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COSMÓPOLIS
EL TRASFONDO
DE LA MODERNIDAD
, , '
PRESENTACION DE JOSE ENRIQUE RUIZ-DOMENEC
LO
TRADUCCIÓN DE BERNARDO MORENO CARRIL
.,
La edición original inglesa de este libro fue publicada
por The University of Chicago Press en 1990 con el título
Cosnwpoiis: The Hidden Agenda of Modernity.
Diseño de la cubierta:
Serifa Diseño I Ilustración
1 .
Presentacton,
/ ,,.
por JOSE ENRIQUE RUIZ-DOMENEc
7
COSMÓPOLIS
Prefacio
Prólogo: Hacia el milenio reculando
,,.
1
CAPITULO PRIMERO
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD?
CUÁNDO COMENZÓ LA MODERNIDAD
27
LA TESIS OFICIAL, O HEREDADA, Y SUS DEFECTOS 38
LA MODERNIDAD DEL RENACIMIENTO
;
50
ADIOS AL RENACIMIENTO 60
DE LOS HUMANISTAS A LOS RACIONALISTAS 68
/
CAPITULO SEGUNDO
EL CONTRARRENACIMIENTO DEL SIGLO XVII
..
ENRIQUE DE NAVARRA Y LA CRISIS DE FE 79
I 6 I O- l 6 l I: EL JOVEN RENÉ Y LA <<HENRIADE>> 92
1610-161 I: JOHN DONNE LLORA POR COSMÓPOLIS I0I
CAPÍTULO TERCERO
LA COSMOVISIÓN MODERNA
MODELANDO LA NUEVA <<EUROPA DE LAS NACIONES» 1 33
1 45
l660-1720: LEIBNIZ DESCUBRE EL ECUMENISMO
1 54
l660-1720: NEWTON y LA NUEVA COSMÓPOLIS
1 169
720-1780: EL SUBTEXTO DE LA MODERNI DAD
184
EL SEGUNDO DESMARQUE RESPECTO DEL RACIONALISMO
5
CONTENIDO
CAPÍTULO CUARTO
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
EL APOGEO DE LA NACIÓN SOBERANA
1750-1914: DESMONTANDO EL ANDAMIAJE
1920-1960: EL RE-RENACIMIENTO APLAZADO
1965-1975: EL HUMANISMO REINVENTADO
LAS TRAYECTORIAS GEMELAS DE LA MODERNIDAD
,;
CAPITULO QUINTO
EL CAMINO POR ANDAR
EL MITO DE LA TABLA RASA
HUMANIZAR LA MODERNIDAD
,; ,; ,;
LA RECUPERACION DE LA FILOSOFIA PRACTICA
DE LEVIATAN A LILIPUT
LO RACIONAL Y LO RAZONABLE
Notas bibliográficas
Notas y referencias
Indice onomástico
.• PRESENTACIÓN
por
JOSÉ ENRIQUE RUIZ
-DOMENEC
.' '
7
'
JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMENEC
hacerlo entonces con este clásico vivo que es Toulmin? Entre los mu
chos motivos que podría destacar situaré, en primer lugar, la capacidad
de comprender la complejidad de la vida humana; Toulmin es un maes
tro en pasar de la ciencia a la poesía o las circunstancias económicas o las
intrigas políticas. Consigue fijar la atención del lector en su argumenta
ción siempre en pinceladas llamativas, con una gran riqueza de sugestio
nes de lectura ulterior. Otro motivo es la densidad de sus argumentos,
que le lleva a veces a comparaciones osadas, brillantes, indicadoras de un
talento al servicio del lector. Recuerdo ese momento memorable de su li
bro cuando compara la muerte de Enrique IV de Francia con la deJohn
F. Kennedy: dos muertes insensatas, que cambiaron el rumbo de la his
toria. La manera de afrontar sencillamente lo complejo convierte Cosmó
polis en un libro ameno, de fácil lectura, pero de gran profundidad argu
mentativa. No me parece posible que un intelectual interesado en la
actual situación del mundo deba ignorar un libro tan sabio como éste.
, '
JOSE ENRIQUE RUIZ-DOMENEC.
II
,,
COSMOPOLIS
1
PARADONNA
Todo está resquebrajado, ya no queda coherencia;
todo es puro suministro y pura Relación:
Príncipe, Sujeto, Padre, Hijo, son ya cosas del pasado,
cada cual sólo piensa en
ser un Fénix, y que nadie sea
como él es.
JOHN DONNE
PREFACIO
19
PREFACIO
vincente en todos los puntos. Pero de una cosa estoy suficientemente se
guro: nuestro_fu�ro político� ��ltural no _es lo único que está en juego
en la r eapr op1ac1on de la trad1c1on humanista. Lograr un mejor equili
brio entre la exactitud abstracta exigida en las ciencias físicas, por un
lado, y la sabiduría práctica característica de ámbitos como la medicina
clínica, por el otro, puede ser también un asunto importante a nivel per
sonal. Si, lle gados a las Puertas del Cielo, se nos diera la oportunidad de
escoger nuestra residencia eterna en las mismas nubes que Erasmo, Ra
belais, Shakespeare y Montaigne, pocos de nosotros-sospecho-prefe
riríamos enclaustrarnos a perpetuidad con René Descartes, Isaac New
ton y los ·genios de pensamiento exacto pero alma oscura del siglo xvn.
STEPHEN TOULMIN.
Evanston, Illinois.
Mayo de 1989.
21
.,
,,
PROLOGO
23
PRÓLOGO
ra vaticinar algunos de
·,
. � 1a
l1,1c ,, � , es la incapacidad de estos escritores pa
a. tras
lugar despues ,,. de que ellos
los cainbios inás in1portantes que iban a tener .
fec ha cla ve; pie nso, entre
h ubieran escrito sus obras, pero antes de la
talista tanto dentro como
otros, en e1 n uevo auge de la religión fundamen
fuera de casa.
Hacer vaticinios sociales es, como se sabe, algo bastante azaroso. En
el Prosaico campo de la meteorología, las pred icciones fiables no van más
"' ~
allá de unos cuantos días; por eso no deb er1a extr ana rnos que resu1 te mas ,,.
difícil hacer previsiones sociales. o políticas. La fuerza especial del -<-<hori-
.,,,
ra unas
. .
zonte de expectativas>> no consiste en que este gene prev1s1ones
exactas ni en que sirve de base teórica para una política práctica en el fu
turo. A este respecto, Bertrand de Jouvenel ha explicado con bastante
claridad y exactitud por qu é es tan limitada nuestra capacidad para la pré
-vision socia/e. Lo más que podemos vaticinar son los límites dentro de los
cuales se encuentran los futuros <-<disponibles» de los seres humanos. Es
tos futuros disponibles no son sólo los que podemos vaticinar pasiva
mente, sino los que podemos crear activamente. Para este tipo de futuros
De J ouvenel acuñó el término -<<futuribles». Son futuros que no ocurren
simplemente por sí solos, sino que se puede hacer que ocurran adoptan
do para ello unas actitudes y unas políticas sensatas.
¿Cómo reconocer y seleccionar <<actitudes y políticas sensatas»? Un
enfoque del futuro bien formulado-un ámbito realista de futuribles dis
ponibles dentro de horizontes de expectativas razonables-no depende
de encontrar la manera de cuantificar y extrapolar tendencias actuales;
eso podemos dejarlo a entusiastas hombres del tiempo o a expertos en
bolsa o econometría. Las preguntas que hay que hacerse son más bien
éstas: «¿Qué postura intelectual deberíamos adoptar para enfrentarnos al
futuro? ¿Qué ojo deberíamos tener para cambiar nuestras ideas sobre los
futuros disponibles?». A tenor de esto, quienes se niegan a pensar de ma
nera coherente sobre el futuro sólo se exponen a lo peor, dejando el cam
po libre a los profetas irrealistas e irracionales.
Idea�mente, el pensamiento social o político está siempre limitado
por horizontes de expectativas realistas; pero los horizontes reales de un
pueblo son casi siempre irrealistas. Así, en la época de Oliver Cromwell,
muchos ingleses educados creyeron que Dios podría acabar con el orden
de cosas en la dé�ada de 1650, y buscaron en el Apocalipsis alusiones a
l a Ing l aterra del siglo xvn de manera tan acrític
a como cualquier funda- �
HACIA EL MILENIO RE
CULANDO
PROLOGO
26
,,
CAPITULO PRIMER
O
«La edad moderna ha tocado a su fin» es una afirmación que puede so
nar muy bien, pero que no es tan fácil de comprender como parece. Para
ello, y p�ra �er por �ué se da tanto valor a este fin (una defunción que se
s upone 1nevttable, s1 es que no se ha producido ya de hecho), deb
emos
preguntarnos primero qué se quiere decir con la palabra <<moderno» y
cuándo se cree que empezó la modernidad propiamente tal.
Preguntas cuyas respuestas no están, por cierto, nada claras. Unos fe
chan el origen de la modernidad en 1436, año en que Gutenberg adoptó
la imprenta de tipos móviles; otros, en 1520, año de la rebelión de Lute
ro contra la autoridad de la Iglesia; otros, en 1648, al finalizar la Guerra
de los Treinta Años; otros en I 776 y I 789, los años en que estallaron las
revoluciones americana y francesa respectivamente; mientras que, para
unos pocos, los tiempos modernos no empiezan hasta 1895, con La in
terpretación de los sueños de Freud y el auge del •«modernismo>> en bellas
artes y literatura. Por nuestra parte (ya seamos de los que se muestran pe
sarosos por su final y le dicen adiós con abatimiento, ya de los qu� lo re
ciben con alborozo y se mueren de ganas porque lleguen los tiemp� s
<<posmodemos»), lo que pensemos sobre las perspectivas de la mode�m
d ad dependerá en gran medida de cuál es, a nuestro parecer, el coraza� Y
me o11o de lo «moderno» y cuáles son 1os acontec1· mien · tos clave que die-
ron origen al mundo <<moderno».
En cierto sentido, la idea de que la modernidad «es�á tocand° ª su
fiIl>> no deja de ser paradójica. Para 1 os fanat · os de los bi.enes de col n. s u-
,, ic
recie nt , el u/ timo
mo, ser moderno es simplemente ser nuevo (ser 1O m ás e
. .
grito) y dejar anticuada cualquier otra cosa. e asi todos nosotros lIDOS
. .
VIV
. ' . de m er ·
ca do, que nun
inmersos en la sociedad consumista Y 1 a eco no mía . ov1.-ya era. f,1 _
r¡zud n
ca se cansan de la novedad y cuy o Iema-semr•her ali
27
,,
COSMOPOLIS
111 iliara Pablo de Tarso. En este sentido, el futuro no deja de traer co
sas nuevas (y «más n1odernas»), de manera que la modernidad sería la
inagotable cornucopia de la novedad. Desde dicha perspectiva, la edad
inoderna sólo puede tocar a su fin en un sentido completamente distin
to: demarcando un período identificable de la historia, que empieza en o
alrededor de 1436, o de 1648, o de 1895, y que ahora da señales de com
pletitud. La pregunta que hay que hacerse, entonces, es: <<¿Qué marcas o
distintivos definen el comienzo y el final de la modernidad?».
El final de la modernidad está más cerca de nosotros que su comien
zo, por lo que no nos resultará difícil descubrirlo. Si miramos, por ejem
plo, a los grupos que escriben o hablan sobre el inminente período «pos
moderno» en varios campos de la actividad humana, no nos costará
trabajo descifrar los signos que anuncian el final de la modernidad para
ellos. Este debate parece particularmente bien articulado en el campo
de la arquitectura. Durante los treinta años que siguieron a la Segunda
Guerra Mundial, el estilo moderno de Mies van der Rohe y sus seguido
res, con sus edificios anónimos, atemporales e indistinguibles, domina
ron internacionalmente la arquitectura pública de gran escala. En los
años setenta, una nueva generación de arquitectos y diseñadores, capita
neados por Robert Venturi en Estados Unidos, pero con muchos repre
sentantes en media docena de países europeos, lucharon contra este es
tilo moderno aséptico y minimalista y reintrodujeron en la arquitectura
la decoración, el color local, referencias históricas y buenas dosis de fan
tasía, elementos a los que Mies habría puesto reparos basándose en con
sideraciones tanto intelectuales como estéticas. Estos proyectistas han
sido tan creativos que un conocido historiador alemán de la arquitectura,
Heinrich Klotz, ha escrito incluso una voluminosa Historia de la arquitec
tura posmoderna.
El debate sobre la arquitectura «posmoderna» se deja oír con fuerza
y, sin duda, es muy apasionante; pero para nuestros fines aquí resulta un
tanto marginal. Cuando Venturi y sus colegas sostienen que los tiempos
de la arquitectura «moderna» ya han pasado, y que ésta debe dejar paso
a un nuevo estilo <<posmoderno»• de construir, la diana de su crítica no es l
,,·
COSMÓPOLIS
34
¿QUÉ PROBLEMA PL
ANTEA LA MODER
NIDAD?
(en una palabra) filos ofía moderna, mientras que, in · versamente, 1a filo-
so fí a « m od e rn a»· es un a filos ofía más o menos centra
p , ,, da en la teori/a. En
fil os o fí a, ue s ma s
� ue en cualquier otro ámbito del saber,
la m od er se puede sos-
ten� � r q e ni da d es algo ya pasado y finiquitado
. Mientras que en
la c1e 1 nc a d e la na tu ra le�a I� evolución ininterrumpida
_ de las ideas y mé
todos mo derno s ha p 0s1b�htado una nueva generació
_ ,, n de ideas y méto
dos capac es de eludir cr1t1cas fatales para las ideas del siglo xvu so
bre el
méto do científico en la filosofía no se ha encontrado la manera de
: que
ocurra algo_ parecido. Tras el trabajo destructivo de Dewey, Heidegger,
Wittgenstein Y Rorty, la filosofía tiene unas opciones bastante limitada
s,
qu
opciones e se reducen básicamente a tres posibilidades: puede aferrar
se al desacreditado programa de investigación de una filosofía puramen
te teórica (es decir, <<moderna»), que acabará por darle la patada defini
tiva; puede buscar modos de trabajo nuevos y menos exclusivamente
teóricos y desarrollar los métodos necesarios para una agenda más prác
tica (más <<posmoderna»), o puede volver a sus tradiciones anteriores al
siglo XVII y tratar de recuperar los temas perdidos («premodernos») que
fueron desechados por Descartes, pero que pueden resultar muy útiles
en el futuro.
Si los casos de la ciencia y la filosofía pueden servir de ejemplo para
las cuestiones subyacentes a la crítica contemporánea de la edad «mo
derna», o subyacentes a las recientes dudas sobre el valor de la moderni
dad, ello nos confirma que la época cuyo fin estamos presenciando su
puestamente en la actualidad empezó en algún momento de la primera
mitad del siglo xvn. En un gran número de casos, se asumió que los mo
dos de vida y pensamiento de la Europa moderna a partir de 1 7�0 (la
_ .
ciencia y la medicina modernas, así como la ingenier ía y las instit uciones
modernas) fueron más racionales que los típicos de la Europa med!eva_l 0
que los de sociedades y culturas actu ales menos desarrolladas. Mas aun,
se asum10 . ,,
que los proced1m1ento ' . ·
s raciona 1 es servían para abo rdar los
.
problemas intelectuales y prac • s de cua¡ quie
,, tico · r area
,, d e estud io proce-
. . ,, .
d1m1entos que estan d1spon1 . 'bles para cualqui·er a qu e se olv ide de la su-
. .
perst1ción , , ataqu e estos p 61 e ma s de una manera libre
. . y las mitol og1as y ro .
. . . no se 1 .
im ita-
de preJuicios y aJena a modas pasaJeras. Estos presupuestos
ron a los filósofos ' sino que fueron comparti· dos por personas de todas 1as
esferas de la vida, y se hallan por cierto bi• en ª rraigadas en nuestra n1an
. e-
ra «moderna>> de pensar el mundo.
35
cosMÓPOLIS
. . an
~
os , no obs · ta nte ' dichos presupues · ,,
tos han sido
I-1-�n estos ú 1t1111 0s •
at aq es·' ha s ta el pu nto de q ue l a cr1t1ca de lamo-
blanco de nu m er os os u
,, . • . .
. � nve rtir se en cr1 t1c a de la rac io na 1 1da d pr o p i a-
dernidad ha pasadO a co . . .
. Al a bor dar cue stio ne s rel ativas a la rac1onahdad, Rorty
n1ente d1c a. h . ,, .
en ·
otn in
· a una pos t ura <<sin cer am ent e etn o ce ntr1ca»·' es
ad op ta 1 a que "l
e d
. para resolver los problem as de la
deci. r, que cada cultura está capacitada ,, . .
· ente nd eder as. En un esp1 r 1tu par ec ido,
raciona1·d i ad segu"n sus propias . ,, .
e que mir em os <let ras de tod as las cuest io nes
Alasdair Maclntyre nos pid
de «racionalidad» abstracta y nos preguntemos a quién pertenece el con
ce to de racionalidad en vigor en una situación dada. Si la adopción de
m¿dos de pensar y actuar «racionales» fue el principal rasgo distintivo
de la modernidad, entonces la línea divisoria entre la época medieval y la
moderna se basa más en nuestros presupuestos filosóficos de lo que nos
gustaría creer. Ahora que se cuestiona hasta la propia racionalidad, es el
momento de reconsiderar el cuadro tradicional de un mundo medieval
dominado por la teología, que se dejó vencer por un mundo moderno
volcado con la racionalidad.
Desde luego que algo importante ocurrió en el siglo xvn, que hizo
qu e-para bien o para mal, y probablemente para ambas cosas-la socie
dad y la cultura de Europa occidental y Norteamérica se desarrollaran en
una dirección distinta a la que habrían seguido de no haberse producido
ese algo. Pero esto no nos exime de preguntarnos, en primer lugar, cuá
les fueron los acontecimientos que resultaron ser tan cruciales para la
creación de la Europa moderna; en segundo lugar, cómo influyeron esos
acontecimientos en cómo los europeos vivieron y pensaron en las últimas
décadas de_ dicho siglo; y, finalmente, cómo configuraron el des rrollo de
a
1� modernidad hasta la época actual y, no menos im
portante, nuestro ho
rizonte de expectativas con vistas
al futuro.
La mayor p�rte de los estudiosos coincide
n en un punto importante:
la toma d e partido <<m oderna» por la racio
nalidad en los asuntos huma
nos fue produc�o de los cambios intelec
tuales de mediados del siglo xv1
cuyos protag onistas fu eron Galileo en
,, ' el cam po de la f"1s1ca · y l a astrono-
m1a , y Rene,, Descart es, en el de las mat
ª11"ª de eSte punto, �ad� cual sigue su prem áticas y la epist · emo1og1a.
opia dirección. Unos se centran
,, Más
en 1 os as� ectos � er1tor10s de
estos cambios, otros en su
s ecundarios, mientras que o. tros a ,, s nocivos efectos
un tratan de mantener un equi . . o
entre los costes y los bene fi c1
os de las nu evas acti hbn
tudes. Lo que casi nun-
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDAD?
37
cosMÓPOLIS
. . ,
so b re una pos tur a y otra muy distinta la solidez de
· enc1a de consenso
ex· 1st . . ,, ic .
� a postura y 1a
est f...
1 ª
, b
.
1 l.d
1 ª
· d de la s hi pó te s is hist
. or as en que se basa. Es-
· ·
tas cuestio
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1 cie n tem en te abi
.
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.
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•
s, examinando de
ificar el
em os aq í nue stras 1n vest 1gac
hecho de que 1n 1c1 u
,, . s .
". · en te cuá les son las aut ent ica cre de nci ales-y la
nuevo n1 as d eten 1 d am
ante.
base histórica-de dicha tesis domin
S DEFECTOS
LA TESIS OFICIAL, O HEREDADA, Y SU
39
cosMÓPOLIS
cosas que han cambiado desde 1950; cam b1os . que S()cavan la anterior
creencia . ,, • para hacer d escu brin1ientos en el campo
de que la re ceta l og1ca . n e n1 bar-
"'
ic
fi o un .
iv e sa l · Si
de la naturaleza estribaba e n un meto ,,, do ci· e nt 1 r
. ados
. ut de de te rm in
go, los peores de fe ctos de la t e sis ofi1 c1a . l no son fr o
h c h os h. 1sto/ rico
· s pu ro s y du ros. Los pre-
problemas de filosofía, sino de e
41
COSMÓPOLIS
Pero esta suposición está cada vez más cu�stiona�a. En la década de los
treinta creíamos que la filosofía y la cienci a del siglo xvu :r�� pr�d�cto
de la prosperidad; pero esa creencia ya no aguant� un anahs1s ,m1mma
mente serio. Los años que van de 1605 a 1650, leJOS de ser prosperas y
gratos, se ven ahora como los más ingratos, y hasta como �os más fr�né
ticos, de toda la historia europea. Así pues, en vez de consi derar la ci en
cia y la filosofía modernas como producto de un tipo de vida ociosa, hay
que poner patas arriba la visión heredada y considerarlas como las res
puestas que encontró una sociedad a la crisis en que se vio inmersa.
También creíamos que, después de 1600, el yugo de la religión fue más
ligero que antes, cuando lo cierto es que la situación teológica había sido
menos onerosa a mediados del siglo xv1 de lo que sería entre 1620 y 1660.
A pesar de sus ideas radicales, Nicolás Copérnico no sufrió en las décadas
de 15 30 y 1540 la rígida disciplina eclesiástica a la que se vería expuesto
Galileo cien años después. Tras el Concilio de Trento, la confrontación
entre los protestantes y los herederos católicos de la cristiandad histórica
estuvo marcada por la intolerancia. Esto hizo que los <<papistas» y los «he
rejes>> se odiaran a muerte e hizo también de la Guerra de los Treinta Años
(1618-1648) un conflicto particularmente sangriento y
brutal. En cual
�uier caso, la rup,..tura �ultural con la Edad Media no necesitQ_,�_sp-�!,�r al
siglo xvn: ya habia tenido lugar unos cien o ciento
cincuenta años antes.
Cu�ndo com�aramos el talante de los pensadores
del siglo xvn-y ef con
tenido de sus ideas-con las ideas emancipadoras
de los escritores del siglo
XVI, podemos incluso opinar qu
e las innovaciones habidas en el terreno de
la cie�cia � la filosofía del siglo xvn se pare
cen menos a unos avances re
volucionarios y mas, a una contrarrevoluc
ión defensiva.
toriadores de hoy .
la misma fuerza de convicción que ..
,, . tuvieron en la dé-
cada de los tr ein ta. En los ulamos treinta años.. ' los, ¡1 ts
. . . ,, · 'torL ·.H·l ores tnoder-
nos han em1ado un veredicto unanirne sobre l-'"1 ·s con . ci .i·c·tones soc . ia . 1
,,om . s que imp . ___ es y
econ ica eraron en Europa de 1 6 10 a i66o · E---_,n
. ,, de un . ,, e 1 S 1• g1 O X V l
Europa disfruto a expans1on econón1ica práctic · a 111 ente 1n · 1n· terrutn-
.
pida, acum ulando gra nde s cap i tales a partir de los , carg-111 '"· 1e11 tos�1e e 111 eta-
. ,, _
les preciosos que trata Esp .
ana de sus colonias iberoan1er1· '-'-
,, ,�.1 nas, . p ero en
.
el siglo xvn esa prosperidad llego a un punto 1nuerto, seguido de años de
depresió_I: e i�certidumbre a todos los niveles. A principios del siglo xvn,
la situac1on distaba_ tanto de ser confortable que, entre 1 6 1 5 y 1 6so, en
gran parte del conunente la gente co_rría el riesgo de ser degollada-- y de
que les quemaran sus casas-por el snnple hecho de no co1nulgar con las
ideas religiosas del vecino. Lejos de ser una época de prosperidad y cor
dura, nos recuerda ahora mucho al Líbano de la década de los ochenta.
Como afirma la mayor parte de los historiadores, a partir de 1620 l�uro
pa se vio sumida en un estado de crisis general.
En efecto, desde que Roland Mousnier hablara explícitatnente en los
años cincuenta de la «crisis general>> que padeció la Europa de principios
del siglo xvn, son muchos los historiadores de cualquier adscripción que
abonan esta tesis, pertenecientes a países tan distanciados con10 }¿�scandi
navia, Italia, Estados Unidos y la Unión Soviética. Naturaln1entc, cada
cual aporta su interpretación peculiar de la crisis; pero los hechos b;isicos
no se discuten. En 1600, el dominio político de España tocaba a su fin,
Francia estaba dividida en distintos bandos religiosos e Inglaterra se abo
caba a la guerra civil. En Europa Central, los estados frag1nentados de
Alemania se estaban desgarrando recíprocamente: Austria se enca rgaba
de mantener a raya a los príncipes católicos, mientras que Su e cia p reSra
ba apoyo a los protestantes. La expansión económica dejó pas�l ª la de-
. ,, ·· " con1 er-
pres1on, pro d uc1en · " d ose una grave reces1on ente 1 6 1 9 y 162 2 · ·I�. 1
cio in ter nacional se vino abajo, el desempleo se generalizó Y se creo as
J · , ,
t
. . rra d e los
u na reserva de mercenario s 1·1stos para part1c"I.IJ'l, · r en la c;ue
Tre1. nta Años; para colmo, to d os estos in1o • r rtt1n 10_ · s �se vieron agr ravados
. . , 1c
.. ,1s , -
, , , al
.
por un empeoramiento internac1onal ei . e_ .1 as, co n d t ci o n cs · cl 11n at
/ .era
-1 " car ... , · bono en la at n1 o st
canzándose niveles inusualmente e1 eva(1 os oe . V1. rg1. n1. a
. l , ta·I Y con � lo la desc · bc n
(fue la época de la pequeña era glac1a ,, ne"�s1. s, se
la qu e e l rt,,o r l
. , a1 . he 1 o/ en to( l o
Woo.lf en su nove1a O�lando, en
Londres y se asaban bueyes enteros so , l)re.. ·]as· ag,·uas heladas).
43
cosMÓPOLlS
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na e l d .
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. abso luto del Atlántico Sur, el transpor-
·Al pe · rd · o y el crec
. .
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de lo s 1n eta les prec io so s s e volv ió insegur • •
te . .
. edich o. Hubo asimismo va rio s ca-
de capitales en Europa. quedó en entr .
sos de ep1 . • uem
-1 . • • • Fran
1a. · c1·a se vio. duramente castigada entre 1630-1632,, y
Inglaterra ' la Gran Peste de 1665 fue solo
L
_ anatematizó a lo s protestan�es
c1s
como mat1cos. Esta política, lanzada a fin
ales del siglo XVI, en la estela
44
r ¿QvÉ PROBLE;\{A PLANTEA LA \1
0DERNlDAo?
45
cosMÓPOLIS
[Si hubiera tiempo Y mundo ilimitado, / señora, en tu pudor no habría pecado ...
Pero a mi espalda oigo el carro alado, / de1 T.1empo, que se acerca apresurado.]
a pocos de sus lectores se les eseaparan sus a1us1· ones a «la convers1on ·" de
. ,,
los J�dios » Y:ª �as profecías, tan a la moda entonces, del libro de la Reve
_ _
lacion o Apocalipsis.
Además de reconsiderar los presupuestos h1. stor1 ,,. .
cos subyacentes a la
. . ,,. . ,,.
vision dominante, según los cuales el siglo XVII fue una epoca en la que
. . . . . . re-
1as cond1ciones del . trabaJo científico habia " n meJor a d o de manera im p
. . .
sionante, conviene también reconsiderar 1a creencia- ,, profunda-de
mas
. .
que 1a ciencia y la filosoña del siglo xvn 10 • ,,.
. r men taron una preocupa c1on
,,
''
falaz p. or dos razones distintas.. En,, vez de ensanchar 1os 1,,1m1t. es del deba-
te racional, o razonable, . ,,
los c1ent1ficos del siglo xvn 1os e
strecharon en
P
realidad. " . . a ra Ar1stote les, tan to la teoría como la práctica estab an
. .
,, n 1 os d1st1n . tos y ab.ier-
tas a l an a l1 s1s raciona I segu respectivos campos de estu-
.
dio. Supo ve. r que cada tipo de argumentación relevante para
. . ,, una deter-
rninada d1sc1phna depe nd1a .
de la naturaleza de esa discipli'na d'f
Y 1 er1,,a en
cuanto al grado de formalidad o certeza; así, lo que es <<razonable» en me-
dicina clínic� s_e j uzga en tér°:inos dife_rentes a lo que es «lógico» en
teoría geom e tr1ca. Pero los filosofas y científicos del siglo xvn prefirie
ron seguir el ejemplo de Platón y limitaron la •«racionalidad» a unos ar
gum entos teóricos que alcanzaban una certeza o necesidad cuasi geomé
tricas. Según ellos, la física teórica era un campo para el estudio y el
debate racional, pero esto no era extensible a la ética ni al derecho. Así,
en ve z de buscar procedimientos <<razonables» de cualquier ti po, Des
cartes y sus sucesores se propusieron someter definiti vamente todos los
temas al imperio de una teoría formal, de modo que al preocuparse sólo
por demostraciones formalmente válidas, acabaron cambiando el len
guaje mismo de la razón-especialmente, palabras clave como «razón»,
«racional» y «racionalidad»-de manera sutil pero decisiva.
No es que los fundadores de la ciencia moderna fueran teológica
mente tibios o agnósticos, y ni mucho menos ateos. Isaac Newton en
contraba gratificante que su física pudiera <<funcionar bien teniendo pre
sentes a los hombres que creían en una deidad>> . Lo cual se explica no
sólo porque interpretara su obra de una manera un tanto caprichosa, si no
porque una de las metas de su proyecto intelectual fue justificar sus opi
niones particulares en materia de teología; es decir, su «arriani smo», tal
co o h ab ía sido ense ñado por A rrio , el prin cipa l adv e rsario de san fta
Y m
nasio, quien, en el Concilio de Nicea celebrado en el siglo 1v despues de
Cristo convirtió en ortodoxa la doctrina de la Trini dad. En eSro no se
distin�ió demasiado de los demás científicos del siglo xvn. También ª
Robert Boyle le gustaba considerar su trab ªJº · c1e · ntI"'fiico como algo dota
· · encia en den1ostrar la
d0 de una fin alidad piadosa ' como mues tra su 1nsist
n sus propias
"'
. �
acc1on de Dios en la naturaleza (lo que 1o convertta,
"'
s e g u
. d W.ilhe1n1
pa1abras, en un «virtuoso cr1st1a . . no>> ), mi· e ntras, que Gottfr1e .
.
Le1bniz aplicó a los patrones explicativos de . . l ª is
f' ·
ic a una s co rtapis as teo-
. te o/logo n1e-
.1er
.
lo,, g1cas tan estrictas como las que h a b ria · do cu·.:] lq
,, ap 1 tea u L-
dieval.
47
cosMÓPOLIS
. . que nos será después
y ahora conv iene a 1 ud ir tatnbién a una cuestión
.
de bo-ran 1n1portanc1a. • e om O se sabe una de las
. .
pr1nc1 pales preocu pa
.
c1 o-
' . . ,. .
nes de los fil,.oso1os
.e de1 si·glo xvII cons1st10. en plantear todas sus cuest. io-
.
nes de 1nanera que pare eran independientes del
e l
.
contexto. Pues bien '
nuestro proced1m1· ent ° será aquí exactamente
. ,. el inverso, a saber: recon-
.
text izar todas 1as cuestiones que esos filosofas. tanto
ua l .
se enorgullec1e-
ron en descontextuall·zar La opini ón de que la c1enc1 a moderna se basó
desde e1 pr1n · 1·0 en argumentos racionales, divorciados de todas las
· c1p
cuestiones relacionadas con la metafísica o la teología, d10 de nuevo por
sentado que las pruebas de «racionalidad» pasaban en bloque �e un c�n
texto-o situación-a otro; es decir, que pode mos conocer, sm ulterior
examen, qué argumentos son racionales en un campo o momento deter
minado aplicando de nuevo simplemente los argumentos que ya conoce
mos por propia experiencia. En este libro, e mpero, en ve z de presuponer
que ya sabemos qué cuestiones pare cieron «racionale s» a los escritores
de los siglos xv1 o xvn, o qué tipo de argume ntos pe saron más para ellos,
buscaremos pruebas concretas de lo que estuvo en juego realmente en
sus distintas investigaciones.
. ' . b im· ie n to qu e s a1 ga a .1 a
de ese espeJo podremos captar cua1 qui er e i es cu r
. .
.ec1-
luz a lo largo del camino y mos trar 1 os contex_ t? 5� y. circ
uns tanc ias pi
. · ,, l s ras gos d 1st1nti vos e:le 1 a \, H.• :1,'1 , el {Jen-
sos en que hicieron su apar1c1on o
49
COSMÓPOLIS
• · i·
a d y 1 a c ult ura «n1odernos» en la historia de Europa
sanuento, 1 a soc1 ec
,, .
occidental y de Nortea rica.
me
TO
LA l\JODERNIDAD DEL RENACIMIEN
L o pru· nero que es.. preci·so hacer para elaborar nuestra versión
.
revisada
,, vo la mirada al Rena-
de 1 os or1genes de la modernidad es volver de. nue . ,,
cimiento. Coino período histórico, el Rena c1m1 ento plan tea mas de un
_
problema a los cronólogos estrictos. Si bien vio crecer la semilla de mu
chos fenómenos «modernos>>, presenció pocos cambios radicales en las for
mas políticas e institucionales de la Europa_ «medieval», ,fo�as d� las que
no llegó a desprenderse. Según la conocida cronologia tripartita de la
historia europea-antigua, medieval y moderna-, el Renacimiento se
sitúa más o menos entre la segunda y la tercera parte, y los historiadores
que siguen esta división tradicional suelen tratarlo ya como un fenóme
no de los tiempos <<tardomedievales», ya como una anticipación prema
tura de la edad «moderna».
¿Importa mucho la elección temporal que hagamos? El Renacimien
to fue a todas luces una fase pasajera en la que germinaron y se desarro
llaron las semillas de la modernidad, sin alcanzar ese punto en el que re
sultaron ser una amenaza, o algo peor, para las estructuras vigentes de la
sociedad política. Algunos de los personajes más representativos del Re
nacimiento tardío, desde Leonardo da Vinci (1452-1519) hasta William
Shakespeare (1564-1616), trabajaron en situaciones que conservaban
buena parte de su carácter medieval, sin haber desarrollado plenamente
los elementos distintivos de la modernidad como tal. Lo cual no debe
sorprender a nadie, pues no cabe duda de que se produj un solapamien
o
to en::e la historia europea «tardomedieval» y la «protomoderna». La
e�ecci?� que hagamos de los términos sólo tendrá im
portancia, entonces,
s1 dec1d1mos que la tenga; en este sentido, no de
ja de ser un rasgo curio
so de los abogados de la tesis dominante su ins
_ istencia en aplazar el co
mienzo de 1� modern1_ ?ad hasta una époc
a muy posterior a 1 6oo (consi
d�ra� ª Galileo, por eJemplo, como al autor
que abandera el inicio de la
ciencia mo�erna Y tach n 1e mecánica «m
_ � edieval» la obra de sus precur-
sores c1ent1ficos). Esta 1ns1stencia ti.ende a
desVIa ·,, de-e 1·n
· r 1a atenc1on
cluso ª ocultar-un cambio trascendental
que se produjo en el trabajo
50
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDADr""
51
COSMÓPOLIS
cado . .
,, a que tatnpo · co figura en lugar desta en las hi st o ri as
'-i entes. Idea est . ,,
es en cuest1on, son pocos los
de la fi1.loso f,,1a a1 uso . y. , entre los historiador . . ,,
.
de que existiera una relac 1on entre el cam-
que cons1·deran la pc)st bilidad . ,, sigl
. o XVII y la cr1s . . .
1s eco n ,,
om1c a y soci. al a
bio cultural que experin1ento el
que se vio arrastrada la sociedad de la �poca._ ., ,
Pero si comparamos la agenda de 1nvest1gac 1on filosofica tras la de-
cada de 1 64o con la de un siglo antes, descubriremos unos cambios muy
importantes. Antes de 1600, las investigaciones teóricas se contrastaban
con otros debates sobre temas concretos y prácticos, como, por ejemplo,
las condiciones específicas en las que era moralmente aceptable el hecho
de que un soberano iniciara una guerra o un súbdito matara a un tirano.
En cambio, a partir de 1600, la mayor parte de los filósofos se interesa
por cuestiones de teoría abstracta y universal, desechando cuestiones más
concretas. Se pasa de un estilo de filosofía que trata con el mismo rasero,
por un lado, las cuestiones prácticas de índole local y temporal, y, por el
otro, la teoría universal y atemporal, a otro estilo de filosofar que erige
los asuntos de teoría universal y atemporal en los únicos capacitados para
ocupar un lugar destacado en la agenda de la <<filosofía».
Pero volvamos al Renacimiento. ¿Cuáles son los temas de interés
para los eruditos laicos del siglo xv1 en países como Francia y Holanda?
¿Cómo prolongan el trabajo de los eruditos y artistas del primer Renaci
miento de la Italia del siglo xv y de los eruditos posteriores de Europa
septentrional? Al extendernos sobre estas preocupac
iones e intereses,
debemos utilizar una palabra que en la actualidad
es algo equívoca, si no
para los europeos sí al menos para muchos am
ericanos. La cultura laica
de la Europa del siglo xv1 fue humanista en
la acepción amplia de la pa
labra, de manera que lo más natural es que
nos refiramos a los escritores
de la época con el nombre de «humanist
as renacentistas»; pero, habida
cuenta del empleo que hacen los fund
amentalistas cristianos actuales del
término comod"in< human1smo secula
� r>> , alguno s lectores podrían supo-
ner q�e los humanistas del Renacimi
ento eran contrarios al cristianismo
y posiblem�nte antirreligiosos, por no
decir incluso ateos.
Per�, lc¡os de ser esto verdad, las
_ fi guras más destacadas de l a época
se considerar on sinceramen · ,,
te religi·osas. Erasmo escr1·b10 un ensayo, E10- '' ..
52
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MOD
ERNIDAD?
53
cosMÓPOLlS
54
¿ouÉ PROBLEMA PLANTE
A LA MOD ERN
IDAD:'""
.
\
55
COSMÓPOLIS
·
·
'. 1ca intern
su 1 og . a. La reto'rica y la lógica eran para ellos unas .
disciplinas
.
ar sob re la naturaleza y las c1rcu nst anc1a s
con1p 1 en1entar1·as. Al reflexion
y onsiderar su moralidad
específicas de acciones ,,humanas_ �oncre�as- �
nivel que cuando aborda
con10 <<casos»-Se movlan ta1nbien al mismo
ría ética: a sus ojos, la
ban cuestiones abstractas relacionadas con la teo
casuística y la ética formal eran igua�mente complementa�ias. Sin ,d�da,
muchos lectores del siglo xv1 se fascinaron con especulaciones teoricas,
al gunas de las cuales tenían ecos de �eopla�onismo o de «magia �atural».
Pero esta ruptura especulativa corr10 pareJa con un gusto especial por la
variedad de la experiencia concreta, por los estudios empíricos de fenó
menos naturales (como, por ejemplo, el magnetismo) y por las distintas
ramas de la historia natural.
Los resultados fueron algo desordenados y confusos, a imitación del
desacuerdo e inconsistencia irresolubles que habían llevado a Sócrates,
mucho tiempo atrás, a perder la esperanza de alcanzar un consenso ra
cional sobre el mundo de la naturaleza. En la Europa del siglo XVI, al
igual que en la Atenas clásica, al gunos eruditos tacharon de confusión
irracional lo que otros saludaban como profusión intelectual. Así pues,
por el momento (en opinión, por ejemplo, de Montaigne), era mejor
suspender el juicio en asuntos de teoría general y esforzarse por conse
guir una visión profunda tanto del mundo natural como de los asuntos
humanos, tal y como se nos aparecen en la experiencia real. Este respeto
por las posibilidades racionales de la experiencia humana es algo que hay
que poner en el haber de los humanistas del Renacimiento; pero éstos tu
vieron también una conciencia especial de los límites de la experiencia
humana. Según ellos, «nada humano podía ser ajeno>> a las personas cuya
confianza en la experiencia las alentaba a observar y reflexionar sobre la
variedad de las conductas y los motivos; una actitud nueva en la época y,
por cierto, raras veces igualada. (Ahí están para probarlo los análisis po
lítico s de Maquiavelo o lo s dramas de Wi
lliam Shakespeare.) En el siglo
XIV, lo s modo s de pensar heredados seg
uían teniendo una visión condi
cionada sobre el carácter y los motivos humano s. En
las últimas décadas
del siglo XVI, dichos modos ya no imponían limita
ciones al creador de
Otelo y �amlet, de Shylock y Parcia, de Julieta y
lady Macbeth.
Los infor�es de los exploradores europeos
espolearon la curiosidad ·'
1
b·
•
.
miso por dar un a imag .
· en sin cera y de pr1111era n1ano de ¡.1, exr
., . . r)er·1enc1a • hu-
mana. Las poblac10nes exo t1cas pueden considerarse primitivas, salv
ajes
nas, y sus modos de pensar y
0 infrahuma · ., ·
· de vivir heréticos r)·lg·
, , t , i nos o
L ,
h e l e sp e to d e ]o s hurna-
En el campo de la filosofía propiamente d.1c 0, r
. . sti. ntas 1na-
. .. . . se lasmó de di
nistas a la complepdad y d1vers1dad en genera 1 P .... ón de la r ./
. 1on
ac
e
n ras.
. Los naturalistas se alegraron ante 1 ª g. .
ran P ro ·
fusi
n a
\. .. r e
. 1nas g I o l)d-
s1ste ·
.
divina' pero los que buscaban en la experien • cia ·. hu ina . 1 / '. 11n<
•an~ o . Dada s la s va r1a o1s • . 1s,
les de teoría física sufrieron un gran deseng
57
COSMÓPOI,IS
si s
teza carentes de garantías formales. Por su parte, los esc
épticos humanis
t�s adop taron una postura totalmente distinta: no
/ querían tanto negar te
sis �losoficas generales como afirmarlas. Al i
/ gual qu e esos dos filósofos
clas1co� con los que �l propio Montaigne
, se compara, Pirrón y Sexto '...
Empirico, los humanistas consideraron las
cuestiones filosóficas como
algo que trascendía el campo de la experie •
ncia de una manera 1n r ndi-
· d e1e .•
ble. Enfrentados a proposiciones teor1 / · cas abstr
actas, universales y atem-
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MO D
ERNIDAD?
4
aceptar 1a d1v . . . . es /
ptrt · t u d e to le ra n ci a. I olerar
ers1dad de op1n1ones con un . ,,
mg
la pluralidad ' ambigüedad o falta de certeza resultan tes n o es
n un
59
COSMÓPOLlS
ADIÓS AL RENACIMIENTO
\ lo 1 argo de¡ s1� ·g. lo xvu , este talante tan interesante fue perdiéndose poco
.L'-\.. .
,, ica ,,
· duda, en su propaganda publ hecha en la decada de 1660, los
a poco. S.1n . . .
de Lo ndr es se s rvie on de las mo de stas rei-
fundadores de la Royal Society � �
nc1a natural y de sus peti
vindicaciones de Francis Bacon a favor de la c1e
ciones de ayuda financiera a Carlos II, si bien en la práctica tuvieron poco
en cuenta las restricciones que impuso Bacon a los usos de la teoría. Sea
como fuere, en cuatro aspectos fundamentales los filósofos del siglo xvn
arramblaron con las viejas preocupaciones del humanismo renacentista.
De manera particular, dejaron de interesarse seriamente por cuatro tipos
distintos del saber práctico: el oral, el particular, el local y el temporal.
De lo oral a lo escrito
De lo particular a lo universal
S e produJo . .
cuan to a 1 a 1 cane e d e la re fe re ncia filosó-
un cambio paralelo en ,, 1 gos . 0·10rales y los filo-
. s teo o
fica. En la Edad Media y el Renacimiento, lo
so co -
sofos trataron las cuestiones morales basándose en e5 rudios de ca �d �
,, . . Y e 1 d er ech o co ns u et u in ar10
cretas, como aun ocurre en la JUr1sprudenci. a
. . . 1. eron 1os roced1· . n11e . ntos que Ans ·-
ang1 oamer1canos. En este sentido, s1gu
,, ,,
P
n u n ,, .e,
. saJ
p�1
s
toteles recomendó en la Etica a Nic. oma ,, co: « El b'ien», leen10 e
,, . . · .·,, n
. ua
. 1·1 te n1· 1t1 c a o s1t c1o
de
<<no tiene una forma universal � indepen(iiente <
ta
'
nci
•
as pa rt1 cu
• •
l ·a _
o c re
. . .
0 m l siem pr e re s p e ta las circuns
c n ta: J 1
el sano u c1 ora .1cu • c Í'l, (i de la acción
la p . 1,an
res de un caso concreto>>. Su clara visión de ar t
61
COSMÓPOLIS
De lo local a lo general
.
() los'. filo
. . . sofr
" )s mo
· derno. s despacharon la etnografía y
· lo xv1. J). ero cti·,ltld
s1g . . . .
· ntes» para la investiga-
· ona con eI e'alificati·. vo despecti vo de «irreleva
1 ª .l11st L
de su �uehacer �artlcular
ción verdaderamente «filosófica», excluy�ron
onocidas anteriormente
toda una serie de cuestiones que habían sido rec
a tir de entonces la
como tema legítimo de investigación. Es decir, que par
diversidad concreta dejó paso a axiomas abstractos.
den1asiado a la vista para no ser tenida en cuenta E--n rea¡·1 dad , nue
stro es-
tudio se 1n1c10 a parar de esa discrepancia
•
rarla de frente Y p regunta r�os < ¿De qué manera el nuevo enfo
: � que inte-
lectual de la Europa de pr1nc1p10s del xvn reflejó la generalizada crisis
social y econón1ica de la época?».
Ta�toJohn Dewey co1no Richard Rorty sostienen que la filosofía se
ha metido en su <<n1oderno» callejón sin salida como consecuencia de la
obra de René Descartes. Sin embargo, ninguno de estos filósofos se ha
n1olestado en preguntarse por qué la «búsqueda de la certeza>> no intere
só a nadi e un siglo antes o después, sino precisamente en aquella época.
En su opinión, basta con diagnosticar los errores en que cayó la filosofía
moderna. Ni han considerado ne cesario preguntarse por qué esa desgra
cia se cernió sobre la filosofía de la manera-y en el momento en-que
lo hizo. Sin embargo, al soslayar tales cuestiones históricas, sus argu
mentos ejemplifican la persiste nte divisoria entre la r e tórica y la lógica,
tan característica de la postura misma que pretendían re chazar. La pre
gunta de <<¿Por qué las personas cultas de mediados del siglo xvn en
cuentran tan atractiva y convincente la "búsqueda de la verdad"?» es una
de las preguntas retóricas que Descartes desterró de la filosofía, y que
versa· básicamente sobre el público filosófico en un contexto concreto.
En otras palabras, la pregunta es por qué el <<error cartesiano»-si es que
fue un error-resultó tan convincente para la gente a partir del año de
1640, algo que no había ocurrido en la alta Edad Media, ni ocurre tam
poco en la actualidad.
Una pregunta que es sumamente pertinente para la filosofía en gene
ral, y especialmente en nuestros días. Si hemos de dar la razón a Witt-
genstein, la misión principal del filósofo es precisamente mostrar por que
sentimos la tentación de meternos en estos •«calle jones sin salida» intelec
tuales. Y si esta misión lleva a investigar la historia social e intelectual,,, �ues
tanto mejor. Decir que todos los problemas verdaderamen te �l�soficos
_ _
deben enunciarse con independencia de cualquie r situación h15toric� con-
·
creta y resolverse con unos metodos 1gua1 mente exentos de .toda . reteren-
· · s que
;>
pa aqu1;.,, a sa . b cr, e1 rechazo por el sig , lo xvII de las cuestiones locales, tem-
. . . .,,
por un pro gra ma de 1nve st1gac 1on filo-
pora 1es y pra,, c. u· cas y su sustitución .,, . .,, .
1en ta lm en te gen er1 co, ate mporal y teo r1co.
sófica con un enfoque fundan
68
r
1
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD?
.
•
. n1e-
pero, en otras ocasiones, que e1 a1 ma asista y f:avorezC'l'- a l cuerr10 .V· no se
.
e
gue a participar en los placeres corpora1 es». E_;n otro 1 uga r , escrib · L
In
• • •
e>
, =-· ez, ,), 0 aconsejo ;1 b 1nía que
Como es pr1vileg10 de la n1ente rescatarse (j e l·(1 \ieJ
"'
crez ca \ , �
et ·de <. ¡ ue flo rc zc 1 entre L1ntn.
haga con la mayor fuerza que pueda. Que
COSMÓPOLIS
. 10 mu ,
er d a go en árbol mu erto. Pero, ay, temo que me traicione.
st pue<.ie, con
. ,
v1n cu 1 o f .
ra tern al tan fuer te con el cuerpo que me abandona en cada
Mantien e un
par a seg u ·
ir 1 o en su nec esid ad . Y o la llevo aparte y la adulo y trabaJo, pero
revue1 ta . .,
trat o de apa rtarla de esta v1n cula c1on . Le ofrezco a Séne-
todo en van o. E n van o . _ .
pa
ca y a e atu1 o, le ofrezcO damas y bail. es. .
reg ios; per o s1 su cam nero tiene un có-
. . ,
bi én • N1 s1qu 1er a las act1 v1da des que le son mas pr o-
l.1co, ella parece tenerlo tam . . ,
· ancias: se huelen siempre cuando hay un
p1as 1 ogran exc1·tarse en tales circunst , . . ., .
las prod u ccion es del esp1r 1tu s1 no hay tamb 1en vigor
resfriado. No hay vigor en
en el cuerpo.
.
\
r
¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD?
Cada una de mis partes me hace hombre tanto como cualquier otra. Y ninguna me
hace más propiamente hombre que otra cualquiera.
71
COSMÓPOLIS
..,,,
'
r ¿QUÉ PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDA
D?
73
COSMÓPOLIS
es la experi. encia
. .
práctica que cada individuo humano acum 1
u a a1 tratar
.
con otros 1nd 1viduos igua�es a él. Para Descartes, la <<experienci
_ a (de la
mente)» es la materia prima con la que cada individuo construye un
· ·
mapa cognitivo deI mundo inteligible «en su cabeza». En la década de
1580, a Michel de Montaigne no se le ocurre decir que está «encerrado
en su cerebro». La multiplicidad de personas en el mundo, con puntos de
vista y relatos vitales idiosincráticos, no era para él una amenaza. Cada
cual reconocía que el destino de cada individuo era, en última instancia,
personal (como dice el madrigalista, «lo único serio es la muerte; ésta no
es una broma»); pero las personas aún se trataban unas a otras con una
actitud de equidad, como individuos autónomos. Sus pensamientos aún
no estaban confinados, ni siquiera para fines teóricos, dentro de los mu
ros de la prisión de la mente solipsista de Descartes, ni del sensorium in
terno de Newton.
75
' '
cos�tÓPOLJS
e, la formación universita-
ria impartida a ingenieros ' médicos y otr
. .
no a las ciencias exactas. Los dos grupos s
os peritos· te,, cn1cos
· · ,, en to r-
giro
e rem1t1 · ,,an, para su «1o e rmac1·o"n
,,
¿QUE PROBLEMA PLANTEA LA MODERNIDAD
?
77
cosMÓPOLIS
EL CONTRARRENACIMIENTO DEL
SIGLO XVII
Para la biografía de Descartes, casi lo único que se precisa son dos fechas y sendos
topónimos: su nacimiento, ocurrido el 31 de marzo de 1596 en La Haya, Touraine,
y su muerte, acaecida en Estocolmo el 11 de febrero de 1650. Su vida es fundamen
talmente la de un intelecto [ésprit]; su verdadera vida es la historia de sus pensa
mientos: los acontecimientos externos de su existencia sólo revisten interés por la luz
que pueden arrojar sobre los acontecimientos internos de su genio.
79
C0Si'\1ÓPOLIS
En las primeras horas de la tarde del 14 de mayo, salió en su carroza para ver a Sully,
en el Arsenal. La carroza tenía un banco bastante largo, Y Enrique iba sentado en
·
medio ' con Epernon a su derec ha y e 1 duque de Montp azon a la izquierda. Tan1bién
. .
lo acompañaban La Force y Laverd1n. El d'1a era esp 1,en d 1 do, y los entoldados iban
. •
baJados, de manera que el rey y sus amigos pud'1eran ver las calles de Pans, eng--- ·ala- ,
. ' ' · . al d1a
,
nadas para la entrada triunfal de Maria de Med1c1s-1a rei · na rec ién cor ona da-
. .
siguiente.
.
Al salir del Louvre, Enrique despidió al capitán de la Guar di a, Charles, de. Pr.L,. . s-
lin, de manera que la carroza iba acompana _ da so lan1ente P or un·i'. docena · de 1ntantes
. . ,. , , , .
, detras.
y al gunos jinetes ' que le segu1an , L a co1nit1va se vio obhg·-- ada a detenerse .1 1
embocar la rue de la Ferronnene, . calle estrech ª uon J de e l t 1'-ífico· era. 1nuv lento. l'.n-
4
. 1uc le est ·1 l ,
1�1 1 t'\. . en-
. ·
· lentes, iba escu
nque, que h ab'1a o 1 v1dad.o las cha n( l o a E".,per non , t -
· ,
. . � .
10111�11 un .n.1-
. .
do una carta. La mayor parte de los infantes ,
pasar on .
· 1 l·
•1 e, 1 hcz 1 p �1c1
COSMÓPOLIS
. , .1(_ lehntó
. , I. os, se, .. igrualtnente para
. despejar el tráfico, y el otro se
¡o� uno(_ 1 e 1 os c1n.oce ,, . . . . ,,
, t e·ra. Fn hornbreton peltrr
- rnotnento, un
_, . ese oJo sub10 a la
�1�·.... �1cho p:u-�1 �1t�1rse la prre · ,, _ . r
. / . = - ·int e · de Enern on y ases t o a l rey tres punal ad a s . E l p nm e
CllTOZ�l, se ucs 1 IZO pot ue l(.
1 , 1 _ t ,, ,,
gol pe l e roz. o, una. cos . . ,t.Jll•l el segundo le atravesó un pulmon y le corto la aorta y el
,1,
, E
t azon. N1 este n1 pernon reaccionaron lo su-
.
.
. ,, .
1
tercero se pen l 10 en e ¡ 111311 t() (_I e Monto
. 1· 53 tr1 ..·ira (_letener ningu · no de los golpes, y el pobre Ennque, san-
fi1c1en • ten1ente uepr 1
. .
·
grando por la boca, perdió rápida n1e nte el con ocn n1ento.
1 a ,,
epo . ,
c'-1, fue un act -
o de val ent ía y cla rividencia. No es de ex-
patrones l
(. e . . ,, .
- , es, que se enfrentara a una fuerte opos1c1on int . erna y tuvie ra
tranar pu . - . .
.fi lta des par a con seg uir el res pa ldo de los d1st1ntos parlements
g-ran des d 1 1cu ,, .
am en to de Pans: l os m1
;egionales, especialmente del propio �arl :1:1bros
pechando de su du�hc1dad y
de la Liga Católica, en concreto, segman sos
110 dudaron en divulgar el rumor
de que su proyectada campana contra
un plan estra�égico �ara
las posesiones españolas en Italia era en el fondo
,
apoderarse de Roma e instalar alh a un papa protestante. (Su asesino,
Fran�ois Ravaillac, había aspirado-en vano-a pertenecer a la orden de
los jesuitas.)
Siglos después, resulta difícil ver por qué durante tanto tiempo la
gente se resistió a aceptar que un ciudadano leal a Francia pudiera ser un
devoto protestante en vez de católico, o al revés. Pero, para comprender
el verdadero meollo de la tesis aquí expuesta, es preciso que aceptemos
este hecho. Desde el principio, el auge del protestantismo francés tuvo
unas connotaciones políticas. Para indignación de la nobleza y el campe
sinado católicos, Martín Lutero y Juan Calvino consiguieron un amplio
respaldo por parte de los profesionales y artesanos de la Europa occiden
tal y central. Calvino estableció una república protestante en la ciudad
estado de Ginebra. A mediados del siglo xv1, los dirigentes locales hicie
ron de la religión una excusa para extender el poder político, y en Euro
pa central hubo toda una serie de conflictos político-religiosos que sólo
se detuvieron temporalmente merced al Tratado de Habsburgo de 1555,
el cual autorizaba a cada gobernante a imponer a sus súbditos la religión
de su elección a tenor de la fórmula cuius regio eius religio.
Esta disposición fue bien recibida por los fracturados y fragmentados
países, ducados y reinos de Europa central, donde las personas que te
nían unas creencias teológicas muy arraigadas no necesitaban ir muy lejos
para encontrar a un gobernante que compartiera sus convicciones o bien
para refugiarse en una ciudad libre y tolerante, como era, por ejemplo, el
caso de Frankfurt. Pero el reino francés era un territo o extenso y unifi
ri
cado �esde hacía tiempo, prácticamente con la mi
sma extensión que la
Fran cia actual, la cual se precia de mantener lo
s límites naturales de su
denominado <<hexágono» · Para Franci·a, la so
. ,, . . · ,, no pasaba por la m1· -
lucion
gracion interna : o bien los católicos conseguí
an acabar con la herejía
Protestante ' como proponían 1os Gu1s · · ·
a y 1 a Liga Católica; o los hugono-
tes protestantes podi;,an convertirse en la m ·
,, dominante; o bi. en, fi-
ayo ria
----------■-
EL CONTRARRENACIMIE
NTO DEL SIGLO XVII
m o En nq �
ción. De cualquiera de las dos maneras, tal Y co :
1
,, . . . 1 a ·
tns , p 1· � en 1-'1 tolera ne
e: d·l
r-i ta reltg.. ·10-
ht1ca más prudente y cl ar1v1 den te era
85
COSMÓPOLIS
·
ne r l a con c
1 r .1·dad religiosa acabaría perjudicando tanto al rei-
sa: 1111 po 0
1 111
no con10 a la nación.
go en el noble experimento
Es difícil 110 ver todo lo que había en jue
nca lo que este �ey trató de
de Enrique. Los franceses no han olvidado n� _
de la Revoluc10n de 1789,
hacer por ellos. Incluso hoy, dos siglos despues
siguen hablando de él con afecto, convencidos de que su pol�ti�a e_stuvo
inspirada por la equidad y la buena voluntad._Inversamente, nd1cuhzan a
Ravaillac en espectáculos de cabaret, presentandolo como un dechado de
irritabilidad propia de un payaso. Asimismo, al prurito autocrático de los
sucesores de Enrique IV, durante un período que se extendió a lo largo
de siglo y medio, oponen la franqueza y tolerancia de éste, de quien se
dice que quiso para cada súbdito <<un pollo en cada cazuela». También
sigue viva la fama de Enrique como buen amante, a quien aún se le co
noce con el apodo de le verl galant, o el perenne galante (en esto deja ena
no al mismo John Kennedy). En su tiempo, sólo los fanáticos cuestiona
ron la sinceridad de sus intenciones para solucionar los problemas de
Francia, y la reputación de que gozaba hacia 1600 ha perdurado intacta a
lo largo de los cuatrocientos años siguientes.
En mayo de 1610, todo esto se vio gravemente amenazado. En una
época en la que cada monarca europeo tomaba partido en función de su
fe religiosa, Enrique trató de demostrar que se podía gobernar a un gran
reino aceptando la lealtad de ciudadanos de diferentes confesiones. (Otra
sorprendente excepción fue Polonia, cuya Constitución de 15 5 5 garanti
zaba a los protestantes la tolerancia religiosa.) En Inglaterra, los sucesi
vos monarcas de diferentes religiones habían perseguido a sus adversa
rios por inconformistas: los protestantes como víctimas bajo la reina
María Estuardo y Felipe de España, y los católicos recalcitrantes bajo
Isa�el I; pero �nr�que esperaba construir en Francia un reino que man
-
tuviera e� equihbr�o entre sus súbditos católicos y protes ntes.
ta
L a Liga Católic a si�ió invoc ando la uniformidad reli
giosa como pi
lar fu�damental de la unida d nacional, al grito de gu
erra de un roi, une loi,
u�e foz («u� rey, un� ley, un a fe»). Pero sus prete
nsiones de que la garan
t1a de la unida d nacional suponía persegui·r O ·
. / . . convertir por la fuerza a las
minor1as religiosas no estaban resp a lda das
. / ·
por la experiencia. · E n Fran-
cia esto supondr1a grandes pen a 1·d i ades para un a p arte sustanci· al de I os
,, .
sub' d1tos leales a Enrique, sobre tO do a sus ·
/ paisanos bearneses lo cual d e-
sembocar1a en la destrucción de las lealtades · ' ·
mismas que se h ab"ia que ri-
86
EL CONTRARRENAC !M
IENTO DEL SIGLO XV
II
swnar_ al rey
Católica si guió luchando, pero más con la intención de prc
oc a lo. La co nv e ·
sio / n p u/ blica
" d e Enriqu e al
que con la esperanza de derr r r
. . e 1 apo yo d 1 pa pa fu e ron g. estos que
catol1c1smo y su deseo de mantener e
. . en ca-
. . . . y ib a po r bu
para la Liga significaron, sin duda, qu e a1 tn enos e l re
. s vi· d a en 1 9 4 , el ¡)a rl a1 ne nto de
mino. Tras un fallido atentado contra u 5 � . e
/ . . d e I P''lÍS :En 160�, nr1 E, qu
Par1s expulsó a los Jesuita s de una. gr an p art e
. · coleg·.. 1os· V· escut"l·.1s, .
, - .:) , ,
L • , . •
COSMÓPOLIS
Los canónigos reunidos en capítulo se sintieron incapaces de articular una sola pala
bra. Unos rompieron a llorar y a sollozar; otros se sumieron en una profunda depre
sión. El pueblo de Reims parecía pálido, abatido, con la expresión completamente
demu�ada, consciente de que, perdido el rey, se había perdido también la propia
Francia.
• ( lir i n ir ·
su s
· n. v�1 1.1<. 1 �Hles, p o -
Alernania y Bohen1ia con10 palestra en l a qu e 1
89
COSMÓPOLIS
() 1
1 1 i. 1
r , , L ¡_
COSMÓPOLIS
). p --
s i· -- y los transplan
e•is
tes de órga nos, todos espera-
l a cxcep ·
c1o , n (l e l as, aut<
r s upuesto, esto d ebe ser
11105 ser sepultados íntegros e intactos; y,. po _
· reyes, y las reinas de nuestro tiempo. Pero,
1 ffll a 1 111 en te ex tensi·vo para los
tinte medie val según el cual
atila sazón, aún regía un sisten1a de ideas de
as de los m onarcas ; de ahí
la realeza se encarnaba en las formas corpóre
itual encontrar provi
que en las estirpes regias de Europa n� fuera i�hab
siones con1 o la que había hecho Enrique . Asi pues, en 1603 o I 61 o, a
nadie le parecieron criticables ni escandalosas estas _disposici�nes_ testa
mentarias del rey. Al enterarse de la muerte de Enrique, los Jesu itas no
dudaron en reclamar su corazón, el cual fue transp ortado desde París
hasta La Fleche en diligencia. Una vez aquí, fue colocado en un cáliz de
plata en el transcurso de una ceremonia celebrada a principios de junio,
en la que se combinó el p esar con el orgullo, y a la que asistió toda la co
munidad del colegio. Entre los asistentes a la ceremonia se hallaba un es
tudiante nacido en La Haya (Touraine), muy inteligente p ero algo en
fermizo, que respondía al nombre de René Descartes.
El hecho de que Descartes estuvi era presente en esta ocasión a una
edad aún tierna e impresionable no prueba nada de por sí, aunque confir
ma que, para él, la muerte de Enrique no fue una de esas <<noticias» pasa
jeras que no llaman particularmente la atención, al contrario. Pero hubo
en aquella ocasión algo más sobre lo que convi ene detenerse. C omo mu
cha gente seguía sospechando que los j esuitas habían apoyado el magnici
dio, los buenos padres de La Fleche se desvivieron para que a ninguno de
los estudiantes pudiera ocurrírsel e algo remotamente parecido, y se sirvie
ron de la muerte de Enrique como pretexto para celebrar toda una serie
de actos con fines instructivos y devotos. En el aniversario de la ceremonia
de la conservación del corazón, como testimonio suplementario de su afec
to y respeto al rey, organizaron otra Henriade, primera de una serie de ce
lebraciones anuales en recuerdo de Enrique IV. Para la primera efeméri
de, celebrada en 161 r, se pidió a los mejores estudiantes del colegio
r�dactar unos eje�cicios literarios ensalzando las virtudes del rey desapare
cido. En el colegio se levantó una pirámide de cuatro metros y pico de al
tura, en la que estaba permanentemente expuesto a los visi ntes el cáliz
ta
con el corazón de Enrique IV, y, a su alrededor, se exi
bían asimismo los
ensayos y poemas de los estudiantes. Durante tres día
s consecutivos el co
legio abrió sus puertas a los visitantes de las com ·
. . , , , ,, arcas v e cinas , para' cuya
ed1ficac1 on se le1an poes1as y pronunciaban dis curs os
.
94
r EL CONTRARRENACll\
----------�
flEN TO DEL SIGLO XVII
In . ..J.111li-;_ 1cn·arilnn
Hcnrici 1il11p;11i
Obitus l)il"ln
*
L11CJy1n11c C"ollcp;ii
Flcxicnsis Rcgii
Socictatis Icsu
efecto, a cualquiera que pidiera ese libro con ese nútnero se le entreg ah �1
una conferencia en alen1án de 111ediados del siglo x1x s o bre un s up ueSro
plan de Enrique IV para derrocar al papa. Decidido a reparar el error en
la reciente fecha de 1986, me costó mucho tiempo y paciencia dar t? 1 la
. · r1··1 de dicho
signatura correcta, corregir · 1 a fi1c h a y recon , · · 1·1, l11·s· t<)
· strutt .'
error. En fin, lo lamentable, en cualquier caso, es que este eiem p lar del
.
In A nn1•versar1um . .. I os. es· tudios· os· desde su
no haya estaco l e1·1spon1·1 l 1 e p.JLl
entrada a la biblioteca, en algún 1110111cnto entre 1 79 2 Y 1 803 ·
. • • .
La mayor parte d· e 1 os eJerc1c1os t 1 e est.e 1·lt lt·<l Sl' encuentLlll en L1ttn
1 • '
' --
COSMÓPOLIS
[Soneto
con motivo de la muerte del rey
Enrique el Grande, y del
descubrimiento de algunos nuevos planetas,
o estrellas fugaces alrededor de Júpiter realizado
este año por Galileo Galilei, famoso
matemático del gran duque de Florencia
or ick
Entonces el astro del día, que hace su rec � � . .. ,
po r cl es'gT acr 1s 1 nn11nentes
alrededor del universo, n1ov1.d o
L 4 L
97
_ --
• ■
' ;
1
• ' r • , ·'-· ,:1 .',::·J�1\ít:��1'
1 ',i . "',��t;:'J-1'i1l41illlll!WF?F _,.
COSMÓPOLIS
· l e1,··1l·)·1n
que ace ._ su carrera vagabunda hacia nosotros
le habló de esta suerte, en el clímax de su dolor:
La autoría cartesi . ,,
ana de este soneto no es, por supu
esto, crucial para
nuestr a c om prens1 on de la modernidad · Lo que im · porta rea1 mente aquí
_
es q.ue, durante los .
anos de formación del J·oven Rene, en L
a Fl'eche, el
o de Enr ique no .
fue una simple noticia ma, s, sin ,
asesinat . · o a1go que inte-
, . ente a toda la comunidad del colegio . Es to nos permite
reso vivam. . . empe-
zar ya a minar los cim .
ientos de lo que nos cuenta La grande en clo e'd.te
cy p
sobre . el desar rollo intel ectua l de Descartes. Nosotros creemos que 1a
,
pretens10n d� que l os argum��tos de u� filósofo se pueden explicar per-
fectamente sin prestar atenc1on a sus circunstancias históricas no es au
tovalidadora, sino que exige una revisión.
Si se tiene en cuenta cómo pasó Descartes los diez años si guientes al
ab andon? del colegio, cobrará mayor fuerza aún la tesis contraria . y si el
asesinato de Enrique IV no fue una noticia pasaj era e irrelevante para su
desarrollo intelectual, lo mismo cabe d ecir de otro acontecimiento catas
trófico de su vida. Cuando estalló la Guerra de los Treinta Años en 1618 '
Descartes tenía v einte y tantos años solamente; y cuando concluyó, en
1648, a Descartes le quedaban sólo dos años de vida. Es decir, que toda
su vida madura la pasó a la sombra de dicha guerra. Una persona intro
vertida y preocupada sólo por sí misma, que volviera la espalda a l mundo
y no deseara otra cosa que escribir sobre filosofía abstracta, podría haber
borrado de su mente toda huella de un desastre histórico que otros euro
peos (en especial, en Alemania) recordarían con auténtico pavor durante
generaciones y generaciones. Podría haber sido así (repár ese en el modo
potencial). Pero entonces habría que hacer otra pregunta vitahn ente im
portante: ¿Habla realmente a favor del joven Descartes tanta insistencia,
como la de los autores de La grande encyclopédie, en su extraordinaria re
solución y su esprit totalmente puro? ¿Fue realm ente ese tipo de pers
ona
ando
indiferente y de corazón pedernalino capaz de mirar a otra p ar�e cu
on ª lo
sus contemporáneos estaban sufriendo lo indecible, como SUfoer
Añ os ? Su pe ns am i en t o filosófico Y sus
ta
alda ª la tra-
largo de la Guerra de los Trein
escritos no pueden ser meritorios sólo porque vol viera l a esp
gedia más importante de su época.
. . d e I Os Treinta Años ' co .
1no
Descartes no fue 1nd1ferente a 1 a G uer ra
, . . IV · D ur an te lo s doce pn-
tampoco lo hab1a sido al asesinato de E nriq · ue . S,
., rs
· n p er so n a. T LI
meros años de la guerra, tuvo ocas1on de segui· r su. cu
o e
.1 .�1-
l n d a don u e
• s, pa. so,, .'1 Ho '
a tr
un año en la Facultad d e Derecho de P01t . 1er ,, . pc
, . ta re s d el p n nct
b ªJº como supe rvisor estudiando l as nuevas
. . . , te, --
cn ·c
t as n li li
99
� \ ■ 1 I t:.··�.f· ,-1�;: rl
.,
\j �
.. • "'
cosMÓPOLIS
. ,,
au. p ,
ara es-- tar
· · 1 ás cer ca aún de los co1nbates, se unió lue-
�1aur1. c10 . e_i e.. Nass 11
~ ,. ~ ..
y lo aco n1p ano en sus camp an as m 1h ta-
· a 1 eJer
go . . deI duque de Baviera.
.." c1to ,. ico
.1patet • y se , ins
· talo" en
res. Cuando ab·andono" su vid . a de Joven per . .
Holan-
.
• para poner por escrito y sist e m atizar
da a co1n1enzos, de l·a de"cada de 1 630 . ,.
disto mucho de ser el és-
sus 1·deas sobre epi'sten1ología y filosofía natural,
przt· desencarnado y descontextualizado que nos describe La .grand e enryclo-
pédie. Antes bien, para entonces era un hombre maduro ! bien mformado
.
cuyos años de formación lo habían pu�sto en c�ntacto d_irecto con los dos
acontecimientos más decisivos de la primera mitad del siglo xvn.
Teniendo presentes estos antecedentes, la reacción de Descartes al
escepticismo de Montaigne es más fácil de comprender. La fuerza de los
argumentos escépticos de la <<Apología» y la cándida exuberancia carac
terística de los Ensayos lo entusiasmaron. Pero Descartes no podía com
partir con Montaigne la tolerancia de la ambigüedad, la falta de claridad
y certeza ni la diversidad de opiniones humanas contrarias. Cuanto más
degeneraba la situación política en Francia y Europa más urgente pare
cía la necesidad de encontrar una vía de salida a las contradicciones doc
trinales que habían estado en el origen de las guerras de religión y que
-independientemente de las realidades políticas-seguían sirviendo de
pretexto para su continuación. En vez de ver las obras de Descartes como
las creaciones de un hombre sobre cuyo genio los acontecimientos de su
época arrojan escasa luz, se impone «recontextualizar» las ideas y los mé
todos intelectuales que la explicación al uso por parte de la filosofía mo
derna se esfuerza tanto en «descontextualizar».
Esto nos resultará particularmente útil si apartamos por el momento la
mirada del propio Descartes y consideramos la recepción de sus ideas en
general. Así veremos lo mucho que había cambiado la mentalidad filosófica
desde I 590. En �leno vértice de la popularidad de Monta
igne, el intento de
Descartes por evitar su escepticismo y encontrar una «so
la cosa cierta» que
hiciera posibles otras certezas-en su caso, el co ito-
g podía recibir la crítica
de �o sab�r contest� a los poderosos argumentos a
,. favor del escepticismo
clas1co. Cincu�nt� anos después, para una generac
ión cuya experiencia fun
damental habia sido la Guerra de los Treinta Añ
os con la destrucción del
�ejido social que �s�a trajo consigo, el atractivo de la �erteza geométrica y de
ideas «claras y distintas» contribuyó poderosam
,. ente para que su programa
filosofico resultara nuevamente convincente.
IOO
EL CONTRARRENACIM
IENTO DEL SIGL
O XVII
El asesinat.o de Enriq .
ue causó tanta consternaci· on ,, en e1 extranJero como
en la propia Francia. El papa se mostró muy apena do a 1 en
. . . ra ,,
sin terarse de la
no t1c1 a, y n o z on: er a el meJ· o r situado para compr
ender que 1 a es-
peranz a d e mant ener en Europa un mínimo de paz en
tre los bandos ri-
vales pasaba por la moderación de Enrique y \a situación am
bi gua de
Fr an cia, d o nde o p � ne rse a los Habsburgo de España era una tar
ea más
urgente que cua l quier cruzada antiprotestante.
Asimism o, cuando el embajador francés comunicó en Londres
la noti
cia aJacobo I, el p imogénito del rey y príncipe de Gales, Enrique, se sumió
r
IOI
COSMÓPOLIS
Los siguientes veinte años de su vida, entre 15?� y 1615, fueron m�y a�
tados. Fue sucesivamente voluntario en exped1c1ones contra Espana baJo
el mando del conde de Essex y de sir Walter Raleigh, secretario de sir
Thomas Egerton, diputado al Parlamento bajo el patrocinio de Egerton,
y cayó finalmente en desgracia (siendo incluso encarcelad�) tras fugarse
con la heredera y sobrina de lady Egerton, Ann More. Sin un empleo
fijo, fue compañero de viaje y secretario confidencial de toda una serie de
mecenas; cuando se produjo la muerte de Enrique IV, en 1610, estaba
tratando de granjearse el apoyo de sir Robert Drury, terrateniente de
Suffolk. Finalmente, para mejorar su reputación, entró en 161 5 en la
iglesia anglicana, donde no tardó en ser promovido.
En Inglaterra, el asesinato de Enrique fue considerado como otra
<<jugarreta» de los jesuitas, quienes serían capaces de justificar su acción,
en caso de ser reclamados a hacerlo, con argumentos casuísticos sobre la
legitimidad del tiranicidio (¡y eso que, en 1610, casi nadie mínimamente
sincero consideraba tirano a Enrique IV!). El primero de los dos poemas
extensos de Donne es, pues, una curiosa diatriba contra los jesuitas, en la
que describe una reunión secreta en el infierno, presidida por un I gn acio
de Loyola que conspira junto con sus colegas tartáreos para sembrar el
caos en los asuntos terrenales. Se titula <<I gnacio, su cónclave>> . Es un poe
ma tan extraño que muchos estudiosos prefieren no prestarle atención. En
algunas de las ediciones canónicas de los Poemas reunidos de Donne in
cluso se omite. El conservador punto de vista de Donne lo vemos confir
mado por el hecho de que, entre los conspiradores que secundan a Lo
yola en el infierno, se encuentra toda una caterva de «innovadores»,
categoría que incluye nada menos que a Copérnico y a otros nuevos as
trónomos. Donne, que consideraba a los seguidores de Loyola <<pertur
badores de la paz>> de una Inglaterra honesta y temerosa de Dios, cree
también que las novedades astronómicas de Copérnico y Kepler preten
_
den confundir la� mentes de las personas honradas e ind nsa , or lo
efe s p
que tacha a sus autores de simples alborotadores.
102
EL CONTRARRENACIMIEN
TO DEL SIGLO XVII
we see,
And now the Springs and Sommers which
Like sonnes of women after fifty bee.
And new Philosophy cals all in doubt,
Tle Element of fire is quite put out;
is lo st , an d th 'e ar th , and no tnans w1t
The Su n
oke for it.
Can well direct him, where to lo
m en co nf es se , th at th is world's sp ent ,
And freely
e Firn1an1 e n t
When in the Planets, and th
COSMÓPOLIS
at this
, rhcv secke so tnany new; they see th
Is cr� t nbled out againe to his Atomis.
�·r'is aH in peeces, all cohaerance gone;
All just supply, and all Relation:
t,
Prince, Subject, Father, Sonne, are things forgo
For every man alone thinkes he hath got
'fo be a Phoenix, and that there can bee
None of that kinde, of which he is, but hee.
[Y ahora las primaveras y los veranos que vemos, / como hijos de mujeres cincuento
nas son. ¡ La nueva filosofía pone todo en duda, / el elemento del fuego está comple
tan1ente descartado; /el sol se pierde, y la tierra, y el hombre ya no tiene ingenio para
ir en su busca. /Y libremente confiesan los hombres que este mundo se ha apagado, /
cuando en los planetas y el firmamento/tantas novedades buscan; lo ven reducido otra
vez a sus átomos. /Todo está resquebrajado, ya no queda coherencia; /Todo es puro
suministro y pura Relación: / Príncipe, Sujeto, Padre, Hijo, son ya cosas del pasado, /
Cada cual sólo piensa en / Ser un Fénix, y que nadie sea/ Como él es.]
No hay aquí el menor atisbo de que Donne recomiende las nuevas ideas.
Antes al contrario, considera el resurgir del atomismo como algo destruc
tivo para la unidad orgánica de la naturaleza, símbolo de la decadencia a la
que está precipitándose el orden de la naturaleza. Preocupación ésta por
la decadencia de la naturaleza que dista mucho de ser solamente teórica.
En la Inglaterra de aquellos años, la gente era consciente de que el tiempo
climático se estaba deteriorando e interpretó este fenómeno como señal de
que estaba empeorando también la situación general, probablemente de ma
nera irreversible. Thomas Browne, contemporáneo en su juventud de
Donne (nació en 1605 y sobrevivió a la república de Cromwell, siendo
nombrado caballero por el rey Carlos II tras la Restauración), expresó a la
perfección esta creencia, implícita en el poema de Donne y explícita para
todos los ingleses cultos de las décadas de los cuarenta y los cincuenta del
siglo xvn. La <<decadencia general» era el si gno de que «ha pasado ya más
tiempo del que está por venir»; de manera que el fin del mundo podría ha
berse producido en vida de los hombres que peregrinaban entonces por la
tierra. La gente se había olvidado de que Dios había creado la naturaleza
para que funcionara según leyes inmutables, y buscaba ahora signos ex
traordinarios anunciadores de un inminente apocalipsis.
Para captar él verdadero alcance de los últimos seis versos del pasaje
EL CONTRARRENACIMIENTO DEL SIGLO XVII
.
F I o, Y,. 110 (¡ucda coher
encia;
, l'odo estj resquch r� 1 H ,1
. /
·
1n ·
1s , tro y nu
t r� 1 rc la c1 on:
todo es pu ro sun1
.
di sgre g an ; e 1 e·e·ntr
. o y·1e no aguanta;
Las cosas se
an ar q uía se ci er ne so br e �l mundo... ;
la rnjs pura
. re .
ce n d e ·on
e vic ció n ' nu en tras que los peores
los ineJores ca
da;
rebosan de intensidad apasiona
1
maneras �e ver, por eJemplo, el movimiento de los planetas O la estruc
-
tura del hielo. Se trata de algo más corrosivo: desde el punto de vista
de
1
John Do nne, soc ava n toda la cosmópolis heredada.
Esta palab�a, «��smópolis», exige cierto comentario de nuestra par
te. En la Grecia clas1ca, y antes también, la gente suponía que el mundo
en el que nacían los humanos, y con el que tenían que vérselas, encarna
ba dos tipos de «orden» distintos. Estaba el orden de la naturaleza, evi
denciado en el ciclo anual de las estaciones y en las cambiantes mareas
mensuales. Las actividades prácticas (la agricultura y la nave gación, por
ejemplo) dependían de la capacidad humana para lograr el dominio de
dicho orden, aunque este influjo fuera marginal en el mejor de los casos.
La palabra tradicional griega para describir este tipo de orden era la de
cosmos; y, así, decir que el universo astronómico (ouranos) era un cosmos
equivalía a admitir que los acontecimientos celestes no se producían al
azar, sino siguiendo un orden natural. Pero había también otro orden : el
de la sociedad, como se evidenciaba en la organización de los sistemas de
irrigación, en la administración de las ciudades y otras empresas colecti
vas, donde todo ocurría ostensiblemente bajo control humano, aunque la
avaricia de los tiranos y los intereses de grupos enfrentados produjeran
grandes quebrantos en el tejido social, haciendo incluso difícil pensar en
la existencia de hombres de buena voluntad. La palabra griega que deno
minaba este segundo tipo de orden era la de polis; y, así, decir que una
comunidad (koinoneia) formaba una polis equivalía a reconocer que su
práctica y organización tenían una coherencia general que la cualifica
ba-tanto en el sentido antiguo del término como en el moderno-como
unidad «política».
Desde los orígenes de las sociedades humanas a gran escala, la gente
no ha dejado de preguntarse por los vínculos existentes entre cosmos Y
política, o, lo que es muy parecido, por el orden de la naturaleza Y, el de
la sociedad. Son muchas las culturas que han soñado con la armonia ge
neral entre el orden de los cielos y el de la sociedad humana. Así, p or
ejemplo, en la China clásica la gente hablaba del campo con1 o del reino
celestial mientras los dirigentes basaron su autoridad en el mandato del
cielo; asimismo, en el 7 50 a. C., una de 1 as pri· ncipa· 1 es ins · r·1 tl1ci. ones est-1-
L L '"
de-
tales de Babilonia fue la oficina de los vaticinios, cuyo co inetido era
1e··� los <<tnalos au t,u-
ff
~
sentranar los eventos cele stes r e gu 1 ares y adv e r ti· r
. t· J L
107
cosMÓPOLIS
ca .1·
111 i cJ,. a
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"'
/ l " a , Platón sostie ne as1
. 1n1 sm o, en ter minas re-
1ne ns · . ua. l. .
CSY> . ) 1...
r,1 .' 1 l a R t 7 i c
/ · 1 he ch o de rec on o ce r la ex ist e n cia de un orden <<racional»
tor1cos, que e . .
. e io p . u ede fortal ec er nu est ra co nfi a nz a en la p os1b i-
en e l s1st · erna pla netar
onal» en la manera de go-
lidad de alcanzar un orden igualmente <<raci
res.
bernar los estados y las sociedades de los homb . ,,,
Posteriorn1ente, cuando Alejandro Magno extend10 el horizonte de
los griegos inás allá de su original preocupación por las ciudades indivi
duales, los filósofos estoicos fusionan los órdenes <<natural» y «social>> en
u na sola unidad. Según ellos, todo lo que había en el mun
do manifestaba
de distinta manera el «orden» o razón que mantenía unidas todas las co
sas. Tanto las regularidades sociales como las naturales eran aspectos del
mismo cosnios <<y>> de la misma polis en general; es decir, de la misma cos
mópolis. La idea práctica según la cual los asuntos humanos estaban in
fluidos por los asuntos celestes-y corrían parejos-se convirtió en la
idea filosófica de que la estructura de la naturaleza reforzaba un orden
social racional.
Desde los tiempos de san Agustín (hacia el 430 de nuestra era), la idea
de la cosmópolis tiene un papel menos importante en la teología cristia
na. La atención se centra, en primer lugar, en hacer ver cómo los seres
humanos fracasan a la hora de mantener el orden 1noral o de alcanzar sus
ideales personales dentro del mundo humano, el «pecado»; y, en segun
do lugar, en impulsar las disciplinas espirituales mediante las cu ales se
pu ede aprender a superar las flaquezas (la «salvación»). Según este enfo
qu e, el orden natural es sólo un telón de fondo por delant del cual se va
e
desarrollando la trama del dra1na humano. Así conce
bidas nuestras teo
rías sobr� la naturaleza tienen poco que ver co
n la teol;gía general, y
menos aun con la moral. Los debates sobre
la cosmología se dejaron en
manos de los filósofos ' ya fue · ran P 1 ato,, n1· cos, ar1st · , si· n
. . · ote,, h· cos o estoicos
importar demasiado ' teológicamente h ,,
,, a blando, cual de estas escuelas se-
guia cada cual.
Pero, con el Renacimiento, e1 int · eres
,, . ,,, de I os lectores laicos europeos
por 1 os textos clas1cos recién descu b"
iertos reaVIvó el interés por la cos-
molog1,,,a. Despue6 /
de Dante ' se volvió deb·a ·
de1 univers · o, e1 humano y el natura1 · L
ª tlr so bre la estructura g1 o b a 1
as especulaciones sobre la posible
108
r EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII
. . de la época, los
- ·tuación problemas relacionados
l --i1 a l)H.· l �1 cuenta e·le.. ¡.�1 51 . / .
� 1150 racional y la necesid
. . se
� , el con ad, que los escept1 cos del
con I a certeza
o con10 un· desafío a la filosofía, eran, pues, mucho
S l· g 1 O XVI h a l) 1/�1 n deJ·ad
. . . /
1113S�/ que Ill. eras . , ctiestiones de gusto teó rico o de op1 n1on personal. René
. . .
Descartes sufrió en su person a las con secu enc ias del ases i nat o de E nri-
que IV y de la Guerra de los Treinta �os que le siguió, en cuyo trans
curso los ejércitos protestantes y catohcos trataron de probar la supre
macía de sus posiciones teológicas mediante la fuerza de las armas. A la
n1uerte de Enrique IV, John Donne reconoció también el colapso del ar
n1azón cosn1opolita que hasta entonces había sustentado gran parte de lo
más cualificado en la vida y el pensamiento de Europa. La gente en ge
neral se quedó desconcertada, sin asidero al que agarrarse. Desaparecida
la figura equilibradora y tolerante de Enrique, el impulso hacia la guerra
general alcanzó un punto que escapó al control de cualquier poder ecle
siástico o político, y la filosofía del escepticismo se convirtió de repente
en un lujo que pocas personas podían permitirse.
Sólo si tenemos presentes estas circunstancias estaremos en condi-
. ciones de comprender por qué la <<búsqueda de la certeza» alcanzó el
atractivo que tuvo a partir de 1630. El hecho de que la filosofía pasara de
tratar cuestiones prácticas a preocuparse exclusivamente por cuestiones
teóricas-con lo que cuestiones locales, particulares, temporales y orales
dieron paso a cuestiones ubicuas, universales, ate1nporales y escritas-no
fue una ocurrencia personal de Descartes. Todos los protagonistas de la
filosofía moderna privilegiaron la teoría, devaluaron la práctica e insis
tieron por igual en la necesidad de encontrar al saber unos fundamentos
que fueran claros, distintos y ciertos. Frente a las pretensiones dogmáti
cas de los teó_logos rivales, resultaba difícil a los espectadores de buena
voluntad liinitarse a la fría modestia de un Erasmo o un Montaigne, que
habrían rep etido (siguiendo los pasos de Pirrón y Sexto En1pírico)
que era un error que los teólogos reclamaran certeza en cad b do y que
a an
el candor humano nos en1pujaba a admitir que los asunto
s de la fe son in
telectualmente inde�? trables y, po r tanto, inciertos
; . Los protagonistas
de la� guer�as de rehg1on no 1nostraban ningún interé
s por el escepticis
mo n1 habr1an desconvocado sus guerras por razon
es lacedenlonias· al vi
vir en una época de alta tensión teológica, la ún
ica alternativa q�e les
I 10
EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII
I 11
COSMÓPOLIS
t-ri �l otra solución qu e la de seg uir con1b atiendo una gu etra intermi
ocu
n�1hlc.
t end e la versión ofi-
Si el siglo xvi I hubiera sido tan apacible corno pre
ble el planteamiento
ci�l l Je Ja ;nodernidad, podría hasta resultar acepta
la l
tipo «torre de marfil» de la filo�ofía del si,glo xv11. : ero rea id�d es �ue
nadie fue indiferente al torb ellino de la epoca. As1, en el sangriento 1m
pa.1:ff teológico que impuso la Guerra de los Trein�a Años,_el escepticismo
filosófico se volvió 1nenos atractivo, y la certeza mas atractiva. A largo pla
zo, la esperanza d e descubrir unos modos cuasi geométricos de resolver
las cuestiones teológicas básicas se demostró vana. Pero no es ésta la cues
tión. Nuestra tarea es aquí explicar por qué, en la época, el programa ra
cionalista resultó tan atractivo para las nuevas generaciones de lectores y
pensadores que eclipsó a las modestas y escépticas luces de los humanistas
del Renacitniento. La recepción de las ideas de Descartes es, así, una cues
tión histórica que exige una respuesta en términos igualmente históricos,
una respuesta a la que sólo llegaren1os si tomamos verdaderamente en se
rio los efectos arrolladores del conflicto religioso del siglo XVII.
Los historiador es de la primera fase de la era moderna hacen bien en
destacar el desorden social y el retroceso económico que caracterizaron
a la vida europea de principios del siglo XVII. Sin embargo, si bien las cau
sas económicas y sociales pued en tener efectos intelectuales y espiri
tuales, puede ocurrir también lo contrario. Si volve1nos los ojos a la si
tuación actual de Irán, el Ulster y el Líbano, donde las rivalidades
econó1nicas y las diferencias r eligiosas han influido y s e han r eforzado
1nutua1nente, estare1nos en condiciones de comprender mejor cómo la
pérdida de consenso en n1at eria teológica, cosmológica, etc., y en otras
creencias fundam entales incidió poderosamente en todos los demás fac
tores de la crisis d el siglo xv11. Ta1nbién comprenderemos mejor lo difí
cil que resultó, una vez abandonada la política d e tolerancia religiosa de
Enrique IV, n1aritener viva la política intelectual de los humanistas de cues
tionar todos los enunciados dogmáticos y de respetar las sinceras dife
rencias de opinión.
La crisis general de principios del siglo XVII no fue, en suma, sólo
e�o�ón1ica y social, sino también intelectual y espiritual: supuso el hun
dnn1ento de la confianza pública en el antiguo consenso cosmopolita. Así
pues, en lugar de ver a los filósofos del siglo XVII como a unos sonámbu
los en n1edio de los torbellinos de la época, conviene ver la filosofía mo-
112
►
EL CONTR:\RRENACL\llE
NTO DEL SIGLO X\'ll
.: H�1sta
'-
qué punto, pues, las ideas'- filosófi
, c·1s
.. , d, 1 e I)es
. , c-..11•tp•s
�- , t�1 ¡ V COlllO h. IC-
..
rOil rec1b1das por sus conte1nnoL 1neos v. '-suces') , � res', , t)t·1-,.,,c
· ·
.t '"' 1· e.,,t.,)
� 1·1 una v1s1 on
>
a la teoría intelectual
Fl /)is(tll·so dt 'I 111 /todo propone un 1nodelo par
ge metría de Euclides,
que empieza aplicando métodos alg�braicos a 1� �
t1fico que se preste al
pero que puede extenderse a cualqmer camp� c1en
anúlisis fonn�1 I. f)escartes no dio a la luz el Discurso de ma ra separada,
ne
sino como prólogo a tres muestras en q,ue apli:a�a su nuevo método para
coordinar la geoinetría, la n1eteorolog1a y la opt1ca. A pesar de la fuerza
i i naginativa (ie sus �\leditaciones, no debemos olvidar el enorme trabajo
que Lle supuso la física teórica, sobre todo en la preparación de sus madu
ros Principios de filosoj1a, obra en cuatro partes en 1� que se propone esta
blecer un sisten1a global para la física teórica. La física de Descartes re
sulta hoy a n1uchos extraña y rnal cin1entada: su fama de científico, como
la de ,_l\ristóteles, se resiente por la cantidad de datos inaceptables que se
encuentran en sus obras. Más in1portante, y perdurable, es el influjo de
su n1odelo para la estructura lógica de las teorías, modelo imprescindible
para todos los sisten1as de física posteriores, a partir de Newton.
Ne,vton publicó sus Principios 1natemáticos de la filosofía natural en
1687. Constaban de tres partes, y la mayor parte del libro segundo está
dedicada a un exan1en detallado de la teoría de Descartes sobre el movi
n1iento planetario. En la época de Ne,vton, esa teoría-según la cual los
planetas se 111ueven alrededor del sol por la circulación de «vórtices>> (o
torbellinos) en una sustancia interplanetaria ingrávida-fue la precurso
ra más plausible de la explicación del propio Ne,vton y •«la única que su
perar»; pero Ne,vton deja bien claro que ésta no puede encajar con los
datos conocidos sobre el n1ovin1iento planetario si no formulamos una
docena de presvpuestos, altan1ente in1probables, sobre la densidad de la
sustancia interplanetaria y otras cuestiones cruciales. Sin embargo, el he
cho de que Newton juzgara conveniente exponer la teoría de Descartes
de n1anera tan prolija n1uestra a las claras la importancia que tuvo aque
lla para él. Nadie había ofrecido un análisis del sistema solar tan global
como el bosquejado por Descartes, lo que explica que Ne,vton expusiera
sus teorías siguiendo las pautas rnetodológicas del francés.
El 1nétodo consistente en basar las teorías en conceptos <<claros y dis
tintos>> sedujo, así, a Descartes por dos tipos de razones: instrumentales,
en cuanto que resolvían problen1as en las ciencias empíricas, e intrínse
cas, en cuanto que eran fuente de «certeza» en un n1undo en el que el es
cepticisrno se n1ovía a sus anchas. 1.t\ veces, esta dimensión dual dejaba
algo oscuras sus prioridades. Por ejen1plo, al final de los Principios de filo-
EL CONTR..ARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII
sofía, Descartes se niega a exigir certez·i, lo,,, gi·c·,1 o tneta fí.,,s1c • a a su exphca-
. ,,
c1on de la naturaleza. No puede probar forn1alnlente que su s1st ·
e1na ll e
� , .
filosofía natural sea la un1ca teoría libre de cont . ran •
. J 1cc 1on es o 1nc •
ons1s-
•
. ·•
tenc1as. Con todo, deben1os consid · erarlo u11a 111a( 11era aproxn· nat.1va · el e
. . ,,
descifrar fenomeno . .
s naturales y, con1o tal, so"lo posee certeza n1ora
1.
Pero no se deb inf
e ravalorar la <<certeza 1noral >> • Enfrenté1nos J a un guion · ,,
1
EL CONTRARRENACIMIENT
O DEL SIGLO XVII
I I 7
COSMÚPOLJS
a la retórica. Para
cihiú L1 cxistcnci�1 de una íntin1,1 relación entre la étic y
él, un�l postura ética era sietnpre la de una_ persona concreta en unas cir
cunst�lncias concretas y en relación especial con otras personas concre-
tas: Lt particularidad concr:t� _de e:�ª cas_o era «de la e:enc�a>> . �a _ética
era un catnpo 110 para el anahs1s teorico, sino para la sab1dur1a practica, y
era un error tratarla como ciencia universal o abstracta. Esto era exacta
tnente lo que los filósofos del siglo xv11 tuvieron que hacer para que la
ética se uniera a la física y a la lógica en el lado racional de la valla y es
capara del caos de las opiniones diversas e inciertas. Así, mientras la iro
nía de los panfletos anónimos de Pascal destruía las pretensiones intelec
tuales de una <<ética de casos concretos>> , Henry More y los platónicos de
Can1bridge totnaban a Descartes corno fuente de inspiración y aborda
ban la tarea que Aristóteles había considerado imposible. La ética prácti
ca pasaba ahora a ocupar un segundo lugar, mientras que la filosofía mo
ral etnprendía el camino teórico de la filosofía natural. En vez de seguir
las nin1iedades de la práctica moral, los filósofos se centraban en clarifi
car y distinguir los conceptos de la ética y en formular los axiomas uni
versales y aternporales que (para un racionalista) deben estar en la misma
base de cualquier sistetna de ética «racional».
E;n el á1n bito del derecho, la administración práctica de la justicia se
guía descansando en los rnétodos concretos y limitados de la tradición ju
rídica vigente; pero la jurisprudencia académica se propuso unas metas
cada vez 1nás formales y teóricas. En esto los estudiosos no esperaron si
quiera a que Descartes les marcara la pauta. Grocio, que era natural de
Holanda, aunque vivía a la sazón exiliado en París, publicó su tratado So
bre el derecho de la guerra y la paz (De Jure Belli et Pacis) en 162 5. Sin aban
donar los casos concretos de los análisis anteriores, reorganizó las nor-
1nas generales del derecho práctico convirtiéndolo en un sistema cuyos
principios fueran la contrapartida de los axiomas de Euclides, lanzando la
jurisprudencia por una vía <<centrada en la teoría» que iba a perdurar en
la Europa continental hasta principios del siglo x1x, cuando la crítica de
Savigny a la historia jurídica obligó a los estudiosos a replantearse el ca
rácter universal y abstracto de sus «principios». Aparecida en un mo
tnento crucial, en 1nedio de una guerra bárbara y descontrolada, la obra
de (;rocío produjo una gran impresión no sólo entre los abogados, sino
tan1bién en el inundo intelectual en general; y puede que su onda expan
siva diera a Descartes, que se hallaba en Holanda a principios de los años
118
í EL CONTRARRENACii\1IENTO
DEL SIGLO XVII
tos ' t ransit de la expe rien cia hun1ana se � conv1r · t_·10,, en ras-
. .
ªº distinttvo de• la vida cultural en general y' en especial, cie- l·c:l fil1 OS O_ f,,la.
t:i
,\Jgunos estudiosos hablan sobre las preocupaciones de Descartes, por los
,. .... • • e:
l medicina. Pero el filosofo fran
Prob e mas de la
... ,, •
- cés no se preocupo,, por
. . . .
ningú� proced1m1ento que pud1er� se1:1rle para_ el tratamiento temporal
_
de pacientes concretos. Lo que n1as le intereso fue encontrar el inodo de
explicar el funcionan1iento del cuerpo en térn1inos de 1necanistnos físicos
y quín1icos. Sus intereses fisiológicos anticipan, pues, 1nás a <<la ciencia
biomédica>> que a la medicina clínica. Tan1bién en política, la irritación
por el carácter particular y concreto de la etnografía y la historia alentó
el nuevo estilo de «teoría política» del que resulta paradign1ático el Le
z,ifitán de Thomas Hobbes. Dada nuestra familiaridad con su rnétodo, re
sulta fácil olvidar la gran novedad que supuso este estilo de teoría. Al
igual que Tucídides en Atenas, los filósofos políticos de la Italia renacen
tista, como Maquiavelo y Guicciardini, basaron sus plantean1ientos polí
ticos en análisis razonados de la experiencia histórica y partían, así, de
una ciudad, estado, reino o república, tal y como funcionaban en la rea
lidad histórica concreta. Pero, a partir de 1640, la teoría política se abor
da en términos abstractos y generales, y se ton1a al ciudadano o súbdito
individual como unidad de análisis (el <<átomo» o <<partícula» de la polí
tica), de manera que el problema surge ahora al explicar la lealtad políti-
ca del individuo ante el Estado.
El último, pero crucial , ámbito que deben1os considerar es el de
la teología. Nuestra explicación revisada sitúa el tránsito de la priine�a a la
segunda fase de la modernidad-del hu1nanis1no del siglo XVI al racion a
lismo del siglo xvn- en su contexto específico: la crisis de la c:iltura
europea que se produjo cuando los activistas de la Contrar:etorn1�,
encabezados por los jesuitas, se enfrentaron a los pro teStª 11 tes in _ � � ansi
�
. · sic to n L1s
gentes y a sus seguidores po l1t1cos " . ¿ C,,01110 re t:,1 eJ'aron est·l tran
e: - " �
. · teo-
ensen- anzas formales de las igles .
ias y el est1·1o inteI ectu.,• l 1 (iel- debate,, .
ton1ando cuerpo -1 a t...i1oso t·",1 ª 11·'1tur·1l <<t
. . nate1nat1ca \'
1o,, g1co? Conforme iba e: ,,
exper1. mental», y la geometr1a ,, euc 1.It1.iana se vo 1 v 1".'1 c·'1 d-- '1 vez 111�1s 1nfluven
•
. · . 1c10 . · ,,.:s,
te, fueron muchas las personas que especu1aro- n s, o bre I•'·1s ¡ _ n1 1 1lt c� 1u
. . os de ph ...
l �lt
teo1,,og.1cas del nuevo n1ov11n1ento y exp l or,.1 ron nu ev os 1nod �1
l l 9
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. un per� fe ct o e1er np lo de h1sto11.1
p10. s d e l siglo
· xv111. Su argumen ·,,
tac1o
I2I
<:<>Sl\tÓJ ()l,IS
>
123
cosMÓPOLIS
so sp . ec� ·l os ,,
,ls., 1· , tes is oficia l sob re la 1nodernidad trató, así
consa• 1 crat 1 o 1 _.1, • 1
•
•
'
ne ra an ac . ro ,, n1c· - .a,
. l
te oon
t · e r en el hab
de 1na . . .
,,
· por 1·a t(>leranci· a y por el bie. nestar y la d1vers1dad huma-
LJ preocupac1on . . ,, . . .
,, · que hay que atrib uir n1as bien a los hum a nistas del si glo
nos. U n 1ner1to ,, ,, .
una filosof1a escept1ca que
xv1, pues estas pos'tur. as corrieron pareJ· as con .
s, est aba n ob lig ados, al menos
los filósofos racionalistas, como Descarte
o.
en público, a rechazar y a poner en entredich
ALISMO
PRIMER DESMARQUE RESPECTO DEL RACION
dados.
125
(:OSMÓPOLIS
127
cosMÓPOLIS
~ .
o e n tre la filo sof í a y las humanidades-la historia
b·1' así un· extranam1ent que .b
1 a a per d ura r pr
,. .
ac t1c a
'
ra ,.
ft a, 1 a re ,,
to ·
ri .
ca . y la casuística- men-
la etnog
.
te hasta hace poco tieinpo
r
P opios .positivistas .
. Pero los cimientos de una ci· enci· a rec
. onstruida no
son un sist e ma d e id e as «obvtas» o de axiomas <<1o .e rma1es». Es e1 si• gu i• en-
.
te elemento en la secuencia histórica de modelos de exp 1ca
. as») que han configu ¡· ci· on
,, («para-
digm rado sucesivas fases en la historia de 1a f"1s1c · a.
Así que, a I a hora de I a l.iqu1.dación final , los fiilo"so1ros 1 de 1a ci· enc·ia ·intere-
' sad os por los fundamentos de la física no pueden cavar más hondo de 1 o
que permiten . los «para d igmas» vigentes.
No todos vieron enseguida el tipo de cambio que representaba exac
tamente esta propuesta ni lo mucho que se alejaba de las cuestiones acon
textuales del racionalismo cartesiano, para volver a aproximarse, inver
samente, al candor histórico de la tradición humanista. Dirijamos la
mirada por unos momentos a sus resultados. Al analizar una ciencia su
propuesta sustituye los sistemas de axiomas, que aspiran a una validez
atemporal y universal, por paradigmas, que son las creaciones de una
época o fase de la ciencia en cuestión. También sustituye el sueño de un
método singular, aplicado a diestro y siniestro, por la r ealidad de unos
métodos explicativos plurales, cada uno de ellos limitado en cuanto a su
alcance y durabilidad. En lugar de basarse en un análisis formal de la es
tructura lógica de cualquier teoría científica, como intentaron hacer los
filósofos positivistas de Viena en la década de los veinte, se basa en e l
análisis histórico de diversos y variables conceptos de diferentes ciencias,
y en momentos diferentes.
Como vemos, las cosas se alejaron bastante de la filosofía descontex
tualizada de La grande encyclopédie y de las ambiciones formales de la cien
cia unificada, y no hubo que esperar mucho para que las implicaciones
del nuevo enfoque fueran atacadas por quienes defendían las_ viejas_ambi
ciones racionalistas. Los racionalistas siempre habían tenido miedo ª
venderse a la historia y la psicología, y a emitir juicios racionales so�r e
una ciencia rehén de los avatares de la conducta humana. Lo cual rein
troduciría inevitablemente esa ambigüedad e incertidumbre que los
SU
COSMÓPOLIS
. . a. D es , pu .,.
es de 1 9 6 5 apr ox imadamente, las reu .
niones profe-
de la c1en c1 .
. am b os gr upo s inc l uye ron sesi ones sobre sus . intereses comu-
s1ona1 es de. ·Jaron su mi. edo a la corrupc1on .,.
m ,, .
· dores reba eta fis 1ca lo
nes. Los h1stor1a ,, . . .
..
en te pa ra d eba tir asp ec tos filo sofi cos de la c1enc1a an .
terior; y los fi-
sufici . . . ,, .
· ron también su desc onfia nza hacia la contingen cia h1stori-
.,. 01ros rebaJa
l0s
ejen_iplo, có�o las ideas sobre el
ca lo suficiente para preguntarse, por
o segun las fases de la his-
.
«método» 0 la <<objetividad» habían cambiad
toria de la ciencia.
'
.....
,
EL CONTRARRENACIMIE
NTO DEL SIGLO XVII
132
CAPÍTULO TERC
ERO
LA COSMOVISIÓN MO
DERNA
1 33
. . ! '1
-
COSMÓPOLIS
d. 1e . v a)es
· , y prime ros soberanos nacional es. En el verano
,nos n1 on ,1r ca s rne . . .
. , precipitando la . .
ho mutis por el foro crisis del
de 16 1 o, a,n l )OS, h·a l J 1/an hec · /
' ( 0. que va, (1 e� 1 ÓlO a 1· 65o. Despues de 1650, las cosas volvieron a su
penol
e, y no qu e.. daba ya ·
nin gu/ n asomo de duda de que el feudalismo ha-
cauc _ . a, al i. al
, · an
· (;r Bre tan a y Fra nci gu que en Ho-
l.)la pasa(lo a meJ·o.r vi·da • E,n .
landa, el soberano iba a gobernar � parttr de ahora no c�?1º :I h�r�dero
, la en�a:n�cion s�mbohca de
feudal del patrimonio de un pais, sino co1:10
la nación propiamente dicha. Este cambio necesito cierto tiempo para
hacerse irreversible. Los posteriores Estuardos de Inglaterra, Carlos II y
Jacobo II, comprometieron su poder tratando de cerr�r los �jos a lo que
era irremediable; pero, en la década de 1690 ya no habia nadie que duda
ra de qué lado se había inclinado la balanza.
La c;uerra de los Treinta Años tocó a su fin en 1648. La paz tuvo más
tintes de puro agotamiento que de verdadera conquista. Lo que empeza
ra como un conflicto local entre ducados y pequeños estados alemanes,
en 1630 se había convertido en una guerra, y combatida por procuración,
entre superpotencias extranjeras. El protagonismo católico estuvo a car
go del emperador habsburgués de Austria, Fernando III, apoyado a dis
tancia por sus parientes de España. El cabecilla protestante fue el rey
Gustavo Adolfo de Suecia, que actuó como ambiguo mercenario para los
reyes franceses Luis XIII y su delfín y sucesor, Luis XIV. El resultado fue
un auténtico callejón sin salida. Las negociaciones se iniciaron en Ham
burgo en la temprana fecha de 1638. En 1641, las partes en conflicto
acordaron sentarse a hablar sobre un arreglo definitivo en dos ciudades
de Westfalia (Austria y Suecia negociaron en Osnabrück, y Francia y
Austria en Münster), y en el verano de 1642 se aceptaron los borradores
de los tratados. Pero la guerra se alargó seis años más mientras se perfi
laban los últimos detalles prácticos. Fernando no hizo concesiones defi
nitivas hast� después de que las fuerzas protestantes en sus campañas de
_ ,
1 6 8, invadieron Baviera y pusier
� on sitio a Praga. (Esta deprimente his
toria resulta conocida a cualquiera que si ier
gu a de cerca las negociacio
n�s para acabar con la intervención de las sup
erpotencias mun diales en
Vietnam Y Afganistán) � los tratados de
Münster y Osnabrück, redacta
dos en su forma defimtiva, se suelen ref
erir conjuntamente los historia
dores con la expresión de «la paz de W f
_ , · est alia». Una vez que llegó la paz,
se establec10 un sistema de <<naciones-e
stado» soberanas que sentaron 1 as
bases de la estructura port· i ica Y dip· Iomatic
,. · a de Europa hasta la Primera
1 34
►
LA COSM OVISIÓN
MODERNA
que el emperador había cedido cosas que a él no le competía ceder: los bienes de la
iglesia a herejes en perpetuidad, la libertad de culto a los herejes y una voz en la elec
ción del cabeza del Sacro Imperio Romano. Era una paz contra toda la ley canónica,
todos los concilios y todos los concordatos.
«anglicana». ·
· va I ' una Je· "'-
,,. . ,,. . para. e1 futuro. En la iglesia n1e(I ie
Esta iba a ser la to n tea
1 35
--
COSMÓPOLIS
. ,, · . d 1 iin . as tí de lo s H ab sbur-
s1gu10 considerandose como una desl ea a I t a ª e · L
a
. s n os . y p r o t e s1
. · o n al es tu
.
vo que esco-
• '.l , ,.
COSMÓPOLIS
n te se 1 e nego
,,
el der ech o a eJ· erc er muchas profesiones y se vio
prote sta . ,
res , lo qu e la ob hg � a replegarse a
expuesta a frecuentes ataques milit�
do del Macizo central. Mu-
sus e1orta1 ezas tradi·c1·onales, en lo mas profun ..
to con sus 1h
fam as a campo
chos hugonotes cualificados emigraron jun
barcaron rumbo a Ingla
traviesa O se convirtieron en boat people y se em
table entre religio
terra O América. En otros lugares, este equilibrio ines
nes provocó que a los disidentes se l�s negara� opo�tunidades políticas o
sociales, incluida la posibilidad de 1r a la un1vers1dad o de optar a un
puesto en el parlamento o la judicatura . Pero, _de una u otra �aner�, se
consiguió un equilibrio entre la plena tolerancia y la plena un1form1dad
que sirvió para ahuyentar los temores (y los horrores) de una nueva
guerra de religión.
Si cada nación abordó el problema de la estabilidad social y la tole-
rancia religiosa de manera distinta, los motivos que presidieron sus
acciones reflejan sus tradiciones anteriores y otros relevantes hechos his
tóricos. En un extremo, las Provincias Unidas de los Países Bajos (Ho
landa) eran un país «joven>> que había expulsado los ejércitos de la Espa
ña de los Austrias hacía apenas ochenta años. Carentes de la rémora de unas
instituciones añejas, sus gentes crearon nuevas formas sociales de con
fianza mutua, de manera que la mayoría calvinista consiguió ser inhabi
tualmente tolerante con la minoría católica. En el extremo opuesto, los
Habsburgo de Austria y España se erigieron en los paladines del catoli
cismo y equipararon la heterodoxia al desorden social. A principios del
siglo xv1, Carlos I de España y V de Alemania se había enfrentado a la
«guerra de las comunidades» (una revuelta cuasi cromwelliana encabe
zada por tres mercaderes provinciales: Padilla, Bravo y Maldonado), que
le sirvió de excusa para conve_rtir o expulsar indistintamente a musulma
nes, judíos y protestantes. Un siglo después, el poder económico en de
clive de España asistía impotente a la fosilización de sus instituciones, fe
nómeno que prosiguió después de que la dinastía borbónica sucediera a
los Austrias. A partir de entonces, los Habsburgo de Viena fueron el
mascarón de proa de la Europa conservadora de la Contrarreforma. Des
pués de �as revuel�as liberales de 1848, el joven Francisco José se mostró
tan reacio a cambiar como se mostrara su primo lejano Carlos V tres si
glos antes.
E�tre estos extremos, Inglaterra y Francia fueron
los ejemplos repre
sentativos del desarrollo «nacional». En Inglaterra, des rtunado in-
el afo
--
LA COSi\10VISIÓN i\fO
DERNA
COSMÓPOLIS
......
LA COSMOVISIÓN
MODERNA
para su estudio fuera un «diálogo aten1poral» entre las grandes 11_1 ent: s
'.\ ,
del pasado. En ambos aspectos, hay tanto que aprender sobr� la � 1���0�
1 ''.
s)
de la ciencia y la filosofía «recontextualizando» los debates cientihw
1 45
COSMÓPOLIS
constituirá una nueva lengua que se pueda escribir y hablar. Esta lengua será difícil
de construir, pero muy fácil de aprender. Será rápidamente aceptada p or todos ª
· '
1 ad , Y servira maravillosan1ente para
causa de su gran utilidad y su sorp rendente fac1·1·¿
la comunicación entre los distintos pueblos.
. .
¿ Estaba Le1bn1z . .
aqu1 1 a •
1nvenc1on
· ,, de una lengua artificial.
ant1c1pando ,,
como el esperanto o el volapük? E,, 1 no parece 1·nnitarse sólo a esto . Si
. .
. 1n-
b1en es verdad que una de las metas de su nueva 1engua era. conseguir . ,,
s1on
ter locutores en todos los países y, por tanto, SUp erar la 1ncon1pren
. . ,, ba detenerse en una�· espe-
1nternac1. onal, no es menos ciert o que no pensa
. .
c1e de criollo o lengua base uni versal. A ntes, bie · n, es· r-"1 ba convenc1(io d:,,e
1 47
COSMÓPOLIS
.
1110 pa .
r�1 e 1 .
co ntr ol del trá fico aéreo, el esperanto es una lengua
.....g·oc1os co . ,, .
e ser : «¿ Co nse gu 1ra algu n a vez el J
1nuerta. U na t)U erla pregunta pued a-
¡--;;
ponés desbancar a l.1ng es. » . . .,
·
· e 1 , por eJ emplo, en los debates sobre la telev1s1 on o la co-
A otro n1v
proyecto de Leibniz sigue es-
nexión cibernética entre distintos países, el
· . la pauta internacional para la transmisión de las
tando VIVO. e·Cual" . será . .. ,,
ope rati vos ut1h zaran las redes infor-
señales de televisión? ¿Qué sistemas
máticas internacionales: los diseñados por IBM, Xerox, Toshiba o Ma
chines Bull? Leibniz vio atinadamente en el chino un desafío especial: los
ideogramas plantean importantes problemas para el diseño del software
informático. Sin duda, en términos prácticos, las personas con mejores
credenciales para ser los legítimos herederos del programa de Leibniz
son los ingenieros de la información. Pero las luminosas metas del sueño
de Leibniz siguen enfrentándose a los mismos obstáculos. La televisión y
los ordenadores proyectan más allá de las fronteras nacionales no sólo
«ideas universales» y <<razonamientos libres de error», sino también
conflictos culturales y malentendidos internacionales. En I 677, a los
treinta años de edad, Leibniz se refirió a su proyecto en estos términos
grandilocuentes:
1 53
cosMÓPOLIS
. .
de n en sus, co n tras t es más importante s. Ningún formalismo
s
. ,
111,1 q
. ue u1 c1 .
inte rp reta rs a s1,, . m is,mo . Ning ún sistema puede va 1·d 1 arse a sí mis-
l)uede e
,,. uede e · e mplificarse a s1,,. misma . .
. . N 1ngun a lengua
n10. Ninguna te oria p J . . . . . .
us prop ios s1gn fica d os. y nin gun a ci e n c
for1nal · pu· ede prede terminar s ia
1
• · · ,,.
. .
pue de vat ici nar que,,. te cnología pre cisa va a terminar ten1 endo 1nteres hu-
con el empleo de nuevo saber
mano. Al abord.ar prOble mas relacionados. . . .
para fi1nes de 1 b1en hum ano ' conv iene olvidar el ideal de la exac tit u d in-
bas y las c rtezas ,,. .
te 1e ctual, con su exalta ción de las prue e geom etr 1 cas, y
. ,,. . .
tratar, en cam b 1· 0 , d e r e cup e rar la modestia practica de los hu man istas
. .
que les permitió vivir libres de ansiedades, a pesar de la 1ncert1 dumbre, la
ambigüedad y el pluralismo.
de filosofía natural producido por una sola mente podria ,, ser p1 enamente
.
convincente. Para Newton, en cambio , segu'n sus pr1n · c1· ·
tos ma tem , ·cos
att
,, . p
de la filosofia natural, los <<axiomas o leyes de movi·m1·ento» no descan
san
en la o bra de un sol o teórico. En su definicio'n de fuerza, mov1·m1e · nto y
masa, apela a hec hos colectiva. mente conocidos sobre el movimiento d
los péndulos o de los cubos de agua y sobre las fluctuaciones del calen�
dario s�d�ral. Par� todo es�o, Newt�n se basaba en la obra de otras per
,
sonas; el 1naugur� la practica de la investigación en colaboración que ya
lleva más de trescientos años funcionando.
En Leibniz, las dificultades son parecidas. Está muy bien ponerse a
trabajar a partir de los principios de una <<lengua universal»; es, además,
necesario preguntar qué se dice en esa lengua susceptible de ser acepta
da por eruditos de todos los países. Una vez más, Leibniz daba por sen
tado que cualquier teoría legítima se podía confirmar o rechazar sobre la
base de su «aceptabilidad racional». El mismo manifestó que la idea de
átomos, así como la de vacío, le parecían racionalmente repugnantes, por
fijar límites al poder de Dios. Limitar a átomos de un tamaño mínimo la
subdivisión de la materia suponía restringir, a sus ojos, las posibilidades
de la Creación de una manera innecesaria, arbitraria e irracional. De ma
nera parecida, cualquier región del espacio era para él el locus de algún
tipo de sustancia física. Aun cuando no existiera nada más que un ca1npo
gravitacional, el espacio no estaría (a su entender) vacío.
En 1710, había varias hipótesis a la mano capaces de explicar el mo
vimiento de los planetas, el calor, la luz, el magnetismo, la cohesión cor
poral y una docena de otros cuantos fenómenos físicos. La explicación de
Newton, según la cual el espacio interplanetario se hallaba de hecho va
cío, contó con mu chos seguidores en Inglaterra. Pero, en Francia, la ma
yoría de los pensadores creía que las objeciones a un «espacio totalmen
te vacío» eran demasiado importantes y apoyaba la teoría de Descartes
sobre la existencia de un éter interplanetario, con vórtices que transp�r
taban a los planetas alrededor del sol. Por su parte, a Leibniz sólo le m
ob
teresaban los sistemas de filosofía natural que tuvieran en cuenta sus
muy
jeciones apriorísticas. Su procedimiento ecuménico era una manera
utI d e
·
ones so b re 1 as que no s e po ní an de acuerdo la teo-
,, ·¡ reso1ver cuesti
,, esperaba utilizarlo para
º
1og1a ,, catohca ,, . y la protestante; pero e 'l tan1b ten
. .
diluc1dar qué teor1a .
lica ba me .
Jor l as ,
or b
º
itas elíp
· . tic as de los planetas V
,, exp
la aceleración de los cuerpos en su caída.
1 55
co sMÓPOLIS
1 57
cosMÓPOLIS
. . s1
. u1• eron C�<Jn· bastan . te facilidad otras dicotomías varias: lo
vorc10, y se g .
a 1 o nate rial , las acciones frent e a los fenomenos, las ac-
111e nt a 1 .
re
t· nt e 1 · .
.
es t·
ren . t e a
. los suc esos
· ' los pensamientos frente a. los obJetos ' lo
tuac1on .
t·re n t e a l< ) mec áni co ' lo acti vo frente a lo pasivo o lo creativo
vo I untar10 •
frente a lo repetitivo.
die neg ó el hec ho de que los ser es humanos ac�aban de�tro del
· Na
anas colectivas cambiaban la
mundo natural O de que las actividades hum
o cia
faz de la naturaleza. Pero, en 1700, la escala e imp rtan de estas inte
racciones era algo que aún se podía minimizar. El pensamiento debía in
fluir en los procesos fisiológicos del cuerpo en algún punto del cerebro:
tal vez-sugería Descartes-en la glándula pineal, que está situada en el
centro del cuerpo y no tiene ninguna función clara. Cincuenta años des
pués, dicha conjetura se había convertido en una doctrina generalmente
aceptada. Para Newton, era evidente que la experiencia y la actividad
mentales tenían lugar dentro de un teatro interno (o sensorium commune)
al que los nervios sensores llevaban <<ideas» desde los receptores perifé
ricos, y desde el que, a su vez, los nervios motores trasladaban de nuevo
a los músculos las «órdenes>> de la voluntad. Así, parecía que, al habitar
en el mundo de la racionalidad y la libertad, pero sin estar plenamente
aislada de un mundo regido por el automatismo causal, la mente afecta
ba al cuerpo y al mundo <<desde fuera». En cuanto a la acción humana
colectiva, como la naturaleza no estaba concebida aún como una red eco
lógica de sistemas biológicos en la que la vida de la humanidad era sólo
un influjo causal más, las acciones humanas no parecían afectar aún de
manera significativa al funcionamiento de la naturaleza. Antes bien, ésta
seguía siendo el telón de fondo sobre el que se desarrollaba el drama hu
mano Y, al igual que los actores desmantelan el escenario en la alta co
media O como i�o�ía dramática a mitad de la represent ción, así también
a
este drarna seguiria su curso preestablecido sin cam
biarse el decorado bá
sico de la naturaleza. Esta creencia se vio favore
cida por la breve esc ala
temporal bíblica según la cual estaba con
cebido el sistema-marco: con
sólo unos miles de años disp oni"bles, hab/1 · para que Ias ac-
. . a poco espacio
tividades colectivas de la humani·dad
tuvte· ran unos efectos importantes
en la estructura general de la naturalez
a.
Los princi¡)ales elementos 0 materi· ·
. .
se d1v1den en dos grupos' que ref:i1eJ· an
ales del sistema -marco moderno
esta separación inicial de la naro-
raleza respecto de la hu1nanidad. Pod e mu1 ar 1 a d ocena aproXI·ma-
emos 1or
LA COSMOVISIÓN M
ODERNA
1 59
. .
COSMÓPOLIS
'
ndo la
Biblia como un registro fiable de la historia h umana, dudaban s1· b uscar
en ella la fecha exacta del con1ienzo y el fin del mundo.
En cualquier caso, la nu eva visión no im pedía ampliar la escala tem
poral del � p sad o, a la luz de nuevas pru ebas. La cronología bíblica fue de
:e�hada primero e� as�o,n�mía, luego en geología y paleontología y, por
ulumo, e� zo?logrn �1sto nc�. Tendrían que pasar doscientos años para
que los c1ent1ficos dieran cifras millonarias e, incluso, milmillonarias,
como hacen ahora, en sus cálculos sobre la edad del universo. Bien es
verdad que, en 1755, Kant escribió sobre historia cósmica en términos
newtonianos especulativos sin dar muestra al guna de sentirse condicio
nado por las exigencias de las Sagradas Escrituras. Pero, cuando la gente
se preguntaba por el desarrollo del orden natural, seguía tratando la
cuestión en términos distintos a los aplicables a l.a historia humana. La
naturaleza se había desarrollado presumiblemente como resultado de
procesos causales, materiales o mecánicos. La historia humana era la des
cripción de metas prácticas, decisiones morales y métodos racionales de
agentes humanos. La historia racional de la humanidad y la historia cau
sal de la naturaleza siguieron siendo, así, con consecuencias realmente
importantes, unos temas de investigación bien diferenciados hasta bien
entrado el siglo xx.
161
COSMÓPOLIS
.
n te ra c1o • nJ . I l·I e� ,
su c�r
� ead or ' las cosas 1na.teriales serían solamen-
consc1c V .
. t.,,
1s1., · ,.
c"1 , , 1 os I no viln ien t os 1nt er ca1nb1ados entre obJetos ma-
te pasivas. �--n ·, . . . . . .
. ·
is ión est aba n 1 n1c 1ad os po r Di os y, sin nin gu,, n
ten. a 1 es en contac ,. . t o O col ,,
·. 1e· ra, 110 ¡Jodía haber-a pesa r de los fenomen os de la
agente que 1n • . terv111 . . . ,, . .
et1s 1no - nin gun a acc ion a d1st an c1
e ] ectnc • ., -1u"1.1. d , l·a grav·itación y el magn ,, ,, . . a.
a pre !:,:ru nta d e « e ·Co" n o ope ra. la grav edad ? » venia, asi, a significar:
L 1 . . . . . .
· tanc1··a O n1ecanisino d1v1nam ente 1nst1 tu1d o tran sm ite el m ov1-
<<¿ Q ue,, 1ns
o?». Sobre esto había
miento desde el cuerpo que atrae al cuerpo atraíd
de nuevo dos opiniones. Leibniz y Descartes daban po: seguro Jue el es
pacio entre objetos masivos est�ba lleno de una ma tena de caracter ��y
tenue. Por su parte, Newton ve1a en los <<campos>> la prueba de la acc1on
continuada de Dios en la naturaleza. Pero ninguna de las partes acepta
ba la «acción a distancia» como posibilidad que considerar. Todos con
venían en que «ningún cuerpo puede actuar donde no está».
tal. Mirando hacia atrás, esto nos puede parecer iro • ,, n1.
co. En la actuali-
. .
da d, .los cientl"ficos consideran residu os de 1 ª Edad Med1a . cualquier ape-
. .
· ¡·1sta» o <<mentahsta» a instancias in
,, «VIta .
lac1on · ma ter1a 1es para . explicar la
.
. y el p ensamiento. Sin .
vtda embargo ' estas dos posturas no eran en mo
. . . do
alguno r e 1 1qu1as medie vales, sino que entraron con fuerza en la c1e . .
nc1a
de los sig• Ios xvn y xv111 dada la necesidad de llenar 1 os vac1os
,, deJa· dos por
. . ,,
la defin1c1on a I uso de la «materia» y las «máqui·nas»,. y, como ta1es fue-
ron verdaderas novedades modernas.
las preocupacione .
s verdaderamente científicas versan b
. so re e 1 aspecto
l 1 a extsten c1 . .
El pensamiento ' la concienc1a
natura de .
a
,, · y 1a exper 1. enc1a
.
del ser humano siguen un curso mas o menos racional O lo"gi· co. C amo n
o
están atrapa. dos en la cadena de las regula. ridades causales, no hay en ellos
nada es�ec1al para �ue teng an que estudiarlos los «científicos». Sobre los
pensami entos y acciones humanos, las preguntas que hacer no son nun
ca del tipo: «¿�ómo_ocurren [causalmente]?»; sino más bien de este otro
tipo: «¿En que medida se puede a firmar que se llevan a cabo [racional
mente] bien o m al?». L a experiencia mental de la humanidad difiere de
los mecanismos de �a naturaleza materia ,
l y �ólo la implica tangencial
mente, como, por eJemplo, en la glandula pineal. Las generalizaciones
exigidas para explicar la experiencia humana no provienen, así, de la
ciencia natural sino de la lógica o la ética. Hasta el siglo XIX no destruye
ron los científicos alemanes posteriores a Kant la barrera intelectual en
tre, por una parte, la ciencia natural y, por la otra, la lógica y la ética, al
tratar de ofrecer una explicación racional de las operaciones de la mente
y colocar la neurología y la psicofisiología como fuentes de explicaciones
causales de los mecanismos del cuerpo.
Los seres humanos tienen también poder colectivo para establecer «sistemas so
ciales». Para los pensadores de los siglos xvn y XVIII, la política no era una
ciencia de la causalidad social, sino un ejercicio de lógica colectiva. La
obra de las instituciones sociales, al igual que la acción de los pensadores,
no ocurre sin más, sino que es algo que se planea y ejecuta más o menos
bien. ¿Cómo pueden los seres humanos crear sistemas sociales? El nue
vo sistema-marco dejaba abiertas todas las opciones heredadas de la an
tigüedad, incluido la consideración de los sistemas naturales con10 siste
ma planetario, es decir, como patrones de los sistemas sociales.
166
r¡ LA COSMOVISIÓN MO
\
DERNA
es't �
e ptJnt
- o , el pr blem a se c entra en explicar el porqué de
I _, I eg·�H l os a o
I a popuLl an·ca l (-I ele esta- s ideas.._ · Sin- duda, los textos en los que desc,,an .
saba
· la nue va · mag en del mun d o eran obras matemat1cas y
e 1 a. tra ct1 vo d e 1
· - � filós• ofos de la naturaleza; pero esto no explicaba
c1ent1 _"fi1cas de algunos
la mayor parte de �� gente
del todo el pr oblema. La c onfianza con 1� qu�
adoptó este sistema-marc o fue ��ch o mas al�a de la fundan:ientac10n ma�
temática y experimental que la f1s1ca-cartes1ana o newton1ana-alcanzo
a principios del siglo xv111. Si escarbamos un poco má:, veremos que la
recepción que tuvo esta imagen de la naturaleza a pa,rtir de 1700 (como
la que había tenido la búsqueda de la certeza en la decada de 1650) des
cansaba en otros subtextos paralelos, cuyo significado tenía poco que ver
con la aptitud para deducir teoremas matemátic os o para explicar fenó-
menos naturales.
Desde luego, la aceptación del newtonismo por parte de los pensado-
res ortodoxos ingleses de principios del xv111 no fue fruto de la lectura de
sus textos fundamentales. En 1687, tan sól o un puñado de matemáticos
europeos seguía-y comprendía cabalmente-los Principia de Newton.
A juzgar por los ataques que les lanzó Leibniz, este gran autor sólo leyó,
al parecer, unas cuantas páginas c on verdadero detenimiento . (Al encon
trar munición suficiente en las primeras páginas del libro para cuestionar
la teología de Newton sobre la creación, n o se preocupó en comprobar
los cálculos ni las observaciones que c onforman el núcleo de sus argu
mentaciones.) Como tamp oco se puede decir que las queries suplem enta
rias a las ediciones sucesivas de la Óptica de Newton, entre 1 704 y I 7 I 7,
suministren mucho más que unas cuantas raz ones de carácter general
para tomar en serio su imagen de la naturaleza c omo explicación de la es
tructura con la que Dios d otó a la naturaleza en el m omento de la Crea
ción. A diferencia de Descartes, Newton n o reclam cer eza-ni geomé
a t
trica ni criptoanalítica-para su explicación. C omo
dice en una de sus
últimas cuestiones,
�onsideradas todas estas cosas, me parece probable que Dios formara la materia al ini
cio en partículas sólidas, macizas, duras
_ e impenetrables, de tamaños y fi guras tales,
y con otras propiedades tales , y en una · ,, • ·
. proporc1o n con el espacio tal que cas1 tod 0
ello conduJera al fin para el que él las ha
bía formado.
eran como el cañamazo de una tradición oral que hacía más de doscien
tos años resultaba convincente a los lectores y predicadores bienpensants
de Inglaterra. Y, gracias a Voltaire, este mismo entusiasmo por el newto
nismo lo compartieron muy pronto lectores de las demás naciones prin
cipales de Europa. ¿Cuáles fueron la fuente y el objetivo verdaderos de
este compromiso? Evidentemente, fue algo distinto a lo que se discutía
en los círculos puramente científicos de la época.
La agenda oculta del sistema-marco newtoniano no resulta evidente
si se considera solamente el si gnificado de superficie de los textos. Está,
por así decir, implícita-por debajo de la superficie-en la manera como
se solían comprender a la sazón tales textos. Ante la falta de una explica
ción sencilla de lo que estaba realmente en juego en la nueva imagen del
mundo para personas que no eran matemáticos propiamente dichos, de
bemos buscar detrás de los textos para tratar de ver qué otros tipos de
pruebas-menos directas-se pueden encontrar. A este fin, hay tres gru
pos de preguntas que no podemos por menos de formular. En primer lu
gar, nos interesa conocer la receptividad de los lectores ingleses de fina
les del siglo XVII y comienzos del xvnI ante las ideas newtonianas, por lo
que cabe preguntarse:
¿Estuvi eron todos los lectores ingleses abiertos a estas ideas en la misma medida, in
dependientemente de su clase, religión u otros factores, o hubo, más bien, verdade
ras diferencias a este resp ecto se gún los distintos historiales o antecedentes?
¿Con qué tenacidad defendieron la nueva imagen del mundo, por ejemplo, los ale
manes o escoceses en comparación con los ingleses y franceses? ¿Hubo personas
más, o menos, dispuestas en unos países que en otros a poner en tela de juici o los
presupuestos de dicha cosmovisión?
los
Finalmente, como quiera que la agenda oculta con la q�e se leyeron
textos no se puede descubrir sólo en su contenido mamfiesto, podemo
s
. .
preguntar as1m1smo:
COSMÓPOI,IS
y n;l .
t1z ac •
1o ne s. o fre ce n y exigen estos textos básicos? .
¿Hay algunas oca-
¿( )ul; ec os 1 � .
. .... · · auto r es se tnole s ten en espe cificar que doc tri nas se
s1oncs especi. a1 es en • I·.is. t¡ue sus
solían «silenciar»?
172
LA COSMOVISIÓN MODERNA
se
de la iglesia establecida a r ecaudar diezmos generales. Y quienes no
• •
1 73
cosMÓPOLIS
.. ·
benehc1aron (i e 1 a reun · posic · ,, n de éstos despu.és de 1660 los tuvier.on
· io
ar bitrar ia e inn ec ,
esa ria . El conflic to resultante entre in-
po r un a car ga . . •
. s mantuvo viv a la vte Ja sag a de << 1 as dos na c10-
con f.onn . 1s · tas, y. ai1 glicano ,,
o
aci � es en la de ca�a de 1670,
nes». AJ dirigirse a sus desoladas congreg
sentirse c�m� los ¡erarcas del
los predicadores anglicanos debieron d_e _ _
re del smd1cato Sohdandad
partido comunista polaco ante _ los traba¡ad� �
o.
durante los años en que se dedicaron a repr1m1rl
La diferencia entre la cultura dominante de los anglicanos que osten-
taban el poder y la cultura «secundaria» de los inconformistas que no lo
ostentaban afectó de manera importante sus respectivas actitudes hacia el
nuevo sistema de ideas. La importantísima doctrina de la inercia de la
materia viene particularmente al caso: «La materia es de por sí inerte.
No puede ponerse por sí sola en movimiento, y sólo puede generar efec
tos físicos si es puesta en movimiento por una instancia superior». Este
era un elemento esencial del esquema newtoniano que sobrevivió en la
mentalidad de la gente hasta mediados del siglo xx, época en que se vio
seriamente cuestionado por el éxito de la mecánica cuántica. Newton
tomó directamente de Descartes esta doctrina, que ya había sido cuestio
nada•
en Inglaterra en la temprana década de 1650, mucho antes de la pu-
blicación de los Principia de Newton. Para los sectarios de la República,
cualquier propuesta destinada a privar a la masa física (es decir, a la ma
teria) de una capacidad espontánea para la acción o el movimiento, era
equiparable a la propuesta de privar a la masa humana de la población (es
decir, a los «órdenes inferiores») de capacidad autónoma para la acción
y, por tanto, para la independencia. Lo que a nosotros nos parece una
cuestión de física básica iba, a sus ojos, de consuno con el intento de
reimponer el orden antiequitativo social del que se habían librado en la
década de 1640.
S�n embargo; �espués de I 660 los intelectuales ingleses dejaron de
_
cuest1onar la 1nerc1a de la materia por miedo a que los metieran en el
_
mismo sa�o �ue a los regicidas republicanos. Sólo per
_ - sistían huellas de la
ante�1or v1s1on en aquéllos que sentían simpatía por
,, _ los reformadores re
pubhcan�s. Asi, ?ºr eJemplo, en una carta enviada
. a su alumna la prince
sa Carolina, Le1bn1z no sólo arremete contra las
ideas teológicas de
Newton ' sino también contra algunas argume
ntaciones
· avanzadas por
Locke, antes de que falleciera éste en 1 0 :
7 4
1 74
LA COSMOVISIÓN MODERN
A
En algunas partes de los escritos del señor 1.,ocke puede quedar la duda de si el alma
es inmaterial o no. Pero en esto ha sido se guido sólo por algunos materialistas, ene
migos de los principios matemáticos de la filosofía y que están poco o nada de acuer
do con los escritos del señor Locke, salvo con sus errores.
En 171 5, Locke era una fi gura demasiado famosa para ser desautorizada,
pero su fama aún estaba eclipsada por sus años anteriores, más radicales.
Clarke no lo repudiaba, pero no lo aceptaba tampoco como buen newto
niano. Simplemente lo mantenía apartado, a una distancia prudencial, por
haber andado con malas compañías. (La expresión <<algunos materialistas»
es probablemente un guantazo a John Toland, que seguía manteniendo
una libertad d_e pensamiento cromwelliana frente a las nuevas ortodoxias.)
Ciertamente, Locke nunca vio el «dualismo espíritu/materia» como
un axioma, ni como algo indubitable: sus opiniones intelectuales y polí
ticas se habían formado antes de que el nuevo esquema de ideas alcanza
ra una posición de respetabilidad, y especuló sin miedo sobre algunos
asuntos que los escritores posteriores iban a encontrar peliagudos y deli
cados. Por encima de todo, nunca dio por sentada la inercia de la mate
ria; antes bien, estaba dispuesto a considerar seriamente la posibilidad de
que existiera «materia pensante>>, es decir, de sistemas materiales capa ces
de llevar a cabo procesos racionales. En la época en que mantuvieron co
rrespondencia Leibniz y Clarke, él ya llevaba diez años muerto. Los
hombres con respetabilidad y poder de la corte hanoveriana le perdona
ron muchas cosas, pero nunca se olvidaron del todo de los rumores sobre
la «falta de sensatez» que acompañaba a su memoria. Ante aquella ?�or
tunidad de deslizar u n comentario desdeñoso, Clarke no p udo resistirse
a la tentación de asestarle un golpe póstumo.
1 75
COSMÓPOLIS
·
. :l·c:1 por het erodoxa a lo larg o de tod o sig lo xv111: quie-
sa n tes>> h. 1e tent( ·
• •
nes se n10 1 estab.an en . defenderla eran unos 1nconform.1stas por tempera-
111 en to. E n la dec / ada de 1 720, su exponente. fue Juhen de / la Mettrie,
sideradas en la epoca como
escr1· tor escandaloso cuyas obras fueron con .
. La Met tne nunca había
unas paradojas deliberadamente desaforadas .
sido un miembro respetado por la elite académica francesa. Tras estudiar
con Boerhaa ve en Holanda, publicó dos libros realmente sorprendentes,
L 'hon11ne machine y L 'homme plante, en los que ridiculizaba las distincio
nes dogmáticas con las que los científicos del siglo xvn habían clasifica
do los elementos de la natur.aleza. En concr eto, rechazaba la equipara-
. .,, . . .
ción cartesiana entre n1ateria y extensio n por impone r restricciones
innecesarias a la riqueza de la naturaleza. Al margen de esto (decía), po
díamos aceptar las actividades vitales y mentales de los organismos como
resultados naturales de sus estructuras materiales. Después fue a visitar a
Maupertuis, el director francés de la Academia de Berlín de Federico el
Grande. Allí murió tras ingerir unos alimentos en mal estado, según se
dijo (al parecer, tras comer paté de faisán). Al llegar a París la noticia de
su muerte, la colectividad de los eruditos franceses «biempensantes» de-
bieron de respirar hondo...
No menos sorprendente es el caso de Joseph Priestley, quien, en sus
Disquisiciones (1777), sostuvo que las explicaciones de Newton en modo
alguno dependían de la doctrina de la materia inerte. Priestley fue el
inconformista provinciano y culto por antonomasia. Como unitario, su
posición dentro del establishment intelectual o clerical inglés no fue más
respetado que el de La Mettrie en Francia. Fue un intelectual automar
ginado: un sociniano, no un anglicano, que estudió en la Academia de
�isidentes d� Daventry, y no en Oxford ni en Cambridge, y que traba
JO con la Sociedad Lunar de J osiah Wedgewood, en Birmingham, y no
con la Royal Society, en Londres. En una palabra,
que no fue un gentle
man.
Priestley �anc?� irrevocablemente su ho
ja de servicios después de
1 7 8 9. Apl audio e� xito de la Re
� volución Francesa, dio un banquete para
cel�b:arla Y fue �hpendiado en público por
perdonar los crímenes de los
reg�c1das rev�lucionarios. (Como se sabe, en
_ Inglaterra existía una siin
pa_ua generah:ad� hacia los hugonotes perseguidos, pero los aconteci-
mientos que s1gu1eron a la Revoluci· o/ n desp
ertaron el amargo recuerdo
176
LA COSMOVISIÓN MODE
RNA
,1 ·
tl �lCI ZO e· ---
,,en t ra l t- r ·inc
� e/s. ten ía n silu etas
.
como las de los volcanes activos
/
ser restos de volcanes
. ¡·H.iali , y se ¡Jreguntaban s1 no podr1an
lei l a actua
a pagaoo .1 _ s, _1 a 1n ayor 11arte de
los lectores francese.s,, se mostraban incrédu-
. c1 n urante . .
una crup los m tle
los. (¡Si el Mont-Dore hubiera temd� � ? _ mos
que s1g · u1e · ron a la Creació - n , este fenomeno . habria .
sido debidamente re-
ne s de hist ori a natural se abordaban,
gistrado y recordado!) Las cuestio
-
Pues, en inedio de grandes dificultades, a no ser que se buscara algún lu
gar apartado de los centros de la ortod�xia c�e�tífica.
Así a finales del siglo xvn1 las teorias mas influyentes en materia de
geologÍa histórica eran las de James f!�t;o� en Escocia y las de Abraham
Gottlob Werner en Alemania. La op1nion inglesa respetable se mantuvo
recelosa respecto a las especulaciones sobre los orígenes de la Tierra has
ta bien entrado el siglo XIX. En 181 5, año en que la Sociedad Geológica
de Londres definió su programa, desautorizó las teorías sobre el desa
rrollo de la Tierra que propugnaban un trabajo de campo serio destina
do a establecer una estratografía de su corteza actual. El caso es que, has
ta finales del siglo XIX, tanto en Inglaterra como en Francia las cuestiones
sobre geología histórica siguieron levantando grandes polvaredas teoló
gicas, e incluso una defensa seria de la geología histórica podía conside
rarse como una prueba de <<la veracidad de Moisés como historiador».
Con la aparición en 1859 de El origen de las especies de Darwin, no se
iniciaron los argumentos sobre la legitimidad de una historia científica
de la naturaleza; si acaso, se agravaron aún más. En su época de estu
diante en la Universidad de Edimburgo en 1819, Darwin pudo presen
ciar directamente la controversia que se produjo en torno a la obra de
William Lawrence Lecciones sobre fisiología, zoología e historia natural del
hombre, a la que se negó protección editorial sobre la base de que su con
cepción «materialista» de la fisiología humana era blasfema. Aquel re
cuerdo acompañaría a Darwin el resto de su vida. Allí aprendió a mante
n erse en se n do plano y a trabajar
_ _ � solo. Ocurrió que un amigo de su
familia se vio afectado de afasia: no comprendía el mensaje oral de «es
hora de comer», pero lo reconocía visualmente
si le mostraban un reloj·
En sus refl��ones privadas, Darwin exploró
la posibilidad de que esta la
gun a cognitiva fuera resultado de un a lesió
n cerebral fruto, por ejemplo,
de �n ataque. Pero se cuidó muy mucho de dar
a la imprenta sus especu
laciones, que co?fió solamente a sus Cuadern
/ os personales (que, como se
sabe, no se pu bhcarian hasta los años seten ta
del siglo xx). Incluso en sus
178
LA COSMOVISIÓN MOD
ERNA
· ·
s1ones rac ion a 1 e�s (Íe productores, , consumidores, inversores o políticos
. economía, los factores «causales>> queda-
· i ea I es>>. p ara los fin. es de la
<-<!(
exactamente <<racionales». De
ron n1arg1· nados a 1:cavar de cálculos más • ,, •
· Convencio nes de la mod ernid ad se prot eg 1an en la v ida
esta n1anera , las
d le
del intelecto, así como en la respetable socieda ing sa.
Volviendo a las pruebas documentadas, hay una fuente que arroja una luz
especial sobre el «subtexto» de la nueva visión del mundo. Ya nos hemos
referido antes a la correspondencia intercambiada en I 714 y I 7 I 5 entre
Leibniz y Clarke, quien hacía de «testaferro» de Newton. El blanco al
que apu�taba la primera carta de Leibniz era, como vimos, la incapaci-
dad de Newton para probar matemáticamente que el sistema solar debía
ser estable. A medida que se cruzan las misivas, el debate se va amplian-
do y son cada vez más los presupuestos de la nueva cosmovisión que se
ofrecen a nuestra consideración. Si, más allá del contenido de estas car
tas, nos fijamos en los recursos retóricos utilizados en ellas, veremos algo
mejor los intereses que estaban en juego en esta confrontación entre la
filosofía natural y la teología.
Al principio, las cartas parecen centrarse en argumentos apriorísticos
sobre la física, como, por ejemplo: «¿Puede existir una cosa como el va
cío? ¿Tienen las partículas materiales el mínimo tamaño posible? ¿No
pudo el universo empezar a existir bastante antes, doscientos metros más
a la izquierda? ¿Pueden los cuerpos atraerse mutuamente a millones de
kilómetros de distancia espacial sin ayuda ni intervención de ningún
agente externo?». Todas estas preguntas encierran connotaciones no
científicas Y abundan en referencias y postulaciones cuyo significado más
profundo podría pasarse fácilmente por alto. Incluso la argumentación
sobre la estabilidad del sistema solar encierra un mensaje más profundo.
Como dice Leibniz,
Cuando Dios r�aliza milagros, no lo hace con
objeto de atender a las necesidades de
la naturaleza, sino a las de la gracia. Quien pie
nse de otra manera debe de tener una
idea muy mezquina de la sabiduría y del pode
r de Dios.
Siempre que esto suce de, ellos prefie ren dar marcha atrás, conceder el prin
cipal punto en discusión y variar su afirmación sobre la postura de N ew
ton, de man e ra que d e j e d e resultar vulnerable a las objeciones de
Leibniz. Por supue sto, un cuerpo no p ue de actuar allí donde no está;
pe ro la teoría de la gravitación de Newton nunca pretendió afirmar que
fuera así. Por supuesto, la decisión de Dios sobre el lugar en e l que crear
el cosmos en el e spacio no fu e <<irracional>>; sin
,
duda los humanos no son
capaces de descubrir las razones por las que El actuó como lo hizo. Tam-
poco cuestionan que la filosofía natural deb e ofrecer una visión edifican
te de los planes de Dios para con la naturaleza. A Newton siempre le
agradó ver que sus ideas «funcionaban bien �eniendo presentes a los
hombres que creían en una deidad»; pero, en los Principia, trató simple
mente de mostrar la pr e sencia de relaciones matemáticas entre los fenó
menos de la dinámica y la astronomía. Éste era, a lo sumo, el primer p aso
de un largo camino hacia una visión global de la Creación natural p or
parte de Dios, no el camino compl e to; pero confiando en que la imagen
definitiva apoyara la interpr e tación teológica de la Creación que tanto
preocupaba a Leibniz.
a 1bas
Los llamamientos retóricos que encontramos en las cartas de �
tunos
partes mue stran varios puntos de acuerdo. Tras sus pal abras adve�
los
imágenes y analogías compartidas. Si la naturaleza fuera como c�eian
s nun
filósofos, podríamos dar por sentada toda otra serie de temas-_ Dw
Y p ru -
ca fijaría el orden de la naturaleza de una manera menos racwnal
181
COSMÓPOLIS
I a qu e u . · ¡ · zar .
ía un rey sab
· io pa ra organizar su estado; ni tam-
t l en te que tl 1 . .
po co ve I an, ,
a o·10 s
.. p(. ) r la nat u rale za con me nos soli citud con la que vela
· 1 y p adre p<)r su es¡Josa y familia. Si leemos la correspondencia
un 1nar100 ,, . ta una .
log 1as , salt a a la vis imagen
prestando especl.al atención a estas ana . ,, nea.
ua l de un a fot o 1 stanta
recurrente que tiene la viveza grad _ ,,
�
c1tos en la correspon-
Una vez más, los te1nas más destacados 1mph
do en el orden natural
dencia son la «estabilidad» y la «jerarquía». To
testimonia (o puede hacerse que testimonie) el dominio de Dios sobre la
naturaleza. Dominio que se extiende a todos los rincones del mundo, na
tural O humano, y se manifiesta en cada nivel de la experiencia. Lo que es
Dios para la naturaleza lo es el rey para el estado. Nada más justo y salu
dable, pues, que el hecho de que una nación moderna model� su organi
zación estatal sobre las estructuras que Dios nos deja ver en el mundo de
la astronomía. El Rey Sol ostenta su autoridad sobre sucesivos círculos
de súbditos, todos los cuales conocen perfectamente el lugar que ocupan
y se mantienen en sus propias y respectivas órbitas. Lo que es Dios para
la naturaleza, y el rey para el estado, lo es el marido para su esposa o el
padre para su familia. El paternalismo restablecido en los círculos respe
tables después de 1660 desempeña, así, una función justificadora en el
orden de la naturaleza. En este sentido, y de todas estas maneras, el or
den de la naturaleza y el de la sociedad resultan estar regidos por toda
una serie de leyes parecidas.
Conviene añadir una nota a pie de página. Las agendas o programas
ocultos de las culturas, como el de los individuos, a menudo destacan
tanto por sus símbolos como por los hechos puros y simples. La imagen
de la familia y el estado como realidades modeladas según el sistema so
lar dominó la imaginación de los europeos y americanos respetables
d�rante mu:has generaciones. Se puede encontrar un monumento espe
c�:lmente simboh , _ co en la tumba
de Stockbridge, Massachusetts. Refi
ri�ndose a la muerte de su primo Edie Sed gwick,J
ohn P. Marquand ju
nior pregunta:
dor] hay otras lápidas más modestas ' pero esea¡onadas y ior r mando un círculo
, Tod . tes del juez por
detras. os los descendien Sed gw tc
· k ,
., . estan enterrados, generación
tras gen erac ion, .
mir ando hacia su ancestro. Segu"n 1 ª 1 eyenda, . ,.
e1 d"1a del Ju1. c10 F 1-
nal, cuan do se levanten y miren al juez ' no deberan ,, ver a nad.te que no sea de la fa-
. gw .
m1·1ta d e I os S ed ic k.
(l eso, rtl enes, soc , 1,1·. le.,s que, si bien· podían resultar divertidos en las novelas
an te
. · l. D e
eio e , era n su1na1 ·
ne nte des agradables en la vida real.
oe un
.1 ,
¡· )
eza y la �umamd�d que f��-
El sistema global de ideas sobre la na�ral
. d anu· aJ·e de la modernidad fue, as1, . un mecanismo social y pohti-
1110,, el an . . . .
1t1m 1da d d1vma al orden polí-
co, además de científico, que prestaba leg
to,
tico de la nación-estado soberana. A este respec la cosmovisión de la
ciencia moderna-tal y como se plasmó de hecho-se ganó el favor ge
neral en torno a 1700 tanto por la legitimidad que según parece otorga
ba al sistema político de las naciones-estado como por su capacidad para
explicar los movimientos de los planetas o el flujo y reflujo de las olas.
Por su parte, los inconformistas, que ponían en cuestión los presu
puestos de este sistema-marco, fueron objeto de escarnio y contumelia
no tanto por su temeridad intelectual como por otras razones. O bien,
como fue el caso de Julien de la Mettrie, fueron sospechosos de hábitos
malfamados, o bien fueron tachados de subversivos políticos, como fue el
caso de Tom Paine, John Toland y, sobre todo, Joseph Priestley, cuyo
delito imperdonable fue sostener que la Revolución Francesa tenía cosas
buenas (¿qué otra cosa se podía esperar de un hombre que negaba la
inercia de la materia y sostenía que unos simples «átomos» podían ser
centros de poder autónomo?). Nunca se cuestionó la adecuación de las
explicaciones científicas aportadas por estos heterodoxos; se condenaba
simplemente su carácter, así como su supuesta falta de piedad religiosa o
de respeto hacia la sociedad establecida. Una vez más, desde nuestra
perspectiva actual doscientos años después, lo que por su formulación
parece una disputa científica formó parte en realidad de un debate más
amplio cuyas consecuencias prácticas tuvieron que ver tan o con cuestio
t
nes políticas y sociales como científicas o intelectu
ales.
personal]
[Zarandea n1i corazón, oh Dios tri
(¡ Ya iba siendo hora de que alguien vqlviera a llamar «zafios» a los faná-
ticos zelotes!)
Esta explicación revisada, tal y corrio la hemos e�puesto aquí ?e �a-
nera sucinta, fue escasamente aceptada o co1nprend1da por los h1stor1a
dores de la ciencia o la filosofía antes de la década de los sesenta. Y los
pocos que la aceptaron la despacharon con el calificativo de irrelevante.
Empapados de una visión racionalista de la ciencia, todos los datos em
píricos <<apoyaban», «dejaban de apoyar>> o <<prestaban parcial apoyo»•,
según ellos, a nuevas hipótesis que medían según criterios numéricos y
probabilísticos. Sólo el éxito explicativo de las nuevas ideas-cuantitati
vas, a poder ser-era relevante para su valoración o rasero racional. To
davía en la década de los setenta, la única concesión que hicieron fue la
de permitirnos estudiar la evolución conceptual y teórica con un ojo
puesto en los cambios ocurridos en el contenido explicativo de la ciencia.
Nuestra postura al respecto es más radical. Cuando nosotros pregunta
mos «¿Qué estaba en juego para las personas que aceptaron la cosmovi
sión newtoniana en 1720?», las consideraciones que pesaron para estas
personas van más allá de lo que los filósofos del siglo xx llamarían «ex
plicativo». En concreto, la función cosmopolita de la visión del mundo
contó tanto como la función explicativa, si no más incluso; y sólo pode
mos dar una explicación pormenorizada de su aceptación si la «recontex
tualizamos>> y, por tanto, eliminamos todos los límites impuestos a los
factores susceptibles de considerarse «relevantes». Las pru bas históri
e
cas puede� ser todo lo circunstanciales que se qu
_ iera, pero sitúan la
aqu1escenc1a al newtonianismo-al igual que la
_ búsqueda de la certeza-·
dentro del mar:º socia l y político de su tiempo.
Hasta los anos setenta de nuestro siglo
la historia de la filosofía de la
ciencia la escribieron personas de ta. 1ante ' · · ·
raciona¡1sta interesadas sobre
todo en los aspectos intelectuales de la cienc
ia natural. Cuando otras per-
188
,,..
LA COSMOVISIÓN MOD
ERNA
se entronizó
1¡a. 0.1 c 1•c/)tl -es'taclo Así el cálculo como virtud
cott(· 1·1ana ue L - • - ,
. zo/n huinana
1 - 1 �1 ra . y la vida de. las emocion es quedó arrinco-
(i.1st1· nt1· va ue . . .
aer al 1�d1v1duo a la � ra de
nada, repudiada, como algo que pudiera d1str_ ?
sen tido soc ial, la <<em oc1on>> se
tonlar una deliberación lúcida. En este
e o:
convirtió en un recurso eufemístico para referirs al sex para quienes
valoraban un sistema de clases estable, la atracción sexual era la principal
fuente de desbarajustes sociales. Volviendo al pasado reciente, hará apro
ximadamente una generación muchos jóvenes-por supuesto, jóvenes
«sanos y saludables»--ignoraban el hecho de que las jóvenes-p or su
puesto, jóvenes «bonitas»-disfrutaran realment� con el sexo; al tiempo
que a las jóvenes bonitas se les desalentaba a sentir verdadero placer ac
tivo en las relaciones sexuales, considerado como algo impropio de una
señorita de pro. Así, lo que empezara como mera distinción teórica en
Descartes, entre el poder intelectual de la «razón>> humana y las «cau
sas» fisiológicas de las emociones, acabó convirtiéndose en una oposi
ción en la práctica entre la racionalidad (buena) y el sentimiento o im-
pulsividad (malos).
Estos tabúes tuvieron de nuevo una base clasista. Los señoritos sanos
y las señoritas bonitas, a quienes se alentaba a renunciar al «emocionalis
mo», procedían de familias que pertenecían (o aspiraban a pertenecer) a
la oligarquía culta; lo cual no se aplicaba igualmente a los hijos de los
<<órdenes inferiores»-. Pero hay que decir también que esta actitud hacia
la sexualidad era nueva: sólo se volvió obligatoria para las clases «respe
tables» en el siglo xvn. Los Ensayos de Montaigne contienen pocos ras
tros de esta «novedad»; en ellos se trata el sexo como algo espontáneo,
mutuamente placentero e i gual entre los sexos. La ola de ansiedad puri
tana hacia la sexualidad subió como la espuma a mediados del xvn. Así,
l�s inhibiciones de las que Freud trató de liberar a la gente a finales del
siglo x1x no se perdían en la noche de los tiempos: eran fruto de unos te
mores que habían brotado a la existencia de novo cuando se concibió el
e�t�do clas�sta como una solución para los probl:m
as planteados a prin
cipio s del sig
_ lo xvn. Las cosas siguieron más O menos iguales mientras la
;
cosmopohs mod erna mantuvo su h e gemoní ;
a es decir, desde Daniel De
foe hasta El amante de lady Chatterley. Cuan
do tocó a su fin la base cla
si_sta de este prejuicio social pr esentaba unos
tint es casi hum�rísticos. Por
eJ emplo, en la causa judicial abierta contra
los libros d e bo lsillo Penguin
por la supuesta obscenidad de la edición
no expurgada de Lady Chatter-
LA COSMOVISIÓN MOD
,. 1
ERNA
' 1
1 1
ley, M . gun to ,,
a un
te s ti g o: «¿ E s este
,. un 1·
1 b ro que uste d desearía ver en manos de su cria .
1
il
a . -
da?» . S u pr egunt pro duJ o un a gra n carcaJa· da en t 0 da Gran B retana ~
· •
,,, cons1 deraba subversivo el libro de D H • Lawre
Pero, s1· el . · nce, no era por
.
sus 1deas sobre el. s exo. Las criadas, al i gual que la clase 1n1e · e r1or en
gene-
ral ' eran pr esum iblem ente más libid inosas que la clase med.1a. s·1 1a nove-
.
la er a_u�a fu ente de peligro, era porque las r elacion es sexuales ilícitas que
descr1b1a atravesaban las fronteras de clas e . ¿Qué ocurriría si todos los
criad,os y criadas de! r eino imitaran al guardabosques de lord Chatterley?
¿Que manera habr1a, entonces, para mantener a raya a la servidumbre?
Las implicaciones sociales de la nueva cosmópolis tienen un rasgo
común: son precursoras de una noción que ha des emp eñado reciente
mente un papel importante en la retórica política y social; a saber, el de
los «valores tradicionales». A lo largo de toda la Edad M edia y el Rena
cimiento, los clérigos y los laicos cultos comprendieron que los proble
mas de ética social (o <<valores») no se solucionaban apelando a una su
puesta «tradición» única y universal. En situaciones serias, había que
sopesar bien las múltiples consideraciones y tradiciones coexist ent es.
Hasta que el siglo xv11 no convirtió la ética en una rama más de la filoso
fía teórica, «la ética de casos concretos» fue tan fructíferamente retado
ra en el plano intelectual como la interpretación constitucional en la
práctica judicial de Estados Unidos. No se proponía suministrar una úni
ca solución a cada problema moral, sino que intentaba orientarse en su
camino a través de un territorio ético inexplorado, sirviéndose de todos
los recursos disponibles del pensamiento moral y la tradición social.
Sobre la situación de la ética en el cristianismo histórico, p odemos
decir, por tanto, que, «tradicionalmente, o no hubo ninguna tradición °
hubo una pluralidad de tradiciones: no hubo una única tradición, sino va
rias tradiciones paralelas, más o menos estrictas o lib erales p ero t�das
ellas aceptables». Independientemente de lo que enseñaran los �redica
dores de mano dura de la Contrarrefo r1na, los agustinos, cono cidos p
or
1 93
(:<>SMÓP<>IJIS
bio hacia una autoridad centralizada fue una táctica para fortalecer las
defensas de la iglesia contra las herejías protestantes, al igual que poste
rior1nente Pío Nono trataría de fortalecer la iglesia contra las conse
cuencias deletéreas de la Revolución Francesa.
Así pues, desde su comienzo hacia I 700, la idea de los «valores tradi
cionales» fue un instrun1ento de la retórica conservadora. En el cristia
nisn10 tnedieval, la gente vivía felizmente, con una idea aristotélica de
<<prudencia>> , según la cual era no solamente innecesario, sino además
una 1ne111ez, itnponer un único código de normas morales, un código que
no tuviera en cuenta las diferencias in1portantísimas entre, por una par
te, los probleinas abstractos de una teoría con1O la geon1etría y, por la
otra, los p�o�l�mas concretos de práctica mo
_ ral. El andamiaje de lamo
dermdad sirvio para racionalizar las doc
trinas morales y sociales respeta-
bles t1ue h·'1st- - '1 ent<)- t1 ces
:i. , -- haot t ,,an Stü · .1 o s1n • 1ple1nente el extremo «rigorista»
• •
de un espectro· ·'1cept-l' l) I e.
� , . . - .lle 1 :. esta n1a _
nera, la oligarq uía culta exp 1 oto,, 5u
poder social 11�1ra retorz-''-·ir su ,
. , pos1c · 1O11
· , de una 1nan era inte re sa d a . En esta
tesitura, tal vez se-1 tnen)s, ,
< sorpren dente que un librepensador como Ju-
l.ten (l e la Met_tr ,,. '-
1e,
-� un inc · on _ •
• .· t·orn11sta con 10 Jo s e ph Pri es cle y y u n sa b.10
ong1na 1 co1no (]1arles l)·ir n-
.. , · ' w in
· se s1nt . 1era
. n con 1p elid o s a dar c oc es c o
t ra e1 agu11on.
l{epúrese bien en lo q
ue si b<rnifi c...,i I.ealtn ue
respecto del r·tc.·1ona ¡· ente nuestro segun
� do desmar q a
1sn10. Por
<
. . d e 1
c1enc1a ha desc·tns·t,{ o, . , . un<1 parte, pernute ver que el e,,xi. to
• •
111stonc·u 11 ��nte .
h ablando, en consideraciones r-'1n-
< - < ...
<
LA COSMOVISIÓ
N MODERNA
Los años que van de la década de 1690 a 1914 marcan el apogeo en Eu
ropa de la «nación» soberana. Durante más de dos siglos, pocas personas
cuestionaron seriamente que la nación-estado era, tanto en la teoría
como en la práctica, la unidad política fundamental. Estos años presen
ciaron también el apogeo de la visión de la naturaleza que aquí hemos
llamado el sistema-marco de la modernidad. Sobre todo en Inglaterra y
Francia, sólo algunos espíritus recios dispuestos a no sintonizar intelec
tual y socialmente con sus contemporáneos desafiaron ya la separación
cartesiana entre razón humana y máquina natural, ya la cosmópolis esta
ble y jerárquica que construyeron los newtonianos sobre esa base. Con
todo, hasta después de 1914 esas ideas científicas y prácticas sociales no
volverían a ponerse en tela de juicio de manera generalizada. Por prime
ra vez, la soberanía absoluta de la nación individual sería vista como algo
disfuncional y anacrónico. Por aquel entonces, la ciencia se lanzaría a
desmontar uno a uno los últimos materiales del andamiaje de la moder
nidad.
La nueva importancia dada a la unidad, estabilidad e integridad de la
nación como centro y fuente de organización para el estado y la sociedad
<<modernos>> fue siempre más un ideal filosófico que una descripción de
índole política. En teoría, ese ideal se plasmó en la organización social Y
política de Francia y Gran Bretaña, pero esta plasmación nunca fue per
fecta. Holanda, un pequeño país creado en 1575, se acercó n1ás a ese ,,ide
al, con escaso bagaje histórico y una cultura inhabitualmente hon1 ogenea
(como dependía del comercio internacional, el equilibrio en�re los c�
merciantes y la aristocracia ayudó a convertirla en una soc1�dad mas
equitativa, más libre de las flagrantes desigualdades que nece 5 itaron de
legitimación en Francia e Inglaterra).
1 97
• • 1
cosMÓPOLIS
198
EL OTRO LADO DE LA MODE
RNIDAD
el mater1a11smo . C on ot ras p a l a br • e e
1 99
COSMÓPOLIS
seg un
•
. de íst a
•
·
ión '
,,
201
cosMÓPOLIS
bás ico en las ide s h ere d adas sobre la naturaleza tuvo tamb1en
cam bio a
as sobre la sociedad.
importantes repercusiones en l as ideas heredad
En 17 2 7, murió el anciano y venerable Isaac Newton a los ochenta y
tantos años de edad. P ara entonces, casi todo el mundo-sobre todo, en
Inglaterra-daba por válidos todos los materiales del andamiaje de la
modernidad. Parecía como si, por el momento, la <<evidencia» inmuni
zara estas doctrinas contra cualquier tipo de crítica. Si alguna de ellas se
veía abiertamente cuestionada, la gente replicaba entonces diciendo que
<<se atenía a razón». Así, tuvo que pasar una generación entera-después
de Newton-para que escritores influyentes defendieran hipótesis cien
tíficas incompatibles con estos presupuestos.
En estas postrÍinerías del siglo xx, la postura tanto de la elite científi
ca co1no del público en gener al ha can1biado tanto que ni una sola de esas
doctrinas ejerce ya un influjo importante en el sentido común de la gen
te. En la actualidad, ya no necesitamos presuponer que la natur aleza es
generalmente estable, que la materia es puramente inerte o que las acti
vidad�s mentales deben ser completamente conscientes y racionales. Ni
nece5itan1 0: ta1:1Pº º equip ar ar la «objetividad» del trab ajo científico
�
con la �<no implicación» en los p rocesos que se estudi an. Ni, por supues
to , decimos que 1a dist1n . · c1o ·,, n entre «razones» y «causas» acarree una se-
./ / .
parac1on r1gida entre humanidad y n aturaleza.
n la época actual, en la que nuestra comprensi
. � _ ón de l a ecología nos
impide ignorar la implicacion · ,,. de 1 os hu
m anos en los procesos causaI es de
la naturaleza ' sabemos de s0bra. 1o dan1 ~ • no que puede resultar este u
· o
"'ltim
P: e �upuest0: una vez deshecho ese nudo, l
_ e resto del tejido se deshilacha
rap1damente. La reinsercion ecol"og1• ca ,,.
de los seres humanos en el mun-
do el e 1os procesos naturales es, no O bst
• ante, un rasgo reciente del pensa-
miento. D esde 1720 hastª bien . entrado el
r . sigl o xx ' la ma yor ía de lo s fi -
1os,, otos y c1ent1"fi1cos d e la natura1 e . .
za s1gu1 eron d e fendiendo ' de una u otra
202
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD
203
COSMÓPOLIS
cosMÓPOLIS
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cosMÓPOLlS
COSMÓPOLIS
COSMÓPOLIS
4 , Pues , Y a esta ban listo s tod os los ma teri ales nec esarios para jus-
En I 91 . . .
tificar el desmantelamiento del and am 1aJe intelectual que, desde finales
del siglo xvII, había marcado las �autas del pensamiento aceptab�:· Algu
nas personas especialmente sensibles estaban empezando tamb1en a ver
con la profundidad adecuada los cambios que se avecinaban. Recordan
do, en 1924, los días anteriores a la Primera Guerra Mundial, Virginia
Woolf declara con encantadora exageración: <<Por diciembre de 1910, la
naturaleza humana cambió». Se estaba refiriendo al efecto de la gran ex
posición postimpresionista organizada en Londres ese mes por dos com
pañeros suyos del grupo de Bloomsbury: Roger Fry y Desmond Mac
Carthy. Para Inglaterra, aquella exposición, junto con los Ballets Rusos
de Montecarlo de Diaghilev, significó, poco antes de 1914, que la tiranía
de las ideas victorianas había tocado a su fin. En 19 I 4, las estructuras po
líticas y culturales de Europa Central estaban perdiendo también credi
bilidad política y social, como expone espléndidamente Robert Musil en
su novela El hombre sin atributos. Esto ocurrió ' sobre todo ' en la Viena de
Mach, Wittgenstein, Schonberg, Klimt, Freud y Musil. Los Habsburgo
decidieron convertir su ciudad en la guardiana de la Contrarreforma.
Los vieneses eran, pues, especialmente sensibles a cualquier crítica de sus
valores, y muchas de las batallas intelectuales y artísticas de la época em
pezaron en Viena antes de pasar a otros centros culturales de Europa.
Los testimonios de tales batallas resultan fáciles de ver. En todo el es
p�ctro que abarc�ba de la física a la psicología, ninguna rama de las cien
cias naturales se iba a basar ya en la fe-del siglo xvn-en la racionalidad
de la naturaleza. Todas ellas podían vivir de manera aut no ma con mé
ó
todos de explicación ?�sados en experiencias propia de primera mano.
s
De 1 �9° ª 1 9 1�, l?s físicosJ.J. Thomson, Albert Ein
stein y Max Planck
rompieron l?s ultimos eslabones que unían a la teo
ría física de su tiempo
co n la anterior o rt o doxia new toni·
an a. La nueva fís1·ca creada de esta ma-
nera- p ar�ículas que eran más pequeñas que el
_ más ligero de los áto mos,
espacio Y tlempo que carecían de una distinción clar y
a precisa, materia Y
212
>
213
--
co sMÓPOLIS
: EL RE-RENACIMIENTO APLAZADO
1920-196 0
1
214
p
EL OTRO LADO DE LA MO
DERNIDAD
ea u. .1n em bargo, ya antes de 1914 las formas de este art nouveau '
nouv S
•in
. spira · das en la biología, ya se estaban viendo superadas en los edificios
.. . .
y Ad olf L aos y en el mob1h � a 10 de l W 1ener Werkstatte.
de Ho ffm an n
arqmtectur� i_n�derna y del dise
Así pues, antes de 1920 gran parte de la
ades est1hst1cas que en unos
ño de interiores se basaron más en noved
principios de diseño radicalmente nuevos: allí donde_ los diseñadores y
arquitectos art nouveau tomaban sus detalles decorativos de las formas
vegetales, Hoffmann y su escuela los buscaban en la geometría.
Por su parte, Adolf Loos rechazó toda dependencia de una decora
ción que careciera por completo de función, si bien nunca se opuso a
compaginar las edificaciones con sus respectivos usos o emplazamientos.
En su opinión, cualquier diseño debía mostrarnos qué es el edificio para
nosotros. Por muy <<moderno>> que pudiera ser un chalé de Loos, nunca
se debía confundir con una casa urbana y menos aún con un bloque de
oficinas o un museo de arte. Después de la Primera Guerra Mundial, la
arquitectura tomó nuevos derroteros y volvió la espalda a lo profuso, de
corativo, histórico y emocional. La revuelta resultante contra el color or
n�mental Y local �o cualquier tipo de color, en general) es un rasgo prin
cipal de �o que iba a ser el movimiento principal de la arquitectura
<<modernista>>, que culminaría en los edificios y escritos de Mies van der
Rohe.
Como teórico del diseño arquitectónico moderno Mies es una figu
ra d: los años de ntreguerras. Como profe
_ �
teorias sus aplicaci ones más espectacu lare
fu;
sional, él quien dio a sus
s. Mies abominaba del c olor lo-
cal a favor de unos pr 111 · cipi · · os univ · ersales en el diseño' igualmente apro-
.
piados a todos l o s emplazami·entos ,,, ,,
. ,. ,, . geografic os. Est o no e r a solo una
e1eccion tecnica. Su afán de <<univ · ersa¡1d ,,
. t plat · ad» era la expresión explici· ta d e
n pu to de VlS
�gus ?n E � _ ?nico, que según él derivaba de 1a lectura de san
ti . s�os ? r1nc1p10s definían la
_ estructura fundamental de un edifi
cio, no en term1nos (geométricos)
funci. onales, sino estructurales; p or eso
no compartía la op1n · 1o
· , n de L oos de que
n ifestar su uso ' an tes a 1 co
la iorm
.e a de un edificio deb"'1a rna-
· .
n trario ' se congratu1aba d r rrnar
e poder trans1o
2 18
►
EL OTRO LADO DE LA M
ODERNIDAD
precision matematicas, que pudi eran servir para toda una serie de fines
distintos, unos edific�os �ue se hallaran igu almente integrados (0 <<des
plaza�os») �n cualqui . er ciudad o país. Un bloque de pisos de Mies pue
de, asi, servir para Ilustrar un texto sobre la geometría cartesiana O «coor
denada», en la que los emplazamientos espaciales se remiten a un
determinado <<origen de coordenadas» ( O) y a los determinados «ejes de
referencia>> (Ox, Oy y Oz).
En los principios que sigue Mies vemos al hombre que dominó el di
seño arquitectónico en Europa y Norteamérica hasta los años cincuenta a
base de rechazar la diversidad de la historia y la g eografía-y las necesida
des específicas de actividades humanas particulares-a favor de unos prin-
cipios universales y atemporales. Este es el paso que dieron Descartes y
los racionalistas del siglo xvn al hacer caso omiso de las prácticas variadas
y las opiniones ambi guas e inciertas que habían sido consustanciales al hu
manismo del siglo xv1, a favor de unas teorías y pruebas susceptibles de
imponer el consenso general. Entre las dos guerras, otras bellas artes re
corrieron la misma senda dejando la pizarra completamente limpia y em
pezando de cero, como testimonian las pinturas deJosef Albers; así, el re
novado sueño de una «tabla rasa» se converti rá en ten1a primordial de la
cultura de ese período. En esa medida, el movimiento que ahora conoce
mos con el nombre de <<modernismo» en las artes reflejó los temas fun
dacionales de la modernidad del siglo xvn con la misma seguridad que el
programa filosófico de una ciencia unificada y formalmente estructurada.
Entendido así, el <<modernismo» en arquitectura y bellas artes de los años
veinte compartió más cosas con la «modernidad» de la filosofía raciona-
lista y la física de lo que se podría pensar. . .
Dadas estas semejanzas imprevistas, cabe hacerse la siguiente pre-
gunta: «¿En qué medida la situación política y cultural de la Europ a _de
los años veinte y treinta se puede comparar con la edad de 0�0 d�I ra CJ o
nalismo en el siglo xvn?». Si comparásemos solament e esa los . mt e lec
tuales, géneros artísticos y otras cosas por el estilo , e�tos parecidos r o �
drían parecer insustanciales, superficiales y hasta accid entales. Pero, si
219
• : • • 1 • '
1 1,
cosMÓPOLIS
cial entusiasn10.
Quienes crecin1 os en la Ingh1terra de los años treinta aprendin10s a
acep�ar tanto el nuto _
de la n1odernidad con10 la necesidad de un nuevo
con11enzo en un tie1111)t O en · el que 1 a pol"1t1ca
: . · v la cultura de Europa Y
Nortea111er1c,l se h·1l '" l·1
1
'" L-)·111
'" ·1c(
.. )s-
1
- ..1 o-as, por tooa -1 e1 a·se de 1· ncert1·du1n b res. E n
nuestra �generació· n ' conH en l· 1 ·le D onne ·
) " e y Descartes, todas l as ideas h e-
redadas sobre la natur·1.. lez,a } }·ª soc
.t1en1po. ,l__anto en 1-1 1
.., 1el • ·i au1 se vi· eron cuestionadas ..11 n11sn10
· déc-..1 <.l·l' (i).e 1 os trei. nta con10 en la de 16 30 el s1stern�1
tra<.l.1c1o . na l de - '
estados· etirope�os, quedo,. en entre . l des111en1bra-
.. � .
n11t'.nto <.1 e1 11npeno de los, 1-l l �t. . dicho: e
· ) ur go red . bu1. ,, t
1 ,napa de Europ�1
...l:e.,, nt1....1 1 v, 01.·1ental, n11. entr- "l )S
.· 0 odo el
· · . '1s- l·"1 i.utna econ ,, . , I1
� 1.1g . og1a . t1 e ¡\(JO . o1111 ca d e A l en 1a ni..1 la abr1a �1 �
(l e11
· i tler · EJn l ª decada de los treinta con10 en la de
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1
1 t I-l , .
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L ... ,
das las certezas anteriores-e incluso la inteligt'b. i•1·d 1 ad por parte de1 pu, -
. o--de la fis ,, . .
bhc 1ca. Como consecuencia, la cr1·51· s de 1e i: de ¡ s i· g1 o xvn se re-
.. ,, tal cual, y no sol ,,
p1t10 o en la forma , sino tamb·i. e"n en 1a sustan
. ci a.
Durante la Primera Guerra Mundial , el human1sm , ·
pocas p�
_
. . .
s1b 1hdade ?�
s
. · o
abrirse pa�o. Iniciado en medio de un espíritu
esc ep uco tuvo
de
nac1�nah:5mo dogm atico, �l conflicto favoreció el surgimiento de eslóga
nes 1deahs:as, como por eJemplo: <<Una guerra para acabar con la gue
rra» o «L1br�m os al ��ndo de la democracia» (durante la Segunda
.
Guer:a Mund�al, la_ retorica abada no fue mucho más profunda). Luego,
_
la ret orica nacionalista de las dos guerras mundiales dio paso a la retóri
ca ideológica de la cruzada contra el comunismo. Lo cual hizo cambiar
de terreno a la argumentación, pero sin moqificarla de hecho. (Si la hos
tilidad entre papistas y herejes se había perpetuado mucho después de la
Guerra de los Treinta Años, lo mismo ocurría ahora con el mundo libre
frente a los rojos y con el socialismo internacional frente al imperialismo
capitalista.) Entre ambas guerras, los intelectuales europeos de mente se
ria se enfrentaron a la misma tarea a la que se había enfrentado Leibniz
después de 1670; es decir, a la tarea de encontrar una base de comunica
ción neutral entre antiguos enemigos, arbitrar métodos racionales para
contrastar ideas de diferentes naciones y construir instituciones transna
cionales capaces de impedir un rebrote de la guerra internacional.
Por desgracia, las actitudes e instituciones vigentes en la época resul
taron de nuevo inadecuadas para esta tarea. Después de 1930, una época
en la que la recesión económica en los países industrializados acarreó un
desastre económico en todo el mundo, la templada «zona media» se re
dujo y la atención del pueblo se centró cada vez más en los dos extremos.
Como suele ocurrir en estos casos, los poetas fueron los primeros en de
tectar la dirección del viento. La visión profética de la anarquía que ve
mos en la obra de William Butler Yeats, The Second Co1ning (La segunda
venida)-«el centro no puede aguantar»-, que aquí comparan1os con �a
Anatomía del mundo deJohn Donne, es de 1921. Con el cola1:�º eco�o
mico, a medida que los valores basados en el concepto de nac'.on se fue
ron corrompiendo hasta degenerar en la desenfrenad� brutalidad de un
nacionalismo racista en Alemania, el propio Yeats se vio arraStrado ª una
· ,, · ,, · mo, rn 1·entras otros- intelectuale. .s de
vers1on 1ng l esa, autoctona, de 1 f:asc1s .1nca¡lacH.lad
Gran Bretana, _ . otros 1 ugare ,
s, i es es pe ra do s- -
(1 nte 1·1
(
Francia y e_ . .
. te la cr 1s1s en
de sus gohternos . nac1ona I es para a1)Orda1. c·.. onstrt·ictiva111en
221
co sMÓPOLIS
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD
,, . ,.·
aquel peri odo nadi e pod1a ponerse a atacar el espi,.ri· tu nac1on · a1 y cerrar
.
_ s a las tareas urgentes de orden militar, y. elucubrar sobre un inun-
los 010
do que fuera libre de olvidarse de la crisis del momento, con unas insti-
ruciones realmente capaces de impedir una repetición de las guerras «na
cionales». Sólo despué� de diciembre de 1941, cuando el ataque japonés
,
aP earl Harb o ur 1n
� � UJO a Estados Unidos a lanzarse a una piscina cuyo
fondo nunca h_ab1a �1st� con verdadera claridad, las perspectivas a largo
plazo de una victoria aliada estarían lo suficientemente claras para plan
tear tales cuestiones.
El paralelismo entre la década de 1630 y la de 1930 exige un comen
tario ulterior. Tal y con10 trascurrieron las cosas en los años veinte y
treinta del siglo xx, el mito de la rnodernidad y el sueño de un n uevo
principio n o remedaron del todo el programa de investigación raciona
lista del siglo xvn, como tampoco repitieron tal cual el modelo de exac
titud formal subyacente a la filoso fía de la naturaleza del siglo xvn. En
realidad, las ideas acerca de una <<racionalidad» estricta modeladas sobre
la lógica formal y de un «método» universal para desarrollar ideas nue
vas en cualquier campo de la ciencia natural, se adoptaron en los años
veinte y treinta con un entusiasmo aún mayor, y de una forma más ex
tremada aún, de lo que ocurriera a mediados del siglo xvn. Después de
Descartes, las nociones de «exactitud» y «rigor>> se habían perfilado y
afinado por sí solas. A finales del siglo x1x, David Hilbert mostró cón10
debía ser un sistema matemático verdaderamente «puro»; como conse
cuencia de ello, el sistema de la lógica for1nal y la aritmética construido
por Frege y Russell fue en definitiva «más puro» incluso que la geo�ne
tría euclidiana que había servido de modelo a René Desca_rtes. Asi, ,el
programa del Círculo de Viena fue más formal, exacto Y rig�roso aun
que los programas de Descartes o Leibniz. Liberada de cu �lq uier rep�e-
sentac1. o,. n, conten1· do y emoc1· o,. n 1r · 1 evantes, la _/_/v '' angu. ardia» de 1ned1a-
re
dos del siglo xx ganó la partida a los racionalistas del s�glo xvu.
l Y arns-
En definitiva, en 1914 estaba preparado el terreno _mtelectua _
. . . en- ac en t1s e ' es d e cir: para
t·1
t1co para un resurg1m 1ento de 1 h uma n1. s
- , rn o r
en l·a atur·1 l A,
z·1 pa
_ ra un �1 re st Ju
� , •
r.1• -
una re1n . tegrac1. o,. n de l a h u1nan1.dad 11 - e
<-
223
' . .. .
c o sMÓPOLIS
ción de l re sp eto d e
.
bid o ª E r os y a las emociones, p a ra unas instituciones
J·ación del tradicional antagonismo
transnac1. onales efiicaces ' para una rela
s, raz s se xos p r un a acept ación del plur alismo en las ciencias
de clase a a a
Y nc1 . ¿' fi
1n . . a del fundamentalismo filosófico y la bús-
1t1v
y para una r e nu· a e
,
ue nt ·
a s-e ha
· bía n reu n ido ya todos los requisitos, inte-
E,n los an~ os . c1 . nc . . ,, .
. s,, p ara rest · ab lecer las un ida de s qu e se ha b1an d1c oto-
lectuales y pr ac,, . t •
1 co ·dad mental y acti- .
. nidad y na tur al eza , act ·
1v1
1n1zado en e l s1,.·g1 o xvu .· hurna es em oc
.
io na les d e la a .,,
· fue nt cc io n,
vt.da d materia · l, rac1.·0.n a.l i dad humana y .. ,, . .
,, ces1v •
m . t.�e. I C)S espasinos de la cosmov1s1on moribunda impidió
en
y as1 su a __J •
a esto s r eq ·
u1 s1 ·to s res ult ar efi cac es
·
1 a pr1 me. ra gener . ació . n en reaccionar pos1t1vamente la .compu . .
sieron los
eri ·ca no s y eur . . c)pe os nac i dos en los años cuarenta y pr1nc1p10s de la dé-
am
parte a su gran implicación per-
cada de los cincuenta. :B�sto se debió en
El hecho de enfrentarse al
sonal en la situación política del momento.
riesgo de ir (o ver a sus contempo�áne?s i:) a i_nat�r a_otro� seres, tan hu
tn anos corno ellos, en Vietnam, sin n1ngun viso Just1ficat1vo de autode
fens a , les creó una gran zozobra y les hizo replantearse las prerrogativas
del ente nacional y, sobre todo, de una soberanía absoluta. Rachel Car
son les ha bía mostrado que la naturaleza y la humanidad eran ecológi
mente interdependientes; los sucesores de Freud les hicieron comprender
mejor sus vidas ernocionales y las inquietantes imágenes que aparecían
en la televisión ponían en tela de juicio la sabiduría moral de sus gober
nantes. En esta tesitura, había que ser incorregiblemente obtuso o mo
ralmente insensible para no ver el quid de la cuestión. Un quid que no
estaba particularmente relacionado con el Vietnam; era el carácter obso
leto de una cosmovisión-la moderna-que había sido aceptada como
garantía intelectual de la <<nación»· en o en torno a 1 700.
A dar la puntilla a este desleimiento del Contrarrenacimiento-el
drama trisecular de la n1odernidad-vino a unirse un nuevo asesinato
e�bleinátic�. Volvien do l a mirada aJohn Kennedy ahora, un cuarto de
sigl o despues de su muerte, salta a la vista que fue para sus contemporá
.
neos un �residente <<de otro planeta>>. En su pritne
_ ra alocución presi
dencial, hizo un llamamiento a América y al
mundo en general para estar
� la a_ltur� ,,de los nuevos tiempos, para pensar en la humanidad con una
1ma g1nac1on y un idealism 0 a 1 os que 1 os poli,, ·
t1cos de los anos och enta
- ~
ha n vuelto la espa lda ' por cier · to, de manera ostensible. Dado que in . voco,,
a la « n ueva gener a ció n » coino 1 a pr . • ,,
,, otag oni sta de esta nueva obra, lo s JO -
venes de la ep oca se vieron como esa nueva
g ener aci ó n . S in em b ar g o, e/1
n n a 11eg o,, a c mpart r l a
� � ? i s dud a s de dichos jóvenes en materia de a
tr1ot1sn10 y n acionalismo. Fu p
· e e,.1 qui· en inau· ,. ,, .
guro la pohtica sobre y·1et-
narn que 1uego achacarían a L
yn don J o hnson. Hay que re conocer, ero
226
EL OTRO LADO DE LA MODERN
IDAD
,, . -1 e . se ha b1an
mento. Una vez que arranco en serio, todas 1 as, cuestiones (1u
. .
cr1. stah. zado en el andamiaJe de la moderni·dad del si · glo· xv � II fueron re-
227
COSMÓPOLIS
EL OTRO LADO DE LA
MODERNIDAD
229
COSMÓPOLIS
COSMÓPOLIS
ca1n b10 .
d · tad os y ha cia · diados del siglo xx, el proceso de demoh-
me
ron desacre 1 , ,, .
tica quedaban, así, li-
· ,, let ad o. El pe ns am ie nto y la pr ac
c1on qu e o
d,, co mp . .
l R en ac im iento.
bres y listos para volver a la visión de
aspectos �ndame�tal�s de la
A lo largo de estos tres siglos: los. dos ,
les, o metaf1s1cos y c1ent1ficos
modernidad-doctrinales y exper1enc1a
e diferentes. Las doctrinas
han seguido unas trayectorias completament
a de los seres huma
forn1al�s que sustentaron el pensamiento y la práctic
nos a partir de 1700 siguieron una trayectoria en forma de letra omega,
es decir, en forma de <<Q>>. Trescientos años después, volvemos a estar
cerca de nuestro punto de partida. Los científicos de la naturaleza ya no
establecen una separación entre el <<observador» y el «mundo observa
do», como hicieron en la época dorada de la física clásica; las naciones
estado soberanas ven restringida su independencia; y las ambiciones fun
dacionales de Descartes han quedado desacreditadas con la nueva
defensa que hace la filosofía del escepticismo de Montaigne. Ni en el as
pecto intelectual ni en el práctico son las cosas tan sistémicas o autóno
mas como antes. Ninguna de las restricciones que impuso la <<opinión
respetable» a nuestras ideas sobre la naturaleza tiene verdadero peso
científico en la actualidad, y la cada vez mayor proyección empírica de la
ciencia hace innecesario limitar la especulación a los ámbitos bendecidos
por el esquema moderno. Las teorías actuales sobre la naturaleza tienen
unas raíces empíricas milenarias, idea ésta que sin duda habría hecho las
delicias d� Newton. A partir del siglo xvn, el progreso de la filosofía na
tural ha sido acumulativo y continuo, y las esperanzas criptoanalíticas de
Descartes se han demostrado más que justificadas.
_
Doctrinalmente, pues, la trayectoria de la modernidad se ha cerrado
sobre sí · mi. sma , en una espec1e · · l,
· d e ome ga; p ero, en e l plano expe r1e n c1a
ha .1�? hacia arriba básicamente. Conforme la gen
_ te de Europa y Norte-
amer1ca ha ido aprendiend0 de su propi· a · ·
. exp er1enc1a de la m odern1'd ad,
y denunciando las desigualdades 1ntr1 · ,nsecas al anda • •
mtaJe «moderno», h ª
desarrollado también un pruri· to d.1scr1· m1n · ator10 •
hacia los intereses hu-
manos. En las décadas de 1 1 7 8 o, l as revoluciones en Amer1ca Y
,, .
. 7 7° Y
Francia cons.1gu1er .
on desafiiar ª 1 a autoconciencia social· sde entonces,
. . ,
1a emanc1pac1on de las elases que 1a nuev ' de
a cosmópolis denominara «1os
23
4
EL OTRO LADO DE LA M
ODERNIDAD
2 35
COSMÓPOLIS
•
/ d e l .
o pr ev · sto , sino que ade más nos ha permitido contestar a
n1stas n1as 1
ordara, ,, al . .
· · 1 s obr e la
· «m ode rnidad» . Com o se rec pr1nc1-
l a preg un ta ·
111 1c1 a . .
· ·
an1 0s.., t r es ti.pos de cue stion es dife rentes. En primer lugar, cues-
pto ag1t . ,,
· . / · sobr. e la explicación oficial de los or1g enes de la moder-
t1ones h1stor1cas . .
, en esp eci al sob re la tra nsi ció n del human!smo del s1?lo �VI al
nidad _
ar, cue st1 ne s h1s tor1ograficas,
racionalismo del siglo xvn; en segundo lug �
nidad como un m ovi
sobre las razones que nos llevan a ver la moder
miento que se inició después de 1600 y que debe ser cons�derado, por
tanto, como una novedad del siglo xvn; y, finalmente, cuestiones filosó
ficas sobre la idea misma de modernidad, como, por ejemplo, saber si las
ainbiciones de la edad moderna son relevantes en la actualidad o si nues
tros asuntos intelectuales y prácticos tendrán ahora que seguir unos de
rroteros radicalmente nuevos («posmodernos»).
Detengámonos primero en las cuestiones históricas. Cuanto más
profundas han sido nuestras investigaciones más nos han alejado de la
versión oficial de la modernidad. Versión que, en consecuencia, hemos
sustituido por otra versión revisada que evite los falsos presupuestos sub
yacentes a la versión anterior. Según la visión heredada, el origen de la
era <<moderna» tenía cinco características clave: la prosperidad de la Eu
ropa del siglo xvn; el debilitamiento de los controles de la Iglesia sobre
la vida intelectual; el desarrollo de una cultura secular y vernácula; el
centralismo político de la nación; y, sobre todo, la adopción de métodos
«racionales» en los ámbitos de la ciencia y la filosofía. El pensamiento
moderno arrancó, así, al parecer con la física de Galileo Galilei, la epis
temología de René Descartes y la ciencia política de Thomas Hobbes,
mientras que la práctica social y política moderna se inició con el auge de
las naciones-estado soberanas y estructuradas en clases.
Pero todas estas aseveraciones sobre la modernidad del siglo xvn re
sultar�n ser fal:�s o falaces. El siglo xvn no fue una épo de prosperi
ca
dad, sino de crisis económica; las presiones ecl
esiásticas sobre la ciencia
y el sab er se i nt ensificaron en vez de reduci
rse mientras que el alc ance
del p ensami ento racional no se expandía,
sino �ue se estrecha ba. Como
tampoco fue nin · guna novedad eI 1eenom ., eno de una cultura laica · en eI si-·
glo xv n: ésta había ido en constante au
_ mento desde finales del siglo XV,
conociendo una fase de esplendor con 1
. 1on
. / heredada restª . ,
a obra de los humanistas deI s1g · 10
xv1. La vis ba, as1, 1mp · ortanc1a . • buc 1o
· ,, n de1
. . a la contr1
Renac1m1ento a la modernidad · e aren ,, o
tes de met dos racionales, los pen-
EL OTRO LADO DE LA MODERNIDAD
sadores del siglo xv1 (según esta concepción) habrían ensayado nuevas
variaciones sobre temas medievales. Erasmo, Rabelais, Montaigne y Sha
kespeare se consideraban como los últimos, aunque no los menores, de
los últimos pensadores medievales, cuya recuperación de textos de la an
tigüedad clásica los emancipó del conservadurismo de los siglos oscuros;
pero nunca dieron el paso definitivo que les abriera las puertas del mun
do <<moderno» de la lógica y la racionalidad. Los historiadores de la filo
sofía y de la ciencia suscribieron, así, los mitos sobre el carácter progre
sivo de la vida y el pensamiento del siglo xvn, que (como deberían haber
descubierto con profundizar sólo un poquito en su fuero interno) falsea
ban el registro de la historia.
Si la versión heredada tuvo tanto predicamento en las décadas de los
veinte y los treinta, ello se debió a que se dio entonces por supuesta la va
lidez fundamental de la postura racionalista. Al considerar fundadores de
la modernidad a pensadores como Galileo y Descartes, o a gobernantes
como Cromwell y Luis XIV, los historiadores abonaron las prerrogativas
absolutas del racionalismo del siglo xvn, que elevaron al rango de Ver
dad Establecida. Pero la validez de ésta, lejos de ser categórica, absoluta,
independiente de las circunstancias y descontextualizable, resulta ser,
vista más de cerca, hipotética y circunstancial. En el siglo XVII había re
sultado convincente en tanto en cuanto subproducto de un hecho histó
rico especial: el resquebrajamiento político y económico del orden polí
tico de la Europa moderna (y un resquebrajamiento simultáneo en el
orden heredado de la naturaleza). Por su parte, la estabilidad, la jerarquía
y la coherencia de la nación-estado daba seguridad política a quienes vie
ron la organización social de Europa desintegrarse a lo largo de los cien
to cincuenta años que siguieron a la Reforma; al mismo tiempo, las ide
as de los Principia de Newton seducían a quienes habían carecido de una
cosmología consistente desde que Copérnico diera al traste con la visión
ptolomeica un siglo antes. Estos logros fueron saludados como comple
mentarios a la <<lucha por la estabilidad» en Europa. Respuestas gernelas
a una crisis global que sólo se podía superar (como se demostró) si la gen
te dejaba completamente limpia la pizarra, recomenzaba de cero Y cons
truía una cosmópolis más racional para sustituir a la cosmópolis derruida
en torno a 1600.
Y ahora pasemos a las cuestiones historiográficas. Al hablar de cómo
nuestra visión del siglo xvII había sufrido el influjo de los espejos histó-
237
COSMÓPOLIS
• ·· l �· u co nte
. mp la ció n nos hicimos la siguient e pregun-
r1c os un ¡ 1zaco
· s pa ra s .' ,, . ,, .
,, inta se acepto un a ver sion tan dis-
ta: <<¿ .·por que en los an~os veinte y tre ,, .
·
na d a d e los u"lti' no s tre sci ent os año s? ¿Que se ventilaba realmente
tor s1o i
,, . .
~
· te para llegar a admi
rar una epoc a de anqu i losa m ien to
en 1os anos ve1n . ,, .
zas ideolog1 �as, y a devaluar
económico, intolerancia religiosa y matan
yor prospe:1dad y un huma
nuestro legado del siglo anterior, de una ma
udio, ya tenemos a
nisn1o más maduro?>>. En esta fase de nuestro est
n1ano la respuesta. Nuestras preguntas históricas e historiográficas-es
decir « •Qué ocurrió reahnente en los siglos xv1 y xvII?» y «¿Qué nos
dijer�n �ue debíamos pensar sobre dichos siglos?»-pueden parecer
bien distintas; pero las respuestas demuestran estar estrechamente inte-
rrelacionadas.
Historiográficamente, hemos tenido que explicar el renovado inte-
rés por el racionalismo que se produce en los años veinte y treinta.
¿Cómo? Mirando una vez más a las condiciones de la época: al desplo
me de la confianza en el orden político de Europa y a la crisis simultá
nea que se produce en las ideas heredadas sobre la naturaleza. Lo que
en 1648 consiguió la paz de Westfalia ( en cuanto a crear un marco po
lítico para la modernidad), lo destruyó en 1914 la Primera Guerra
Mundial. A partir de 1920, resulta difícil negar la necesidad de un nue
vo orden político y diplomático que no se centre ya exclusivamente en
la soberanía ilimitada de las naciones-estado. En efecto, tras la gran
carnicería que supone la Primera Guerra Mundial, la estructura clasis
ta de la sociedad moderna provoca reacciones tanto de cinismo como
de lealtad. Cosmológicamente, la labor constructora emprendida des
pués de 1600 se resquebraja después de 1900. La teoría de la relatividad
de Einstein Y la teoría cuántica de Planck significan la muerte de la
_ fí
sica newtoniana clásica. A modo de contestación al pit fio re actado
e a d
por Alexander P.ope para Newton,
vieran .de modelo para todas las disciplinas iº ntelectua1es si· e sien
· do un
_ 1ncumph
. . gu
sueno do, por lo mismo que el hecho de que ni· n , n mode1o pa-
. , . . gu
recido este disponible hoy no significa tampoco la << muerte» de 1a racio-
nalidad, si�o más bien nuestr� despertar de un sueño transitorio y ambi-
guo. A:1�ano socavado por d Alembert, Holbach, Priestley y Kant, el
andamI�Je de la modernidad ha sido desmontado en la actualidad y la
modernidad ha alcanzado por fin la mayoría de edad. Si para algunos crí
ticos, como Lyotard, la ausencia de un sistema fundacional sustituye lo
_
«rac1�na�» por lo «absurdo», esta objeción muestra sólo que su ataque al
cartes1an1smo comparte el prejuicio de Descartes a favor de los «siste
mas». Si, en cambio, reanalizamos la «racionalidad» en términos no sis
témicos, no tiene por qué haber nada «absurdo» en ello.
Y ahora dejemos a los detractores de la modernidad y centrémonos
en sus defensores. El azote de los «posmodernos» parisinos es Jürgen
Habermas, de Frankfurt. Habermas se sirve del término «moderniza
ción» para referirse al movimiento emancipatorio que se inició con la Re
volución Francesa y fue racionalizado en la teoría universalista de la ética
kantiana. Gracias a una ambigüedad irónica, su «modernidad» equivale
a nuestro <<desmarque respecto de la modernidad»: el desmantelamiento
de la estabilidad jerárquica impuesta tanto a la teoría científica como a la
práctica social durante los cien años que precedieron a la Revolución
Francesa. Así pues, Habermas ve la marca distintiva de la modernidad no
en una supuesta dependencia respecto de la teoría racionalista, sino en
un compromiso con la práctica igualitaria. Kant empezó su crítica de la
cosmovisión dominante en su Allgemeine Naturgeschichte (1755), donde
sostiene que la naturaleza tiene su propia historia por el mismo título que
también la tiene la humanidad. Bajo el influjo de Rousseau, su teoría mo
ral añadía el imperativo suplementario de que una comunidad bien orde
nada no debía admitir ninguna desigualdad, sino tratar a todos los agen
tes racionales como ciudadanos autónomos e i guales dentro de un a
verdadera mancomunidad de fines. A lo que Habermas añade una serie
de preguntas trascendentales sobre los factores que podrían distorsio�:r
tanto la percepción de las relaciones sociales como nuestra con1pren sion
del lenguaje del discurso político.
cen ,
Los defensores y detractores filosóficos de la modernidad p are
así, mantener un diálogo de sordos. Muchas de las razones que ac�u cen
_
los escritores franceses contemporáneos para negar la valide z continua-
COSMÓPOLIS
2 43
r
CAPÍTULO QUINTO
Estos dos lega dos gemelos de l as ciencias exacta s y las humanidades sólo
los podemos reconciliar mediante un cambio de rumbo; para lo cual, es
preciso darse cuenta antes de que l a agenda del <<pensamiento moderno»
se plantea en realidad una s meta s que exceden a su propia capacidad. Lle
gados a este punto, debe haber quedado suficientemente claro que tene
mos que equilibrar el afán de certeza y claridad en la teoría con la impo
sibilidad de evitar la incertidumbre y la ambigüedad en la práctica . Pero
la visión heredadada de la modernidad no sólo descansaba en la búsque
da de la certeza y en la equipara ción entre ra cionalidad y respeto a la ló
gica formal, sino que además asumió la creencia de los racionalistas de que
la manera moderna y racional de abordar los problemas era barrer de tra di
ciones el racimo heredado, limpiar la pizarra y empezar de cero.
En efecto, si echamos la vista atrás a todo lo anteriormente dicho, ve
remos que la idea de •«comenzar otra vez con la ta bla rasa » ha sido una
preocupación tan recurrente entre los pensadores de la Europa moderna
como la búsqueda de la certeza propiamente dicha. La creencia de que
cualquier nuevo constructo sólo es verdaderamente racional si << arrasa»
con todo lo que había antes y empieza desde cero ha jugado un papel fun
damental en la historia intelectua l y política de Francia (los ingleses han
sido generalmente más pragmáticos, aunque nadie que a borde con en�
siasmo el espíritu de la modernida d puede declararse inn1une a su in
fluencia). La ilustra ción más espectacular de esto la constituye la Revo
lución Francesa . En aquella ocasión, el sueño de dejar la casa limpia Y
empezar de cero a tra vesó el C anal de la M ancha, despertando el entu
siasmo de William Wordsworth y de toda su genera ción:
COSMÓPOLIS
o rec ·
1en te sob re la Re vol uci ón sub raya este mismo punto de
Un ensay
vista:
La revolución llegó a todo. Así, recreó el tiempo y el espacio. �-.. ] los revolucionarios
dividieron el tieinpo en unas unidades que para ellos eran racionales y naturales. La
semana tenía diez días, el mes tres semanas y el año doce meses.
La adopción del sistema métrico representó un intento similar por imponer una
organización racional y natural al espacio. Según un decreto de I 79 5, el metro sería
«la unidad de longitud i gual a la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano
terrestre entre el polo norte y el ecuador>>. Por supuesto, los ciudadanos corrientes
no sacaron demasiado provecho de dicha definición. Tardaron bastante en adoptar
el metro y el gramo, la nueva unidad de peso correspondiente, y fueron pocos los
que se mostraron a favor de la nueva semana, que les daba un día de asueto cada diez
días en vez de cada siete. Pero incluso allí donde permanecieron las viejas costum
bres, los revolucionarios dejaron estampadas sus ideas en la conciencia contemporá
nea mediante el expediente de cambiar el nombre a todo.
2 49
COSMÓPOLIS
za, sistematic�dad y
111 odernidad descansaba, pues, en tres pilares: certe
tre sci en tos añ os de spu és Jo hn Dewey y Richard
tabla rasa·' así ' cu an do . .
fun era l de est e pr og ram a, estas ex eq uia s tuv 1e ro? una
Ro rty oficia ro n el
ar los �ro�lemas racional
repercusión más amplia. La idea de que abord
nte sig nifi car a un nu evo co mi en zo de sde cer o habia sido un error des
me
nos es comenzar desde
de sien1 pre. Lo más que podemos hacer los huma
s en tal lugar; es de
donde estamos, y desde el momento en el que estamo
ponemos
cir ' hacer un uso discriminatorio y crítico de las ideas de que dis
en nuestra actual situación geográfica, así como de las pruebas de nues-
tra experiencia, tal y como ésta es «leída>> a la luz de tales ideas. No te
nemos ninguna posibilidad de desvi11cularnos de nuestra herencia con
ceptual. Lo único que se nos exige es utilizar nuestra expeciencia de
manera crítica y discriminatoria, perfilando y mejorando nuestras ideas
heredadas y determinando con mayor exactitud los límites de su alcance.
Más concretamente, el trabajo realizado en los ámbitos de historia de
la ciencia, antropología cultural y otras disciplinas en estos últimos trein
ta años muestra que, por impecablemente que satisfagamos estas exigen
cias, no estaremos por ello más cerca de un punto de partida autojustifi
cador. No existe ningún punto cero desde el cual poder saltar a un
sistema intelectual autónomo y desprovisto de tradición. Todas las situa
ciones culturales que nos sirven de plataforma para llevar a cabo nuestros
estudios prácticos e intelectuales están históricamente condicionadas. Y
como esto es así, lo único que podemos hacer es empezar lo mejor que
podamos con lo que tenemos aquí y ahora.
Es éste un pensamiento que los americanos, en concreto, encuentran
particularmente desalentador. El sueño de una tabla rasa siempre resul-
,, . . .,
to atr��t1vo a qu1�nes cre1a n que, una vez dejadas atrás la tiranía y co-
rrupc1on de la sociedad europea tradicional tras desembarcar en un nue
vo continente, sería finalmente posible empezar de nuevo desde cero.
Pero, fueran cuales fueran las ganancias políticas de los primeros coloni
zado�es americanos del siglo xvn, o de los padres de la Constitución
amer�cana a finale� del �111, lo cierto es que ni los primeros colonizado
res n1 los revoluc1onar10s definieron sus opciºones en term1nos ,, ·
,, , , que no
�eran los que se hab1an tra1do en la mochila desde el otro lado del Atlán-
tico. Cuando los habitantes de las Trece eoIon1· as
.. cortaron eI cord,,on
umb1hcal con la madr e patria, much os ame ·
ricanos <<nuevos» estaban in-
tentando re staurar e l orden tradicional en Ia soc1· e da d ·
para poder as1,, d1s-
250
EL CAMINO POR ANDA
R
HUMANIZAR LA MODERNIDAD
· ·
Tras los horrores de 1914-1918, los euro peos s1nt1 eron de nuevo la ne-
cesidad de dejar limpia la pizarra, empezar completamente d� cero y_aco
meter su propia búsqueda de la certeza. En este empeño, dieron vi�a ª
una versión retrospectiva de los orígenes de la modernidad-en el siglo
xvn-que diera fundamento y resultara provechosa para su ��usa. Pero,
. ·
a1 deJar en la sombra a los human1stas del s1g · 1o xvi, esta vers1on se reve-,,
ló falaz y empobreció nuestra visión de la edad moderna. No hay p or q
ue
escoger entre el humanismo . del s1g• lo xv1 Y 1a ciencia exacta del xvn; se
os.
trata ' antes bien ' de quedarse con 1 os 1ogros posi·rivos de ambos legad
cosMÓPOLIS
/ .
· ron·
� .1 asa de la pureza abstracta y el desape-
dad en 1 os p rop ·
ios, f1
· cos-- '
s1 que
.
l
, n1a. yor preocu pación por los efectos políti-
. " ,(1 ·l os, v,alo e » a u n a . .
go «aJeno r s
. nov.ac entífica. La consecuencia inmediata de
l a 1n , .
i o/ n ·
ci
c�os, Y _so � es
, cial d e
. de The Bulletin of the Atomic• Sc1e• nt1st
� •
, que sigue
es· te ca1nb1 0 fu e 1 a cr ea c1 /
on . .
ri os tran sn ac1o na I es, no gu bern am
1n en su a 1 m en te com enta en-
IJubl ic an do .
1 a po 1 /
it ·
1c a de l as arin as nucleares y otros temas •
asociados.
tales, . sobr '. /
e .
st e qu · e no· se debe ría sube stim ar. Mientras el <<Manhat-
U n ca n1 b 10 e / . . /
c.. e más-- que un e · J ercicio teor1c o, los c1ent1 ficos de Los
tan P roJ.ect» no 1LI / . /
a de los sol �ados , p ohtic os y b ur oc ratas
Álamos hablaban a menudo acerc _
v
· aban su obra en términos. de <<hlJOS de puta »; y, hasta el mo-
que super 1s . .
mento en que explotó de verdad la primera bom ba, siempre se �eron a sí
mismos como una clase aparte. Dicho camb io no se produjo hasta los
primeros ensayos atómicos de Alamogordo. El colega de Robert Oppen
heimer, Bainbridge, reaccionó al parecer declarando: «¡Ahora todos so-
1nos unos hijos de puta!». A partir de entonces, entre los científicos ató
micos se produjo una especie de «movimiento de tierra» general a favor
de entrar a formar parte directamente en los debates políticos sobre la
utilización de armas nucleares y la potencia nuclear.
Una <<humanización>> semejante se advierte también en el campo de
la tecnología. Los últimos cuarenta años han presenciado el cambio de las
actitu des públicas hacia los proyectos de ingeniería. En los años cincuen
ta, los organismos que ejecutaban proyectos de ingeniería a gran escala,
como, por ejemplo, el «U. S. Army Corps of Engineers» («Cuerpo de
Ingenieros del Ejército Americano»), actuaban movidos aún fundamen
talmente por consideraciones técnicas; así, construían cualquier presa
que _pareciera favorecer a la agricultura o el transporte sobre la base ex
clus!va de su viabilidad técnica. A finales de los
años ochenta, ningún or
gam�mo del género podía seguir haciendo
la vista gorda sobre cuestiones
de «i mpacto medioambiental». Ante
s bien, se les exigía por ley exponer
cla: amente Y p�r adelantado los ben e
ficios y p erjuicios que se podían se
� de determm ado proyecto, y los daño q
ur
a ana-
lizar V evalua
s ue es ta ba n ob ligad o s
� r cubrían tant 0 1 os prod
uc1.dos a seres hu1nanos como a no
humanos. Antes ' la posibil1º d
.
eJemplo, las cascadas ' al se
ª
d de ut1•¡·izar recursos naturales, como, por
rvi· ci· o de 1 a human1d .
. · ento so-
ad era un argum
bra damente convincente · Aho
no es so,, 1o una fuente de recu
ra, · 1 gente entiende
. ª que la «natura1 eza>>
· benefi1cio
. si. rsos naturales que explotar para nuestro
propio ' · no que es tain b.ie, n, en l mi
a sm a medida, n uestro h a/ -
EL CAMINO POR AN
DAR
2 57
cosMÓPOLIS
,, n tc· .
(. y e inge nie
l·i ría civil, por unidades a<lminis-
técn. ic.(.-1s·' COlllO la e I ectr o 1
, b ord a r det e r1n1
•
11ad os tipo
•
s de neces1'dades hu-
(. 1v·(.1s, resp
tr-1t ,
· onsa ) l es. l oe
J a
• · · ,,
� • el· tra n spo rte, la com un 1ca· c1on o 1 os proble-
po r eJ em p 1 o , ,, •
1nanas, con10, . ,,
1on academ1ca por perfeccionar
. a tra dici · on · al pr eocu pac ·
111as ur · 1Janos. L· . .
., . as se pu d0, asi,,, contr· · astar con otras man eras d 1st1ntas de aplicar
las tecn1c
la humamda�.
estas técnicas· para el bien de , .
s art i" s ti · c as co rri ero n pareJ as co n las aca de m1cas. La mú-
L as cu es tio ne . .
ura tiv a y la arq uitect u ra sin color lo-
sica dodecafónica, la pintura no fig
ca1 n1· fun ci·on " fueron productos exagerados de un nuevo racionalismo,
xx; p�ro esta :ez el for-
magnificados por la crisis de principios del siglo
malisn1o había sido demasiado extremado y la renuncia demasiado drás
tica. Se cuenta que Anton Webern dij o que los temas dodecafónicos lle
garían a sonar con el tiempo tan <<naturales» como los diatónicos; pero
esta afirmación, al igual que la esperanza de fundar la enseñanza diaria de
las matemáticas en una «teoría de grupo», no pasó de ser, en el mejor de los
casos, un 1nero sueño. (Arnold Schonberg sostuvo, de manera más rea
lista, que el atractivo de la música dodecafónica era más intelectual que
sensual: <<No importa tanto cómo suena la música».) En los años ochen
ta, los con1positores están volviendo a una música cuyas armonías y rit
n1os son claramente audibles, mientras los pintores vuelven a emplear
imágenes figurativas y hasta hiperrealistas. Los genios matemáticos,
iguahnente, se preocupan menos por llevar sus análisis a alturas cada vez
más abstractas y más por dominar unos ordenadores que parecen capaces
de poner técnicas formales al servicio de utilidades humanas.
Al igual que las cuestiones sobre «la nacionalidad» en el ámbito polí
tico, las cuestiones sobre la «racionalidad formal >> en el ámbito intelec
�al ,ª�rancaron fructíferamente en el siglo XVII porque las condiciones
historicas favorecían el funcionamiento autón
omo de las ciencias y los
e:tados, todos ellos desarrollados en torno
a <<sistema s» de estructura 1ó
gica O de org�nización política. En cam
_ bio, a finales del siglo x x, estos
sistemas son infructuosos d'15 func1·
,cosas. ' la recipr ,, . Y ona1es porque, tal y como esta,, n 1as
· oca 1nterdependenc1·a entre c1enc · ·
. · 1 as y estados es tan esen-
cial con10 lo fuera su recíp roca interd
, ependenc1· a hace tresci·entos anos.
E} probleina clave no es ya a se rar · ~
. gu que nuestros si· stemas socia les y na-
c1ona1 es sean estables ' sino n1 " 5 bien
l es y socia . 1 es se adapten mejor.
ª •
· que los procedimientos 1ntelecnia-• ·
,, ,, ,,
LA RECUPERACION DE LA FILOSOFIA PRACTICA
e p o em a d el val �r de l a vida
abordar sin suscitarse al mismo tiempo ,
l r bl
ua n t a l pr ote cc w n del me
humana y de nuestra responsabilidad en c _
o a
ta id ad » q u e ca act en zaron al
dio ambiente. Todos los «cambios d e m en l �
is m o en el si g lo xvu se es-
o n al
abandono del humanismo en aras del raci
cosMÓPOLIS
_L1n
, u�1 1. n(1 0 en a 1.1 a (l.a 1 r evé s
- ·
· el hin ca pié «n1oderno» en lo escrito '
.. ·'1-1 ·1� ct u 1 ( . ,, .
. lo ate 1n p ora 1-que mo nop olizo el trahaJo de l a
lo un.1vers�1 l , lo ge . �11 er· · '1l y
,, de 1630-esta,, ab r1en ·,, dose a OJO · S vi·s-
f ... l ,,,.
os o f os des pues
111·'.1vor parte- de los, l .
.
in c 1 u1 r 1 o oral ' lo . I Jar tic ula r , lo loca1 y 1o tempora1.
ta par�1 volver a
T,7uelta 11 lo oral
L a nueva preocu Pacl·on " que existe en estos últimos veinte años entre es-
tudiosos del lenguaje y de la literatura por la len gua or�l, la comun1-
·,, , la retórica y el <<discurso>> es algo que salta a la vista de todo el
. 1on
cac
inundo. Hace un siglo, un tradicionalista católico llamado John Henry
Newman escribió la Gramática del asentimiento, que trataba de la retórica
con especial seriedad intelectual; pero su ejemplo no fue muy seguido en
la prünera n1itad del siglo xx. Antes bien, la atención académica se cen
tró prin1ordialmente en el «texto», es decir, en lo que aparece en una pá
gina, preferentemente una página impresa. Esta limitación o restricción
corrió pareja con el afán por aislar las obras literarias, en cuanto produc
tos, de los datos sobre las situaciones históricas y las vidas personales de
sus autores en cuanto productores; es decir, un afán por descontextuali
zar el texto. Desde la segunda mitad de los años sesenta, la retórica ha
empezado a recuperar su respetabilidad como cuestión de análisis litera
rio y lingüístico, y actualmente comparte con la «narrativa» una atención
que a1nbas han estado esperando durante mucho tiempo.
Lo misn10 está ocurriendo en otros campos. En Estados Unidos son
inuchos los colegios y universidades que tienen un departamento dedi
cado a estudios s obre <<la comunicación» 0 «la for
ma de hablar». Estos
d�partamentos son responsable� de los equipos
de discusión de los cole
gios , p ero en ellos se r ealizan tan1bién inv
estigaciones serias sobr e dife
rentes asp ect�s de la comunicación y la
argumentación orales. Entre
tan�o , el trabaJ o actual en psicología del
des arrollo está influenciado por
las id eas d e L. S. Vygot s ky y
A. R. Luria sobre, po r ejemplo, el papel de
l a lengua hablada en la confi
guración de las capacidades del niño para
p ensar y actuar. El equipamiento men
tal del niño forma ya parte de una
<<natural e za hu1n ana» inalterada q
. ue todos los humanos utl·1·izan por
igual para enfrentarse a la experiencia
_ sensorial o, a lo sumo, a u n pro-
ducto pasivo de es a experiencia sensori·al· ·,, n h a bla-
' antes h.1en, 1 a expres1o
260
EL CAMINO POR ANDA
R
Vuelta a lo particular
,, ,, . .
. . 1ina q cay ,, , en desg Taci a a rnediados
Ademas de la retorica, otra discip ue o
� ...,1 d·,1
,, (i e__l a (-I ec
u is
,,, ,tica » · D espu
- es
del siglo xv11 fue la «ética de casos» o «cas
261
co sMÓPOLIS
,, .
so b re fil os of ía m or al se centro casi por entero en teo-
de i6so e1 debate bl em as co nc re tos y es p ec
,,
1fi cos.
,,, ' as ge ne ra 1 es en · ve z de en pro
r1as abstract . an
~
os esta sit.
ua c . ,,
1on ha e xp er .
i-
in te tre in ta
Tamb.,, 1en en 1 os u"ltt·mos ve O
. al
.
id ad de la guerra'
· · o" n h · stó ric a · Al es tu diar la m or
mentado un a 1n ve rs 1 i .
lo s cr ite rio s pa .
ra d1.sn.ngmr las �erras Justas de
Michae l Walz er re to m a
· · e los cas uis tas elu cid a ron en la Edad Media y el Renaci-
1as 1n1ustas qu . .
. lo XVII, en esp ecial Bl a1se Pascal,
miento. Sin duda los filósofos del sig
nuestra época nadie puede
desdeñaron tales ideas medievales; pero en
armas nucleares, o de
hablar con un mínimo de sentido de la guerra y las
otros asuntos urgentes, si rechaza toda la tradición casuística.
Este resurgir de la <<ética de casos» no es sólo la señal del reconoci
miento por los filósofos contemporáneos de la necesidad de evitar cen
trarse exclusivamente en cuestiones abstractas y universales, y de recon
siderar los problemas concretos y particulares que surgen no de una
manera no general, sino en situaciones bien concretas. Si, hace una ge
neración, varios juristas filósofos abordaron cuestiones teóricas sobre el
derecho-en-general, ahora se interesan por problemas prácticos de juris
prudencia relacionados con casos concretos de la actualidad, como, por
ejemplo, los límites de la acción <<afirmativa» (Bakke), o las condiciones
en las que los enfermos terminales pueden desconectarse de los aparatos
que los mantienen unidos a la vida (Quinlan). La particularidad de tales
casos ya no convierte estos intereses en «afilosóficos>> ; por el contrario,
el he�ho mismo de que esta particularidad cuestione la tentación de ge
neralizar de manera prematura, precipitada o «generalista» hace que ta
les casos resulten especialmente relevantes par a la filosofía.
Vuelta a lo local
·•
con .poco fundament .
o-que todas las sociedades Y cu1 turas
son 1ouenas
por 1gual a su propia manera.
Sin embargo, estas apreciaciones antropolo'g·ci as e h'1sto, r1c ·
· as no tie-
,e ene
n en por qu g rar confusión filosófica en general , n1· un <<re1 at1v1 · · sn10>>
de andar por casa en particular. En la actualidad , hay pocas ra1nas de la
filosofía en l�s q ue pod�mos hace r la vista gorda a estos nuevos plantea-
mientos. Su 1mp ortanc1a salta a la vista en ámbitos con10 la ética, donde
Alasdair Maclntyr�, entre otros, apela a ellos para avivar el interés por la
1nanera como se discuten y abordan distin tos problemas morales en este
o ese contexto cultural e histórico: en las culturas deudoras de las sagas
nórdicas, en oposición al cristianismo medieval, o en las sociedades lute
ranas y calvinistas de Europa septentrional en oposición al baluarte cató
lico del Mediterráneo. Otros problemas parecidos se plantean a lo largo
y ancho de la filosofía, desde la teoría de la percepción-donde las dife
rencias culturales en el reconocimiento de los colores, por ejemplo, cues
tionan los intentos por utilizar «datos sensoriales» como materiales de
construcción de la epistemología-hasta la filosofía de las matemáticas,
en la que las idealizaciones euclidianas de las relaciones espaciales han
demostrado ser más relevantes e inteligibles para los miembros de deter
minadas culturas.
Por supuesto, una vez que se admite la trascendencia de las distintas
«tradiciones» y -«formas de vida», debemos abandonar el planteamiento
de Descartes del Discurso del método, en el que nos exigía olvidarnos de las
ideas tradicionales a favor de otras cuya «claridad y distinción» para to
dos los pensadores reflexivos las convertía en universales culturales. La
eso por
pregunta de si la gente de todas las culturas y edades tiene acc
caso , en
igual a un mismo <<marco conceptual básico» neutral y, en tal
una pregunta pr áct ica qu e s�lo pode
qué medida y en qu é asp ec tos , es
os dispueSros
mos formular con suficiente honestidad intelectual si estam
a tomar en serio la antropología y la historia.
Vuelta a lo temporal
. . o d e ate nct. ón d e la fi lo sofía se ha en-
Finalmente ' en años recientes el foc .
n o es e ter-
sc en d en ci a ra ci o n al
sanchado para incluir problemas cuya tra '1 uc1. on. es� . T 1 113 vez
l .
1 d ad d e n u es tr as so L,
dica para tratar a pacientes moribundos, tenemos que mirar las relacio
nes entre la personalidad humana y la fisiología de una n1anera nueva,
que no se estanque en el viejo dilema «mente/cuerpo>>. El pr��lema .so
bre cómo se relaciona n las explicaciones fisiológicas y psicologicas dis�a
mucho de suscita r cuestiones puramente teóricas; por eje1nplo, la deci-
cosMÓPOLIS
pues, nuestra cosmolo gía actual está en fase de evolución, y nuestras ide
as so�re l?s asuntos humanos no p�eden estar más restringidas por la
_
cosmopol�s moderna, con su h1ncap1é en la estabilidad y la jerarquía, de
_
lo que estan nuestras ideas sobre biología, astronomía O el resto del mun
do natural. En el ámbito de la práctic� social y política, como en el de la
ciencia natural teórica, nuestros nuevos y rehumanizados ideales deben
abordar también el problema de la adaptación.
DE LEVIATÁN A LILIPUT
-
n1as
,,
a la
• • ,,
fun c1o n Y I ª ª ap
d· tab ilid a d. Est e cambio de · atención tiene de
. l " . D urante tres-
rtt ·d ª en los ámb i tos so cial y po
- 1tico
nuevo su contrapa . ,.
1n1.os han apr end.di o mas que de
cientos anos, E uropa Y sus distintos dom .
. ~
ra 1 as 1 ecc 1on
· es d e 1 hec ho O <<espíritu nacional» y ahora deben, por así
sob .
. ellas . La tarea no cons iste tanto en
decir, «desaprender1 as» y olvidarse de ,. .
crear potencia · s nuevas, más grandes y más poderosas todavia (n1 un <<es-
.
l ta planetaria), como en
tado mundial» que detente una soberanía abso �
combat1r · , ma"s b i·en, las desigualdades que arraigaron con tanta fuerza
. ,. . .
durante dicho período de supremacía de la naci on- e�tado y en limitar la
soberanía absoluta incluso de las naciones-estado meJor gobernadas. Las
funciones sociales, políticas y económicas que deben ejercerse después
del año 2000 exigen más instituciones y procedimientos de carácter sub
nacional, transnacional y multinacional. Al igual que ocurre con la mul
tiplicidad de jurisdicciones y autoridades estatales en Estados Unidos
cuando la Constitución funciona bien, las instituciones <<no nacionales»
pueden frenar los extremismos del espíritu nacional, atemperar los de
seos de absolutismo y obstaculizar los empleos arbitrarios de la fuerza; es
decir, pueden ayudar a los dirigentes de todas las naciones soberanas a
superar las tentaciones a las que tan a menudo se ven expuestos.
A este respecto, hay que decir que los fenómenos sociales y políticos
se producen hoy en paralelo con el desmarque respecto de la orientación
«moderna» de la vida intelectual, marcada por una concepción formal de
la «racionalidad». Asimismo, urge olvidarse de los encantos del rigor ló
gico, que tan bien nos enseñaron. No se trata de construir nuevos y más
globales sistemas teóricos provistos de una relevancia universal y atem
poral, sino de limitar las pretensiones de las teorías mejor sist matizadas
e
y combatir el reduccionismo intelectual que echó raí
ces durante el pe
ríodo de supremacía del racionali
smo. La tarea intelectual de una ciencia
en la que todas s�s :ª ªs se aceptan de manera
_ 1:1 paritaria exige más razo
� am i en tos subdisc1phnares, transdisciplinares y m
ultidisciplinares. Al
igual que ocurre con los procedimientos in
formales del derecho consue
tudinario cuando éste funciona bien, esto
s modos interconectados de in
vestigación Y xpl ic ción ponen freno
� � a l as pret
ensiones exageradas de
tod as l�� teon as umversales y restituye
n el respeto h acia los métodos
pragmatic os, m�s apropiados para abordar pr
,. oblemas humanos concre
tos. En los am b1tos de la medicina clíni·ca, 1
a Jur1
· spru
· · , 1a ecoIog1"a
humana, la h1. stor1. a soci. al, la geología hi·st denc1a
,. ·
o"r1·ca y 1a ps1co
· d1nam1c
. a evoI u-
268
EL CAMINO POR ANDA
,, R
1
.
•. ,
tiva, el. 1nodelo de los axio1nas� Y teoren1as euc1·H¡1an · os se rev
. . . eló desde el
•' pr 1nc 1p10 fal a en su
� _ orientación y confuso en sus resultados. A partir de
ahora cada .c1enc1a tendrá c1ue t1t1·11·z,�11 :,. , s, tne" to(l os espec1,, hco
· · eso ..
s que, en
, . .
la _ex pe � 1en c1a con re
� _ta, han de1nostrado ser capaces de responder �1 las
ex1genc1as caracter1st1cas de sus propios probleinas intelectuales.
La física, y en especial la teoría newtoniana de las fuerzas eleincnta
les, fue la p riin era en servir de n1 arco a las <<ciencias exactas'>'> de la 1110_
dernidad. En el 1 1 1arco de una n 1 odernidad hu1nanizada, las ideas y los
111étodos de pensa1n iento de carácter ecológico se erigí r�in cad�1 ve'/: 111 �,s
en 1nodelo tanto en el debate científico co1no filosófico. ¿Signific�1 esto
que podremos ta1nbién sustituir la cos1nópolis 1noderna, basada en la es
tabilidad del sisten1a solar, por una nueva costnópolis «postnodern�l>'>
basada en las idea de ecosiste111a y adaptabilidad? A esta pregunt�1 se
puede contestar con un <<SÍ» y con un «no». Pero el «no» es 1n�1s f�icil de
explicar.
Como instrun1ento político, la noción de cos1nópolis tiene un currí
culum bastante triste. J-listórica1nente, las analogías retóricas entre natu
raleza y sociedad han servido de1nasi�1do a 111enudo p�1c1 lcgiti1nar L1 de
sigualdad y la don1inación. La función de los argu1nentos cos111opoliL1s
es la de hacer ver a los 111ien1bros de los órdenes in feriores que sus sue
ños de democracia van contra natura; o, inversa111ente, aseg·urar en su L.
,, . •ias Y. exige · el e nu. estra parte una atención especial a sus cir-
nst1c-1s prop • • ,, •
:. , locales· y tem porales. La v1s 1on newt on1ana
cu· nstan � · c1a . s part1· cu 1 ares ,, ·,. · ,, ·
,, • · ,,
· c1on Y la rigidez ' as1 como la est an d ar1 zac 1 on y 1 a u n1-
alento la Jerarqu1za . ecológica hace h1nc . . ,, ,, .
ap1e, mas bien, en la d1fe- .
forn11· el ad. La perspectIVa . .
· ad, la equidad y la ad ap tab ili dad.
renc1a ,, , 1 a d1·vers1d
. . c1. on ,,
Thornas Hobbes, que escribi ó poc o des pue s de Descartes y, por tan-
. ' ,, ,,
s , 1 d eo u a teo r1a qu � 1.ba a
to, debió de conocer bien sus argumentacion: . �
modelar gran parte de la posterior teoría poht1ca y social de E�ropa o�
cidental y América septentrional. Un buen estado moderno (mas espec1-
ficainente, un buen estado-nación) exige, según él, una fuerza inque
brantable en el centro del poder, bajo la autoridad de un soberano, a
quien él compara con un monstru? invencible o Levia�án._ Como átomos
sociales dotados de voluntad propia, cada uno de sus subd1tos se mueve a
su manera, buscando su propio bien individual de modo independiente;
por eso hay que hacerles comprender que sus actividades personales tie
nen lugar bajo-y están domeñadas por-la sombra de esta abrumadora
· fuerza central.
A la luz de esta teoría, la imagen newtoniana del estado como sistema
planetario y del poder del soberano como reflejo de la fuerza central del
sol desarrollaron y reforzaron el cuadro general descrito por Hobbes. La
estabilidad de la sociedad exige no solamente una fuerza centralizada,
sino también un sistema de órbitas fijas (o estamentos) según el cual las
distintas partes de la sociedad si guen unas pautas predecibles. Mientras
esta imagen resultó convincente, al unas otras preguntas que surgen es
g
pontáneamente sobre el modelo ecológico de la sociedad no pudieron ni
siquiera plantearse. Por ·ejemplo, cómo justificar, o en su cas
o cambiar,
l�s l ímites _geográficos de cualquier estado concreto,
o si no se podrían
eJercer meJor algunos de los poderes del estado
nacional en el ámbito
subnacional o transnacional.
La co��ópolis _ ecológica podría, así, sosla
_ yar el principal escollo de la
cosmov1s1on anterior, de índole astronóm
. . ica·' a saber' sus efectos arbitra-
ri os Y opresivos. Para reflexiona
r sobre las relacione
,, s sociales, la biología
o frece unas analog1as menos re
,, . . stri cti vas que las que o frec1a ,, 1 a fís1c· a . En
el mundo organ1co ' la d1vers1dad Y d·11e ·
. ,, . .c renc1a • c1o· ,, n
son la norma y no 1 a
excepc1on, mientras que es rara la unive ,, s e:'1s1cas.
. rsali·dad de I as teor1a 1 · p or
eJemplo , dentro de un mismo hábitat pue
den coex1sti · ·r d'c 11erentes ecosis-
temas o cadenas alimenticias' sin que una ·
so 1a especie esta blezca su d0-
270
EL CAMINO POR ANDAR
minio sobre las demás, toda vez que las medidas para mantener e1 equ1·¡1- ·
· • • .
brio entre I as distintas especies varían según los casos. s·1 1a imag · en de
<<fuerz as cen trales» y <<equilibrios estables>> volv1·0, 0 pres1va
· a 1a cosrno-
.
pohs modern�, el modelo ecológico ofrece posibilidades para la diversi-
dad y el cambio, _
y por ende puede ser emancipador.
Salta a la vista que la «construcción nacional» ayudó a hacer produc
.
tiva y autoc�nfi_ada. a la Europa de los siglos XVIII y XIX. Durante este
tiempo, las 1nstituc1ones y hábitos mentales «nacionales» fueron en su
mayor parte constructivos y creativos. Pero la fe en la omnicompetencia
de la nación soberana y autónoma a menudo hace el juego a los gober
nantes en contra de los intereses de los «sujetos» o sometidos a estos su
periores electos. Lo que es peor, quienes, en esta fase tardía de la mo
dernidad, fornentan la conciencia del <<espíritu nacional» suelen adolecer
de un nacionalismo patológico, que insiste machaconamente en formas
anacrónicas de soberanía no matizada. El atractivo de los nacionalismos
dogmáticos de la actualidad-para los extremistas sijs de la India, por
ejemplo, o los tamiles de Sri Lanka-es como el genio escapado de la bo
tella, que recuerda la pesadilla sufrida por Europa hace varios siglos. Sur
gido durante el período que siguió a las guerras de religión, el fantasma
de la «nación>> se cierne ahora sobre un mundo necesitado más que nun
ca de una actitud de adaptación para hacer frente a sus necesidades hu
manas.
Y lo que se ha dicho de la política vale también para la ética. La sa
cralización de los <<valores tradicionales» tiene muchas desventajas, entre
ellas la de entorpecer el desarrollo de enfoques más ponderados y discer
nientes de las cuestiones morales. En el período que siguió a las guerras
de religión, la persistente hostilidad entre «herejes» y «papistas» los
condujo a competir en rigor. Pero hoy dista mucho de ser una virtud de
jar que los perfeccionistas monopolicen la discusión sobre las cuest�ones
11ento
éticas y se olviden de los otros modos, más humanos, de pensan
.
moral, que fueron i gualmente respetados por el cristianismo históric�
sor -
En algunas ocasiones puede estar justificado cierto puritanismo cen �
«tradi-
no·' pero ' en términos bíblicos ' los llan1amientos dogmáticos a la
ción» remiten más bien a las enseñanzas de los fariseos que a las
de J eSu
,
s.
. • �, ,,
as a llá
· de l a guerr a fría ; en un a escal a de v alores
re otr• 1 s d11nens1o ne s tn .
ª ª d est án ·
po r en cim a de l a escrupulosida d
.
L
. f: bil id
'
· tanos, la carieiad Y· a ]·
•
a
cr1st
•
• . ez a pr ud en t e ' lo ble
censor1na; y la f4o1rm
a
.
tis m o be lic os o, im pr op 10 de un p ap a .
tirse en dogm a
,'..
la teoría sobre el Estado de Thomas Hobbe,s, e1 sooe 1- rano era a la vez
quien ostentaba la autoridad suprema y la fuente y garant1a , de l os e:lere-
. . .
chos. B aJo el alto patroc1n10 de Leviatán, un derecho . y una 1noral e f...1ca-
. .
1ficaban
ces s1gn . un derecho y una 1noral positivos , es- cieci·r , q ue,. con ta l)an
,,
con la san�1on del soberano: le Roi le veult. En el trisecular transcurso de
la �1od_ern1dad, los teóric�s políticos dieron, así, por supuesta la autosu
fic1enc1a 1noral de,, las naciones-estado. Para ellos, la única pregunta i in
portante era: «¿Como h a de ser el poder del estado para que resulte vin
culante con respecto a sus súbditos?». Y prestaron poca atención a esta
otra pregunta: «¿Quién puede etnitir juicios 1norales sobre el poder del
estado?». Si bien es verdad que algunos malos gobernantes, co1no el rey
de Nápoles, Bomba, fueron objeto de escarnio en toda Europa, y que
William Ewart Gladstone tronó en la Cámara de los Con1unes contra las
atrocidades turcas cometid as en Bulgaria, no es menos cierto que tales
episodios retóricos fueron bastante aislados y no sentaron ningún prece
dente, ni crearon tampoco ninguna institución no n acional autorizada.
Pero hoy vivimos en una época n1uy distinta. Después de la Primera
Guerra Mundial, las potencias aliadas alumbraron la Liga de Naciones,
institución multinacional que desde el principio se propuso ejercer una
decidida autoridad moral, capaz, llegado el caso, de imponerse a la autori
dad de una determinada potencia asociada. Esta lin1itación de la auto
ridad moral de todos los gobernantes nacionales es también, por supues
to, una de las principales características de la Carta de las Naciones
Unidas. Y los mismos límites se hallan implícitos en las actuaciones del
Tribunal de Justicia de La Haya y en los documentos fund acionales de la
Comunidad Europea. Sin embargo, estos límites se interpretan como
auto-limitaciones. No son unos condicionantes externos que vinculen a
g o
dichos estados independientemente de su voluntad, sino con1o _ unas �
uest1o
sas internas sobre la manera como la nación-estado ejerce su 1nc
ara e�
nada soberanía. Cada estado las acepta como condición previa p
cuencia,
trar en asociación voluntaria con otros estados iguales. En conse
es Un ida s y de otr s ins tit uc ion es sem�
la autoridad moral de las Nac ion a
ridad esp i -
jantes es menos sorprendente, y menos influyente, que la auto
ritual de los papas medievales.
ra dó jic o qu e es a au to rid ad ex terna rcs�da hoy en
No deja de ser pa .
. . . ent a 1 es. N ad 1 e se ta ·
in a de n1as1ado en se-
otras 1nst1tuc1ones no gubernam .
· · · r
1o ma d e de nu nc · ia , la n1 en to o excu-
r �
2 73
COSMÓPOLIS
1 a A ,
sat n -
ble a Gener · al o el C onsejo de Se guridad de las
s·__ ,1 -exp resau
1 as� en-
. , · ... -111•das, pues sie · mpr e las pres entan los portavoces ofi ciales · de
N ac1o nes U . . .
· b ro s, cu ya posi ción los con viert e tpso facto en <<parte in-
los estados n1 1em . . .
·
ica s ·ns titu cio n es cuy as opinion es mo ral es im ponen el
teresa d a» . L as un
/ I
expresan generalmente «la opi-
respeto genera1 , Y que se considera que . / . .
nis t1 a Int ern acio nal , la Aso cia-
n1o · / n sin· cera de la humanidad», son Am . . .
c1o · / n p s1q · u1a· /tr1·ca Mundial y algunas otras organ1zac1ones semeJantes que
están desprovistas de poder físico y de una «�erza arma��»-
Llegados a este punto, se nos antoja crucial_ la confus10n entre poder
fuerza que subyace en la explicación hobbes1ana del estado moderno.
rn cierto momento de jovialidad cínica, Josef Stalin preguntó: «¿Cuán
tas divisiones tiene el papa?». No sabía aquel señor que, a los ojos de la
honrada opinión humana, a los retos morales no se responde nunca con
un alarde de fuerza. El día en que Amnistía Internacional registre entre
sus bienes una metralleta, y no digamos una bomba atómica, su capa
cidad para ganar audiencia e influir en los acontecimientos de la huma
nidad habrá acabado de manera irremisible. Cuanto mayores son los caño
nes en poder de una institución menos derecho tiene ésta en la práctica
para hablar sobre cuestiones morales con un tono de voz que resulte con
vincente a todo el mundo. Viene aquí especialmente a cuento la imagen
de Lilliput de Jonathan Swift. Stalin no vio que la trivialidad militar de la
guardia suiza del papa aumentaba las prerrogativas de éste para hacerse
oír. Por su parte, la autoridad de Amnistía Internacional es precisamen
te grande por ser una institución liliputiense.
Hasta la fecha, los patrones de nuestras vidas los ha confi rado po
gu
líticamente la acción de la autoridad estatal. Sin embargo, moralmente,
los gobernantes de los estados contemporáneos se hallan
sometidos a crí
ticas morales venidas desde el exterior, lo que no se
daba desde antes de
I?S º · Ni siquier� las su��r?otencias más poderosas puede n ya sentirse
ªJe nas a es�a realidad. M1Jail Gorbachov sabe
de sobra, cosa que no vio
nunca Stalm, e� ?�ño que un desafío por parte
. de Am nistía puede hacer
al gobierno sovienco. Las organizaciones lil
_ iputienses no pueden exigir a
los gobernantes mmorale s que pidan perdó
n de rodillas como tuvo que
hacer Enrique II. P ero los gobe rnant es qu
e se niegan a :nmendar la pla
na se ven expuestos al oprobio de todo el m
. undo. s·1 la imagen
· · de
pol"1t1ca
la mod ernidad la encarnó Leviatán, el e sta
. tuto mora1 d e 1 as potencias
«nacionales» y d e las sup erpot encias lo encar
nara,, , en e1 futuro, 1a ima· gen
27
4
EL CAMINO POR ANDA
R
LO RACIONAL Y LO RAZONABLE
Cuando nos h!cimos la pregunta acerca del momento en que echó a an
dar la modernidad, no teníamos una idea precisa sobre a dónde nos iba a
llevar exactamente nuestro estudio, ni hasta qué punto las versiones ofi
ciales sob�e la �iencia, la filosofía, las bellas artes, la tecnología, la políti
ca y la soc1ologia modernas estaban unidas por unos presupuestos comu
nes. Sin embargo, los paralelismos que hemos visto en una amplia gama
de ámbitos, tanto prácticos como intelectuales, no son ni espejismos ni
efectos imaginados de un Zeitgeist (espíritu de la época) intangible, ni mu
cho menos productos vacuos de una proyección psíquica o deseos iluso
rios. Por el contrario, a todos los une el hilo argumental de una común
concepción de la racionalidad que inició su singladura en el siglo xvu y
ha dominado gran parte del pensamiento occidental desde entonces.
También resulta bastante obvio lo cerca que están las ideas de racio
nalidad y razón del núcleo de la crítica contemporánea de la modernidad
y de las dudas sobre el milenio entrante a las que ésta da origen. Vamos
a citar al respecto dos libros de reciente aparición. En primer lugar, al fa
moso ataque contra el racionalismo de Paul Feyerabend, Contra el méto
do, le ha seguido una nueva colección de ensayos del mismo autor titula
dos Adiós a la razón. Sin embargo, la «razón» de la que se despide
Feyerabend no es el ideal cotidiano de ser «razonable» o estar «abierto a
razones» que Montaigne y los humanistas preconizaron, sino más bie� lo
que él denomina <<racionalismo científico», es decir, el anhelo del siglo
xvn de una racionalidad lógica, compartida por todos los filósofos, desde
Descartes hasta Popper.
·
El llamamient z
,, [
sost
·
iene F eyer a b end] es v ,
acio, , Y de be sustituirse por una
o a la ra on
. ,,, .
noc1on de la ciencia. .
rdin e a l as nece ·d
si ad es de lo s ciu da danos v las colec-
que la subo
tividades.
.
Por su parte, Alasda1r Maclntyre ha publ'1cadO u�a críti ca a la racion· ali-.
, . nu
. la . . ,dt-
. .ron
Y
dad con el título de Whose Justice? What Rationality? (J ttS flC
2 75
COSMÓPOLIS
VI·d e en una serie · de peri"odos, en cada uno de los cuales han dominado
diferentes ideales de razón y racionalidad.
Nuestra visión revisada de las distintas fases de la modernidad com-
porta, en efecto, una historia de las distintas ideas <�mod�rna�» s_obre la
racionalidad. Para los humanistas del siglo xv1, la exigencia principal fue
que nuestro pensamiento y nuestra cond�cta fueran raz�nables. Por u?a
parte, esto significaba practicar la modestia ante la capacidad de uno mis
mo y desarrollar la autoconciencia en el momento de presentarse a los
demás; es decir, todas esas cosas que Stephen Greenblatt llama la «auto
rremodelación renacentista». Por la otra, se exigía tolerancia ante la di
versidad social, cultural e intelectual. Era irrazonable condenar sin más a
personas que tenían instituciones, costumbres o ideas distintas a las nues
tras y tacharlas de heréticas, supersticiosas o bárbaras. Era preciso, antes
bien, reconocer que nuestras prácticas podían parecer no menos extrañas
a los demás y suspender el juicio no fuera que esas otras personas hubie
ran llegado a sus conclusiones a través de una reflexión sincera, lúcida y
crítica de su propia experiencia. Sólo podemos juzgar las ideas o costum
bres de otras gentes si conocemos no sólo a dónde han llegado, sino tam
bién (en el lenguaje de la década de los sesenta) <<de dónde vienen>>. La
sana retórica exige que hablemos a la condición de nuestro auditorio; la
sana comprensión humana exige que escuchemos a su condición con
igual atención.
Después de 1620, a muchos europeos esta tolerancia intelectual y
práctica les pareció estéril, permisiva y abierta a posibles abusos, y deci
dieron adoptar otros ideales, más estrictos, de racionalidad. Para Descar
tes, el pensamiento racional no podía basarse en la tradic
ión heredada.
Los procedimientos empíricos, con base en la experienc
ia y no en la teo
ría, estaban, en su opinión, condenados al fracaso pu
es perpetuaban el
folclore de una cultura y época dadas y descansaban
en última instancia
en la s-�perstición, no en la razón. Según él, si todo mu
el ndo dejaba su
tabla bien «rasa» y empezaba de nuevo a partir de
�nas comunes «im
presiones>> sensori��e� o �<ideas claras y distintas», no
habría ya necesidad
de preguntarse que 1d1os1ncrasia personal O cultural ap
ortaba cada cual al
276
....
·. EL CAMINO POR ANDAR
/ . ca, el ri• gor de l ª teoría sólo es útil hasta cierto · punto y en ciertas
la practi . te za, por eJemp1o, encuentran
. pre ten sio ne s de cer
c1rcunstanc1as, . Las tas qu e, po r end e, est / n b"
a a 1ertas
. d o d en tro de teo rí as abs tra c
meJor acomo .
a om
· · on
1s1
,,, , vo1ver 1a
espalda a
; pe ro t da ab str acc ión impli c
al cons en so O ,,,
1 a ex pe r l. enci a que se sale n del alcance de la teor1a en cues-
elementos d e . .
. ,,, n zar el rigo r de sus impli cacion es formales. El acuerdo
t1o n para ga ra tI.
. . ,,, o es posib . le porque la teor ,,,
cac 1on es sol 1a
genera1 en torno a estas imph •
tos. Supon1end_o que adoptemos
como tal se formula en términos abstrac
wto_n, por :1�mplo, podemos
el punto de partida de la dinámica de Ne
te
afirmar sin temor a equivocarnos, que cualquier <<sateh que se m ueve
librem:nte» debe trazar una órbita con forma elíptica, hiperbólica o pa
rabólica. Pero, una vez que nos hemos salido del alcance formal de la teo
ría, y hemos formulado al gunas preguntas sobre su relevancia para las
exigencias externas de la práctica, entramos en un ámbito de incertidum
bre, ambigüedad y desacuerdo legítimos.
También en este caso, la nueva fase que están viviendo actualmente
la cultura y la sociedad occidentales-ya la entendamos como la tercera
fase de la modernidad, ya como una nueva y distintiva fase «posmoder
na»-nos obliga a reapropiarnos ciertos valores del humanismo rena
centista que se perdieron con el auge de la modernidad. Ni siquiera en el
«núcleo duro» de la física del siglo xx se pueden eliminar las idiosincra
sias de las distintas personas y culturas. Los antecedentes y rasgos idio
sincráticos de los científicos creativos son tan relevantes para la com
prensión de sus ideas como lo son para la obra de los arquitectos o los
poetas. Por ejemplo, sobre la teoría general de la relatividad de Einstein
hay cos�s que s: comprenden mejor si sabemos que Einstein fue un pen
sador visual mas que verbal, y sobre la mecánica cuánti a hay otras tan
c
tas cosas que se explican mejor si sabemos que
Nils Bohr creció en un
hogar en el que_ se discutían las ideas de Ki
erkegaard sobre los modos
<<c_o�plementarios» del pensamiento en
el transcurso de la comida do
m1n1cal, como nos ha recordado Geral
d Holton.
En el seno de una moderni·dad hu . . ·
man1zada la descontextuahzac1o/ n
de l�,s pro�lemas, algo tan h abitual
en la alta ru'odernidad, ya no es una
opc1on seria. Los axiomas de Ia mo
dern1· dad daban por sentado que la
comple). ld.
ad d e superficie de la natural
eza y la humanidad nos distraían
del ord en sub yacente ' que es 1ntr / camente sim
· 1nse
. ple y permanente.
P ero, en 1 a actualid ad ' tanto los físico • s como cualquier otra clase de c1en-
l
1
278 l
EL CAMINO POR ANDAR
2 79
EPÍLOGO
ENFRENTARSE DE NUEVO AL
FUTURO
la m od er ni da d de lo s de la se gu nda fase?
de
n de que la física es la
Científicamente, se abandonará la suposició
zado de método racio
ciencia «inaestra» que expende un modelo autori
nal a toda la ciencia y la filosofía, y se dejará a cada campo de estudio de
sarrollar sus propios métodos y adaptarse a sus propios problemas espe
cíficos. Algunos autores pueden seguir escribiendo, en sus trabajos de
divulgación, que en la física y la cosmología de alta energía se encuentra
«la clave del universo». Pero, en la práctica, la investigación científica
seguirá prescindiendo cada vez más de las leyes abstractas de aplica
ción universal y adoptando desciframientos particulares de las estructuras
complejas y los procesos detallados, plasmados en aspectos concretos de
la naturaleza. El modelo del <<enfoque teórico»· como capacidad formal
para dominar un sistema deductivo que describe un «orden» permanen
te y ubicuo en la naturaleza está dando paso a una capacidad sustantiva
para descubrir las relaciones locales y temporales plasmadas en un aspec
to de la naturaleza específico, aquí y ahora, en contraste recíproco con
otras partes Y con unos tiempos que se remontan un mi lón de años.
a l
1nolecular están empezando ª
Entr� otras ramas, la ecología y la biología
_
dilucidar, ª este respecto, el vocabulario
detallado del libro de la natura-
leza de Galileo · Así pues, entre todas •
1as subd1. sc1p .
. 11nas de las
.
c1enc1as na-
ran a 1 ª
turales, las relaciones se v 0 1veran ., mas ., 1g· · ·
. . . ,.
1nvest1gac1on nuevos ámbitos m uah tar1 as conform e s e a b
.
. 11nari
. u 1 'd
tl •
1sc1p os c on nombr es ta n com-
p1eJos como el de «neuropsicolo .,
g1a del desarro11'o».
E n 1as artes ya está teniend0
e 1ugar una semejante impulso igua1·1tan· o.
Un e1ecto dura'dero de l·ª criti ., •
· ca de la m odernidad ha sido el cuest1. ona-
m1ento de1 papel de la <<resp
fer1r · · . ., etab'1 l•d 1 ad>> como razón suficiente para pre-
ciertos esulos, generas O inc
por eJ· e1nplo, 1a mus ., . . 1uso medios a expensas de otros com o,
1ca clási. cª (0 «seria . '.
pular. Es� e cambio · comenzo ya de al , ») en de t r i m t d
en o e la mú s ica po-
guna manera cuando Mozart descu-
282
p
ENFRENTARSE DE NUEV
O AL FUTURO
una isla>> ajena a la suerte que pueda sufrir el prójiino. Lo mismo vale
también para los proyectos relacionados con la tecnología y la ingenie�ía .
No pueden desarrollarse dando la espalda al resto de la vida humana, in
cluidas las demás especies animales cuya existencia misma dep�nde de la
eventual ejecución de tales proyectos. Inicialmente, las autoridades s�
viéticas trataron de censurar las noticias sobre el desastre de Chernobil,
pero pronto vieron con claridad que la colaboración con otros países �ólo _
p odía r eportarles beneficios. En efecto, en todos los problemas ecolog - t
cos de nuestro tiem . po ' los procesos natura1es no se detienen ante las
e-
fronteras levantadas por los seres h umanos ; antes bien, sólo pueden r
so1verse mediante la libre colaborac1. on / de 1as personas y los gobi ernos de
1os numerosos países y estados (por no decir · d e� todos- ellos-. juntos). Los
. ª
11/m1tes a los que la tecnología se vera,,, sometl·d en l a nueva fase de
la n10-
EPÍLOGO
pe or pr ep a rados y
•
s 1tua-
an
• ;
1
·
L J n1• uo 1
s, vanos anos� de re·arnle
, . . _ . ..
. Y autocongratulación no consiguieron
- . r l·.ls, 1H.�r1d·
, . l 11,l
.le,st. . '·1s .
de 1 \ 1etna
1
� . in. nue ntras la
refo l ac ab aba con
l. , , , . .
to<. ,1 espc1an7,a de una retonn·i" ,. . rn1a fisca
Soci,.·.a ¡...seri. a. En estos cuatro pa1s ,, es la· 1na. _
,) 01. parte te \ 1 a gente prefiri. 0.� nura . , .
. . r hacia atras (a los logros del pasado),
' ¡
t, n \, t:..7. t l t:, en , t-re,ntarse ·1 l·1s in
· ' '� ce .. rti( . ·l uiu b res del futuro. Así, no es de exrra-
-
ENFRENTARSE DE NUEV
O AL FUTURO
285
....
EPÍLOGO
ENFRENTARSE DE NU
EVO AL FUTURO
287
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFIA GENERAL
/
Para la elaboración general de mi tesis, me dejo guiar por los trabajos lle
vados a cabo en estos últimos treinta y cinco años sobre la historia de la
Europa de la «primera modernidad»·, trabajos que arrancan en la obra
pionera de Roland Mousnier, Les XVIe et XVIle siecles (1954) ['Trad. cast.;
Los siglos XVI y XVII, Barcelona, Destino, 1985 5 ] y el ensayo de Eric
Hobsbawm ' «The crisis of the seventeenth century» (Past and Prescnt,
.
nos. 5 y 6), y continúan con los de otros historiadores británicos, an 1er�-
canos y franceses, tanto en Princeton corno en otros lu�ares. La antolog ia
,..,.,1 o,_e General Crisis of the Seventeenth eentury, eds. (":reo ffrey,, Parker y l es-
e . m it
l y M S h, ofrece una pan orá m ica útil so br e
: �
ta c_u e stI.0
11· o r su
, P·-'. ·
, r.�Y 1� lodl ��
_ y 117 Eai
te, el libro de Theodore Rabb, The 15truggle Jor Stalnlzt. 171
Eurape, me reafirmó en las ideas . . 1pa• l es, que:. 5e ag. itan· en este libro.
pr1nc
.
Para todas las cuestiones relaciona(i as con·M· ichel de Monta1gne, 111e
ec . en su ex
ial , ce. , le., nte, e(, r-
t
he b a s a do e n la ob ra de D o na ld F ra rn e, en esp
.,_
•
. •
. 1
RÁFICAS
NOTAS BIBLIOG
2 93
NOTAS Y REFEREN
CIAS
PRÓLOGO
CAPITULO PRIMERO
2 95
..
1 •
•
1 ,' •• •:
ill
r.-:: t¡'. :,,: . 1 :':t·,�; r.i!tlh''�!,'ll''U!.---"',,...._....- ..
NOTAS y REFERENCIAS
de v1rg110
T·
, . 3 b ac1on
sobre peerse, en el ensayo Of the Power of the Jmagination , (De¡ poder de la
· · c1on · ·
· / ) , 11·b ro I, no 2 r (Frame, págs • 68- 6)·, sobre su 1ns1stenc1a ·
1nzag 11za 7 en 1 a
. .
y la 1ncert .1dumbre que se si e inevitablemente de esta, / en e1 en-
finitud gu
sayo Apology of Raymond Sebond (Apología de Ramón Sibiuda , libro II ,n 12
0
/
(Frame, pags. 318-457).
Sobre la confesión privada de Descartes, larvatus prodeo, véase el en
sayo de Alexandre Koyré incluido como prólogo a los Escritos escogidos de
Descartes, eds. P. T. Geach y G. E.M. Anscombe.
CAPITULO 11
masia
Enrique de Navarra. La bibliografía general sobre Enrique IV es de
u ena biblio
do vasta para poder ser resumida aquí. Se encontrará una b
Buisseret, de la
grafía general reciente en inglés en Henry IV, de David
ica go . La s «n ov ela s>> de He inr ich Mann, El joven
w
Ne berry Libr ary, Ch
á
re de F'r anc ia, ofr c en una buen a p anor
Enrique de Navarra y Enrique, y e
, A lm La ch h a precisado que
para sus súbditos «u n pollo en cada cazu el a» a
s m is campesinos de
Fran
en realidad quería decir: «Todos lo s do m in go
la po ul e au po t se refi ere al pla
cia pueden comer la paule au pot». La fras e _
l B á n n ta l d e En rique � La
to más rico y m ás sustancioso de la cocina de e r a
to ci n o, ter�1era , co
nac,
co n ce rd o,
receta dice que se ha de rellenar el pollo a
tr s ho r Y servirlo con un
madeira y legumbres, dejar cocer todo dos o
e as
o f Fr en rh C ook in g , p á g. 473).
suculenta salsa (Hows and vVhys. e tanto en I�
ran-
. ., / · at o d e E nri qu
Sobre 1 a reacc1on que suscito e 1 asesin
. ,
_j ·
2 97
CIAS
NOTAS y REFEREN
.
c1er de Lacom b e, p ág s · 46,, I -4 66 . L a d escr1·pció n d e n te n
ad a d la ob ra co ntemporánea Histoire de
la catedral de Rhe1m s es ta to m e
. .
ul t. En ella leemos lo s1gmente :
l'Église de Re im s, de P. Co cq ua
La reacción pública en Francia, tal y como reflejan los panfletos de_ la_
época, se analiza en la obra de Robert Lin�s:y y Jo� Neu_ !rench polzt�
cal pamphlets: 1547-1648. Este suceso suscito la prohferac10n de vola�
nes, sermones, denuncias y otros panfl etos, de una manera mucho mas
espontánea que cualquier otro suceso ocurrido en el siglo que abarca este
libro. Sobre la costumbre de desmembrar el cuerpo d el rey, la obra ca
nónica la constituye el debate de E. H. Kantorowicz sobre la teología po
lítica medieval, The King's Two Bodies (1981) [Trad. cast.: Los dos cuerpos
del rey, Madrid, Alianza, 1985]. Em. L. Chambois describe la quema del
corazón de Enrique IV en la plaza del mercado de La Fleche después de
la Revolución-y la recuperación de sus cenizas por un médico local en
la Revue Henri IV, vol. I (1912), págs. 33-36.
Sobre el deterioro en Francia de las relaciones entre protestantes y
católicos después de la muerte de E nrique, véanse los papeles de su te
niente protestante, Philippe Duplessis de Mornay, Testam
ent, codicille et
dernieres heures de Messire Philippes de Mornay,
Seign eur du Plessis Mar/y
(La Forest: lean Bureau, 1624), que se encuentr
27 a en la B. N. con la sig
natura Ln 2 I 789, La lettre de M. de Plessis M
ornay, emvoyée a M. le Duc
d'!,spernon le 1 de May r621 (Lh 36 1631), y
Advis sur ce qui s'est passé en la
vzlle de Saumur entres les Catholiques et ceux
de la R. P. R. le mars 1 621 (Lb 3 6
II suffirait presque
•
de deux dates et de deux ind·
· ns de h. eu ,
icatio º
x a la bi og ap h ie de
sa na1ssance, le 31 mars 1 6 ' a L
ª
r
Descartes, 59 H aye, en Tour a1n .
e, et sa morte a
Stockho 1 m, 1 e I I .e,, 1evne• r 165
0. Sa vie est avant tout ce ,,
lle d'un esprit .
· · ; sa vraie bio-
graph1e est l'hº1sto1re d e ses pensées; les événements exten ,, • eurs de son existence
, ,. ,... . , .
n ont d 1 nteret que par le JOur qu ils peuvent J. ete r sur ,, ,, . ,, .
,, . l es ev enements 1nt eneurs de
son gente.
2 99
NCIAS
NOTAS y REFERE
CAPÍTULO III
Lebniz frente a New ton. El afán de Leibniz por elaborar una l�n�a uni
versal para «expresar todos nuestros pensamientos » sin ambiguedad se
.
advi• erte muy pronto en su vida. · hab"1a naci'do en 1646 Los pasa-
Le1•bn1z
·
Jes ,, .
aqu1 citados aparecen o bien• en su preJa
:-r ce a' la Science Générale o en el
p or
ensayo Zur allgemeinen Ch aracteristik, ambas obras de_ r677 �veasc,
5). De
ejemplo, la Selection de Leibniz editada por Philip P. Wi ener, § 4 Y
301
, l 1; ·
RENCIAS
NOTAS y REFE
NOTAS Y REFERENCIAS
tado s p or t o dos l o s h om
t onianos se consideraron ev id en te s- <<ac ep
ci ad s Y m uc h o n1 en os dis
bres»-y, por tanto, raras veces fuer on en un o
cutidos.
de Se dg w ic k en el ca inp osanto de
La ilustradora cita sobre la tumba , q ue
St ein Y G e orge Plin1p ton
Stockbridge abre las memorias de Jean
llevan por título Edie, pág. 3.
1 11 li¡ t
ENCIAS
NOTAS y REFER
CAPÍTULOS IV Y V
,,
EPILOGO
3 06
¡
I
INDICE ONOMÁSTIC
O
Adams,John,229 Bemard,Claude, 3 , , 2 10
3 77
Agripa,Marco Vipsanio, 1 o Bernini, Gianlorenzo, 1
9
Agustín, San, 34, 5 4, 69, 73, 108-109, Bevin, Ernest, 2 2 2
120,204,218,304 Blake,William, 30
Albers,Josef, 219, 2 30, 242 Boehme,Jakob,109
Alejandro Magno, 108, 203 Bohr,Nils, 2 78
Alembert,J ean le Rond d', 199, 241 Bomba, rey de Nápoles, 2 7 3
Angell, Norman, 2 I 3-214 Bonaparte,Napoleón, 251
Aquínate, véase Tomás de Aquino Boscovich,Roger John,207
Aquino,Tomás de, 45,120,122 Bossuet,Jacques-Bénigne,obispo,137, 149
Aranguren,José Luis, 7 Boyle, Robert,47
Ariosto, Ludovico, 55 Bravo,Juan,138
Aristófanes, 54 Brecht,Berthold,283
Aristóteles, 47, 54-55, 59, 61, 63-64, 76, Browne,Thomas,45, 104
114,117-118,120,127,210,230,264, Bmckner,Anton,215
267,304 Bruno, Giordano, 9, 120,203-204
Arnaud,Antaine, 62 Buffon, Georges-Louis Leclerc de,205
Arrio,47 Buisseret, David, 8 r
Atanasia, San, 47 Bunyan,J ohn, 46
Austen,Jane, 209
Calvino,Juan, 5 3, 84, 2 04, 2 5 1
Bacon, Francis, 39-40, 45-46, 58, 60, 68- Carlos I de España y V de Alemania,138,
69, 78, 111, 116, 123, 153, 167, 185- 1 39
186,255 Carlos I de Inglaterra, 40, 89, 101, 136-
Bainbridge,254 137,143,173,177
Bateson,William, 2 1 3 Carlos II de Inglaterra,60, I 04,134
Battisti, Eugenio, 5 1 Carlos IX de Francia,82-83
Becket,Tomás, 2 7 2 Carnap, Rudolph,216-217
74
Bellah, Robert, 106 Carolina, princesa de I-Ianover, I
Belloc,Hilaire, 144 Carson, Rachel, 30,226, 228
Casas, fray Bartolon1é de las, 5
Berg,Alban,215 7
Berlin,Isaiah,7 Catalina de Médicis, 82-83
1 1 ' .. 1
TICO
ÍNDICE ONOMÁS
7° l)ickens, Charles,209
., .tdo ' ( :;1 .vo v�1lcrio, 54,
( -.11
Diderot, Denis, r 99
( :;1votir, ( :�nnillo Benso, l 9 8 Donne,John,45, 101-107, 109-110, r27,
( :ervantcs,Miguel de,9 8 5' 2 2 I' 2 84, 2 99
l 3 7' 143 - I 44, l 47' I
( :hadwick, J ohn, 1 1 5
I)oolittle, Eliza,73
c:han1hers, Ephn.1i111,201 Dostoievski, Feodor,209
c:hurchill,Winston, 222' 224 Drucker, Petcr F., 2 9, 242, 288
c:icerón,Marco ·rulio, 54, I 20
1, 183, Drury, Elisabeth, 103
(:larke, Sa111uel, 18, r75, 180-18
Drury,sir Robert, 102
200,302
Dryden,John,77
(:lé111ent,Jacques, 83
Duplessis Mornay,Philippe,87
c:ohen, Avner, r8
c:0111111oner, Bany,3º
c:ongreve, Willia1n, l 87 Eccles,sir John, 164
c:onner, Lynn, 2o Egerton,Ann More, 102
c:opérnico, Nicolás, 42, ro2, 106-107, Egerton,Thomas, 102
120, 1 69,187,237 Einstein, Albert, I 17, 189, 2 1 2, 214,2 20,
C:ristina de Suecia, 7 2 238,278
c:ro1nwell, C)liver, 24-25, 46, 105, 139, Enrique de Guisa,82 -83,87
2) 7 Enrique de Navarra,véase Enrique IV de
c:urran, c:harles, I 20 Francia
c:usa, Nicolás de, l 20, 203 Enrique el Grande,95,97
Enrique II de Inglaterra,82, 2 72, 2 74
l)anteAlighieri, 55,108 Enrique III de Francia,82-83,87
Darnton, Robert,292 Enrique IV de Francia,11,80-83,85-96,
l)arwin, C:harles,33, 160, 178, 194,202, 98-102 , II0-Il2, 125, 133, 143, 213,
205-206, 213,230,235 222, 22 7,291,297-298,305
I)e (�aulle,(�hades, 2 24 E,nrique IX de Inglaterra,101, 111
I)efoe,I)aniel,184,191-192, 208,211 Epernon,duque de, 81-82,88
I)escartes, René, 7, 9-to, 17-21, 31-32, Epicuro de Samos, 5 5
34 -37, 39, 4 1, 45-47, 49, 58, 60, 62- Eras1no de Rotterdarn, véase Desiderio
65,67-77,79-80,93-94,98-100,110- :Erasmo
l 16, l 18-126, 128-129, 132, 14
5-147,Eras1110, Desiderio, 9, 2 1, 4 5, 49, 5 1-5 2,
151, 153-158, 162-164,166,170,174, 76-78, 110, 122, 124, 237
185-186, 192,200-201, 206-207,209, Esquilo, 54
216-217,219-220,223,229,2 4-2 ,
3 37 Euclides, 114, 116-118, 122, 1�4, 21 6-
239-241,247-249, 152,255,262-26 ,
5 217,239-240,256,277
2 7°, 2 75- 2 77, 2 79, 2 9 1, 297- 99
.
2 , -�02 '
Euler,Leonhard,116
3 4
º
l)ewey, John, 34-35, 67, 80, 111, 117,
Federico el Grande, 1 76
207,250
Felipe II, 86
l)iaghilev, Sergei, 2 r 2
Femando III de Austri a-Hungría, 134,146
ÍNDICE ONOM
ÁSTICO
310
INDICE ONOMÁ
STICO
Meynert,2 1 1 Pasquier,Étienne,5
4
Mies van der Rohe,Ludwig,28,218-219, Peyraud,M.,20,293
228,230,24 2, 2 95,3º4 Pinochet,Augusto,2 8
7
Milton,John,105,13 9 Pío IX, 1 94
Mondrian,Piet,216 Pío Nono,véase Pío IX
Montaigne, Michel de, 7, 9-10, 18, 21, Pirrón de Elis, r8,58,110, 2
64
45-46, 49, 5 1, 53, 56-58, 68-78, 85, Pitágoras,153
91-93,I 00, 1 l O- l l l , l l 3,l l 5,l 2 2- 1 2 3, Planck,Max,212,2 3s
127,185,187,19 2, 211,213,234,237, Platón, 34, 47, 54, 60-61, 63, 77, 10
8,
240,264, 275, 277, 29 1- 29 2, 297,305 189,264,267
Montesquieu, Charles-Louis de Secon- Plinio el Viejo,55
dat,barón de,57 Plutarco,55
Montpazon,duque de,81-8 2 Polibio de Megalópolis,10
Moore,George Edward, 1 79 Pope,Alexander,77,141,166,187,238
More,Henry,6 2,1 18, 191,200 Popkin,Richard,292
Morgan,Thomas Hunt, 189 Popper,Sir Karl, 130,275
Mousnier,Roland,17, 4 3,48 Praslin,Charles de,8 r
Mozart,Wolfgang Amadeus,282 Priestley,Joseph,168,176-177,184,194,
Muir,John,228 1 99,20 7, 2 35, 2 4 1, 2 47
Musil,Robert, 2 1 2
Mussolini,Benito,222 Quintiliano,Marco Fabio,54
Namier,77 Rabb,Theodore,137
Neurath, Otto, 2 I 7 Rabelais, Franc;ois,21, 45-46,49, 51, 73,
Newman,John Henry,260 77-78, 237
Newton,Isaac,7, 9-ro, r7-r8, 2r, 30-33, Racine, Jean,45-46, 186
37,4o-4r,47,58,69, 75,77, IIJ-117, Raleigh,Walter,10 2
126,131,145,153-158,162-r64,r67- Rauschenberg,Robert, 2 30
170,r74-176, 180-181,187,189,195, Ravaillac,Franc;ois,84,86,88-89
198-202,205,209,214,220,234,237- Ray,John,189
238,2 52, 255, 266,278,292, 301-302 Reagan,Ronald, 2 5
Reich, Steve, 2 2 9
Oppenheimer,Robert, 2 5 4 Reichenbach,Hans, 2 1 6
Oswald,Lee Harvey,88 Reichert,Klaus, 20
Otto von Bismarck,príncipe, 1 79 Rezé,Jacques,9 5
Ovidio Nasón,Publio,54 Ribbentrop, Joachim von, 2 2 2
Ricci,Fr. Matteo,57
Padilla,Juan de,138 Richardson,Samuel, 1 9 1
uplessis, 87,
Paine,Tom,184 Richelieu, Armand Jean D
Pascal, Blaise, 45, 62, 75, 118, 187, 26 2, l 35, 140
,98
2 97 Rochemonteix,Can1ille de
311
TICO
ÍNDICE ONOMÁS
312
ÍNDICE ONOMÁSTICO
w 111stanley,
Gerard, 173
Wittgenstein, Ludwig, 7, 9, 18, 34-35,
Wordsworth, William, 209, 245
Wundt, Wilhelm, 216
, 64-265, 267
59; 67, 75, 212 261, 2
Yeats, William Butler, 105, 220
Woodger,J. H., 2
16
3 Yevtuschenko, Yevgeni, 12 1
Woolf, Virginia, 4 , 209,
212