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Ungaretti, J. (2015). Prejuicio: Análisis histórico y estrategias para su reducción.

En
Gustavo E. Costa y Edgardo Etchezahar (Eds.). Conceptos fundamentales de la
Psicología Social. Buenos Aires: Ediciones de la UNLZ.

CAPÍTULO 8

PREJUICIO: ANÁLISIS HISTÓRICO Y


ESTRATEGIAS PARA SU REDUCCIÓN

Joaquín Ungaretti

Universidad de Buenos Aires – Universidad Nacional de Lomas de Zamora - CONICET

El prejuicio y la discriminación son fenómenos que repercuten


negativamente en múltiples esferas de la vida de las personas, ya sea en
términos de igualdad de oportunidades, de acceso a los recursos disponibles,
así como también en su autoestima, sus niveles de motivación y el grado de
compromiso que establecen con el funcionamiento de la sociedad en general.
Además, basta la mera percepción de la existencia de desigualdades en una
sociedad, para que emerjan mayores niveles de prejuicio y discriminación entre
sus miembros. Es por ello que el establecimiento, la promoción y el
mantenimiento de la igualdad social y los derechos humanos, depende en buena
medida de la comprensión de cómo las personas significan y aplican estos
conceptos en su vida cotidiana (Duckitt, 2001).
Si bien las legislaciones, la prestación directa de servicios y el
otorgamiento de recursos pueden ayudar a corregir las desigualdades existentes
en una sociedad, no pueden por sí mismas lidiar con las actitudes sociales que
dan origen al prejuicio y la discriminación. Por otra parte, dichas intervenciones
generalmente están orientadas solo al abordaje de algunos aspectos de esta
problemática, ignorando otros ejes fundamentales para erradicarla. De hecho,
en ocasiones son los medios de comunicación y los políticos, quienes
promueven constantemente la emergencia de nuevos objetos y formas de
prejuicio al identificar nuevas supuestas amenazas por parte de, por ejemplo, los
inmigrantes de determinados países, ciertas prácticas adoptadas por las
diferentes religiones, amenazas a instituciones tradicionales como el matrimonio
y la familia por parte de movimientos que abogan por la libertad en su elección
sexual, entre otros. En consecuencia, los grupos sociales objetos de prejuicio y
discriminación, parecen cambiar más rápidamente que las legislaciones mismas
(Sibley, Wilson & Duckitt, 2007).
Tal es el caso de lo que sucede en el contexto argentino, en donde el
prejuicio y la discriminación no fueron considerados una problemática que
necesitaba regulación legal hasta la sanción de la Ley Antidiscriminatoria N°
23.592 (1988). Fue a partir de aquel entonces que comenzaron a tomarse
medidas con el objetivo de prevenir estos fenómenos, entre las que se destaca
la creación del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el
Racismo (INADI). Sin embargo, a pesar de los avances en materia de prevención
del prejuicio y la discriminación, durante el año 2014 se recibieron 2336
denuncias por discriminación en Argentina (9,6% más que en 2013), siendo el
Área Metropolitana de Buenos Aires el sector más afectado (INADI, 2014).
Además, el 85% de la sociedad argentina reconoce la discriminación como una
problemática social y destaca que los inmigrantes de países limítrofes (71%), los
pueblos indígenas (54%) y las mujeres (43%) constituyen los grupos más
vulnerables (INADI, 2014).
Estas cifras indican que el prejuicio y la discriminación hacia diferentes
colectivos sociales continúan vigentes en nuestro país, demandando ser
abordadas para su comprensión y posterior prevención.
A continuación se expondrán brevemente los principales períodos
histórico-conceptuales para la comprensión del prejuicio, para luego mencionar
las principales teorías y estrategias para su prevención.

1. Historia en el estudio del prejuicio desde una perspectiva psicológica

En términos históricos, el estudio científico del prejuicio y la discriminación


como temáticas propias de la psicología surge alrededor de 1920. Anteriormente,

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el prejuicio no había sido considerado como una problemática social y menos
aún como un constructo susceptible de ser abordado científicamente. Por el
contrario, las actitudes negativas entre los grupos eran consideradas en aquél
tiempo como respuestas naturales e inevitables frente a las diferencias
intergrupales.
Luego de que se comenzara a considerar al prejuicio como objeto de
estudio, la manera en que fue conceptualizado fue variando producto de los
diferentes modos particulares de explicar al fenómeno de acuerdo al contexto en
el cual se produjo. Es así como fueron surgiendo diferentes paradigmas para su
abordaje que dominaron cada período histórico. Las teorías que se mencionarán
en los períodos contemplados, no reemplazan a las anteriores, sino que arrojan
luz sobre nuevos aspectos del fenómeno de acuerdo a las demandas y
necesidades determinadas por el contexto histórico (Duckitt, 1992).

1.1 De la teoría de la raza a la conceptualización psicológica del prejuicio


Durante el siglo XIX y principios del siglo XX, la discriminación racial no
era considerada como una problemática social por los científicos de la época,
por el contrario, las actitudes de rechazo y de superioridad eran aceptadas como
algo natural e inevitable (Haller, 1971). Desde un punto de vista histórico, podría
decirse que el colonialismo Europeo y la esclavitud en América creaban un
contexto en el cuál, la raza blanca era considerada como superior al resto, a
través del cual se justificaba el dominio y la sumisión de quienes pertenecían a
otra raza. En este marco, el interés de los investigadores radicaba en
fundamentar esta inferioridad, dando lugar a diversas teorías de la raza que
dominaron el pensamiento científico de la época y explicaron éstas diferencias
en términos de limitación intelectual, retraso evolutivo y excesos sexuales.
A partir de la década de 1920, la concepción del prejuicio cambió
radicalmente y lo que hasta ese entonces era concebido en términos de
diferencias intelectuales, comenzó a ser visto como resultado de actitudes
prejuiciosas de carácter irracional (Samelson, 1978). Este notorio cambio de
paradigma, puede ser comprendido como producto del interés que dos grandes
desarrollos históricos, acaecidos después de la primera guerra mundial,
generaron en los intelectuales y científicos de la época. Estos desarrollos
históricos fueron, por un lado, la emergencia en EE.UU de ciertos movimientos

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que abogaban por los derechos civiles de la gente de raza negra y, por otro,
movimientos en el continente europeo que desafiaban el dominio colonial que
los blancos ejercían sobre las demás razas.
En el año 1924, Floyd Allport fue el primer psicólogo social en brindar una
respuesta al fenómeno de la discriminación racial, afirmando que las
discrepancias en las habilidades mentales no eran suficientes para explicar las
actitudes negativas hacia las minorías. Es por ello que el foco de atención de los
estudios de aquél entonces viró hacia la causa, es decir, al intento de
proporcionar respuestas al origen de las actitudes raciales negativas,
consideradas injustas e injustificadas. Así es como surge el término prejuicio,
proporcionando un marco conceptual a estas actitudes intergrupales negativas
consideradas absolutamente irracionales, injustificadas y falaces.

1.2 De los procesos psicodinámicos a la estructura de personalidad

El hallazgo, evaluación y descripción del prejuicio racial como fenómeno


negativo, irracional e injustificado llevó a los psicólogos de la época y otros
intelectuales, a preguntarse cómo podía ser explicado.
La teoría psicodinámica proporcionaba en aquel entonces, un marco
particularmente apropiado para responder a esta pregunta. Desde esta
perspectiva, el prejuicio parecía ser el resultado de un proceso psicológico
universal llamado mecanismo de defensa (Aviram, 2009). Este proceso opera de
manera inconsciente, canalizando las tensiones que surgen entre la
personalidad y el mundo exterior, a través de la emergencia del prejuicio hacia
colectivos minoritarios utilizados como chivos-expiatorios (negros, pobres,
extranjeros, etc.). La universalidad (generalidad) de estos procesos explicaría la
omnipresencia de los prejuicios, mientras que su función defensiva inconsciente
haría lo suyo con la irracionalidad y rigidez. Este paradigma proporcionó una
imagen del prejuicio como expresión de defensas inconscientes, que redirigen
los conflictos internos y hostiles (generalmente originados por frustraciones y
deprivaciones) hacia grupos inocentes y minoritarios.
Una gran variedad de procesos psicodinámicos se han asociado al
prejuicio durante este período, entre ellos se incluye la proyección (Ackerman &
Jahoda, 1950; McClean, 1946), la frustración (MacCrone, 1937), los chivos

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expiatorios (Veltfort & Lee, 1943) y el desplazamiento de la hostilidad (Dollard,
Doob, Miller, Mowrer & Sears, 1939). Estos conceptos proveyeron explicaciones
razonables a la gran extensión del prejuicio en diversas partes del mundo y a sus
expresiones más extremas como los linchamientos públicos (Hovland & Sears,
1940). Además, han contribuido con una de las principales justificaciones que se
ha dado desde la psicología a uno de los más graves acontecimientos de la era
moderna: el advenimiento del nazismo en Alemania como expansión del
antisemitismo. Esta justificación fue propuesta en términos de desplazamiento
de la hostilidad generada por la humillación política y las frustraciones
económicas que padeció el pueblo alemán luego de la Primera Guerra Mundial
(Dollard et al., 1939).
Si bien este paradigma explicativo ha estimulado numerosas
investigaciones utilizando una gran variedad de estrategias metodológicas (e.g.
Allport & Kramer, 1946; Morse & Allport, 1952), los mismos no han presentado
resultados claros que permitan evidenciar sus supuestos. A pesar de la escasa
o nula evidencia empírica sobre la cual se sostienen las ideas que promueve
este marco, muchas de estas formulaciones continuaron hasta décadas más
tarde (e.g. Ashmore, 1970; Simpson & Yinger, 1985; Stagner & Congdon, 1955).
Cabe resaltar que el enfoque psicodinámico fue una plataforma de estudio que
impulsó un cambio de paradigma en épocas en que el fenómeno del prejuicio
requería de una respuesta más específica.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, hacia finales de la década del ´40,
se produjo un notable cambio dentro del paradigma psicodinámico: el énfasis ya
no estaba puesto en los procesos psicológicos sino en la estructura de
personalidad. En este sentido, en lugar de explicar el prejuicio como la
manifestación de procesos intrapsíquicos universales, el nuevo paradigma
consideró a este fenómeno como una saliencia particular de estructuras de
personalidad, las cuáles son la base para la adhesión a ideologías políticas
extremas que promueven el prejuicio y la discriminación.
El impacto nefasto de la Segunda Guerra cumplió un rol principal en este
viraje conceptual. A partir de la conmoción que provocó el genocidio masivo
antisemita por la ideología racial Nazi, este fenómeno no podía ser explicado en
términos universales, es decir, como un proceso psicológico normal
característico de todos los seres humanos. Tal y como fue señalado por Milner

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(1981) “la obscenidad del holocausto connota una clase de patología de masa,
una locura colectiva. Las explicaciones se buscaron en la personalidad
perturbada, ya que era difícil imaginar que estas podrían ser las acciones de los
hombres normales” (p. 106). Bajo este enfoque entonces, los nazis y sus líderes
compartirían una estructura de personalidad perturbada y patológica que los
hacía particularmente susceptibles a manifestar alguna de las diferentes formas
de prejuicio.
Como consecuencia de estos hallazgos, las preguntas que los
investigadores de la época se hacían, giraban en torno a cómo identificar estas
características de personalidad que conformaban una estructura tendiente al
prejuicio y al etnocentrismo. La respuesta más influyente a esta pregunta fue la
proporcionada por la teoría de la personalidad autoritaria (Adorno, Frenkel-
Brunswick, Levinson & Sanford, 1950). La misma, postula que existe una
dimensión de la personalidad que determina el grado en que los individuos serán
propensos a adoptar ideologías autoritarias, actitudes prejuiciosas y
etnocéntricas. Tales personalidades son desarrolladas en el seno de familias
cuyos estilos de crianza son duros, punitivos, represivos y autoritarios, viéndose
reforzadas a su vez por ideologías políticas y ambientes con características
similares.
Si bien esta teoría fue formulada parcialmente en términos
psicodinámicos, otros enfoques dieron respuesta a este fenómeno desde otros
paradigmas teóricos (e.g. la teoría del dogmatismo de Rokeach, 1960; la teoría
de la tolerancia de Martin & Westie, 1959). No obstante, uno de los marcos
interpretativos con mayor trascendencia para el estudio del prejuicio que se inicia
durante este período como una alternativa al enfoque psicodinámico, fue el de
las diferencias individuales (Allport, 1954). Este nuevo paradigma surge como el
halo de la posguerra y busca las causas de la discriminación en factores
intraindividuales, ya que la democracia comenzaba a florecer a nivel mundial
generando un clima de optimismo y la tendencia a buscar explicaciones a las
causas del prejuicio y la discriminación en el sistema social y en las instituciones,
era prácticamente nula (Fairchild & Gurin, 1978).

1.3 De la psicología individual a la influencia social

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A fines de la década del ´50, el énfasis en la explicación del prejuicio
cambió desde el nivel psicológico individual, hacia el de las influencias sociales
y culturales. Esta perspectiva sociocultural fue claramente dominante entre las
décadas del ´60 y el ´70 debido a un descenso del interés psicológico por las
causas del prejuicio.
El cambio radical del paradigma de las diferencias individuales para
explicar al prejuicio, al de la influencia social, ocurrió no solo por la imposibilidad
del primero para explicar el fenómeno del racismo que tenía lugar en el sur de
los EEUU y en Sudáfrica (Pettigrew, 1958), sino fundamentalmente por la
campaña en favor de los derechos civiles desarrollada en este mismo lugar a
fines de los ´50. Esta campaña dejó al descubierto que el racismo y la
segregación eran fenómenos institucionalizados (Blackwell, 1982) que no podían
ser explicados por patologías o diferencias individuales de los habitantes, ya que
toda la sociedad se comportaba de la misma manera y eso significaba para ellos
ser un “buen ciudadano” (Ashmore & DelBoca, 1981). El foco de atención para
la explicación del prejuicio en este período, era la norma social circunscripta al
contexto social. La pregunta crucial en este período, era cómo estas normas
sociales influenciaban a los individuos para desarrollar actitudes prejuiciosas.
Como respuesta a estos interrogantes, dos mecanismos fueron los más
teorizados por los pensadores de aquel entonces: la socialización (Proshansky,
1966; Westie, 1964) y la conformidad-obediencia (Pettigrew, 1958, 1959; Westie,
1964). La investigación generada desde esta perspectiva no solo ha puesto
énfasis en la observación de los procesos de socialización en la niñez, sino
también en los estudios correlacionales sobre la conformidad y la presión social
percibida, tendiente a fomentar actitudes prejuiciosas.
Esta aproximación normativa hacia la comprensión del prejuicio partía
desde un punto de vista optimista para el futuro de las relaciones interraciales,
ya que si el prejuicio era sostenido por una conformidad social hacia las normas
tradicionales y a los patrones institucionalizados sobre la segregación interracial,
tomar medidas que apunten a la abolición de todas estas normas y aboguen por
la integración racial, acabaría con el prejuicio. Este optimismo comenzó a
desvanecerse a fines de la década del ´60, cuando se empezó a dejar de lado la
idea de que el problema se circunscribía principalmente a una zona geográfica;
el racismo y la discriminación parecían tener raíces mucho más profundas

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abarcando todos los contextos sociales. Por esto, se llegó a la conclusión que la
norma social circunscripta al contexto no permitía una comprensión acabada del
fenómeno y se empezó a pensar en la presencia de conflictos intergrupales más
básicos y ciertos condicionantes de la estructura social. El objetivo entonces era
identificar y explicar aquellos aspectos de las relaciones intergrupales y las
estructuras sociales que constituían la base del prejuicio y la discriminación. El
interés psicológico por los factores causales subyacentes a las relaciones
intergrupales fue retomado a más adelante, a finales de la década del 70´.

1.4 De la perspectiva cognitiva a las nuevas formas del prejuicio


En 1980, mientras que ciertos estudios evidenciaban una aparente
reducción de las actitudes negativas hacia los grupos sociales minoritarios,
investigaciones en diversas partes del mundo demostraron que el prejuicio no se
había reducido, sino que sus formas se habían modificado (Frey & Gaertner,
1986). Estas investigaciones sugerían que el racismo tradicional había sido
suplantado por un nuevo tipo de racismo más sutil y socialmente aceptable, el
cual ha recibido diversas nomenclaturas: racismo moderno o simbólico
(McConahay & Hough, 1976), resentimiento racial (Kinder & Sanders, 1996) y
prejuicio sutil (Pettigrew & Meertens, 1995).
Estos hallazgos en Estados Unidos, sumado a estudios en el contexto
Europeo que se llevaron a cabo utilizando como referencia grupos mínimos,
permitieron demostrar que, basta la mera percepción de pertenecía a grupos
distintos (categorización social), para que se desencadenen conductas
intergrupales prejuiciosas y discriminatorias con el objetivo de favorecer al propio
grupo (Tajfel & Turner, 1979). Años más tarde y sobre la base de estos estudios,
Hamilton (1981) observa que el sesgo y la discriminación intergrupal son
respuestas que surgen a raíz de determinados procesos cognitivos normales,
naturales y universales cuyo objetivo es simplificar la complejidad del entorno
social. Estos hallazgos explicarían entonces, porqué el prejuicio y la
discriminación se presentan como fenómenos omnipresentes, inevitables y
universales.
En ese período surgen dos enfoques para explicar cómo los procesos
cognitivos básicos tales como la categorización, surten sus efectos en el prejuicio
y la discriminación: un enfoque puramente cognitivo, y un enfoque cognitivo

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motivacional. El primero, focaliza en el concepto de estereotipo como una
estructura cognitiva directamente determinada por la categorización social que
organiza y representa información acerca de dichas categorías. Por su parte, el
segundo enfoque postula que si bien los factores cognitivos son primarios, la
categorización social desencadena un proceso motivacional cuyo objetivo es
efectuar una valoración positiva del propio grupo en relación a los demás (Tajfel
& Turner, 1979). Si bien estas perspectivas de naturaleza cognitiva fueron las
aproximaciones psicológicas dominantes en el estudio del prejuicio en las dos
últimas décadas del siglo XX y contribuyeron en gran medida a la reducción de
dicho fenómeno, estudios recientes indican que no proporcionaban una
comprensión acabada del fenómeno. Algunas de las principales limitaciones de
estos enfoques, fundamentalmente los puramente cognitivos, tienen su
explicación en que el componente afectivo no había sido tenido en cuenta, o en
su defecto, había sido relegado a un segundo plano (Mackie & Hammilton, 1993;
Smith & Mackie, 2005). Tal y como ya lo señalaba Hamilton en el año 1981, la
mayoría de los enfoques cognitivos son en sí mismos incompletos, pero aún así
han brindado herramientas útiles para la comprensión y reducción del prejuicio,
que aún siguen revistiendo interés en las políticas sociales de muchos países.
De acuerdo a lo expuesto por Duckitt (1992), cada uno de los puntos
enfatizados por las teorías dominantes en los distintos períodos histórico-
conceptuales, deberían ser considerados conjuntamente para proporcionar un
marco interpretativo integral en la comprensión del prejuicio, que contemple a
dicho fenómeno tanto de manera grupal como individual y que no se desentienda
del componente afectivo del prejuicio por sobre el cognitivo.

2. Conceptualizaciones actuales del prejuicio


Uno de los principales autores en proporcionar una definición del prejuicio
fue Allport (1954), quién en su trabajo fundamental sobre la temática lo definió
como “una antipatía basada en una generalización inflexible y errónea, dirigida
hacia un grupo como totalidad o hacia un individuo por formar parte de un grupo”
(p. 9). Tomando como referencia esta definición, el autor llegó a la conclusión de
que una de las características principales del prejuicio es que constituye un
fenómeno generalizado. Es decir, los individuos que se muestran prejuiciosos

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hacia un determinado grupo minoritario (e.g. homosexuales), suelen mostrarse
de la misma manera hacia otros (e.g. inmigrantes) (Brandt & Reyna, 2011; Henry
& Pratto, 2010).
La noción del prejuicio como una tendencia generalizada hacia cualquier
grupo social o hacia un individuo por formar parte de un grupo, fue un hallazgo
muy importante y compartido por múltiples autores hasta la actualidad (Adorno
et al, 1950; Asbrock, Sibley, & Duckitt, 2010; McFarland, 2010; McFarland &
Crouch, 2002; Zick, Wolf, Küpper, Davidov, Schmidt, & Heitmeyer, 2008). En esta
línea, una de las principales demostraciones acerca de la existencia de una
tendencia generalizada detrás de las respuestas prejuiciosas de los individuos,
fue provista por Hartley (1946), quién solicitó a un grupo de sujetos que indiquen
sus sentimientos hacia 32 grupos étnicos reales y hacia tres grupos ficticios (e.g.
Pirineos). El autor encontró que los sentimientos suscitados por los grupos reales
estaban altamente correlacionados entre sí, pero también con aquellos
provocados por los grupos ficticios. En otras palabras, observó que los individuos
que manifestaban actitudes negativas hacia los grupos conocidos, también se
manifestaban de la misma manera frente a grupos que no existían. Esto permitió
hipotetizar y dar sustento a la noción de que algunas personas traen consigo una
tendencia a expresar actitudes negativas hacia cualquier grupo social que se
presente como diferente del propio.
Si bien la evidencia empírica de una tendencia generalizada detrás de las
respuestas prejuiciosas es clara y consistente, el significado exacto del término
“prejuicio generalizado” no lo es. A veces se lo ha utilizado para describir un
factor latente, subyacente a las correlaciones entre los diferentes tipos de
prejuicios (e.g., Ekehammar & Akrami, 2003). En otras ocasiones, se lo ha
definido como una “tendencia al desagrado hacia miembros de exogrupos sin
importar las características específicas del grupo al que pertenecen” (Bäckström
& Björklund, 2007, p 10; McFarland, 2010).
A parir de considerar al prejuicio como una tendencia generalizada,
muchos estudios demostraron que también podría ser considerado como un
rasgo de personalidad (Allport & Kramer, 1946; Murphy & Likert, 1938; Razran,
1950), ya que según Allport (1954), el prejuicio crece y se desarrolla como una
unidad relativamente estable a lo largo del tiempo y toda la vida interior del
individuo se ve afectada. Como puede apreciarse, la búsqueda de las bases del

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prejuicio generalizado en la personalidad responde al hecho de que si los
mismos individuos tienden a ser más prejuiciosos independientemente del grupo
social del que se trate, entonces tiene sentido comenzar a buscar en una
explicación dentro del propio individuo. Si bien los autores lo piensan como un
rasgo de personalidad, intraindividual, consideran que los factores situacionales,
históricos y culturales, también son importantes en su emergencia y
sostenimiento.
A partir de la conceptualización pionera de Allport (1954), Ashmore (1970)
sugiere que el prejuicio podría comprenderse a partir de tres componentes
fundamentales: el prejuicio es 1) una actitud, 2) una orientación negativa, 3) un
fenómeno intergrupal.
Las consideraciones acerca de las actitudes, entendidas como una
tendencia a realizar una evaluación positiva o negativa de un objeto, fueron
evolucionando desde una concepción unidimensional de las mismas “el afecto
por o en contra de un objeto psicológico” (Thurstone, 1931, p. 261), atravesando
por modelos bidimensionales que consideran también el componente cognitivo
además del afectivo, hasta concluir con desarrollos que las consideran a partir
de un modelo compuesto por tres dimensiones: a) sentimientos acerca del objeto
actitudinal (dimensión afectiva), b) pensamientos acerca del objeto (dimensión
cognitiva), c) disposición comportamental hacia el objeto (dimensión connativa o
comportamental) (Ajzen & Fishbein, 1980; Duckitt, 1992). No obstante, en la
actualidad, aún continúa la discusión al respecto y hay quienes adhieren a que
el componente afectivo es el elemento más importante para la comprensión del
prejuicio (Duckitt, 1992; Fazio, Jackson, Dunton & Williams, 1995; Wittenbrink,
2004) y quienes sostienen que las cogniciones y las creencias sobre un objeto
social son las que influyen en nuestras evaluaciones afectivas sobre el mismo.
Desde esta perspectiva, se considera que el prejuicio es influenciado en gran
medida por los estereotipos, considerados el componente cognitivo de las
actitudes (Devine, 1989) que refleja las creencias sobre las características,
atributos y comportamientos de los miembros de un grupo social particular
(Hamilton & Sherman, 1994). El término estereotipo, introducido en 1922 por
Lippmann, fue originalmente conceptualizado como un fenómeno poco flexible y
producto de un pensamiento defectuoso. No obstante, trabajos más recientes
destacan los aspectos funcionales y dinámicos que poseen los estereotipos

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como simplificadores de un entorno social complejo. En este sentido, los
estereotipos son estudiados como esquemas cognitivos socialmente percibidos,
cuya función es procesar información acerca de otros (Hilton & von Hippel, 1996)
y originados a partir del proceso de categorización social (Banaji & Greenwald,
1994; Devine, 1989).
Retomando la segunda característica que plantea Ashmore (1970),
acerca del prejuicio como una orientación negativa, diferentes autores coinciden
en señalar que si bien las evaluaciones que se realizan sobre los grupos y los
estereotipos pueden ser positivas como en el caso de algunas de las nuevas
formas de prejuicio, generalmente tienden a ser negativas (Akrami, Ekehammar,
& Araya, 2006; Allport, 1954; Devine, 1989).
Finalmente, la consideración del prejuicio como un fenómeno intergrupal,
dirigido a grupos diferentes del propio, ha sido crucial para el desarrollo de
diferentes teorías acerca de su origen (Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson, &
Sanford, 1950; Sherif, 1966; Tajfel & Turner, 1979). Esta tendencia a presumir la
superioridad del propio grupo en relación a los demás resulta crucial para el
surgimiento del prejuicio y también se ve reflejada en conceptos afines como el
de etnocentrismo.
Pese a la influencia de esta línea de pensamiento (Allport, 1954; Ashmore,
1970), en la literatura científica sobre la temática existe un desajuste entre las
teorizaciones sobre el prejuicio como fenómeno negativo e intergrupal y el modo
en que ha sido evaluado empíricamente. Estudios recientes demuestran que las
actitudes negativas no necesariamente se encuentran dirigidas hacia un grupo
diferente del propio, sino que por el contrario, en ocasiones las mismas se
encuentran dirigidas hacia el propio grupo de pertenencia del individuo (e.g. Glick
& Fiske, 1996; Jost & Burgess, 2000; Sibley, Overall, & Duckitt, 2007). Un
ejemplo de esto puede verse reflejado en el estudio realizado por Dasgupta
(2004), en el cuál los miembros de grupos sociales desfavorecidos mostraban
actitudes negativas hacia su propio grupo y positivas hacia grupos de alto
estatus. A partir de estas consideraciones y atendiendo a los hallazgos empíricos
más recientes, Dovidio, Hewstone, Glick y Esses (2010) sostienen que, en la
actualidad, “la clave del prejuicio no puede ser la antipatía o sentimiento
negativo, pero sí la desigualdad social” (p. 110). Es a través de esta afirmación
que se produce un cambio de paradigma en el estudio y la comprensión del

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prejuicio, en donde ya no interesa si el sentimiento hacia los miembros del
exogrupo es positivo o negativo, sino que su función es el sostenimiento de un
grupo en una posición de privilegio, en detrimento de otro (Glick & Fiske, 2001;
Jost & Banaji, 1994; Sidanius & Pratto, 1999; Tajfel & Turner, 1979). Desde esta
perspectiva, la negatividad hacia un grupo no basta para ser considerada una
actitud prejuiciosa, excepto que otro grupo sea tenido en alta estima o reciba una
evaluación más favorable.
Las evaluaciones empíricas que parten de esta concepción, se enfocan
en el análisis de dos grupos contrastados y proveen una demostración directa
del prejuicio. Este tipo de evaluaciones son denominadas relativas, porque
permiten inferir el prejuicio en base a diferentes puntuaciones. Sin embargo,
muchos instrumentos elaborados para evaluar el prejuicio, se enfocan en
evaluaciones de grupos preconcebidos como tenidos en baja estima por los
sujetos, sin contrastarlos con evaluaciones de los grupos altamente estimados.
Por ejemplo, diferentes evaluaciones de sexismo se enfocan solo en las
actitudes hacia las mujeres y no las comparan con las actitudes hacia hombres.
Este tipo de instrumentos son denominados absolutos y, si bien pueden detectar
actitudes negativas, la demostración directa del prejuicio hacia ese grupo social
no está garantizada.

3. Perspectivas teóricas para la reducción de los niveles de prejuicio

En el marco de la psicología, las teorías predominantes para la reducción


de los niveles de prejuicio entre los miembros de grupos sociales en conflicto, se
pueden agrupar en dos grandes ejes. El primero está representado por la teoría
del contacto intergrupal, que sostiene que la relación con otros grupos puede
contribuir a la reducción de las actitudes negativas y promover la inclusión. El
segundo incluye a las perspectivas educativas anti-bias o anti-sesgo, que
sostienen que la exposición educativa a información sobre otros grupos desafía
y altera la forma de pensar en ellos. Esto último supone que el contacto no es
suficiente y que la gente tiene que volver a educarse a sí misma para dejar atrás
las antiguas suposiciones sobre los atributos y características de los miembros
de un determinado grupo social y cambiar sus actitudes. Ambos enfoques no
siempre son independientes, ya que en la mayoría de las intervenciones

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desarrolladas para promover la integración suelen superponerse y combinar el
contacto, con estrategias educativas directas.

3.1 Teoría del contacto intergrupal


Allport (1954) desarrolló la hipótesis del contacto para referir que la
interacción entre los miembros de diferentes grupos, facilitaría la reducción de
los prejuicios. Para el autor, esto es posible si se cumplen ciertas condiciones
durante el contacto, tales como la garantía de que ambos grupos tengan el
mismo estatus y poder, que se puedan establecer objetivos comunes y que las
sanciones propuestas por las autoridades se cumplan. La noción de que las
experiencias positivas con los miembros de un exogrupo pueden contrarrestar
las percepciones y estereotipos negativos puede parecer un enfoque basado en
el sentido común, sin embargo, la hipótesis del contacto fue el origen de la
mayoría de las teorías subsiguientes sobre la reducción del prejuicio.
Diferentes estudios realizados en niños, indican que el contacto ha
demostrado reducir la ansiedad intergrupal y promover la empatía entre los
miembros de grupos en conflicto. Por ejemplo, en un meta análisis basado en
713 muestras independientes de 515 estudios, Pettigrew y Tropp (2006)
encontraron que cuanto mayor es el grado de contacto intergrupal, menores son
los niveles de prejuicio, mientras que el 94% de los estudios relevados indican
una relación inversa. Por su parte, una investigación desarrollada por Hodson
(2011), concluyó que los individuos con elevados niveles de prejuicio se
beneficiarán más por los efectos del contacto intergrupal que las personas más
tolerantes. El autor denominó a este fenómeno como el “efecto techo”, en el que
las personas que ya presentan actitudes favorables hacia otros grupos tienen
menos margen de mejora. Estos hallazgos permiten enfatizar en que es
necesario diagnosticar previamente quienes son los sujetos más necesitados de
intervención y tenerlo en cuenta a la hora de diseñar, implementar y evaluar las
intervenciones, ya que de lo contrario se podrían obtener resultados
contraproducentes. Para ello, Pettigrew (1998) sugiere que la gente tiene que
ver la mejora como un objetivo deseado y llama a tener en cuenta un criterio
adicional a las condiciones del contacto propuestas por Allport (1954): el contacto
debe ser prolongado o resultará ineficaz para la reducción del prejuicio.

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Sin embargo, incluso el contacto prolongado no siempre alentará
naturalmente las relaciones positivas y/o una reducción en las actitudes
prejuiciosas. Según Abrams (2010), algunos estudios muestran que, incluso en
colegios con diversidad racial y étnica, los niños tienden a vincularse en mayor
medida con los miembros de su misma condición racial o étnica. Esto se ve
reflejado aún más en las relaciones entre hombres y mujeres, donde se observa
que elevados niveles de contacto no necesariamente eliminan la existencia de
estereotipos de género o discriminación sexual. Pettigrew (2008) señala que
buena parte de las actitudes negativas de hombres hacia mujeres, se deben a
las modificaciones que históricamente se han producido en los roles de género
tradicionales.
Por lo expuesto, para garantizar la eficacia de las intervenciones basadas
en la teoría del contacto intergrupal, no basta con tener en cuenta la calidad del
contacto, sino también el contexto socio-histórico en que el mismo tiene lugar y
las relaciones de poder históricas entre los miembros de grupos en conflicto.

3.2 Perspectivas educativas anti-sesgo


Teniendo en cuenta las limitaciones de la teoría del contacto, en algunos
casos puede ser necesario desafiar los prejuicios deliberadamente, aunque
dicha acción requiera cuidado y no necesariamente una intervención directa.
Como se destacó anteriormente, si bien el prejuicio puede ser considerado como
un fenómeno que actúa sobre los individuos, también es una problemática social
que obliga a considerar el modo en que se materializa el cambio social. A modo
de ejemplo es posible considerar el modo en que el racismo (al menos en su
forma manifiesta y hostil) se hizo menos aceptable socialmente en las últimas
décadas del siglo XX.
Lewin (1947/1951), uno de los fundadores de la psicología social y de los
primeros en examinar las dinámicas y tensiones intergrupales, planteó la
hipótesis de que el cambio en los individuos se logra con más éxito a través del
trabajo individual pero en grupo. Si bien sus desarrollos fueron anteriores a la
tesis del contacto de Allport (1954), ayudan a abordar algunas de sus
limitaciones.
Para Lewin (1947/1951), es a través de un proceso de re-educación que
se pueden desafiar las percepciones arraigadas en los individuos, así como sus

15
estereotipos y valores. El autor sostuvo que el primer paso para establecer el
cambio se logra a través de un proceso de auto-examinación, de confrontación
activa con las propias percepciones y la de los demás, así como a través de la
participación activa en la resolución de problemas y la voluntad de exponerse al
examen empírico de las ideas y concepciones. Lewin destaca que estos
procesos se ven favorecidos en un ambiente grupal, siempre y cuando se
cumplan determinadas condiciones: la interacción debería darse en un ambiente
informal, ser voluntaria y que la gente sienta libertad de expresar sus puntos de
vista en un ambiente seguro. A diferencia de lo que generalmente sucede en el
ámbito escolar, estas condiciones pueden ayudar a aliviar algunos de los efectos
no deseados del trabajo educativo en grupo.
Son diversas las estrategias educativas se pueden emplear en este
sentido. No obstante, los programas de aprendizaje cooperativo son,
posiblemente, las intervenciones más extendidas en las escuelas. Paluck y
Green (2009) argumentan que los estudios metaanálíticos basados en la idea
del aprendizaje cooperativo, confirman su impacto positivo en las relaciones
entre los grupos. Además, otros esfuerzos educativos para reducir el prejuicio
que han demostrado resultados positivos desde esta perspectiva, incluyen el
desarrollo de estrategias para aumentar los niveles de empatía, la toma de
perspectiva y el contacto imaginado con los miembros de un determinado grupo
social (Abrams, 2010). Walsh (1988), sugiere también que el prejuicio puede ser
combatido enseñando a las personas estrategias para cuestionar sus
suposiciones sobre el mundo que les rodea, poniendo énfasis en que el
pensamiento crítico es la antítesis del pensamiento prejuicioso. Pensar
críticamente, aprender sobre la historia, discutir temas sensibles, son algunos de
los puntos clave que emergen de la literatura sobre la reducción del prejuicio a
través de la educación.
Si bien existen investigaciones que sugieren que la enseñanza directa de
técnicas de reducción del prejuicio puede resultar ineficaz, la enseñanza
indirecta de las habilidades y disposiciones necesarias para combatir los
prejuicios es casi siempre eficaz. Esto significa que el mero hecho de decirles a
los estudiantes que no deben ser prejuiciosos o qué tipos de comportamientos,
lenguaje, o actitudes son erróneos, no suele ser eficaz. Por el contrario, la

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transmisión y el desarrollo de habilidades relacionadas con el pensamiento
crítico y la empatía, pueden proporcionar mejores resultados.
Por todo lo expuesto, se concluye que prevenir el prejuicio a través de la
educación resulta fundamental para el establecimiento y consolidación de una
sociedad tolerante y pacífica, a la vez que aporta beneficios individuales a nivel
cognitivo facilitando el cuestionamiento de las generalizaciones infundadas
(Hughes, 2015).

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