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Un robo importante (para algunos)

Daniela Rodríguez González

-Es imposible.- me dijo Joaquín.

Debería buscarme un ayudante más optimista. Pero él me insistió tanto en que quería ayudarme,
que no pude negarme. Hice caso omiso a su negatividad y miré a Pablo decididamente.

-Vamos a hallarlas. Y las de los otros también. Alguien es culpable, y lo voy a desenmascarar.

- Sé que si alguien puede resolverlo, sos vos. Además, sos el único que aceptaría un caso así.
Gracias.- me contestó y luego cerró la puerta, dejando todo en nuestras manos.

Comenzamos por lo básico: las víctimas. Que eran, a su vez, los únicos testigos. Y entre ellos
debía estar el culpable. Eran cuatro, incluyendo a Pablo, que si bien no era mi primera opción,
no podía descartarlo como sospechoso.

Primero le tocó a Felipe. Cuando nos abrió la puerta pareció ponerse nervioso, pero luego me di
cuenta que ya estaba nervioso de antes, por lo que descarté que fuese un signo de culpabilidad.

-Calmate, sólo queremos escuchar tu versión.

- Sí sí, lo sé. Pero me van a matar.

- ¿Quiénes?

- Ellos. Cuando se enteren que las perdí. Bueno, que me las robaron. Me las robaron,
¿entienden? ¿Me creen?

- Claro que te creemos. -mentí- Y vamos a encontrarlas, no te preocupes. Ahora, cuéntame.

Habló rápidamente. Tampoco era muy difícil. Estaban los cuatro a punto de comenzar con lo
suyo, en el lugar de siempre, cuando una nube de tierra se alzó entre ellos. Por unos segundos
no pudieron ver ni oír más que sus toses y maldiciones. Y cuando la tierra se despejó lo
descubrieron: les habían robado. Primero se culparon entre ellos, como es lógico. Todos
negaron haberlo hecho. Al final, todos se habían vuelto a sus casas enfadados y deprimidos.
Excepto Pablo, que había ido a buscarme. ¿Por qué a mí? Bueno, no hay muchos como yo en
este negocio. Más bien soy el único. Al menos, el único investigador privado que se interesa en
estos asuntos. Y es que son importantes, al menos, para nosotros.

El segundo fue Valentín. Nos abrió la puerta su mamá y nos hizo pasar. Nos quedamos
asombrados al ver el gran tamaño que tenía su living. Era enorme, y se veía que la casa toda
era así. Antes de que pudiéramos seguir inspeccionando llegó Valentín. Parecía enojado y nos
saludó de mala gana.

-Ya sé a qué vienen. - dijo secamente sin dejarnos hablar. - Pablo dijo que iría a buscarlos. Pero
miren, a mí no me interesa. Lo que se perdió se perdió, listo. Puedo conseguir más. Problema
resuelto.

- El problema sin resolver es que no todos opinan así. –contesté suave pero firmemente. Estoy
acostumbrado a encontrarme con gente así cuando investigas. - Para vos no tendrá importancia,

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pero para los demás sí. ¿O será simplemente que sos el ladrón y no quieres que lo
descubramos?

Lanzó una carcajada artificial y me miró enojado.

-Claro que no soy el ladrón. ¿Quién se robaría a sí mismo?

- Alguien como vos, quizá.

- ¡No me acuses sin fundamentos!

- ¿Entonces por qué no nos contás qué ocurrió, nos vamos y problema resuelto? - contesté
burlándole.

Pareció no saber qué responder por un segundo.

-Te equivocas. - interrumpió nuestra charla Joaquín. Los dos nos quedamos mirándolo. No era
de muchas palabras, pero cuando hablaba era para ser pesimista, o para ser eficiente. - Él no es
el ladrón. Tiene otra razón para no querer hablar.

Entonces recordé porqué lo había dejado ayudarme. Tenía una intuición insuperable.

-Si no sos el ladrón pero tampoco querés hablar….-dije pausadamente, con la mente iluminada-
¡Es porque sabés quién es y no querés decirlo!

El rostro de Valentín se puso de todos los colores. No sabía qué contestar. Habíamos dado en el
clavo.

-¿Quién fue?- pregunté esperanzado.

- ¡No voy a decirlo!

- ¿Querés protegerlo? ¿O quizás te da vergüenza que alguien le haya robado al adinerado y


soberbio Valentín?

- ¡Qué te importa! -contestó rabioso. - ¡Ya saben que no fui! Era lo que querían, ¿no?
¡Investiguen por otro lado!

Finalmente cedimos y nos fuimos de su casa. Al menos teníamos algo, por pequeño que fuera.
Pero de cuatro personas, descartar a uno no era poca cosa.

Llegamos a la última casa, la de Horacio. Enseguida estábamos hablando los tres en su


habitación. Era el más tranquilo para hablar, y si bien parecía preocupado, parecía más bien
intrigado.

-Fue muy raro, ¿saben? De pronto se levantó esa tierra que nos llenó los ojos, y al instante,
¡plaf! Habían desaparecido. Todas. No nos dejaron ni una.

- Muy raro, sí. Pero probablemente tienes alguna idea de quien pudo haberlo hecho, ¿verdad?

- Para nada.- dijo sorprendido.- Lo he pensado varias veces y no logro adivinar quién pudo
haberlo hecho. Siento que ninguno de nosotros tendría una razón.

Esa frase me dio vueltas en la cabeza. Había algo en ella inquietante.

-Creo que tienes razón.-dije lentamente. Horacio me miró extrañado. Supongo que no le doy la
razón a otros muy frecuentemente.

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-¿Qué querés decir?

-Que ninguno de ustedes cuatro tendría una razón para robarle a los otros. Así que te pregunto,
¿recordás haber visto a alguien ese día, cerca de ahí?

Horacio se quedó pensando unos cuantos minutos, con la mano en la barbilla.

-Recuerdo muchas personas, pero nadie que quisiera robarnos.

- Pensá bien. Aunque haya sido un instante. Alguien que pasó por la calle, o que estuviese
cerca.

-Ahora que lo mencionás.- dijo lentamente y sin dejar de pensar- en un momento pasó Elena, la
hermana de Pablo. Sólo vino, nos saludó y se fue. Enseguida Pablo le dijo que se fuera. Pero
ella no dijo nada, sólo se fue.

- ¿Pasó mucho tiempo entre que ella los saludó y se levantó la nube de tierra?

- Creo que no. Unos minutos.

- Bueno, muchas gracias. Creo que tenemos una nueva sospechosa en nuestra lista.

Salimos y nos dirigimos a la última casa, convencidos de que estábamos a punto de desentrañar
el misterio.

Nos abrió la puerta su mamá, que sonrió al vernos. No sé si a mí me reconoció, quizás me había
visto en el barrio. En seguida llamó a Pablo, suponiendo que íbamos a verlo a él, pero le corregí
aclarando que a quien estábamos visitando era a Elena. Ella nos miró sorprendida pero la llamó
igual. Pasamos a la casa y a los pocos minutos apareció. Siempre me ha parecido muy bonita.
Tiene una sonrisa muy alegre y por alguna razón que desconozco, siempre huele bien.

-Vinimos por el caso de Pablo. - comencé, seguro de ella debía estar al tanto de todo.

Así fue, y nos hizo pasar a su cuarto para hablar más cómodos al respecto.

-Lamento decirles que no creo poder ayudarlos mucho.- un mal inicio para todos.

Aunque es cierto que lo que contó no ayudó en nada. Había pasado un rato nada más a ver
como los chicos jugaban, pero se aburrió. Cuando estaba por irse le entró tierra en los ojos y se
los fue a lavar. Luego volvió a su casa y al rato llegó Pablo con la noticia del robo. Nada más.

Pero había algo raro en el ambiente. Nadie había nombrado su presencia en la escena del
crimen antes. Debía haber una razón para ello. Además su relato era como inconcluso, como si
quisiera decir algo que no se atreviese.

-De todas formas, no es asunto mío.- puntualizó.

- Es tu hermano a quien le robaron.- le recordé.

- Sí, exactamente. Que se las arregle él.

- ¿No te preocupa?

- No. A fin de cuentas si le robaron por algo fue, ¿verdad?

- ¿Se te ocurre alguna razón para que alguien haga algo así?

- Quizás. Él y sus amigos se lo tenían merecido.

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De pronto cerró sus labios y no habló más. Era obvio que estaba a punto de traicionarse a sí
misma. Ella debía haber sido. ¿Por qué? No lo sabía. Pero ella misma había mencionado tener
razones para hacerlo. Mis pensamientos ni siquiera fueron interrumpidos cuando en el cuarto
irrumpió Pablo, preguntando cómo iba la investigación. Joaquín le contestó mientras yo miraba el
cuarto con atención. Estaban allí. Lo sentía. Pero, ¿dónde? Si las encontraba el caso estaría
cerrado y tendríamos al verdadero culpable. Cada objeto parecía simple y femenino, ningún
lugar donde guardarlas. Estaba a punto de rendirme, cuando lo vi. Sobre el estante había un oso
de peluche rosa. Nada especial, pero me llamó la atención. Lo agarré, y descubrí que atrás tenía
un cierre, no era la primera vez que veía uno así. Tiré de él y enseguida cayeron todas a
nuestros pies. Ninguna se rompió, ni siquiera las que rodaron hasta Pablo, que miró sorprendido
y horrorizado a su hermana.

- ¡¿Fuiste vos?!- preguntó.

- ¡Te lo merecías! - le respondió. - ¡Vos y tus amigos! ¡Yo sólo quería jugar con ustedes!

El caso se volvió muy claro, y mi trabajo había terminado.

No sé qué hablaron ellos. Al parecer la historia era un tanto distinta de la que me habían
contado. Elena había querido jugar con ellos a las bolitas desde hacía tiempo, pero su hermano
se negaba. Al enterarse de que aquél día irían al terreno de siempre a jugar, decidió darle una
última oportunidad. Pero cuando llegó tanto él como sus amigos le dijeron que se fuera.
Entonces decidió vengarse. Y como todos se habían dado cuenta que habían actuado mal
decidieron omitir aquel detalle de sus relatos. El detalle que revelaría todo.

Creo que sus padres no se enteraron. Era un asunto de niños, y los adultos no los entienden.
Por eso me contrataron a mí, niño investigador, que se preocupa por estos asuntos.

Una semana después pasé por el terreno. Allí estaban los chicos, felices de haberlas
recuperado. A Felipe sus padres no lo habían matado, como él temía. A Valentín le habían
comprado unas bolitas nuevas antes de que aparecieran las otra y las estaba mostrando,
aunque también las prestaba a sus compañeros. Horacio parecía más tranquilo que nunca,
resuelto el misterio. Y a Pablo se lo veía con una mezcla de resignación y alegría. La causa era
clara. Entre ellos estaba Elena, compitiendo. Todos la trataban como uno más de ellos, y supuse
que el incidente ya había quedado atrás. Me alegró verla así. Le sonreí. Ella justo miró hacia mí
y me devolvió la sonrisa. Quizás, cuando terminen el partido, la invite a tomar un helado.

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