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STEPHEN TOULMIN

COSMÓPOLIS
EL TRASFONDO
DE LA MODERNIDAD

, , '
PRESENTACION DE JOSE ENRIQUE RUIZ-DOMENEC
LO
TRADUCCIÓN DE BERNARDO MORENO CARRIL

.,
La edición original inglesa de este libro fue publicada
por The University of Chicago Press en 1990 con el título
Cosnwpoiis: The Hidden Agenda of Modernity.

© Stephen Toulmin, I 990.


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la exportación e importación de esos ejemplares para su
distribución en venta fuera del ámbito de la Unión Europea.

Diseño de la cubierta:
Serifa Diseño I Ilustración

Primera edición: mayo de 2001.


© de la presentación: José Enrique Ruiz-Domenec, 2001.
© de la traducción: Bernardo Moreno Carrillo, 2001.
© de esta edición: Ediciones Península s.a.,
Peu de la Creu 4, 08001-Barcelona.
E-MAIL: correu@grup62.com
INTERNET: http://www.peninsulaedi.com

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Corsega 23 7, baixos, 08036-Barcelona.
Impreso en Hurope s.l., Lima, 3, 08030-Barcelona.
DEPÓSITO LEGAL: B. 19.061-2001.
ISBN: 84-8307-362-5.
1
CONTENIDO

1 .
Presentacton,
/ ,,.
por JOSE ENRIQUE RUIZ-DOMENEc
7
COSMÓPOLIS

Prefacio
Prólogo: Hacia el milenio reculando
,,.

1
CAPITULO PRIMERO
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD?
CUÁNDO COMENZÓ LA MODERNIDAD
27
LA TESIS OFICIAL, O HEREDADA, Y SUS DEFECTOS 38
LA MODERNIDAD DEL RENACIMIENTO
;
50
ADIOS AL RENACIMIENTO 60
DE LOS HUMANISTAS A LOS RACIONALISTAS 68
/
CAPITULO SEGUNDO
EL CONTRARRENACIMIENTO DEL SIGLO XVII
..
ENRIQUE DE NAVARRA Y LA CRISIS DE FE 79
I 6 I O- l 6 l I: EL JOVEN RENÉ Y LA <<HENRIADE>> 92
1610-161 I: JOHN DONNE LLORA POR COSMÓPOLIS I0I

1640-1650: LA POLÍTICA DE LA CERTEZA II0

PRIMER DESMARQUE RESPECTO DEL RACIONALISMO 124

CAPÍTULO TERCERO
LA COSMOVISIÓN MODERNA
MODELANDO LA NUEVA <<EUROPA DE LAS NACIONES» 1 33
1 45
l660-1720: LEIBNIZ DESCUBRE EL ECUMENISMO
1 54
l660-1720: NEWTON y LA NUEVA COSMÓPOLIS
1 169
720-1780: EL SUBTEXTO DE LA MODERNI DAD
184
EL SEGUNDO DESMARQUE RESPECTO DEL RACIONALISMO

5
CONTENIDO

CAPÍTULO CUARTO
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
EL APOGEO DE LA NACIÓN SOBERANA
1750-1914: DESMONTANDO EL ANDAMIAJE
1920-1960: EL RE-RENACIMIENTO APLAZADO
1965-1975: EL HUMANISMO REINVENTADO
LAS TRAYECTORIAS GEMELAS DE LA MODERNIDAD

,;
CAPITULO QUINTO
EL CAMINO POR ANDAR
EL MITO DE LA TABLA RASA
HUMANIZAR LA MODERNIDAD
,; ,; ,;
LA RECUPERACION DE LA FILOSOFIA PRACTICA
DE LEVIATAN A LILIPUT
LO RACIONAL Y LO RAZONABLE

Epílogo. Enfrentarse de nuevo alfuturo 281

Notas bibliográficas
Notas y referencias
Indice onomástico
.• PRESENTACIÓN
por
JOSÉ ENRIQUE RUIZ
-DOMENEC

.' '

La suerte de poder leer a Stephen Edelston Toulmin en Espan~a 0· ene


. ~ . ya una
histori a de cuarenta anos: comi enza en 1960, fecha de la traducción
de El
puesto de la raz ón en la ética, y cul mina hoy con la aparición de su libr
o más
.
>
oba
fascinante y pr blemente el mej or concebido, cuyo título es todo un reto
para el lector:_ Cosmópolis. (?�e yo sepa fue José Luis Aranguren quien, al
prologar su primera traducc1on, llamó la atención del público español sobre
este autor, al que consideró uno de los grandes renovadores del estudio de la
ética en el siglo xx, siguiendo el rastro del llamado neopositivismo de C. L.
Stevenson. Desde esa fecha, sus libros han aparecido con cierta puntuali­
dad en nuestras librerías, obteniendo una buena acogida. Me vienen a la me­
moria títulos como La Viena de Wittgenstein o El descubrimiento del tiempo,
con los cuales se forjaron la reputación y el respeto de Toulmin en España.
Esa excelente acogida hacía inexplicable la ausencia de una versión española
de su gran libro sobre la concepción de la cosmópolis en la historia moder­
na y posmodema. Una de esas paradojas tan habituales en nuestra sociedad.
El primer profesor de Toulmin fue Wittgenstein, quie� en los años
treinta era una referencia absoluta en el estudio de la ciencia y el lengua­
je para los estudiantes de Cambridge; unos jóvenes que imitaban al maes­
tro vistiendo como él chaquetas de tweed y camisas blancas co� los cu�­
llos abiertos, como sabemos bien gracias al testimonio de Isaiah Berhn
_
cuando acudió a uno de sus seminarios desde la vecina, pero distªnte,
Universidad de Oxford·' después se inter esó por Descartes Y Newton; se
fasci• no,, por Monta1gne,.
cuyos Ensayos comentari,,º a con sus alu mnos de
. . . . . . .
Ch1cago unos años más tarde. Sinti o,, c i e rta deb i li dad por L bniz, pero ei
. ersal; se
so,, 1o fugazmente ' porque le mo1 esto,, su ai· re de profe ta la ic o un iv
es1eorzo,, por ayudar a sus colabo radores, con 1 os que solía firmar muehos
l1.bros ' mantuvo correspondencia ,, i· nsignes sa bi. os /de nuestro
. con 1 os mas
. . el d e la . ca-mate-
fts1
tiempo, y sobre todo analizó cu i dadosame nte e 1 P a P
mática en la construcción de la modernidad.

7
'
JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMENEC

Algunos de sus amigos le echaron en cara �a dificultad de una investi­


gación así. No se amedrentó, pese a ser �onsciente de qrn_: ese te�a con­
taba entre sus intérpretes con fi guras seneras del pensamiento. Si recor­
damos que los intelectuales europeos �ue en 1938 �abían teni?o acceso a
la conferencia de Martin Heidegger titulada «La epoca de la imagen del
mundo» se posicionaron duramente ante esas ideas, comprobaremos que
con su elección Toulmin buscaba la forma de resolver un problema cru­
cial de la historia europea que se extiende desde mediados del xvn hasta
la mitad del xx, aunque para ello necesitó dar un rodeo intelectual que le
duraría prácticamente toda una vida.
Cosmópolis es el punto de partida intuido, y el punto de llegada com-
prendido de un largo proceso intelectual en busca del significado de la
modernidad. El agotamiento de sus paradigmas en los últimos años es
sólo un aspecto secundario de la compleja realidad del mundo moderno.
No basta con certificar su defunción, es necesario también comprender
<<en qué momento echó a andar la modernidad»·, cuyo trasfondo pocos
conocen al estar convencidos de una tesis tan venerable como falsa, a sa­
ber, que la física y la matemática del siglo xvn nacieron en una época do­
rada donde los intelectuales vivían encerrados en una especie de torre de
marfil, ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor, pensando solamente
en sus objetivos teóricos, de modo que se analiza «la ciencia moderna
como una entelequia surgida espontáneamente a partir de sus exclusivos
argumentos internos».
«Pero, como nos advierte el dicho popular, lo que todo el mundo su­
pone no tiene porque ser verdad>>, frase lapidaria con la que se nos ad­
vierte sobre el escaso rigor de muchas venerables tradiciones. Sin ir más
lejos «pensar que las constricciones y los controles eclesiásticos se relaja­
ron en el siglo xvn», cuando en realidad sabemos que fue todo lo con­
trario. A primera vista, los sabios consejos transmitidos en este libro de­
berían hacernos recapacitar sobre la mitología racionalista dominante
en los estudios sobre la modernidad desde los años veinte y treinta del siglo
xx. Toulmin es testigo personal de esa concepción al haberse formado en
las mejores escuelas filosóficas e históricas de aquel tiempo, sumidas
en esas ideas que parecían prácticamente incontrovertibles. Reconoce sin
embargo que no todos los autores coinciden en la cronología y los moti­
vos del nacimiento del mundo moderno. Ante la pregunta «qué ha de­
terminado la emergencia de la moder�idad», las respuestas son tantas y
8
PRESENTACIÓN

tan variadas que su solo recuento llenaría un ¡·b 1 ro de mil pá g ·


e l os se nde ros tril
.
lado s inas . No ha
b l o d pro pi os de nues tros manuales escol -
,. ar es, Y a
los que hoy d1a . se 1 es. pre .
sta poca atención ' sa1vo qu1z . ,,
as en al gunos de-
t e n tos u n 1v ers 1 ta r 1 os
Par am . .
chapados a la anti gua.. me refiter
o a los en sa
yos co m h ati v os que int erp r eta n el origen de la moderni·¿ ªd . . -
Y Su s1g n1fi-
cad o c ul tura l y polí tic o.
Toulmi n elig .
e una argumentación asentada en un s1,,m1·1 d
e1 ªJ· edrez: <<El
. salid a de ,.
la filosofía moderna no coincide' as1,,, con
gambito de . . e1 raci. ona-
lismo descontextuahzado . ,.
del Discurso y las Meditaciones de D escart
. es ,
.
si no
con la ref orm ulac 1on que hace Monta1gne del esceptici·smo clas " 1c · o en su
,. en la que tantas ant1. c1pa . .
Apologta, c1ones de Wittgenstein encontramos. Es
Montaigne, y no Descartes, quien juega, y sale, con blancas. Los argumen­
tos de Descartes son la respuesta de las negras a este movimiento».
Esta manera de afrontar la emergencia de la modernidad como si se
tratara de un juego dialéctico presta al debate una mirada renovadora.
Así, la fase inicial <<humanística» representada por Erasmo, Montaigne y
otros que jugaron con las blancas, entra en colisión con la fase si guiente,
la «racionalista» representada por Descartes, Newton y otros que juga­
ron con las negras. Cada época advierte a su modo el valor concedido a
la modernidad, y se gana el derecho de proponer un modelo de sociedad
asentado en normas intelectuales que afectan desde luego a la moral y la
política, pero también a la física y la matemática. La intensa dialéctica de
ese juego intelectual, pero también social y cultural, ha sido olvidada
habitualmente, y de ese modo se ha solapado una cuestión importante.
Las teorías que se ventilaban en los ataques a hombres como Servet, Bru­
no y Galileo no implicaban asuntos «añejos>> de teología medieval. To­
dos ellos giraban en torno a los nuevos presupuestos sobre el orden de 1�
naturaleza, que confirmaba el andamiaje de la cosmovisión moderna . As i ,
ª
lejos de perpetuar una supuesta intolerancia «medieval», l a :ondena
Galileo ' B ru no o Servet representaba una crueldad esp ecific
amente
. · · entadas de I ª literatura de ambos
<<moderna». Incluso las existencias inv
. . su e 1 e situ
· ar en Sh ak es pe are (pero
periodos, cuyo mojón fronterizo se
son un a m an er a d e en ten der
también sería bueno hacerlo en Cervantes)
.
one s d. tere n te s de e nte nder 1a mo-
ese difícil J·uego entre dos concepci 1
. · esc ,.
e p tic a y la qu e se funda-
dern idad: la que se asienta en la distanc ia
a s N at ur al m e nte , estas dos
uman : ,.
menta en la certeza física de las cosas h· de la po-
.e ta a 1 ª con c
c10 r m ep cio n d e 1 c osm os v
.,
as de entender las cosas a1ec
9
JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMENEC

lítica, es decir, incide sobre la cosmópolis, que no es otra cosa que la


unión de la dimensión natural del mundo (cosmos en griego) y de la di­
mensión política del ser humano (polis en griego).
El debate de modernos y posmodernos se ha salpicado en ocasiones
como un debate sobre el uso o el fin de la historia. El Titanic de nuestro
sistema cultural se ha hundido ante nuestra mirada sin que sepamos to­
davía encontrar una respuesta adecuada. Toulmin razona ese problema y
lo hace con un rigor excepcional.
La lectura de Cosmópolis constituye un reconfortante retorno a los
grandes discursos de la historia; quizás por eso hace un año elegí a Toul­
min como uno de los veintiún <<rostros de la historia» para el siglo XXI,
convencido de estar ante un pensador sólido que rehúsa el pensamiento
débil, para enfrentarse de lleno a los problemas de nuestro inmediato pa­
sado. El siglo xvn emerge así como una unidad compleja que nos permi­
te entender la elección de Descartes en lugar de Montaigne, la de New­
ton en lugar de Agripa. No se trata de sentido del progreso, ni de ideales
evolucionistas, tan queridos para los ensayistas del siglo XIX, sino de una
concepción global donde las certezas absolutas del cartesianismo y de la
física matemática no están a la altura de las dudas humanas suscitadas en
el siglo xx cuando esas ideas se hicieron realidad en los sistemas totalita­
rios surgidos tras la Gran Guerra de 1914-1918.
Es3 extraordinaria capacidad de penetrar en los aspectos más rele­
vantes de nuestro pasado es quizás el motivo de mi inquebrantable adhe­
sión a la forma de escribir historia de Toulmin, es decir, de participar en
su tesis de que las ideas filosóficas, matemáticas, físicas o lógicas no sur­
gen al margen de las circunstancias históricas que las vieron nacer, sino
que, al contrario, forman parte de ellas. Esta idea va contra la corriente
principal de la historia social que toma una dirección opuesta, es decir,
sostiene que las ideas son meras superestructuras de los cambios econó­
micos o políticos. Podría rastrear las señales de ese largo debate en el tex­
to de Toulmin, ¡yero prefiero que sea el lector quien realice esa labor tan
necesaria como fascinante.
Pero quizás para explicar la adhesión a un pensador que analiza el pa­
sado con la mirada de un historiador y que asume un legado complejo,
más que determinaciones personales, es preciso partir de razones más
precisamente relacionadas con la escritura de la historia. Es lo que ha­
ríamos si discutiéramos de Heródoto, Polibio o Tácito. ¿Por qué no
IO
PRESENTACIÓN

hacerlo entonces con este clásico vivo que es Toulmin? Entre los mu­
chos motivos que podría destacar situaré, en primer lugar, la capacidad
de comprender la complejidad de la vida humana; Toulmin es un maes­
tro en pasar de la ciencia a la poesía o las circunstancias económicas o las
intrigas políticas. Consigue fijar la atención del lector en su argumenta­
ción siempre en pinceladas llamativas, con una gran riqueza de sugestio­
nes de lectura ulterior. Otro motivo es la densidad de sus argumentos,
que le lleva a veces a comparaciones osadas, brillantes, indicadoras de un
talento al servicio del lector. Recuerdo ese momento memorable de su li­
bro cuando compara la muerte de Enrique IV de Francia con la deJohn
F. Kennedy: dos muertes insensatas, que cambiaron el rumbo de la his­
toria. La manera de afrontar sencillamente lo complejo convierte Cosmó­
polis en un libro ameno, de fácil lectura, pero de gran profundidad argu­
mentativa. No me parece posible que un intelectual interesado en la
actual situación del mundo deba ignorar un libro tan sabio como éste.

, '
JOSE ENRIQUE RUIZ-DOMENEC.

II
,,
COSMOPOLIS
1

PARADONNA
Todo está resquebrajado, ya no queda coherencia;
todo es puro suministro y pura Relación:
Príncipe, Sujeto, Padre, Hijo, son ya cosas del pasado,
cada cual sólo piensa en
ser un Fénix, y que nadie sea
como él es.
JOHN DONNE
PREFACIO

El prese nte libro es la crónica de un cambi o de opinión. Los descubri­


mientos de que se habla aquí tienen tanto de personal como de erudito.
Tras recibir una formación matemática y física a finales de los años trein­
ta y principios de los cuarenta, terminada la Segunda Guerr a Mundial
estudié filosofía en Cambridge y aprendí a ver la ciencia moderna-es;
movimiento intelectual cuyo primer gran gigante fue Isaac Newton-y
la filosofía moderna-el método de reflexión iniciado por Descartes­
como los pilares fundacionales del pensamiento moderno y como sendas
ilustraciones de la «racionalidad>> pura que tanto se ha enorgullecido en
airear la era moderna.
El cuadro que presentaban los maestros de la Europa del siglo xvn no
podía ser más radiante. Por primera vez, la humanidad parecía haber su­
perado toda duda y ambigüedad sobre su capacidad para alcanzar sus ob­
jetivos supremos aquí en la tierra, y en el tiempo de la historia, en vez de
aplazarlos hasta unas postrimerías sine die. Este optimismo, que había
tornado <<racional» el proyecto de la modernidad, propició importantes
avances no sólo en el campo de la ciencia natural, sino también en el del
pensamiento moral, político y social. Sin embargo, mirando hacia atrás
éste se nos antoja demasiado uniformemente radiante, al menos si toma­
mos en serio las otras perspectivas y orientaciones que nos han mostrado
los historiadores de la primera Europa moderna, a partir sobre todo del
trabajo pionero de Roland Mousnier allá por los años cincu enta. Cual­
quier cuadro realista de la vida del siglo xv11 deberá incluir ahora tanto
sus luces y esplendores como sus sombras y oscur1·dades·· tanto los éxitos
. . ntos de
de los nuevos movimientos intelectuales como los terribles Sufri mie
las guerras de religión que les sirvieron de telón de fond o. . . /
.
P ar m1 parte, a finales de los anos sesenta emp e cé a sentirm
~ e inco-
modo con la versión en vigor acerca de 1 as 1'deas d'e l 51·glo xv11· · Los ca1n-
b.ios culturales que se produjeron en torno a 1 9 6s est·i' ban calando en
PREFACIO

nuestras tradiciones-n1e pareció-más profundamente de lo que se quería


hacer creer. Intenté plasmar este «parecer» en un artículo para la revista
Daedalus, donde trataba de los cambios producidos en la filosofía de la
ciencia desde 1945 hasta 1970. Como cabe suponer, el editor me sugirió
que presentara un texto definitivo menos :mbicioso: pero mis ideas hási­
_
cas no variaron, y son las que ofrezco aqui, en el capitulo cuarto. Mis du­
das se vieron reforzadas por un ensayo de Stephen Shapin publicado en
19s 1 sobre la correspondencia mantenida entre G. W. Leibniz y el alia­
do de Newton, Samuel Clarke, pues como a principios de los años cin­
cuenta había tratado del mismo texto desde un punto de vista más estric­
to en Oxford, me encontraba bien situado para ver la originalidad y
fuerza de la lectura shapiniana, que comento en el capítulo tercero. Du­
rante el año que pasé en Santa Mónica, en el Getty Center de Historia
del Arte v Humanidades, tuve una oportunidad de oro para tratar de des-
pejar estas dudas en la Biblioteca de la Universidad de California (Los
Ángeles), así como en la Biblioteca Nacional de París y en otros centros
de consulta. En el capítulo segundo queda patente lo mucho que debo a
mis colegas de Santa Mónica y al Getty Trust.
Pero lo que más influyó para que cambiara mi opinión sobre el siglo
xvII fue la experiencia que supuso leer los Ensayos de Michel de Mon­
taigne junto con mis alumnos del seminario de Pensamiento Social de la
Universidad de Chicago. Montaigne fi gura raras veces en el programa de
estudio de los departamentos de filosofía ingleses y americanos; y es más
raro aún ver sus libros incluidos en las listas de lectura de los departa­
mentos de ciencias naturales. A medida que fuimos avanzando en la lec­
tura de los ensayos, me sorprendió gratamente descubrir lo mucho que
su autor sintonizaba con los lectores de finales de los años setenta. Por
ejemplo, cuando Montaigne simpatizaba con el escepticismo de los auto­
res clásicos Sexto Empírico y Pirrón de Elis, descubrí que se acercaba
mucho más de lo que yo había imaginado a las ideas de mi profesor, Lud­
wig Wittgenstein, por lo que acabé preguntándome si el gambito de
apertura en el ajedrez de la filosofía moderna había que buscarlo en los
argumentos escépticos de Montaigne y no en el método de la duda siste­
mática de Descartes.
Mis conversaciones con Avner Cohen y Phillip Hallie me animaron
a alimentar esta sospecha y me ayudaron a ver la importancia trascen­
dental del escéptico francés en la crisis actual de la filosofía. También
PREFACIO

me introdujeron en el amplio mundo del humanismo .


. . renacentis ta del si- .
glo x v 1 en general y me h1c 1er on ver •
que la incomprens1on que se pro- ,,
. .
dujo entre la c1enc1a y las . .
humanidades-tema sobre el que
. ,, C. p . S now
fue tan e1 ocuente-, se inicio en gran medida a princip· 1os · de1 s1· g1 O XVII,
. ,,
época en la que. Descartes
,,
convencio a sus campan~eros de Vla · J· e filOSOt ,, .elCO
de que ren u�c1aran a areas �e estudio como la etnografía, la historia O la
poesía, tan ricas en contenido y contexto, y de concentrarse exclusiva­
mente en áreas_abstractas y descontextua lizadas como la geometría, la di­
námica y la epistemo!ogía. A partir de entonces, mis investigacio
nes se
centraron en el cambio que se produjo en el siglo xvn al pasarse de una
visión de la filosofía parcialmente práctica a otra puramente teórica. Éste
será, pues, el tema en el que me detendré aquí principalmente.
Al proponerse como meta de la modernidad una agenda intelectual y
prácti ca que daba la espalda a la actitud tolerante y escéptica de los hu­
manistas del siglo xv1, para centrarse en la búsqueda-en el siglo xvn-de
la exactitud matemática y el rigor lógico, así como de la certeza intelec­
tual y la pureza moral, Europa en su conjunto enfiló una senda cultural y
política que la iba a llevar a la vez a sus éxitos más sorprendentes y a sus
fallos más sonados en el aspecto humano. Si hay alguna lección especial
que deducir de la experiencia de los años sesenta y los setenta del si­
glo xx, ésta-así al menos lo veo yo-no es otra que la urgencia que te­
nemos de reapropiarnos de la sabiduría de los humanistas del siglo xv1 y
desarrollar un punto de vista que combine el rigor abstracto y la exacti­
tud de la <<nueva filosofía>> del siglo xv11 con una preocupación práctica
por la vida humana en sus aspectos más concretos. Sólo así podremos ha­
cer frente a la extendida desilusión actual con respecto a la agenda de la
modernidad, y poner a salvo lo que queda aún de humanamente impor­
tante en sus proyectos.
Llegado a ese punto, descubrí que mis preocupaciones_ cubr�a� un
arco tan amplio q.ue era imposible presentarlas de forma 51stema:ica Y
· · m enos aun en
Plenamente documentada en aquella época de m1 v1da, Y
un l1.bro de tamaño manejable. Por eso he dec1·d·d 1 o escri·b·ir un ensayo d1vul-
gativ· o que permita .
es reco noc er, Y h as ta se gu ir co nmigo los pa-
a los lector . .'
sos que me condujeron a un cuadro mas comp 1 eJ· 0 sobre el ,, n ac 1m 1ento de
,, . . b re có m o se p odr1a/ n hu-
1a modernidad y a unas ideas mas opt1m1stas so
. . . 1 II · En vez de rec
ar-
man1zar-y por tanto red1m1r-los logr os d e I .
si g O XV
. e 6J-
. n ap en d ic .
gar m1. ensayo con un aparato cr1,t1co en toda reg 1 a, añado u
/

19
PREFACIO

bliográfico en el que describo mis fuentes y suministro las referencias in­


dispensables; por ejemplo, sobre un soneto de 1611, que-como sosten­
go en el capítulo segundo-pudo ser la primera obra impresa no recono­
cida de René Descartes. En este punto, debo decir unas palabras sobre
M. Peyraud y sus colegas de la sala de catálogos de la Biblioteca Nacio­
nal de París, sin cuya valiosa colaboración no habría podido encontrar, y
documentar, el «volumen perdido>> en el que aparece dicho soneto.
En todas estas investigaciones he aprendido mucho conversando con
todos mis colegas y amigos. Doy aquí las gracias a aquéllos que, en una
fase determinada, me ayudaron a llevar a buen puerto mi reinterpreta­
ción: aden1ás de a los ya mencionados, a Genevieve Rodis-Lewis, Ri­
chard Watson, David Tracy, Julian Hilton, Thomas McCarthy y John
McCumber. En especial, doy las gracias a Klaus Reichert, de la Univer­
sidad Johann Wolfgang Goethe, de Frankfurt-am-Main, y al rector de
dicha universidad, por pedirme que inaugurara, en mayo y junio de 1987,
la plaza de profesor visitante, generosamente financiada por el Deutsche
Bank, con una serie de conferencias sobre <<Más allá de la modernidad».
La oportunidad de ventilar mis ideas en público ante los herederos de los
maestros que crearon la sociología del conocimiento en los años treinta
me dio la confianza necesaria para presentarlas aquí. Algunas partes de mi
argumentación las he presentado ya en la Universidad de Michigan en la
serie de conferencias Hayward Keniston; en la Universidad de Washing­
ton (St. Louis); en la Universidad de Northeast Illinois, de Kalb; en la
Universidad de Illinois (Champaign); en el Centro para la Vida Laboral
de Estocolmo; en el Monmouth College (en la primera de la serie de
confe�encias Sam Thompson); y en la Universidad Loyola Marymount
(Los Angeles). Lynn Conner me ha prestado una gran ayuda en la con­
fección del texto, mientras que mi amigo Daniel Herwitz ha sido una caja
de resonancia tan oportuna como útil en cada una de las fases de la obra.
Joyce Seltzer, mi editor de Free Press, sabe mejor que yo que este libro
no habría visto nunca la luz sin sus comentarios imaginativos ni sus críti­
cas afables. Finalmente, quiero expresar aquí también mi agradecimien­
to a Rudi Weingartner y a los compromisarios de la cátedra de humani­
dades Avalon Foundation de la Northwestern University (Illinois), que
me brindaron la oportunidad de terminarlo simultaneando mis obliga­
ciones académicas normales.
La presente investigación no puede esperar resultar igualmente con-
20
PREFACIO

vincente en todos los puntos. Pero de una cosa estoy suficientemente se­
guro: nuestro_fu�ro político� ��ltural no _es lo único que está en juego
en la r eapr op1ac1on de la trad1c1on humanista. Lograr un mejor equili­
brio entre la exactitud abstracta exigida en las ciencias físicas, por un
lado, y la sabiduría práctica característica de ámbitos como la medicina
clínica, por el otro, puede ser también un asunto importante a nivel per­
sonal. Si, lle gados a las Puertas del Cielo, se nos diera la oportunidad de
escoger nuestra residencia eterna en las mismas nubes que Erasmo, Ra­
belais, Shakespeare y Montaigne, pocos de nosotros-sospecho-prefe­
riríamos enclaustrarnos a perpetuidad con René Descartes, Isaac New­
ton y los ·genios de pensamiento exacto pero alma oscura del siglo xvn.

STEPHEN TOULMIN.

Evanston, Illinois.
Mayo de 1989.

21
.,
,,
PROLOGO

HACIA EL MILENIO RECULAN


DO

Éste es un libro sobre el pasado, pero también sobre el futuro: sobre


cómo dar sentido al pasado y cómo nuestra visión de éste puede afectar a
nuestra actitud general a la hora de abordar el futuro. Las creencias que
configuran nuestra visión histórica representan, en palabras de los filó­
sofos alemanes, nuestro Erwartungshorizonten u <<horizonte de expectati­
vas». Este horizonte delimita el campo de acción en el que, en un deter­
minado momento, nos parece posible, o factible, cambiar los asuntos
humanos y decidir cuál de nuestras metas más preciadas se puede llevar a
la práctica.
Ahora que acabamos de traspasar la última década del siglo xx-el
tercer milenio de nuestro calendario se encuentra ya, por increíble que
parezca, entre nosotros-, los lectores pueden esperar de filósofos e his­
toriadores, en este momento tan señalado, que hagamos un balance,
reevaluemos nuestra situación en la historia y modelemos las ideas nuevas
según el rumbo que vamos a tomar: no unas metas que haya que perse­
guir individualmente, sino unas ambiciones razonables y realistas que
podamos adoptar colectivamente. Sin embargo, parece como si entrár�­
mos en el nuevo milenio reculando, sin entusiasmo ni prestando la debi­
da atención a pre guntas como ésta: «¿Dónde estare mos-y a d�nde e:ta­
remos en condiciones de ir-a partir del año 2001 ?>>. Hace treinta anos,
la situación era diferente. A finales de los años sesenta, eran muchos los
escritores que gustaban de reflexionar y debatir sobre l a s perspectivas de
·
1a soci. edad y la cultura humanas en el siglo . I
-y e m1 · ¡ eni o-en que hemos
· ·
entrado. Algunos de los escritores que part1c1paron en aquel debate ana-
. . s ven1de-
l1. zaron las tendencias de su tiempo, y las· proyectaron a década
· · nce,
ras y ofrecieron así unas prev1s1one s socia I es Y P ºlíticas de largo alca 1
L

s1· b1. en suJ· etas a mati• zacio


· . / e, rn1ranoo
nes. Pero 1 o que inas no s �sorprend
. •

23
PRÓLOGO

ra vaticinar algunos de
·,
. � 1a
l1,1c ,, � , es la incapacidad de estos escritores pa
a. tras
lugar despues ,,. de que ellos
los cainbios inás in1portantes que iban a tener .
fec ha cla ve; pie nso, entre
h ubieran escrito sus obras, pero antes de la
talista tanto dentro como
otros, en e1 n uevo auge de la religión fundamen
fuera de casa.
Hacer vaticinios sociales es, como se sabe, algo bastante azaroso. En
el Prosaico campo de la meteorología, las pred icciones fiables no van más
"' ~
allá de unos cuantos días; por eso no deb er1a extr ana rnos que resu1 te mas ,,.
difícil hacer previsiones sociales. o políticas. La fuerza especial del -<-<hori-
.,,,
ra unas
. .
zonte de expectativas>> no consiste en que este gene prev1s1ones
exactas ni en que sirve de base teórica para una política práctica en el fu­
turo. A este respecto, Bertrand de Jouvenel ha explicado con bastante
claridad y exactitud por qu é es tan limitada nuestra capacidad para la pré­
-vision socia/e. Lo más que podemos vaticinar son los límites dentro de los
cuales se encuentran los futuros <-<disponibles» de los seres humanos. Es­
tos futuros disponibles no son sólo los que podemos vaticinar pasiva­
mente, sino los que podemos crear activamente. Para este tipo de futuros
De J ouvenel acuñó el término -<<futuribles». Son futuros que no ocurren
simplemente por sí solos, sino que se puede hacer que ocurran adoptan­
do para ello unas actitudes y unas políticas sensatas.
¿Cómo reconocer y seleccionar <<actitudes y políticas sensatas»? Un
enfoque del futuro bien formulado-un ámbito realista de futuribles dis­
ponibles dentro de horizontes de expectativas razonables-no depende
de encontrar la manera de cuantificar y extrapolar tendencias actuales;
eso podemos dejarlo a entusiastas hombres del tiempo o a expertos en
bolsa o econometría. Las preguntas que hay que hacerse son más bien
éstas: «¿Qué postura intelectual deberíamos adoptar para enfrentarnos al
futuro? ¿Qué ojo deberíamos tener para cambiar nuestras ideas sobre los
futuros disponibles?». A tenor de esto, quienes se niegan a pensar de ma­
nera coherente sobre el futuro sólo se exponen a lo peor, dejando el cam­
po libre a los profetas irrealistas e irracionales.
Idea�mente, el pensamiento social o político está siempre limitado
por horizontes de expectativas realistas; pero los horizontes reales de un
pueblo son casi siempre irrealistas. Así, en la época de Oliver Cromwell,
muchos ingleses educados creyeron que Dios podría acabar con el orden
de cosas en la dé�ada de 1650, y buscaron en el Apocalipsis alusiones a
l a Ing l aterra del siglo xvn de manera tan acrític
a como cualquier funda- �
HACIA EL MILENIO RE
CULANDO

mentalista de Texas busca hoy signos de un éxtasis · in


· minente de
. . El hecho d todos
los elegidos e que el fin del mundo no se pro
,,. d UJ. era segu,, n lo
ogramado creo una gran desazón entre muchos
P r
, ,. . . not ables de 1a repu,, bh. -
ca de Cromwe11., entre tanto, estos s1gu1eron debatiendo so b re po11t1 , . cas y
nes dentro de un hor1. zonte de expectativas . .
P la . . il usorias • Algunos de ellos
. ,,
llegaron, a dectr mcluso q�e los J�d10s debían _
ser readmitidos en Inglate-
rra, basandose en ?ue Dios podia _ �ener hsto su apocalipsis y construir
una Nueva Jerus�len en_ srn_�lo mgles una vez-y siempre y cuando-se
hubieran �o�verndo los Judm__s· Así, �uand_o Ronald Reagan se inspiró en
el Apocalipsis para su campana pres1denc1al de 1984 e incluyó entre sus
expectativa� un i�mi,,. �ente Armagedón o lucha suprema, los votantes que
tenían un 01do h1stor1co detectaron en sus palabras al gunos ecos inquie­
tantes de la década de 1650.
El agnosticismo histórico y el pensamiento a corto plazo de la déca­
da de los ochenta reflejan el sentimiento generalizado de que, en la ac­
tualidad, el horizonte histórico es inusualmente difícil de atisbar como
quiera que se halla envuelto en la niebla y la oscuridad. La experiencia de
los últimos cuarenta años nos ha convencido de que el siglo xxI se pare­
cerá al siglo xx menos aún de lo que éste se ha parecido al XIX. Actual­
mente nos encontramos al final de una era no sólo en cuanto al calenda­
rio-dejamos atrás mil años que empezaron con << 1 >> y entramos en otros
mil que empezarán con «2»-, sino también en un sentido más profun­
do, de índole histórica. La supremacía política de Europa ha terminado,
como está terminando también la hegemonía de las ideas europeas. Du­
rante dos siglos, las gentes de Europa occidental y de Norteamérica se
regodearon convencidas de que la suya era la verdadera edad moderna :
que su manera de trabajar el campo, de producir mercancías Y de p rac­
ticar la medicina era la «moderna», que tenían ideas científicas ! filo­
sóficas <<modernas», y que vivían en la relativa seguridad de n,,ac�ones ­
estados «modernos». Así, abordaron todos s us p roblemas p racticas . e
intelectuales de una manera claramente <<moderna», Y, en toda una serie
de campos, su vida . . ,,
personifico modos raciona · 1es de com · probar nues tros
. ,, . y las
. . . . .
proced1m1entos e 1nst1tuc1ones ausentes en las sociedade s tir anicas
cu 1turas superst1c1o. . • ores ' a 1a era de la <<modernidad».
sas anteri • ,, cre1a ,, n es�, to.
e s qu e to d av 1a
Hace veinte años eran muchos l os escritor .
de ra s, su a fi c i ó 1 a co s'..derar
l�ción a las décadas ve ni � � .
Su confiada extrapo . o s del si glo xx segu1 -
.
que l as tende ncias sociales y cul tu . r a l es
=- d .
e tn e d ia d
,I'

PROLOGO

rían inn1utables durante cuarenta o cincuenta años más, es buena prueba


de lo que decin1 os. No tenían esa zozobra _ni el sentido de �a discontinui­
dad histórica que nun1erosas personas dicen estar experimentando en
muchos án1bitos hoy día. Al proclamar <<el fin de las ideologías» no ha­
cían sino afirn1arse en la creencia de que, en los últimos trescientos años,
la filosofía y la ciencia modernas habían logrado (según la famosa frase de
John Locke) «derribar los obstáculos que se interponían en el camino del
saber». Según ellos, bastaba con impedir que las cuestiones ideológicas y
teológicas co1nplicaran la situación para que dispusiéramos de todos los
medios intelectuales y los medios prácticos para mejorar la suerte de la
humanidad.
Hoy, el programa de la modernidad-y su mismo concepto-ya no
incluye nada que se parezca a esta convicción. Si alguna era histórica está
tocando a su fin, ésta no es otra que la de la modernidad como tal. Nues­
tra situación actual ya no nos permite afirmar que el río de la moder­
nidad sigue fluyendo con fuerza, y que su importancia nos llevará a un
mundo nuevo y mejor. Lo que en el siglo x1x parecía un río incontenible
ha desaparecido bajo la arena, de manera que parecemos encontrarnos
varados, como si hubiésemos encallado, y ya no podemos proyectarnos
alegre y confiadamente en un futuro social y cultural. El proyecto de la
modernidad parece, así, haber perdido importancia, y necesitamos bus­
car urgentemente un programa que le suceda.
Pero, para poder confi gurar hoy un «horizonte de expectativas» ra­
zonable y realista, debemos empezar reconstruyendo el relato de las cir­
cunstancias en las que se gestó el proyecto moderno, así como los pre­
supuestos filosóficos, científicos, sociales e históricos en que éste se basó
y la subsiguiente secuencia de episodios que ha conducido a nuestra en­
crucijada actual. ¿Cuándo se debe fechar el origen de la era «moderna»?
¿Qué ideas o presupuestos, sobre la naturaleza o la sociedad, sustentan la
base del programa «moderno» para la mejora de la humanidad? Y ¿cómo
ha acabado la imaginación occidental disociándose de estas ideas y pre­
supuestos? He aquí las principales cuestiones que nos proponemos abor­
dar en el presente libro.

26
,,
CAPITULO PRIMER
O

¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MO


DERNIDAD?

CUÁNDO COMENZO LA MODERNIDAD

«La edad moderna ha tocado a su fin» es una afirmación que puede so­
nar muy bien, pero que no es tan fácil de comprender como parece. Para
ello, y p�ra �er por �ué se da tanto valor a este fin (una defunción que se
s upone 1nevttable, s1 es que no se ha producido ya de hecho), deb
emos
preguntarnos primero qué se quiere decir con la palabra <<moderno» y
cuándo se cree que empezó la modernidad propiamente tal.
Preguntas cuyas respuestas no están, por cierto, nada claras. Unos fe­
chan el origen de la modernidad en 1436, año en que Gutenberg adoptó
la imprenta de tipos móviles; otros, en 1520, año de la rebelión de Lute­
ro contra la autoridad de la Iglesia; otros, en 1648, al finalizar la Guerra
de los Treinta Años; otros en I 776 y I 789, los años en que estallaron las
revoluciones americana y francesa respectivamente; mientras que, para
unos pocos, los tiempos modernos no empiezan hasta 1895, con La in­
terpretación de los sueños de Freud y el auge del •«modernismo>> en bellas
artes y literatura. Por nuestra parte (ya seamos de los que se muestran pe ­
sarosos por su final y le dicen adiós con abatimiento, ya de los qu� lo re­
ciben con alborozo y se mueren de ganas porque lleguen los tiemp� s
<<posmodemos»), lo que pensemos sobre las perspectivas de la mode�m­
d ad dependerá en gran medida de cuál es, a nuestro parecer, el coraza� Y
me o11o de lo «moderno» y cuáles son 1os acontec1· mien · tos clave que die-
ron origen al mundo <<moderno».
En cierto sentido, la idea de que la modernidad «es�á tocand° ª su
fiIl>> no deja de ser paradójica. Para 1 os fanat · os de los bi.enes de col n. s u-
,, ic
recie nt , el u/ timo
mo, ser moderno es simplemente ser nuevo (ser 1O m ás e
. .
grito) y dejar anticuada cualquier otra cosa. e asi todos nosotros lIDOS
. .
VIV
. ' . de m er ·
ca do, que nun­
inmersos en la sociedad consumista Y 1 a eco no mía . ov1.-ya era. f,1 _
r¡zud n
ca se cansan de la novedad y cuy o Iema-semr•her ali
27
,,
COSMOPOLIS

111 iliara Pablo de Tarso. En este sentido, el futuro no deja de traer co­
sas nuevas (y «más n1odernas»), de manera que la modernidad sería la
inagotable cornucopia de la novedad. Desde dicha perspectiva, la edad
inoderna sólo puede tocar a su fin en un sentido completamente distin­
to: demarcando un período identificable de la historia, que empieza en o
alrededor de 1436, o de 1648, o de 1895, y que ahora da señales de com­
pletitud. La pregunta que hay que hacerse, entonces, es: <<¿Qué marcas o
distintivos definen el comienzo y el final de la modernidad?».
El final de la modernidad está más cerca de nosotros que su comien­
zo, por lo que no nos resultará difícil descubrirlo. Si miramos, por ejem­
plo, a los grupos que escriben o hablan sobre el inminente período «pos­
moderno» en varios campos de la actividad humana, no nos costará
trabajo descifrar los signos que anuncian el final de la modernidad para
ellos. Este debate parece particularmente bien articulado en el campo
de la arquitectura. Durante los treinta años que siguieron a la Segunda
Guerra Mundial, el estilo moderno de Mies van der Rohe y sus seguido­
res, con sus edificios anónimos, atemporales e indistinguibles, domina­
ron internacionalmente la arquitectura pública de gran escala. En los
años setenta, una nueva generación de arquitectos y diseñadores, capita­
neados por Robert Venturi en Estados Unidos, pero con muchos repre­
sentantes en media docena de países europeos, lucharon contra este es­
tilo moderno aséptico y minimalista y reintrodujeron en la arquitectura
la decoración, el color local, referencias históricas y buenas dosis de fan­
tasía, elementos a los que Mies habría puesto reparos basándose en con­
sideraciones tanto intelectuales como estéticas. Estos proyectistas han
sido tan creativos que un conocido historiador alemán de la arquitectura,
Heinrich Klotz, ha escrito incluso una voluminosa Historia de la arquitec­
tura posmoderna.
El debate sobre la arquitectura «posmoderna» se deja oír con fuerza
y, sin duda, es muy apasionante; pero para nuestros fines aquí resulta un
tanto marginal. Cuando Venturi y sus colegas sostienen que los tiempos
de la arquitectura «moderna» ya han pasado, y que ésta debe dejar paso
a un nuevo estilo <<posmoderno»• de construir, la diana de su crítica no es l
,,·

la modernidad en su conjunto, sino el movimiento particular del siglo xx


en arte y diseño conocido con el nombre de <<modernismo». Quienes es­
tudian los orígenes del estilo modernista a menudo lo sitúan a finales del
siglo x1x; pensamos sobre todo en el arquitecto e ingeniero de Glasgow,
28
► �

¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA M


ODERNIDAD?

Charles R ennie Mackintosh. Así, en arquitectura,


.
/tica nos las vemos con una
b ma e en
qu ti. e sol
Pro le . o
. / noventa años de edad, mucho menos d e 1o
. r1adores tienen en mente cuando contrastan 1
que los h1sto . a h.1stor1a mo-
dern� con la anugu � ! la medieval_- Sin embargo, para nuestros fines, la
arquitectura no es n1 irrelevante n1 carente de interés: de manera curio­
sa, e inesperada, a partir de 1900 el arte y la arquitectura modernistas
adoptaron Y dier?n nueva vida ª. ideas y métodos que se habían origina­
,
do en el pensamiento y la practica modernos del siglo xvn. Pero, inde­
pendiente�ente de lo que se tenga �laro-o casi claro-, lo cierto es que
la modernidad en torno a la cual existe en la actualidad una gran contro­
versia comenzó mucho antes de 1890.
Pero también la controversia sobre la <<posmodernidad>> precede a la
revolución en arquitectura iniciada por Venturi. En efecto, lo <<posmo­
derno» es el tema de una serie de ensayos de crítica social, económica y
política escritos por Peter Drucker en la temprana fecha de 1957 y pu­
blicados en 1965 con el título de Landmarks for Tomorrow (Hitos del ma­
ñana). Drucker hacía hincapié en las radicales diferencias existentes en el
plano económico, social y político entre las circunstancias actuales y las
generalmente asociadas al término «modernidad», y concluía diciendo
que era una falacia aplicar este término a <<la manera como vivimos en la
actualidad>>. Asimismo, Drucker sostiene que, en vez de asumir que las
naciones del mundo pueden seguir viviendo como de costumbre, debe­
ríamos ver que la nación-estado, que reivindica una soberanía sin reservas,
ya no es la misma unidad política cerrada que fuera .en los siglos XVII Y
.
XVIII. Los tiempos en los que vivimos exigen inst1tuc1ones nuevas Y mas
/

funcionales: instituciones que vayan más allá de los límites nacionales Y


satisfagan necesidades transnacionales de índole social Y económica.
Si los principales temas del debate sobre la modernidad son las exi­
gencias políticas de la moderna nación-estado, de manera que el fin de la
modernidad corre parejo con el eclipse de la soberanía nacional, enton-
. sde
ces deberemos buscar el orige n de esta era en 1 os siglos xv1 y XVII. De
/
esta perspectiva, la edad moderna comenzo con la creación de estados
soberanos separados e independ.1entes, cada uno de ellos organizado en
torno a una nación concreta, con su propia · 1 engua y cultu ra, v con un go-
.
b1erno leg1t1m1zado como expresio/ n de },ª vo1 untad na
. . . . . · ci onal� o de 1 as tra- .
/
d.1c1o nes o intereses nac1ona 1 es. Es tO 110s acerca rnas aun a 1 o que los
. . , , L

1110(·i erno>>, (i e-"


. ,,
. / am a e 1 « ri tn er pe ri od o
h1stor1adores contemporaneos ll n P
.. ' ..
,

COSMÓPOLIS

j,índonos unos trescientos años de maniobra para nuestras elucubracio­


nes. Antes de mediados del siglo xvI, la existencia de estados organizados
alrededor de naciones era la excepción, no la regla. Antes de 15 50, la
obligación política seguía fundándose en general en la fidelidad feudal,
no en la lealtad nacional. En este sentido, la fecha de comienzo de la mo­
dernidad coincidiría con la que dan muchos historiadores: en algún
momento del medio siglo que va de 1600 a 1650.
Esta fecha para el comienzo de la modernidad encaja también per­
fectamente con las preocupaciones de otros críticos contemporáneos.
Los años sesenta y setenta del siglo xx presenciaron el resurgir del ata­
que contra la <<inhumanidad» mecanicista de la ciencia newtoniana lan­
zado 150 años antes por William Blake en Inglaterra y por Friedrich
Schiller en Alemania. A mediados de los años sesenta, la gente decía que
había llegado la hora de rematar y culminar políticamente las críticas de
Blake y Schiller. El visionario inglés había advertido que la industria aca­
baría destruyendo al país y lo convertiría en una tierra baldía de fábricas
satánicas. El poder económico y político de las grandes multinacionales
dejaba bien claro en los años setenta que dicho proceso era imparable.
Con Barry Commoner y Rache! Carson al frente (el primero como por­
tavoz de la biología, y la segunda con su manifiesto retórico de Primave­
ra silenciosa), la gente luchó por la <<ecología» y la «protección del medio
ambiente» a fin de defender el mundo natural frente a la rapacidad y las
fechorías varias de los humanos.
Las fábricas y factorías satánicas que había denunciado Blake son fe­
nómenos de finales de los siglos XVIII y x1x: la energía hidráulica o de va­
por era imprescindible para hacer funcionar las máquinas que hacían es­
tos nuevos métodos de producción más eficaces de lo que había soñado
jamás la industria rural. Según este patrón, los comienzos de la moderni­
dad habría que situarlos en torno a 1800. La obra clásica de Newton,
Principios matemáticos de la filosofía natural, se publicó en 1687, pero su
teoría de la dinámica y el movimiento planetario no tuvo ninguna utili­
dad inmediata para los ingenieros. La maquinaria y las «manufacturas»
tuvieron que esperar al desarrollo pleno de la máquina de vapor, después
de 17 50. Así pues, tomando el auge de la industria como la marca distin­
tiva de la modernidad, el comienzo de la edad moderna se situaría en am­
bas vertientes del año I 800, en pleno auge de la revolución industrial.
En cambio, si vemos la creación de la ciencia moderna por Newton
30
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDAD?

como el verdadero arranque de la modernidad , 1a 1e .e c ha 1n


. 1c
. 1a
. 1 habría
que sit uarl a en 1 a d eca
,,. da de 168 0' o-en la medida en que New
. ton llevó
ar
a cabo. t ,, eas inte lect ual es que fueron formuladas por Ga1·1 ,
. 1 eo en termi- .
no s c1 en t 1fic os y com o cue stio nes met odológicas por Des,cartes-varias
décadas antes, en la de 163 .
0, fecha del comienzo de la modern1
. ·dad en
ect
muchos asp os. Las un1vers1dades británicas y americanas suelen em-
pezar su� cursos so?re filos�fía moderna con las Meditaciones y el Discur­
so del metodo cartesianos, mientras que en la asignatura de historia de la
ciencia se presenta a Galileo como el fundador de la ciencia moderna.
Los críticos distan mucho de ser unánimes en sus objeciones al moder­
nismo y a la modernidad, así como en su cronología sobre la era mo­
derna, aunque la mayoría de ellos suelen situarla hacia las primeras dé­
cadas del siglo xv11.

Si los críticos que atacan a la modernidad no se ponen de acuerdo sobre


cuándo comenzó la edad moderna, lo mismo se puede decir también de
sus defensores. El filósofo alemán Jürgen Habermas se burla de la falta
de precisión con que algunos escritores utilizan la palabra «post-moder­
no» motejándolos de posties. Para él, la era moderna comenzó cuando,
inspirándose en la Revolución Francesa, Immanuel Kant mostró que se
podían aplicar categorías morales imparciales y universales para juzgar
las intenciones y las actuaciones en el ámbito político. Los ideales socia­
les de la Ilustración francesa encontraron expresión filosófica en Kant y,
desde entonces, la política ha estado cada vez más dirigida por los impe­
rativos de la equidad kantiana. Al destruir el ancien régime, la Revolución
Francesa abrió el camino a la democracia y a la participación política, Y
su legado moral es tan poderoso en la actualidad como lo fue a finales del
siglo XVIII. Según Habermas, el punto de arranque es el último cuarto
del siglo xv111, y más específicamente los años 1776 ° 1 7 8 9.
Sin embargo ' esta datación es sólo un peldaño que nos retrotrae ª
un

com1enzo más temprano. La obra de Kant no surg1o · ,,, de lª nada · Su ,, .
espe-
_
c1· a1 h1n · ,,.
. cap1e ,,. ·
s mor a1 es un 1ve
· rs al es ex ti en de a la et1ca un
en las maxima
1·dea1 de «racionalidad>> que ya hab"1a s1·do riormulª do por Descartes, en
el
campo de la lógica y de la filoso f,,.1a natura1 , mas ,, de un siglo antes. As1,,, 1a
,,. h .
1sto,, r ica
· , qu e ar ra n ca co n la adop-
«modernidad» es una vez mas una fase . . ,, n nuevos,..
. ,,, in ve st1g ac1o
cion por Galileo y Descartes de unos me,, tod os de
31
C0Si\1ÓPOLIS

de índole racional; y cualquier sugerencia de que la modernidad se en­


cuentra hoy acabada y finiquitada es sospechosa de ser al menos reaccio­
nari�1 v n1u)r probable1nente tan1bién irracionalista. Así, el culto actual a
lo <<p(;stnoderno» podría en últin1a instancia constituir un obstáculo adi­
cional para cualquier ca1nbio en1ancipatorio ulterior.
Otros escritores valoran la modernidad de otra manera, y por otras
razones. I_j a política progresista de los viejos tiempos descansaba en la
creencia a largo plazo de que la ciencia era el camino más seguro para al­
canzar la salud y el bienestar humanos, creencia que configuró la agenda
tecnológica de al rnenos media docena de Exposiciones Universales. Este
sueño aún resulta convincente para mucha gente de hoy. Detrás de su
continuada confianza en la ciencia y la industria se esconde una concep­
ción de «racionalidad» que se extendió entre los filósofos de la naturale­
za europeos en el siglo xvn y prometió una certidumbre y una armonía
de orden intelectual. Las bendiciones científicas de la época moderna
(sobre todo en el can1po de la medicina), que estuvieron disponibles para
todo el inundo hacia finales del siglo x1x, fueron en realidad el resultado
feliz de unas investigaciones científicas que no habían dejado de avanzar
desde los tiernpos de c;alileo y Descartes y, por tanto, fueron el produc­
to, a largo plazo, de las revoluciones del siglo xvn emprendidas en el
can1po de la física por Galileo, Kepler y_. · ewton, y en el de la filosofía
por Descartes, Locke y Leibniz.
Así pues, la ciencia y la tecnología 111odernas se pueden considerar
con10 una fuente ya de bendiciones, ya de problen1as, ya de ambas cosas
a la vez. En cualquiera de los casos, su origen intelectual hace de la déca­
da de 1630 la fecha 1nás plausible para el inicio de la 111odernidad. Luego,
parece ser, las investigaciones científicas se volvieron <<racionales>> , gra­
cias a c;alileo en el can1po de la astrono1nía y la mec:inica, y a Descartes
en el de la lógica y la episten1ología. Treinta años después, este con1pro­
nliso con la <<racionalidad» se extendió al án1bito práctico cuando el sis­
ten1a político y diplo1nático de la teoría europea se reorganizó sobre la
base de las naciones. A partir de entonces, al n1enos en teoría, la garantía
para el ejercicio del poder de un n1onarca soberano hay que buscarla n1e­
nos en el hecho de un título feudal heredado que en la voluntad del pue­
blo que aceptó dicho gobierno; una vez que esto se convirtió en la base
reconocida de la autoridad estatal, la política podía analizarse ta111bién
según estos nuevos térnünos «racionales».
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA
MODERNIDAD?

A pesar de todas l as a mbigu•· edades que rodean a 1a ·


. . 1· dea de modern1-
dad, y a las distintas fechas que se baraJ· an sobre su orig · en, 1as ¿1st1n · ·
tas
fu
con .sio ne s Y de sacu erd os ocultan un consenso de fondo. En toda la
_
controv ersi a actu al-ya se trate de lo moderno y 1o pasmoderno
. . en arte
y arqui tectur a , ya de las virtudes de la ciencia moderna, ya de los defec-
tos de la tecnologí� moderna-, los argumentos descansan en unos pre­
supuesto� compartidos sobre la raciona lidad. Todas las partes en discor­
dia convienen en que los sedicentes <<nuevos filósofos»· del siglo xvn
fueron responsables de n uevas maneras de pensar sobre la naturaleza y la
sociedad. Obligaron al mundo moderno a razonar sobre la naturaleza de
una manera nueva y «científica», y a utilizar métodos más «racionales»
para abordar los problemas de la vida humana y la sociedad. Su obra su­
puso, pues, un punto de inflexión en la historia europea y merece que se
la considere como el verdadero pun to de arranque de la modern idad.
A este respecto, hay otras disciplinas y actividades que siguen, así, el
ejemplo de la filosofía y la ciencia natural. L a pregun ta sobre el naci­
miento y muerte de la modernidad, o sobre el principio y fin de la edad
moderna, resulta de especial importancia para estas disciplinas de primer
orden. Los físicos y biólogos son conscientes de que las posibilidades y
métodos de la ciencia difieren hoy sobremanera de los de la época de La­
voisier o de Newton; pero el desarrollo de la electrodinámica cuántica a
partir del electromagnetismo de Maxwell, o de la genética biomolecular
a partir de la fisiología de Bernard, no implica-a los ojos de éstos-una
discontinuidad comparable a la que se produ jo en la década de 1630. Al­
gunas ciencias del siglo xx, como la mecánica cuán tica, la ecología y el
psicoanálisis, nos alejan bastante de los axiomas de la <<filosofía natural»
del siglo XVII, hasta el punto de que hay más de un escritor que siente la
tentación de llamar estas disciplinas contemporáneas con el nombre de
«ciencias posmodernas». Pero esta fase no marca con la ciencia «moder-
· .,, por parte deVen-
na» anterior la ruptura que se supone en 1 a sus t1tu c1on .
mb ws
turi de la arquitectura «modernista» por la «posmoderna». Los c�
de método o actitud intelectual dentro de la ciencia natural del siglo xx
· I a bi ol og ía molecular haya
en modo alguno s1g . n1fi
. ca n que , por eJe mp 1 0,
.
roto con las ideas de un Cla ude Bernard o un Charles D ar wi n.
,, la fil os of ,, es bas-
1a
P ero 1 a s1tua a 1 a que se enfrenta actualm en te . .
. c1on . en c1 as
qu e t a b aJ· en el c ampo de las c1
tante más drástica. L as person a s r an
. as., . Por su , p(..
,, co nv en id u te =- ,

naturales comparten unas tareas mas O inenos


33
,,
COSMOPOLIS

la agenda de la filosofía se ha visto siempre contestada: sus credenciales


nunca han sido objeto de un común acuerdo, ni siquiera por parte de los
autores clásicos. Esta especie de duda en sí misma nunca ha sido más
manifiesta y grave que en el siglo xx. Las Conferencias Gifford de 1929
de John Dewey sobre La búsqueda de la certeza se propusieron mostrar
que, desde la histórica década de 1630, el debate filosófico había des­
cansado en una visión demasiado pasiva de la mente humana y en unas
pretensiones inadecuadas de certeza geométrica. En la década de los
cuarenta, Ludwig Wittgenstein afirmó que la confusión endémica sobre
la ·«gramática» del lenguaje desembocaba en especulaciones vanas: lejos
de ser profunda, la filosofía nos distrae de las cuestiones verdadera­
mente importantes. Por su parte, Edmund Husserl y Martin Heidegger
escribieron de manera no menos cáustica sobre el quehacer filosófico,
mientras que Richard Rorty, en su divagación sobre el debate filosófico
a partir de finales de los años setenta, concluyó diciendo que a los filó­
sofos les quedaba ya poco que hacer salvo reunirse para charlar sobre el
mundo tal y como ellos lo veían, desde todos sus particulares puntos de
vista. Leyendo los ensayos de Rorty, se nos forma la imagen de una par­
tida de veteranos discapacitados en las guerras intelectuales, compar­
tiendo, al amor de un vaso de vino, recuerdos de «viejas, olvidadas y le­
janas batallas».
Ante una agenda tan problemática, ¿qué pueden hacer los filósofos?
¿Deben considerar ahora la filosofía en su conjunto como una especie de
autobiografía, o pueden trazar un programa alternativo a partir de los es­
combros dejados por el trabajo de demolición de sus padres y abuelos?
La crítica reciente nos proporciona aquí unas primeras claves muy útiles.
Cuando surgen dudas sobre la legitimidad de la filosofía, lo que se pone
en tela de juicio sigue siendo la tradición fundada por René Descartes en
los albores de la modernidad. Aunque Wittgenstein inicie sus Investiga­
ciones filosóficas con un pasaje de san A gustín y hable también de algu nas
tesis de Platón, su principal dardo (como hacen Dewey y Heidegger) lo
dirige contra un estilo de filosofar <<centrado en la teoría», es decir, un
estilo que plantea problemas y busca soluciones en términos atemporales
y universales; fue precisamente este estilo filosófico, cuyos encantos se
identificaban con la búsqueda de la certeza, el que definió la agenda de la
filosofía «moderna» a partir de 1650.
Iniciado con Descartes, el estilo de filosofía «centrada en la teoría» es

34
¿QUÉ PROBLEMA PL
ANTEA LA MODER
NIDAD?

(en una palabra) filos ofía moderna, mientras que, in · versamente, 1a filo-
so fí a « m od e rn a»· es un a filos ofía más o menos centra
p , ,, da en la teori/a. En
fil os o fí a, ue s ma s
� ue en cualquier otro ámbito del saber,
la m od er se puede sos-
ten� � r q e ni da d es algo ya pasado y finiquitado
. Mientras que en
la c1e 1 nc a d e la na tu ra le�a I� evolución ininterrumpida
_ de las ideas y mé­
todos mo derno s ha p 0s1b�htado una nueva generació
_ ,, n de ideas y méto­
dos capac es de eludir cr1t1cas fatales para las ideas del siglo xvu so
bre el
méto do científico en la filosofía no se ha encontrado la manera de
: que
ocurra algo_ parecido. Tras el trabajo destructivo de Dewey, Heidegger,
Wittgenstein Y Rorty, la filosofía tiene unas opciones bastante limitada
s,
qu
opciones e se reducen básicamente a tres posibilidades: puede aferrar­
se al desacreditado programa de investigación de una filosofía puramen­
te teórica (es decir, <<moderna»), que acabará por darle la patada defini­
tiva; puede buscar modos de trabajo nuevos y menos exclusivamente
teóricos y desarrollar los métodos necesarios para una agenda más prác­
tica (más <<posmoderna»), o puede volver a sus tradiciones anteriores al
siglo XVII y tratar de recuperar los temas perdidos («premodernos») que
fueron desechados por Descartes, pero que pueden resultar muy útiles
en el futuro.
Si los casos de la ciencia y la filosofía pueden servir de ejemplo para
las cuestiones subyacentes a la crítica contemporánea de la edad «mo­
derna», o subyacentes a las recientes dudas sobre el valor de la moderni­
dad, ello nos confirma que la época cuyo fin estamos presenciando su­
puestamente en la actualidad empezó en algún momento de la primera
mitad del siglo xvn. En un gran número de casos, se asumió que los mo­
dos de vida y pensamiento de la Europa moderna a partir de 1 7�0 (la
_ .
ciencia y la medicina modernas, así como la ingenier ía y las instit uciones
modernas) fueron más racionales que los típicos de la Europa med!eva_l 0
que los de sociedades y culturas actu ales menos desarrolladas. Mas aun,
se asum10 . ,,
que los proced1m1ento ' . ·
s raciona 1 es servían para abo rdar los
.
problemas intelectuales y prac • s de cua¡ quie
,, tico · r area
,, d e estud io proce-
. . ,, .
d1m1entos que estan d1spon1 . 'bles para cualqui·er a qu e se olv ide de la su-
. .
perst1ción , , ataqu e estos p 61 e ma s de una manera libre
. . y las mitol og1as y ro .
. . . no se 1 .
im ita-
de preJuicios y aJena a modas pasaJeras. Estos presupuestos
ron a los filósofos ' sino que fueron comparti· dos por personas de todas 1as
esferas de la vida, y se hallan por cierto bi• en ª rraigadas en nuestra n1an
. e-
ra «moderna>> de pensar el mundo.

35
cosMÓPOLIS

. . an
~
os , no obs · ta nte ' dichos presupues · ,,
tos han sido
I-1-�n estos ú 1t1111 0s •
at aq es·' ha s ta el pu nto de q ue l a cr1t1ca de lamo-
blanco de nu m er os os u
,, . • . .
. � nve rtir se en cr1 t1c a de la rac io na 1 1da d pr o p i a-
dernidad ha pasadO a co . . .
. Al a bor dar cue stio ne s rel ativas a la rac1onahdad, Rorty
n1ente d1c a. h . ,, .
en ·
otn in
· a una pos t ura <<sin cer am ent e etn o ce ntr1ca»·' es
ad op ta 1 a que "l
e d
. para resolver los problem as de la
deci. r, que cada cultura está capacitada ,, . .
· ente nd eder as. En un esp1 r 1tu par ec ido,
raciona1·d i ad segu"n sus propias . ,, .
e que mir em os <let ras de tod as las cuest io nes
Alasdair Maclntyre nos pid
de «racionalidad» abstracta y nos preguntemos a quién pertenece el con­
ce to de racionalidad en vigor en una situación dada. Si la adopción de
m¿dos de pensar y actuar «racionales» fue el principal rasgo distintivo
de la modernidad, entonces la línea divisoria entre la época medieval y la
moderna se basa más en nuestros presupuestos filosóficos de lo que nos
gustaría creer. Ahora que se cuestiona hasta la propia racionalidad, es el
momento de reconsiderar el cuadro tradicional de un mundo medieval
dominado por la teología, que se dejó vencer por un mundo moderno
volcado con la racionalidad.
Desde luego que algo importante ocurrió en el siglo xvn, que hizo
qu e-para bien o para mal, y probablemente para ambas cosas-la socie­
dad y la cultura de Europa occidental y Norteamérica se desarrollaran en
una dirección distinta a la que habrían seguido de no haberse producido
ese algo. Pero esto no nos exime de preguntarnos, en primer lugar, cuá­
les fueron los acontecimientos que resultaron ser tan cruciales para la
creación de la Europa moderna; en segundo lugar, cómo influyeron esos
acontecimientos en cómo los europeos vivieron y pensaron en las últimas
décadas de_ dicho siglo; y, finalmente, cómo configuraron el des rrollo de
a
1� modernidad hasta la época actual y, no menos im
portante, nuestro ho­
rizonte de expectativas con vistas
al futuro.
La mayor p�rte de los estudiosos coincide
n en un punto importante:
la toma d e partido <<m oderna» por la racio
nalidad en los asuntos huma­
nos fue produc�o de los cambios intelec
tuales de mediados del siglo xv1
cuyos protag onistas fu eron Galileo en
,, ' el cam po de la f"1s1ca · y l a astrono-
m1a , y Rene,, Descart es, en el de las mat
ª11"ª de eSte punto, �ad� cual sigue su prem áticas y la epist · emo1og1a.
opia dirección. Unos se centran
,, Más
en 1 os as� ectos � er1tor10s de
estos cambios, otros en su
s ecundarios, mientras que o. tros a ,, s nocivos efectos
un tratan de mantener un equi . . o
entre los costes y los bene fi c1
os de las nu evas acti hbn
tudes. Lo que casi nun-
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDAD?

ca se cuestiona es la cronología de los grandes camb10s · , qu e se · ., an


s1tu
,, ge-
neral.mente entre la epoca de madurez de Galiº leo , en 1os prim · eros anos
si glo Y la ap ari. c1o
. ,,
del XV II, n de los Principios matemáticos de Newton
, en
168 7.
Pero, c�mo nos ad�erte el dicho popular, lo que todo el mu
ndo su­
pone «n o tie n e po r que ser verdad». Muchas veces ocurre que
todo el
mundo ignora lo que todo el mundo cree. Hasta hace poco, la gente su­
ponía que la falda e scocesa se t ejía se gún los viejos y ancestrales patrones
de uno d: l�s clanes que vivían en las tierras altas de Escocia, y cayó
como autentica bomba el d escubrimiento por los historiadores d e que en
realidad el famoso tartán había sido cr eación d e un emprendedor comer­
ciante de la frontera entre Inglaterra y Escocia. Asimismo, hasta hace
poco, los historiadores de la ciencia creían que William Harvey había
descubierto la circulación de la sangre al r echazar la teoría d e Galeno de
que la sangre «fluía y refluía» en las venas: una pequ eña investigación le
reveló a Donald Fleming que también Galeno había creído en una circu­
lación sanguínea unidireccional y que lo que hizo Harvey en realidad fue
perfilar esta teoría en vez de rechazarla. Al parecer, la unanimidad de los
historiadores anteriores se había conseguido tomándose prestados unos
a otros sus comentarios sin pararse a consultar los textos originales.
Como acabamos de ver, a veces las tradiciones venerables cobran
fuerza post eventum, de manera que las circunstancias de su creación arro­
jan tanta luz sobre los tiempos en que fueron inventadas y aceptadas
como sobre los tiempos a los que manifiestamente hacen referencia. En
consecuencia, lo único que podemos deducir sin temor a equivocarnos
de esta primera ojeada al debate entre los modernos y los posmodernos
es que, con relación a buena parte del siglo xx, los habitantes de E�ropa
occidental y de Norteamérica generalmente aceptaron dos enunciados
de base sobre los orígenes de la modernidad y la era moder?�: ª saber,
l s
que la edad moderna empezó en el siglo xvn Y que la tranSicwn de _ �
me 1ev
d. a ¡ es a ¡ os mo de rn os se hi zo en func1on
modos de pensar y actuar . .
la mv eSt l
de la adopción de métodos racionales en todos los camp?� de �
.
G a1. 1 e1 · en e 1 ca m po de la fis 1c a y por Rene
gación intelectual (por Galileo 1 ,, n ser
. ,,a ) , un eJ· e mplo qu e no ta rd ar 1a e
Descartes en el de la ep1st em o l og1
,. 0l"t 1
º
ic a por Thomas Hobbes.
seguido en el campo de 1a teoria P
ila r s d la qu e po d ria,. m os . amar
11 .
Estas creencias generales son 1 s e e
.
1a tesis o fi1c1a . . ,, n heredada
. 1 o v1s1o d °e la P m o d ern 1'd ad . P er o una cosa es la

37
cosMÓPOLIS

. . ,
so b re una pos tur a y otra muy distinta la solidez de
· enc1a de consenso
ex· 1st . . ,, ic .
� a postura y 1a
est f...
1 ª
, b
.
1 l.d
1 ª
· d de la s hi pó te s is hist
. or as en que se basa. Es-
· ·
tas cuestio
.
nes es ,,
tan
• · ·
1 ° s u f
1 cie n tem en te abi
.
ert as
.
a la
.
d
ione
u d a par a Just

s, examinando de
ificar el
em os aq í nue stras 1n vest 1gac
hecho de que 1n 1c1 u
,, . s .
". · en te cuá les son las aut ent ica cre de nci ales-y la
nuevo n1 as d eten 1 d am
ante.
base histórica-de dicha tesis domin

S DEFECTOS
LA TESIS OFICIAL, O HEREDADA, Y SU

Los que crecin1os en la Inglaterra de los años treinta y cuarenta _


tuvimos
pocas dudas sobre qué era la modernidad y raras veces cu�sttonamos sus
méritos. Nos considerábamos afortunados por haber nacido en el mun­
do moderno antes que en cualquiera de las épocas anteriores, a todas lu­
ces más ignorantes. Estábamos mejor alimentados, más holgados econó­
micamente y más sanos que nuestros antepasados. Más aún, éramos
libres de pensar y decir lo que quisiéramos, y de cultivar nuestras ideas
' por dondequiera que nos empujara nuestra curiosidad juvenil. Para no­
sotros, la modernidad era incontestablemente •«una cosa buena», y, fi­
lántropos como nos creíamos, esperábamos que todo el mundo se vol­
viera lo antes posible tan <<moderno» como nosotros.
En aquellas dos décadas también comulgamos con las tesis al uso so­
bre el inicio de la modernidad. Nos habían enseñado que, hacia el año
1600 de nuestra era, la mayor parte de Europa y, en especial, los países
protestantes de Europa septentrional habían alcanzado un nuevo hito de
prosperidad y bienestar material. El desarrollo del comercio el crecí-
'
miento de las ciudades y la invención de los libros impresos habían he-
cho qu� se extendiera la cultura entre el laicado próspero como se había
ex:end1do antes entre los clérigos, monjes y demás ecl
esiásticos. S urgió,
as1, una cultura s cu lar, más característic
_ � a del laicado educado q ue de la
Igles1 �. Los erudito: seglares l eían y pensaban po
, r sí mi s mos, ya no re­
conocian la p�etens10n de la Iglesia d e d e cirles lo que tenían que creer y
empezaron a Juzgar todas las doctrinas segu/n · ad 1n
. . su pl aus1·b·1
1 1d · tr1nsec
,, a.
Tras aleJarse de l a escolástic a medieval, los p · Io xvn de-
. ensad ores d eI s1g
sarrollaron nuevas. ideas basad as en su expe ·
. r1enc1· a personaI .
El auge de esta cultura l aic a despeJ· ó el · para 1 a ruptura defi n1-
. . camino ·
t1va con l a Ed ad Medi a tanto en el pl ano t / /
eor1· co como en el practi· co. La
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA M
ODERNIDAD?

revolución intelectual la encabezaron Galileo Gal"l 1 ei·


Y Rene, D escartes.
y en ella descubrin10• s dos aspectos Importantes·. ·, .
, . o a 1nn
. . .
.. · fue un ·
a rev o 1 uc1 on cien-
ofi ca p orque co nduJ ov ac1ones impresionan· tes en el terre
;
física y la astronom1a, y fue el ori. gen de un nu
, . no de 1 a
.; . evo 111 étodo de filoso f·ar a l
es tablecer una trad.Ic1on de Investigación en la teoría del conoc1n · 11ento y
de la filo sofía de la me nte que ha perdurado hasta nuestros mistnos
días.
De hecho, esos dos documentos fundadores del pensamiento moderno
que son los Diálo?os sobre los dos principales sistenzas del 1nundo de Galileo V
el Discurso del metodo de Descartes están escritos en la 1nisma déc ada d�
1630.
También se nos enseñó que esta insistencia del siglo xvu en el poder
de la racionalidad había remodelado, junto con el rechazo de la tradición
y la superstición (dos conceptos que no se disting uían con claridad), la
vida y la sociedad europeas en general. Tras un breve florecimiento en
la Grecia clásica, la ciencia natural había registrado pocos progresos duran­
te dos mil años, pues la gente o no había con1prendido o se había visto
apartada del enfoque sistemático del <<método científico». Así, muchas
nociones anteriores acerca de la naturaleza se perfilaron de n1anera es­
pasmódica y aleatoria, por falta de una manera reconocida para mejorar
el pensamiento científico sistemática y metódicamente. Una vez que l os
«nuevos filósofos» (sobre todo Galileo, Bacon y Descartes) habían des­
brozado y clarificado las condiciones necesarias para un progreso inte­
lectual en materia de ciencia, las ideas sobre la naturaleza se volvieron
cada vez más racionales y realistas. Entre tanto, a la par que las nuevas
ciencias empíricas de la naturaleza, la filosofía se estaba emancipando de
la tutela de la teología y dejaba así a un lado errores y prejuicios anteri o ­
res para poder partir de cero. Lo que había hecho Descartes para �! ra­
zonamiento científico en el Discurso del método lo hizo para la filoso ha en
general en sus Meditaciones. Retrotrajo el análisis a elementos p rin1iti�os
· · · ,, n tie cu. alou -1 1er
de la experiencia que estaban en pr1nc1p1 · 0 a d"1spos1c1o
. • · o epoc ; a. En consecue ncia ' la fi-
pensador reflexivo de cualquier cu1 tura .
· · ·; ra >> a b1 erto a pen-
1osof;1a se convertía en un campo de 1nvest1gac1on «pu , ·

sadores lúcidos, reflexivos y autocríticas.


. ; en l·a de,cadade lo. s tre1. nt{1. h·,1-
La visión de la modern1dad que se tenia . -.. . ... . . 0,
, ; 1 as artes Prácticas · E�n un pr1nc1p1
c1a menos hincapié en la tecno1 og1a Y
la s ci en ci a .. na tu ra l · V 1 a f1-
es
1 a revolución del siglo XVII en el terr eno d e s
. . ·. . -
; . .
1nc .d
1 en •.
c1a d ire
" c ta en la 1n ed 1c1na 1 a 111
111
losofia no había tenido nin . guna

39
cosMÓPOLIS

. / . "fi os ayudaron a dise ñar unos cua ntos inge-


g enieria : 1 os� nuevo. s c1 ent1 1c ,.
d vacío, los c onom etras de los
nios, con1 0 ' po. r eJemp1 o, 1 as bombas
· e r

1c os co . s,. p er 0 ' como había vaticinado Bacon, tuvo que


p1o
bare--os y los m r . . . lo x
1 sig
. . a q u la luz teó r ica d e la ciencia de vn
nas
t a r mu ch o tie mp o pa r e
terreno emp1,,rico · (en rea¡·1dad,
produJ era una cosecha equiparable en el .
.

r go, las esp eranzas de


hubo que esperar hasta después de 18 50). Sin emba . .
· s había n mu to, ni mucho menos ; s imp le-
una meJora tecno1 ogic / · a no e er
. .
Cont ando con tiempo suficiente, una te /
mente, se hab/1an ap lazad o • o r1 a
.
. r pingues .. . .
sólida sobre la natu ral e za no podí a por men os d e prod u ci d1v1-
dendos en la pr áctica. . . .
Fin-almente-se nos enseñó también que-las d1vis1ones en el seno
de la cristiandad y el creciente pod er del laicado habían permitido a las
naciones europeas reforzar su autoridad soberana para regir sus destinos
sociales y políticos, autoridad que el papado medieval había usurpado y
que la iglesia de la Contrarreforma aún codiciaba. En la década de 1630,
el Sacro Imperio Romano era una institución vacía; pero, a partir de en­
tonces, la política europea s e centró de man era resuelta en actos de
naciones-estado soberanos. Entendidas de esta manera, la l ealtad y la
obligación políticas tenían a un solo estado como punto de referencia.
Algunos monarcas, como fue el caso de Carlos I d e Inglaterra, afirmaron
ser la encarnación incontestada de la soberanía de sus naciones; en cual­
quier caso, cada país tuvo el derecho a ord enar sus asuntos sin ingeren­
cias exteriores, sobre todo de la Igl esia. Todos los desafío a aut rid d
s la o a
soberana surgían desde dentro de la nación- estado
en cuestión, como fue
el caso de los miembros de una nueva clase m e
rcantil, que buscaba una
mayor participación en el ejercicio de esa so
beranía nacional. Es cierto
que en la década de 1640 la tranquila vi eja
Inglaterra conoció una guerra
civil que desembocó en la ejecución
de Carlos I. Pero esto-se nos
enseñó también-fue un simple problem
a de ajuste inicial: fruto de la obs­
tinación de Carlos por aferrarse a
unos d erechos anacrónicos. En la
década de 1640, la estructura de la na
ción-estado no estaba aún muy cla­
ra; los nuevos patrones de sociedad y
lealtad no tomarían su forma· defi­
niti�a hasta después de 1660. Entre t
, anto, el poder emancipatorio de la
razon hab1a generado un fermento de
entusi·asmos que 1·ba a ser meu·cu-
losamente examinado y superado a la
postre.
Así pues, de una u otra manera
, una 1e.e ¡·1z com b'1nac ·
c1. as fis
, .
1cas y razonamie .
ntos matemáticos, de 1 1on
, de exper1en-
a c1e· nc1a · d e Newton y 1 a fi1-
r ¿QUÉ PROBLEMA PLANTE
A LA MODERNIDAD?

Iosofía de Descartes, tuvo como resultado la constru cc1· on ,, de un mundo


de teor1a ,,, fís1c
. a y pra ,, cti . ca tecn1c ,, . a de la que' en la Inglaterr
. , nosotros era .,, mos los a de 1os an_ os
treinta ~ .
afortunados herederos . En e1e e cto, hasta bien
ano cin
s cuenta, este opt1m1 smo oficial si 1• 0 . .
entrados los .
,,
gu seduc1e · ndO a la
gente, toda vez que la autent1c1. dad de la tesis histórica era raras v
.,, eces
cuesti. onada. Incluso en_ nue stros d1as, hay historiadores de la primera
In-
glaterra moderna que sigu. en tratando las primeras décadas del sig1o XVII
como el punto de trans1c1 . on .,, de l os tiem . pos medievales a los modernos
.
y si e llo les obli ga a afirm ar que William Shakespeare no es un drama
­
turgo verdaderamente modern�, s!11o medieval tardío, pues se quedan
_ _
tan p anchos ... A sus O J OS, e sta visio n de Shake speare no es más extraña
que lo que dijera John Maynard Keynes de Isaac Newton en 19 2 con
4
motivo del tercer centen ario de su nacimiento; a saber, que éste no sola­
mente fue el primer genio de la ciencia moderna, sino también <<el últi­
mo de los magos».
Considerando ahora, cincuenta años después, aquella «doctrina do­
minante» sobre la modernidad, yo me inclino a replicar: <<¡No nos crea­
mos ni una palabra de todo eso!>>. Desde el principio, había sido una doc­
trina unilateral y en exceso optimista, amén de autocomplaciente. De
acuerdo que es demasiado fácil criticar con dureza nuestras antiguas
creencias; y por eso voy a intentar no caer en la exageración. En algunos
aspectos, la tesis dominante sigue siendo correcta; pero necesitamos con­
trarrestar estas verdades recordando sus principales errores históricos y
hermenéuticos. Defectos que se nos antojan más evidentes cada año q ue
pasa. La originalidad del trabajo de los científicos del siglo xvn en el
campo de la mecánica y la astronomía-del trabajo de Galileo, Kepler,
Descartes, Huygens y, sobre todo, Newton-es más real e importante
que nunca. Pero cualquier suposición de que sus éxitos fuer�n- �l reSulta­
do de sustituir el peso medieval de la tradición y la supersticio� p or_ un
método racional mente autojustificador es c e rrar los ojos � la_ evid e ncia Y
. . o m-
a una necesaria mat1zac1o . ,,, n ante una secuen ci·a de acontec1m1ent o s c
. . as ci· nc ia s , so n m uchas las
1 e a n
P J . E la sutil frontera e ntr e 1 a fi l oso fía Y 1 e

cosas que han cambiado desde 1950; cam b1os . que S()cavan la anterior
creencia . ,, • para hacer d escu brin1ientos en el campo
de que la re ceta l og1ca . n e n1 bar-
"'
ic
fi o un .
iv e sa l · Si
de la naturaleza estribaba e n un meto ,,, do ci· e nt 1 r
. ados
. ut de de te rm in
go, los peores de fe ctos de la t e sis ofi1 c1a . l no son fr o

h c h os h. 1sto/ rico
· s pu ro s y du ros. Los pre-
problemas de filosofía, sino de e

41
COSMÓPOLIS

. ,, • en qu e des ca nsa ra dic ha tesis han dejado simple-


supuestos h1st o r1c os
1nente· de ser creíbles. . • ,, •
las condi ci ones po1i ti cas, eco-
La tesi· s h eredada daba por sentado que . .
,, - • · telectuales de Europa occ. ide nta l Jor
me aron radi-
no n1icas, socia · 1 es, e in . ,,
ca1 n1ente a partir · de 1 6oo , lo que alentó y pro p1c10 el desarrollo de nue-
. . . ,, ,, .
· · de 1nvest gac on mas rac onales.
vas instituc · iones poli"ti·cas y métodos i i i

Pero esta suposición está cada vez más cu�stiona�a. En la década de los
treinta creíamos que la filosofía y la cienci a del siglo xvu :r�� pr�d�cto
de la prosperidad; pero esa creencia ya no aguant� un anahs1s ,m1mma­
mente serio. Los años que van de 1605 a 1650, leJOS de ser prosperas y
gratos, se ven ahora como los más ingratos, y hasta como �os más fr�né­
ticos, de toda la historia europea. Así pues, en vez de consi derar la ci en­
cia y la filosofía modernas como producto de un tipo de vida ociosa, hay
que poner patas arriba la visión heredada y considerarlas como las res­
puestas que encontró una sociedad a la crisis en que se vio inmersa.
También creíamos que, después de 1600, el yugo de la religión fue más
ligero que antes, cuando lo cierto es que la situación teológica había sido
menos onerosa a mediados del siglo xv1 de lo que sería entre 1620 y 1660.
A pesar de sus ideas radicales, Nicolás Copérnico no sufrió en las décadas
de 15 30 y 1540 la rígida disciplina eclesiástica a la que se vería expuesto
Galileo cien años después. Tras el Concilio de Trento, la confrontación
entre los protestantes y los herederos católicos de la cristiandad histórica
estuvo marcada por la intolerancia. Esto hizo que los <<papistas» y los «he­
rejes>> se odiaran a muerte e hizo también de la Guerra de los Treinta Años
(1618-1648) un conflicto particularmente sangriento y
brutal. En cual­
�uier caso, la rup,..tura �ultural con la Edad Media no necesitQ_,�_sp-�!,�r al
siglo xvn: ya habia tenido lugar unos cien o ciento
cincuenta años antes.
Cu�ndo com�aramos el talante de los pensadores
del siglo xvn-y ef con­
tenido de sus ideas-con las ideas emancipadoras
de los escritores del siglo
XVI, podemos incluso opinar qu
e las innovaciones habidas en el terreno de
la cie�cia � la filosofía del siglo xvn se pare
cen menos a unos avances re­
volucionarios y mas, a una contrarrevoluc
ión defensiva.

Veamos, como primer paso para una · · ,, ,, nes


. meJor comprens1on de los o r1ge
de la modernidad, por qué estos presup .
uestos ya no poseen entre 1 os h1s-
42
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDAD?

toriadores de hoy .
la misma fuerza de convicción que ..
,, . tuvieron en la dé-
cada de los tr ein ta. En los ulamos treinta años.. ' los, ¡1 ts
. . . ,, · 'torL ·.H·l ores tnoder-
nos han em1ado un veredicto unanirne sobre l-'"1 ·s con . ci .i·c·tones soc . ia . 1
,,om . s que imp . ___ es y
econ ica eraron en Europa de 1 6 10 a i66o · E---_,n
. ,, de un . ,, e 1 S 1• g1 O X V l
Europa disfruto a expans1on econón1ica práctic · a 111 ente 1n · 1n· terrutn-
.
pida, acum ulando gra nde s cap i tales a partir de los , carg-111 '"· 1e11 tos�1e e 111 eta-
. ,, _
les preciosos que trata Esp .
ana de sus colonias iberoan1er1· '-'-
,, ,�.1 nas, . p ero en
.
el siglo xvn esa prosperidad llego a un punto 1nuerto, seguido de años de
depresió_I: e i�certidumbre a todos los niveles. A principios del siglo xvn,
la situac1on distaba_ tanto de ser confortable que, entre 1 6 1 5 y 1 6so, en
gran parte del conunente la gente co_rría el riesgo de ser degollada-- y de
que les quemaran sus casas-por el snnple hecho de no co1nulgar con las
ideas religiosas del vecino. Lejos de ser una época de prosperidad y cor­
dura, nos recuerda ahora mucho al Líbano de la década de los ochenta.
Como afirma la mayor parte de los historiadores, a partir de 1620 l�uro­
pa se vio sumida en un estado de crisis general.
En efecto, desde que Roland Mousnier hablara explícitatnente en los
años cincuenta de la «crisis general>> que padeció la Europa de principios
del siglo xvn, son muchos los historiadores de cualquier adscripción que
abonan esta tesis, pertenecientes a países tan distanciados con10 }¿�scandi­
navia, Italia, Estados Unidos y la Unión Soviética. Naturaln1entc, cada
cual aporta su interpretación peculiar de la crisis; pero los hechos b;isicos
no se discuten. En 1600, el dominio político de España tocaba a su fin,
Francia estaba dividida en distintos bandos religiosos e Inglaterra se abo­
caba a la guerra civil. En Europa Central, los estados frag1nentados de
Alemania se estaban desgarrando recíprocamente: Austria se enca rgaba
de mantener a raya a los príncipes católicos, mientras que Su e cia p reSra­
ba apoyo a los protestantes. La expansión económica dejó pas�l ª la de-
. ,, ·· " con1 er-
pres1on, pro d uc1en · " d ose una grave reces1on ente 1 6 1 9 y 162 2 · ·I�. 1
cio in ter nacional se vino abajo, el desempleo se generalizó Y se creo as
J · , ,

t
. . rra d e los
u na reserva de mercenario s 1·1stos para part1c"I.IJ'l, · r en la c;ue
Tre1. nta Años; para colmo, to d os estos in1o • r rtt1n 10_ · s �se vieron agr ravados
. . , 1c
.. ,1s , -
, , , al
.
por un empeoramiento internac1onal ei . e_ .1 as, co n d t ci o n cs · cl 11n at
/ .era
-1 " car ... , · bono en la at n1 o st
canzándose niveles inusualmente e1 eva(1 os oe . V1. rg1. n1. a
. l , ta·I Y con � lo la desc · bc n
(fue la época de la pequeña era glac1a ,, ne"�s1. s, se
la qu e e l rt,,o r l
. , a1 . he 1 o/ en to( l o
Woo.lf en su nove1a O�lando, en
Londres y se asaban bueyes enteros so , l)re.. ·]as· ag,·uas heladas).

43
cosMÓPOLlS

er Es
..
pa
~
na e l d .
o1n ·
1 nio
. abso luto del Atlántico Sur, el transpor-
·Al pe · rd · o y el crec
. .
imie nto de 1 fondo
de lo s 1n eta les prec io so s s e volv ió insegur • •
te . .
. edich o. Hubo asimismo va rio s ca-
de capitales en Europa. quedó en entr .
sos de ep1 . • uem
-1 . • • • Fran
1a. · c1·a se vio. duramente castigada entre 1630-1632,, y
Inglaterra ' la Gran Peste de 1665 fue solo
L

1 64 7_ 1 649, 1nientras que, en


tes. Entre tanto, una . ,,



la u/ 1 t1n1a de una serie · de virul . ento s rebro suc es io n
. ,, .
de veranos frio ,,, s y lluviosos tuvo consecuencias gravisimas para .la,, pro-
ouc cion de a¡·imentos. El hecho de que el 80 por 100 de la poblacion de-
-1 · ,,,
. . ,,
pendiera de la agricultura provoc ó una pen uria gen eral i zad a Y fo rz o el
_ _
éxodo rural. Sobre todo en las tierras altas marginadas se produJo, al pa­
recer, a partir de 1615 una caída constante en �a producción de grano, y
aldeas enteras fueron abandonadas por sus habitantes, que pasaron a en­
gordar los suburbios urbanos, asolados por toda cla:e �e enf�rmedades.
De todas estas catástrofes sólo se salvaron las Provincias Unidas de los
Países Bajos, u Holanda, como se la conoce en la actualidad, país que co­
noció una edad de oro en una época en la que el resto de Europa atrave­
saba unos momentos particularmente críticos.
A pesar de esta unanimidad reinante entre los historiadores, sorpren­
de que sean pocos los especialistas en ciencia y filosofía del siglo XVII que
comparten este veredicto. Antes bien, siguen tratando la supuesta pros­
peridad y relajación de principios del siglo XVII como un hecho obvio y
descontado. Así, por ejemplo, si consultamos el cuarto volumen de The
New Cambridge Modern History, que trata del final del siglo xv1 y princi­
pio del xvn, descubriremos que todos los ensayos menos uno coinciden
en que las guerras de religión, especialmente la Guerra de los Treinta
Años, afectaron de manera deletérea a la población. La exc
epción la
constituye el artículo sobre la historia de la cienci
a del siglo xvn, que
hace caso omiso de estos brutales conflictos y trata
la agenda de la cien­
cia moderna como una entelequia surgida espon
táneamente a partir de
sus exclusivos argument os internos.
El segundo de los presupuestos anteriores
no tiene una base histórica
mayor. La afirmación de que las constriccion
es y los controles eclesiásti­
cos se relajaron en el siglo xvn es equivoca
da. La verdad es más bien lo
contrario. Al re�haz�r t�dos los intentos de
_ los reformadores pro testantes
por cambiar las 1nst1tuc1ones y prácticas de
la cristiandad desde dentro el .

p ap ado esc?�ió la confro nt ación directa y ..


. '
'

_ anatematizó a lo s protestan�es
c1s
como mat1cos. Esta política, lanzada a fin
ales del siglo XVI, en la estela
44
r ¿QvÉ PROBLE;\{A PLANTEA LA \1
0DERNlDAo?

del Concilio de Trento, culininó después de l 6 l 8 t,on . es ,.. , a aute, nt1c .


a s�1n-
, ue fue . 1·,l Guerr.1. de los, Tre. int . a l-\_¡-
o-n a q 10 ,s • n . \ l. . ir ue entonces, no se
)·lt·t . · 1 · "
ci •
ruvo con los re1nc1dentes n11ser1cord1a algun-•1 · Los-- Cl) tnp
, . � . , . .
.
. e , , . . .... ro1n1s os teoloo-i-
co s t u r o n todav1a 1nas rigu r oso s y eXIg.... entes. Hub . o 111 e"n os, opot. tu_nH.. 1 �1des
,, . . t-,
an e ebate critico de la doctrina. Por t)fin
P . 1 ld . . t 1er•1 ,_,p• �-zJ, 1.•1 11e<.: " , es,. ,_·H.i a u1 u1
·
e ee-
rf'l' f fiL1s v
..
defend er el cato h c1sn10 con tra los
- - hereJ· es-- l)t.
· · ( )t'·�- "st·l• t1t es s1rv10 • , 1_
. oe
oretexto para sustraer doctr inas clave a cualquier intento. d �-µ 1e .p1.1n . tc"·.1-
r .
iniento, incluso por parte .
de los creyentes n1�1s leales y. convencí. UO 1 S, . 1. .l
distinción entre ,,doctrinas'>> y ,,doginaS'>> fue un invento del (:oncilio de
J ..

Trento, y el catolicisn10 de la Contrarrefor1na fue dog1nático con10 110 lo


había si do nunca el cristianisn10 anterio r a la Refortna, incluido el tnisn10
Ton1ás de Aquino. La presión teológica sobre los científicos v otros inno­
,radores intelectuales no ren1itió en la prin1era 1nitad del si�lo xvu, sino
que 1nás bien se intensificó. Lo cual no se puede aplicar en exclusiva al
ca1npo católico: en el can1po protestante, n1uchos calvinistas y luteranos
fueron tan rigurosos y dogn1áticos con10 cualquier jesuita o jansenista.
El tercer presupuesto es en el 1nejor de los casos una verdad a inedias.
En el siglo xvn, la propagación de la educación y la alfabetización entre
los laicos permitió a éstos tener un peso cada vez n1ayor en L:1 cultura eu­
ropea, lo que contribuyó a acabar con el anterior n1onopolio de la cien­
cia y la erudición en general por parte de la Iglesia. En 111uchos p�lÍses,
esto desplazó de hecho a la cultura eclesiástica del centro de gravedad na­
cional. Pero este cambio no fue ninguna novedad. En 1600, la ünprenta
llevaba ya funcionando más de un siglo. Cualquier sugerencia en el sen­
tido de que la literatura moderna-en contraste con la ciencia o la filo­
sofía modernas-tuvo un influjo importante sólo después de 16oo no re­
siste a un examen serio. A este respecto, se puede afir1na r incluso q_ue
Galileo y Descartes fueron simples productos tardíos de unos ca_rnbios
1 sde:) 1- J"" ... º , u
. _., en Itaha des-
que se hab,..ian impuesto en Europa occ1·dental oe . _
de bastante antes. El mundo cultural de 1 a d/ecada de 1·6 3 0 , oe t rs · on 1h cado
1as
en hombres como Blaise Pascal, J ean Rac1ne · , .T 0h11 Donne v Thon
-� , d° coteJ·.'11110s� es a cult
,.. . . . p ero cuan
. 1nt1vo ura
B rowne tuvo un caracter d1st
'
.
de mediados del siglo xvn con la de l os hun1ant·,stas . (iel siglo xvt, con es-
. l·u ·. s ' \\;.1ll1.an1 Sh, -� .1-
cr1tores como Erasmo de Rotterdan1, F---ran� ois · R 'ibe · ' ...
. l . st � �1n
. te:.
n o s· ·
·1n to p1 ),1
kespeare Michel de Montaigne o Franc i. s B · '3con, s-e . · . _1 u-
difícil sostener que la cultura laica de I a 11.1 º d·ern idad fue
. ,.. . ' . ,· pr od uc to ex(
sivo del siglo xv11.

45
cosMÓPOLIS

·· ri · o ' las pu e rta s de la tradición clásica eru. dita. a los lec-


I�a 1111pren ta· ab .
as í en un a fu en te im po rtante de modermdad. Pero
tores laicos y se erigió e los p r?test�ntes y los católicos
r on m uc ho an te s de qu
sus frutos empeza
io rm e nt e a la s m an os y l� acrtmoma del C�ncilio de
llegaran po st er _
ar a y ap a ta ra la at en ct on de las p reocup aciones me­
Trento monopol iz r

s de l sig lo xv r. A lo su m o, la transición del siglo xv1 al xvn


nos polémica
Pa nta g;rue l de Ra be lai s al Pe regri no de J ohn Bunyan, de los Ensayos de
(de
Me dit acio nes de De sca rtes, y de Shakespeare a Racine)
Montaigne a las
la an go stu ra de l cen t ro de las p reocupaciones y un a clausura de
sup uso
orizonte de expectativas>> . En
los horizontes intelectuales, incluido el «h
columbraba todavía un
los primeros años del siglo xvn, Francis Bacon
ites preci­
futuro para la humanidad cuya escala temporal no tuviera lím
sos. Cuarenta años después, pensadores muy sesudos de Inglaterra com­
partían la tesis defendida por los notables de la República de Cromwell
de que el mundo de Dios se hallaba en sus últimos días y de que «el fin
del mundo» era inminente (o se podía tocar literalmente <<con la
mano»); incluso se daba fecha a este apocalipsis: probablemente en o al­
rededor del año de 1657. Cuando Andrew Marvell escribió, un poco en
broma, en su Ode to bis Coy Mistress (Oda a su tímida amante),

Had we but World enough and Time.


This coyness, Lady, were no crime...
But at my back I always hear
Time's winged chariot hurrying near,

[Si hubiera tiempo Y mundo ilimitado, / señora, en tu pudor no habría pecado ...
Pero a mi espalda oigo el carro alado, / de1 T.1empo, que se acerca apresurado.]

a pocos de sus lectores se les eseaparan sus a1us1· ones a «la convers1on ·" de
. ,,
los J�dios » Y:ª �as profecías, tan a la moda entonces, del libro de la Reve­
_ _
lacion o Apocalipsis.
Además de reconsiderar los presupuestos h1. stor1 ,,. .
cos subyacentes a la
. . ,,. . ,,.
vision dominante, según los cuales el siglo XVII fue una epoca en la que
. . . . . . re-
1as cond1ciones del . trabaJo científico habia " n meJor a d o de manera im p
. . .
sionante, conviene también reconsiderar 1a creencia- ,, profunda-de
mas
. .
que 1a ciencia y la filosoña del siglo xvn 10 • ,,.
. r men taron una preocupa c1on
,,
''

· i· na1 por 1a racionalidad y los derechos de Ia raz ,,


orig
on. Esta· creencia es
r ,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDAD?

falaz p. or dos razones distintas.. En,, vez de ensanchar 1os 1,,1m1t. es del deba-
te racional, o razonable, . ,,
los c1ent1ficos del siglo xvn 1os e
strecharon en
P
realidad. " . . a ra Ar1stote les, tan to la teoría como la práctica estab an
. .
,, n 1 os d1st1n . tos y ab.ier-
tas a l an a l1 s1s raciona I segu respectivos campos de estu-
.
dio. Supo ve. r que cada tipo de argumentación relevante para
. . ,, una deter-
rninada d1sc1phna depe nd1a .
de la naturaleza de esa discipli'na d'f
Y 1 er1,,a en
cuanto al grado de formalidad o certeza; así, lo que es <<razonable» en me-
dicina clínic� s_e j uzga en tér°:inos dife_rentes a lo que es «lógico» en
teoría geom e tr1ca. Pero los filosofas y científicos del siglo xvn prefirie­
ron seguir el ejemplo de Platón y limitaron la •«racionalidad» a unos ar­
gum entos teóricos que alcanzaban una certeza o necesidad cuasi geomé­
tricas. Según ellos, la física teórica era un campo para el estudio y el
debate racional, pero esto no era extensible a la ética ni al derecho. Así,
en ve z de buscar procedimientos <<razonables» de cualquier ti po, Des­
cartes y sus sucesores se propusieron someter definiti vamente todos los
temas al imperio de una teoría formal, de modo que al preocuparse sólo
por demostraciones formalmente válidas, acabaron cambiando el len­
guaje mismo de la razón-especialmente, palabras clave como «razón»,
«racional» y «racionalidad»-de manera sutil pero decisiva.
No es que los fundadores de la ciencia moderna fueran teológica­
mente tibios o agnósticos, y ni mucho menos ateos. Isaac Newton en­
contraba gratificante que su física pudiera <<funcionar bien teniendo pre­
sentes a los hombres que creían en una deidad>> . Lo cual se explica no
sólo porque interpretara su obra de una manera un tanto caprichosa, si no
porque una de las metas de su proyecto intelectual fue justificar sus opi ­
niones particulares en materia de teología; es decir, su «arriani smo», tal
co o h ab ía sido ense ñado por A rrio , el prin cipa l adv e rsario de san fta­
Y m
nasio, quien, en el Concilio de Nicea celebrado en el siglo 1v despues de
Cristo convirtió en ortodoxa la doctrina de la Trini dad. En eSro no se
distin�ió demasiado de los demás científicos del siglo xvn. También ª
Robert Boyle le gustaba considerar su trab ªJº · c1e · ntI"'fiico como algo dota­
· · encia en den1ostrar la
d0 de una fin alidad piadosa ' como mues tra su 1nsist
n sus propias
"'
. �
acc1on de Dios en la naturaleza (lo que 1o convertta,
"'
s e g u
. d W.ilhe1n1
pa1abras, en un «virtuoso cr1st1a . . no>> ), mi· e ntras, que Gottfr1e .
.
Le1bniz aplicó a los patrones explicativos de . . l ª is
f' ·
ic a una s co rtapis as teo-
. te o/logo n1e-
.1er
.
lo,, g1cas tan estrictas como las que h a b ria · do cu·.:] lq
,, ap 1 tea u L-

dieval.

47
cosMÓPOLIS
. . que nos será después
y ahora conv iene a 1 ud ir tatnbién a una cuestión
.
de bo-ran 1n1portanc1a. • e om O se sabe una de las
. .
pr1nc1 pales preocu pa
.
c1 o-
' . . ,. .
nes de los fil,.oso1os
.e de1 si·glo xvII cons1st10. en plantear todas sus cuest. io-
.
nes de 1nanera que pare eran independientes del
e l
.
contexto. Pues bien '
nuestro proced1m1· ent ° será aquí exactamente
. ,. el inverso, a saber: recon-
.
text izar todas 1as cuestiones que esos filosofas. tanto
ua l .
se enorgullec1e-
ron en descontextuall·zar La opini ón de que la c1enc1 a moderna se basó
desde e1 pr1n · 1·0 en argumentos racionales, divorciados de todas las
· c1p
cuestiones relacionadas con la metafísica o la teología, d10 de nuevo por
sentado que las pruebas de «racionalidad» pasaban en bloque �e un c�n­
texto-o situación-a otro; es decir, que pode mos conocer, sm ulterior
examen, qué argumentos son racionales en un campo o momento deter­
minado aplicando de nuevo simplemente los argumentos que ya conoce­
mos por propia experiencia. En este libro, e mpero, en ve z de presuponer
que ya sabemos qué cuestiones pare cieron «racionale s» a los escritores
de los siglos xv1 o xvn, o qué tipo de argume ntos pe saron más para ellos,
buscaremos pruebas concretas de lo que estuvo en juego realmente en
sus distintas investigaciones.

Nuestro examen de la tesis dominante sobre la modernidad empezó con


un repaso de sus presupuestos históricos y filosóficos, muchos de los cua­
les, según hemos sugerido, eran exagerados o simplemente falsos. Creo
que ya ha llegado el momento de desechar la suposición de que el siglo
xvn fue una época-la primera-en la que los erudit
os laicos de Europa
llevaron una vida próspera y confortable y se sintie
ron lo suficientemen­
te libres de la presión eclesiástica como para sos
tener ideas originales;
como también ha llegado el momento de recon
struir nuestra interpreta­
ción de la transición del mundo medieval al mo
derno sobre una base más
realista. Debe de haber alguna manera me
jor de trazar la línea divisoria
entre est�s dos períodos y así evitar las co
nfusiones que se concentran en
torno a cierto concepto actual de la mod
ernidad. Un punto importante
de nue��ra agenda será, pues, ofrecer un -:
a versión revisada que evite esta
confus1on y reemplace, de este modo, :
a la versión dominante.
Pero ésta es sólo la primera de dos
tareas complementarias. Desde
la década de los cincuenta, en la que Rol
and Mousnier escribió acerca de
1 ¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA
LA MODE RNIDA ""\
D:-'

la «crisis general» de principi ,,


os del siglo xvn ' deber1a ,,
hab er quedado su-
. temente elaro que la epoca
ficien • ,, en que escribieron Gª r1l eo Y
De scartes
fu e n1 p r spera ni ·
co n1eortable. Inc
00
.
o
,, luso en las décadas de 1os v
se con cian ya . e1nte y
los t re in ta o sufici en tes ·
cosas que deJ aban entrever a
,, ramos por . . ( poco
que nos esforza 1nvest1gar) que la explicacio,,
,, . n al uso hac1,,a agua
d as e stadis t1 cas sobre la recesión y la dep. re ·,,
Por. to as pa_rt . L
es
. . . s1on que si-
gu1ero� �l ano d� 16 I 8_no se han mves�gado m publicado en detalle has-
ta los ultim�s veinte _ anos ; co� todo, ningún escritor de la década de los
treinta po�1a ��egar 1gnora�c1a de hechos tan conocidos como el proce­
so que s e s 1gu10 contra Galileo, la Gu erra de los Treinta Años O el talan­
te humanista de hombres del Renacimiento como Erasmo, Rabelais
Montaigne o Shakespeare. Es el momento, pues, de preguntarse por qué
esos dos mitos que son la modernidad «racional>> y la racionalidad <<mo­
derna», que siguen convenciendo a tanta gente incluso en la época ac­
tual, encontraron un eco tan grande entre los filósofos e historiadores de
la ciencia después de 1920. Como ocurre con cualquier otra tradición
histórica, la versión dominante de la 1nodernidad es la de un episodio pa­
sado reflejado en un espejo reciente, y, como tal, puede ser fuente de ex­
plicación tanto de un fenómeno concreto como de los autores qu e sostu­
vieron con sus escritos dicho espejo retrospectivo.
Los dos extremos de esta relación exigen aquí un tratamiento deteni­
do. Si queremos alcanzar una valoración equilibra da de las exigencias de
la modernidad, deberemos mantener una justa proporción entre a1nbos
cometidos. Por una parte, sólo podremos criticar los presupuestos del si­
glo xx sobre la modernidad si tomamos más en serio los auténticos datos
históricos sobre los orígenes de la época moderna. Por la �tra, sólo po ­
_
dremos formular nuestras preguntas históricas s obre dicha epo ca s i � ene-
. · · as
mos en cuenta las perspectivas- e inclus o 1a d 1 s tors 1on es-� spec1 fic
. • s
,, .
impuestas a la tesis dominante por erróneos planteamientos htSl cos Y ori
filoso,, ficos anterio ·
menci
·
ona d o . E n I a me d1 · da en qu e aprenda-
rmente s
·
. . . ,, hº ,, 1ca de l·ª modernidad seremos
mos a corregir nues tra exp 11cac1on istor
capaces de mirar casi de frente nuestro es peJ. 0 his ' tor i·ográfico y· ,,d..e con1-
p p ec tiv as esp ec1 h ca s . E ,
prender por tanto mejor la natura I eza d e s us ers
. . .
. . . · s d1s to s1 ones
inversamente en la medida en que cons,igamo.s e1 1minar· la
r

. ' . b im· ie n to qu e s a1 ga a .1 a
de ese espeJo podremos captar cua1 qui er e i es cu r
. .
.ec1-
luz a lo largo del camino y mos trar 1 os contex_ t? 5� y. circ
uns tanc ias pi
. · ,, l s ras gos d 1st1nti vos e:le 1 a \, H.• :1,'1 , el {Jen-
sos en que hicieron su apar1c1on o

49
COSMÓPOLIS

• · i·
a d y 1 a c ult ura «n1odernos» en la historia de Europa
sanuento, 1 a soc1 ec
,, .
occidental y de Nortea rica.
me

TO
LA l\JODERNIDAD DEL RENACIMIEN

L o pru· nero que es.. preci·so hacer para elaborar nuestra versión
.
revisada
,, vo la mirada al Rena-
de 1 os or1genes de la modernidad es volver de. nue . ,,
cimiento. Coino período histórico, el Rena c1m1 ento plan tea mas de un
_
problema a los cronólogos estrictos. Si bien vio crecer la semilla de mu­
chos fenómenos «modernos>>, presenció pocos cambios radicales en las for­
mas políticas e institucionales de la Europa_ «medieval», ,fo�as d� las que
no llegó a desprenderse. Según la conocida cronologia tripartita de la
historia europea-antigua, medieval y moderna-, el Renacimiento se
sitúa más o menos entre la segunda y la tercera parte, y los historiadores
que siguen esta división tradicional suelen tratarlo ya como un fenóme­
no de los tiempos <<tardomedievales», ya como una anticipación prema­
tura de la edad «moderna».
¿Importa mucho la elección temporal que hagamos? El Renacimien­
to fue a todas luces una fase pasajera en la que germinaron y se desarro­
llaron las semillas de la modernidad, sin alcanzar ese punto en el que re­
sultaron ser una amenaza, o algo peor, para las estructuras vigentes de la
sociedad política. Algunos de los personajes más representativos del Re­
nacimiento tardío, desde Leonardo da Vinci (1452-1519) hasta William
Shakespeare (1564-1616), trabajaron en situaciones que conservaban
buena parte de su carácter medieval, sin haber desarrollado plenamente
los elementos distintivos de la modernidad como tal. Lo cual no debe
sorprender a nadie, pues no cabe duda de que se produj un solapamien­
o
to en::e la historia europea «tardomedieval» y la «protomoderna». La
e�ecci?� que hagamos de los términos sólo tendrá im
portancia, entonces,
s1 dec1d1mos que la tenga; en este sentido, no de
ja de ser un rasgo curio­
so de los abogados de la tesis dominante su ins
_ istencia en aplazar el co­
mienzo de 1� modern1_ ?ad hasta una époc
a muy posterior a 1 6oo (consi­
d�ra� ª Galileo, por eJemplo, como al autor
que abandera el inicio de la
ciencia mo�erna Y tach n 1e mecánica «m
_ � edieval» la obra de sus precur-
sores c1ent1ficos). Esta 1ns1stencia ti.ende a
desVIa ·,, de-e 1·n
· r 1a atenc1on
cluso ª ocultar-un cambio trascendental
que se produjo en el trabajo
50
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDADr""

intelectual, artístico, literario y científico de los pri• m


. eros anos del si g1 0
.
xvn ' un cam. bio que se nos. ,antoJa. uno de los princ1p • a1es hito . s de la que
í
aqu denominamos Ia vers1on revisada de la tesis dominante.
Cuando leemos hoy a autores nacidos en el siglo xv , como, por eJ
de Rotter d am (146 em-
pl o , Eras mo 7) y Fr an�o is Rabelais (i 494) , puede que
nos cueste aI gu' n. tie · mpo y esfuerzo captar su <<modernidad»,
. I . pero nad.1e
.
1a de Ju1c10 a capac1dad de escritores como Miche1 de M
Pone en te on-
taigne ( I 5 3 3) y 1
W·11· 1am Sh ak esp ear e ( I 564) para hablarnos a través de los
siglos y llegar a �uestro corazón como _ el autor más actual. En vez de
centrarnos exclusivamente_ en la primera fase del siglo xvn, aquí podre­
m os preguntarnos, pues, s1 el mundo y la cultura modernos tuvieron en
realidad dos orígenes distintos en vez de uno solo, el primero de los cua­
les (la fase literaria o humanista) habría precedido al segundo en un siglo
apr oximadamente. Si seguimos esta sugerencia, y retrotraemos los oríge­
nes de la modernidad a los últimos autores renacentistas de la Europa
septentrional del siglo xv1, descubriremos la segunda fase, es decir, la
científica y filosófica, a partir de I 6 3 o, una fase que lleva a muchos euro­
peos a volver la espalda a los temas más dominantes de la primera fase, es
decir, la literaria o humanista. Después de 1600, el centro de la atención
intelectual pasó de la preocupación por el hombre de finales del siglo xvr
a una línea más rigurosa e, incluso, más dogmática. Lo cual exige aquí
una pequeña aclaración. En efecto, ¿hasta qué punto los científicos y fi­
lósofos posteriores rechazaron de manera decidida los valores de los pri­
meros humanistas o los dieron simplemente por descontados? Más aún,
en la medida en que volvieron realmente la espalda a dichos val or s ,
_ �
¿hasta qué punto el nacimiento de la filosofía moderna y de las ciencia s
exactas implicaron algo así como un auténtico contrarrenacimiento?
tas po ­
A muchos historiadores de la ciencia y la filosofía estas pregun
n des­
drán parecerles un tanto heterodoxas; pero en modo alguno reSulta
pre-
conocidas o extrañas para los historiadores de las ideas. Hay buenos
. . pre se nci · o, u a in v ersión de l o s
cedentes que sugieren que el s1glo xvn n
. . . t e-
va1ores renacentist . . en sus t ra b aJ · s o b re la h 1sto 1nr1a
as. Por eJemplo, OS
d u
. o
is m
. . . con tr o, e e l co n se rv a r
1ectual del siglo xv1, Eugenio Batt1st1 en n
. . c1.mento,
de1 Concilio de Trento lo que segu , n e, 1 se tra ta b ª d e u n anttr1nas
. .
• · s li te ra ri o s 1 nte 1ectua-
m1entras que Hiram Haydn des cr1"b1a 1os ' ca m b 10 e
. ,r m i o s d e « co ntrarrenac1-
1es habidos en la Inglaterr a del siglo xvn e n te n
n m e nos en
miento». En cambio, los h1stor1. adores de 1ª
. . cie n cia se to n1a

51
COSMÓPOLIS

. siglo xvn se distanciaron estraté-


ser10 la H. l ea. lie que·� los, rac·io· nalistas del
. .
. · n1sm o rena cent ista, o de que basaron
g1ca111ente. ll e 1 os logrc)s- del hurna
. destructiva de los valores prece-
parc1a 1 1nente sus teori"as- en una crítica
L

cado . .
,, a que tatnpo · co figura en lugar desta en las hi st o ri as
'-i entes. Idea est . ,,
es en cuest1on, son pocos los
de la fi1.loso f,,1a a1 uso . y. , entre los historiador . . ,,
.
de que existiera una relac 1on entre el cam-
que cons1·deran la pc)st bilidad . ,, sigl
. o XVII y la cr1s . . .
1s eco n ,,
om1c a y soci. al a
bio cultural que experin1ento el
que se vio arrastrada la sociedad de la �poca._ ., ,
Pero si comparamos la agenda de 1nvest1gac 1on filosofica tras la de-
cada de 1 64o con la de un siglo antes, descubriremos unos cambios muy
importantes. Antes de 1600, las investigaciones teóricas se contrastaban
con otros debates sobre temas concretos y prácticos, como, por ejemplo,
las condiciones específicas en las que era moralmente aceptable el hecho
de que un soberano iniciara una guerra o un súbdito matara a un tirano.
En cambio, a partir de 1600, la mayor parte de los filósofos se interesa
por cuestiones de teoría abstracta y universal, desechando cuestiones más
concretas. Se pasa de un estilo de filosofía que trata con el mismo rasero,
por un lado, las cuestiones prácticas de índole local y temporal, y, por el
otro, la teoría universal y atemporal, a otro estilo de filosofar que erige
los asuntos de teoría universal y atemporal en los únicos capacitados para
ocupar un lugar destacado en la agenda de la <<filosofía».
Pero volvamos al Renacimiento. ¿Cuáles son los temas de interés
para los eruditos laicos del siglo xv1 en países como Francia y Holanda?
¿Cómo prolongan el trabajo de los eruditos y artistas del primer Renaci­
miento de la Italia del siglo xv y de los eruditos posteriores de Europa
septentrional? Al extendernos sobre estas preocupac
iones e intereses,
debemos utilizar una palabra que en la actualidad
es algo equívoca, si no
para los europeos sí al menos para muchos am
ericanos. La cultura laica
de la Europa del siglo xv1 fue humanista en
la acepción amplia de la pa­
labra, de manera que lo más natural es que
nos refiramos a los escritores
de la época con el nombre de «humanist
as renacentistas»; pero, habida
cuenta del empleo que hacen los fund
amentalistas cristianos actuales del
término comod"in< human1smo secula
� r>> , alguno s lectores podrían supo-
ner q�e los humanistas del Renacimi
ento eran contrarios al cristianismo
y posiblem�nte antirreligiosos, por no
decir incluso ateos.
Per�, lc¡os de ser esto verdad, las
_ fi guras más destacadas de l a época
se considerar on sinceramen · ,,
te religi·osas. Erasmo escr1·b10 un ensayo, E10- '' ..
52
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDAD?

gio de la locura, en el .que


• ridiculizaba el dogmati smo Y proclamaba su
lealt · trad1c1onal, lo que no le
ad a la Igles1a . impidió cartearse as1duam
ar ,,
tin Lutero. Nada le habría en
te c o n M agr adad o má s que convencer a su
,,
amigo aleman para que ,, .
no llevara su celo reformador hasta
. un punto sin
retorno. (En to. n o. critico p,, ero amigable le dice en más de una ocas1. o,, n
que un entend1m1 ento paci . ,,
fico y en privado desde dentro es má
. s e ficaz
,,
que cua1 qui. er co.n fr . ,, c1on publ1ca; pero
onta
.
Lutero estaba muy a·ira do, y
Er as m o no cons1g u10 conv e nc e rl o.) M1ch el de Montai gn e, que er
a un
. ,, ,,
niño cuando �u�10 Eras mo la
en decada de 15 30, criticó la pretensión de
la certeza teolog1ca de��e �na postura parecida, tachándola de dogmáti­
ca. Si-n embargo, tamb1en el se tuvo por un buen católico y, en su visita a
Roma, se sintió con «títulos» suficientes para pedir ser recibido en au­
diencia por el papa. El <<humanismo secular>> de los fundamentalistas es
ciertamente un elemento que infunde temor. Pero, en los siglos xv y xvi,
la em ergencia de un humanismo «vivido>> y el auge de las humanidades
como programa académico ocuparon un lugar destacado dentro de una
cultura europea que era aún predominantemente cristiana; es cierto que
los humanistas realizaron una contribución importantísima a la Refor­
ma, y no sólo humanistas protestantes como Juan Calvino, sino también
los que permanecieron dentro del redil de la iglesia romana.
Desde Erasmo hasta Montaigne, los escritos de los humanistas rena­
centistas practican, en efecto, una franqueza educada y una tolerancia es­
céptica que acabarán siendo los rasgos característicos de esta nueva cul­
tura laica. Sus modos de pensar no están sujetos a las exigencias del deber
pastoral o eclesiástico; su costumbre de abordar los asuntos humanos con
un talante lúcido y nada censorino les lleva a dudar sinceramente del va­
lor de la «teoría» para la experiencia humana tanto en el ca�npo de la
teología como en el de la filosofía natural, la metafísica o la ética. En es­
-
píritu ' su crítica no es hostil a la práctica de la religión, siempre Y cuan
,, . · · obre los lírnites de la
do esta se halle informada por la deb'1da conci enc ia s . el
,, · · h urn a n os · Desac o n se Ja n
capac1'dad practica e 1ntelectua 1 d e 1 os s e res . r ia .
. ·
¿1spu tas p or encima de la li tu
dogmat1smo inte lectual que ele vab a 1 as g
d en c v er ti s e en asunto de
0 1 a doctrina, hasta el punto de q ue pu n
e o r

disputa política ' o incluso de vida y mue rte.


ra d as ra d e p l orar c on den• ar y
Los humanistas tuvie r o n raz o nes so b P ª ' . .1,,1 d
. . osas q ue fu �ron anand o e n 1nt ens 1c
tratar de atajar las rencillas rehg1 g '-- -
e se
, 1b a a d _
1ca iz
1. an
, do el .,1 ntago
a lo largo de todo el siglo xv1 co n r1o rrn
r

53
cosMÓPOLlS

. , d os, gra nde s


-- ra rna s_ de l cris tianismo occidental. Según
n1sn10 entre las . . . .
ena r a los cristianos refle x.1v os l o h
ellos la s11. 11p1e mode,stia debía ens . mi-
e er a su capa ciºd ad para alca nza r la Verdad incontestada o una cer-
d
ta a ' qu . . . ., ., .
. • tos doct rinal es. Com o vat 1c1n o Et1enne
teza sin n1atices en todos los asun . . .
. · sgo era que, o bliga das a poner se a l serv1c 10 de in tereses
Pasqu• 1er, e1 rie . . .
,, os mundanales, las cuestiones doctrinales se conv1rt1er.an en asun-
po1itic
560 �eplora ya ��s msu ltos que
tos de disputa. En la temprana década de 1
pistas» met1endose con los
se lanzan las dos partes en conflicto-los <<pa
«heréticos» y viceversa-y vaticina los desastres que acarreará esta acti-
tud agresiva. . . .,
La modestia teológica de l os hum anist as deb10 mucho, por supuesto,
a la recuperación del saber y la l iteratura del mundo cl ásico. Los eruditos
y letrados medievales ya habían tenido a su disposición gran parte del
acervo grecolatino: en el ámbito del derecho, l a ética, la l ógica, la retóri­
ca, la medicina y la filosofía, los clérigos eruditos de los siglos XIII y XIV
reconstruyeron los sistemas ideológicos de la antigüedad, especialmente
de Aristóteles, y no les faltó un buen conocimiento de su predecesor P la­
tón ni de sus sucesores, los estoicos, Cicerón y Quintil iano. Al pertene­
cer estos eruditos medievales a órdenes sagradas, se preocuparon menos
por los historiadores, como Tucídides y Tito Livio, y menos aún por los
dramaturgos atenienses, ya trágicos como Esquil o y Sófocl es ya cómicos
como Aristófanes. Estaban bastante famil iarizados con la lírica latina y la
poesía épica, desde Horacio y Virgilio hasta Ovidio y Catulo, pero muy
poco con los textos griegos y romanos sobre grandes personajes y políti­
cos, o con las memorias y reflexiones de los escritores l atinos tardíos, sal­
vo, por supuesto, las Confesiones de san A stín.
gu
Las razones no son difíciles de comprender. En los tiempos moder­
nos, los no:elistas Y poetas encuentran materia de ins
_ piración en la di­
versidad mis�a de los asuntos humanos; pero,
para los eruditos medie­
vales, esta variedad tenía poca importancia.
Los humanos eran unos seres
pecadores Y falibles que a los lectores
posteriores iban a resultar fasci­
nan:es; pero ª los ojos de los clérigos
y maestros medievales estos fallos
hac1an a los humanos menos int · · · ·
., . ., ere sa nte s com o suJ etos lite rari os. ¿ Q ue,,
merito hab1a en exponer con pe1os
. y sena~ 1 es (o, peor aún, en celebrar) to-
das las variantes del lado pecamino
so o falible del hombre? Las Confesio­
nes de san Agust1,n son aut0biog · ra'fi1cas en cuanto a la forma pero el tema
no deJa de ser confesional.· ª1 0b.isp
.
. '
o de H1pona le entusiasma contarnos

54
¿ouÉ PROBLEMA PLANTE
A LA MOD ERN
IDAD:'""
.
\

lo desbocada que fue su juventud para que resa lte m·' . , .a .


as a • un 1 a gr a ci divi-
a que da aI peca dor 1.a oportu nidad de arrepentir· se y "• l ·. --
n . . � sa va r su a 1 n1a ·
e
En l Renacnn1ento, el resto de la literatura v; del -- l .
. sa )er a nti guos pasa
dis. pos1c1. o,, n d e 1os 1 ector es 1 a1. cos. En este re�sto· se ¡ ne
a - ada-es uela ,, . 1 uye 1 a postre-
ra-•Y desden c de la filo sofía griega.' la de Ft"'t)i·curo ue
rá con la cupe acion de l p e1n de Lucrecio De
• ,, , q resurgi-
�� � ? � /a naturaleza de lasco-
('/,s· Tamb1en se incluye la h1stor1a y el dratna, así como l·""s
•'" ,., 1ne1nonas y
, . . , .
]os rec�e rdos�sobre todo, los _de Plm10, Suetonio y Marco Aur elio-y
biogra,fí�s poht1��s como_ las Vidas de Pluta�co. La poesía de la antigüe­
da d clas1ca tamb1en adquiere una renovada 1n1portancia para los lectores
laicos, · ptimera1nente en las repúbli ,,
cas italianas, con Dante y Ariosto,
y
po s te riorm ente en l a E uropa mas septent .
r1o na 1 y occiden tal. Según Geor-
ges Sarton, muchos historiadores de la ciencia deploran el predominio
de Aristóteles sobre la filosofía medieval por razones que aparecen ac­
tualmente anacrónicas. ,,
Los eruditos v. educadores medieval es debieron
algo crucial a la Etica, Política y Retórica de Aristóteles: una sensibilidad
especial hacia el carácter <<circunstanciado>> de las cuestiones prácticas,
como, por ejemplo, los problemas tocantes al diagnóstico 1nédico o a la
responsabilidad jurídica o moral. Asimismo, la recuperación de la histo­
ria y la literatura anti guas contribuyó poderosamente a intensificar su
sensibilidad hacia la diversidad caleidoscópica y la dependencia contex­
tual de los asuntos humanos. Las distintas variedades de la falibilidad hu­
mana, antes no tenidas en cuenta, empezaron a ser ensalzadas como con­
secuencias maravillos�mente ilimitadas del carácter y la personalidad d el
ser humano. En lugar de deplorar estos fallos, como podría hacer un ca­
suista de la moral, los lectores laicos se empeñaron en saber qué era lo
que hacía que la conducta humana resultara adniirable o deplorable, no­
ble o egoísta, ejemplar o ridícula. Con lo cual, quedaban pueStªs la: ba­
ses para reorientar el arte de la narrativa (que antes habí a desen1penad__o
·
p .
un ap el tan importante en el campo de la •
1ur1 spruclencia · 0 de la teo lo '--g1 a
_ .
moral) h acia la novel of character y otros nuevos géneros hte � os. r ar
1 es c n -
Los eruditos del Renacimiento se interesaron por las cue 5 t1° : �
cretas y prácticas de la medicina, e1 derec h O O 1 ª m· oral ' c on la 1111s ,, .
111a in-
tens 1. dad que por cualquier asun . t o ate. m poral Y u niv · ers,11 " de la teona f-t] o-
so,, fiica. A sus OJ• OS ' el anah ,, . s1s
• retoric ,, · o de 1 os ...trgun1entos, centra(1o en l·a
,, · ,, bli. co, era. tan
pu . rne.,._
. ,,
presentac1on de casos concretos Y en el caract er de l
.rit . - c o n1 0· e 1 �1n .--¡·.1s, 1·,s forni·l• l de
a
or10-por no decir incluso tan fi1 l oso,, fico .

55
COSMÓPOLIS

·
·
'. 1ca intern
su 1 og . a. La reto'rica y la lógica eran para ellos unas .
disciplinas
.
ar sob re la naturaleza y las c1rcu nst anc1a s
con1p 1 en1entar1·as. Al reflexion
y onsiderar su moralidad
específicas de acciones ,,humanas_ �oncre�as- �
nivel que cuando aborda­
con10 <<casos»-Se movlan ta1nbien al mismo
ría ética: a sus ojos, la
ban cuestiones abstractas relacionadas con la teo
casuística y la ética formal eran igua�mente complementa�ias. Sin ,d�da,
muchos lectores del siglo xv1 se fascinaron con especulaciones teoricas,
al gunas de las cuales tenían ecos de �eopla�onismo o de «magia �atural».
Pero esta ruptura especulativa corr10 pareJa con un gusto especial por la
variedad de la experiencia concreta, por los estudios empíricos de fenó­
menos naturales (como, por ejemplo, el magnetismo) y por las distintas
ramas de la historia natural.
Los resultados fueron algo desordenados y confusos, a imitación del
desacuerdo e inconsistencia irresolubles que habían llevado a Sócrates,
mucho tiempo atrás, a perder la esperanza de alcanzar un consenso ra­
cional sobre el mundo de la naturaleza. En la Europa del siglo XVI, al
igual que en la Atenas clásica, al gunos eruditos tacharon de confusión
irracional lo que otros saludaban como profusión intelectual. Así pues,
por el momento (en opinión, por ejemplo, de Montaigne), era mejor
suspender el juicio en asuntos de teoría general y esforzarse por conse­
guir una visión profunda tanto del mundo natural como de los asuntos
humanos, tal y como se nos aparecen en la experiencia real. Este respeto
por las posibilidades racionales de la experiencia humana es algo que hay
que poner en el haber de los humanistas del Renacimiento; pero éstos tu­
vieron también una conciencia especial de los límites de la experiencia
humana. Según ellos, «nada humano podía ser ajeno>> a las personas cuya
confianza en la experiencia las alentaba a observar y reflexionar sobre la
variedad de las conductas y los motivos; una actitud nueva en la época y,
por cierto, raras veces igualada. (Ahí están para probarlo los análisis po­
lítico s de Maquiavelo o lo s dramas de Wi
lliam Shakespeare.) En el siglo
XIV, lo s modo s de pensar heredados seg
uían teniendo una visión condi­
cionada sobre el carácter y los motivos humano s. En
las últimas décadas
del siglo XVI, dichos modos ya no imponían limita
ciones al creador de
Otelo y �amlet, de Shylock y Parcia, de Julieta y
lady Macbeth.
Los infor�es de los exploradores europeos
espolearon la curiosidad ·'
1

de los humanistas por los motivos y acciones de l


. ,, o s humano s. El s1g · lo xv1
conoc10 un gusto cada vez mayor por Io exo,,. tico
· · ,,. '•
y una fasc1na
· c1on espe-
¿QUÉ PROBLE�lA PLANTEA LA �10DER
NIDAD!"""

cial por n1odos de vida alte .,


rnativos, lo que serviría <.i e co
... . ... ntrapunto par· · '1
uch o s a r gum en tos fi lo s o ficos pos ter iore s. ( Todav í·l , .
. e n e 1 s I g 1 o xv l n , a
01 . .
Aifonte squ1eu y S an1ueI Joh nson les sigue pareciendo út"1 1 pre,.se , ntar ide·,s....
· 1 as a personas de algún país le 1·.u10 co
es y atr1·bu1r .. .
l·nhabiroal , n10 Al)1s1n1a
L
.. '

P ) El acces. o a la d1vers1da d de cult a u



0 ersia. . ur s p so a J. )rue .1 su con1pro-


.
miso por dar un a imag .
· en sin cera y de pr1111era n1ano de ¡.1, exr
., . . r)er·1enc1a • hu-
mana. Las poblac10nes exo t1cas pueden considerarse primitivas, salv
ajes
nas, y sus modos de pensar y
0 infrahuma · ., ·
· de vivir heréticos r)·lg·
, , t , i nos o
L ,

caóticos; es la opc1on in telectual que suelen ton1ar aquéllos cuyas decisio-


nes están ya tomadas de antemano. Pero nosotros podría11105 añadir
estos descubrimientos recientes y exóticos al gran acervo de testi inonios
sobr e la humanidad y la vida hun1ana, y ampliar así nuestra con1 prensión
y simpaóa hasta el punto en el que el 111arco de ideas heredado pueda
compaginarse con las riquezas de la etnografía. Pues bien, esta segunda
opción fue la que caracterizó a los humanistas laicos de la Europa del
siglo XVI. Esta línea divisoria no enfrentó nunca, e1npero, a los escrito­
res eclesiásticos con los laicos. Por ejen1plo, cuan do, una vez llegados a
Suramérica, los conquistadores empezaron a esclavizar a la población na­
tiva, fue fray Bartolomé de las Casas quien ton1ó partido por la hu111ani­
dad de los indígenas americanos y pidió al papa que los pusiera a salvo del
tráfico de esclavos. Y otro sacerdote, el padre jesuita Matteo Ricci, tras
ser enviado a Pekín a finales del siglo xv1, adoptó la vida y costu111bres de
un mandarín y enseñó el cristianismo a una comunidad china con un ta­
lante que tenía en cuenta sus costumbres en vez de condenarlas. Ta1n­
bién Montaigne, aunque sus viajes no lo llevaran más allá de la ciudad de
Roma, mostró interés por los informes etnográficos y añadió a 5u rep er­
torio de experiencias personales varias reflexiones sobre cuestiones conio
habían
la desnudez y e1 can1·ba ¡1smo, · cuesti·ones que h·ast'a entonces --se
considerado tabú.

h e l e sp e to d e ]o s hurna-
En el campo de la filosofía propiamente d.1c 0, r
. . sti. ntas 1na-
. .. . . se lasmó de di
nistas a la complepdad y d1vers1dad en genera 1 P .... ón de la r ./
. 1on
ac
e
n ras.
. Los naturalistas se alegraron ante 1 ª g. .
ran P ro ·
fusi
n a
\. .. r e
. 1nas g I o l)d-
s1ste ·
.
divina' pero los que buscaban en la experien • cia ·. hu ina . 1 / '. 11n<
•an~ o . Dada s la s va r1a o1s • . 1s,
les de teoría física sufrieron un gran deseng

57
COSMÓPOI,IS

siglo xv1, nadie podía


· l eas
tt que c11· .cu l a lJ ·ltl · do intelectual del
, en el. inun
manera convincente o definitiva,
en t.rentarse a l os.. pr(J ble·111 as de física de
v cau-1 a cua. 1 era ¡ 1·bre de creer
lo que ouis
-1 iera. En filosofía natural, muchos
e se r
�ie los hurnanistas-de nuevo, al igual que Sócrat s- vie on empuja-
este respecto,
dos a adoptar actitudes de puro escepticis1,130- A , _ la postura
adoptada por Montaigne en su ensayo mas extenso , y mas ab1�r�amente
,
filosófico-nos estamos refiriendo a su Apo logza de Ramon Szbzuda-es
bastante característica, aunque por momentos nos parezca extrema. Tras
estudiar la variedad de doctrinas que los escritores del siglo xv1 seguían
para explicar los fenórnenos naturales de la naturaleza (como había he­
cho Sócrates con sus antepasados de Elea y Jonia), Montaigne concluye
diciendo que los intentos por alcanzar un consenso teórico sobre la na­
turaleza le parecen fruto de la presunción y la ilusión humanas. Este es­
cepticismo sobre las posibilidades de la ciencia fue mucho más radical
que el que se detecta en las ideas de su joven admirador e imitador, Fran­
cis Bacon. Bacon mantendría viva la esperanza de alcanzar un día algún
tipo de acuerdo sobre el mundo de la naturaleza. Aun así, sus métodos de
observación, y el empleo que hizo de éstos para desarrollar nuevas teo­
rías, siguieron estando próximos a la experiencia cotidiana y, en cual­
quier caso, distaron mucho de autorizar las construcciones matemáticas
tan características de la física del siglo xvn (por parte de Galileo y Des­
cartes en las décadas de 1630 y 1640, o de Isaac Newton a partir de la dé­
cada de 1660).
Nuevamente, al llamar «escéptico>> al humanismo del siglo xv1 debe­
mos guardarnos de caer en cualquier tipo de equívocos o malentendidos.
Desde Descartes, los filósofos han considerado el escepticismo como un
negativismo destructivo: el escéptico niega las cosas que otros filósofos
�firman./ Lo cual_ sirve perfectamente para explicar el escepticismo que
inauguro el propi o René Descartes al
. . introducir su método de la <<duda
sistemat1ca>>: su meta era, en efecto, acabar con las preten one de cer-
/

si s
teza carentes de garantías formales. Por su parte, los esc
épticos humanis­
t�s adop taron una postura totalmente distinta: no
/ querían tanto negar te­
sis �losoficas generales como afirmarlas. Al i
/ gual qu e esos dos filósofos
clas1co� con los que �l propio Montaigne
, se compara, Pirrón y Sexto '...
Empirico, los humanistas consideraron las
cuestiones filosóficas como
algo que trascendía el campo de la experie •
ncia de una manera 1n r ndi-
· d e1e .•
ble. Enfrentados a proposiciones teor1 / · cas abstr
actas, universales y atem-
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MO D
ERNIDAD?
4

orales, no veían en la experiencia una base s ufici . en te n1


.
pa ra ah.. nnar\·..1s--
P ·
ni para negarl as.
En. el campo de la teología o la filosofía, p. odern os (con la· (:leb..1da n10-
destia 1 ntelectual) adoptar como postura personal de trab·ªJ. º l·as, id . eas de
u lt u a her edada ; per o no po e
n estra cu. r .
d n1os negar a otr· os e 1 e1ere ch
oa
adoptar di. fer .entes postu as e t
r d rabaJo, y me nos aún· prete 11 der que
nues-
tra e.xper 1enc1a. «prueba» la verdad de nuestras distintas op1n · 1o· . nes y 1 a
. , / .
consiguiente fals/ �dad de todas las d�n1as. Los segui dore s del siglo xvi del
escepticismo clas1co nunca pretendieron rechazar posturas f'i los, o f'1cas n-
,,

vales, pues, según ellos, éstas no se dejaban ni probar ni refutar. Se trata-


ba, más bien, de ofre�er una nu�va manera de comprender \a vida y los
motivos humanos: al igual que Socrates mucho tiempo atrás, y que Witt­
genstein en nuestra época, enseñaron a los lectores la lección de que las
teorías filosóficas superan los límites de la racionalidad humana.
En sus escritos sobre la ética y la poética, Aristóteles nos había acon­
sejado no buscar la certeza, la necesidad ni la generalidad n1ás allá de <<la
naturaleza del caso concreto». Por su parte, los escépticos pusieron unos
límites semejantes basándose en la experiencia. No tenen10s por qué
avergonzarnos de que nuestras a1nbiciones limiten con cosas que están al
alcance de toda la humanidad: esta modestia habla, en todo caso, a favor
de nosotros. Pero la gama de los fenómenos cotidianos sobre los que la
experiencia humana da un testimonio sólido es ilimitada tanto en el (in1-
bito de los asuntos humanos como en el de la historia natural. Puede que
no exista una manera racional de atraer hacia nuestro punto de vista a
otras personas que mantienen otras posturas honradan1ente; en cual­
quier caso, no podemos cortocircuitar semejantes desavenencias; Antes
bien, debemos convivir con tales personas, como una prueba inas de la
diversidad de la vida humana. Estas diferencias podrían resolverse 01�-
· r · · convergencia
d.iante una u1ter1o exper1enc1a compart1·da que pern11·ta la
. .
d e 1as d.1ferentes escuelas. Como ant1c1po de esta, e xp er· ie · n· ci· ·1".' debeinos
r .,

aceptar 1a d1v . . . . es /
ptrt · t u d e to le ra n ci a. I olerar
ers1dad de op1n1ones con un . ,,
mg
la pluralidad ' ambigüedad o falta de certeza resultan tes n o es
n un

. ain o . s ª reflexion · ar , vere1110s


error, y mucho menos un pecado. S1 nos par
que e/ ste es el precio que tenemos que pagar por se , es· hu1nanos, V no
, . r ser
dio ses.

59
COSMÓPOLlS

ADIÓS AL RENACIMIENTO

\ lo 1 argo de¡ s1� ·g. lo xvu , este talante tan interesante fue perdiéndose poco
.L'-\.. .
,, ica ,,
· duda, en su propaganda publ hecha en la decada de 1660, los
a poco. S.1n . . .
de Lo ndr es se s rvie on de las mo de stas rei-
fundadores de la Royal Society � �
nc1a natural y de sus peti­
vindicaciones de Francis Bacon a favor de la c1e
ciones de ayuda financiera a Carlos II, si bien en la práctica tuvieron poco
en cuenta las restricciones que impuso Bacon a los usos de la teoría. Sea
como fuere, en cuatro aspectos fundamentales los filósofos del siglo xvn
arramblaron con las viejas preocupaciones del humanismo renacentista.
De manera particular, dejaron de interesarse seriamente por cuatro tipos
distintos del saber práctico: el oral, el particular, el local y el temporal.

De lo oral a lo escrito

Antes de 1600, tanto la retórica como la lógica se consideraban ámbitos le­


gítimos de la filosofía. Las condiciones externas en las que los <<argumen­
tos»--es decir, las manifestaciones públicas-resultaban convincentes a
un determinado público se trataban con el mismo rasero que los pasos in­
ternos que había que dar en los «argumentos» relevantes, es decir, en las
concatenaciones de enunciados. Se suponía que era posible encontrar nue­
vas maneras de formular argumentos teóricos en campos que eran aún me­
ramente empíricos; pero nadie cuestionaba el derecho de la retórica a co­
dearse con la lógica en el canon de la filosofía, ni se trataba tampoco a la
retórica como una disciplina de segunda clase y, por tanto, inferior.
Este talante precartesiano contrasta fuertemente con el que se ha
dado por supuesto a lo largo de la historia de la filosofía moderna. En el
debate filosófico que se inició con Descartes, cada cual leía las cuestiones
sobre la solidez o validez de los <<argumentos» como algo referido no a
una manifestación pública ante un público concreto sino a una concate­
nación de afirmaciones escritas cuya validez descansaba en sus relaciones
internas. Para los filósofos modernos, la pregunta retórica de <<¿Quién
declara qué, a quién, en qué foro y con qué ejemplos?» ya no pertenece
a la filosofía. Según ellos, el mérito racional de los argumentos no puede
de��nder de determinados datos sobre su recepción humana, como el
merito de una prueba geométrica no dependía tam
poco, para Platón, de
•'
60
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MO
DERNIDAD?

la prec isión de los diagramas a djuntos aun cuando e,, stos fu


. buJ. ante mag1str . ' . eran obra de
n
u d1 a 1 . E l p rog r a m a de investigación d e 1 a filosof"
,, as1,,, to das . ia n10-
derna p ost erg o, 1 as cuestio nes .
sobre la argu mentac1o n- ,,
. . entre
r s na s co nc ret en 1 tua c 1 ones conc r et as, acercade casos concreto
Pe o
as s
. . sY
allí don d e hay varias co sa s en Jueg o-a favor de pruebas que pod"ian
. . . ,, po-
s
ner e por esc rito, y Juzga rse t a mb1e n en cuanto esc ritas.
Este cambio tuvo parale,,lism .
os históricos. En la antimiedad Pl ,,
o� , a ton
m
condenó e 1 e p I eo de 1 a �etonca p�r parte �e �os sofistas por «hacer que
el peor argumen:o parec1er� el meJor». Ar1stoteles salió al paso de esta
acusación. Para el, las cuestiones sobre las condicion es y circunstancias
en las que los argumentos resultaban interesantes eran algo que los filó­
sofos podían abordar con la conciencia tranquila. !-lasta el siglo xvi, los
filósofos debatieron estas cuestiones sin la menor sensación de que fue­
ran no racionales, y mucho menos antirracionales. Pero el siglo xvn dio
al traste con este empeño aristotélico y retomó la acusación de Platón
co n tanto éxito que los empleos coloquiales de la palabra <<retórica>> han
resultado desde entonces sospechosos, como si las cuestiones retóricas
tuvieran que ver sólo con el e1npleo de trucos fraudulentos en el debate
oral. (Incluso en nuestros días, los estudiantes de retórica tienen que ex­
plicar que el término no es necesariamente peyorativo.) Después de la
década de 1630, la tradición de la filosofía moderna en Europa occiden­
tal se centró en el análisis formal de cadenas de enunciados escritos 1nás
que en los méritos y defectos concretos de una manifestación persuasiva.
En esta tradición, la retórica deja paso a la lógica formal.

De lo particular a lo universal

S e produJo . .
cuan to a 1 a 1 cane e d e la re fe re ncia filosó-
un cambio paralelo en ,, 1 gos . 0·10rales y los filo-
. s teo o
fica. En la Edad Media y el Renacimiento, lo
so co -
sofos trataron las cuestiones morales basándose en e5 rudios de ca �d �
,, . . Y e 1 d er ech o co ns u et u in ar10
cretas, como aun ocurre en la JUr1sprudenci. a
. . . 1. eron 1os roced1· . n11e . ntos que Ans ·-
ang1 oamer1canos. En este sentido, s1gu
,, ,,
P
n u n ,, .e,
. saJ
p�1
s
toteles recomendó en la Etica a Nic. oma ,, co: « El b'ien», leen10 e
,, . . · .·,, n
. ua
. 1·1 te n1· 1t1 c a o s1t c1o
de
<<no tiene una forma universal � indepen(iiente <
ta
'
nci

as pa rt1 cu
• •
l ·a _
o c re
. . .
0 m l siem pr e re s p e ta las circuns
c n ta: J 1
el sano u c1 ora .1cu • c Í'l, (i de la acción
la p . 1,an
res de un caso concreto>>. Su clara visión de ar t

61
COSMÓPOLIS

ctica de la casuística católica y anglicana hasta el si-


,, ,,
l1un .
1,1n ,1 a J une
· n to la l)ra
.
resó ,la esperanza de q�: la
glo xvi1. Hasta el mismo Descartes, si bien exp
,, · teor1a formal, reconoc10 el
enea pud.1era alcanza.r un día el estatuto de una
da. :�ro, en _ la década
valor provisional de esta experiencia m_oral hereda
de 164o Antoine Arnaud, un ami�? í�timo del �at�matic� Bla1se P�scal, _
compareció ante el tribunal escles1ast1co de Pans a mstan�1a: de los ¡�sm­
tas, que lo acusaban de _ herejía: en su defensa,, Pascal publico una sen� de
C'artas provinciales anómmas. El blanco al que estas ap_u�taban era el meto­
do etnpleado por los casuistas jesuitas, basado en anahs1s de <<Casos de con­
ciencia>> (casus conscientiae) específicos y concretos. El feroz sarcasmo em­
pleado en las cartas contra los jesuitas desacreditó de manera duradera la
utilización de cualquier tipo de «ética casuística».
En el ámbito de la medicina y el derecho, siguieron teniendo bastan­
te importancia las exigencias pragmáticas del quehacer cotidiano, y el
análisis de casos particulares conservó su respetabilidad intelectual. Pero,
a partir de entonces, la casuística sufrió por parte de los moralistas el mis­
mo desprecio general que había sufrido la retórica por parte de los epis­
te1nólogos. En efecto, a partir de la década de 1650, Henry More y los
platónicos de Cambridge consiguieron que la ética entrara a formar par­
te de la teoría abstracta general, divorciada de los problemas concretos
de la práctica moral; y, también desde entonces, los filósofos modernos
en su conjunto han venido sosteniendo que-al i gual que el Bien y la Li­
bertad, o que el Espíritu y la Materia-lo Bueno y lo Justo se deben con­
formar a unos principios atemporales y universales, al tiempo que consi­
deraban «afilosóficos>> o poco honrados a cuantos escritores se centraban
en casos concretos, o en casos marcados por determinadas circunstan­
cias. (Que los teólogos tejieran todas las redes casuísticas que quisieran:
los filósofos morales debían moverse en un plano más general y abstrac­
to.) De manera que los filósofos delimitaron de nuevo su ámbito de tra­
bajo, y el examen exhaustivo de «casos prácticos particulares»· quedó des­
cartado de la ética por definición. La filosofía moral moderna no se
interesaría ya por <<estudios de casos» concretos o discriminaciones mo­
�a�es concretas, sino por los principios generales y globales de la teoría
e�1ca. En una palabra, que los casos concretos dejaron paso los princi­
a
pios generales.
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA L
A .MODERNIDA
D?

De lo local a lo general

Sobre el tercer t ipo,· de . , ,


saber práctico-es decir ' s, o b
re 1 o 1 ocal-se pro-
.
duJO u a co. n ntra pos1 c1on parec1. (:l a. Los hun1 anistas li e l • .
. s1g1 o xv1 encon-
traron una 1111po rtante fu. ente de n1ater1al en la etnog t..a f·ta, l·a geo .,,.
. . · ,,
. p11nas estas en las que el 1nét grah1 · "'1
la h i st o ri a, d1sc1 od o de .(1 n:'t· (.1 ts1 ,·,s ,, . �
no tiene de1nas1ado pred1can1ento. Los etnógrafos.. r g �geo1netnco
. .

. . , . . . . eco en uatos sobre


cuestiones con10 las p1 acocas Jnd1c1ales . de deterinin·id . ( ·(.is'- J. llflS( · , -1.llC •
Clones
o
l cales, de las que se han ocu pad o deten1dan1ente •'"i l b unos (.·intr opo,,.1
. .. .
(T.
ogos,
como es el caso de Cht tord Geertz en su libro ConociJniento lo.,,¡ l • E11 C, ... 1111-
bio, en las _primeras �áginas del Discxu:ro _del 1��todo Descartes confiesa que
,
b a a sentido desde Joven una gran fasc1nac1on por la etnografía y la his­
bi
toria, pero que se alegra de haber superado este pecado de juventud: <<l�a
historia es con10 viajar por el extranjero. Ainplía la 111ente, pero 110 l a
profundiza».
A los etnógrafos no les impresionan las inconsistencias descubiertas
en las costumbres jurídicas de los diferentes pueblos; pero los filósofos
tienen que descubrir los principios generales que rigen una deter1ninada
disciplina o, mejor dicho, todas las disciplinas. Descartes consideró la cu­
riosidad que animaba a historiadores y etnógrafos con10 un rasgo hu1na­
no p erfectan1ente perdonable; pero dejó bien claro que la verdadera
comprensión filosófica nunca resultaba de acun1ular experiencia de de­
terminados individuos o casos específicos. Las exigencias de la racionali­
dad hacían que la filosofía tuviera que buscar ideas y principi os abstrac­
tos y generales, capaces de englobar e ilu1ninar los casos particula e.
_ � �
Esta reacción de Descartes tiene asimismo sus paralelisn1os historicos.
Platón había hablado ya de diferentes ciudades «que funcionaban mal»,
parecidas a esas <<familias infelices»· de Tolstoi que presentan unas patol �-
, · n1di·1' r est·i( s d1-
gias específicas. Los historiadores políticos eran 1·b I res de es
n .r
.e . • ,, ,,
1erenc1a s s1 as1 les apetec1a · pero l a tarea de 1 fi1los ,, o f.O cons · is tí a en de sc ub
pr1n • . . '
c1p10s generales de «salud pohttca»
' ,, . ocu I tos ., b ª.
· ·
J º . la s id i ·
osi n cr as ias lo-
. u(1 ao-1
ca 1es, con objeto de arrojar luz sobre las cosas que l1 acen qu e un a c1
sea sa lu dable o «funcione bien>>. Por su parte, Ar1s, t º,, teles.. tuvo u. na op, . l.
. . /
. 1111 on
. dª hunT1' na no se prest.1 ),l a
- ª VI
,, ,, .
mas amplia acerca de la filosofía pohttca. L ,, . . , ., , , u/ 11
generahzac1ones abstractas. La var1edad de� Ios .ªsu
. . . n to s po h uc os e1 a, se g
111e· /n 111 . u.y útil
e"l , un aspecto ineludible de la vida . civ .
, tca .Y, co __ 1110 ta l er a t a 11 1
,, 1 ,, .
nte . a fi lo so , t..'
te a (·lon. 11· n(..111 re h•,1 .sta el
para el quehacer filosófico. Esta fue . a to
63
COSMÓPOLIS

.
() los'. filo
. . . sofr
" )s mo
· derno. s despacharon la etnografía y
· lo xv1. J). ero cti·,ltld
s1g . . . .
· ntes» para la investiga-
· ona con eI e'alificati·. vo despecti vo de «irreleva
1 ª .l11st L

de su �uehacer �artlcular
ción verdaderamente «filosófica», excluy�ron
onocidas anteriormente
toda una serie de cuestiones que habían sido rec
a tir de entonces la
como tema legítimo de investigación. Es decir, que par
diversidad concreta dejó paso a axiomas abstractos.

De lo te1nporal a lo atemp oral

Finaln1ente, a imitación de los teólogos medievales, los humanistas del


Renacimiento dieron igual importancia a las cuestiones concretas de la
práctica jurídica, médica o confesional que a las cuestiones abstractas de
la teoría. Todos los problemas de la práctica del derecho y la medicina
son <<temporales>->. Se refieren a unos momentos específicos en el tiem­
po: ahora y no después, hoy y no ayer. En dichos problemas, <<el tiempo
es esencial>>-, y, según la formulación de Aristóteles, se dilucidan pros ton
kairon, «según lo exija la ocasión». La decisión de un navegante de cam­
biar el rumbo diez grados a estribor es tan racional como los distintos pa­
sos que se dan en una deducción matemática. Sin embargo, la racionali­
dad de esta decisión no descansa solamente en cálculos, sino también en
saber cuándo se efectúa. Puede que las sumas más relevantes se hayan
realizado de manera impecable; pero, si la acción resultante se aplaza in­
debidamente, la decisión resulta <<irracional».
Las cuestiones sobre la temporalidad de las decisiones y acciones, o
de las declaraciones y argumentaciones, habían sido los asuntos básicos
de la filosofía precedente. Para los eruditos del siglo xv1, el modelo del
«quehacer racional» no era la ciencia, sino el derecho. La jurisprudencia
ponía de manifiesto no solamente el vínculo que existía entre la «racio­
nalidad práctica» y la «temporalidad», sino también la importancia de la
diversidad local y del plano de lo particular, y la fuerza retórica del razo­
namiento oral; y, en comparación, todos los proyectos de una filosofía
natural universal parecían problemáticos a los humanistas. Cien años
después, las torn�s han cambiado por completo. Para Descartes y sus su­
cesore�, las cuestiones temporales no tienen ninguna importancia para la
filosofia; por eso se esfuerzan por sacar a la luz las estructuras permanen­
tes que subyacen a todos los fenómenos cambiantes de la naturaleza.
'
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD?

Así pues, lo� pasajeros asuntos humanos ocupan desde el principio un


1 lugar secundario para los filósofos modernos, o, lo que es lo mismo, és­
tos relegaron a �n segundo plano los asuntos de orden práctico y tempo­
ral por no considerarlos auténticamente «filosóficos». A partir de la dé­
cada de 1630, los interesados por la jurisprudencia pueden seguir mirando
a la filosofía como fuente de métodos intelectuales; pero, dentro de la fi­
losofía propiamente dicha, el derecho y la medicina dese1npeñan un pa­
pel marginal. A los filósofos no les interesan ya fenómenos o factores que
puedan ser válidos de una manera-o en una época-diferente. A partir
de la épo ca de Descartes, la atención se centra en principios atemporales
que rigen para to das las épocas p or i gual, de manera que lo transitorio
deja paso a lo permanente.
Esto s cuatro cambios mentales-de l o oral a lo escrito, de lo local a
lo general, de l o particular a lo universal y de lo temporal a lo atempo­
ral-eran distintos; pero, tomado s en su contexto histórico tenían mucho
en común, y el resultad o global s o brepasó l o que p o dría haber produci­
do uno de ellos por sí solo. Todos reflejaro n un abandono histórico de la
filoso fía práctica, que se alimentaba de ámbitos como la 1nedicina clíni­
ca, la práctica judicial y el análisis de casos morales concretos, o, si se
quiere, de la fuerza retórica del razonamiento oral, en aras de una con­
cepción teórica de la filosofía. Los efectos de esta mutación o desplaza­
miento fueron tan profundos y duraderos que el resurgir de la filosofía
práctica en nuestros días ha cogido a mucha gente p or sorpresa.
No es casual que el diagnóstico y el aspecto pr o cesual, la ética del
caso concreto y la retórica, o el compendio de máximas y la p o ética fue­
ran marginados y cuestionados al mismo tiempo. En las disciplinas prác­
ticas, las cuestiones de adecuación racional son temp o rales, no aten 1p o ­
rales; concretas, no abstractas; locales, no generales; y particulares, no
universales. Preocupan a perso nas cuya obra gira en torno � actividades
prácticas y pastorales; pero l o s filósofo s del siglo xv11 se movieron �n :or­
no a la teoría y carecieron de una mentalidad práctica. Los p�oc�dumen­
tos para abordar tipos de pr o blemas concretos, o clases �m11 ta�fos de
casos, nunca han sido una preo cupación fundamental de la hlosoh�1 1110-
derna, la cual se ha centrado, antes bien, en n1étodos ab 5 rr�1 ctos Y �1 te 111,­
porales a fin de l o grar s o luciones generales a pro�llen;:s urnv�rs al c s . As i,
a partir de 1630, el centro de las investigaciones hlosohcas dcJ;l en llllsl_ �
gundo plano los detalles particulares, concretos, temp oLiles �- lllcl ks t!L
65
COSJ\1ÓPOL1S

plano superio�, estra­


los asuntos huinanos cotidianos para privilegiar un
forman a teor1as abs-
tosférico, en el que la naturale za y la ética se con
tractas, atemporales, generales y universales.

es cambió tan drásti -


•Po r qué l centro de las p reocupaciones intelectual

camente en Europa precisamente en aque11a e,, poca., ¿ e o,, rno exp11car


c e
· este

distanciamiento, después de 1630, respecto de los aspectos orales, loca­


les, pasaj eros y particulares de la vida y el lenguaje, y el nuevo hincapié
s
en las argumentaciones escritas, las ideas generales y lo princ ios abs­
ip
tractos y atemporales? Ya nos hemos referido antes a algunos de los fac­
tores más relevantes, como, por ejemplo, el auge de una cultura laica. En
la Edad Media, el principal vehículo de las doctrinas religiosas fue la pre­
dicación oral, lo cual fomentó el interés por la retórica. Una vez que la
página impresa complementó o sustituyó al registro hablado, los erudi­
tos laicos se vieron capaces de leer todas las Escrituras y C omentarios
por sí solos, por lo que se centraron más en la crítica de las argumenta­
ciones escritas. Lógicamente, los lectores laicos se involucraron menos
en el trabajo pastoral que sus precursores eclesiásticos; sin duda, agitaban
cuestiones relacionadas con la teoría ética, pero sin tener ninguna res­
ponsabilidad en <<la cura de almas». Los humanistas del siglo xv1 habían
seguido abordando cuestiones de filosofía práctica; pero los filósofos del
si glo xvn, como si hubieran formado una auténtica «intelectualidad»,
debatieron sobre las cuestiones teóricas desde fuera.
Sin duda, se necesitan más cosas para explicar por qué, tras tantos si­
glos de filosofía práctica en la estela aristotélica, la nueva filosofía exigió
no sólo una mayor atención a las cuestiones relacionadas con la teoría,
sino incluso la exclusión de la filosofía de todas las preocupaciones prác­
ticas. ¿ Dónde encontrar estas «cosas más>>? Para contestar a esta pre­
gunta, sobre todo, los historiadores de la filosofía deben tomar más en
serio las obras recientes sobre la historia económica y social de principios
del xvn. La discrepancia entre, por un lado, la tesis imperante sobre la
_
modern1dad, según la cual la ciencia y la filosofía fueron productos de
_
la pro �pen dad Y con�ort del siglo XVI, y, por el otro, el planteamiento de los
_
estudiosos de h1st�r1a general en el sentido de que los años posteriores a
1610 fueron una epoca de desorden social y
retroceso económico, salta
66
1
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA
LA MODERNIDAD?

den1asiado a la vista para no ser tenida en cuenta E--n rea¡·1 dad , nue
stro es-
tudio se 1n1c10 a parar de esa discrepancia

. , por lo que y,i es h ora de mi· -


• • • • ;> •

rarla de frente Y p regunta r�os < ¿De qué manera el nuevo enfo
: � que inte-
lectual de la Europa de pr1nc1p10s del xvn reflejó la generalizada crisis
social y econón1ica de la época?».
Ta�toJohn Dewey co1no Richard Rorty sostienen que la filosofía se
ha metido en su <<n1oderno» callejón sin salida como consecuencia de la
obra de René Descartes. Sin embargo, ninguno de estos filósofos se ha
n1olestado en preguntarse por qué la «búsqueda de la certeza>> no intere­
só a nadi e un siglo antes o después, sino precisamente en aquella época.
En su opinión, basta con diagnosticar los errores en que cayó la filosofía
moderna. Ni han considerado ne cesario preguntarse por qué esa desgra­
cia se cernió sobre la filosofía de la manera-y en el momento en-que
lo hizo. Sin embargo, al soslayar tales cuestiones históricas, sus argu­
mentos ejemplifican la persiste nte divisoria entre la r e tórica y la lógica,
tan característica de la postura misma que pretendían re chazar. La pre­
gunta de <<¿Por qué las personas cultas de mediados del siglo xvn en­
cuentran tan atractiva y convincente la "búsqueda de la verdad"?» es una
de las preguntas retóricas que Descartes desterró de la filosofía, y que
versa· básicamente sobre el público filosófico en un contexto concreto.
En otras palabras, la pregunta es por qué el <<error cartesiano»-si es que
fue un error-resultó tan convincente para la gente a partir del año de
1640, algo que no había ocurrido en la alta Edad Media, ni ocurre tam­
poco en la actualidad.
Una pregunta que es sumamente pertinente para la filosofía en gene­
ral, y especialmente en nuestros días. Si hemos de dar la razón a Witt-
genstein, la misión principal del filósofo es precisamente mostrar por que
sentimos la tentación de meternos en estos •«calle jones sin salida» intelec­
tuales. Y si esta misión lleva a investigar la historia social e intelectual,,, �ues
tanto mejor. Decir que todos los problemas verdaderamen te �l�soficos
_ _
deben enunciarse con independencia de cualquie r situación h15toric� con-
·
creta y resolverse con unos metodos 1gua1 mente exentos de .toda . reteren-
· · s que
;>

c1a contextua1 , es precisamente una de I as pretens1·ones r1e c1onahsta ..


. . -1 . ' que no a la
.
h-
meJor caracterizan a 1 a filosofía mo de rna e· ntre 1640 y 19co
1osofía en su forma ya me dieval ya posterior a \V. 1·rtg•enst - etn · I_.;,·1 ¡1reti01.1nta
. . . res�1 s1n . cer�1-
. se l"b
pr1nc1pal de nuestro ana;,¡•1s1s 1 ra '-l e e sa,. o l) J. C('ÍÓ .. 1n
· n · Se te
. . . . ; e 1 h ec )1 ,}10 l � l1ue René l)esc�1 rtes
pu-
mente por la h1stor1a de las ideas y le
cosMÓPOLlS

l a ue no filosófi ca no s tra e co tnp letamente sin cuidado. Antes


l l.1era tac 1 1ar 1 .
, este l .
1ec l10 ·1u stra un a vez n iás el fen ómeno esencial que nos preocu-
l )len
· L1 . . ,

pa aqu1;.,, a sa . b cr, e1 rechazo por el sig , lo xvII de las cuestiones locales, tem-
. . . .,,
por un pro gra ma de 1nve st1gac 1on filo-
pora 1es y pra,, c. u· cas y su sustitución .,, . .,, .
1en ta lm en te gen er1 co, ate mporal y teo r1co.
sófica con un enfoque fundan

DE LOS lIUMANISTAS A LOS RACIONALISTAS

Para mejor perfilar nuestra argumentación, pongamos a Montaigne y a


Descartes cara a cara. Escritos en las décadas de I 570 y I 580, los Ensayos
de Montaigne destilan una filosofía humanista que ha alcanzado su plena
madurez. En su único ensayo de índole estrictamente filosófica, la Apolo­
gía de Ramón Sibiuda, Montaigne se decanta a favor del escepticismo clá­
sico con10 la mejor manera de huir del dogmatismo -presuntuoso. En sus
otros ensayos explora diferentes aspectos de la experiencia humana, para
lo cual se inspira en recuerdos personales de primera mano, así como en
el testimonio de vecinos y amigos, o en pruebas sacadas de la literatura
clásica o de los relatos de los historiadores y etnógrafos de su época.
Una vez familiarizados con el estilo y la lengua idiosincrática de
Montaigne, muchos lectores de hoy descubrirán que sintonizan más con
él que con sus sucesores del siglo xvn. Al leer lo que Michel de Mon­
taigne y Francis Bacon tienen que decir sobre cientos de cuestiones a
partir de la experiencia humana (por ejemplo, las exigencias de la amis­
tad, el canibalismo, la desnudez o las convenciones del vestido), su len­
guaje nos resulta tan familiar en nuestra época como sin duda resultó a
sus primeros lectores de entre I 580 y principios del siglo xv11. Ni Mon­
taigne ni Bacon pierden el sueño por la corrección o incorrección teoló­
gica de sus opinio nes (la Apología es el único ensayo que se puede decir
que ro za la teología). L o s do s hablan acerca de la vida tal y como la en­
cuentran, y escriben de ella co n un talante no doctrinal.
Y, volvemos a rep etirlo , no es que ninguno de est o s autores fuera
·«irreligioso »: M ontaigne fue católico practicante y Bacon acudía al ser­
vicio anglicano con la asi�uidad que mandaban los cánones. Ni, por su­
_
puesto � pertenec1e�o� a ninguna t ertulia antirreligiosa. Fueron hombres
de su t1emp� ;-i�e �1v1eron como tales; y, dada la naturale za de su tiempo,
no l es parec10 1nd1spensable estar constantem ente invocando el nombre

68
r
1
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD?

de Dios ni mostran_do una constante angustia por su salvación personal.


En esto, las Confesiones de san Agustín contrastan fuertemente con los
Ensayos de Montaigne. El francés hace comentarios irónicos sobre su
conducta cotidiana: sobre su costumbre malsana de comer con gula, has­
ta el punto de morderse la lengua e incluso los dedos. Pero no se descu­
bre ni golpea el pecho, como si este vicio lo obligara a confesar en públi­
co sus pecados. Antes al contrario, su propósito es desenmascarar la
pretensión, la pose, el autoengrandecimiento o el autorreproche, y ofre­
cer un cuadro sin retoques de su experiencia vital y mental.
El punto de vista de Montaigne contrasta también fuertemente con
el de René Descartes o el de Isaac Newton. La modestia intelectual de
los humanistas condujo a muchos pensadores-como fue el caso de Ba­
con y Montaigne-a adoptar un talante relajado y comprensivo, que
hace que nos resulten particularmente simpáticos, y a poner cierta dis­
tancia entre su afiliación religiosa y sus reflexiones filosóficas o literarias
sobre la experiencia. En cambio, los fundadores-en el siglo xvn-de la
ciencia y la filosofía modernas acarrearon con unas responsabilidades
teológicas que conformaron el resto de su quehacer intelectual. Una y otra
vez, Descartes y Newton expresan su preocupación por la ortodoxia reli­
giosa de sus ideas; y sólo comprenderemos plenamente la fuerza de sus
especulaciones científicas si tenemos en cuenta estos compromisos. Sin
embargo, no es que los intereses de Montaigne y de Descartes discrepa­
ran hasta el punto de acabar en un diálogo de sordos, <<cruzándose como
barcos en la oscuridad». Por ejemplo, en su último ensayo, De la expe­
riencia, Montaigne se enfrenta directamente a los principales problemas
filosóficos que Descartes abordaría cincuenta años después, y extrae de
su propia experiencia motivos suficientes para rechazar por adelantado
las conclusiones que Descartes expondrá en térn1inos genéricos Y abs-
tractos en sus Meditaciones.
Montaigne se ríe asimismo del empeño por desvincular las actividades
a hn a
mentales de los fenómenos corporales: « Q uien · quie · re separarse de su . '
que 1o haga... cuando su cuerpo este,, en1e · del conta g·10;
r rn10 para as1" l1º· brarla L

.

. n1e-
pero, en otras ocasiones, que e1 a1 ma asista y f:avorezC'l'- a l cuerr10 .V· no se
.

e
gue a participar en los placeres corpora1 es». E_;n otro 1 uga r , escrib · L

In
• • •
e>
, =-· ez, ,), 0 aconsejo ;1 b 1nía que
Como es pr1vileg10 de la n1ente rescatarse (j e l·(1 \ieJ
"'

crez ca \ , �
et ·de <. ¡ ue flo rc zc 1 entre L1ntn.
haga con la mayor fuerza que pueda. Que
COSMÓPOLIS

. 10 mu ,
er d a go en árbol mu erto. Pero, ay, temo que me traicione.
st pue<.ie, con
. ,
v1n cu 1 o f .
ra tern al tan fuer te con el cuerpo que me abandona en cada
Mantien e un
par a seg u ·
ir 1 o en su nec esid ad . Y o la llevo aparte y la adulo y trabaJo, pero
revue1 ta . .,
trat o de apa rtarla de esta v1n cula c1on . Le ofrezco a Séne-
todo en van o. E n van o . _ .
pa
ca y a e atu1 o, le ofrezcO damas y bail. es. .
reg ios; per o s1 su cam nero tiene un có-
. . ,
bi én • N1 s1qu 1er a las act1 v1da des que le son mas pr o-
l.1co, ella parece tenerlo tam . . ,
· ancias: se huelen siempre cuando hay un
p1as 1 ogran exc1·tarse en tales circunst , . . ., .
las prod u ccion es del esp1r 1tu s1 no hay tamb 1en vigor
resfriado. No hay vigor en
en el cuerpo.

y se muestra particularmente duro con los filósofos que se escudan en el


contraste entre la m ente y el cuerpo para justificar su desprecio por la ex­
periencia corporal. Los filósofos se ven arrastrados al dualismo, sugiere,
sólo cuando se sienten a disgusto con su naturaleza corpórea:

La filosofía se comporta de manera muy infantil, en mi opinión, cuando se yergue


sobre sus patas traseras y nos predica a todos que es una alianza bárbara casar lo di­
vino con lo terrenal, lo razonable con lo irrazonable, lo severo con lo indulgente, lo
honorable con lo deshonorable; o que el placer sensual es una cosa bruta, indigna de
ser disfrutada por el hombre prudente.

¿Qué razones pudieron tener los filósofos modernos para despreciar la


carne ? Enfr entados a esta pregunta, se impone considerar las diferencias . ...,
de personalidad entre los humanistas d el Renacimiento y los pensadores
racionalistas que les sucedieron. Una ve z más, existe una diferencia sor­ - .
pr endente entre Montaigne y D e scartes. Las damas d e la corte fran­
cesa-según se nos cuenta-guardaban uno d e los últimos ensayos de
M_on_t�igne en e� gabinete (�l -�uriosamente titulado Sobre algunos versos de
V1rgtl�o), �ue l e1an con fnuc1on. En dicho ensayo se r e fl exiona sobre la
•.
exper1enc1a sexual y se deplora el hábito d e la gazmoñ e ría social:

¿Qué ha hecho a la humanidad el acto sexual, tan nat


ural, necesario y justo, para que
no nos atrevamos a hablar de él sin vergüenza y lo
desterremos de la conversación
seria y decente? Sin el menor reparo pronunciam ·
os palabras como «matar», «ro-
bar»' «traicionar»·' pero ésta n0 nos atreve1nos
a pronunciarla nunca' salvo entre
dientes. ¿Significa esto que cuant0 menos 1a m · · -
encionamos en nuestras conversacio
nes más derecho tenemos a hinchar nuestros p ·
ensam1en tos con e11a:-....

.
\
r
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD?

Por su parte, confiesa: «Me he dado a mí mismo la orden de atreverm


ea
decir todo lo que me atreva a hacer, y me disgustan incluso los pensa­
mientos que son impublicables».
Habla abiertamente del disfrute que le proporcionan las relaci
ones
sex ual es «N unca hub o u
� � hombre más impertinentemente genital en
sus relaciones»), aunque estas resultan mucho más agradables, insiste
cuando son la expresión de un afecto verdadero. También reflexion�
sobre la turbación que produce la impotencia. En edad más avanzada
dice-Montaigne vivió hasta los cincuenta y tantos-es más difícil, ant;
la eventualidad imprevista de hacer el amor con una mujer bella, garan­
tizar una erección satisfactoria.

Quien, a la mañana siguiente, puede esperar, sin morirse de vergüenza, el desdén de


los bellos ojos que han presenciado su flacidez e impertinencia [«Sus miradas silen­
ciosas escondían un elocuente vituperio», ov1n10], no ha sentido nunca la satisfac­
ción y el orgullo de haberlos conquistado y avasallado mediante el vigoroso ejercicio
de una noche ajetreada y activa.

Pero, lejos de reprocharle a su cuerpo estas flaquezas, reconoce que la


debilidad se debe tanto a la ambigüedad del deseo como a la fragilidad fí­
sica, y acepta de buen grado la responsabilidad personal del hecho de que
su cuerpo parezca a veces dejarlo tirado:

Cada una de mis partes me hace hombre tanto como cualquier otra. Y ninguna me
hace más propiamente hombre que otra cualquiera.

Algunas personas tendrán por frívola la idea de que la actitud de Mo�­


tai gne hacia el sexo arroja luz sobre su filosofía: e incluso encontraran
moralmente ofensivas sus reflexiones y lo acusarán de interesarse en e�­
ceso por esta cuestión. Pero podemos contestarles que la longitud del ci­
tado ensayo sobre Virgilio no llega a la vigésima parte (o al 5 por roo) de
1a totali. dad de los Ensayos. En el otro 95 por roo, re f1 exiona sobr. e ot .
ras
exper1e. nc1as
. con el mismo
. · to de la pretenc dad.
candor y aborrec1· m1en 10 s1
Podemos tamb1en .,
la pregu nta a estos o b.J e t re s v ¡ 1· reo-u ntarles:
devolver O • ti
/
, , , . cu.. es . 'tió· n ';)· e· Pod r1a h�1-
«¿Que puede decirn . os Rene Descartes sobre esta
. ... 1· enc.i·i' ·sexu al con10
her tenido una actitud tan relaJada respecto a su. exp . ei ·
, I·,ls., F'n la época te l
Montaigne?». Estas preguntas se contestan poi. s,i" so

71
COSMÓPOLIS

� i'al que tanto deploró Montaigne volvió a


I) escartcs, 1 a gaz1noneria" soc
~.
. ,, . ,,
·. de la cor te difi ctlm ente habr 1an teni-
ocupar un pruner plano. Las damas . .
o ·
libros de cab ece ra. La sex ualida d di staba
do .1 as o bras de Descartes com . . . ,, .
ra escribir exphc1tamente
tanto de ser una cuestión sobre la que se pudie
ia el sexo por pura
que debemos imaginar O reconstrui� sus actitudes hac _
· e enc1·a·, a saber, descodificando ciertas
1n1er pala bra s com o euf em ism os se-
xuales y buscando en el transcurso de su vida alguna clave que revele es-
tas actitudes.
Si buscamos eufemismos en Descartes, podemos empezar con la pa-
labra «pasiones», sobre todo en su última gran obra, que escribió para
la reina Cristina de Suecia, titulada Tratado de las pasiones. En ésta queda
claro que no se nos puede hacer responsables de nuestras emociones. Los
. sentimientos no son algo que nosotros hacemos. Según Descartes, la vida
del espíritu se compone fundamentalmente de cálculo racional, ideas in­
tuitivas, deliberaciones intelectuales y percepciones sensoriales. Así, po­
demos responsabilizarnos de la validez de nuestros cálculos, pero no de
unas emociones que pueden perturbar o confundir nuestras inferencias.
Por lo tanto, de la postura de Descartes, tomada a pie juntillas, se dedu­
ce que un filósofo puede declinar toda responsabilidad de sus erecciones
si no tiene una buena razón para decidir tener una.
En los tratados de Descartes sobre filosofía no encontramos nada que
se aproxime al candor y naturalidad de Montaigne, toda vez que el rela­
to de su vida sugiere que sintió cierta turbación frente a la sexualidad. Al
parecer, tuvo como amante a su ama de llaves, la cual acabó dándole una
hija. La muerte temprana de la niña lo apenó profundamente; pero si­
guió refiriéndose a la madre como a su criada y a la pequeña como a su
«sobrina>>. Una elección de palabras bastante curiosa. En la época, se su­
ponía que los cardenales eran célibes, y por eso tenían <<sobrinas» o «so­
brinos». Pero, ¿qué necesidad tenía Descartes de mostrarse tan reticen­
te? ¿Lo hacía por puritanismo, o tal vez por esnobismo? ¿Er la posición
_ a
social del ama de llaves demasiado humilde para un mi
embro de una fa­
milia venida a más y que aspiraba a la noblesse de la rob
e? •O eran más sim­
ples sus motivos? Desde la distancia temporal, no .
hay i'nanera de saber­ .. '
lo; pero hay u
�� cosa bastante clara: Montaigne «se atrevió a decir todo
lo que se atrev10 a hacer», pero en su vida privada
Descartes actuó como
actuó en su vida profesional, en la que-como él
mismo confiesa-larva­
tus prodeo (<<me presento a mí mismo enmas
carado»). ..i ...'
\

..,,,
'
r ¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDA
D?

Si Montaigne y Descartes difirieron tanto en cuanto a su per


. . . sona1.1-
d s
da ' . us d1feren c1as inte lect ual es fue ron mu cho más leJ·os todav1�a. p ara
Monta1gne, una buena parte de nuestra hu1nanidad consiste en cargar
1 1 ad de nuestros cuerpos, sentimientos y efect
con la responsab·1·d os de las
cosas que hacemos, dados estos cuerpos y sentimientos; lo que debemos
hacer aun cuando no siempre podamos ejercer un control absoluto sobre
estas cosas. En otros lugares nos habla de sus pedorreras, refiriendo la
historia que cuenta san Agustín del hombre que, mediante el control de
sus tripas, era capaz de. peerse al compás de la música. El ejeinplo es,
como puede ver cualquier lector, a la vez divertido y algo risqué; pero
Montaigne lo utiliza para decir algo bastante serio: a saber, que no sirve
de nada trazar una divisoria estricta entre los procesos corporales («ma­
teriales») y las actividades voluntarias (<<mentales») ya que no podemos
estar seguros, anticipándonos a la experiencia, de qué funciones corpora­
les podemos controlar de hecho y qué otras no. Montaigne vive en el
mundo de Rabelais. Como él, no se siente condicionado por la denomi­
nada «respetabilidad». Pero, en la época de Descartes, nos hallamos en
el camino que desembocará en el Pigmalión de George Bernard Shaw,
donde el padre de Eliza Doolittle se queja de tener que llevar un traje y
comportarse de una manera a la que no está obligado un honrado traba­
jador. La cuestión social oculta un argumento de índole intelectual. La
cuestión «mente y cuerpo» tiene más importancia de lo que parece a pri­
mera vista. La manera de abordarla no es un asunto de mera teoría; como
lo que está en juego implica «autocontrol>> , se suscitan cuestiones mora­
les o sociales. Los cambios que se producen en la actitud intelectual Y en
la teoría filosófica entre 1580 y 1640 corren, así, parejos con unos cam­
bios más amplios que se producen en la actitud hacia la �onduc ta �cep ta ­
ble o no aceptable. En la década de 1640, los racionalistas no s olo res­
tringen la racionalidad a los sentidos y al intelecto-lo que los psic_ólogos
. ,, • ros
11aman ahora 1a «cogn1c . 1on»-, sino que re fleJ·an también los pr1111e
amagos de esa <<respetab1. hda . d» que va a ser tan in · fluyente en los dos s1-
glos y medio siguientes. . .
. .
l a h. 1sto rt·.a e Je la c1 en c1 a o pa ra l·t1
¿Es este comentario relevante para.
,, ecn � .
ia I es� 1ndenend1ente1nen
· tc
filosofia? e·No se tratan los proble ma s tnte I _t •
de las actitudes sociales y viceversa
. · .. )·i
1. �. incu
. .;, A. l oesv ' r I·i' ra.c1onahdad ·Y. 1,1 1,0-
. . ber lo L1 _,
�H�l n­
. inos, sig .· . ie n d o sin sa
g1ca de la retórica y las e1noc1ones, esta u
, · ,.'lo J hot . <. l·.l (.:lll, s,_
. t"' �l no so
da básica de la filosofía 1noderna. I .Ja epi. stein . oloPT

73
COSMÓPOLIS

. • ino tam bié n morales. Los concep tos abstractos y


ttones 1nt e 1 ec ..tu .
a 1 ,
es, s . . . . ..
las ideas y las propos ion ic e s intuitivas'
los argun1entos eiormales, así como ,, . ,,
1 ,, · ma de est udio pa ra el filosof o; antes bien, est e puede
no so n
L.
e un 1co t e
cia humana de manera variada y
ocuparse d,,e 1 a totall.dad de la experien
eta . E s t as son las lecc iones que sacamos de los h umanistas, unas
concr . . .
rac 10n a hsm o q e po e
� - tierra
lecciones que están en los antípodas de u�
u
nos su me, en defimt1va, en
de por medio entre las emociones y la razon y
o
un escapismo moral. Al tratar los sentimientos com 1:1eros efectos de
procesos causales, nos los quita de las man�s y nos exime de toda res­
ponsabilidad: lo único de lo que somos racionalmente responsables (al
parecer) es de pensar correctamente. . . . .
Tanto Montaigne como Desca rtes fuero n u nos grand es 1nd1v1 d uahs-
tas. Los dos coincidieron en que el primer paso para alcanzar la sabidu­
ría se hallaba en el autoexamen. El Discurso del método y las Meditaciones
de Descartes, al igual que los Ensayos de Montaigne, pretenden servir de
lúcido modelo autorreferencial. Pero su individualismo los lleva por de­
rroteros distintos. En Descartes se aprecia ya cierto sabor a -<-<solipsis­
mo», esa sensación de que todo individuo, en cuanto sujeto psicológico,
está (por así decir) atrapado dentro de su propia cabeza, mientras que el
objetivo de sus reflexiones se limita a los fenómenos sensoriales y demás
datos que le llegan a la Mente y que hacen que sea el individuo que es.
Cincuenta años antes, Montaigne también había escrito en cuanto indi­
viduo, pero suponiendo siempre que su experiencia era característica de
la experiencia humana en general, si es que no había ningún motivo es­
pecial para pensar de otra manera. Así, no hay· el menor asomo de solip­
sismo en la lectura de la experiencia que realiza Montaigne: no dudó
nunca en basarse en los informes de otras personas, sino que desarrolló
�na versión propia de la amistad, los traumas O lo que fuera, moviéndose
libremente en un mundo compuesto de muchas personas diferenciadas
'
e independientes.
Así, la primera parte del siglo xvn ve estrecharse el ámbito de la li­
be rtad de debate � imaginación que había funcionado
en el plano social
como c�nsecuenc1a de una nueva insistencia en la
-<-<respetabilidad» del
pe ns�m1ento y la cond�cta, y también en un plano ....
personal. En esto
tomo la form� de una al� en ción bastante conocid
� a a finales del siglo xx,
que se exp�eso com� solipsismo en e l ámbito int
e lectual y como n arcisis­
mo en la vida emocional. Para Montaig · ne, la ·«exper1enc1a · · (de la vi·da)»
74
1
!

¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MODERNID


AD?

es la experi. encia
. .
práctica que cada individuo humano acum 1
u a a1 tratar
.
con otros 1nd 1viduos igua�es a él. Para Descartes, la <<experienci
_ a (de la
mente)» es la materia prima con la que cada individuo construye un
· ·
mapa cognitivo deI mundo inteligible «en su cabeza». En la década de
1580, a Michel de Montaigne no se le ocurre decir que está «encerrado
en su cerebro». La multiplicidad de personas en el mundo, con puntos de
vista y relatos vitales idiosincráticos, no era para él una amenaza. Cada
cual reconocía que el destino de cada individuo era, en última instancia,
personal (como dice el madrigalista, «lo único serio es la muerte; ésta no
es una broma»); pero las personas aún se trataban unas a otras con una
actitud de equidad, como individuos autónomos. Sus pensamientos aún
no estaban confinados, ni siquiera para fines teóricos, dentro de los mu­
ros de la prisión de la mente solipsista de Descartes, ni del sensorium in­
terno de Newton.

El contraste entre la modestia práctica y la libertad intelectual del huma­


nismo del Renacimiento, de un lado, y las ambiciones teóricas ·y restric­
ciones intelectuales del racionalismo del siglo XVII, del otro, es un factor
determinante para nuestra versión revisada de los orígenes de la moder­
nidad. Al retrotraer los orígenes de la modernidad al siglo xvI, nos des­
marcamos del énfasis exclusivo en la racionalidad por parte de Galileo y
Descartes, énfasis que fue también un rasgo distintivo de la mentalidad
filosófica imperante en los años veinte y treinta. El gambito de salida de
la filosofía moderna no coincide, así, con el racionalismo descontextuali­
zado del Discurso y las Meditaciones de Descartes, sino con la reformula­
ción que hace Montaigne del escepticismo clásico en su Ap ología, �n la
que tantas anticipaciones de Wittgenstein encontramos. Es Montaigne ,
y no Descartes, quien juega, y sale, con blancas. Los argumentos de De:­
cartes son la respuesta de las negras a este movimiento. En la Ap ologra ,
Montaigne había dicho que «a menos que se encuentre algo de 1� q ue e s­
temos completamente seguros, no podemos asegurar nada>>. Con otras
. . � vera r
palabras, que no extste ninguna verdad genera1 que P ºdan10s '·ase
con absoluta certeza, ni podemos presumir de estar se guros �ie nad_a.
• • · �1
· < )n o-ne • l ,n

Tanto Descartes como Pascal se s1nt1eron asc1
f: na d o s p or �
t-11 t"
. 1 ,:i
su juventud, Descartes estudió los Ensay os en e l cole gio de La FICche

75
' '

cos�tÓPOLJS

,, h errnos o e J· e mplar ' e n e l qu e e ncontram os al gu nas


bibl iotec a po se 1a un . . .
" algunos e st udio sos , son las prim e ras rea cci ones
acotaciones que, segun
• . • =- .
l au tor de l Di scu rso del mé tod o. De sca rtes, que ¡ugaba con negras, con-
de
testo,, a1 gam 1 o de Montaign e proponiéndose com,,o tar ea de. scubrir lo
. b"t
,, · lo e ncontro e n el cog1to, con es-
<<un1co» para 1 o qu e s e ne cesita ce rt e.za. Y. ,,
m ntal s, luego se con certe-
tas argumentacl·ones· «T engo e xp e r1e nc1as
e e

za que existo». Creía que, a pesar de la cacareada finitud humana de los


escépticos, al menos sobre eso podía�os estar c�mpleta�ente seguros.
AJ retrotraer la modernidad a una epoca anterior a Galileo y Descar­
tes, y reconocer a los humanistas d el Renacimiento toda la ori�inali­
dad-y «modernidad»-qu e se m e re cen, se abre todo un abanico de
nu evas posibilidades. Ant e todo, podemos desechar cualquier sugerencia
en el sentido d e qu e escritor e s como Erasmo, Shakespeare y Montaigne
sigu ieron siendo (en cierto sentido) <<tardomedievales» al haber vivido y
e scrito ant es d e la irrupción d e l mundo «moderno», que se habría ini­
ciado con la fundación de las ciencias exactas. Los humanistas del siglo
xv1 fueron los fundador es de las humanidades modernas con la misma
rotundidad que los filósofos de la naturaleza del xv11 fueron los fundado­
res de la ciencia y la filosofía modernas. Así, por ejemplo, la nu eva ma­
nera de describir las culturas humanas, implícita en el libro sexto de la
/

Etica de Aristótel es y reintroducida en nu e stra época por Clifford Geertz


con el término de «descripción espesa», aparece ya en la omnívora etno­
grafía de Montaigne. Y no me equivoco si afirmo que el contraste entre
el humanismo y el racionalismo-entr e la acumulación d e de tall es con­
cretos de la exp eriencia práctica y el análisis de un núcleo abstracto de
conceptos teóricos-pr eanuncia de al una manera e l d e bate de Las dos
g
cultur�s ini�iado por la Conferencia Rede de C. P. Snow, pronunciada en
la Un1vers1dad de Cambridge.
� p�im�ra vista, la argumentación de Snow parecía tener por objeto
las 1nst1tuc1ones sociale s y educativas de la G
ran B retaña del siglo x x,
pero �o cabe duda de que en ella se encontr
_ aban algunos ecos de la his­
toria 1�tele�tual. D esde la época de Oxford
_ de B e njamin Jowett, la elite
ad�m1strat1va d� Gran Bretaña afiló sus die
ntes (o garras) en las formas
de literatura «mas humanas» o liter.·une h u ·
manz ores, e s dec1·r, e11atin ,, elas" 1·-
e? �el pla� de e�tudi�s de Oxford. Por su part
.

e, la formación universita-
ria impartida a ingenieros ' médicos y otr
. .
no a las ciencias exactas. Los dos grupos s
os peritos· te,, cn1cos
· · ,, en to r-
giro
e rem1t1 · ,,an, para su «1o e rmac1·o"n
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD
?

pr�tesional>>, a diferentes antecedentes históricos. Los altos funcio


narios
se_ tormaba� l eyendo a Platón o Tucídides, y luego a Shakespeare O Na
-
1n1er, y sab1an 1nuy poco d e las técnicas inte lectuale s que los ingenier
. os
y me "d1cos h a 1an
b" h e re dado de las tradiciones más exactas de un Isaac
Newton o un Claude B e rnard. Así pues, si las «dos culturas» si uen dán­
g
dose la espalda, est� no es un rasgo pe culiar de la Gran Bretaña del siglo
xx; es el recordatorio de que la modernidad tuvo dos puntos de partida
distintos: uno humanista, fundado en la literatura clásica, y otro científi­
co, basado en la filosofía natural del siglo xvn.
Lo que no está tan claro es por qué estas dos tradiciones se vi e ron
desde el principio con10 competidoras en vez de como complen1entarias.
Al margen de lo mucho que se ganó con las excursiones de Galileo, Des­
cartes y Newton por el campo de la filosofía natural, no cabe duda de que
algo se perdió también al dar la espalda a autores como Erasn10, Rabe­
lais, Shakespeare o Montaigne. No es sólo que el gran vigor de Shakes­
peare dejara en la sombra toda la imaginería tortuosa de los poetas meta­
físicos o a la longueur prosaica de D ryden o Pope, sino que además ciertas
actitudes humanas como la franqueza, la relajación y la procacidad, qu e
eran aún permisibles en la época de Rabelais y Montaigne, pasaron a me­
jor vida poco después de 1600. Según los patrones al uso de la historia in­
telectual, el cambio que nos ocupa aquí fue inusualmente rápido. Termi­
nados en la década de r 580, los Ensayos de Montaigne siguieron siendo
auténticos best-séllers a principios del siglo xvn; acabados en la década
de 1630, el Discurso.y las Meditaciones de René Descartes no tardaron en
dominar todo el debate filosófico. En nuestra versión revisada del paso
de la primera fase de la modernidad, la humanista, a la segunda, la racio­
nalista, debemos tener en cuenta que nos las ven1os con un período de
cincuenta años escasos.
La pregunta de «¿Por qué tuvo lugar esta transición precisai�ente
entonces?» trae, así, emparejada la pregunta de <<¿Por qué se p rodu 1o t�111
. · · o .c1 D ese,·1_ rte s con10 es-
i
depr sa? ». Interesa menos estud iar a Mon ta igne . ,:
inan� e
critores o seres humanos individuales que el clin1a de opinion r �
,, · amente toler·i' i1tes- con la 1ncert1-
que llevó a los lectores a ser escept1c /
op ini on es en las de c 1 das de los
<lumbre, la ambigüeda d y la div ers ida d de
ral q u �, \u-
ochenta y los noventa del siglo xv1, y que luego dio un vuelco
. ,, , · ,u en
1nc " t· (I e"l xv
· 11 la tolcL1nc1a cs-
c1a las decadas de los cua ren ta y 1 os c ,1
,, . .
cept1ca no se considerab a ya una v1 rtu(l resp
· ", e'\t•l, ble · (\� �ntcuL1, ¡n1cs. nucs-

77
cosMÓPOLIS

. ,, rnos qué ocu-


tra a tenc1on en este c¡·11na, . de opinión , pod. e mos pregunta
. . ,,
. ,, retra sar el reloJ d la h1stor1a o por qu e hacia
rr10 entre 1590 y 1 64o para e
. ,,
, · ·lo XVII la. mayor parte de los esc,,ritores eran mas dogm
n1ed.1a d os deI s1g .
á-
ticos que los humanistas del siglo xv1. ¿Por_ que en 164 0 no s� �ons1�e-
raba ya la tolerancia de Montaigne compati�le con una fe, religiosa_ sin­
cera? M ás en concreto, ¿por qué se e mpleo tanta e nergia, a partir de
entonces, en tratar de dar a las creencias una b��e «pr�ba?lemente cier­
ta»? En las décadas de 1580 y 1590, la ace ptac1on escept1ca de la ambi-
güedad y de una vida inmersa e� la incertidumbre era aún º?ª po�ítica
intelectual viable . Pero en 1640 este no era ya el caso. Las opciones inte­
lectuales abiertas por Erasmo, Rabelais, Montaigne o Bacon quedaron
relegadas a un segundo plano y, durante una época conside rablemente
larga, fueron tomadas en serio sólo por pensadores conscientemente
«heterodoxos».
Los racionalistas se propusieron elevar las cuestiones de la epistemo­
logía, la filosofía natural y la metafísica hasta que quedaran fuera del al­
cance del análisis contextual; pero este inte nto por descontextualizar la
filosofía y la ciencia natural tuvo su propio contexto social e histórico,
que pide ser examinado aquí dete nidamente . La reivindicación de «fun­
damentos ciertos» para nuestras cre encias ha perdido su prístino atracti­
vo hoy día, aunque sólo sea porque hubo más cosas e n juego en la bús­
queda de la certeza racionalista de las que se reconocen en la historia de
la ciencia y la filosofía al uso, o de las que hay en juego en filosofía actual,
donde nos encontramos de nuevo e n el punto e n
e l qué nos dejaron los
humanistas. Para comprender cómo se prod
ujo este cambio, volvamos a
la situación en la que se fraguaron y desarrolla
ron todas estas cosas y ha­
g á�onos la siguiente pregunta: «¿Qué
ocurrió re almente para que las
actitudes europeas sufrieran una transfo
rmación tan drástica entre 1590
y 1640?».
CAPÍTULO SEGUNDO

EL CONTRARRENACIMIENTO DEL
SIGLO XVII

ENRIQUE DE NAVARRA Y LA CRISIS DE FE

Para empezar, conviene no infravalorar la magnitud de esta tarea. No


siempre resulta patente hasta qué punto nuestra manera de pensar actual,
en especial sobre la ciencia y la filosofía, si gue estando confi gurada por
los presupuestos de los racionalistas. Consultemos, por ejemplo, ese li­
bro de referencia francés que es La grande encyclopédie en su artículo
«Descartes, René», escrito por Louis Liard y Paul Tanné ry . Esta entra­
da comienza de la manera siguiente:

Para la biografía de Descartes, casi lo único que se precisa son dos fechas y sendos
topónimos: su nacimiento, ocurrido el 31 de marzo de 1596 en La Haya, Touraine,
y su muerte, acaecida en Estocolmo el 11 de febrero de 1650. Su vida es fundamen­
talmente la de un intelecto [ésprit]; su verdadera vida es la historia de sus pensa­
mientos: los acontecimientos externos de su existencia sólo revisten interés por la luz
que pueden arrojar sobre los acontecimientos internos de su genio.

Al tratar acerca de Descartes, nos dicen los autores, podemos abstraer de


su contexto histórico no sólo las distintas posturas filosóficas que éste de­
bate y las correspondientes argumentaciones que aduce, sino incluso
todo su desarrollo intelectual propiamente tal.
El padre de René Descartes solía llamar a su hijo man petit phi�oso�he.
La madre murió siendo él todavía niño, y se dice q u e, desde su n1as tier­
na infancia, éste se mostró profundamente reflexivo. Así, nos aseguran
los autores, la mejor manera de captar tata1 mente e1 d esarro�. · llo de ·sus·
.
ideas es reconstruyendo los acontecimientos intern os de_ su gem �. No es
. • ·
preciso consi. derar los acontecunientos extern · os no
- vida , ¡J ues· est
. os, de su
influyeron básicamente en el devenir de sus pensa1nientos, un p roceso
p uramente inter no.

79
C0Si'\1ÓPOLIS

.· ,, 11 Cie l lies.._ arrollo


· l0 in te le ctual de Descartes fuera toda la ver-
S... l· esta
VlS
a D ew ey Y a R rty p or no haberse p regu�tado
dad, sería injusto cr iti ca r �
, , e .1 ca 1 1 ·
eJO "n sin sal ida al qu e ab oco supuestamente la filosofía-la
por que r a el filós o fo francés y
ce rte za » - fu e ta n co nv in ce nt� p :
<<búsqueda de la
ac tiv o pa ra su s lec to r es. Se gú n la e�posicio� de La g;ra�de encyclo­
tan atr
od ian ha�e rsele ocur ndo a cual­
pédie, las meditaciones de Descar�es p �
pe ns ad or reflex ivo qu e hu bie � a te n,id� las ideas tan claras c�mo �l
quier
hizo durante los d�ce anos si­
joven René. ¿Qué colegio frecuento, que
duran�e esa epoca? Pre­
guientes, qué estaba ocurriendo e� el mu�do
c1a. Entonces, ¿que-
guntas éstas que parecen no tener ningun a 1mportan
da algo más por preguntar?
La consistencia de este enfoque de la vida de Descartes parece a pri-
mera vista impresionante. Si los p roblemas filosóficos tienen la misma
importancia y fuerza en todo tiempo y lugar, y si la manera más eficaz de
enunciarlos y resolverlos es <<descontextualizándolos», ¿qué importa en­
tonces dónde o cuándo vivió o ejerció un filósofo? Sin embargo, si nos
paramos a pensarlo mejor, la idea de que siempre p odemos descontex­
tualizar las cuestiones filosóficas es una suposición de mucha importan­
cia. ¿Y si fuera cierta sólo en determinadas circunstancias, con matices y
condiciones? No podemos dejar sin examinar el contexto en el que se de­
sarrollaron las ideas de Descartes: ¿No pudo haber algo en su vida, y en
su época, que arrojara una luz poderosa sobre su desarrollo intelectual?
Generalmente no se encuentran las cosas que no n os hemos molestado
en buscar. Enfrentados a la pregunta acerca de la vida y la época de Des­
cartes, la mayor parte de los historiadores de la filosofía prefieren mirar
a otra parte.
Esos historiadores considerarán probablemente vana esta empresa
�uestra; pero n�die nos puede impedir seguir haciendo preguntas como
estas: «¿P or que se producen cambios culturales en el momento en que
se prod�cen? ¿Qué tipo de circunstancias suelen desencadenarlos? ¿Qué
_
acontec1m1entos concretos contribuyeron a que se abandonara el huma­
nismo del s��lo xv�? En este nuestro empeño por seguir adelante con
nuestra version revisada, s1·n dud a nos convendra,, hacer de tripa · ,, n
. s c ora zo
e interpretar estas preguntas d e manera directa e ingenua. Pues bien, se
Presenta a nuestra consid eraci·o,, n un acontecimie · · nto cuyo impac · to en 1 a
,, .
escena europea esta bien documentado y cuya trascendencia ·
para e1 pro-
blema que nos ocupa salta a 1 a vi· sta. s e trata del asesinato · del rey Enr1-
80
.. ----------•1111
EL CONTRARRENACIM
IENTO DEL SIGLO XVII

q ue � de Francia , más co�ocido en inglés co


_ mo Enrique de Navarra.
S u gerir q ue es t e acontec1m1en to causó el paso de
l humanismo a una ma-
n era d e p ens ar m ás rigurosa y dogmática sería un
a exageración. Noso­
co
tros nos ntentam os aquí con verlo como un acon
tecimiento emble­
má�co de unos cambios que estaban listos para pr
_ _ oducirse, 0 que ya se
hab1an incubado. El asesin ato de Enrique pudo ser o no
«históricamen­
te d ecisiv o» pe
; ro no cabe duda de que, al menos, fue un
verdadero «hito
histórico».
El año es 1610; la fecha, el 14 de mayo; el momento pre
ciso, las pri­
meras horas de la tarde; el lugar, la rue de la Ferronnerie de Pa
rís. Enri­
que había pasado seis semanas en París, preparando las opera
ciones
militares contra las posiciones españolas de Bélgica, Navarra e
Italia.
a
España habí sido la potencia política y económica más fuerte de Euro­
pa durante más de un siglo. En la época del nieto de Enrique, Luis XIV,
habrá perdido ya buena parte de este dominio a favor de Francia; pero en
1610 era aún una amenaza real contra el reino francés de Enrique. Apar
­
te de la principal línea de frente a lo largo de los Pirineos, los Austrias es­
pañoles aún conservaban grandes territorios en los Países Bajos, al norte
de Francia, además del Milanesado y norte de Italia, al sureste, y la línea
que formaba la denominada <<ruta española» a lo largo del valle del Rin,
que unía Italia con Holanda; así, no tenía nada de extraño que Enrique
de Navarra planeara un alarde de fuerza militar contra el cerco español.
Para conocer la película de los hechos, veamos lo que dice el más re­
ciente biógrafo inglés de Enrique, David Buisseret:

En las primeras horas de la tarde del 14 de mayo, salió en su carroza para ver a Sully,
en el Arsenal. La carroza tenía un banco bastante largo, Y Enrique iba sentado en
·
medio ' con Epernon a su derec ha y e 1 duque de Montp azon a la izquierda. Tan1bién
. .
lo acompañaban La Force y Laverd1n. El d'1a era esp 1,en d 1 do, y los entoldados iban
. •
baJados, de manera que el rey y sus amigos pud'1eran ver las calles de Pans, eng--- ·ala- ,
. ' ' · . al d1a
,
nadas para la entrada triunfal de Maria de Med1c1s-1a rei · na rec ién cor ona da-
. .
siguiente.
.
Al salir del Louvre, Enrique despidió al capitán de la Guar di a, Charles, de. Pr.L,. . s-
lin, de manera que la carroza iba acompana _ da so lan1ente P or un·i'. docena · de 1ntantes
. . ,. , , , .
, detras.
y al gunos jinetes ' que le segu1an , L a co1nit1va se vio obhg·-- ada a detenerse .1 1
embocar la rue de la Ferronnene, . calle estrech ª uon J de e l t 1'-ífico· era. 1nuv lento. l'.n-
4

. 1uc le est ·1 l ,
1�1 1 t'\. . en-
. ·
· lentes, iba escu
nque, que h ab'1a o 1 v1dad.o las cha n( l o a E".,per non , t -
· ,
. . � .
10111�11 un .n.1-
. .
do una carta. La mayor parte de los infantes ,
pasar on .
· 1 l·
•1 e, 1 hcz 1 p �1c1
COSMÓPOLIS

. , .1(_ lehntó
. , I. os, se, .. igrualtnente para
. despejar el tráfico, y el otro se
¡o� uno(_ 1 e 1 os c1n.oce ,, . . . . ,,
, t e·ra. Fn hornbreton peltrr
- rnotnento, un
_, . ese oJo sub10 a la
�1�·.... �1cho p:u-�1 �1t�1rse la prre · ,, _ . r
. / . = - ·int e · de Enern on y ases t o a l rey tres punal ad a s . E l p nm e
CllTOZ�l, se ucs 1 IZO pot ue l(.
1 , 1 _ t ,, ,,
gol pe l e roz. o, una. cos . . ,t.Jll•l el segundo le atravesó un pulmon y le corto la aorta y el
,1,

, E
t azon. N1 este n1 pernon reaccionaron lo su-
.
.
. ,, .
1
tercero se pen l 10 en e ¡ 111311 t() (_I e Monto
. 1· 53 tr1 ..·ira (_letener ningu · no de los golpes, y el pobre Ennque, san-
fi1c1en • ten1ente uepr 1
. .
·

grando por la boca, perdió rápida n1e nte el con ocn n1ento.

La carroza viró en dirección al Louvre, pero cuando llegó, Enrique ya


había muerto. La noticia del asesinato se extendió como la pólvora por
f�rancia y Europa, dejando a todo el mundo confuso y consternado.
Al i gual que el asesinato del presidente J ohn Kennedy en noviembre
de 1 963, el de Enrique IV fue visto inmediatamente como un punto de
inflexión histórico. Ya antes había habido algunos conatos frustrados de
acabar con su vida; por cierto que su predecesor, Enrique III, último rey
Valois, había muerto también a manos de un asesino. Aunque no com­
pletamente inesperado, el asesinato de Enrique fue recibido por el pue­
blo como la confir1nación definitiva de sus peores temores. Su salida de
escena acabó con la última esperanza de mucha gente de librarse de unos
conflictos irresolubles.
Para ver lo que había en juego para Francia, y para los que se alegra­
ron de haber quitado de en medio a Enrique IV, reconstruyamos la pelí­
cula de los acontecimientos hasta el día de su asesinato. Enrique encar­
naba en su persona los problemas más cruciales de su época, tanto
políticos como religiosos. Durante la n1ayor parte del siglo xv1, los reyes
de Francia habían pertenecido a la familia católica de Francisco I, conde
de Angulema y duque de Valois, cuyo hijo, Enrique II, se casó con la te­
mible Catalina de Médicis. Enrique II murió en 15 5 de una herida reci­
bida en un torneo, pero para entonces la dinastía de 9 Va
los lois parecía ya
bien asentada : Enrique y Catalina habían tenido tre
_ s hijos, que serían he­
reder�s sucesivos del trono. Pero la familia sufrió
una desgracia tras otra.
�r--ancis�o l!, q_ue apenas tenía quince años a la 1nuerte de su padre, mu­
r10 al ano s1gu1ente. Carlos IX, que en 1 s6o
era un niño de diez años de
edad, reinó hasta 1 574 don1inado por su 1na
dre y sus dos catoliquísimos
hermanos, el duque Enrique de Guisa y el
cardenal Luis de Lorena. En
cuanto al 11:enor, E.,n�i�1ue III, su autoridad
se vio nluy mermada por su
dependenc1a ' n1uy cr1t1cada, de f:avor1· tos h ·
omosexua I es y por su 1· n dec1-
EL CONTRARRENACIM
IENTO DEL SIGLO XVII

síón sobre si seguir tolerando la rebelde arrogancia del duque de


Guisa 0
tomar__ un rumbo nuevo. Exasperado al fin por los hermanos de
c;uisa
a
Pl _ n eo en 158 8 la mu ert e de éstos, lo que a su vez enfurecio
. _ · ,, a 1os extre-
mistas de la Sainte Ligue, o Liga Católica, y e"l mi·smo fue abati·do po
. fana,, tlco,J
. r un
monJe acq ues Clément. De esta manera, la dinastía de
los Va­
lois conocía un final prematuro.
El príncipe que más prerrogativas tenía para elevarse al trono el
su­
cesor r econ oci do de Enrique III, provenía de la familia protestant� de los
Barbones, c ondes de Béarn y de Navarra, territorios situados al pie de los
Pirineos. La educación de Enrique de Navarra estuvo repartida entre el
castillo paterno de Pau, en el Béarn, y la corte de París. Durante su ju­
ventud, n o le faltaron ocasiones para comprobar que el conflicto entre
los protestantes y l os católicos franceses estaba perjudicando seriamente
a la nación. La lección más amarga la c onoció en r 5 7 2, poco después de
su matrim onio, a los dieciocho años de edad, con la hija de Catalina,
Margarita de Valois. Co n la connivencia de Carlos IX, los seguidores de
los Guisa asesinaron, durante la famosa «Noche de san Bartol omé», a
muchos de l os notables protestantes que habían acudido a París para asis­
tir a las nupcias. A partir de entonces, las lealtades religiosas de Enrique
fueron cuanto menos ambi guas. Tras la masacre, se convirtió al catoli­
cismo, sin duda para salvar la vida; pero pronto huyó de París y se puso
al frente de la causa protestante en la parte meridional y occidental del
pa1s.
Al subir al trono en 1589, Enrique no consiguió controlar París, don­
de la Liga Católica era fuerte. En 1593, renunció f ormalmente al protes­
tantismo y fue recibido en París por el arzobispo de B ourges. Para al�­
nas personas, su diplomático comentari o de Paris vaut une Messe-«Paris
bien vale una misa»-es intolerablemente cínico. Para él, era un comen­
tario inevitable y realista· sin convertirse, no p odía hacer frente a los pro ­
blemas de la nación. Un'a vez asentado en el trono, no tardó en den1os­
con
trar su decisión de reducir el papel de la religión en la polític� Y, a� í;
n de
el Edicto de Nantes (1598), dejó c odificada y regularizada la situacw
los ciudadanos protestantes.
• , gu ir a su s an t1g uos co-
Su nuevo cato licism o no fue m o tivo para p ers e
.
rreligionarios protestantes; antes b.1en, .h. . izo todO lo --. ble para es, ta l)le-
po s1
s . ct
ltb • _ tadc•s,
, g•
, Y � ' Jr·lnt iz ar L1
cer relaci ones entre los d os band os rel 1 g1• osos , ·� . , ,
. . . ot ·
es ta n te s. Se gu
.. n 1 ( )s
c1v1les a la importante rn1nor1a ,, d e « h ugono te.·s» ¡)r
COSMÓPOLIS

1 a ,,
epo . ,
c'-1, fue un act -
o de val ent ía y cla rividencia. No es de ex-
patrones l
(. e . . ,, .
- , es, que se enfrentara a una fuerte opos1c1on int . erna y tuvie ra
tranar pu . - . .
.fi lta des par a con seg uir el res pa ldo de los d1st1ntos parlements
g-ran des d 1 1cu ,, .
am en to de Pans: l os m1
;egionales, especialmente del propio �arl :1:1bros
pechando de su du�hc1dad y
de la Liga Católica, en concreto, segman sos
110 dudaron en divulgar el rumor
de que su proyectada campana contra
un plan estra�égico �ara
las posesiones españolas en Italia era en el fondo
,
apoderarse de Roma e instalar alh a un papa protestante. (Su asesino,
Fran�ois Ravaillac, había aspirado-en vano-a pertenecer a la orden de
los jesuitas.)
Siglos después, resulta difícil ver por qué durante tanto tiempo la
gente se resistió a aceptar que un ciudadano leal a Francia pudiera ser un
devoto protestante en vez de católico, o al revés. Pero, para comprender
el verdadero meollo de la tesis aquí expuesta, es preciso que aceptemos
este hecho. Desde el principio, el auge del protestantismo francés tuvo
unas connotaciones políticas. Para indignación de la nobleza y el campe­
sinado católicos, Martín Lutero y Juan Calvino consiguieron un amplio
respaldo por parte de los profesionales y artesanos de la Europa occiden­
tal y central. Calvino estableció una república protestante en la ciudad
estado de Ginebra. A mediados del siglo xv1, los dirigentes locales hicie­
ron de la religión una excusa para extender el poder político, y en Euro­
pa central hubo toda una serie de conflictos político-religiosos que sólo
se detuvieron temporalmente merced al Tratado de Habsburgo de 1555,
el cual autorizaba a cada gobernante a imponer a sus súbditos la religión
de su elección a tenor de la fórmula cuius regio eius religio.
Esta disposición fue bien recibida por los fracturados y fragmentados
países, ducados y reinos de Europa central, donde las personas que te­
nían unas creencias teológicas muy arraigadas no necesitaban ir muy lejos
para encontrar a un gobernante que compartiera sus convicciones o bien
para refugiarse en una ciudad libre y tolerante, como era, por ejemplo, el
caso de Frankfurt. Pero el reino francés era un territo o extenso y unifi­
ri
cado �esde hacía tiempo, prácticamente con la mi
sma extensión que la
Fran cia actual, la cual se precia de mantener lo
s límites naturales de su
denominado <<hexágono» · Para Franci·a, la so
. ,, . . · ,, no pasaba por la m1· -
lucion
gracion interna : o bien los católicos conseguí
an acabar con la herejía
Protestante ' como proponían 1os Gu1s · · ·
a y 1 a Liga Católica; o los hugono-
tes protestantes podi;,an convertirse en la m ·
,, dominante; o bi. en, fi-
ayo ria
----------■-
EL CONTRARRENACIMIE
NTO DEL SIGLO XVII

nalmente, se. llegaba a una solución de compromi· so desv •


1nculando las
l ea ltades nac ion ale s de l as afiliaciones rel·1g1osas.
.
Ennq ue �e Navarra era partidario de esta terce
, oca (repetimos), era un _ ra solución. En su
ep a innovación audaz , pos1ºble so'lo para un
. go-
bernante que combinara la confianza en sí mi·smo con una to1eranc1· a cor
, y sosegada. La act.itu -
t es d de Enrique IV con la pol'it"1ca practica nos re- , ·
.
cuerda el talante de �1c?el de Montaigne en el ámbito intelectual. No se
trata de una mera coincidencia·· los dos hombres fueron buenos amigos.
. ,
Mo � n ta gne llevo a cabo, al parecer, misiones confidenciales en nombre
de Enrique e� �l transcurso de las difíciles negociaciones que éste man­
tuvo c?n los dmgentes p:otestantes y católicos. Es posible que hasta fue­
ran m1em�ros de un� misma sociedad secreta. Enrique no permitió que
el dogm atismo doctrinal arramblara con el pragmatismo político, como
Montaigne no permitió que el dogmatismo filosófico se impusiera al tes­
timonio de la experiencia cotidiana. Los dos hombres elevaron las mo­
destas prerrogativa s de la experiencia por encima de las exigencias faná­
ticas de la lealta d doctrinal y fueron, por tant� (en el verdadero sentido
del término), unos «escépticos>> .
Pero el escepticismo de Enrique, como el de Montai gne, no fue
como ese <<dogmatismo negativo» que se niega sistemáticamente a acep­
tar todo lo que no sea totalmente cierto. Fue más bien el escepticismo
modesto de los que respeta n el derecho de cada cua l a tener su propia
opinión, una opinión a lcanza da mediante la reflexión sincera sobre la ex­
periencia cotidiana . Si, en sus lecturas y reflexiones, los franceses sensa­
tos encontraban buena s ra zones en sus corazones para unirse a personas
de convicción protesta nte (la que los católicos llamaban la religion préten­
y patrio�a� Y
due reformée), ¿eran por eso unos ciudada nos menos leales
io­
menos fi ables? Si el reino de Francia se regía por los principios tradic
i sa re ­
nales del «mona rca » y el •«súbdito», ¿podía una convicción relig �
nces a su
cién funda da debilita r la lealta d debida por un hugonote fra
patrimonio
soberano legítimo? Se podí a ver a Francia o bien como el
' e mane ra que la
person a l del rey a l que le daba derecho su geneaI og1a (d
· , ' ,, im ·
a po r ,,
tttu I o e
1e d a 1) , o bi en co rno la sede de
unidad del pa1s vent a puest u
. ,, 1 os g ·o b e rnante s que encarn
aban
1 a nac1on francesa qu e d e 1a
b" 1 e a 1 t a d a
. . .' .
, d e mo d q su un id ad er a la de la na-
1as meJores trad1c1ones de Fran cia O ue •

. ue� lo. 10• l. P º


• _

m o En nq �
ción. De cualquiera de las dos maneras, tal Y co :
1

,, . . . 1 a ·
tns , p 1· � en 1-'1 tolera ne
e: d·l
r-i ta reltg.. ·10-
ht1ca más prudente y cl ar1v1 den te era
85
COSMÓPOLIS

·
ne r l a con c
1 r .1·dad religiosa acabaría perjudicando tanto al rei-
sa: 1111 po 0
1 111

no con10 a la nación.
go en el noble experimento
Es difícil 110 ver todo lo que había en jue
nca lo que este �ey trató de
de Enrique. Los franceses no han olvidado n� _
de la Revoluc10n de 1789,
hacer por ellos. Incluso hoy, dos siglos despues
siguen hablando de él con afecto, convencidos de que su pol�ti�a e_stuvo
inspirada por la equidad y la buena voluntad._Inversamente, nd1cuhzan a
Ravaillac en espectáculos de cabaret, presentandolo como un dechado de
irritabilidad propia de un payaso. Asimismo, al prurito autocrático de los
sucesores de Enrique IV, durante un período que se extendió a lo largo
de siglo y medio, oponen la franqueza y tolerancia de éste, de quien se
dice que quiso para cada súbdito <<un pollo en cada cazuela». También
sigue viva la fama de Enrique como buen amante, a quien aún se le co­
noce con el apodo de le verl galant, o el perenne galante (en esto deja ena­
no al mismo John Kennedy). En su tiempo, sólo los fanáticos cuestiona­
ron la sinceridad de sus intenciones para solucionar los problemas de
Francia, y la reputación de que gozaba hacia 1600 ha perdurado intacta a
lo largo de los cuatrocientos años siguientes.
En mayo de 1610, todo esto se vio gravemente amenazado. En una
época en la que cada monarca europeo tomaba partido en función de su
fe religiosa, Enrique trató de demostrar que se podía gobernar a un gran
reino aceptando la lealtad de ciudadanos de diferentes confesiones. (Otra
sorprendente excepción fue Polonia, cuya Constitución de 15 5 5 garanti­
zaba a los protestantes la tolerancia religiosa.) En Inglaterra, los sucesi­
vos monarcas de diferentes religiones habían perseguido a sus adversa­
rios por inconformistas: los protestantes como víctimas bajo la reina
María Estuardo y Felipe de España, y los católicos recalcitrantes bajo
Isa�el I; pero �nr�que esperaba construir en Francia un reino que man­
-
tuviera e� equihbr�o entre sus súbditos católicos y protes ntes.
ta
L a Liga Católic a si�ió invoc ando la uniformidad reli
giosa como pi­
lar fu�damental de la unida d nacional, al grito de gu
erra de un roi, une loi,
u�e foz («u� rey, un� ley, un a fe»). Pero sus prete
nsiones de que la garan­
t1a de la unida d nacional suponía persegui·r O ·
. / . . convertir por la fuerza a las
minor1as religiosas no estaban resp a lda das
. / ·
por la experiencia. · E n Fran-
cia esto supondr1a grandes pen a 1·d i ades para un a p arte sustanci· al de I os
,, .
sub' d1tos leales a Enrique, sobre tO do a sus ·
/ paisanos bearneses lo cual d e-
sembocar1a en la destrucción de las lealtades · ' ·
mismas que se h ab"ia que ri-
86
EL CONTRARRENAC !M
IENTO DEL SIGLO XV
II

do fortalecer. Así, En rique prefirió correr e1 ri· esgo


de demostrar que una
. / grande, o rei.
nac1on no, donde hubiera lugar para c ·
. ./ i udadanos de ma,, s de
una sola re.l1g1on,
/
no supondría el fin de la 1ea1tad
. de sus c iudadanos ni
de la coh es1on de su socie dad.
Tras la muerte de Enrique el Edicto de Nantes no fue rev
. . � ocado ·i n-
mediatamente, pero sus disposiciones empezaron a cuest .
. ionarse o a o1vi· -
darse paulatinamente. Con el paso de los años, las di· sensio · nes re¡·i gio · sas
/
que con tanto esfuerzo habia tratado de evitar volvieron a cobrar nueva
fuerza. Así, unos años después, el anciano Philippe Duplessis Mornay,
. .
uno de los primeros y ma/ s fieles seguidore s de Enrique de entre los no-
tables protestantes, escribió al joven rey Luis XIII quejándose de su leal­
ta � y de la de sus comp a�e�os hugonotes, pero deplorando el resurgi­
_
miento del c0Rfl1cto religioso y pidiendo ayuda para remediar las
penalidades a las que los protestantes se veían de nuevo más sometidos.
Los sucesivos cardenales políticos Richelieu (con Luis XIII) y Mazarino
(con el joven Lu is XIV) siguieron apretando las tuercas, si bien el Edic­
to no sería revocado definitivamente hasta 1685. La Revolución de 1789
confirmó definitivamente la prudencia y clarividencia históricas de la po­
lítica de Enrique. El ·violento derrocamiento de los Barbones durante es­
tos años fue producto, entre otras cosas, de los agravios acumulados por
los sufridos hugonotes.
El asesinato de Enrique IV asestó un golpe mortal a las esperanzas de
quienes, tanto en Francia como en otros lugares, veían en la toleranci a la
mejor manera de desactivar la rivalidad entre las distintas confesiones.
También cayó como una bomba para los tradicionalistas católicos.
Mientras vivió el duque de Gu isa, la oposición católica al rey Enr�que III
de
había supuesto una amenaza par a el reino: los ancestros de Enn�ue
p óx im os a los Va loi s pa ra convertirlo en
i
Gu sa estaban suficiente me nte r _
l Lig
un pretendiente plausible. Después de subir a l trono Enrique _ IV,
a a

swnar_ al rey
Católica si guió luchando, pero más con la intención de prc
oc a lo. La co nv e ·
sio / n p u/ blica
" d e Enriqu e al
que con la esperanza de derr r r
. . e 1 apo yo d 1 pa pa fu e ron g. estos que
catol1c1smo y su deseo de mantener e
. . en ca-
. . . . y ib a po r bu
para la Liga significaron, sin duda, qu e a1 tn enos e l re
. s vi· d a en 1 9 4 , el ¡)a rl a1 ne nto de
mino. Tras un fallido atentado contra u 5 � . e
/ . . d e I P''lÍS :En 160�, nr1 E, qu
Par1s expulsó a los Jesuita s de una. gr an p art e
. · coleg·.. 1os· V· escut"l·.1s, .
, - .:) , ,
L • , . •

levantó la suspensión y los a utorizo/ a funel ar va os . ri


. l . es .,
�,to n'
,, co s , as, n1
· ·1n
' te n 1e n d o a pt
Los católicos esperaban conseguir . n1a s
'1
1 1

COSMÓPOLIS

protestantes se fueran debilitando


que los derechos consolidados de los
poco a poco.
de los protestantes paso, tal y
Bajo la protección de Enrique, la lucha _
él pr etendía , de l ca mpo mi lit ar al po lít 1��- Pero 1� daga de �avai­
como
ohco� hab1an denunc1�do a
llac puso fin a esta feliz situación. Muchos cat
Rava1llac el que se la Jugó.
Enr ique N en términos virulentos, pero fue
mento de una conspira­
¿ Fue un «asesino solitario» o, más bien, el instru
mpañaba a En­
ción? ¿Se puede decir que el duque de Epernon, que aco
rique en la carroza, no hizo lo suficiente por defender al rey? A muchos
franceses les sigue pareciendo difícil creer que Ravaillac, como ocurre
con Lee Harvey Oswald y los americanos, fuera un fanático solitario y
amargado, que mató al rey sin la complicidad de nadie más. Dado el afec­
to de los franceses hacia Enrique IV, siempre se ha creído en la existen­
cia de una conspiración; pero, como ocurrió con el caso de Oswald, las
pruebas de una posible conspiración se mantuvieron bien ocultas, de ma­
nera que no se ha podido relacionar convincentemente el nombre de
ninguna otra persona al magnicidio de Ravaillac.
Lo cierto es que todo el mundo, menos un reducido grupo de fanáti­
cos de la Liga, quedó profundamente consternado. Ninguno de quienes
desaprobaban la protección dispensada por Enrique a los hugonotes
había deseado realmente su muerte. La reacción de los presentes en la
catedral de Reims, cuando llegó la noticia del asesinato a la ciudad, es ca­
racterística del sentir popular:

Los canónigos reunidos en capítulo se sintieron incapaces de articular una sola pala­
bra. Unos rompieron a llorar y a sollozar; otros se sumieron en una profunda depre­
sión. El pueblo de Reims parecía pálido, abatido, con la expresión completamente
demu�ada, consciente de que, perdido el rey, se había perdido también la propia
Francia.

Esta misma escena se repitió en todo el país, que se inundó de panfletos,


muchos de ellos anónimos, en que se lamentaba o deploraba el hecho o
_
se a�usaba ª posibles cómplices. A tenor de la profusión de comentarios
escritos se puede afirmar que durante Ios cincu · ~
'. . /
enta anos que precedie- ·
ron o siguieron al regicidio n·ingun otro acontecimiento · · / en
/ .
. ni. la dec prov oc o
Francia ima parte de este clamor popular.
En terminas pra; ctic
/ . .
as, el asesi· nato de Enriq · / al puebl o
· ue transmitio
·
88
EL CONTRARRENACIM
IENTO DEL SIGLO XV
II

de Fr· ancia y de toda Europa este mensaJ· e e1ementa1 : «Ha


,, · • . osa» · ·Duran · fracasado la
pobtica de I a to I erancia religi te 1 os sigui· entes cuarenta años
.
en todas las. grandes pote .
ncias de Europa la p 0 l"t 1
º
te a d omin • ante se move-
ría en sentido contrario. En Inglaterra, Carlos I se es1o e rzo,, por 1 og
rar un
.
arreglo entre la IgI esta . anglicana y la Iglesia de Roma,. pe
ro la mayor par-
. . · ·
te de los ang 1.icanos eran antipapistas redomados, euyas op1n 1ones com-
,, ademas,, tanto .
paruan los puritanos como los presbiterianos. Entre
~ . tanto,
en Espana y Austria, �os Habsburgo, a pesar de las nutridas comunidades
protestantes que babia en los sectores minero y artesano así como en la
nobleza che�a, se la?za�on a abanderar la causa católica. En la fragmen­
tada Alemama, las nvahdades políticas y religiosas persistían en el plano
local, en espera de verse exacerbadas por las potencias extranjeras. Inclu­
so en la liberal Polonia, a la que había huido el sienés Fausto Socino para
fundar una iglesia unitaria en Rakov, lograron convencer al rey en la dé­
cada de 16 3 o para que retirara la protección constitucional a los protes­
tantes y restableciera el predominio católico. Sólo Holanda si guió sien­
do un remanso de tolerancia, a donde las sectas unitarianas y otras poco
populares podían acudir en busca de refugio y protección.
Alineados todos los estados más grandes en esta confrontación reli­
giosa, la fragmentación convirtió a Alemania en fácil blanco de aquéllos,
y hasta una disputa dinástica de segundo orden podía arnenazar fácil­
mente el equilibrio de poder. De 1607 a 1610, el foco del conflicto se
centró en un pequeño grupo de territorios situados allende el Rin, río
arriba desde su entrada en Holanda: el ducado deJülich-Cleves-Berg. La
muerte de su gobernante dejó una situación sucesoria ambigua, d� r�a­
nera que tanto los príncipes protestantes como los católicos csgr1 n11 an
derechos legítimos. Enrique quería evitar a toda costa que Le�p o �do, el
archiduque habsburgués de Austria, se apoderara de u� territorio tan
r ­
estratégicamente situado, y se sintió tentado a intervemr �el lado p �
con tri bu i r a a viv ar la ir a de Ravai-
testante (tentación ést a que pudo
,, e estado
11ac) . Pero hasta 1618 110 se propago por toda E_juroot a central es
. ,, •do inc· <lo· se
� d es de la 1nuer-
de guerra generalizada qu e ha 61a ven1 u b an
-"
te de Enrique.
. _ un ,
a co. n ar en ac · ió n d e brut�1 1 es
A lo largo de treinta anos, med.1ante �
te.. 1ncn. tt:.
. _ . . ian te ' h an za s co n st <1n
Y destructivas campanas militares, y 1neo1·
. . . 1
. .
u t" li z ro n el te rn to n 1
o te
cambiantes ' las grandes potencias eur op ea s 1 '"1

• ( lir i n ir ·
su s
· n. v�1 1.1<. 1 �Hles, p o -
Alernania y Bohen1ia con10 palestra en l a qu e 1

89
COSMÓPOLIS

sac ue rdo s do ctr ina les, a n1e nu do por procu�ación, y convirtie­


líticas v de
auténtico osario. Tras el asesina­
ron la¡ tierras checas y germanas en un
Enriq ue de Na varra, tod o el mu nd o dio por sup�esto_q�e su muer­
to de
ca de tolerancia r�l�gtosa. Vei�te
te significaba la inviabilidad de la polít!
ros zarpazos militares austria­
años después, Alen1ania rechazó los prime _
Jo a un punto muerto en el
cos, y la intervención del ejército sueco condu
os de frente podía sos­
frente de batalla. Para entonces, nadie con dos ded
ad giosa supusieran
tener que estos intentos de imponer la uniformid reli
a o
una mejora respecto a la política de Enrique IV; pero, par ent nces, na­
die veía ninguna salida al conflicto, y la guerra siguió su curso. Por toda
Europa central, desde mediada la década de 1620 hasta 1648, fuerzas ri­
vales formadas por milicias y militares en gran parte mercenarios, lucha­
ron aquí y allá, una y otra vez, por hacerse con los mismos territorios.
Cuanto más duraba el derramamiento de sangre más paradójica re­
sultaba la situación en Europa. Ya fuera por dinero ya por convenci­
miento, lo cierto es que había muchas personas dispuestas a matar y a
quemar en nombre de doctrinas teológicas de cuya superioridad nadie
podía dar una razón concluyente. El debate intelectual entre los refor­
madores protestantes y sus adversarios de la Contrarreforma se hallaba
estancado, y no se barruntaba ninguna alternativa a la espada y al fuego.
Sin embargo, cuanto más brutal se volvía la guerra más se convencían los
defensores de cada sistema religioso de que sus doctrinas debían ser las
correctas, y de que sus adversarios eran estúpidos, o malvados, o ambas
cosas a la vez. Para muchos de los enfrentados, dejó de ser esencial el sa­
ber en qué consistían sus creencias teológicas o en qué punto de la expe­
riencia se basaban, como habrían exigido los teólogos del siglo xv1. Lo
único que importaba, en aquella fase particular de la historia, era que los
seguidores de la Verdad religiosa creyeran, devotamente, en la fe propia­
mente dicha. Pa�� ellos, como para Tertuliano muchos siglos antes, la di­
fi cultad de conciliar una doctrina con la experiencia era un motivo ulte­
_
rior para aceptar dicha doctrina con mayor fuerza.
Como ha mostrado José Antonio Maravall, tanto los españoles como
la cultura barr�ca en general reflejaron las incoherencias y tensiones in­
terna� que hab1a en el seno del catolicismo de mediados del siglo xvn, y
contribuyeron a que su expres1·on " arti "st·1ca resu1tara h.1str1on ·
· ,, 1ca y grotes-
ca aunque sólo · fuera como una manera para resi· stir · ·
'. a las tentaciones de
deJar de creer. Como expresio"n suprema de1 Barroco, en ese prim · r eI"1-
e
------LIII
EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII

max de la Guerra de los Treinta Años que fue 1a •


victoria de los cato, 1.ico
u stríacos tras la s
ejércitos a ,,
batalla, en i6 i o ' de 1a Montan_
a Blanca ' cerca
de Praga, ,,se. constr uyo en Roma una bonita y pe quena . . -
,, ig1es1a en honor
de la S. ant1s1ma Madre del Pr1n .
cipe de la Paz' llamada Santa
,, Maria . de
lla
Vi tt or1 a. D entro d e e11 a se instalo l a e scultu ra .
más ambigua Jamas crea- . ,
,, tasts. de santa Teresa, obra de
da: El ex . Bernini. Sobre unª fiila de bene
mi ron es), san ta Ter esa,
.
circ undada por el resplandor div ..ino
fac-
tores (y . . ,, , se
eleva, o levita, h ac1a un angel o querubín. Como reconoce cua 1qu. ier es-
pectador adulto, la expresión extática de la santa pretende ser espiritual
pero remite claramente al mundo sexual.
En aquella situación teñida por la sangre, ¿qué podían hacer los bue­
nos de los intelectuales? Mientras los valores del Renacimiento humano
y humanista conservaron su fuerza para un Montaigne en la esfera priva­
_
da o para un Enrique de Navarra en el ámbito público , persistió la espe­
ranza de que un debate sensato sobre experiencias compartidas p or indi­
viduos honrados pudiera conducir a una convergencia mental' O ' al
menos, a un acuerdo civilizado para poder disentir. En 1620, las perso-
nas que ostentaban algún poder político o autoridad teológica en Euro­
pa ya no veían el pluralismo de Montaigne como una opción intelectual
viable, al i gual que la tolerancia de Enrique no era tampoco para ellas
una opción práctica. La disposición de los humanistas para convivir con
la incertidumbre, la ambigüedad y las diferencias de o pinión no había
hecho nada-en opinión de tales personas-para impedir el conflicto re­
ligioso; luego-inferían-había contribuido a causar aquel estado de co­
sas degenerado. Si el escepticismo nos dejaba indefensos, se imponía con
urgencia la certeza. Tal vez no fuera obvio aquello sobre lo que se sup o ­
l-
nía que la gente debía estar segura; pero la incertidumbre se había vue
to inaceptable.
di e er a ca pa z de ati sb ar el fin al de 1� gu erra
En la década de 1630, na
. . . am en a za ha n co n eternizarse al
en Alemania, y las ne gociaciones de pa z
. os ( Ig o ar eci. do a lo qu e ocu-
·
iguaI que los combates propiamente d 1ch
. ,,
· ª P
. am) • Fracasa da cualquier po 1t1c,1
. 1
,, ..
rnr1a después con la guerra de Vietn
. deJa . r a n de inata' rs e unos a otros,
tendente a conse ir que los sectarios ,, o1eos <-1 es, c,u-
gu . n los fil os
¿no había a la vista otra salida posible? ¿ N.0 P º <lía 1 1 ec e r u . n 111.1. r-
. ,, , I ara . est � a )
br1r, por eJ·emplo ' una nueva base, 1nas raciona. ' P · za con,,e. nH. 1 a q ut:,
s capaz de ª 1 can . z�.l r la. certe
co de conceptos y creencia .
. .
H 1 u 1 '-
11 l l r'' , ·
J- 1 •-1111 hi-
. - 1 n ce rt
l os e scépticos habían declarado 11npos1· l) 1 e..;) S... 1 l 1

() 1
1 1 i. 1
r , , L ¡_

COSMÓPOLIS

g·üedad v la aceptación del plur alismo sólo co nducían, en la práctica, a la


intensiticación de la guerra religios a, sin duda había llegado e� ?1º�ento
de descubrir algún método racion al par� demos�rar la correcc1�n º mco­
, _
rrección de partida de l as doctrin as filosoficas, c1ent1ficas o t� olog1cas. L a
,
importancia del asesinato de Enrique � �ara los ?ngenes mtelec�ales
de la n1odernid ad no es, pues, una cuest1on tan leJana como podr1amos
suponer. ¿Podría sen1ejante suceso <<causar» por sí solo el cambio de
inentalidad que se manifestó en Europa entre I 590 y I 640? Seguramen­
te que no. Afirmar sin más que el asesinato de Enrique de Navarra fue
una «condición necesaria y suficiente» para la adopción del programa de
investigación racionalista de la filosofía cartesiana o de la física newto­
niana sería absurdo. Pero «algo» sí tuvo que ver. El eclipse de la reputa­
ción filosófica de Montaigne, junto con las consecuencias políticas del
asesinato de Enrique IV, están enhebrados por un hilo común: la insatis­
f acción con el escepticismo, lo que llevó a la gente a no querer suspender
su investigación de doctrinas demostrables, a desconfiar activamente de
los incrédulos y, finalmente, a creer en la creencia propiamente dicha.
Si los europeos querían evit ar caer en un atolladero escéptico, tenían,
al p arecer, que encontrar algo de lo que estar «seguros>>. Cuanto más
tiempo prosiguieran los comb ates menos plausible era que los protestan­
tes reconocieran la <<certeza» de las do ctrinas católicas, y mucho menos
que los católicos devotos reconocieran la «certeza>> de las herejías pro­
testantes. El único lugar alternativo donde encontrar unas <<bases de fe
ciertas» se hallab a en l as pruebas epistemológicas que Montaigne había
descartado. T al vez si se reflexionaba un poco más, la experiencia huma­
na podría encerrar claridades y certezas que se habían hurtado al escruti­
nio �: �ontai�ne y de los escépticos. El asesinato de Enrique no fue una
ocas1on 1nmed1ata para renovar el diálogo filosófico, pero contribuyó a
ver con mayor claridad l a profunda desesperación de l a época y ofreció
un contexto natural en el que pudiera tomar forma la <<búsqueda de la
certeza».

I 6 I O- I 6 I I: EL JOVEN RENÉ Y LA «HENRIADE>>

Una cosa es reconocer que el· asesinato de E


. · e d e Navarra pud o te-
nr1qu
ner importantes consecuencias intelectuales y
otra muy d.1st1nta
. enume-
92

i
1
EL CONTRARRENACIMIENT
----------
O DEL SIGLO XVII

rar las consecuencias concretas o asegurar que Rene,, Descartes, e1 confi-


gurador .de la agenda de la filosofía y la física modernas, fuera p 1ena1n
ente de la t . en-
ci
te cons. ,, r asc end encia de este trágico suceso. u1enes ac
. . Q · eptan
la versi on oficial sob re la vida y obra de Descartes descartan d1ch .
. . ad. Segun ,, ello ,, a pos1-
bihd s, la filosofia del francés surgio", y debe en
tenderse,
como m ero producto de una mente reflexiva ajena a los acontecimientos
externos.
Aún no estam�s en �ondiciones de impugnar directamente lo que se
cuenta sobre su b1ograf1a en La grande encyclopédie; pero ya tenemos al­
gunas razones para. mostrar extrañeza. Si no hupiéramos comparado a
Enrique IV con M1chel de Montaigne, las razones del distanciamiento
que se produjo en la época respecto del humanismo renacentista, y del
eclipse del escepticismo filosófico, podrían seguir pareciendo oscuras.
En cuanto a la posibilidad de que exista alguna relación entre el asesina­
to de Enrique y el desarrollo de la filosofía de Descartes (o, al menos, su
recepción), ciertamente no encontraremos ninguna si no la buscamos.
A este respecto, se puede afirmar que el tratamiento al uso de Descartes
es circular y autorreferenciador. Apare ntemente, nos impi de buscar las
pruebas que podrían cuestionarlo. Nuestra siguiente pregunta será, en­
tonces, cuáles podrían ser estas pruebas.
Como ya hemos dicho anteriormente, en 1603 Enrique IV autor izó
a los jesuitas a reanudar su labor evangelizadora por toda Francia y a fun­
dar una cadena de colegios para los jóvenes mejor dotados de las clases
profesionales y nobles. Durante muchos años, los eruditos, escritores y
altos funcionarios de Francia estudiaron en estos colegios de jesuitas. Se­
gún los términos del convenio, Enrique legó tambi én a la Con1pañía de
Jesús como emplazamiento para el primer colegio una de sus pr�p ied_a­
des familiares de La Fleche, no lejos de Le Mans (ironías de la historia,
se trataba del mismo chateau en el que fuera concebido). Finahnente, se
estipuló que, después de su muerte y de la de su segun1a �uj er, María _de
Me"d1. c1s· capilla
sus corazones fueran conservados en u· n relicario en la
del cole�io de La Fleche. Por entonces, nadie pensó que a quella cl ,�u� u -
1a deb1. era ser 11evada a 1a practi · ca pocos ano s de sp11és· pero la trag1ca
,, ~ L ,
.
---

realidad demostró lo contrar io.


. . .
A quienes v1v1mos a com.ienzos del s1g · 1 o xx1, que tene1nos nuestras
. . t_ s
ie· stro· .s cuerno • despues
propias ideas sobre cómo se h. a el e disponer el e·"nt .,
",r,'1 últuna clausu L1. (, on
de 1a muerte, tal ve z nos parezca al go n1ac,a l1ra. es
COSMÓPOLIS

). p --
s i· -- y los transplan
e•is
tes de órga nos, todos espera-
l a cxcep ·
c1o , n (l e l as, aut<
r s upuesto, esto d ebe ser
11105 ser sepultados íntegros e intactos; y,. po _
· reyes, y las reinas de nuestro tiempo. Pero,
1 ffll a 1 111 en te ex tensi·vo para los
tinte medie val según el cual
atila sazón, aún regía un sisten1a de ideas de
as de los m onarcas ; de ahí
la realeza se encarnaba en las formas corpóre
itual encontrar provi­
que en las estirpes regias de Europa n� fuera i�hab
siones con1 o la que había hecho Enrique . Asi pues, en 1603 o I 61 o, a
nadie le parecieron criticables ni escandalosas estas _disposici�nes_ testa­
mentarias del rey. Al enterarse de la muerte de Enrique, los Jesu itas no
dudaron en reclamar su corazón, el cual fue transp ortado desde París
hasta La Fleche en diligencia. Una vez aquí, fue colocado en un cáliz de
plata en el transcurso de una ceremonia celebrada a principios de junio,
en la que se combinó el p esar con el orgullo, y a la que asistió toda la co­
munidad del colegio. Entre los asistentes a la ceremonia se hallaba un es­
tudiante nacido en La Haya (Touraine), muy inteligente p ero algo en­
fermizo, que respondía al nombre de René Descartes.
El hecho de que Descartes estuvi era presente en esta ocasión a una
edad aún tierna e impresionable no prueba nada de por sí, aunque confir­
ma que, para él, la muerte de Enrique no fue una de esas <<noticias» pasa­
jeras que no llaman particularmente la atención, al contrario. Pero hubo
en aquella ocasión algo más sobre lo que convi ene detenerse. C omo mu­
cha gente seguía sospechando que los j esuitas habían apoyado el magnici­
dio, los buenos padres de La Fleche se desvivieron para que a ninguno de
los estudiantes pudiera ocurrírsel e algo remotamente parecido, y se sirvie­
ron de la muerte de Enrique como pretexto para celebrar toda una serie
de actos con fines instructivos y devotos. En el aniversario de la ceremonia
de la conservación del corazón, como testimonio suplementario de su afec­
to y respeto al rey, organizaron otra Henriade, primera de una serie de ce­
lebraciones anuales en recuerdo de Enrique IV. Para la primera efeméri­
de, celebrada en 161 r, se pidió a los mejores estudiantes del colegio
r�dactar unos eje�cicios literarios ensalzando las virtudes del rey desapare­
cido. En el colegio se levantó una pirámide de cuatro metros y pico de al­
tura, en la que estaba permanentemente expuesto a los visi ntes el cáliz
ta
con el corazón de Enrique IV, y, a su alrededor, se exi
bían asimismo los
ensayos y poemas de los estudiantes. Durante tres día
s consecutivos el co­
legio abrió sus puertas a los visitantes de las com ·
. . , , , ,, arcas v e cinas , para' cuya
ed1ficac1 on se le1an poes1as y pronunciaban dis curs os
.
94
r EL CONTRARRENACll\
----------�
flEN TO DEL SIGLO XVII

Concluidas las jornadas, se reunieron tolo 1 s, 1os


. eJ· erc1· c1· os, que publi-
,,o el 1. 111presor.l oca l , Jacque ,
c s Reze, en t)t ap
. el le
1:. vt,- te 1·�1 gr. ue..so
. se po d'
1a l eer: . . l◄,n la cu-
bie rta

In . ..J.111li-;_ 1cn·arilnn
Hcnrici 1il11p;11i
Obitus l)il"ln
*
L11CJy1n11c C"ollcp;ii
Flcxicnsis Rcgii
Socictatis Icsu

[<<En el aniversario/ del día de la 1nuerte / de Enrique el (;rande / */ bs Ugrirnas del


Colegio/ Real de La Fleche/ de la c:01npa11ía de Jesús>>].

En la actualidad se conservan todavía varios ejen1plares del In .. -lnnÍI'crsa­


rium: uno en la Houghton Library de l-Iarvard, otros en casas de jesuitas
y otro en la Biblioteca Nacional de París, en su catalo,g11c des 11no11yuu:s o
catálogo de obras anónimas. Por razones no del todo acL1radas, el ejen1-
plar de la Biblioteca Nacional no ha estado disponible para el públic o
hasta hace poco. Confiscado tras la Revolución �11 priorato de frailes j a­
cobinos de la rue Saint Honoré, fue catalogado al principio bajo la letr a
«Y», donde se hallaba reunida la «Poesía latina», por lo que p ocas per­
sonas podían esperar encontrarlo aquí. C�uando fue recatalo gada L1 bi­
blioteca, en I 8 5 5, se le dio un nuevo nú1nero de referencia bajo la sign�1-
tura, más apropiada, de «Lb 35 » ( <<materiales históricos relacionados con
el reinado de Enrique IV»). Pero, en aquella época, era incorrect o este
número de referencia registrado en la ficha del catalo,gue des 11no11_y111cs. l 11 1

efecto, a cualquiera que pidiera ese libro con ese nútnero se le entreg ah �1
una conferencia en alen1án de 111ediados del siglo x1x s o bre un s up ueSro
plan de Enrique IV para derrocar al papa. Decidido a reparar el error en
la reciente fecha de 1986, me costó mucho tiempo y paciencia dar t? 1 la
. · r1··1 de dicho
signatura correcta, corregir · 1 a fi1c h a y recon , · · 1·1, l11·s· t<)
· strutt .'
error. En fin, lo lamentable, en cualquier caso, es que este eiem p lar del
.
In A nn1•versar1um . .. I os. es· tudios· os· desde su
no haya estaco l e1·1spon1·1 l 1 e p.JLl
entrada a la biblioteca, en algún 1110111cnto entre 1 79 2 Y 1 803 ·
. • • .
La mayor parte d· e 1 os eJerc1c1os t 1 e est.e 1·lt lt·<l Sl' encuentLlll en L1ttn
1 • '
' --
COSMÓPOLIS

mos pocos en francés, menos


otra parte menor en griego y, finalment�, �
a
. (1 ¡ (15 t�. ortnas de la retórica trad1c1onal que los red ctados en las
sotnet.Hl os
n se sirven de las formas
lenguas clásicas. Los ejercicios que están en latí
ásticos y vacuos. Es fá­
retóricas al uso y ensalzan al rey en términos pleon
cil i tnaginar las instrucciones de los padres jesuitas: «G,.eorges di�ertará
sobre la 111 agnanimidad del rey, Charles lo comparara _con AleJandro
Magno [etcétera]». Hay una colección más breve de trabaJos en griego al
final del libro, pero, hacia la mitad, encontramos veinticinco páginas en
francés que muestran una viveza, un vigor y una originalidad (incluso
una excentricidad) que llaman particularmente la atención.
El autor del primer trabajo en francés, un soneto, se diría que es un
esquizofrénico. Se propone disertar sobre Enrique de Navarra, pero
está claro que su rnente está ocupada por algo distinto: un nuevo y apa­
sionante informe sobre el descubrimiento por Galileo Galilei de cuatro
cuerpos celestes anteriormente desconocidos que se mueven alrededor
del planeta Júpiter. El año de 1610 no sólo había sido el del asesinato
de Enrique. También presenció la publicación, en enero, del libro de
Galileo sobre la luna y los planetas, en que éste daba cuenta de los des­
cubrimientos realizados con la ayuda de su nuevo telescopio astronó­
mico. Durante mucho tiempo, los europeos habían dado por supuesto
que los cuerpos celestes eran perfectos. No conocían ninguna luna que
no fuera la de la Tierra y no sospechaban que otros planetas podían
tener también <·<lunas>->- propias. Los informes de Galileo provocaban
pasmo o emoción, o ambas cosas a la vez, según el temperamento del
lector. En 1610, faltaban aún veinte años para que la peligrosa compa­
ración por Galileo de los sistemas cósmicos ptolemaico y copernicano
lo enfrentara a la autoridad eclesiástica y le valiera la desgracia pública
y arresto domiciliario fuera de Florencia. Pero, cuando su nuevo y apa­
sio�ant� libro, Sidereus Nuncius (El 1nensajero sideral), llegó a manos de
los Jesuitas de La Fleche, poco antes de que se iniciaran los preparati­
vos para la Henriade, aquéllos, cuya curiosidad intelectual es bien cono­
cida, no debieron poner ningún reparo especial para que fuera leído a
los alumnos.
El soneto del referido trabajo de 1 6 1 1 reza así
en su forma original:
Sonnet
sur la mort du roy
EL CONTRARRENACIM
�----------
IEN TO DEL SIGLO XVII

Henry le Grand, et sur


la decouuerte de quelques nouu
elles Planettes
or Estoiles errantes autour de lu
piter,faicte '
l'Annee d'icelle para Galilée Gali
lée, celebre
Mathematicien du grand Duc de
Florence

La France auoit des-ja respandu tant de pleurs


Pour la mort de son Roy, que l'Empire de l' onde
Gros de flots ravageoit a la Terre ses fleurs,
D'un Deluge second menec;;at tout le Monde.

L'ors que l'Astre du iour, qui va faisant la ronde


Autour de l'vnivers, meu de proches malheurs,
Qui hastoient deuers nous leur course vagabonde,
Luy parla de la sorte, au fort de ses douleurs.

FRANCE, de qui les pleurs, pour la n1ort de ton Prince,


Nuisent par leur excez a tout autre Prouince,
Cesse de t'affliger sur son vuide Tombeau.

Car Dieu l'ayant tiré tout entier de la Terre,


Au Ciel de Iupiter maintenant il etclaire
Pour servir aux mortels de coeleste flambeau.

[Soneto
con motivo de la muerte del rey
Enrique el Grande, y del
descubrimiento de algunos nuevos planetas,
o estrellas fugaces alrededor de Júpiter realizado
este año por Galileo Galilei, famoso
matemático del gran duque de Florencia

Francia ya había derramado tantas lágrimas


por la muerte del rey que el reino de las olas
de
.
1nu nda
.
c1o nes deva stab a 1 as flor es de la Tierra,
ñ
pre ado . .
und o d1luv10.
amenazando a todo e1 mun do con un seg

or ick
Entonces el astro del día, que hace su rec � � . .. ,
po r cl es'gT acr 1s 1 nn11nentes
alrededor del universo, n1ov1.d o
L 4 L

97
_ --
• ■
' ;
1
• ' r • , ·'-· ,:1 .',::·J�1\ít:��1'
1 ',i . "',��t;:'J-1'i1l41illlll!WF?F _,.

COSMÓPOLIS

· l e1,··1l·)·1n
que ace ._ su carrera vagabunda hacia nosotros
le habló de esta suerte, en el clímax de su dolor:

FRANCIA, cuyas lágrimas por la muerte de tu príncipe


perjudican por su exceso a cualquier otra región,
deja de afligirte por su sepulcro vacío.

Pues habiéndolo Dios arrebatado a la Tierra,


en el cielo de Júpiter él ahora resplandece
para servir a los mortales de antorcha celestial.]

·Es algo forzado este deseo de relacionar el descubrimiento por Galileo de


�s lunas de Júpiter con el dolor de los franceses por la pérdida de su rey?
¿Es algo artificial en el recurso poético de presentar a Enrique IV miran­
do sobre su afligido reino desde los cielos como un nuevo astro? Podemos
dar a su autor una <<matrícula de honor» por su ingeniosidad e incluso por
su hondura emotiva, aunque querer buscar esta última cualidad en un es­
critor juvenil, de casi diecisiete años de edad, tal vez sea pedir demasiado.
En su informe sobre la Henriade, el padre superior Camille de Rochemon­
teix descalificó este poema tachándolo de ampuloso y raro (boursuffié et bi­
zarre). Este comentario podría haber sido adecuado si el soneto hubiera
sido compuesto por uno de sus colegas jesuitas adultos; pero es un juicio
injusto aplicado al trabajo escolar de un adolescente. Si volvemos a leer el
soneto, hay otra pregunta interesante que se impone a nuestra considera­
ción. René Descartes figuraba entre los estudiantes n1ás dotados de La Fle­
che en aquella época, por lo que era de esperar que hiciera su contribución
a la Henriade. Repasando este libro, resulta tentador preguntarse si el so­
neto en cuestión no sería la primera obra impresa del joven Descartes.
Desde luego que no se puede asegurar esto. Dado el carácter anóni­
mo de los ejercicios, y la inexistencia de pruebas independientes sobre su
autoría, es igualmente posible que Descartes escribiera, más bien, el ejer­
cicio, más largo, que sigue al soneto y que incluye un tipo de especula­
ción fisiológica que él pudo inventarse perfectamente. Pero Descartes
nos confiesa que la experiencia más extraordinaria que tuvo en el colegio
�e su primer encu�ntro con las ideas de Galileo. Dada su pasión por Ga­
lileo, y por 1� poes1a en l�ngua vernácula, es poco probable que el poema
fuera de algun desconocido contemporáneo suyo.
r
1 EL CONTRARRENACIMIENT
-
O D EL SIGLO XVII

La autoría cartesi . ,,
ana de este soneto no es, por supu
esto, crucial para
nuestr a c om prens1 on de la modernidad · Lo que im · porta rea1 mente aquí
_
es q.ue, durante los .
anos de formación del J·oven Rene, en L
a Fl'eche, el
o de Enr ique no .
fue una simple noticia ma, s, sin ,
asesinat . · o a1go que inte-
, . ente a toda la comunidad del colegio . Es to nos permite
reso vivam. . . empe-
zar ya a minar los cim .
ientos de lo que nos cuenta La grande en clo e'd.te
cy p
sobre . el desar rollo intel ectua l de Descartes. Nosotros creemos que 1a
,
pretens10n d� que l os argum��tos de u� filósofo se pueden explicar per-
fectamente sin prestar atenc1on a sus circunstancias históricas no es au­
tovalidadora, sino que exige una revisión.
Si se tiene en cuenta cómo pasó Descartes los diez años si guientes al
ab andon? del colegio, cobrará mayor fuerza aún la tesis contraria . y si el
asesinato de Enrique IV no fue una noticia pasaj era e irrelevante para su
desarrollo intelectual, lo mismo cabe d ecir de otro acontecimiento catas­
trófico de su vida. Cuando estalló la Guerra de los Treinta Años en 1618 '
Descartes tenía v einte y tantos años solamente; y cuando concluyó, en
1648, a Descartes le quedaban sólo dos años de vida. Es decir, que toda
su vida madura la pasó a la sombra de dicha guerra. Una persona intro­
vertida y preocupada sólo por sí misma, que volviera la espalda a l mundo
y no deseara otra cosa que escribir sobre filosofía abstracta, podría haber
borrado de su mente toda huella de un desastre histórico que otros euro­
peos (en especial, en Alemania) recordarían con auténtico pavor durante
generaciones y generaciones. Podría haber sido así (repár ese en el modo
potencial). Pero entonces habría que hacer otra pregunta vitahn ente im­
portante: ¿Habla realmente a favor del joven Descartes tanta insistencia,
como la de los autores de La grande encyclopédie, en su extraordinaria re­
solución y su esprit totalmente puro? ¿Fue realm ente ese tipo de pers
ona
ando
indiferente y de corazón pedernalino capaz de mirar a otra p ar�e cu
on ª lo
sus contemporáneos estaban sufriendo lo indecible, como SUfoer
Añ os ? Su pe ns am i en t o filosófico Y sus
ta
alda ª la tra-
largo de la Guerra de los Trein
escritos no pueden ser meritorios sólo porque vol viera l a esp
gedia más importante de su época.
. . d e I Os Treinta Años ' co .
1no
Descartes no fue 1nd1ferente a 1 a G uer ra
, . . IV · D ur an te lo s doce pn-
tampoco lo hab1a sido al asesinato de E nriq · ue . S,
., rs
· n p er so n a. T LI
meros años de la guerra, tuvo ocas1on de segui· r su. cu
o e
.1 .�1-
l n d a don u e
• s, pa. so,, .'1 Ho '
a tr
un año en la Facultad d e Derecho de P01t . 1er ,, . pc
, . ta re s d el p n nct
b ªJº como supe rvisor estudiando l as nuevas
. . . , te, --
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t as n li li

99
� \ ■ 1 I t:.··�.f· ,-1�;: rl
.,
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.. • "'

cosMÓPOLIS

. ,,
au. p ,
ara es-- tar
· · 1 ás cer ca aún de los co1nbates, se unió lue-
�1aur1. c10 . e_i e.. Nass 11
~ ,. ~ ..
y lo aco n1p ano en sus camp an as m 1h ta-
· a 1 eJer
go . . deI duque de Baviera.
.." c1to ,. ico
.1patet • y se , ins
· talo" en
res. Cuando ab·andono" su vid . a de Joven per . .
Holan-
.
• para poner por escrito y sist e m atizar
da a co1n1enzos, de l·a de"cada de 1 630 . ,.
disto mucho de ser el és-
sus 1·deas sobre epi'sten1ología y filosofía natural,
przt· desencarnado y descontextualizado que nos describe La .grand e enryclo-
pédie. Antes bien, para entonces era un hombre maduro ! bien mformado
.

cuyos años de formación lo habían pu�sto en c�ntacto d_irecto con los dos
acontecimientos más decisivos de la primera mitad del siglo xvn.
Teniendo presentes estos antecedentes, la reacción de Descartes al
escepticismo de Montaigne es más fácil de comprender. La fuerza de los
argumentos escépticos de la <<Apología» y la cándida exuberancia carac­
terística de los Ensayos lo entusiasmaron. Pero Descartes no podía com­
partir con Montaigne la tolerancia de la ambigüedad, la falta de claridad
y certeza ni la diversidad de opiniones humanas contrarias. Cuanto más
degeneraba la situación política en Francia y Europa más urgente pare­
cía la necesidad de encontrar una vía de salida a las contradicciones doc­
trinales que habían estado en el origen de las guerras de religión y que
-independientemente de las realidades políticas-seguían sirviendo de
pretexto para su continuación. En vez de ver las obras de Descartes como
las creaciones de un hombre sobre cuyo genio los acontecimientos de su
época arrojan escasa luz, se impone «recontextualizar» las ideas y los mé­
todos intelectuales que la explicación al uso por parte de la filosofía mo­
derna se esfuerza tanto en «descontextualizar».
Esto nos resultará particularmente útil si apartamos por el momento la
mirada del propio Descartes y consideramos la recepción de sus ideas en
general. Así veremos lo mucho que había cambiado la mentalidad filosófica
desde I 590. En �leno vértice de la popularidad de Monta
igne, el intento de
Descartes por evitar su escepticismo y encontrar una «so
la cosa cierta» que
hiciera posibles otras certezas-en su caso, el co ito-
g podía recibir la crítica
de �o sab�r contest� a los poderosos argumentos a
,. favor del escepticismo
clas1co. Cincu�nt� anos después, para una generac
ión cuya experiencia fun­
damental habia sido la Guerra de los Treinta Añ
os con la destrucción del
�ejido social que �s�a trajo consigo, el atractivo de la �erteza geométrica y de
ideas «claras y distintas» contribuyó poderosam
,. ente para que su programa
filosofico resultara nuevamente convincente.

IOO
EL CONTRARRENACIM
IENTO DEL SIGL
O XVII

1610-1611: JOHN DONNE LLORA POR COSMÓPOL


IS

El asesinat.o de Enriq .
ue causó tanta consternaci· on ,, en e1 extranJero como
en la propia Francia. El papa se mostró muy apena do a 1 en
. . . ra ,,
sin terarse de la
no t1c1 a, y n o z on: er a el meJ· o r situado para compr
ender que 1 a es-
peranz a d e mant ener en Europa un mínimo de paz en
tre los bandos ri-
vales pasaba por la moderación de Enrique y \a situación am
bi gua de
Fr an cia, d o nde o p � ne rse a los Habsburgo de España era una tar
ea más
urgente que cua l quier cruzada antiprotestante.
Asimism o, cuando el embajador francés comunicó en Londres
la noti­
cia aJacobo I, el p imogénito del rey y príncipe de Gales, Enrique, se sumió
r

en un estado de postración y lloró abiertamente. El príncipe Enrique había


considerado siempre a su tocayo, el rey de Francia, como a su segundo
padre y esperaba que éste lo asesorara después, cuando hubiera sucedido a
Jacobo en el trono inglés. Con esta noticia, la situación diplomática de Eu-
ropa tomaba un giro irreversible hacia lo peor. El príncipe Enrique se re ti­
ró a sus aposentos y no reanudó la vida y los deberes normales hasta varios
días después. Ni se puede decir tampoco que mejorara precisamente la si­
tuación política cuando murió el propio príncipe unos meses después, a los
diecinueve años de edad (posiblemente a consecuencia de unas fiebres tifoi­
deas), y la sucesión pasó a su hermano más obstinado y menos dotado, el
futuro Carlos I. En aquella época, como en la nuestra, la gente se pre guntó
si, de haber sobrevivido los Enriques IV de Francia y-futur(}-IX de
Inglaterra, habrían sido capaces, debidamente aliados, de salvar a Europa
de las catástrofes que sobrevinieron a ésta en los siguientes cuare�ta añ os.
Hay un autor inglés que reaccion ó inmediatamente al ase_smato de
Enrique y que compuso, en 1611, dos poemas bastant� comple¡ os Y pro­
blemáticos. Nos estamos refiriendo a J ohn Donne. Hi ram Haydn esco­
ge a Donne como uno de los principales representante s de su llamado
. .
<< eontrarrenac1m1ento». Cre o que esta acertadO en e sto, pues
,, John Donne
los
fue una fi gu ra muy conservadora, en cuya vi·da Personal culminaron
. ,, . to nos cuenta
conflictos religiosos de la epoca, en ciert o sentl· d O trágric.o· Es
. ,, �
.
L .
zter ature en s u no tic ia bt og ra hca so b re=-
'T'
1 'he Oxford Companion to Eng lzsh
Donne:
r
, , .
hc a. -..
S u t ,,
t o , �J,ls
· · P er H ey \\'ood, est�l ba �1 l f en-
Na ció en el seno de una familia n1uy cato s�1 ¡1o r tu tot. t, s, c.1
.. to, l'1 _
· · ,, · · l .. l en su
· c1
te d· e 1 a 1n1s1on el e l os Jesu1 tas en I n g·laterra ... I�, uc
◄ .H
( O

IOI
COSMÓPOLIS

1 5 8 3] en el Hart I-Iall de C)xford, 1 ugar


cos, l)onnc entro, a 1 a ec. l �H.i (·I e once años· [en - . .
>
. ,,
. . , s,, pues, al· carecer de capi lla, la recu sac1o n llamaba menos
pretendo pot. 1 os, c1t •. o, ¡·tco . ,, ,,
. , v . no enor Enriq ue muno en la carcel, donde había
Ll Jtcnc1011 ... 1-:-n 1�93, su henna 111
Parece ser que por aquella mis-
SH· 1 o rec 1 UH· io por (· l· ar e,0 b 1· 1· 0 a un sacerdote católico.
111 a época Donne renegó de su fe
católica.

Los siguientes veinte años de su vida, entre 15?� y 1615, fueron m�y a�­
tados. Fue sucesivamente voluntario en exped1c1ones contra Espana baJo
el mando del conde de Essex y de sir Walter Raleigh, secretario de sir
Thomas Egerton, diputado al Parlamento bajo el patrocinio de Egerton,
y cayó finalmente en desgracia (siendo incluso encarcelad�) tras fugarse
con la heredera y sobrina de lady Egerton, Ann More. Sin un empleo
fijo, fue compañero de viaje y secretario confidencial de toda una serie de
mecenas; cuando se produjo la muerte de Enrique IV, en 1610, estaba
tratando de granjearse el apoyo de sir Robert Drury, terrateniente de
Suffolk. Finalmente, para mejorar su reputación, entró en 161 5 en la
iglesia anglicana, donde no tardó en ser promovido.
En Inglaterra, el asesinato de Enrique fue considerado como otra
<<jugarreta» de los jesuitas, quienes serían capaces de justificar su acción,
en caso de ser reclamados a hacerlo, con argumentos casuísticos sobre la
legitimidad del tiranicidio (¡y eso que, en 1610, casi nadie mínimamente
sincero consideraba tirano a Enrique IV!). El primero de los dos poemas
extensos de Donne es, pues, una curiosa diatriba contra los jesuitas, en la
que describe una reunión secreta en el infierno, presidida por un I gn acio
de Loyola que conspira junto con sus colegas tartáreos para sembrar el
caos en los asuntos terrenales. Se titula <<I gnacio, su cónclave>> . Es un poe­
ma tan extraño que muchos estudiosos prefieren no prestarle atención. En
algunas de las ediciones canónicas de los Poemas reunidos de Donne in­
cluso se omite. El conservador punto de vista de Donne lo vemos confir­
mado por el hecho de que, entre los conspiradores que secundan a Lo­
yola en el infierno, se encuentra toda una caterva de «innovadores»,
categoría que incluye nada menos que a Copérnico y a otros nuevos as­
trónomos. Donne, que consideraba a los seguidores de Loyola <<pertur­
badores de la paz>> de una Inglaterra honesta y temerosa de Dios, cree
también que las novedades astronómicas de Copérnico y Kepler preten­
_
den confundir la� mentes de las personas honradas e ind nsa , or lo
efe s p
que tacha a sus autores de simples alborotadores.

102
EL CONTRARRENACIMIEN
TO DEL SIGLO XVII

Esta actitud hacia la innovación intelectual , que encuen .. osa ex-


. su ,,
. ,, n en «Ignac10, tra b1h
pres1o conclave» ' reaparece en tono ma,, ,, o en
s e1eg1ac
otro poema de D onne ,,
de I 6 I 1, uno de los dos denom·1nados
«An.1versa-
rios», que lleva por ,,titulo .«Anatomía del. mund o>>. En su pr·imera publ1_ .
. ,,
cac10n, la «An at om1 a » de D nne fue ferozmente
� criticada tanto por el
tono exagerado de su l�nguaJ e como po r su nauseabunda adulación de
la joven cuy� muerte sirv e de o casión al p oema. Se trataba de la hija
de Dr ury, Ehzabeth, que acababa de morir, antes de que Donne hubiera
teni do la men�r o casión de conocerla. Se celebran todas las supuestas
vir tudes de la JUV�ntud, en consonancia con la decadencia que parecía
afectar a todo en tiempo s de Donne, de manera que la muerte de la joven
aparece como emblema de un caos que va en constante aumento. Sin
embargo, lo que aquí nos importa no es esta exagerada idolatría hacia
Elizabeth Drury. El pensamiento de Donne estaba en otra parte. La
muerte de la joven le dio pie para enumerar todas las cosas que él juzga­
ba deplorables en la época. El verdadero tema del poema no es la joven
fallecida. Es (como reza el subtítulo) <<la fragilidad y decadencia del mun­
do entero».
Hay un pasaje importante en que se habla de las ideas físicas y astro­
nómicas de los «nuevos filósofos», pasaje a menudo citado por historia­
dores que no alcanzan a reconocer la ironía conservadora de Donne
como anticipadora de los descubrimientos que van a ser saludados como
las grandes gestas de la <<revolución científica». Veremos más claramen­
te las acibaradas críticas de John Donne situando estos conocidos versos
en un contexto algo más amplio, mediante el procedimiento de añadir
o, l s
unos versos antes y después de los más conocidos. Con este añadid �
de la si-
versos del 203 al 208 (de los 474 que tiene el poema) se leen
.
gu1ente manera:

we see,
And now the Springs and Sommers which
Like sonnes of women after fifty bee.
And new Philosophy cals all in doubt,
Tle Element of fire is quite put out;
is lo st , an d th 'e ar th , and no tnans w1t
The Su n
oke for it.
Can well direct him, where to lo
m en co nf es se , th at th is world's sp ent ,
And freely
e Firn1an1 e n t
When in the Planets, and th
COSMÓPOLIS

at this
, rhcv secke so tnany new; they see th
Is cr� t nbled out againe to his Atomis.
�·r'is aH in peeces, all cohaerance gone;
All just supply, and all Relation:
t,
Prince, Subject, Father, Sonne, are things forgo
For every man alone thinkes he hath got
'fo be a Phoenix, and that there can bee
None of that kinde, of which he is, but hee.

[Y ahora las primaveras y los veranos que vemos, / como hijos de mujeres cincuento­
nas son. ¡ La nueva filosofía pone todo en duda, / el elemento del fuego está comple­
tan1ente descartado; /el sol se pierde, y la tierra, y el hombre ya no tiene ingenio para
ir en su busca. /Y libremente confiesan los hombres que este mundo se ha apagado, /
cuando en los planetas y el firmamento/tantas novedades buscan; lo ven reducido otra
vez a sus átomos. /Todo está resquebrajado, ya no queda coherencia; /Todo es puro
suministro y pura Relación: / Príncipe, Sujeto, Padre, Hijo, son ya cosas del pasado, /
Cada cual sólo piensa en / Ser un Fénix, y que nadie sea/ Como él es.]

No hay aquí el menor atisbo de que Donne recomiende las nuevas ideas.
Antes al contrario, considera el resurgir del atomismo como algo destruc­
tivo para la unidad orgánica de la naturaleza, símbolo de la decadencia a la
que está precipitándose el orden de la naturaleza. Preocupación ésta por
la decadencia de la naturaleza que dista mucho de ser solamente teórica.
En la Inglaterra de aquellos años, la gente era consciente de que el tiempo
climático se estaba deteriorando e interpretó este fenómeno como señal de
que estaba empeorando también la situación general, probablemente de ma­
nera irreversible. Thomas Browne, contemporáneo en su juventud de
Donne (nació en 1605 y sobrevivió a la república de Cromwell, siendo
nombrado caballero por el rey Carlos II tras la Restauración), expresó a la
perfección esta creencia, implícita en el poema de Donne y explícita para
todos los ingleses cultos de las décadas de los cuarenta y los cincuenta del
siglo xvn. La <<decadencia general» era el si gno de que «ha pasado ya más
tiempo del que está por venir»; de manera que el fin del mundo podría ha­
berse producido en vida de los hombres que peregrinaban entonces por la
tierra. La gente se había olvidado de que Dios había creado la naturaleza
para que funcionara según leyes inmutables, y buscaba ahora signos ex­
traordinarios anunciadores de un inminente apocalipsis.
Para captar él verdadero alcance de los últimos seis versos del pasaje
EL CONTRARRENACIMIENTO DEL SIGLO XVII

citad�, conviene prestar atención a la puntuación. El verso 209--<<se ha


...
re�uc1do otra vez a sus atomos>>--lo termina Donne con un punto y se­
guido. Antes se ha expuesto la prueba de la «decadencia en la naturale­
za». Ahora se ponen de manifiesto las implicaciones políticas y morales
de esa decadencia. «Todo está resquebrajado, ya no queda coherencia».
Ya no se habla de física o astronomía: lo que el mundo ha perdido ahora,
con la unidad orgánica que siempre caracterizó al cosmos, es el sentido
de la cohesión familiar y del compromiso político. ¿Queda al guien que se
siga considerando súbdito de su príncipe o hijo de su padre? La sociedad
se ha vuelto narcisista. Cada individuo se ve como una mónada inimita­
ble que reinventa su modelo de vida, como un fénix. En los viejos días, se
daba por descontado que la gente compartía los valores de la comunidad
y la familia, y respetaba las exigencias legítimas de su condición social.
Ahora, el tejido moral de la familia y la sociedad se ha deshilachado has­
ta el punto de que las personas se consideran-y se comportan-como
simples <<átomos» sociales carentes de las relaciones intrínsecas de una
sociedad verdaderamente coherente.
La propia métrica escogida por J ohn Donne para escribir la «Anato­
mía del mundo>> (unos lastimeros yambos) convierte al poema en una
elegía por la decadencia cósmica y social; estos mismos pentámetros
yámbicos reaparecerán cincuenta años después en El paraíso perdido de
John Milton. Entre Donne, en 1610, y Milton, en la década de 1660, In-
glaterra vio cómo Oliver Cromwell y sus colegas trataban de construir
una república que implantara la justicia de Dios en el mundo de los hu­
manos. Tras la restauración de los Estuardos, quienes, como el propio
Milton, habían estado casi convencidos en 1650 de que la república po­
día tener éxito, quedaron marcados por una fuerte sensación de vacío,
que Christopher Hill ha descrito recientemente en su interesantísimo li­
bro The Experience ofDefeat (La experiencia de la derrota). Tampo:o _fue
Milton el último en explotar la fuerza emotiva de este esquem: me�ico.
Tras la Primera Guerra Mundial, William Butler Yeats plasmo la n11 sma
sensación de pérdida en su poema << The Second Coming» (L� segunda
venida). A quienes ven los años de historia europea que median en�re
1914 y 1945 como una época comparable a la de la Guerra de los Trein­
ta Años, les parecerá bastante curioso encontrar en Yeats 1nás de un eco
de la composición de Donne. Los sentimientos se acercan tanto q ue p o ­
demos incluso entremezclar o combinar los versos de a1nbos textos:
105
(:<>SM{>P<>l,IS

.
F I o, Y,. 110 (¡ucda coher
encia;
, l'odo estj resquch r� 1 H ,1
. /
·
1n ·
1s , tro y nu
t r� 1 rc la c1 on:
todo es pu ro sun1

.
di sgre g an ; e 1 e·e·ntr
. o y·1e no aguanta;
Las cosas se
an ar q uía se ci er ne so br e �l mundo... ;
la rnjs pura
. re .
ce n d e ·on
e vic ció n ' nu en tras que los peores
los ineJores ca
da;
rebosan de intensidad apasiona

pues cada cual sólo piensa en llegar a


ser un fénix, y que
nadie sea co1no él.

En la -<<Anatoinía» de Donne reconocemos su mentalidad conservadora.


Donne, cuyas antenas saben captar el «sentir» de su tiempo, lamenta que
el n1undo �sté descoyuntado en una docena de aspectos. No le preocupa
solamente la guerra entre los fanáticos protestantes y católicos, aunque
en 1610 la situación an1enaza ya con explotar, lo cual ocurrirá después de
1618; ni tampoco el debilitamiento de la lealtad política, el espectacular
crecimiento de las ciudades o el hundimiento de las relaciones sociales
basadas en los viejos patrones rurales-como demuestra el creciente nú-
111ero de <<hombres sin amo>> fuera de las redes tradicionales-, aunque
todo esto agrava la alienación general. Ni le preocupa tampoco en exclu­
siva el narcisismo de la época, aunque deplora el <<extremado individua­
lismo>> con la 1nisma fuerza con que lo deplora Robert Bellah en la ac­
tualidad. Finalmente, el blanco de sus ataques no son ni siquiera las
dudas sobre la astronomía y física tradicionales que los sucesores de Co­
pérnico están sembrando en aquella época, aunque este escepticismo no
erosione la tradicional confianza en la Providencia y la razón humana.
L� que emerge con fuerza en este pasaje del poeina de John Donne es,
_
mas b i en, su pesar-y alarma-por el hecho de que tod estas cosas di­
as
ferentes están ocurriendo al 1nismo tien1po.
Desde el punto �e ista de Donne, el em
, _v peoramiento climático de
la epoca, los descubr1m1entos de l os astróno
mos las nuevas ideas sobre la
es�ruc tura de la rnateria, la sensación de b
/ht de ilit�miento de la lealtad po­
1ca y los deberes familiares e incluso la
. ,, . genera1·izada fragn1entac1·0,, n del
pro pi o��' no son feno1nenos distintos y
desvinculados. Al subraya " r la in­
terrelac1on de las cuestiones psicológic "' · ,, · --as
., . . , ,, as... y p o l 1 t1 cas con Ias cos m o Io g1c
y hs1cas, nos las esta representand ,, •
o como aspectos el e .
un un1co todo. Las
106
EL CONTRARRENACIMIENTO DEL SIGLO XVII

ideas de Copérnico y Kepler no son solamente nuevas y apasion


. antes

1
maneras �e ver, por eJemplo, el movimiento de los planetas O la estruc
-
tura del hielo. Se trata de algo más corrosivo: desde el punto de vista
de
1
John Do nne, soc ava n toda la cosmópolis heredada.
Esta palab�a, «��smópolis», exige cierto comentario de nuestra par
­
te. En la Grecia clas1ca, y antes también, la gente suponía que el mundo
en el que nacían los humanos, y con el que tenían que vérselas, encarna­
ba dos tipos de «orden» distintos. Estaba el orden de la naturaleza, evi­
denciado en el ciclo anual de las estaciones y en las cambiantes mareas
mensuales. Las actividades prácticas (la agricultura y la nave gación, por
ejemplo) dependían de la capacidad humana para lograr el dominio de
dicho orden, aunque este influjo fuera marginal en el mejor de los casos.
La palabra tradicional griega para describir este tipo de orden era la de
cosmos; y, así, decir que el universo astronómico (ouranos) era un cosmos
equivalía a admitir que los acontecimientos celestes no se producían al
azar, sino siguiendo un orden natural. Pero había también otro orden : el
de la sociedad, como se evidenciaba en la organización de los sistemas de
irrigación, en la administración de las ciudades y otras empresas colecti­
vas, donde todo ocurría ostensiblemente bajo control humano, aunque la
avaricia de los tiranos y los intereses de grupos enfrentados produjeran
grandes quebrantos en el tejido social, haciendo incluso difícil pensar en
la existencia de hombres de buena voluntad. La palabra griega que deno­
minaba este segundo tipo de orden era la de polis; y, así, decir que una
comunidad (koinoneia) formaba una polis equivalía a reconocer que su
práctica y organización tenían una coherencia general que la cualifica­
ba-tanto en el sentido antiguo del término como en el moderno-como
unidad «política».
Desde los orígenes de las sociedades humanas a gran escala, la gente
no ha dejado de preguntarse por los vínculos existentes entre cosmos Y
política, o, lo que es muy parecido, por el orden de la naturaleza Y, el de
la sociedad. Son muchas las culturas que han soñado con la armonia ge­
neral entre el orden de los cielos y el de la sociedad humana. Así, p or
ejemplo, en la China clásica la gente hablaba del campo con1 o del reino
celestial mientras los dirigentes basaron su autoridad en el mandato del
cielo; asimismo, en el 7 50 a. C., una de 1 as pri· ncipa· 1 es ins · r·1 tl1ci. ones est-1-
L L '"

de-
tales de Babilonia fue la oficina de los vaticinios, cuyo co inetido era
1e··� los <<tnalos au t,u-
ff
~
sentranar los eventos cele stes r e gu 1 ares y adv e r ti· r
. t· J L

107
cosMÓPOLIS

. . ... ,¡· , ... s, l lit ' r y sol


· ar ' q u e solían ca u sar una gran alarma
nos��� co1110 1 os et tpse 1 .1
bi
.
do
.
t1e rnpo. (El pro-
. • · ... los va tic in a ba n . a ,,,s u. de
social s1 1 as autot H . . l·l,H. es 1lC) · -
- v·it icin •
,1 dores babtlon1cos de «pr
onosticadores
teta 1 s�11as /
--

ca .1·
111 i cJ,. a
• l {,·> s , . . ,,, .
)pu
"'
/ l " a , Platón sostie ne as1
. 1n1 sm o, en ter minas re-
1ne ns · . ua. l. .
CSY> . ) 1...
r,1 .' 1 l a R t 7 i c
/ · 1 he ch o de rec on o ce r la ex ist e n cia de un orden <<racional»
tor1cos, que e . .
. e io p . u ede fortal ec er nu est ra co nfi a nz a en la p os1b i-
en e l s1st · erna pla netar
onal» en la manera de go-
lidad de alcanzar un orden igualmente <<raci
res.
bernar los estados y las sociedades de los homb . ,,,
Posteriorn1ente, cuando Alejandro Magno extend10 el horizonte de
los griegos inás allá de su original preocupación por las ciudades indivi­
duales, los filósofos estoicos fusionan los órdenes <<natural» y «social>> en
u na sola unidad. Según ellos, todo lo que había en el mun
do manifestaba
de distinta manera el «orden» o razón que mantenía unidas todas las co­
sas. Tanto las regularidades sociales como las naturales eran aspectos del
mismo cosnios <<y>> de la misma polis en general; es decir, de la misma cos­
mópolis. La idea práctica según la cual los asuntos humanos estaban in­
fluidos por los asuntos celestes-y corrían parejos-se convirtió en la
idea filosófica de que la estructura de la naturaleza reforzaba un orden
social racional.
Desde los tiempos de san Agustín (hacia el 430 de nuestra era), la idea
de la cosmópolis tiene un papel menos importante en la teología cristia­
na. La atención se centra, en primer lugar, en hacer ver cómo los seres
humanos fracasan a la hora de mantener el orden 1noral o de alcanzar sus
ideales personales dentro del mundo humano, el «pecado»; y, en segun­
do lugar, en impulsar las disciplinas espirituales mediante las cu ales se
pu ede aprender a superar las flaquezas (la «salvación»). Según este enfo­
qu e, el orden natural es sólo un telón de fondo por delant del cual se va
e
desarrollando la trama del dra1na humano. Así conce
bidas nuestras teo­
rías sobr� la naturaleza tienen poco que ver co
n la teol;gía general, y
menos aun con la moral. Los debates sobre
la cosmología se dejaron en
manos de los filósofos ' ya fue · ran P 1 ato,, n1· cos, ar1st · , si· n
. . · ote,, h· cos o estoicos
importar demasiado ' teológicamente h ,,
,, a blando, cual de estas escuelas se-
guia cada cual.
Pero, con el Renacimiento, e1 int · eres
,, . ,,, de I os lectores laicos europeos
por 1 os textos clas1cos recién descu b"
iertos reaVIvó el interés por la cos-
molog1,,,a. Despue6 /
de Dante ' se volvió deb·a ·
de1 univers · o, e1 humano y el natura1 · L
ª tlr so bre la estructura g1 o b a 1
as especulaciones sobre la posible
108
r EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII

armonía entre los asuntos naturales y los humanos volvieron a


ponerse
de m o da. Re tr o spe�ti�ame�te, muchas de estas <<correspondencias» nos
�arec,,en ah ora �ant�stJ.cas e ilusorias; pero alentaron el resurgimiento del
mt�res por la c1enc1a natura� y prepararon el camino para las obras pos
­
r:n ores �e los «nuevos filos ofos» ?el siglo xvn. En el siglo xvi, los
c1r�ulos 1nte�ectuales franceses manifestaron una simpatía especial por
las ideas esto icas; en concreto, por la creencia de que la conducta huma­
na es «correcta» sólo si, en cierto sentido, es natural o se da según la na­
turaleza.
Así, en la década de 1610 Donne reflexiona sobre el declive simultá­
neo del clima inglés, el sistema planetario, la constitución del mundo
material y demás cosas, sabedor de que sus lectores están familiarizados
con estas ideas «cosmopolitas» y abiertos, por tanto, a su sugerencia de
que la «fragilidad y decadencia» de la experiencia humana tenía una im­
portancia cósmica más amplia. Para que el mundo sea «coherente», se
necesitaba integridad en los ámbitos natural y humano. La pérdida de
ésta sólo podía compensarse descubriendo la manera de restablecerla en
los dos ámbitos por igual. Entre tanto, la decadencia era para Donne una
característica de todo el universo, y fueron muchos los contemporáneos
que compartieron su sombría visión. En casos extremos, el apocalíptico
Jacob Boehme en Alemania y los republicanos sectarios en Inglaterra se
sintieron tentados de realizar cálculos numerológicos sobre la fecha del
Último Día, práctica que había sido condenada por todos los teólogos
ortodoxos desde los tiempos de san Agustín. Sin embargo, no podemos
censurar a los que opinaban que todo estaba descontrolado y que, des­
pués de 161 o, la pérdida de toda cohesión social, política y espiritual ha­
bía llegado en Europa a un punto sin retorno.
Cuanto más se enorgullecían los fanáticos de la Contrarreforma de la
matanza de protestantes en la batalla de la Montaña Blanca con mayor
celo prendían fuego los mercenarios suecos del protestanti�mo a los ba­
luartes católicos de Alemania y Bohemia y pasaban a cuchillo a sus po­
blaciones, y mayor era el número de gente moderada Y de buena v�lun­
tad que se sumía en la desesperación. Durante los años que tnediaron
entre 1 6 1 8 y 1 648 (una generación entera), los horrores fueron en Euro-
pa el pan nuestro de cada día.
cosM(>POLIS

I 640- I 650: LA POLÍTICA DE LA CERTEZA

. . de la época, los
- ·tuación problemas relacionados
l --i1 a l)H.· l �1 cuenta e·le.. ¡.�1 51 . / .
� 1150 racional y la necesid
. . se
� , el con ad, que los escept1 cos del
con I a certeza
o con10 un· desafío a la filosofía, eran, pues, mucho
S l· g 1 O XVI h a l) 1/�1 n deJ·ad
. . . /
1113S�/ que Ill. eras . , ctiestiones de gusto teó rico o de op1 n1on personal. René
. . .
Descartes sufrió en su person a las con secu enc ias del ases i nat o de E nri-
que IV y de la Guerra de los Treinta �os que le siguió, en cuyo trans­
curso los ejércitos protestantes y catohcos trataron de probar la supre­
macía de sus posiciones teológicas mediante la fuerza de las armas. A la
n1uerte de Enrique IV, John Donne reconoció también el colapso del ar­
n1azón cosn1opolita que hasta entonces había sustentado gran parte de lo
más cualificado en la vida y el pensamiento de Europa. La gente en ge­
neral se quedó desconcertada, sin asidero al que agarrarse. Desaparecida
la figura equilibradora y tolerante de Enrique, el impulso hacia la guerra
general alcanzó un punto que escapó al control de cualquier poder ecle­
siástico o político, y la filosofía del escepticismo se convirtió de repente
en un lujo que pocas personas podían permitirse.
Sólo si tenemos presentes estas circunstancias estaremos en condi-
. ciones de comprender por qué la <<búsqueda de la certeza» alcanzó el
atractivo que tuvo a partir de 1630. El hecho de que la filosofía pasara de
tratar cuestiones prácticas a preocuparse exclusivamente por cuestiones
teóricas-con lo que cuestiones locales, particulares, temporales y orales
dieron paso a cuestiones ubicuas, universales, ate1nporales y escritas-no
fue una ocurrencia personal de Descartes. Todos los protagonistas de la
filosofía moderna privilegiaron la teoría, devaluaron la práctica e insis­
tieron por igual en la necesidad de encontrar al saber unos fundamentos
que fueran claros, distintos y ciertos. Frente a las pretensiones dogmáti­
cas de los teó_logos rivales, resultaba difícil a los espectadores de buena
voluntad liinitarse a la fría modestia de un Erasmo o un Montaigne, que
habrían rep etido (siguiendo los pasos de Pirrón y Sexto En1pírico)
que era un error que los teólogos reclamaran certeza en cad b do y que
a an
el candor humano nos en1pujaba a admitir que los asunto
s de la fe son in­
telectualmente inde�? trables y, po r tanto, inciertos
; . Los protagonistas
de la� guer�as de rehg1on no 1nostraban ningún interé
s por el escepticis­
mo n1 habr1an desconvocado sus guerras por razon
es lacedenlonias· al vi­
vir en una época de alta tensión teológica, la ún
ica alternativa q�e les
I 10
EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII

quedaba a las cabezas pensantes era buscar una nueva manera


de estable-
cer sus verdades e ideas básicas, una manera que fuera 1n · depend.1ente-y
n eutral-respecto de las lealtad es religiosas.
�or supue �to, si hemos d � creer a Dewey y a Rorty, esto era mucho
pedir. No pod1a e� _
contrarse Jamás un conjunto de «ideas claras y distin­
tas» cuya corre_ cc1on se revelara con la 1nisn1a evidencia a todos los pen­
sadores re flextvos: a �a larga, se verían obligados a ser pragmáticos y a
volver a ese exame n sincero de la experiencia en el que solamente Mon­
taigne y Bacon se habían mostrado dispuestos a confiar. Pero, dada la si­
tuación histórica de la Europa de las décadas de 1630 y 1640, el hecho de
sugerir que nunca valdría la pena intentar el experimento racionalista ha­
bría equivalido a demostrar una gran falta de sensibilidad. Por supuesto
que habría sido preferible que Enrique IV de Francia y Enrique IX de
Inglaterra hubieran sobrevivido para pilotar la política diplomática de los
estados europeos lejos de las rocas de intolerancia contra las que éstos se
dieron de bruces inexorablemente después de 1610. En ese caso, un sen­
timiento sincero sobre la finitud del poder humano, que limitó tanto las
ambiciones intelectuales de Montaigne como las ambiciones políticas de
Enrique de Navarra, podría haber conservado el respeto y ascendiente
que acabó perdiendo. Pero, tal y como se desarrollaron las cosas, no ha­
bía alternativa .a esquivar a los dogmáticos teológicos argumentando en
su propio idioma, a saber, el idioma de la certeza.
La «búsqueda de la certeza» de los filósofos del siglo XVII no fue una
mera propuesta para construir esquemas intelectuales abstractos y atem­
porales, soñados como objetos de puro y aséptico estudio intelectual.
Antes bien, fue una reacción y una respuesta temporal a un desafío his­
tórico concreto: el caos político, social y teológico encarnado en la Gue­
rra de los Treinta Años. Interpretados de este modo, los proyect�s �e
Descartes y sus sucesores no son las creaciones arbitrarias de unos indi­
viduos solitarios encerrados en sus respectivas torres de tnarfil, con1o su­
gieren los textos' ortodoxos de la historia de la filosofía. La versiónª� us�
del desarrollo filosófico de Descartes como el despliegue de un esp rit
puro e indiferente a los acontecimientos históricos de su tietnpo, t�� gr�-
ficamente expuesta en La grande encyclopédie, deja paso a una verSIOn �
in
· · -
duda más verídica y halagadora: la de un J oven 1nteI ec tua• I cuy·1e s reflex10
.
nes ofrec1er on a otras personas de su generaci·o" n la
esperanza de razonar
,, . .,
,, • en una epoc · e que ·1 n�Hlie se le
a en l·i
fuera del caos poht1c o y te ol o g1c o

I 11
COSMÓPOLIS

t-ri �l otra solución qu e la de seg uir con1b atiendo una gu etra intermi­
ocu
n�1hlc.
t end e la versión ofi-
Si el siglo xvi I hubiera sido tan apacible corno pre
ble el planteamiento
ci�l l Je Ja ;nodernidad, podría hasta resultar acepta
la l
tipo «torre de marfil» de la filo�ofía del si,glo xv11. : ero rea id�d es �ue
nadie fue indiferente al torb ellino de la epoca. As1, en el sangriento 1m­
pa.1:ff teológico que impuso la Guerra de los Trein�a Años,_el escepticismo
filosófico se volvió 1nenos atractivo, y la certeza mas atractiva. A largo pla­
zo, la esperanza d e descubrir unos modos cuasi geométricos de resolver
las cuestiones teológicas básicas se demostró vana. Pero no es ésta la cues­
tión. Nuestra tarea es aquí explicar por qué, en la época, el programa ra­
cionalista resultó tan atractivo para las nuevas generaciones de lectores y
pensadores que eclipsó a las modestas y escépticas luces de los humanistas
del Renacitniento. La recepción de las ideas de Descartes es, así, una cues­
tión histórica que exige una respuesta en términos igualmente históricos,
una respuesta a la que sólo llegaren1os si tomamos verdaderamente en se­
rio los efectos arrolladores del conflicto religioso del siglo XVII.
Los historiador es de la primera fase de la era moderna hacen bien en
destacar el desorden social y el retroceso económico que caracterizaron
a la vida europea de principios del siglo XVII. Sin embargo, si bien las cau­
sas económicas y sociales pued en tener efectos intelectuales y espiri­
tuales, puede ocurrir también lo contrario. Si volve1nos los ojos a la si­
tuación actual de Irán, el Ulster y el Líbano, donde las rivalidades
econó1nicas y las diferencias r eligiosas han influido y s e han r eforzado
1nutua1nente, estare1nos en condiciones de comprender mejor cómo la
pérdida de consenso en n1at eria teológica, cosmológica, etc., y en otras
creencias fundam entales incidió poderosamente en todos los demás fac­
tores de la crisis d el siglo xv11. Ta1nbién comprenderemos mejor lo difí­
cil que resultó, una vez abandonada la política d e tolerancia religiosa de
Enrique IV, n1aritener viva la política intelectual de los humanistas de cues­
tionar todos los enunciados dogmáticos y de respetar las sinceras dife­
rencias de opinión.
La crisis general de principios del siglo XVII no fue, en suma, sólo
e�o�ón1ica y social, sino también intelectual y espiritual: supuso el hun­
dnn1ento de la confianza pública en el antiguo consenso cosmopolita. Así
pues, en lugar de ver a los filósofos del siglo XVII como a unos sonámbu­
los en n1edio de los torbellinos de la época, conviene ver la filosofía mo-

112

EL CONTR:\RRENACL\llE
NTO DEL SIGLO X\'ll

derna con10 un producto ulterior del inisin


- t) co
, n t1·tet, o que tn�1rco L1ntos
aspect os de . .
otros L1 exper1enc1a hu1nana entre l6ro v 16�
. - 0.

.: H�1sta
'-
qué punto, pues, las ideas'- filosófi
, c·1s
.. , d, 1 e I)es
. , c-..11•tp•s
�- , t�1 ¡ V COlllO h. IC-
..
rOil rec1b1das por sus conte1nnoL 1neos v. '-suces') , � res', , t)t·1-,.,,c
· ·
.t '"' 1· e.,,t.,)
� 1·1 una v1s1 on
>

justar equilibrada de su Yerdadera postura personal? :\1 inenos en un ,ls-


pecto, esta_ recepció:1 fue �1nilateral y no equilibrada. El l)escartes que se
propuso h111dar las areas h1ndan1entales del conocitniento hutn,1110 sobre
,,cirnientoS '>'> que fueran "<claros, distintos v ciertos'>'>, v cuvas ideas son el
punto de partida del racionalisn10 filosófit:o de la era �no<.Íerna, ése es sin
duda el Descartes de las Jlcditacioncs. E�n sus pri1neros ensayos, lo ven1os
enhebrar hilos de la filosofía anterior y tejerlos para fortnar un nuevo
paüo; ante todo, utilizando la falibilidad de los sentidos para poner en
duda todo lo procedente de la experiencia y, en segundo lugar, apelando
a la evidencia de estas ideas b�1sicas, cuvo • car�ícter claro v distinto no se •

puede poner en duda. La relación entre su existencia y sus experiencias


111entales-lo <<Único que no se puede poner en duda>> que descubre a lo
largo del camino-es, entonces, el descubrirniento al que apela Descar­
tes en tanto en cuanto que rechaza la negación de certeza en filosofía de­
fendida por A'Iontaigne.
Pero esto fue sólo u11 aspecto, aunque i111portante, de su en1pe110 in­
telectual. Durante toda su vida, a Descartes le interesó ta111bién descubrir /

teorías físicas empíricamente adecuadas, pero con1prensibles. Esta fue L1


ambición a la que su pasión por Galileo le llevó después de 1610, Y que
ocupó una buena parte de su n1ente junto con la a1nbición por construir
unos cimientos intrínsecan1ente <<ciertos>> y «de1nostrables>> para la ine­
tafísica y la teoría del conocitniento. El Descartes de las 1llcditacioncs fue
el mis�o hombre que escribió el Discurso del 111ltodo y los posterior�s
Principios de filosofía. Al final, las líneas teóricas que emer�ieron en el D�s­
curso se desviaron de la autopista de la filosofía racionalista Y se co 1:'· 1r­
tieron en el punto de partida de la teoría física, en especial de la tcor'.:1 de
· L , Pº st
"'
, ·111 el1ue . los- nru ne-
nto y la grav1· tac1• on. r,,s
· /
Newton sobre el 1nov1n11e · t
-1 • • t
os,, reco · trt, teran v con-
ros lectores de Descartes, y sus sucesores 1n1neu1a
• ./ : . • . ... 1·tez'".1., ,t1ero debetnos 111�1ntencr-
t1nuaran su preocupac1on 1n1c1a I por la ce
nos aquí abiertos a otros aspectos, 1nás científicos, de stl obL1.
(:OSMÓPOLIS

a la teoría intelectual
Fl /)is(tll·so dt 'I 111 /todo propone un 1nodelo par
ge metría de Euclides,
que empieza aplicando métodos alg�braicos a 1� �
t1fico que se preste al
pero que puede extenderse a cualqmer camp� c1en
anúlisis fonn�1 I. f)escartes no dio a la luz el Discurso de ma ra separada,
ne
sino como prólogo a tres muestras en q,ue apli:a�a su nuevo método para
coordinar la geoinetría, la n1eteorolog1a y la opt1ca. A pesar de la fuerza
i i naginativa (ie sus �\leditaciones, no debemos olvidar el enorme trabajo
que Lle supuso la física teórica, sobre todo en la preparación de sus madu­
ros Principios de filosoj1a, obra en cuatro partes en 1� que se propone esta­
blecer un sisten1a global para la física teórica. La física de Descartes re­
sulta hoy a n1uchos extraña y rnal cin1entada: su fama de científico, como
la de ,_l\ristóteles, se resiente por la cantidad de datos inaceptables que se
encuentran en sus obras. Más in1portante, y perdurable, es el influjo de
su n1odelo para la estructura lógica de las teorías, modelo imprescindible
para todos los sisten1as de física posteriores, a partir de Newton.
Ne,vton publicó sus Principios 1natemáticos de la filosofía natural en
1687. Constaban de tres partes, y la mayor parte del libro segundo está
dedicada a un exan1en detallado de la teoría de Descartes sobre el movi­
n1iento planetario. En la época de Ne,vton, esa teoría-según la cual los
planetas se 111ueven alrededor del sol por la circulación de «vórtices>> (o
torbellinos) en una sustancia interplanetaria ingrávida-fue la precurso­
ra más plausible de la explicación del propio Ne,vton y •«la única que su­
perar»; pero Ne,vton deja bien claro que ésta no puede encajar con los
datos conocidos sobre el n1ovin1iento planetario si no formulamos una
docena de presvpuestos, altan1ente in1probables, sobre la densidad de la
sustancia interplanetaria y otras cuestiones cruciales. Sin embargo, el he­
cho de que Newton juzgara conveniente exponer la teoría de Descartes
de n1anera tan prolija n1uestra a las claras la importancia que tuvo aque­
lla para él. Nadie había ofrecido un análisis del sistema solar tan global
como el bosquejado por Descartes, lo que explica que Ne,vton expusiera
sus teorías siguiendo las pautas rnetodológicas del francés.
El 1nétodo consistente en basar las teorías en conceptos <<claros y dis­
tintos>> sedujo, así, a Descartes por dos tipos de razones: instrumentales,
en cuanto que resolvían problen1as en las ciencias empíricas, e intrínse­
cas, en cuanto que eran fuente de «certeza» en un n1undo en el que el es­
cepticisrno se n1ovía a sus anchas. 1.t\ veces, esta dimensión dual dejaba
algo oscuras sus prioridades. Por ejen1plo, al final de los Principios de filo-
EL CONTR..ARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII

sofía, Descartes se niega a exigir certez·i, lo,,, gi·c·,1 o tneta fí.,,s1c • a a su exphca-
. ,,
c1on de la naturaleza. No puede probar forn1alnlente que su s1st ·
e1na ll e
� , .
filosofía natural sea la un1ca teoría libre de cont . ran •
. J 1cc 1on es o 1nc •
ons1s-

. ·•
tenc1as. Con todo, deben1os consid · erarlo u11a 111a( 11era aproxn· nat.1va · el e
. . ,,
descifrar fenomeno . .
s naturales y, con1o tal, so"lo posee certeza n1ora
1.
Pero no se deb inf
e ravalorar la <<certeza 1noral >> • Enfrenté1nos J a un guion · ,,

cuyo sen □_do no compren�emos, nos alegra alcanzar un punto en el que


podemos interpretar sus s1mbolos de n1anera significativa: cuantos tn,is


ejempl�s nos �ermita leer una interpretación sin caer en la ininteligibili­
dad mas seguridad tendremos de haber captado en lo esencial su verda­
dero significado. Quienes recuerden có1no Michael Ventris y John
Chadwick consiguieron descifrar las inscripciones micénicas en la llan1a­
da escritura lineal B en Knossos (Creta) y Micenas (sur de Grecia) cono­
cen la fuerza de este argumento. La tesis de que era una for1na te1nprana
de griego en vez de (por eje1nplo) lengua lúrica (o luristana), fenicia o se­
mítica resultaba cada vez más incontestable conforn1e au1nentaba la ca­
pacidad de éstas para interpretar nuevos textos.
Si sólo tenemos en cuenta las Meditaciones, pode1nos leer a Descartes
como a un «fundacionalista» puro; pero en los Principios muestra clara­
mente una faceta de «desbaratador de códigos» o <<criptoanalista». Al
principio, Descartes esperaba demostrar que, al final, es posible encon­
trar esa base segura del conocimiento humano sobre la que Montaigne se
mostraba tan escéptico. En la época de los Principios, la den1ostrabilidad
absoluta ya no parece tan urgente, y Descartes se contenta con descifrar
los fenómenos naturales de una manera general que se pueda aplicar a
otros fenómenos que aún no ha tenido ocasión de considerar. Su expli­
cación de la naturaleza se enfrentó, por así decir, directa y en1pírica1nen­
te a otros <<desciframientos» rivales. Al final, la explicación de Newton
sobre la naturaleza física demostró tener una base criptoanalítica tnás só­
lida.
Descartes:
De ahí la ambigüedad que existe sobre las prioridades de
su pro ­
en su mente y en la de sus lectores y sucesores, estos dos lados de
an alí tic o - no se dis ti n guen clara-
gram a-el fundacionalista y el cr ip to
,, ,, gutnentos
mente. En teoría, el filosofo frances puede ad1111·t·ir que sus ar
. .
c1en t1"fi 1cas ma ,, s que u na ce rtez a 1noral. Pero
no prestan a sus conclusiones
• .1 .1 o ,, de que «el Jj bro
de la
(en palabras de Galileo) Descartes nunca ouu
. ,, ma ten 1at · . s, >>, Y l:lio· clara1nente por
,, 1co
Naturaleza está escrito con s1n 1bo los
115
COSMÓPOLIS

. capaces de descifrar este I--'ibro de ma-


. los, 111 ate> 111-�1"ti·cos, eran
sen t�Hl o que . ner a po s . e ,, .
con un a ma ibl y un1ca
neLl unívoca. Presun1ible1nente, no dio
i o
de leer estos sftnbolos: si llevaba razón, su descifram ent era la lectura
o
correcta del Libro de la Naturaleza. Si, además, este métod de criptoa­
nálisis se extendiera a otros án1bitos de investigación, sería posible refor­
nlular dichos ámbitos según nuevos conceptos, cuyo carácter claro y
distinto produciría una nueva teoría con el mismo carácter <<autogaran­
tizador» que la geometría de Euclides.
Sin duda, toda ciencia exigía un estudio empírico. Pero la meta de
este trabajo empírico no era, como enseñara Francis Bacon, acumular
una masa de <<datos fácticos» sin los cuales ninguna teoría futura pudie­
ra demostrar sus méritos, sino más bien reunir el material necesario para
descubrir las <<ideas claras y distintas» que la acción creadora de Dios ha­
bía plasmado en cada nuevo ámbito de la experiencia científica. Descar­
tes no se propone demostrar que las únicas «ideas claras y distintas>> es­
tán disponibles en todos los campos de la experiencia, ni se molesta por
sostener que tales ideas confieren un estatuto «euclidiano>> a cada nueva
teoría: no necesitaba establecer esto ah ovo para cada caso, pues todo su
método de argumentación se basaba en ello. Al tomarlo como punto de
partida para el programa «teórico» de la ciencia moderna, subestimó el
tiempo y el esfuerzo necesarios para llevar a término su cometido: había
algo grandioso en su convencimiento de, sin la ayuda de nadie, poder
construir la totalidad de la física. Sin embargo, los logros de los siglos
posteriores justifican el poder imaginativo de su método. Lo único que
cuestionamos aquí es su pretensión de que un único <<desciframiento»
concreto sea para siempre el único correcto y de que sus «fundamentos
necesarios», serán al final manifiestos para cualquier mente reflexiva.
Estas dos caras del programa intelectual de Descartes iban a ser res­
pectivamente las piedras fundacionales de la ciencia y la filosofía moder­
nas. A partir de Newton, y pasando por Euler, Kant, etcétera, el hechizo
de la certeza y la unicidad será tan poderoso como lo fue para el propio
Descartes. No bastaba con ver la teoría del movimiento y la gravitación
de Newton como la única y posible explicación de la mecánica terrestre
y celeste, como tampoco admitieron los físicos que las generaciones pos­
teriores pudieran sustituir justificadamente la teoría de Newton por otra
fundada en axiomas diferentes. Durante todo el siglo xvn 1, trataron por
todos los medios de demostrar que los «axiomas O leyes del movimien-
116

1
EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII

to» de Newton ofrecían. la única y consistente (concebºb I l e y coheren


. cac1. on
, de 1 a mat . .
eria en movtm1ento y que eran in te)
exp. h . nc1a . · d'isp� ensables para
la furura c1e natural, tal y como estaban formulados.
Por supuesto, a largo plazo este esfuerzo fracasó . d
en e 1 a,, mb1to · e la
n1 ecánica , como frac asó tan1bién en el de la geometría · Hay buen
. as razo-
nes pa. ra sos . .
tener q u e las ideas geométricas de Euclides se basa
. . n en. 1as
ide:s m tm ttvas que utt hza mo s par a �ealizar trabajos prácticos de carpi -
n
teria o para elucubrar sobre las relaciones espaciales en la exper. ie· nc1a te-
rrestre: los escritores del siglo xvru se esforzaron por demostrar que la
geometría de Euclides tenía méritos exclusivos incluso como matemáti­
ca formal, aunque acabaron demostrando lo contrario. (Si modificamos
el axioma de las paralelas, esto no conducirá a contradicciones per se,
como ocurriría si fuera, matemáticamente, un sistema excl usivamente
válido; pero sí genera sistemas «geométricos>> alternativos que no son­
según los patrones formales-ni mejores ni peores que el original de Eu­
clides). A la larga, la física de Newton acabó inevitablemente siendo
comparada con la de Einstein en términos más bien pragmáticos que
epistemológicos. Pero en 1687 faltaban aún más de dos siglos para que
apareciera la obra de Einstein, y en aquella época la premisa de la certe­
za era un atractivo tan importante para la nueva «filosofía natural» como
su fuerza empírica en cuanto a explicar los fenómenos de la naturaleza.
En resumen, pues, el programa cartesiano para la filosofía ac a bó con
las incertidumbres y vacilaciones «razonables» de los escépticos del siglo
XVI a favor de nuevos tipos de certeza y demostración <<racionales». En
esto, puede que, como sostienen Dewey y Rorty, llevara a la filosofía a un
punto muerto. Pero, en aquel momento el cambio de actitud-la deva­
luación de lo oral, lo particular, lo local, lo temporal y lo concret�-p a ­
reció muy poco precio que pagar por la teoría formalmente «racwnal»
fundada en conceptos abstractos, universales y atemporales. E� un in un­
do regido por estos objetivos intelectuales, la retórica quedo, p or su­
puesto, subordinada a la lógica: la validez y verdad de los (�rgun1 ento :
· · · nt a y a q .ien o en que
«raciona1es>> es independiente de quie · ,n l os pre se u
. , · p ueden no aportar nada
contexto se presentan (estas cuestiones retoricas 1e
. pr in 1e ra ve z de su
a1 establec imiento imparc ial del saber h umano) · Por
Ar1s. , • l b a, ,"
asi,
. y se e levaba rnuv · por
toteles, el análisis lógico se des . vinc u a . ,, .
ac 1o n
enci. ma ' del estudio de la reto,, rica . , e l d isc,.urso ._ 1nent
, y. la' -..1 r· gu
. . , � tra . ,
sc "e n de n ta le s. A r1 ,, e 1 es pcr-
. stot
Este can1b10 tuvo unas consecue nc ias

I I 7
COSMÚPOLJS

a la retórica. Para
cihiú L1 cxistcnci�1 de una íntin1,1 relación entre la étic y
él, un�l postura ética era sietnpre la de una_ persona concreta en unas cir­
cunst�lncias concretas y en relación especial con otras personas concre-
tas: Lt particularidad concr:t� _de e:�ª cas_o era «de la e:enc�a>> . �a _ética
era un catnpo 110 para el anahs1s teorico, sino para la sab1dur1a practica, y
era un error tratarla como ciencia universal o abstracta. Esto era exacta­
tnente lo que los filósofos del siglo xv11 tuvieron que hacer para que la
ética se uniera a la física y a la lógica en el lado racional de la valla y es­
capara del caos de las opiniones diversas e inciertas. Así, mientras la iro­
nía de los panfletos anónimos de Pascal destruía las pretensiones intelec­
tuales de una <<ética de casos concretos>> , Henry More y los platónicos de
Can1bridge totnaban a Descartes corno fuente de inspiración y aborda­
ban la tarea que Aristóteles había considerado imposible. La ética prácti­
ca pasaba ahora a ocupar un segundo lugar, mientras que la filosofía mo­
ral etnprendía el camino teórico de la filosofía natural. En vez de seguir
las nin1iedades de la práctica moral, los filósofos se centraban en clarifi­
car y distinguir los conceptos de la ética y en formular los axiomas uni­
versales y aternporales que (para un racionalista) deben estar en la misma
base de cualquier sistetna de ética «racional».
E;n el á1n bito del derecho, la administración práctica de la justicia se­
guía descansando en los rnétodos concretos y limitados de la tradición ju­
rídica vigente; pero la jurisprudencia académica se propuso unas metas
cada vez 1nás formales y teóricas. En esto los estudiosos no esperaron si­
quiera a que Descartes les marcara la pauta. Grocio, que era natural de
Holanda, aunque vivía a la sazón exiliado en París, publicó su tratado So­
bre el derecho de la guerra y la paz (De Jure Belli et Pacis) en 162 5. Sin aban­
donar los casos concretos de los análisis anteriores, reorganizó las nor-
1nas generales del derecho práctico convirtiéndolo en un sistema cuyos
principios fueran la contrapartida de los axiomas de Euclides, lanzando la
jurisprudencia por una vía <<centrada en la teoría» que iba a perdurar en
la Europa continental hasta principios del siglo x1x, cuando la crítica de
Savigny a la historia jurídica obligó a los estudiosos a replantearse el ca­
rácter universal y abstracto de sus «principios». Aparecida en un mo­
tnento crucial, en 1nedio de una guerra bárbara y descontrolada, la obra
de (;rocío produjo una gran impresión no sólo entre los abogados, sino
tan1bién en el inundo intelectual en general; y puede que su onda expan­
siva diera a Descartes, que se hallaba en Holanda a principios de los años
118
í EL CONTRARRENACii\1IENTO
DEL SIGLO XVII

treinta, .el en1puj_ onc .


ito necesario para utilizar el 111 odel o
. el e e
r� u e.. 1.l d es, en
su pr pio a exp 1 icacion
· ,, d e l a raciona lidad.
Desde n1uy pronto, el abandono de los aspectos particul·a res, conc
• e: re-
orios y prac ticos
• ,, •

tos ' t ransit de la expe rien cia hun1ana se � conv1r · t_·10,, en ras-
. .
ªº distinttvo de• la vida cultural en general y' en especial, cie- l·c:l fil1 OS O_ f,,la.
t:i
,\Jgunos estudiosos hablan sobre las preocupaciones de Descartes, por los
,. .... • • e:
l medicina. Pero el filosofo fran
Prob e mas de la
... ,, •
- cés no se preocupo,, por
. . . .
ningú� proced1m1ento que pud1er� se1:1rle para_ el tratamiento temporal
_
de pacientes concretos. Lo que n1as le intereso fue encontrar el inodo de
explicar el funcionan1iento del cuerpo en térn1inos de 1necanistnos físicos
y quín1icos. Sus intereses fisiológicos anticipan, pues, 1nás a <<la ciencia
biomédica>> que a la medicina clínica. Tan1bién en política, la irritación
por el carácter particular y concreto de la etnografía y la historia alentó
el nuevo estilo de «teoría política» del que resulta paradign1ático el Le­
z,ifitán de Thomas Hobbes. Dada nuestra familiaridad con su rnétodo, re­
sulta fácil olvidar la gran novedad que supuso este estilo de teoría. Al
igual que Tucídides en Atenas, los filósofos políticos de la Italia renacen­
tista, como Maquiavelo y Guicciardini, basaron sus plantean1ientos polí­
ticos en análisis razonados de la experiencia histórica y partían, así, de
una ciudad, estado, reino o república, tal y como funcionaban en la rea­
lidad histórica concreta. Pero, a partir de 1640, la teoría política se abor­
da en términos abstractos y generales, y se ton1a al ciudadano o súbdito
individual como unidad de análisis (el <<átomo» o <<partícula» de la polí­
tica), de manera que el problema surge ahora al explicar la lealtad políti-
ca del individuo ante el Estado.
El último, pero crucial , ámbito que deben1os considerar es el de
la teología. Nuestra explicación revisada sitúa el tránsito de la priine�a a la
segunda fase de la modernidad-del hu1nanis1no del siglo XVI al racion a­
lismo del siglo xvn- en su contexto específico: la crisis de la c:iltura
europea que se produjo cuando los activistas de la Contrar:etorn1�,
encabezados por los jesuitas, se enfrentaron a los pro teStª 11 tes in _ � � ansi

. · sic to n L1s
gentes y a sus seguidores po l1t1cos " . ¿ C,,01110 re t:,1 eJ'aron est·l tran
e: - " �

. · teo-
ensen- anzas formales de las igles .
ias y el est1·1o inteI ectu.,• l 1 (iel- debate,, .
ton1ando cuerpo -1 a t...i1oso t·",1 ª 11·'1tur·1l <<t
. . nate1nat1ca \'
1o,, g1co? Conforme iba e: ,,

exper1. mental», y la geometr1a ,, euc 1.It1.iana se vo 1 v 1".'1 c·'1 d-- '1 vez 111�1s 1nfluven­

. · . 1c10 . · ,,.:s,
te, fueron muchas las personas que especu1aro- n s, o bre I•'·1s ¡ _ n1 1 1lt c� 1u

. . os de ph ...
l �lt
teo1,,og.1cas del nuevo n1ov11n1ento y exp l or,.1 ron nu ev os 1nod �1

l l 9
<�<>SMÓP<>LIS

sus ,nétodos a la teología. Aquí, las consecuencias de la búsqueda de cer­


tez�l fueron explícitan1ente políticas. En el siglo xv111, la capacidad para
construir den1 ostraciones forn1ales de doctrinas religiosas no fue tanto
una 111 anera de resultar intelectualmente convincente como un instru-
111ento de persuasión y apologética eclesiásticas.
En la plena Edad Media, la teología cristiana (decimos cristiana y no
católica para describir la tradición anterior a la Reforma a la que se re­
n1itían las dos partes en conflicto) fue más relajada y aventurera de lo que
sería finalizado el siglo xv1. Los teólogos medievales no eran objeto de
los avisos y censuras vaticanas en los que incurren en la actualidad un
Hans Küng o un Charles Curran: Nicolás de Cusa enseñó doctrinas por
las que Giordano Bruno fue luego quemado en la hoguera; Copérnico
dio rienda suelta a su imaginación, lo que no sería permitido a Galileo; y
el Aquínate retomó y reanalizó las posturas de san Agustín y de sus otros
predecesores, y no sólo las reconcilió entre sí sino también con los textos
de autores no cristianos como Aristóteles y Cicerón. En una palabra, que
la Iglesia actuó con una libertad académica que dejó de existir una vez
que los teólogos protestantes y de la Contrarreforma decidieron pasar a
la confrontación directa. Después del Concilio de Trento, los censores
eclesiásticos de Roma empezaron a supervisar la obra de los teólogos de
las iglesias provinciales como no lo habían hecho antes. El Santo Oficio,
cortando de raíz las <<herejías» con unos métodos que nos resultan por
desgracia demasiado familiares, se volvió más omnipresente y vigoroso,
y, por primera vez, la enseñanza católica se cristalizó en forma de tesis (o
«dogmas») que ya no estaban abiertas al debate crítico, ni siquiera por
parte de los seguidores más fervientes, y cuya verdad inmutable era polí­
ticamente indispensable proclamar por miedo a ceder a las herejías de los
protestantes. En vez de summas arriesgadas y despreocupadas, el siglo
xvn se alimentó de manuales autorizados; y las jerarquías romanas em­
pezaron a intervenir formahnente en la teología moral estableciendo
normas sobre cuestiones morales o responsa, con todo el peso de su auto­
ridad. (Tampoco en esto la imagen moderna del catolicismo es de anti­
gua creación, sino que tiene un origen político reciente.)
Con la transición de las summas a los manuales, de las doctrinas es­
peculativas y revisables a los «dogmas» inmutables e infalibles, la teolo­
gía y el racionalismo iniciaron una alianza ambigua. Descartes se esta­
bleció en Holanda alrededor de 1630, animado por sus profesores de La
120
EL CONTRARRENACIMIENTO
DEL SIGLO XVII

Fleche. Evitó la sombra de la censura al trabaJ·ar en Ho¡ anda, pero inten-


tó no enfrentarse nunca � l_a Iglesia, lo que no consiguió el bueno de Ga-
lileo. (Es tentador d escr1b1r a Descartes como a un hijo leal de la Con­
trarreforma; p ero esto no se �ju_s;a del todo a la verdad: al i gual que
Yevtuschenko .,en la URSS, dec1d10 ocultar sus verdaderas opiniones de­
trás de una mascara: larvatus prodeo.) Co n todo, una vez publicados sus
textos filosóficos, los teólogo s los leyeron co n gran inquietud. Recelaban
de qu e pudieran suministrar una nueva excusa a los «deístas>>: basándose
en la explicación cartesiana del universo material, éstos podrían deducir
que a Dios le había bastado con ponerlo en marcha el día de la Creación
para que siguiera funcionando-mecánicamente-sin necesidad de nin­
guna intervención divina ulterior. El proceso a Galileo tuvo un efecto
traumático en Descartes. Adelantándose a posibles críticas por parte de
los teólogos, añadió a los Principios un comentario respetuoso para con el
Génesis, en el que reconocía que el texto bíblico era la única explicación
«verdadera» de la Creación y dejaba bien claro que su teoría se limitaba
a mostrar que la naturaleza se comportaba i gual que se habría comporta­
do de haber alcanzado su forma actual por medios mecánicos.
Los sucesores «deístas» de Descartes tomaron este comentario reve­
rencial como una clara evasiva, mientras que a la iglesia católica no pare­
cieron hacerle demasiada gracia las implicaciones de su filosofía natural.
Pero había una cosa en sus ideas que sí agradaba, y mucho, a la Iglesia: su
insistencia en la absoluta necesidad de una certeza. Una vez que el racio­
nalismo había elevado las exigencias intelectuales, los católicos no podían
seguir rigiéndose por unas normas anticuadas y poco precisas: si el rigor
formal se había impuesto en el ámbito de la física y la ética, lo propio de­
bía ocurrir en el de la teología. Enfrentados a los herejes protestantes,
por un lado, y a los deístas escépticos, por el otro, los teólogo� razonaron
de la si guiente manera: <<Ya que no podemos unirnos a ellos, intentemos
vencerlos con sus mismas armas».
En la biblioteca del convento de santa Genoveva, que se encuent ra si-
tuada junto al Panteón de París, se encuentra un manuscrito titul,ado
Traité sur l'autórité et de la réception du Concite de Trente en France. En, el se
describe el empeño, tras el Concilio de Trento, por cortar de raiz las
. . . ,, � ¡Jres� en ta un cua-
s y errores» del protes tan r·1sn1 c) , y se
!'
«pern1c1osas herepa __ . . 111�
. .'..-
.
dro revelador de la postura de la iglesia católica_ de la ran cia de 1� 1.

n es
. un per� fe ct o e1er np lo de h1sto11.1
p10. s d e l siglo
· xv111. Su argumen ·,,
tac1o
I2I
<:<>Sl\tÓJ ()l,IS
>

H l �1 rct . ro sp ec . ttv· ,111


. 1c .. n te . e , 'oini
, enza de esta n1anera: «I◄] C:oncilio de
co nL
,1, rento t·uc convoc..,H I.o J)'lt·• , ·' b·i' r con los errores de
, ,.1 ·ic·i l_¿utero»; y en sus
. .
, · , ,
se .. ve c"l·ir·i
, , tlle" nte · lo hon do -1 e,, la ex1
llU ge
,, • nc1a de unos «ci-
p�u�·1n �1s t- 111a l es
:- · og1a catohca en I 7 2 5. M1ran-
1111entos 1nnega11 les .. , >> h·:,1bí·i, cala, do en la teol _ . . ; .
· r ·itr, 1·1-L)tiye al con c1ho uno s mot iv os ana cr o n1cos,
tl o l 1ac1a a t 1�,,, as, el ·iuto , ;
que so,,1o res, ultin L.. inteligibles � ya en· la temprana decada de I 570 hubie-
� si
. • ,,
ra podido invocar los principios de un rac1���hsm o filos o fico que no fue
inventado hasta la década de 1630. La amb1c1on de la Contrarreforma, se
nos dice, era «den1ostrar invenciblemente nuestra creencia más funda-
n1ental».
f:s fácil imaginar cuál habría sido la reacción de Nfontaigne a estas
pretensiones. Sin embargo, ni el Aquínate ni Erasmo se habrían mostra­
do tan1poco contentos con este empleo de la frase <<demostración inven­
cible>> . En su opinión, ningún ser humano, por prudente e inspirado que
fuera, podía poner los asuntos relacionados con la fe y la doctrina más
allá de una sana reconsideración y revisión. Los dos se habrían sorpren­
dido al ver que el cristianismo que ellos tanto apreciaban iba abandonan­
do su antiguo sentido de la finitud humana y abrazando un dogmatismo
contrario a la naturaleza humana, tal y como ellos la entendían. A pesar
de los revuelos y litigios religiosos, el siglo xv1 había sido, en compara­
ción, una época en la que la voz de la sensatez había logrado hacerse oír
y ser debidamente valorada. A partir de 161 o, y sobre todo de I 6 I 8, los
litigios se volvieron desaforados y sangrientos. Todos elevaban ahora el
tono de voz al hablar, y los sosegados debates de los humanistas sobre la
finitud y la necesidad de tolerancia ya no atraían la atención de nadie. En
tales circunstancias, lo mejor que podían hacer los «hombres de razón»
era gritar más fuerte aún que los teólogos dogmático y buscar la mane­
_ s
ra de batirlos en este juego de «dem ostrar inven
ciblemente» las creen­
cias fundamentales.
Utilizar el método axiomático de Euclide
s como con1odín con el que
vencer todos los argumentos inconcluso
s de la teología era una estrate­
gia arriesgada, aunque se ductora. Nu
, nca sabremos con seguridad hasta
que punto fue cons iente De scarte s
� de la duplicidad de su proyecto; pero
no po demos subestimar su habilidad
para el autoocultamiento. Larvatus
prodeo: desde el mo1nento en· que . ,, t1cas
. . garon
, . 1 as autor1.dacles ecles1as cas ti
a Galileo por expresar sus ideas, D
escartes se cuidó muy mucho de dar
un so lo pas o en falso y si u10
g · / viv · i· endo <<enmascarado»
hasta el d1a de su
122
EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII

muerte. Una c o_sa sí es segura. L os filósofos que le sucedieron se


est Jue dieron
c�en ta de e g o Y l sig uieron practicando con menor duplicid
,, ? ad
nu en tr as el en foque te o r1c o de la filos o fía moderna-ése que aquí ven

mos d e no m inand o «ra cio nalismo»-mantuvo su plausibilidad y su
en­
canto.
Evidentemente, aquel tiempo ya pasó. Pero nuestros estudios his
tó­
ricos nos ofrecen dos primeras ideas tranquilizadoras que pueden servir
para contrarrestar el fuerte pesimismo sobre la filoso fía que muestran ac­
tualmente críticos como Richard Rorty. En pritner lugar, los aspectos
prácticos de la filosofía tuvieron una larga y vigorosa historia antes de
que Descartes y los racionalistas entraran en escena, y parece que van a
sobrevivir a la crisis actual que vive la filosofía, ajena a los efectos corro­
sivos de la crítica del siglo xx. En segundo lugar, el triunfo del raciona­
lismo en el siglo xvn y la búsqueda de la certeza a que dio origen no ca­
yeron del cielo, sino que fueron unas reacciones inteligibles a una crisis
histórica bien concreta. Es decir, que, visto en este contexto, el esfuerzo
racionalista por descontextualizar los problemas de la ciencia y la filoso­
fía, y por utilizar los métodos de la lógica formal y de la geometría como
base para la resolución racional de los problemas físicos y epistemológi­
cos, fue mucho más que un mero experimento con el método filosófico.
Fue también una medida política inteligente: una reacción retórican1en­
te atinada a la crisis general de la política del siglo xv11. Pero el éxito de
este esfuerzo tuvo también su precio. Los derroteros ton1ados por la vida
intelectual y la praxis de Europa después de 1650 apartaron a la gente de
la «dulce sensatez» de la primera fase de la modernidad y exigieron la
«demostrabilidad» del saber humano de una manera que se perpetuo en
el dogmatismo de las guerras de religión.
Es una exageración inferir que la segunda fase de la moderni?ad des­
hizo todo el buen trabajo de la primera o que la revol ución del sig lo XVII
en el ámbito de la filosofía y la ciencia fue en el fondo una contrarrev�­
lución. Sin embargo, es evidente que esta <<revolución» no eStuvo tn�ti­
vada por unas intenciones puramente «progresistas», co rno s� n(�� q uiso
hacer creer en las décadas de los años treinta y cuaren ta, ino tivacio n q ue
-
se encuentra, de manera especial m ente rea ¡·tsta, · e n I os, es� crito s de Fran-
·
lo

. . ie ro n-y g··'1n·'1ron ·1p ' ov· o


c1s Bacon. Las revoluciones del siglo xv11 se h1c .
público-i gualmente como una manera de irnpo ner unas P� lSrur as tap �n-
tes e i. ntransigentes
.
ue muc hos I 1u1na •.
n1st ,
as, ,
con 10. M on tatO" tlC, h�1hn�111
q r-,

123
cosMÓPOLIS

so sp . ec� ·l os ,,
,ls., 1· , tes is oficia l sob re la 1nodernidad trató, así
consa• 1 crat 1 o 1 _.1, • 1


'

er de los filosofas del siglo XVII


,,

ne ra an ac . ro ,, n1c· - .a,
. l
te oon
t · e r en el hab
de 1na . . .
,,
· por 1·a t(>leranci· a y por el bie. nestar y la d1vers1dad huma-
LJ preocupac1on . . ,, . . .
,, · que hay que atrib uir n1as bien a los hum a nistas del si glo
nos. U n 1ner1to ,, ,, .
una filosof1a escept1ca que
xv1, pues estas pos'tur. as corrieron pareJ· as con .
s, est aba n ob lig ados, al menos
los filósofos racionalistas, como Descarte
o.
en público, a rechazar y a poner en entredich

ALISMO
PRIMER DESMARQUE RESPECTO DEL RACION

Resumamos lo dicho hasta ahora. Según la visión dominante, la moder­


nidad se inició con una apuesta del siglo xvn por una <<racionalidad» po­
sibilitada por la prosperidad económica y que redujo la presión que ejer­
cía la Iglesia. Pero una mirada nueva revela una realidad más compleja.
Los rasgos clave de la edad moderna tuvieron dos comienzos intelectua­
les distintos. El primero se debió a Erasmo y a los demás humanistas del
Renacimiento, que vivieron en una época de relativa prosperidad y crea­
ron una cultura marcada por la «sensatez» y la tolerancia religiosa. El se­
gundo comienzo se debió a Descartes y a los demás racionalistas del si­
glo xvn, que reaccionaron a la crisis económica de su época-en la que la
tolerancia se consideraba un fracaso y la religión se defendía con la espa­
da-renunciando a la modestia escéptica de los humanistas y buscando
pruebas «racionales>> que apuntalaran nuestras creencias con una certeza
neutral respecto a todas las posturas religiosas. Los historiadores que fe­
charon la modernidad a principios del si glo XVII la veían como la crea­
ción de unos intelectuales que, en la estela de Galileo y Descartes, se pro­
pusieron desarrollar unos modos racionales de pensamiento, alejados de
la superstición medieval y del control teológico. (En esto compartieron
la postura de hombres a los que vieron como los pio
_ neros de la moder­
nidad.) En una pala bra, que la visión oficial de
la modernidad, que fue
com� un a segunda � a turaleza para a quéllos
de nosotros que crecimos en
l�s decada de los tremta y los cuarenta, se ba
, só en los supuestos raciona­
listas que subyac1 a n al progr a m
a o riginal de los <<nuevo filósofos» del si­
s
glo xvu, cuya s obras t anto admiraron los
defensores de dicha visión.
Desca rtes estuvo convenc·d 1 0 de nuestr a cap a cid· ·
,, . a d p a r a construir un
corpus solido de conocimientos 51· d ·
esechamos nuestros sistema s de con-
EL CONTRARRENACIM
IENTO DEL SIGLO XVII

ceptos heredados y empezamos desde cero-como en una ta


mé bla rasa-
ut iliz a n do to dos «r ac i ?nal��nte validados». Esto significaba, por una
parte, configurar las t_eo_n as bas1cas propias alrededor de ideas cuyo
s mé­
ritos fu er a n cl a ros, d1s tm�os y ciertos; y, por l a otra, utilizar sól
o argu­
mentos d e mo str ble
� s, teniendo por guía las pruebas geométricas. En la
déc�da ?e los treinta, �e suponía esto a cualquier explicación explícita
_ de
la c1 en c1 a. Ta l era el s i gn ifi c ado profundo del término ·«método científi­
co». Tanto la visión heredada de la modernidad como la explica
ción de
sus or1genes eran, pues, unos constructos racionalistas. Como prueba
ulterior de que ni es cierto ni evidente que todos los problemas intelec­
tuales-y menos aún los de carácter práctico-se puedan resolver «ra­
cionalmente» haciendo abstracción de sus contextos históricos, la des­
contextualización de la filosofía fue un hecho históricamente motivado.
Sólo se pueden explicar los méritos del programa racionalista para los
que vivieron en el siglo xvn si se tiene presente lo que estuvo «en juego»
allí y entonces para intelectuales de <<mente seria>> como Descartes.
El retrato de Descartes que traza La grande encyclopédie como autor
encerrado en su torre de marfil deja en la sombra unos cuantos episodios
de su vida bastante curiosos o los explica laudatoriamente por haber
vuelto la espalda a las tragedias de su época. Pero, en lugar de asumir
aquí que no le afectó el asesinato de Enrique IV y de aplaudirle por ha­
ber cerrado los ojos ante la Guerra de los Treinta Años, nos hemos pre­
guntado cuál fue su experiencia personal de aquellos episodios históricos.
Las respuestas no sólo son más reveladoras que las que están implícitas
en el enfoque de La grande encyclopédie, sino que además se nos antojan
más relevantes para su programa intelectual y sus conclusiones filosóficas
de lo que los historiadores racionalistas están dispuestos a conceder· El
primer paso para distanciarnos del racionalismo consiste �n rec�no�er
que no podemos nunca descontextualizar plenamente la hlosof�a �1 la
ciencia. Cuando nos enfrentamos a problen1as intele ctuales O p ractico :,
· · i-
nunca podemos borrar del todo la pizarr a n1 empezar de cero , co. n10 ex ,, .
ge Descartes en el Discurso para alcanzar la postura de la duda sis�em�:1-
. . . cac 1on
ca. Antes bien, siempre empezamos donde estamos, y la ·1neJ· or indi
de que estamos abordando nuestros pro 61 ema. s de n1 anera <<rac ional» o
<< razonable» no es saber que rechazamos todos ·1os co ncepto s heredados,
. . . once¡Jtos·� here-
s1no servirnos de nuestra exper1enc 1a para per fil 1 ·1r
' es os
.. c

dados.
125
(:OSMÓPOLIS

I )cscartes sabía que, en su época, un programa de construcción teó­


ric�1 cc1 111 js viable en unos �ín1bitos que en otros. En el de la física, espe­
raba ofrecer un sisten1a con1pleto y definitivo de ideas teóricas básicas.
l�n el de la ética, la esperanza de desarrollar un análisis global era toda­
vía-con1o no pudo por 111enos de reconocer-un sueño. No nos queda
1 n�1s rernedio que ir tirando con la moral «provisional>> que se nos ense­

ii.a en nuestras comunidades e iglesias. En la década de los sesenta del si­


glo xx, lo que él había tenido por cierto en el ámbito de la ética lo era
tarnbién, en los círculos intelectuales, en el de la física. La teorización lú­
cida in1plica un replanteamiento radical que nos obliga a desechar algu­
nas ideas anteriores; pero nunca llega a lo que pretende Descartes, en el
sentido de dirigir un lanzallamas sobre todas las ideas heredadas. Por
ejemplo, cuando Isaac Newton escribió sus Principia, se sirvió del mode­
lo axiomático de exposición de Descartes; pero sus ambiciones filosóficas
fueron a la vez más modestas y más <<experienciales» que las de Descar­
tes. Su punto de partida no fue un tablero limpio de cualquier referencia
anterior, sino que arrancó de unas cuantas ideas cotidianas-e intuiti­
vas-sobre el peso, la fuerza, el tiempo y el espacio, y siempre dejó bien
claro que la utilización de tales ideas en su sistema sobre la dinámica se
inspiraban en, y al mismo tiempo perfilaban, las ideas de cada día.

¿Por qué fue, entonces, tan excepcional el período comprendido entre


los años 1610 y 1650? En la plena Edad Media, había coexistido un aris­
totelismo de talante pragmático con un platonismo de talante teórico.
¿Por qué se resquebrajó este equilibrio tan completa y repentinamente
después de 1600? Esta pregunta exige muchas explicaciones; pero hay un
aspecto concreto que merece explicarse aquí. El conflicto religioso de­
sencadenado por la Reforma tuvo lugar precisamente en la misma época
en que la cosmología tradicional-en la que el sol y los planetas se n10-
vían alrededor de una tierra estable y estacionaria-se vio sometida, al
fin, a un ataque sostenido.
Esta c?incid�ncia histórica creó un gran revuelo. Cuanto más agudas
er�� las d1ferenc1as entre los fanáticos protestantes y católicos, más dog­
mat1camente s: de�unciaban éstos entre sí y inás urgente consideraron
las cabezas mas frias encontrar un me"todo << rac1ona
· 1 » para establecer
126
EL CONTRARRENACIM
IENT O DEL SIGLO XVII

verdad• es cuya certez• a estuviera fuera de tod ª duda para 1os


pensadores
reflex:1vos d e cualquier confesión · Así, cuanto ma,, s vig · orosamente defen-
.lileo el nuevo sist .
día Ga .,.
ema copernicano-segu"n e1 cua11a ·
u.erra era so"lo
un planeta ma s qu e se mo vía alrededor del sol-, mas urgente se antoJa-
,,
. .,.
ba una renov. acion plena de la filosofía natural . Aun adm't· 1 1endo, pues, e1
conservadurismo personal de J ohn Donne frente a los cuestionamien tos
de la s ideas heredad�s sobre la naturaleza y la sociedad, la alarma que ex­
presa en su Anatomza 1el _mundo es lúcida y pertinente. Montaigne podía
mostrarse tod o lo escept1co que quisiera en la década de 1 s8o, y borrar
de un plu� azo todos los a cue rdos filosóficos sobre la base de que, en ese
tipo de disputas, <<nada en concreto» estaba en juego. Pero, d espués de
1618, los intelectuales de mente seria podían contestarle perfectamente :
«Concedemos que nada en concreto está en juego en n uestra cosmolo­
gía. Lo que está en juego es t odo en general».
El afán de los racionalistas por encontrar unos «cimientos» al saber
humano no se limitaba, pues, solamente a la epistemología . No sólo bus­
caban una manera de dar al saber la certeza que Montai gne y sus com­
pañeros escépticos le negaban, sino que querían constr uir ta mbién una
c osmología nueva desde cero. La única crisis que D onne re conoció in­
tuitivamente en 1611-el colapso simultáneo de la cosmol ogía y la epis­
temología-provocó igu almente una respuesta única por parte de los
nuevos filósofos: si todo en general está amenazado al mismo tiempo,
todo en general debe restablecerse y afianzarse de una manera completa­
mente nueva. La filosofía natural debe reconstruirse como tal sobre fun­
damentos geométricos si queremos garantizar los fundamentos episte­
mológicos de una nueva cosmología.
Era un programa atrevido, pero la situación no se podía ataj ar (apa­
rentemente) de una manera menos drástica. A parti r de 1650, los p ensa­
d ores europeos mostraron un gran entusiasmo por las t eo rías universales _
i 1 p ortancia,
Y atempora les. A medida que este programa fue cobrando �
dejó en segundo plano los avisos de Aristóteles sobre la necesidad de ade­
cuar nuestras expectativas a la naturaleza de cada caso conc ret� � de no
exigir un tipo de «certeza» o de «necesidad» irrelevan,tes. _La etica Y �a
.,. . . . • ,,, co n 1 o amb1tos de teor1a
pol1t1ca se unieron al a 1s1ca
f,,, y a l a ep1st e1no 1 o g 1 a

abstracta, general y eterna. Al 1gu . a 1 que un gran M· ·oloch un enor1ne ape-


; , , . a: la e,, t t- .
t.Ito d e teor1.,.a se apod e ro.,. d e to das 1 a s ram as de l a filosof1a ¡)ract1c
.,. · ,,, · , I. a re tor .,. te. a , etcet ,, era · Se
., :. 1n
. tt
. .·.tJ-
ca d e casos conc retos, l a pol 1t1ca practica ·

127
cosMÓPOLIS

~ .
o e n tre la filo sof í a y las humanidades-la historia
b·1' así un· extranam1ent que .b
1 a a per d ura r pr
,. .
ac t1c a
'
ra ,.
ft a, 1 a re ,,
to ·
ri .
ca . y la casuística- men-
la etnog
.
te hasta hace poco tieinpo

,. est ra ver sió n re vis ad a de los orígenes de la modernidad se


Hasta aqu1, nu . ,. . s sobr el pensamient .
en al nas c ues t ion e s h1sto r1ca � o de los
ha c entr ado gu
r y xv n. Pe ro , co mo in dic a � os al co�1�nzo de este �studio,
siglos xv
b1en un anahs1s paralelo o historio­
nuestra versión histórica genera tam
a por �a man�ra �orno ha cam­
gráfico. Este segundo aná lisis se _inte_res
o nt o
biado nuestra percepción de la c1enc1a y el metod c1e 1fic desde los
años treinta y, en especial, desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque a
menudo se la ha denominado <<positivismo lógico», el enfoque científi­
co de los años treinta y los cuarenta estuvo dominado por el racionalis­
mo, compartiendo todos los supuestos del siglo xvn. Después de 1945,
esta visión pasó unos diez años sin verse realmente cuestionada: muchas
personas conservaban de la época prebélica el sueño de una ciencia uni­
ficada, de un sistema construido alrededor de la matemática pura, algo
así como los Principia Mathematica de Russell y \Vhitehead, pero abar­
cando la totalidad del saber científico. Pero esta tendencia se invirtió en
los años cincuenta. Una nueva generación de filósofos, con mayor expe­
riencia en el campo de las ciencias naturales que en el de la matemática
pura o la lógica simbólica, empezó a escribir sobre la ciencia con un nue ­
v� �stilo, menos exclusivamente lógico y más abierto a las cuestiones his­
tor1cas.
Esta n_ueva �losofía de la ciencia supuso un desafío para la ortodoxia
_
d el em�1�1s�o logi_ co. _Al hacer la crónica de estos primeros años, Theo­
do� e Kisi el situ, a su ong en e n mi libro, e scrito en 1 53, The philosophy 0/
Sa en�e (La filosofi,a de la cienci _ 9
, a ); pero no cabe duda de que el documento
mas influyente del movimiento fue la obra de Tho as S. Kuhn La es­
m
ctura e las revoluciones científi
� � cas, publicada en 196 2 . Paradojas de la
vida, el hbro de Kuhn aparecio ,, . . �+ u
. , , · ,, com o ap end1ce a la En cyclopedt a o1 T r,ntiftted
Science: resulto ser un cabª11 0 d e T
. roya en el interior de un proyecto d es,,, -
tinado a basar la cienci ª en 1 ª 1ogi .
,. ca formal. De vez en cuando, sostenia
Kuhn, 1os f,,is1. cos arrasan 1 ª estructura ·
conceptual de su ciencia y Ia re-
construyen sobre nuevos e·imi· entos
. En esto recuerda a Descartes o a I os
128
EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII

r
P opios .positivistas .
. Pero los cimientos de una ci· enci· a rec
. onstruida no
son un sist e ma d e id e as «obvtas» o de axiomas <<1o .e rma1es». Es e1 si• gu i• en-
.
te elemento en la secuencia histórica de modelos de exp 1ca
. as») que han configu ¡· ci· on
,, («para-
digm rado sucesivas fases en la historia de 1a f"1s1c · a.
Así que, a I a hora de I a l.iqu1.dación final , los fiilo"so1ros 1 de 1a ci· enc·ia ·intere-
' sad os por los fundamentos de la física no pueden cavar más hondo de 1 o
que permiten . los «para d igmas» vigentes.
No todos vieron enseguida el tipo de cambio que representaba exac­
tamente esta propuesta ni lo mucho que se alejaba de las cuestiones acon­
textuales del racionalismo cartesiano, para volver a aproximarse, inver­
samente, al candor histórico de la tradición humanista. Dirijamos la
mirada por unos momentos a sus resultados. Al analizar una ciencia su
propuesta sustituye los sistemas de axiomas, que aspiran a una validez
atemporal y universal, por paradigmas, que son las creaciones de una
época o fase de la ciencia en cuestión. También sustituye el sueño de un
método singular, aplicado a diestro y siniestro, por la r ealidad de unos
métodos explicativos plurales, cada uno de ellos limitado en cuanto a su
alcance y durabilidad. En lugar de basarse en un análisis formal de la es­
tructura lógica de cualquier teoría científica, como intentaron hacer los
filósofos positivistas de Viena en la década de los veinte, se basa en e l
análisis histórico de diversos y variables conceptos de diferentes ciencias,
y en momentos diferentes.
Como vemos, las cosas se alejaron bastante de la filosofía descontex­
tualizada de La grande encyclopédie y de las ambiciones formales de la cien­
cia unificada, y no hubo que esperar mucho para que las implicaciones
del nuevo enfoque fueran atacadas por quienes defendían las_ viejas_ambi­
ciones racionalistas. Los racionalistas siempre habían tenido miedo ª
venderse a la historia y la psicología, y a emitir juicios racionales so�r e
una ciencia rehén de los avatares de la conducta humana. Lo cual rein­
troduciría inevitablemente esa ambigüedad e incertidumbre que los
SU­

cesores de Descartes tanto se habían esforzado en erradicar. A finales de


bros qu_ e criticaban .el em-
º
1os años sesenta, apareció toda una ser ·
ie d e li
_
r ren un cia r .ª la.
pleo del método histórico en la filosofía de la cie nc ia po
. . . tra t a r lo s J· u ic io s ci entíficos como
exigencia c1ent1"fi1ca de obºJet1v1 . ºdad y
asuntos de gusto local.
uesta ku h n1 · .
an a, se
- vi no ab aJo el n1uro de
Pero ' una vez hecha la prop .. ,, .os
hl osot
. dos a 1 os h
º
15ro ria · c:lores y a lo s
Berlín que había mantenid o sep ara
129
♦ •
. : .. 1

COSMÓPOLIS

. . a. D es , pu .,.
es de 1 9 6 5 apr ox imadamente, las reu .
niones profe-
de la c1en c1 .
. am b os gr upo s inc l uye ron sesi ones sobre sus . intereses comu-
s1ona1 es de. ·Jaron su mi. edo a la corrupc1on .,.
m ,, .
· dores reba eta fis 1ca lo
nes. Los h1stor1a ,, . . .
..
en te pa ra d eba tir asp ec tos filo sofi cos de la c1enc1a an .
terior; y los fi-
sufici . . . ,, .
· ron también su desc onfia nza hacia la contingen cia h1stori-
.,. 01ros rebaJa
l0s
ejen_iplo, có�o las ideas sobre el
ca lo suficiente para preguntarse, por
o segun las fases de la his-
.
«método» 0 la <<objetividad» habían cambiad
toria de la ciencia.
'

Con todo y con eso, el racionalismo se resistió a morir. Durante los


diez años siguientes, la mayor parte de los filósofos de la ciencia se mos­
traron dispuestos a centrarse sólo en un número limitado de cuestiones
históricas. El objetivo filosófico del análisis histórico se limitaba, a sus
ojos, a lo que Imre Lakatos llamó la <<reconstrucción racional»• de episo­
dios en el desarrollo de la ciencia moderna; y, en estas reconstrucciones,
sólo ciertos factores contaban como «racionales». Las únicas cuestiones
históricas aceptables versaban sobre la cambiante estructura «interna»
de la ciencia. A instancias de Karl Popper, se utilizaron unos criterios
más perfilados para «desmarcar» las cuestiones auténticamente científi­
cas de otras cuestiones·, irrelevantes o supersticiosas, sobre la ideología y
la metafísica. Según este espíritu racionalista, los «criterios de demarca­
ción>> eran exigencias atemporales y universales de una «razón crítica»
que operaba por encima o al margen de los cambios y avatares de la his­
toria. Los argumentos científicos de épocas y ámbitos anteriores debían
juzgarse a la luz no de lo que estaba en juego o tenía importancia para la
gente en un momento dado, sino de las nuevas exigencias, las del siglo
xx, impuestas a la ciencia del pasado por la filosofía del momento.
i embargo, esta limitación impuesta a nuestras interpretaciones
. ��
historicas �vo algunas consecuencias problemáticas. Jürgen Habermas
nos ha habituado a la idea de que todo conocimie
nto está enraizado en
interes�s humanos de algún tipo. Pero aquí deb
emos hacer una pregun­
ta ulterior: ¿En qué medida pueden identifi
· carse de una vez por todas,
Por adelantado y en te"rm1nos atempor I ·
. a es y universales, los «intereses»
favor�cidos por la búsqueda del saber? L
_ a insistencia de Karl Popper en
la umversahd�� de los criterios de la
racionalidad científica implica que
podemos dec1d1r' aquí y ahora, que.,. · · nt1.,.fico» en
. se puede considerar « c1e
todo tiempo y lugar · Segun " e"l, todos los «c1en · t1:fico
.,
· s» merece do res de
este nombre buscan los mismos inter ·
eses atemporales en todo tie· mpo Y
130

.....
,
EL CONTRARRENACIMIE
NTO DEL SIGLO XVII

lugar. Otros pueden concluir diciendo que sólo po demos en


, ten der ple-
namente las .i'd.eas c1e· nt1ficas de épocas anteriores s1· ¡ as mira
mos en sus
contexto s originales. La pregunta es, pues, la si· 1en
. . . gu · te: ¿ Exis · te a1 guna
alt ern ativ a a trat ar la h1st or1 a de la ciencia O de la fil , b.1to
. , . 1 oso f'1a como am
Para un estudio autenticamente histórico';)· El desarroll
. o de 1a c1e · nc1a· y 1a
filosofí a no ne ne po r qué conformarse a unas definiciones ab
_ stractas ni
volver la mirada ª los documentos históricos desde el punto
. de vista del
siglo xx. Antes bien, hay que interpretar las ideas del pasado en términos
_
de unos intereses qu� fueron pe�cibidos como «relevantes» en la época
en que fueron debatidos por primera vez. Estos intereses se solaparán,
indudablemente, con los que parecen <<relevantes>> desde nuestro punto
de vista actual; pero no podemos equiparar las preocupaciones de allí y
entonces con las de aquí y ahora sin ningún tipo de examen histórico.
Tampoco hay por qué mostrarse demasiado orgullosos por recons­
truir los contextos retóricos en los que determinadas personas decidieron
por sí mismas qué era lo importante en cada debate. Algunos de los inte­
reses científicos de éstas pueden coincidir con los que siguen siendo
aceptables para los filósofos de la ciencia del siglo xx. En tal caso, estu­
pendo: nada que añadir. Otros intereses pueden ser de ésos que un posi­
tivista del siglo xx podría avergonzarse de reconocer; por ejemplo, el de­
seo de restituir a la astronomía su importancia <<cosmopolita» perdida.
En este caso, que así sea también. Todo lo que personas del calibre inte­
lectual de un Leibniz o un Newton vieron como «relevante» para sus es­
tudios, sin duda fue relevante para sus estudios. Así, en vez de decirles lo
que deberían haber hecho, podríamos preguntarnos: «¿Por qué la situa­
ción de aquel determinado tiempo y lugar hizo que fueran tan trascen-
dentes e importantes estos intereses no positivistas?». ,,
En la formulación de estas preguntas, nuestro enfoque del «m eto do
científico» puede seguir el ejemplo del derecho consuetudinario O d� la
jurisprudencia en vez del modelo del derecho escrito. Así, descubrir e­
_
o-
mos lo que tie�e importancia para los filósofos y los científi�os � o im�
n1e . n
,. do1es definiciones apr1or1 · ,.st1ca
· s de 1 a « fil
1 osof1'a» y la «c1enc
1a», sino
. 1 aron, sus ideas sobre la ra-
1ntentando ver cómo se desarrollaron, y perfil
.
c1onah. dad y razonabilid . . ad en el transcurso de su práctica intelectua 1. .
· " re visada es n1as / n .
1 p 1 eJa
co
En un aspecto concreto, nuestra vers1on ,, s, se. su , -
. . 1 0 sofía a] us o En es ta
que las que aparecen en las h1stor1as de·la fil · . ·.
,. . . rece en es ce na cr 1t 1c a a sus pre(l e-
pone que cada nuevo filosofo que apa
---
COSMÓPOLIS

ares y arg um en ta exac tame nte en su m ismo terreno. René Descartes


ces . .
A, Ben e dict de Spin oz a rep lic a con la tesi s B y Gottfried
avanza la tes ·
is
la postura C_: nos compete en-
Wilhelm Leibniz sintetiza a ambos con _
e- sub spec ze aetern ztatis--cuál
tonces a nasotras J·uzgar retrospectivament .,
ent c on. Esta confronta-
de los tres respalda más firmemente su argum : �
r1tos y defectos no se
ción entre tesis rivales genera un debate cuyos me
presentan tan «descontextualizados» como las propias tesis.
Sin embargo, no hay dos filósofos a los que separen sólo diez años y
que pisen exactamente el mismo terr�no. Cada _nuev_� fil�so_fo presenta
sus tesis a un público que vive, como el, en una s1tuac1on d1st1nta a las de
sus predecesores. Los contextos de su escritura a menudo difieren en as­
pectos importantes y, si no tenemos en cuenta estas diferencias, correre­
mos el riesgo de empobrecer nuestra comprensión del contenido de sus
ideas. Descartes, en los años treinta y cuarenta del siglo xvn, y Leibniz,
en los años ochenta y noventa del mismo siglo, vivieron y escribieron en
contextos históricos y retóricos muy distintos, y no es bueno para nues­
tra cabal captación de sus respectivas ideas empeñarnos en leerlas en tér­
minos idénticos. Si bien es verdad que en algunas de sus tesis Leibniz uti­
liza ciertos términos que Descartes ya había utilizado cincuenta años
antes, no es menos cierto que, al exponer sus tesis de la manera como las
expuso, fue más allá de lo que aparece a primera vista en una lectura su­
perficial de sus textos y que llevó su argumentación por derroteros tan
distintos a los de Descartes como fue distinta la situación histórica de la
década de 1680 a la de 1630.
De vez en cuando, imitando a los dioses del Olimpo, los grandes fi­
lósofos bajan para mezclarse con el común de los mortales. En vez de
leer siem�re los textos filosóficos en una estratosf
era atemporal y abs­
tracta, se impone «recontextualizar» el debate
y reconocer a Descartes Y
ª Leibniz el mérito de haber permitido qu
e sus intelectos se vieran za­
rand eados por los críticos événements extéri
eurs de sus respectivas épocas.
Llegados ª este unto, podemos reto
- � mar el hilo histórico y proseguir
con nuestra version revisada a partir · de los ano ~
.
Treinta Años tocó a su fin por puro s en que la Guerra de los
agotamiento.

132
CAPÍTULO TERC
ERO

LA COSMOVISIÓN MO
DERNA

MODELANDO LA NUEVA <<EUROPA DE LAS NACIONES»

Después de 1650, los pueblos de Europa septentrional y occidental se


enfrentaron al grave problema de la reconstrucción política e intelectual.
Durante cincuenta años, los f�rvores :eligiosos y la denuncia ideológica
a�abaron co� �a� artes de la d1�lomac1a, y los europeos olvidaron lo que
_
s1gn1ficaba vivir Juntos en medio del mutuo respeto. Ahora había que re­
cuperar todo esto. En el plano interno, los años de las guerras de religión
vieron cómo se diluía el poder de la nobleza rural a medida que iba au­
mentando el influjo de los profesionales y mercaderes de la ciudad. La
nueva situación histórica exigía a los países de Europa occidental arbitrar
estructuras sociales y modos de solidaridad nuevos.
Tareas sociales que tuvieron sus contrapartidas intelectuales. El de­
rrumbe de la comunicación diplomática en la primera mitad del siglo se
racionalizó como un subproducto de antagonismos teológicos: los hom­
bres de mente seria de ambos bandos de las barricadas tenían ahora que
columbrar unos modos de debate que les permitieran esquivar (y a poder
ser superar) los desacuerdos precedentes. Para los que sobrevivieron a las
guerras de religión, el sueño de unos argumentos lógicamente necesarios
cuya «certeza» podía ir más allá de la <<certeza>> de cualquier P ºstura
teológica siguió conservando su encanto en los modos de razonar Y de ex­
presarse. Medio siglo ininterrumpido de confrontaciones Y cabezazos
hizo que el racionalismo pareciera más seductor aún. A la �arg�, ¿ no p o­
dría contribuir también a restañar las heridas de la cosmopohs Y ª res ­
taurar la armonía perdida entre los órdenes natural Y social?
En 1600, los principales países de Europa aún tenían el sello de sus
,,
pasados feudales. En Inglaterra, Isabe1 I segu1a mostrándose fuerte· en
Francia, Enrique IV estaba alcanzando 1a cim · a deI P º der- v ·1n1bos go-
' ; ' � ,, .
bernantes estaban desempeñando a1 mi· smo tt· einpo- el 1napel dual ultt-
de

1 33
. . ! '1
-
COSMÓPOLIS

d. 1e . v a)es
· , y prime ros soberanos nacional es. En el verano
,nos n1 on ,1r ca s rne . . .
. , precipitando la . .
ho mutis por el foro crisis del
de 16 1 o, a,n l )OS, h·a l J 1/an hec · /
' ( 0. que va, (1 e� 1 ÓlO a 1· 65o. Despues de 1650, las cosas volvieron a su
penol
e, y no qu e.. daba ya ·
nin gu/ n asomo de duda de que el feudalismo ha-
cauc _ . a, al i. al
, · an
· (;r Bre tan a y Fra nci gu que en Ho-
l.)la pasa(lo a meJ·o.r vi·da • E,n .
landa, el soberano iba a gobernar � parttr de ahora no c�?1º :I h�r�dero
, la en�a:n�cion s�mbohca de
feudal del patrimonio de un pais, sino co1:10
la nación propiamente dicha. Este cambio necesito cierto tiempo para
hacerse irreversible. Los posteriores Estuardos de Inglaterra, Carlos II y
Jacobo II, comprometieron su poder tratando de cerr�r los �jos a lo que
era irremediable; pero, en la década de 1690 ya no habia nadie que duda­
ra de qué lado se había inclinado la balanza.
La c;uerra de los Treinta Años tocó a su fin en 1648. La paz tuvo más
tintes de puro agotamiento que de verdadera conquista. Lo que empeza­
ra como un conflicto local entre ducados y pequeños estados alemanes,
en 1630 se había convertido en una guerra, y combatida por procuración,
entre superpotencias extranjeras. El protagonismo católico estuvo a car­
go del emperador habsburgués de Austria, Fernando III, apoyado a dis­
tancia por sus parientes de España. El cabecilla protestante fue el rey
Gustavo Adolfo de Suecia, que actuó como ambiguo mercenario para los
reyes franceses Luis XIII y su delfín y sucesor, Luis XIV. El resultado fue
un auténtico callejón sin salida. Las negociaciones se iniciaron en Ham­
burgo en la temprana fecha de 1638. En 1641, las partes en conflicto
acordaron sentarse a hablar sobre un arreglo definitivo en dos ciudades
de Westfalia (Austria y Suecia negociaron en Osnabrück, y Francia y
Austria en Münster), y en el verano de 1642 se aceptaron los borradores
de los tratados. Pero la guerra se alargó seis años más mientras se perfi­
laban los últimos detalles prácticos. Fernando no hizo concesiones defi­
nitivas hast� después de que las fuerzas protestantes en sus campañas de
_ ,
1 6 8, invadieron Baviera y pusier
� on sitio a Praga. (Esta deprimente his­
toria resulta conocida a cualquiera que si ier
gu a de cerca las negociacio­
n�s para acabar con la intervención de las sup
erpotencias mun diales en
Vietnam Y Afganistán) � los tratados de
Münster y Osnabrück, redacta­
dos en su forma defimtiva, se suelen ref
erir conjuntamente los historia­
dores con la expresión de «la paz de W f
_ , · est alia». Una vez que llegó la paz,
se establec10 un sistema de <<naciones-e
stado» soberanas que sentaron 1 as
bases de la estructura port· i ica Y dip· Iomatic
,. · a de Europa hasta la Primera
1 34

LA COSM OVISIÓN
MODERNA

Guerra Mun di al.,,. T .


res décadas de guerr
a n co ns • .
ig uieron demostrar
b e l s me 1 s rel . 0
nada s o r o r to ativos del catolicismo .
o e1 protestantism
. o. Los
espectaculares derramam .
ientos de sangre no camb·iar
. on 1os pareceres ni.
trans formaron las conc1enc1as. Eso sí, hubo muchas conversio •
nes e1orza-
.. das. Praga era una fortaleza protestante en 1 6 1 8, pero mantuvo a raya
p du al
ejé r cito ro t estant e r an te g ran parte de 1648. Los cambios de conv
ic­
ción fu er on u n a su nt o ap �rte. Al fi nal, todas las potencias importantes te­
_
nían las meJ ores razones internas para dar m archa atrás, a condición so­
lamente de no parecer como «gigantes impotentes y lastimosos». Ironías
de la historia, la única persona que protestó en público contra los trata­
dos fue el papa Inocencia X. Su predecesor, Urbano VIII, había ayudado
a que se iniciaran las negociaciones preliminares entre 1638 y 1641;
pero, diez años después, Inocencia encontró inaceptables los términos
del tratado. No es que Inocencia viera con buenos ojos el derramamien­
to de sangre protestante, más bien creía que el nuevo sistema de nacio­
nes soberanas cercenaba derechos y poderes que los papas anteriores ha­
bían ejercido sin cortapisa alguna. A partir de ahora, los gobernantes
seculares ya no estaban obligados a conformarse a las exigencias de la
Iglesia, sino que podían interferir libremente en los asuntos eclesiásticos.
Así, a finales de 1648 publicó un breve en el que mostraba su indignación
y se quejaba de:

que el emperador había cedido cosas que a él no le competía ceder: los bienes de la
iglesia a herejes en perpetuidad, la libertad de culto a los herejes y una voz en la elec­
ción del cabeza del Sacro Imperio Romano. Era una paz contra toda la ley canónica,
todos los concilios y todos los concordatos.

Las autoridades romanas habían perdido la facultad de hacer c�m�lir sus


exigencias. Incluso dentro de la iglesia, el empeño de las provincias p� r
,,. curia
proteger su autonom1a contra l as tendenc1· as centralizadoras de la
1as llevo,,. a veces a firmar pactos con las autor1· dades políticas locales./ D os
.
. . · ente en agentes poht1c
os
cardenales franceses se conv1rt1eron suces1vam .
de Luis XIII (Richelieu) y Luis XIV (Mazarino). Sin _n ecesida � d� r� m -
. . , as1, en
per con Roma formalmente, el cato11c1smo de Francia se volv1a/
.
. esia In gl at e r ra se hab1a vue1to
sus manos tan <<galicano» como la 1g 1 de

«anglicana». ·
· va I ' una Je· "'-
,,. . ,,. . para. e1 futuro. En la iglesia n1e(I ie
Esta iba a ser la to n tea

1 35
--
COSMÓPOLIS

,, transnac1o_ _ . n al de cléricos letr ados y eruditos ejerció su autoridad


rarqu1a
tes �e Europa , en su mayor par�e
moral y espiritual sobre los g�bernan
rid ad se ha b1a re sq ue br aJad o a hora . Al m a rge� del evi­
iletrado s. Es a au to
s-estado, el auge de un la1cado le­
dente aumento de poder de las nacione
do de los poderes seculare� y en
trado y educado inclinó la balanz� del l a _
ra , los a suntos de la 1gles1a es­
contra de los eclesiásticos. A partir de aho
tica n a cional. La P az de
tuvieron cada vez más determinados por l a polí
Westfalia refrendó la norma acordad a en I 5 5 5 en el Trata do de H abs­
burgo, según la cual cada soberano_elegí a _l a religión o�ci�� de su Estado.
En la práctica , esta elección había sido obJeto de negoc1ac1on entre el go­
bernante y sus súbditos; pero, a p artir de ahora , l a religión establecida
fue la norma general. En l a «nueva» n a ción de Hol anda , el protestantis­
mo estuvo atemperado por una amplia tolerancia h aci a cada uno de los
católicos. En otras partes, los goberna ntes laicos exigieron a sus ciudada­
nos acatar la línea general.
Nada de esto se hizo de l a noche a l a m añ ana. Se necesitó bastante
tiempo para que fuera tomando cuerpo un nuevo m arco de relaciones
entre las distintas naciones-estado y en el seno de los respectivos estados
e iglesias, se diera a conocer y conform ar a un a s actitudes regidas por el
«sentido común». N adie deseab a que se rea nud ar an l a s hostilidades,
pero aún quedaban restos de l as recientes convulsiones. L a de 1650 fue
una década de tr ansición: en Francia, Luis XIV alca nzó l a m ayoría de
edad en 1651; Suecia conoció un gra ve conflicto entre l as distintas clases
sociales; incluso en la autónom a Ingl aterra , el tejido social de l a nación
se vio sometido a una fuerte presión tras l a ejecución de C arlos I en
1649. La estructura política de la modernidad se fraguó de manera sóli­
da y la «Europa de las naciones» quedó, por fin, claramente definida
después de 1660 con la Restauración de los Estuardo en Inglaterra y la
asunción del poder personal por Luis XIV en Francia. Aún persistieron
algunas ambigüed ades hast a l a década
de 168 0 . En Inglaterra, los Es­
�ar�o trataron de _restablecer el catolicismo frente a la oposición de sus
subdi��s. Un conflicto que se resolvió con la huida de Jacabo II, a quien
sucedio en 1 689 el príncipe protestante holandés
Guillermo de Orange,
que ascendió al trono j unto con María, su mu
jer: que era por cierto hija
de J a cabo II.
Así pues, ª partir de 1 660 los estados de Eu
_ rop a se preocuparon por
intentar superar los efectos deletéreos que l as gu
erras del medio siglo an-
136
LA COSMOVISIÓN
MODERNA

terior habían tenido .


sobre su tejido social Y mater
ia
• 1. En i6io John
Don n e h a ia
b,, d es c rito ya las lea ltades tradiciona. les, como <<cosas ' .
• . olvida-
das»; al m or ir en I 63 I, se lib r ó de asistir a la muerte del rey Car 1
·
ias d , . e: ·
os I y a
las tu rb u l enc e la Rep ubb c a. Las relaciones sociales su · , frie . ron m
uanto ,, , ayor
que bran · to c m a s se alargo el conflicto · Despu
e"s de 1 650, 1a tarea
· ,
primordial de las. ohgarqu .
1as gobernantes era garantizar de a1 guna
ma-
ner a la co h erencia soc i al. Seg ún la feliz frase de Theodore Rabb, 1a con-
. .
signa princip al de la Europa del siglo xvu fue la de «luchar por la estabi-
Iida�». Para los fi_nes de nues�o _presente estudi o, la pregunta más
pertinente es: «¿Como se solapo, e interactuó, la lucha de finales del si­
glo xv1 por la estabilida d social y política con la búsqueda post-cartesia­
na de la certeza y la estabilidad en el plano científico e intelectual?».
La otra preocupación de las naciones-estado a partir de 165 0 fue el
problema persistente de la ortodoxia y la tolerancia religiosa. Por un
lado, la creación de iglesias nacionales planteó nuevas cuestiones sobre la
disposición de los ciudadanos a conformarse a las exigencias de esas igle­
sias. ¿Cómo debía tratar la autoridad secular a las minorías que se nega­
ran a seguir la religión oficial y permanecieran leales a las otras confesio­
nes? Después de treinta años de derramamiento de sangre, eran pocas l as
personas sensatas partidarias de imponer por la fuerza la uniformidad re­
ligiosa, pero la presión local a favor de esta solución seguía siendo fuerte
y las minorías religiosas fueron por doquier víctimas de algún tipo de dis­
criminación o persecución. Cada nación abordó de manera distinta las
tareas paralelas de redefinir la estabilidad social y crear iglesias naciona­
les. En la década de 1690, los papistas ingleses se vieron expuestos a la in­
habilitación social y al escarnio público, pero sus penalidades fueron_ rne­
nos graves que la persecución y condena de los herejes en la Francia de
Luis XIV y del obispo Bossuet. En Dinamarca y Holanda, o en los eS tª­
de
dos alemanes de Hesse y Württemberg, se logró alcanzar cierto g rado
e5tºs
equilibrio. A pesar de las diferencias nacionales y regio nales, to dos
. stado de
estados se enfrentaron a los mismos problemas Y 1 as naci· ones-e..
1a Europa de finales del sig . rep res ent aro n var i aciones diferentes
lo xvn
sobre una misma serie de tema s.
• I u te ra
· ni sn 10 persistente
En un remo del espectro, en A ust r1 a , e ¡
. . ,, . ext
L

. ,, · . d 1 iin . as tí de lo s H ab sbur-
s1gu10 considerandose como una desl ea a I t a ª e · L
a
. s n os . y p r o t e s1
. · o n al es tu
.

vo que esco-
• '.l , ,.

go, y la minoría protesta nte de arte a . . 1101_,_tJ


. ,, Franci a, a 1 a 11 11
ger entre la convers1on, l a rnuerte� o 1 a h ui. da. ��· n
1 37
• ..... • n: . .. ,., __. • - ·
t • 4 ·,

COSMÓPOLIS

n te se 1 e nego
,,
el der ech o a eJ· erc er muchas profesiones y se vio
prote sta . ,
res , lo qu e la ob hg � a replegarse a
expuesta a frecuentes ataques milit�
do del Macizo central. Mu-
sus e1orta1 ezas tradi·c1·onales, en lo mas profun ..
to con sus 1h
fam as a campo
chos hugonotes cualificados emigraron jun
barcaron rumbo a Ingla­
traviesa O se convirtieron en boat people y se em
table entre religio­
terra O América. En otros lugares, este equilibrio ines
nes provocó que a los disidentes se l�s negara� opo�tunidades políticas o
sociales, incluida la posibilidad de 1r a la un1vers1dad o de optar a un
puesto en el parlamento o la judicatura . Pero, _de una u otra �aner�, se
consiguió un equilibrio entre la plena tolerancia y la plena un1form1dad
que sirvió para ahuyentar los temores (y los horrores) de una nueva
guerra de religión.
Si cada nación abordó el problema de la estabilidad social y la tole-
rancia religiosa de manera distinta, los motivos que presidieron sus
acciones reflejan sus tradiciones anteriores y otros relevantes hechos his­
tóricos. En un extremo, las Provincias Unidas de los Países Bajos (Ho­
landa) eran un país «joven>> que había expulsado los ejércitos de la Espa­
ña de los Austrias hacía apenas ochenta años. Carentes de la rémora de unas
instituciones añejas, sus gentes crearon nuevas formas sociales de con­
fianza mutua, de manera que la mayoría calvinista consiguió ser inhabi­
tualmente tolerante con la minoría católica. En el extremo opuesto, los
Habsburgo de Austria y España se erigieron en los paladines del catoli­
cismo y equipararon la heterodoxia al desorden social. A principios del
siglo xv1, Carlos I de España y V de Alemania se había enfrentado a la
«guerra de las comunidades» (una revuelta cuasi cromwelliana encabe­
zada por tres mercaderes provinciales: Padilla, Bravo y Maldonado), que
le sirvió de excusa para conve_rtir o expulsar indistintamente a musulma­
nes, judíos y protestantes. Un siglo después, el poder económico en de­
clive de España asistía impotente a la fosilización de sus instituciones, fe­
nómeno que prosiguió después de que la dinastía borbónica sucediera a
los Austrias. A partir de entonces, los Habsburgo de Viena fueron el
mascarón de proa de la Europa conservadora de la Contrarreforma. Des­
pués de �as revuel�as liberales de 1848, el joven Francisco José se mostró
tan reacio a cambiar como se mostrara su primo lejano Carlos V tres si­
glos antes.
E�tre estos extremos, Inglaterra y Francia fueron
los ejemplos repre­
sentativos del desarrollo «nacional». En Inglaterra, des rtunado in-
el afo

--
LA COSi\10VISIÓN i\fO
DERNA

rento de Carlos •I por ejercer de autócrata en un pa. is , co n . .


V1e 1as . .
, , . tra d1 c10-
nes parla1; nentar1as aseguro el exito inicial de l·a e 01nn1onwe. a 1 th ,
. . l\st, durélnte una de, . O repu-
bhca cada, baJ· o Croin,vell · · los ing· ·leses se ... entregaron
_ os den1ocratico; . . .._
�1 suen s varios. Entre tan· to , la supres1, · on , de l a censura a la
, .
itnprenta habia pron1ov1do el debate general sobre l·as doctr1· nas teo1og ,, •
1-
,ias poha , . cas ,,
cas v. las teor ,,
, asi con10 sobre las� nuevas 1·ns,u· tuc1o · .nes soc·iales.
..-\ las p erson as n1� s pr ud entes, algunas de las opiniones expresadas en
este
debate les parecieron que <-<-ponían el 111undo patas arriba». Tal fue el
ca so de la propuesta «niveladora» de abolir los títulos de nobleza v las
distinciones de rango en la iglesia, y de las exigencias i gualitarias d� re­
distribución de la tierra y la propiedad (e incluso de la defensa de rela­
ciones sex'Uales libres). Los que ansiaban la vuelta al orden v al decoro
equipararon el republicanis mo con la anarquía y de este n1o(io prepara­
ron al pueblo para la restauración de la n1onarquía. Sin e1nbargo, el po­
der que el parla1nento había conseguido bajo Carlos I y el interregno in1-
pidió a los dos reyes Estuardo posteriores ejercer la autoridad real a la
manera autocrática de su padre, Carlos I. Se había dado, así, un paso cru­
cial en el intento de hacer de una monarquía constitucional, y no absolu­
ta, la base de las instituciones políticas británicas. Pero este paso rescató
a Inglaterra del <<absolutismo>> sólo en un sentido. En otro sentido, la
«soberanía» de los monarcas constitucionales británicos siguió siendo
tan absoluta como la de cualquier autocracia real: negó a cualquier insti­
tución o cuerpo externos el derecho a emitir juicios 1norales acerca de las
acciones del gobierno británico, siguiendo la práctica habitual de los pa­
pas y los obispos de la iglesia en sus tratos con los gobernantes seculares
de la Europa medieval.
. ,, .
con 10 c u nna s iglos
Bajo la égida de Cromwell, muchos ingleses, _
o
, �
después a los fundamentalistas n1usulmanes de Irán baJo la ida del ay�­ eg
tolá J omeini, creyeron que sus gobernantes estaban realizand o el t�aba¡ o
de Dios en la tierra. A los ojos de los seguid ores de Cromwel l, los mgle-
ses eran los escogidos . . se ha
· b
,,
1a encamendado la ta ,, re · a _de
de D10s a los que
. . · rra de Inglaterra». Es t�1 tue
crear el reino de Dios en «la ver de y amena tie .
1a verdadera si gnificación de la Comrnonwea1 th · De h•'"1 ber cu n1 ph do con
. i. s habr i,,a teni'd O 1 uga . r a n1.ediado s de L1
ese noble cometido ' el apocalips . ac . haco .. ;
· d esen 1ace n o se
� 1. nr od u1 0 v se
d,ecada de r 6 50. Este para ellos e1e11z ·
.10; t�l
,, , . , de �.f dt on <<S e pe rL 1
a 1os p ecados de la ciudadan1a. As1, en palab r'"1s _
. ,, , estos <-<Vll lg·1' res- en tu'.. s1asn1 0S > '> tu e-
Paraíso». Después de la Restau rac 1on
• • • -li ,. " -- • ... ..
� l l. IJ,• 1

COSMÓPOLIS

las opiniones cínicas


ron obJe · to de burla por personas de «mejor clase» y
. l J. ugo, un papel
. lest. a ofieta
tendieron a prevalecer. Al mismo tiempo, la_ _1g
es para los gobernantes
importante invocando todo tipo de bend1c1on
d
restablecidos y confirmando, así, la frágil estabilida del orden social.
Durante los trescientos años siguientes, si hemos de hacer caso al clero
anglicano, Dios Nuestro Señor ha tenido milagrosamente pocas ocasio­
nes de encontrar faltas morales en las acciones del gobierno británico o
de sus agentes.
En Francia, a la Paz de Westfalia le si guieron algunos años de espe-
cial turbulencia. La aristocracia terrateniente vio con malos ojos la acu­
mulación de poder en manos de los lugartenientes reales Richelieu y Ma­
zarino, y trató de recuperar su control oponiéndose a las políticas
autocráticas de Luis XIV y sus ministros. Tampoco le gustó nada que le
quitaran paulatinamente sus derechos ancestrales con la entrada en la
corte de profesionales arribistas: la noblesse de la robe. Los rumores sobre
una revuelta por parte de la fronda aristocrática condu jo a Mazarino a
acelerar negociaciones de paz; pero, durante algunos años, distó mucho
de estar claro que las autoridades reales lograran controlar la situación. A
finales de la década de 1650, esto se logró al fin y, durante la mayor par­
te de los más de setenta años de reinado de Luis XIV (como también a
partir de 1715, durante el reinado de casi sesenta años de su nieto Luis
XV), Francia fue una monarquía absoluta en los dos sentidos del térmi­
no. A diferencia de los Estuardo británicos, Luis XIV conservó el poder
del estado en sus propias manos. Proyectó su autoridad como fuente de
«iluminación» que alcanzaba a todas las acciones del estado y como la
«fuerza» capaz de garantizar la estabilidad y de promover los cambios.
Como rey, fue el sol alrededor del cual giraban los satélites del estado,
convirtiéndose incluso en la encarnación del propio estado. De él depen­
día en exclusiva que los ciud!danos fueran promovidos a-o apartados
de-posiciones de autoridad, dentro de un orden cuya racionalidad y si-
, .
metr1a cartesianas eran tan impresionantes como las de su palacio y jar-
dines de Versalles.
J?urante más de un siglo, Gran Bretaña y Francia se erigieron, pues,
en eJemplos que seguir por otras naciones. Ambos países esta blecieron
_
una normalidad desconocida en la Europa medieval y en gran parte de
los turbulentos años de la primera mitad del siglo xvn. y ambos ofrecie­
ron a otros estados unos modelos de éxito aparente que seguir. El gran
LA COSMOVISIÓN MODER
NA

fracaso-la gran fragilidad-de este modelo autocr:·u· ,l co no se n1


. h asta 789, ostró
p úbl ica m ente 1 cuando el anti guo régimen bor b,
on1c • o fue de-
rrocado por l a R evo l .
ucio ,. n Francesa. Aun así ' son rnticl10 s los h. . do-
; . 1stor1a
res que afir man que la monarquia se vino abaJ·o no tant0 por 1a autocr
. . .
dich . a-
cia p ropia mente a com o por la part icular inconlp e t enc1• a d e lo
.
suces ores de Lui s x:ry . Vie
.
ne :� uen to citar el fan1oso pareado de
Ale�
s
xander Pope, conv ertido en «clas1co» por su pensamiento y su expr es . ,.
1on:
For forms of govern1nent let fools contest:
Whate'er is best adn1inistered is best.

[Que los bobos se peleen por las fonnas de gobierno:


El mejor será sie1npre el mejor administrado.]

Ya se ejercieran los poderes monárquicos mediante las decisiones libres


de un soberano prudente, ya se vieran limitados por disposiciones cons­
titucionales, en ambos casos la meta que alcanzar era la estabilidad de la
nación. Tanto en Inglaterra como en Francia, el fantasma de anteriores
catástrofes atormentaba la memoria del pueblo como unas pesadillas no
del todo olvidadas, y el riesgo de volver a una época más turbulenta aún
era lo que más amedrentaba a la mayor parte de la gente. En aquel mo­
mento, el hecho de que Inglaterra se convirtiera en una nación protes­
tante, o Francia en una nación católica, parecía ser 1nenos importante
que asegurar la estabilidad interna y el equilibrio diplomático. Los ingle­
ses podían tachar a los franceses de papistas y éstos condenar a aquéllos
por herejes, pero ambos bandos se cuidaron muy n1ucho de llevar su inu-
tuo desprecio hasta niveles destructivos.
as
Una especie de antisimetría estabilizadora empezó a hom�logar �
acciones de las dos naciones. En 1685, Luis XIV revocó las últunas chs-
pos1. c1o

poc o ten1 ·d as en cu en ta - po r la s que el
nes-en su mayor parte
mo�o,
Edicto de Nantes protegía a los protestantes franceses Y, de eSre
que d a ba n pa ra ex pu ls ar a lo s hugo-
el.1m1n º · es e1orma1es que
· o; 1as obJec1on . · . ternac1o . -
� iencia · s� 1n na
notes de Auvernia; pero este acto tuvo unas consect ,. . de toleran­
1es 1nmed1atas. Al 1nchnar la balanza del lª d0 ei e una / � t1ca
. . . . po h
. . . ; . a
l· P 1
l;t• ic a pr o ca to h ca de Jaco l10 1.1
c1a interna ' Luis torno 1nsosten1"ble º
e
para la opinión inglesa del otro lado de 1 ,l ' · , n· 1l D e es te n1 o J • , no so/ l o
uo
COSMÓPOLIS

· · ,, l 'tl·t uci ·o" n de Jac ob o po r Gu illermo III, sino también la


pre c1p 1to a .
sus
<<contraper Secucl·o"n>> 1·nglesa contra los católicos de Irlanda. Las iglesias
. ,, . .
y Fra nci a ten 1 an u os c mp ? 1sos nac1 �-
«establecidas» de Inglaterra
r
_ °: � �
ona rehg10sa recalci­
nales igualmente «establecidos» y cualqmer mm
los católicos de Irl�n­
trante-ya fueran los protestantes de Au�ernia, ya
uesta a cualquier
da-era un fácil objeto de condena y castigo como resp
amenaza proveniente de la otra nación.

El nuevo sistema europeo de estados, construido alrededor de una vo­


luntad de nacionalidad absoluta, no sólo necesitaba un fuerte equilibrio
político en su estructura diplomática, sino que, más aún, dependía de
unos sisten1as de relaciones sociales estables en el seno de cada nación.
Dada aquella situación histórica, en la que el feudalismo no podía seguir
suministrando un referente general para la organización social, modelar
el nuevo sistema de naciones-estado significaba inventar un nuevo tipo
de sociedad de clases. La verdadera importancia de este cambio es algo
que se puede malinterpretar fácilmente. De un lado, debemos evitar cen­
trarnos exclusivamente en las relaciones económicas entre estas <<clases»;
sin duda, son importantes, pero sólo una parte de la historia. Del otro, la
idea de clase social del siglo xvn no debe entenderse como un concepto
que hubiera trasladado a un nuevo período histórico la idea de rango o
grado, tan corriente en la sociedad feudal medieval.
Hay profundas diferencias entre estas ideas. En los tiempos medieva­
les, a los súbditos que ya pertenecían a la «nobleza»-o a los que él mis­
mo ennoblecía-el soberano les hacía concesiones en forma de tierras o
títulos de mayor o menor grado. Sin embargo, para la mayoría de la gen­
te el problema principal no era tanto de carácter horizontal como verti­
cal; es decir, era un problema so bre el punto de vinculación a una red de
lealtades, un pro blema de amo y siervo : «¿Quién es tu amo ? ¿De quién
eres siervo ?». En la sociedad medieval, las líneas divisorias se cortaban
verticalmente: la población estaba dividida en grupos de familias y aldeas
que tenían contraídas ciertas obligaciones para co n una familia noble de­
termina��- Dentro de eso s grupos, al gunas perso nas o familias estaban
m�y pro�mas a los nobles, mientras que otras tenían unas o cupaciones
mas humildes. Pero, aunque sólo fuera por falta de medio s de transpor-

......
LA COSMOVISIÓN
MODERNA

te, no existía la oportunida .


d de que se diera unª <<so i·d 1 ar1.d ad » rural en-
tre los artesanos y l os .1
agricultores como tales · En 1os
s1g
· 1 os xv1 y xvn la
amena a z a l a estab.
i ida .
d social y a la lealtad revi· st10,,. 1a io. ' ,,
e rma de un nu -
mero en aumento de «hombres sin amo>>·' y no s0"l0 de vagabundos, .
,, de esas personas (co
. en sino
ra mb i mo ' por eJ·emplo, los im · presores o 1os car-
.
boneros) cuyos modos de VIda no los ataban a las
. . ,,. ,, ,, . cadenas vert.1ca 1es de 1a
obhgacion reciproca que habian sido constitutivas de la sociedad tradi-
cional.
En el siglo XVI empezó a tomar cuerpo un fuerte sentido de la <<na­
ción en cuanto nación», sobre todo-y de nuevo-en Gran Bretaña y
Francia. Por prim�ra vez se veía al monarca como la fi gura que ostenta­
ba el poder; es decir, no como al propi etario legal de unos dominios feu­
dales heredados, sino como al emblema de la nación o pueblo. El rey En­
rique IV de Francia fue recordado con afecto por haber tratado de unir
a-y favorecer los intereses d e -todos los franceses, como pueblo y
como nación. La reina Isabel fu e i gualmente apreciada por su capacidad
retórica para hablar como la encarnación d e Inglaterra. A la inversa, cin­
cu enta años después, los regicidas ingleses defendi eron la ejecución de
Carlos I alegando que la política autocrática y procatólica de éste había
sido una traición para el pueblo y la nación a los que se suponía que de­
bía servir. (El cambio del locus de la sob eranía encarnada en la persona
del jefe del estado a la «nación» o «pueblo» fue un paso crucial para la
<<constitución soberana» de Estados Unidos.)
Dentro de las naciones-estado que surgieron después de 1650, los
mercaderes y los comerciantes ocuparon unas posiciones de poder para­
lelas-y a menudo i guales-a las de la tradicional aristocracia rural. Mer­
ced a la mayor educación y conciencia social, a la gente le preocup�r_on
­
menos las cuestiones locales sobre relaciones feudales Y más sus posicio
nne
nes dentro de la estructura de la nación en su conjunto. En 1 611, D o
s».
calificó-atinadamente-las l ealtades feudales de <<cosas olvidada
ª ese
Después de 1650, el tejido de la sociedad se fortaleció no volviendo
e1eudahs te
.
irre l van te, ·
sin o e
reio rz an do su estructu..ra de
• mo en gran par .
e
milia lo-
e1ase. De esta manera ' los v1e . Jos supuestos sobre· la l ealtad a la fa
a su s pa rien te s, / Y no s m antenga
cal-«Que Dios bendiga al caballero Y .
. ás pr e is a '-1 e1
donde nos corresponde>>- dieron paso a una perc epción 1n
c
. , ,
l esp tro de cl a ses «s� uperiores»
1ugar que ocupaba cada cual dentro d e ec
,, .-
. ores o · pe or es » V
· or
«medianas» e «inferiores»: «tipos d e hoinb res uieJ·
1 43
COSMÓPOLIS

ra ez, todas �as personas


denes «superiores O inferiores». Así, por prime �
eles se vieron clara­
que pertenecían a cada uno de estos numerosos mv _
a det erm inada «clase so-
inente con1 o un colectivo que conformaba un
cial» horizontal.
En consecuencia, tanto en el frente interno como en el diplomático
la palabra clave fue la de estabilidad. Tras conseguir la independencia de
los Austrias españoles a finales del siglo xv1, Holanda mantuvo una rela­
tiva tranquilidad y prosperidad durante gran parte del siglo xvn. Si todas
las grandes potencias europeas hubieran sido tan prudentes o afortuna­
das, el planteamiento oficial de la modernidad podría haber tenido cier­
ta sustancia. Sin embargo, además de la tragedia alemana, todas la prin­
cipales potencias europeas sufrieron una serie de cataclismos y revuelos,
de manera que, después de 1650, había llegado el momento de elaborar
una nueva noción de polis sobre los principios que regían las relaciones
entre los individuos y las comunidades en el seno de la nación estado. So­
bre este telón de fondo, la pérdida de la <<cosmópolis>> que J ohn Donne
lamentó tan profundamente quedó compensada en su debido momento.
Las nociones vigentes sobre las condiciones del orden y la estabilidad so­
ciales suministraron una matriz para ideas paralelas sobre la naturaleza, y
la nueva <<imagen del mundo» que emergió con fuerza después de r 700
trató a la naturaleza y a la sociedad como «órdenes>> gemelos e igual­
mente racionales.
Tras ese período tan catastrófico que se extiende entre 1618 y 1655,
se fue asentando paulatinamente un nuevo orden social que se preserva­
ba a sí mismo. Una cosa que ayudó especialmente a la respetable oligar­
quía a ponerse a la cabeza de esta reconstrucción fue, como veremos, la
evolución de una nueva cosmópolis en la que el orden de la naturaleza di­
vinamente creado y el orden de la sociedad humanamente creado se veí­
an de nuevo como sendas realidades que se iluminaban mutuamente. Mi­
rando hacia atrás, nos pueden parecer excesivas las exigencias del siglo
xv1n de unas relaciones sociales estables y predecibles, como si hubieran
�onvertido el ideal de estabilidad en un <<ídolo» baconiano. (Las nuevas
ideas sobre la naturaleza corrieron el peligro de enfilar el mismo cami­
no.) Pero, con la crisis social del siglo xvn aún viva en el recuerdo los
predicadores de aquellos tiempos se aferraron al tópico de «para e�tar
males �ayo�es» caricaturizado en el pareado de Hilaire Belloc, que
aconseJa al niño:
LA cos:MOVISIÓN
�lODERNA

.A..hvays to keep hold of


Nurse,
For fear of tneeting so1nethi
ng-
... ,vorse .

[No sueltes la 1nano de la ni


flera
Para no encontrarte con algo
peor. l

I 660- I 7 2 O: LEIBNIZ DESCUBRE EL EClJ!\.1ENIS!\-tO

La reconstrucción s�cial de la E u ropa de finales del siglo xvu plante�lb�1


dos problemas especiales. En prin1er lugar, res tablecer la con1unicación
entre las naciones que durante mucho tien1po habían ,ivido divididas en
distintas opiniones teológicas y lealtades religiosas; y, en segundo lug·ar,
reconstruir unas relaciones sociales estables y con1pactas entre unas �er­
1
sonas para las que las relaciones feudales ya no eran relevantes . Estas dos
tareas tenían sus contrapartidas intelectuales. D u rante 1nedio siglo, el
derrumbe de la comunicación diplon1ática y teológica había sido racio­
nalizado como una consecuencia de antagonisn1os religiosos irresolu­
bles. A partir de la década de 1650, algu nas personas sincera s de 1nente
seria de ambos lados de las barricadas trataron de encontrar un n1odo de
debate mutuamente aceptable que les pern1itiera soslayar, por no de cir
también superar, sus anteriores diferencias doctrinales. Asin1is1110, des­
pués de I 660, las nuevas ideas que surgieron acerca de la estructura so­
cial hicieron especial hincapié en la estabilidad social. Estas nuevas ideas
corrieron parejas con una concepción estable de la naturaleza.
Son pocos los historiadores de la filosofía que escriben acerca de las
opiniones de Leibniz sobre la necesidad de un «principio de razón sufi­
ciente» mostrando una sensibilidad paralela hacia el contexto general de
su obra. En los últimos años, ha habido algunos historiadores de la ci��1-
cia que han situado las ideas de Isaac Newton (n1ejor dicho, la recep�ton
contemporánea de las ideas de Newton) en su debido context�) social 0
histórico. Pero, cuando escriben sobre Leibniz y Newton,_ al igual q ue
sobre Descartes ' su costumbre es «descontextu alizar>> sus llieas Y argu -
.
mentac1ones, como s1. d.1eran por supuesto que el n1-1 rco tnás relevante
4. ·

para su estudio fuera un «diálogo aten1poral» entre las grandes 11_1 ent: s
'.\ ,

del pasado. En ambos aspectos, hay tanto que aprender sobr� la � 1���0�
1 ''.

s)
de la ciencia y la filosofía «recontextualizando» los debates cientihw

1 45
COSMÓPOLIS

con los ac?ntecimientos


filosóficos de su época (es decir, relacionándolos
que aprendimos sobre las
históricos niás cruciales de su época), como lo
las razones para recha­
virtudes del n 1odelo de teoría euclidiano o sobre
ría» y «certeza» fi-
zar la filosofía práctica a favor de un programa de «teo
losóficas.
una vez n1ás, no es difícil descubrir indicaciones de esta importancia
contextual; basta con abrir un poco los ojos. Descartes, que escribió du­
rante la Guerra de los Treinta Años, tuvo sobradas razones para con­
cienciarse del daño que las divisiones intelectuales del cristianismo ha­
bían hecho a la humanidad, y soñó con un método ideal que nos permitiera
alcanzar un saber capaz de trascender tales divisiones. Leibniz, que escri­
bió en medio de las ruinas producidas por esa misma guerra, descubrió la
fuente-n1ás profunda-de la guerra y el conflicto en la multiplicidad de
lenguas y culturas, y soñó con una lengua ideal que pudieran aprender y
comprender personas de cualquier país, cultura o religión. ¿Cómo con­
cibió este sueño? ¿Hay pruebas de que lo hiciera para hacer frente a las
urgentes necesidades prácticas de su época?
A partir de 1650, el restablecimiento de la comunicación entre ban­
dos enfrentados en la peor de las guerras religiosas era sin duda una tarea
política urgente; pero nunca fue solamente eso.Jesuitas y calvinistas, jan­
senistas y luteranos, Fernando (en Viena) y Gustavo Adolfo (en Estocol­
mo), todos ellos se vieron involucrados en una desastrosa confrontación
política; pero cada bando creía que, en el fondo, la disputa tenía por ob­
jeto unas doctrinas básicas de las que su bando poseía la Verdad. En
1648, los europeos ya no tenían arrestos para seguir luchando por doc­
trinas; pero el motivo de la discordia seguía en pie. Como no se veía nin­
guna manera de remediarla, nada impedía que las guerras religiosas esta­
llaran de nuevo, una vez que todos los implicados hubieran recuperado la
energía y el entusiasmo.
Sin embargo, detrás de estos problemas políticos había una cuestión
más profunda de índole intelectual. Descartes esperaba que un método
racional ofreciera una certeza capaz de salvar las discrepancias religiosas.
Ahora se itnponía sacar partido a esa promesa consiguiendo que personas
de las dos facciones religiosas se sentaran a hablar con un espíritu de
franqueza Y llegaran a un entendimiento en las c11estiones básicas, en las
cosas sobre las que había pocas discrepancias; así se podrían identificar
-y hasta resolver-las diferencias en las que era más difícil llegar a una
146
LA COSMOVISIÓN MOD
ERNA

convergencia de pareceres. Si para conocer la res


. . . puesta fil1 oso, fica a 1os
desastres de pr1nc1p 10s del siglo xvn las figuras que h
ab'1a que tener en
cu enta son De scarte s y Donne, para el período que si ió
• gu a 1a Guerra de
los Trei· nta
.
Años conVIene considerar, más bi·en, la vi·da y car
rera de Gott-
fried W1lhelm, barón de Leibniz.
Leibniz nació en 1646, dos años antes de la Paz de Westfalia. Educa­
do en Leipzig, donde su padre había sido profesor de filosofía moral em­
pezó escribiendo sobre jurisprudencia y filosofía del derecho e ini�ió la
carrera de diplomático, siendo enviado en una misión a París en 1 6 2.
7
Allí enc ontró a un gru po de matemáticos y eruditos que avivaron su en­
tusiasmo por el análisis lógico del pensamiento (ars combinatoria), sobre
el que ya había escrito en I 666. A partir de entonces, su vida se divide en­
tre empeños intelectuales y prácticos, una divisoria que él no parece dis­
tinguir. Cualquier problema que llamaba su atención lo abordaba con
exactitud analítica; por otra parte, su propuesta de una lengua universal
es la panacea que ofrece para los males tanto políticos como teológicos.
Por cierto, Leibniz no fue el único que tuvo este sueño en la Europa del
siglo xvn. Lo compartieron filósofos y científicos de muchos países, in­
cluidos los fundadores de la Royal Society de Londres, pero nosotros lo
asociamos especialmente al nombre de Leibniz, y con razón.
El caso de Leibniz nos proporciona algunas claves para descubrir las
cosas más relevantes para muchos de los que tuvieron este mismo sueño.
Leibniz nos cuenta que concibió de niño lo que él denomina una charac­
teristica universa/is-o <<sistema universal de caracteres»-capaz de «ex­
presar todos nuestros pensamientos». Dicho sistema, según sus palabras,

constituirá una nueva lengua que se pueda escribir y hablar. Esta lengua será difícil
de construir, pero muy fácil de aprender. Será rápidamente aceptada p or todos ª
· '
1 ad , Y servira maravillosan1ente para
causa de su gran utilidad y su sorp rendente fac1·1·¿
la comunicación entre los distintos pueblos.

. .
¿ Estaba Le1bn1z . .
aqu1 1 a •
1nvenc1on
· ,, de una lengua artificial.
ant1c1pando ,,
como el esperanto o el volapük? E,, 1 no parece 1·nnitarse sólo a esto . Si
. .
. 1n-
b1en es verdad que una de las metas de su nueva 1engua era. conseguir . ,,
s1on
ter locutores en todos los países y, por tanto, SUp erar la 1ncon1pren
. . ,, ba detenerse en una�· espe-
1nternac1. onal, no es menos ciert o que no pensa
. .
c1e de criollo o lengua base uni versal. A ntes, bie · n, es· r-"1 ba convenc1(io d:,,e

1 47
COSMÓPOLIS

conseguir inás partidarios descubriendo los p�ocesos profundos del pen­


samiento y de la percepción rac!on�les y of:ec1�ndo una nuev� manera de
_
comparar e intercambiar expenencias en termm�s no d1stors1onado� p�r
las convenciones lingüísticas al uso. En este sentido, la lengua de Le1bn1z
se servía de un simbolismo matemático que (según sus palabras) expresa­
ría los pensamientos «de manera tan definida y exacta como la aritméti­
ca expresa números o el análisis geométrico expresa líneas».
Una lengua universal basada en semejante simbolismo, concluía di­
ciendo, no sólo tendría unos significados perspicuos, de manera que per­
sonas de distintos países podrían hablar entre sí y compartir sus ideas,
sino que además encarnaría y codificaría todos los modos válidos de ar­
gumentación, de manera que individuos con diferentes historiales inte­
lectuales podrían razonar juntos sin temor a confusión ni error. Su len­
gua, así pues, no sólo era un método práctico destinado a promover la
comprensión internacional, sino que además sería «el mayor instrumen­
to de la razón». Durante el resto de su larga y activa carrera, Leibniz si­
guió trabajando en este proyecto de lengua universal que garantizaba
desde el principio unos significados compartidos y una racionalidad tam­
bién común. Su investigación lo llevó por múltiples derroteros: a formu­
lar el cálculo infinitesimal, a estudiar los ideogramas de los chinos y a ex­
plorar las técnicas adivinatorias del yin y el yang.
¿Por qué persiguió Leibniz esta meta con tanta aplicación y por qué,
en las décadas de 1670 y 1680, su proyecto de desarrollar una lengua ide­
al fue el tema de conversación del momento? Éstas son unas preguntas
que merecen de nuevo unas respuestas históricas. Leibniz no trabajó en
la matemática o la metafísica solamente por mor de sí mismas, sino tam­
bién por lo que tenían de medio para alcanzar unos fines de orden más
práctico. Sus orígenes alemanes y su experiencia como diplomático l o
animaron, sin duda, a convertirse en un verdadero «ecumenista» de las
distintas teologías. Para los lectores del siglo xvn, la matemática y la
teología no eran unas disciplinas tan distintas y dispares como tienden a
serlo hoy. En una época en la que todos los países de Europa tenían el
grave problema de «acomodar>> a personas de diferentes religiones, y en
la que las condiciones políticas e intelectuales de la tolerancia impregna­
ron tod� la obra de John Locke, esta cuestión fue más urgente todavía
_
para Le1bn1z. A lo largo y ancho de Alemania, la generación anterior ha­
bía visto cómo se destruían ciudades muy prósperas: alrededor del 3 5 por
LA COSMOVISIÓN
MODERNA

100 de la población del país m urió en la guerra pa


. . . sta ra mayor gloria de un
Dio s cal VIn i , l ute ran o o católico • c.•Cómo pod"1ª un hom

co . bre con el his-
tori al y los nt ac tos dip lomáticos de Leibniz no 1o .e rmu1arse 1a pregunta
,,omo eVI. tar que se . .
1 • eorno se ha d.ich
de c . .
repi tiera semeJ· ante catástro1.ce?
. 0
en
anteriorm te, Leibniz se propuso crear las con. di· c1o ,, ·
. ,, . · nes practicas para
renovar el dialogo racional entre los dos campos teolog " ·
1co s y pre sto,,
es-
.
. al atencio,, n a los cri. ter. .
pec i ios capitales en dicho debate.
Sobre el telón de
fondo de �a Alema�ia en ruinas de la década de 1 670, cobró una actuali-:­
dad especial el sueno de una characteristica universa/is que <<sirviera mara­
villosamente para la comunicación entre los distintos pueblos».
D urante aproximadamente treinta años, Leibniz mantuvo una co­
rrespondencia constante con colegas de ambos bandos de la trinchera teo­
lógica. Su propósito era sentar a rep resentantes d� los campos opuestos a
una misma mesa para tratar de que se pusieran de acuerdo sobre cuáles
eran las ideas esenciales e indispensables del cristianismo, dej ando a un
lado las cuestiones sobre las que se pudiera discrepar. Intentó incluso ga­
nar a esta causa ecuménica al obispo e historiado r católico francés Bos­
suet. Pero, al parecer, éste no quiso cartearse con Leibniz sob re la misma
base o con idénticas expectativas. Le interesaba menos participar en unos
debates que amenazaban con desleír la recta doctrina católica que saber
en qué términos el hereje Gottfried Wilhelm Leibniz podría salvar su
alma convirtiéndose al catolicismo. El intercambio crítico de cartas que­
dó, pues, abortado y Leibniz perdió la última esperanza de organizar un
congreso ecuménico que sirviera para algo.
Si Leibniz hubiera convencido a los teólogos rivales para que .se sen­
taran a la misma mesa ''·qué se habría debatido? S u obj etivo era descubrir
elementos comunes en los distintos bandos doctrinales y utl·1·izar1os para
definir un sistema de creencias mínimo que los teólogos de todas las igle­
sias p udieran considerar fundado en una «razón suficiente». No eStªba
dispuesto a admitir que Dios hubiera podido colocar a la �umanidad �
n

un mundo irreductiblemente misterioso y refutaba cual quier �uge�e�cia


. ible
en el sent.ido de que el mundo pudiera no ser completamente intelig
A veces
a la mente atenta de unos seres humanos 1,,uciºd os Y clarividentes. .
. ,, o u si
incluso apeló a su «pr.inc.ipi. o de la razon sufiiciente>> de un mod
c a
. ,, tesi· s seri· as de las que eran poco
ipo
positivista ' con obj eto d e separar 1as h . . ,,
. . de 1a materi· a no tenía en su opin1on,
impo rtantes. (Separar el espacio '.
. ,, que, en 1ª Creación D10s habri,,a ten1• -
n1ngún sentido pues esto supon1a
1 49
COSMÓPOLIS

do ue decidir entre crear el universo como lo había creado o dar dos­


cie,�os pasos a la izquierda. La idea 1:1is�a de semejante «decisió�» era
_
una absoluta confusión lingüística, sin ninguna base en la exper1enc1a:
era algo para cuya formulación ninguna le�gua racionalmente cons�itui­
.,
da tenía tértninos apropiados, por lo que simplemente no podia decirse.)
El proyecto de una characteristica unive�s�lis nunca quiso :er únicamente
un <<instrumento de Razón» para ser ut1hzado por los filosofas con fines
filosóficos abstractos. Aparte de su posible utilidad en las negociaciones
diplomáticas y otros encuentros internacionales, ayudaría también a cu­
rar las heridas que tenían postrada a la Europa cristiana. Lo que el odium
theologicum había separado durante la primera mitad del siglo xvn podría
volver a unirlo una «lengua universal» en la segunda mitad.
Era un sueño noble, pero un sueño al fin y a la postre. Desde nues­
tra atalaya actual, descansaba en dos presupuestos irrealizables. En pri­
mer lugar, el de que los caracteres de una lengua tan perfecta podrían
«expresar nuestros pensamientos» sin necesidad al guna de acuerdos
convencionales sobre sus significados. Y en segundo lugar, el que, al
sustituir las lenguas naturales de los diferentes países por esta lengua
artificial, los interlocutores evitarían los defectos de comunicación que
habían propiciado las guerras de religión. Por desgracia, ni hubo ni hay
posibilidades de conseguir lo que Leibniz deseó con tanta fuerza: es de­
cir, equiparar los «pensamientos» privados de la gente de diferentes
culturas, naciones, Lebensformen o comunidades lingüísticas de una ma­
nera no arbitraria. Como tampoco, sin cierta «armonía providencial>>
divinamente garantizada, podemos asegurar por adelantado que los
mismos «pensamientos» se evoquen espontáneamente en personas de
diferentes culturas cuando se hallan en situaciones parecidas. El pro­
yecto de construir una lengua universal no es difícil, como Leibniz re­
conoce: es sencillamente imposible. Presupone que los modos de vida
y conceptos de la gente de todas las culturas son suficientemente pare­
cidos para producir las mismas <<lenguas ideales» que sus productos fi­
nales; es decir, da por sentado desde el principio qué es lo que se supu­
so inicialmente que esta empresa iba a garantizar como resultado final.
Sin garantía independiente de que diferentes pueblos perciban e inter­
preten sus experiencias de manera suficientemente parecida (como dijo
Leibniz, de que <<tengan los mismos pensamientos»), no puede haber
acuerdo sobre los «significados» de los términos de nuestra lengua ar-
,.
1
LA COSMOVISIÓN
MODERNA

tificial; y, sin este acuerdo previo ' no hay garant1,, •


• u1e
,, oca 1nte
. 1· a subs1g nte de una
recipr 1g1'b'1l'd
1 ad

¿Cómo influyó la exp�riencia hist órica de Leibniz en su a gend


a filosófi­
ca? E s ta pre gu nta r e cibe también distintas respuestas segu"n los autor
es.
Podemos a1· sIar 1a metafísica de Leibniz de su contexto histórico e inte-
rrog�rnos �or _su coherencia y plausibilidad, y, de este modo, mantener
ese d1stanc1am1ento que postulan las historias de la filosofia al u
so. Tam­
bién podemos considerar a Leibniz un intelectual alemán que aceptó su
parte de responsabilidad e hizo todo lo que estuvo a su alcance para re­
mediar la difícil situación de la Euro pa de su tiempo; lo cual significa
preguntarnos cómo se adecuó su programa de investigación a las tareas
más urgentes de su tiempo. Parece que, en el caso de L eibniz, resulta más
difícil hacer una lectura distanciada y descontextualizada que en el caso
de Descartes. La manera decidida como se lanzó a la correspondencia
política, se movió entre las diferentes cortes alemanas y trató de mante­
ner abierta una línea de comunicación con eruditos de todos los países de
Europa confirma que se interesó mucho más que René Descarte s por las
urgentes tareas políticas y sociales que exigía a gritos la reconstrucción
posbélica.
En el siglo xv11, el problema de la lengua era como la punta d e un ice­
berg, y el sueño de una lengua exacta tuvo unas implicaciones que fueron
más allá de las puramente intelectuales. A un problema parecido se en­
frenta Europa actualmente, aunque éste tenga menos que ver con la to­
lerancia religiosa que con la diversidad cultural y racial: ¿Qué estatuto
puede alcanzar un Gastarbeiter turco en Alemania occidental? ¿Puede
una ciudadanía europea común reconciliarse con la existencia de una do­
cena de lenguas y culturas ? A su manera, el proyecto de u�li�ar nuevas
herramientas de «comunicación y razonamiento entre d1st1ntos pue­
blos» para trascender esta diversidad y estos m alentendidos culturales
tiene tanta actualidad para los europeos de hoy como la tuvo p ara Leib­
no
niz en· 167 5. Al e ntrar en la última década del siglo, los europeos
• ,, . lan ue t1,nfa ·
tse, de utsche Sp ra ch e Sv ensk o
tienen por que renunciar a su g fa
• ,, . . • n1 odelo pu-
in gles por una character1st1ca universa¡·1s constru1'da sobre un
,, .
ramente matemat1co, al me nos en 1 a 'd
v1 a co t 1' d '
1 ªna T anto pa ra l os ne-
'.
cosMÓPOLIS

.
1110 pa .
r�1 e 1 .
co ntr ol del trá fico aéreo, el esperanto es una lengua
.....g·oc1os co . ,, .
e ser : «¿ Co nse gu 1ra algu n a vez el J
1nuerta. U na t)U erla pregunta pued a-
¡--;;
ponés desbancar a l.1ng es. » . . .,
·
· e 1 , por eJ emplo, en los debates sobre la telev1s1 on o la co-
A otro n1v
proyecto de Leibniz sigue es-
nexión cibernética entre distintos países, el
· . la pauta internacional para la transmisión de las
tando VIVO. e·Cual" . será . .. ,,
ope rati vos ut1h zaran las redes infor-
señales de televisión? ¿Qué sistemas
máticas internacionales: los diseñados por IBM, Xerox, Toshiba o Ma­
chines Bull? Leibniz vio atinadamente en el chino un desafío especial: los
ideogramas plantean importantes problemas para el diseño del software
informático. Sin duda, en términos prácticos, las personas con mejores
credenciales para ser los legítimos herederos del programa de Leibniz
son los ingenieros de la información. Pero las luminosas metas del sueño
de Leibniz siguen enfrentándose a los mismos obstáculos. La televisión y
los ordenadores proyectan más allá de las fronteras nacionales no sólo
«ideas universales» y <<razonamientos libres de error», sino también
conflictos culturales y malentendidos internacionales. En I 677, a los
treinta años de edad, Leibniz se refirió a su proyecto en estos términos
grandilocuentes:

Me atrevo a decir que éste es el empeño supremo de la mente humana; y, cuando el


proyecto esté acabado, a los humanos no les quedará más remedio que ser felices,
pues dispondrán de un instrumento que exalta la razón al i gual que el telescopio per­
fecciona nuestra visión.

Nosotros vibra��s con los ideales de un entusiasta; pero nos percatamos


de que su ex�resion es confusa. Ahora, al i ual que hac
_ _ g e trescientos años,
no hay_ �ingun sistema o procedimie nto técnico
_ capaz de garantizar su
aphcacion h�mana o racional. Una cosa es pe
_ rfeccionar un instrumento
y_otra muy di�tinta garantizar que sólo se em
pleará de una manera justa,
virtuosa y racional.

Los tres sueños de los raciona¡1sta


· s resu 1 tan -
/ . , pues, aspectos de un sueno
mas amplio. Los sueños de un meto ' do racion· al, una ciencia unifi
· cada Y
una 1 engua exacta se unen en un un ,, ·
1co proyecto. Todos se proponen
--------�
LA COSMOVISIÓN M
ODERNA

«purificar» las operaciones de la razón human


. . . ,, a descontextua1·iza,, ndo1os·
es de cir, di vo rc iand olos de situaciones histo"ri·cas y cu1
.
Al I l q ue la lengua univ . tura1es concretas.
�� ersal de Leibniz, la revolución científi
ca tuvo
tamb1en dos c�r�s como el dios Jano. La nueva ciencia se pr
_ oponía ser a
la vez «matematlca y experimental», pero sin quedar claro có
mo se casa­
b an los do s ras go s principales del nuevo método (su estructura
matemá­
ba
tica y �u se experiencia!). Esta falta de claridad comenzó parecien
do un
descuido, pero pronto se volvió deliberada. La victoria del racionalis
mo
vino a c o nfi r ma r la intuición de Pitágoras de que cualquier teoría de
ca­
rácter matemático tendría una aplicación práctica en la experiencia hu­
mana.
A lo largo de los trescientos años que han transcurrido desde 1660,
las ciencias naturales no han avanzado por una ruta imperial, presididas
por un método racional. Se han movido en un constante zigzag, alter­
nando los métodos racionales de las matemáticas de Newton con los mé­
todos empíricos del naturalismo de Bacon. El triunfo de la física newto­
niana fue, así, un voto a favor de la cosmología teórica, no de los
dividendos prácticos ; y las ideas de la teoría newtoniana quedaron mar­
cadas por un prurito de coherencia intelectual con una visión aceptable
de la creación material de Dios acorde con las leyes divinas. Un plantea­
miento que hacía también caso omiso del mensaje del humanismo del si­
glo xv1. El aumento de las ideas científicas se alejó de la preocupación
por los frutos prácticos y el fundamento científico de ideas <<puras>> se
consideró cd'mo algo distinto a la explotación práctica de las técnicas
«aplicadas». A muchas personas les pareció vulgar, y hasta pecaminosa,
la preocupación de Francis Bacon por los «bienes humanos». A los cien­
tíficos les bastaba con descubrir las leyes que regían los fenómenos natu­
rales para glorificar a Dios, que era el que había creado la naturaleza.
Utilizar nuestra comprensión de la naturaleza para aumentar las como­
didades o reducir el do lor era un fin poco importante; no entraba dentro
de la principal meta-la espiritual-de la ciencia. Descartes Y Newton
,, ·
rechazaron tanto po r su método como por su esp1ritu 1a propuesta de Ba-
· · a
con de una c1enc1a humanamente fruct1,e1era, Y se propusieron llegar
. ,, ·
construir unas estructuras matemattcas permanentes, buscando en la
ciencia unos dividendos teológicos y no tecnológicos.
Para comprender po r que,, e 1 tr1p · 1e su en~ o de l· os racionalistas se ha /de. -
mostrado precisamente eso, un suen~ o, convie · ne recordar algunas n1ax1-

1 53
cosMÓPOLIS

. .
de n en sus, co n tras t es más importante s. Ningún formalismo
s
. ,
111,1 q
. ue u1 c1 .
inte rp reta rs a s1,, . m is,mo . Ning ún sistema puede va 1·d 1 arse a sí mis-
l)uede e
,,. uede e · e mplificarse a s1,,. misma . .
. . N 1ngun a lengua
n10. Ninguna te oria p J . . . . . .
us prop ios s1gn fica d os. y nin gun a ci e n c
for1nal · pu· ede prede terminar s ia
1
• · · ,,.
. .
pue de vat ici nar que,,. te cnología pre cisa va a terminar ten1 endo 1nteres hu-
con el empleo de nuevo saber
mano. Al abord.ar prOble mas relacionados. . . .
para fi1nes de 1 b1en hum ano ' conv iene olvidar el ideal de la exac tit u d in-
bas y las c rtezas ,,. .
te 1e ctual, con su exalta ción de las prue e geom etr 1 cas, y
. ,,. . .
tratar, en cam b 1· 0 , d e r e cup e rar la modestia practica de los hu man istas
. .
que les permitió vivir libres de ansiedades, a pesar de la 1ncert1 dumbre, la
ambigüedad y el pluralismo.

1660-1720: NEWTON Y LA NUEVA COSMOPOLIS

La restauración del diálogo entre las naciones-estado de Europa era sólo


un prime r paso. El segundo era construir un cuerpo de conocimientos
que resultara convincente para los savants de los diferentes países y reli­
giones, y favore ciera una ,cosmovisión compartida. El examen de la posi­
bilidad de una lengua universal era una premisa para establecer dicha
visión compartida de la naturaleza y la humanidad. Leibniz dedicó tam­
bién a este fin su prodigioso entusiasmo y energía; pero, visto con pers­
pectiva histórica, la mayor contribución en este sentido la hizo un hom­
bre muy distinto: su rival inglés Isaac Newton.
El racionalismo de Leibniz estuvo suj e to a las mismas limitaciones
que el de D escartes. Era importante demostrar que «sa
bemos con certe­
za» que nuestra autoconciencia (je pense ... ) ne ces
ita, 0 presupone, nuestra
existencia(... doneje juis); pero De
scartes no quedó satisfech o de esta má­
xima tan penetrante. Esperaba conse guir
un desciframiento de la natura­
leza física que se aproximara a la certez
a todo lo que pemitiera la natu­
raleza de l s cosas. Tomando a Eu
� clides como ejemplo, buscó ideas
claras y d1_ stlntas en la materia, el mov
imien to y otras cantidades dinámi­
cas con bJ _ eto d ampliar el método
� geométrico y poder incluir también
a la m cam_ ca. ( �1 l lo raba no pod
: � ? g , ría la física resultar una simple «ge­
ometr1a en mov1m1ento>>?) Pe¿ro a
los axiomas de un sistema dinámico n
les bastaba con ser -<-<claros y distinto o
s» E ó
· a1 q ue una c as a proyectada · n el Dis· curso, Descartes afirm
que, a1 igu
por un solo arquitecto, un siste ma
15
4
LA COSMOVISIÓN MODE
RNA

de filosofía natural producido por una sola mente podria ,, ser p1 enamente
.
convincente. Para Newton, en cambio , segu'n sus pr1n · c1· ·
tos ma tem , ·cos
att
,, . p
de la filosofia natural, los <<axiomas o leyes de movi·m1·ento» no descan
san
en la o bra de un sol o teórico. En su definicio'n de fuerza, mov1·m1e · nto y
masa, apela a hec hos colectiva. mente conocidos sobre el movimiento d
los péndulos o de los cubos de agua y sobre las fluctuaciones del calen�
dario s�d�ral. Par� todo es�o, Newt�n se basaba en la obra de otras per­
,
sonas; el 1naugur� la practica de la investigación en colaboración que ya
lleva más de trescientos años funcionando.
En Leibniz, las dificultades son parecidas. Está muy bien ponerse a
trabajar a partir de los principios de una <<lengua universal»; es, además,
necesario preguntar qué se dice en esa lengua susceptible de ser acepta­
da por eruditos de todos los países. Una vez más, Leibniz daba por sen­
tado que cualquier teoría legítima se podía confirmar o rechazar sobre la
base de su «aceptabilidad racional». El mismo manifestó que la idea de
átomos, así como la de vacío, le parecían racionalmente repugnantes, por
fijar límites al poder de Dios. Limitar a átomos de un tamaño mínimo la
subdivisión de la materia suponía restringir, a sus ojos, las posibilidades
de la Creación de una manera innecesaria, arbitraria e irracional. De ma­
nera parecida, cualquier región del espacio era para él el locus de algún
tipo de sustancia física. Aun cuando no existiera nada más que un ca1npo
gravitacional, el espacio no estaría (a su entender) vacío.
En 1710, había varias hipótesis a la mano capaces de explicar el mo­
vimiento de los planetas, el calor, la luz, el magnetismo, la cohesión cor­
poral y una docena de otros cuantos fenómenos físicos. La explicación de
Newton, según la cual el espacio interplanetario se hallaba de hecho va­
cío, contó con mu chos seguidores en Inglaterra. Pero, en Francia, la ma­
yoría de los pensadores creía que las objeciones a un «espacio totalmen­
te vacío» eran demasiado importantes y apoyaba la teoría de Descartes
sobre la existencia de un éter interplanetario, con vórtices que transp�r­
taban a los planetas alrededor del sol. Por su parte, a Leibniz sólo le m­
ob­
teresaban los sistemas de filosofía natural que tuvieran en cuenta sus
muy
jeciones apriorísticas. Su procedimiento ecuménico era una manera
utI d e
·
ones so b re 1 as que no s e po ní an de acuerdo la teo-
,, ·¡ reso1ver cuesti
,, esperaba utilizarlo para
º
1og1a ,, catohca ,, . y la protestante; pero e 'l tan1b ten
. .
diluc1dar qué teor1a .
lica ba me .
Jor l as ,
or b
º
itas elíp
· . tic as de los planetas V
,, exp
la aceleración de los cuerpos en su caída.
1 55
co sMÓPOLIS

a pe s ·a r de las dife renc ias, todas estas teorías estaban


No• obstante, . / .
s importante de
. r los lírn ite s im p ue sto s por un a seri e ma
con d 1c1on a das po . ,
cane e Ptua les , sob r e los que no exi st1a tanto desacuerdo. Es
presupuest os
e lo que vamos a ver a continua-
este marco de presupuestos subyacent / .
· , e ntro de e'ste , la ren ova ci ón de la cos mo pohs era por fin una
c1on, pu es, d
0 1720, era� pocos los pe�-
cuestión de gran trascendencia. Entre 166 � ,
sad os en exp lica r los fen o me n s meca m­
sadores que estaban sólo intere �
te, es
cos del mundo físico. Para la mayor parte de la gen se nec itaban con
mayor razón aún unos buenos cimientos teór�cos para l?s nuevos patro­
nes sobre la práctica social, así como para las ideas asociadas sobre lapo­
lis. Así pues, unas nuevas analogías, bastante seductoras por cierto, hicie­
ron su aparición en el pensamiento social y político. Si, a partir de ahora,
la «estabilidad» era la principal virtud de la organización social, ¿no se­
ría posible situar el enfoque político de la sociedad sobre los mismos raí­
les que el enfoque científico de la naturaleza? ¿No se podría modelar so­
bre los mismos <<sistemas» de la matemática y la lógica formal la idea de
orden social, como había ocurrido con la idea del orden en la naturaleza?
La idea de que la sociedad es un «sistema>> formal de distintos agen­
tes e instituciones ha ejercido un influjo muy importante en el mundo
moderno. Como vimos, fue sugerida por Hugo Grocio en 162 5, antes
aún de que Descartes publicara alguna de sus obras; pero su contenido
detallado y sus presupuestos subyacentes no tomaron forma definitiva
hasta la última parte del siglo xvn. En este aspecto, la estricta distinción
cartesiana entre materia y mente, causas y razones, y naturaleza y huma­
nidad, sí fue adoptada y subsumida por Isaac Newton, dejando de ser una
pr�ocup�ción exclusiva de los filósofos de la naturaleza. A partir de aho­
ra iba a Jugar un papel fundamental en el pensamiento social y político.

En la base de la epistemología de Descartes subyac


. e la distinción entre,
de un lado, la libertad racional de la decisión
moral o intelectual en el
mund0 humano del pensamiento y la acc C¡
ión, y, del otro, la necesidad
ca�sal de los procesos mecánicos en el mu
ndo natural de los fenómenos
físicos. Esta distinción es tan imp
· ortante que,
. . a OJ· OS de Descartes, esta
Justificado separar esas dos <<Sustanc1· as» ,, ·
. . bas1cas que son la mente y la
materia; «dicotomía mente-cuerpo» que traJ·
. ,, o consigo toda una seri· e de
dicotom 1as emparentadas · As"1, una manera
de filosofar que empezo, ha-
156
LA COSMOVISIÓN MODER
NA

ciend.o una distinc . ,,.


ión entre la racionalidad y la causalºd i ad termi. no; dis .
-
tinguiendo tamb1en entre el mundo de la experienci·a humana (racion · al)
,,.
y el mundo de los fenomenos naturales (mecánicos).
Después de 1660, se impuso un marco general de ideas sobre la hu
­
man i da d y la nat u � ale za, así com o sobre la mente racional y la materia
causal, q ue_ alc�nzo 1� categoría de «sentido común». Durante los si­
guientes c�e�,. ciento c1nc�enta o doscientos años, raras veces se pusieron
en tela de JUICIO l?s m�ter1ale s principales de este marco de ideas y creen­
cias. S e las considero <<dad as por buenas» por todos los hombres» 0
«ajus_tad�s a r��ón », y se di� por sentado que no necesitaban de ninguna
otra 1 ust1ficac1on. Independien temente de las deficiencias que podamos
en contrarles hoy, a partir de 1700, como se ha dicho, se <<daban por sen­
tadas» y, en la práctica, a menudo ni se las mencionaba . Entre todas ellas,
definían un sistema que podemos considerar como la cosmovisión mo­
derna o el «marco general de la modernidad». Conviene enumerar, en
primer lugar, los principales elementos (o «materiales>>) que entraron a
formar parte de este marco general. Luego, conviene preguntarse sobre
su estatuto intelectual y, en especial, sobre la base experiencial-o de
otro tipo-sobre la que descansaron.
El elemento principal de este sistema-marco de la modernidad, con
el que se relacionaban todos los demás elementos, era la dicotomía car­
tesiana. Cuanto más se explicaban en términos mecánicos los fenóm enos
naturales como producidos por una relojería cósmica, más (a modo de
contraste) se referían los asuntos de la humanidad a una esfera distinta.
La importancia de esta separación era nueva y con viene explicar aquí de
qué manera la enfocaron Descartes y Newton y cómo la interpr etaron
sus sucesores. A esta dicotomía, que distingue al planteamiento moderno
tanto del humanismo renacentista como de la cosmovisión de finales del
siglo xx, hacia 1700 se le reconocieron unos méritos de primer orden..

Como tal, fue utilizada para justificar otras muchas dicotomías . D
ciéndolo de manera resumida: las acciones y experiencias humanas eran
consecuencias mentales o espontáneas del razon amien to; se producí�n
,
de manera voluntaria y creativa; y eran activas y productivas. En ca mbi?
los fenómenos físicos y los procesos naturales implicaban un a �� ter
ia

ru ta cto s de ca sas m ec á n i as , �epeti �ivas Y


b y eran mater iales: era n efe u �
·
predec1ºbles; ocurrian sin,,. · mas; y 1a ma ter1a e ra de por i pasiva e in erte.
,,. s .
cau sas d · n u n compl e to d i -
As,,.1, el contraste entre las razones y 1as e vin 0 e

1 57
cosMÓPOLIS

. . s1
. u1• eron C�<Jn· bastan . te facilidad otras dicotomías varias: lo
vorc10, y se g .
a 1 o nate rial , las acciones frent e a los fenomenos, las ac-
111e nt a 1 .
re
t· nt e 1 · .
.
es t·
ren . t e a
. los suc esos
· ' los pensamientos frente a. los obJetos ' lo
tuac1on .
t·re n t e a l< ) mec áni co ' lo acti vo frente a lo pasivo o lo creativo
vo I untar10 •
frente a lo repetitivo.
die neg ó el hec ho de que los ser es humanos ac�aban de�tro del
· Na
anas colectivas cambiaban la
mundo natural O de que las actividades hum
o cia
faz de la naturaleza. Pero, en 1700, la escala e imp rtan de estas inte­
racciones era algo que aún se podía minimizar. El pensamiento debía in­
fluir en los procesos fisiológicos del cuerpo en algún punto del cerebro:
tal vez-sugería Descartes-en la glándula pineal, que está situada en el
centro del cuerpo y no tiene ninguna función clara. Cincuenta años des­
pués, dicha conjetura se había convertido en una doctrina generalmente
aceptada. Para Newton, era evidente que la experiencia y la actividad
mentales tenían lugar dentro de un teatro interno (o sensorium commune)
al que los nervios sensores llevaban <<ideas» desde los receptores perifé­
ricos, y desde el que, a su vez, los nervios motores trasladaban de nuevo
a los músculos las «órdenes>> de la voluntad. Así, parecía que, al habitar
en el mundo de la racionalidad y la libertad, pero sin estar plenamente
aislada de un mundo regido por el automatismo causal, la mente afecta­
ba al cuerpo y al mundo <<desde fuera». En cuanto a la acción humana
colectiva, como la naturaleza no estaba concebida aún como una red eco­
lógica de sistemas biológicos en la que la vida de la humanidad era sólo
un influjo causal más, las acciones humanas no parecían afectar aún de
manera significativa al funcionamiento de la naturaleza. Antes bien, ésta
seguía siendo el telón de fondo sobre el que se desarrollaba el drama hu­
mano Y, al igual que los actores desmantelan el escenario en la alta co­
media O como i�o�ía dramática a mitad de la represent ción, así también
a
este drarna seguiria su curso preestablecido sin cam
biarse el decorado bá­
sico de la naturaleza. Esta creencia se vio favore
cida por la breve esc ala
temporal bíblica según la cual estaba con
cebido el sistema-marco: con
sólo unos miles de años disp oni"bles, hab/1 · para que Ias ac-
. . a poco espacio
tividades colectivas de la humani·dad
tuvte· ran unos efectos importantes
en la estructura general de la naturalez
a.
Los princi¡)ales elementos 0 materi· ·
. .
se d1v1den en dos grupos' que ref:i1eJ· an
ales del sistema -marco moderno
esta separación inicial de la naro-
raleza respecto de la hu1nanidad. Pod e mu1 ar 1 a d ocena aproXI·ma-
emos 1or
LA COSMOVISIÓN M
ODERNA

da de doctrinas básicas y debatirlas aquí suces·ivamente. Respecto


en contr am . . a la na-
tural eza, os la s1g u1e nte media docena de creencias:

La naturaleza está. regida por leyes fijas establecidas en el momento de 1a .;


, creacio n.
La estructura bas1ca de la naturaleza quedó consolidada hace unos mi·¡es de ano
- s
Los objetos de la naturaleza física se componen de matena· iner· te.
Por tanto, los objetos y procesos físicos no piensan.
En la creación, Dios combinó objetos naturales para converti· r1os en sistemas esta-
bles y jerárquicos de cosas <<superiores>> e «inferiores».
Al igual que la «a�ción» en la sociedad, en la naturaleza el «movimiento» fluye ha­
_ .
cia abaJO, de las cnaturas «superiores» a las «inferiores».

Respecto a la humanidad, encontramos otra media docena de creencias


semeJantes:

Lo «humano>> que más caracteriza a la humanidad es su capacidad para el pensa­


miento o la acción racionales.
La racionalidad y la causalidad siguen unas pautas distintas.
Puesto que el pensamiento y la acción no se producen de manera causal, las acciones
no pueden explicarse mediante ningún tipo de psicología causal.
Los seres humanos pueden establecer sistemas estables en la sociedad, como los sis­
temas físicos de la naturaleza.
Por tanto, los humanos tienen una vida mixta, en parte racional y en parte causal:
como criaturas dotadas de razón, sus vidas son intelectuales o espirituales; como
criaturas dotadas de emociones, son corporales o carnales.
La emoción suele dificultar y distorsionar el trabajo de la razón; por tanto, hay que
alentar y confiar en la razón humana, mientras que las emociones deben ser objeto
de desconfianza y control.

La naturaleza está regida por leyes fijas establecidas en el momento de la crea­


ción. Los cambios y caprichos que se dan en el pensamiento Y la conduc­
ta humanos hacen que éstos se diferencien de los fenómenos causales de
la física; por tanto, había una vía abierta pa ra poder tra t�� la na �ral� za
como fijada en unos patrones estáticos, mecánicos, repetit ivos e invaria-
de la c rea
· ,,, A fiina· 1es del
cion.
bles, establecidos por Dios en el 1nomento _ .
siglo xx, la expresión «las leyes de la naturale za» ha perdido cu a lq me r
_
carg a teo1,,,og1ca prac
, 1can
t
· 1en te con la de · «r eg ul aridad».
. y se confun de .;
ex pr es1o n
Pero, en 1 700, las «leyes de la na tura 1 eza» segui,,,an 51·endo una

1 59
. .

COSMÓPOLIS

en su relación con el mundo.


111aten. al. de 1 a vo1 untad Y sabiduría divinas . • ent ,,,
te las cuale s se rige la natura 1 eza, los c1 ifi-
Al reve I ar las leyes me<lian . .
.
cos se vie ron como 1 0 5 continuadores de la obra de Dios e, incluso, como
los intérpretes de su Mente. .
Y, sin• e1nbargo, esta idea de una natura leza establ
. e reg ida por leyes
• . . .
.
d1v1n as era . al go complet am ente nuevo. A pr1nc1p1os del siglo xvn, los eu-
ropeos cultoS Consl.deraban los cráteres lunares , .
observados por Galileo,
.
al igual que el fen ómen o de las � ovas astro nom1 cas o � ue- 1nc luso-el
deterioro del clima inglés como signos de una decadencia en la naturale­
za que presagiaba el fin del mundo. Pero, según la nueva visión, todos los
fenómenos naturales eran efectos naturales de determinadas causas me­
cánicas, por lo que dejaron de interpretarse como <<presagios» y mucho
menos como advertencias apocalípticas. En filosofía natural, al igual que
en otros campos del saber, la imagen del mundo cambiaba muy deprisa
por entonces. En 1590, los escépticos aún dudaban de que los humanos
pudieran encontrar regularidades universales en la naturaleza; en I 640,
la naturaleza cayó al parecer en una decadencia irremediable; pero, en
1700, se consumó el cambio y se pasó a la concepción de un cosmos es­
table <<regido por leyes».

La estructura básica de la naturaleza quedó consolidada hace unos cuantos miles


de años. Esta creencia corroboraba la concepción cristiana tradicional de
la historia humana, según la cual había un elemento temporal y extraor­
dinario diferenciado de la historia natural, que no era «histórica» en el
sentido moderno. La historia natural era un asunto de los «naturalistas»,
cuyo trabajo se solapaba más con la biología sistem
ática y la taxonomía
que con ciencias históricas como la biología evo
lutiva. Hasta 1859 no
desc�brió, �n almente, Charles Darwin la pue
_ rta que nos permitiera salir
de la h1stor1a natural y entrar en la historia
de la naturaleza. Según la cos­
movisión newtoniana, los únicos acontec
imientos «históricos» que afec­
tabanª la �a�raleza eran la reación
� primordial y una serie de ulteriores
procesos cichcos. ¿Cua, nto tiempo h
a bía tra nscurrido desde el mo mento
� e la Cr eación? Sobre esto no hay un ac
uerdo general. Si Dios había fi­
¡ ado unos patrones repetitivos e inv
a ria bles a los procesos naturales, el
estado actual de la naturaleza no po
día aportar una s pruebas concluyen­
tes sobre su edad. Muchas personas,
basándose en una lectura literal de
la Biblia, calculaban que la actual Ec
onom1,,a h ab"'1a empeza do hac1a,, 5 • 600
160
LA COSMOVISIÓN M
ODERNA

años. Otros du daban de que los eruditos pud1er · an arroJa ·


r a1 guna 1 uz so-
bre la fecha de ma rr as. <<No hay vestigios del pr1· nc1p1 ,,.
. · · 0», dec 1arar1a des-
p�e,, � James Hutton._ «N1 hay tampoco perspectivas del fin». Toma

'
ndo la
Biblia como un registro fiable de la historia h umana, dudaban s1· b uscar
en ella la fecha exacta del con1ienzo y el fin del mundo.
En cualquier caso, la nu eva visión no im pedía ampliar la escala tem
­
poral del � p sad o, a la luz de nuevas pru ebas. La cronología bíblica fue de­
:e�hada primero e� as�o,n�mía, luego en geología y paleontología y, por
ulumo, e� zo?logrn �1sto nc�. Tendrían que pasar doscientos años para
que los c1ent1ficos dieran cifras millonarias e, incluso, milmillonarias,
como hacen ahora, en sus cálculos sobre la edad del universo. Bien es
verdad que, en 1755, Kant escribió sobre historia cósmica en términos
newtonianos especulativos sin dar muestra al guna de sentirse condicio­
nado por las exigencias de las Sagradas Escrituras. Pero, cuando la gente
se preguntaba por el desarrollo del orden natural, seguía tratando la
cuestión en términos distintos a los aplicables a l.a historia humana. La
naturaleza se había desarrollado presumiblemente como resultado de
procesos causales, materiales o mecánicos. La historia humana era la des­
cripción de metas prácticas, decisiones morales y métodos racionales de
agentes humanos. La historia racional de la humanidad y la historia cau ­
sal de la naturaleza siguieron siendo, así, con consecuencias realmente
importantes, unos temas de investigación bien diferenciados hasta bien
entrado el siglo xx.

La sustancia material de la naturaleza física es esencialmente inerte. Había


una creencia especialmente importante en la nueva concepció�. L?s. �b­
jetos materiales no se podían poner en movimiento, ni se pod1an iniciar
cambios de manera espontánea. El movimiento y el cambio er an pr�­
_
ri­
ductos de agentes racionales, el monopolio de seres conscientes; e� �
za-
mer lugar, de Dios, pero también de los seres humanos c�ando util�
· la
ban la capacidades mentales que Dios 1es hab"1a d ado. D.ios era ' as1 '.
. e las acc10-
fuente suprema del cambio tanto en el a,, m b'1to moral, mediant .·
e 1 111 at ia
· l , n1· ed 1a nt e los n10-
nes morales de los seres humanos , con 10 en er .
. . ,, ,. n 1 prt · n cipi o y había n1 an te n1 -
v1m1entos que El hab1a d e senc a d ena d o e e

do como tales hasta el presente. ,, , 1. .1,


xv n, 1 na t rale za f1 ��
Según los filósofos de la naturaleza del siglo � �
. ,.
o ei e <<m .
asa» br uta · Si n la 1ntervenc1on
estaba hecha de pura <<extens1on» L

161
COSMÓPOLIS

.
n te ra c1o • nJ . I l·I e� ,
su c�r
� ead or ' las cosas 1na.teriales serían solamen-
consc1c V .
. t.,,
1s1., · ,.
c"1 , , 1 os I no viln ien t os 1nt er ca1nb1ados entre obJetos ma-
te pasivas. �--n ·, . . . . . .
. ·
is ión est aba n 1 n1c 1ad os po r Di os y, sin nin gu,, n
ten. a 1 es en contac ,. . t o O col ,,
·. 1e· ra, 110 ¡Jodía haber-a pesa r de los fenomen os de la
agente que 1n • . terv111 . . . ,, . .
et1s 1no - nin gun a acc ion a d1st an c1
e ] ectnc • ., -1u"1.1. d , l·a grav·itación y el magn ,, ,, . . a.
a pre !:,:ru nta d e « e ·Co" n o ope ra. la grav edad ? » venia, asi, a significar:
L 1 . . . . . .
· tanc1··a O n1ecanisino d1v1nam ente 1nst1 tu1d o tran sm ite el m ov1-
<<¿ Q ue,, 1ns
o?». Sobre esto había
miento desde el cuerpo que atrae al cuerpo atraíd
de nuevo dos opiniones. Leibniz y Descartes daban po: seguro Jue el es­
pacio entre objetos masivos est�ba lleno de una ma tena de caracter ��y
tenue. Por su parte, Newton ve1a en los <<campos>> la prueba de la acc1on
continuada de Dios en la naturaleza. Pero ninguna de las partes acepta­
ba la «acción a distancia» como posibilidad que considerar. Todos con­
venían en que «ningún cuerpo puede actuar donde no está».

Los objetos y procesos físicos no pueden pensar ni razonar. La presunta inercia


de todas las cosas materiales sirvió de punto de partida para un debate
que ha continuado hasta nuestros mismos días. La pregunta básica era:
«¿Tiene la materia potencial suficiente para pensar?». O también, dicho
en términos de hoy: «¿Pueden pensar las máquinas?». Si toda materia es
inerte, de n1anera que los sistemas materiales interactúan de manera pu­
ramente causal, entonces sólo las instancias inmateriales (ya mentales ya
espirituales) están capacitadas para pensar. Después de 1700, la idea de
que la materia de una organización suficientemente compleja, como la
de un ordenador, podría llevar a cabo determinados procedimientos se
consideraba como algo sencillamente inconcebible: «Pensar no es un
acto mecánico; luego ninguna máquina puede pensar». La misma expre­
sión de <<máquina pensante» resultaba una contradicción en los térmi­
no:. Una minoría herética (entre la que fi guraba Joh Lo ke) trató de
n c
deJª: la p regunta parcialmente abierta; pero la ide
_ , , _ a de materia pensan te
sigu10 siendo durante mucho tiempo básicam
ente heterodoxa.
También la idea de máquinas vivas se en
frentó a la hostilidad gene­
ral. c_:om� toda actividad vital está dirigid
a h a ci a una meta y, d a d o que su
func1onahdad c�saba mal con una concep
_ ción de la naturaleza estricta-
mente mecan1c1sta a los escr·t · 1 ores que exp¡·1caban mecan1ca,,
. ' .
operaciones de los sistema fisiológicos · men te 1as
se les criticó tan violentamente
como a los que habían explicado en pareci
·dos t,,erm1nos
· · 'dad men
Ia act1v1
162
r
1
LA COSM OVISIÓN M
ODERNA

tal. Mirando hacia atrás, esto nos puede parecer iro • ,, n1.
co. En la actuali-
. .
da d, .los cientl"ficos consideran residu os de 1 ª Edad Med1a . cualquier ape-
. .
· ¡·1sta» o <<mentahsta» a instancias in
,, «VIta .
lac1on · ma ter1a 1es para . explicar la
.
. y el p ensamiento. Sin .
vtda embargo ' estas dos posturas no eran en mo
. . . do
alguno r e 1 1qu1as medie vales, sino que entraron con fuerza en la c1e . .
nc1a
de los sig• Ios xvn y xv111 dada la necesidad de llenar 1 os vac1os
,, deJa· dos por
. . ,,
la defin1c1on a I uso de la «materia» y las «máqui·nas»,. y, como ta1es fue-
ron verdaderas novedades modernas.

En la Crea�ión, Dios combinó objetos naturales para obtener sistemas estables.


La nueva �magen de la naturaleza también incluyó esa estabilidad que
fu�ra tan 1mpor�ante p�ra el pensamiento de finales del siglo xvn. El
.
pr1nc1pal-y meJor analizado-ejemplo de sistema divinamen te creado
era el sistema solar: el sol <<regía» a los planetas y los mantenía en sus ór­
bitas estables. En sus queries (cuestiones), Newton sostiene qu e todos los
sistemas funcionales del mundo natural (el sistema fisiológico del cuerpo
lo mismo que los sistemas 1necánicos elementales) testimonian la sabidu­
ría creadora de Dios.

Las cosas superiores e inferiores están unidas de manera que el movimiento de la


naturaleza y la acción en la sociedad pasen de las criaturas «superiores» a las
«inferiores». Los sistemas naturales y sociales también ejemplificaron el
papel de la jerarquía en el pensamiento de los siglos XVII y XVIII. Los
cuerpos pasivos y materiales eran inferiores en la jerar quía natural, mien­
tras que los activos y vitales eran superiores. Las cosas materiales más ba­
jas no tenían poder para moverse por sí mismas, ni para imprimir movi­
es».
miento, a no ser que recibieran este poder de otras fuentes «superior
Y p en­
Esto era cierto tanto erí el ámbito natural, donde los seres vivos
en el
santes influyen en los movimientos de los objetos 1nateriales, como
cia s de po sic ión de ter mi na n al parecer
ámbito social, donde las difer en
. En e:te
quién tiene autoridad para controlar las acciones de los demá�
ni z vu lv en a m os tr ar un as di f�rencias
punto, Newton, Descartes y Leib e
· · ez act1vamen-
1· mportantes. Descartes niega que Dios intervenga a1 guna v
e co rr ob o ra Le ib ni z al ª fi�mar q ue
te en el mundo material, postura qu , as en la
• ,, . te ·
1nt rv e n ci · on e s 1n ec 1c
an
D 10s actua en el tiempo real no me d ·
1an e
· os a s� eres hun1·1nos con-
· . · d.1r1g 1d·
naturaleza, sino mediante actos de gracia . ('., , ., el.,
d e 1 a op ·
in ·
ion" � tr'· a · Se
con in -- g·'-- un
cretas. Por su parte, Newton de fie n
COSMÓPOLIS

/ .. s de ¡.ª materia son absolutamente inertes e inca-


sólo las particulas l135 ,, 1· ca
ace ·
to,, n es po nt
,, ea. Los 1.cenóm
an 1 enos no materiales ,
t),lces
t de c ua 1 quier
· . . ,,
ismo y la gravi tac1on, son veh"1culos de la
conio l a electr1. c1. dad, e1 ma gnet
·. ,, . • . tu raleza ' merced a los cuales 1a materia
· bruta se
acc1on d1v1na en la na .
. ,· 'temas armoniosos y funcionales. Cada una ,,de es-
· ne dentro de sis
1nant1e .
tas posturas era coherente con los presu pu estos de la nuev a cos mo po hs,
en cuanto que nin · guno de sus defensores dudaba de que 1a fuente final de
de la natural e .
1 a act1· v1·dad en e¡ mundo fuera Dios ' el agente za supe rio r,
más poderoso y «se-moviente».

En el otro lado de la dicotomía cartesiana se encuentra el mundo huma­


no. También aquí hay una media docena de presupuestos que fijan los lí­
mites dentro de los cuales los pensadores <<modernos>> podían especular
libremente.

La esencia de la humanidad es la capacidad para el pensamiento y la acción racio­


nales. Según Descartes, Newton utilizaba la palabra <<experiencia» para
significar la totalidad de los elementos sensoriales que entraban en el tea­
tro interior de la mente consciente, así como las operaciones lógicas lleva­
das a cabo con ellos durante la deliberación racional. Todo esto se produ­
ce-según da a entender Descartes-en un ámbito <<no ampliado» del
pensamiento, localmente asociado a-pero no causalmente dependiente
de-mecanismos fisiológicos del cerebro. La naturalez
a de esta interac­
ción mente/cerebro resultó eni ática desde el pri
gm ncipio: para los pocos
científicos que aún siguen la vía cartesiana (co
mo, por ejemplo, John Ec­
cles), ésta sigue resultando eni ática en
gm la actualidad. Pero, a partir del
siglo xvu, esta vía fue el precio que los filó
sofos de la naturaleza estuvieron
dispuestos a pagar para proteger el esp
acio exigido por los humanos racio­
nales en el mundo de relojería de la na
turaleza causal si querían verses li­
bres para pensar y actuar con la debida
autonomía.
No puede haber una ciencia de la psico
_ logía. Este segundo presupuesto siguió
de cerc a al pnmero. Des�e �ené Des c
artes (en i64o) hasta Immanuel
�ant (en : 78o), el te�a pr1 nc1 pal de la investi
n1a de obJetos materiales ' procesos f gación científica se compo­
·
1"51·cos y mecan1sm
os causa1es. Todas
LA COSMOVISIÓN MODER
NA

las preocupacione .
s verdaderamente científicas versan b
. so re e 1 aspecto
l 1 a extsten c1 . .
El pensamiento ' la concienc1a
natura de .
a
,, · y 1a exper 1. enc1a
.
del ser humano siguen un curso mas o menos racional O lo"gi· co. C amo n
o
están atrapa. dos en la cadena de las regula. ridades causales, no hay en ellos
nada es�ec1al para �ue teng an que estudiarlos los «científicos». Sobre los
pensami entos y acciones humanos, las preguntas que hacer no son nun­
ca del tipo: «¿�ómo_ocurren [causalmente]?»; sino más bien de este otro
tipo: «¿En que medida se puede a firmar que se llevan a cabo [racional­
mente] bien o m al?». L a experiencia mental de la humanidad difiere de
los mecanismos de �a naturaleza materia ,
l y �ólo la implica tangencial­
mente, como, por eJemplo, en la glandula pineal. Las generalizaciones
exigidas para explicar la experiencia humana no provienen, así, de la
ciencia natural sino de la lógica o la ética. Hasta el siglo XIX no destruye­
ron los científicos alemanes posteriores a Kant la barrera intelectual en­
tre, por una parte, la ciencia natural y, por la otra, la lógica y la ética, al
tratar de ofrecer una explicación racional de las operaciones de la mente
y colocar la neurología y la psicofisiología como fuentes de explicaciones
causales de los mecanismos del cuerpo.

Los seres humanos tienen también poder colectivo para establecer «sistemas so­
ciales». Para los pensadores de los siglos xvn y XVIII, la política no era una
ciencia de la causalidad social, sino un ejercicio de lógica colectiva. La
obra de las instituciones sociales, al igual que la acción de los pensadores,
no ocurre sin más, sino que es algo que se planea y ejecuta más o menos
bien. ¿Cómo pueden los seres humanos crear sistemas sociales? El nue­
vo sistema-marco dejaba abiertas todas las opciones heredadas de la an­
tigüedad, incluido la consideración de los sistemas naturales con10 siste­
ma planetario, es decir, como patrones de los sistemas sociales.

Los humanos son seres compuestos, parcialmente racionales Y parcialmente �az�­


sales. Aunque la racionalidad es la esencia de la humanidad, no es el uni-
. . · cia· cotidiana m. uestra
co aspecto de la exper1enc 1a humana. L a experien .
que e1 func1. onam1ento
. · a1 puede
de la mente racion ve rs e d1 stors1onado
. .
por los 1. mperat1vos
.
cuerpo . E l 1
filoso
/ e
io se si en ta a escr161r,
causales del ,. la. ,
pero nota que lo vence el sueno; e1 abogado de fens
~ or vu el ve a la s(1
.
pero lo que ha comido en el almuerzo le nubl a eI Juici · · · o,. el convalec. nt. e1c
d e sa 1 u d le Í n¡)i de se r op tu n1s-
hace planes para el futuro, pero su esta d o l
co s�1ÓPOLIS

. 1 u1·da 1 a vida «mental», está sujeta en la práctica a


ª .
ta ..I..1a vic:l h um ·
.
an a ' inc
. u¡o
mfl . s fi1 s10 ,, t cos que 1a 1og
. I og ,, 1•ca no alcanza a exp 1·1car del todo. En su
say o sob re el ho m br e, Al ex an d e r Pope comenta en un famoso pasa¡e los
En . a»..
a su «n at ur a l ez a m ixt
prob.l emas que le plante

Placed on this isthmus of a middle state,


A being darkly wise, and rudely great: [...]
[M an] hangs between· in doubt to act, or rest,
In doubt to deem himself a god, or beast;
In doubt his mind or body to prefer'
Born but to die, and reasoning but to err;
Alike in ignorance, his reason such,
Whether he thinks too little, or too much:
Chaos of thought and passion all confused; [... ]
Sole judge of truth, in endless error hurled:
The glory, jest, and riddle of the world!

[Situado en este istmo de un estado intermedio,


ser oscuramente prudente, y rudamente grande: [...]
[el hombre] se mueve en la duda entre actuar o descansar,
en la duda entre creerse dios o bestia;
en la duda entre preferir la mente o el cuerpo;
nacido para morir, razona pero yerra;
igual en ignorancia, i gual en raciocinio,
ya piense mucho o poco;
caos de pensamiento y pasión, todo confundido; [ ...]
único juez de la verdad, sumido en errores interm nables.
i
¡Gloria, escarnio y enigma del mundo!]

La razón es mental (o espiritual), y la em


oción es corporal (o carnal). La solu­
ción más corriente al enigma de Pope
es la que propone Descartes en su
Tratado de las pasiones. La experienc _
ia de estar «a merced de las propias
emo ciones» equivale a decir que l
a racionalidad está desbordada por los
poderes causales del cuerpo. Pode
mos dejar a un lado las connotaciones
teológicas de esta do ctrina; por ra
zones que veremos en breve, a los pen­
sadores de los siglos xvn y xvm
les pareció oportuno integrar las em�­
ciones en el aspec to corp
oral (<<bajo>> y <-<material») de nuestra humant-

166
r¡ LA COSMOVISIÓN MO
\
DERNA

dad. El elogio de la razón y el menosprec·io de 1 as emoc10 nes


. no so"lo die
. -
ron t e m a a doscientos años de sermones, tambien fueron 1 ª base para
" ,
.,
plantear la educac1on moral y el orden social.

Las emociones dificult.an o distorsion


,
an la razón. Los e1e e ctos irr
.
ac
.
ion ales y
. . .
nocivos de las emociones podian verse tanto en 1 a VI·da de cada 1nd1viduo
e
en1ermedad · a c1o
h um ano- en l
.
a o el sueño ' la intoxic · , n o 1 a ira
. -como en
.
la VI<la colect1va de los seres humanos ' cuya <<cordura» pod"1a verse tur-
. · 1a, con e1 ries
bada por emociones como el entusi .
asmo O la envid· - go de
que la estructura del orden · ab ªJº
social establecido pud 1· era venirse · 0 ver-
. ·
se trastocado. En cualquiera de los casos, esa desconfi anza en 1os senti-
mientos humanos que aún sigue siendo familiar p ara muchos de nosotros
.
a finales del siglo xx gozó de gran predicamento entre las personas res-
petables tanto de Europa como de América, reforzándose así la idea car­
tesiana, o calculadora, de la -<-<racionalidad>>.

No todos y cada uno de esta docena y pico de presupuestos eran plena­


mente interdependientes, ni tampoco la consecuencia n ecesaria de sub­
rayar la dicotomía entre la humanidad y la naturaleza. Así, a partir de
r 700, no es cierto que toda <-<la mejor clase de gente>> los suscribiera con
la misma convicción. Sin embargo, formaban un -<<decálogo» aparte y las
personas para las que algunos de estos presupuestos <<se a tenían a razón»
o
o «se daban por sentados» aceptaban fácilmente los otros como obvios
fun ­
incuestionables. En aquella época, nunca se examinó detenidamente la
la p ena
damentación de estas creencias en la razón o la experiencia; y vale
ntación no
que nos paremos a ver por qué. Ciertamente, dicha fundame
hip ót esi s cie nt ífic a s. Ningu �o de
reflejaba la «trayectoria» de éstas co m o
e as ideas
los que aceptaban el planteamiento de Bacon de que las nu �
en la ex pe rie n ci a po dí a co nsiderarlas
sobre la natur alez a tenían una base
y bu rd as , de m a si ado radi�ales Y
empíricas. Eran demasiado ge ne ra le s
ta 1 s. As . m 1· sn1o, nadi e q u e
·
doctr1nales para poder considerarlas com o � �
to n de c ns tn nr un si S tema global de fi-
compar tiera la ambición de New o
sa ban
,
at ·
1ca po d '
1a afiirm ar qu e se ba
losofía natural sobre una base matem
b í n ac p ta rs e a nt es 1n-
en e1 ana'lº1s1s , 1co · o, ma,, s b1' en, qu e d e a e
· matemat · , sin
cluso de que empezaran las matemáticas.
COSMÓPOLlS

bir estas ideas como «presupuestos»


Por esta razo,, n, es ·nieJ·or descri . .
<<sup uesto s» . Un newton1ano del sig lo xviu
que COlllO <<SUpOSlCI·ones»
y
• ...
0
.
. mas de la cosmov1s1on newton1ana; . . , .
pot1 ria,, h. al)er 1 as de non 1ina do axio . sin
. . ,, a error. Por eJem plo, la doctrina de .
e111 b argo, esta '-·lescripción 1nduc1r1a . ,,. . t .
· es 1·nert· e» ·no J·u ega n1ng un pape l direc o en las e xp lica-
que «la n1ater1a . ,, . As1, por · eJem
. c1on . ,,
plo, solo podremos
ciones matenláticas de la gravita ,,.
preguntarnOs Sl.. la fuerz · a de la gravitació n disminuye según el cuadrado
. . .
inverso O según el cubo inve rso de la d1st anc 1a resp ecto del cue rp ?_ o n-
en de la atrac ción una vez que hemos aceptado plenamente la pas1V1dad
�e la materia. Si la ley del cuadrado inverso se puede conciliar con esta
doctrina, también lo puede la ley del cubo inverso.
En esta situación no se cuestionaba nada verdaderamente «lógico» o
«necesario». Si los materiales del marco de la modernidad tenían que
«presuponerse>> para los fines de la argumentación científica, su correc­
ción o incorrección no podía por menos de afectar a los resultados de di­
cha argumentación: <<¡el cuadrado inverso, sí; pero el cubo inverso, no!».
Pero no era tal el caso. Su carácter general los salvaba de la dependencia
crítica de los simples hechos. Como afirmaría en I 777 J oseph Priestley
en sus Disquisiciones relativas a la materia y el espíritu, el hecho de aceptar
o rechazar la materia inerte no importa mucho en cuanto a la solidez de
las explicaciones de Newton sobre el movimiento planetario o cualquier
otra cosa. Si una ley del cuadrado inverso se adecua a la forma conocida
de las órbitas planetarias mejor que una ley del cubo inverso, esto es sim­
plemente un hecho.
En lugar de ver los elementos del sistema-marco moderno como
axioma s a partir de los cuales se infieren consecuencias científicas o filo­
sóficas, conviene considerarlos más bien como un andamiaje intelect ual
d:ntro del cual, a partir de 1687, Newton y otros pra
cticantes de las cien­
cias e�actas construyen la física moderna. La im
_ agen de andamiaje tiene
venta Ja s esp e ciale s para lo que intentamos de
mostrar aquí. Sirve para re­
cordarnos que, científicamente, el sistem
a-marco moderno fue una suge­
rencia, pero no la aut que seguir. Definió
_ � � unas po sibles directrices para
el futuro trabaJo c1ent1fico, pero no la s
_ impuso por decreto. Después de
r 800, la image n de l �undo resultante camb ó
i repetidas veces de fonna,
lo que no est�ba pre sto en la versión
� original, y los resultados de las lí­
neas de estudio su ge ridas arrojaron du
_ das sobr e uno u otro de sus mate­
riales. Como. consecuencia' la cienci·a ·, ,, su pr pio· mar-
moderna deJo atras o
168
LA COSMOVISIÓN M
ODERNA

co, con resultados escandal osos, y la opinión respet l


. a b e se es1.eorzo,, (como
veremos. en. breve) por mantener. intacto el susodicho an dam1. aJe . al tiem-
o u e hqu1daba, uno a uno, cada un o de sus mater
p q , . iales · El an dam1. aJe. de
la rno d er n1· da d fu e, as1 pue s, una se ri e de medias verdades prov1s .
. 1ona1 es y
. . .
especulativas.. A pesar del opttm1 ,, .
smo de los filósofos racional·1s t
as, estaba
o
tan p r_� ebaJ O de la p n_i eba l ? g 1c a (y ta bién del apoyo práctico)
� que su
de <<auto ev1den c1a» nos obliga, retrospectivamente,
Pretens1on ,, . ,, . a pre-
guntarnos que otra cosa estaba 1mphc1tame nte en juego, por debajo de la
superficie.
Ciertamente, cualquier sugerencia en el sentido de que todas estas
d octrinas eran «científicas>> o «matemáticas>> no soporta un examen mí­
nimamente serio. De haber sido así, sus valedores no habría n necesitado
defenderse con tanto recelo y tanta prevención. Una vez más, las doctri­
nas que no se habían demostrado según unos patrones matemáticos O ex­
perimentales-que no se habían demostrado como teoremas geométri­
cos y tenían poca base fáctica-se presentaron como conclusiones que
«se atenían a razón» y «se daban por supuestas». ¿Cómo fue esto posi­
ble? ¿Qué tipo de defensa de la -<-<racionalidad» representaba esta actitud?
Aquí se estaba cociendo algo más de lo que han conseguido digerir hasta
la fecha los filósofos de la ciencia. Es, pues, hora de volver la mira da a l re­
gistro histórico para ver qué otras cosas implicaba este <<algo más».

1720-1780: EL SUBTEXTO DE LA MODERNIDAD

Después de 1660, la reconstrucción de Europa siguió adelante tanto en el


frente social como en el intelectual. A finales de la década de 1 68o, ya es­
taba bastante claro cuál era el patrón de la nueva Europe des patries. Eran
pocas 1as personas que vat1c. . ntua 1 reno v ac ió n de l a s guerras
1naba n una eve . ,, . ca
de religión, y el nuevo sistema general que aportaba la teoría dmam� Y
astronomía planetaria de Isaac Newton (que vio la luz e� 1687, en V1spe -
ras de la huida a Francia del rey Jacobo II) abria , eI camino para el resta-
,,
. ,, .
blec1. m1ento de la unió n entre la f1s1ca y 1 a cosmo1 Ogía que se b ab ia pues-
to en entredicho desde los tiempo s de ..,oper e. . Entre . tanto ' ese gr
,, nico � .1
an
armatoste de presupuestos generales so , b re l ª
· n, at u ra leza y la
.· d llego,, a go
h u 1nan1o�Hi
. zar . ei,e
que hemos llamado aquí el andami. aJ. e de 1 ª mo -1
der n1d a
. . ,, , 1s oe I n g l·aterrc..1 ); .___F'r..1 nci�1.
una amplia aceptac1on entre las personas cu lt·',
169
COSMÓPOLIS

es't �
e ptJnt
- o , el pr blem a se c entra en explicar el porqué de
I _, I eg·�H l os a o

I a popuLl an·ca l (-I ele esta- s ideas.._ · Sin- duda, los textos en los que desc,,an .
saba
· la nue va · mag en del mun d o eran obras matemat1cas y
e 1 a. tra ct1 vo d e 1
· - � filós• ofos de la naturaleza; pero esto no explicaba
c1ent1 _"fi1cas de algunos
la mayor parte de �� gente
del todo el pr oblema. La c onfianza con 1� qu�
adoptó este sistema-marc o fue ��ch o mas al�a de la fundan:ientac10n ma�
temática y experimental que la f1s1ca-cartes1ana o newton1ana-alcanzo
a principios del siglo xv111. Si escarbamos un poco má:, veremos que la
recepción que tuvo esta imagen de la naturaleza a pa,rtir de 1700 (como
la que había tenido la búsqueda de la certeza en la decada de 1650) des­
cansaba en otros subtextos paralelos, cuyo significado tenía poco que ver
con la aptitud para deducir teoremas matemátic os o para explicar fenó-
menos naturales.
Desde luego, la aceptación del newtonismo por parte de los pensado-
res ortodoxos ingleses de principios del xv111 no fue fruto de la lectura de
sus textos fundamentales. En 1687, tan sól o un puñado de matemáticos
europeos seguía-y comprendía cabalmente-los Principia de Newton.
A juzgar por los ataques que les lanzó Leibniz, este gran autor sólo leyó,
al parecer, unas cuantas páginas c on verdadero detenimiento . (Al encon­
trar munición suficiente en las primeras páginas del libro para cuestionar
la teología de Newton sobre la creación, n o se preocupó en comprobar
los cálculos ni las observaciones que c onforman el núcleo de sus argu­
mentaciones.) Como tamp oco se puede decir que las queries suplem enta­
rias a las ediciones sucesivas de la Óptica de Newton, entre 1 704 y I 7 I 7,
suministren mucho más que unas cuantas raz ones de carácter general
para tomar en serio su imagen de la naturaleza c omo explicación de la es­
tructura con la que Dios d otó a la naturaleza en el m omento de la Crea­
ción. A diferencia de Descartes, Newton n o reclam cer eza-ni geomé­
a t
trica ni criptoanalítica-para su explicación. C omo
dice en una de sus
últimas cuestiones,

�onsideradas todas estas cosas, me parece probable que Dios formara la materia al ini­
cio en partículas sólidas, macizas, duras
_ e impenetrables, de tamaños y fi guras tales,
y con otras propiedades tales , y en una · ,, • ·
. proporc1o n con el espacio tal que cas1 tod 0
ello conduJera al fin para el que él las ha
bía formado.

Las ideas de Newton , cuest1·,,on de


-<-<sent1·do comu,, n» para el siglo
· xvnr,
LA COSMOVISIÓN MODERNA

eran como el cañamazo de una tradición oral que hacía más de doscien­
tos años resultaba convincente a los lectores y predicadores bienpensants
de Inglaterra. Y, gracias a Voltaire, este mismo entusiasmo por el newto­
nismo lo compartieron muy pronto lectores de las demás naciones prin­
cipales de Europa. ¿Cuáles fueron la fuente y el objetivo verdaderos de
este compromiso? Evidentemente, fue algo distinto a lo que se discutía
en los círculos puramente científicos de la época.
La agenda oculta del sistema-marco newtoniano no resulta evidente
si se considera solamente el si gnificado de superficie de los textos. Está,
por así decir, implícita-por debajo de la superficie-en la manera como
se solían comprender a la sazón tales textos. Ante la falta de una explica­
ción sencilla de lo que estaba realmente en juego en la nueva imagen del
mundo para personas que no eran matemáticos propiamente dichos, de­
bemos buscar detrás de los textos para tratar de ver qué otros tipos de
pruebas-menos directas-se pueden encontrar. A este fin, hay tres gru­
pos de preguntas que no podemos por menos de formular. En primer lu­
gar, nos interesa conocer la receptividad de los lectores ingleses de fina­
les del siglo XVII y comienzos del xvnI ante las ideas newtonianas, por lo
que cabe preguntarse:

¿Estuvi eron todos los lectores ingleses abiertos a estas ideas en la misma medida, in­
dependientemente de su clase, religión u otros factores, o hubo, más bien, verdade­
ras diferencias a este resp ecto se gún los distintos historiales o antecedentes?

En segundo lugar, si decidimos comparar la receptividad de las personas


a la nueva imagen del mundo según sus distintos países de origen, pode-
mos preguntarnos también:

¿Con qué tenacidad defendieron la nueva imagen del mundo, por ejemplo, los ale­
manes o escoceses en comparación con los ingleses y franceses? ¿Hubo personas
más, o menos, dispuestas en unos países que en otros a poner en tela de juici o los
presupuestos de dicha cosmovisión?

los
Finalmente, como quiera que la agenda oculta con la q�e se leyeron
textos no se puede descubrir sólo en su contenido mamfiesto, podemo
s
. .
preguntar as1m1smo:
COSMÓPOI,IS

y n;l .
t1z ac •
1o ne s. o fre ce n y exigen estos textos básicos? .
¿Hay algunas oca-
¿( )ul; ec os 1 � .
. .... · · auto r es se tnole s ten en espe cificar que doc tri nas se
s1oncs especi. a1 es en • I·.is. t¡ue sus
solían «silenciar»?

Si decinios que el nuevo sistema-marco encontró una buen� acogid�, ¿cuál


fue la naturaleza de este público? ¿Despertaron las nuevas ideas un interés
universal? ¿O tuvieron incidencia sólo en ciertos subgru��� del público
potencial? Los autoelegidos portavoces de la nueva �osmov1s1on suelen dar
a entender que sus doctrinas gozan del consenso universal (<<son refrenda­
das por todos los hombres»·); pero esto siempre tiene algo de exageración.
Si n1iramos con mayor detenimiento, descubriremos que dichas ideas fue­
ron entusiásticamente recibidas en unas partes, ignoradas en otras y en
otras aun bastante criticadas. En Inglaterra, la nueva imagen del mundo se
convirtió en lugar con1ún entre el clero anglicano, de mentalidad progre­
sista, así como entre una oligarquía culta cuyo influjo fue dominante des­
pués del «golpe de estado» incruento de I 688. Se advierte también que,
cuando aquélla consi guió imponerse en otros países, como, por ejemplo,
en Francia, sus defensores procedían igualmente de la oligarquía culta.
En las naciones-estado centralizadas, con unas clases sociales y unas
instituciones bien desarrolladas, el esquen1a moderno pareció muy pron­
to no sólo respetable, sino incluso «oficial». Los abogados más fervien­
tes de la nueva visión fueron los mismos que crearon las escuelas priva­
das y tenían libre acceso al mundo de la imprenta y la edición, y cuyas
opiniones estaban, por ende, bien representadas en los libros de la épo­
ca. ¿I--Iasta qu é punto el nuevo esquema tuvo incidencia en el resto de la
población? Esto es ya harina de otro costal. Dejando al margen a los gru­
pos iletrados, que han sido estudiados por eruditos como Carla Ginz­
?�r?' descubrimos que una clase bastante numerosa de personas cultas Y
J utct ?sas �ie 1: I�glaterra del siglo xvn quedó excluida del poder político
Y el infl uJ o publ!�º a causa de sus orígenes de clase, confesión reli iosa 0
_ . g
d1stanc1 a geografica respecto de la capital. El nu
evo sistema newtoniano
caló fáciln�ente entre los escritores y predicado r
es respetables de Lon­
dres Y P a ris; pero, pa ra nuestros fines, es más r
elevante conocer la res­
p uesta a est� p re gunta : <<¿Q ué suerte corrió dic
_ ho sistema en poblaciones
co n10 B1r1n1ngham o Clertn ont Ferra nd?».

172
LA COSMOVISIÓN MODERNA

Ya antes incluso de la república de Cromwell, muchos de los «órde­


�es inferiores>� ingleses (en especial, los artesanos cualificados) se habían
liberado de la incultura habitual entre el campesinado de Europa conti­
nental. Esta subclase letrada desarrolló en Inglaterra una teología incon­
�ormist� y una. �r�anizaci�� social paralelas a la cultura, la educación y la
Jerarqu1a ecles1ast1ca trad1c1onales de la clase alta inglesa. Cuando lacen­
sura de la prensa escrita quedó suspendida unos años bajo la república,
esta cultura inconformista fue el centro de un amplio debate público so­
bre la t eología, la sociedad y la política, y los hábitos del pensamiento na­
cidos al calor de este debate sobrevivieron a la Restauración, si bien casi
todos ellos s e dieron en las provincias, y en part e de manera clandestina.
En el fondo de su p ensamiento, la sociedad ingl esa respetable si em­
pre mantuvo vivo el recu erdo de la traumática ejecución de Carlos I y se
alegraba de poder tratar a las sectas de la República como un capítulo ya
pasado -y cerrado-de la historia ingl esa. En consecuencia, algunos
historiadores dudan de que sobreviviera mucho tiempo el recuerdo de la
República, inclusive en las provincias inconformistas, una vez que la or­
todoxia anglicana volvió por sus fueros. Pero existen pruebas fehacientes
en el sentido de que consiguió sobrevivir, aunque sólo fuera como una
tradición secundaria, por detrás de la cultura dominant e . Los debates de
la República, en especial sobre las ideas de Winsta nley y los niveladores,
encuentran eco en la retórica política de Australia, país en cuyas actitu­
des sociales han dejado una labra perdurable. Los colonizadores convic­
tos cultos, ya de la Inglaterra industrial ya de la Irlanda rudamente colo­
nizada, eran rebeldes con un p erfecto conocimiento de causa. No en
vano los australianos escogieron para ellos el apodo cromwelliano de dig­
gers o «cavadores».
Así pues, a partir de 1660 la cultura del inconformismo supuso una
amenaza abierta y directa a la oligarquía recién restaurada, lo que n�n� a
había ocurrido con las supersticiones camp esinas en torno a la br�J eria.
Esta amenaza fu e reconocida después d e la R estauración. Los predicad(�­
res anglicanos eran conscientes no sólo de s er una minoría, si�� ademas
una minoría odiada y despreciada. La bas e d e esta animadversion �o�u­
lar fue tanto política como doctrinal. J unto con la censura, la Rcpublica
asestó un duro golpe al poder de los obispos anglicanos, así como a la
· · · · · · ·- o
as1stenc1a obl.1gator1a a 1os serv1c1os re11g1osos 1os doming·os v al derech
L

se
de la iglesia establecida a r ecaudar diezmos generales. Y quienes no
• •

1 73
cosMÓPOLIS

.. ·
benehc1aron (i e 1 a reun · posic · ,, n de éstos despu.és de 1660 los tuvier.on
· io
ar bitrar ia e inn ec ,
esa ria . El conflic to resultante entre in-
po r un a car ga . . •
. s mantuvo viv a la vte Ja sag a de << 1 as dos na c10-
con f.onn . 1s · tas, y. ai1 glicano ,,
o
aci � es en la de ca�a de 1670,
nes». AJ dirigirse a sus desoladas congreg
sentirse c�m� los ¡erarcas del
los predicadores anglicanos debieron d_e _ _
re del smd1cato Sohdandad
partido comunista polaco ante _ los traba¡ad� �
o.
durante los años en que se dedicaron a repr1m1rl
La diferencia entre la cultura dominante de los anglicanos que osten-
taban el poder y la cultura «secundaria» de los inconformistas que no lo
ostentaban afectó de manera importante sus respectivas actitudes hacia el
nuevo sistema de ideas. La importantísima doctrina de la inercia de la
materia viene particularmente al caso: «La materia es de por sí inerte.
No puede ponerse por sí sola en movimiento, y sólo puede generar efec­
tos físicos si es puesta en movimiento por una instancia superior». Este
era un elemento esencial del esquema newtoniano que sobrevivió en la
mentalidad de la gente hasta mediados del siglo xx, época en que se vio
seriamente cuestionado por el éxito de la mecánica cuántica. Newton
tomó directamente de Descartes esta doctrina, que ya había sido cuestio­
nada•
en Inglaterra en la temprana década de 1650, mucho antes de la pu-
blicación de los Principia de Newton. Para los sectarios de la República,
cualquier propuesta destinada a privar a la masa física (es decir, a la ma­
teria) de una capacidad espontánea para la acción o el movimiento, era
equiparable a la propuesta de privar a la masa humana de la población (es
decir, a los «órdenes inferiores») de capacidad autónoma para la acción
y, por tanto, para la independencia. Lo que a nosotros nos parece una
cuestión de física básica iba, a sus ojos, de consuno con el intento de
reimponer el orden antiequitativo social del que se habían librado en la
década de 1640.
S�n embargo; �espués de I 660 los intelectuales ingleses dejaron de
_
cuest1onar la 1nerc1a de la materia por miedo a que los metieran en el
_
mismo sa�o �ue a los regicidas republicanos. Sólo per
_ - sistían huellas de la
ante�1or v1s1on en aquéllos que sentían simpatía por
,, _ los reformadores re­
pubhcan�s. Asi, ?ºr eJemplo, en una carta enviada
. a su alumna la prince­
sa Carolina, Le1bn1z no sólo arremete contra las
ideas teológicas de
Newton ' sino también contra algunas argume
ntaciones
· avanzadas por
Locke, antes de que falleciera éste en 1 0 :
7 4

1 74
LA COSMOVISIÓN MODERN
A

1. La religión natural como tal parece decaer muchi"'s1mo


· <<en Inglaterra». p ara mu-
chos, las almas humanas son materiales·, para otros,� el mi· smo o·
,, 10s es un ser cor-
p o reo .
2. Ni el señor Locke ni sus seguidores saben con certeza s1· a1 menos e1 a1 ·
ma es in-
material y naturalmente imperecedera.

En s� réplica, Sa1nuel Clarke defiende a Newton, pero tiene poco


que añadir sobre Locke. No obstante, vale la pena reparar en el tono de
sus palabras:

En algunas partes de los escritos del señor 1.,ocke puede quedar la duda de si el alma
es inmaterial o no. Pero en esto ha sido se guido sólo por algunos materialistas, ene­
migos de los principios matemáticos de la filosofía y que están poco o nada de acuer­
do con los escritos del señor Locke, salvo con sus errores.

En 171 5, Locke era una fi gura demasiado famosa para ser desautorizada,
pero su fama aún estaba eclipsada por sus años anteriores, más radicales.
Clarke no lo repudiaba, pero no lo aceptaba tampoco como buen newto­
niano. Simplemente lo mantenía apartado, a una distancia prudencial, por
haber andado con malas compañías. (La expresión <<algunos materialistas»
es probablemente un guantazo a John Toland, que seguía manteniendo
una libertad d_e pensamiento cromwelliana frente a las nuevas ortodoxias.)
Ciertamente, Locke nunca vio el «dualismo espíritu/materia» como
un axioma, ni como algo indubitable: sus opiniones intelectuales y polí­
ticas se habían formado antes de que el nuevo esquema de ideas alcanza­
ra una posición de respetabilidad, y especuló sin miedo sobre algunos
asuntos que los escritores posteriores iban a encontrar peliagudos y deli­
cados. Por encima de todo, nunca dio por sentada la inercia de la mate­
ria; antes bien, estaba dispuesto a considerar seriamente la posibilidad de
que existiera «materia pensante>>, es decir, de sistemas materiales capa ces
de llevar a cabo procesos racionales. En la época en que mantuvieron co­
rrespondencia Leibniz y Clarke, él ya llevaba diez años muerto. Los
hombres con respetabilidad y poder de la corte hanoveriana le perdona ­
ron muchas cosas, pero nunca se olvidaron del todo de los rumores sobre
la «falta de sensatez» que acompañaba a su memoria. Ante aquella ?�or­
tunidad de deslizar u n comentario desdeñoso, Clarke no p udo resistirse
a la tentación de asestarle un golpe póstumo.

1 75
COSMÓPOLIS

ar sistemas «vivos» o «pen-


• a ue que ¡.,1 rna, teria podía conform
I-�a 1ue . .J . .
el
.J.

·
. :l·c:1 por het erodoxa a lo larg o de tod o sig lo xv111: quie-
sa n tes>> h. 1e tent( ·
• •
nes se n10 1 estab.an en . defenderla eran unos 1nconform.1stas por tempera-
111 en to. E n la dec / ada de 1 720, su exponente. fue Juhen de / la Mettrie,
sideradas en la epoca como
escr1· tor escandaloso cuyas obras fueron con .
. La Met tne nunca había
unas paradojas deliberadamente desaforadas .
sido un miembro respetado por la elite académica francesa. Tras estudiar
con Boerhaa ve en Holanda, publicó dos libros realmente sorprendentes,
L 'hon11ne machine y L 'homme plante, en los que ridiculizaba las distincio­
nes dogmáticas con las que los científicos del siglo xvn habían clasifica­
do los elementos de la natur.aleza. En concr eto, rechazaba la equipara-
. .,, . . .
ción cartesiana entre n1ateria y extensio n por impone r restricciones
innecesarias a la riqueza de la naturaleza. Al margen de esto (decía), po­
díamos aceptar las actividades vitales y mentales de los organismos como
resultados naturales de sus estructuras materiales. Después fue a visitar a
Maupertuis, el director francés de la Academia de Berlín de Federico el
Grande. Allí murió tras ingerir unos alimentos en mal estado, según se
dijo (al parecer, tras comer paté de faisán). Al llegar a París la noticia de
su muerte, la colectividad de los eruditos franceses «biempensantes» de-
bieron de respirar hondo...
No menos sorprendente es el caso de Joseph Priestley, quien, en sus
Disquisiciones (1777), sostuvo que las explicaciones de Newton en modo
alguno dependían de la doctrina de la materia inerte. Priestley fue el
inconformista provinciano y culto por antonomasia. Como unitario, su
posición dentro del establishment intelectual o clerical inglés no fue más
respetado que el de La Mettrie en Francia. Fue un intelectual automar­
ginado: un sociniano, no un anglicano, que estudió en la Academia de
�isidentes d� Daventry, y no en Oxford ni en Cambridge, y que traba­
JO con la Sociedad Lunar de J osiah Wedgewood, en Birmingham, y no
con la Royal Society, en Londres. En una palabra,
que no fue un gentle­
man.
Priestley �anc?� irrevocablemente su ho
ja de servicios después de
1 7 8 9. Apl audio e� xito de la Re
� volución Francesa, dio un banquete para
cel�b:arla Y fue �hpendiado en público por
perdonar los crímenes de los
reg�c1das rev�lucionarios. (Como se sabe, en
_ Inglaterra existía una siin­
pa_ua generah:ad� hacia los hugonotes perseguidos, pero los aconteci-
mientos que s1gu1eron a la Revoluci· o/ n desp
ertaron el amargo recuerdo

176
LA COSMOVISIÓN MODE
RNA

de la muerte de Carlos I y provocaron un horror genera1·izado. ) p · 1


. om,, r1est ey '
que vio c o el po · ,,
pulacho prendía fuego a su casa, renuncio
. ,, ,, . a su pu,, 1pi-
·
to y emigro a Amer1ca, donde pasó sus últimos años en Northumber1and ,
.
· ¿ eonvenc1ó su alegato a favor de la materia activa a
Pens1·1van1a. los lec-
tores imp�rciales de Inglaterra? A esta pregunta hay que contestar con
una negativa. Tal vez no hubiera lectores realmente <<imparciales»·. Tal
vez �os asuntos que se ventilaban (fueran los que fueran) les parecían de­
masiado graves para s er puestos en peligro.

Después de r 700, ni en- Inglaterra ni en Francia resultó el sistema-marco


de la ·modernidad igual de convincente para todas las clases de personas.
Si comparamos la manera como fue recibido en los diferentes lugares y
países, descubriremos también que algu nos pueblos fueron más rápidos
en desafiarlo que otros. A la hora de cuestionar la evidencia de la nueva
cosmovisión o de disputar su derecho a <<darse por sentada», las nacio­
nes-estado centralizadas demostraron ser el entorno menos hospitalario
para tales discusiones. Las ideas de los diggers («cavadores>>) fueron
transportadas a Australia, junto con sus descendientes los convictos, y no
es casual que el francés J ulien de la Mettrie muriera en Berlín, o el inglés
Joseph Priestley en América. Ni en la Inglaterra ni en la Francia del siglo
xv1n obligó el inconformismo a los científicos a emigrar, pero algo sí
tuvo que ver en ello. Y, en cuanto a los que se quedaron, sin duda sintie­
ron que tenían mayor independencia de espíritu y pensamiento en las
provincias: en Birmingham, más que en Londres; o en Montpellier, más
que en París. Y, a la hora de proponer nuevas disciplinas cuyos postula­
dos se desviaban de los presupuestos del sistema-marco moderno, era
mucho mejor trabajar en otra parte.
En cuanto a otras piezas del andamiaje de la modernidad, es preciso
decir que, hacia 1700, este andamiaje no dejaba lugar alguno a especular
sobre ningún cambio histórico pro fundo en el o rden de la natura leza.
,,
ios h , ece r, el mu ndo unos m1·1 es de ano
~ s a tr as , Y el
D abí a cre ado al par
mundo parecía haber co nservado la misma estructura durante todo ese
tiempo, de manera que no era sensato buscar n1n · de _cambio ge
,, tipo
· gtin . o-
los
lógico impo rtante en tan limitado tiempo . Cuando, en el sig lo x�m
s de l
viajero s de mentalidad especulativa observaban· que las montana
1 77
COSMÓPOL1S

,1 ·
tl �lCI ZO e· ---
,,en t ra l t- r ·inc
� e/s. ten ía n silu etas
.
como las de los volcanes activos
/
ser restos de volcanes
. ¡·H.iali , y se ¡Jreguntaban s1 no podr1an
lei l a actua
a pagaoo .1 _ s, _1 a 1n ayor 11arte de
los lectores francese.s,, se mostraban incrédu-
. c1 n urante . .
una crup los m tle
los. (¡Si el Mont-Dore hubiera temd� � ? _ mos
que s1g · u1e · ron a la Creació - n , este fenomeno . habria .
sido debidamente re-
ne s de hist ori a natural se abordaban,
gistrado y recordado!) Las cuestio
-
Pues, en inedio de grandes dificultades, a no ser que se buscara algún lu
gar apartado de los centros de la ortod�xia c�e�tífica.
Así a finales del siglo xvn1 las teorias mas influyentes en materia de
geologÍa histórica eran las de James f!�t;o� en Escocia y las de Abraham
Gottlob Werner en Alemania. La op1nion inglesa respetable se mantuvo
recelosa respecto a las especulaciones sobre los orígenes de la Tierra has­
ta bien entrado el siglo XIX. En 181 5, año en que la Sociedad Geológica
de Londres definió su programa, desautorizó las teorías sobre el desa­
rrollo de la Tierra que propugnaban un trabajo de campo serio destina­
do a establecer una estratografía de su corteza actual. El caso es que, has­
ta finales del siglo XIX, tanto en Inglaterra como en Francia las cuestiones
sobre geología histórica siguieron levantando grandes polvaredas teoló­
gicas, e incluso una defensa seria de la geología histórica podía conside­
rarse como una prueba de <<la veracidad de Moisés como historiador».
Con la aparición en 1859 de El origen de las especies de Darwin, no se
iniciaron los argumentos sobre la legitimidad de una historia científica
de la naturaleza; si acaso, se agravaron aún más. En su época de estu­
diante en la Universidad de Edimburgo en 1819, Darwin pudo presen­
ciar directamente la controversia que se produjo en torno a la obra de
William Lawrence Lecciones sobre fisiología, zoología e historia natural del
hombre, a la que se negó protección editorial sobre la base de que su con­
cepción «materialista» de la fisiología humana era blasfema. Aquel re­
cuerdo acompañaría a Darwin el resto de su vida. Allí aprendió a mante­
n erse en se n do plano y a trabajar
_ _ � solo. Ocurrió que un amigo de su
familia se vio afectado de afasia: no comprendía el mensaje oral de «es
hora de comer», pero lo reconocía visualmente
si le mostraban un reloj·
En sus refl��ones privadas, Darwin exploró
la posibilidad de que esta la­
gun a cognitiva fuera resultado de un a lesió
n cerebral fruto, por ejemplo,
de �n ataque. Pero se cuidó muy mucho de dar
a la imprenta sus especu­
laciones, que co?fió solamente a sus Cuadern
/ os personales (que, como se
sabe, no se pu bhcarian hasta los años seten ta
del siglo xx). Incluso en sus
178
LA COSMOVISIÓN MOD
ERNA

trabajos sobre la evolución orgánica y los ancestros b.10log


" 1co
· s de 1as es-
. humanas /
pecies rehuyo todo debate público . En su casa de
. ,. campo de
Kent, cultivo la fama de hombre excéntrico y solitario, y deJo · ,. a T. H.
Huxley (su « bulldog») la tarea de defender en público sus teorías.
Otro campo excluido de la nueva cosmovisión era el de la psicolog"la.
/
Una ve� mas, no fue casual que las cuestiones psicológicas se debatieran
por prime_ra vez con t�da la seriedad que merecen en Alemania y Esco­
_ /
cia. Escocia habia perdido su autonomía nacional de facto a principios del
siglo xvn, cuando el rey J acobo VI de Escocia sucedió a la reina Isabel I
y trasladó su corte a Londres, y de iure en I 707, al aprobarse la ley de la
Unión por la que se creaba Gran Bretaña. También Alemania fue un
centón de unidades más grandes o pequeñas, sin tradición de cohesión y
centralización, hasta que se produjo el dominio de Prusia en el siglo x1x
y la política de Bismarck la lanzó, en una fecha tan relativamente tardía,
por la senda nacional. Al eludir la centralización política, tanto Alemania
como Escocia eludieron también las presiones culturales que producía la
centralización nacional, lo que aseguraba una mayor libertad para que
tanto los científicos como el público en general se entregara a unas espe­
culaciones que en otras partes eran tenidas por <<ofensivas» a la opinión
respetable. En Inglaterra, la hostilidad que suscitó el entusiasmo de Law­
rence por la fisiología <<atea» francesa fue más amenazadora aún para los
psicólogos potenciales. Incluso después de que la fisiología inglesa hu­
biera demostrado su valía en el siglo x1x, la psicología siguió siendo con­
siderada como un subproducto de, entre otras disciplinas, la neurofisio-
logía o la neurología clínica.
En cuanto a las «ciencias humanas», cabe decir que muchos ingleses
siguen mostrando recelo hacia ellas aún en la actualidad. La antropolo­
gía tuvo más suerte: había surgido como un retoño de la administración
colonial. La sociología fue una cenicienta en Inglaterra al menos �asta
1960. Sólo floreció realmente la economía, empezando en la Escocia de
Adam Smith como un aspecto de la filosofía moral y alcanzando la exac­
titud matemática en Cambridge sin perder sus raíces filosóficas. Alfred
de
Marshall fue primero un filó sofo, John Maynard Keynes �e alumno
esco-
G. E. Moore, mientras que la teoría económica angloamericana ,.se
/ • · mo · La econ· orn1a no ex
· n1s -
ro claramente del lado «raciona1 » de1 cartesia ,.
¡· · qu e se esconc ha n
p 1oraba la marana causal de os motivos o sent'1m1·entos
~

· orar las dec1-


detras · · nes h umanas, s1no que prefería expl
,, de 1 as dec1s1o
1 79
COSMÓPOLIS

· ·
s1ones rac ion a 1 e�s (Íe productores, , consumidores, inversores o políticos
. economía, los factores «causales>> queda-
· i ea I es>>. p ara los fin. es de la
<-<!(
exactamente <<racionales». De
ron n1arg1· nados a 1:cavar de cálculos más • ,, •
· Convencio nes de la mod ernid ad se prot eg 1an en la v ida
esta n1anera , las
d le
del intelecto, así como en la respetable socieda ing sa.

Volviendo a las pruebas documentadas, hay una fuente que arroja una luz
especial sobre el «subtexto» de la nueva visión del mundo. Ya nos hemos
referido antes a la correspondencia intercambiada en I 714 y I 7 I 5 entre
Leibniz y Clarke, quien hacía de «testaferro» de Newton. El blanco al
que apu�taba la primera carta de Leibniz era, como vimos, la incapaci-
dad de Newton para probar matemáticamente que el sistema solar debía
ser estable. A medida que se cruzan las misivas, el debate se va amplian-
do y son cada vez más los presupuestos de la nueva cosmovisión que se
ofrecen a nuestra consideración. Si, más allá del contenido de estas car­
tas, nos fijamos en los recursos retóricos utilizados en ellas, veremos algo
mejor los intereses que estaban en juego en esta confrontación entre la
filosofía natural y la teología.
Al principio, las cartas parecen centrarse en argumentos apriorísticos
sobre la física, como, por ejemplo: «¿Puede existir una cosa como el va­
cío? ¿Tienen las partículas materiales el mínimo tamaño posible? ¿No
pudo el universo empezar a existir bastante antes, doscientos metros más
a la izquierda? ¿Pueden los cuerpos atraerse mutuamente a millones de
kilómetros de distancia espacial sin ayuda ni intervención de ningún
agente externo?». Todas estas preguntas encierran connotaciones no
científicas Y abundan en referencias y postulaciones cuyo significado más
profundo podría pasarse fácilmente por alto. Incluso la argumentación
sobre la estabilidad del sistema solar encierra un mensaje más profundo.
Como dice Leibniz,
Cuando Dios r�aliza milagros, no lo hace con
objeto de atender a las necesidades de
la naturaleza, sino a las de la gracia. Quien pie
nse de otra manera debe de tener una
idea muy mezquina de la sabiduría y del pode
r de Dios.

Newton deb ería avergonzarse de haber public


ado una teoría de la diná-
180
LA COSMOVISIÓN MODE
RNA

mica planetaria tan desprovista de implicac·iones ed'fi 1 cantes: <<¿ De veras


.
que Dios no supo crear un sistema planetario que no fuera tan 1ne ·
. · , sta-
ble.';) » . L a d 1sc us1 on se ala rga en el tiempo y no ya so'1o sobre 1as regulari-
.
dades que rigen de hecho los fenómenos naturales , sino · tamb'1en � sobre 1a
, e sa • .
cu es� · on d er s1
_ esta imagen de la naturaleza muestra la racionalidad
b
de D10s con suficiente claridad como para que pueda susten. tar una teo-
, «raciona .
log1a l».
En sus réplicas, Clarke y Newton nunca cuestionan a Leibniz cuan­
do éste hace referencia directamente a los presupuestos de la nueva
. .,
cosmovis1on:
Es cierto, y muy de la1nentar, que existen personas en Inglaterra, así como en otros
países, que niegan o corrompen en gran medida la religión natural propiamente
dicha.

Siempre que esto suce de, ellos prefie ren dar marcha atrás, conceder el prin­
cipal punto en discusión y variar su afirmación sobre la postura de N ew­
ton, de man e ra que d e j e d e resultar vulnerable a las objeciones de
Leibniz. Por supue sto, un cuerpo no p ue de actuar allí donde no está;
pe ro la teoría de la gravitación de Newton nunca pretendió afirmar que
fuera así. Por supuesto, la decisión de Dios sobre el lugar en e l que crear
el cosmos en el e spacio no fu e <<irracional>>; sin
,
duda los humanos no son
capaces de descubrir las razones por las que El actuó como lo hizo. Tam-
poco cuestionan que la filosofía natural deb e ofrecer una visión edifican­
te de los planes de Dios para con la naturaleza. A Newton siempre le
agradó ver que sus ideas «funcionaban bien �eniendo presentes a los
hombres que creían en una deidad»; pero, en los Principia, trató simple­
mente de mostrar la pr e sencia de relaciones matemáticas entre los fenó­
menos de la dinámica y la astronomía. Éste era, a lo sumo, el primer p aso
de un largo camino hacia una visión global de la Creación natural p or
parte de Dios, no el camino compl e to; pero confiando en que la imagen
definitiva apoyara la interpr e tación teológica de la Creación que tanto
preocupaba a Leibniz.
a 1bas
Los llamamientos retóricos que encontramos en las cartas de �
tunos
partes mue stran varios puntos de acuerdo. Tras sus pal abras adve�
los
imágenes y analogías compartidas. Si la naturaleza fuera como c�eian
s nun­
filósofos, podríamos dar por sentada toda otra serie de temas-_ Dw
Y p ru -
ca fijaría el orden de la naturaleza de una manera menos racwnal

181
COSMÓPOLIS

I a qu e u . · ¡ · zar .
ía un rey sab
· io pa ra organizar su estado; ni tam-
t l en te que tl 1 . .
po co ve I an, ,
a o·10 s
.. p(. ) r la nat u rale za con me nos soli citud con la que vela
· 1 y p adre p<)r su es¡Josa y familia. Si leemos la correspondencia
un 1nar100 ,, . ta una .
log 1as , salt a a la vis imagen
prestando especl.al atención a estas ana . ,, nea.
ua l de un a fot o 1 stanta
recurrente que tiene la viveza grad _ ,,

c1tos en la correspon-
Una vez más, los te1nas más destacados 1mph
do en el orden natural
dencia son la «estabilidad» y la «jerarquía». To
testimonia (o puede hacerse que testimonie) el dominio de Dios sobre la
naturaleza. Dominio que se extiende a todos los rincones del mundo, na­
tural O humano, y se manifiesta en cada nivel de la experiencia. Lo que es
Dios para la naturaleza lo es el rey para el estado. Nada más justo y salu­
dable, pues, que el hecho de que una nación moderna model� su organi­
zación estatal sobre las estructuras que Dios nos deja ver en el mundo de
la astronomía. El Rey Sol ostenta su autoridad sobre sucesivos círculos
de súbditos, todos los cuales conocen perfectamente el lugar que ocupan
y se mantienen en sus propias y respectivas órbitas. Lo que es Dios para
la naturaleza, y el rey para el estado, lo es el marido para su esposa o el
padre para su familia. El paternalismo restablecido en los círculos respe­
tables después de 1660 desempeña, así, una función justificadora en el
orden de la naturaleza. En este sentido, y de todas estas maneras, el or­
den de la naturaleza y el de la sociedad resultan estar regidos por toda
una serie de leyes parecidas.
Conviene añadir una nota a pie de página. Las agendas o programas
ocultos de las culturas, como el de los individuos, a menudo destacan
tanto por sus símbolos como por los hechos puros y simples. La imagen
de la familia y el estado como realidades modeladas según el sistema so­
lar dominó la imaginación de los europeos y americanos respetables
d�rante mu:has generaciones. Se puede encontrar un monumento espe­
c�:lmente simboh , _ co en la tumba
de Stockbridge, Massachusetts. Refi­
ri�ndose a la muerte de su primo Edie Sed gwick,J
ohn P. Marquand ju­
nior pregunta:

¿Habéis visto alguna vez la vieJ·a tumba de


. . ,,
Stockb n·dge:-- El panteon
"'I, de 1 a f:ami·1·1a se
halla situado en un nncon del camposanto
· Lo 11 aman la tarta d e Sedgwic· k. El I u-
gar es bastante hermoso En el centro, e1 ·
: Juez Theodore Sedgwick, el primero de
los Sedgw1c. k de Stockbnd ge y tatarabuelO de Ed1e ,, ,,
. . ' y mio, está enterrado bajo s u la -
pida, que es un obelisco muy alt0,• su muJer Pamela
reposa a su lado [...]. [Alrede-
LA COSMOVISIÓN MOD
ERNA

dor] hay otras lápidas más modestas ' pero esea¡onadas y ior r mando un círculo
, Tod . tes del juez por
detras. os los descendien Sed gw tc
· k ,
., . estan enterrados, generación
tras gen erac ion, .
mir ando hacia su ancestro. Segu"n 1 ª 1 eyenda, . ,.
e1 d"1a del Ju1. c10 F 1-
nal, cuan do se levanten y miren al juez ' no deberan ,, ver a nad.te que no sea de la fa-
. gw .
m1·1ta d e I os S ed ic k.

La forma del panteón familiar-un sistema planetar1· o en e1 que e1 pa-


. .
triarcal Juez es el «padre sol»-testimonia el poder social de la tradicio-
nal imagen astronómica.

Al estudiar los subtextos d e la cosmovisión newtoniana, hemos visto


cómo nuestros tres tipos d e pruebas son d e carácter circunstancial; unas
pruebas que, aunque con fu entes e implicaciones completamente dife­
rentes, apuntan en la misma dirección. Si quedaba alguna duda de que en
esta cosmovisión se ventilan más cosas que en una teoría científica del si­
glo xx, una lectura detenida d e las cartas L eibni z-Clarke la despej a al
punto.
Aquí no nos interesa la <<ciencia>> tal y como la entienden los positi­
vistas modernos, sino con una cosmópolis que ofrece una visión global
del mundo, es decir, una visión que abarca todas las cosas en términos
tanto «político-teológicos>> como científicos o h ermenéuticos. Quienes
reconstruyeron la sociedad y la cultura europeas tras la Guerra de los
Treinta Años tomaron como principios-guía la estabilidad en (y entre)
las distintas naciones-estado soberanas y la j erarquía dentro de las es­
tructuras sociales de cada estado concreto. Para qui enes tuvi eron que
realizar esta tarea, era muy importante creer que los principios de estabi ­
lidad y jerarquía impregnaban todo el plan divino, desde el cosmos as­
tronómico hasta cada familia particular. Bajo la inercia de la materia, ve­
ían que tanto en la naturaleza como en la sociedad las acciones de las
cosas «inferiores» dependían de-y estaban subordinadas a-la supervi ­
sión y control de seres «superiores» y, en última instancia, de su �rea­
dor. Cuanta mayor confianza se tenía en la «subordinació� Y autoridad»
de la naturaleza, menos inquietud debían producir las des1guald_ades s<��
Si
ciales. Algo parecido ocurría con la «irracionalidad» de las em�c�on es.
unos
los súbditos ordenaban la vida de 1nanera indiscreta, se produc1rian
COSMÓPOLIS

(l eso, rtl enes, soc , 1,1·. le.,s que, si bien· podían resultar divertidos en las novelas
an te
. · l. D e
eio e , era n su1na1 ·
ne nte des agradables en la vida real.
oe un
.1 ,
¡· )
eza y la �umamd�d que f��-
El sistema global de ideas sobre la na�ral
. d anu· aJ·e de la modernidad fue, as1, . un mecanismo social y pohti-
1110,, el an . . . .
1t1m 1da d d1vma al orden polí-
co, además de científico, que prestaba leg
to,
tico de la nación-estado soberana. A este respec la cosmovisión de la
ciencia moderna-tal y como se plasmó de hecho-se ganó el favor ge­
neral en torno a 1700 tanto por la legitimidad que según parece otorga­
ba al sistema político de las naciones-estado como por su capacidad para
explicar los movimientos de los planetas o el flujo y reflujo de las olas.
Por su parte, los inconformistas, que ponían en cuestión los presu­
puestos de este sistema-marco, fueron objeto de escarnio y contumelia
no tanto por su temeridad intelectual como por otras razones. O bien,
como fue el caso de Julien de la Mettrie, fueron sospechosos de hábitos
malfamados, o bien fueron tachados de subversivos políticos, como fue el
caso de Tom Paine, John Toland y, sobre todo, Joseph Priestley, cuyo
delito imperdonable fue sostener que la Revolución Francesa tenía cosas
buenas (¿qué otra cosa se podía esperar de un hombre que negaba la
inercia de la materia y sostenía que unos simples «átomos» podían ser
centros de poder autónomo?). Nunca se cuestionó la adecuación de las
explicaciones científicas aportadas por estos heterodoxos; se condenaba
simplemente su carácter, así como su supuesta falta de piedad religiosa o
de respeto hacia la sociedad establecida. Una vez más, desde nuestra
perspectiva actual doscientos años después, lo que por su formulación
parece una disputa científica formó parte en realidad de un debate más
amplio cuyas consecuencias prácticas tuvieron que ver tan o con cuestio­
t
nes políticas y sociales como científicas o intelectu
ales.

EL SEGUNDO DESMARQUE RESPEC


TO DEL RACIONALISMO

En nuestro recorrido, nos hemos alejad


o bastante de La g;rande encyclopé­
dze y de la visión heredada de la mod
. . erni·dad. L eJos· de ser la fil osofía y la
c1enc1a <<modernas>> unas di scip · 11· nas abstractas y acontextuadas, suscep-
.
tibles de ser frecuentadas por cua1
, qui· er espr
,, it· reflexi· vo 1nde
· pend1en-
temente del pa1s o período histori
' · co, hemos VI· sto cómo 'adoptaron una
. . . , .
formas 1d10s1ncrat1cas profundame
nte enra1za . das en-y d epend'1entes
LA COSMOVISIÓN MODERNA

de-su situación histórica .


. No sólo el surgimiento de 1a fil 1 osofía en e1 s1· -
glo xvn no estuvo desvinculado de acontecimi·entos como 1a Guerra de
. _
los Treinta.
Años (como a menudo quieren hacernos creer 1 os h.1stor1· a-
,,. .
dores), sino que ademas dicha explicación deja sin aclarar aspectos tras-
cendentales de dicho proceso.
Nuestra versión revis�da nos lleva a dividir el período que va de 1 0
57
a 1720 en c u atro gene racio nes, en cada una,de las cuales la vida europea
presenta un tono característico. Hasta 1610, hay una confianza extendi­
da, aunque no universal, en la capacidad de los humanos para vivir sus
vidas según sus propias luces y para tolerar la existencia de una gran di-
ersidad de creencias. Además de Michel de Montaigne, tanto Francis
_v
Bacon como William Shakespeare manifiestan esta confi anza hasta las
últimas fases de su obra. Shakespeare explora las posibilidades del carác­
ter humano con gran reciedumbre, sin dar nunca la sensación de hallar­
se coartado por la preocupación de tener que parecer ortodoxo y respe­
table. Su tono sólo cambia en El cuento de invierno, La tempestad y en otras
obras tardías. En cuanto a Bacon, nacido en 1561, unos treinta y cinco
años antes que Descartes, su actitud hacia la vida y el pensamiento está
en su mayor parte configurada antes del final de la centuria; sus escritos
no muestran en modo alguno ese espíritu de «cierre de fronteras» que
predomina entre las décadas de 1610 y 1640. Antes al contrario, es uno
de los primeros filósofos sociales en mostrarse abierto a la perspectiva de
un futuro a largo plazo, en el que los seres humanos estarán sometidos
solamente a su propia voluntad a la hora de decidir cuáles han de ser las
técnicas y derroteros que seguir. Para Bacon, al igual que para Montaig­
ne, es la experiencia la que impone límites a la teoría y a la doctrina, Y no
al revés.
ma de ca-
Después de 1610, este tono de confianza deja paso a un cli
en un�s
tástrofe. Los europeos teológicamente comprometidos no creen
u p rop ia
doctrinas concretas sobre las que no existe consenso, sino en s
creencia. La doctrina y la experiencia andan ahora reñidas.
l!"� poe �a
la vid a y el am or co rr i pareJ a
como John Donne-cuya expe rie nc ia de �
logia de la
con su familiaridad con el interminable debate sobre la teo
cta m en t n un so lo ve rso este desacue rdo
Contrarreforma-capta perfe e e

absoluto entre la experiencia y la teoría,


d
Batter my heart, three person'd Go
COSMÓPOLIS

personal]
[Zarandea n1i corazón, oh Dios tri

mente con todos los problemas


un verso que se da de bruces espiritual
- · que e ntr an~ a la Tr ini da d Para subsanar la paradoJa, hace un
teo 1 og 1co s
resonar sus trompetas[...] por
11an1a1n1· ento a los a"ngeles para que «hagan . ,, .
redon da » . Di fícilmente podía
todos lo rincones imaginados de la tierra .
spe are , nac ido apenas tres años
haber un contraste más fuerte con Shake
antes que él. . ,,
Esta defensa de unas doctrinas que nadie pod 1a «demostrar» de ma-
nera satisfactoria, ni compaginar con su experiencia personal, generó, a
modo de subproducto, un espíritu perfeccionista que iba a convertirse en
uno de los rasgos más característicos de la modernidad. Descartes se em­
peñó en encontrar un método racional que resolviera los enigmas cientí­
ficos, pero volvió la espalda a los métodos empíricos más modestos de
Bacon y se mostró convencido de que no se debía confiar en nada que no
fuera la búsqueda de la certeza absoluta. A la larga, según sus propios ra­
zonamientos, cada teoría debía llegar a un acuerdo con la experiencia.
Pero él estaba seguro de que la inteligibilidad y certeza de los conceptos
matemáticos, «claros y distintos», tenían prioridad sobre la fundamenta­
ción empírica de hechos intelectualmente inconexos. El nuevo programa
de investigación de los filósofos de la naturaleza del siglo xvn se presen­
tó como algo a la vez <<matemático» y «experimental>>. Pero, ante todo y
básicamente, fue una búsqueda de la certeza matemática, mientras que la
búsqueda de apoyos e ilustraciones experienciales quedaba reducida a un
segundo plano.
De ahí la esquizofrenia que se advierte entre el Descartes criptoana­
lista Y el Descartes fundacionalista: no pudo salvar el vacío que existía en­
tre, por una parte, unas teorías sobre la naturaleza matemáticamente lú­
cidas pero al mismo tiempo abstractas y, por otra, desciframientos
detallados de los fenómenos concretos de experiencia. El perfeccionismo
,,
engend�o en otras partes esta misma esquizofrenia. La aba ía de Port
d
Royal, situada a las afueras de París, fue el centro
(0 un centro alejado del
verdadero centro) ?e una comunidad de jansen
itas, entre los que fi guran
al gunos de l?s escritores e in telectuales más ex
_ imios de la Francia de me-
diados del siglo xvn. A los dramaturgos y fil,, e · ,, -
,, ,, . ,, . oso1 os que v1via n en 1 a a ba
d1a les resulto muy difícil compagin ar la per1e · ,, · ·
,, . ecc1on esp1r1tua 1 que busca-
ban con sus exitos mundanos · Así, Jean R · · · ,, en 1a
ac1ne, mi· en tras VIVIO
186
LA COSMOVISIÓN MODER
NA

comunidad, se vio obligado a condenar su prop1·0 talento de dram


,,, . . aturgo
al
Y . ma tem at1co y esc rito r · ,. ·
devoto, Blaise Pascal, le parec10 1gua1mente
.
ambiguo su talento intelectual. La mitad del ti'empo ded·1caba su ta1 ento
.
a fine s b �en os, co n 1 �dudable satisfacción personal, y la otra mitad, en la
que relaJaba su relac1on con Dios, se atormentaba y angustiaba por creer
que estaba malgastando su talento.
Después de 1650 vino un período transitorio de unos cuarenta años
en el que los conflictos doctrinales del siglo precedente quedaron apar�
cados y el esfuerzo se concentró en las tareas de la reconstrucción. Di­
plomáticamente, las naciones-estado europeas aceptaron la posibilidad
de disentir. De puertas adentro, la ortodoxia tenía más importancia que
la verdadera convicción. Las cuestiones doctrinales perdieron su impor­
tancia primordial y en el debate se insinuó cierto tono de cinismo. «Yo
soy siempre de la opinión de los entendidos si éstos hablan primero»,
dice agudamente William Congreve. Este cinismo difícilmente puede
ser una sorpresa en una época en la que la grey acudía a oír a los minis­
tros de la iglesia establecida sólo porque se le exigía por ley. Aún se po­
día dejar sin contestar la pregunta sobre si la <<batalla por la estabilidad»
se había ganado realmente, o si la Restauración del status quo ante resul­
taría sólo temporal, ya política ya doctrinalmente; pero, por el momen­
to, aquel compromiso cínico era el pequeño precio que pagar por las
bendiciones que reportaba la détente.
Hacia el final de la centuria, algunas incertidumbres dan paso a la se­
guridad, por no decir incluso a la complacencia. Newton había contestado
al menos a las cuestiones astronómicas que había dejado sin contestar Co­
pérnico, revelando un orden en la naturaleza que justificaba al parecer un
compromiso con la estabilidad y la jerarquía que se daban por igual en la
monarquía absoluta de Luis XIV de Francia y en la monarquía constitu­
cional de Guillermo II de Inglaterra. Entre tanto, los asuntos de la ortodo­
xia quedaban relegados a un segundo plano. No es que 1� g�nte recu�era­
ra la solidez de la caracterización shakespeariana o la curiosidad omnivora
· · · más bien que las
de Montaigne respecto de la exper1enc1a humana, sino
ho
viejas batallas por asuntos doctrinales ya no parecían merec· edoras de dic
,. · ,. co que contaba··
esfuerzo. Según Alexander Pope, la «practica>> era ] o uni

For forms of government let fools contest;


Whate'er is best administered is best;
COSMÓPOLIS

For inodcs of faith let graccless zealots fight;


I lis c1n't be wrong whose life is in the right .

[ ()ue los bobos se peleen por las for�1�s de gobierno.


El tncjor será sie1npre el mejor adm1n1strado.
Que los zafios zelotes se peleen por los 1nod�s d� fe.
NO puede estar equivocado quien lleva una vida Justa.]

(¡ Ya iba siendo hora de que alguien vqlviera a llamar «zafios» a los faná-
ticos zelotes!)
Esta explicación revisada, tal y corrio la hemos e�puesto aquí ?e �a-
nera sucinta, fue escasamente aceptada o co1nprend1da por los h1stor1a­
dores de la ciencia o la filosofía antes de la década de los sesenta. Y los
pocos que la aceptaron la despacharon con el calificativo de irrelevante.
Empapados de una visión racionalista de la ciencia, todos los datos em­
píricos <<apoyaban», «dejaban de apoyar>> o <<prestaban parcial apoyo»•,
según ellos, a nuevas hipótesis que medían según criterios numéricos y
probabilísticos. Sólo el éxito explicativo de las nuevas ideas-cuantitati­
vas, a poder ser-era relevante para su valoración o rasero racional. To­
davía en la década de los setenta, la única concesión que hicieron fue la
de permitirnos estudiar la evolución conceptual y teórica con un ojo
puesto en los cambios ocurridos en el contenido explicativo de la ciencia.
Nuestra postura al respecto es más radical. Cuando nosotros pregunta­
mos «¿Qué estaba en juego para las personas que aceptaron la cosmovi­
sión newtoniana en 1720?», las consideraciones que pesaron para estas
personas van más allá de lo que los filósofos del siglo xx llamarían «ex­
plicativo». En concreto, la función cosmopolita de la visión del mundo
contó tanto como la función explicativa, si no más incluso; y sólo pode­
mos dar una explicación pormenorizada de su aceptación si la «recontex­
tualizamos>> y, por tanto, eliminamos todos los límites impuestos a los
factores susceptibles de considerarse «relevantes». Las pru bas históri­
e
cas puede� ser todo lo circunstanciales que se qu
_ iera, pero sitúan la
aqu1escenc1a al newtonianismo-al igual que la
_ búsqueda de la certeza-·
dentro del mar:º socia l y político de su tiempo.
Hasta los anos setenta de nuestro siglo
la historia de la filosofía de la
ciencia la escribieron personas de ta. 1ante ' · · ·
raciona¡1sta interesadas sobre
todo en los aspectos intelectuales de la cienc
ia natural. Cuando otras per-

188
,,..

LA COSMOVISIÓN MOD
ERNA

sonas de mentalidad no científica descubrían 1·mpli· cac1on · es en,, ·


eas o po1,,1-
ticas e n los r e s ultad os d e la ciencia, esto era (para aque"11as) un acc1·d
,, 1. co que no arr Jab
. or . . ente
hist ? a ninguna luz especial sobre el significado de
los
resulta dos. Por e sa e po ca, el libro de T. S. Kuhn, La estructura de las
re­
voluciones cien tífi cas, pareció atrevido a mucha gente por el mero hecho
de
admitir que personas de diferentes épocas podían situar determinadas
explicac�o� e s cie ntíficas alre de dor de e squemas explicativos completa­
_
m ente dist intos. S1n embargo, a la hora de ace ptar O rechazar
ideas cien­
tíficas nue vas, ni el propio Kuhn admitía la entrada en j uego de posibles
interpretaciones sociales y políticas. Hasta la década de los ochenta, no
han ido los estudiosos mucho más allá de los meros cambios en el conte­
nido interno de las ciencias ni se han preguntado por la manera como in­
fluye el contexto externo en su elección de determinados problemas y es­
quemas explicativos.
La atención prestada a un contexto práctico y más amplio para las es­
peculaciones es tan viejo como la República de Platón, y el sueño de una
<<cosmópolis» capaz de mantener unidos los órdenes de la naturaleza y
de la sociedad ha formado parte de nuestra tradición durante al menos
todo ese tiempo. Sin embargo, durante cincuenta años, a partir de la dé­
cada de los veinte, la visión racionalista de la ciencia estuvo tan profun­
damente atrincherada en el mundillo académico que las referencias a la
«función social>> de la ciencia eran fácilmente tildadas de herejías iz­
quierdistas. Sólo ahora se reconoce públicamente que las ideas científicas
tienen agendas ocultas, además de las explícitas, y que, incluso después
de haberse realizado todo el trabajo explicativo en el plano de la teoría,
necesitamos mirar a los intereses secundarios que las nuevas ideas diri­
gen en la práctica. Si seguimos la faz cambiante de la ciencia entre I 7 5º_
y 1920, no debemos considerar solamente el contenido teórico de la físi­
ca desde Isaac Newton hasta Albert Einstein, o el de la biología desde
John Ray hasta T. H. Margan, sino también el papel desempeñado P?r
el newtonianismo como justificación «cosmopolita» del «orden social
moderno». Así pues, hay dos cosas que merecen especialmen�e nue5tra
atención: por una parte, la insistencia en que el principio org��izador ne­
cesario tanto de la naturaleza como de la sociedad es la estabilidad Y, por
la otra, la tensión existente entre la razón y las emociones en la con<luc-
ta individual y colectiva. . ,, esta-
. . · 1es en e l se no de la na c1 o n-
A part1r de 1700, las re 1ac1ones socia
COSMÓPOLIS

se de fin ier on en térin inos ho riz on tales de sup�rioridad_ y su�ordina-


do
., ¡ bas e lÍe la afi lia ció n de cla se: los «ordenes 1nfer1ores» se
CIOll, SO )fC l 1
� · ·
. .
e 1nf� res a lo� de la «clase su-
r1o
consideraron en general subordinados
r». Ca da clase oc up ab a su lug ar en el s1�te�a horizontal constitui­
perio
a cusp�d: se encontraba el rey.
do por la nación-estado, estructura en cuy ,
la pos1c1on de las personas en
La función social solía estar definida por
r asociación. Como subpro­
cuestión y se aplicaba a sus esposas e hijos po
ses se convirtió, lo que
ducto de la nación-estado, la distinción de cla
ivo más importante
nunca había ocurrido antes, en el principio organizat
de toda la sociedad. En Francia especialmente, la fuerza clave de la so­
ciedad residía en la facultad «solar» del monarca para controlar (e ilumi­
nar) las actividades del estado. El soberano supervisaba la corte y demás
estamentos regios e influía en las acciones de la alta y pequeña nobleza
directamente; mientras que las acciones de los órdenes o <<masas»· in­
feriores seguían la pauta general indirectamente y a cierta distancia. La
subordinación-o superioridad-de las clases era horizontal en teoría,
pero en la práctica, en el ejercicio social del poder, era orbital. La esta­
bilidad social dependía de que todas las partes de la sociedad «conocie­
ran el lugar que ocupaban» respecto a las demás y de que conocieran
también los modos recíprocos de conducta que eran más apropiados y
racionales.
En este caso, el modelo planetario de sociedad era explícitamente
cosmopolita. Sin esta justificación, la imposición de la jerarquía a «los
órdenes inferiores>> por parte de «la clase superior» sería arbitraria e in­
teresada. En la medida en que esta jerarquía reflejaba la estructura de la
naturaleza, su autoridad era autoexplicativa, autojustificadora y aparen­
temente racional. La creencia filosófica de que la naturaleza obedece a
<<leyes» matemáticas que aseguran su estabilidad mientras plazca a Dios
mantenerla tal Y como está es una idea socialmente revolucionaria: tanto
el c05_11l 05 como l� polis son, al parecer, autosuficientes, y su «racionalidad»
conJ u nta garantiza su estabilidad. En la temprana fecha de 1650, a la gen­
te le preocu paba la eventualidad de que el mundo estuviera tocando a su
fin. En r 7 2 o los nietos de estas personas estaban contentos porque un
.'
C reador racional y omn·iscie · nte hub"iera hecho un mundo que funciona-
ba a la perfección.
La sacralización de la estabi· ¡i· dad soci. a1 . . . / c-
. tuvo sus unphcac1 ones p ra
ticas. El lu gar qu e ocu paba I ª f:ami·¡·1a en 1 · ad estaba defin1"d o por
a socied
LA COSMOVISIÓN MODERN
A

el q. ue ocupaban . sus. ,, miembros varones·, así, la di·scr1· m1·nac1o· ,, n sexua1 (0


sexismo) se conVIrtlo en un r asgo constitutivo del nuevo estado. y
. . . . esto
ruvo a su vez 1mphcac1ones varias en la práctica T Tn ·oven po. d"1a pon
J
• L., er en
g ·
Peli ro su. pos1c1on. soc1oeconom1ca medi·ante un « mal >> 111atr1m
• • • ,, • ,, •
· on10,
pero una J�ven «meJoraba» casándose con un hoinbre socialmente supe-
rior. No tiene nada de extraño que la novela tomara forma y se hiciera
popular en esta fase de la historia. Cuando Henry More convirtió la éti­
ca en materia de la teoría filosófica, despertó en los escritores literarios
cierto interés por las cuestiones morales más importantes. Después de
1660, el terreno estaba, así, abonado para que Defoe y Richardson ex­
ploraran las aventuras o desventuras de personajes (por ejemplo, Moll
Flanders) que acusaban los ca1nbios y azares que corrían paralelos con los
nuevos patrones sociales. Desde Defoe y Richardson hasta Thackeray y
Edith Wharton, la tragicomedia de la ascensión social iba a mantener
bien ocupados a todos los tejedores de historias.
Entre tanto, Gran Bretaña y otros estados europeos consolidaban sus
colonias de ultramar: en Irlanda, América, Asia, Australia y África. El
modo horizontal de organización que determinaba las relaciones de cla­
se y sexo se extendió a las relaciones entre las razas también. Los patro­
nes discriminatorios inventados de puertas adentro se aplicaron a su vez
a los pueblos conquistados y el racismo se convirtió, así, en la expresión
de la subordinación, instituida por Dios, de los <<inferiores» colonizados
respecto a sus «superiores»· colonizadores. De por sí, la discriminación
racial, sexual y clasista no era una práctica nueva. En el pasado, numero­
sas poblaciones habían sido esclavizadas tras ser conquistadas, la heren­
cia se había restringido a la línea masculina y, con frecuencia, las pobla­
ciones habían quedado fijadas en los roles de leñadores o aguadores.
Pero el nuevo marco cosmopolita daba a estos patrones discriminatori?s
una nueva respetabilidad al dar a entender que formaban parte esencial
del plan que tenía Dios reservado a la naturaleza y la hun1anida�..
la nu eva cos mo v is ,, fue
on
El otro rasgo socialmente trascendental de �
la separación radical entre la razón y las emociones. Esto no era solo �na
n,
doctrina teórica, de pura y exclusiva relevancia intelectual; antes bi�
e a lgo qu e , de sde fin ale s de l sig lo xv11 hasta mediados del xx, �odelo Y
fu l q e
marcó la vida de Europa tanto social como personalmen�e. Al igm� �
otros elementos del andamiaje de la modernidad, esta disc rep ancia <�
se
• social
daba por sentada» con frecuencia, con10 a1 go connatura! a l·1 vida
COSMÓPOLIS

se entronizó
1¡a. 0.1 c 1•c/)tl -es'taclo Así el cálculo como virtud
cott(· 1·1ana ue L - • - ,

. zo/n huinana
1 - 1 �1 ra . y la vida de. las emocion es quedó arrinco-
(i.1st1· nt1· va ue . . .
aer al 1�d1v1duo a la � ra de
nada, repudiada, como algo que pudiera d1str_ ?
sen tido soc ial, la <<em oc1on>> se
tonlar una deliberación lúcida. En este
e o:
convirtió en un recurso eufemístico para referirs al sex para quienes
valoraban un sistema de clases estable, la atracción sexual era la principal
fuente de desbarajustes sociales. Volviendo al pasado reciente, hará apro­
ximadamente una generación muchos jóvenes-por supuesto, jóvenes
«sanos y saludables»--ignoraban el hecho de que las jóvenes-p or su­
puesto, jóvenes «bonitas»-disfrutaran realment� con el sexo; al tiempo
que a las jóvenes bonitas se les desalentaba a sentir verdadero placer ac­
tivo en las relaciones sexuales, considerado como algo impropio de una
señorita de pro. Así, lo que empezara como mera distinción teórica en
Descartes, entre el poder intelectual de la «razón>> humana y las «cau­
sas» fisiológicas de las emociones, acabó convirtiéndose en una oposi­
ción en la práctica entre la racionalidad (buena) y el sentimiento o im-­
pulsividad (malos).
Estos tabúes tuvieron de nuevo una base clasista. Los señoritos sanos
y las señoritas bonitas, a quienes se alentaba a renunciar al «emocionalis­
mo», procedían de familias que pertenecían (o aspiraban a pertenecer) a
la oligarquía culta; lo cual no se aplicaba igualmente a los hijos de los
<<órdenes inferiores»-. Pero hay que decir también que esta actitud hacia
la sexualidad era nueva: sólo se volvió obligatoria para las clases «respe­
tables» en el siglo xvn. Los Ensayos de Montaigne contienen pocos ras­
tros de esta «novedad»; en ellos se trata el sexo como algo espontáneo,
mutuamente placentero e i gual entre los sexos. La ola de ansiedad puri­
tana hacia la sexualidad subió como la espuma a mediados del xvn. Así,
l�s inhibiciones de las que Freud trató de liberar a la gente a finales del
siglo x1x no se perdían en la noche de los tiempos: eran fruto de unos te­
mores que habían brotado a la existencia de novo cuando se concibió el
e�t�do clas�sta como una solución para los probl:m
as planteados a prin­
cipio s del sig
_ lo xvn. Las cosas siguieron más O menos iguales mientras la
;
cosmopohs mod erna mantuvo su h e gemoní ;
a es decir, desde Daniel De­
foe hasta El amante de lady Chatterley. Cuan
do tocó a su fin la base cla­
si_sta de este prejuicio social pr esentaba unos
tint es casi hum�rísticos. Por
eJ emplo, en la causa judicial abierta contra
los libros d e bo lsillo Penguin
por la supuesta obscenidad de la edición
no expurgada de Lady Chatter-
LA COSMOVISIÓN MOD
,. 1
ERNA
' 1
1 1

j1 r. Mervyn Griffith-Jones, togado de gran prest·1g1• 0, pre


1

ley, M . gun to ,,
a un
te s ti g o: «¿ E s este
,. un 1·
1 b ro que uste d desearía ver en manos de su cria .
1
il

a . -
da?» . S u pr egunt pro duJ o un a gra n carcaJa· da en t 0 da Gran B retana ~
· •
,,, cons1 deraba subversivo el libro de D H • Lawre
Pero, s1· el . · nce, no era por
.
sus 1deas sobre el. s exo. Las criadas, al i gual que la clase 1n1e · e r1or en
gene-
ral ' eran pr esum iblem ente más libid inosas que la clase med.1a. s·1 1a nove-
.
la er a_u�a fu ente de peligro, era porque las r elacion es sexuales ilícitas que
descr1b1a atravesaban las fronteras de clas e . ¿Qué ocurriría si todos los
criad,os y criadas de! r eino imitaran al guardabosques de lord Chatterley?
¿Que manera habr1a, entonces, para mantener a raya a la servidumbre?
Las implicaciones sociales de la nueva cosmópolis tienen un rasgo
común: son precursoras de una noción que ha des emp eñado reciente­
mente un papel importante en la retórica política y social; a saber, el de
los «valores tradicionales». A lo largo de toda la Edad M edia y el Rena­
cimiento, los clérigos y los laicos cultos comprendieron que los proble­
mas de ética social (o <<valores») no se solucionaban apelando a una su­
puesta «tradición» única y universal. En situaciones serias, había que
sopesar bien las múltiples consideraciones y tradiciones coexist ent es.
Hasta que el siglo xv11 no convirtió la ética en una rama más de la filoso­
fía teórica, «la ética de casos concretos» fue tan fructíferamente retado­
ra en el plano intelectual como la interpretación constitucional en la
práctica judicial de Estados Unidos. No se proponía suministrar una úni­
ca solución a cada problema moral, sino que intentaba orientarse en su
camino a través de un territorio ético inexplorado, sirviéndose de todos
los recursos disponibles del pensamiento moral y la tradición social.
Sobre la situación de la ética en el cristianismo histórico, p odemos
decir, por tanto, que, «tradicionalmente, o no hubo ninguna tradición °
hubo una pluralidad de tradiciones: no hubo una única tradición, sino va­
rias tradiciones paralelas, más o menos estrictas o lib erales p ero t�das
ellas aceptables». Independientemente de lo que enseñaran los �redica­
dores de mano dura de la Contrarrefo r1na, los agustinos, cono cidos p
or

su espíritu particularmente severo, nunca «sintonizaron del todo»; como


tampoco los teólogos medievales ni los renacenti·stas vie · ron· en la plura-
· · .
orar , m uc ho 1n en os que de-
l.1dad de trad1c1o nes un elemento que d ep ¡ Y . .
· , ¡.a 1·glesia occide nt al fu e
bie. ra ser eliminado. En ese per1,,,0 do h.1sto,, r1co
rsonas de
una i. nstitu .
ción transnac1ona1 qu e
. trato ,, d e rnan er a re al is ta a pe
,, . . ·
1a, p 0 l n i·
� a o P or tu ga l. L, as cues-
pa1ses tan d1 st1 ntos como F_;sc "' oc1. a, S.1c1 ·¡ o

1 93
(:<>SMÓP<>IJIS

,, 1 u _ r,i. lis, tno incorporado desde el principio·' la re


n c s 1 n o r a I e s, t c n1·1' n e 1 P _ co _ co n secu enci a m
...
rio · _) ucía 1no de ostra
. ,, n 1n a,, s, s, ,. l b .1 a era l_a que se prod ,, ,, r
soluc 1o - d1. s, t1. ntas, exigencias que surg1
an en la practica y en c _
. ,�11 t r c la s a
cq u H l·,H 1 �
sos esp ecíficos . la teoría ética y el dogma adquirió un sent'¡ ...
o s e .
in v e ntó
I l ·'1st·1' que n_ de que las cuestiones
. · rat1v . _o,_ no se convenció finalmente la gente
do 1111pe ,, . as, sim . ples y autor1tar1. as. E n 1os an~ os u
.
ale s t e n ,, _n resp
1a :. , uestas unic ,, q e
ino r a mora1 como la general esta-
. a Refo rin - a ' tant o l a teol og1
precctl1e1.on a, 1 . . .
an 1 - )t. er ta. s. , a u 1eba te en la s distintas regiones de la 1gles. 1a, y ello sobre
b 3 ..,,
co, legi · a l · La c ria rom ana no em 1t1O sus normativas sobre cues-
una l)ase u
,,
· i- <)f'll
- , e s'
, , con la a tori dad pap al, hasta despues de I 700. Este cam-
tto ne s 11 u

bio hacia una autoridad centralizada fue una táctica para fortalecer las
defensas de la iglesia contra las herejías protestantes, al igual que poste­
rior1nente Pío Nono trataría de fortalecer la iglesia contra las conse­
cuencias deletéreas de la Revolución Francesa.
Así pues, desde su comienzo hacia I 700, la idea de los «valores tradi­
cionales» fue un instrun1ento de la retórica conservadora. En el cristia­
nisn10 tnedieval, la gente vivía felizmente, con una idea aristotélica de
<<prudencia>> , según la cual era no solamente innecesario, sino además
una 1ne111ez, itnponer un único código de normas morales, un código que
no tuviera en cuenta las diferencias in1portantísimas entre, por una par­
te, los probleinas abstractos de una teoría con1O la geon1etría y, por la
otra, los p�o�l�mas concretos de práctica mo
_ ral. El andamiaje de lamo­
dermdad sirvio para racionalizar las doc
trinas morales y sociales respeta-
bles t1ue h·'1st- - '1 ent<)- t1 ces
:i. , -- haot t ,,an Stü · .1 o s1n • 1ple1nente el extremo «rigorista»
• •

de un espectro· ·'1cept-l' l) I e.
� , . . - .lle 1 :. esta n1a _
nera, la oligarq uía culta exp 1 oto,, 5u
poder social 11�1ra retorz-''-·ir su ,
. , pos1c · 1O11
· , de una 1nan era inte re sa d a . En esta
tesitura, tal vez se-1 tnen)s, ,
< sorpren dente que un librepensador como Ju-
l.ten (l e la Met_tr ,,. '-
1e,
-� un inc · on _ •
• .· t·orn11sta con 10 Jo s e ph Pri es cle y y u n sa b.10
ong1na 1 co1no (]1arles l)·ir n-
.. , · ' w in
· se s1nt . 1era
. n con 1p elid o s a dar c oc es c o
t ra e1 agu11on.

l{epúrese bien en lo q
ue si b<rnifi c...,i I.ealtn ue
respecto del r·tc.·1ona ¡· ente nuestro segun
� do desmar q a
1sn10. Por
<
. . d e 1
c1enc1a ha desc·tns·t,{ o, . , . un<1 parte, pernute ver que el e,,xi. to
• •

111stonc·u 11 ��nte .
h ablando, en consideraciones r-'1n-
< - < ...
<
LA COSMOVISIÓ
N MODERNA

to políticas como explicativas. Nosotros no ofrecemos aq ,,1 una inte · rpre-


ración. teórica de este hecho.,, No decimos que 1 ª concepc1�on newtoniana
por eJe mpI o, fu era la teolog1a de la nación·O 1 ª 1·deo1og,,1 a del estado hur-
,,
gues o, fi1nalmente, la <<superestructura inte1 ectua1 » de1 capi.talism .
o An-
. l a pr sen tam os
tes bie n, e com o un element0 m,,as d.e un s,,1ndrome cuy
• . ,, ,, a
verdader,, a s1gn ºfi
1 1cac1 on solo s e puede ver recurri·endo a 1a etnog
,, . rafi,,a o a
otros meto . dos e mp1 r1cos. De no haber dispuesto de nin · guna prueba no
.
habríam os tenido .
motivos para re lacionar los e"xiºtos de1 esquema
. . newto-
.
niano con los impe rativos sociales de la centrali'zada nac1o ·,, n-estado de1 si·-
glo xv111. Nuestra ve rsión revisada puede salir O no airosa de un examen
ulterior de los hechos, p e ro al menos se basa en observaciones circuns­
tanciales como interpretaciones plausibles.
D e la década de los veinte a la de los cincuenta, los filósofos trataron
la ciencia como una empresa abstracta cuyo progreso se podía definir y
ensalzar sin referencia a la situación histórica en la que se realizaba dicho
progreso. En los años sesenta, se mostraron abiertos a la posibilidad de
que los patrones para el progreso en la ciencia fueran variables y estuvie ­
ran sujetos a «cambios paradigmáticos>> y otros cambios de orientación y
énfasis. A tenor de nuestras investigaciones, vemos la necesidad de ir más
allá aún. En los siglos pasados, el trabajo científico se hacía como parte
de <<modos de vida» o <<mundos de vida» muy distintos a los moldes den­
tro de los cuales se hace ahora. Por ejemplo, Newton y sus colegas no se
preocuparon dem asiado por las aplicaciones tecnológicas de la cie ncia;
se interesaron más bien por las implicaciones teológicas de las nuevas
ideas científicas, mientras que muchos de sus lectores se preocupaban
adas con
por sus implicaciones para las cu estiones cosmopolitas relacion
las obligaciones políticas y la estructura social. . .
os en un ci ad o to da s las co ns 1d er ac10nes rel�-
Puede que aquí no hayam
im po rt an te pa so de re fo rm ul ar la si-
vantes. Pero, al menos, hemos dado el _
. ,, . tu vo r ealmente en J uego
gu1ente pregunta empirica: «¿ Q ue ,, fu e 1 O q u e es . . en tal o cua1
. a d as or la ci encia
para los científicos, y otras pers ona s int e res P . '
,, .
e n es tr s p atr o n e s 1ntelectua1 es .ac-
penodo concreto?». En vez de deJar q u u O
e
• as ad as h em o s p r e 1er1do
a o tras ge n eraciones P ' . . ,,
l e s influ yan en las id ea s de
tu
. q u e v iv i ro n en una s1tuac n 1o
introducirnos en las mentes de las personas
e

. ,, a d p or de sc ubr1r • que,, fue lo que


hIstorica dete inada y nos hemos esieorz O
. rm
iz o g an ars e u n p ues to de ho-
. . ,, 1 es h·
dio a sus ideas c1ent1ficas el .encanto que
poca.
nor en el «sentido comu,, n» impe rante en su é
1 95
CAPÍTULO CUARTO

EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD

EL APOGEO DE LA NACIÓN SOBERANA

Los años que van de la década de 1690 a 1914 marcan el apogeo en Eu­
ropa de la «nación» soberana. Durante más de dos siglos, pocas personas
cuestionaron seriamente que la nación-estado era, tanto en la teoría
como en la práctica, la unidad política fundamental. Estos años presen­
ciaron también el apogeo de la visión de la naturaleza que aquí hemos
llamado el sistema-marco de la modernidad. Sobre todo en Inglaterra y
Francia, sólo algunos espíritus recios dispuestos a no sintonizar intelec­
tual y socialmente con sus contemporáneos desafiaron ya la separación
cartesiana entre razón humana y máquina natural, ya la cosmópolis esta­
ble y jerárquica que construyeron los newtonianos sobre esa base. Con
todo, hasta después de 1914 esas ideas científicas y prácticas sociales no
volverían a ponerse en tela de juicio de manera generalizada. Por prime­
ra vez, la soberanía absoluta de la nación individual sería vista como algo
disfuncional y anacrónico. Por aquel entonces, la ciencia se lanzaría a
desmontar uno a uno los últimos materiales del andamiaje de la moder­
nidad.
La nueva importancia dada a la unidad, estabilidad e integridad de la
nación como centro y fuente de organización para el estado y la sociedad
<<modernos>> fue siempre más un ideal filosófico que una descripción de
índole política. En teoría, ese ideal se plasmó en la organización social Y
política de Francia y Gran Bretaña, pero esta plasmación nunca fue per­
fecta. Holanda, un pequeño país creado en 1575, se acercó n1ás a ese ,,ide­
al, con escaso bagaje histórico y una cultura inhabitualmente hon1 ogenea
(como dependía del comercio internacional, el equilibrio en�re los c�­
merciantes y la aristocracia ayudó a convertirla en una soc1�dad mas
equitativa, más libre de las flagrantes desigualdades que nece 5 itaron de
legitimación en Francia e Inglaterra).
1 97
• • 1

cosMÓPOLIS

/ , 1 a po. blación estaba tan arnalgamada que el senti-


F n alf,mn o s pa es 1s
t . d . E_¿n e.I Ulster, e1 com b'i-
1tu
ar r 11 o/ con ma yo r len
d o de <<nac1o n» se d es o / . . . /
_J · • • ,,

es tan t es e irla n des es cat oh cos sig ue sien d o au n tan


na d o de es c o ce se s pr ot . / .
cla b 1 e c m o e1 ag a y el acei t e. En Macedonia, todav1a existe· n hoy
. 1nez
111 o u •
. • e p ede n ten er pobla cion es con/o un batl'burr1llo de
ci u dades ve ci na s q u u
/ .
· a llan1an los fran cese s mac edoz ne a un pos-
cu lturas y 1enguas (n. 0 por nad / . _
. As1 pue s, Fra ncia , Gra n Bre tana y Ho-
tre preparado c o n d l"'rv ersa/ s fru tas) • • /
· 1aron tnas . , y mas ,, / •
rap1da 111ente,
. al ideal de la nac1 on-esta-
1an da se aproxin . / . / .
do que, por ejemplo, Italia y Alemam a, pats es qu � , por raz � nes h1sto ncas
y geográficas, siguieron fragmentadas hasta mediados del s1gl� x1x. Unos
doscientos años antes, Leibniz había soñado con una Alemania cultural­
mente unificada (Teuschtum), pero este país no logró la unificación polí­
tica hasta despu és de los alzamientos liberales de I 848. De manera pare­
cida, en Italia nadie logró trascender y superar el poder local de las
tradicionales ciudades-estado y provincias (incluidas las que se hallaban
bajo la égida del papado) hasta la época de Mazzini, Garibaldi y Cavour.
La unidad de la nación fue, así, la base de la legitimidad política en la
teo ría y el sustento de la unidad del estado en la práctica. Entre 1650 y
1950, fueron pocos los filósofos políticos que cuestionaron estos presu­
puestos básic o s o negaron que el <<esquema nacional» era la base natural
para la formación del estado. La pregunta que se formulaba por lo gene­
ral era la siguiente: «¿Có1no adquieren y conservan su legitimidad las na­
ciones-estado y qué medios necesitan para imponer la debida obediencia
política a sus súbditos?>>. Pero la pregunta previa-<<¿En qué medida, y
hasta qué p unto, tiene valor la nación-estado como centro de organiza­
ción política y de lealtad social?>>-quedaba, p es,
u en el aire.
Desd� u� punto de vista cos1nopolita, el proces
. o de construcción so­
CJa! to�o diferentes caminos en los difere
ntes países europeos y la im­
portancia d� la nueva imagen del mu
. ndo fue interpretada también de
mane: a distmt a en, por ejemplo, Alem
a nia , Gra n B retaña y Francia. Así,
por eJemp l o, Leibniz, que había cre
cido en u na Alemania trau matizada
po
· r l a c; uerra de l os Treint·ª Años, 111s1 · · st10 · / mas ,, ·
.
newtonianos en la necesidad de pere ntor 1a1 nente que 1 os
que l os fundan1entos de la filosofía fue
ran tanto matemática como tnet -
afísicamente «demostrables». El interés
el e Newton por explorar hipote . ,, st· s 1n · demo
.
gravitac1on, . ,, le pareció deplorabl e Y strables co1no por ejempJ o, I ª
p ' ' ,, s,
cu.. anll o tanto Le. ib . ni. z e 1.
1gr oso. Una generación desp ue
y Newton como Lu . L

is XIV y Guillermo III habian


,,

198
EL OTRO LADO DE LA MODE
RNIDAD

desaparecido de., la esc .


ena, los fundadores de la Jlus - trac·ion ., francesa reto-
maron la cosmopohs moderna con un espíritu distinto al de sus creado-
laterra, esta cosm ., .
n
res. E . Ing opo hs fue patrimonio de los ang¡·1canos
. . b.zen
pensants ., inv olucrados
., .
en
.
la d1plo mac1a constitucional que entrego
., 1a
.
r1tan1ca prim ero a 1a casa de Orange y luego a la de H
monarquia b ano-
ver, la cual ha reinado desde entonces. Para e llos, una virtud impor­
tante de la �ueva c?sm_ópolis era precisamente el hecho de que hiciera a
la monarqu1a const1tuc1onal pa�ecer un esquema «racional» de organiza­
ción estatal y, �or tanto� apropiad� �ara una nación moderna. En Ingla­
terra, la adopto el establishment religioso, cuyos miembros eran personas
de derechas y respetables. No veían en ella nada radical ni ateo; antes
bien, les parecía portar un mensaje consolador, a saber, que el sistema
político británico se hallaba en buena armonía con el sistema de la natu­
raleza divina .
La situación en Francia fue distinta. El bisnieto y sucesor de Luis
XIV, pese a su apodo de le Bien-Aimé, <<el bien amado»•, siguió siendo un
autócrata absolutista. En la Francia de la década de 17 50, la monarquía
constitucional era vista como una idea radical y subversiva. Los realistas
católicos encontraban tan escandalosa la admiración por las ideas y la po­
lítica inglesas como encontraron en Inglaterra, después de 1789, la acep­
tación por Joseph Priestley de la Revolución Francesa. El gran Voltaire
fue el primero en popularizar las ideas de Newton en Francia tras una vi­
sita a Londres. Diderot, d'Alembert y Holbach empezaron a publicar en
varios volúmenes el principal instrumento y vehículo de la Ilustración, la
famosa Encyclopédie, en 1751. En aquella época, esta vasta serie de libros
fue vista como el producto de unos cuantos disidentes. Incluso su peque­
ño sucesor del siglo xx, Le Petit Larousse, sigue denominándola une ma-
chine de guerre.
Frente a la alianza en vigor entre los Barbones autócratas Y la Iglesia
galicana, los enciclopedistas mostraron menos preocupaci_ón que Ne';­
ton por la respetabilidad teológica de la nueva cosmópo_l�s. �n stl afan
por dar al sistema político francés vigente una remodelaci �n mtelectual,
_
.,
no 1es i. mporto escanda1izar . tamb1en . ., a 1as autoriºdades religiosas. El audaz
. . ,, n newt. o ian,l . . . de
ó la ex pb ca cw �
Paul Henri' barón de Holbach, transform ., e1s1110 va-
1a naturaleza de manera que en v ez de ser esta eI P untal de un t ,,
: . ., ente del ate1s1110 v
.,
gamente respetable, se conv1rt10 e n u n v e h icu 1 O.co,, ns ci
-,, .
. · as , qu ·
s cu la ri zo la fil os oh a ne\\, ton1.1-
r •• •

el mater1a11smo . C on ot ras p a l a br • e e

1 99
COSMÓPOLIS

. . / en u. n a rina arroJ·adiza contra los católicos que creían en


na y la conv1rt 10 ,, .
. . de 1 a tn anar· quía borbon1ca.
el derecho chv1no . ,, . en la nueva fís �.
"' pos1-1)t· 1·101,ad s1e mr re ha bí a est ad o 1m phc1ta ica. Al-
Esta . · t1 · ,, . ,,
de De sca rte s se hab1an sen ti do y a at rai-
!:,runos de l os,pr .1n· 1eros seguidores
la cual D10s, tras crear acti-
L

seg un

. de íst a

·
ión '
,,

clos, como vu · nos, po r la vis . ,, .


· luego la espald a de Jan d olo func ionar
van1ente el un]·vers, o, le dio . . .
,, · mente:) med·i ante leyes incorporadas desde el 1n1c10. Para Hol-
auto m att ca
o el Di os -C read or de l de ísm o era u�a �ipótesis inne��saria
bach, inclus
se po día arr oja r tra nq uil am en te po � la bo�da sm _mngun� sensacion de
que
a crucial, el Szstema de la na­
pérdida. Sin embargo, a pesar de esta diferenci
en términos se­
turaleza de Holbach reescribió reconociblemente, aunque
culares, la filosofía natural que utilizaran cuarenta años antes Clarke y los
newtonianos para legitimizar el establishment hanoveriano. La visión de la
naturaleza de Holbach siguió siendo sistemática. Le resultaba antipáti­
ca la teología de Newton, pero aceptaba con entusiasmo el orden racional
que los newtonianos habían aportado a la comprensión de la naturaleza y
la sociedad. Una vez despojado de sus ropajes teológicos, este sistema se
tenía en pie por sí solo y 1nostraba la armonía existente entre el orden causal
de la naturaleza física y el orden racional de una sociedad constitucional.
Cada generación de filósofos interpretó en sentido lato el significado
de la ciencia, de manera que pudiera ajustarse satisfactoriamente a los re­
quisitos de su propia situación. El proyecto racionalista de Descartes y de
sus admiradores, Henry More y los platónicos de Cambridge, fue una
cosa �uy distinta al proyecto newtoniano de unir la mecánica y la astro­
nomia en una nueva cosn1ología. Como fue también otra cosa distinta el
proy e�to ilustr��o de Voltaire, Rousseau y los enciclopedistas. Las im­
_
pli cacion es pohticas del racionalismo newtoniano eran conservadoras:
carecían del mordiente radical de la Ilustración. Por su part e, los filóso­
_
fos tlustrados no rechazaron la cosmópolis moderna que había servido
'
de base ci entífica para la reconstrucci· on ,, ·
social después de las guerras d e
. . ,,
rehg1011. Aceptaron por comp 1 eto este sistem . . .
. a, pero lo utilizaron pa ra
combatir desde dentro las tendenc1as • restr . . . ,,
. ictivas inherentes a la nac1on-
estado. Se mirara por donde se mira
ra, esta actitud era políticamente
menos urgente-y resultª bª n1enos c •
.
terra que en Francia donde se eri. gio ./
onvi ncente-por ejemplo en Ing1 a-
en paradigma de esa tensión entre
e l fil,,
1 0s010 e y e1 esta blzrh .' rn,en t·, 0 entre el sa
cerdote y el maestro de escuel a,
que ha marcado 1 a es· cena cultural fra
ncesa desde entonces.
200
EL OTRO LADO DE LA MODE
RNIDAD

Así, la frase « el proyecto ilustr


� · ·
a do» se emplea a veces para comprun1r
.
las ideas q ue imp eraron _en Gran Bretaña, Francia y Alemania a lo largo
de tres O cuatro generaciones. El proyecto de Descartes se flexibilizó un
poco p ara q u e resultara aceptable a los católicos de la Contrarreforma.
El proyecto de Leibniz intentó ser más imparcial entre las distintas con­
fesiones cristianas y, sin embargo, más programático.Newton llevó la fi­
losofía <<matemática y experirnental» de la naturaleza más allá de ese
punto, y elaboró un sistema de cosmología y t eoría de la materia que (sin
olvidar el gran mé rito de Leibniz) fue el fundamento de una cosmovisión
esperada desde hacía mucho tiempo. En Inglaterra, ésta j ugó a favor del
conservadurismo respetable y en contra de los rescoldos del radicalismo
de la república. En Francia, donde los Barbones seguían aferrándose al
«poder personal», esta misma cosmópolis fue ernancipatoria. Iniciada
como un plan para traducir la Cyclopedia de Chambers, con objeto de po­
ner las ideas inglesas a disposición del público lector francés, la Encyclo­
pédie se convirtió en el nido de numerosos manifiestos radicales que las
autoridades políticas tuvieron mucha dificultad (a la larga, en vano) en
. .
repr1m1r.
En contraste con el respetable newtonismo inglés, las ideas de los en­
ciclopedistas se convirtieron, así, en un primer paso para desmantelar el
andamiaje moderno. Sin llegar a cuestionar la «base <<nacional» del esta­
do, arremetieron contra la autocracia del estado francés. Asimismo, sin
llegar a poner en tela de juicio la primigenia dicotomía cartesiana entre
acción y pasión, o razón y emoción, J ean-J acques Rousseau planteó tam­
bién esta pregunta; «¿Cómo educar a la razón para que gestione debida­
mente la vida de las emociones?». Sin embargo, a pesar de esta novedad,
Rousseau no amena�ó los fundamentos del racionalismo. Por ejemplo,
su admirador Immanuel K_ant insistió en oponer claramente la razón,
que soporta el peso de la reflexión moral, a la «inclinación>> y las emo­
ciones, que en el mejor de los casos confunden y en el peor de los �asos
es
bloquean nuestra capacidad moral. Serán los sucesores de Kant q�ien
c lo­
encuentren en su obra el punto de partida para una ciencia de la psi �
tesiana
gía seria y vuelvan a una posición que acabe con la dicoto1nía car
entre razon y emoc1on.
/ . /

201
cosMÓPOLIS

· br e el or de n so ci al remiten a sociedades huma-


" pues las cuestiones so
A· sí
d o es qu em a n atural de las cosas>>. Nuestra tarea
' con 'un d. etern1
n·1s •
1n a «
. en . os en el de s arrollo de l as i.deas socia . 1es y po-
cons1ste en ce nt r a rn os rn . . .
.
/ · as entre 1700 Y 1 9 8o que en los c amb ios ha bid os en la imagen subya-
httc . · "' ·
na n ral m erc ed a l a cu al dichos c ambios polit1cos o so-
cente d e 1 or d en 1 . .
na liz do s co sm op oh t am ent�- A p artir de I 7 50, esta
ciales fueron r acio a _ ,
·
en es tuv en . tod as su f acetas abierta a rev on y, desde Newton has-
1s1
imag O
do po r Ho lb ch , K ant , Herder , Darwm y Marx, c��a
ta Freud, p a san a

bás ico en las ide s h ere d adas sobre la naturaleza tuvo tamb1en
cam bio a
as sobre la sociedad.
importantes repercusiones en l as ideas heredad
En 17 2 7, murió el anciano y venerable Isaac Newton a los ochenta y
tantos años de edad. P ara entonces, casi todo el mundo-sobre todo, en
Inglaterra-daba por válidos todos los materiales del andamiaje de la
modernidad. Parecía como si, por el momento, la <<evidencia» inmuni­
zara estas doctrinas contra cualquier tipo de crítica. Si alguna de ellas se
veía abiertamente cuestionada, la gente replicaba entonces diciendo que
<<se atenía a razón». Así, tuvo que pasar una generación entera-después
de Newton-para que escritores influyentes defendieran hipótesis cien­
tíficas incompatibles con estos presupuestos.
En estas postrÍinerías del siglo xx, la postura tanto de la elite científi­
ca co1no del público en gener al ha can1biado tanto que ni una sola de esas
doctrinas ejerce ya un influjo importante en el sentido común de la gen­
te. En la actualidad, ya no necesitamos presuponer que la natur aleza es
generalmente estable, que la materia es puramente inerte o que las acti­
vidad�s mentales deben ser completamente conscientes y racionales. Ni
nece5itan1 0: ta1:1Pº º equip ar ar la «objetividad» del trab ajo científico

con la �<no implicación» en los p rocesos que se estudi an. Ni, por supues­
to , decimos que 1a dist1n . · c1o ·,, n entre «razones» y «causas» acarree una se-
./ / .
parac1on r1gida entre humanidad y n aturaleza.
n la época actual, en la que nuestra comprensi
. � _ ón de l a ecología nos
impide ignorar la implicacion · ,,. de 1 os hu
m anos en los procesos causaI es de
la naturaleza ' sabemos de s0bra. 1o dan1 ~ • no que puede resultar este u
· o
"'ltim
P: e �upuest0: una vez deshecho ese nudo, l
_ e resto del tejido se deshilacha
rap1damente. La reinsercion ecol"og1• ca ,,.
de los seres humanos en el mun-
do el e 1os procesos naturales es, no O bst
• ante, un rasgo reciente del pensa-
miento. D esde 1720 hastª bien . entrado el
r . sigl o xx ' la ma yor ía de lo s fi -
1os,, otos y c1ent1"fi1cos d e la natura1 e . .
za s1gu1 eron d e fendiendo ' de una u otra
202
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

manera, la necesidad de mantener a la humanidad bie ep


n s arada de la na­
turaleza, «en un mundo aparte y autónomo>>.

El des�ante�amiento del andamiaje moderno suponía, pues, enfr


entarse
al espíritu 1:1�smo de las ideas heredadas. Cada ataque lanzado contra di­
cho andam1aJe tuvo que soportar desde el principio el contraataque de la
hostilidad Y hasta del desprecio generalizado. Los testimonios de la ex­
periencia, cada vez mayores, obligaban a los defensores de la versión res­
petable a realizar una retirada en retagu ardia. Pero, al tiempo que reco­
nocían la derrota en una faceta determinada, reordenaban los materiales
supervivientes del andamiaje para convertirlos en una confi ración
gu
nueva y estable. Así, la cosmovisión moderna consiguió mantener duran­
te más tiempo su estabilidad original. Mirando hacia atrás, al nos escri­
gu
tores han interpretado estas reñidas disputas como las marcas de un con­
flicto intrínseco, perdurable, entre la ciencia y la superstición. Pero esta
interpretación de los hechos es anacrónica. Antes de la Reforma, el cris­
tianismo se interesó poco por doctrinas que pudieran ser puestas en tela
de juicio por la ciencia natural. Así, por ejemplo, las innovaciones cientí­
ficas que aparecieron apadrinadas por un Alberto Magno o un Nicolás de
Cusa se expusieron a pocas cortapisas teológicas (a mediados del siglo xv,
el cusano ·elucubró sobre la posibilidad d� que hubiera otros mundos,
elucubraciones que resultarían letales para Giordano Bruno en 1600). La
supuesta incompatibilidad entre ciencia y teología fue, así, un conflicto
que se produjo con la modernidad, es decir, que surgió conform� una
mayor experiencia fue dando a los científicos la ocasión de cuestionar
creencias utilizadas por igual por los católicos y protestantes de la Con­
trarreforma-después de 1650-en sus edificantes sermones sobre la sa-
biduría de la creación divina.
a-
De manera parecida ' tanto la jerarquía católica como sus advers
r1. 0s los protestantes se encontraron presion · ados y reaccionaron a la de-
1eens1va,
·
despue,,, s d e la Reco rm a A pa rt ir de en to nc es, las frecuent e s
1 1 •
ei e
controversias sobre cuestiones como la edad de la Tie�ra: e.1 or1· g e.n .
. s er1g1e-
las especies o la naturaleza material de 1 os proces. os fis. 1olog1co . ue
,, pt1co
,, .
con tr a el te sti m on io es c e
.1.
13
ron un sistema de teoría dogm at1 ca
experiencia humana, arremet1end ° contra personas .,
. cuya postura eL1

203
COSMÓPOLIS

· na do ctr i na pa rti cu la r que una creencia en su


1nenos una creencia en u ,, . ,, .
• u víctima fue. el me dic o y teo lo go un 1ta-
pr op 1a cre en ·
cia . na tem pra na
, tra s esc apar d e la Inqu
.
Miguel Servet, . qu ien i-
~ 1 de 1 si· g1o xvi
·
r10 espano . ,, e no le . . ,,
•,, ·
· 1on cato,11ca en Francia, se refug · io en Gi ne br a, lo qu s1rv1 0 de
s1c
pu es fu e ap re sa do all í m ism o y quemad? en la hoguera, en 1663,
nada,
·instancia· s de Calvi·no Sin embargo, conviene no tar una cosa. Las
a
s qu e s e ve ntila ba n en lo s ata qu �s a hombres c�mo S�rvet, Bruno
teoría
s» de teologia medieval. Todos
y Galileo no implicaban asuntos «añe¡o
uestos sobre el orden de la
ellos giraban en torno a los nuevos presup
ovisión moderna.
naturaleza, que conformaba el andamiaje de la cosm
Así, lejos de perpetuar una supuesta intolerancia «medieval», la conde­
na a Galileo, Bruno o Servet representaba una crueldad específicamen-
te «moderna».
Y ahora conviene que consideremos más de cerca cómo el andamiaje
«moderno» pasó a ser objeto de crítica y de demolición pieza a pieza.
¿Cómo reconoció la gente lo poco empírica que era la base en que des­
cansaba la nueva física? ¿Cuándo descubrió lo poco que sus metas cientí­
ficas justificaban unas cortapisas tan arbitrarias al ámbito de especula­
ción? Algunos materiales del andamiaje demostraron ser más defendibles
que otros y su diferente importancia cosmopolita hizo que resultara más
urgente defender unos antes que otros. El desmantelamiento de los ma­
teriales menos críticos ya había empezado a producirse en la década de
1 7 50, pero, como veremos, la tarea no se iba a poder culminar hasta bien
entrado el siglo xx.

1750-1914: DESMONTANDO EL ANDAMIAJE

L� p ri me�a d�ctrina en ser cuestionada fue la de que


la naturaleza no te-
nia una h1stor1a propia, así como 1a de que d , .
, . se eb1a aplicar la escala tem -
poral b1bhca a la naturalezª· Esta doctr1na • era mas popular en Gran Bre-
_ .
tana. El estudioso que cal cul'O 1a c rono1 ,,
. . og1a del Anti guo Testamento
hasta el nac1m1ento de e ris · t O Y d1. º una fecha para la Creación-el 4004
ª· C.- fue c�r.�osamente un arzobispo
,, anglicano. Con todo ' los estudio-
sos mas trad1c1onales se tomªban en seri. ,,n,
. ., . os años o la adv erte ncia de san Ag us n
que v1vio 1os u, 1 um de l ·
imp .
·Jantes ca,1 cu1os erio romano, de no confiar en seme-
.
numerológicos· S 1· bien mue . ,,
h os anglicano s supon1an que
204
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

Dios había creado el mundo, en su forma actua1 ' h. ac1a ,, solo


,, unos cuantos
~
m1·1es d e anos-Io que no dejaba cabida para · ,, . or1 ,, .
n1ngun d esarrollo h1st co
de la · n atura 1 eza a lar go plazo- ' en la décadª de 1 7 50 casi· n1ng • un ,,
pensa-
dor serio resp etab a esta restricción. En 1 5 , I mmanue1 Kant . ,, ,
. · • 7 5 pu b l1co su
hbro sob re. Historia natural universa/y teoría de ¡os cte· los, en e1 que se ser-
/ de las ideas newton1an . · ac1on · ,,
via as sobre el movimiento y 1a grav1t para
.
mostrar q ue tod o el universo astronómico podri"a haberse desarro11ado a
. .
pa rtir d e una prim era Y fortuita distribución de partículas materiales.
Esto engrandecía, a su juicio, la misión de Newton en vez de debilitarla
aunque su explicación diera por sentado que el cosmos debía haber exis�
tido �urante mucho más tiempo que el calculado por los newtonianos
anteriores.
El siglo XVIII también conoció el auge de la geología histórica y las
humanidades. El Edimburgo de David Hume y James Hutton, al igual
que el Nápoles de Vico y Giannone o el Konigsberg de Kant, Herder y
Hamann, se hallaban situados en la periferia de la Europa del siglo
xv111. Al no ser centros activos de la política y la religión, ajenos a las
presiones del nacionalismo, un Immanuel Kant pudo trabajar a su aire
en su pequeña ciudad mejor que en Roma, Londres o Berlín. Mientras
James Hutton investigaba asuntos relacionados con la geología, Adam
Smith convertía la ética en trampolín para la economía, Johann Gott­
fried Herder suscitaba nuevas cuestiones sobre el desarrollo histórico
de las ideas humanas y abría, así, la puerta a la historia de la cultura. Por
el mismo tiempo, su colega Johann Georg Hamann protagonizaba
unos escarceos igualmente originales en el terreno de la teoría del len-
.
guaJe.
La colisión entre la geología histórica y la Biblia alcanzó su punto crí-
tico en Inglaterra. En su libro Las épocas de la naturaleza, el naturalista
francés del siglo XVIII Géorges Buffon había interpretado el Génesi:
· des­
ia ha­
de hacía tiempo en términos menos restrictivos. Según él, no deb
eo­
ber ningún problema en tomar los «días de la Creación» por edades �
tahstª 5
lógicas. Pero, como ocurre en la América actual, los fundan en
1
as vallas
religiosos de la Inglaterra victoriana pusieron a sus caballos un
l a controver­
imposibles de saltar; el re sultado de esto fue que la base de _
wi n de la ev oluc ión de las espe cie s y a la h�1-
sia en torno a la teoría de Dar
_ · 'T· r·1( s· un de b�1te
b/1an puesto los geo/ logos- en 1 as d/eca das, de r 8 4 º y 1850 .r
uc tib le s sig uie ro n pe le an do en ese t ente.
durísimo, sólo unos cuantos irr ed
205
11:
' !I i !I .

cosMÓPOLIS

os m uy p o co sob re la historia de la naturaleza


ern
· .
Y actua 1inente aprend lo s q u e ve n en el bt g bang cosmológic o la
o ª u él
leyendo la Biblia, salv . �
ueba de la Cr ea ci ó n divina. .
pr m p o ra l n a tur l d m1l�s a ?1illones de
e
e sc al a te �
La ampliación de la d e an
_
os, so�o contribuyo en parte a
il es d e m il lo n es
años, e incluso a m so br� una misma base, p,ues entre los
hu m an a y na � ra l
poner la historia es id ua l so bre hasta donde es posi­
nd o u na di sp ut a r
filósofos sigue habie o a ello. Según él, los pro ces os
re alm en te . H eg el se op us
ble remontarse
sie m pr e se ría n re pe tit ivo s; sólo la s acciones humanas eran crea­
naturales
En cam bio , M arx fue un pr ecursor de los denominados <<monis­
tivas.
que ya no se podían tratar todos
tas>>. Leyendo a Darwin, comprendió
cánico ni negar creatividad
los procesos naturales con el mismo rasero me
leza era precur­
a la naturaleza. En su opinión, la evolución de la natura
sora de la historia de la humanidad. El estatuto recíproco de la historia
humana y la historia natural siguió girando, para los filósofos de finales
del siglo xrx, en torno a la relación entre los procesos (causales) y las ac­
ciones (racionales); y ahí sigue, al menos para los estudiantes de herme­
néutica o de la «teoría de la acción>>.

Otras doctrinas cosmopolitas se defendieron de manera más obstinada '


necesitándose tambi· en ,, mas ,, tiemp
· o para su desalojo. Hubo una especial-
. ,, . · · ·
mente difíc il de desaloJ· ar·· 1a creencia en 1 a «materia inerte» que h ab"1a
creado unos problemas ina . ' .. des
. · bordables a la hora de explicar las activida
vitales y mentales· Leyend° 1 a A utobzografía de Bertrand Russell, pode-
mos ver co,, mo las personas cu1tas de Gran Bretaña aún la daban por va,,l.1-
da en 1a d,,ecada de r88o · As"1, ª fiina1 es del
. siglo xix Russell entra en la ti-
1 osof,,ia por 1 os mismos fueros ue por
� los que entrara Descartes en su
época. Sorprendºd I o por la especia 1 <<:p . .
,, . a 5iv1da d» de los procesos natura1 es,
considerad os en terminas mecam. . .
. . c1st ª 5, no enco ntraba cabid a en la n. atu-
raleza para las exper1enc1as que .
se reSum1,,an en la palabra <:<conc1enc1a» Y
se sintió obligad 0 a tratar la m
ente como i· gual a-aunque dis . • ta de l
tin -a
materia. Su programa de an ,, .
ahs.1s filoso,, fi1co no considera estas catego-
rías-como si" h.1c1· era e1 de
Des_cartes-como «substancias» separadas,
pero lo llevó a enunci· ar 1as cu . sd -
estiones de epi. stemología en términ o ua
l.1stas. Como reza el v1• eJ. o ca1
ambur'
2 06
EL OTRO LADO DE LA MO
DERNIDAD

What is Matter? Never Mind! What


is Mind? No Matter!*

La base científica de la creencia en la 111 ateri·a << 1·11erte»


,, • • • o «pasiva»• se
hab1a VIsto en realidad cuestionada n1ucho antes de Russell. Ya en la dé
-
cada de . I 720, La Mettrie había criticado esta suposi. cio"n y, en ::,, I 7 7 7, J o-
,,
seph,, Pr1estley _afirrno que no irnporta para la fuerza explicativa de las
te�r 1as newton�anas que tratemos sus partículas n1ateriales como algo in­
tr1nsecamente 1�erte o co11:o centros de acción física. En algunos aspec­
tos, al tratar obJetos materiales como algo «activo» sus propiedades re­
sultaban más fáciles de explicar. Así, Priestley cita al filósofo jesuita
Roger J ohn Boscovich, quien demostró que uno puede considerar la
«impenetrabilidad» de un cuerpo-siempre con10 rasgo clave para la fí­
sica y la filosofía-co1no el efecto de una «gran fuerza de repulsión» que
opera en su superficie. Boscovich se sintió turbado ante el apoyo de
Priestley: no quería tener co1no aliado a un materialista notorio. Pero,
una vez pasada la polvareda suscitada por las afirmaciones de Priestley,
sus ideas cayeron en el olvido y la creencia general en el axioma de la
inercia volvió a seguir inquebrantada.
El resurgimiento de la epistemología a principios del siglo xx de la
mano de Mach y Russell, y, posteriormente, de los filósofos vieneses y
angloamericanos (en los años veinte y treinta), partió de nuevo de unas
cuestiones que daban por sentada la inercia de la materia. Para los fines
de la física teórica, este presupuesto se vio cuestionado por el auge de la
física cuántica después de 1900 y, sobre todo, por el de la mecánica on­
dulatoria de Schrodinger y la mecánica cuántica de Heisenberg en 192 7.
Hay que apuntar en el hecho de haber de John Dewey-y atribuir a su
sentido de la debilidad del programa de Descartes-el hecho de haber
visto enseguida lo destructivamente que el nuevo sistema de física afecta­
ba al programa de la filosofía moderna. En las famosas Conferencias c;i�­
ford de 1929 no sólo criticó la búsqueda de la certeza con10 n1eta p ri ­
mordial de la filosofía moderna, sino que tarnbién se alegró de q ue
Heisenberg nos hubiera e1nancipado de los condicionanlientos irnp ues ­
tos en el siglo xvn, época en que la gente empezó a ver la naturaleza

*N. del 1�. Dos traducciones posibles:


· .;i ¡ N.o u· n IJorta'• e:-Q· ué es el csn
1 ª ¿ Que, es l a n1atena · t írin1? ¡No i111porta� .· r
, · , .
· ntu. ¿ Q ue� "',
es el
· csn
· r 1nt u ·;:i 1• N une;1 nutc11:1.
2 ¿Qué es la 1natena? N unca espt
ª

207
cosMÓPOLlS

. . gantesca. , y creó de este modo las consab .


idas divi-
corno un�1 ,11d. r¡ 111n11 gi
.. 11 .
1,1 te 4.
11 a y 111e nte ' 1 ad y raciona1·d
causal'd 1 ad, y na-
siones cartesianas en tr e
turaleza y hu1nanidad.

· · rtan tísi rno del esquema moderno que · durante mu-


Otro e . l e1n en to 1n 1p o . . .
.· tam ent e 1ne xtr 1ca ble era la dicotomía
e ho t1en1po hab"·1a resultado con1ple
· y cau sali dad , y ent re humanidad y naturaleza. En la
entre rac 1on a ¡·da
1 d
lugar común nuestra necesi-
década de los ochenta, se convertirá en un
al
dad de reintegrar la humanidad (y la con_ducta racion de sus mi�mbros)
en la naturaleza (junto con las interacciones causales de los obJetos), y
encontrarles un lugar dentro de una más amplia explicación ecológica
del n1undo (ya <<hun1ano» ya <<natural>> ). Pero aún quedaban en esa fecha
rnuchas personas que no deseaban renunciar a esta separación entre na-
. turaleza hurnana y naturaleza material (en esta fase de nuestra investiga­
ción, sus razones están bastante claras).
De 1750 a 1914, con el paso de las sucesivas generaciones, los filóso­
fos, los practicantes de ciencias exactas, los novelistas y los poetas, todos
ellos buscaron la manera de recuperar la base cultural que se había per­
dido a resultas de la Guerra de los Treinta Años. Pero esto era un obje­
tivo bastante difícil de alcanzar, pues había que recuperar todo el terreno
palmo a palmo. La cirugía impuesta al pensamiento europeo por los fa­
náticos y perfeccionistas del siglo xvn fue tan drástica que la convalecen­
cia fue también inevitablemente lenta. La apoteosis de la racionalidad ló­
gica y forn1al echó unas raíces muy profundas y, durante mucho tiempo,
tornó problemático la situación de los «sentimientos» 0 «emociones».
Tanto los humanistas como los científicos-por una parte los novelistas
Y, por la o tra, los fisiólogos y psicólogos-se enfren
taban a un auténtico
n_u do gordian� a la hora d e intentar registrar exp
_ y licar nuestras expe­
riencias emocionales.
Desde el la do de los humanistas, el rel
ato de este terreno recuperado
forma �n cap ítulo aparte en la historia
de la novela. Para Daniel Defoe,
en la decada de I 720 ' el caracter Y e1 ep1· ¿·
,,
. . s0 10 si· guen siendo en gran par-
te cuestiones de circunstancia · En este
. . .
c�smsta ' s1gt11endo la tradición de
1 o, escr1·b e a 1 a manera de un
sent'd
. l a teología moral medieval y renacen-
tista. Cincuenta años despué s (aun qu . .
e 1 as 1nt enc1ones del autor sean sa-
208
EL O�RO LADO DE LA MO
DERNIDAD

tíricas), los héroes (o villanos) de La,r amistades p e¡·1g;,.osas de L ac 1os •


,. siguen
actuando segun los cálculos racionales de la men te cartesi· ana. L as tram
as
de Jan e Aus ten des can san en sentimientos hon . estos y en una autoeva1ua-
. ,. ,.
c1on mas o meno� !?�rada; pero Anthony Trollope y Charles Dickens
demuestran la pos1b1hdad de unos personaJ·es den1asi·ado <<ex1· g1·dos» para
. . artes de la autocompren
dominar las sión. Se abri"a asi" un camino que
. ,. .
conduc1r1a a los novelistas «psicológicos» como Feodor Dostoievski,
Henry James y Virginia Woolf.
na afirmación ta� n� significa convertir a la novela en un género
. �
1neV1tablemente <<romant1co». Con10 movin1iento decimonónico, el ro­
manticismo nunca rompió del todo con el racionalis1no; antes bien, se
convirtió en su imagen especular. Descartes exaltó la capacidad para la
racionalidad for1nal y el cálculo lógico como el elemento supremamente
<<mental» de la naturaleza humana a expensas de la experiencia emocio­
nal, lamentable subproducto de nuestras naturalezas corporales. A partir
de Wordsworth o Goethe, los poetas y novelistas románticos se inclina­
ron hacia el otro lado: la vida humana que está regida sólo por la razón
calculadora no merece realmente ser vivida, y no hay nobleza sin dispo­
sición a rendirse a la experiencia de las emociones profundas. Pero ésta
no es una postura que trasciende el du alismo del siglo xvu; antes bien,
acepta dicho dualismo, aunque votando por el lado opuesto de la dico-
tom1a.
En el terreno de la ciencia, el desarrollo de la fisiología, a principios
y mediados del siglo x1x, amplió el alcance de la investigación científica
no sólo en cuanto al contenido, sino también en cuanto al método. Le­
yendo la historia de la ciencia posterior a 1 700, se puede inferir qu e ésta
cambió porque los científicos ampliaron el radio de acción de su estudio,
reaplicando sistemáticamente a los fenómenos nuevos un «n1étodo cien­
tífico» común. Pero la verdad es más interesante. Conforme los científi­
­
cos se fueron interesando por la geología histórica, la química � la b!olo
ia , la
gía sistemática, para luego entrar a estudiar de lleno 1� ,fis10log
ecok:­
neurología, el electromagnetismo, la relatividad, la evolucwn Y la
ex lt­
gía, no utilizaron un único repertorio de «1nétodos» o formas de �
qu t n ian
cación. Al abordar cada nuevo campo de estudio, lo prirnero � � _
es histonca:
que descubrir era cómo estudiarlo. La geología hist�rica , _
cia rse en lo s 1ni sn 1 os tern1tnos 111
luego sus problemas no pueden ni en un
.
me ,. to dos que 1 os, pro bl en '
1-1 s
- de Ne,vton en el
resolverse con los mismos
209
i �- '

COSMÓPOLIS

,, · . Reconstruir la historia de la Tierra exigía también


campo de la me 1ca can
una reflexión historiográfica. ,, .
a pa ree l· d a, cua n do en el sig lo x1x los med1cos franceses vol-
D e man er
es a la física y la química para crear
vieron la mirada a las ideas subyacent
· de la fisiolo gí a , no sól o midieron y pesaron organismos
la nu ev a c1enc a
1· .
· eran de los pla net as orb itales o de las rocas
VIVOS, como s1· no se distingui
inanimadas, sino que su preocupaci ó n po r la rel evan cia
.
� e !ª .
fisio logía
d los obligo a elaborar
ara la comprensión de la salud y la enfermeda
a i
fambién unos nuevos tipos de explicación, centrad en térm nos como
<<función>> y «disfunción», es decir, el modo bueno y malo del funciona­
miento corporal, que son irrelevantes para los objetos y sistemas físicos
(los planetas no tienen «buenas» o <<malas» órbitas: simplemente se
mueven como se mueven). Como dijera Claude Bernard, la «medicina
experimental»-como él denominó a su nueva ciencia-podía ser deu­
dora de la física y la química, pero de una «física y de una química reali­
zadas en el especialísimo campo de la vida», matización ésta que se nos
antoja esencial. ¿Cómo saber si el corazón de alguien está verdadera­
mente sano? ¿Cómo curar la insuficiencia cardíaca? Lo «bueno» y lo
«malo» se hallan incorporados en la base de tales cuestiones. Aún es po­
sible que un bioquímico molecular se sirva de métodos desprovistos de
valor; pero la investigación médica, al igual que la medicina clínica, tiene
que ver fundamentalmente con lo que Aristóteles llamara «lo que es bue­
no y malo para los seres humanos».
Así pues, a mediados del siglo x1x las ciencias naturales ya no eran, en
la práctica, productos fríamente empíricos de una razón «desprovista de
valor», como podrían haber seguido siendo de haber seguido limitando
�us �ampos de estudio a objetos y sistemas que eran de hecho inertes,
inanimad?s Y no pensantes. Los científicos del siglo x1x, tras dar este
paso crucial que los alejaba de las teorías mecanicistas de la física del si­
glo xvn, siguieron adelante. Los pasos ulteriores, desd las funciones
e
corpor�les a las fu�ciones sensoriales de la vista y
el oído, y así hasta las
denominad�� funciones mentales «superior
es», fueron cuestión de sim­
ple progresion. �m�anuel Kant había visto uno
s obstáculos insuperables
para crear �na ciencia de la psicología. Esto
significaba, a sus ojos, trata· r
la «mentalidad» como otr o 11 cenom ,, eno causal matema,, ticament ·
· e pr e vi si-
ble ' gobernado por leyes tan rigi ,, 'das como 1as del moV1· m1en · ·
to pla n eta r io .
Pero sus sucesores alemanes pasaron a la · ·
ps1co1 og1,,a desde la fis10 logi'a y
210
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

no desde la física, soslayando a. sí su obJec · ion · ,, . Las cuestiones de fisiología


sensoria • l sobre el buen o mal funcionan1ien t° d e l os OJO · • ·.
. S y del s1st en1a v1-
su al se pued e apl.icar a cualquier otro tipo d e org ,, anos; pero, dado que ta-
,, ganos son sen .
les or soriales, las funciones en cuestio , · ,, n son «n1entales>> y
. .
se pueden abordar as1mis1no desde el otro . lado d e 1 a gra n d.1v1s
· ·
or1a carte-
. . ,,
rtir de la deca da de 1860, Herinann H 1
siana. A pa . e m holtz y sus colegas
. � ·
re-enunciaron las cuesuones sobre la n1en . . te ·y el e uerpo en ter1n 1nos ta-
.
les que escap aran al du alismo cartesiano. Al sistema resultante lo deno-
minaron <<monisn10»; pero, h asta finales del siglo x1x, se centraron en las
funciones «cognitivas», no en las << afectivas».
El resultad� fue que las emociones no se convirtieron ni rápida ni fá­
cilm�nte en ob�et� del es�dio científico. En efecto, durante gran parte
del siglo los psiquiatras situaron la base de la locura principaltnente en
una confusión cognitiva o lesión cerebral. Tal fue el telón de fondo so­
bre el que Sigmund Freud inició su odisea: en su época de estudiante con
Meynert, en que se dedicó a la neurología de la afasia (la pérdida de la ca­
pacidad para comprender o producir habla), siempre fue un monista.
Cuando se orientó hacia la medicina, se enfrentó con al gunos casos de
histeria, de obsesión y de conducta compulsiva. Sin embargo, al princi­
pio dio por sentado que estas patologías eran también, en cierta medida,
producto de algún defecto neurológico y, por tanto, eran en cierto senti­
do producto de al gunos «nervios malos>>. Fue un cambio irónico, pero
crucial. Los problemas filosóficos de la mente y el cuerpo no se decidie­
ron inmediatamente a favor del monismo, pero al menos las emociones
habían entrado de lleno a formar parte de la agenda de la ciencia y la n1e­
:
dicina. Y ya no se podían tratar como algo «subjetivo» o «caprichoso»
representaban unas características <<reales» de la vida y la experiencia hu­
manas y como tales tenían que ser estudiadas.
ra n1o?erna el
Como pronto redescubriría Freud, a lo largo de toda la e _ (
o un rec ur so eu fem íst ico pa ra alu dir sin non 1-
término emociones había sid
pasado inu­
brarlo realmente) al m alfamado tema de la sexualidad. Había
de M on tai gn e est uv ier a de ':1o da. Para re­
cho tiempo desde que el candor
xv rn uti liz arí a un e ufen�ismo como «el
ferirse al orgasmo, un auto r de l sig lo
sent im ien t os hu m an os fu� �te s, la en�o ­
clímax de la pasión». De todos los
av e de las am en az as co �t ra la n�cwn-e5t;H-lo Je­
ción sexual parecía la más gr
cke y, lo s no ve lis ta s sa b, an _q ue, �,;un o r»
rárquica. A partir de Defoe y Tha ra
/ d.· 1st1n · .-
c1o ne s -- (l e � cl· as e · Fr· · eu d , c1ent1hco que
Y «enamorarse» no conoc1an
211
• 'I ! ·� ,.�
t • - •
1 - • 1 :

COSMÓPOLIS

,,. GToe th e y qu e, al igu al qu e éste, no vió ningu. na división estric-


an10 a <<SU»
ntr e ·
cre
·
ncr a y h um ani ·dade s, gust ó especialmente de destacar el poder .
de
�e
«r esp eta ble s» tre pa dores sociales.
la sexualidad reprimida en la vida de los

4 , Pues , Y a esta ban listo s tod os los ma teri ales nec esarios para jus-
En I 91 . . .
tificar el desmantelamiento del and am 1aJe intelectual que, desde finales
del siglo xvII, había marcado las �autas del pensamiento aceptab�:· Algu­
nas personas especialmente sensibles estaban empezando tamb1en a ver
con la profundidad adecuada los cambios que se avecinaban. Recordan­
do, en 1924, los días anteriores a la Primera Guerra Mundial, Virginia
Woolf declara con encantadora exageración: <<Por diciembre de 1910, la
naturaleza humana cambió». Se estaba refiriendo al efecto de la gran ex­
posición postimpresionista organizada en Londres ese mes por dos com­
pañeros suyos del grupo de Bloomsbury: Roger Fry y Desmond Mac­
Carthy. Para Inglaterra, aquella exposición, junto con los Ballets Rusos
de Montecarlo de Diaghilev, significó, poco antes de 1914, que la tiranía
de las ideas victorianas había tocado a su fin. En 19 I 4, las estructuras po­
líticas y culturales de Europa Central estaban perdiendo también credi­
bilidad política y social, como expone espléndidamente Robert Musil en
su novela El hombre sin atributos. Esto ocurrió ' sobre todo ' en la Viena de
Mach, Wittgenstein, Schonberg, Klimt, Freud y Musil. Los Habsburgo
decidieron convertir su ciudad en la guardiana de la Contrarreforma.
Los vieneses eran, pues, especialmente sensibles a cualquier crítica de sus
valores, y muchas de las batallas intelectuales y artísticas de la época em­
pezaron en Viena antes de pasar a otros centros culturales de Europa.
Los testimonios de tales batallas resultan fáciles de ver. En todo el es­
p�ctro que abarc�ba de la física a la psicología, ninguna rama de las cien­
cias naturales se iba a basar ya en la fe-del siglo xvn-en la racionalidad
de la naturaleza. Todas ellas podían vivir de manera aut no ma con mé­
ó
todos de explicación ?�sados en experiencias propia de primera mano.
s
De 1 �9° ª 1 9 1�, l?s físicosJ.J. Thomson, Albert Ein
stein y Max Planck
rompieron l?s ultimos eslabones que unían a la teo
ría física de su tiempo
co n la anterior o rt o doxia new toni·
an a. La nueva fís1·ca creada de esta ma-
nera- p ar�ículas que eran más pequeñas que el
_ más ligero de los áto mos,
espacio Y tlempo que carecían de una distinción clar y
a precisa, materia Y
212
>

EL OTRO LADO DE LA MODERNIDA


D

energía que parecían i�tercambiables-daba al traste con cualquier últi­


mo asomo de pretens1on de que la geometría euclidiana y la mecánica
newtoniana eran ciertas, definitivas e indispensables para la comprensión
racional de la naturaleza.
Entre tanto, la teoría de Darwin se veía corroborada por la obra de
William Bateson, que reactualizó y amplió las ideas de Gregor Mendel
sobre la genética, mi�ntras Malinovski, Lévy-Bruhl y otros colegas suyos
revitalizaban el estudio de la humanidad, extendiendo y enriqueciendo la
obra de los historiadores del siglo x1x mediante sus estudios de religión
comparada y de antropología cultural. Finalmente, el eje mismo de la
cosmovisión moderna en torno al cual giraba todo lo demás-la dicoto-
,,, . . .
m1a entre razon y emoc1on, o entre pensamiento y sent1m1ento, con la
,,,. / "'

consiguiente devaluación del eros-se veía sometido a un ataque en toda


regla por parte de Freud y los psicoanalist�s, que arremetieron por su
parte contra la ecuación cartesiana entre <<mentalidad» y «cálculo cons­
ciente», o entre «razonabilidad» y «racionalidad formal». Por primera
vez, un lector corriente podía sentir que la insistencia de Hume en el ca­
rácter indispensable de los sentimientos como fuentes de la acción hu­
mana era algo más que una mera fuente de. paradojas ingeniosas, como
cuando declaró: <<La razón es, y ha de ser, la esclava de las pasiones».
En 1910, la cultura y la sociedad de Europa occidental estaban a pun­
to de volver al mundo de moderación política y tolerancia humana con
que habían soñado Enrique de Navarra y Michel de Montaigne. Dados
estos materiales, las décadas de 1910 y 1920 podrían haber presenciado
perfectamente la demolición definitiva del andamiaje moderno. Los
científicos de la naturaleza se sentían libres para acometer sus tareas con
métodos independientes. Los antropólogos podían celebrar la diversidad
de las diferentes culturas. Por su parte, los políticos tenían la oportuni­
dad de practicar una sana modestia frente a las pretensiones soberanistas
de la nación-estado,' tal y como encarecía Norman Angell en La gran ilu­
sión, y de crear una «Liga de naciones>> transnacional que podría haber
impedido los espantosos extremos de violencia intraeuropea que empe­
zaron en 1914. En Europa occidental, la humanidad estaba lista para una
emancipación cultural y social y podría haberla experimentado en los
años siguientes, si todo lo demás hubiera seguido igual.

213
--

co sMÓPOLIS

: EL RE-RENACIMIENTO APLAZADO
1920-196 0

no · i ó i al. Eur opa no volvió a adoptar los valo-


Pero todo lo demas ,, u
51 g u g ,, .
y tal vez por eso se. le ,, . der rum bo el mun do e nc ima.
re s d e 1 R en ac ·
1m ·
1e n to . .
. ,, n1· nguna Liga de Naciones n1 hab1a ninguna otra ins .
titución '
No ex is ti a . .
fre no a las a mb 1 c1
transnac1o · na 1 o subna . ci·anal, que pudiera poner ones de
ter cas na cio ne s so be ran as de Europa. Todavía faltaban cincuenta
las
No rteaméri�a se mostr�ra verdade­
años para que el pueblo de Europa y
en te abi ert o a un res urg im ien t o de las mencionadas actitudes rena­
ram
bles por naciones-estado
centistas. Así, cuatro años de matanzas implaca
o
soberanas fueron seguidos primero de una paz poc equitativa-y racio­
nalizada en términos de medias verdades hipócritas-y, luego, del colap­
so financiero y la depresión económica; y todo esto para desembocar to­
davía a otra guerra de cinco años que sumió a todo el planeta, desde
Noruega hasta Nueva Zelanda, y desde Londres hasta Tokio, en un au­
téntico apocalipsis. Tras lo cual, quienes lograron sobrevivir al colapso
del sistema heredado de estados soberanos, y a la subsiguiente catástrofe
económica, pasaron los quince años posteriores esperando poder resta­
blecer el status quo ante. Todavía en los años cincuenta, la mayoría de la
gente consideraba demasiado precipitado columbrar un cambio radical
de mentalidad.
Es cierto que, poco después de noviembre de 1918, con la proclama­
ción de la superioridad de las teorías de Einstein sobre las de Newton
tras las observaciones del eclipse solar de 1920, había quedado por fin
co mpletam e nte manifesta la fragilidad de los materiales del andamiaje
qu � aún p e rmanecían en pie. La derrota de las potencias del Eje en la
Pnm�r� Guerra Mundial puso finalmente en serio peligro el arreglo di­
plomatico alcanzado con la Paz de Westfalia de 1648. En Alemania, e in­
cluso, más sorprendentemente, en el Imper
. io Austrohúngaro, se de-
rrumbaron dos regímenes dinas ·
,, ncos muy i· mportantes de Europa, que
. .
vieron impo tentes cómo se les iban d e
las manos sus territorios anexio-
nados. Estos cambi os ' que nos recuerd
. . an un tanto al cataclismo so b reve-
nido en el siglo xvn ' prodUJer · o n una c1 ara revalorización de la nac1o . ,, n-es-
tado «absoluta y soberana». La cri,, .
,, . tica de Norman Angell ' puesta en
practica por Woodrow Wilson, co
. . . ndUJO • a la aceptación de la neces1·d ªd
de unas 1nst1tuc1ones transnaci· ona1 .
. ~
treinta anos despues' las Naci· ones ,. es: prim ero ' la Liga de Nac1ones y,

Un1das, el Banco Mundial y u na d o-

1
214
p

EL OTRO LADO DE LA MODERN


IDAD

cena de or_ ganismos intergubernamentales de carácter func1· ona1 y tec


/ ·
ni-
co. L os anos que van de 1920 · · /
a 1960 fueron una e/poca de trans1c1on du-
.
rante 1 cual crec1? una generación para la que dejó de
�_ _ tener valor cos-
�opohtico la trad1c10n�l y «respetable» opinión del período 1700_ 1 914,
sin encontrar empero ninguna alternativa clara.
Así pues, entre 1910 y 1960 quedó postergada la anunciada vuelta a
los valores del Renacimiento (un <<Re-renacimiento>> , por así decir). y
ello no sólo en el ámbito político y social, sino también en la mayoría de
los ámbitos del arte y la ciencia. En lugar de aprovechar las posibilidades
abiertas por la demolición del sistema-marco del siglo xvn (explotando la
riqueza de la antropología y la historia, reintegrando el pensamiento y el
sentimiento y resituando a la humanidad en su lugar apropiado dentro­
que no fuera-del orden de la naturaleza), los _intelectuales y artistas de
Europa volvieron de nuevo la espalda a estos menesteres. Si el terreno
estaba más preparado que nunca antes desde 1610 para una renovada to­
lerancia de la diversidad, la ambigüedad y la incertidumbre (los rasgos
distintivos de la cultura y retórica renacentistas), el colapso político y el
conflicto militar empujaron en la dirección opuesta. La riqueza del sen­
timiento y del contenido quedó en entredicho, el rigor y la exactitud for­
males volvieron a estar al orden del día.
Así pues, y según la formulación aquí adoptada, los que encabezaron
la reacción intelectual y cultural tras el desastre de la Primera Guerra
Mundial decidieron no tomar un rumbo humanista, sino volver más bien
al formalismo. En toda una serie de ámbitos, los decimonónicos artistas
y pensadores finiseculares habían explorado los recovecos más infrava­
lorados por las primeras generaciones de los «modernos>>; a saber, la his­
toria y la psicología, y en especial la psicología de las emociones. Durante
cuarenta años seguidos, después de 1920, la tendencia pareció invertirse.
En música ' el cromatis�o de Gustav Mahler fue condenado por sus ex-
cesos románticos y una blandenguería rayana en lo podrido (como la car-
ne de un caqui), mientras que la grandeza sinfónica de Anton Bruckner
era vista a su vez como un callejón sin salida. La intelectualidad de la
época dio por sentado que el rigor intelectual de la música «de doce to­
nos», ejemplificada por Arnold Schonberg, Anton Web�rn Y _Alban
Berg, marcaba la pauta del futuro. Los pintores y otros a�tistas VISlrnl:s
relegaron la «representación» al mismo infierno despectivo que ha�ta
sufrido el romanticismo en música. A5í, por ejen1plo, las obras de Piet
215
--
cosMÓPOLIS

· ru ct ivista s de sp leg a ron la misma frialdad intelectual


Mondr1an y 1 os · · con s t ,, . . Es ci. erto que, en Ale-
co mp os1c1 ne s d de ca fó ni ca s en mus1ca
que 1 as o o
·
ge G sz y l s ex p esi onistas estaban exp l orando una nueva
manta, Geo r r o o r

a las em ci ones, inaugurada antes


de 1 9 1 4 por Oskar
m an e ra de pla sm r o

ka y Eg n Sc hie le, en t e otros; per� la �ayor parte de la «van­


Kokosch o r
rac10nahsta de la tabla rasa y la
guardia» europea decidió revivi r el sueño
vuelta a los fundamentos abstractos.
lo c
Este mismo alejamiento de lo histórico , lo concreto y psi ológico
cia en la ciencia de
a favor de lo formal, lo abstracto y lo lógico se eviden
la naturaleza de los años veinte y treinta. Los matemáticos más egregios
de la época no se ocuparon de problemas aplicados (y·menos aún infor­
máticos), sino de problemas de análisis <<puro», geometría diferencial y
otros campos eminentemente no aplicados. Los físicos aplaudieron el
hecho de que los conceptos de relatividad general y mecánica cuántica se
hurtaran a cualquier intento por captarlos de manera intuitiva, al margen
de sus definiciones matemáticas. En biología,]. H. Woodger trató de re­
fundir la teoría genética en un sistema axiomático; pero los resultados de
su obra demostraron que la lógica formal limitaba la imaginación teóri­
ca tanto como la facilitaba: si los genetistas prácticos la hubieran tomado
más en serio, ello habría retrasado-que no acelerado-el estudio bio­
químico del código genético. Hasta los científicos conductistas trataron
de construir teorías axiomáticas, o sistemas h omeostáticos, que pudieran
dar a la psicología y la sociología el poder abstracto de la geometría de
Euclides o de la lógica de Russell y Whitehead. Vistos retrospectiva­
mente, más l�s habría valido seguir el ejemplo de sus predecesores (antes
de 1 9 1 4), Wdhelm Wundt y Max Weber, de dejar a un lado los sueños
de u�a receta �niversal para la construcción teórica y centrarse en las
,,
multiples y variadas exigencias de los problemas especí
ficos que tenían
delante
Un ejempl� �l�ve de esta vuelta general al forma
. lismo es el resurgi­
mien:o del posiuvismo a través de los filósofos
. del Círculo de Viena en
los ano s veinte. Los método s de Descartes,
como vim tuvie-
ron un d°ble enfi�q��: una parte cripto analític · os, siempre
·
a (descrifrar el «lenguaje»
en el que se «escribio» el libro de la natural . na-
. ncia. como a la ez a) y otra parte fu n da c1o
list
. a (dar tanto a la cie
· epistemo 1og1,,a una base «probable-
mente cierta») . E1 Ci,,rculo de Viena tambº,, . tes dº
r1erentes. Algunos de sus . ten englob,,o dos corrien 1-
miembros , como Hans R e1•
chenbach y Rudo1ph
216
>

EL OTRO LADO DE LA MO
DERNIDAD

Carnap (más alemanes que austríacos), se propusieron reformu1ar 1


· as
cu esti on es d e l a ·
cie nci• a nat ural y la filosofía en términos ab stractos y uni
-
vers al es. Otr os, en cam bio, como Otto Neurath, que fue m1· n1s
. . ; · tro de1 go-
bierno s ocialis ta aus tria co en la posguerra, mostraron una tendencia más
pragmática. La principal preocupación del Círculo de Viena-revivir la
«exactitud» y construir una <<ciencia unificada>> en torno a un núcleo de
la lógica ma�emática-se diluía, así, a causa de una preocupación prácti­
1

ca por cuestiones de reforma social y política. Sin embargo, resulta difí­


cil pasar por alto la n�stalgia por las certezas de la filosofía del siglo xvII,
motivadora de esta alianza entre positivismo y lógica formal, sobre todo
dentro del movimiento de la «ciencia unificada»: «¡Allí donde estuvo
Euclides, allí estará también Russell!>>.
Pero no todos los efectos de esta nostalgia fueron afortunados. A me­
dida que las ciencias fueron ensanchando poco a poco su radio de acción,
entre I 720 y 1920, una cosa que no dejaron de hacer los científicos <<apli­
cados>> fue redescubrir la sabiduría de la advertencia aristotélica sobre
«casar los métodos con los problemas», alejándose, en consecuencia, de
la exigencia platónica de un «método» único y universal: el de la física
preferentemente. En la Viena de los años veinte y treinta, los filósofos de
la ciencia volvieron a la postura anterior, monopolista. De todas las cien­
cias naturales, la que más tenía en común con la lógica formal y la mate­
máticas puras era la física teórica; así que, al parecer, sólo se necesitaban
una redefiniciones adecuadas de sus conceptos básicos para construir
puentes formales que unieran la física con el sistema de los Principia l\,1a­
thematica. La biología se podía meter en el saco de la resultante ciencia
«unificada» sólo con que la biofísica y la química orgánica se situaran en
su núcleo. Con lo cual, sólo esas disciplinas «blanda1nente centradas>>
que Descartes había excluido desde hacía tanto tiempo-la antropología
cultural, la sociología, etcétera-quedaban fuera de la casa, rigurosa­
mente construida, de la <<ciencia>>.
La ilustración más reveladora de los derroteros que tomó la cultura
europea de entreguerras, al margen del Círculo de Viena, se _puede en­
contrar en la arquitectura. Los críticos pioneros de nuestro tiemp o, los
que con mayor fuerza exigen un estilo «posn1oderno», los p�de�110s en­
contrar entre los arquitectos. Dadas las a1nbigüedades del tern11110 nH�­
derno, sus llamamientos pueden parecer irrelevantes para la tnodcrnt-
· ( t11" • Pe· ro 1n1edcn
dad, que ha sido nuestro pr1nc · l o b.Jeto (1 e es·t tH11· < ) ·1t1
· 1pa
217
cosMÓPOLIS

. . artantes si afinamos un poco nuestro análisis de


decir . nos cosas rnuy imp · ·
. . s est1.1 os, del tnodernismo. Para / un os , el m ov1m1e nto «moder-
los distinto ·
/ 1tim .
. · ctó ni co come nz o en la u a d,,
ecada del si glo
n1sta» en e 1 is
d' en ~ o ar qu 1 te
M ac ki n to sh en G la sg o w , y O tt o Wagn er y Jo-
x1x, con Charles Rennie a con lo que d enom
·
1na mos art
an n en V ·ena · Co mo· tal ' se solap
sef Hoffn1 l

ea u. .1n em bargo, ya antes de 1914 las formas de este art nouveau '
nouv S
•in
. spira · das en la biología, ya se estaban viendo superadas en los edificios
.. . .
y Ad olf L aos y en el mob1h � a 10 de l W 1ener Werkstatte.
de Ho ffm an n
arqmtectur� i_n�derna y del dise­
Así pues, antes de 1920 gran parte de la
ades est1hst1cas que en unos
ño de interiores se basaron más en noved
principios de diseño radicalmente nuevos: allí donde_ los diseñadores y
arquitectos art nouveau tomaban sus detalles decorativos de las formas
vegetales, Hoffmann y su escuela los buscaban en la geometría.
Por su parte, Adolf Loos rechazó toda dependencia de una decora­
ción que careciera por completo de función, si bien nunca se opuso a
compaginar las edificaciones con sus respectivos usos o emplazamientos.
En su opinión, cualquier diseño debía mostrarnos qué es el edificio para
nosotros. Por muy <<moderno>> que pudiera ser un chalé de Loos, nunca
se debía confundir con una casa urbana y menos aún con un bloque de
oficinas o un museo de arte. Después de la Primera Guerra Mundial, la
arquitectura tomó nuevos derroteros y volvió la espalda a lo profuso, de­
corativo, histórico y emocional. La revuelta resultante contra el color or­
n�mental Y local �o cualquier tipo de color, en general) es un rasgo prin­
cipal de �o que iba a ser el movimiento principal de la arquitectura
<<modernista>>, que culminaría en los edificios y escritos de Mies van der
Rohe.
Como teórico del diseño arquitectónico moderno Mies es una figu­
ra d: los años de ntreguerras. Como profe
_ �
teorias sus aplicaci ones más espectacu lare
fu;
sional, él quien dio a sus
s. Mies abominaba del c olor lo-
cal a favor de unos pr 111 · cipi · · os univ · ersales en el diseño' igualmente apro-
.
piados a todos l o s emplazami·entos ,,, ,,
. ,. ,, . geografic os. Est o no e r a solo una
e1eccion tecnica. Su afán de <<univ · ersa¡1d ,,
. t plat · ad» era la expresión explici· ta d e
n pu to de VlS
�gus ?n E � _ ?nico, que según él derivaba de 1a lectura de san
ti . s�os ? r1nc1p10s definían la
_ estructura fundamental de un edifi­
cio, no en term1nos (geométricos)
funci. onales, sino estructurales; p or eso
no compartía la op1n · 1o
· , n de L oos de que
n ifestar su uso ' an tes a 1 co
la iorm
.e a de un edificio deb"'1a rna-
· .
n trario ' se congratu1aba d r rrnar
e poder trans1o
2 18

EL OTRO LADO DE LA M
ODERNIDAD

un diseño inicialmente destinado a unas ofici·nas centra1es en un mu


m od erno. seo
de art e A est e res pecto, las ideas de Mi·es no fueron so;l ·
. . ; o un1-
versales, sino tambien abstractas , como las 1·deas abstrae tas unive ·
rsa1es
; en la
que es tan bas e de la filosofía de Descartes. Su programa de arq
. . . u1-
tec�r�, p uJ o �� os ed1fic10s �uyo distintivo técnico era la claridad y
rod

precision matematicas, que pudi eran servir para toda una serie de fines
distintos, unos edific�os �ue se hallaran igu almente integrados (0 <<des­
plaza�os») �n cualqui . er ciudad o país. Un bloque de pisos de Mies pue­
de, asi, servir para Ilustrar un texto sobre la geometría cartesiana O «coor­
denada», en la que los emplazamientos espaciales se remiten a un
determinado <<origen de coordenadas» ( O) y a los determinados «ejes de
referencia>> (Ox, Oy y Oz).
En los principios que sigue Mies vemos al hombre que dominó el di­
seño arquitectónico en Europa y Norteamérica hasta los años cincuenta a
base de rechazar la diversidad de la historia y la g eografía-y las necesida­
des específicas de actividades humanas particulares-a favor de unos prin-
cipios universales y atemporales. Este es el paso que dieron Descartes y
los racionalistas del siglo xvn al hacer caso omiso de las prácticas variadas
y las opiniones ambi guas e inciertas que habían sido consustanciales al hu­
manismo del siglo xv1, a favor de unas teorías y pruebas susceptibles de
imponer el consenso general. Entre las dos guerras, otras bellas artes re­
corrieron la misma senda dejando la pizarra completamente limpia y em­
pezando de cero, como testimonian las pinturas deJosef Albers; así, el re­
novado sueño de una «tabla rasa» se converti rá en ten1a primordial de la
cultura de ese período. En esa medida, el movimiento que ahora conoce­
mos con el nombre de <<modernismo» en las artes reflejó los temas fun­
dacionales de la modernidad del siglo xvn con la misma seguridad que el
programa filosófico de una ciencia unificada y formalmente estructurada.
Entendido así, el <<modernismo» en arquitectura y bellas artes de los años
veinte compartió más cosas con la «modernidad» de la filosofía raciona-
lista y la física de lo que se podría pensar. . .
Dadas estas semejanzas imprevistas, cabe hacerse la siguiente pre-
gunta: «¿En qué medida la situación política y cultural de la Europ a _de
los años veinte y treinta se puede comparar con la edad de 0�0 d�I ra CJ o ­
nalismo en el siglo xvn?». Si comparásemos solament e esa los . mt e lec­
tuales, géneros artísticos y otras cosas por el estilo , e�tos parecidos r o �
drían parecer insustanciales, superficiales y hasta accid entales. Pero, si
219
• : • • 1 • '
1 1,

cosMÓPOLIS

. .1za1nos un poc(. ) , saltan a la vista unos vínculos más fuerte .


s. Tan-
.
protund . .1 ca o bellas artes, las cuestiones ba,. sic as
. enc1a co1no en :, . fil os ofía
· ' ét ,.
to en c1 ,.
. n no solo por razones de elegan-
cie ro n ate nc 1o
de a1n l)OS per1,,0dos, mere . «d esc on t ex tu ah
.
da d » ),
.
sino tam bi
. ,.
en
. . , ca y ... )h er en cia forn 1 al (
eta 1 n tr 1n se et ·
·
,,
re al ob lig ó a lo s eu ro pe os a tomarse en serio la apa-
porque 1 a s1� ·ruact ( )I1 ro » en la pr ac
,, .
t ica y la teo r
,.
·d a(•i de re
. cc 1 menzar <<d es de ce 1 a
re nt e ne ce s1
r zo, se pod ía afir ma r raz on abl�me��e que _Europa_se enfre�taba
En 9
organ1zacion nacional e 1nternac1onal.
de nuevo a serios proble1nas de
Pr in1 era Gu err a M un dia l, el or de n político establecido de las na­
Tras la
llaba en crisis, precisamente en
ciones-estado y de las 111onarquías se ha
mología imperante esta­
una época en la que la base newtoniana de la cos
ba enfrentándose a su desafío n1ás letal. En ningún lugar fue más obvio el
efecto de esta crisis conjunta que en los don1inios de los Habsburgo.
Ninguna de las potencias anteriores a 1914 se hundió más rotundamen­
te con10 resultado de la guerra que la n1onarquía dual austrohúngara, ni
hubo una ciudad que viera su razón de ser más repentinamente destrui­
da que la ciudad de Viena. Al perder Austria su identidad imperial y te­
ner que crearse de la nada una identidad republicana, la derrota conten1-
por�1nea de la filosofía natural de Newton-la base de la cosmópolis
111oderna-por parte de la física de la relatividad de Einstein exigió unos
esfuerzos igualn1ente <<Constructivos>> en el terreno de la ciencia v las ar­
tes. No tiene nada de extraño, pues, que fuera en Viena y no en �tro lu­
gar donde las a111biciones culturales del siglo XVII resuriieran con espe- ¡__ '-

cial entusiasn10.
Quienes crecin1 os en la Ingh1terra de los años treinta aprendin10s a
acep�ar tanto el nuto _
de la n1odernidad con10 la necesidad de un nuevo
con11enzo en un tie1111)t O en · el que 1 a pol"1t1ca
: . · v la cultura de Europa Y
Nortea111er1c,l se h·1l '" l·1
1
'" L-)·111
'" ·1c(
.. )s-
1
- ..1 o-as, por tooa -1 e1 a·se de 1· ncert1·du1n b res. E n
nuestra �generació· n ' conH en l· 1 ·le D onne ·
) " e y Descartes, todas l as ideas h e-
redadas sobre la natur·1.. lez,a } }·ª soc
.t1en1po. ,l__anto en 1-1 1
.., 1el • ·i au1 se vi· eron cuestionadas ..11 n11sn10
· déc-..1 <.l·l' (i).e 1 os trei. nta con10 en la de 16 30 el s1stern�1
tra<.l.1c1o . na l de - '
estados· etirope�os, quedo,. en entre . l des111en1bra-
.. � .
n11t'.nto <.1 e1 11npeno de los, 1-l l �t. . dicho: e
· ) ur go red . bu1. ,, t
1 ,napa de Europ�1
...l:e.,, nt1....1 1 v, 01.·1ental, n11. entr- "l )S
.· 0 odo el
· · . '1s- l·"1 i.utna econ ,, . , I1
� 1.1g . og1a . t1 e ¡\(JO . o1111 ca d e A l en 1a ni..1 la abr1a �1 �
(l e11
· i tler · EJn l ª decada de los treinta con10 en la de

1
1 t I-l , .
,. '
L ... ,

1 6 30, l ,1 l:osn10 1 og1a heredad-..1 e �t·


.10 c1e · nt1,hco .. s '1 l)a. a OJ. os- v1. st"·1. elesc1cret � . .., , 1
-I't· -I·1 El tr,ux1-
ate;.
1-
de ;\lbert F'.,1nst , e1. n v. \\',. er11 e1 . nber a o-
�. I-Ie1se g h bía socavaci o r
2 20
p
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

das las certezas anteriores-e incluso la inteligt'b. i•1·d 1 ad por parte de1 pu, -
. o--de la fis ,, . .
bhc 1ca. Como consecuencia, la cr1·51· s de 1e i: de ¡ s i· g1 o xvn se re-
.. ,, tal cual, y no sol ,,
p1t10 o en la forma , sino tamb·i. e"n en 1a sustan
. ci a.
Durante la Primera Guerra Mundial , el human1sm , ·
pocas p�
_
. . .
s1b 1hdade ?�
s
. · o
abrirse pa�o. Iniciado en medio de un espíritu
esc ep uco tuvo
de
nac1�nah:5mo dogm atico, �l conflicto favoreció el surgimiento de eslóga­
nes 1deahs:as, como por eJemplo: <<Una guerra para acabar con la gue­
rra» o «L1br�m os al ��ndo de la democracia» (durante la Segunda
.
Guer:a Mund�al, la_ retorica abada no fue mucho más profunda). Luego,
_
la ret orica nacionalista de las dos guerras mundiales dio paso a la retóri­
ca ideológica de la cruzada contra el comunismo. Lo cual hizo cambiar
de terreno a la argumentación, pero sin moqificarla de hecho. (Si la hos­
tilidad entre papistas y herejes se había perpetuado mucho después de la
Guerra de los Treinta Años, lo mismo ocurría ahora con el mundo libre
frente a los rojos y con el socialismo internacional frente al imperialismo
capitalista.) Entre ambas guerras, los intelectuales europeos de mente se­
ria se enfrentaron a la misma tarea a la que se había enfrentado Leibniz
después de 1670; es decir, a la tarea de encontrar una base de comunica­
ción neutral entre antiguos enemigos, arbitrar métodos racionales para
contrastar ideas de diferentes naciones y construir instituciones transna­
cionales capaces de impedir un rebrote de la guerra internacional.
Por desgracia, las actitudes e instituciones vigentes en la época resul­
taron de nuevo inadecuadas para esta tarea. Después de 1930, una época
en la que la recesión económica en los países industrializados acarreó un
desastre económico en todo el mundo, la templada «zona media» se re­
dujo y la atención del pueblo se centró cada vez más en los dos extremos.
Como suele ocurrir en estos casos, los poetas fueron los primeros en de­
tectar la dirección del viento. La visión profética de la anarquía que ve­
mos en la obra de William Butler Yeats, The Second Co1ning (La segunda
venida)-«el centro no puede aguantar»-, que aquí comparan1os con �a
Anatomía del mundo deJohn Donne, es de 1921. Con el cola1:�º eco�o­
mico, a medida que los valores basados en el concepto de nac'.on se fue­
ron corrompiendo hasta degenerar en la desenfrenad� brutalidad de un
nacionalismo racista en Alemania, el propio Yeats se vio arraStrado ª una
· ,, · ,, · mo, rn 1·entras otros- intelectuale. .s de
vers1on 1ng l esa, autoctona, de 1 f:asc1s .1nca¡lacH.lad
Gran Bretana, _ . otros 1 ugare ,
s, i es es pe ra do s- -
(1 nte 1·1
(
Francia y e_ . .
. te la cr 1s1s en
de sus gohternos . nac1ona I es para a1)Orda1. c·.. onstrt·ictiva111en
221
co sMÓPOLIS

. cio n al ' se sintieron ob


ligados a considerar
in te rn · ,, ·
los planos nac1o,,n.a1 e · . ,, ,,
a
. ,, ctic a s de l a U n1o n Sov 1etica, a 1 a que ve i an
en serio las,, p. o 1itic a s Y p ra
· mu ltin cio n a l que se presentab a ab.1ertamente
como a la un1ca pote n ci a a . . .
los p ob lem as int ern acio nalis tas
,,. a por solucion ar
r
en la ep oc a pr eo cu p a d·
e incluso, «~posnacional». los afortunados habitantes de Es-
se t enta y los oc he nta ' a
' En 1 os anos .
· esu lt ba de ma si ado fácil, al estudi. ar la hi. stori. a de los
tados Un1d os 1 s
e. r a
,,
de lo s añ os tre i�t�, til da r de au te nti. ca locura la buena
Fren te s Po pu lar es
de la izq uie rd a de m cra uc a d � � � ropa par� colaborar con los
disposición ? _
s. Pe ro qu éll os a qu ien es toc o v1v 1r dic ha epoca la recuerdan
comu nis t a a
las cosas, no había otra alter­
de m anera muy distinta : tal y como estaban
de los soviéticos de los
n ativ a clara . Los juicios y purgas «ejemplares»
años treint a fueron verd aderamente
execrables; y qué decir de las salva­
j ad as, aún peores, que se cometieron en Ucrania... Pero, ¿quién, si no,
podría hacer frente a Hitler y Mussolini? Por su parte, muchos miem­
bros eminentes de la <<respetable» oligarquía de Gran Bretaña se mos­
tr ab an particularmente predispuestos a olvidar y perdonar las maldades
de las pandillas nazis de Hitler, hasta el punto de tratar a Ribbentrop, su
embaj ador en Londres, como una compañía agradable para pasar un fin
de semana en la campiña inglesa. En tales circunstancias, no se podía ta­
char de debilidad mental considerar la defensa de la naciente república
española como una causa honorable.
A finales de los años treinta, la situación política y cultural de Euro­
pa occidental no era mucho mejor que l a que se había vivido en la déca­
d� de r63o: la <<vía de enmedio>> estaba prácticamente tan poco concu­
rrida como lo estuviera tras el asesinato de Enrique IV. A la izquierda,
unos pocos personajes sólidos, como Ernest Bevin en Gran Bretaña, en­
� ontra?�n los regímenes tanto de Alemania como de Rusia i gualmente
inadmisibles·' en el decrecient · e centro, el Manchester Guardtan no se
mostraba del todo insatis techO por estar · · · en am-
,,. ofic ialmente proh1 b1do
bos pa�ses ; pero, ª la derecha, Winston
Churchill sólo contaba con un
pequeno grupo de aliados, se le ve ,,.
,, . Y 1a fundamentalmente como una fi -
gura excentrica y obstinada, vaciad
• a en un molde ina propiadamente
cromwe11.iano. D espués de septie • mbre
de r 9 3 9 ' tras el estallido de una
nueva guerra en Europa ( rimero e . ,, ,, ca, Fran
· p P n Polo nia y de sp ues en Belg1 . -
cia, ·in1 an ¿ia · y Norue ga ara a ab
so/ 1o s
·
... uec1a y S u1• za ' entre las nacio
'P c ar extendiéndose a todo el mundo),
·
nes europeas, permanecieron todo e1
222

EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

tien1po al margen del conflicto ' 1nientr-ae s inuchos pol'ltlC ·


OS conservado-
res de E ur �pa se gu ,
i an pr eg un tándose si no se trataría en realidad de
una
guerra equivocada, en un n1on1ento equivocado v contra un - _ ., enemi· go
equivocado. Pero, como ya ocurriera en las, de�cadas de r 6 20 y r 6 30, en
1..- • •

,, . ,.·
aquel peri odo nadi e pod1a ponerse a atacar el espi,.ri· tu nac1on · a1 y cerrar
.
_ s a las tareas urgentes de orden militar, y. elucubrar sobre un inun-
los 010
do que fuera libre de olvidarse de la crisis del momento, con unas insti-
ruciones realmente capaces de impedir una repetición de las guerras «na­
cionales». Sólo despué� de diciembre de 1941, cuando el ataque japonés
,
aP earl Harb o ur 1n
� � UJO a Estados Unidos a lanzarse a una piscina cuyo
fondo nunca h_ab1a �1st� con verdadera claridad, las perspectivas a largo
plazo de una victoria aliada estarían lo suficientemente claras para plan­
tear tales cuestiones.
El paralelismo entre la década de 1630 y la de 1930 exige un comen­
tario ulterior. Tal y con10 trascurrieron las cosas en los años veinte y
treinta del siglo xx, el mito de la rnodernidad y el sueño de un n uevo
principio n o remedaron del todo el programa de investigación raciona­
lista del siglo xvn, como tampoco repitieron tal cual el modelo de exac­
titud formal subyacente a la filoso fía de la naturaleza del siglo xvn. En
realidad, las ideas acerca de una <<racionalidad» estricta modeladas sobre
la lógica formal y de un «método» universal para desarrollar ideas nue­
vas en cualquier campo de la ciencia natural, se adoptaron en los años
veinte y treinta con un entusiasmo aún mayor, y de una forma más ex­
tremada aún, de lo que ocurriera a mediados del siglo xvn. Después de
Descartes, las nociones de «exactitud» y «rigor>> se habían perfilado y
afinado por sí solas. A finales del siglo x1x, David Hilbert mostró cón10
debía ser un sistema matemático verdaderamente «puro»; como conse­
cuencia de ello, el sistema de la lógica for1nal y la aritmética construido
por Frege y Russell fue en definitiva «más puro» incluso que la geo�ne­
tría euclidiana que había servido de modelo a René Desca_rtes. Asi, ,el
programa del Círculo de Viena fue más formal, exacto Y rig�roso aun
que los programas de Descartes o Leibniz. Liberada de cu �lq uier rep�e-
sentac1. o,. n, conten1· do y emoc1· o,. n 1r · 1 evantes, la _/_/v '' angu. ardia» de 1ned1a-
re
dos del siglo xx ganó la partida a los racionalistas del s�glo xvu.
l Y arns-
En definitiva, en 1914 estaba preparado el terreno _mtelectua _
. . . en- ac en t1s e ' es d e cir: para
t·1
t1co para un resurg1m 1ento de 1 h uma n1. s
- , rn o r

en l·a atur·1 l A,
z·1 pa
_ ra un �1 re st Ju
� , •
r.1• -
una re1n . tegrac1. o,. n de l a h u1nan1.dad 11 - e
<-

223
' . .. .

c o sMÓPOLIS

ción de l re sp eto d e
.
bid o ª E r os y a las emociones, p a ra unas instituciones
J·ación del tradicional antagonismo
transnac1. onales efiicaces ' para una rela
s, raz s se xos p r un a acept ación del plur alismo en las ciencias
de clase a a a
Y nc1 . ¿' fi
1n . . a del fundamentalismo filosófico y la bús-
1t1v
y para una r e nu· a e

q uedª de lª certeza El terren o estaba prepar


ado, pero los tiempos no es-
. ,,
ta ban m aduros toda· v1a ,, . S e estaba gestando una revoluc1on para la que no
,,
estaban aun prep arados los que iban a beneficiarse de e11a. En vez de..ex,. -
frecid s por l demo 1 ·1c1on
. ,. de 1a cosmov1s1o
Plotar la s p o s1 -6 ·1·d
1 1 ad es O a a n
. ,,
-<-<moderna», 1a gente prefirió aprender la lecc1on, escarmen .
tar, por la
· ~
malas. Tre int a a nos de matanzas en nombre de 1a re1·1g1on ,, hab,,1an prece-
· . · .
d1do a 1 establec1m1 · · ento del· sistema moderno de naciones-est ado. Tre1n-
~ . . ,,
ta anos de m a t a nz as en nombr e de la entelequia <<nac1on» fueron necesa-
· par a que europeos y americanos se mostraran dispuestos .
r10s a reconocer
las deficiencias de ésta .

1965-1975: EL HUMANISMO REINVENTADO

La Segunda Guerra Mundial representó, pues, la culminación de unos


procesos sociales e históricos que habían comenzado en la década de
1650 con la creación de la era moderna: el mundo <<moderno», el estado
«moderno» y el pensamiento -<-<moderno>>. Era la últim
a vez que el pue­
blo de Europa iba a refrendar y a representar en
escena los ideales y am­
biciones de la modernidad con la más com
pleta naturalidad. Al gunos es­
critores, como Oswald Spengler, habían
sostenido en los años veinte que
el dominio mundial de Europa estab
a tocando a su fin; pero l a asevera­
ción de que la modernidad ya esta
ba ·«muerta y bien muerta» no se pro­
duciría hasta después de 1945. A
partir de 1940, la oratoria de Winston
Churchill mantuvo vivo en Gran
Bretaña el espíritu nacional mientras se
desangraba su soberanía preem
inente. Su pueblo re accionó con una re­
presentación sup rema de su p r
opia imagen, tal y como aparece en Enri­
q ue V de Shakespeare. «Siem
pre habrá una Inglaterra», cantó, per ig
norando el subtexto: -<<Inglate r o ­
ra no volverá nunca a ser a misma».
Mientras e i iciaba la do l
� � lorosa recuperación desp
el mundo tema 1e cl
a ués de 1945, to<lo
? o qu e la Europe des pat:ries ( d
beranas) sobrev1v1r_ �1a mas
:
en la nostalgi
o e las naciones so­
Margaret Thatcher que en la a de un Charles de Gaulle o un
realidad de la e cono ,, º a
m1a y I a pol"1 tt ca de fi-
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

nales del siglo xx. .


La cuestión no era ya la de saber s1· E uro
. ./ pa ser ,,
ia capaz
de c r ear al gun a 1nst1 tuc1 on / · .
<<transnacional» · Las un1cas cuestiones pra,,,
/ c-
ticas se reduc1an aho ra a sab er cuánto se tardari/a en poner en pie estas
. . ones, que/ fo ,,
instit. uci rmas adoptarían y qué funci·ones arrebatar1an
a 1a
omn1com petente y soberana nación-estado.
El panorama intelectual y cultural de Europa y Norteamer1c ,, ·
/ a se
trans�ormo tan p rofundamen�e entre los años veinte y los setenta, como
ocurriera ya ant�s entre Ia_s decadas de 1590 y 1 640, pero «al revés». En
165�, la tolera�c_1a hum�n1sta de la incertidumbre, la ambigüedad y la di-
versidad de op1n1on es dio paso a la intolerancia puritana, así como al hin­
capié racionalista en una teoría universal y exacta y en la certeza en todas
las cosas. La cos�ópolis r esultante, disfrazada de «opinión respetable»,
mantuvo su autoridad hasta bi en entrad o el siglo xx. En 1910, ya había
empezado a debilitarse; per o su fuerza sobrevivió a otros treinta años de
guerra entre las nacion es europeas, y la gente no se decidió p or fin a sus­
pender la búsqueda de la certeza, a reconocer la demolición de la cosmó­
polis y a volver en la undécima h ora al punto de partida humanista y li­
beral del Renacimiento tardío hasta que la Segunda Gu erra Mundial no,
fue cosa del pasado.
Nadie de quienes vivieron los años sesenta y principios de los set en­
ta en Nueva York, California, Gran Bretaña o Alemania occidental, pudo
dudar de la envergadura de los cambios sociales y culturales que se ofre­
cían a su vista. Muchas personas con cincuenta años o más se escandali­
zaron ante estos cambios. Al gunas interpr etaron mal lo que estaba ocu­
rriendo y criticaron a la generación más joven de haberse <<desmadrado»
o haber <<perdido los valores». De ahí el famoso vacío generacional. Pero
esa expresión escurridiza ocultaba un problema real. El cambio cultural
siempre toma como vehículo las diferencias generacional es; pero esta vez
tenía una profundidad insólita. La contracultura, altamente visibl�, de
los años sesenta no fue esencialmente una cultura joven. Los mat eriales
intelectuales, psicológicos y artísticos del nuevo movimiento llev aban al
_
ort n­
menos cincuenta años esperando que una generación vi era su tmp �
cambws
cia y se reconociera en ellos. Hay quien ha achacado también los,
s a fue ª
producidos en estas dos décadas a la guerra del Vi etnam; p ero e �
era 1sto
h. ·
r1a . L a gu erra del V1etnan1
1o sumo sólo una parte de la ver dad
p oco q ue ver
fue una ocasión qu e favoreció estos cambios, p ero tuvo n1uy
con su verdad ero cont e nido .
225
cosMÓPOLIS

,
ue nt ·
a s-e ha
· bía n reu n ido ya todos los requisitos, inte-
E,n los an~ os . c1 . nc . . ,, .
. s,, p ara rest · ab lecer las un ida de s qu e se ha b1an d1c oto-
lectuales y pr ac,, . t •
1 co ·dad mental y acti- .
. nidad y na tur al eza , act ·
1v1
1n1zado en e l s1,.·g1 o xvu .· hurna es em oc
.
io na les d e la a .,,
· fue nt cc io n,
vt.da d materia · l, rac1.·0.n a.l i dad humana y .. ,, . .
,, ces1v •
m . t.�e. I C)S espasinos de la cosmov1s1on moribunda impidió
en
y as1 su a __J •

. -- hasta de. spu. . es de 1660; de manera que


,,

a esto s r eq ·
u1 s1 ·to s res ult ar efi cac es
·
1 a pr1 me. ra gener . ació . n en reaccionar pos1t1vamente la .compu . .
sieron los
eri ·ca no s y eur . . c)pe os nac i dos en los años cuarenta y pr1nc1p10s de la dé-
am
parte a su gran implicación per-
cada de los cincuenta. :B�sto se debió en
El hecho de enfrentarse al
sonal en la situación política del momento.
riesgo de ir (o ver a sus contempo�áne?s i:) a i_nat�r a_otro� seres, tan hu­
tn anos corno ellos, en Vietnam, sin n1ngun viso Just1ficat1vo de autode­
fens a , les creó una gran zozobra y les hizo replantearse las prerrogativas
del ente nacional y, sobre todo, de una soberanía absoluta. Rachel Car­
son les ha bía mostrado que la naturaleza y la humanidad eran ecológi­
mente interdependientes; los sucesores de Freud les hicieron comprender
mejor sus vidas ernocionales y las inquietantes imágenes que aparecían
en la televisión ponían en tela de juicio la sabiduría moral de sus gober­
nantes. En esta tesitura, había que ser incorregiblemente obtuso o mo­
ralmente insensible para no ver el quid de la cuestión. Un quid que no
estaba particularmente relacionado con el Vietnam; era el carácter obso­
leto de una cosmovisión-la moderna-que había sido aceptada como
garantía intelectual de la <<nación»· en o en torno a 1 700.
A dar la puntilla a este desleimiento del Contrarrenacimiento-el
drama trisecular de la n1odernidad-vino a unirse un nuevo asesinato
e�bleinátic�. Volvien do l a mirada aJohn Kennedy ahora, un cuarto de
sigl o despues de su muerte, salta a la vista que fue para sus contemporá­
.
neos un �residente <<de otro planeta>>. En su pritne
_ ra alocución presi­
dencial, hizo un llamamiento a América y al
mundo en general para estar
� la a_ltur� ,,de los nuevos tiempos, para pensar en la humanidad con una
1ma g1nac1on y un idealism 0 a 1 os que 1 os poli,, ·
t1cos de los anos och enta
- ~
ha n vuelto la espa lda ' por cier · to, de manera ostensible. Dado que in . voco,,
a la « n ueva gener a ció n » coino 1 a pr . • ,,
,, otag oni sta de esta nueva obra, lo s JO -
venes de la ep oca se vieron como esa nueva
g ener aci ó n . S in em b ar g o, e/1
n n a 11eg o,, a c mpart r l a
� � ? i s dud a s de dichos jóvenes en materia de a
tr1ot1sn10 y n acionalismo. Fu p­
· e e,.1 qui· en inau· ,. ,, .
guro la pohtica sobre y·1et-
narn que 1uego achacarían a L
yn don J o hnson. Hay que re conocer, ero

226
EL OTRO LADO DE LA MODERN
IDAD

pero, que, dados sus ·


antecedentes católicos irlandeses a John
' Kennedy le
,, ,, 'fí ¡ •
resulto mas di ci que a cual quiera .
de sus contemporáneos mas ,, Jov.,
enes
el «s olt arse el pelo» y preconi zar una nueva visión del amor , e1 matrimo-
. .
nio y la fam1ha. Su fama de«galante con las damas» no corresponde ple-
namente a la reputación. de. . Enrique de .
Navarra como /e vert ga¡ant. En
vez de mostrar una sens1b1hdad especial por la igualdad entre los sexos
sus actividades extraoficiales tuvieron un carácter más tradicional.
En los dos extremos de la modernidad, constatamos que una cosa es
la precisión de la memoria popular y otra muy distinta su importancia.
D espués de mayo de 1610, la gente vio el asesinato de Enrique como un
suceso luctuoso que suprimía el último obstáculo para el estallido defini­
tivo y catastrófico de las guerras de religión. En realidad, de haber vivi­
do, tal vez no hubiera podido impedir (y ni siquiera tratado de impedir)
la Guerra de los Treinta Años; sin embargo, esto no quita la significación
emblemática de su política, ni de su muerte. Lo mismo cabe decir en el
caso de John Kennedy. A la hora de hacer balance, nuestras reservas so­
bre el hombre Kennedy no afectan a su categoría más amplia, como si de
un emblema se tratara. Consiguió meterse de lleno en el imaginario co ­
lectivo de América y también en el del mundo entero. Aunque no res­
ponda a la realidad, la gente de muchos países sigue viendo a Kennedy
como a alguien que tenía la fuerza de carácter, la consistencia intelectual
y el talento retórico necesarios para (de haber vivido) llevar al mundo
hasta una nueva era <<posnacional». Todavía hoy, no es difícil e ncontrar­
nos, por ejemplo, en las paredes de una hacienda mexicana con la pre­
sencia de dos iconos sobresalientes de este siglo: con las fotografías del
presidente John Kennedy y la del papa Juan XXIII. Ellos encarnan ese
aggiornamento-ese abrir las ventanas a la luz de un nuevo día-del que
la gente de todos los paÍses aún siente necesidad. .
Así pues, volviendo a las grandes transformaciones que s e p ro uJ
� eron
en las décadas de los sesenta y los setenta, debemos diferenciar bien en­
tre la cronología y el contenido. En cuanto a la primera, la gue rra del
· ·
Vietnam fue un estímulo poderoso para una gene r aci ,,on cuyo s padre s
fueron aquiescentes .
deca
,, d a cana11 a» de Jo se ph M cC arthv1' la
durante la« . ,,
fi-
de los anos cincuenta; pero, en cuanto a su conte 01·do la revolu on de
~ . c1
·,,
na1es de los años sesenta fue una revo1uc1on que estaba esperando su
n10-

,, . -1 e . se ha b1an
mento. Una vez que arranco en serio, todas 1 as, cuestiones (1u
. .
cr1. stah. zado en el andamiaJe de la moderni·dad del si · glo· xv � II fueron re-

227
COSMÓPOLIS

,, • .. e sión · Pod ría parecer que cuestiones como la


considera das en• ra pi d a 5 uc . . ,, .
,, la psicotera pi· a, la ciencia biom ca y el censo electoral, la ar-
edi
ecologia y
. e . M · es v n der Ro he y las desigualdades entre los sexos no
quitectura d 1 a
vez que se desmo nto
,,. .
. · "n iºntrínseca·, pero ' una . ,,. el s1s. -
t1enen una connotacio ,,. .
up ue s tos Y Pre J ·uic io s que car acterizo a la cosmopohs tradi-
tema de pres

1 , to d as es t as cue s tion es .se pus ieron sobre el candelero para ser
cion a . .
. er a irr ev ersibl e. .
cuestionadas, muchos de ella s de man .
yace la ant1nom1a cartesiana
En la base de la cosmópolis moderna sub
los fenómenos naturales y la
entre la (supuesta) «causalidad mecánica»_�e
(supuesta) «racionalidad lógica» de la acc10n humana. El hech� de tra�ar
las actividades vitales y mentales de los seres humanos como realidades dis­
tintas a los fenómenos físicos y químicos de la naturaleza levantó unos obs­
táculos innecesarios en el avance de cualquier tipo de fisiología o psicolo­
gía, obstáculos que no se empezaron a derribar hasta finales del siglo x1x y
principios del xx, teniendo en cuenta, empero, que buena parte de lo que
conseguido en el ámbito teórico no se había llevado aún a la práctica.
Inclusive después de Hiroshima, los políticos e industriales se com­
portaron al principio como si las actividades de los seres humanos nece­
sitaran sólo considerarse en términos racionales y económicos, y ejercie­
ran un influjo desdeñable sobre la economía causal del mundo natural en
el que existimos. En la tardía fecha de 1960, la palabra <<ecosistema» no
se había hecho aún un sitio en el vocabulario político de las naciones in­
dustriales. John Muir y Aldo Leopold habían hecho campaña a favor del
medio ambiente y de las especies animales en peligro. Pero el libro de
R a �h:l Carso�, Silent Spring (Primavera silenciosa), publicado en 1962, se
_
diri gia por primera vez a un público que ya estaba preparado para escu­
char su mensaje. A partir de ese momento el cam
bio político fue tan rá­
pido Y profundo que, en e! espacio de un�s vei
, nte años, ninguna nación
desarrc�llada podia ya sentirse con la concie
ncia tranquila si su gobierno
no tenia su correspondiente <:<:departam
ento del medio ambiente» o al
menos una oficina O <:<:agencia para la
_ protección del medio ambiente>> .
La el ección del término <:<:pro tecci· on» ,, · ,, 1- ·
. pu ede r esultar a menudo h1p oc r
ta habida cuenta de las verdªderas · i·¿ acles de dich
pero, como suele ser habitual ' 1 ª h.
activ · os depa rtamentos,
. . ipocres1,,a responde a las exigenci. as per-
· d e 1970, los políticos han ten1·d° ª 1
c1·b·d1 as de respetabilidad · A partir
men os qu �ngi. r preocu pación ante
� _ el daño infligido al mundo natural
por l as act1v1dades in dustriales y otras actuac
iones humanas.
p

EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

Otro elemento básico del andamiaJ·e moderno fue 1 a I.dea


. ,, . de que la
n
«m e . ta11d a d » d e b"1a ser log1 ca ' basada en princ1p · 10s
· , ca1cu1adora y no
emocional. En su nuc ,, l eo, el ethos del mundo moderno, desd
e D escartes
hasta Fr eu d , h a 1a
b,, ech ado raíces en las expectati·vas de autocontro1 . En
,, .
Europa y Norteamer1ca, sobre todo en los países de cultura puritana ' se
esperaba. de los. seres. humanos individuales que llevaran a cabo sus pro-
yectos vitales sin deJarse «llevar>> por sus sentimientos, 0 acudieran en
busca de ayu d � p or parte l o � sace�dotes o d octores, o de cualquier otra
per��na pareci da. El confes10nano seguía estando disponible para los
catohcos; pero durante tod� la edad moderna cundió la sensación de que
ponerse en manos de_un_ director espiritual era señal de debilidad y de
que consultar a un ps1qu1atra era el reconocimiento del propio fracaso.
Para la generación de la década de los sesenta, esa infravaloración de las
emociones tocó a su fin. Dudar de sí mismo ya no era inadmisible. Al
fin, la gente era libre para confesar intenciones confusas o sentimientos
ambiguos; ni se le pedía ya afrontar los avatares emocionales de la vida
sin ayuda de nadie. Para la nueva generación, «entrar en contacto con
los propios sentimientos» llegó a tener tanta importancia que buscar la
ayuda de profesionales se tuvo por una elección inteligente y natural.
Seguir una terapia ya no era señal de debilidad, era muestra de auténti­
ca seriedad.
En cuanto al formalismo abstracto y racionalista en las ciencias de la
naturaleza y las artes, que había tenido tanto ascendente en las décadas
de los veinte y los treinta, perdió asimismo su plausibilidad y su encanto.
En música, el sistema «de doce tonos» de Webern y Schonberg ya no era
la vía exclusiva de la música del futuro. De nuevo estaba permitido dis­
frutar, admirar y hasta emular la música de Gustav Mahler; tambié� �e
abrieron nuevos caminos en América para compositores como Ph1hp
Glass, Steve Reich y John Adams. De manera paralela, se la�zó un �t�­
usi­
que sistemático contra la secular dicotomía entre música <<seria>> Y m
1 ª vi­
ca «popular». Como el andamiaje de la modernidad había t��ido_ u!
ia Y la
sión clasista de la sociedad moderna, el desencanto ante la 1nJuSric
enzandº
desigualdad salpicó i gualmente a la música y a l�s artes. C om
ile s y co n c er to s ca nta ntes conlo
con el movimiento pro derechos civ i
opa , las hal a�fas p o p t
ul
é y l s Beatle s en Eu r
Woody Guth. rie en Am ric a o
un· a fo r111a art1s-
res y 1as canciones de protesta deJar • on d e ser so la nien · te
· " ' · ne s ca nt ar on << Y\le sh�1 ll
t1ca y se convirtieron en una fu erza po l 1t i ca. Q u ie ·

229
COSMÓPOLIS

ce re mo s ») en los año s ses enta querían •decir realmen-


Overcon1e» ( << Ven / . a de hoy; mientras, los g
r1c o-
e en la Su raf
te lo que dec1/an, com0 ocurr .
ias
. .
de Europa oriental veian a
,
. · /
on Sc) vié ti ca y s us co lon
biernos de 1 a Uni a po
, .
hu ca.
to re s co m o un a ve rd ad er a am enaz
los cantau
fo rn lal ism o ab str ac to ta m po co ha sido más du�adero en el ámbito
El
v1· su les que el ato na lism o en el de la mus1ca. A pesar del mé-
de 1as artes a

ind iscuti b le de Jo s ef Al be rs, na die después de 1965 podía ya afirmar


rito
posibilidad�s de futuro. Los gestos
que el suyo era el único camino con
\Vh arh ol R usc hen b erg par ece n aho ra en ciertos aspectos exagera­
de O a
s eros y estilos que son
dos· pero dinamitaron un retorno a unos cuanto gén
mu�ho menos abstractos y n1ucho menos fríamente calculados que los de
los formalistas y constructivistas de entreguerras. Finalmente, los jóve­
nes arquitectos empezaron a rebelarse también contra el influjo de Mies,
que iba dejando edificios indistintos a lo largo y ancho del globo. Con
una fanfarria típica de su profesión, y un alarde no menos retórico con­
tra el platonismo de Mies, estos jóvenes arquitectos condujeron a sus
compañeros de profesión a un mundo <<posmoderno».
Unos cambios paralelos se produjeron también, aunque más sosega­
damente, en las ciencias de naturaleza. En los años cincuenta, muchos
científicos y filósofos de la ciencia aún admitían el derecho «divino» de
la teoría física a imponer sus esquemas de explicación a todas las ramas
de la ciencia. Games Watson, cuya obra sobre la estructura del ADN ayudó
a lanzar la biología molecular, consideraba aún la evolución como un co­
rolario menor de la bioquímica, mientras Carl Hempel, filófoso tardío
del Círculo de Viena, negaba incluso el estatuto de ciencia a la teoría de
1� evo�u�ión de D arwin.) Pero el creciente poder de la ecología y la cien­
_
cia medica h1�0 que res�ltara sumamente difícil negar a la biología un lu­
gar d� �onor Junto a, e incluso i gual a, la teoría física. En vez de ser par­
t�s d�stintas de una única y omnicomprensiva «ciencia unificada», las
ciencias representaban ahora más bien una con
federación de empresas,
con sus corr�spondientes métodos y esquem
as de explicación para abor-
dar sus propios problemas · La pa1abra <<c1e · nc1a»· ya no se ve1a como un
. .
sustantivo singular- antes bien, se 1mp . , · s
. ' · on1 a la frase, en plural, de « ·
cien cia
n��rales», y la im agen platónica de un tipo único y formal de cono-
c1m1ento se veía sustituida por 1a i· ma
. gen · de empresas en constante movi-
miento, cuyos métodos de invest1g · ac1o· , n se adaptaban-como ensenara
. / .
Ar1stoteles-a <<la naturaleza del easo
».
230
EL OTRO LADO DE L
A MODERNIDAD

Incluso entre el gremio de los matemáficos se adv1r • . ,.


. t10 una nueva sen-
sib1. hd.ad hac1a . lo concreto y lo particular · Antes de 1a S
· · • . egunda Guerra
u
M nd1a1 , ha b"1a cie rtos preJu1c10s hacia el trabªJº · «ap¡ica · dO>>; a partir . ·
6 ,. • de
19 5, lo . s matem at l cos no se avergonzaban ya de adm1· t1r • su gran 111 . teres ,.
,. .
o osaica teor1a de la informática ' por poner un eJe
P r la pr . · mp1 o. 1ne1uso en
física, de terminados campos cósmicos abstractos O 1nv est1
·
gac
·
1on es como
. . ·
· ·
la relat1v1dad general emp. ezaro .
n a perder su preemi·nenc1a 1nte1 ectua1 .
Ahora era respetable adm1t1r que las cuestiones sobre 1a superconduct1· -
.
vidad, � � p o Jem plo, no tenían sólo una interesante proyección práctica,
_
sino �tambien una gra � impo rtancia teórica. Asimismo, en biología, si in­
mediatamente despues de 1945 los problemas de medicina se veían como
algo periférico o incidental para la biología, a partir de los años sesenta
quedó muy claro que la enfermedad y la salud eran los mejores ámbitos
en que estudiar la naturaleza del funcionamiento biológico, por lo que la
expresión de ciencias <<biomédicas» (adjetivo compuesto raras veces oído
antes de r960) fue ampliamente adoptada en los círculos académicos.
Los cambios habidos en los años setenta y los setenta ejercieron ta1n­
bién un efecto importantísimo en el estilo y contenido del debate políti­
co. Antes de la época de Kennedy, los políticos pensaban que sus asuntos
se basaban en cuestiones técnicas. Daban por sentadas las metas de la po­
lítica nacional y discutían sobre los mejores medios para alcanzarlas. Por
aquellos días, la atención se centraba en la <<búsqueda de una ratonera
mejor>>, y el puente aéreo entre Boston y Washington posibilitaba el
constante ir y venir de políticos y consejeros técnicos entre el Distrito de
Columbia y el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Después de I 96
5,
s se­
todo esto cambió: al margen de los debates sobre Vietnam, los año
yo ob­
senta presenciaron el adiós a un.a política de metas nacionales-cu
a acabar
jetivo era el consenso-a favor de una política que se propusier
ción entre
con las injusticias tradicionales, empujada por una confront�
s xv 1n y x1x , las cla se s su pe rio : es (�<res­
intereses sectoriales. En los sig lo
ses mf e nore s
petables») habían asumido que las variadas y numerosas cla
s func io ne s» y po dí an , e n c�so necesa­
(«desafortunadas») <<conocían su ,.
ne s m ed ia nt e al g un tip o de p re -
rio, seguir desempeñando dichas funcio
sión social. ,. 1s . as, en
za b an a h ab la r p or s1 1n n1
Pero ahora todas estas clase s em pe
. ' . . . n teo ",
ria, lo s in te re ·
se s d. e la NAACP,
tonos d1st1ntos pero sintonizados. E 1. sta l1�111
01
. · ys y I--'e sb
· 1a n · as
La Raza, los Panteras Grises y la Al.1anza de GTa
COSMÓPOLIS

t1c· os . Pe ro , en la prá c tic a consiguieron unirse contra


niuch O de ser 1'd,en
-
i es es tru c t u ra les qu e a las pe rso nas <<respetables» les hab1an pa-
l as ri·gt·( ec .
'c ·on es ab so lu tam en te ne ce sar ias para alcanzar un or-
rec1·do unas con d i i .
l est ab le. Lu eg o se pr od ujo to da una se de ataques contra las
ne
den socia
d europe a en torno a I 700 y legi-
des1·gualdades arraigadas en la socieda . . · · 1· zado, una in-·
la nu ev a co sm óp oli s. El rac ism o 1�st1 tu c1ona �
timadas po r
o m ser cuestionada, fue el
justicia flagrante que llevaba mucho tiemp � -
1en os pro derechos hu­
primero en convertirse en diana de otros movim �
s
manos. A éste le siguieron otros. A lo largo de los ano setenta, todas las
desigualdades acumuladas en la sociedad moderna fueron sucesivamente
objeto de ataque: las mujeres, los ancianos, los minusválidos, las lesbianas
y los gays, todos ellos expusieron sus respectivas re ivindicaciones, grupo
tras grupo. A quienes nunca habían cuestionado las bondades y maldades
del espíritu nacional moderno esto les cayó como un verdadero jarro de
agua fría. Jesús había dicho: «Siempre tendréis a los pobres con voso­
tros>>; es decir, tendréis siempre a la mano sujetos/objetos merecedores
de caridad. Pero ahora muchos de los cre yentes en los «valores tradi-
cionales» decían que lo que El había querido decir era más bien que de-
pendía exclusivamente de los pobres seguir siendo pobres, de los negros,
seguir siendo serviles, de las mujeres, confinadas al hogar, de los minus­
válidos, enclaustrados en la casa familiar, o de los homosexuales, conde­
nados a ocultar su condición.
Si era comprensible el susto que se llevaron los tradicionalistas, lo
que vino después fue la realización de sus temores más profundos. Los
tradicionalistas siempre habían supuesto que la base clasista de la socie­
dad podría mantenerse expulsando simplemente el sexo del ámbito de la
respetabili�ad._ Ahora, factores de varios tipos-entre otros, los ataques
contra la di �cr iminación de los sexos y la nueva jerarquía de las em ocio­
nes-conspiraban para poner en duda los tradic
ionales tabúes sexuales.
Una generación que decid.' ·
10 tornar en serio sus deberes emocion · a1es vo1 -
. , .
vio l� atención_ª las «relaciones personales» (
el eufemismo heredad o) Y
bus�o unos esulos de vida que posibilita
, ra n el desempeño de unos roles
sociales mas equitativos para 1 as muJere
,, ,, s y los hombres, tanto dentro
com? mas alla de sus relaciones sexuales. L
a subsiguiente crítica a la se-
xual1 da d , dentro y fuera de la fam ·11· a,
. . , i · cond UJO · al rechazo generaliz · ad o d e
1 a v1s1on sacramental del mat ri· monio,
. ,, ' , q_ue tanto se recalcó (si es que no
se invento tamb1en) en la época d e 1a C . .
ontrarreforma, y al resurg1m1en-
232
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD

to de .las relaciones habituales del .


derecho consuetud1n · ar10 que se habían
practica do de ma ne ra generalizada antes de la Retorm .
l . ,, a. L os m ie m-
br o s d e l a o 1garqu 1a cu1 ta qu e du ran te much o tiempo hab�1an abog
. . ado
or los valores tra d1c1onales y respetables veían cóm0 su .·
P . . . s h lJOs practica-
ban la prom1scu1dad sexual, si n la bendición de la Igles1a · n1· de1 esta d0
ontraron una manera eficaz de enunciar sus obJe
Pero n,, o enc
. . c1· ones a es-
tas practicas.
Finalmente,.ª partir de �960, el empleo indebido de la <<superpoten­
cia» por los gobiernos am ericano y ruso ahondó más aún las dudas sobre
las pr errogativas de la soberanía absoluta. La idea de nación como centro
de poder autojustificador, que había jugado un papel fundamental en la
política europ ea desde la p az de Westfalia, se estaba desacreditando aho­
ra a sí misma. Lo que fuera la destrucción d e Milo para la Atenas clásica,
lo serían las atrocidades de My Lai para Estados Unidos: una deshonra
que obligó a América a hacer examen de conciencia y le produjo un do­
lor que no hizo sino intensificarse y ramificarse durante los quince o
veinte años siguientes. El gobierno soviético, culpable también de las
atrocidades de Afganistán, descubrió que su autoridad moral se estaba
evaporando, inclusive en sus estados-clientes más leales. Como conse­
cuencia, los límites de la autonomía nacional y la inevitabilidad de la in­
terdependencia transnacional lograron por fin impresionar a los dirigen­
tes de las superpotencias y hacer que se empezara a remodelar el lenguaje
del debate internacional.

LAS TRAYECTORIAS GEMELAS DE LA MODERNIDAD

El círculo de nuestra exposición argumentativa se ha cerrado. La cultura


os can�­
Y la sociedad de la Europa del siglo xvn se transformar on co� l
bios que acabaron con la tolerancia del humanismo d el tardio Ren��i -
. ,, ,, · s tarnbien
miento a f:avor de unas teor1as mas rigurosas Y unas práctica / oh.s- c ns -
más exigentes. Estos cambios culminaron con la nueva c os m op �
. de
tnuda en torno a la estructura forma l de I a f"1sica · matemátic a · Des· pues .
r.7 50, esos cambios se fueron desm o rona n d ° p e d a z o a p edazo La histo-
/p. 1c
." a n1ar(,h·a
ria de la ciencia y la filosofía entr e 1650 Y 1 95·° no fu e l·i t1
. . . , :as sobre 1 a l)::lSe ,-
triunfal de unos genios que se limitan a construi r stls te. o r1
• y . aln.11'"1JO
. . S., L\l
:)
1egada por sus pred ec esor es, si no que tuvo SlL , s rn at1c es L

: ■ j¡ •
1


w 4, :a,
t., �t.:�r ,"'l•A ' �.)'';;_ .:.••�-■,.;,,'',<, • ,_,.

COSMÓPOLIS

. ·b · ac re ce nt an · d o y dig iri e nd o la experiencia de la huma-


t1en1po que se 1 a pe rim
.
en tab a tamb
. ,,
ie n unos
·
. j .c1 , .la im a en ba ' sica de la na turaleza ex
n1ua g
la nueva cosmopohs se v ie-
L

. s trascendentales·• los presupuestos de


,, • •

ca1n b10 .
d · tad os y ha cia · diados del siglo xx, el proceso de demoh-
me
ron desacre 1 , ,, .
tica quedaban, así, li-
· ,, let ad o. El pe ns am ie nto y la pr ac
c1on qu e o
d,, co mp . .
l R en ac im iento.
bres y listos para volver a la visión de
aspectos �ndame�tal�s de la
A lo largo de estos tres siglos: los. dos ,
les, o metaf1s1cos y c1ent1ficos­
modernidad-doctrinales y exper1enc1a
e diferentes. Las doctrinas
han seguido unas trayectorias completament
a de los seres huma­
forn1al�s que sustentaron el pensamiento y la práctic
nos a partir de 1700 siguieron una trayectoria en forma de letra omega,
es decir, en forma de <<Q>>. Trescientos años después, volvemos a estar
cerca de nuestro punto de partida. Los científicos de la naturaleza ya no
establecen una separación entre el <<observador» y el «mundo observa­
do», como hicieron en la época dorada de la física clásica; las naciones­
estado soberanas ven restringida su independencia; y las ambiciones fun­
dacionales de Descartes han quedado desacreditadas con la nueva
defensa que hace la filosofía del escepticismo de Montaigne. Ni en el as­
pecto intelectual ni en el práctico son las cosas tan sistémicas o autóno­
mas como antes. Ninguna de las restricciones que impuso la <<opinión
respetable» a nuestras ideas sobre la naturaleza tiene verdadero peso
científico en la actualidad, y la cada vez mayor proyección empírica de la
ciencia hace innecesario limitar la especulación a los ámbitos bendecidos
por el esquema moderno. Las teorías actuales sobre la naturaleza tienen
unas raíces empíricas milenarias, idea ésta que sin duda habría hecho las
delicias d� Newton. A partir del siglo xvn, el progreso de la filosofía na­
tural ha sido acumulativo y continuo, y las esperanzas criptoanalíticas de
Descartes se han demostrado más que justificadas.
_
Doctrinalmente, pues, la trayectoria de la modernidad se ha cerrado
sobre sí · mi. sma , en una espec1e · · l,
· d e ome ga; p ero, en e l plano expe r1e n c1a
ha .1�? hacia arriba básicamente. Conforme la gen
_ te de Europa y Norte-
amer1ca ha ido aprendiend0 de su propi· a · ·
. exp er1enc1a de la m odern1'd ad,
y denunciando las desigualdades 1ntr1 · ,nsecas al anda • •
mtaJe «moderno», h ª
desarrollado también un pruri· to d.1scr1· m1n · ator10 •
hacia los intereses hu-
manos. En las décadas de 1 1 7 8 o, l as revoluciones en Amer1ca Y
,, .
. 7 7° Y
Francia cons.1gu1er .
on desafiiar ª 1 a autoconciencia social· sde entonces,
. . ,
1a emanc1pac1on de las elases que 1a nuev ' de
a cosmópolis denominara «1os
23
4
EL OTRO LADO DE LA M
ODERNIDAD

órdenes inferiores»-esos grupos humanos cuyas neces1.dacles e i. nteres


. relegados a un segundo p 1an . es
llevaban mueho tiempo . . . o sin el me
bo de mala conc1enc1a-ha sido una cuestión imp ortan , .m nor afis-
us1 a del debate
olítico. A pesar de los retrocesos y contrarrevoluc1o · nes, desde I 776 ha
P . .
habido un a conc1enc1a cada vez mayor de que dichas desig • ualdacles no se
• · .
ueden 1ust1ficar med1ante llamam1entos a <<la naturaleza.
P . : de 1as cosas>>, a
«la voluntad de D10s» o. a cualq· uier . ,,
otra doctrina del t"1po que sea.
,
Lo m.ismo ha ocu _
rrido tamb1en en el amb
. ito de las ci·enc1as · natura1 es.
Al quedarles pequeno el andam1a.Je de la modernidad, se han vu
elto fi-
nalmente a esa búsqueda <<experiencia!» de que hablara Bacon a finales
del siglo XVI. La Mettrie,_ Priestle�, �utton, Darwin, Marx y Freud tu­
vieron que tomar e� s�r10 las obJ_ec1ones de la «opinión respetable»;
pero, ahora que los ult1mos materiales de ese andamiaje-la dicotomía
entre humanidad y naturaleza, y el recelo hacia las emociones-han per­
dido toda credibilidad intelectual, no queda ya ningún obstáculo para
que se estudie la naturaleza de la manera como lo exige nuestra expe­
riencia. De entre una docena de ejemplos recientes, el más llamativo e
ilustrativo es tal vez el de la conservadora Dirección General de la Salud
Pública de Estados Unidos, que, viéndose en la tesitura de tener que es­
coger entre lo que le dicta la ciencia y su arraigada ideología, ha promo­
vido al final una campaña de educación sexual y de un empleo más gene­
ralizado del preservativo.
Así pues, desde los años sesenta asistimos a la vuelta tanto de la filo­
sofía como de la ciencia a las posturas intelectuales de la generación in­
mediatamente anterior a Descartes. En las ciencias naturales, el don1inio
incontestado de la física sobre todas las demás disciplinas ha tocado a su
fin: ios ecologistas y los antropólogos pueden tratar ahora de tú a tú a los
­
astrónomos y a los físicos. En filosofía, el afán formalista de Desca�tes
endº
refutar el escepticismo de los humanistas del· Renacimiento favoreci
1as prerrogativas abstractas de la certeza log , 1ca en contra de sus asideros
· • n10 e I res p o i1· s·"1 b le de ha be r lleva-
en 1a exper1enc1a humana-aparece co . ,, ...
do a un calleJon . ,, sin . . ace r fi1 l oso, 1co
fi . E s d ec ir , q ue ' c1ent1hca ,,
sahda al queh eo
l o lib er ad o de la ag en da ex clusivan1ente t -
Y. fi sófi camente ' nos hemos s de la e111-
rica del racionalismo y podemos volver a abor dar ¡ as� _ cuestione . , � ,
. . . .
» car.. te s1
·· a
' n o h ac e u nos tres-
p�r1a marginadas por el <<pronunc1am1ento
cie ntos años.
vu. . e
:.}t . · t ce rc· tr a los hu1n�1-
No sólo nuestro hilo argun1ental nos h a O" 1 '

2 35
COSMÓPOLIS


/ d e l .
o pr ev · sto , sino que ade más nos ha permitido contestar a
n1stas n1as 1
ordara, ,, al . .
· · 1 s obr e la
· «m ode rnidad» . Com o se rec pr1nc1-
l a preg un ta ·
111 1c1 a . .
· ·
an1 0s.., t r es ti.pos de cue stion es dife rentes. En primer lugar, cues-
pto ag1t . ,,
· . / · sobr. e la explicación oficial de los or1g enes de la moder-
t1ones h1stor1cas . .
, en esp eci al sob re la tra nsi ció n del human!smo del s1?lo �VI al
nidad _
ar, cue st1 ne s h1s tor1ograficas,
racionalismo del siglo xvn; en segundo lug �
nidad como un m ovi­
sobre las razones que nos llevan a ver la moder
miento que se inició después de 1600 y que debe ser cons�derado, por
tanto, como una novedad del siglo xvn; y, finalmente, cuestiones filosó­
ficas sobre la idea misma de modernidad, como, por ejemplo, saber si las
ainbiciones de la edad moderna son relevantes en la actualidad o si nues­
tros asuntos intelectuales y prácticos tendrán ahora que seguir unos de­
rroteros radicalmente nuevos («posmodernos»).
Detengámonos primero en las cuestiones históricas. Cuanto más
profundas han sido nuestras investigaciones más nos han alejado de la
versión oficial de la modernidad. Versión que, en consecuencia, hemos
sustituido por otra versión revisada que evite los falsos presupuestos sub­
yacentes a la versión anterior. Según la visión heredada, el origen de la
era <<moderna» tenía cinco características clave: la prosperidad de la Eu­
ropa del siglo xvn; el debilitamiento de los controles de la Iglesia sobre
la vida intelectual; el desarrollo de una cultura secular y vernácula; el
centralismo político de la nación; y, sobre todo, la adopción de métodos
«racionales» en los ámbitos de la ciencia y la filosofía. El pensamiento
moderno arrancó, así, al parecer con la física de Galileo Galilei, la epis­
temología de René Descartes y la ciencia política de Thomas Hobbes,
mientras que la práctica social y política moderna se inició con el auge de
las naciones-estado soberanas y estructuradas en clases.
Pero todas estas aseveraciones sobre la modernidad del siglo xvn re­
sultar�n ser fal:�s o falaces. El siglo xvn no fue una épo de prosperi­
ca
dad, sino de crisis económica; las presiones ecl
esiásticas sobre la ciencia
y el sab er se i nt ensificaron en vez de reduci
rse mientras que el alc ance
del p ensami ento racional no se expandía,
sino �ue se estrecha ba. Como
tampoco fue nin · guna novedad eI 1eenom ., eno de una cultura laica · en eI si-·
glo xv n: ésta había ido en constante au
_ mento desde finales del siglo XV,
conociendo una fase de esplendor con 1
. 1on
. / heredada restª . ,
a obra de los humanistas deI s1g · 10
xv1. La vis ba, as1, 1mp · ortanc1a . • buc 1o
· ,, n de1
. . a la contr1
Renac1m1ento a la modernidad · e aren ,, o
tes de met dos racionales, los pen-
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD

sadores del siglo xv1 (según esta concepción) habrían ensayado nuevas
variaciones sobre temas medievales. Erasmo, Rabelais, Montaigne y Sha­
kespeare se consideraban como los últimos, aunque no los menores, de
los últimos pensadores medievales, cuya recuperación de textos de la an­
tigüedad clásica los emancipó del conservadurismo de los siglos oscuros;
pero nunca dieron el paso definitivo que les abriera las puertas del mun­
do <<moderno» de la lógica y la racionalidad. Los historiadores de la filo­
sofía y de la ciencia suscribieron, así, los mitos sobre el carácter progre­
sivo de la vida y el pensamiento del siglo xvn, que (como deberían haber
descubierto con profundizar sólo un poquito en su fuero interno) falsea­
ban el registro de la historia.
Si la versión heredada tuvo tanto predicamento en las décadas de los
veinte y los treinta, ello se debió a que se dio entonces por supuesta la va­
lidez fundamental de la postura racionalista. Al considerar fundadores de
la modernidad a pensadores como Galileo y Descartes, o a gobernantes
como Cromwell y Luis XIV, los historiadores abonaron las prerrogativas
absolutas del racionalismo del siglo xvn, que elevaron al rango de Ver­
dad Establecida. Pero la validez de ésta, lejos de ser categórica, absoluta,
independiente de las circunstancias y descontextualizable, resulta ser,
vista más de cerca, hipotética y circunstancial. En el siglo XVII había re­
sultado convincente en tanto en cuanto subproducto de un hecho histó­
rico especial: el resquebrajamiento político y económico del orden polí­
tico de la Europa moderna (y un resquebrajamiento simultáneo en el
orden heredado de la naturaleza). Por su parte, la estabilidad, la jerarquía
y la coherencia de la nación-estado daba seguridad política a quienes vie­
ron la organización social de Europa desintegrarse a lo largo de los cien­
to cincuenta años que siguieron a la Reforma; al mismo tiempo, las ide­
as de los Principia de Newton seducían a quienes habían carecido de una
cosmología consistente desde que Copérnico diera al traste con la visión
ptolomeica un siglo antes. Estos logros fueron saludados como comple­
mentarios a la <<lucha por la estabilidad» en Europa. Respuestas gernelas
a una crisis global que sólo se podía superar (como se demostró) si la gen­
te dejaba completamente limpia la pizarra, recomenzaba de cero Y cons­
truía una cosmópolis más racional para sustituir a la cosmópolis derruida
en torno a 1600.
Y ahora pasemos a las cuestiones historiográficas. Al hablar de cómo
nuestra visión del siglo xvII había sufrido el influjo de los espejos histó-
237
COSMÓPOLIS

• ·· l �· u co nte
. mp la ció n nos hicimos la siguient e pregun-
r1c os un ¡ 1zaco
· s pa ra s .' ,, . ,, .
,, inta se acepto un a ver sion tan dis-
ta: <<¿ .·por que en los an~os veinte y tre ,, .
·
na d a d e los u"lti' no s tre sci ent os año s? ¿Que se ventilaba realmente
tor s1o i
,, . .
~
· te para llegar a admi
rar una epoc a de anqu i losa m ien to
en 1os anos ve1n . ,, .
zas ideolog1 �as, y a devaluar
económico, intolerancia religiosa y matan
yor prospe:1dad y un huma­
nuestro legado del siglo anterior, de una ma
udio, ya tenemos a
nisn1o más maduro?>>. En esta fase de nuestro est
n1ano la respuesta. Nuestras preguntas históricas e historiográficas-es
decir « •Qué ocurrió reahnente en los siglos xv1 y xvII?» y «¿Qué nos
dijer�n �ue debíamos pensar sobre dichos siglos?»-pueden parecer
bien distintas; pero las respuestas demuestran estar estrechamente inte-
rrelacionadas.
Historiográficamente, hemos tenido que explicar el renovado inte-
rés por el racionalismo que se produce en los años veinte y treinta.
¿Cómo? Mirando una vez más a las condiciones de la época: al desplo­
me de la confianza en el orden político de Europa y a la crisis simultá­
nea que se produce en las ideas heredadas sobre la naturaleza. Lo que
en 1648 consiguió la paz de Westfalia ( en cuanto a crear un marco po­
lítico para la modernidad), lo destruyó en 1914 la Primera Guerra
Mundial. A partir de 1920, resulta difícil negar la necesidad de un nue­
vo orden político y diplomático que no se centre ya exclusivamente en
la soberanía ilimitada de las naciones-estado. En efecto, tras la gran
carnicería que supone la Primera Guerra Mundial, la estructura clasis­
ta de la sociedad moderna provoca reacciones tanto de cinismo como
de lealtad. Cosmológicamente, la labor constructora emprendida des­
pués de 1600 se resquebraja después de 1900. La teoría de la relatividad
de Einstein Y la teoría cuántica de Planck significan la muerte de la ­
_ fí
sica newtoniana clásica. A modo de contestación al pit fio re actado
e a d
por Alexander P.ope para Newton,

LA NATURALEZA Y LAS LEYES DE LA ,,,


NATURALEZA LANGUIDECIA N EN LA NOCHE.
DIJO DIOS: «HÁGASE NEWT
ON», y TODO FUE LUZ

sir J oh n Sq�ire ob serva que, con el adve


nimiento de Einstein, el diablo
ha restablecido el statu quo · C orno tod 1
. ,, as as 1:.1rases celeb res, esta contie-
ne tambie ·
n su buena dosis de verdad • El racio ·
,, ,,
na¡1smo de l os ano ~ s de e n -
treguerras no hi. zo sin .
o sustituir a Newton por E.1 ·
nste1n, otorgar a Ru s -
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD

sell e� pa�el �ue_ Descartes otorgara a Euclides y recuperar el sueño de


_
una c1enc1a log1camente unificada para la cosmópolis de la modernidad.
La crisis en los asuntos europeos precipitada por «la guerra para
acabar con la guerra» generó, así, unas respuestas gemelas a las de fi­
nal�� del siglo xvn_:_ t�nto en el plano político como en el científico, pa­
,
rec10 que la <<estabilidad» solo se podía restablecer si la gente volvía a
mostrarse dispuesta a empezar de cero y a idear nuevos conceptos e ins­
tituciones-a idear una nueva cosmópolis-para sustituir a las desapa­
recidas. Sin embargo, esta segunda vez la receta parecía un tanto deses­
perada. Para Descartes, la geometría no era solamente matemática
«pura» (es decir, formal), sino también una ciencia de relaciones espa­
ciales que trataba el espacio como algo que se encontraba en la expe­
riencia; así, se podían considerar los axiomas de Euclides como los
«fundamentos» de una física destinada a dar sentido general a toda la
naturaleza material. Pero, cuando los filósofos asignaron la misma fun­
ción a la lógica de Russell y \Vhitehead en los años veinte, hacía ya mu­
cho tiempo que David Hilbert había mostrado que las matemáticas
puras se podrían considerar un cuerpo de operaciones formales sin re­
lación con nuestra experiencia de la naturaleza; así, les resultó un pun­
to raro tratar los axiomas de los Principia Mathematica como «funda­
mentos>> de una ciencia natural empírica.
Políticamente, el desmantelamiento del imperio austrohúngaro que,
pese a sus defectos, había sido un sistema verdaderamente multicultural
y multinacional, tuvo como efecto dejar a Europa oriental fragmentada
en un batiburrillo de estados, cada uno de los cuales exigía la soberanía
que el mundo moderno consideraba como la recompensa de toda nación
que se preciara. En vez de mantener la estructura federal de los dominios
de los Habsburgo dentro de un orden democrático descentralizado, los
«agentes» políticos de Versalles dividieron el territorio de tal manera
que concedieron la soberanía a los checos de Masaryk y a otras <<ruedas
chirriantes» ' estableciendo «naciones-estado» unitarias en teoría pero
casi tan heterogéneas en la práctica como habían sido las posesiones de
los Habsburgo. La multiplicación de soberanías, al igual que la Liga de
las Naciones, demostró ser una solución temporal para problemas de lar­
ga duración: de todos los estados resultantes, el que mejor trató de afron­
tar los problemas del estado multinacional, Yugoslavia, aún experirnenta
fuertes tensiones por querer mantener la unidad estatal en teoría, al
2 39
COSMÓPOLIS

. · la prá cti ca una gran diversidad de religiones, len-


t1en1po que permite en
.
guas y costumbres provinciales

odernidad», las filosóficas, son me­


Las últimas preguntas sobre la <<posm _
fensores de la modernidad no
nos sencillas. La disputa entre críticos y de
ad de los fenómenos impli­
es fácil de resolver dada la enorme complejid
toria dual de la moder­
cados. Sin embargo, si tenemos presente la trayec
nidad (de una parte, el curso de la experiencia, que sigue su marcha, y, de
la otra, el curso de la doctrina, que se cierra en una especie de omega),
debemos contentarnos con alcanzar unas respuestas aproximativas. Tan­
to los partidarios como los detractores de la modernidad ofrecen argu­
mentos sólidos; pero, si los examinamos de cerca, siguen unas direccio­
nes muy distintas.
Al gunos críticos, como J ean Franc;ois Lyotard, parecen abogar clara­
mente por una dirección nueva, posmoderna. Según el pensador francés,
la característica epistemológica de nuestra posmodernidad es la pérdida
de las estructuras conceptuales básicas, de carácter autoritario, que sirven
de «fundamento>> al saber racional, como, por ejemplo, el que encontró
, Descartes en Euclides. En la medida en que la meta de la modernidad
implicó organizar el saber en <<sistemas>> (sistemas lógicos en las ciencias
naturales, sistemas institucionales en sociología o sistemas culturales en
antropología), se puede decir que supuso un cambio auténtico. Para Des­
cartes, la geometría euclidiana era un sistema racional ideal, y no tenía
ningún sucesor plausible (como tampoco hay un sucesor plausible para
los Principia Mathematica de Russell y Whitehead, a los que los filósofos
de los años veinte apelaron como último recurso de un sistema episte­
mológico que se validara a sí mismo).
Sin embargo, esto no es motivo suficiente para que se pueda conside­
rar corno un fracaso el programa intelectual de la modernidad. i o
S h y ya
no basamo: el sa�er e� sistemas universales y atemporale no es sólo por­
s
que el sueno racionalista fuera siempre ilusorio. Descartes nunca se en­
frentó al escepticismo clásico en su propio terren
o. Antes bien, buscó un
t�rreno e� �l que, de ntro d� unos límites prácticos
, la lógica formal pu,. ­
diera sum1n1strar una espe cie de coherenc·ia a I ·
. . . a que M onta1 gne no babia
dado la debida 1m or
p tanc1a; pero la pretensión de que estos ejemplos sir-
EL OTRO LADO DE LA MODE
RNIDAD

vieran .de modelo para todas las disciplinas iº ntelectua1es si· e sien
· do un
_ 1ncumph
. . gu
sueno do, por lo mismo que el hecho de que ni· n , n mode1o pa-
. , . . gu
recido este disponible hoy no significa tampoco la << muerte» de 1a racio-
nalidad, si�o más bien nuestr� despertar de un sueño transitorio y ambi-
guo. A:1�ano socavado por d Alembert, Holbach, Priestley y Kant, el
andamI�Je de la modernidad ha sido desmontado en la actualidad y la
modernidad ha alcanzado por fin la mayoría de edad. Si para algunos crí­
ticos, como Lyotard, la ausencia de un sistema fundacional sustituye lo
_
«rac1�na�» por lo «absurdo», esta objeción muestra sólo que su ataque al
cartes1an1smo comparte el prejuicio de Descartes a favor de los «siste­
mas». Si, en cambio, reanalizamos la «racionalidad» en términos no sis­
témicos, no tiene por qué haber nada «absurdo» en ello.
Y ahora dejemos a los detractores de la modernidad y centrémonos
en sus defensores. El azote de los «posmodernos» parisinos es Jürgen
Habermas, de Frankfurt. Habermas se sirve del término «moderniza­
ción» para referirse al movimiento emancipatorio que se inició con la Re­
volución Francesa y fue racionalizado en la teoría universalista de la ética
kantiana. Gracias a una ambigüedad irónica, su «modernidad» equivale
a nuestro <<desmarque respecto de la modernidad»: el desmantelamiento
de la estabilidad jerárquica impuesta tanto a la teoría científica como a la
práctica social durante los cien años que precedieron a la Revolución
Francesa. Así pues, Habermas ve la marca distintiva de la modernidad no
en una supuesta dependencia respecto de la teoría racionalista, sino en
un compromiso con la práctica igualitaria. Kant empezó su crítica de la
cosmovisión dominante en su Allgemeine Naturgeschichte (1755), donde
sostiene que la naturaleza tiene su propia historia por el mismo título que
también la tiene la humanidad. Bajo el influjo de Rousseau, su teoría mo­
ral añadía el imperativo suplementario de que una comunidad bien orde­
nada no debía admitir ninguna desigualdad, sino tratar a todos los agen ­
tes racionales como ciudadanos autónomos e i guales dentro de un a
verdadera mancomunidad de fines. A lo que Habermas añade una serie
de preguntas trascendentales sobre los factores que podrían distorsio�:r
tanto la percepción de las relaciones sociales como nuestra con1pren sion
del lenguaje del discurso político.
cen ,
Los defensores y detractores filosóficos de la modernidad p are
así, mantener un diálogo de sordos. Muchas de las razones que ac�u cen
_
los escritores franceses contemporáneos para negar la valide z continua-
COSMÓPOLIS

s ele1nentos del siglo xx


da de 1 a <<n1. 0 derntl· iad » se refieren a los mismo
que apunta H . abermaS Para afirmarla. Pero s1 adoptan posturas opu estas
. .
sobre eI probl . ema de la modernidad no es por razones de sustancia, sino
porque e1 ter ,,, 1n1·no «moderno» -visto desde sus respectivos puntos de
vista-si rrnifica cosas distintas. Los escritores franceses lo toman en sen-
tido cart:siano. Para ellos, la racionalidad formal no tiene otra alternati­
va que el absurdo; así, ante la falta de una fundamentación for�al, la_ si­
tuación del siglo xx no deja lugar alguno a respuestas constructivas, sino
sólo a respuestas deconstructivas. En Habermas, la palabra <<moderno»
apunta más bien a la crítica moral de Rousseau y Kant, �or lo que, en su
opinión, aún le queda mucha vida al programa constructivo de la moder-
nidad.
Entre quienes ven la modernidad como un programa ya periclitado y
quienes la ven como algo que tiene aún vida y validez, hay un terreno
intermedio en el que se mueven dos tipos de escritores. Hay artistas, ar­
quitectos y críticos para quienes términos como «moderno>> , ·«posmo­
derno»-y <<modernismo» tienen unas connotaciones históricas completa­
mente distintas; así, por ejemplo, los años fin de siecle en los que las artes
se transformaron merced a Hof&nann y Loos o a los movimientos art
nouveau y Sezession, o los años que median entre las dos guerras mundia­
les, con Mies van der Rohe, Josef Albers y los constructivistas a la cabe­
za. En el otro grupo figuran críticos sociales como Peter Drucker, que
inventó el término de <<posmoderno» para deslindar las funciones políti­
cas y el marco institucional de la nación-estado soberana. Ninguno de
estos dos grupos ataca frontalmente ni a Habermas ni a los parisinos. Los
artistas y críticos se muestran interesados en demostrar que los pintores,
músicos y arquitectos de principios del siglo xx se des
hicieron del acade­
micismo en busca de un estilo de arte y de dibujo
nuevo y más ligero. Por
su parte, J?rucker nos exhorta a cuestionar las pre
_ tensiones soberanistas
de la nac1on Y a promover, así, una revaloriza
ción de las instituciones so­
c��les y polít�cas. Sus ensayos abordan problem
as prácticos y su explica­
cion no es mas «absurda» que cualquiera de
las explicaciones que se pue­
den enc�nt�ar en Habermas. Pero dicen
_ _ cosas muy sabias sobre la
tih
� da� lim itada de las instituciones «nacionale
s» y sobre el valor de las
1nstanc1as que pueden actuar en otros áinbi
tos (no nacionales, subnacio­
nales o transnacionales).
En suma, pues, como debate filosófico
, la pelea entre lo «n1oderno»
EL OTRO LADO DE LA MODE
RNIDAD

y lo «posmoderno» termina en un «empate técnico». Mirando hacia


atrás, los; detractores de la modernidad proclaman O 1amentan (no esta;
cl�ro cual de estas, dos cosas) la ausencia de fundamento en el pensa-
miento contemporaneo. Su observación es exacta: el sueño del fundacio­
na_ l!smo-e� de�ir, la búsqueda de una serie permanente y única de prin­
c1p10s autor1tar1os para el saber humano-ha resultado ser precisamente
eso, un mero sueño, que puede tener su atractivo en momentos de crisis
intelectual pero que se difumina cuando las cosas se ven bajo una luz más
tranquila y nítida. Mirando hacia delante, sus defensores insisten en la
importancia moral de continuar la emancipación iniciada en la Ilustra­
ción, y que aún prosigue en Suráfrica y otros lugares; es decir, luchar
contra esas desigualdades humanas que tanto escandalizaron a Jean-Jac­
ques Rousseau y que se les atragantan a tantas personas de buena volun­
tad en el día de hoy. En un terreno intermedio del debate, se da un am­
plio espectro de cuestiones, que van desde la teoría física hasta la práctica
ecológica y desde la política hasta la arquitectura.
En sus inicios, la modernidad nos sorprendió como una cosa simple,
inconsútil y beneficiosa. Ahora, en este otro lado de la modernidad, su
historia se revela más compleja de lo que habíamos creído. Al principio
nos pareció como la marcha ininterrumpida de la racionalidad humana;
pero era una impresión que ocultaba ambigüedades y confusiones varias.
La decisión de si la entronización de la <<racionalidad>> en el siglo xvn fue
una victoria o una derrota para la humanidad depende de qué se entien­
da por «racionalidad» propiamente dicha: los éxitos del intelecto no fue­
ron una bendición «al cien por ciento>> , sino que se deben sopesar a la luz
de las pérdidas que se produjeron al abandonarse el compromiso del si­
glo xv1 con la modestia intelectual, la incertidumbre y la tolerancia. En
nuestra sección final, nos preguntamos si, en un futuro próximo, podre­
al
mos recuperar la sabiduría humanista del Renacimiento sin perder
s en
mismo tiempo las ventajas conseguidas durante los tre:cientos_ año
Y las
los que la vida intelectual estuvo dominada por la filosof1a cartesiana
. .
c1enc1as exactas.

2 43
r
CAPÍTULO QUINTO

EL CAMINO POR ANDAR

EL MITO DE LA TABLA RASA

Estos dos lega dos gemelos de l as ciencias exacta s y las humanidades sólo
los podemos reconciliar mediante un cambio de rumbo; para lo cual, es
preciso darse cuenta antes de que l a agenda del <<pensamiento moderno»
se plantea en realidad una s meta s que exceden a su propia capacidad. Lle­
gados a este punto, debe haber quedado suficientemente claro que tene­
mos que equilibrar el afán de certeza y claridad en la teoría con la impo­
sibilidad de evitar la incertidumbre y la ambigüedad en la práctica . Pero
la visión heredadada de la modernidad no sólo descansaba en la búsque­
da de la certeza y en la equipara ción entre ra cionalidad y respeto a la ló­
gica formal, sino que además asumió la creencia de los racionalistas de que
la manera moderna y racional de abordar los problemas era barrer de tra di­
ciones el racimo heredado, limpiar la pizarra y empezar de cero.
En efecto, si echamos la vista atrás a todo lo anteriormente dicho, ve­
remos que la idea de •«comenzar otra vez con la ta bla rasa » ha sido una
preocupación tan recurrente entre los pensadores de la Europa moderna
como la búsqueda de la certeza propiamente dicha. La creencia de que
cualquier nuevo constructo sólo es verdaderamente racional si << arrasa»
con todo lo que había antes y empieza desde cero ha jugado un papel fun­
damental en la historia intelectua l y política de Francia (los ingleses han
sido generalmente más pragmáticos, aunque nadie que a borde con en�­
siasmo el espíritu de la modernida d puede declararse inn1une a su in­
fluencia). La ilustra ción más espectacular de esto la constituye la Revo­
lución Francesa . En aquella ocasión, el sueño de dejar la casa limpia Y
empezar de cero a tra vesó el C anal de la M ancha, despertando el entu­
siasmo de William Wordsworth y de toda su genera ción:

Bliss was it in that Dawn to be alive;


But to be young was very Heaven!
•t ;
" ♦
'

COSMÓPOLIS

[·Qué be nd ic ió n la de vivir aquel amanecer,



l
ne s fu e el cie lo en . rra.!]
1 a tie
pero vivirl o de jó ve

o rec ·
1en te sob re la Re vol uci ón sub raya este mismo punto de
Un ensay
vista:

La revolución llegó a todo. Así, recreó el tiempo y el espacio. �-.. ] los revolucionarios
dividieron el tieinpo en unas unidades que para ellos eran racionales y naturales. La
semana tenía diez días, el mes tres semanas y el año doce meses.
La adopción del sistema métrico representó un intento similar por imponer una
organización racional y natural al espacio. Según un decreto de I 79 5, el metro sería
«la unidad de longitud i gual a la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano
terrestre entre el polo norte y el ecuador>>. Por supuesto, los ciudadanos corrientes
no sacaron demasiado provecho de dicha definición. Tardaron bastante en adoptar
el metro y el gramo, la nueva unidad de peso correspondiente, y fueron pocos los
que se mostraron a favor de la nueva semana, que les daba un día de asueto cada diez
días en vez de cada siete. Pero incluso allí donde permanecieron las viejas costum­
bres, los revolucionarios dejaron estampadas sus ideas en la conciencia contemporá­
nea mediante el expediente de cambiar el nombre a todo.

Hasta entonces, tratar la racionalidad como un <<empezar con la tabla


rasa>> había sido un sueño exclusivo de los intelectuales. Con la Revolu­
ción Francesa, se convirtió en un métod o político. Mientras la Revo­
lución conservó su pureza, el catolicismo fue oficialmente reprimido a
favor de una <<religión de la racionalidad»: Notre Dame se convirtió en
el templo a la diosa razón. El racionalismo invadió el mundo de la políti­
ca, el p�ogra1:1a de la filosofía racionalista se transformó en un programa
revolu:1onar10 y los presupuestos que habían regido hasta entonces en el
plano intelectual se transmutaron, como por ensalmo en máximas de ac-
'
ción política.
�os acontecimientos que comenzaron en 17 s 9 dieron también a la
propia palabra «revolución» un nuevo significado
:
.
Nadie estaba preparado para la revolución en 1 · · ,, s1· busca-
7g9 . La 1·d ea misma no e.x1st1a.
rnos ·«revolución» en los diccionarios al uso del
. 5·ig1 o xv1u, encontraremos d e fi n1c
· 1· ones
derivadas del verbo revolver, corno por eJ· ern 1
. ' . P 0, << 1a vue1ta de un planeta o estreIIa aJ
mismo punto del que partió».
EL CAMINO POR ANDA
R

Esto fue cierto. sobre todo en Francia · Pero en Gran Bretana


. ~ e1 recuerdo
de los a con tecim ien tos de 1688, año en el que e1 1m · pecable rey pro
. tes-
tante Guillermo III desplazo, al catohc , .
o Jacobo II, era ya ce1ebrado por
. .
los ingleses como una gloriosa revolución • (Asi', por eJe· mp
. 1o, cuando J o-
seph Pr1estle� y sus amigos dieron una cena en honor de la Revolución
Francesa, luc1er?n reproducciones de la medalla del centerario emitida
p�ra el 4 de noviem�:e de r 788, en la cual se leían las inscripciones «Ju­
bileo de la Revolu_c1on» y <<Los británicos no serán nunca esclavos».)
, ,
Aun as1, la revoluc1on de 1688 nunca había pretendido remodelar la si­
tuación P?líti�a e� Gran Bretaña desde los mismos cimientos. Siempre
se la considero mas como la restauración del status quo ante, al deshacer
las políticas procatólicas de los posteriores Estuardos y reinstaurar la in­
dependencia de la tradición inglesa, a semejanza de la vuelta astronómi­
ca de un planeta a su órbita anterior.
Como meta filosófica, las ideas de la tabla rasa y el comienzo nuevo
tuvieron una fuerza especial en su contexto original. En 1630, en plena
Guerra de los Treinta Años, el consenso tradicional que hab ía subyacido
a las empresas intelectuales de Europa se había reducido a cero. No exis­
tía unaminidad en materia de ética, de política, de religión ni, tan siquie­
ra, de física. Frente a este colapso general, los filósofos buscaron un pun­
to de vista alternativo para el pensamiento y la práctica de los seres
humanos: una serie alternativa de <<fundamentos» o «datos» que estuvie­
ran disponibles en la experiencia compartida de pensadores reflexivos. Si
se descubría semejante punto de partida universal, éste podía convertirse
en el punto de salida desde el que los científicos y filósofos de cualquier
época o cultura podrían empezar de cero.
Cada escuela filósofica moderna tenía sus ideas propias sobre dónde
se podía encontrar exactamente este <<punto cero». Para pensadores ra­
cionalistas como René Descartes, el punto de partida propiamente dicho
se hallaba en unos conceptos b ásicos comunes o «ideas claras Y disti�­
tas». Para pensadores empíricos como John Locke, se trataba de u�a eVI­
dencia sensorial común, o «ideas de sentido». Pero ni Descartes ni Loc­
de
ke dudaron de que la diversidad y las contradicciones de las maneras
pensamiento locales, tradicionales y heredadas obligab an a los filósofos ª
b-
emanciparse de los imperativos de dichas tradiciones. En el debate s�
. · , · · · · con la m 1 ·sma fuerza que los rac10-
s1gu1ente, 1 os emp1r1cos no 1ns1st1er on ..
.
nal1stas en la necesidad · 1 canz a r 1 a «certeza». M uchos ad m 1t1eron que
de a
2 47
cosMÓPOLlS

- le" ve sti ga ció n er an in trínsecamente falibles y no po-


nucstro s 111e, _
to{ I os , ( 1· 1 1 , - . .
_ o t-recer 111a,, s, que� s, 1· 111¡1Ies• <<¡1robabilidades». Pero incluso i
qu enes ya
(_ 1/1an .
pro po n1a ,, n , 1 ,.
e" zar la cer tez a aca bar on abrazando la idea de la ta-
no se ,1 .J 111
-

xx), tanto los filos�f�s de


bla rasa. ,,Hasta )os años cincuenta (del siglo
• ,,

· · "t·i ·c . a c(· ) c· > r·1c


. , 1·onalist
· a die ron por sentado que exist1a al-
¡H l scn pc_ 1 on et llJJt 1-
1 1-
de partida natural para
gún tipo de verdad 110 cuestionable com,o punto
con1enzar la reflexión racional en filosofia.
Vistos desde el presente, los argun1entos clave de los filósofos mo-
dernos dieron 111uestras, desde el principio, de cierta inquietud: la situa­
ción exacta del punto de partida racional era menos obvia de lo que se
había supuesto en un principio. Cuando Descartes dio las ideas de la ge-
0111etría euclidiana por «claras y distintas», tuvo que enfrentarse a la si­
guiente pregunta: «¿Podemos estar seguros de que las ideas euclidianas
estén iguahnente disponibles para los pensadores reflexivos de todas las
épocas y culn1ras?». Su contestación fue que un Dios benevolente habría
i1nplantado estas ideas en todos los seres humanos por igual; pero no se
1nolestó en preguntarse, con10 curiosidad etnográfica, si en cada rincón
del inundo, o en todas las épocas de la historia, los seres hu1nanos perci­
bían, interpretaban y describían las relaciones temporales y espaciales
conforn1e a los patrones euclidianos o si había otras maneras de percibir­
las, interpretarlas o describirlas. Tan1bién J ohn Locke dio por sentado
que sus n1encionadas ideas de sentido generarían, a fuerza de repetirse,
un(1s correspondientes ideas de reflexión (o «conceptos>>) en personas
que vivieran en cualquier rincón del inundo o tipo de situación. Pero no
se for1nuló esta pregunta: «¿E,s suficiente la repetición? ¿O no es cierto
1nás bien que la adquisición de los conceptos depende de la repetición
que se produce dentro de un contexto cultural específico
?».
I-loy saben1 0s que a1nbas definiciones sobre un nuevo co1nienzo filo­
sófico no sólo eran arbitrarias, sino que aden1 ás de
/ • scansaban en presu­
puestos e1np1r1c�unente falsos. Descartes dio por
sentado que Dios había
�lado a to�i�s los l��nnanos una inclinación especial para desarrollar las
1de�1s euchd1an as. Sin en�bargo, aún hoy existen
_ culturas en las que las re­
lac1c�n�s espac1al�s se afrontan de rnanera div
ergente respecto del ideal
euchd1ano. En efecto, h�: 1u tt)Ueblos-- que perci r
- ·ben 1 as re1 ac1ones
· espacia · les
de 1nanera diferente a con10 se
• __
-- perciben en la· s cu1 turas 111 · d ustr1a
· I es m o-
dernas v que est�in suj- etos a otras ilusio11es .,. h
. · . 0 p ucas. Lo n11smo
· ocurre con
las ideas de sentido de Locke tan1bién supues t
an1ente con1part1·das. H ay.,.
EL CAMINO POR ANDAR

pruebas de que ciertos colores (por eJ·emplo, e1 negro, e1 blaneo y el roJo)


. ,.
desta,.can en la percepcion cotidiana del color Y, por tanto, son reconoci-
dos faci·1mente como .colores primarios por personas de d·.c 11erentes cu1 tu-
ras. Pero en nuestras ideas de reflexión (cuando hablamos o pensamos en
colore s, nombramos o e scribimos los colores de los ob·Jetos) , 1a d.1vers1-
dad cultura! vuelve a hacer acto de presencia . El paso que va de 1as «1· d e-
.
as de s_enttdo» de Locke a s�s «i�eas de reflexión» (de las percepciones
sensoriale s a los conceptos) implica no sólo una exposición frecuente a
los estí�ulos en c�esti�n, sino también una enculturación y una lengua
comparadas. La d1vers1dad de la terminología sobre los colores en las
dis�ntas lenguas y_culturas es menos drástica de lo que los etnógrafos su­
pusie ron en otro tiempo, pero es lo suficientemente sorprendente como
para cuestionar la elección empírica de <<datos de sentido» neutrales
como punto de partida racional para construir un mundo inteligible. Por
razones de pura etnografía, tanto como de argumentación analítica, nin­
guna propuesta de filosofía racional-partiendo ya de conceptos com­
partidos ya de sensaciones compartidas-se mantiene tampoco en pie
hoy en día.
El peso de la prueba se ha desplazado. El sueño de encontrar un pun­
to cero que sirva de punto de partida para cualquier filosofía <<racional»
no se puede cumplir. No existe tal punto cero. La creencia de que abj u­
rando de las ideas heredadas de nuestras culturas podremos dejar «lim­
pia la pizarra» (o «rasa la tabla») y empezar de nuevo, es tan ilusoria
como la creencia en un sistema de teoría global que sea capaz de procu­
rar certeza y coherencia atemporales. La búsqueda de la certeza, el sue­
l
ño de una tabla rasa y la equiparación entre racionalidad y lógica forma
fi­
desempeñaron un papel muy importante en el programa de la teoría
metría
losófica del siglo xvn. Para Descartes, la necesidad lógica de la geo
de una
era un ejemplo de certeza, por lo que equiparó la racionalidad
a for ma r un sist em a lóg ico . Asi mis mo , como
ciencia con su facilidad par
en su teoría
quiera que la sistematicidad era esencial para la racionalidad,
te rm in ad as id ea s o pr ác tic as se tra nsmutaran
no había cabida para que de
vez q ue se_ ha­
continuamente en otras ideas o prácticas dife rentes. Una
cr ed en ciale s de cu alq ui er sis te�a socia� 0
bía empezado a cuestionar las _
co n el la s y co ns tn nr ot ro s1s tema dis-
intelectual, no quedaba sino acabar
tinto en su lugar.
. b ya c n t e a 1 pr o g· ra m a fil os ófico de
El modelo de «racional'd 1 ad >> su e

2 49
COSMÓPOLIS

za, sistematic�dad y
111 odernidad descansaba, pues, en tres pilares: certe
tre sci en tos añ os de spu és Jo hn Dewey y Richard
tabla rasa·' así ' cu an do . .
fun era l de est e pr og ram a, estas ex eq uia s tuv 1e ro? una
Ro rty oficia ro n el
ar los �ro�lemas racional­
repercusión más amplia. La idea de que abord
nte sig nifi car a un nu evo co mi en zo de sde cer o habia sido un error des­
me
nos es comenzar desde
de sien1 pre. Lo más que podemos hacer los huma
s en tal lugar; es de­
donde estamos, y desde el momento en el que estamo
ponemos
cir ' hacer un uso discriminatorio y crítico de las ideas de que dis
en nuestra actual situación geográfica, así como de las pruebas de nues-
tra experiencia, tal y como ésta es «leída>> a la luz de tales ideas. No te­
nemos ninguna posibilidad de desvi11cularnos de nuestra herencia con­
ceptual. Lo único que se nos exige es utilizar nuestra expeciencia de
manera crítica y discriminatoria, perfilando y mejorando nuestras ideas
heredadas y determinando con mayor exactitud los límites de su alcance.
Más concretamente, el trabajo realizado en los ámbitos de historia de
la ciencia, antropología cultural y otras disciplinas en estos últimos trein­
ta años muestra que, por impecablemente que satisfagamos estas exigen­
cias, no estaremos por ello más cerca de un punto de partida autojustifi­
cador. No existe ningún punto cero desde el cual poder saltar a un
sistema intelectual autónomo y desprovisto de tradición. Todas las situa­
ciones culturales que nos sirven de plataforma para llevar a cabo nuestros
estudios prácticos e intelectuales están históricamente condicionadas. Y
como esto es así, lo único que podemos hacer es empezar lo mejor que
podamos con lo que tenemos aquí y ahora.
Es éste un pensamiento que los americanos, en concreto, encuentran
particularmente desalentador. El sueño de una tabla rasa siempre resul-
,, . . .,
to atr��t1vo a qu1�nes cre1a n que, una vez dejadas atrás la tiranía y co-
rrupc1on de la sociedad europea tradicional tras desembarcar en un nue­
vo continente, sería finalmente posible empezar de nuevo desde cero.
Pero, fueran cuales fueran las ganancias políticas de los primeros coloni­
zado�es americanos del siglo xvn, o de los padres de la Constitución
amer�cana a finale� del �111, lo cierto es que ni los primeros colonizado­
res n1 los revoluc1onar10s definieron sus opciºones en term1nos ,, ·
,, , , que no
�eran los que se hab1an tra1do en la mochila desde el otro lado del Atlán-
tico. Cuando los habitantes de las Trece eoIon1· as
.. cortaron eI cord,,on
umb1hcal con la madr e patria, much os ame ·
ricanos <<nuevos» estaban in-
tentando re staurar e l orden tradicional en Ia soc1· e da d ·
para poder as1,, d1s-
250
EL CAMINO POR ANDA
R

frutar de las libertades inme moriales de los ing1 eses que 1 os


reyes hano-
verianos habían hecho peligrar.
Así pues, a pesar de su interés por las
teorías políticas de Hobbes y
.
Loeke, los revoluc1onar10 .
. s americanos tuvieron unas
metas y unos méto-
dos más p ragm áticos que los de sus sucesores franceses una docena de
años desp u és. El obj e tivo de la guerra revolucionaria americana como el
de la gloriosa revolución inglesa de 1688, fue la restauración del �atus q u o
ante más bien que la reconstrucción de la sociedad desde los cimientos
pre ten der ía rlo
'
c om o se la Rev olución Francesa. Al i gual que Calvino y
Lutero habían acabado con las corrupciones que afeaban a las institucio­
nes y prácticas del cristianismo, esperando reformarlas desde dentro , los
padres fundadores de Estados Unidos esperaron acabar con las corrup­
ciones que afeaban a la monarquía británica y construir una república que
encarnara las virtudes inglesas tradicionales en una versión purificada.
Pero, en realidad, ni siquiera los revolucionarios franceses empeza­
ron de cero. De sus reformas <<racionales», fueron pocas las que llegaro n
a echar raíces en los corazones del pueblo francés. Por ejemplo, a Napo­
león le resultó bastante fácil, a partir de I 805, restaurar el calendario tra­
dicional. En la administración pública, muchas reglamentacio nes here­
dadas sobrevivieron i gualmente a la Revolución, sin experimentar
cambios sustanciales. También en esto, los cabecillas de la Revolución
más radicales tuvieron finalmente que llegar a un compromiso ante la
necesidad de mantener en buen funcionamiento los servicios públicos y
otras funciones sociales.

HUMANIZAR LA MODERNIDAD

· ·
Tras los horrores de 1914-1918, los euro peos s1nt1 eron de nuevo la ne-
cesidad de dejar limpia la pizarra, empezar completamente d� cero y_aco­
meter su propia búsqueda de la certeza. En este empeño, dieron vi�a ª
una versión retrospectiva de los orígenes de la modernidad-en el siglo
xvn-que diera fundamento y resultara provechosa para su ��usa. Pero,
. ·
a1 deJar en la sombra a los human1stas del s1g · 1o xvi, esta vers1on se reve-,,
ló falaz y empobreció nuestra visión de la edad moderna. No hay p or q
ue

escoger entre el humanismo . del s1g• lo xv1 Y 1a ciencia exacta del xvn; se
os.
trata ' antes bien ' de quedarse con 1 os 1ogros posi·rivos de ambos legad
cosMÓPOLIS

, 1 ,al y. con 1 o e s. tf_,Jn las cosas actualmente, nuestra n:cesidad de reapro-


· l l e Y tOl erante (pero desdenado) del humanis-
p1a. rn · os oeJ l l e� g a . d () razona )
,, u�gente q. ue nu estra nec esidad de conservar el .
legado stste-
n10 e s 1n as . . ta (aunque bi en arraigado). de las c1en . s exact
c1a
,, · o Y per tecc1o n1s . as·'
1n a t1c . . · . c1nd1r . de ninguno d
nc 1 , n po dem os pres e los
aunque , en últim a 1n sta
a 0

m os n d u d a co n D e scart es y Newton por sus bellos eJemplos


d0s Es ta e e . .
de t·e or1,,a bi. en 1o e rmu1 ªda, p ero la hun1anid
. ad necesita tam b ,, de perso-
ten
,, •
teorí a y la practica se tocan en puntos
na s que sean consc1· e nte s de que la .
y en modos que sent·mos 1 en nuestra propia carne. La tarea actual co n-
. la manera de pasar de . . ,,
s1ste , por cons1gu , · i· ent·e, en enco ntrar la v1s1 on he-
. ,, . .
redada de la modernidad -qu e disoc io la � ienci as exactas de las hu�an.-
, �
dades-a una versión reformada, que redima a la filos�fía y a la ciencia
recon ectándolas con la mitad humanista de la modernidad. Para esa ta­
rea no bastan las técnicas del racionalism? del siglo XVII. Todas las cre­
denciales de la teor ía-como las del hecho nacional-deben demostrar
su valor demostrando también sus arraigo en la práctica y la experiencia
humanas.
En la situación actual, no podemos ni aferrarnos a la modernidad en
su forma histórica ni rechazarla totalmente, y menos aún desdeñarla. Se
trata, más bien, de reformar y hasta r eclamar nuestra modernidad here­
dada humanizándola. Estas palabras no son una exhortación vacua. Tie­
nen un sentido muy específico que vamos a intentar ilu
strar en este capí­
tulo final; en primer lugar, con r elación a las cie
ncias naturales, luego
definiendo una nueva agenda para la filosofía
y, finalmente, aplicándolas
a la práctica de la política, que debe tra
scender a la nación-estado abso­
luta. En este sentido, es preciso decir
que buena parte de lo que se apro­
vechaba en el pensamiento y la
práctica modernos ya ha recorrido un
buen trecho en este viaje de auto
rredención. Las ciencias natu ral es, por
ejemplo, t�I Y como las conoce
mos en estos años postreros del sig o xx,
han recorndo un largo trecho l
desde aquella física mecanicista o lo
sofía natural>>-que
im pu . -- «fi ­
si er a su d1ctadura durante los s etenta y ct· nco
a�~ os que sig . .
uieronª la publicación
1 � e sto de D e scartes
del Discurso del método el famoso ma-
� . Lejos de ser un sistema ,
oricas y abstractas sol formal basad o en ideas te-
. . am en te, con una «certeza» ,,a
las ciencias de hoy están pro fu tomada de la geo m e t ri ,
. ndamente enraizadas en la xp r1enc1· a, ª1
.
t1 m o que su t1. h. dad e e ·
: � � práctica está cada v
terminas de su impacto huma ez más sometida a la crítica en
no .
252
EL CAMINO POR ANDA
R

A partir de la Segunda Guerra Mund.1ª l, 1as preocu


. . paciones intelec-
u
t ales de l as c1en c 1as han sufrido un desplazamien · to importante. En los
años sesenta y los setenta, por eJ·emplo, los deseubr1m · tos en qu1,,m1c
· 1en •
a
,, culas muy .
de mol e c ompleJas proporcionaron a los b.10"logos un nue
a va
s
c�a:e sobre l� � �blemas p ri�cipales de la genética, la fisiología y la me-
r
p p o, h _
c n
d1 � � a. rin ci i _ � bo qu i en v i o en la «biología molecular» una vic­
toria mas del
_ _ mate�1ahsmo mecanicista y calificó sus implicaciones más
amplias de 1rremed1ablemente reduccionistas y antihumanistas. La reac­
ción m adu�a a :st� ca�bio es más esperanzadora, pues recuerda que los
procesos b1oqu1m1cos tienen su raíz en la ecología local de cada «micro­
habitan te» del interior del cuerpo. El impulso platónico hacia una teoría
universal puede, así, equilibrarse con una mayor atención, de sesgo aris­
totélico, a las épocas, lugares, circunstancias y ocasiones distintas en que se
dan los hechos biológicos, así como con los problemas prácticos que su
gran variedad crea a la biología.
Más sorprendente aún resulta ver cómo la línea que divide los aspec­
tos morales y técnicos de la medicina ha ido adelgazando durante los úl­
timos veinte o treinta años conforme los tecnólogos desarrollaban nue­
vas maneras de alargar las vidas de los pacientes, a menudo hasta un
punto en el que no tiene ningún sentido la mera prolongación de las fun­
ciones corporales o vegetativas. En la fase actual de la medicina, todos los
intentos por eliminar la distinción entre <<hechos» y «valores>> se ven su­
perados por las exigencias prácticas de los nuevos problemas y situacio­
nes. A partir de ahora, la definición misma de qué sea un problema «mé­
dico» debe ofrecerse en términos suficientemente amplios como para
cubrir tanto sus aspectos técnicos como morales. Así, no importa sólo el
hecho de que el oxígeno de la sangre arterial de un paciente se encuentr�
a un nivel en que la vida corra peligro, sino tambié n el hecho de saber_ s1
el paciente ha expresado, por ejemplo, su claro deseo de no ser resucit�­
do mediante aparatosos medios técnicos si ello sólo contribuye mar�I­
nalmente a la perpetuación de la vida biológica y no a la calidad de la vida
como tal.
también de
Lo que viene siendo cierto de la biología desde 1945 lo es
re
la física contemporánea. Cuando se soltaron las bombas ató��cas sob
ndo q ue
Hiroshima y Nagasaki, muchos observadores concluy�ron dici�
· un1ana.
· ·blemente destructiva y an· tth
1a fís1· ca nuc1ear era tamb.1en ,, 1rrem
· 1s1 .
. . ,, como rea. cci·,,on, un c·unbio de n1en ta h-
Pero este acontec1m 1ento acarreo,
2 53
cosMÓPOLIS

/ .
· ron·
� .1 asa de la pureza abstracta y el desape-
dad en 1 os p rop ·
ios, f1
· cos-- '
s1 que
.
l
, n1a. yor preocu pación por los efectos políti-
. " ,(1 ·l os, v,alo e » a u n a . .
go «aJeno r s
. nov.ac entífica. La consecuencia inmediata de
l a 1n , .
i o/ n ·
ci
c�os, Y _so � es
, cial d e
. de The Bulletin of the Atomic• Sc1e• nt1st
� •
, que sigue
es· te ca1nb1 0 fu e 1 a cr ea c1 /
on . .
ri os tran sn ac1o na I es, no gu bern am
1n en su a 1 m en te com enta en-
IJubl ic an do .
1 a po 1 /
it ·
1c a de l as arin as nucleares y otros temas •
asociados.
tales, . sobr '. /
e .
st e qu · e no· se debe ría sube stim ar. Mientras el <<Manhat-
U n ca n1 b 10 e / . . /
c.. e más-- que un e · J ercicio teor1c o, los c1ent1 ficos de Los
tan P roJ.ect» no 1LI / . /
a de los sol �ados , p ohtic os y b ur oc ratas
Álamos hablaban a menudo acerc _
v
· aban su obra en términos. de <<hlJOS de puta »; y, hasta el mo-
que super 1s . .
mento en que explotó de verdad la primera bom ba, siempre se �eron a sí
mismos como una clase aparte. Dicho camb io no se produjo hasta los
primeros ensayos atómicos de Alamogordo. El colega de Robert Oppen­
heimer, Bainbridge, reaccionó al parecer declarando: «¡Ahora todos so-
1nos unos hijos de puta!». A partir de entonces, entre los científicos ató­
micos se produjo una especie de «movimiento de tierra» general a favor
de entrar a formar parte directamente en los debates políticos sobre la
utilización de armas nucleares y la potencia nuclear.
Una <<humanización>> semejante se advierte también en el campo de
la tecnología. Los últimos cuarenta años han presenciado el cambio de las
actitu des públicas hacia los proyectos de ingeniería. En los años cincuen­
ta, los organismos que ejecutaban proyectos de ingeniería a gran escala,
como, por ejemplo, el «U. S. Army Corps of Engineers» («Cuerpo de
Ingenieros del Ejército Americano»), actuaban movidos aún fundamen­
talmente por consideraciones técnicas; así, construían cualquier presa
que _pareciera favorecer a la agricultura o el transporte sobre la base ex­
clus!va de su viabilidad técnica. A finales de los
años ochenta, ningún or­
gam�mo del género podía seguir haciendo
la vista gorda sobre cuestiones
de «i mpacto medioambiental». Ante
s bien, se les exigía por ley exponer
cla: amente Y p�r adelantado los ben e
ficios y p erjuicios que se podían se­
� de determm ado proyecto, y los daño q
ur
a ana-
lizar V evalua
s ue es ta ba n ob ligad o s
� r cubrían tant 0 1 os prod
uc1.dos a seres hu1nanos como a no
humanos. Antes ' la posibil1º d
.
eJemplo, las cascadas ' al se
ª
d de ut1•¡·izar recursos naturales, como, por
rvi· ci· o de 1 a human1d .
. · ento so-
ad era un argum
bra damente convincente · Aho
no es so,, 1o una fuente de recu
ra, · 1 gente entiende
. ª que la «natura1 eza>>
· benefi1cio
. si. rsos naturales que explotar para nuestro
propio ' · no que es tain b.ie, n, en l mi
a sm a medida, n uestro h a/ -
EL CAMINO POR AN
DAR

bitat en la tierra. En el debate político y social ' 1as cuestion ·


/ ra gr . ga qu . . · es de <<ecolo-
g1a» - pa l a b ie e significa «ciencia de 1a gestion ,, dom ,, •
. . , estica»-
han pasado irreversiblemente al primer plano de 1as preocupaci
/ . ones
practicas.
�odas estos ��mbios en el _enfoque de la ciencia y la tecnología han
desVIado la atencion de la exactitud de la física teórica y la cosmovisión de
la a�ta modemid_ad (que vio a!ª naturaleza y la humanidad distanciarse y
enaJernarse) hacia u�a humanidad humanizada, que reintegre el binomio
naturaleza y humanidad y sitúe la dimensión local y circunstancial de la
ecología al mismo terreno científico que los argumentos universales del
electromagnetismo u otras teorías físicas. Nadie en la actualidad cuestio­
na la brillantez de Newton a la hora de demostrar que el contenido de las
teorías más importantes de la física (es decir, de la dinámica) podía pre­
sentarse, tal y como propusiera Descartes cincuenta años antes, como un
sistema lógico sobre el modelo de la geometría de Euclides. Sin embargo,
de esto no se siguió nunca, como soñaron los abogados de la <<ciencia uni­
ficada>> , que la totalidad de la ciencia-incluidos los descubrimientos de la
física, biología y todas las demás disciplinas-formara de por sí un siste­
ma parecido, pero más global. Al contrario, la capacidad de los científicos
para penetrar en nuevos campos y desarrollar nuevas técnicas para abor­
dar aspectos de la experiencia que no estaban antes a su alcance descansa
en su capacidad para renegociar (por así decir) las relaciones entre las di­
ferentes ramas de la teoría científica y abordar, de este modo, positiva­
mente las nuevas exigencias de cada nuevo campo de estudio.
Mientras las ciencias naturales se desarrollaban dentro del andamia­
je moderno y respetaban la dicotomía entre la «racionalidad» del pensa­
miento humano y la -«causalidad» de los mecanismos naturales, en otros
campos se modelaban las ideas sobre el patrón axiomático de la mecáni­
ca de Newton. Pero, ahora que este andamiaje se encuentra desmonta­
do, los científicos ya no discriminan entre naturaleza y humanidad, Y �a
discrepancia entre ciencia teórica («pura») y tecnología prácti ca («ap li ­
cada») ya no es tan tajante como lo fuera anterior mente. Los, científicos
· ·
se sienten ahora capaces de reconc1·11ar 1a exacti'tud de las teor1as de Isaac
Newton con el hu manismo de las predicciones de Francis Bacon. Al
reorientar la ciencia, la tecnología y la medicina hacia ���s metas hu-
nd ° t ª 111 bi én su v1s1on de la n10-
/ human1za ·
manamente relevantes, estan
dernidad.
2 55
<:<)SMÓPOl,IS

t ,e, ¡. o de rnid ad «no reconstruida», cuyo nacimien-


1 nt. electualnien 1
'� _n . uí de nsó en tres pilares básicos
� ,rtve. � hen1os d escrito aq '
sca : la cer­
to Y <.l ce _ . ·a(l f.orn 1 a. 1 y el deseo de cotnenzar con una tabla rasa.
t_ez,' 1 1·1'" ra' ctonaltd . .
sta
>' -
. ,,_ s� e,jentífi cas y las naci ones-e d o era n p or i gual
-- tend1das as1,,, 1 as teoria
f.�n e .
. . na. l"es, p e>ro sól o en tant o en cuanto 1orma ba n u no s << si s-
plenan1ente racio ,, .
s log1cos a 1o E uc 1·d 1 es y, en el otro
te1nas>> establ.es: en un caso ' sistema . '
. ten1as 1ns . t1t · na. les con determinadas
• uc,1o relaciones. Con la reconstruc-
sis . .
648 ' la r1g1dez de las estructuras que se de-
c1o. ,, n de E..uropa des,pue"s� de 1 . . ,, .
sarro11 aron co1n O resp ues ta a e stas exige ncias tuvo unos mer1t os reales:
. ,, . .
cohnó las ansias de •«estabilidad», preocupacion pr1mor _
d1al para los eu-
ropeos de la época. Pero ahora, co� forme nos apro:x1ma mos al t�rcer mi­
lenio, nuestras necesidades son diferentes, y la manera de satisfacerlas
debe por tanto ser reconsiderada. Nuestra preocupación ya no puede li­
mitarse a garantizar la estabilidad y uniformidad de la ciencia ni del esta­
do, sino que debe buscar un espacio donde se pueda proteger la diversi­
dad y la adaptabilidad.
La nostalgia de la cosmópolis moderna nos expone a la fragilidad de
la in1agen de la naturaleza en la que se basa: la de un sistema físico esta­
ble de cuerpos que se mueven en órbitas fijas alrededor de una única y
principal fuente de energía (el sol y los planetas como modelo para el rey
sol y sus súbditos). Este n1odelo tuvo una función constructiva en el siglo
xvu, pero la rigidez que impuso a la práctica racional en un mundo de
org anisn10s independientes y autónomos ya no es de rec
ibo en estas pos­
trin1e rí as del siglo xx, una épo
ca claramente marcada por la interde­
pendenci a, l a dive rsidad cultural y el constan
te cambio histórico. Los pa­
trones intelectuales y socia
les que tuvieron la virtud de ser estables y
pre de cible s en épocas anteriores tie
nen, en la nuestra, el vicio de ser es­
ter�� tip ados e inadaptables. Al se
_ _ guir imp oniendo al p e nsamiento y a la
accion todas las exig encias de la modernidad «no re n
e acti tud Y istem a), corremos co struida» (rigor,
� � el riesgo de que nuestras ideas e institu­
ciones no solo sean estables,
sino también esclerotizadas, y de e
sean10s capaces de mod·fi 1 ic ar 1 as de ma
qu no
nuevas ex1g . . nera razonable para abordar J,as
enc1as de unas situacion
e s tamb'te,, n nuevas.
EL CAMINO POR ANDA
R

Las cuesti ones que están en juego en la humani· zacio · / n de 1a mo dernidad


.
se abordar on tamb1en, en term / 1nos algo distintos, durante
1 os an-
os se-
sent a y l o s s e t e nta , .
e /
n un d ebat e público sobre 1os ob.Jet1vo
. . . · s de 1 a educa-
ción superior y de la 1nvest1gación científica • El debate estuvo domina · do
o
P. r do s pal abr as ent o n ces muy en boga·• la <<excelenc1a · »• y l a «re1 evan-
.
cia». � os p ortavoces �e la excelencia veían en las instituciones del saber
s�pen _ or
una manera ideal para conservar la sabiduría tradicional y las
tecmcas de nuestros antepasados, al ti�mpo que añadían cualquier tipo
_
de novedad es a este acervo d e conoc1m1entos. Ponían el acento en el va­
lor de las disciplinas vigentes, que encarnaban y transmitían varios as­
pectos de nuestra herencia. Estas cuestiones debían mantener sus instru­
mentos intelectuales bien nítidos y afilados, acumul ándolos tal vez, pero
conservando a t oda costa sus méritos actuales. P or su parte, los portavo­
ces de la relevancia veían las cosas de una manera bien distinta. En su
opinión, no se trataba tanto de conservar nuestros conocimientos bien
engrasados, pulidos y perfilados como debidamente guardados y almace­
nados: era prioritario encontrar una manera nueva de aprovecharlos para
el bien de la humanidad. Desde este punto de vista, las universidades de­

bían abordar también los problemas prácticos de la humanidad. Si las


disciplinas al uso obstaculizaban esta empresa, urgía dar con nuevos esti­
los de trabajo interdisciplinarios que se adaptaran mejor a este fin. El
acervo de conocimientos heredados era sin duda excelente-a su mane­
ra-, pero los académicos de los años setenta no podían permitirse el lujo
de seguir comportándose como mandarines. <<El saber [llegó a decirse] es
demasiado importante para dejarlo en manos de los eruditos».
Pero veamos mejor en qué términos se abordó este debate entre la
excelencia y la relevancia, entre los conservadores y los aplicadores del
saber. Al oponer la relevancia a la excelencia, redirigieron la atención ha­
cia cuestiones prácticas, locales, transitorias y contextuadas, aq uellas
cuestiones tan queridas por los humanistas del siglo xvr pero �ue fueron
­
postergadas por los racionalistas del XVII a favor de las cueStt�nes abs
ra­
tractas, atemporales, universales y acontextuadas. En nu�stros d�as, l a
no pu ede ser la úm c a medida d e la
cionalidad calculadora y formal ya
. t °dos los asuntos pra, c-
adecuación intelectual. Hay que eva 1uar tamb1en ,,, ,, . clu-
segun su «razonab1hdad >> hu1nana. ere
. os ,,, . . o sa ber que se a va nz o 1n
t1c ·
L ·

so una propuesta para reorganizar e


.
1 I nsti tuto de ,_fecnolog·fa . de. .N.la s-,
, . ns -
� bl es de . s c1phn�1s
d1
sachusetts y sustituir los departamento s res p o 1

2 57
cosMÓPOLIS

,, n tc· .
(. y e inge nie
l·i ría civil, por unidades a<lminis-
técn. ic.(.-1s·' COlllO la e I ectr o 1
, b ord a r det e r1n1

11ad os tipo

s de neces1'dades hu-
(. 1v·(.1s, resp
tr-1t ,
· onsa ) l es. l oe
J a
• · · ,,
� • el· tra n spo rte, la com un 1ca· c1on o 1 os proble-
po r eJ em p 1 o , ,, •
1nanas, con10, . ,,
1on academ1ca por perfeccionar
. a tra dici · on · al pr eocu pac ·
111as ur · 1Janos. L· . .
., . as se pu d0, asi,,, contr· · astar con otras man eras d 1st1ntas de aplicar
las tecn1c
la humamda�.
estas técnicas· para el bien de , .
s art i" s ti · c as co rri ero n pareJ as co n las aca de m1cas. La mú-
L as cu es tio ne . .
ura tiv a y la arq uitect u ra sin color lo-
sica dodecafónica, la pintura no fig
ca1 n1· fun ci·on " fueron productos exagerados de un nuevo racionalismo,
xx; p�ro esta :ez el for-
magnificados por la crisis de principios del siglo
malisn1o había sido demasiado extremado y la renuncia demasiado drás­
tica. Se cuenta que Anton Webern dij o que los temas dodecafónicos lle­
garían a sonar con el tiempo tan <<naturales» como los diatónicos; pero
esta afirmación, al igual que la esperanza de fundar la enseñanza diaria de
las matemáticas en una «teoría de grupo», no pasó de ser, en el mejor de los
casos, un 1nero sueño. (Arnold Schonberg sostuvo, de manera más rea­
lista, que el atractivo de la música dodecafónica era más intelectual que
sensual: <<No importa tanto cómo suena la música».) En los años ochen­
ta, los con1positores están volviendo a una música cuyas armonías y rit­
n1os son claramente audibles, mientras los pintores vuelven a emplear
imágenes figurativas y hasta hiperrealistas. Los genios matemáticos,
iguahnente, se preocupan menos por llevar sus análisis a alturas cada vez
más abstractas y más por dominar unos ordenadores que parecen capaces
de poner técnicas formales al servicio de utilidades humanas.
Al igual que las cuestiones sobre «la nacionalidad» en el ámbito polí­
tico, las cuestiones sobre la «racionalidad formal >> en el ámbito intelec­
�al ,ª�rancaron fructíferamente en el siglo XVII porque las condiciones
historicas favorecían el funcionamiento autón
omo de las ciencias y los
e:tados, todos ellos desarrollados en torno
a <<sistema s» de estructura 1ó­
gica O de org�nización política. En cam
_ bio, a finales del siglo x x, estos
sistemas son infructuosos d'15 func1·
,cosas. ' la recipr ,, . Y ona1es porque, tal y como esta,, n 1as
· oca 1nterdependenc1·a entre c1enc · ·
. · 1 as y estados es tan esen-
cial con10 lo fuera su recíp roca interd
, ependenc1· a hace tresci·entos anos.
E} probleina clave no es ya a se rar · ~
. gu que nuestros si· stemas socia les y na-
c1ona1 es sean estables ' sino n1 " 5 bien
l es y socia . 1 es se adapten mejor.
ª •
· que los procedimientos 1ntelecnia-• ·

La elección de esta última p ª 1 ª b .


reJa no es acci. dental. La humaniza-
EL CAMINO POR ANDAR

ción de la modernidad corre pareJ·a' y de consuno, con otros cambios


produc1. dos en nuestra manera de ver nuestra situa · c1on · ,, ;
. t1. r en I a neces.idad de conservar la a saber, dejar de
. ns1s estabil"
1 d ª d e · ..
1 • • impe 1r
d. 1 a .
1nest ab1h-
y pr1 or1zar, en cambi o, . la creación de insti·tucione .
.1m1en
dad . · s Y proc e d tos
que sean,, debidamente .
adaptables (al menos, que no sean 1na · d aptables).
. ,,
En u na epoca de 1nterdependenc1a y cambio h"istor1co · como 1a nuestra'
ya no basta c.on la mera estabilida .
d y permanenci·a. Al 1gua · 1 que 1as 1nst1- · ·
. ,,
sociales y poliocas, las técnicas formales del pensam1ento
ruc1ones . ,, . lmente
· caen
demasi ado_ faci en una rigidez estereotipada . y autoprotectora.
. .
C ?mo ed1fic 1os constnudos :egún una escala humana, nuestros procedi-
_
mientos intelectuales y sociales satisfarán nuestras necesidades en los
años venideros siempre y cuando nos cuidemos de evitar la estabilidad
irrelevante o excesiva y de mantenerlos en funcionamiento de manera tal
que resulten adaptables a situaciones y funciones imprevistas, 0 incluso
imprevisibles.

,, ,, ,,
LA RECUPERACION DE LA FILOSOFIA PRACTICA

Si la humanización de la modernidad en las ciencias naturales deslía los


misma
efectos del rechazo del humanismo por parte del siglo xvn, esta
0, los filó­
opción se le abre ahora también a la filosofía. Después de 163
os se olv ida ron de las cue stio ne s con cre tas , tem por ale s y particulares
sof
abstractas, atem­
de la filosofía práctica y se entregaron a disquisiciones
les (es de cir , teó ric as) . En la ac tua lid ad , la agenda teó­
porales y universa
sóficos de la prác­
rica resulta por sí sola algo ingrata y los problemas filo
tica están volviendo a primer plano.
ob le m as fil os ófi co s qu e ha n re tado a los pensado­
Desde ·1945, los pr
nc ia co n qu e la co sm ol og ía Y la cosmó­
res reflexivos, con la misma ur ge
xv n, so n de ca rá ct er e1 np ír ico, en ­
polis retaran a los pensadores del siglo ªn
y m ue rt e. T r s s eries de p roble� as ?
tre ellos los que abordan la vida e
n uc l ar , la te cn olo gia med.i ­
llamado especialmente la atención: la gu er ra e
n de s cu al es se p u � de
ca y los derechos del medio ambiente, n in gu o lo

e p o em a d el val �r de l a vida
abordar sin suscitarse al mismo tiempo ,
l r bl
ua n t a l pr ote cc w n del me­
humana y de nuestra responsabilidad en c _
o a

ta id ad » q u e ca act en zaron al
dio ambiente. Todos los «cambios d e m en l �
is m o en el si g lo xvu se es-
o n al
abandono del humanismo en aras del raci
cosMÓPOLIS

_L1n
, u�1 1. n(1 0 en a 1.1 a (l.a 1 r evé s
- ·
· el hin ca pié «n1oderno» en lo escrito '
.. ·'1-1 ·1� ct u 1 ( . ,, .
. lo ate 1n p ora 1-que mo nop olizo el trahaJo de l a
lo un.1vers�1 l , lo ge . �11 er· · '1l y
,, de 1630-esta,, ab r1en ·,, dose a OJO · S vi·s-
f ... l ,,,.
os o f os des pues
111·'.1vor parte- de los, l .
.
in c 1 u1 r 1 o oral ' lo . I Jar tic ula r , lo loca1 y 1o tempora1.
ta par�1 volver a

T,7uelta 11 lo oral

L a nueva preocu Pacl·on " que existe en estos últimos veinte años entre es-
tudiosos del lenguaje y de la literatura por la len gua or�l, la comun1-
·,, , la retórica y el <<discurso>> es algo que salta a la vista de todo el
. 1on
cac
inundo. Hace un siglo, un tradicionalista católico llamado John Henry
Newman escribió la Gramática del asentimiento, que trataba de la retórica
con especial seriedad intelectual; pero su ejemplo no fue muy seguido en
la prünera n1itad del siglo xx. Antes bien, la atención académica se cen­
tró prin1ordialmente en el «texto», es decir, en lo que aparece en una pá­
gina, preferentemente una página impresa. Esta limitación o restricción
corrió pareja con el afán por aislar las obras literarias, en cuanto produc­
tos, de los datos sobre las situaciones históricas y las vidas personales de
sus autores en cuanto productores; es decir, un afán por descontextuali­
zar el texto. Desde la segunda mitad de los años sesenta, la retórica ha
empezado a recuperar su respetabilidad como cuestión de análisis litera­
rio y lingüístico, y actualmente comparte con la «narrativa» una atención
que a1nbas han estado esperando durante mucho tiempo.
Lo misn10 está ocurriendo en otros campos. En Estados Unidos son
inuchos los colegios y universidades que tienen un departamento dedi­
cado a estudios s obre <<la comunicación» 0 «la for
ma de hablar». Estos
d�partamentos son responsable� de los equipos
de discusión de los cole­
gios , p ero en ellos se r ealizan tan1bién inv
estigaciones serias sobr e dife­
rentes asp ect�s de la comunicación y la
argumentación orales. Entre
tan�o , el trabaJ o actual en psicología del
des arrollo está influenciado por
las id eas d e L. S. Vygot s ky y
A. R. Luria sobre, po r ejemplo, el papel de
l a lengua hablada en la confi
guración de las capacidades del niño para
p ensar y actuar. El equipamiento men
tal del niño forma ya parte de una
<<natural e za hu1n ana» inalterada q
. ue todos los humanos utl·1·izan por
igual para enfrentarse a la experiencia
_ sensorial o, a lo sumo, a u n pro-
ducto pasivo de es a experiencia sensori·al· ·,, n h a bla-
' antes h.1en, 1 a expres1o
260
EL CAMINO POR ANDA
R

.. da, o. más específic.am _ ente su interiorización , se ve ahora como


enta que el n1n . . · una he-
rrami o uti li za para adquirir su cultura nativa. La ,, .
t m bi. ,, retorica
jue g a hoy a en un pa pe l importa nte en las ciencias sociales. Don
key ha ald
Mc C los pla nte ado algunas cuestiones muy 1n · teresantes sobre
. .
cóm o los economistas J uzgan la importancia de sus teori,,as en sit · ·
uacio-
nes con cretas en un trabajo que lleva por título <<La retórica de la eco-
nom1a».
En el corazón mismo de la filosofía académica, las cuestiones sobre
las expresiones orales han desplazado desde los años cincllenta a las cues­
tiones sobre las pro�osicio _
nes escritas. Retrospectivamente, la preocupa­
ción por las proposiciones, tan fuerte en la primera mitad del siglo xx,
parece ser un aspecto más de la vuelta al racionalismo durante los años de
entreguerras. Pero, ya antes de la Segunda Guerra Mundial, Wittgens­
tein se desmarcó de la expresión de las propias creencias en proposicio­
nes escritas a favor de su expresión transitoria y contextual en los juegos
del lenguaje, actos de discurso y articulaciones en general. Sin embargo,
hasta estos últimos veinticinco años no han compartido los filósofos de
Gran Bretaña y Estados Unidos su convencimiento subyacente y general
de que el «significado» no se puede analizar solamente como una rela­
ción atemporal entre las proposiciones y las situacione s reales, sino que
debe entenderse siempre con re lación a un contexto de conducta más
amplio.
Hasta hace poco, pues, no se han apartado los filósofos de Gran B re­
taña y América de la lógica formal para estudiar «formas de vida» y con­
textos del habla, aunque los autores en cuestión raras veces reconozcan
que los <<:contextos» de las expre siones orales fueron tradicionalme�te el
objeto de estudio de la retórica. En otros países se e stán produciendo
unos cambios parecidos. Así, en Alemania, el interés de Gadamer p or la
s
conversación y el análisis de Habermas de la comunicación son sendo
. . · terés por los contextos
eJemplos ulteriores de un retorno fil 1 oso,,, fiico a¡ in
retóricos del habla y el pensamiento.

Vuelta a lo particular
,, ,, . .
. . 1ina q cay ,, , en desg Taci a a rnediados
Ademas de la retorica, otra discip ue o
� ...,1 d·,1
,, (i e__l a (-I ec
u is
,,, ,tica » · D espu
- es
del siglo xv11 fue la «ética de casos» o «cas
261
co sMÓPOLIS
,, .
so b re fil os of ía m or al se centro casi por entero en teo-
de i6so e1 debate bl em as co nc re tos y es p ec
,,
1fi cos.
,,, ' as ge ne ra 1 es en · ve z de en pro
r1as abstract . an
~
os esta sit.
ua c . ,,
1on ha e xp er .
i-
in te tre in ta
Tamb.,, 1en en 1 os u"ltt·mos ve O
. al
.
id ad de la guerra'
· · o" n h · stó ric a · Al es tu diar la m or
mentado un a 1n ve rs 1 i .
lo s cr ite rio s pa .
ra d1.sn.ngmr las �erras Justas de
Michae l Walz er re to m a
· · e los cas uis tas elu cid a ron en la Edad Media y el Renaci-
1as 1n1ustas qu . .
. lo XVII, en esp ecial Bl a1se Pascal,
miento. Sin duda los filósofos del sig
nuestra época nadie puede
desdeñaron tales ideas medievales; pero en
armas nucleares, o de
hablar con un mínimo de sentido de la guerra y las
otros asuntos urgentes, si rechaza toda la tradición casuística.
Este resurgir de la <<ética de casos» no es sólo la señal del reconoci­
miento por los filósofos contemporáneos de la necesidad de evitar cen­
trarse exclusivamente en cuestiones abstractas y universales, y de recon­
siderar los problemas concretos y particulares que surgen no de una
manera no general, sino en situaciones bien concretas. Si, hace una ge­
neración, varios juristas filósofos abordaron cuestiones teóricas sobre el
derecho-en-general, ahora se interesan por problemas prácticos de juris­
prudencia relacionados con casos concretos de la actualidad, como, por
ejemplo, los límites de la acción <<afirmativa» (Bakke), o las condiciones
en las que los enfermos terminales pueden desconectarse de los aparatos
que los mantienen unidos a la vida (Quinlan). La particularidad de tales
casos ya no convierte estos intereses en «afilosóficos>> ; por el contrario,
el he�ho mismo de que esta particularidad cuestione la tentación de ge­
neralizar de manera prematura, precipitada o «generalista» hace que ta­
les casos resulten especialmente relevantes par a la filosofía.

Vuelta a lo local

En estas postrimerías del sigl0 xx, tamb1·en ,,


. nos estamos desmarcando de
la creenci� de J?escartes de que los campos f
actuales del estudio humano,
como l a h1stor1a y la etnogrª f:ia, carecen d
e profundidad intelectual y no
pueden ensen_ arnos nada que sea int · e
1 ectualmente importante sobre, por
.
eJemp1o, 1a natura l eza humana · En Europ • ,, · ca, la
a occiden tal y Norteamer1
gente parece estar profundamente in • flui.da por
· • los planteamientos y des-
�br� tentos d e 1a an�opo l ogía, hasta
� fí � el punto de que a veces le resulta
1 c1 eva l uar su propia cultura ' y ti end e
a dar p or sentado-a menudo
262
-
EL CAMINO POR ANDA
R

·•
con .poco fundament .
o-que todas las sociedades Y cu1 turas
son 1ouenas
por 1gual a su propia manera.
Sin embargo, estas apreciaciones antropolo'g·ci as e h'1sto, r1c ·
· as no tie-
,e ene
n en por qu g rar confusión filosófica en general , n1· un <<re1 at1v1 · · sn10>>
de andar por casa en particular. En la actualidad , hay pocas ra1nas de la
filosofía en l�s q ue pod�mos hace r la vista gorda a estos nuevos plantea-
mientos. Su 1mp ortanc1a salta a la vista en ámbitos con10 la ética, donde
Alasdair Maclntyr�, entre otros, apela a ellos para avivar el interés por la
1nanera como se discuten y abordan distin tos problemas morales en este
o ese contexto cultural e histórico: en las culturas deudoras de las sagas
nórdicas, en oposición al cristianismo medieval, o en las sociedades lute­
ranas y calvinistas de Europa septentrional en oposición al baluarte cató­
lico del Mediterráneo. Otros problemas parecidos se plantean a lo largo
y ancho de la filosofía, desde la teoría de la percepción-donde las dife­
rencias culturales en el reconocimiento de los colores, por ejemplo, cues­
tionan los intentos por utilizar «datos sensoriales» como materiales de
construcción de la epistemología-hasta la filosofía de las matemáticas,
en la que las idealizaciones euclidianas de las relaciones espaciales han
demostrado ser más relevantes e inteligibles para los miembros de deter­
minadas culturas.
Por supuesto, una vez que se admite la trascendencia de las distintas
«tradiciones» y -«formas de vida», debemos abandonar el planteamiento
de Descartes del Discurso del método, en el que nos exigía olvidarnos de las
ideas tradicionales a favor de otras cuya «claridad y distinción» para to­
dos los pensadores reflexivos las convertía en universales culturales. La
eso por
pregunta de si la gente de todas las culturas y edades tiene acc
caso , en
igual a un mismo <<marco conceptual básico» neutral y, en tal
una pregunta pr áct ica qu e s�lo pode­
qué medida y en qu é asp ec tos , es
os dispueSros
mos formular con suficiente honestidad intelectual si estam
a tomar en serio la antropología y la historia.

Vuelta a lo temporal
. . o d e ate nct. ón d e la fi lo sofía se ha en-
Finalmente ' en años recientes el foc .
n o es e ter-
sc en d en ci a ra ci o n al
sanchado para incluir problemas cuya tra '1 uc1. on. es� . T 1 113 vez
l .
1 d ad d e n u es tr as so L,

na sino que depende de la tempora


263
cosMÓPOLIS

e to d 0, p ara l a medicin a clínic a ,


en la que la capacidad
est
111·1' "s
·', o val e ' sob r
. u so >> de un enf e rme da d a traves ,, de 1 tie · mpo y para
11a ra seg uir el <<c a
. · tos clínicos a medi. da que esta ,,
r
camb'1a es un
variar los proced1mien · • ·
n a una « c1enc1a natural» más
elen1ento esenci· a1 • L eJOS de ser la medici . • · ,, ·
. e rma a unas norm as de 1nvest1gac1on c1ent1"fitea pre-
1o
cuyo estud10 se con · ,, .
sumi'bl.emente un1vers ales, ca da vez somos mas conscientes de que la
,, · ,, _
pract1ca rea1 de 1 a medicina clínica es un arte que solo dese mpenan efi-
. . . .
cazn1ente persºnas Con una experienc ia amplia , y bien · « d1ger 1da », en su
trato con seres humanos de ca rne y hueso, tanto en la salud como en la
enfermedad.
Si viviera hoy, nada de esto le resultaría nuevo o raro a Aristóteles,
que conocía bien las diferencia� entre el aspe�to_intelectual de la te�ría �o
_
episteme), el dominio de las d1stmtas artes y tecmcas (techne) y la sab1du 1a

necesaria p ara aplicar técnicas concretas a problemas concretos (es decir,
la phronesis). Aristóteles compartió con Platón la esperanza de descubrir
un día una serie de verdades que tuvieran validez general (<<en conjun­
to») p ara los seres humanos y las cosas de la naturaleza. Pero vio que
nuestras posibilidades de actuar prudentemente en un campo práctico
dependían de nuestra disposición no sólo para calcular las exigencias
temporales de las fórmulas intelectuales, sino también para tomar deci­
siones pros ton kairon, es decir, <<según el momento».
Como tampoco resultaría nuevo nada de esto a Ludw Wi ens
ig ttg ­
tein. En sus clases de Cambridge en los años cuare
nta y cincuenta, Witt­
genstein hizo gala de un escepticismo que ten
ía mucho en común con el
de Montaigne, Pirrón y Sexto Empírico
. Las preguntas universales y
atemporales que la curiosidad filosófica
nos lleva a formular son incon­
testables, según él, pues no tienen un
significado determina do. Ninguna
experiencia puede justificar el hech
. o de afirmar una cosa y negar todas
sus alternat1_vas. Antes bien, conviene
abordar estas preguntas con sospe­
cha y reflexionar sobre las razon
es por las que sentimos la tentación de
formul��las. 1? spués de trescien
� tos años o más, los métodos de argu­
mentac1on teor1ca que Descarte
s vendiera a sus sucesores como manera
de atajar el escepticismo clásico ha
n terminado llevando de nuevo a la fi-
losofía «centrada en la teoría»- ·
segu"n una trayector1a en 1orma e de ome-
ga-al punto en el que Se . ·
xt. 0 Emp1"r1co y Monta
,sm embargo, las ob¡ec1ones de W
. igne la habían dejado.
ittgenstein sólo se aplican a la filo-
sofia en tanto en cuanto que ésta
pretende a¡canzar una teor1a ,, 1or
e ma1 (o
í
EL CAMINO POR ANDAR

efisteme!. � no af�cta a problemas más circunscritos al ámbito de la prác­


ttca. As1, s1 l�s filosofas vuelven hoy a tomar en serio campos de estudio
que, segun,, dice Descartes en el Discurso del método, care
cen de profundi­
dad, no es por simple casualidad; como tampoco es casual que cada vez
haya más filósofos que se sienten atraídos por el debate 's9bre la política
medioambiental, la ética médica, la práctica judicial o la política nuclear.
Unos se dedican a hacer avanzar con sus contribuciones· este debate.
Otros miran a la tradición profesional de trescientos años atrás y se pre­
guntan si las cuestiones orales, particulares, locales y temporales son re­
alm ente competencia suya; temen que el hecho de dedicarse a una filo­
sofía «aplicada » pueda prostituir su talento y distraerlos de las cuestiones
técnicas de la filosofía académica propiamente dicha. Sin embargo, se
puede argumentar diciendo que estos debates prácticos no son actual­
mente filosofía <<aplicada», sino filosofía pura y simple. Más propia­
mente, en la actualidad son (en palabras de Wittgenstein) los <<legítimos
herederos» de ese quehacer puramente teórico que antes se llamara filo­
sofía; al abordarlos, tiramos por tierra las barrera s tricentenaria s que se
han interpuesto entre la «práctica »· y la «teoría» y volvemos a entrar en
el cogollo técnico de la filosofía desde una perspectiva nueva y más pro­
ductiva.
Por supuesto, históricamente hablando, la exclusión del campo de la
filosofía de las cuestiones prácticas es algo relativamente reciente. Quie­
nes vuelven a abordarlas hoy día saben que éstas fueron muy debatidas
por los filósofos hace sólo cuatrocientos años. Así, por ejemplo, en sus
trabajos sobre la moralidad de la guerra, Michael Walzer ha recuperado
los argumentos «basados en casos>> empleados en este campo antes del
siglo xvn·' y ' en la retórica ' los filósofos anteriores a Descartes formula-
ron también toda una ·serie de distinciones que aún pueden resultar fruc-
tífera s hoy. Otras cuestiones corrientes de la filosofía práctica se pueden
encontrar en contextos y situaciones genera das por las innovaciones so­
ciales ' culturales o técnicas en nuestros modos de vida actuales.,, Por
ejemplo, para saber cuáles son los límites en el empleo de tecnologia �e-
/

dica para tratar a pacientes moribundos, tenemos que mirar las relacio­
nes entre la personalidad humana y la fisiología de una n1anera nueva,
que no se estanque en el viejo dilema «mente/cuerpo>>. El pr��lema .so­
bre cómo se relaciona n las explicaciones fisiológicas y psicologicas dis�a
mucho de suscita r cuestiones puramente teóricas; por eje1nplo, la deci-
cosMÓPOLIS

tra ta r a 1 os se re s hu ma nos en los últimos días y horas de su


� - n de có1no
sió
a I tn en te un o s dil e ma s morales mu y graves. Este proble-
vida plan tea ac tu • . ,,
de los departa men tos d e ps 1qu1atr1a
111a en concreto d.1v1·de a 1 as plantillas .
los que cre en en l as <<te r ap ias me-
en dos campos opuestos.. por un lado ,
prefieren controlar la enfer-
. te e1 d.1a,,1ogo»., Y, P or el otro ' quienes
d1an ,, . s. Pero una vez que he
medad menta1 con 1nedl·os psicofarm aco log ico mos
. ,,
ulte rior , el pap el de los pro cesos fis 1olo-
an~ ad"1do un componente moral ,, .
gicos en la vida mental orig ina ,u:11?s problemas chmcos, concretos, cuyos
detalles exigen un detenido anahs1s por par�e de los_filoso�os morales.
En las cuestiones prácticas sobre ecolog¡a y medioamb1ente subyacen
unas cuestiones filosóficas i gualmente importantes. Nótese, en primer lu­
gar, que la ecología no sólo suscita cuestio�es en el plano utilita�o, sino
también en el cosmológico. A menudo consideramos la cosmologia como_
parte integrante de la física teórica y, por tanto, nos olvidamos de su obje­
tivo primigenio, que no fue otro que describir el «orden» o «patrón» bá­
sico de la naturaleza. Tanto para los griegos clásicos como para los euro­
peos del siglo xvn, el cosmos (es decir, el «orden de la naturaleza») no se
podía equiparar con el ·«orden» de los cielos, que hacían telón de fondo o
decorado sobre el que se desarrollaba el drama de la vida humana. Pero
ahora, en estas postrimerías del siglo xx, nuestras ideas sobre el <<orden»
de la naturaleza son muy distintas. A nuestros ojos, la naturaleza ya no pue­
de entenderse como algo estable, como lo fuera para los griegos o para
Newton; en vez de ser el susodicho telón de fondo fijo y causal de la acción
humana racional, posee su propia historia evolutiva, que es ese contexto a
más largo plazo a cuya luz se deben analizar en última instancia muchas co­
sas de la historia humana. Incluso desde un punto de vis má íntimo,
ta s
nuestras vidas están afectad,,as actualmente por tod
o lo que pudo suceder­
les a los monos verdes de Africa hace veinte O tre
inta años, 0 por el mo­
mento en el que hizo su primera aparición
el virus de inmunodeficiencia
humana o VIH, responsable del sida, y em
igró a la especie humana.
En vez de presuponer que aún podemo
_ s medir lo s asuntos políticos Y
s�c1ales de los seres humanos según un pa
_ trón astronómico fijo-es de­
cir, un sistema solar �stable-, de manera
que gentes de diferentes clases,
sexos, razas y ocupaciones pueden mante
nerse en órbitas o «estamentos»
separados, estamos aprendiendo que, en
este m undo en constante evo1 u-
,, las .inst1tu
c1. on, c1
. . ones se deben adaptar lo sufi
unos problemas humanos en constante evol cien · te para poder afronta r
uc1o
· ,, n. En bastantes aspectos,
266
EL CAMINO POR ANDAR

pues, nuestra cosmolo gía actual está en fase de evolución, y nuestras ide­
as so�re l?s asuntos humanos no p�eden estar más restringidas por la
_
cosmopol�s moderna, con su h1ncap1é en la estabilidad y la jerarquía, de
_
lo que estan nuestras ideas sobre biología, astronomía O el resto del mun­
do natural. En el ámbito de la práctic� social y política, como en el de la
ciencia natural teórica, nuestros nuevos y rehumanizados ideales deben
abordar también el problema de la adaptación.

A lo largo de la historia, el desarrollo de la filosofía ha presentado una se­


cuencia de oscilaciones pendulares entre dos agendas rivales. Según una de
estas agendas, la tarea de la filosofía consiste en analizar todos los temas en
términos completamente generales; según la otra, consiste en dar una ex­
plicación todo lo general que permita la naturaleza de la disciplina en cues­
tión. Los platónicos, de tendencia más teórica, especulan a sus anchas
mientras elaboran sus generalizaciones sobre el saber humano; por su par­
te, los aristotélicos, de mentalidad más práctica, vacilan sobre si poner la
universalidad antes que la experiencia concreta. Así interpretado, el paso
del humanismo del siglo XVI a la ciencia exacta del xvn fue un cambio pen­
dular de la agenda práctica, de corte aristotélico, a una agenda de corte pla­
tónico que buscó unas respuestas teóricas. El sueño de la filosofía y la cien­
cia del siglo xvn encarna la exigencia por parte de Platón de una episteme o
enfoque teórico. La realidad de la ciencia y la filosofía del siglo xx descan­
sa en la phronesis o sabiduría práctica de Aristóteles. Cuando Wittgenstein
y Rorty sostienen que la filosofía de hoy está <<al final del camino>>, están
dramatizando exageradamente la situación� El estado actual de la cuestión
está presenciando la vuelta de una concepción «centrada en la teoría» Y
dominada por la preocupación por la estabilidad y el rigor, a una renovada
aceptación de la práctica, que nos obliga a adaptar nuestra actuación a las
exigencias especiales del momento concreto.

DE LEVIATÁN A LILIPUT

Por consiguiente, tanto en ciencia como en filosofía la agenda in�electual


· ,, 1 ad y el s1s· te1na v.
1 ·d
nos obliga hoy a prestar menos atenc1on a 1 a estab·1
co sMÓPOLIS

-
n1as
,,
a la
• • ,,
fun c1o n Y I ª ª ap
d· tab ilid a d. Est e cambio de · atención tiene de
. l " . D urante tres-
rtt ·d ª en los ámb i tos so cial y po
- 1tico
nuevo su contrapa . ,.
1n1.os han apr end.di o mas que de
cientos anos, E uropa Y sus distintos dom .
. ~

ra 1 as 1 ecc 1on
· es d e 1 hec ho O <<espíritu nacional» y ahora deben, por así
sob .
. ellas . La tarea no cons iste tanto en
decir, «desaprender1 as» y olvidarse de ,. .
crear potencia · s nuevas, más grandes y más poderosas todavia (n1 un <<es-
.
l ta planetaria), como en
tado mundial» que detente una soberanía abso �
combat1r · , ma"s b i·en, las desigualdades que arraigaron con tanta fuerza
. ,. . .
durante dicho período de supremacía de la naci on- e�tado y en limitar la
soberanía absoluta incluso de las naciones-estado meJor gobernadas. Las
funciones sociales, políticas y económicas que deben ejercerse después
del año 2000 exigen más instituciones y procedimientos de carácter sub­
nacional, transnacional y multinacional. Al igual que ocurre con la mul­
tiplicidad de jurisdicciones y autoridades estatales en Estados Unidos
cuando la Constitución funciona bien, las instituciones <<no nacionales»
pueden frenar los extremismos del espíritu nacional, atemperar los de­
seos de absolutismo y obstaculizar los empleos arbitrarios de la fuerza; es
decir, pueden ayudar a los dirigentes de todas las naciones soberanas a
superar las tentaciones a las que tan a menudo se ven expuestos.
A este respecto, hay que decir que los fenómenos sociales y políticos
se producen hoy en paralelo con el desmarque respecto de la orientación
«moderna» de la vida intelectual, marcada por una concepción formal de
la «racionalidad». Asimismo, urge olvidarse de los encantos del rigor ló­
gico, que tan bien nos enseñaron. No se trata de construir nuevos y más
globales sistemas teóricos provistos de una relevancia universal y atem­
poral, sino de limitar las pretensiones de las teorías mejor sist matizadas
e
y combatir el reduccionismo intelectual que echó raí
ces durante el pe­
ríodo de supremacía del racionali
smo. La tarea intelectual de una ciencia
en la que todas s�s :ª ªs se aceptan de manera
_ 1:1 paritaria exige más razo­
� am i en tos subdisc1phnares, transdisciplinares y m
ultidisciplinares. Al
igual que ocurre con los procedimientos in
formales del derecho consue­
tudinario cuando éste funciona bien, esto
s modos interconectados de in­
vestigación Y xpl ic ción ponen freno
� � a l as pret
ensiones exageradas de
tod as l�� teon as umversales y restituye
n el respeto h acia los métodos
pragmatic os, m�s apropiados para abordar pr
,. oblemas humanos concre­
tos. En los am b1tos de la medicina clíni·ca, 1
a Jur1
· spru
· · , 1a ecoIog1"a
humana, la h1. stor1. a soci. al, la geología hi·st denc1a
,. ·
o"r1·ca y 1a ps1co
· d1nam1c
. a evoI u-
268
EL CAMINO POR ANDA
,, R
1
.
•. ,
tiva, el. 1nodelo de los axio1nas� Y teoren1as euc1·H¡1an · os se rev
. . . eló desde el
•' pr 1nc 1p10 fal a en su
� _ orientación y confuso en sus resultados. A partir de
ahora cada .c1enc1a tendrá c1ue t1t1·11·z,�11 :,. , s, tne" to(l os espec1,, hco
· · eso ..
s que, en
, . .
la _ex pe � 1en c1a con re
� _ta, han de1nostrado ser capaces de responder �1 las
ex1genc1as caracter1st1cas de sus propios probleinas intelectuales.
La física, y en especial la teoría newtoniana de las fuerzas eleincnta
­
les, fue la p riin era en servir de n1 arco a las <<ciencias exactas'>'> de la 1110_
dernidad. En el 1 1 1arco de una n 1 odernidad hu1nanizada, las ideas y los
111étodos de pensa1n iento de carácter ecológico se erigí r�in cad�1 ve'/: 111 �,s
en 1nodelo tanto en el debate científico co1no filosófico. ¿Signific�1 esto
que podremos ta1nbién sustituir la cos1nópolis 1noderna, basada en la es­
tabilidad del sisten1a solar, por una nueva costnópolis «postnodern�l>'>
basada en las idea de ecosiste111a y adaptabilidad? A esta pregunt�1 se
puede contestar con un <<SÍ» y con un «no». Pero el «no» es 1n�1s f�icil de
explicar.
Como instrun1ento político, la noción de cos1nópolis tiene un currí­
culum bastante triste. J-listórica1nente, las analogías retóricas entre natu­
raleza y sociedad han servido de1nasi�1do a 111enudo p�1c1 lcgiti1nar L1 de­
sigualdad y la don1inación. La función de los argu1nentos cos111opoliL1s
es la de hacer ver a los 111ien1bros de los órdenes in feriores que sus sue­
ños de democracia van contra natura; o, inversa111ente, aseg·urar en su L.

posición a la clase superior que está fortnada por ciudadanos superiores


por naturaleza. En cualquier caso, independiente111ente de las conclusio­
nes que se saquen de este libro, está claro que no se puede sustituir un
siste1na de retórica opresiva 111odelado sobre la física por otro igu::1ltncn­
te opresivo modelado sobre la ecología.
Pero también podernos contestar con un «sí», al tnenos tnatiz�Hlo.
Las perspectivas sobre las cuestiones sociales y políticas difieren en un
aspecto crucial respecto a la visión ncwtoniana de un siste1n�1 e_st�1hlc
«mantenido en orden» por fuerzas de pri1ner orden, universales e tntnu­
tables. En el á1nbito social, la visión newtoniana exigía instituciones csLl­
bles, unas estructuras de clase inequívocas, un poder cen tralizado Y h1 <�c­
fensa de la autonomía soberana del estado respecto �1 posibles injercnc1�1s
externas. La jerarquía resultante de instituciones clasistas tuvo 1111 p;ip el
· - · ,, • · de reir-
CtT·1s
muy importante en la reconstrucc1on ( l e f'◄,u I·opa· t-t··,-1s, 1·1, s· ti<rt1
gión; pero, en la actualidad, una vez que he111 os c111pc 1._�1 do �1 p cns �1 r en
,,, · �1ctc--
term1nos eco l"'og·1·cos, sal )etnos· que ca( l a 1 1 1.cl 1 <> <> l1-"'1l>1·1'·1t tiene ·sus· c�1r
cosMÓPOLIS

,, . •ias Y. exige · el e nu. estra parte una atención especial a sus cir-
nst1c-1s prop • • ,, •
:. , locales· y tem porales. La v1s 1on newt on1ana
cu· nstan � · c1a . s part1· cu 1 ares ,, ·,. · ,, ·
,, • · ,,
· c1on Y la rigidez ' as1 como la est an d ar1 zac 1 on y 1 a u n1-
alento la Jerarqu1za . ecológica hace h1nc . . ,, ,, .
ap1e, mas bien, en la d1fe- .
forn11· el ad. La perspectIVa . .
· ad, la equidad y la ad ap tab ili dad.
renc1a ,, , 1 a d1·vers1d
. . c1. on ,,
Thornas Hobbes, que escribi ó poc o des pue s de Descartes y, por tan-
. ' ,, ,,
s , 1 d eo u a teo r1a qu � 1.ba a
to, debió de conocer bien sus argumentacion: . �
modelar gran parte de la posterior teoría poht1ca y social de E�ropa o�­
cidental y América septentrional. Un buen estado moderno (mas espec1-
ficainente, un buen estado-nación) exige, según él, una fuerza inque­
brantable en el centro del poder, bajo la autoridad de un soberano, a
quien él compara con un monstru? invencible o Levia�án._ Como átomos
sociales dotados de voluntad propia, cada uno de sus subd1tos se mueve a
su manera, buscando su propio bien individual de modo independiente;
por eso hay que hacerles comprender que sus actividades personales tie­
nen lugar bajo-y están domeñadas por-la sombra de esta abrumadora
· fuerza central.
A la luz de esta teoría, la imagen newtoniana del estado como sistema
planetario y del poder del soberano como reflejo de la fuerza central del
sol desarrollaron y reforzaron el cuadro general descrito por Hobbes. La
estabilidad de la sociedad exige no solamente una fuerza centralizada,
sino también un sistema de órbitas fijas (o estamentos) según el cual las
distintas partes de la sociedad si guen unas pautas predecibles. Mientras
esta imagen resultó convincente, al unas otras preguntas que surgen es­
g
pontáneamente sobre el modelo ecológico de la sociedad no pudieron ni
siquiera plantearse. Por ·ejemplo, cómo justificar, o en su cas
o cambiar,
l�s l ímites _geográficos de cualquier estado concreto,
o si no se podrían
eJercer meJor algunos de los poderes del estado
nacional en el ámbito
subnacional o transnacional.
La co��ópolis _ ecológica podría, así, sosla
_ yar el principal escollo de la
cosmov1s1on anterior, de índole astronóm
. . ica·' a saber' sus efectos arbitra-
ri os Y opresivos. Para reflexiona
r sobre las relacione
,, s sociales, la biología
o frece unas analog1as menos re
,, . . stri cti vas que las que o frec1a ,, 1 a fís1c· a . En
el mundo organ1co ' la d1vers1dad Y d·11e ·
. ,, . .c renc1a • c1o· ,, n
son la norma y no 1 a
excepc1on, mientras que es rara la unive ,, s e:'1s1cas.
. rsali·dad de I as teor1a 1 · p or
eJemplo , dentro de un mismo hábitat pue
den coex1sti · ·r d'c 11erentes ecosis-
temas o cadenas alimenticias' sin que una ·
so 1a especie esta blezca su d0-
270
EL CAMINO POR ANDAR

minio sobre las demás, toda vez que las medidas para mantener e1 equ1·¡1- ·
· • • .
brio entre I as distintas especies varían según los casos. s·1 1a imag · en de
<<fuerz as cen trales» y <<equilibrios estables>> volv1·0, 0 pres1va
· a 1a cosrno-
.
pohs modern�, el modelo ecológico ofrece posibilidades para la diversi-
dad y el cambio, _
y por ende puede ser emancipador.
Salta a la vista que la «construcción nacional» ayudó a hacer produc­
.
tiva y autoc�nfi_ada. a la Europa de los siglos XVIII y XIX. Durante este
tiempo, las 1nstituc1ones y hábitos mentales «nacionales» fueron en su
mayor parte constructivos y creativos. Pero la fe en la omnicompetencia
de la nación soberana y autónoma a menudo hace el juego a los gober­
nantes en contra de los intereses de los «sujetos» o sometidos a estos su­
periores electos. Lo que es peor, quienes, en esta fase tardía de la mo­
dernidad, fornentan la conciencia del <<espíritu nacional» suelen adolecer
de un nacionalismo patológico, que insiste machaconamente en formas
anacrónicas de soberanía no matizada. El atractivo de los nacionalismos
dogmáticos de la actualidad-para los extremistas sijs de la India, por
ejemplo, o los tamiles de Sri Lanka-es como el genio escapado de la bo­
tella, que recuerda la pesadilla sufrida por Europa hace varios siglos. Sur­
gido durante el período que siguió a las guerras de religión, el fantasma
de la «nación>> se cierne ahora sobre un mundo necesitado más que nun­
ca de una actitud de adaptación para hacer frente a sus necesidades hu­
manas.
Y lo que se ha dicho de la política vale también para la ética. La sa­
cralización de los <<valores tradicionales» tiene muchas desventajas, entre
ellas la de entorpecer el desarrollo de enfoques más ponderados y discer­
nientes de las cuestiones morales. En el período que siguió a las guerras
de religión, la persistente hostilidad entre «herejes» y «papistas» los
condujo a competir en rigor. Pero hoy dista mucho de ser una virtud de­
jar que los perfeccionistas monopolicen la discusión sobre las cuest�ones
11ento
éticas y se olviden de los otros modos, más humanos, de pensan
.
moral, que fueron i gualmente respetados por el cristianismo históric�
sor -
En algunas ocasiones puede estar justificado cierto puritanismo cen �
«tradi-
no·' pero ' en términos bíblicos ' los llan1amientos dogmáticos a la
ción» remiten más bien a las enseñanzas de los fariseos que a las
de J eSu
,
s.

iera rep aros


Se puede entender que en los años sesenta un arzobispo pus
a la tiranía del estado polaco o a la corrupción de la nomenk
latura con1 u-
.
moeu rs. E l mun d o mor al tie ne ·1ctualrnen-
n1sta. Pero autres temps, autres
271
cosMÓPOLIS

. • �, ,,
as a llá
· de l a guerr a fría ; en un a escal a de v alores
re otr• 1 s d11nens1o ne s tn .
ª ª d est án ·
po r en cim a de l a escrupulosida d
.
L

. f: bil id
'

· tanos, la carieiad Y· a ]·

a
cr1st

en un a rzobispo, puede conver-


• . ez a pr ud en t e ' lo ble
censor1na; y la f4o1rm
a
.
tis m o be lic os o, im pr op 10 de un p ap a .
tirse en dogm a

o de los r sgo s má s c r cte rís tic os de l � istema político a lumbr��o por


Un a a a

l a paz de westfalia fue, pues, l a soberama a � �


bs l t a que r�conoc10 a las
reg1menes de Eu­
potencias europeas. Antes de la Reforma , los d1stmtos
ropa-los grandes duc ados, los condados,_l�� reinos y otras sob�ranías­
ejercieron su poder político bajo l a superv1s1on moral de la Iglesia. Como
experimentó en su propia ca rne Enrique II de Inglaterra tras el asesin a­
to de Tomás Becket, la Iglesia podía incluso obligar a un rey a aceptar
una penitencia humillante como precio que pagar a cambio de su apoyo
continuado. Los papas y los obispos no siempre emplearon su poder de
manera prudente o juiciosa ; a veces, no estaba del todo claro dónde se
h allaba la referencia última de la a utoridad moral (si en Roma o, por
ejemplo, en Aviñón), ni consiguió siempre la Iglesia la sumisión plena de
algunos gobernantes rec alcitrantes. Sin emb argo, a lo l argo de toda la
Edad Media fueron pocos los gobernantes seculares que lograron man­
tenerse al m a rgen de esta instancia externa .
Después de 1648, el nuevo orden diplomático y político liberó a los
gobernantes de l as potencias europeas de esta s críticas morales foráneas.
L a Europa moderna no tenía ya ningún centro de a utoridad moral ni es­
piritual. L a paz de Westfalia no sólo rea firm a ba el derecho de los gober­
nantes ª �ecidir la confesión <<ofici al» de su Estado, sino que les otorga­
.
ba tamb1en una soberanía absoluta en el plano mor al. Los anglicanos de
Ingl aterra, Y más aún l os presbiterianos de Escoci a eran indiferentes a
l as �íti cas mor l es de l os pa pista s fr
� � anceses. Por s� p a rte, los súbditos
catohcos de Luis XIV Y Luis XV mostrab an la mism ind rencia hacia
a ife
l as opi ni ones morales de l os herejes
ingleses. Ni siquiera el pap a, en sus
tratos con un monarca como Lui s XIV o con los car
· denales galicanos que
actuaron como agentes del rey, 1 ogro' imponer1
. . es su supremac1,a. An tes
bien, era preciso proceder de manera di ploma' º º
• t1ca, como uno mas , en tre
igua1es.
Esta nueva práctica se dotó también de res º
, · S egu,, n
petab'l1 1d ad teor1ca.
272
--
EL CAMINO POR ANDAR

,'..
la teoría sobre el Estado de Thomas Hobbe,s, e1 sooe 1- rano era a la vez
quien ostentaba la autoridad suprema y la fuente y garant1a , de l os e:lere-
. . .
chos. B aJo el alto patroc1n10 de Leviatán, un derecho . y una 1noral e f...1ca-
. .
1ficaban
ces s1gn . un derecho y una 1noral positivos , es- cieci·r , q ue,. con ta l)an
,,
con la san�1on del soberano: le Roi le veult. En el trisecular transcurso de
la �1od_ern1dad, los teóric�s políticos dieron, así, por supuesta la autosu­
fic1enc1a 1noral de,, las naciones-estado. Para ellos, la única pregunta i in­
portante era: «¿Como h a de ser el poder del estado para que resulte vin­
culante con respecto a sus súbditos?». Y prestaron poca atención a esta
otra pregunta: «¿Quién puede etnitir juicios 1norales sobre el poder del
estado?». Si bien es verdad que algunos malos gobernantes, co1no el rey
de Nápoles, Bomba, fueron objeto de escarnio en toda Europa, y que
William Ewart Gladstone tronó en la Cámara de los Con1unes contra las
atrocidades turcas cometid as en Bulgaria, no es menos cierto que tales
episodios retóricos fueron bastante aislados y no sentaron ningún prece­
dente, ni crearon tampoco ninguna institución no n acional autorizada.
Pero hoy vivimos en una época n1uy distinta. Después de la Primera
Guerra Mundial, las potencias aliadas alumbraron la Liga de Naciones,
institución multinacional que desde el principio se propuso ejercer una
decidida autoridad moral, capaz, llegado el caso, de imponerse a la autori­
dad de una determinada potencia asociada. Esta lin1itación de la auto­
ridad moral de todos los gobernantes nacionales es también, por supues­
to, una de las principales características de la Carta de las Naciones
Unidas. Y los mismos límites se hallan implícitos en las actuaciones del
Tribunal de Justicia de La Haya y en los documentos fund acionales de la
Comunidad Europea. Sin embargo, estos límites se interpretan como
auto-limitaciones. No son unos condicionantes externos que vinculen a
g o­
dichos estados independientemente de su voluntad, sino con1o _ unas �
uest1o­
sas internas sobre la manera como la nación-estado ejerce su 1nc
ara e�­
nada soberanía. Cada estado las acepta como condición previa p
cuencia,
trar en asociación voluntaria con otros estados iguales. En conse
es Un ida s y de otr s ins tit uc ion es sem�­
la autoridad moral de las Nac ion a
ridad esp i -
jantes es menos sorprendente, y menos influyente, que la auto
ritual de los papas medievales.
ra dó jic o qu e es a au to rid ad ex terna rcs�da hoy en
No deja de ser pa .
. . . ent a 1 es. N ad 1 e se ta ·
in a de n1as1ado en se-
otras 1nst1tuc1ones no gubernam .
· · · r
1o ma d e de nu nc · ia , la n1 en to o excu-
r �

r10 las op1n1ones n1orales-ya se a en r

2 73
COSMÓPOLIS

1 a A ,
sat n -
ble a Gener · al o el C onsejo de Se guridad de las
s·__ ,1 -exp resau
1 as� en-
. , · ... -111•das, pues sie · mpr e las pres entan los portavoces ofi ciales · de
N ac1o nes U . . .
· b ro s, cu ya posi ción los con viert e tpso facto en <<parte in-
los estados n1 1em . . .
·
ica s ·ns titu cio n es cuy as opinion es mo ral es im ponen el
teresa d a» . L as un
/ I
expresan generalmente «la opi-
respeto genera1 , Y que se considera que . / . .
nis t1 a Int ern acio nal , la Aso cia-
n1o · / n sin· cera de la humanidad», son Am . . .
c1o · / n p s1q · u1a· /tr1·ca Mundial y algunas otras organ1zac1ones semeJantes que
están desprovistas de poder físico y de una «�erza arma��»-
Llegados a este punto, se nos antoja crucial_ la confus10n entre poder
fuerza que subyace en la explicación hobbes1ana del estado moderno.
rn cierto momento de jovialidad cínica, Josef Stalin preguntó: «¿Cuán­
tas divisiones tiene el papa?». No sabía aquel señor que, a los ojos de la
honrada opinión humana, a los retos morales no se responde nunca con
un alarde de fuerza. El día en que Amnistía Internacional registre entre
sus bienes una metralleta, y no digamos una bomba atómica, su capa­
cidad para ganar audiencia e influir en los acontecimientos de la huma­
nidad habrá acabado de manera irremisible. Cuanto mayores son los caño­
nes en poder de una institución menos derecho tiene ésta en la práctica
para hablar sobre cuestiones morales con un tono de voz que resulte con­
vincente a todo el mundo. Viene aquí especialmente a cuento la imagen
de Lilliput de Jonathan Swift. Stalin no vio que la trivialidad militar de la
guardia suiza del papa aumentaba las prerrogativas de éste para hacerse
oír. Por su parte, la autoridad de Amnistía Internacional es precisamen­
te grande por ser una institución liliputiense.
Hasta la fecha, los patrones de nuestras vidas los ha confi rado po­
gu
líticamente la acción de la autoridad estatal. Sin embargo, moralmente,
los gobernantes de los estados contemporáneos se hallan
sometidos a crí­
ticas morales venidas desde el exterior, lo que no se
daba desde antes de
I?S º · Ni siquier� las su��r?otencias más poderosas puede n ya sentirse
ªJe nas a es�a realidad. M1Jail Gorbachov sabe
de sobra, cosa que no vio
nunca Stalm, e� ?�ño que un desafío por parte
. de Am nistía puede hacer
al gobierno sovienco. Las organizaciones lil
_ iputienses no pueden exigir a
los gobernantes mmorale s que pidan perdó
n de rodillas como tuvo que
hacer Enrique II. P ero los gobe rnant es qu
e se niegan a :nmendar la pla­
na se ven expuestos al oprobio de todo el m
. undo. s·1 la imagen
· · de
pol"1t1ca
la mod ernidad la encarnó Leviatán, el e sta
. tuto mora1 d e 1 as potencias
«nacionales» y d e las sup erpot encias lo encar
nara,, , en e1 futuro, 1a ima· gen
27
4
EL CAMINO POR ANDA
R

de Lemuel Gulliver, que despertó de un suen~ o profun do para enco


. . ntrar-
se atado por 1nfin1tas y pequeñas ligaduras.

LO RACIONAL Y LO RAZONABLE

Cuando nos h!cimos la pregunta acerca del momento en que echó a an­
dar la modernidad, no teníamos una idea precisa sobre a dónde nos iba a
llevar exactamente nuestro estudio, ni hasta qué punto las versiones ofi­
ciales sob�e la �iencia, la filosofía, las bellas artes, la tecnología, la políti­
ca y la soc1ologia modernas estaban unidas por unos presupuestos comu­
nes. Sin embargo, los paralelismos que hemos visto en una amplia gama
de ámbitos, tanto prácticos como intelectuales, no son ni espejismos ni
efectos imaginados de un Zeitgeist (espíritu de la época) intangible, ni mu­
cho menos productos vacuos de una proyección psíquica o deseos iluso­
rios. Por el contrario, a todos los une el hilo argumental de una común
concepción de la racionalidad que inició su singladura en el siglo xvu y
ha dominado gran parte del pensamiento occidental desde entonces.
También resulta bastante obvio lo cerca que están las ideas de racio­
nalidad y razón del núcleo de la crítica contemporánea de la modernidad
y de las dudas sobre el milenio entrante a las que ésta da origen. Vamos
a citar al respecto dos libros de reciente aparición. En primer lugar, al fa­
moso ataque contra el racionalismo de Paul Feyerabend, Contra el méto­
do, le ha seguido una nueva colección de ensayos del mismo autor titula­
dos Adiós a la razón. Sin embargo, la «razón» de la que se despide
Feyerabend no es el ideal cotidiano de ser «razonable» o estar «abierto a
razones» que Montaigne y los humanistas preconizaron, sino más bie� lo
que él denomina <<racionalismo científico», es decir, el anhelo del siglo
xvn de una racionalidad lógica, compartida por todos los filósofos, desde
Descartes hasta Popper.
·
El llamamient z
,, [
sost
·
iene F eyer a b end] es v ,
acio, , Y de be sustituirse por una
o a la ra on
. ,,, .
noc1on de la ciencia. .
rdin e a l as nece ·d
si ad es de lo s ciu da danos v las colec-
que la subo
tividades.

.
Por su parte, Alasda1r Maclntyre ha publ'1cadO u�a críti ca a la racion· ali-.
, . nu
. la . . ,dt-
. .ron
Y
dad con el título de Whose Justice? What Rationality? (J ttS flC

2 75
COSMÓPOLIS

), e exp 1 ora e 1 d esa rro


· ·
llo de cu atro tradiciones. culturales euro-
dnd do nd . . .
d» tiene unos s1g 1ca n1 fi dos sutiles
peas en l as que 1a 1·dea de « racionalida
n da1nent a 1 me n te dis ti nto s · Es te en say o confirma 1o que ya hemos
pero fu .dental se d1-
.
• d. a sabe r , que la histo ria de la cultu ra occ1
v1sto en este estu 10,

VI·d e en una serie · de peri"odos, en cada uno de los cuales han dominado
diferentes ideales de razón y racionalidad.
Nuestra visión revisada de las distintas fases de la modernidad com-
porta, en efecto, una historia de las distintas ideas <�mod�rna�» s_obre la
racionalidad. Para los humanistas del siglo xv1, la exigencia principal fue
que nuestro pensamiento y nuestra cond�cta fueran raz�nables. Por u?a
parte, esto significaba practicar la modestia ante la capacidad de uno mis­
mo y desarrollar la autoconciencia en el momento de presentarse a los
demás; es decir, todas esas cosas que Stephen Greenblatt llama la «auto­
rremodelación renacentista». Por la otra, se exigía tolerancia ante la di­
versidad social, cultural e intelectual. Era irrazonable condenar sin más a
personas que tenían instituciones, costumbres o ideas distintas a las nues­
tras y tacharlas de heréticas, supersticiosas o bárbaras. Era preciso, antes
bien, reconocer que nuestras prácticas podían parecer no menos extrañas
a los demás y suspender el juicio no fuera que esas otras personas hubie­
ran llegado a sus conclusiones a través de una reflexión sincera, lúcida y
crítica de su propia experiencia. Sólo podemos juzgar las ideas o costum­
bres de otras gentes si conocemos no sólo a dónde han llegado, sino tam­
bién (en el lenguaje de la década de los sesenta) <<de dónde vienen>>. La
sana retórica exige que hablemos a la condición de nuestro auditorio; la
sana comprensión humana exige que escuchemos a su condición con
igual atención.
Después de 1620, a muchos europeos esta tolerancia intelectual y
práctica les pareció estéril, permisiva y abierta a posibles abusos, y deci­
dieron adoptar otros ideales, más estrictos, de racionalidad. Para Descar­
tes, el pensamiento racional no podía basarse en la tradic
ión heredada.
Los procedimientos empíricos, con base en la experienc
ia y no en la teo­
ría, estaban, en su opinión, condenados al fracaso pu
es perpetuaban el
folclore de una cultura y época dadas y descansaban
en última instancia
en la s-�perstición, no en la razón. Según él, si todo mu
el ndo dejaba su
tabla bien «rasa» y empezaba de nuevo a partir de
�nas comunes «im­
presiones>> sensori��e� o �<ideas claras y distintas», no
habría ya necesidad
de preguntarse que 1d1os1ncrasia personal O cultural ap
ortaba cada cual al
276
....
·. EL CAMINO POR ANDAR

debate común. Así pu .


es, siempre que fuera posi·ble, 1o ma, s «racio
. .
·
na1 » era
emp . .e zar d e cer o e ins isttr en la certeza de la i·n.ce 11 renc1a · geome, tr1c· a y 1a
«logic1dad» .de. las pruebas formales · Sólo asi' podria , encontrarse una so-
.
. , n definitiva
luc1o .
para evitar tanto las querellas 1·ntermina · bles de 1os teo-
,,attc
1ogos dogm . os como las incertidumbres y contradicc1o · · nes 1mp · l'1c1ta
· s
.
ticismo de
en el escep Montaigne.
Los ideales de la ra zón y la racionalidad característicos de la segunda
_
fase de la �odern1dad fueron, así, intelectualmente perfeccionistas, mo­
ralmente vtgorosos y humanamente inexorables. Independientemente de
la clase de proble�a� a la que uno se enfrentara, había un procedimien­
to supuestamente un1co para alcanzar la solución correcta. Ese procedi­
miento sólo se podía alcan z a r eliminando lo accidental de un núcleo abs­
tracto de conceptos «claros y distintos», necesarios para su solución.
Pero, por desgracia, muy pocas cosas se prestaban plenamente en la vida
humana al análisis lúcido y ordenado de la geometría de Euclides o de la
física de Descartes. Aparte de dichas áreas abstractas de estudio, la meto­
dología era irrealizable y prácticamente irrelevante, si bien mantenía su
atractivo para todos aquéllos que suspiraban por -la estabilidad y la j erar­
quía de la nueva cosmópolis.
Pero la agenda de Descartes fue sólo una variante en medio de la bús­
queda general de un método <<racional» que se impusiera en la ciencia y
la filosofía del siglo xv11. Este ideal descontextualizado fue una exigencia
fundamental del pensamiento y la acción racionales entre los pensadores
«modernos» hasta bien entrado el siglo xx. A su debido tiempo, se unie­
ron también otras variantes. Por ejemplo, la equiparación por los econo­
mistas entre «racionalidad» y eficacia, o la teoría de Max Weber acerca
de la «racionalización>> de las instituciones sociales. Sin embargo, estas
ulteriores variantes sigui�ron abordando las cuestiones �e�iante p�an­
teamientos racionales, objetivos y preferentemente cuant1tat1vos, deJan­
do bastante poco espacio a las idiosincrasias culturales o personales.
o en un a nu ev a fas e de l a historia d: la
Ahora que estamos en tra nd
a tecnologia Y
modernidad, en la que tratamos de humanizar la ciencia Y �
perar
reapropiarnos las metas de la filosofía práctica, nos conviene �ec�
d ª
también la idea de racionalidad que tuv·o vig encia con anteriorid�
· rtantes. El pensam1en-
Descartes. Lo cual prese nta algu n as v e nta Ja s imp o
. ,, . o pu de n co m en z ar por igual en
to o 1a acc1on racionalmente ad ecua d os n e
· a forn1al. En
todos los casos con un a tabla rasa n1 construyendo un siste1n
2 77
cosMÓPOLIS

/ . ca, el ri• gor de l ª teoría sólo es útil hasta cierto · punto y en ciertas
la practi . te za, por eJemp1o, encuentran
. pre ten sio ne s de cer
c1rcunstanc1as, . Las tas qu e, po r end e, est / n b"
a a 1ertas
. d o d en tro de teo rí as abs tra c
meJor acomo .
a om
· · on
1s1
,,, , vo1ver 1a
espalda a
; pe ro t da ab str acc ión impli c
al cons en so O ,,,
1 a ex pe r l. enci a que se sale n del alcance de la teor1a en cues-
elementos d e . .
. ,,, n zar el rigo r de sus impli cacion es formales. El acuerdo
t1o n para ga ra tI.
. . ,,, o es posib . le porque la teor ,,,
cac 1on es sol 1a
genera1 en torno a estas imph •
tos. Supon1end_o que adoptemos
como tal se formula en términos abstrac
wto_n, por :1�mplo, podemos
el punto de partida de la dinámica de Ne
te
afirmar sin temor a equivocarnos, que cualquier <<sateh que se m ueve
librem:nte» debe trazar una órbita con forma elíptica, hiperbólica o pa­
rabólica. Pero, una vez que nos hemos salido del alcance formal de la teo­
ría, y hemos formulado al gunas preguntas sobre su relevancia para las
exigencias externas de la práctica, entramos en un ámbito de incertidum­
bre, ambigüedad y desacuerdo legítimos.
También en este caso, la nueva fase que están viviendo actualmente
la cultura y la sociedad occidentales-ya la entendamos como la tercera
fase de la modernidad, ya como una nueva y distintiva fase «posmoder­
na»-nos obliga a reapropiarnos ciertos valores del humanismo rena­
centista que se perdieron con el auge de la modernidad. Ni siquiera en el
«núcleo duro» de la física del siglo xx se pueden eliminar las idiosincra­
sias de las distintas personas y culturas. Los antecedentes y rasgos idio­
sincráticos de los científicos creativos son tan relevantes para la com­
prensión de sus ideas como lo son para la obra de los arquitectos o los
poetas. Por ejemplo, sobre la teoría general de la relatividad de Einstein
hay cos�s que s: comprenden mejor si sabemos que Einstein fue un pen­
sador visual mas que verbal, y sobre la mecánica cuánti a hay otras tan­
c
tas cosas que se explican mejor si sabemos que
Nils Bohr creció en un
hogar en el que_ se discutían las ideas de Ki
erkegaard sobre los modos
<<c_o�plementarios» del pensamiento en
el transcurso de la comida do­
m1n1cal, como nos ha recordado Geral
d Holton.
En el seno de una moderni·dad hu . . ·
man1zada la descontextuahzac1o/ n
de l�,s pro�lemas, algo tan h abitual
en la alta ru'odernidad, ya no es una
opc1on seria. Los axiomas de Ia mo
dern1· dad daban por sentado que la
comple). ld.
ad d e superficie de la natural
eza y la humanidad nos distraían
del ord en sub yacente ' que es 1ntr / camente sim
· 1nse
. ple y permanente.
P ero, en 1 a actualid ad ' tanto los físico • s como cualquier otra clase de c1en-
l

1
278 l
EL CAMINO POR ANDAR

tíficos reconocen que los fenómenos naturales encarnan de hecho un or­


den «intrínsecamente simple» sólo hasta cierto punto: las nuevas teorías
sobre el desorden (o el �<caos») físico, biológico o social nos permiten
equilibrar las «cuentas» mtelectuales. Podemos ordenar temporalmente
(«para fines de cálculo») los contextos de nuestros problemas, pero, a la
postre, para su resolución completa nos vemos obligados a poner estos
cálculos de nuevo en su marco auténtico, más humano y más amplio, con
todos sus rasgos y complejidades particulares.
Si volvemos la vista a esos años intelectualmente tan complejos que
median entre 1650 Y 1950, con una postura de menor confianza pero de
mayor modestia, descubriremos por qué los proyectos de modernidad
resultaron tan convincentes. De todos sus encantos, no fue el menor el
de la simplificación que, retrospectivamente �onsiderada, fue una cosa
bastante poco realista. Teniendo esto presente, viene a cuento recordar
las palabras, de carácter social y político, pronunciadas por ese comenta­
dor humanista y algo cascarrabias, pero siempre lúcido, que fue Walter
Lippmann, afirmación que puede servir de resumen y trasunto de todo lo
que se ha comentado en el presente estudio: -<<Para todo problema hu­
mano», dijo, «hay una solución simple y clara, pero equivocada>>. Lo
cual vale tanto para los problemas intelectuales como para los prácticos.
La seducción de la alta modernidad estriba en su claridad abstracta y su
sencillez teórica; pero estos dos rasgos no dejaron ver a los sucesores de
Descartes las inevitables complejidades de la experiencia humana con­
creta.

2 79
EPÍLOGO

ENFRENTARSE DE NUEVO AL
FUTURO

Coincide la entrada en un nuevo milenio con el paso , a que nos hemos


referido, de la segunda a la tercera fase de la mo dernidad o, si se prefie­
_
re, de la modernidad a la posmo dernidad. Abocad o s a esta fase de tránsi­
to por una serie de mutaciones que escapan a nuestro contr ol, podemos
escoger entre dos actitudes principales ante el futuro, cada una co n sus
propios «horizontes de expectativas». P or una parte, podemos recibir
con los brazos abiertos una perspectiva que ofrezca nuevas posibilidades
pero exija nuevas ideas y más instituciones adaptables, y ver en estas tran­
siciones una buena razón para la esperanza, buscand o una mayor claridad
sobre las nuevas posibilidades y exigencias que implica un mundo de fi­
losofía práctica, ciencias multidisciplinares e instituciones transnaciona­
les o subnacionales. O podemos también volver la espalda a las promesas
de la nueva época y esperar, con el alma en vilo, que los modos de vida y
pensamiento característicos de la era de la estabilidad y el espíritu nacio­
nal duren al menos lo que nuestra propia existencia en la tierra.
Pero' en el fondo ' estas dos actitudes ante el futuro-una presidida
por la imaginación y la otra por la nostalgia-no entrañan unos horizon-
tes de expectativas completamente diferentes. No se trata de escoger en­
tre, por una parte, enfrentarse al futuro-y preguntarnos por tanto sobre
los «futuribles» que se nos abren en ese futuro-y, por la o tra, en t�ar en
_
él reculando, sin ningún horizonte ni idea esperanzadora. Las condiciones
de vida y pensamiento actuales difieren en muchos aspe�to� de las de los
siglos xvm y x1x, período durante el cual la teoría Y practica de la � o-
derni·dad resultaron sumamente fructueras, Y nos parece poco realista,
"Í: •

ta1 Y como estan ,, · · un futuro que conserve


las cosas actual mente , 1mag1nar
1 os rasgos distintivos de la moderni. dad: la autonomia · teI ectu. al de
,, in . ..
cien-
· .
cias diferenciadas una confianza absoluta en tecnologías aut0 Ju st1ficado-
'
281
EPÍLOGO

. es-esta.do in · dep en dientes y .autónomas con u na .


sobera-
ras y unas� 11(1. c1o n ectativas, apar-
implica pocas exp
.

,. si. n cortap ac tl tu d n ost álg ic a


n1a ( 1s·1s '- . La . . . . .
e c ons er var el stat u quo . La pos 1b1h dad de definir
te de la esperanz a d
. o,.lo está ab ierta a aquel ,, l os que se muestren dis-
<<futuribles» re a ¡·ist as s . . .
· rudes imag1. nat1va s, r eflexio nar sobre 1as d1re cci. o-
puestos a adopta r ac t1
os po d 'do tom a r y r econ ocer que el futuro recompensará a
nes que hem 1
. .
nes y pautas que vamos a nece-
. n a d e lan ta rse a las inst 1tu c1o
qu1e ne s se pa ·
. d' ceri rá n los mo dos de vida y pen sam iento de 1a tercera fase
s1 tar. ¿ C,.orn o H 1

la m od er ni da d de lo s de la se gu nda fase?
de
n de que la física es la
Científicamente, se abandonará la suposició
zado de método racio­
ciencia «inaestra» que expende un modelo autori
nal a toda la ciencia y la filosofía, y se dejará a cada campo de estudio de­
sarrollar sus propios métodos y adaptarse a sus propios problemas espe­
cíficos. Algunos autores pueden seguir escribiendo, en sus trabajos de
divulgación, que en la física y la cosmología de alta energía se encuentra
«la clave del universo». Pero, en la práctica, la investigación científica
seguirá prescindiendo cada vez más de las leyes abstractas de aplica­
ción universal y adoptando desciframientos particulares de las estructuras
complejas y los procesos detallados, plasmados en aspectos concretos de
la naturaleza. El modelo del <<enfoque teórico»· como capacidad formal
para dominar un sistema deductivo que describe un «orden» permanen­
te y ubicuo en la naturaleza está dando paso a una capacidad sustantiva
para descubrir las relaciones locales y temporales plasmadas en un aspec­
to de la naturaleza específico, aquí y ahora, en contraste recíproco con
otras partes Y con unos tiempos que se remontan un mi lón de años.
a l
1nolecular están empezando ª
Entr� otras ramas, la ecología y la biología
_
dilucidar, ª este respecto, el vocabulario
detallado del libro de la natura-
leza de Galileo · Así pues, entre todas •
1as subd1. sc1p .
. 11nas de las
.
c1enc1as na-
ran a 1 ª
turales, las relaciones se v 0 1veran ., mas ., 1g· · ·
. . . ,.
1nvest1gac1on nuevos ámbitos m uah tar1 as conform e s e a b
.
. 11nari
. u 1 'd
tl •
1sc1p os c on nombr es ta n com-
p1eJos como el de «neuropsicolo .,
g1a del desarro11'o».
E n 1as artes ya está teniend0
e 1ugar una semejante impulso igua1·1tan· o.
Un e1ecto dura'dero de l·ª criti ., •
· ca de la m odernidad ha sido el cuest1. ona-
m1ento de1 papel de la <<resp
fer1r · · . ., etab'1 l•d 1 ad>> como razón suficiente para pre-
ciertos esulos, generas O inc
por eJ· e1nplo, 1a mus ., . . 1uso medios a expensas de otros com o,
1ca clási. cª (0 «seria . '.
pular. Es� e cambio · comenzo ya de al , ») en de t r i m t d
en o e la mú s ica po-
guna manera cuando Mozart descu-

282
p

ENFRENTARSE DE NUEV
O AL FUTURO

brió la potencialidad de las clases medias para seru-.;


• ... v ir de pu/ bl.1co a opere
gioc os e irrev eren tes com o Las bodas de Fígaro y Don G1ov · ann1, compensan-
.,,
., do así la pred . .
. ./
ileccion de las clases altas por ohere rerz·e com
. r · o Ldomeneo o La
cle m e nza dz Tit o. Es te mi sm o cambio reaparec1·0/ entre 1as dos guerras
.
mundiales cuand� Berthold Brecht y Kurt Weill se sirvieron de la músi-
ca popular como instrumento de crítica política; pero no se ha vuelto ex­
plícito e irreversi�le h asta este último cuarto de siglo. Junto con el ata­
que a las pretensi ones de c ategoría superior por parte de los medios y
gen / era s << a1 tos», gran parte de 1 as 1nn · ovac1o· nes más sorprendentes en el
campo de las artes, e� /el pre�e�te y futuro inmediato, se olvidan por
completo de la separac1on trad1c1onal entre géneros y medios, y encuen­
tran una manera más efica z de expresar las ideas que el sistema tradicio­
nal de los géneros diferenciados. La singularidad crítica de <<la» sonata,
«el» paisaje o «la» comedia de salón está cediendo, así, terreno a favor
del nuevo pluralismo de los experimentos multimedia .
En el campo de la tecnología, nuestra capacidad para servirnos de
procesos materiales y técnicas de ingeniería civil ha superado la fase en la
que sus beneficios eran de por sí evidentes y autojustificadores. Sin duda
Hiroshima ha contribuido en buena medida a demostrar lo que decimos;
pero recientemente esto se ha visto corroborado también por el acciden­
te nuclear de Chernobil, el vertido de petróleo en el estrecho de Prince
William, el agujero en la capa de ozono polar y la destrucción inconside­
rada de la selva tropical. John Donne, que predicó antes de que despega­
ra realmente la modernidad, recordó a su congregación que «nadie es

una isla>> ajena a la suerte que pueda sufrir el prójiino. Lo mismo vale
también para los proyectos relacionados con la tecnología y la ingenie�ía .
No pueden desarrollarse dando la espalda al resto de la vida humana, in­
cluidas las demás especies animales cuya existencia misma dep�nde de la
eventual ejecución de tales proyectos. Inicialmente, las autoridades s�­
viéticas trataron de censurar las noticias sobre el desastre de Chernobil,
pero pronto vieron con claridad que la colaboración con otros países �ólo _
p odía r eportarles beneficios. En efecto, en todos los problemas ecolog - t

cos de nuestro tiem . po ' los procesos natura1es no se detienen ante las
e-
fronteras levantadas por los seres h umanos ; antes bien, sólo pueden r
so1verse mediante la libre colaborac1. on / de 1as personas y los gobi ernos de
1os numerosos países y estados (por no decir · d e� todos- ellos-. juntos). Los
. ª
11/m1tes a los que la tecnología se vera,,, sometl·d en l a nueva fase de
la n10-
EPÍLOGO

uirán ' así ' directam


ente a que se produzcan
�1 te:•rcera)
.
c . on ·t
tri J . .
dcrnH. 1 �H l .(I· e in st ituc io na le s voce ad os y e xi gidos por el
.
· ', , 'p o lít
. 1 es ic o s
los ca1nh1os socia
tercer 1nilenio.

¡ r , a las or eg untas que no s formulamos en el pró-


Volva111os, p ar a te�r1 11. 03 '- · t ~
s qu e ]os pa íse s qu e de se m pe naron el papel mas desta-
log·o. ("jons't"taino (.1 •

pe or pr ep a rados y

s 1tua-
an
• ;

i de la n1o de rn1 da d est


c-1<.�.l o. en la s--egtind·l, f·' se ·
a pas ar a la ter ce ra. La s sup erp o�encias que han escenific�do la
d:)s par
rn1dad-ya no entre <<hereJes» y
últinia confrontación de la alta n1ode
cialista»-�an acusado
«papistas», sino entre los mundos «libre» y «so
as io
una esclerosis institucional en el proceso, mientras otr nac nes-estado
con un historial de grandes éxitos se han visto particularmente afectadas
por el pensa1niento pobre o «de breve duración» de la década de los
ochenta y la consiguiente sensación de que el horizonte histórico estaba
ínhabítualtnente nublado y oscuro.
'T'ras las turbulencias de los años sesenta y setenta, la década de los
ochenta ha sido 111�1s una época de nostalgia que de imaginación. A par­
tir de los años sesenta, en n1uchos países se vivió un estado de gran ten­
sión, sobre todo, a causa de los conflictos que colearon tras la guerra del
Vietnan1, así co1no de los r�ipidos can1bios econón1icos surgidos en la es­
tela de la auto1natización de la industria y de un sector terciario cada vez
inay or azuzado por la co1npetencia internacional. El sueño modern o de
u�1 orde�1 de �,n(1citn1es>> soberanas resultó de nuevo atractivo y la nostal­
g ia llevo ª mucha gente a resucitar su orgullo nacional y a no turbar la
paz. d_el sistema de la nación-estado. En Gran Bretaña, la guerra de la
Malvinas des- l)er tó el vie\ 1· O orgn
. . . t • tlo por . 1 as glor1· as nacionales · ; en J apon,,, eI
Lu go declive del e1111)e t r·1 ' <.·l or 1--1 -i 1· rol11· to a p 1 azo ,, una reestructurac1· o,, n de I as
.
1nst1tuc1ones del llaÍ·s·, en ·l·ª u·. nt. ,,
. .
. ,, .
_ on S" o v1e t1ca ' los fracasos agr1;co1 as, el
atolladero de Afb' o-·1nis- t·in
, v. e-\l resurg11· 111en ·
to de los n·1' cionalisn10s excJ u-
y en tes aplazaron la ad o¡·lción (i.e po . l"1t1ca • s 1nas . ,, moderadas; en E sta. d0s

1
·
L J n1• uo 1
s, vanos anos� de re·arnle
, . . _ . ..
. Y autocongratulación no consiguieron
- . r l·.ls, 1H.�r1d·
, . l 11,l
.le,st. . '·1s .
de 1 \ 1etna
1
� . in. nue ntras la
refo l ac ab aba con
l. , , , . .
to<. ,1 espc1an7,a de una retonn·i" ,. . rn1a fisca
Soci,.·.a ¡...seri. a. En estos cuatro pa1s ,, es la· 1na. _
,) 01. parte te \ 1 a gente prefiri. 0.� nura . , .
. . r hacia atras (a los logros del pasado),
' ¡
t, n \, t:..7. t l t:, en , t-re,ntarse ·1 l·1s in
· ' '� ce .. rti( . ·l uiu b res del futuro. Así, no es de exrra-
-
ENFRENTARSE DE NUEV
O AL FUTURO

ñar que, en dichos países, el futuro pareciera inhabitua1mente nubl


el h or1· zo nte adO y
oscuro , y « d e exp ect ativas» se les ofreci· era tamh.1en / con to-
na lidad es ne gr as.
En otros países, los años sesenta y setenta generaron una rea • /
, cc1on
menor, se hablo menos de espíritu nacional y el cambio estructural no
Pareció una tar ea tan difícil de llevar a cabo • As 1' pues, 51· queremos com-
prender bien l�s posi�ilidades que se abren en esta tercera fase de la mo-
dernidad, convi ene mirar m enos a las superpotencias y a otras sociedades
natur�lm�nt e cons e rvadora s y más a esas regiones en las que las estruc­
_
turas 1�st1tuc ales est�, n me�o� cimentadas En Europa, donde surgió
10n
.
por prim era vez la teoria y practica de la nación-estado, sus debilidades
se están viendo actualmente cuestionadas. La historia de la comunidad
europ ea muestra cómo estados que habían abrazado los modos de estabi­
lidad preexistentes, tanto en el plano interior como diplomático, demos­
traron ser inesperadamente adaptables y estar listos para poner en pie las
instituciones necesarias para la creación de una unión funcional. En dos
espasmos bélicos (de 1914 a 1918 y de 1939 a 1945), los europeos habían
demostrado que <<el espíritu nacional>> era una base tan limitada para re­
clamar la lealtad al estado como lo fuera la religión trescientos años an­
tes, en la época de la Guerra de los Treinta Años. Así comenzó un pro­
ceso institucional que ha convertido a un grupo de vecinos suspicaces,
con economías rivales y recuerdos hostiles, en una unión económica y,
previsiblemente, una unidad política con poder suficientes para exigir leal­
tades comunes. Pocos dudan de que, de aquí a un siglo, el estado de Rho­
de Island tendrá los mismos límites geográficos y los mismos dos sena­
dores que tiene en la actualidad; pero, para entonces, el estado soberano
de Luxemburgo será probablemente una reliquia tan del pasado como lo
es el recuerdo de un Anjou independiente y de una Borgo�a �oberana.
res
A partir de ahora, la preocupación principal de los ad°:11n1strad� Y
los políticos no puede seguir siendo la de consolidar el r�dto de accton, el
poder y la gloria de las instituciones nacionales centralizadas que toma-
ro n cuerpo y funcionaron . ·
pisa a 1 gun a en lo s dí as de mayor auge
.
sin corta . recomp ensa . An-
de la nación-estado cuando la soberanía era su pr op i a
· ad y adaptarla con mayo r
tes b1. en, se impone' descentrali. zar la autorid . .
. . 1 s nec es id de s d e la s reg10-
d.1scern1m1en . to y prec1s 1on: . ., por · una par te, a a a
. . _
.,1cio
. erativ o s tr an s
nes y comunidades locales v por la otra, a unos"' im p n

,,, ' ., ' . ue h d e se r n1 eran1ente ah. s-


na1es mas amplios. Esta necesidad d'1 sta m 0

285
....

EPÍLOGO

. ote, t1. ca . En el ámbito subnacional, a muchos americanos les


trac ta o h1p no de ja ro n huella alguna en sus institu-
. l -� os s . sen ta . .
gusta ereer que os an
e
exa ger aci ón. L os acon tec1 m1entos de aquellos
u n
· nes·' p ero esto es
a
cio me nt es y l os co razones d e qui . ene
n n c o n fue rz a en las s
años a ún r e s ue a . .
. . aron en e11os activamente: Bltss was in tha t Dawn. .. («Venturoso
Particip ., . . ucio .
a mbién han vis to la cre aci on de mu chas in st 1t -
am· an ec er .. . >> ) • P er o t
· des de grup os de consumidor . es locales hasta redes
nes «no · n ac 1o n a I es, . .
ns na c1on 1 e cre a das para vigilar a los gobiernos nacionales, que si-
tra a s
tit uy en do un a esp ina cla va da en la carne de las grandes poten-
guen co ns
s, y se tr te de em pre sas de serv icios públ!co� ya _de las autorid��es
cia a a
t1tuc10ne_s de la nac1on­
municipales O regionales ya, finalmente, d_e la� ms
estado. En efecto, el vigor de las <<organ1zac1ones no nacionales» es un
buen indicador de la salud de la democracia misma de un país. Cada vez
que se da un golpe militar, dichos grupos (desde el punto de vista de las
respectivas juntas militares) son tachados de incontrolados y son los pri­
meros en sentir la bota de la censura. Hasta ayer mismo, en los estados
socialistas de Europa oriental, las autoridades estatales han considerado
a estos grupos i gualmente alarmantes y sospechosos. En la actualidad, al
gobierno soviético le duele mucho el derecho de ciertas instituciones <•<li­
lipu tienses>> a emitir juicios morales sobre sus actividades.
Se pueden encontrar ejemplos i gualmente valiosos en el ámbito mul­
tinacional. Mientras el modelo del Leviatán dominó el pensamiento po­
lítico occidental, la cohesión vertebrada de la China de Mao hizo que se
erigie ra en el modelo mismo de <<construcción nacional». En cambio, la
política de la India parecía desorganizada. Ahora, veinte años después,
c�?e preguntarse si, en un país de una extensión tan gra
nde y una pobla­
cio� tan ��terogénea, la adaptación no se ve
más facilitada por esta «de-
sartJ.culac1on» que le permi· te reacci· onar ·
meJor a unos problemas loca1.I-·
zados desencadenados por unos camb" ·, ·
. . 10s tamb1en localizados. La Ind1 ª
1ndepend1ente heredó del imp . an1 . rno 1• n-
· e r io
· br1t ,, . co las técnicas de gobie
d.1recto que permitieron a un peque • ·
~ func1onariado indio d e emigra dos
no
gobernar todo un subconti nente;
. . estos mecanismos constitucionales aun
sirven hoy para eq 1h . br�r las competencias <<cen
A �
versos estados. s 1 los indios refl trales» con las de los di-
e .
«nac.1o,, n» en sent.id' o europe0 . x1vos admiten que la India no es una
, sino una confederación de naciones que
pagan tamb.ie, n un prec.io elevadO
por su desarticulación. Esto es algo �� e
está claro para todo el mundo · Ala
hora de comparar los distintos meri-
28 6

ENFRENTARSE DE NU
EVO AL FUTURO

ros de las distintas for mas de gobierno' la mancomun1·aad


,, ea de 1a India .
es un modelo tan interesante com
a·ispersa y he-
terogen. o ese L ev1a · tan
zado que .
tiene al norte. ,,
centrali
En resumidas cuentas, que la vida y el pensami·ento de 1a tercer
. a fase
de la mo de rni dad est arán configurados-- tanto por acti·v1·aades e 1nst · · ·
. . 1tuc10-
nes en el a,, mb ito no racional-ya sean subnacionales, transnacionale
s, in-
ternacionales o mu ltinacionales-como por lo que hemos heredado
de
l as naciones- estado centralizadas. En vez de deplorar este cambio conde­
nando de manera general a, por ejemplo, empresas multinaciones O al
Fondo Monetar�o Internacional, es más útil preguntarnos cómo pode­
_
mos extender el ideal de l <<gobi erno representativo>> a estas instituciones
con objeto d e conseguir que sus actividades queden sometidas al escruti­
nio d el pueblo a cuyas vidas más afectan. En este sentido, una institución
que se impone reconsiderar aquí son las Naciones Unidas propiamente
tal es. En cierta manera, el nombre de la organización d e la ONU es bas­
tante inapropiado: su estructura y modus operandi la convie rten más bien
en una cooperativa de estados. Las comunidades más vulnerables son
hoy las que carecen de canales reconocidos de expresión dentro de un es­
tado concreto. En las economías industrialmente desarrolladas, por ejem­
plo, quienes están «estructuralmente desempleados» no tienen sindica­
tos que les ayuden a exponer en público sus intereses, mientras que en las
Naciones Unidas las comunidades -«no estatales», no representadas, son
las primeras en hacer agua. Los kurdos, por ejemplo, han vivido durante
muchos siglos en una zona repartida arbitrariamente entre cuatro esta­
dos, ninguno de los cuales reconoce sus demandas de autonomía y pro­
tección en cuanto kurdos. Este hecho sirve para recordarnos que carece ­
mos de una organización de naciones no asimilada a las naciones- estado,
y que necesitamos por lo menos de un colectivo mejor fundado de na-
ciones-no-estado.
de Li-
Finalmente, en el ámbito transnacional no conviene olvidarse _
5 i an
lliput. Las comunidades locales y los grupos no representados nece �
. · · ,, ot ecc ión· , y un a m an era no v10-
tambie,, n de medios de autoexpres ion y pr
vincen-
lenta de llamar la atención sobre sus necesidades resulta rnás co�
te que cualquier método violento.
. C uan d ° l os rn an ifest
-- an t es ant1 nuclea-
. .
1a
. ig · s preso·s de
· , 0 lo co nc 1e nc
res desfilan con velas por las calles de Leipz p·ino-
exponen al escarnio público a los torturadores ª sue ld o d el ge n er a 1
,, neres� , en
chet, o las organizaciones de muJ e res habl an ª fa
. vo r d e su s co n ge

287
EPÍLOGO

ist as , e s tán cue sti o nand o la autoridad moral de


los esta. dos� fun da1nenta l. ,, .
1 u tas Y ce ntr ali zadas. Con este esp1r1t u de resis-
las naciones-es ta do a bs o
. vela s vo ces Y d em ás inst
· rumentos de los desarmados y des-
tencia, 1 as� �'
s· incluso el modelo intelectual de
par ec er p co efic ace '
IJoseídos ,,pueden
o
· da por cada h,, .
a, con tod ª su preo cupa ció n desce ntra 1iza ab1tat
la eco log1 . exi
·
a .
. cio nar una base muy para cre ar 1ns-
d1ferenc1ado, parece prop. or · gu --
. . -- JU· S tas. Pero' a largo plazo, .hem,,os . visto como e 1 poder y
t1tuc1ones mas
propios limites. En la tercera fase
la fuerza se d an d e bruces contra sus ,, . .
que ner en cue nta sera m flu¡�, no
de la modernidad, ]a palabra que hay �� _
fuerza; al moverse en este campo, los l1hput1enses part en con cierta
.
ventaJa. . ,, . _
La suposición de la que part10 nuestr o estudi o -que en los an os
ochenta los países de Occidente estaban más preocupados por su pasado
y volvieron la espalda al futuro-se ve así en cierto modo confirmada.
Como ya lo vio Peter Drucker hace treinta años en sus ensayos titulados
Landmarks far Tomorrow (Hitos para el futuro), el tiempo de los estados
soberanos absolutos ya ha pasado. Las únicas preguntas serias son:
«¿Cómo reaccionar a este hecho? ¿Estamos preparados para aprovechar­
nos de las nuevas oportunidades que ofrece? ¿O segu iremos actuando
como si nada hubiera pasado?>>. Al igual que las empresas e instituciones
que han aprendido la lección de la diversificación interna, y dan respon­
sabilidades prácticas a grupos de trabajo dentro de la organización, los
países que con más confianza y vehemencia podrán mirar al tercer mi­
lenio serán los que reciban con los brazos abiertos
la oportunidad de
repartir sus poderes y resp o nsabilidades «na
cionales» entre grupos in­
t�rnos, de ámbito interior, y de entrar en
redes multinacionales y transna­
cionales que sean capaces de satisfacer
las necesidades humanas de manera
más eficaz Y adaptable de lo que pu
eda hacer un a colección fragmentada
de naciones-estado sobe
ranas.
De� de Hobbes hasta Marx, y
hasta mucho después la teo ría política
ha venido escribiéndose funda ,, · ' ·
. menta1 mente en term 1nos nac1o · naI e s e in -
ternacionale s. Nuestras re flexi
. ones sobre el orden de la soc1e · d a d- al
gu q
� al ue sobre_ el orde n de la naturaleza-están d m
imagen newtoniana del pode · · o inadas aún por la
r masivo eJe · rcido por
.
na mediante la aplicación de una instanci· a sobera-
. . . una fuerza principal, de manera que hem s
perd.d 1 o 1 a sensib ilidad hacia t0dos los o
ci• a1es y po l"it1c . aspectos en los que los logros so-
o s dependen m
ás del influjo que de la fuerza or
. P el mo-
288
ENFRENTARSE DE NUEVO AL FUTURO

relacioi_ies e interacciones políticas entre, por un


mento, las variadas
ansnac1o�ales, subnacionales y multinacionales, y,
lado, las entidades � .
or el otro, las funcion es que estas pueden desempeñar eficazmente tie­
zadas por una «ecología de instituciones» que, por
pen que aún ser anali
do del cascarón.
· :1 mom ento, apenas ha sali
NOTAS BIBLIOGRÁFIC
AS

Este libro es fruto de lecturas y experiencias varias dentro


.,, . ,, . de un espectro
que va de la fts 1 ca a la et 1ca pasando por la teología y la hi
storia. Su vasto
contenido argumen tal exigi ía una infinidad de notas a pie de
_ � página, por
lo que a veces tengo que hm1tarme a decir con qué autores me sie
nto rnás
en deud a o en q u é debates académicos me inspiro principaln
1 ente. Sólo
en cuestiones importantes y p untuales (por ejen1plo, cuando se trata,
en
el cap í tulo II, de la trascendencia que tuvo el asesinato de Enrique de
Navarra, así como sobre los testimonios existentes sobre el conoci 1nien­
to de dicho acontecimiento por parte de René Descartes), se hará lo po­
sible para que el texto se base en investigaciones recientes, lo que exigí rá
una documentación más precisa.

BIBLIOGRAFIA GENERAL
/

Para la elaboración general de mi tesis, me dejo guiar por los trabajos lle­
vados a cabo en estos últimos treinta y cinco años sobre la historia de la
Europa de la «primera modernidad»·, trabajos que arrancan en la obra
pionera de Roland Mousnier, Les XVIe et XVIle siecles (1954) ['Trad. cast.;
Los siglos XVI y XVII, Barcelona, Destino, 1985 5 ] y el ensayo de Eric
Hobsbawm ' «The crisis of the seventeenth century» (Past and Prescnt,
.
nos. 5 y 6), y continúan con los de otros historiadores británicos, an 1er�-
canos y franceses, tanto en Princeton corno en otros lu�ares. La antolog ia
,..,.,1 o,_e General Crisis of the Seventeenth eentury, eds. (":reo ffrey,, Parker y l es-
e . m it
l y M S h, ofrece una pan orá m ica útil so br e
: �
ta c_u e stI.0
11· o r su
, P·-'. · ­
, r.�Y 1� lodl ��
_ y 117 Eai
te, el libro de Theodore Rabb, The 15truggle Jor Stalnlzt. 171

Eurape, me reafirmó en las ideas . . 1pa• l es, que:. 5e ag. itan· en este libro.
pr1nc
.
Para todas las cuestiones relaciona(i as con·M· ichel de Monta1gne, 111e
ec . en su ex
ial , ce. , le., nte, e(, r-
t
he b a s a do e n la ob ra de D o na ld F ra rn e, en esp
.,_

. •
. 1

RÁFICAS
NOTAS BIBLIOG

alg un s co nv e rsa ciones priva das mante-


. ,, , como e n
. a
c1on de 1os E-1nsayos, as1 e p re ci ó co n ve niente acepta.r la postura
. . 1·i·1p- Halli·e · N o m a
. . .
n1das con Ph sk i M on taign e in M ot i on. Sin embargo'
1 )ro d eJ ea n St a rob in ' .
del f:an1oso 1·1 i a da an� en ormente, Descarte� et Pas-
B ru ns ch vi cg , pu bl �
la obra de Léon es pe ci almente para :er m as c lara­
ta ig n e, m e ayu do
cal: Lecteurs de Mon sus sucesores del siglo xvn.
ne s de M on t ai gn e co n
mente las relac
Respecto a la
io
g ue r ra ci vi! l la re�úbli�a ��glesas, lo s li?ros de

fu er on pa r m 1 un a guia v ahos1S1ma, en especial en lo


Christopher H ill a

la int e ela ció n en t re psicología, teología y po lítica, tan ca­


referente a rr
ncia del siglo xv111, sobre todo la
racterística de la época. Sobre la Fra
o ber t Darnton, mientras que
Ilustración y la Revolución, me baso en R
ente su teo logía arriana)
sobre la vida e ideas de Isaac Newton (especialm
reconozco mi deuda con la espléndida biograña de R. S. Westfall, Never
at Rest. El libro de Rich ard Ashcraft Revolutionary Politics & Locke's 'Two
Treatisis of Gobernment' cayó en mis manos un poc o tarde, pero h a enri­
quecido sin duda mi idea de la política de la Inglaterra de finales del si­
glo xvn y principios del siglo xv111. Respecto al mismo período, he
aprendido mucho de los esclarecedores escrito s de Steven Shapin y de
los libros de MargaretJacob, en especial el titulado The Newtonians and
the English Revolution. Finalmente, los escritos de Rich ard Popkin sobre
el escepticismo en los siglos xv1 y xvn son, creo, la urdimbre indispensa­
ble sobre la que todos los escritores posteriores acerc a de la cuestión han
tejido sus propias elucibraciones.

DESCARTES Y ENRIQUE DE NAVARRA

Mis trabajos sobre el colegio · Jes


· · de La Fleche empezaron tras con-
uita
sult�r 1ª H 1st . .
oire de l'Imprimerie a La Fleche, del barón Sébastien de la
.
B oui 11ene, (Mamers ' 1 896) , en 1a b1º bl.1oteca de la Universidad de Califor-
.
nia, Los Angeles La obra nº 20 de eSta b.1 bhogr . afía sobre la imprenta. de
.
La Fl'eche era e1·In annzversarium, 1a serie . d e composiciones académicas
preparadas para celebrar la prim .
· era Jienrzade'
. en I 6 I I. La Bouillerie se
refiere tambi·en , a 1a h.1stor1a del coIeg1· 0 redactad
a por Fr. Camille de Ro-
chemonteix ' S · J · (Le Mans ' 1898) ' de ¡ ª
. . que existen varios eJ·emplares en
aI gunas bºbl1 iotecas importantes '
entre ellas la UC de Berkeley·' es una
.
his tor1· a con un va1or .incalculable.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

El cjempl � r del In anniversarium que encontré en la Biblioteca Na­


_
cion a l de Pans, en l as ci rcunstancias descritas anterio
rmente, se hallaba
cata l ogado en el catalogue .des anonymes con la signatura Lb3s I 20 8·, pero,
r
cuando 1 O so icite· ,,, m� tra¡eron un vo lumen que resultó ser la reimpre-
sión de una conferencia pronunciada por C. Hofler ante la Real Sociedad
B ohemia de las Ciencias el 14 de marzo de 1859 con el título de Hein­
rich 's IV�, Kiinig von Frankreich Plan dem Hause Habsburg ltalien zu entrei­
sen (Praga, 1859). ¿ D ónde se encontraba, pues, el ejemplar que yo busca­
ba? El director de la sala de catálogos de la Biblioteca Nacional, M.
Peyraud, me dirigió al catálogo de r 8 5 5, año en el que la biblioteca fue
reclasificada. En el catálogo suplementario de <<obras anónimas» fi gu ra­
3
ba una signatura alternativa: Lb 5 1 r 77. Esta vez el libro que llegó a mi
pupitre sí fue In anniversariun, y el soneto de que se habla aquí aparecía
en la página 163 del texto original. En la solapa delantera del volumen se
encuentra la siguiente anotación a mano: Exlibris jf1 Praedicatorum Pari­
siensum ad S. Honoratum, es decir, que se halla en el priorato prerrevolu­
cionario de la rue Saint Honoré. En la página titular aparece el sello de
adquisición de la B. N. del <<tipo r 7», tal y como se describe en «Estam­
pilles du Département des Imprimés de la Bibliotheque Nationale», a
cargo de P. Josseran d y J. Bruno, en Mélanges d'histoire du livre º
et des bi­
bliotheques ojferts a Mo nsie ur Fra ntz Calo t (B.N . B· u reau , n 2532, págs.
del l�bro
261-298, y lám. XXIII). El dibujo de ese sello fija 1� adquisició�
as antigua
en 1792-1803. El volumen también lleva una signatura �
est o su gie re qu e, an tes de qu e se rec las ifica ;a la co­
(Y.2892.A'), tacha da;
la B.N ., el vo lum en fi ró ba jo la <<Y », qu e comprendia «Poe­
lección de gu

ar de l In an niv ersarium se en cu en tra en la


sía latina». Otro ejempl
Houghton Library de la Universidad de Harvard.

2 93
NOTAS Y REFEREN
CIAS

PRÓLOGO

La noción de «horizonte » resultará familiar a los lectores de H.-G. Ga­


da�er y otros fi�ósofos alemanes contemporáneos. El concepto más es­
pecifico de «horizonte de expe ctativas>> se puede encontrar en la obra de
Reinhardt Koselleck Vergangene Zukunft [Trad. cast.: Futuro pasado, Bar­
celona, Paidós, 1993] y Kritik und Krise. El término <<futuribles» (o futu­
ros alcanzables) lo acuñó Bertrand de Jouvenel e n sus escritos sobre la
metodología de prévision sociale, como, por ejemplo, e n su libro Ars Con-
jectandi. Sobre los argume ntos a favor de readmitir a los judíos en Ingla­
terra en la época de la república, véase David Katz, Philo -Semitism and the
Readmission of the Jews to England, I 603-1655.

CAPITULO PRIMERO

Fechar el inicio de la modernidad. La controve rsia sobre la modernidad Y la


posmodernidad tiene dos escenarios principales: la arquitectura y la teo­
ría crítica. En cuanto a la primera, el libro de Heinrich Klotz, The Histo1y
of Post-Modern Architecture (1988), informa exhaustivame nte sobre la
reacción de Robert Venturi frente al influjo de Mies van der Rohe, Y so­
bre todo lo que siguió. Reciente mente he visto una re f�re ncia al libro de
J. Hudnut Architecture and the Spirit of Man, en el senudo de q ue se ha­_
bría utilizado el término «arquite ctura posmode rna» antes de Ventun;
pero no he podi. do veri. ficarlo. Sobre M1. e s van der Rohe véanse las notas
del capítulo IV, más abajo. .
tro ver Sia ha ge_ner :. ado
En el ámbito de la filosofía y la crítica, la con
.
una bi. blio ,, tomo e111·br· o de Jean Franc;o1s Lyo-
grafía muy exte nsa. Aqu1 , ",o n p ostm . ,
. · . · · · o derna ' ¡\;1a-
tard The Post-Modern Condition [Trad. cast.: La Londui

2 95
..
1 •

1 ,' •• •:
ill
r.-:: t¡'. :,,: . 1 :':t·,�; r.i!tlh''�!,'ll''U!.---"',,...._....- ..

NOTAS y REFERENCIAS

abermas Philosophical Discourse of


dr1d . , ..
e· .
, ate
,, d ra, 1 9 89]- y el de
. J..
urg en H
. . .
cas ··
. El disc urso i t l . ; ¡.1;co de la modernidad, Madri.d , Tau-
!Jlode11 . 1zty [ T ra d · t f O.\OJ

o re pr es en tan tes d e 1 0 s campos contrarios. También con-


rus, 1993 ] coin ..
. e . as Gifford deJohn Dewey, The Quest
VIene tener en cuenta 1 as Con1erenci
_
� Y las
O bras de Richard Rorty Philosophy and the Mirror ofNa-
J'+or Certa1nty,
tu1,..e [Tr· ad · cast··. La fil 1a y el espeio
z oso1,.r: J de la naturaleza, Madri·d, C., atedra,
1 s9] y Consequences ºJ ,.rprub •acrm · m [Trad. cast.: Consecuencias del prag;ma-
··- atis
? . . .
tzsmo, Madr1 d, Tecn . os, 1 99 6] · Sobr e la « posm odern idad» en las cienc ias
., . .,
natu rales , e 1 pion
· ero es Frederick Ferre· ' pero tamb1en .
se pueden consul-
tar 1 os u,,1timos · ensay os de la obra de Stephen Toulm1n, The Return to Cos-
mology. Natese ., que la obra de referencia de Marshall Clagett, The Sczence
.
ofMechanics in the Middle Ages, to�a a Galileo como punto de llegada.
.
Sobre la invención retrospectiva de costumbres supuestamente <<In­
men1oriales», véase la antología The Invention of Tradition, a cargo de
Hobsbawn y Terence Ranger.

La tesis oficial heredada. La convención actual entre los historiadores in­


gleses de datar el comienzo de la modernidad en los años que gira
n en
torno a 1600 aparece ejemplificada en la obra de Lawr
ence Stone The
Crisis of the Aristocracy [Trad. cast.: La crisis de
la aristocracia, Madrid,
Alianza, 1985]: «Es en el período que discurre
entre I 560 y 1640, y más
precisamente entre 1580 y 1620, en el qu
e se debe situar la divisoria en­
tre la Inglaterra medieval y la moderna>>.
Sobre la curiosa separación que
se suele hacer entre, por una parte, la
historia de la ciencia y de la filoso­
fía, y por la otra, la historia de la
primera ed ad moderna , el ensayo
citado en el texto es «The Sc
ientific Movemen t and its Influence,
1610-1650», de A. C. Crombie
y M. A. Hoslcin. Aparece en The New
Ca"!bridge M,odern History, vo
l. IV («The Decline of Spain an the
Th1rtyYears War: 1609-1649 d
/59»), págs. 132- 1 68.

El adiós al humanismo. Hablo


de la transición del hu
t a la ciencia ex
� acta del sigl xvn en m manismo renacentis­
ciada en la Northwestern Um � _ i conferencia inaugural pronun­
vers1ty, «The Recovery
sophy» . Véase The American Sch of Practical Philo-
,, ., . olar vol 7 nº
3
3 7 -3 5 2 . S obr e el ad10s a la etlca casu,ísti · 5 ,
. 3 (verano 1 988), pa"gs·
ca a mediado s del siglo
XVII, bajo
296
NOTAS y REFERENCIA
S

la égida. de Blaise Pascal ' véase la o bra d e Albert R · J onsen Y Stephen


Toulmtn, The Abuse of Casuistry ( 1988), pa/ gs. 2 3 1-2 49).
Al presentar Ia postura de M ontaigne, cit . o cuatro de sus
ensayos ta1 y
como aparecen traducidos en The Comple te Essays of Montazgn. �, por D 0- _
nald M. Frame. Sobre su ridiculización de 1 os .intent os p o r d ico�o �izar
los aspectos mentales y corporale .
s de la vidª humana, me baso pr1nc1pal-
· · .
fi1na1, Oj Experience (De la experienc
mente en e1 ensayo /
ia) , 1 1br o III ' 11º 1 3
(trad. Frame, pags. 815-857); en cuanto a sude tensa de 1 sexo y su ataque
~ /
a la g azmon er1a, en el ensayo On some Verses 0'J+ Vi"11gz·¡ (Sobre a¡gunos versos
·¡· ) , 11·bro III, n º 5 (Frame págs 6 8-68 5 )·, so bre su o serv • /
1/"

de v1rg110

, . 3 b ac1on
sobre peerse, en el ensayo Of the Power of the Jmagination , (De¡ poder de la
· · c1on · ·
· / ) , 11·b ro I, no 2 r (Frame, págs • 68- 6)·, sobre su 1ns1stenc1a ·
1nzag 11za 7 en 1 a
. .
y la 1ncert .1dumbre que se si e inevitablemente de esta, / en e1 en-
finitud gu
sayo Apology of Raymond Sebond (Apología de Ramón Sibiuda , libro II ,n 12
0

/
(Frame, pags. 318-457).
Sobre la confesión privada de Descartes, larvatus prodeo, véase el en­
sayo de Alexandre Koyré incluido como prólogo a los Escritos escogidos de
Descartes, eds. P. T. Geach y G. E.M. Anscombe.

CAPITULO 11

masia­
Enrique de Navarra. La bibliografía general sobre Enrique IV es de
u ena biblio­
do vasta para poder ser resumida aquí. Se encontrará una b
Buisseret, de la
grafía general reciente en inglés en Henry IV, de David
ica go . La s «n ov ela s>> de He inr ich Mann, El joven
w
Ne berry Libr ary, Ch
á­
re de F'r anc ia, ofr c en una buen a p anor
Enrique de Navarra y Enrique, y e

re las qu e creci ó el joven En


riq ue.
mica sobre las intrigas co rte sa na s e nt
riq u ad ulto de q ue deseab
a
En cuanto a la famosa ob servació n de l En e

, A lm La ch h a precisado que
para sus súbditos «u n pollo en cada cazu el a» a

s m is campesinos de
Fran­
en realidad quería decir: «Todos lo s do m in go
la po ul e au po t se refi ere al pla ­
cia pueden comer la paule au pot». La fras e _
l B á n n ta l d e En rique � La
to más rico y m ás sustancioso de la cocina de e r a

to ci n o, ter�1era , co
nac,
co n ce rd o,
receta dice que se ha de rellenar el pollo a
tr s ho r Y servirlo con un
madeira y legumbres, dejar cocer todo dos o
e as

o f Fr en rh C ook in g , p á g. 473).
suculenta salsa (Hows and vVhys. e tanto en I�
ran-
. ., / · at o d e E nri qu
Sobre 1 a reacc1on que suscito e 1 asesin
. ,
_j ·

2 97
CIAS
NOTAS y REFEREN

. . ,, e Henri• IV et .ra politique, de Charles Mer-


eta co1no en e1 extran · J· er· o ' ve as .,
la co s r ac1on en
:>

.
c1er de Lacom b e, p ág s · 46,, I -4 66 . L a d escr1·pció n d e n te n

ad a d la ob ra co ntemporánea Histoire de
la catedral de Rhe1m s es ta to m e
. .
ul t. En ella leemos lo s1gmente :
l'Église de Re im s, de P. Co cq ua

. t parler, estant les uns pleins de pleurs


Les Chano1nes, dans 1 e Chap1· tre, ne pouvoin . .
· de dou1 eur.
· 1s L'on voit les hab1t ants de Re1m s pa"l es, defa1s,
.
et sanglots, les autres sa1s . .
t perdu le roy, que 1a Fran-
tous changez de leur contenance car ils est1mo1ent, ayan
ce estoit perdue.

La reacción pública en Francia, tal y como reflejan los panfletos de_ la_
época, se analiza en la obra de Robert Lin�s:y y Jo� Neu_ !rench polzt�­
cal pamphlets: 1547-1648. Este suceso suscito la prohferac10n de vola�­
nes, sermones, denuncias y otros panfl etos, de una manera mucho mas
espontánea que cualquier otro suceso ocurrido en el siglo que abarca este
libro. Sobre la costumbre de desmembrar el cuerpo d el rey, la obra ca­
nónica la constituye el debate de E. H. Kantorowicz sobre la teología po­
lítica medieval, The King's Two Bodies (1981) [Trad. cast.: Los dos cuerpos
del rey, Madrid, Alianza, 1985]. Em. L. Chambois describe la quema del
corazón de Enrique IV en la plaza del mercado de La Fleche después de
la Revolución-y la recuperación de sus cenizas por un médico local en
la Revue Henri IV, vol. I (1912), págs. 33-36.
Sobre el deterioro en Francia de las relaciones entre protestantes y
católicos después de la muerte de E nrique, véanse los papeles de su te­
niente protestante, Philippe Duplessis de Mornay, Testam
ent, codicille et
dernieres heures de Messire Philippes de Mornay,
Seign eur du Plessis Mar/y
(La Forest: lean Bureau, 1624), que se encuentr
27 a en la B. N. con la sig­
natura Ln 2 I 789, La lettre de M. de Plessis M
ornay, emvoyée a M. le Duc
d'!,spernon le 1 de May r621 (Lh 36 1631), y
Advis sur ce qui s'est passé en la
vzlle de Saumur entres les Catholiques et ceux
de la R. P. R. le mars 1 621 (Lb 3 6

1573); véase también las cartas manuscrita


s de Du Plessis Mornay con­
servadas en la Biblioteca Protestante
de la Rue des Saints Peres de París
y catalogadas en los manuscritos nos.
370, 753 y 789_

René Descartes. El inicio de la biografí -


,, . .
,, cit a de Descartes d e La anue
J en c1110 -
ped1e aqu1 ada reza as1/ en el ori. ginal: gr cy
NOTAS y REFERE
NCIAS

II suffirait presque

de deux dates et de deux ind·
· ns de h. eu ,
icatio º
x a la bi og ap h ie de
sa na1ssance, le 31 mars 1 6 ' a L
ª
r
Descartes, 59 H aye, en Tour a1n .
e, et sa morte a
Stockho 1 m, 1 e I I .e,, 1evne• r 165
0. Sa vie est avant tout ce ,,
lle d'un esprit .
· · ; sa vraie bio-
graph1e est l'hº1sto1re d e ses pensées; les événements exten ,, • eurs de son existence
, ,. ,... . , .
n ont d 1 nteret que par le JOur qu ils peuvent J. ete r sur ,, ,, . ,, .
,, . l es ev enements 1nt eneurs de
son gente.

Sobre la expe riencia d e Descartes en, La Fleche , he aprovec hado 1 a opor-


.
tunidad de mantener correspondencia y conversar con Mme. Genev1ev ·,
e
Rodis-Lewis. Como es una destacada experta en los años de formación e
inicios ?�
la carrera �e René Descartes, me ha parecido gratificante su
afirmac1on en el sentido de que mi atribución a Descartes del soneto In
anniversarium es tres probable.
En cuanto al conocimiento por parte de Descartes de-y su implica­
ción en-la Guerra de los Treinta Años, aparte del tiempo pasado como
observador estudiando las doctrinas y técnicas militares de Mauricio de
Nassau, es preciso decir que se ofreció como voluntario para acompañar
a los ejércitos de la Liga Católica, y formó parte del ejército de la Liga,
compuesto por treinta mil hombres bajo el mando del conde Tilly, que
ocupó la alta Austria en 1620. En el reciente libro de Geoffrey Parker so­
bre la Guerra de los Treinta Años (1984), el índice general incluye una nota
en la que se lee: <<Descartes, René, n. 1596; filósofo y científico educado
con los jesuitas; sirvió en el ejército holandés; vivió en Holanda (1628-
1649) y Suecia (1649-1650); m. 1650; invade la alta Austria (1620), 61».

John Donne. El material crítico y biográfico sobre John Donne es prácti­


camente tan vasto· como el existente sobre René Descartes, por lo que no
+ord
se puede exponer aquí. El esbozo de su vi·d a aqui,, cita · d o :s d e The OxJ',.
Co mpanion to English Literature, ed. Margaret Drabble (5 ed., 1 9 8 �) '. pa g.
283. El poema Ign atius bis Conclave, a menudo om1· t1'd0 en 1 ªs ed1c1o
nes
• sh
parciales de la poes1,,a de Donne, esta,, ¿·1sponi·ble en la se rie Early Engh
Text Society.
~
ne en cu an to a es tr e char las pre -
Sobre el papel desempenado po r D on . . ,, e
. . e p . p io s de l si gl o xvn, ve as
ocupaciones intelectuales y esp1r1tua1 es d rinci
. . ... -
el hbro de Hiram Haydn sobre «el eontrarrenac1m1ento ». d � ,, �
. Sobre e1 ca
se d esar ro lló du ra n te y espu es de
rácter de la cultura barroca tal y co1no

2 99
NCIAS
NOTAS y REFERE

ipalm en e - p ero no sólo--en España, y su rela-


la (�ontrarre1corm.a, pr nc· i t • "' ·
. 1 e as o c i. a das a los confl i ctos teo logico s de la
ción con la•s ·t,,ensio � n s s o ci a s ,, .
es e n ta da d e b e muc ho a la obra de Jose Anto ni o
ép o ca , la v1 s 1o n aq ui p r ,, .
rr oc o: A na ,, 1 .
is . 1ca (Barcelo-
5 de una estrUctura h1stor
1-
Maravall La cultura del Ba
) S br e e I hº nc ap i. e,, del Bar roco en la ilusión teatral y sobre
na, Ar1e . 1, 1 975 · o i
. .
ce na re su 1 ta n tes de pasa r de un escena rio metido en el
los ca m i
b. os, d e es .
.
p atio ª un Proscenio convenc1. 0nal '
. he apren dido much o de Tobin Nell-
. ,,
. portancia . de este cam bio para nuestra compre nsio n de
ha us Sobre la im
· . ª
las últtmas obras d~e Sh kespeare (especialmente · La tempestad, en la que
,,
Prospero desempena e1 papel de un empresario y mago de 1a Contrarre-
forma), Julian Hilton tiene muchas cosas buenas que contarnos.

La política de /a certeza. El manuscrit� de la_�iblioteca _de Sainte _


Gen�vie­
ve citado en el texto como Traité de l autorite et de la receptton du Concite de
Trent en France-65 págs., en 4º, principios del siglo XVIII-es el MS
º
1 347 de dicha biblioteca, Cat n 1, págs. 618-619. Comienza así: Le con­
cite de Trent avoit été convoqué pour extirper les erreurs de Luther, y conclu­
ye con la pretensión de: prouver invinciblement notre derniere proposition.
Sobre el espíritu relativamente arriesgado de las discusiones intelec­
tuales en la Europa cristiana anterior a la Reforma, en cuanto que mos­
tró el efecto escalofriante de la confrontación posterior a la Reforma,
véase la obra de H. J. Berman, Law and Revolution.
Sobre la libertad reli­
giosa en Polonia durante los años liberales a
partir de 1555, el estableci­
miento de congregaciones unitarias en Ra
kov y otras partes, y la reanu­
dación de la persecución después de
1600, consúltese el libro de Earle
Morse Wilbur, History of Unitarian
ism: Socianianism and its Antecedents,
especialmente págs. 356-366 y 2_
44 465.
Dos observaciones nos ayudarán
a ver el larguísimo período que duró
l� �< guerra fría» entre papistas y
he rej es, y que confi ró la cultura po­
huca europeas desp és de 1650. gu y
� En la tardía fecha de 1 s , los abogados
que asesoraba� l Sinodo de la 9 7
� iglesia presbiteriana irlandes
ron que los m1mstros
de la iglesia estaban aún a manifesta­
nos del tratado de Westmin�t vinculados por los térmi-
,,
er de 1 649, segun los
<< �. º ?re de p cad
i_n _ cuales el papa era un
� ? Y el anucnsto». Sólo un a nue L
br1tan1co los hbero de la oblig va ey del Parlam ento
. ación de aceptar est ·
una visi. ta a Jerusalen
,
en los años trei·nta, E 1 a doctr 1na.. D urante ·
·,, ·
vvraugh escr1·b10 as1·m1s-
ve yn "tx t:
300
NOTAS y REFEREN
CIAS

mo a un amigo de Inglaterra: <<Para mí ' por supuesto, e . . .


1 cr1st1an1sm0 em-
pieza con la Contrarreforma».

CAPÍTULO III

El surai miento de la nación-estado. Después de 1 6 0 , el equ1·1·b


1 r10
b . . 9 · entre e1
nue�o _sent1m1ento del «hecho nación» y la persistente dependencia de
las v1eJaS lealtades feudales se alcanzó, evidentemente, de manera dis­
tinta en F;ancia y en Inglaterra! aunque (en el sentido aquí explicado)
ambos pa1ses demostraron por igual unas pretensiones <<ab solutas» de
soberanía n�c_ional. Sobre _esta cuestión, véase el ensayo «The expo­
nents and cr1t1cs of absolut1sm», de R. Mousnier, en The New Cambrid­
ge Modern History, vol. IV, págs. 104-131. En el libro de Edmund S.
Margan Inventing the People se habla de cómo la concepción inglesa de
la soberanía <<popular» se transplantó a las colonias norteamericanas y
contribuyó a configurar los debates sobre la Constitución estadouni­
dense.
Sobre la relación entre la revocación del Edicto de Nantes y la hui­
da de Inglaterra de Jacobo II, véase el prólogo de Emmanuel Le Roy­
Ladurie al libro de Bernard Cotteret Terre d'exil, reeditado por el se­
manario protestante francés Réfonne, nº 2084, 2 3 d e marzo de 1985 con
el título de -«Révocation et 'Glorious Revolution'>>. Véase también
L 'Édit de Nantes et sa Révocation: Histoire d'une Intolérance, de J anine Ga­
rrisson, libro escrito con motivo del tricenteranio de la dicha revoca-
ción, en 1985.
Sobre las objeciones del papa Inocencia X a la paz de Westfalia, v�
se The New Cambridge Modern History, vol. IV, capítulo V, «Changes in
Religious Thought>>, de G. L. Mosse, pág. 186.

Lebniz frente a New ton. El afán de Leibniz por elaborar una l�n�a uni­
versal para «expresar todos nuestros pensamientos » sin ambiguedad se
.
advi• erte muy pronto en su vida. · hab"1a naci'do en 1646 Los pasa-
Le1•bn1z
·
Jes ,, .
aqu1 citados aparecen o bien• en su preJa
:-r ce a' la Science Générale o en el
p or
ensayo Zur allgemeinen Ch aracteristik, ambas obras de_ r677 �veasc,
5). De
ejemplo, la Selection de Leibniz editada por Philip P. Wi ener, § 4 Y
301
, l 1; ·

RENCIAS
NOTAS y REFE

L ei bn iz se ha bl a en la colección Leibniz, 1646-


· en~ os ecu . ,, n1• c,os d e
... 1ne
los· su pu blic. ada por e 1 C entre I nterna-
. . de l'Horn me e t de l'O euv re ' ' , .
1. -r1 I 6: "'4spects en lo s tr es en sa yos : « L Irenis-
yn t h'es e ( 9 6g ) ' es pe cialmen.te .
t1onal de S 1
ons po ¡·1t1q· ues», de Jean B.
bn iz et se s im ph ca t1
n1 e au te1nps de Lei de Ja cq ue s L e Br un, y « L' Id,ee de re-
et de va nt Le ib ni z» '
Neveux; « B ossu . . e�ne Na ert.
�h
niz» , d e E m
ligion naturelle selon Leib b m z y � ew ton P? r la
.
1�v en .,
c1o n
in ab le riva li d ad en tre L e1
La in term
in fin ite sim al y ot r os as un tos se an aliza en la b10grafía de Ro­
del cálculo inó en la corresponden­
re N ew to n. Ri va lid ad qu e cu lm
bert Westfall sob
ar ke , in ici ad a co n un a carta de Leibniz a Carolina,
cia con Sa mu el Cl
esa de Ga les , en no vie mb re de r 7 r 5 (la princesa ha?ía visto al alum­
princ
a Londres Junto con la cor­
no de Leibniz en Hanover antes de mudarse
duró bastante tiem­
te real). El cruce de misivas entre Leibniz y Clarke
po: cada parte había escrito al menos cinco cartas antes de la muerte de
Leibniz, acaecida en 1716. La correspondencia fue reeditada en 1956 por
H. G. Alexander y publicada por la Manchester University Press bajo el
título de The ,Leibniz-Clarke Correspondence, junto con extractos de los
Principia y la Optica de Newton. La sugerencia de que este argumento no
debería tenerse del todo en cuenta por su valor nominal, sino que ofrece
señales de una «agenda oculta», fue avanzada en el ensayo de Steven
Shapin, «Of Gods and Kings» (!sis, 1981 ).
Sobre la interd�pen�encia entre la física newtoniana y la epistemolo­
gia , tanto de
los rac1onahstas como de los empíricos a p artir de la década
de. 1 6 3°, vease m1· e on1ere
, e ncia Ryerson «The Inwar
dness of Mental
Life>�, pronunciada en la Universidad de Chicago y reeditada en Critica/
Inquzry (otoño de 1979), vol. 6, nº I, págs. 1_ 16_

El andamiaje de la modernid d · Est exp11c


· ·, ª
. ., ª
ac1on de los presupuestos de la
v1s1on de1 mundo newtonianª se inspi. ra
.
en una serie más amplia de ma-
t er1· a1 es. El argumento repite, en fi
arma mas , breve ' las interpretaciones
.
presentadas anteriormente· or e . em 1
Science», a cargo de Step h!
J � 0, en los tres libros «Ancestry of
T oulmin Y June Goodfield, The Fabric of
the Heavens' TheA,y, ,ch·t tecture º1\+M att
Sobre las razones por las ue todery
. overy ofTime.
The,Disc
q os los filosofas, desde Descartes has-
ta Kant' desecharon la noc1. on ,. d e ue lª psic • o1og1,.a pudiera pretender 1 a
q
categoría de ciencia, ve'ase 1 a 1. ntroduc
· , n de T heodore Mischel al libro
cio
302
411

NOTAS Y REFERENCIAS

Human Action. Sobre la .


presunta pasividad de 1a materia . ompat1-
• y su inc
. . d con eI pensamie ,,
nto, vease Toulmin , << Neurosc1ence and Human
b1hda •
Understand1ng», en The Neurosciences ' ed · G · Q uarton, Me1nechuk y
. pag ,, . ,, .
Schm1tt, s. 822-832 ; en dicho ensayo se habl. ª de com . er1o
o 1 os cr1t s
invocados en este debate cambiaron con la postura genera1 de 1os pensa-
.
do r es d el sig lo xvu, de mediados del xv1n y de finales de1 xx. S obre una
. . ,, academ1ca ,, .
exph ca c10 n al debate del siglo xvm, véase John Yolton, Thin-
king l'v1atter.
Sobre la historia de la naturaleza, el primer documento clave es la
Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels de Immanuel Kant
( 17 5 5 ). Sobre el surgimiento de la geol ogía histórica y el trabajo de base
que ésta supuso para el debate sobre el origen de las especies, Genesis and
Geology de Charles C. Gillispie sigue siendo un buen primer paso para
lectores generales y académico s. Desde el centenario del Origen de las es­
pecies en 1959, se ha constituido una vasta bigliografía. El libro de Ho-
ward E. Gruber y Paul H. Barrett, Dar'Win on Man, abre los cuadernos de
Darwin en las letras «M>> y <<N», donde el científico registraba sus pen­
samientos sobre la base material de la vida y la mente.

El «subtexto» de la modernidad. El pr oblema de recuperar creencias que


XVIII se
«son evidentes» para la oligarquía culta de la Eur opa del siglo
p opular.
parece al problema al que se enfrenta la hist oria de la cultura
pesin os ita­
Así, por ejemplo, Carlo Ginzburg ha señalado que los cam
on es cosm o ­
lianos analfabetos transmitieron durante muchas generaci
nas cultas del
visiones orales que estaban en pugna con las de las perso
co sas qu e nu nc a lle ga n a escrib irse n o sólo fi­
mismo período. Entre las
tienen medi o s ni
guran las creencias de las personas iletradas que ni _
to das las cr ee nc ias
motivos para dedicarse a la escritura, sin o también
en . L s pr es up u e stos new­
ib
que «son evidentes» y a fortiori no se
es cr o

tado s p or t o dos l o s h om
­
t onianos se consideraron ev id en te s- <<ac ep
ci ad s Y m uc h o n1 en os dis­
bres»-y, por tanto, raras veces fuer on en un o

cutidos.
de Se dg w ic k en el ca inp osanto de
La ilustradora cita sobre la tumba , q ue
St ein Y G e orge Plin1p ton
Stockbridge abre las memorias de Jean
llevan por título Edie, pág. 3.
1 11 li¡ t

ENCIAS
NOTAS y REFER

CAPÍTULOS IV Y V

. / /¡· is 1 O s dos últimos capítulo


s se refieren a un te-
is · d e
L-1 exposi.cion y ana de
.
vis ta tanto persona.l como
. bastante conoci·dO desde un punto
'.1tor,, 10 .
rr .
um e nt ac
• ,,
ion prin
.
cipal
/ . o y exig •
en m e no s do cu m entación. Mi arg · ·
acaden11c . as d e ¡ rac i on
p ost eri or a 19 18 repite los tem alis mo
( que e1 moder n1 · sm o . . .
ma n los nu ev os ma ter ial es pu bli c ad os con mo tiv o
de1 Sl• g 1 o XV II ) ' 1 a C on fir
· o de M · es van der Ro he ' cel ebr ado en 1986. Sobre el lado
de1 centenar i i ,, ,,
e
.
ilo de M ies y su de ud a con san � A st m, ve as Fntz Neu-
platón ico de l est
meyer, Das Kunstlose Wort: Manifest�, �
T xte, Schrift_en zur Baukunst, así
arecido en The 1:'ew York
como el ensayo sobre Mies, de �1artin Filler ap
Review of Books, 1 2 junio 1986. Sobre el contraste entre las actitudes de
Mies y las de los modernistas vieneses anteriores a 1914, véase Eduard F.
Sekler, Josef Hoffmann.
En cuanto al mito de la <<tabla rasa» en el terreno de la política y la
vida intelectual, la cita sobre la Revolución Francesa del comienzo del
capítulo V está tomada del ensayo de Robert Darton aparecido en febre­
ro 1989 en la New York Review ofBooks. Sobre las pruebas que cuestionan
el supuesto <<punto de partid�neutral» en la epistemología de Descartes
y Locke, se trata en trabajos y l\�ros muy respetados sobre la cognición y
la clasificación, escritos por autores como L. S. Vygotsky y A. R. Luria,
en la URSS, y Eleanor Rosch y Donald Campbell, en Estados Unidos.
Véase, por ejemplo, The Influence of Culture on Visual Perception (1966), de
M. H. Segall, D. T. Campbell y M. J. Herskovitz .
E l actual resurgimiento de la retórica se puede ver en muchos ámbi­
_ _
tos distmtos: en el de la lengua inglesa, en los escritos de Wayne Booth;
en el de la �ocución, en las actual es discusiones sobre comunic ción y ar­
_ a
gumentacion; en el de la filosofía, en la obra
de J ohn Austin y J ohn Sear­
le; Y en el �e la economía, en la obra de D
onald McCloskey. La nueva
antropolog1a cultural, que ut·1 1 ·iza e1 meto . . ,,
. , do de la «descr1pc1on espesa»
de Chfford Geertz (cf·. Geertz, T'h 1 , e 1nterpretatzon of Cu
ltures y Local Know-
ledge [Trad. cast.: Conocimiento local:
ensayos sobre la interpretación de las cu¡-
turas, Barcelona Paidós 1 994]) ,
' ' muestra la misma sensibilidad respecto
a 1a 1m . portanc1a . de lo local que ensena
ra Aristóteles, y que Descartes
desden~ o; / y 1os trab aJ.os actual
es sob re 1a et1c
,, . a de la medicina clínica y so-
bre 1a Jur1sp. . rudenc1.a demuestran asi. .
, . mi.smo la imp ortancia de lo tempo-
ra1 y 1o practico.
NOTAS y REFERE
NCIAS

Las cuestiones, no del todo contestadas, con 1as


. que concluye el capí-
tulo V-es d ec• 1r, • I as relacion es entre raciona1·d
1 ad Y ra .
c1o na ..
. b1h dad-exi· _
gen una ulter1or reconstrucción de la historia · de 1as 1. deas y de la razón
humana. Por· el mome •
nto, este campo se divi·de en dos; po
r un lado los
,, .
filosofas racionalistas (por eJemplo ' Alan Gew1· rth) ' qu. e se pregun ' .
. tan s1
es raci onal l o razonab le ( es decir ' si podemos demostrar e1orma1mente
.
que los modos. de pensamiento y conducta <<razonables» se conior e man a
. . 10s. racionales),
pr1nc1p y, por el otro, quienes invi·erten 1a pregunta y, con
,, ,, .
un talante mas pr_agmat1c�, se preguntan si la «racionalidad» es una cosa
razonable, es decir, en que caos y en qué tipo de situaciones hay que en­
contrarse para poder apelar razonablemente a normas «sistemáticas>> y
demostraciones «racionales».

,,
EPILOGO

En estas páginas finales, quisiera agradecer la generosa ayuda de S usan­


ne y Lloyd Rudolph, no sólo por haberme hecho partícipe de sus atina­
das ideas sobre la <<formación del estado» en la India y la trascendencia
de los cambios actuales en ese fascinante y complejo país, sino también
por habernos invitado a mi mujer y a mí, en 1987, a pasar con ellos las
navidades en su casa de Jaipur, en Rajastán. En esa ocasión pudo apren­
der que la India actual tiene unas costumbres que sin duda habrían sido
del agrado de Montaigne y de Enrique IV. En los días sagrados de cual­
quier religión, las familias indias de la clase profesional de la co1nu nidad
en fiesta reciben visitas de cortesía de sus vecinos y amigos de otras reli­
giones, para ser felicitados por su día sagrado. Si algún profeta hubiera
podido convencer a la Liga Católica y a sus rivales hugonotes para que
practicaran esta costumbre en la Francia de 1600, Europa podría haber­
se ahorrado sin duda mucha sangre y muchas lágrimas, y su historia inte­
lectual podría haber seguido una trayectoria de mayor tolerancia. Véan­
se a este respecto los Essays on Rajputana de Susanne Hoe�er Ru_dol_ p h Y
o,
Lloyd l. Rudolph. Nuestra visita a la India se vio enriquecida, asm11 sn�
Herw it z, que no s p resento ª
por la hospitalaria compañía de la fam ilia
·
por 1o menos una docena de sus a1n1gos d e B om bay Y N · ueva' I) · elhi en-
tre los que hay que destacar al artista M. :F. Husain. . l ep1-/
. · , s, o lJre C,, 'h
, in · 1 de
F1nalmente, quisiera añadir que los con1entar1os
NOTAS Y REFERENCIAS

lago fueron escritos mucho antes de la ocupación por los estudiantes de


la plaza de Tiananmen, de Pekín, en mayo de I 989, y de su violenta re­
presión por el <�Ejército Popular de Liberación». Este triste episodio no
hace sino corroborar más aún la inflexibilidad e in capacidad de adapta­
ción de los poderes soberanos centralizados, cuando la autoridad se ejer­
ce sobre una población tan grande, variada y culta. En esta ocasión he­
mos visto a China equipararse a otras «superpotencias» en cuanto
a
ponerse trabas a sí misma ahora que está ya tan cerca un nuevo milenio
.

3 06

¡
I
INDICE ONOMÁSTIC
O

Adams,John,229 Bemard,Claude, 3 , , 2 10
3 77
Agripa,Marco Vipsanio, 1 o Bernini, Gianlorenzo, 1
9
Agustín, San, 34, 5 4, 69, 73, 108-109, Bevin, Ernest, 2 2 2
120,204,218,304 Blake,William, 30
Albers,Josef, 219, 2 30, 242 Boehme,Jakob,109
Alejandro Magno, 108, 203 Bohr,Nils, 2 78
Alembert,J ean le Rond d', 199, 241 Bomba, rey de Nápoles, 2 7 3
Angell, Norman, 2 I 3-214 Bonaparte,Napoleón, 251
Aquínate, véase Tomás de Aquino Boscovich,Roger John,207
Aquino,Tomás de, 45,120,122 Bossuet,Jacques-Bénigne,obispo,137, 149
Aranguren,José Luis, 7 Boyle, Robert,47
Ariosto, Ludovico, 55 Bravo,Juan,138
Aristófanes, 54 Brecht,Berthold,283
Aristóteles, 47, 54-55, 59, 61, 63-64, 76, Browne,Thomas,45, 104
114,117-118,120,127,210,230,264, Bmckner,Anton,215
267,304 Bruno, Giordano, 9, 120,203-204
Arnaud,Antaine, 62 Buffon, Georges-Louis Leclerc de,205
Arrio,47 Buisseret, David, 8 r
Atanasia, San, 47 Bunyan,J ohn, 46
Austen,Jane, 209
Calvino,Juan, 5 3, 84, 2 04, 2 5 1
Bacon, Francis, 39-40, 45-46, 58, 60, 68- Carlos I de España y V de Alemania,138,
69, 78, 111, 116, 123, 153, 167, 185- 1 39
186,255 Carlos I de Inglaterra, 40, 89, 101, 136-
Bainbridge,254 137,143,173,177
Bateson,William, 2 1 3 Carlos II de Inglaterra,60, I 04,134
Battisti, Eugenio, 5 1 Carlos IX de Francia,82-83
Becket,Tomás, 2 7 2 Carnap, Rudolph,216-217
74
Bellah, Robert, 106 Carolina, princesa de I-Ianover, I
Belloc,Hilaire, 144 Carson, Rachel, 30,226, 228
Casas, fray Bartolon1é de las, 5
Berg,Alban,215 7
Berlin,Isaiah,7 Catalina de Médicis, 82-83
1 1 ' .. 1

TICO
ÍNDICE ONOMÁS

7° l)ickens, Charles,209
., .tdo ' ( :;1 .vo v�1lcrio, 54,
( -.11
Diderot, Denis, r 99
( :;1votir, ( :�nnillo Benso, l 9 8 Donne,John,45, 101-107, 109-110, r27,
( :ervantcs,Miguel de,9 8 5' 2 2 I' 2 84, 2 99
l 3 7' 143 - I 44, l 47' I
( :hadwick, J ohn, 1 1 5
I)oolittle, Eliza,73
c:han1hers, Ephn.1i111,201 Dostoievski, Feodor,209
c:hurchill,Winston, 222' 224 Drucker, Petcr F., 2 9, 242, 288
c:icerón,Marco ·rulio, 54, I 20
1, 183, Drury, Elisabeth, 103
(:larke, Sa111uel, 18, r75, 180-18
Drury,sir Robert, 102
200,302
Dryden,John,77
(:lé111ent,Jacques, 83
Duplessis Mornay,Philippe,87
c:ohen, Avner, r8
c:0111111oner, Bany,3º
c:ongreve, Willia1n, l 87 Eccles,sir John, 164
c:onner, Lynn, 2o Egerton,Ann More, 102
c:opérnico, Nicolás, 42, ro2, 106-107, Egerton,Thomas, 102
120, 1 69,187,237 Einstein, Albert, I 17, 189, 2 1 2, 214,2 20,
C:ristina de Suecia, 7 2 238,278
c:ro1nwell, C)liver, 24-25, 46, 105, 139, Enrique de Guisa,82 -83,87
2) 7 Enrique de Navarra,véase Enrique IV de
c:urran, c:harles, I 20 Francia
c:usa, Nicolás de, l 20, 203 Enrique el Grande,95,97
Enrique II de Inglaterra,82, 2 72, 2 74
l)anteAlighieri, 55,108 Enrique III de Francia,82-83,87
Darnton, Robert,292 Enrique IV de Francia,11,80-83,85-96,
l)arwin, C:harles,33, 160, 178, 194,202, 98-102 , II0-Il2, 125, 133, 143, 213,
205-206, 213,230,235 222, 22 7,291,297-298,305
I)e (�aulle,(�hades, 2 24 E,nrique IX de Inglaterra,101, 111
I)efoe,I)aniel,184,191-192, 208,211 Epernon,duque de, 81-82,88
I)escartes, René, 7, 9-to, 17-21, 31-32, Epicuro de Samos, 5 5
34 -37, 39, 4 1, 45-47, 49, 58, 60, 62- Eras1no de Rotterdarn, véase Desiderio
65,67-77,79-80,93-94,98-100,110- :Erasmo
l 16, l 18-126, 128-129, 132, 14
5-147,Eras1110, Desiderio, 9, 2 1, 4 5, 49, 5 1-5 2,
151, 153-158, 162-164,166,170,174, 76-78, 110, 122, 124, 237
185-186, 192,200-201, 206-207,209, Esquilo, 54
216-217,219-220,223,229,2 4-2 ,
3 37 Euclides, 114, 116-118, 122, 1�4, 21 6-
239-241,247-249, 152,255,262-26 ,
5 217,239-240,256,277
2 7°, 2 75- 2 77, 2 79, 2 9 1, 297- 99
.
2 , -�02 '
Euler,Leonhard,116
3 4
º
l)ewey, John, 34-35, 67, 80, 111, 117,
Federico el Grande, 1 76
207,250
Felipe II, 86
l)iaghilev, Sergei, 2 r 2
Femando III de Austri a-Hungría, 134,146
ÍNDICE ONOM
ÁSTICO

Feyerabend, Paul, 2 75 Habermas 1··urgen, 3 1 , 1 30,


�_ 24 1 -242,26 1
Fleming, Don ald, 37 Hallie,Phihp , l 8,292
Francisco I, conde de Angulema y duque Hamann,Johann Georg,205
de Valois, 8 2 Harvey,William, 3
7
Francisco II,8 2 Haydn,Hiram,5 I' Io I
Francisco José, emperador de Austria­ Hegel, Georg Wilhelm Friedrich
206
Hungría, 138 Heidegger,Martin, 8,34-35
Frege, Gottlob, 2 2 3 Heisenberg,Wemer,207, 220
Freud, Sigmund, 27, 192, 20 2 , 2 11-213, Helmholz,Hermann, 2 11
2 26,229, 2 35 Hempel, Carl G., 2 30
Fty, Roger, 212 Henri,Paul, 1 99
Herder,Johann Gottfried, 202, 205
Gadamer, H. G., 261, 295 Heródoto, I o
Galeno, Claudio,37 Herwitz, Daniel,20
Galileo Galilei, 9, 31-32, 36-37, 39, 41- Heywood,Jasper,101
42, 45, 49-5o, 58, 75-77, 96-98, 113, Hilbert, David, 223, 239
115,120-122,124,127,160,204,236- Hill, Christopher, 1 o5
237, 282,296 Hil ton,Julian, 2 o
Garibaldi, Giuseppe, 198 Hirohito, emperador del Japón, 2 84
Geertz, Clifford, 63, 76 Hitler,Adolf, 220, 222
Gewirth, Alan, 3o5 Hobbes,Thomas,37, 1 19,236,251,270,
Giannone,20 5 273, 2$8
Ginzburg, Carlo, I 7 2 Hoffmann,Josef, 218, 242
Gladstone,William Ewart, 2 73 Holbach, Paul Henri,barón de,199-200,
Glass,Philip, 229 202,241
Goethe,Johann Wolfgang, 209, 212 Holton, Gerald, 2 78
Gorbachov,Mijail, 274 Horacio Flaco, Quinto,54
Greenblatt, Stephen, 2 76 Hume, David, 205, 2 13
Griffith-Jones,Mervyn, 193 Husserl, Edmund, 34
Grocio,Rugo, 118, r 56 Hutton,James,161, 178, 205, 235
Grosz, George, 2 16 Huxley,T. H. ,179
Guicciardini, Francesco, 1 r 9 Huygens, Christian, 41
Guillermo de Orange, véase Guillermo
ID de Inglaterra Ignacio de Loyola,102-103
Guillermo II de Inglaterra, 187 Inocencia X,135, 30 1
1 43,1 79
Guillermo III de Inglaterra, 136, 142, Isabel I de In gl at er ra , 86 , 133,
198, 247
Gustavo Adolfo de Suecia, 1 34, 146 Jacobo I de Inglaterra, 101
Ingl at er ra , 134, 1 36 , 1 4 1 -
· Gutenberg,Johann Gensfleich, 2 7 Jacobo II de
Guthrie,Woody, 229 142, 169, 247,3º1
J acabo VI de Escocia, I 79
TICO
ÍNDICE ONOMÁS

Locke,John, 26, 32, 148, 162, 174-175,


J �11nes, 1-Ienry, 209 247-249,251, 304
Johnson, Lyndon,226 os,Adolf, 2 18,242
Lo
Johnson, San1uel, 5 7
Lucrecio Caro,Tito,55
J 01neini,139 Lu is de Lorena,8 2
Jouvenel, Bertrand de, 24
, 76 Lu is XIII de Francia,87, 134-135
Jowett,Benjamín
7 Luis XIV de Francia, 81, 87, 134-137,
Juan XXIII,2 2
140-141,187, 198-199, 2 37, 2 72
Kant, Inunanuel, 3 l ' l l 6' l 6 l ' l 64- l 65' Luis XV de Francia,272
201-202,205,210,241-242,302 Luria,Alexander Romanovich, 2 60
Kennedy,John F., l l, 82, 86, 2 2 6-2 27, Lutero,Martín, 27, 53,84,1 2 2,251
Lyotard,Jean-Franc;ois, 240-241
231
Kepler,Johannes,32,41,102,107
Keynes,John Maynard,41, 1 79 MacCarthy,Desmond, 2 1 2
Kierkegaard, Soren, 2 78 Mach,Ernst,207,2 I 2
Kisiel, Theodore, I 28 Maclntyre,Alasdair C.,36,263, 2 7 5
Klimt, Gustav,212 Mackintosh,Charles Rennie, 29, 2 18
Klotz,Heinrich, 2 8 Mahler, Gustav, 2 I 5, 229
Kokoschka, Oskar, 2 16 Maldonado,Francisco, 138
Kuhn, Thomas S.,128,189 Malinovski,Rodion Yakovlievich,2 I 3
Küng,Hans,120 Mao Tse-tung,286
Maquiavelo,Nicolás, 56, 1 r 9
La Force,81 Maravall,José Antonio, 90
La Mettrie,Julien de,176-177, 1 '4,194, Marco Aurelio,5 5
207,235 María de Médicis,reina de Francia,81,93
Laclos,Pierre Choderlos de,209 María Estuardo,86
Lakatos,Imre, I 30 Marquand,John P. Jr.,182
Laverdin,81 Marshall,Alfred, r 79
Lavoisier,Antaine Laurent,33, Marvell,Andrew,46
Lawrence, D. H., 193 Marx,Karl,202, 206, 235,288
Lawrence,William, I 78-179 Maupertuis,Pierre-Louis Moreau de, I 76
Leibniz, Gottfried Wilhelm, I 8, 3 2, 47, Mauricio
de Nassau, I oo, 2 99
,
131-132 145-155, 162-163,170, 174- Maxwell,James Cle
rk,3 3
175, 180-181,183,198,201,221,223, Mazarin
o,véase Giulio Mazzarini
301-302
Mazzarini,Giulio,87, I 35, 140
Leopold,Aldo, 2 2 8
Mazzini, Giuseppe, I 98
Leopoldo, archiduque de Austria, 89 McCarthy,Joseph,2 2 7 ..
Lévy-Bruhl,Lucien, 2 1 3 McCarthy,Thomas,20
Liard, Louis, 79
McCloskey, Donald,261
Lippmann, Walter, 279 McCumber, John, 20
Livio, Tito, 54 '.
Mendel, Gregor, 2 13 ''

310
INDICE ONOMÁ
STICO

Meynert,2 1 1 Pasquier,Étienne,5
4
Mies van der Rohe,Ludwig,28,218-219, Peyraud,M.,20,293
228,230,24 2, 2 95,3º4 Pinochet,Augusto,2 8
7
Milton,John,105,13 9 Pío IX, 1 94
Mondrian,Piet,216 Pío Nono,véase Pío IX
Montaigne, Michel de, 7, 9-10, 18, 21, Pirrón de Elis, r8,58,110, 2
64
45-46, 49, 5 1, 53, 56-58, 68-78, 85, Pitágoras,153
91-93,I 00, 1 l O- l l l , l l 3,l l 5,l 2 2- 1 2 3, Planck,Max,212,2 3s
127,185,187,19 2, 211,213,234,237, Platón, 34, 47, 54, 60-61, 63, 77, 10
8,
240,264, 275, 277, 29 1- 29 2, 297,305 189,264,267
Montesquieu, Charles-Louis de Secon- Plinio el Viejo,55
dat,barón de,57 Plutarco,55
Montpazon,duque de,81-8 2 Polibio de Megalópolis,10
Moore,George Edward, 1 79 Pope,Alexander,77,141,166,187,238
More,Henry,6 2,1 18, 191,200 Popkin,Richard,292
Morgan,Thomas Hunt, 189 Popper,Sir Karl, 130,275
Mousnier,Roland,17, 4 3,48 Praslin,Charles de,8 r
Mozart,Wolfgang Amadeus,282 Priestley,Joseph,168,176-177,184,194,
Muir,John,228 1 99,20 7, 2 35, 2 4 1, 2 47
Musil,Robert, 2 1 2
Mussolini,Benito,222 Quintiliano,Marco Fabio,54

Namier,77 Rabb,Theodore,137
Neurath, Otto, 2 I 7 Rabelais, Franc;ois,21, 45-46,49, 51, 73,
Newman,John Henry,260 77-78, 237
Newton,Isaac,7, 9-ro, r7-r8, 2r, 30-33, Racine, Jean,45-46, 186
37,4o-4r,47,58,69, 75,77, IIJ-117, Raleigh,Walter,10 2
126,131,145,153-158,162-r64,r67- Rauschenberg,Robert, 2 30
170,r74-176, 180-181,187,189,195, Ravaillac,Franc;ois,84,86,88-89
198-202,205,209,214,220,234,237- Ray,John,189
238,2 52, 255, 266,278,292, 301-302 Reagan,Ronald, 2 5
Reich, Steve, 2 2 9
Oppenheimer,Robert, 2 5 4 Reichenbach,Hans, 2 1 6
Oswald,Lee Harvey,88 Reichert,Klaus, 20
Otto von Bismarck,príncipe, 1 79 Rezé,Jacques,9 5
Ovidio Nasón,Publio,54 Ribbentrop, Joachim von, 2 2 2
Ricci,Fr. Matteo,57
Padilla,Juan de,138 Richardson,Samuel, 1 9 1
uplessis, 87,
Paine,Tom,184 Richelieu, Armand Jean D
Pascal, Blaise, 45, 62, 75, 118, 187, 26 2, l 35, 140
,98
2 97 Rochemonteix,Can1ille de

311
TICO
ÍNDICE ONOMÁS

z99 Tácito, Publio Cornelio, 10


· nevieve, io,
IS- Lew1·s, , c;e
R.Ot¡·,
, 1 1 1, 117, Tannéry, Paul, 79
Rorty, Richard, 34 -36, 67, 80 Tarso, Pablo de , 2 8
123, 2�0, 267
201, 241 -243 Teresa, Santa, 9 1
Rousseau,)ean-Jacques, 200- Tertuliano, 9º
Rudolph, Lloyd, 3°5
Thackeray, William Makepeace, 191,
Rudolph, Susanne, 3°5
21 6-217, 211
Russell, Bertrand, 1 28, 206-207, Thatcher, Margaret, 2 24
223, 238-24°
Thompson,J•J., 2 12
Toland, John, 175, 1 84
Sarton, Georges, 5 5
Tolstoi, León, 63
Savigny, Friedrich Karl von, 118
Toulmin, Stephen Edelston, 7-1 I
Schiele, Egon, 216
Schiller, Friedrich, 30 Tracy, David, 20
Schonberg,Arnold, 2 12,215, 229, 2 58 Trollope, Anthony, 209
Schrodinger, Erwin, 207 Tucídides, 54, 77, 11 9
Sedg\\rick, Edie, l 8 2
Sedgwick, Pamela, I 8 2 Urbano VIII, 135
Sedgwick, Theodore, 1 82-183, 303
Seltzer, Joyce, 20 Ventris, Michael, 115
Séneca, Lucio Anneo, 70 Venturi, Robert, 28-29, 33, 295
Servet, Miguel, 9, 204 Vico, Gian1battista, 205
Sexto Empírico, 18, 58, 110, 264 Vinci, Leonardo da, 50
Shakespeare, William, 9, 21, 41, 45-46, Virgilio Marón, Publio, 54, 71
49-51, 56, 76-77, 1 85-186, 224, 237, Voltaire, 17 1 , 199-200
300 Vygotsky, Lev Semyonovich, 260
Shapin, Stephen, 18
Shaw, George Bemard, 73 W agner, Otto, 2 18
Smith,Adam, 179 Walzer, Michael, 262, 265
Snow, C. P., 19, 76 Watson, James, 2 30
Socino, Fausto, véase Faustus Socinus Watson, Richard, 20
Socinus, Faustus, 89 Weber,Max, 216,277
Sócrates, 56, 58-59 Webem,Anto n, 215,229,258
Sófocles, 5 4 W edgewood, J osiah, 176
Spinoza, Benedict de, 132 Weill, Kurt, 2 8 3
Splenger, Oswald, 2 24 Weingartrier, Rudi, 20
Squire, sir J ohn, 2 3 8 Werner, Abraham, Gottlob, 178
Stalin,J osef, 2 74 Wharhol, Andy, 2 3 o
Stevenson, C. L., 7 Wharton, Edith, 191
Suetonio, 5 5
Whitehead, Alfred North, 128, 216, 2 39-
Swift,Jonathan, 2 74
240
Wilson, Woodrow, 214

312
ÍNDICE ONOMÁSTICO

w 111stanley,
Gerard, 173
Wittgenstein, Ludwig, 7, 9, 18, 34-35,
Wordsworth, William, 209, 245
Wundt, Wilhelm, 216
, 64-265, 267
59; 67, 75, 212 261, 2
Yeats, William Butler, 105, 220
Woodger,J. H., 2
16
3 Yevtuschenko, Yevgeni, 12 1
Woolf, Virginia, 4 , 209,
212

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