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Freud introduce una cuestión de fondo: que es el yo quien dice qué es lo bueno y lo
malo. Entonces, por un lado hay lo que el yo puede reconocer como bueno o malo a
partir del principio del placer-displacer, y por otro lo que se puede situar en términos
éticos como bueno o malo, que justamente corresponde a algo que está más allá del
principio del placer -en la medida en que precisamente algo bueno puede ser algo que
contradice el principio del placer.
El punto interesante en esta formulación con respecto al principio del placer-displacer
y, más aún, a aquello que está más allá del principio del placer, es que no hay un
concepto entre las éticas tradicionales que introduzca la cuestión de que se puede
estar bien en el mal. Para este planteo freudiano, esta concepción de que puede haber
felicidad en el mal, el puntapié inicial -según Lacan- el paso inaugural lo da el Marqués
de Sade, que es quien lo plantea con todas las letras. Dice Lacan: “Aquí Sade es el
paso inaugural de una subversión de la cual, por picante que la cosa parezca ante la
consideración de la frialdad del hombre, Kant es el punto de viraje, y nunca detectado,
que sepamos, como tal”. ¿Por qué? Lo que ocurre es que así como en este concepto de
que se puede estar bien en el mal es impensable lo que Freud plantea con respecto al
principio del placer, del mismo modo es impensable el planteo sadiano si no se
considera un punto de viraje previo: la ética kantiana.
Hay varias diferencias en lo que promueve Kant como Ley moral con respecto a lo que
era la ética antigua, pero hay una diferencia que es capital: Kant introduce lo que se
conoce como “el universal kantiano”: el “para todos”. La formulación textual, el pilar
de lo que es la ética según Kant es: “Obra de tal modo según una máxima tal, que
puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. Este “para todos” en Kant
toma la forma de una ley a la que todos deben quedar sujetos; cuestión no articulada
en la ética antigua porque son éticas de lo particular, como las griegas y romanas.
Buen ejemplo de ello es la ética de Aristóteles, donde el bien del individuo está
subordinado al bien de la comunidad, por tanto, la ética forma parte de la política
(léase Aristóteles: “Política”). Lo cual no impide considerar la ética aristotélica como
ética de lo particular puesto que, como cualquier ética griega, no funciona para todos
sino fundamentalmente para la sociedad de amos que constituye la clase gobernante.
Es decir que son éticas parciales que de algún modo regulan el andar bien con uno
mismo.
La ética de Kant se constituye contra el principio del placer porque arrasa con todo lo
relacionado con el bien individual. La prueba a la que somete Kant a todo acto es la
posibilidad de ser universalizable. Es decir que cuando un sujeto piensa en hacer algo,
si eso se puede elevar a la categoría de universal, entonces será un acto moral
-“moral” en el sentido de poder sostener una ley que valga para todos, una ley casi
natural. Veamos un ejemplo que trabaja Kant: si opera como una máxima individual el
hecho de amasar una fortuna, a condición de obtener préstamos pero que jamás se
devolverán, de acuerdo a la máxima planteada en términos subjetivos de generar
fortuna, eso funciona; pero elevado al rango de ley universal sucede que todo
préstamo no será devuelto, lo cual concluye con la destrucción de la estructura misma
del préstamo de dinero. Por muy banales que puedan parecer, en este tipo de
ejemplos se basa Kant para construir una ética que dependa de la “Razón pura”. Por
esto mismo la ética kantiana no está en el orden del placer-displacer, tiene otro
registro que es el de la razón pura, radicalmente contraria a la ética de la antigüedad
donde el placer conduce al bien, ya que en Kant el placer no sólo no está en juego sino
que además molesta. Molesta porque introduce el orden de lo individual; así, hay tanto
placer en juego, tantos objetos que pueden dar placer, que no hay posibilidad por la
vía del placer-displacer de elevar esto al rango de un universal. Kant dice que “ese
principio jamás podrá dar una ley práctica”. Lo que a uno le da placer no está sometido
a la prueba de la razón pura que lo pueda transformar en algo que funcione para
todos.
El planteo de universalizar la moral, de lo que está bien o mal, lo introduce
indudablemente Kant; en las éticas antiguas no es tan radical el planteo del mal o el
bien como concepto abstracto. En ese sentido es que va más allá del confort, más allá
del más allá del principio del placer. Es más radical el planteo kantiano en la medida en
que si algo funciona en términos universales, no importa nada la compasión, la piedad,
el temor, el dolor o el placer: lo nodal es que la regla que rige la acción sea universal.
En ese sentido, la apuesta de Kant es mucho mayor porque no se trata del “amor”
universal sino de la “razón” universal que es la que puede barrer con el amor
universal, con el dolor, con la compasión, la piedad, en aras de instalar una máxima
que funcione “para todos”.
En este sentido, por esta vía, Kant está mucho más cerca del planteo del psicoanálisis.
La ética kantiana, en este punto, está más cerca -aunque tiene diferencias pues no es
lo mismo Kant que Freud o Lacan- en el sentido de que es una ética construida más
allá del principio del placer. Kant se ocupa muy bien de aclarar que en términos de una
ética que funciona de algún modo como una representación mental, la ley que se eleva
al estatuto de universal, a lo sumo puede dar la representación mental de un
funcionamiento natural. La ley moral no depende del placer-displacer, no depende de
apetencias individuales, por lo tanto, tampoco depende del objeto -sometido a las
diferencias individuales. En efecto, ¿cuál es el objeto del deseo? Su diversidad depende
de la diversidad de sujetos en juego. Por tanto, hay un punto de gran similitud entre el
planteo kantiano y el del psicoanálisis en términos éticos, al menos en cuanto a que no
depende del bienestar, del confort individual. La ética en psicoanálisis, el acto ético, se
afirma a contrapelo del principio del placer, implica justamente ir más allá. Dice Lacan:
“El principio del placer es la ley del bien [...], digamos el bienestar”. Es decir que en el
campo del placer se trata del confort, del anhelo consciente. Pero el acto ético no se
agota en ello, implica lo que tiene que ver con el deseo, que no tiene relación alguna
con el placer. Esa es la gran paradoja.
Pero eso no significa malestar sino mucho trabajo, pues tener cierta coherencia con el
deseo propio no es sencillo, diría Perogrullo que hay que transpirar la camiseta. Lo
confortable, la más de las veces, es lo que nos detiene antes del más allá, impide
justamente la realización de un acto ético que involucre de alguna manera al deseo.
Freud mostraba cómo sus pacientes obsesivos se debatían en pensamientos y
cavilaciones postergando los actos, así enseña que mientras uno piensa, no arriesga
nada. El Hombre de las ratas es paradigmático en este punto. Este es otro de los
límites del más acá del principio del placer. Romper esa inercia, ir más allá supone un
movimiento donde están implicadas cuestiones éticas. El marco del confort no es el
más allá del principio del placer. El acto ético supone trasponer esa barrera del más
allá del principio del placer-displacer, que no es sin trabajo, no es sin pérdida... de
goce. Atravesado eso, las formas de satisfacción son otras pero ya no tienen que ver
con el malestar, porque el “deber hacer” es una cara del superyó, es el goce
superyoico. Por eso, esta dimensión de la ética está absolutamente a contramano del
principio del placer. Y en ese sentido, nos emparienta con Kant.
Pero debemos hacer una distinción para no confundir los campos. Cuando Kant intenta
despojar a la ética de objetos, habla de objetos de la realidad. Los objetos kantianos
no tienen nada que ver con las conceptualizaciones del objeto en psicoanálisis sino que
son objetos que pueden dar placer o dolor pero en la realidad. Su originalidad, la de
Kant, es que cuando articula que alguien se puede instalar cómodamente en el mal,
todo el planteo de la ética tradicional cae. Que alguien se pueda instalar en el mal es lo
que contempló para despojar a una ley moral de cualquier referencia empírica porque
es lo que necesariamente se traba en este devaneo circular de lo que es placer y
displacer. Lo cual nos introduce directamente a la posición de Sade.
La ética sadiana
Referencias Bibliográficas