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CONTIENE:
1.- SOBRE EL F ALSO CONF LICTO ENT RE INTIMIDAD Y LA PRUEBA DEL ADN: A PROPÓSITO DE LA SENTENCIA DE LA
CSJN IN RE “VÁZQUEZ , EVELYN” . POR SALVADOR MAR ÍA LOZ ADA (PRESIDENTE HONORARIO DE LA ASOC.
INTERN AC. DCHO. CONSTITUCIONAL).
2.- FALLO RELATIVO A LA EX TRACCIÓN COMPULSIVA DE SANGRE DE UN PRESUNTO DESAPARECIDO DE LA
C.N.C.C .F EDERAL, SALA 2.
1. Intimidad e Individualismo
Discurrir sobre la intimidad humana y sus límites no es algo que pueda disociarse del concepto
que se profese sobre la primera. A esta altura de los tiempos no debiera estar esa noción
afectada por prejuicios heredados del liberalismo individualista y de sus egocentrismos
entrañables. De tal individualismo se ha dicho que "es un sistema de costumbres, de
sentimientos, de ideas y de instituciones que organiza el individuo sobre sus actitudes de
aislamiento y de defensa. Fue la ideología y la estructura dominante de la sociedad burguesa
occidental entre los siglos XVIII y XIX. "Un hombre abstracto, sin relaciones ni comunidades
naturales, dios soberano en el corazón de una libertad sin dirección ni medida, enfrentando al
otro con la desconfianza, el cálculo y la reivindicación; las instituciones reducidas a asegurar la
protección de sus egoísmos, o el mejor rendimiento por la asociación reducida al lucro: tal el
régimen de la civilización que agoniza a nuestros ojos". Así decía Emmanuel Mounier en los
años pasados entre las dos guerras mundiales (1).
La persona humana desde hace décadas se concibe como un centro de relaciones concretas,
de comunicación, de solidaridad, de apertura. "Ella no existe que hacia otro, no se conoce que
por el otro, no se encuentra sino en otro. La experiencia primitiva de la persona es la
experiencia de la segunda persona. El tu, y el nosotros, precede al yo o al menos lo
acompaña", agrega Mounier citando a Nedoncelles, a Buber y a Midinier (2).
El derecho a la intimidad no puede escapar a la realidad concreta y a la situación socio-
histórica en que se realiza y ejerce, ni cabe predicarlo de un yo abstracto, desligado del hic et
nunc ineludible de la existencia humana, lo cual es particularmente relevante en el caso
anotado, como es fácil advertir y se insistirá luego.
No hay duda que la filiación de los habitantes, su estado civil y su adecuada identificación
concierne claramente al orden público y al poder de policía del Estado contemporáneo. No en
vano tenemos un Registro Nacional de las Personas y desde hace más de un siglo numerosos
Registros Civiles ocupados de esta tarea de verificación y de autenticidad, en suma de la
verdad concerniente a las personas de la población, muy en particular sobre la identidad de las
personas, lo cual depende centralmente de la filiación. No en vano tampoco, el Código Penal
ha hecho de esos valores de certidumbre y veracidad un bien jurídico protegido, como se
desprende del Título IV, Capitulo II del Libro Segundo de ese cuerpo normativo.
Es que la filiación, ese eje de la identidad, es la faz externa de la persona humana, la que se
ofrece a la comunidad y a todas las relaciones sociales y estatales. El concepto de identidad
personal excede con creces la intimidad, la desborda nítidamente. Ser en la sociedad y en el
Estado, tener identidad en ellos, es un hecho que se proyecta hacia lo público de la persona.
Está claro, pues, que la invocación de la intimidad para resistirse a la prueba hemática carece
de fundamento porque la filiación y la identidad tienen una notoria significación supra íntima y
ostensiblemente trascienden y desplazan las propensiones y deseos de la intimidad.
Con otras palabras, literalmente, no es "una de las acciones (u omisiones) privadas de los
hombres (o mujeres) que no ofenden el orden".
Esa resistencia, por el contrario, sí, muy efectivamente, ofende al orden público porque frustra
uno de los cometidos más obvios del poder de policía respecto de la población del Estado y
desconoce realidades sociales que sin duda exceden la órbita de lo privado.
También esa resistencia ofende la moral pública mentada por el art. 19. Tal moralidad no es
otra que la ley mosaica trasmitida como parte del acervo judeocristiano que reflejan las
convicciones de la vasta mayoría del país, que ha informado sus instituciones y las "buenas
costumbres" del medio social, para decirlo con los términos del código civil. Y en ella destaca
"el honrar al padre y a la madre" de un modo eminente (Deuteronomio,
V, v. 16). Naturalmente, se trata del padre y la madre de la familia genuina y real, natural o
legítima, no de la familia ficticia, fingida, inventada como secuela de conductas delictuales, y
urdida con fraude en un medio de violenta antijuridicidad. No obstante los respetables afectos y
emociones que de hecho esta vinculación fáctica haya explicablemente podido con los años ir
engendrando, nada de esto altera los términos de la cuestión ni ayuda a sustentar en lo más
mínimo la invocación del derecho la intimidad. Sin daño a esta, ni a los sentimientos aludidos,
la renuente podría haberse prestado a la prueba de ADN y seguir cultivando esas emociones
no necesariamente excluyentes de la obligación moral de honrar al padre y a la madre. La
resistencia a conocer los verdaderos progenitores, así pues, siendo premisa fáctica ineludible
del poder honrarlos, se revela entonces como muy clara infracción a esa moralidad prevista por
la exigencia constitucional limitativa del derecho a la intimidad. Otro tanto cabe decir del deber
de veracidad que se impone como elemento de la moral pública aludida y de la buena fe,
moralidad y buenas costumbres, también opuesta al abuso del derecho por la legislación
común. El deber de veracidad no alcanza solo al decir la verdad sino también a contribuir a que
la verdad sea sabida por todos aquellos a quienes tiene razonablemente puede concernir.
Resistirse, y al resistirse obstruir el establecimiento de la verdad respecto de la propia filiación,
no es comportamiento que conjugue con esa exigencia ética compartida, obvia, indiscutida, de
Así pues el sustraerse a la prueba hemática para impedir la verdad sobre la propia filiación no
es una de las "acciones (u omisiones) privadas de los hombres (o mujeres)" que no ofenden la
moral pública, lo que invalida también la posibilidad de ampararse en el derecho a la intimidad
a este respecto.
Durante los últimos algunos fiscales, jueces y alzadas han realizado una tarea esforzada y
meritísima para corregir la impunidad legislativa de aquellos hechos terribles, bendecida en
1987 por este mismo tribunal con el voto de algunos de los ministros (3) que ahora también
concurren a la infortunada solución del presente caso. Asimismo se ha avanzado
considerablemente en la labor jurisdiccional con pareja orientación. Por otra parte, en los
últimos meses hay signos que apuntan a respaldar esos esfuerzos desde el Poder Ejecutivo y
por su iniciativa en el ámbito del Congreso, que han creado una atmósfera más limpia,
desconocida en las deplorables ultimas décadas de densa e interesada opacidad.
Azorado por la capacidad para eludir la verdad jurídica objetiva, por el esfuerzo que la mayoría
del tribunal se ha sentido obligada a desplegar laboriosa y como desesperadamente, el lector
no puede sino confiar en la instancia supranacional prevista en la convención arriba mentada,
como nueva etapa para la reparación de la justicia sustraída.
NOTAS
(1) Emmanuel Mounier, Le Personalisme, Presses Universitaires de France, Quatorziéme édition, pag.
32.
(2) E. Mounier, ob.cit., pag. 33.
(3) V. Salvador María Lozada, Los derechos Humanos y la Impunidad en la Argentina (1974-1999),
Grupo Editor Latinoamericano, pag. 205
(4) V. Salvador María Lozada, ob.cit. pag. 236
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V. S. E.
Buenos Aires, 14 de Julio de 2004
Y VISTOS Y CONSIDERANDO:
I- Llegan las presentes actuaciones a conocimiento y decisión del Tribunal en virtud del recurso
de apelación interpuesto a fs.6/9 por E. V. S., contra la resolución que luce a fs.1/5 en cuanto
dispone la realización de un estudio hemático sobre el nombrado, que deberá realizarse, aún
en caso de no prestar su consentimiento, mediante el auxilio de la fuerza pública.
II- Agravios de las partes
En la oportunidad prevista por el artículo 454 del Código Procesal Penal de la Nación, E. V. S. -
patrocinado por el Dr. R. Calandra-, presentó el memorial que luce a fs.26/31 en el que solicita
que se revoque el auto recurrido.
Sostiene que sobre cualquier otro derecho que se pretenda anteponer, debe primar el que
protege su intimidad y la libre disponibilidad de su persona y sus sentimientos.
Que la medida ordenada por el a quo vulnera lo establecido en el artículo 79 del Código
Procesal Penal de la Nación, en cuanto el Estado debe garantizar a las víctimas de un delito un
trato digno y respetuoso durante el proceso penal.
Agrega que las medidas coercitivas pueden llevarse a cabo siempre que el experto que las
realice las considere sin riesgo para su salud, extremo que no se da en el caso, ya que podría
verse afectada su salud psíquica.
Finalmente dice, que como se desprende de los fallos “V. F.” y “F.”, emitidos por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación y la Sala IV de la Cámara Nacional de Casación Penal,
respectivamente, la extracción compulsiva de sangre resulta improcedente porque se opone a
expresas disposiciones del Código Procesal Penal de la Nación.
Por un lado, a los artículos 178, 242 y 243, en tanto posibilitaría la condena de aquellos a
quienes considera sus verdaderos padres, cuando dichas normas autorizan a protegerlos; y por
otro, porque se viola la excepción contenida en el artículo 206 del Código citado, referida al
modo en que se prueba el estado civil de las personas.
Por su parte, la Dra. Alcira Ríos, en representación de N. C. W. de T. -presunta abuela
biológica de V. S.-, sostuvo en el escrito que luce a fs.32/4, que la Constitución Nacional no
garantiza crímenes de lesa humanidad sino que protege a las víctimas de ellos.
Que ser víctima de un delito no le da derecho al apelante a lesionar derechos de terceros, ya
que los invocados por él terminan donde empiezan los de los familiares víctimas del terrorismo
de Estado, que hace veintisiete años que buscan sólo verdad y justicia.
En cuanto al supuesto daño psíquico que se alegó, sostuvo que el mayor daño no se le infringe
ahora, sino que le fue provocado al nacer en un Centro Clandestino de Detención y al cometer
contra él los graves delitos que en esta causa se investigan, con el agravante de, por ser
permanentes o continuados, aun no han cesado.
Por otro lado dijo que el fallo emitido recientemente por el Alto Tribunal, ha sido dictado contra
legem, violando la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño y la Convención
Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, además de lesionar las garantías
esenciales que la Constitución Nacional otorga.
Concluye alegando que es incorrecto que el apelante pretenda sostener que se viola el artículo
79 del Código Procesal Penal de la Nación, ya que estos actuados se rigen por el Código de
Procedimientos en Materia Penal.
III- Ley aplicable a las presentes actuaciones.