una historia diferente y m uy su p erior a
la que existe hoy en nuestro país. Pero ¿cóm o elaboram os esta h is­
toria distinta y mejor?. Tratando de seg u ir las lecciones que nos
h an d ad o los historiadores realm ente críticos, durante los últim os
ciento cin cu en ta años, lecciones que p asam os a ver a continuación.

sn

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