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Escuela Diaconal Arquidiócesis de Bogotá

Guillermo Carlos Vásquez, Pbro. – Apocalipsis y otros escritos


Germán Andrés Díaz Díaz - Estudiante de tercer año
Octavo informe de lectura

PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO


CAPÍTULOS 3, 4 y 5

Una página que puede considerarse como un gran derrotero para los matrimonios es lo
que nos entrega el apóstol Pedro comenzado el capítulo 3 de su primera carta. Una página
dedicada a las parejas. Pero ojo, hay aquí mucho más allá que aquel mensaje tan parecido al
que da San Pablo cuando indica a las mujeres que se sujeten a sus maridos (cf. Ef 5,22-24 y
Col 3,18); claro está que, en el caso de San Pablo, el mensaje va más allá de la pura moral
familiar, sino que, como en muchas oportunidades en las Sagradas Escrituras, se utiliza el
matrimonio como “pretexto” para hablar de la relación entre Dios y su pueblo, entre Jesús y
su Iglesia. Pues bien, el texto de Pedro no me parece que sea la excepción.

El tema, si bien hace referencia a cómo ha de ser la consideración de esposa hacia


esposo y viceversa, siento que se puede leer mucho más que esto. Quiero rescatar algo que
me parece muy importante, que está presente en la Biblia y que muchas veces se pasa por
alto: la fuerza maravillosa y fundamental de la mujer en la historia de la salvación. Pero
resaltemos algo que es muy importante, Pedro ha venido hablando de la fe, la fe que
sostiene en la esperanza, la fe que finalmente procurará la salvación; no esa justificación
por la fe de San Pablo sino, en la que cree el protestantismo sino la fe que sostiene en
medio de las tribulaciones, en medio de las dificultades, en medio de las persecuciones. Y
es, a partir de mi lectura, ahí a donde conduce la mención de la sujeción de la mujer a su
marido y la reverencia de este hacia aquella. Claro, en principio la lectura puede quedarse
en la bendita máxima que muchos agarran para decirle a las mujeres qué o cómo tienen que
comportarse, pero hay que continuar leyendo… la fe de la mujer es tan importante en la
historia de la salvación que ve para ganarle al hombre incrédulo la justificación.

Y es que no es para menos, recuérdese, reconózcase el papel de la mujer en la historia de


la salvación: gracias a un par de parteras que desobedecieron la orden del faraón de Egipto
en cuanto a no dejar vivir a los varones, el pueblo hebreo sobrevivió; nada más y nada
menos que la bisabuela del Rey David, Ruth la moabita, es una mujer que decidió acoger y
ser fiel a la fe su suegra, una mujer extranjera asume la fe en el Dios de Abrahán, de Isaac y
de Jacob de donde procede el tronco de Jesé; Una mujer hermosa, valiente y fiel hasta el
extremo a su Dios, Judith, libera a su pueblo cortándole la cabeza a Holofernes; otra mujer,
Esther, fiel al Señor llega a ser reina, lo cual deriva en el bienestar para su pueblo; qué decir
de María…; y vamos al Nuevo Testamento, ¿quién era Timoteo, el gran amigo, compañero
y servidor de Pablo? Nada menos que un joven hijo de padre griego (pagano) y madre

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judía, de ella y de su abuela recibió la fe que le valió para ganarse el cariño y admiración
del Apóstol de los Gentiles. Y seguramente que habrá muchos ejemplos más del candor y
robustez de la fe de las féminas que han sido fundamentales en la historia de salvación,
historia que hoy en día se sigue escribiendo. A esto -se me antoja en este momento- apunta
este pasaje de la primera carta de San Pedro. Por supuesto que no puede dejarse de lado la
recomendación válida y valiosa para los matrimonios para vivir en armonía y paz en torno a
la fe en Jesucristo nuestro Señor, pero vale la pena hacer resaltar este aspecto que acabo de
mencionar.

Con todo, el aspecto más relevante de este capítulo 3 estriba en la fuerza y necesidad de
la fe, a ejemplo del mismo Jesús que siempre se mantuvo, gracias a ella, aferrado al bien y
triunfante ante cualquier situación adversa.

SIGNO DE CONTRADICCIÓN
Ese es el destino de los creyentes, de los seguidores y consagrados a Cristo Jesús. En el
capítulo 4 de su primera carta, el Apóstol San Pedro muestra cómo es que quienes han
conocido, aceptado y asumido a Jesús como Dios y Señor, inmersos en un mundo hostil no
tendrán más destino que ser signo de contradicción y rechazo. Pues las palabras, obras y
sentimientos que prodigan no se aparejan con las propuestas del mundo sino con el Reino
de Dios y su justicia.

Pedro será reiterativo con el tema del sufrimiento por Cristo. Es inevitable, seremos no
solo rechazados sino insultados y repudiados por nuestra opción fundamental de vida. Ese
es nuestro destino, que al final es destino glorioso. Esto me recuerda los principios
fundamentales de la acción evangelizadora, cuando se indica que es necesario encarnar las
realizades más profundas y crudas del mundo en el que vivimos para procurar iluminarlas y
servir como mediación para transformarlas, sino que no hay salvación si no se pasa por el
crisol del sufrimiento. Y eso es la vida cristiana. Pedro predica, pues, un mensaje de
esperanza y gloria atravesado por la verdad más grande del misterio cristiano, el paso por la
cruz, el paso por el sufrimiento.

EL PUEBLO NECESITA PASTORES


En el peregrinar del pueblo santo de Dios por este mundo, es necesario contar con
quienes apacienten el rebaño y lo conduzcan, pero no de cualquier manera sino a la manera
del único y eterno Buen Pastor. Paciencia, cariño, ternura y generosidad son virtudes que
deben cultivar y poner en práctica los ancianos que están al frente de animar la fe de la
comunidad. Y por supuesto de quienes están bajo la tutela, especialmente los jóvenes, se
espera que haya obediencia, respeto y docilidad hacia los pastores.

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Ante de despedirse Pedro vuele una vez más a resaltar el papel de la fe, que al parecer es
el tema principal de su primera epístola. Epístola eminentemente universal.

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