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-I-
Quiero agradecer la invitación para participar en este encuentro de
profesores de derecho procesal penal y tengo la obligación de advertir sobre mi
temeraria actitud para intervenir ante tan calificados exponentes del derecho
procesal.
De comienzo, debo confesar que, por déficit propio, sigo teniendo
muchas dudas sobre los presupuestos, categorías, criterios de utilidad y, peor
aún, de legitimidad que dan entidad a una teoría1. Tal vez –y desde una
perspectiva más superficial- en materia penal, la positivización y
reconocimiento de los derechos fundamentales haya resuelto, en cierta
medida, alguno de esos problemas, en tanto las garantías no sólo son
instrumentos de protección sino que además -y al mismo tiempo-
proporcionan el sentido ideológico, filosófico y político a la hora de legitimar,
en orden al saber jurídico, una construcción conceptual que las involucre.
Pero si hablar de teoría general del proceso -como en este encuentro se
ha dicho-, es en términos no demasiado rigurosos, hablar de ciertos principios,
reglas o categorías que permiten dar cuenta de fenómenos comunes y resolver
con cierto grado de completividad los problemas que esos fenómenos
presentan, me permitiré entonces insinuar que, en el plano teórico, derecho
penal y procesal penal constituyen una suerte de concurso ideal por
superposición total o parcial de espacios típicos o, si se quiere –y para
introducir la cuestionable complejidad y diversidad de los puntos de vistas
metodológicos propios de la dogmática-, un supuesto de unidad de ley por
regla de especialidad, al modo de dos círculos concéntricos vinculados por una
relación de inclusión, nunca de exclusión.
Por ello, he privilegiado algunas reflexiones sobre las necesarias
relaciones entre derecho penal y derecho procesal penal, como una suerte de
contrapunto con algunas versiones de la teoría general del proceso que,
consciente o inconscientemente, encierran el riesgo de proyectar un
distanciamiento de consecuencias poco defendibles.
Comentan anecdóticamente Zaffaroni-Alagia-Slokar, que si bien es cierta
la afirmación de Beling en orden a que el derecho penal no le toca un pelo al
1
En última instancia, los filósofos de la ciencia han introducido interpretaciones muy diversas acerca de la
naturaleza de las teorías científicas. Para unos es una descripción de la realidad; para otros una explicación de los
hechos; otros la refieren como un conjunto de principios estrechamente relacionados entre sí; otros – finalmente-,
sólo la identifican con un simbolismo útil y cómodo. Alguna definición unifica diversos conceptos habitualmente
separados y aún contrapuestos: una teoría científica es un sistema deductivo en el cuál ciertas consecuencias
observables se siguen de la conjunción entre hechos observados y la serie de las hipótesis fundamentales del
sistema.
-II-
Sin embargo, no es mi intención, colocar en el centro de la escena una
cuestión de relativa o escasa utilidad.
No se trata de una competencia por la autonomía o la dependencia.
Tampoco de una cuestión de diseño curricular y menos aún –en referencia a
alguna versión heterodoxa de la teoría general del proceso- de un torneo de
moreirismo garantista.
El garantismo, cabe advertir, se gestó en el ámbito de reflexión sobre el
derecho y el sistema penal, en la perspectiva del derecho penal mínimo para
proyectarse a la filosofía y a la teoría general del derecho, a la teoría del estado
y al derecho constitucional. Nació en el derecho como una respuesta frente a
la divergencia existente entre lo que establecen las constituciones y normas
superiores y lo que acontece en la realidad, en donde tales derechos y
garantías no se cumplen incluso desde el propio nivel legal4.
Una teoría penal que responda a los postulados del estado de derecho,
no tiene vocación imperialista, tiene vocación minimalista y conciencia de que
el derecho debe limitar al poder.
De allí la idea según la cuál de una garantía, si se quiere ser respetuoso
de su sentido ideológico, sólo puede extraerse como consecuencias operativas
límites, y sólo límites al sistema penal5.
Es probable que en esta coincidencia política y axiológica el diálogo entre
derecho penal y alguna teoría general del proceso encuentren un espacio
común y resultados más útiles y positivos.
-III-
En cualquier caso, parece ineludible destacar la necesidad de una
estrecha vinculación, de cierto grado de interdependencia y hasta de alguna
integración, en tanto el proceso penal –y así lo enseñaba el propio Clariá
Olmedo- es un medio y no un fin en si mismo.
Por ello, aún cuando entre derecho penal y derecho procesal penal
pueda mediar una independencia académica y expositiva, no se puede
2
Zaffaroni, Alagia, Slokar; Derecho Penal, Parte General, Buenos Aires, Ediar, 2002002, pág. 165.
3 Pastor, Daniel, Es conveniente la aplicación del proceso penal convencional a los delitos no
convencionales?, en Maier, julio y otros; Delitos no convencionales, Ed. Del Puerto, Bs. As., 1994, pág.
275.
4Precisamente el garantismo advirtió que esos derechos y garantías eran condición de validez sustancial
de las normas del estado de derecho. De este modo, procura reducir la brecha entre el plano normativo
superior y la realidad, entre el deber ser y el ser y como tal se proyecta sobre todo el derecho.
5
Rusconi, Maximiliano; Un sistema de enjuiciamiento influido por la política criminal?, en Estudios sobre Justicia
Penal, Homenaje a Julio B.J. Maier, Ed. Del Puerto, 2005, pág. 441. Señala acertadamente el autor que un
programa de mínima intervención penal alcanza también al proceso penal. Mínima intervención en este sentido
significa reducción drástica de la prisión preventiva, respeto por el in dubio pro reo en etapas intermedias,
reducción de los niveles de violencia institucional que despliega el sistema procesal a menudo.
-IV-
Intentaré, en consecuencia, dar cuenta de algunos de esos espacios
típicos superpuestos que respaldan la necesidad de una integración del
derecho penal y uno de sus principales escenarios formales y materiales de
operatividad: el proceso penal.
6 Y esto no hay que confundirlo con las alternativas de solución de conflictos, en tanto el proceso penal
no soluciona nada y el derecho penal menos. No hay solución por la inidoneidad ontológica del sistema
penal (del que el proceso es uno de los escenarios seleccionados) y por la razón de que –en general- la
intervención punitiva lanza el conflicto al tiempo, lo suspende y es la dinámica social la que lo disuelve.
Basta ver como se lleva adelante un proceso (con sus elementos propios y los extrajurídicos) o como
probablemente la principal preocupación (mucho antes que la pena que nadie conoce) está dada por el
temor al contacto con el sistema, al sometimiento a proceso o a la amplificación por medio de la prensa.
7 Ferrajoli, Luigi; Derecho y razón, Ed. Trotta, 1989, pag. 538. Recuerda el autor la distinción en el
antiguo derecho griego entre delitos voluntarios e involuntarios correlativa a la división de competencias
entre el tribunal del Aerópago y el tribunal de los Efidios: la transformación inquisitiva del proceso penal
romano producida en la época imperial por la represión de los crimina laesae maiestatis; la análoga
transformación del proceso en el derecho canónico medieval producida por la persecución de los delitos
de herejía (en ambos casos en contraste con los principios de estricta legalidad y jurisdiccionalidad).
8 Maier, Julio, Derecho Procesal Penal, Tomo I, 2da. edición, Ed. Del Puerto, Bs. As,., 1996, págs.
145/148.
9
Por razones históricas, política e ideológicas y dado que las leyes penales son una particular manifestación del
poder y posibilitan el ejercicio estatal de violencia contra determinadas personas, es que se ha sometido ese
ejercicio (tanto en el proceso de criminalización primaria como secundaria) a una serie de condiciones, cuyo
sentido reconoce como fuente de inspiración ideológica la necesidad de limitar el poder estatal, y cuya
institucionalización tiene la más alta jerarquía normativa (arts 18 y 19 C.N.), habiéndose ampliado sus alcances (y
consecuentemente, aumentado los límites), con la reforma constitucional de 1994 (art. 75 inc. 22 C.N.).
10 Zaffaroni-Alagia-Slokar, ob. cit., pág. 123. Puede verse también Fierro, Guillermo, …..
11 Cfr. Zaffaroni-Alagia-Slokar, ob. cit., pág. 166; Günther Jakobs-Manuel canció Meliá, Derecho penal
del enemigo, Hammurabi, 2005, pág. 45. Precisamente, sostiene Zaffaroni, una forma de burlar la
limitación propia de un estado de derecho, consagrando un estado de policía con un discurso penal
liberal, es a través de la asimetría, frecuente y duradera, de un derecho penal liberal y una ley procesal
inquisitoria. La inversa es menos frecuente y la simetría autoritaria reconoce un modelo ejemplar en el
estado nazi.
12 Bacigalupo, Enrique; Hacia el nuevo derecho penal, Hammurabi, 2006, pág. 512.
13
Sobre el particular vale destacar el análisis de Fernando Díaz Cantón bajo el título “Vicisitudes de la cuestión de
la autonomía o dependencia entre derecho penal y derecho procesal penal” en Estudios sobre Justicia Penal,
Homenaje a Julio B.J. Maier, Ed. Del Puerto, 2005, pág. 827.
14
Pastor, Daniel; El plazo razonable en el proceso del estado de derecho, Ad Hoc, Bs. As., 2002, pág. 601.
15
Diaz cantón, Fernando, ob. cit., pág. 826/827.
16
Sobre e particular puede verse Erbetta, Daniel; Consideraciones sobre el razonamiento judicial y el derecho
penal, en Razonamiento Judicial, Lexis Nexis, Número Especial, marzo 2004, pág. 61 y ss.
17 El tribunal tiene la certeza de que se ha incurrido en una tipicidad pero no sabe cuál (robo o
encubrimiento), pues por insuici9encia de pruebas se le presentan dos o más figuras alternativas. El
manejo arbitrario de esta alternativa desde el derecho penal puede violar la legalidad si, por ejemplo,
como ocurrió en Alemania en vigencia de la reforma de 1935 la alternativa fue entre estafa y complicidad
en el aborto.
18
El caso y el precepto legal son ejes centrales del sistema de justicia penal. Luego, convengamos que la
construcción de caso, y con ello, la selección de los aspectos relevantes y la valoración de la prueba, condiciona de
comienzo el propio razonamiento judicial, más aún en determinados ordenamientos procesales que consagran
amplias facultades policiales, con decisiva incidencia, precisamente, en la construcción inicial de los hechos. La
cuestión de las garantías es allí decisiva….En cualquier supuesto, el tema de los hechos y su valoración, como
punto inicia de referencia para a labor mediadora de la teoría penal entre el caso y la ley, mantiene vigente el
interrogante de Hassemer: De qué sirve la vinculación a la ley, si el juez puede escoger libremente los hechos, a los
que luego, eso si, aplica la ley con estricto cumplimiento de las reglas? (ver Erbetta, Daniel, cit., pág. 62)..
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En este punto debe advertirse que la propia legalidad sustancial impone como presupuesto de la acción que la
misma se ejercite sobre la base de una pretensión que cuente con un mínimo contenido jurídico relevante
verificable a través de la apariencia de delito, la sospecha bastante, grado de convicción, etc.. Precisamente, la dosis
probatoria que traduce esas exigencias implica la imposibilidad de desvincular el derecho procesal del penal, en
tanto allí está la obligada conexión con la tipicidad y las restantes condiciones que deben verificarse como
condición de la aplicación de una pena o medida y su relación con el impulso procesal.
20
A la hora de motivar la cuantía de respuesta punitiva, la misma llega casi mecánicamente por apelación a un
cliché que reproduce casi literalmente las partes seleccionadas de la formulación normativa contenida en los arts. 40
y 41 C.P. La discusión de la pena (en los pocos casos que se aplica) luce ausente, desprovista de garantías mínimas
y sin fundamento material alguno. Sobre el particular, Erbetta, Daniel, art. Citado, pág. 68.
21
Cfr. Erbetta, Daniel, art. citado, pág. 54 y ss.
22 Binder, Alberto, Introducción al derecho procesal penal, Ad Hoc, 1era. edición, 1993, pág. 19.
23
Slokar, Alejandro; La construcción de una democracia procesal, Revista del Colegio Público de Abogados de la
Capital Federal, nro. 90, abril 2006..
24
La información corresponde al Departamento de Investigaciones de la Dirección Nacional de Política Criminal
del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, en base a datos del Registro Nacional de
Reincidencia y Estadística Criminal, salvo los de la Provincia de Santiago del Estero, que fueron proporcionados
por el Superior Tribunal de esa Provincia.
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En general el grueso de los encerrados tiene entre 19 y 25 años y sólo 3 ó 4% tiene enseñanza media
completa.
26 En este camino cabe también advertir que aún en los casos de libertad durante el proceso, es éste el
que agota –junto a factores extrajurídicos- el contenido penoso, tanto que –como se ha dicho- si algún
efectivo preventivo puede relevarse es el derivado del temor al contacto con la agencia policial, el
sometimiento a proceso o la amplificación del caso por medio de la prensa.
-V-
Mientras la discusión puede entretenernos en cuestiones de autonomía
científica o en reivindicaciones garantistas, tengamos cuidado que la
administración del castigo en nuestra región, por el juego de diversos factores,
ha reinstalado el concepto de inocuización, institucionalizado la posibilidad de
la muerte en prisión (reformas mediante al art. 13 y 55 C.P.), alterado toda la
proporcionalidad y coherencia de las escalas penales y la jerarquía de los
bienes jurídicos e introducido un desquicio en el código penal que lo ha
28
Sostener que la prisión preventiva es anticipo de pena prohibido si se fundamenta en la peligrosidad social del
imputado y que, en cambio, es medida cautelar excepcionalmente legitimada, si se fundamenta en la peligrosidad
procesal del imputado, no sólo es juego de palabras sino que constituye una apelación al normativismo más
extremo que le abre peligrosamente al poder todas las realidades que el puede construir.. El recurso resulta
funcional a la ampliación del poder estatal y la crítica alcanza al sistema de presunciones que, por razones de
diversa índole (incluso políticas e ideológicas), autorizan a tener por real una situación que puede ser falsa.
29
Hassemer, Winfried; Crítica al derecho penal de hoy, Ed. Ad Hoc, Bs. As., 1995, pág. 118.
30Hace más de un siglo denunciaba Carrara el derecho penal que se limitaba a racionalizar el poder
punitivo, llamándola schifossa ciencia.
31
En algún modo, el sistema de garantías, el juicio por jurados y el acusatorio son opciones político criminales
adoptadas por la norma constitucional.
32
Sobre las frustraciones de la dogmática, el nivel de complejización de algunos de sus planteamientos, las
consecuencias de la diversidad de puntos de vista metodológicos y su desvinculación de los problemas concretos de
la práctica judicial, puede verse Erbetta, art. cit., pág. 66 y ss..