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Antología de los

relatos de la Segunda
Guerra Mundial
Alex Esaú Poot Acevedo
Antología de los
relatos de la Segunda
Guerra Mundial
Alex Esaú Poot Acevedo
Prologo
Hola estimado, lector, esta antología esta hecha con simple y
llano propósito de mostrar lo crudo que fue este conflicto y
los daños que ocasiono a toda la sociedad de ese entonces,
esta obra contiene de las mejores obras relacionadas a esa
época y cuenta con una gran organización y recopilación, al
igual que el texto contiene gran información acerca de la
historia de la segunda guerra mundial y mi elección de textos
fue mas derivada al holocausto ya que el tema para mi
opinión es el mas importante de la guerra ya que fue un
genocidio a personas inocentes y que murieron por tener una
religión diferente
Presentación
Esta recopilación se compone únicamente de textos narrativos al igual que
esta se desarrolla entre los años 1939 y 1945 principalmente en Europa y
oriente, las 3 obras más importantes son de Anne Frank una joven judía,
Víctor Frank un psicólogo judío y John Hersey un periodista americano y el
diario de Anne Frank trata sobre como pasa gran parte de la guerra refugiada
en un ático con mas personas y sus vivencias diarias vistas desde la
perspectiva de una niña de 13 años, el hombre en busca del sentido trata sobre
Víctor flank tratando de mantener la cordura y ayudar a los prisioneros en un
campo de concentración y Hiroshima de John Hersey que habla sobre cómo la
gente vivió después de ese crimen de guerra en el Japón de los 40’s, algunas
otras obras son Churchill Walking with Destiny esta nos habla sobre como
Winston Churchill ex primer ministro de gran bretaña, sobre lleva la guerra y
su vida en general, Noche y Niebla en los campos nazis relata la vivencia de
los prisioneros españoles en el campo de concentración de matthausen y como
complacían a los alemanes con obras de teatro mofándose de ellos y ellos no
entendían nada y solo reían, El día D: La batalla de Normandía habla sobre el
proceso de preparación para la operación D-DAY o mejor conocida como el
desembarco de Normandía y por ultimo pero no menos importante El Tercer
Reich: Una historia de la Alemania nazi  habla sobre como era vivir en una
Alemania plagada de antisemitas y reglas irrompibles, en mi humilde opinión,
son los mejores textos que hay sobre este acontecimiento ya que relatan todo
sin pelos en la lengua
Dedicatoria
Esta antología se las dedico a todas esas pobres almas que vivieron este
conflicto ya sea que hayan estado en campos de concentración o en los frentes
ya que simplemente cometieron el crimen de no haber hecho nada y agradezco
a la maestra Adriana por darme la oportunidad de realizar esta obra

Advertencia
Si eres una persona sensible o no te gusta el tema,
recuerda que no estas obligado a leer esto
Índice
a. El hombre en busca del sentido Pag 6
b. El diario de Anne Frank Pag 7
c. Auschwitz, última parada: Cómo sobreviví al horror
(1943-1945) Pag 8
d. El Tercer Reich: Una historia de la Alemania nazi Pag 9-
10
e. La batalla por los puentes: Arnhem 1944. La última
victoria alemana en la  segunda guerra mundial Antony
Beevor Pag 10-11
f. Hiroshima: La Crónica Sobre Seis Supervivientes De
Hiroshima Que Se 
Convirtió En Un Gran Clásico Del Periodismo John
Hersey Pag 12
g. Churchill Walking with Destiny Pag 13
h. El día D: La batalla de Normandía Pag 14
i. Némesis: La derrota del Japón 1944-1945 Max
Hastings Pag 15
j. Noche y Niebla en los campos nazis Pag 16
k. El Holocausto: Las voces de las víctimas y de los
verdugos Pag 17
l. Los cañones del atardecer: La guerra en Europa Pag 18-19
El hombre en busca del sentido
"Un psicólogo en un campo de concentración". No se trata, por lo tanto, de un
relato de hechos y sucesos, sino de experiencias personales, experiencias que
millones de seres humanos han sufrido una y otra vez. Es la historia íntima de
un campo de concentración contada por uno de sus supervivientes. No se
ocupa de los grandes horrores que ya han sido suficiente y prolijamente
descritos (aunque no siempre y no todos los hayan creído), sino que cuenta esa
otra multitud de pequeños tormentos. En otras palabras, pretende dar respuesta
a la siguiente pregunta: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo de
concentración en la mente del prisionero medio? Muchos de los sucesos que
aquí se describen no tuvieron lugar en los grandes y famosos campos, sino en
los más pequeños, que es donde se produjo la mayor experiencia del
exterminio. Tampoco es un libro sobre el sufrimiento y la muerte de grandes
héroes y mártires, ni sobre los preeminentes "capos" — prisioneros que
actuaban como especie de administradores y tenían privilegios especiales— o
los prisioneros de renombre. Es decir, no se refiere tanto a los sufrimientos de
los poderosos, cuanto, a los sacrificios, crucifixión y muerte de la gran legión
de víctimas desconocidas y olvidadas, pues era a estos prisioneros normales y
corrientes, que no llevaban ninguna marca distintiva en sus mangas, a quienes
los "capos" realmente despreciaban. Mientras estos prisioneros comunes
tenían muy poco o nada que llevarse a la boca, los "capos" no padecían nunca
hambre; de hecho, muchos de estos "capos" lo pasaron mucho mejor en los
campos que en toda su vida, y muy a menudo eran más duros con los
prisioneros que los propios guardias, y les golpeaban con mayor crueldad que
los hombres de las SS. Claro está que los "capos" se elegían de entre aquellos
prisioneros cuyo carácter hacía suponer que serían los indicados para tales
procedimientos, y si no cumplían con lo que se esperaba de ellos,
inmediatamente se les degradaba. Pronto se fueron pareciendo tanto a los 13
miembros de las SS y a los guardianes de los campos que se les podría juzgar
desde una perspectiva psicológica similar

El Diario de Anne Frank


“Ahí está lo difícil de estos tiempos: la terrible realidad ataca y aniquila
totalmente los ideales, los sueños y las esperanzas en cuanto se presentan. Es
un milagro que todavía no haya renunciado a todas mis esperanzas, porque
parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas, pese a
todo, porque sigo creyendo en la bondad interna de los hombres.
Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la
muerte, la desgracia y la confusión. Veo cómo todo el mundo se va
convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno
que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y
sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para
bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán
a reinar en el orden mundial.
Mientras tanto tendré que mantener bien altos mis ideales, tal vez en los
tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica…”

Ana Frank, 15 de julio de 1944

El 1 de agosto es el último día que Ana hace apuntes en su diario. Unos


días más tarde todos los escondidos serán arrestados y deportados.
Auswitch ultima parada
¿A qué distancia se hallan esas borrosas montañas azules? ¿Qué
dimensiones tiene la llanura que se extiende a la radiante luz del sol
primaveral? Es una jornada para quien no está preso. Una sola hora a
caballo a pleno galope. Para nosotros están más lejos, mucho más lejos,
están infinitamente más lejos. Esas montañas no son de este mundo, no
de nuestro mundo, porque entre nosotros y esas montañas se encuentra
la alambrada. Nuestro anhelo, la salvaje palpitación de nuestros
corazones, la sangre que nos fluye a la cabeza, es todo impotencia. Entre
nosotros y la llanura, después de todo, hay alambre. Dos hileras de
alambre sobre las que arden suavemente pequeñas luces rojas, como
señal de que la muerte nos está acechando a todos los que estamos aquí
presos, en este cuadrado rodeado de dos hileras de alambrada de alta
tensión y un muro alto y blanco. Siempre esa misma imagen, siempre
esa misma sensación. Estamos ante las ventanas de nuestros respectivos
Blocks viendo la seductora lejanía y nuestro pecho jadea de tensión y de
impotencia. Nos separan diez metros. Me asomo por la ventana, como
si buscara con la vista la lejana libertad, pero Friedel siquiera puede
hacerlo, pues su cautiverio es aún mayor. Mientras que yo aún puedo
moverme libremente por el Lager, eso es algo que a ella le está
vedado. Vivo en el Block 9, un barracón normal y corriente para
enfermos. Friedel vive en el Block 10 y allí también hay enfermos, pero
no como en mi Block. En el mío hay personas que han enfermado por
crueldad, hambre y trabajo desmesurado, causas naturales que llevan
a enfermedades naturales, recogidas en diagnósticos. El Block 10 es el
Barracón de los Experimentos. Allí viven mujeres que han sido
mancilladas como nunca fue mancillada una mujer —en lo más bello
que posee: su esencia de mujer, su capacidad de ser madre— por
sádicos que se llaman a sí mismos profesores. También sufre la
muchacha que debe permitir los salvajes arrebatos pasionales de un
bruto incontrolado, pero el acto al que se ve sometida contra su
voluntad procede de la vida misma, de los instintos vitales. En el Block
10 no acucia el deseo irrefrenable, sino una quimera política enfermiza,
un interés financiero. Todo esto lo sabemos cuando miramos a la
llanura polaca meridional, cuando quisiéramos correr por los prados y
pantanos que nos separan de esos azules Beskides en nuestro
horizonte. Pero sabemos aún más. Sabemos que para nosotros solo
existe un final, solo una liberación de este infierno de alambre de
espino: la muerte.

El tercer Reich: una historia de la


Alemania nazi
Después de arreglar los asuntos pendientes de su madre y de completar
los trámites para recibir su pensión de huérfano, regresó a Viena en
enero de 1908, aún con la esperanza de poder alcanzar su sueño de
convertirse en un gran artista. Volvió a instalarse en su sombrío cuarto
de la calle Stumpergasse, en un ruinoso sector de la ciudad, cerca de la
Estación Oeste del ferrocarril. Cuando se enteró de que su amigo
Kubizek se estaba preparando para hacer el examen de ingreso al
Conservatorio de Música, logró convencerlo de compartir el pequeño
lugar que alquilaba. Los dos jóvenes, ambos menores de 20 años,
vivieron juntos durante cinco intensos meses, desde febrero hasta fines
de julio de 1908. Kubizek era el público perfecto para los interminables
discursos de su amigo. Adolf tenía apasionadas opiniones sobre
cualquier cosa: arte, ópera, arquitectura, política, moral e incluso dietas.
Cuando Kubizek lograba aventurarse tímidamente para dar una opinión
propia, Hitler estallaba en ataques de ira, yendo y viniendo con
violencia dentro del pequeño cuarto, insultando a gritos, dando golpes a
la puerta, a las paredes y hasta al piano alquilado de Kubizek. No
toleraba la disensión.5 Hitler estaba decidido a a presentarse de nuevo al
examen de ingreso, pero no hizo nada para prepararse. Mientras
Kubizek estudió diligentemente y logró aprobar el examen para el
conservatorio, Hitler desperdició su tiempo desarrollando diferentes
ideas y planes de toda índole: se propuso escribir una ópera y una obra
de teatro, también pensó en reformar las viviendas obreras de Viena, en
reconstruir Linz, en crear una orquesta sinfónica itinerante e incluso un
nuevo tipo de bebida refrescante. Su imaginación febril pasaba de un
proyecto grandioso a otro sin detenerse un instante. Cuando una nueva
inspiración lo sacudía, hablaba obsesivamente acerca de ese impulso
durante días y, a veces, semanas. Preparaba notas, escribía escenas
posibles de su plan y dibujaba bocetos, solo para abandonar todo el
asunto

La batalla por los puentes: Arnhem 1944.


La última victoria alemana en la segunda
guerra mundial Antony Beevor 
El domingo 27 de agosto de 1944 hizo un perfecto día de verano en
Normandía. Al sudoeste de Évreux, en un prado de la localidad de Saint-
Symphorien-les-Bruyères, se escuchaban los rumores soporíferos de un
partido de críquet. En el peral de al lado, en calma, con el motor apagado,
se encontraban los carros Sherman del Regimiento Sherwood Rangers de
la Caballería Voluntaria, revisados y reequipados tras los combates de la
bolsa de Falaise, que habían puesto fin a la batalla por Normandía.
Algunos soldados de la unidad se habían traído de Inglaterra —en un
camión de suministro y sin el permiso de sus superiores— bates, palos,
pelotas y espinilleras. «Para que nadie pudiera decir que invadíamos el
continente sin el equipo adecuado», escribiría más tarde uno de los
soldados que participaban en aquel partido.1 El regimiento se hallaba en
estado de alerta porque en menos de veinticuatro horas debía recibir
nuevas órdenes. Llegaron justo después de la comida: había que emprender
la marcha en menos de una hora. Al cabo de setenta minutos, los tanques
estaban en ruta, en dirección al Sena, que el día anterior había cruzado en
Vernon la 43.
División de Infantería, Wessex, la primera formación británica en hacerlo
los británicos, sin embargo, sentían celos del III Ejército norteamericano
del general George C. Patton, que había atravesado el Sena seis días antes.
El 29 de agosto, los ejércitos aliados, que para entonces contaban con cerca
de un millón de hombres en el territorio continental europeo, avanzaban a
toda velocidad desde las cabezas de puente del este del Sena en dirección a
Bélgica y la frontera alemana. La batalla por Normandía se había saldado
con una victoria, y el ejército alemán, sumido en el caos, se batía en
retirada. «En las principales rutas de abastecimiento escribió en su diario
un oficial norteamericano se observan las consecuencias de los ataques de
nuestra aviación: un número ingente de camiones ametrallados y
bombardeados están volcados y oxidados en las cunetas. Había uno
calcinado, pero aún cargado de bidones de gasolina, ahora hinchados como
vacas muertas. Y hemos visto bidones, también hinchados, en un tren.

Hiroshima: La Crónica Sobre Seis


Supervivientes De Hiroshima Que
Se Convirtió En Un Gran Clásico
Del Periodismo
Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa,
el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica
relampagueó sobre Hiroshima, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del
departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de
ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para
hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el
doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas para leer
el Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre
uno de los siete ríos del delta que divide Hiroshima; la señora Hatsuyo
Nakamura, viuda de un sastre, estaba de pie junto a la ventana de su
cocina observando a un vecino derribar su casa porque obstruía el carril
cortafuego; el padre Wilhelm Kleinsorge, sacerdote alemán de la
Compañía de Jesús, estaba recostado -en ropa interior y sobre un catre,
en el último piso de los tres que tenía la misión de su orden—, leyendo
una revista jesuíta, Stimmen derZeit; el doctor Terufumi Sasaki, un
joven miembro del personal quirúrgico del moderno hospital de la Cruz
Roja, caminaba por uno de los corredores del hospital, llevando en la
mano una muestra de sangre para un test de Wassermann, y el reverendo
Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesia Metodista de Hiroshima, se había
detenido frente a la casa de un hombre rico en Koi, suburbio occidental
de la ciudad, y se preparaba para descargar una carretilla

Churchill Walking with Destiny 


A finales de Agosto [Churchill] casi conoció a Hitler en Munich, cuando
el publicista del Partido Nazi, Ernst “Putzi” Hanfstaengl, educado en
Harvard, intentó organizar una reunión entre los dos hombres. «Herr
Hitler», dijo Hanfstaengl al Führer en su apartamento, «¿se ha dado
cuenta de que los Churchills están sentados en el restaurante? (…) Le
esperan para tomar un café y se tomarán esto como un insulto
deliberado». Hitler, que estaba por afeitar y tenía muchas cosas por
hacer, dijo: «¿De qué diablos hablaría con él?». Probablemente no
habría sido una conversación demasiado fructífera, ya que Churchill le
envió un mensaje a través de Hanfstaengl: «Dígale a su jefe de mi parte
que el antisemitismo puede que sea un buen arranque, pero es una
pésima etiqueta». Churchill preguntó a Hanfstaengl: «¿Por qué su jefe es
tan violento en relación con los judíos. Hasta cierto punto puedo
entender que esté enfadado con judíos que hayan hecho cosas malas o
estén en contra de su país, y puedo entender que se resista a ellos si
tratan de monopolizar el poder en cada esfera de la sociedad. Pero, ¿qué
sentido tiene estar en contra de alguien simplemente por su origen?
¿Cómo puede alguien evitar el hecho de haber nacido?». Terminó el
relato de su casi reunión con una broma: «Así que Hitler ha perdido la
oportunidad única de conocerme» (…) En sus memorias de la guerra de
dieciséis años después, Churchill escribió: «Yo no tenía prejuicios
nacionales contra Hitler en aquella época. Sabía poco de su doctrina y
nada de su carácter. Admiro a los hombres que defienden a su país en la
derrota, aunque yo estuviera en el otro bando. Tenía un perfecto derecho
a ser un alemán patriota si así lo había elegido» (asi esta en el libro)
El día D: La batalla de Normandía 
Para Eisenhower había otras razones que provocaban ese «nerviosismo
previo al Día D». Aunque aparentemente tranquilo, con aquella sonrisa
franca con la que se dirigía y miraba a todo el mundo,
independientemente de su rango militar, el general fumaba por entonces
hasta cuatro cajetillas diarias de Camel. Encendía un cigarrillo, dejaba
que se consumiera en un cenicero, se levantaba de un salto, daba vueltas
y encendía otro. Ese estado de nerviosismo tampoco se veía favorecido
por la constante ingestión de tazas de café.2 Posponer la invasión
conllevaba un sinfín de riesgos. No se podía encerrar a los ciento setenta
y cinco mil soldados de las dos primeras tandas de fuerzas invasoras en
sus buques y lanchas de desembarco, en medio de la marejada, sin que
perdieran su espíritu de combate. A los acorazados y a los convoyes que
estaban a punto de bordear la costa británica para adentrarse en el canal
de la Mancha no se les podría hacer dar la vuelta más de una vez sin que
se vieran obligados a repostar. Y la posibilidad de que los aviones de
reconocimiento alemanes los localizaran habría aumentado
peligrosamente. Mantener el secreto de la operación había sido en todo
momento la principal preocupación. Buena parte de la costa meridional
de Inglaterra estaba literalmente cubierta de campamentos militares de
forma alargada, llamados «salchichas», en los que las tropas de la
invasión permanecían supuestamente aisladas y sin contacto con el
mundo exterior. Sin embargo, numerosos soldados habían conseguido
pasar al otro lado de las alambradas para tomar una última copa en el
pub o encontrarse con sus novias y esposas. La posibilidad de que, por
una razón u otra, se produjeran infiltraciones era muy elevada. Un
general estadounidense de las fuerzas aéreas había sido enviado a casa
de forma deshonrosa por haber revelado la fecha de la Operación
Overlord en el curso de una fiesta en el Claridge. Y ahora había surgido
el temor de que en Fleet Street pudiera notarse la ausencia de los
periodistas británicos que habían sido invitados para acompañar a las
fuerzas invasoras. Toda Gran Bretaña sabía que la llegada del Día D era
inminente, y también lo sabían los alemanes, pero debía evitarse a toda
costa que el enemigo se enterara de su fecha precisa y de dónde tendría
lugar el ataque. Desde el 17 de abril se había impuesto una estricta
censura

Némesis: La derrota del Japón 1944-1945 Max Hastings 


Tal vez sería más fácil entender los sucesos acaecidos entre 1939 y 1945 si
empleáramos el plural y habláramos de «las segundas guerras mundiales». Las
luchas desatadas por Alemania y Japón solo compartían el hecho de que
ambas naciones escogieron a muchos adversarios en común. Los únicos
notables que trataron de dirigir los conflictos occidental y oriental como una
empresa conjunta fueron Franklin Roosevelt, Winston Churchill y sus
respectivos jefes de Estado Mayor. Después de que el ataque japonés sobre
Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, convirtiera a los Estados Unidos en
parte beligerante, los Aliados se enfrentaron a la controvertida tarea de asignar
sus recursos a los diferentes teatros de operaciones rivales. Alemania era, con
diferencia, el enemigo más peligroso de los Aliados, mientras que Japón era el
principal foco del odio estadounidense. En mayo de 1942, en la batalla del
mar del Coral, y un mes más tarde, en la batalla de Midway, la Marina de los
Estados Unidos obtuvo sendas victorias que contuvieron el avance japonés a
través del Pacífico y eliminaron el peligro de una invasión de Australia. A lo
largo de los dos años siguientes, la Marina estadounidense se hizo más fuerte,
mientras sus marines (infantería de marina) y sus soldados del ejército de
Tierra expulsaban a los japoneses, lenta y costosamente, de los bastiones que
habían tomado en las diversas islas Pero el presidente Roosevelt y el general
George Marshall, presidente del Estado Mayor Conjunto, se resistieron a las
peticiones del almirante general Ernest King, comandante general de la
Marina de los Estados Unidos, y del general Douglas MacArthur, comandante
supremo en el sudoeste del Pacífico, que demandaban que el teatro oriental se
convirtiera en el objetivo principal del esfuerzo bélico estadounidense. En
1943 y 1944, la enorme movilización industrial de Estados Unidos hizo
posible que se enviaran grandes fuerzas de navíos de guerra y aviones tanto
hacia el este como hacia el oeste. No obstante, la mayoría de las tropas
terrestres estadounidenses se enviaron al otro lado del Atlántico, para luchar
contra los alemanes. Una vez controlada la invasión de Japón, se fueron
proporcionando a los comandantes aliados fuerzas suficientes para detener al
enemigo oriental, que, sin embargo, eran insuficientes para conseguir una
victoria rápida. La guerra japonesa fue considerada de segunda categoría, lo
que dio origen al resentimiento de quienes tuvieron que luchar en ella; pero
desde el punto de vista estratégico, era una decisión sabia. Los Estados Unidos
y Gran Bretaña enviaron a Europa y Asia compañías diferentes, que
desempeñaron papeles distintos. Por su parte, Stalin solo estaba interesado en
el conflicto con Japón en la medida en que pudiera ofrecerle oportunidades de
acumular botín. En las palabras de un diplomático estadounidense, en un
memorándum enviado al departamento de Estado,* en octubre de 1943
Noche y Niebla en los campos nazis
 «Dante ha descrito el infierno, pero no ha conocido Ravensbrück, ni
Mauthausen, ni Auschwitz, ni Buchenwald. ¡Dante no podía ni imaginar el
infierno! Yo tengo una película en la cabeza en blanco y negro, tal como
era todo, porque allí no había colores». Durante toda mi visita a este
complejo concentracionario nazi en la localidad prusiana de
Fürstenberg/Havel, a noventa kilómetros de Berlín, tuve muy presentes
estas palabras de Neus Català, deportada española en el campo de
concentración de Ravensbrück. Pese a que llevaba casi una década
dedicada a la investigación del Holocausto y que durante ese tiempo me
había empapado de centenares de libros, dosieres, conferencias,
entrevistas, imágenes, documentales y películas, nunca había sido capaz de
poner un pie en un campo de concentración. Sin embargo, en enero de
2020, decidí que era hora de enfrentarme a los recuerdos que aún se
conservan de aquella barbarie y que tenía que ponerme en la piel de las
protagonistas de Noche y Niebla en los campos nazis. Tal y como hicieron
estas prisioneras en su momento, caminé por un sendero a través del
bosque cubierto de tilos que lleva directo al recinto y observé una especie
de zona residencial compuesta por varias casas unifamiliares y adosados
con jardín. En esta colonia vivían los trabajadores de las SS en
Ravensbrück. A medida que me aproximaba, solo veía un paraje casi
idílico con el lago Schwedt al fondo. Sin embargo, al llegar al final del
camino, una imponente entrada me dio el alto: era la puerta del infierno.
Porque no hay otro término posible para describir esa primera impresión al
traspasar las puertas de Ravensbrück. Durante horas, paseé por la gran
explanada fortificada y que, de 1939 a 1945, estuvo distribuida de la
siguiente forma: en medio del campo se encontraba la plaza central donde
se realizaban los interminables e insoportables Appells para hacer los pases
de revista, seleccionar y separar a quienes morían de aquellas que vivían.
Mientras que al primer grupo lo llevaban directamente a la cámara de gas y
al crematorio, el segundo era asignado a diferentes Kommandos de trabajo,
donde debían realizar distintas tareas en condiciones de esclavitud.
Alrededor del Appellplatz, los nazis levantaron decenas de barracones para
albergar a las prisioneras, que vivían hacinadas en condiciones
infrahumanas de hambre, enfermedad y tortura.
Además de las barracas, había una enfermería donde, más que labores para
sanar a las presas, se efectuaban experimentos médicos; un «bloque penal»
a modo de prisión, un edificio de celdas que las presas denominaban
búnker de castigo, la sala del crematorio y la cámara de gas.

El holocausto: las voces de las


victimas y de los verdugos
Antes de la primera guerra mundial, el movimiento juvenil más popular de
Alemania fue el Wandervogel [Ave de paso], una organización que pedía a los
jóvenes que viajaran al campo para recuperar la conexión entre el pueblo
alemán y la tierra de Alemania. «Era un movimiento espiritual —afirma
Fridolin von Spaun, que se unió al Wandervogel durante la adolescencia—.
Era una reacción contra la era del emperador Guillermo, centrada
exclusivamente en la industria y el comercio». 15 Otros jóvenes alemanes se
sumaron a grupos como la Liga Gimnástica Alemana, que hacía ejercicio al
aire libre. «La primera vez que vi una esvástica fue en la Liga Gimnástica
Alemana —cuenta Emil Klein, que se había incorporado a la Liga antes de la
primera guerra mundial—. Las cuatro F —frisch [fresco], fromm [pío],
fröhlich [alegre] y frei [libre]— se cruzaban para formar una doble esvástica
en la insignia, una insignia de bronce que nos identificaba». 16 Varios grupos
völkisch adoptaron la esvástica. Creían que este símbolo antiguo, empleado
por diversas culturas en el pasado, representaba un vínculo de unión con sus
antecesores más antiguos, en parte porque se habían encontrado inscripciones
similares en varias reliquias arqueológicas alemanas. Todas estas novedades
supusieron un problema para los judíos alemanes, que quedaban excluidos del
concepto de Volk. En su mayoría, los judíos de Alemania vivían en ciudades y
trabajaban en empleos que eran la antítesis del ideal völkisch: los judíos, a
todas luces, no habían «surgido del bosque». En Soll und Haben —Debe y
Haber, una novela alemana enormemente popular, publicada en 1855—,17 el
personaje central, el empresario judío Veitel Itzig, es descrito como una
persona odiosa, obsesionada con el dinero, que engaña a los alemanes, tan
honrados como ingenuos. Itzig es un parásito y su vida no podría estar más
alejada del ideal noble del campesino que labra la tierra. Pese a que no todos
los partidarios de la idea del Volk eran antisemitas, aun así el judío se
convirtió, para el movimiento völkisch, en un símbolo de todo cuanto iba mal
en la nueva Alemania

Los cañones del atardecer: La guerra en Europa 


La costa de Normandía estaba cada vez más cerca, y comenzaron a cesar los
cánticos. Las estrellas iluminaban con su luz plateada una larga columna de
ochocientos aviones que conducían a trece mil paracaidistas americanos a la
batalla. Volaban bajo, en dirección sur, casi rozando las profundas aguas del
canal de la Mancha, para luego virar rápidamente hacia el este y remontar el
vuelo entre las islas de Guernsey y Alderney. Ante ellos, bajo la luz de la luna,
se extendía la península de Cotentin, famosa por su ganado y atestada de
alemanes. Para hacerse oír por encima del rugir de los motores, los jefes de
salto gritaron a sus hombres que se prepararan. Con un portentoso click fueron
abriéndose los paracaídas de los dieciséis o diecisiete hombres que saltaban de
cada compartimento, formando líneas estáticas suspendidas en el aire. Poco
después de la una de la madrugada del martes, 6 de junio de 1944, un capitán,
de pie junto a la puerta abierta de su avión azotada por el viento, asomó la
cabeza y, contemplando cómo las olas golpeaban la playa, exclamó: «¡Saludad
a Francia!». Se encendieron unas luces rojas que avisaban de que en cuatro
minutos iban a llegar a las zonas de lanzamiento: tres precisos sectores de
forma ovalada en el caso de la 101.a División Aerotransportada que iba a la
cabeza, y otros tres en el de la 82.a que la seguía.1 De pronto Francia
desapareció. Un enorme banco de nubes grises, inesperado y tan denso que los
pilotos apenas podían ver las puntas de las alas de sus propios aparatos,
engulló los aviones, escuadras enteras de aviones. Las formaciones se
desintegraron cuando los Dakota C-47 empezaron a elevar el vuelo y a bajar
en picado para no colisionar. Oscuros pedazos de tierra aparecían en medio de
aquellas tinieblas para luego desaparecer rápidamente, y fue entonces cuando
las baterías antiaéreas alemanas comenzaron a abrir fuego apuntando Los
cañones del atardecer hacia las nubes. La luz de los reflectores y de las
bengalas de magnesio iluminaba las trincheras, deslumbrando a los pilotos
inexpertos que viraban bruscamente hacia la izquierda y hacia la derecha a
pesar de haber recibido la orden de evitar los bandazos. Los proyectiles
trazadores del enemigo dejaban una estela «suficientemente densa para
caminar por ella» y abrían caminos en un cielo salpicado de los destellos del
fuego antiaéreo, como contaba un paracaidista, y las bombas impactaban en
los caparazones de aluminio como si «alguien arrojara cincuenta kilos de
clavos contra un lado del avión». Tres soldados perecieron cuando en el
fuselaje de su aparato se abrió un humeante agujero de setenta centímetros de
diámetro; otros doce formaron un lío tan grande tras resbalar en los vómitos
que cubrían el suelo de su avión que tuvieron que regresar a Inglaterra sin
saltar.2 Incluso cuando el banco de nubes comenzó a disiparse por el este, las
tripulaciones, desconcertadas, confundían una y otra vez un pueblo por otro.
Algunos de los paracaidistas encargados de marcar el camino que habían
saltado una hora antes o bien cayeron en un sector distinto del que se suponía
que debían iluminar —valiéndose de transmisores electrónicos y siete luces
señalizadoras dispuestas en forma de T— o bien se encontraron con grupos de
soldados enemigos que infestaban la zona. En cualquier caso, la luz verde que
indicaba el momento de los lanzamientos empezó a encenderse en las cabinas
de los aviones. Algunas lo hicieron demasiado pronto o demasiado tarde,
provocando que los paracaidistas cayeran en el mar. En algunos casos, los
cargamentos bloqueaban las portezuelas de los aparatos, circunstancia que
retrasó el salto de los paracaidistas, obligándolos a caer a tres kilómetros o
más de distancia del lugar previsto. En otros casos, los aviones no
consiguieron descender lo suficiente para volar a los ciento cincuenta metros
de altitud recomendados para los lanzamientos o no lograron disminuir su
velocidad hasta bajar a los ciento setenta y cinco kilómetros por hora; los
paracaídas se abrían con tanta violencia debido a la fuerza G que «todo lo que
llevaba en los bolsillos simplemente salió volando después de que se
reventaran las costuras reforzadas de los pantalones», recordaría un
paracaidista. Mientras caían, las raciones de comida, las granadas y la ropa
interior se mezclaban con palomas arrulladoras en medio de la noche. El fuego
de los cañones se intensificó hasta crear «una especie de muralla de
llamaradas». En lugar de medio minuto, «el viaje de descenso duró mil años»,
comentaría más tarde un soldado a su familia. Un paracaídas se enganchó en
un estabilizador vertical, arrastrando con él a su usuario; otro soldado cayó
precipitadamente bajo una campana de seda en llamas. Los hombres cuyos
paracaídas habían fallado en el momento de abrirse caían en tierra haciendo un
ruido parecido, según un soldado, al de «un melón cuando cae de un camión
Antología de los
relatos de la Segunda
Guerra Mundial
Alex Esaú Poot Acevedo
Estas historia y con ello la antología fue hecha con fines informativos y no

fines morbosos, al igual que fue hecho para entender la situación por la que

pasaron las personas de esa época, se recomienda discreción al leer esta obra

ya que puede contener textos o palabras sensibles, al igual que no me hago

responsable por fascinación hacia la historia, y para estos hechos hay que

recordar que los errores del pasado y estoy en contra del nazismo y figuras que

hayan conformado esta ideología, al igual que estoy en contra del racismo,

xenofobia, discriminación y antisemitismo


Desfile triunfal Moscú 1945

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