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Introducción

 Propongo en este escrito algunas reflexiones -producto de la articulación entre Kant,


Sade, Freud y Lacan, orientadas por el escrito de este último: Kant con Sade- en torno
del bien y el mal y el lugar que en tanto analistas debemos darle en nuestra práctica.
Como epígrafe, extracto una larga pero muy valiosa cita de Freud en El malestar en la
cultura: “uno se siente culpable cuando ha hecho algo que discierne como ‘malo’. Pero
enseguida se advierte lo poco que ayuda semejante respuesta. Acaso, tras vacilar un
tanto, se agregue que puede considerarse culpable también quien no ha hecho nada
malo, pero discierne en sí el mero propósito de obrar de ese modo; y entonces se
preguntará por qué el propósito se considera aquí equivalente a la ejecución. No
obstante, ambos casos presuponen que ya se haya discernido al mal como reprobable,
como algo que no debe ejecutarse. ¿Cómo se llega a esa resolución? Es lícito
desautorizar la existencia de una capacidad originaria, por así decir natural, de
diferenciar el bien del mal. Evidentemente, malo no es lo dañino o perjudicial para el
yo; al contrario, puede serlo también lo que anhela y le depara contento. Entonces,
aquí se manifiesta una influencia ajena; ella determina lo que debe llamarse malo y
bueno. Librado a la espontaneidad de su sentir, el hombre no habría seguido ese
camino; por tanto, ha de tener un motivo para someterse a ese influjo ajeno. Se lo
descubre fácilmente en su desvalimiento y dependencia de otros; su mejor designación
sería: angustia frente a la pérdida de amor. Si pierde el amor del otro, de quien
depende, queda también desprotegido frente a diversas clases de peligros, y sobre
todo frente al peligro de que este ser hiperpotente le muestre su superioridad en la
forma del castigo. Por consiguiente, lo malo es, en un comienzo, aquello por lo cual
uno es amenazado con la pérdida de amor; y es preciso evitarlo por la angustia frente
a esa pérdida. De acuerdo con ello, importa poco que ya se haya hecho lo malo, o sólo
se lo quiera hacer; en ambos casos, el peligro se cierne solamente cuando la autoridad
lo descubre, y ella se comportaría de manera semejante en los dos”.
Justamente Freud toca un punto que ha sido el punto de tropiezo de las éticas
tradicionales, en el que se estancan: exactamente donde suponen que lo bueno es
aquello que da placer. Es la noción de Bien lo que trabó las discusiones éticas.

La ética, lo bueno y lo malo

 Freud introduce una cuestión de fondo: que es el yo quien dice qué es lo bueno y lo
malo. Entonces, por un lado hay lo que el yo puede reconocer como bueno o malo a
partir del principio del placer-displacer, y por otro lo que se puede situar en términos
éticos como bueno o malo, que justamente corresponde a algo que está más allá del
principio del placer -en la medida en que precisamente algo bueno puede ser algo que
contradice el principio del placer.
 El punto interesante en esta formulación con respecto al principio del placer-displacer
y, más aún, a aquello que está más allá del principio del placer, es que no hay un
concepto entre las éticas tradicionales que introduzca la cuestión de que se puede
estar bien en el mal. Para este planteo freudiano, esta concepción de que puede haber
felicidad en el mal, el puntapié inicial -según Lacan- el paso inaugural lo da el Marqués
de Sade, que es quien lo plantea con todas las letras. Dice Lacan: “Aquí Sade es el
paso inaugural de una subversión de la cual, por picante que la cosa parezca ante la
consideración de la frialdad del hombre, Kant es el punto de viraje, y nunca detectado,
que sepamos, como tal”. ¿Por qué? Lo que ocurre es que así como en este concepto de
que se puede estar bien en el mal es impensable lo que Freud plantea con respecto al
principio del placer, del mismo modo es impensable el planteo sadiano si no se
considera un punto de viraje previo: la ética kantiana.
 Hay varias diferencias en lo que promueve Kant como Ley moral con respecto a lo que
era la ética antigua, pero hay una diferencia que es capital: Kant introduce lo que se
conoce como “el universal kantiano”: el “para todos”. La formulación textual, el pilar
de lo que es la ética según Kant es: “Obra de tal modo según una máxima tal, que
puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. Este “para todos” en Kant
toma la forma de una ley a la que todos deben quedar sujetos; cuestión no articulada
en la ética antigua porque son éticas de lo particular, como las griegas y romanas.
Buen ejemplo de ello es la ética de Aristóteles, donde el bien del individuo está
subordinado al bien de la comunidad, por tanto, la ética forma parte de la política
(léase Aristóteles: “Política”). Lo cual no impide considerar la ética aristotélica como
ética de lo particular puesto que, como cualquier ética griega, no funciona para todos
sino fundamentalmente para la sociedad de amos que constituye la clase gobernante.
Es decir que son éticas parciales que de algún modo regulan el andar bien con uno
mismo.

 La ética de Kant se constituye contra el principio del placer porque arrasa con todo lo
relacionado con el bien individual. La prueba a la que somete Kant a todo acto es la
posibilidad de ser universalizable. Es decir que cuando un sujeto piensa en hacer algo,
si eso se puede elevar a la categoría de universal, entonces será un acto moral
-“moral” en el sentido de poder sostener una ley que valga para todos, una ley casi
natural. Veamos un ejemplo que trabaja Kant: si opera como una máxima individual el
hecho de amasar una fortuna, a condición de obtener préstamos pero que jamás se
devolverán, de acuerdo a la máxima planteada en términos subjetivos de generar
fortuna, eso funciona; pero elevado al rango de ley universal sucede que todo
préstamo no será devuelto, lo cual concluye con la destrucción de la estructura misma
del préstamo de dinero. Por muy banales que puedan parecer, en este tipo de
ejemplos se basa Kant para construir una ética que dependa de la “Razón pura”. Por
esto mismo la ética kantiana no está en el orden del placer-displacer, tiene otro
registro que es el de la razón pura, radicalmente contraria a la ética de la antigüedad
donde el placer conduce al bien, ya que en Kant el placer no sólo no está en juego sino
que además molesta. Molesta porque introduce el orden de lo individual; así, hay tanto
placer en juego, tantos objetos que pueden dar placer, que no hay posibilidad por la
vía del placer-displacer de elevar esto al rango de un universal. Kant dice que “ese
principio jamás podrá dar una ley práctica”. Lo que a uno le da placer no está sometido
a la prueba de la razón pura que lo pueda transformar en algo que funcione para
todos.
El planteo de universalizar la moral, de lo que está bien o mal, lo introduce
indudablemente Kant; en las éticas antiguas no es tan radical el planteo del mal o el
bien como concepto abstracto. En ese sentido es que va más allá del confort, más allá
del más allá del principio del placer. Es más radical el planteo kantiano en la medida en
que si algo funciona en términos universales, no importa nada la compasión, la piedad,
el temor, el dolor o el placer: lo nodal es que la regla que rige la acción sea universal.
En ese sentido, la apuesta de Kant es mucho mayor porque no se trata del “amor”
universal sino de la “razón” universal que es la que puede barrer con el amor
universal, con el dolor, con la compasión, la piedad, en aras de instalar una máxima
que funcione “para todos”.

 En este sentido, por esta vía, Kant está mucho más cerca del planteo del psicoanálisis.
La ética kantiana, en este punto, está más cerca -aunque tiene diferencias pues no es
lo mismo Kant que Freud o Lacan- en el sentido de que es una ética construida más
allá del principio del placer. Kant se ocupa muy bien de aclarar que en términos de una
ética que funciona de algún modo como una representación mental, la ley que se eleva
al estatuto de universal, a lo sumo puede dar la representación mental de un
funcionamiento natural. La ley moral no depende del placer-displacer, no depende de
apetencias individuales, por lo tanto, tampoco depende del objeto -sometido a las
diferencias individuales. En efecto, ¿cuál es el objeto del deseo? Su diversidad depende
de la diversidad de sujetos en juego. Por tanto, hay un punto de gran similitud entre el
planteo kantiano y el del psicoanálisis en términos éticos, al menos en cuanto a que no
depende del bienestar, del confort individual. La ética en psicoanálisis, el acto ético, se
afirma a contrapelo del principio del placer, implica justamente ir más allá. Dice Lacan:
“El principio del placer es la ley del bien [...], digamos el bienestar”. Es decir que en el
campo del placer se trata del confort, del anhelo consciente. Pero el acto ético no se
agota en ello, implica lo que tiene que ver con el deseo, que no tiene relación alguna
con el placer. Esa es la gran paradoja.
 Pero eso no significa malestar sino mucho trabajo, pues tener cierta coherencia con el
deseo propio no es sencillo, diría Perogrullo que hay que transpirar la camiseta. Lo
confortable, la más de las veces, es lo que nos detiene antes del más allá, impide
justamente la realización de un acto ético que involucre de alguna manera al deseo.
Freud mostraba cómo sus pacientes obsesivos se debatían en pensamientos y
cavilaciones postergando los actos, así enseña que mientras uno piensa, no arriesga
nada. El Hombre de las ratas es paradigmático en este punto. Este es otro de los
límites del más acá del principio del placer. Romper esa inercia, ir más allá supone un
movimiento donde están implicadas cuestiones éticas. El marco del confort no es el
más allá del principio del placer. El acto ético supone trasponer esa barrera del más
allá del principio del placer-displacer, que no es sin trabajo, no es sin pérdida... de
goce. Atravesado eso, las formas de satisfacción son otras pero ya no tienen que ver
con el malestar, porque el “deber hacer” es una cara del superyó, es el goce
superyoico. Por eso, esta dimensión de la ética está absolutamente a contramano del
principio del placer. Y en ese sentido, nos emparienta con Kant.

 Pero debemos hacer una distinción para no confundir los campos. Cuando Kant intenta
despojar a la ética de objetos, habla de objetos de la realidad. Los objetos kantianos
no tienen nada que ver con las conceptualizaciones del objeto en psicoanálisis sino que
son objetos que pueden dar placer o dolor pero en la realidad. Su originalidad, la de
Kant, es que cuando articula que alguien se puede instalar cómodamente en el mal,
todo el planteo de la ética tradicional cae. Que alguien se pueda instalar en el mal es lo
que contempló para despojar a una ley moral de cualquier referencia empírica porque
es lo que necesariamente se traba en este devaneo circular de lo que es placer y
displacer. Lo cual nos introduce directamente a la posición de Sade.
La ética sadiana

 Comúnmente se supone que la lectura de Sade divierte. Nada de eso: en mi opinión


Sade aburre, primero produce cierto efecto de diversión pero rápidamente puede verse
que es todo lo mismo y que sólo cambian las figuras y posiciones en una larga serie de
escenas.
En Franceses: un esfuerzo más para ser republicanos formula una moral que es
absolutamente homologable al planteo de Kant pero con signo invertido. Cuando Sade
plantea que lo que hay que hacer es “gozar del cuerpo del otro de todas las formas
posibles sin restricciones”, usurpar el cuerpo del otro, que cada uno pueda disponer del
cuerpo del otro a su antojo, de este modo lo eleva al rango de ley universal. Y al seguir
el recorrido de la ética en Kant, se verá que su sistema también pretende
universalizarlo.
Planteo urticante que nos resta un dejo de desagrado. Justamente de esto es de lo que
Kant dice que hay que despojarse para poder considerar una ley moral en términos
universales: despojarse del placer, del displacer, del asco, de la culpa, de todo lo que
él señala como “sentimientos patológicos” en relación con la ley moral. Por tanto, la
moral sadiana, por más provocadora que parezca, no es sino el correlato perfecto de la
moral kantiana. Y por eso en Kant con Sade Lacan articula la Crítica de la razón
práctica con La filosofía en el tocador mostrando que el primero tiene su correlato en el
segundo. Afirma que: “La filosofía en el tocador viene ocho años después de la Crítica
de la razón práctica. Si, después de haber visto que concuerda con ella, demostramos
que la completa, diremos que da la verdad de la Crítica”. Y si lo que viene a darle
verdad a la ética kantiana es La filosofía en el tocador no es sino porque se trata
también en Sade de una máxima moral. Y ya escucho vuestras exclamaciones:
“¿MORAL? ¿Sade moralista? Qué despropósito!!”. Pues refuto: no. Podrán constatar
que tanto Kant como Sade son profundamente moralistas, aunque debemos aclarar
que si bien Sade plantea todo en términos de un universal, ya que los axiomas en
Sade no contemplan ni un objeto particular ni un sentimiento particular, lo hace con un
signo invertido al de Kant.
Quizás lo interesante es que ninguna de las dos obras se pudo establecer como marco
para que una sociedad funcione. Y más interesante aún es que Sade opera una
inversión del decálogo de mandamientos cristianos, los da vuelta absolutamente,
entonces es bueno robar, mentir y sobre todo acostarse con la mujer del prójimo. En
ese sentido es que para Lacan Sade es una subversión de la moral cristiana. Tomemos
uno de los diez mandamientos: “No robarás”. Si hiciésemos del robo una ley universal
y entonces robar vale para todos, a lo sumo se destruye la propiedad privada; no
estamos ante graves consecuencias, por lo menos en términos conceptuales lo
pensaron muchos. Es como el ejemplo de Kant: si nadie devuelve los préstamos se
termina con la abolición del sistema de préstamos. Si el universal es robar, el robo
deja de funcionar en su estructura: si todos robamos, entonces nadie roba: ya no se
puede robar porque nada es de nadie. Esto expresa claramente la lógica kantiana del
universal.
Todo lo cual de ninguna manera quiere decir que en Sade no haya límite: “Si algo de él
se dejó retener en la ley, por encontrar en ella la ocasión, [...] de ser
desmesuradamente pecador, ¿quién le arrojaría la primera piedra?”. Para Lacan Sade
retrocede ante el mandamiento cristiano “No matarás”, ahí Sade también se detiene,
también frena pues gozar del cuerpo del otro sin límites no incluye la muerte porque
sino se destruye todo. Lo cual nos permite medir la relación del perverso a la ley.
Vemos así que no es que el perverso no tenga relación alguna a la ley -eso es un
fantasma neurótico-. “En Sade, vemos el test de esto -dice Lacan-, crucial a nuestros
ojos, en su rechazo de la pena de muerte. [Es decir que] Sade se detuvo pues allí, en
el punto en que se anuda el deseo a la ley”. Es decir que la operatoria sadiana es la
operación por la que el perverso hace del deseo la ley del goce o del goce la ley del
deseo.
 Es notable que cuando se rastrea en el texto de Sade su relación a la ley, el único
momento en que podemos sostener que hay en el perverso una relación a la ley es el
“No matarás”; y digo sostener no sólo en el sentido de mantener con firmeza,
conclusivamente, una proposición sino -sobre todo- en el sentido de defenderla, puesto
que sus escritos con insistencia nos remiten a una ausencia de legalidad, a un
desorden “caligulezco” -si se me permite la expresión- y se requiere de un esfuerzo
importante para que tal proposición no sucumba ante lo imaginario del desbarajuste
exhibido.
Lo cual explica por qué Freud habla de “renegación” y no de castración, no es que la
castración no se inscriba sino que se reniega en un segundo momento; no es que no
haya inscripción de la ley, es que después se desmiente; no es que al Otro no le falte
sino que después se obtura... En ese sentido, Lacan muestra que en relación a la ley
del lenguaje, en relación a la ley de prohibición del incesto, en la perversión hay una
ligazón esencial de un apego fundamental, que es lo que no hay en la psicosis.
El psicoanálisis no es… ni bueno ni malo

La diferencia fundamental del psicoanálisis con el planteo sadiano y con lo que es la


moral kantiana es que no se puede restituir ningún bien. Kant, aunque despega de
todos los bienes, piensa que hay un Bien -tal como lo planteaba la moral en la
antigüedad- que se puede restablecer, que está en el orden de la razón. Finalmente
aparece la buena voluntad guiada por la razón. En la medida en que se vuelve a soldar
esta ligazón entre lo que es el placer, lo que es el deseo y la razón, por ahí vamos mal.
Pero estamos de acuerdo en el punto donde despojados de todo objeto, ahí nos
encontramos con la ley; despojados del placer y más allá del dolor, ahí nos
encontramos con el deseo. Que es muy diferente a regodearse en el dolor.
 Un placer más acá, goce más allá. Pensemos en un ejemplo que la clínica de nuestros
días nos presenta cotidianamente: un adicto grave que estando en muy mal estado,
destruido, sigue aspirando cocaína. Eso es goce puro, y el goce puro desbocado es
justamente lo que puede consumir el cuerpo porque es la satisfacción pulsional ahí, a 
flor de piel – si se puede decir así. La neurosis permite tramitar el goce vía el
fantasma. Este se interpone entre ese goce que barre con el cuerpo y con todo -
entonces podemos anhelar o fantasear algo- hasta hacer de eso algo placentero.
Estamos distinguiendo así que lo que ese fantasma perverso del neurótico fantasea, el
perverso lo actúa. Por eso, al neurótico, la puesta así al desnudo de la perversión lo
angustia porque es el punto donde -se podría decir- se “desinfla” el fantasma: es lo
que con Lacan podemos situar como “realización del fantasma”.
 La diferencia entre el goce al que invita el superyó y el armado del cuerpo teórico
kantiano con su imperativo categórico es absoluta, lo de Kant no tiene que ver con el
goce; basta ver lo que Kant produce para darse cuenta que no es el goce idiótico que
se produce a expensas de uno y que es justamente lo que impide producir cualquier
cosa. Lacan dice en El Seminario 10 que el Goza! Goza! del superyó funciona al modo
del imperativo categórico kantiano, pero me parece que se puede establecer una
diferencia radical entre lo que es el goce del superyó y otros imperativos categóricos
como el kantiano, que es producto de un esfuerzo monumental de la razón pura. Claro
está que para Lacan están íntimamente ligados el imperativo categórico con el
superyó, por lo menos en el sentido de esta invitación al goce. Pero la articulación que
hace al cruzar Kant con Sade muestra cómo Sade pone de relieve qué puede pasar al
establecer una moral universal como la kantiana. Es decir que Lacan patea el tablero
de la filosofía y revela nuestros prejuicios, pues es como si nos dijera: “Ustedes creían
tan santito a Kant, ¡miren lo que se puede hacer con él: Sade! La filosofía en el tocador
corrobora la verdad de la moral kantiana; su lado oscuro: anverso y reverso.
 El Marqués de Sade pasó 25 años encarcelado por haber hecho algunas de las cosas
que escribió. Pero el goce en determinado contexto borra al sujeto. Efectivamente
podemos afirmar el borramiento de Sade en tanto sujeto, pues de Sade no hay ni
siquiera un cuadrito, el borramiento del sujeto es justamente lo que vuelve a la
perversión en aras del objeto ofrecido al Otro que goza, es la consecuencia inevitable
que el sujeto desaparezca convencido que sostiene su deseo, pero es el punto máximo
de ofrecimiento a ese Otro que goza.
 Kant dice que en la medida en que no se puede establecer un Bien, pues los bienes
varían de acuerdo a la capacidad de los sujetos para recibir placer o displacer, en la
medida en que los bienes responden a la subjetividad de cada cual, no hay forma de
definir a partir del Bien lo que es la ley moral. Allí Kant apela a la construcción del
universal. Si Kant se preguntaba cuáles son los principios que rigen la voluntad, la
respuesta sería que son aquellos que funcionan como leyes objetivas: aquellos
principios que se instalan como imperativos inconscientes en la medida en que rigen
para todos. La ley universal implica que las cosas, para que sean buenas -para decirlo
de algún modo- deben funcionar de acuerdo a esta máxima universal.
 Pero en la clínica psicoanalítica encontramos cotidianamente sujetos que pueden estar
bien cuando están mal.

Referencias Bibliográficas

FREUD, S.: “El malestar en la cultura”.


LACAN, J.: “Kant con Sade”.
         “El seminario. Libro 7”.
         “El seminario. Libro 10”.
MARQUÉS DE SADE: “Franceses, un esfuerzo más para ser republicanos".
    “La filosofía en el tocador”.
KANT, I: “Crítica de la razón práctica”.

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