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Pablo Marti del Moral

ADVIENTO-NAVIDAD 2021
CON ÉL
Una meditación para orar cada día con el
evangelio de la Misa

PALABRA
© Pablo Marti del Moral, 2021
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previo y por escrito del editor.
ÍNDICE

1 de diciembre. Miércoles
2 de diciembre. Jueves
3 de diciembre. Viernes
4 de diciembre. Sábado
5 de diciembre. Domingo
6 de diciembre. Lunes
7 de diciembre. Martes
8 de diciembre. Miércoles. Inmaculada Concepción de María
9 de diciembre. Jueves
10 de diciembre. Viernes. Virgen de Loreto
11 de diciembre. Sábado
12 de diciembre. Domingo
13 de diciembre. Lunes
14 de diciembre. Martes
15 de diciembre. Miércoles
16 de diciembre. Jueves
17 de diciembre. Viernes
18 de diciembre. Sábado
19 de diciembre. Domingo
20 de diciembre. Lunes
21 de diciembre. Martes
22 de diciembre. Miércoles
23 de diciembre. Jueves
24 de diciembre. Viernes
25 de diciembre. Sábado. Natividad del Señor
26 de diciembre. Domingo. Sagrada Familia
27 de diciembre. Lunes. San Juan, Apóstol y Evangelista
28 de diciembre. Martes. Los Santos Inocentes
29 de diciembre. Miércoles
30 de diciembre. Jueves
31 de diciembre. Viernes
Santoral de diciembre de 2021
MIÉRCOLES 1 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 15, 29-37
En aquel tiempo, Jesús se dirigió al mar de Galilea, subió al
monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados,
sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los
lisiados, andar a los tullidos, con vista a los ciegos, y daban gloria
al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de
la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué
comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que
desfallezcan en el camino».
Los discípulos le dijeron: «¿De dónde vamos a sacar en un
despoblado panes su cientes para saciar a tanta gente?».
Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete
panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los
fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete
canastos llenos.

s
PARA MEDITAR
1. La vida que nos trae Jesús es la vida plena.
2. La novedad de la vida cristiana por la fe, esperanza y caridad.
3. María, madre, prueba de la plenitud.
1. Hemos comenzado el tiempo de Adviento. Un tiempo de
preparación para vivir el misterio de la Navidad: Dios que viene a
habitar con nosotros, es más, en nosotros. Porque Jesús quiere
nacer en cada uno de los cristianos. Un año más, también, el
pueblo cristiano celebra de manera especial estos días como una
novena hacia la esta de María Inmaculada. ¡Qué lógico meditar
estos días aferrados a la mano de la Virgen!, ¡Madre de Dios y
madre nuestra!
«Jesús vino junto al mar de Galilea, subió al monte y se sentó
allí. Acudió a él mucha gente». Jesús aparece rodeado de
personas: los enfermos con sus acompañantes, los discípulos, la
muchedumbre y nosotros que escuchamos hoy este pasaje del
evangelio. El Señor se detiene con cada uno de ellos «y los curó»,
de tal modo que todos, maravillados, daban gloria al Dios de
Israel. Se está tan a gusto que va pasando el tiempo, «tres días»
dice el relato, y no se acuerdan casi ni de comer. Entonces
llamando a los discípulos, les pide que les sirvan los alimentos
necesarios. Después de acomodar a la multitud, les ofrecen los
panes y los peces que Jesús multiplica milagrosamente para que
haya de sobra para todos.
La liturgia de hoy relaciona esta escena con las palabras de
Isaías sobre el tiempo mesiánico en la primera lectura: en aquel
día, el Señor del universo preparará, en este monte, «un festín de
manjares suculentos, un festín de vinos de solera», para todos los
pueblos; Dios, el Señor, «aniquilará la muerte para siempre» y
«enjugará las lágrimas de todos los rostros».
En esta escena encontramos dos elementos: de un lado, la
superación de los dolores, las enfermedades, las lágrimas; y de
otro, la satisfacción de las necesidades básicas como beber y
comer. Pero estos elementos apuntan a otra realidad: la
abundancia, y precisamente la abundancia de vida que nos trae el
Cristo.

2. Esta es la idea que me gustaría meditar hoy: la abundancia


de la vida de Jesús, la plenitud de la vida cristiana. La vida
cristiana es una vida plena. La vida con Dios, vida de fe, de
esperanza y de amor, supone mi mejor vida posible. Y en este
sentido, es un reto, un desafío. Ser rebeldes.
El espíritu humano necesita siempre novedad y, muchas
veces, novedad unida a rebeldía y a transgresión. Asociamos la
libertad con eso. Hace poco me mostraban un vídeo de The Who,
un grupo musical famoso por ser de los primeros en destrozar
instrumentos. Quizá en más de una ocasión has cantado/gritado
esa especie de coreografía tribal de los estadios de fútbol:
«Alcohol, alcohol, alcohol... / Hemos venido a emborracharnos. /
El resultado nos da igual». En ocasiones sale solo, porque
expresa una fuerza particular de novedad, rebeldía, transgresión
y también solidaridad.
Pues bien, me parece que esos rasgos explican con mucha
profundidad lo que es la vida cristiana, la vida teologal de fe,
esperanza y caridad. Es más, la vida cristiana que debemos
introducir en el mundo en que vivimos. Porque esas ansias de
libertad, de rebeldía, de solidaridad necesitan despertar en este
mundo que se nos hace viejo. Por eso me parece que ese canto se
puede cambiar y es lo que te propongo. Del alcohol, alcohol,
alcohol pásate al amor, amor, amor; hemos venido a
emborracharnos del amor de Dios, del Espíritu de Dios (el primer
acto de la Iglesia en Pentecostés fue así: como borrachos estaban
los apóstoles), del amor de verdad que llena toda la vida; y el
resultado, la e cacia. Lo que piensen los demás, el que esté o no
esté de moda, nos da igual. De esto se trata: ser transgresores de
verdad, romper los moldes de una vida sin chiste, plana,
materialista, pegada a la tierra. Una vida de confort, pero sin
Dios.
La vida cristiana es la plenitud de la vida. Dios cuenta contigo
y conmigo: esto hace que tu vida sea totalmente especial, no al
margen de la Historia, sino en el centro de la Historia. A la vez,
esto hace que tu vida se pueda desarrollar al máximo, a tope,
porque: «Jesús no quita nada, absolutamente nada. Jesús lo da
todo». La vida cristiana es una vida sin medianías ni
mediocridades. Así es para Andrés, Pedro, Pablo, Juan, Santiago,
María, Magdalena, Marta, etc. Para ti y para mí.

3. ¿Cómo demostrar que la vida cristiana es vida plena?


Contemplando el misterio de María. Ella es mujer y madre. Y no
hay mujer más mujer, ni madre más madre que la Virgen. Hace
unos años hicieron una encuesta interesante en la radio, en
varios países: «¿cuál es la palabra más bonita?». No es fácil
responder: por signi cado, por el sonido y la musicalidad, por la
grafía o por todo. ¿Cuál es la palabra más bonita? Piénsalo. La
palabra más bonita es esa que la mayoría habremos pensado:
«MADRE». Fue el resultado de la encuesta en varios países.
María cambia el sentido de la maternidad. Dios tiene en
cuenta todo lo humano y lo eleva a plenitud. Eso es la vida
cristiana. Cristo no quita nada de la vida, Cristo da plenitud a la
vida: la belleza, la bondad, el amor; a la amistad, a la paternidad
y maternidad, el noviazgo, el trabajo. Cristo es el camino para la
plenitud real. Sin medianías, ni mediocridades.
María con la gracia de Dios y con su libertad, con su respuesta
a la gracia divina, ha transformado su maternidad y su vida. Y
también toda la maternidad. Porque a partir de ahora la
maternidad también es espiritual: engendrar para la vida
cristiana, para la vida con Cristo. El misterio de Cristo lleva
consigo que Jesús está unido a todo hombre, a todos los
hombres. Por eso también María por ser madre de Jesús es
madre de todos los hombres.
Esto es lo que celebramos en la Inmaculada Concepción. Con
el nacimiento de María comienza una vida nueva: sin pecado, con
Dios. María no tiene pecado porque la vida que Ella va a
engendrar es una vida nueva: Jesús y la Iglesia. Una nueva raza,
la raza de los hijos de Dios. No de hombres menores, apocados,
sino de hombres con el corazón y el amor de Dios.
Te das cuenta de lo que eso signi ca. ¡Cómo debe ser el
corazón de la Virgen! ¡Qué ternura!, ¡comprensión!, ¡esperanza!,
¡alegría!, ¡qué amor! María ha transformado el signi cado de lo
que es ser mujer y ser madre. Y lo ha hecho con su corazón, con
su inteligencia, con su voluntad, con su vida de cada día, con sus
obras.
JUEVES 2 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 7, 21.24-27
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que
me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se
parece a aquel hombre prudente que edi có su casa sobre roca.
Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y
descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba
cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica
se parece a aquel hombre necio que edi có su casa sobre arena.
Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y
rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

s
PARA MEDITAR

1. El tiempo de Adviento es tiempo de conversión.


2. La conversión implica poner en tela de juicio el propio modo de
vivir y el modo común de vivir.
3. Comenzar a ver y vivir la propia vida con los ojos de Dios.
1. Estos días de Adviento y de novena en honor a María
Inmaculada son días para acompañar a la Virgen y dejar que Ella
nos lleve de la mano. Es tiempo para un encuentro personal con
María y, sobre todo, con Jesús, que se hace presente en los
sacramentos. ¿Quién no necesita una ayudita para dar un salto
adelante en su vida cristiana? ¡Qué bien nos vendría ir de la
mano de la Virgen!
Te transcribo una historia de hijo pródigo pillada en Internet:
«Querido...: Llevo mucho tiempo alejado de Dios, años, es el
egoísmo que me puede. Me pongo a pensar y me doy cuenta de
que de verdad creo en Jesús y que creo rmemente y no hay nada
que me separe de Dios, pero enseguida me salta el egoísmo y me
dice que para qué voy a cambiar con lo bien que estoy ya, que se
puede ser feliz sin Dios, y se puede ser bueno sin Él. Pero he
decidido mañana volver a confesarme y empezar de nuevo, que es
lo que mejor se me da hacer. Es que, si digo la verdad, me
desaniman muchas cosas, veo el mundo y no veo a nadie
convencido de nada, todo el mundo hace las cosas porque sí, lo
hacen para ellos y me desanima mucho. Veo gente que se supone
que cree, que practica y luego son los más antipáticos, rezan con
desgana, bueno, ya se entiende lo que quiero decir. Quiero ser
una buena persona, un buen hij@, una buen novi@, un buen
amig@, un buen estudiante, y sé que ese camino pasa
directamente por Dios, por eso mañana mismo voy a confesarme
y a empezar de nuevo, y la verdad es que estoy ilusionado».
La compañía de María y de los demás cristianos nos lleva a la
conversión. El tiempo de preparación para vivir el misterio de la
Navidad, Dios que viene a habitar con nosotros, en nosotros,
requiere una nueva conversión personal. Pero ¿qué queremos
decir cuando hablamos de conversión?

2. Explica el Papa emérito Benedicto XVI que «la palabra


griega para decir convertirse es metanoia. Metanoia signi ca
cambiar de mentalidad, poner en tela de juicio el propio modo de
vivir y el modo común de vivir, dejar entrar a Dios en los criterios
de la propia vida, no juzgar ya simplemente según las opiniones
corrientes». «Por consiguiente, convertirse signi ca dejar de vivir
como viven todos, dejar de obrar como obran todos, dejar de
justi carse porque los demás hacen lo mismo. Y comenzar a ver
la propia vida con los ojos de Dios. No estar pendientes del juicio
de la mayoría, de los demás, sino del juicio de Dios». ¿Te das
cuenta de lo que supone esto? Amar con la medida de Dios, eso es
la conversión.
Tengo en la memoria vagamente una tira de humor sobre la
«fuga de cerebros» para investigar en otros países fuera de
España: una cabeza con una cremallera y dentro un cerebro de
quita y pon. Pues eso sería la conversión: poner en tela de juicio
el propio modo de vivir; el modo común de vivir; y comenzar a
ver la propia vida con los ojos de Dios. Quizá un ejemplo mejor
sería hacernos una revisión médica profunda, en la que nos
ajusten del todo cabeza y corazón, huesos y músculos: que
conecten todas nuestras capacidades, toda nuestra potencia.
Esto es un reto, un desafío. Esa es la conversión que debemos
buscar. Conversión signi ca lo contrario de verse justi cado,
bueno, buenecito. Signi ca salir de la autosu ciencia, descubrir
la propia indigencia y aceptar la propia indigencia: yo soy un
mendigo. Necesito de los demás; es más, necesito de Dios.
Necesito de su perdón, de su amistad, de su amor. El «sin ti no
soy nada» de la canción de Amaral; pero dicho de verdad y
aplicado a Dios. Sin Dios no soy nada y no puedo vivir.

3. Pero, claro, Dios no es uno más, no puede ser uno más: un


amigo más, una actividad más, una cosa más. ¿Tú dejas que Dios
entre en tu vida de verdad? ¿En tu corazón y en tu cabeza, y en
todas tus obras? Meter a Dios en la vida es vivir todo con Dios.
Dice san Pablo: «vivo, pero no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí». De esto se trata: yo pienso todo, quiero todo, hago todo pero
con Cristo y como Cristo. Y si no, Dios está en mi vida como una
guinda en el pastel, pero no es la galleta, ni la crema, ni el
chocolate.
Por esto necesitamos conversión: cambiar de mentalidad,
poner en tela de juicio el propio modo de vivir y el modo común
de vivir; comenzar a ver y vivir la propia vida con los ojos de
Dios. Jesús, ¿tú qué ves en mí?; Jesús, ¿tú cómo me ves?, ¿qué
quieres de mí?, ¿para qué me has dado la vida y me has
concedido estar aquí?, ¿qué tengo que cambiar hoy y ahora?,
¿qué quieres que yo haga?
La vida cristiana no es tanto presentar un título, carnet o
pulsera de cristiano. Jesús nos lo advierte: no se trata de decir
«Señor, Señor», sino de vivir «la voluntad de mi Padre que está en
los cielos». El discípulo de Cristo ama a Dios en los sucesos
concretos de cada día. En la familia, en el trabajo, en el descanso.
Al inicio de su ponti cado, san Juan Pablo II nos animaba con
mucha fuerza: «No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas
a Cristo». Así responde la Virgen a los planes de Dios. Ante la
propuesta del ángel, María dice: «he aquí la esclava del Señor.
Hágase en mí según tu palabra». Esto no es una manera peculiar
de decir: ¡qué bien que voy a tener un hijo!, que es Rey, y que voy
a ser madre antes de lo previsto. Esta respuesta va mucho más
allá. María ha dado su vida a Dios, un amor virginal, un amor
total a Dios. Ese darle el corazón entero, virgen, hace que acoja
en su vida todo el misterio de Jesús. No simplemente que acepte
ser la madre-nodriza del Niño: dar a luz y cuidarlo, sino que
acoge en su corazón todo lo que este hijo comporta: también la
salvación, mediante la muerte en la Cruz. La vida de María, su
cabeza, su corazón, sus obras vienen marcadas por su amor a la
voluntad de Dios en los sucesos diarios. Nuestra Madre nos
ayuda a aceptar y amar lo que hoy tenemos entre manos como
respuesta de amor a la voluntad de nuestro Padre Dios.
VIERNES 3 DE DICIEMBRE
SAN FRANCISCO JAVIER

EVANGELIO
Mateo 28, 16-20
Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la
tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el n del mundo.

s
PARA MEDITAR

1. La vida cristiana es una aventura.


2. Ser cristiano es ser Cristo que pasa.
3. Es muy necesario que seas apóstol, testigo del amor de Jesús.
1. Hoy celebra la Iglesia la esta de san Francisco Javier. Su
vida es emocionante: nos tenemos que situar en el siglo XVI.
Dejando la tranquilidad de su Javier (Navarra) se traslada a la
bulliciosa –ya entonces– Universidad de París donde conocerá
muchos estudiantes y estas de Europa, pero sobre todo a
Ignacio de Loyola. Como venimos meditando, la vida cristiana es
una vida plena. El encuentro con Jesús transformará la existencia
de Javier hasta tal punto de hacerle emprender el viaje hacia el
Oriente: India, Japón y al n China, donde muere apenas llegar.
¡Menuda aventura!
La vocación cristiana nos hace apóstoles, es decir, testigos de
Jesucristo allí donde estemos. El compromiso de amor con Dios
es siempre fecundo: «daréis mucho fruto». La vida de san
Francisco Javier es impresionante, como la de todos los santos.
Dios hace maravillas a través de las personas que le dejan actuar
en su vida. De eso se trata, ser cauce para el amor de Dios en el
mundo. Una persona, una sola persona puede hacer mucho, si
está llena de Dios. Esto hicieron los apóstoles. Y no era fácil, pero
Dios es Dios. Esto hizo san Francisco Javier y todos los santos. Y
no era fácil, pero Dios es Dios. Ahora nos toca a nosotros. Y no es
fácil, pero contamos con Dios.
Hay una carta, magní ca, que Javier escribe a Ignacio en
aquella tesitura: «¡Ay de mí si no anunciara la Buena Nueva!»
(Cartas 4 [1542] y 5 [1544]):
«Visitamos las aldeas de los neó tos, que pocos años antes
habían recibido la iniciación cristiana. Los cristianos nativos,
privados de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos.
Por esto, desde que he llegado aquí, no me he dado momento de
reposo.
Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente
porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen
ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la
de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha
perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que
caridad, con estas palabras: “¡Ay, cuántas almas, por vuestra
desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el in erno!”.
¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en
sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y
de los talentos que les han con ado. Muchos de ellos, movidos
por estas consideraciones y por la meditación de las cosas
divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en
ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se
dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo
de corazón: “Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga?
Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India”».

2. Ser cristiano es ser Cristo que pasa. Y por donde Cristo


pasa, en todos los sitios donde está, habla de que Dios es Padre,
de que Dios es Amor. Toda la vida de Jesús es una vida con Dios
Padre y una vida hablando de Dios Padre. Con su ejemplo y con
su palabra.
¿Tú qué dirías de un sacerdote que solo hablara de cosas
super ciales o materiales? ¡Pues vaya sacerdote!: si no hablas de
Dios, de la Virgen María, de la eucaristía, de la confesión, del
amor de Jesucristo, del pecado, de la felicidad eterna, de la
esperanza, etc.
Tú eres cristiano. Si eres discípulo de Cristo y amas a Dios,
¿cómo no vas a hablar de Dios y de Jesús? El día en que un
amigo te hable del trabajo, del fútbol o de cualquier deporte o
espectáculo, de cine, arte, enfermedades y crisis mundiales, pero
no te hable de su novia, de su mujer o de su familia: las cosas van
mal, ha empezado a no quererla o quererla menos. Se cuenta de
una broma que hicieron a un estudiante en su Colegio mayor:
estando bastante dormido, le empezaron a acariciar la mano y le
salió medio en sueños: «Maruja» (el nombre de su novia).
Si no hablamos de Dios, es porque nos falta amor de Dios. Es
un indicativo claro de que pasa algo, y tenemos que ver cuál es el
problema.
Miraos unos a otros. La vida va pasando. Ahí están las
grandes gestas de los santos cristianos, también las de san
Francisco Javier. Ahora nos toca a nosotros, te toca a ti y a mí.

3. Es muy necesario que tú seas apóstol. El mensaje del


evangelio, el amor de Dios que nos lleva al amor a los demás es
más necesario que nunca. Realmente vivimos una época de crisis,
no solo sanitaria o económica, sino sobre todo crisis moral,
espiritual, religiosa, humana. Pero la crisis es también época de
cambios, de transformaciones. Que pueden ser a mejor.
Me acuerdo de Jennifer, una niña pequeña que conocí en una
barriada de Nicaragua. Tenía una lesión en el cuello de
nacimiento. Como estábamos haciendo un campo de trabajo con
varios estudiantes universitarios italianos, llevé al médico que
nos acompañaba para que viera a la niña. La pequeña solo veía
sombras y sonreía ante las caricias, pero nada más. Le pregunté
apenado: «Oye, si en vez de aquí, con esta pobreza y falta de
recursos, hubiera nacido en Europa, con todos nuestros medios,
¿habríamos podido curarla?». La respuesta del médico fue seca:
«En Europa, esta niña no habría nacido». Me quedé helado.
Una sociedad así, que descarta a los más necesitados, está
enferma. No es simplemente una sociedad individualista. Sino
despiadada y cruel. En este mundo vivimos y estas situaciones de
indiferencia y soledad nos afectan de lleno. Es preciso cambiar lo
que podamos, cada uno desde su situación. Pero el cambio
cristiano se realiza poco a poco, paso a paso, persona a persona.
¿Qué puedo hacer yo hoy, en mi ambiente, con las personas que
me rodean: en mi familia, trabajo, barrio, actividades?
SÁBADO 4 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus
sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las
enfermedades y dolencias. Al ver a las multitudes se llenó de
compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas
como ovejas que no tienen pastor. Entonces les dijo a sus
discípulos: «La mies es mucha, pero los obreros, pocos. Rogad,
por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para
expulsar a los espíritus impuros y para curar todas las
enfermedades y dolencias.
A estos doce los envió Jesús, después de darles estas
instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles ni entréis en ciudad
de samaritanos; sino id primero a las ovejas perdidas de la casa
de Israel. Id y predicad: “El Reino de los Cielos está cerca”. Curad
a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos,
expulsad los demonios. Gratuitamente lo recibisteis, dadlo
gratuitamente».

s
PARA MEDITAR

1. La enseñanza de Jesús no es teórica, porque empieza por la


compasión sincera.
2. Vivimos en el Amor de Dios. A partir de ahí, vienen todas las
demás enseñanzas.
3. Los dones de Dios no son solo para nosotros, sino para todos.
1. Jesús recorre todas las ciudades y los pueblos y aldeas de su
alrededor. Le interesan todas las gentes. No tiene preferencia por
unos u otros, atiende y se preocupa por todos.
Con estas caminatas Jesús nos quiere enseñar el evangelio del
Reino. Es su tarea principal. Y también la tarea principal de los
discípulos: predicad que el reino de los cielos está cerca.
Pero la enseñanza de Jesús no es aséptica, de laboratorio o
teórica. El Señor no solo ve, sino que mira. Mira a la persona que
está a su lado, incluso a las multitudes. Pero una a una. Y sabe de
su vida, de sus circunstancias, de sus debilidades.
«Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas». La
delicadeza del corazón de Jesús no tiene igual. Es un pozo sin
fondo, en el que cada uno de nosotros podemos descansar. El
Señor va a predicar, pero también cura todas las enfermedades y
dolencias.

2. Las enseñanzas de Jesús, la fe y la moral cristianas, se


asientan en el corazón y la verdad de cada uno.
Después de la compasión cercana y sincera, vienen las
palabras de Vida. ¿Y cuáles son estas palabras? El evangelio del
reino. Esta es la predicación esencial de Jesús. «El Reino de los
Cielos está cerca», es decir, Dios está cerca, junto a nosotros.
Como un Padre misericordioso.
El Papa Francisco nos dice a todos los que somos o nos
sentimos jóvenes ante Dios: «Y tú, querido joven, querida joven,
¿has sentido alguna vez en ti esta mirada de amor in nito que,
más allá de todos tus pecados, limitaciones y fracasos, continúa
ándose de ti y mirando tu existencia con esperanza? ¿Eres
consciente del valor que tienes ante Dios que por amor te ha dado
todo? Como nos enseña san Pablo, “la prueba de que Dios nos
ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos
pecadores”. ¿Pero entendemos de verdad la fuerza de estas
palabras?».
Vivimos en el Amor de Dios. A partir de ahí, vienen todas las
demás enseñanzas. Por eso, dichosos, bienaventurados los que
esperan en el Señor. Esta realidad es la verdad que puede
cambiar nuestra vida. La verdad de la cercanía de Dios. Como
a rma santa Teresa: «solo Dios basta».

3. «Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente». Los


cristianos no somos mejores que los demás. Ni tampoco nosotros
somos mejores que los demás cristianos. Eso sí, hemos recibido
un inmenso don de Dios.
Y lo hemos recibido gratuitamente: Jesús, a través de su
Madre, nos ha concedido innumerables gracias y dones. Piénsalo,
y llénate de una alegría agradecida.
Pero los dones de Dios no son simplemente para nosotros: son
para todos los hombres, para todas las personas que nos rodean.
Como Jesús, debemos mirar a cada persona sabiendo de su
corazón, descubriendo sus necesidades. Como Jesús, podemos
compadecernos de esa persona. Y como Jesús, podemos ofrecerle
la delicadeza de nuestro corazón, de nuestra comprensión,
cuidado y ayuda.
DOMINGO 5 DE DICIEMBRE
SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO

EVANGELIO
Lucas 3, 1-6
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio,
siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de
Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y
Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y
Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el
desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está
escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».

s
PARA MEDITAR

1. La necesidad de la salvación: ¿qué me puede salvar?


2. Es preciso callar, para escuchar las palabras que valen la pena.
3. La salvación solo es posible por la fe en el amor.
1. El evangelista nos hace un anuncio solemne, citando a
todas las autoridades de la época: el emperador, el gobernador, el
tetrarca. Pero la gura que resalta es una persona humilde: Juan,
hijo de Zacarías. Toda la importancia reside en su mensaje sobre
el bautismo de conversión para el perdón de los pecados:
«Preparad el camino del Señor», porque «toda carne verá la
salvación de Dios».
La necesidad de la salvación es una realidad en la vida de los
hombres y de los pueblos. Siempre hay problemas, di cultades y
calamidades que uno solo e incluso todos juntos no podemos
resolver. Quizá la pandemia que hemos sufrido en los últimos
años, y que todavía enseña sus coletazos, nos ha hecho más
evidente esta realidad.
Por eso, debemos pensar en nuestra meditación: realmente,
¿qué necesito? Y ¿qué necesito de fondo, no simplemente lo
super cial y pasajero de este momento? Porque solo así podemos
preguntar: ¿qué o quién me puede salvar?, ¿qué salvación
necesita el mundo, mi mundo? Me basta con la salvación
material del dinero, de las cosas, del bienestar; o la salvación
psicológica de autoayuda. ¿O algo más radical?

2. El tiempo que vivimos se presenta lleno de contradicciones.


Entre otras cosas, mientras se rechaza a Jesucristo como
Salvador, se propagan múltiples salvadores. Como dice el Papa
Benedicto XVI, «en numerosas partes del mundo existe hoy un
extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin
Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de
frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de
exclamar: ¡no es posible que la vida sea así!».
Y como verdaderamente no es posible que la vida sea así,
junto al olvido de Dios, existe como un «boom» de lo religioso.
Hay muchas cosas nuevas y antiguas muy buenas. No debemos
desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Porque se da
también la alegría sincera del descubrimiento de Dios en la
propia vida gracias a algunas de esas experiencias. Pero, quizá
con demasiada frecuencia, la religión se convierte casi en un
producto de consumo. Se escoge aquello que agrada, y algunos
saben también sacarle provecho. El problema es que la religión
buscada a la «medida de cada uno» a la postre no nos ayuda. Es
cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra
suerte. No tiene la fuerza para salvarnos. Solo Dios puede
hacerlo, solo Jesús puede hacerlo. Pero lo ha hecho: esta es la
buena noticia de la fe, el evangelio de Jesucristo.
En el evangelio vemos con frecuencia a las gentes que se
agolpan alrededor de Juan el Bautista y de Jesús, ansiosas de
escuchar la palabra de Dios.
«¡Como hoy! ¿No lo veis? Están deseando oír el mensaje de
Dios, aunque externamente lo disimulen. Quizá algunos han
olvidado la doctrina de Cristo; otros –sin culpa de su parte– no la
aprendieron nunca, y piensan en la religión como en algo
extraño. Pero convenceos de una realidad siempre actual: llega
siempre un momento en el que el alma no puede más, no le
bastan las explicaciones habituales, no le satisfacen las mentiras
de los falsos profetas. Y, aunque no lo admitan entonces, esas
personas sienten hambre de saciar su inquietud con la enseñanza
del Señor» (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 260).
Vivimos en un mundo acelerado, y con mucho ruido.
Recibimos cientos, incluso miles de mensajes. ¡Continuamente!
No solo a través de los grandes medios de comunicación, sino
mediante el móvil. Noti caciones, mensajes, alertas. Tantas
palabras y tantos salvadores: esto es lo último, lo que usted
necesita, la «salvación».
Por favor, que se callen todas estas personas. Mucho más, es
preciso callar uno mismo. Para escuchar las palabras que de
verdad valen la pena. Para escuchar las palabras que de verdad
salvan. Para escuchar las palabras de Dios, es más, la Palabra de
Dios, que es Jesús.

3. Nuestra vida requiere un cambio radical, desde dentro, un


cambio de corazón. Fijaos, la fe llega a un convencimiento
radical, que proclama a todos los hombres: el hombre nunca
puede ser redimido solamente desde el exterior. La salvación de
la humanidad no puede venir de la ciencia, la técnica o la
política. La redención solo es posible por el amor. Pero el amor
que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su
vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por nuestras
limitaciones de comunicación, por nuestras miserias personales
y, al nal, por la muerte que llega a todos.
El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa
certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni
principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de
Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8, 38-39).
Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –
solo entonces– el hombre es «salvado», suceda lo que suceda en
su caso particular.
Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que
Jesucristo nos ha «salvado». Por medio de Él estamos seguros de
Dios, de un Dios que no es una lejana causa primera del mundo,
porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede
decir de Él: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se
entregó hasta la muerte por mí (Ga 2, 20)» (Benedicto XVI, Spe
Salvi, n. 26).
LUNES 6 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 5, 17-26
Un día, estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos
fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de
Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él
para realizar curaciones.
En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a
un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo
delante de él. No encontrando por dónde introducirlo a causa del
gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a
través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Él,
viendo la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados están
perdonados».
Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos:
«¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar
pecados sino solo Dios?».
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les
dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más
fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate
y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre
tiene poder en la tierra para perdonar pecados –dijo al
paralítico–: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a
tu casa”».
Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla
donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a
Dios.
El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y,
llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas».

s
PARA MEDITAR

1. La salvación es una liberación del pecado, de la maldad dentro


de nosotros.
2. Jesús: «Yo mismo te espero en el confesonario».
3. La liberación es fruto de la Misericordia divina.
1. «Hoy hemos visto maravillas». También nosotros podemos
exclamar esto en el día de hoy. Con asombro y cierto temor,
podemos dar gloria a Dios por las maravillas que Jesús sigue
haciendo en nuestra vida. Pero mirar las obras de Jesús: la
curación del paralítico y sus palabras: ¿Qué es más fácil, decir:
«Tus pecados están perdonados», o decir: «Levántate y echa a
andar»?, nos ponen delante de su Persona. Realmente, ¿quién
puede curar a un paralítico? Y mucho más, ¿quién puede
perdonar los pecados y renovar el corazón?
La salvación, la liberación verdadera y auténtica, de nuestras
miserias y debilidades es una liberación del pecado, es decir, de la
maldad que vive dentro de nosotros, en nuestro corazón, nuestras
decisiones libres y nuestras acciones. Ningún cirujano puede
llegar hasta ahí. Solo Dios.
Pero Dios en Jesucristo lo ha hecho. Este es el anuncio del
profeta Isaías: «Dios viene en persona y os salvará» (Is 35, 1-10).
Y es también la fe de la Iglesia que a rmamos en el salmo
responsorial: «He aquí nuestro Dios; viene en persona y nos
salvará» (Sal 84). Jesús, Dios en persona, viene y nos salva.
2. Las palabras recogidas por santa Faustina en su Diario
causan impresión, «Yo mismo te espero en el confesonario»:
«Hoy el Señor me dijo: Cuando te acercas a la confesión, a
esta Fuente de Mi Misericordia, siempre uye sobre tu alma la
Sangre y el Agua que brotó de Mi Corazón y ennoblece tu alma.
Cada vez que vas a confesarte, sumérgete toda en Mi misericordia
con gran con anza para que pueda derramar sobre tu alma la
generosidad de Mi gracia. Cuando te acercas a la confesión,
debes saber que Yo Mismo te espero en el confesonario, solo que
estoy oculto en el sacerdote, pero Yo Mismo actúo en tu alma.
Aquí la miseria del alma se encuentra con el Dios de la
misericordia. Di a las almas que de esta Fuente de la Misericordia
las almas sacan gracias exclusivamente con el recipiente de
con anza. Si su con anza es grande, Mi generosidad no conocerá
límites. Los torrentes de Mi gracia inundan las almas humildes.
Los soberbios permanecen siempre en pobreza y miseria, porque
Mi gracia se aleja de ellos dirigiéndose hacia los humildes»
(Santa Faustina, Diario de la Divina Misericordia, n. 1602).
La confesión sacramental tiene su centro místico en Jesús de
Nazaret: la Misericordia divina uye sobre el alma por la Sangre
y el Agua que brota de su Corazón. El poder de perdonar los
pecados solo corresponde a Jesús, porque es Dios. Pero ese poder
se transmite también a los hombres (Mt 9, 8): especialmente a la
Iglesia como totalidad (Mt 18, 17); y dentro de ella, al o cio
apostólico. El apóstol es enviado en lugar de Cristo, y Dios es
quien exhorta por él (2 Co 5, 20). Aquí es importante la conexión
con el poder universal de enseñar y dirigir conferido al apóstol
Pedro (Mt 16, 18-19). Por este ministerio dotado de poder,
fundado por institución de Jesucristo, Dios mismo opera el
perdón de los pecados (Mt 16, 19 y 18, 18; Jn 20, 23).
La profunda inmensidad del amor de Dios se ha hecho
salví camente accesible en el signo sagrado de la Penitencia. La
penitencia cristiana debe, por ello, entenderse en primer plano de
manera sacramental, como el don otorgado por Dios. Este don
impulsa ulteriormente a un obrar ético y ascético, porque la
penitencia no debe tener lugar solo de manera puntual en actos
concretos, sino que tiene que dar su impronta a toda la existencia
cristiana.
La estructura esencial del sacramento de la penitencia está
testimoniada ya en la Iglesia antigua apostólica. De especial
importancia es la palabra de «atar» y «desatar» en Mateo 16, 19 y
18, 18, así como su variante «perdonar» y «retener» en Juan 20,
23. Lo fundamental de este sacramento reside, por tanto, en que
la reconciliación del pecador con Dios se realiza por la
reconciliación con la Iglesia a modo de juicio. Consecuentemente
el signo del sacramento de la penitencia consiste en un doble
proceso:

Por una parte, en los actos humanos de la conversión por el


arrepentimiento impulsado por el amor, confesión externa y
satisfacción.
Por otra, en que la Iglesia a través del obispo y de los
sacerdotes ofrece el perdón de los pecados en nombre de
Jesucristo, determina las formas necesarias de la
satisfacción, ora por el pecador y hace penitencia con él,
para nalmente comunicarle la plena comunión eclesial y el
perdón de sus pecados.

3. Santa Faustina nos sigue desvelando los grandes milagros


que tienen lugar en el sacramento de la reconciliación gracias a la
fe:
«Escribe de Mi Misericordia. Di a las almas que es en el
tribunal de la misericordia donde han de buscar consuelo; allí
tienen lugar los milagros más grandes y se repiten
incesantemente. Para obtener este milagro no hay que hacer una
peregrinación lejana ni celebrar algunos ritos exteriores, sino que
basta acercarse con fe a los pies de Mi representante y confesarle
con fe su miseria y el milagro de la Misericordia de Dios se
manifestará en toda su plenitud. Aunque un alma fuera como un
cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de
vista humano no existiera esperanza alguna de restauración y
todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. El milagro de la
Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud. Oh
infelices que no disfrutan de este milagro de la Divina
Misericordia; lo pedirán en vano cuando sea demasiado tarde»
(Santa Faustina, Diario de la Divina Misericordia, n. 1448).
Sin ninguna duda, el perdón que llega hasta el corazón de la
persona y permite renovar la vida supone profundas
implicaciones personales. Pedir perdón es una actitud necesaria
para la vida de amor a la que estamos llamados; quizá una de las
actitudes espirituales fundamentales. Porque somos pecadores; y
normalmente el pecado tiene que ver con las personas más
cercanas, a las que más queremos y más necesitamos querer.
El hecho de situarse en el sacramento ante el Único Dios que
puede perdonar realmente los pecados, ahonda estas actitudes y
decisiones personales. Recomenzar por el perdón solo es posible
si se llega hasta el fondo del corazón, donde está la raíz del
pecado. Se necesita el arrepentimiento sincero para dejar llegar
hasta nuestro corazón y el perdón sincero para que se renueve el
corazón herido. Lo segundo es obra de Dios, con la reparación de
la Cruz y la Resurrección que vence el pecado. Pero lo primero
mani esta al hombre verdadero, que pide perdón reconociendo
su culpa. Una confesión puede curarnos del todo, pero hay que
dejar que la gracia llegue hasta el fondo, hasta la raíz del pecado.
Y eso solo podemos hacerlo nosotros: abrir el corazón para que
entre Dios. Ese bajar hasta el fondo de nuestro corazón y abrirlo
es labor nuestra. Se precisa sinceridad, humildad, amor con ado
y arrepentido, esperanza. En de nitiva, contrición, confesión y
satisfacción tienen que considerarse en su unidad interna de
actos de la persona.
MARTES 7 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 18, 12-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si
una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en
busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se
alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían
extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el
cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

s
PARA MEDITAR

1. Ante el miedo a perdernos, la realidad de que Dios es Pastor,


Padre.
2. Esta es la verdad cristiana: Dios te ama.
3. Hablarle con con anza, perseverando en la oración cada día.
1. Jesús nos habla con sencillez, con palabras asequibles para
todos, y de manera directa. Usa ejemplos de la vida cotidiana,
pero cargados de signi cado. Como la imagen del pastor y las
ovejas.
Todos anhelamos una vida plena, llena de amor, serenidad y
con anza. Por eso mismo nos acechan tantos temores, que se
reducen a uno solo: perdernos. Perder la vida que tenemos, las
oportunidades que tenemos, los sueños que tenemos. Perder las
cosas que tenemos, sobre todo las personas que queremos y, al
nal, la persona que somos cada uno de nosotros. Esto da miedo,
y el miedo nos impide vivir, porque ataca nuestra seguridad,
nuestra con anza.
Los expertos nos avisan de que una oveja no se pierde, si
siempre está junto al rebaño. Si se pierde, es porque pasa algo,
porque está enferma. La oveja perdida es la oveja enferma.
Pues mirad, el Señor hoy nos habla de esa oveja. Pero la
parábola que usa trata de cien ovejas. Si uno cuenta cien ovejas,
o noventa y nueve, lo más seguro es que pierda el recuento. No es
tan sencillo ser consciente de que falta una; y precisamente de
que falta esa oveja, perdida, enferma.
Es un tema querido por Jesús. No solo porque es de la vida
cotidiana de las personas del campo a las que se dirige, sino
también porque está cargado de signi cado. Es el propio Isaías
quien recoge estas palabras de Yahvé: «Mirad, el Señor Dios llega
con poder y con su brazo manda. Como un pastor que apacienta
el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el
pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían». Dios es el buen
Pastor, que cuida a las ovejas, que las conoce una a una, que las
toma sobre sus hombres cuando lo necesitan.
De esta manera, Jesús nos revela la novedad principal de su
mensaje y de su vida: Dios es Pastor, Dios es Padre. Conoce a
cada uno de sus hijos y es su querer que no «se pierda ni uno de
estos pequeños», que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad.

2. En este sentido, el Papa Francisco nos recuerda en un


mensaje a los jóvenes que «Dios te ama» es la primera verdad del
mensaje cristiano: «Ante todo quiero decirle a cada uno la
primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste, no importa, te
lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo
que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres
in nitamente amado».
Todos podemos haber vivido o estar viviendo ahora malas
experiencias, especialmente con personas queridas. Quizá tu
padre, tu madre, hermanos o familiares cercanos, amigos, etc.,
no han sido la persona cercana que necesitabas en esos
momentos. «No lo sé –sigue el Papa–. Pero lo que puedo decirte
con seguridad es que puedes arrojarte seguro en los brazos de tu
Padre divino, de ese Dios que te dio la vida y que te la da a cada
momento. Él te sostendrá con rmeza, y al mismo tiempo
sentirás que Él respeta hasta el fondo tu libertad».
Dios nos conoce y nos ama a cada uno. Como un padre
bueno, como una madre buena: somos únicos. Para Dios Padre
«realmente eres valioso, no eres insigni cante, le importas,
porque eres obra de sus manos. Por eso te presta atención y te
recuerda con cariño. Tienes que con ar en el “recuerdo de Dios”:
su memoria no es un “disco duro” que registra y almacena todos
nuestros datos, su memoria es un corazón tierno de compasión,
que se regocija eliminando de nitivamente cualquier vestigio del
mal. No quiere llevar la cuenta de tus errores y, en todo caso, te
ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque te ama.
Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él.
Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un
instante en sus brazos de amor».
¿Cómo recuerdan los padres las fotos o los videos de los hijos?
¿O los amigos? ¿Cómo recuerdas tú las fotos o videos de tu vida?
Dios no es una memoria gigante que está en la nube y graba todo
lo que sucede. Dios es un corazón tierno lleno de compasión.
Aprovecha este instante de oración: cierra los ojos, silencia el
ruido externo, sumérgete en los brazos amorosos y fuertes de
Dios Padre. ¡Qué seguridad y qué alegría llena de con anza
hemos visto en tantos pequeños alzados en los brazos de sus
padres!

3. Así es el Dios que nos trae Jesucristo. «Es un amor que no


aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que
no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos
los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la
libertad, amor que cura y que levanta. Es el amor del Señor que
sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de
prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de
futuro que de pasado».
Por eso debemos hablarle con con anza, perseverando en la
oración cada día, en momentos concretos. «Cuando Dios te pide
algo o cuando sencillamente permite esos desafíos que te
presenta la vida, espera que le des un espacio para poder sacarte
adelante, para promoverte, para madurarte. No le molesta que le
expreses tus cuestionamientos, lo que le preocupa es que no le
hables, que no te abras con sinceridad al diálogo con Él. Cuenta
la Biblia que Jacob tuvo una pelea con Dios (cfr. Gn 32, 25-31), y
eso no lo apartó del camino del Señor. En realidad, es Él mismo
quien nos exhorta: “Vengan y discutamos” (Is 1, 18). Su amor es
tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación
llena de diálogo sincero y fecundo» (Francisco, Chistus Vivit,
Cristo vive, nn. 112-117).
MIÉRCOLES 8 DE DICIEMBRE
INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

EVANGELIO
Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una
ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se
llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo
era aquel.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá
n».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a
varón?».
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente
Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de
seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay
imposible».
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra».
Y la dejó el ángel.

s
PARA MEDITAR

1. La fe nos lleva a pensar en los temas esenciales de nuestra vida.


2. Adán y Eva, Jesús y María.
3. La vida buena, ¿es aburrida? Mirar a la Virgen Inmaculada.
1. Hoy celebramos llenos de alegría con toda la Iglesia, en el
cielo y en la tierra, la Inmaculada Concepción de María. En este
mismo día 8 de diciembre fue de nida, el año 1854, por el papa
Pío IX, como verdad dogmática recibida por antigua tradición.
La Bienaventurada Virgen María realmente llena de gracia y
bendita entre las mujeres, en previsión del Nacimiento y de la
Muerte salví ca del Hijo de Dios, desde el mismo primer instante
de su Concepción fue preservada de toda culpa original, por
singular privilegio de Dios. María es inmaculada desde el
momento de su concepción. Es decir, siempre y en todos los
momentos de su vida ha dicho que sí al amor de Dios y por Dios
al amor a los hombres.
Aunque pensar en esto es un poco curioso. Siempre los
misterios de la fe nos ponen ante verdades no solo difíciles, sino
inusuales. Como separadas de la realidad, de nuestra realidad
cotidiana. Efectivamente, ¿qué sería más real: lo que cuenta el
periódico de hoy o hablar de la Inmaculada Concepción de
María?
Si miramos a lo inmediato, lo real son las noticias del
periódico, y es verdad, la Virgen María supone una ayuda para
sobrellevar las buenas y malas noticias. Pero si miramos a lo más
profundo de nuestra vida..., lo más real y lo más relevante son
estos misterios de nuestro ser: la libertad, el pecado, el hacer el
bien, la felicidad, el pensar que falta algo, etc.
Y es que la fe, la vida nuestra de cada día a partir de la fe, nos
lleva a pensar en los temas esenciales de nuestra vida, a tomar las
decisiones más importantes y a vivir en plenitud.

2. Para considerar este misterio de la personalidad de María y


de cada uno de nosotros, la Liturgia nos pone en contacto con
dos realidades: el comienzo de la historia de los hombres y el
comienzo de la historia de Jesús, que para algunos es el
verdadero inicio y el culmen de la historia de los hombres.
Fíjate en las dos escenas: el relato del Génesis sobre Adán y
Eva, la tentación del diablo, la respuesta de Eva y Adán, el
diálogo con Dios y las consecuencias de todos esos hechos con su
huella en la historia universal. Y la escena de Nazaret: María
recogida en oración, las palabras del ángel y las respuestas de
María. Y las consecuencias de todos esos hechos en la historia
universal.
Sobre la historia de lo que pasa cada día, en cada uno de los
lugares del mundo, sucede otra historia más profunda. Otro nivel
de la realidad. Otra zona de la personalidad de cada uno: la
batalla en el corazón del hombre por el bien o el mal, el amor o el
egoísmo, la felicidad o la soledad.
Los relatos de Adán y Eva, María y Jesús, dan lugar a dos
historias muy parecidas, pero muy diferentes. Y, a la vez,
inseparables. Dos escenas que tienen mucho que ver con nuestra
vida, porque en gran parte la resumen. Tú, ¿qué camino quieres
coger? ¿O cuál has escogido y cómo vas por ese camino? Hay
personas que toda la vida dudan y luchan por una o por otra; hay
gente que en un momento decide para siempre el bien, y a partir
de ahí solo crecen en cómo hacerlo, solo se crecen ellos. Una
elección y una decisión: ponernos totalmente en las manos de
Dios, y todas las fuerzas en mantener esa docilidad a Sus planes.
Me contaron de un paseo en goleta por la bahía de Santander.
De repente, un niño de dos años se cae al agua. Y Jaime, sin
dudar un segundo, se tira detrás y lo saca del fondo. «Muchas
gracias», dice la madre rehaciéndose del susto, «pero ¿quién es
usted?, ¿cómo se llama?». «Soy gallego y estoy de paso». Luego
resultó ser un presidiario, que estaba en un paseo organizado. Y
por intercesión de la madre, conseguirá el indulto.
Hay que lanzarse, hay que decidirse. Puedes ser un niño de
dos años que se ahoga sin enterarse de qué va este mundo, o
puedes ser un tipo maduro –con miserias– que salva a otros.

3. El Papa Benedicto XVI nos enseña una mirada interesante


del misterio de María. A veces nos parece que la vida buena, la
vida sin pecado, es un poco aburrida. Es verdad: nos cansamos
de hacer bien las cosas. Incluso las cosas más buenas. Nos
cansamos de rezar, de hacer bien nuestro trabajo, de servir y
ayudar a las personas que queremos, de portarnos bien y estar en
nuestro sitio. Es más, a veces podemos llegar a pensar que el
pecado sería lo divertido. Y ojalá pudiera hacer esto o
comportarme de esta manera, cantarle las cuarenta a fulanito,
gritar, insultar, vestir como quiera, fumar, beber, etc. En el fondo,
el pecado le daría a la vida el picante necesario. Hay que probar
de todo, para ser verdaderamente libre.
Sin embargo, hoy, mirando a la Virgen, Inmaculada, tenemos
certeza de que no es así. María sin mancha, ni arruga, sin pecado,
sin ningún pecado, y con amor, con todo el amor en su vida, es
una Mujer plena. La inteligencia, el amor, la sensibilidad de una
persona que siempre ha dicho que sí al amor, que siempre ha
a rmado la vida, es de una belleza fuera de toda comparación y
de toda duda.
Y al contemplar a María, y al tratar a María, nos convencemos
de que la vida cristiana en plenitud vale la pena.
JUEVES 9 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 11, 11-15
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más
grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino
de los cielos es más grande que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los
cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los Profetas y
la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que
tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.
El que tenga oídos, que oiga».

s
PARA MEDITAR

1. Dios es Padre Misericordioso.


2. El reino de Dios requiere esfuerzo, lucha, «violencia».
3. Pero «no temas, yo mismo te auxilio».
1. Juan el Bautista de alguna manera representa y resume
toda la preparación de Jesucristo. Para entender la persona y el
mensaje de Jesús debemos tener en cuenta todas las esperanzas
de los profetas y las enseñanzas de la ley de Dios. Realmente no
podemos comprender el Nuevo Testamento sin la base del
Antiguo Testamento. Por otro lado, no se entiende el Antiguo si
no es desde su cumplimiento en Jesús, el Cristo de Dios.
En el puente entre los dos testamentos se sitúa la gura de
Juan Bautista. Y por eso es alabado por Jesús: «no ha nacido de
mujer uno más grande que Juan». Sin embargo, sigue el texto de
Mateo, «el más pequeño en el reino de los cielos es más grande
que él».
Con la venida de Jesús, con la vida de la gracia, es decir, la
vida de Dios en cada uno de nosotros, quién sea el más grande y
el más pequeño no depende de los propios méritos o talentos.
Depende de la misericordia de Dios, del amor de Dios, de la
gracia de Dios.
Por eso no debemos idealizar a los santos. Como si fueran
cristianos de otra pasta, de otro planeta. Son personas como
nosotros. Con las di cultades, debilidades y miserias que
tenemos nosotros. Quizá la única diferencia es cómo ellos se
apoyan en la fuerza del amor misericordioso de Dios. Están
convencidos de la respuesta de la Iglesia en el Salmo: «El Señor
es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad».

2. El pasaje del evangelio nos sigue enseñando: «Desde los


días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre
violencia y los violentos lo arrebatan». Es una paradoja
misteriosa. La buena noticia, la alegría del evangelio, el evangelio
de la paz «sufre» violencia y «se transmite» con violencia. Ya lo
dice el adagio latino: Pax in bello, la paz se consigue con la
guerra.
El propio Juan Bautista lo sufre y lo transmite con su ejemplo,
sus palabras y su martirio. Tantos otros también lo han
experimentado. El propio Jesús, desde su nacimiento hasta su
muerte. La oposición y el rechazo a Cristo es una realidad. De la
Historia universal, y también de la historia personal y biográ ca
de cada uno de nosotros.
El Papa Francisco nos lo ha recordado. La fe en Dios nos
muestra un Dios concreto, con la vida concreta de Jesucristo con
todas sus vicisitudes. «Creer que Dios, el Hijo de Dios, ha venido
en la carne, se hizo uno de nosotros. Esto es fe en Jesucristo, un
Jesucristo, un Dios concreto, que fue concebido en el vientre de
María, que nació en Belén, que creció como un niño, que huyó a
Egipto, que regresó a Nazaret, que aprendió a leer con su padre,
a trabajar, a seguir adelante y luego a predicar. Un hombre
concreto, un hombre que es Dios, pero hombre» (Francisco, 7
enero 2019: un Dios concreto).
El cristianismo es vida concreta en la fe en Jesucristo y en la
caridad, pero también es una lucha concreta. Jesús «no es Dios
disfrazado de hombre. No. Hombre, Dios que se hizo hombre. La
carne de Cristo. Esto es lo concreto del primer mandamiento. El
segundo es también concreto. Amar, amarnos los unos a los
otros, amor concreto, no amor de fantasía: “Te amo, ah cuánto te
amo” y luego con mi lengua te destruyo, con las habladurías. No,
no, esto no. Amor concreto. Es decir, los mandamientos de Dios
son concretos y el criterio del cristianismo es lo concreto, no las
ideas y las bellas palabras. Concreto. Y este es el desafío».
El reino de Dios, la presencia de Dios en nuestras vidas,
requiere esfuerzo, lucha, «violencia», para superar la oposición
que encontramos en nosotros mismos, en los demás, en el mundo
alejado de Dios en que vivimos. Porque siempre tienes ideas o
falsos profetas que te proponen un Cristo «suave», sin mucha
carne, y el amor hacia el prójimo es un poco relativo.

3. Pero «no temas, yo mismo te auxilio». La vida concreta


presenta luchas y di cultades. Esta violencia, esta guerra es
principalmente una lucha interna: en el corazón del hombre.
También Cristo las tuvo. Jesús se cansa, se duerme en la barca
durante la tempestad, se pone triste, e incluso llora... Aunque
también ríe, canta y baila.
Tantas veces en el evangelio nos invita a no tener miedo. No
pasa nada. Ya Isaías nos lo anuncia, con unas expresiones que
conmueven por su ternura: «No temas, yo mismo te auxilio». //
No temas, gusanillo de Jacob,// oruga de Israel,// yo mismo te
auxilio// –oráculo del Señor–,// tu libertador es el Santo de Israel».
Los grandes cristianos, los santos también han experimentado
esas luchas y esos miedos. Su con anza, su seguridad, su
fortaleza no reside en que sean distintos a nosotros. Dice san
Pablo: «cuando soy débil, entonces soy fuerte». Porque cuando
no puedo hallar la solución en mis fuerzas, entonces toda mi
esperanza la pongo en Dios. Y tengo la fortaleza de Dios.
Hoy celebramos la esta de san Juan Diego. La historia de la
Virgen de Guadalupe recoge estas palabras maravillosas de María
a Juan Diego, preocupado por su tío Juan Bernardino
gravemente enfermo. «Oye y ten entendido, hijo mío el más
pequeño, que es nada lo que te asusta y a ige. No se turbe tu
corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia.
¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi
sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta? No te a ija la
enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de
que ya sanó».
Cuando nos asusten las debilidades materiales o espirituales,
nuestras o de las personas queridas, no nos olvidemos de
afrontarlas con esta esperanza: «hijo mío el más pequeño»,
«¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi
sombra?»; «es nada lo que te asusta y a ige. No se turbe tu
corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia».
VIERNES 10 DE DICIEMBRE
VIRGEN DE LORETO

EVANGELIO
Mateo 11, 16-19
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «¿A quién compararé
esta generación?
Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan
diciendo: “Hemos tocado la auta, y no habéis bailado; hemos
entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un
demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen:
“Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y
pecadores”.
Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».

s
PARA MEDITAR

1. Una generación de «niños»: la cultura de la queja y de la


conspiración.
2. Cristo te salva.
3. Ser protagonistas de este cambio con nuestro compromiso.
1. Jesús usa una imagen simpática, pero a la vez incisiva. «¿A
quién compararé esta generación?», dice retóricamente. Y
enseguida a rma: «a unos niños sentados en la plaza, que gritan
diciendo: Hemos tocado la auta, y no habéis bailado; hemos
entonado lamentaciones, y no habéis llorado».
El símil habla de una generación de «niños», no de personas
maduras; que además están sentados en la plaza, sin hacer nada,
quejándose, lamentándose, porque no ha salido su plan. Porque –
aparentemente– nadie les hace caso: ni bailan a su son, ni lloran
con sus angustias.
Aunque podríamos pensar que la cultura de la queja y,
estrechamente unida a ella, la cultura de la conspiración –fruto
de la falta de con anza– es muy actual, ya se ve que viene de
lejos. Hoy sentados en la plaza, sería viendo las cosas desde la
barrera, desde la pantalla del televisor o del móvil.
Ante ese ser «niños» sin hacer nada, de alguna manera
aburridos, anestesiados, cansados, la verdad cristiana anuncia
una noticia novedosa que sorprende. «Jóvenes amados por el
Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre
preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes ¡no tienen precio!
¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se
dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones
ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al nal nos
volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes
no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una
subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de
esta libertad, que es la que ofrece Jesús» (Papa Francisco, Cristo
vive, n. 122).
2. Cristo te salva. Frente a la cultura de la queja, de la
desgana, de la crítica destructiva que anima a no hacer nada.
Frente a una cultura de adolescentes, que reclama libertad, pero
que en realidad quita la esperanza, y nos vuelve esclavos del
placer, del dinero, del poder, se levanta la a rmación de la fe:
¡Cristo te salva!
«Cristo, por amor, se entregó hasta el nal para salvarte. Sus
brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo
capaz de llegar hasta el extremo: “Él, que amó a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el n” (Jn 13, 1). San Pablo
decía que él vivía con ado en ese amor que lo entregó todo: “Vivo
de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo
por mí” (Ga 2, 20).
Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con
ese mismo poder de su entrega total sigue salvándonos y
rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar,
porque “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento”. Y si pecas y te
alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca
olvides que “Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar
sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la
dignidad que nos otorga este amor in nito e inquebrantable. Él
nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una
ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría”».
Nosotros «somos salvados por Jesús, porque nos ama y no
puede con su genio. Podemos hacerle las mil y una, pero nos
ama, y nos salva. Porque solo lo que se ama puede ser salvado.
Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor del
Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que
todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero
es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades
y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor.
Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones
y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras
caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la
verdadera caída –atención a esto–, la verdadera caída, la que es
capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no
dejarse ayudar».
Su perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o
que tengamos que adquirir con nuestras obras o con nuestros
esfuerzos. Él nos perdona y nos libera gratis. Su entrega en la
Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos
pagarlo, solo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la
alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo:
«Él nos amó primero» (1 Jn 4, 19).
«Mira los brazos abiertos de Cristo cruci cado, déjate salvar
una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree
rmemente en su misericordia que te libera de la culpa.
Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate
puri car por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (Papa
Francisco, Cristo vive, nn. 118-123).

3. La sabiduría ha acreditado las obras de Juan y de Jesús. La


vida real no depende tanto de las circunstancias cuanto de la
persona, de lo material cuanto del espíritu que anima la vida. Por
eso, el que sigue los mandatos del Señor, el camino de Jesús,
tiene la luz y tiene la vida.
Hoy celebramos la esta de la Virgen de Loreto. En su
santuario se encuentra la casa de Jesús en Nazaret. Unas
palabras nos aseguran que «aquí el Verbo se hizo carne». ¡Jesús
vive! Hay que volver a recordarlo con frecuencia, porque
corremos el riesgo de tomar a Jesucristo solo como un buen
ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos
salvó hace dos mil años. Y no es así. «No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
No somos una generación de niños que ven la vida desde la
barrera, y simplemente se dedican a criticar lo que no les gusta.
Todo lo contrario: con Jesús, podemos comprometernos para
mejorar el mundo todo lo que esté en nuestras manos. El Papa
habla de «balconear», de vivir como meros espectadores de todo
lo que sucede. «A ustedes les pido que también sean
protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y
ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y
políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les
pido que sean constructores del futuro. Que se metan en el
trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, ¡no
balconeen la vida, métanse en ella. Jesús no se quedó en el
balcón. Se metió. No balconeen la vida, ¡métanse en ella como
hizo Jesús!».
SÁBADO 11 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 17, 10-13
Cuando bajaban de la montaña, los discípulos preguntaron a
Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir
Elías?».
Él les contestó: «Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo
que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron
a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos
de ellos».
Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan, el
Bautista.

s
PARA MEDITAR

1. Reconocer a Jesús con la luz de la fe.


2. La fe es compromiso vital.
3. Un compromiso de amor en la vida cotidiana.
1. Elías representa al mayor de los profetas, que nos trae las
palabras de Dios y con ellas las acciones de Dios que renuevan
todas las cosas. «Un profeta como un fuego, cuyas palabras eran
horno encendido».
Jesús explica a los discípulos lo que estaba escrito sobre la
nueva venida de Elías, «en el momento de aplacar la ira antes de
que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer
las tribus de Israel».
En realidad es una profecía referida al tiempo del Mesías, es
decir, al presente de Juan el Bautista y del mismo Jesús. Pero
muchos de los contemporáneos «no lo reconocieron, sino que lo
trataron a su antojo».
La fe es una luz muy profunda sobre la realidad. Nos permite
conocer lo que tenemos delante: la verdad de Jesús. Y a partir de
ahí, la verdad de Dios, de nosotros mismos, del mundo en el que
vivimos.
Como explica el Catecismo de la Iglesia: «El deseo de Dios
está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido
creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre
hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha
que no cesa de buscar: “La razón más alta de la dignidad humana
consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El
hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento;
pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es
conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la
verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
Creador ”» (GS 19, 1, n. 27).

2. Pero ver con los ojos de la fe implica una respuesta de toda


la vida. De hecho, con palabras del Catecismo de la Iglesia, «la fe
es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él,
dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que
busca el sentido último de su vida» (n. 26).
El diálogo con Jesús nos lleva a reconocerle y meterle en
nuestra vida. O a no reconocerle y tratarle como extraño, como
enemigo: «el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos».
La fe es la respuesta al Dios que se entrega. La fe es vivir
Cristo es la explicación de mi vida y del universo. Este vivir
implica un compromiso de amor con Jesús, porque «Cristo me
amó a mí y se entregó hasta la muerte por mí» (san Pablo). La
vida cristiana compromete, y es un compromiso de toda la vida.
Cuentan una historia –no sé si será cierta, aunque han hecho
una película sobre ello–, de un equilibrista que tendió una cuerda
en lo más alto de dos rascacielos en Nueva York, con el n de
pasar caminando sobre ella. Antes dijo a la multitud expectante:
—«Me subiré y cruzaré sobre la cuerda, pero necesito que ustedes
crean en mí y tengan con anza en que lo voy a lograr...».
—«Claro que sí», respondieron todos al mismo tiempo.
Ayudándose de una vara de equilibrio comenzó a atravesar de un
edi cio a otro sobre la cuerda oja.
Habiendo logrado la hazaña bajó y dijo a la multitud que le
aplaudía emocionada: —«Ahora voy a pasar por segunda ocasión,
pero sin la ayuda de la vara. Por tanto, más que antes, necesito su
con anza y su fe en mí». El equilibrista subió por el ascensor y
luego comenzó a cruzar lentamente de un edi cio hasta el otro.
La gente estaba muda de asombro y aplaudía.
Entonces el equilibrista bajó y en medio de las ovaciones por
tercera vez dijo: —«Ahora pasaré por última vez, pero será
llevando una carretilla sobre la cuerda... Necesito, más que
nunca, que crean y confíen en mí». La multitud guardaba un
tenso silencio. Nadie se atrevía a creer que esto fuera posible...
—«Basta que una sola persona confíe en mí y lo haré», a rmó el
equilibrista. Entonces uno de los que estaban atrás gritó: —«Sí,
sí, yo creo en ti; tú puedes. Yo confío en ti...». El equilibrista, para
certi car su con anza, le retó: —«Si de veras confías en mí, vente
conmigo y súbete a la carretilla...».

3. Yo del equilibrista no me aría mucho. Pero Jesús no es un


equilibrista. ¿Le conocemos? ¿Le reconocemos como quien es?
Si tienes fe, tienes fe. Descubrir la vocación cristiana es
profundizar en la fe. Ser cristiano no es una realidad cultural. El
ambiente donde me muevo. Ser cristiano es Dios que te llama
para entrar en nuestra vida y tú que respondes. La fe
compromete la vida. En el fondo es «subir a la carretilla».
Y Dios no nos llama con teléfono oculto. Llama a nuestra
puerta en carne y hueso: «Madre, en la puerta hay un Niño»
(Villancico de Navidad). Yo me he hecho Hombre, te he revelado
todo lo que necesitas saber sobre tu vida y sobre mí en la Sagrada
Escritura, he muerto por ti en la Cruz y he resucitado para darte
nueva vida, he fundado la Iglesia y le he dejado la Eucaristía para
que te alimente. Te he dado tus padres, tu familia, tus amigos, tus
compañeros y conocidos. Tú, ¿qué haces con tu vida?, ¿qué
sentido le das a todo lo que tienes? «Pues sin más». No vale
responder solo con lo inmediato, lo super cial o lo urgente. Dios
espera nuestra respuesta de amor en la familia, en el trabajo, en
la oración, en el descanso y la diversión. En toda nuestra vida,
porque toda nuestra vida es un compromiso de amor. Esta es la
luz de la fe: que el sentido de la vida es el amor a Dios y por Dios
a todos los demás.
DOMINGO 12 DE DICIEMBRE
TERCERA SEMANA DE ADVIENTO

EVANGELIO
Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «Entonces, ¿qué
debemos hacer?».
Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el
que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le
preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?».
Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué
debemos hacer nosotros?».
Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de
nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en
su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió
dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que
es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su
mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el
granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo
el Evangelio.
s
PARA MEDITAR

1. Con este espíritu de alegría desbordante, «¿qué debemos hacer?».


2. La novedad radical del cristianismo es la entrega del Espíritu
Santo.
3. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo.
1. En este domingo que la Liturgia conoce como Gaudete,
¡Alegraos!, porque la venida de Jesús está cada día más cerca, me
parece muy apropiada la pregunta que la gente le hacía a Juan
Bautista: «Entonces, ¿qué debemos hacer?».
Es verdad que la preparación de esta cuestión, que también
hoy nos hacemos nosotros, viene precedida por las palabras del
Antiguo y del Nuevo Testamento. Estos mensajes nos ayudan a
comprender el tono de la pregunta, es decir, el espíritu o la
actitud de la pregunta.
Primero, el profeta Sofonías: «Alégrate, hija de Sion, grita de
gozo, Israel; regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de
Jerusalén» (3, 14-18a). Vaya cuatro verbos: alégrate, grita,
regocíjate, disfruta. La actitud es clarísima y no se puede explicar
solo con la palabra alegría.
El Salmo incide en lo mismo: «Gritad jubilosos, porque es
grande en medio de ti el Santo de Israel».
En tercer lugar, Pablo repite la invitación, de manera más
comedida: «Hermanos: Alegraos siempre en el Señor; os lo repito,
alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo»; pero
señalando claramente el motivo: «el Señor está cerca» (Filipenses
4, 4-7).
Con este espíritu de alegría desbordante, volvemos al diálogo
de Juan el Bautista y los judíos piadosos que se acercan a su
enseñanza: nosotros, «¿qué debemos hacer?».
Juan responde con sencillez las acciones que deben
acompañar la vida de los bautizados por él según las ocupaciones
y posibilidades de cada uno: «El que tenga dos túnicas, que
comparta con el que no tiene»; «el que tenga comida, haga lo
mismo»; «No exijáis más de lo establecido»; «No hagáis extorsión
ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos
con la paga».
Pero la cuestión es más profunda. Tanto Juan como el pueblo
lo saben: la expectativa es de algo muy grande. Y entonces
aparecen esas palabras sobre Jesús: «viene el que es más fuerte
que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».

2. «Él bautiza con Espíritu». La novedad radical del


cristianismo es Jesús y la vida de Dios que nos entrega con el
Espíritu Santo. El bautismo nos da al Espíritu Santo y nos hace
hijos de Dios. Su misión es cristi carnos –que Cristo nazca en
nosotros–, haciéndonos hijos de Dios Padre y posibilitando que la
persona ame con el amor de Dios. «Los que se dejan guiar por el
Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios», «un espíritu que nos
hace gritar Abbá» (Rm 8).
Hay unas palabras maravillosas de santa Edith Stein: «El
alma, en la que mora Dios por gracia, no es simplemente una
pantalla impersonal en la que se re eje la vida divina, sino que
ella misma está dentro de esa vida. La vida divina es una vida
trinitaria, tripersonal: es el Amor desbordante con el que el Padre
engendra al Hijo y le da su Ser, y con el que el Hijo recibe ese Ser
y se lo devuelve al Padre, el Amor en que el Padre y el Hijo son
una misma cosa y que lo espiran ambos como su común Espíritu.
Mediante la gracia este Espíritu se derrama a su vez sobre las
almas. De esta manera resulta que el alma vive su vida de gracia
por el Espíritu Santo, ama en Él al Padre con el Amor del Hijo y
al Hijo con el Amor del Padre» (Ciencia de la Cruz).
El Espíritu Santo es «la fuerza vital de Dios» y la fuente de la
vida. No es posible dar la vida, que está en Dios de modo pleno, si
no es haciendo de ella la vida de un Hombre, como lo es Cristo en
su humanidad personalizada por el Verbo en la unión
hipostática.
Al mismo tiempo, con el misterio de Jesús se abre de un modo
nuevo la fuente de esta vida divina en la historia de la
humanidad: el Espíritu Santo. Porque el Verbo, Primogénito de
toda la creación, se convierte en el primogénito entre muchos
hermanos, y así llega a ser la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; y
en la Iglesia la cabeza de la humanidad. La liación divina nace
en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación: por
Cristo, el Hijo eterno. Pero el nacimiento tiene lugar cuando Dios
Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo.
Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el
interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Percibimos
aquí algo del misterio profundo de lo que es ser cristiano. Lo que
constituye nuestra fe no es principalmente lo que nosotros
hacemos, sino lo que recibimos. El don del Espíritu Santo y todos
sus dones no son ni un premio ni un reconocimiento. Son
simplemente dados. Y exigen por parte de quien los recibe solo
una respuesta: Acepto.
Esta aceptación o docilidad al Espíritu Santo en nuestra vida
permite la transformación del amor. En este sentido, la existencia
cristiana como vida en el Espíritu está marcada por un amor que
tiene estas características:

un amor uni cador, es decir, el amor es comunión, no se


cierra, sino que se abre a todos, respetando a cada uno, y
buscando la unión con cada persona;
un amor duradero, no simplemente sentimiento pasajero,
sino un amor que permanece, que busca el compromiso, la
amistad sincera, la coherencia y la delidad;
un amor que se entrega, es decir, el amor es don, y don de
uno mismo. No es tanto recibir, ni girar en torno a uno
mismo, sino dar, entregar, servir.

3. «¿Qué debemos hacer?», preguntan las gentes a Juan el


Bautista. Vivir según el querer de Dios. Pero con la alegría de
vivir así: porque podemos, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se
nos ha dado. La vida cristiana es disfrutar. Gozar. Gritar de
alegría y exultar.
Lo que debemos hacer es dejar obrar al Espíritu Santo en
nosotros. Ser dóciles a sus inspiraciones y mociones. Porque
como nos dice el Papa Francisco:
«¿Necesitas amor? No lo encontrarás en el desenfreno, usando
a los demás, poseyendo a otros o dominándolos. Lo hallarás de
una manera que verdaderamente te hará feliz.
¿Buscas intensidad? No la vivirás acumulando objetos,
gastando dinero, corriendo desesperado detrás de cosas de este
mundo. Llegará de una forma mucho más bella y satisfactoria si
te dejas impulsar por el Espíritu Santo.
¿Buscas pasión? Como dice ese bello poema: ¡Enamórate! (o
déjate enamorar), porque nada puede importar más que
encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera
de nitiva y absoluta.
Esta es la alegría del evangelio. “Mientras 'los jóvenes se
cansan y se fatigan' (Is 40, 30), a los que esperan con ados en el
Señor “Él les renovará las fuerzas, subirán con alas de águila,
correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40, 31)»
(Francisco, Cristo vive, nn. 130, 132).
LUNES 13 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 21, 23-27
En aquel tiempo, Jesús llegó al Templo y, mientras enseñaba,
se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo
para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha
dado semejante autoridad?».
Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si
me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto.
El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los
hombres?».
Ellos se pusieron a deliberar: «Si decimos “del cielo”, nos dirá:
“¿Por qué no le habéis creído?”. Si le decimos “de los hombres”,
tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta».
Y respondieron a Jesús: «No sabemos».
Él, por su parte, les dijo: «Pues tampoco yo os digo con qué
autoridad hago esto».

s
PARA MEDITAR

1. Jesús, ¿quién eres?


2. Para ver-ver a Jesús de verdad es necesaria la sencillez.
3. Cuando parece que Dios no responde o no está, necesitamos una
nueva conversión.
1. Hoy como ayer las gentes se acercan a Jesús y le preguntan:
«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante
autoridad?». En el fondo, es la pregunta: ¿quién eres?, o mejor,
¿eres el que dices ser: la alegría, la esperanza, el amor que todos
anhelamos?
De alguna manera, Jesús se hace el sueco o el gallego,
diríamos en España. Les responde con otra pregunta: «Jesús les
replicó: Os voy a hacer yo también una pregunta. El bautismo de
Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?».
Para las dos partes del diálogo es evidente la respuesta, pero
por eso mismo no se responde en voz alta. Jesús les hace pensar
sobre lo que están viendo y oyendo: las enseñanzas de Juan y la
respuesta de la gente sencilla; las palabras y los gestos de Jesús.
Le ven pero no le ven. Le oyen pero no le oyen. Hay que estar
abiertos. Los ojos para ver y los oídos para oír. A veces no
escuchamos a Dios, a veces no le vemos. Y se lo echamos en cara
y nos rebelamos. Jesús nos mira, con ternura: de verdad, ¿quieres
saber de dónde procede la autoridad de mis enseñanzas? De
verdad, ¿quieres ver? Y ¿quieres escuchar?

2. Para ver-ver a Jesús, para escuchar-escuchar a Jesús, en


resumen, para la fe es necesaria la sencillez que lleva a la fe.
Hay una historia muy simpática sobre un paquete de galletas,
que nos puede suceder a todos.
«Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron
que el tren en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente
una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una
revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el
tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada
para la espera. Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su
lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora
observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra,
estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y
comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero
tampoco dejar pasar aquella situación o hacer como si nada
hubiera pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete
y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió
mirándolo jamente a los ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la
puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva
galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra,
manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de
miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora
cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete solo
quedaba la última galleta. “No podrá ser tan descarado”, pensó
mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de
galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última
galleta, y con mucha suavidad, la partió en dos y ofreció la mitad
de la última galleta a su compañera de banco. “¡Gracias!”, dijo la
mujer tomando con rudeza aquella mitad. “De nada”, contestó el
joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad.
Entonces el tren anunció su partida... La señora se levantó
furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la
ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el
andén y pensó: “¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de
este mundo con esta juventud!”. Sin dejar de mirar con
resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que
aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la
botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando
encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto».
¡Qué señora más despistada, a mí no me pasa eso! Si lo
aplicamos a nuestra vida de cada día, en la casa o en el trabajo.
¡Que levante la mano el que piense que no tiene razón la otra
persona, sino uno mismo!, ¡que el error proviene del otro y no de
mí! Y además que es que está clarísimo que es así y nadie en el
mundo mundial lo duda: como la señora indignadísima ante el
joven que con una sonrisa le da su medio paquete de galletas.

3. Cuando parece que Dios no responde a nuestras preguntas,


que no se presenta en nuestra vida, o que de hecho sí está ahí,
pero quitándonos lo que nos pertenece –«nuestras galletas»–,
necesitamos pararnos, jarnos y, con sencillez, darnos cuenta de
que sí está ahí, le vemos, nos habla, y tenemos que pedirle ayuda
para encaminar nuestra vida.
En el fondo, todos necesitamos una nueva conversión. Cada
día. Más o menos profunda. «Una conversión que es fruto de
nuestro esfuerzo, pero, sobre todo, de la gracia de Dios. Una
gracia de Dios que nos tiene que dar luz para ver en qué tenemos
que mejorar, en qué tenemos que abrir más el camino a la venida
del Señor a nuestra vida. Y, a la vez, la fuerza que el Señor nos da
con su gracia, para que podamos realizarlo, para que podamos
corresponder» (F. Ocáriz, Mensaje para el Adviento 2020).
Si seguimos imaginándonos la historia del paquete de
galletas, seguro que todos estaríamos de acuerdo en que a la
sorpresa por encontrar nuestras galletas seguiría una sonrisa
indulgente por nuestro despiste. Y un poco de vergüenza y de
agradecimiento al joven que nos ha invitado gratis.
«Ver nuestras limitaciones, nuestros límites, no nos tiene que
desalentar. Nos tiene que dar, de alguna manera, alegría, no
porque sean límites, sino porque son una luz que nos permite
mejorar, que nos permite abrirnos más al don de Dios. Y, sobre
todo, ver esta gracia de Dios, esta luz de Dios como fruto, como
consecuencia, de algo tan grande como es el amor omnipotente
de Dios por cada uno de nosotros, que se nos mani esta ahora en
esa venida –que esperamos, a la que nos preparamos
activamente– de Dios hecho un niño por nosotros y para
nosotros» (F. Ocáriz, Mensaje para el Adviento 2020).
Eso sí, deberíamos revisar la actitud del que piensa: «desde
luego, todo lo tengo que hacer yo» y «Es que ya no puedo hacer
más». De vez en cuando, es bueno plantearse con sencillez y
serenidad: «¡Que no puedes más!, ¿no será que no puedes hacer
menos?». Quizá ni yo soy tan bueno en esto, ni los que me rodean
son tan malos.
MARTES 14 DE DICIEMBRE
SAN JUAN DE LA CRUZ

EVANGELIO
Mateo 21, 28-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los
ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos
hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la
viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y
fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy,
señor”. Pero no fue.
¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?
Contestaron: “El primero”».
Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las
prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios.
Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia
y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le
creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis
ni le creísteis».

s
PARA MEDITAR

1. La fe en Jesús supone un amor con obras.


2. «Al atardecer de la vida te examinarán de amor».
3. En cada persona está presente Cristo mismo.
1. Jesús habla de nuevo con los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo, es decir, los que saben, los que controlan. Y
usa una comparación como tantas otras veces: «¿Qué os parece?
Un hombre tenía dos hijos», el primero dice que no va a trabajar
en la viña, pero luego va; el segundo actúa al revés: dice que sí,
pero luego es que no.
Los que saben, enseguida están de acuerdo en que solo el
primer hijo actuó bien y cumplió la voluntad del padre.
Entonces Jesús concluye algo sorprendente, que todavía hoy
nos llama la atención: «los publicanos y las prostitutas van por
delante de vosotros en el reino de Dios», porque creyeron en Juan
y siguieron el camino de la justicia que les proponía, no como
vosotros.
Realmente tienen que escocer estas palabras. Y a nosotros hoy
nos tienen que hacer meditar. La enseñanza es muy clara: la fe, es
decir, creer en Jesús y en sus palabras lleva necesariamente a la
caridad, al amor con obras. Trabajar en la viña del Señor es amar
al prójimo con obras y de verdad.

2. Hoy es la esta de san Juan de la Cruz y podemos pararnos


en sus conocidas palabras: «Al atardecer de la vida te examinarán
de amor» (Palabras de luz y de amor, 57).
La fe en Jesús es muy clara: la vida se resume en el amor a
Dios y por Dios en el amor al prójimo. El tema central del
cristianismo es el amor, y se subraya que el juicio nal de la
historia será el amor personal vivido por cada uno, el amor en
concreto, el amor con obras de misericordia.
En este sentido, es impresionante la gran imagen sobre el
juicio nal del relato de Mateo. «Cuando venga el Hijo del
Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se
sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él
todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el
pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su
derecha, los cabritos, en cambio, a su izquierda» (Mt 25, 31-33).
Pero ¿en qué consiste este amor? ¿Es espiritual o material,
lejano o cercano, abstracto o concreto? «Entonces dirá el Rey a
los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad
posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me
disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y
me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme» (vv. 34-36). Aquí radica la grandeza del hombre y de su
libertad. Lo nuevo en el mundo, lo decisivo es hacerse para los
demás. Y el amor solo puede ser libre: es mi decisión la que
conforma mi vida y la historia de los hombres.
En esta imagen sublime y terrible a la vez, el cielo y el
in erno, la salvación y la condenación, se desvela un principio
esencial para la historia: «En verdad os digo que cuanto hicisteis
a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis»
(v. 40). El amor a los necesitados es el amor al Rey universal,
porque Dios está en cada uno y cada una.
Como nos ha anunciado el profeta Sofonías, la salvación
mesiánica será enviada a todos los pobres. En el salmo lo hemos
expresado con fuerza: «El a igido invocó al Señor, él lo escuchó y
lo salvó de sus angustias», «Cuando uno grita, el Señor lo
escucha y lo libra de sus angustias», «El Señor está cerca de los
atribulados, salva a los abatidos».

3. La fe no es cuestión de título ni de apariencias, sino que


brota del corazón y se mani esta en las obras. Muchas veces esto
lo entienden con más claridad las personas que han
experimentado esa miseria en ellos mismos. Jesús nos pone el
caso de publicanos y prostitutas que en un primer momento han
podido rechazar las palabras de Dios pero luego las han acogido
en su vida y en sus obras.
Pienso que estas palabras de Madre Teresa nos pueden ayudar
a comprender el corazón de Jesús y también su petición de que
nosotros «trabajemos en su viña», nos ocupemos de amar con
obras a las personas que lo necesitan a nuestro alrededor,
empezando por los más cercanos: familiares, amigos,
compañeros de trabajo, vecinos, etc.
Madre Teresa habla de lo que denomina su «gran llamada»,
cuando Jesús le pide que ella le lleve a estar entre los más pobres
de los pobres. Las palabras que el Señor le dirige en la intimidad
del corazón son muy reveladoras:
«Tú no moriste por las almas, por eso no te importa lo que les
suceda. Tu corazón nunca estuvo ahogado en el dolor como lo
estuvo el de mi Madre. Ambos nos dimos totalmente por las
almas.
»Quiero hermanas indias Misioneras de la Caridad, que serán
mi fuego de amor entre los más pobres, los enfermos, los
moribundos, los niños pequeños de la calle. Quiero que me
traigas a los pobres. Las hermanas ofrecerán sus vidas como
víctimas de Mi amor. Me traerán estas almas a Mí.
»No me rechaces. Confía en Mí amorosamente, confía en Mí
ciegamente. Pequeñita, dame almas, dame las almas de los
pobres niñitos de la calle. Cómo duele, si tú lo supieras, ver a
estos niños pobres manchados de pecados. Anhelo la pureza de
su amor. ¡Si solo respondieras a mi llamada y me trajeras estas
almas, apartándolas de las manos del maligno! ¡Si solo supieras
cuántos pequeños caen en pecado cada día!» (Madre Teresa, Ven,
sé mi luz).
En cada persona a nuestro lado, especialmente en los más
pequeños y necesitados, está presente Cristo mismo. Su carne se
hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado,
agelado, desnutrido, en fuga, para que nosotros lo
reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado.
MIÉRCOLES 15 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 7, 19-23
En aquel tiempo, Juan, llamando a dos de sus discípulos, los
envió al Señor diciendo: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos
que esperar a otro?».
Los hombres se presentaron ante él y le dijeron: «Juan el
Bautista nos ha mandado a ti para decirte: “¿Eres tú el que ha de
venir, o tenemos que esperar a otro?”».
En aquella hora Jesús curó a muchos de enfermedades,
achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista.
Y respondiendo, les dijo: «Id y anunciad a Juan lo que habéis
visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son
evangelizados. Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de
mí!».

s
PARA MEDITAR

1. La espera del Mesías y la esperanza.


2. El amor de Jesús es un amor con obras.
3. Las obras de misericordia en el día a día.
1. La espera del Mesías y la esperanza estaban muy vivas en
los tiempos de Jesús. Juan el Bautista envía a dos de sus
discípulos al Señor para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir,
o tenemos que esperar a otro?».
También hoy estamos a la espera de una gran esperanza.
Quizá pocos mundos tan agitados como el nuestro. En continua
expectativa de realidades maravillosas. Las conseguimos calmar
con noticias prodigiosas, alarmantes o simplemente divertidas.
Pero buscamos algo más, porque nuestras necesidades son reales:
enfermedades, malos espíritus, pobreza, muerte.
El hombre contemporáneo sufre especialmente de
individualismo y frialdad. Quizá en cierta medida, el desarrollo
tecnológico ha llevado al dominio de la organización sobre la
persona, a tratar a las personas como objetos de leyes,
estadísticas y sucesos. ¿No nos ha hecho un poco insensibles el
mundo de la e ciencia profesional? Los desahucios totalmente
legales, los datos sobre el paro, el pasar de largo sin mirar a los
mendigos porque tenemos mucho que hacer, las cifras diarias de
mortalidad consecuencia de la Covid, las calamidades naturales,
etc. El ver tanta miseria ha elevado nuestro umbral de tolerancia,
insensibilidad e indiferencia ante el sufrimiento ajeno.
Aunque ha pasado tiempo (1973), no deja de ser curioso el
experimento sobre el buen samaritano que hicieron en una
universidad americana. Simularon un sujeto apaleado y tirado en
el campus de la universidad, para ver quién se detenía a
socorrerle. Unos pasaban de largo, otros se paraban para ayudar.
¿Cuál era la variable común? Se paraban para ayudar los que no
tenían prisa, los que tenían prisa seguían su camino.
Debemos revisar nuestros estándares de tiempo y e cacia,
porque lo primero es la caridad. No importa tanto cuánto tiempo
vivimos, sino cómo lo vivimos. ¿Vivimos por y con amor cada
uno de los instantes de nuestra vida? Lo demás es perder el
tiempo, porque es no vivir. Vivir es vivir para los demás.
2. Recordemos que la pregunta es si Jesús es la esperanza, la
salvación que todos esperamos. Pues bien, su respuesta remite a
sus hechos y a sus palabras: «Id y anunciad a Juan lo que habéis
visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son
evangelizados».
Detrás de muchas búsquedas está la sed de in nito, el deseo
de la felicidad y con ello la necesidad de un cambio gracias a un
salvador. También el mundo antiguo, como el actual, estaba a la
espera del Mesías, del enviado.
Eso es lo que nos trae Jesús. El Salvador ya ha venido, tiene la
fuerza de sanar a todos y nos envía para anunciar esta verdad,
contando con nuestras vidas.
La fraternidad es un don: somos hermanos porque somos
hijos de Dios. Pero a la vez es una tarea. Todo don concedido al
hombre reclama ser asumido voluntariamente y plasmado en
obras. De ahí que la historia cristiana esté jalonada por el
anuncio de la fraternidad ganada por Cristo y por la exhortación
a vivirla real y concretamente.
Como se desprende de lo anterior, el amor cristiano no es
simple sentimiento, sino que implica a la persona en su totalidad.
Es amor con obras, comprometido, entrega que da la vida por la
otra persona: vivir para los demás. Como Jesús, porque «nadie
tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos»
(Jn 15, 13).
Ya lo dice la Escritura, precisamente hablando de que la fe
debe ir acompañada de obras: «¿De qué sirve, hermanos míos,
que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Acaso la fe podrá
salvarle? Si un hermano o una hermana están desnudos y
carecen del sustento cotidiano, y alguno de vosotros les dice: «Id
en paz, calentaos y saciaos», pero no le dais lo necesario para el
cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no va acompañada de
obras, está realmente muerta» (Santiago 2, 14-18).
Papa Francisco lo ha repetido en multitud de ocasiones: no
sirve de nada, no signi ca nada lamentarse o compadecer a los
necesitados, si no se les ayuda de verdad a solucionar sus
problemas. Y san Josemaría contaba una simpática anécdota
sobre unas señoras bienintencionadas que al compadecerse de un
niño pobre medio desnudo, en el invierno de la ciudad castellana,
exclamaron un «¿pero no tienes frío?», que mereció esta
respuesta: «¿tienen ustedes frío en la cara? Pues para mí todo es
cara».

3. Jesús nos señala las etapas de este camino o peregrinación


del amor: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no
seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os
dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán
en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la
medida que midáis» (Lc 6, 37-38).
Lo primero es, ante todo, no juzgar y no condenar. «¿Quién
soy yo para juzgar?». Es verdad. No somos quiénes para juzgar,
pero sí que debemos tratar de comprender, y comprender de
verdad. Con una mirada de misericordia que primero va al
corazón de las personas. Porque ahí hay algo insondable, que da
verdad a todo lo que hacemos. Esto signi ca en positivo saber
percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que
deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de
saberlo todo.
Pero Jesús pide también perdonar y dar. La comprensión nos
mueve a las obras, porque el amor humano es amor con obras.
La caridad, la misericordia cristiana no es solo un sentimiento de
cercanía, sino una fuerza de esperanza. Es preciso ayudar, y
ayudar de verdad en concreto con los medios a nuestro alcance.

É
En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él
da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a
cambio. Nosotros debemos realizar la experiencia de abrir el
corazón a cuantos viven en las periferias existenciales más
contradictorias, que crea el mundo moderno. ¡Cuántas
situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo
hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen
voz. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la
habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la
novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para
mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y
hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a
escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus
manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de
nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su
grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de
la indiferencia que suele reinar campante para esconder la
hipocresía y el egoísmo (Francisco, Misericordiae Vultus/El
Rostro de la Misericordia, n. 15).
El Papa Francisco ha puesto mucho énfasis en que meditemos
sobre las obras de misericordia. Expresamente ha pedido que
redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de
comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo,
acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos,
enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia
espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no
sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las
ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a
Dios por los vivos y por los difuntos (Francisco, Misericordiae
Vultus, nn. 15-16).
JUEVES 16 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 7, 24-30
Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús se puso a
hablar a la gente acerca de Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en
el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a
ver? ¿Un hombre vestido con lujo? Los que se visten
fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios.
Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que
profeta. Él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero
delante de ti para que prepare el camino ante ti”. Os digo que
entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan.
Aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que
él».
Al oírlo, toda la gente, incluso los publicanos, que habían
recibido el bautismo de Juan, bendijeron a Dios. Pero los fariseos
y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo,
frustraron el designio de Dios para con ellos.

s
PARA MEDITAR

1. La libertad y los planes de Dios.


2. ¿Qué es la libertad?
3. La alegría de vivir para los demás.
1. De nuevo, vemos el contraste entre Juan y los fariseos. Y es
Jesús quien lo pone de relieve. Juan acoge el querer de Dios y se
convierte en mensajero que prepara el camino del Señor. Los
fariseos y los maestros de la ley, conociendo lo mismo,
rechazaron el plan de Dios.
Nosotros hemos escuchado estas palabras. Y más o menos las
entendemos. Sabemos de qué van. La fe en Jesús y el amor de
Dios –y de tantas otras personas– no es algo ajeno a nuestras
vidas, sino que es una realidad pasada, presente y probablemente
futura, porque seguirá en el tiempo.
Si miramos nuestra vida, podemos a rmar que tenemos
mucho, porque hemos recibido mucho. No me re ero solo a las
cosas materiales que poseemos, sino principalmente a todos los
bienes espirituales: la amistad, la familia, la educación, la
oración, el descanso, el trabajo, la diversión, etc.
En el fondo hemos recibido todo lo que somos. Por eso
podemos a rmar con exactitud que la libertad, todo lo que está
en nuestras manos, es para entregarla: a Dios y a los demás.
Mejor dicho, nuestra vida consiste en que libremente, porque nos
da la gana, participemos con plenitud en los planes de Dios.
En una homilía sobre la libertad, san Josemaría se pregunta:
¿por qué Dios nos has dado este don precioso de la libertad?,
¿por qué somos libres? Y enseguida nos da la respuesta con la
Biblia: «para que podamos amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos».
La libertad es para entregarla a Dios. Y con el amor de Dios,
amar todas las cosas.

2. Para el cristiano la libertad está profundamente enraizada


en la verdad. En la verdad del hombre y en la verdad de Dios, ya
que la persona ha sido creada a imagen de Dios.
Como opina el Papa Benedicto XVI, la meta implícita de todas
las luchas de la modernidad por el «hombre nuevo» y por la
libertad es llegar a ser, en de nitiva, como un dios, pero un dios
que no depende de nada y de nadie y cuya propia libertad no está
restringida por la de otro ser.
Este es el núcleo teológico oculto del deseo radical de libertad
existente. Y también del error fundamental que está detrás de
ello. El deseo de ser totalmente libres así, sin la libertad
competitiva de otros, sin ninguna dependencia ni limitación, no
presupone una imagen de Dios, sino un ídolo.
El error fundamental de semejante deseo radicalizado de
libertad reside en la idea de una divinidad concebida como puro
egoísmo. El dios concebido de esta manera no es un Dios, sino
un ídolo. El verdadero Dios es Trinidad, por su propia naturaleza
enteramente un ser-para (Padre), un ser-a partir de (Hijo) y un
ser-con (Espíritu Santo).
Por su parte, el hombre es precisamente a imagen de Dios en
la medida en que ser «a partir de», ser «con» y ser «para»
constituyen el patrón fundamental de su existencia.
Cada persona es un «ser-a partir de» Dios que nos crea y nos
ha amado primero; a partir de mis padres, mi familia, mi esposo
o esposa, mis profesores, mis amigos, y todas las demás personas;
y del mundo que me rodea. Por eso la persona es un don, sobre
todo, don de Dios.
Cada persona es un «ser-con» Dios, los demás hombres y el
mundo. La existencia humana es siempre coexistencia. Mi vida
depende de las personas con las que vivo, de las cosas que hago,
de lo que disfruto.
Cada persona es un «ser-para» Dios, para los demás hombres
y el mundo. Los dos aspectos anteriores, ser-a partir de y ser-con,
implican que la persona debe vivir «para» los demás. Es decir,
hacerse a sí misma porque le da la gana «para» los demás. Ahí
está la libertad.
Debe aceptar el don que ha recibido –su propio ser– y
convertirse en ser-para los demás: Dios, los demás hombres y el
mundo. Esto explica que la persona se realiza en el don libre de sí
misma. Y que la vida es una tarea, una misión, un encargo
siempre en referencia a Dios y a los demás. La vida es respuesta a
una llamada de Dios y de los demás. La libertad es para
entregarla, para darla a Dios y a los demás. Porque necesitan de
nuestro amor libre.

3. Me he encontrado con esta anécdota. Ocurrió durante un


mes de voluntariado en las vacaciones de verano. Cuando
llegamos a Nairobi (Kenia) nos preguntábamos cómo nosotros,
inexpertos universitarios, podríamos ayudar en aquella África
sucia, polvorienta y calurosa. Quizá arreglando tejados..., pero no
teníamos experiencia en construcción. Quizá pintando un
colegio... pero no sabíamos de pintura. Lo que sí teníamos claro
era nuestra intención de darnos totalmente a los demás. Sin
embargo, recibiríamos mucho más de lo que logramos dar, a
través de un alojamiento para niños moribundos de las
Hermanas de la Caridad.
Todos entramos en aquella casucha, un tugurio sin muebles,
con poca luz. Contrastaban las hamacas llenas de niños enfermos
y lloriqueando con los limpísimos trajes talares blancos y azules
de las Hermanas de la Caridad, que rebosaban alegría. Yo me
quedé bloqueado, en mitad de la habitación. Nunca había visto
nada así. Mis compañeros universitarios se esparcieron por las
estancias, siguiendo a distintas monjas, que requerían su
asistencia.
Una hermana me preguntó en inglés: —¿Has venido a mirar o
quieres ayudar?
Sorprendido por tan directa pregunta y en estado de sopor,
balbuceé: —A ayudar...
—¿Ves a ese niño de allí, el del fondo que llora? Lloraba
desconsoladamente, pero sin fuerza.
—Sí, ese (le dije señalándolo).
—Bien: tómalo con cuidado y tráelo. Lo bautizamos ayer. Lo
noté con una ebre altísima. El niño tendría un par de años. —
Ahora tómalo y dale todo el amor que puedas...
—¿Lo que? No entiendo... —me excusé.
—Que le des todo el cariño de que seas capaz, a tu manera...
Y me dejó con el niño. Le canté, lo besé, lo arrullé... dejó de
llorar, me sonrió, se durmió...
Al cabo de un rato busqué llorando a la hermana: —Hermana:
no respira...
La monja certi có su muerte: —Ha muerto en tus brazos... Y
tú le has adelantado quince minutos con tu cariño el amor que
Dios le va a dar por toda la eternidad.
Entonces entendí tantas cosas: el cielo, el amor de mis padres,
el amor de Jesús, los detalles de afecto de mis amigos...: mi viaje
a Kenia supuso un antes y un después en mi vida. Ahora sé que
todos tenemos «kenias» a nuestro alrededor para dar amor cada
día.
Tú y yo, ¿qué haríamos?, ¿qué hacemos?
Las re exiones sobre la libertad, las verdades que nos enseña
Jesús sobre la vida como un vivir para Dios y para los demás, no
son simples especulaciones. Son verdades que guían nuestra
existencia. Tú, ¿qué haces, qué estás haciendo con tu libertad y tu
vida?
Seguro que en la misma situación, no creo que tú dejaras a
ese niño solo diciendo: «es que no sé cómo hacerlo»; «es que mi
inglés es muy ojo».
Tampoco me puedo creer que no te des cuenta de que ese
niño, en el fondo, es el mundo en el que nos ha tocado vivir.
Que ese niño, a n de cuentas, es Jesús Niño en la Eucaristía.
Como ese niño hay tantas personas a tu alrededor. Y habrá
más a lo largo de tu vida. El mundo está enfermo por la falta de
amor de Dios. Solo eso explica la violencia, la injusticia, el
egoísmo, la soledad, etc.
Podemos mejorar nuestra sociedad, un mundo que parece se
aleja al galope de Dios y se muere. Y ¿quién lo va a hacer? Una
vez más, también hoy, la esperanza está en Jesús y en sus
discípulos.
¿No quieres ser tú el que participe en esta maravillosa misión
en esta hora de la historia? ¿Estás conmigo en que vale la pena
vivir la vida así? En que es un gran ideal por el que vale la pena
vivir. Devolver el amor de Dios que viene al mundo con Jesús y
ayudar a que el mundo acoja de nuevo ese nacimiento de Dios en
el propio corazón.
Quizá este tiempo es bueno para recuperar la alegría de darse,
la alegría de renunciar a cosas buenas por cosas mejores, la
satisfacción de darle toda la vida a Dios y a los demás, el orgullo
de ofrecer lo mejor que se tiene, un hijo o una hija, o la propia
vida, para servir a Dios y a la Iglesia.
Cuántos sacri cios nos hemos acostumbrado a realizar por la
salud, por el miedo al contagio, o por el dinero, una posición
social, una carrera profesional. ¡Nada comparable a una vida de
servicio por amor a Dios, a la Iglesia y a cada persona! ¡Cuánta
gente buena, santa, libre, llena de fe en Dios y con un corazón
grande para amar! Y eso es lo único que se necesita. Tú mismo,
tú misma. Por eso, ¿qué haces tú?
VIERNES 17 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 1, 1-17
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus
hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zara, Farés a
Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón,
Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz
engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el
rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a
Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a
Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a
Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós
a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el
destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendro a
Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a
Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a
Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob
engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús,
llamado Cristo.
Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total
catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y
desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce.
s
PARA MEDITAR

1. La vocación: Dios ha entrado en nuestra vida y cuenta con


nosotros.
2. Los problemas de las personas necesitan soluciones personales,
no técnicas.
3. Cada caminante siga su camino.
1. Hoy día 17 comenzamos las ferias que preparan más
directamente la Navidad. La Iglesia proclama esta antífona: «¡Oh,
Sabiduría del Altísimo, que lo ordenas todo con rmeza y
suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la prudencia!».
El camino hacia Jesús, y a partir de Jesús, se con gura con su
genealogía: «Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abrahán». Como todo hombre, tiene sus antepasados. La historia
tiene sus pasos y sus leyes. Y Dios se sirve de ello, porque es el
Señor de la historia.
El relato de Mateo sitúa a Jesús en relación al pueblo de
Israel, por eso comienza en Abrahán, se ja en David y acaba con
José. Pero entre ellos aparecen toda una serie numerada de
personajes, hombres y mujeres, que han hecho posibles los
planes de Dios. Quizá sin ni siquiera ser conscientes de ello.
Pues bien, Dios también cuenta con nosotros. Con nuestra
vida, tal como es. Con la vida de cada uno de nosotros, porque
Dios nos conoce a todos. Nadie está fuera de los planes de Dios,
de la salvación de Dios, del amor de Dios.
Jesús Niño pone de relieve esta verdad trascendental: Dios ha
entrado en nuestra vida y cuenta con nosotros. ¿Qué quieres de
mí, Jesús?

2. Si estamos atentos a las noticias de la prensa y a los datos


que nos proporcionan algunos estudios, podemos observar
algunos números un poco alarmantes. Por ejemplo, cómo va
subiendo la edad media de los sacerdotes en España (Tú, si eres
un varón joven, ¿has pensado alguna vez seriamente ser
sacerdote? Rézalo, pide consejo, y si ningún obstáculo te lo
impide, ¡ánimo!, que vale la pena).
O en algunos sitios la escasez de religiosas. Le contaba una
monja superbuena a un amigo mío sacerdote: Tenemos campos
de trabajo en verano. Viene mucha gente joven. Es una maravilla.
Trabajan mucho y bien, se desviven por las personas, rezan.
Están felices y dan alegría a los demás. Pero esto no sale adelante
solo con veranos o tiempo libre. Y cuando se lo planteamos, se
asustan y no responden.
O la disminución de los matrimonios en nuestro país,
especialmente de las bodas en la Iglesia.
Algo pasa, porque esto no es normal. Lo natural es querer dar
vida, y dar vida a los demás entregando la propia vida. Sin
miedos. Sin cálculos. Con amor. Con esperanza. Con inteligencia
cristiana.
Quizá es que no sabemos explicar lo que es la vocación
cristiana; o que no sabemos transmitir la locura del amor de
Dios; o que los jóvenes se han hecho viejos porque tienen
demasiadas cosas; y los viejos han perdido la juventud que da el
amor, cuando estrena cada día la delidad de la entrega.
A veces parece que tenemos la cabeza muy grande, pero el
corazón muy pequeño. Quizá este es el problema. La cabeza llena
de ideas, de formación, de teorías sobre lo que hay que hacer y
sobre cómo habría que hacerlo. Incluso teorías acertadas. Pero a
la hora de ponerlo en práctica, no nos movemos. Y pensamos que
con soluciones técnicas ya está.
Pero las soluciones técnicas sirven para las cosas técnicas.
Para los problemas de la sociedad, de las personas, se necesitan
soluciones personales, se necesitan personas.
Hace falta cabeza con fe y corazón con amor de Dios. Porque
las cosas grandes se hacen con el corazón, que es mucho más que
los sentimientos. Dice san Agustín: «si quieres conocer a una
persona de verdad, no le preguntes lo que piensa, sino lo que
ama». Tú, ¿qué cosas quieres de verdad?, ¿por qué estás dispuesto
a dejarte la vida? ¿Qué vas a hacer con tu vida?, ¿quieres que
Dios cuente contigo, o quieres simplemente tú contar con Dios
para lo que te parece?
Estos días son muy buenos para que pienses/reces con Dios y
con la Virgen cuál es la misión de tu vida, qué encargo has
recibido desde que Dios pensó en crearte como eres, para que lo
realizaras durante tus años en la tierra.
¡Todos! Porque Dios llama a todos y cuenta con todos. ¡Si
todos nosotros nos pusiéramos las pilas! Cómo cambiaría el
panorama: tu familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo, tus
vecinos, el mundo entero.
Lógicamente algunos ya hemos descubierto lo que Dios quiere
de nosotros, y ahora queda redescubrirlo, porque la vocación se
vive cada día. Pero otros todavía estáis tanteando. La vida se va
abriendo en todos los aspectos. Por eso es importante descubrir
el proyecto de vuestra vida y poner las bases desde ya.
Mete a Dios en tu equipo. No diseñes solo tú, poniendo un
espacio habitable para Dios. Deja que Dios haga los planes
contigo. No escribas el libro de tu vida, dedicándole a Dios un
capítulo o unos párrafos. Deja que sea Dios el que escriba, pero
con la pluma y la tinta que eres tú, que es tu vida.

3. Cada caminante siga su camino. Dios cuenta con todos. La


vida de Jesús es posible gracias a todos sus familiares. Este es el
sentido teológico de su genealogía. Dios llama a todos. Esto de la
vocación no es algo elitista, es para todos.
Partiendo de esta verdad, os voy a proponer algunas ideas que
me parecen esenciales para que recemos en la oración sobre los
planes de Dios con cada uno.
La vocación cristiana es una vocación en la Iglesia. Esta es la
primera idea: la vocación cristiana es una cosa de cada uno, de
Dios y de la Iglesia.
Jesús para llegar a nosotros ha querido fundar la Iglesia; Dios
para darnos su vida ha elegido un pueblo –la Iglesia– y se nos da
a conocer a través de la Iglesia. A la vez, cuando encontramos a
Dios a través de la Iglesia, la vocación cristiana supone amar la
Iglesia y hacer la Iglesia.
La segunda idea es que hay varios caminos en la Iglesia, pero
no son tantos. Elige el tuyo. La vocación es personal: cada uno y
cada vida; y hay que edi car la Iglesia. En ella encontramos tres
modelos básicos o paradigmáticos de la vocación: la vida
sacerdotal, la vida religiosa/consagrada y la vida secular en medio
del mundo: en el matrimonio y en el celibato.
Hay muchas parroquias, instituciones y movimientos
queridos por Dios. Ver cuál me ayuda a mí y dónde puedo ayudar
más. La entrega es total para todos. El cristianismo es radical. No
en el sentido de fundamentalista. Sino en el sentido de que el
amor es verdadero, la libertad es auténtica, la alegría tiene sus
raíces en forma de cruz/de entrega. Y la libertad, la vida es para
entregarla a Dios.
Hace 21 años le preguntaba a un amigo: —«Oye, ¿tú me ves
con pinta de cura?». —«Yo no». —«Pues la verdad es que yo
tampoco me veo». Ahora si os preguntara: «¿me veis con pinta de
cura?», no habría ninguna duda, sí habría asombro: «Pero,
¿cómo? ¿Tú no eres cura de toda la vida? No me lo creo». La
primera vez que me puse un alzacuello fue cuando comprendí
que esto iba en serio.
¿Cómo saber mi camino? Dios nos habla con la vida: cómo
nos ha hecho, dónde estamos, qué personas nos rodean y qué
problemas se dirimen a nuestro alrededor. Pero la vocación es
llamada y respuesta: siempre es un acto de libertad personal. Si
puedes, adelante. Si no tienes ningún impedimento, ¡adelante!
No esperes nominaciones, que venga la tele, o te elijan en
Internet, o te digan desde los altavoces: «por favor, el de rojo». Si
no hay ningún obstáculo, si crees que puedes hacerlo con la
ayuda de Dios, si tienes personas a tu alrededor que confían en ti.
¡Adelante!, Dios nunca te va a dejar. Necesitas fe, amor de Dios,
pureza de corazón.
¡Qué maravilla que Dios, que Jesús quiera contar contigo!
Dale todo lo que puedas. Si es lo lógico. ¡Qué absurdo regatear
con Dios! Como si estuviéramos comprando algo en el top manta.
Es una gran cosa negociar con todos los talentos que hemos
recibido para vivir nuestra vida. Es gozoso poder ofrecer a Jesús
nuestros panes y peces para que haga el milagro de llenar la vida
de los que nos rodean. Jesús cuenta contigo y necesita de lo
nuestro. Con nuestras vidas Cristo da de comer al mundo
hambriento de Dios.
Esto es la eucaristía. Hoy podemos ofrecerle toda nuestra vida
a Dios. Cuando, en la consagración, Jesús repita esas palabras:
esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros, esta es mi sangre
derramada por vosotros y por muchos; que cada uno le digamos:
¡Señor, aquí tienes mi corazón y mi vida entera para ti y para
todos los hombres!
SÁBADO 18 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Mateo 1, 18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir
juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu
Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió
repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta
resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le
dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer,
porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará
a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará
a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el
Señor por medio del profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a
luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que signi ca
“Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el
ángel del Señor y acogió a su mujer.

s
PARA MEDITAR

1. La gura de José: los sueños de Dios.


2. El servicio.
3. La delidad.
1. La gura de José nos ilustra sobre cómo se cumplen en la
historia los planes de Dios. El evangelio muestra cómo san José
se vio desbordado por los acontecimientos, y sin embargo actúa
lleno de serenidad y de con anza. Ante el estado de embarazo de
su prometida, a la que ama con ternura, surge la perplejidad, una
cierta duda, pero también una decisión valiente: acoger
externamente a María y repudiarla en secreto.
Pronto pasará de la duda a la con anza, porque en el fondo
nunca ha dudado ni de María ni de Dios. En determinadas
situaciones podemos desconocer cómo actuar. Incluso considerar
que no tenemos fuerzas su cientes para afrontar esas
circunstancias. Si con amos en Dios, seremos capaces de todo.
José, gracias a la oración, incluso en sus sueños, conoce los
planes de Dios. Y se adecua a ellos. Y entonces los designios de
Dios se mani estan impresionantes: ¡jamás podemos llegar a
imaginarlos! José signi ca «Dios añade». A su vida se une la vida
de María y la vida de Jesús.
Por eso, el santo patriarca es patrón de las vocaciones y nos
ayuda a vivir nuestra propia vocación, tanto en el matrimonio
como en el celibato. «Dios ve el corazón y en san José reconoció
un corazón de padre, capaz de dar y generar vida en lo cotidiano.
Las vocaciones tienden a esto: a generar y regenerar la vida cada
día. El Señor quiere forjar corazones de padres, corazones de
madres; corazones abiertos, capaces de grandes impulsos,
generosos en la entrega, compasivos en el consuelo de la angustia
y rmes en el fortalecimiento de la esperanza».
Vamos a meditar en la gura de san José con unas palabras
del Papa Francisco, precisamente en su Mensaje por las
vocaciones de 2021. Con tres términos: soñar, servicio y delidad.
SOÑAR.
A Dios no le gusta revelarse de forma espectacular, forzando
nuestra libertad. Él nos da a conocer sus planes con suavidad, no
nos deslumbra con visiones impactantes, sino que se dirige a
nuestra interioridad delicadamente, acercándose íntimamente a
nosotros y hablándonos por medio de nuestros pensamientos y
sentimientos. Y así, como hizo con san José, nos propone metas
altas y sorprendentes.
Los sueños condujeron a José a aventuras que nunca habría
imaginado. El primero desestabilizó su noviazgo, pero lo
convirtió en padre del Mesías; el segundo lo hizo huir a Egipto,
pero salvó la vida de su familia; el tercero anunciaba el regreso a
su patria y el cuarto le hizo cambiar nuevamente sus planes
llevándolo a Nazaret, el mismo lugar donde Jesús iba a comenzar
la proclamación del Reino de Dios.
En todas estas vicisitudes, la valentía de seguir la voluntad de
Dios resultó victoriosa.
Así pasa en la vocación: la llamada divina siempre impulsa a
salir, a entregarse, a ir más allá. No hay fe sin riesgo. Solo
abandonándose con adamente a la gracia, dejando de lado los
propios planes y comodidades se dice verdaderamente «sí» a
Dios. Y cada «sí» da frutos, porque se adhiere a un plan más
grande, del que solo vislumbramos detalles, pero que el Artista
divino conoce y lleva adelante, para hacer de cada vida una obra
maestra. En este sentido, san José representa un icono ejemplar
de la acogida de los proyectos de Dios. Pero su acogida es activa,
nunca renuncia ni se rinde, «no es un hombre que se resigna
pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte» (Patris
corde/Corazón de Padre, n. 4).
Podemos pedirle que nos ayude a todos, especialmente a los
jóvenes, a realizar los sueños que Dios tiene para nosotros. Y que
inspire la iniciativa valiente para decir «sí» al Señor, que siempre
sorprende y nunca decepciona.
2. SERVICIO. Para san José el servicio, expresión concreta del
don de sí mismo, no fue solo un ideal elevado, sino que se
convirtió en regla de vida cotidiana.
Él se esforzó por encontrar y adaptar un lugar para que
naciera Jesús, hizo lo posible por defenderlo de la furia de
Herodes organizando un viaje repentino a Egipto, se apresuró a
regresar a Jerusalén para buscar a Jesús cuando se había perdido
y mantuvo a su familia con el fruto de su trabajo, incluso en
tierra extranjera. En de nitiva, se adaptó a las diversas
circunstancias con la actitud de quien no se desanima si la vida
no va como él quiere, con la disponibilidad de quien vive para
servir. Con este espíritu, José emprendió los numerosos y a
menudo inesperados viajes de su vida: de Nazaret a Belén para el
censo, después a Egipto y de nuevo a Nazaret, y cada año a
Jerusalén, con buena disposición para enfrentarse en cada
ocasión a situaciones nuevas, sin quejarse de lo que ocurría,
dispuesto a echar una mano para arreglar las cosas.
José fue la mano tendida del Padre celestial hacia su Hijo en
la tierra. Por eso, es un modelo para todas las vocaciones, que
están llamadas a ser las manos diligentes del Padre para sus hijos
e hijas.
Si san José es el custodio de Jesús y de la Iglesia, también es
custodio de las vocaciones. Su atención en la vigilancia procede,
en efecto, de su disponibilidad para servir. «Se levantó, tomó de
noche al niño y a su madre» (Mt 2, 14), dice el Evangelio,
señalando su premura y dedicación a la familia. No perdió
tiempo en analizar lo que no funcionaba bien, para no quitárselo
a quien tenía a su cargo. Este cuidado atento y solícito es el signo
de una vocación realizada, es el testimonio de una vida tocada
por el amor de Dios.
También nosotros. ¡Qué hermoso ejemplo de vida cristiana
damos cuando no perseguimos obstinadamente nuestras propias
ambiciones y no nos dejamos paralizar por nuestras nostalgias,
sino que nos ocupamos de lo que el Señor nos confía por medio
de la Iglesia! Así, Dios derrama sobre nosotros su Espíritu, su
creatividad; y hace maravillas, como en José.

3. FIDELIDAD. José es el «hombre justo» (Mt 1, 19), que en el


silencio laborioso de cada día persevera en su adhesión a Dios y a
sus planes. En un momento especialmente difícil se pone a
«considerar todas las cosas» (v. 20). Medita, re exiona, no se deja
dominar por la prisa, no cede a la tentación de tomar decisiones
precipitadas, no sigue sus instintos y no vive sin perspectivas.
Cultiva todo con paciencia. Sabe que la existencia se construye
solo con la continua adhesión a las grandes opciones. Esto
corresponde a la laboriosidad serena y constante con la que
desempeñó el humilde o cio de carpintero (Mt 13, 55), por el que
no inspiró las crónicas de la época, sino la vida cotidiana de todo
padre, de todo trabajador y de todo cristiano a lo largo de los
siglos. Porque la vocación, como la vida, solo madura por medio
de la delidad de cada día.
¿Cómo se alimenta esta delidad? A la luz de la delidad de
Dios.
Las primeras palabras que san José escuchó en sueños fueron
una invitación a no tener miedo, porque Dios es el a sus
promesas: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1, 20). No temas:
son las palabras que el Señor te dirige también a ti, cuando, aun
en medio de incertidumbres y vacilaciones, sientes que ya no
puedes postergar el deseo de entregarle tu vida. Son las palabras
que te repite cuando, allí donde te encuentres, quizá en medio de
pruebas e incomprensiones, luchas cada día por cumplir su
voluntad. Son las palabras que redescubres cuando, a lo largo del
camino de la llamada, vuelves a tu primer amor. Son las palabras
que, como un estribillo, acompañan a quien dice sí a Dios con su
vida como san José, en la delidad de cada día.
Esta delidad es el secreto de la alegría. En la casa de Nazaret,
dice un himno litúrgico, había «una alegría límpida». Era la
alegría cotidiana y transparente de la sencillez, la alegría que
siente quien custodia lo que es importante: la cercanía el a Dios
y al prójimo.
Su vida y las decisiones que tuvo que tomar no fueron
sencillas. En los relatos evangélicos de la infancia de Jesús no
deja de haber tribulaciones. Pero qué fácil es llevar y afrontar lo
más difícil con personas que queremos y que nos quieren. ¡Qué
fuerza contar unos con otros, apoyarnos unos en otros! Y sobre
todo, si Dios es uno de ellos.
Jesús. María. José. La vocación cristiana consiste en meterles
en nuestra vida; y así la atmósfera sencilla y radiante, sobria y
esperanzadora, impregnará nuestras casas.
DOMINGO 19 DE DICIEMBRE
CUARTA SEMANA DE ADVIENTO

EVANGELIO
Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la
montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó
a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en
su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en
mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho
el Señor se cumplirá».

s
PARA MEDITAR

1. La fe de María es su amor: lo especí co del amor cristiano.


2. Cada hombre es querido por el mismo Dios, soy yo quien debo
hacerme prójimo.
3. Amar a Dios para poder amar así al prójimo. Y al revés.
1. En este cuarto domingo de Adviento, tan pegados al día de
Navidad, la liturgia de la Iglesia se acerca a Jesús a través de la
gura de María. Y a voz en grito, con Isabel, exclamamos:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!».
El asombro y la gratitud de Isabel, y de cada uno de nosotros,
se desbordan: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor?». Efectivamente, quiénes somos cada uno de nosotros
para que nos visiten y se queden en nuestra vida no solo María,
sino también su hijo Jesús.
De ahí surge el elogio de la fe: dichosa eres, María, por tu fe,
porque has creído y todo eso que has creído y que nos muestras
se cumplirá. Si lo pensamos despacio, la fe de María es su amor.
Realmente ella sabe que es amar a los demás, a su prima Isabel y
a nosotros. Y por eso sabe que amar es llevar a Dios con ella.
Claro, esto solo es posible desde la unión profunda personal con
Jesús. A partir de mi unión con Dios, puedo llevar realmente a
Jesús, a Dios, a los demás. Esto es lo especí co del amor
cristiano.
En estas páginas hemos hablado mucho de amor. Es una
realidad buena: todos reconocemos el tiempo de Navidad como
tiempo de quererse, especialmente en la familia, pero también los
amigos, incluso los compañeros de trabajo, las personas más
necesitadas, etc. Además hoy día casi siempre se habla de amor, y
es paradójico porque cuanto más hablamos, parece que más falta
hace y que hay menos amor.
De ahí que sea muy legítima la pregunta: en el fondo, ¿qué es
el amor? Y más en concreto, ¿qué tiene de especí co el amor
cristiano que predica Jesucristo?, ¿qué aporta el cristianismo al
tema del amor?
Tenemos muy claro que la ley de Dios se resume en los dos
grandes preceptos del amor: amarás al Señor tu Dios sobre todas
las cosas y amarás al prójimo como a ti mismo. Es necesario
señalar que Jesús no simplemente yuxtapone estos preceptos,
sino que los une inseparablemente. Con este pequeño giro,
cambia radicalmente el alcance del mensaje. El amor cristiano o
caridad es el mismo amor de Dios que se dirige hacia Dios, el
prójimo o uno mismo. De ahí que el amor al prójimo implica por
su propia naturaleza el amor a Dios, y el crecimiento en el amor
al prójimo está intrínsecamente unido al crecimiento en el amor
a Dios porque son el mismo amor.
Las palabras de la revelación no dejan lugar a dudas. «En
verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos
más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). «Queridísimos:
amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios, y todo
el que ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios (...). En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima propiciatoria
por nuestros pecados. Queridísimos: si Dios nos ha amado así,
también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4, 7.10-
11).

2. Cada hombre es un ser querido por el mismo Dios, creado


por Dios y amado por Dios. Digno del amor de Dios, y por tanto,
digno del amor de cualquier persona. Por supuesto, digno de mi
amor. De ahí que el punto central sea mi cambio personal: soy yo
quien debe hacerse prójimo de los demás. Pero ¿cómo es posible
esta transformación interior?
Solo la unidad del amor al prójimo con el amor a Dios hace
posible el amor enunciado por Jesús (Benedicto XVI, Deus caritas
est, nn. 17-18). Este amor consiste justamente en que, en Dios y
con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni
siquiera conozco, porque el prójimo es cualquier persona. Esto
solo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios,
encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad y que
implica a toda la persona, también el sentimiento.
Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya solo con
mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo.
Su amigo es mi amigo. Y más allá de la apariencia exterior del
otro, descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de
atención. Esto es lo que descubro en la otra persona: algo que
sobre todo ve Dios, y el que sabe amar. La necesidad vital de ser
amado: preguntado por su ser, valorado como es, querido por
ello. Solo desde el acto creador comprendo la grandeza de la
persona humana. Está ahí para siempre y es valiosa. Y en ella me
puedo ver yo mismo.
Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más
que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor
que necesita. No se trata solo de querer a cualquiera. Sino de
quererlo como se merece. Y si se merece el amor de Dios, con el
amor de Dios. Por tanto, yo solo soy capaz de quererlo como se
merece, si consigo el amor de Dios y le amo con ese amor de
Dios. Esto es la vida cristiana, la caridad cristiana. Amar con el
corazón de Cristo, con el amor de Dios derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

3. En esto se mani esta la imprescindible interacción entre


amor a Dios y amor al prójimo.
Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré
ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir
reconocer en él la imagen divina. Necesito ver a Dios en el otro,
ver lo divino en el otro. Solo eso hace que se ponga en
funcionamiento lo misterioso y divino del amor en mí. Si no, en
el pobre veré el pobre, en el enfermo el enfermo, en el otro el
otro; que nada me dice, que a nada me mueve, porque no soy
capaz de superar la poquedad para mí de su pobreza, de su
enfermedad, de su alteridad.
Aunque esto discurre en las dos direcciones. Por eso, si en mi
vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser solo
«piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita
también la relación con Dios. Será únicamente una relación
«correcta», pero sin amor. Solo mi disponibilidad para ayudar al
prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante
Dios. Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace
por mí y a lo mucho que me ama.
Nadie como María nos enseña estas lecciones. Está tan unida
a Dios, que sabe de las necesidades de su prima Isabel. Y va de
prisa a ponerle remedio, a ayudarla en lo que haga falta. Pero
¿qué es lo mejor que puede darle a su prima? Llevarle a Dios,
llevarle a Jesús mismo. Y puede hacerlo, porque lo tiene dentro
de Ella.
También los santos han adquirido su capacidad de amar al
prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con
el Señor eucarístico. Y, viceversa, este encuentro ha adquirido
realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás.
Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único
mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que
nos ha amado primero. Así pues, no se trata ya de un
«mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de
una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por
su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros.
El amor crece a través del amor. El amor es «divino» porque
proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso
uni cador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras
divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al nal
Dios sea «todo para todos» (Benedicto XVI, Deus caritas est, n.
18).
Esto es lo propio del amor cristiano:

Cada uno de nosotros debe cambiar la mirada y el corazón,


porque soy yo quien debe hacerse prójimo, cercano, amigo
de cualquier persona.
Y este cambio consiste precisamente en ver a Dios en cada
prójimo-ser humano, es decir, ver que el prójimo se merece
ese trato porque es un ser valioso, abierto a la mirada de
amor de todo un Dios.
Esto solo puedo hacerlo desde mi unión con Jesús, y así me
descubro como discípulo de Cristo, como Jesús que pasa
haciendo el bien.
LUNES 20 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 1, 26-38
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una
ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María.
Él ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba
qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque
has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David,
su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino
no tendrá n».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco
varón?».
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo
que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente
Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la
que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra».
Y el ángel se retiró.

s
PARA MEDITAR

1. La oración y el recogimiento.
2. Nuestras necesidades son divinas.
3. La con anza de un hijo en su padre.
1. El evangelio nos lleva hoy a contemplar el hecho más
asombroso y relevante de la historia de los hombres: la
encarnación del Hijo de Dios en el seno de María. La promesa del
Mesías, tan esperada como necesaria, nalmente se cumple:
«Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá n».
Es curioso, verdad, que precisamente este hecho de
trascendencia histórica, mundial, universal, se realice en la
quietud de una pequeña habitación, con la intimidad de un
diálogo de oración. Realmente es muy signi cativo: lo importante
de nuestra vida, lo que dura para siempre, eternamente, no es lo
aparatoso, ni aparente, ni apretujado.
María nos enseña la calma, la delicadeza y la valentía para
proceder en los momentos clave de nuestra vida. Para eso
necesitamos hacer oración en silencio, con recogimiento exterior
y sobre todo interior.
La vida cristiana es una vida de relación con Dios Padre, Hijo-
Jesús y Espíritu Santo. Pero una relación personal: de uno a uno,
de amor, de amistad. Y de ahí viene todo. El fundamento de la
vida cristiana, de todo lo que estamos hablando: conversión, fe,
amor, esperanza, compromiso, apostolado, fecundidad..., es
nuestra relación con Dios. Por eso viene Dios en persona, Jesús, a
vivir con nosotros, dentro de nosotros. La relación con Dios, el
diálogo amoroso con Dios, no es como un detalle nal –de
adorno– para nuestra vida, después de todos los mandamientos y
todas las cosas que debemos hacer como cristianos. Los
cimientos de la vida cristiana están arriba, en el cielo. Como en el
hombre: la clave es la cabeza y no los pies.
El amor y la unión con una persona transforman nuestra vida.
Mucho más si ese amor y esa unión se re eren a Dios. Pero para
estar unidos a Dios necesitamos tiempo de oración: tiempo de
diálogo sereno, sincero y profundo con Jesús, tiempo de tú a Tú
con Dios, de amor con todas las letras.

2. «Yo es que a Dios no lo veo... Es como demasiado


abstracto». Si miramos a María y escuchamos a todos los santos,
nos damos cuenta de que Dios es lo más real. Y el diálogo con
Dios, totalmente necesario.
¿Cuál es la clave de la oración? ¿Cómo hacer oración de
verdad? Quizá la clave de la oración sea buscarse a uno mismo y
buscar a Dios desde nuestra indigencia. A veces pensamos que lo
tenemos todo, la vida resuelta y que Dios no es necesario. Pero en
cuanto nos bajamos del carro, del ritmo frenético que nos pone la
vida, cuando dejamos lo urgente y pensamos de verdad en lo
importante, entonces queda clara nuestra necesidad e indigencia,
y el poder y el amor de Dios.
En el evangelio, tantas personas se acercan a Jesús y se
acercan como necesitados. Los ciegos: queremos ver; los
paralíticos: queremos andar; las madres preocupadas por sus
hijos; los señores por sus siervos enfermos; los leprosos que
quieren quedar limpios, etc. La oración es buscar a Dios así.
Buscar a Dios porque sin Ti no soy nada, no puedo nada.
Me acuerdo de una clase de formación para futuros curas. Un
sacerdote experimentado nos contaba: esta mañana he estado en
un hospital para niños. En la capilla me he encontrado una
señora. Se veía que rezaba muy intensamente. Cuando me iba, mi
mirada se ha cruzado con la suya y me ha dicho: «¿por qué mi
hija pequeña se muere?». Yo no sabía qué decirle. Pero me he
puesto a su lado y he llorado con ella.
Para hacer oración es necesario darnos cuenta de esta
necesidad, de esta indigencia personal. Estar como esa madre,
como los ciegos que quieren ver. ¿No somos ciegos, y tullidos, y
sordos, para lo importante?
También María se recoge en oración y descubre lo importante
de su vida: su vocación, los planes de Dios con Ella para ser la
madre de Jesús. Y, además, pregunta: «¿Cómo será eso, pues no
conozco varón?».
La oración es preguntarse de verdad. Hacia dentro de
nosotros mismos, no hacia la galería. Por eso es necesario el
recogimiento. Sabiendo que Dios está con nosotros y dentro de
nosotros. Preguntarse:
—Yo, ¿tengo todo lo que deseo?, ¿tengo todo lo que quiero? O
me falta lo importante: el amor, la pureza, la entrega, etc.
—Yo, ¿deseo lo que tengo?, ¿quiero lo que tengo? Mi imagen,
el éxito profesional, estos zapatos.
Y luego, hay que seguir: —¿Cómo desear lo que vale la pena
desear y no lo falso? ¿Cómo tener de verdad lo que quiero tener y
no lo falso?
Solo Dios puede darme eso, solo Jesucristo puede salvarme.
Puede darme a Dios, puede explicarme quién soy yo y puede
alcanzar que viva como soy. Eso es que Jesús es el único
Salvador.
Os dais cuenta de que esto no es un ejercicio raro. Esto es
buscar la verdad de la vida y amarla. Pero las verdades
importantes, no lo super uo.

3. Lógicamente, este diálogo solo es posible desde la


con anza. Con anza en nosotros mismos, para pensar y rezar en
las necesidades, deseos y amores verdaderos de nuestra vida. Sin
miedo a la verdad.
Y con anza en Dios. Porque sabemos que siempre está
presente y que nos ama con locura, como un Padre, hasta dar la
vida por nosotros.
Me han contado el rito secreto de una tribu india para el paso
de la infancia a la madurez. Cuando el niño empieza su
adolescencia, su padre lo lleva al bosque, le venda los ojos y se va,
dejándolo solo. El chaval tiene la obligación de sentarse en un
tronco toda la noche y no puede quitarse la venda hasta que los
rayos del sol brillen de nuevo en la mañana. No puede pedir
auxilio a nadie. Una vez que sobrevive esa noche, ya es un
hombre.
El niño está naturalmente aterrorizado. Oye toda clase de
ruidos... Bestias salvajes que rondan a su alrededor, lobos que
aúllan. Quizá algún humano que puede hacerle daño. Escucha el
soplo del viento y el crujir de la hierba sentado en el tronco, sin
quitarse la venda. Solo así llegará a ser un hombre.
Después de esa horrible noche, aparece el sol y el niño se
quita la venda... Entonces descubre a su padre sentado junto a él.
Su padre no se ha ido, ha velado toda la noche en silencio,
sentado en un tronco para proteger a su hijo del peligro, sin que
él se dé cuenta.
Podemos pensar que este rito nos muestra la importancia de
la valentía y la superación del miedo de uno mismo. Pero la clave
no es esa. La clave es la con anza en los demás. Sobre todo, la
con anza en Dios que nunca nos deja. Solo podemos dejarle
nosotros, como el hijo pródigo.
Confía en Dios. Como María, maestra de oración. Piensa en su
conversación con Jesús. Con el Niño en sus entrañas, durante la
espera gozosa hasta el nacimiento, habla de las cosas de su vida y
de Dios en relación a Ella. Desde la intimidad del corazón. Esto
es la oración.
También nosotros podemos vivir así, recogidos en la última
estancia de nuestro castillo interior, en el fondo o centro del
alma, donde habitamos Dios y nosotros. Eso es hacer oración.
Buscar a Dios, pero no como algo más de mi agenda, un
amigo que hace mucho que no veo y que tengo que llamar
porque, si no, voy a quedar mal; porque es su cumpleaños;
porque le ha pasado algo; porque tengo que pedirle algo.
Buscar, encontrar, amar a Dios en todo momento y
circunstancia porque Dios está siempre contigo.
Y de ese fondo, donde yace el manantial de fuentes de agua
viva, sacar el agua limpia, pura, para regar el mundo entero y los
corazones de las personas que nos rodean y nuestra vida. Esto es
la vida cristiana.
Una vez que Jesús está en los cielos, dios en la tierra eres tú.
El amor de Dios en la tierra pasa por tu corazón, por tus labios,
por tus manos, por tus obras. Tú eres otro Cristo, el mismo
Cristo. Tú eres Cristo que pasa. Pero tú eres tú: o te decides o
dices que sí o te dejas llevar por el Espíritu Santo o no hay nada
que hacer. Como María, también nosotros, en la oración, seremos
capaces de decir: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra», y después lo cumpliremos en la vida.
MARTES 21 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de
prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó
la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y,
levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos,
la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que
ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

s
PARA MEDITAR

1. La delicadeza de la humildad: María en las manos de Dios.


2. La importancia del asombro.
3. El don de ser el agrado de Dios.
1. En aquellos días, «María se levantó y se puso en camino de
prisa» hacia la casa de Isabel para ayudar a su prima.
La Virgen empieza a vivir en los planes de Dios y esos planes
son siempre entrega, servicio, delicadeza. No se queda a pensar
en su sofá que va a ser la Madre de Dios, sino que advierte
precisamente por eso que debe ser la primera en amar y servir. Y
lo pone por obra. La humildad es la antesala del amor y del
cariño.
Como virtud humana, la humildad modera el deseo de la
propia excelencia o la aspiración a realidades que superan al
sujeto. Desde la perspectiva cristiana, en cambio, la humildad
hace referencia primariamente a Dios. Como dice santa Teresa, la
humildad es «andar en verdad»; consiste en que «el hombre se
tenga por lo que realmente es» (J. Pieper). Y el hombre es hijo de
Dios. En este sentido, es la actitud que brota en el espíritu
humano cuando considera la grandeza e in nitud de Dios y la
propia pequeñez, pero también la realidad de que Dios llama a
los hombres a participar de su vida y de su intimidad.
Así la humildad es gemela de la magnanimidad, en cuanto
compromiso del espíritu por tender a lo sublime, de aspirar a lo
extraordinario, de soñar con ser digno de los planes de Dios. La
gracia o ayuda divina se alía con la libertad personal para vivir
con Dios y amar su voluntad en el día a día. No son fuerzas
opuestas, como no se oponen la libertad de Dios y la libertad del
hombre.
La realidad es que la libertad no consiste en la mera
capacidad de decidir, sino, más radicalmente, en la de amar,
fundando sobre ese amor el conjunto de la existencia y las
decisiones que conlleva. Y la gracia no es una fuerza destructora
de la libertad, sino todo lo contrario, don que suscita y sostiene la
libertad en orden a la delidad al amor ofrecido y aceptado.
La acción del Espíritu Santo no destruye ni la inteligencia ni
la libertad, antes al contrario las pone en juego para dar pie a un
proyecto de vida coherente con las perspectivas de comunión con
Dios y con los demás. En este sentido, el hombre es protagonista
en el desarrollo de su vida espiritual. Solo que ese protagonismo
del hombre se apoya en un protagonismo más decisivo y radical:
el de Dios mismo. El Espíritu Santo es el autor de la
santi cación, de modo que el hombre se santi ca a sí mismo en
la medida en que acoge y secunda el don de Dios.

2. ¡Qué importante es la capacidad de asombrarse! Dice el


evangelista que «en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre», e Isabel llena del Espíritu Santo exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?».
Estamos acostumbrados a ver tantas cosas, verdad. Buenas,
malas, graciosas, morbosas, terribles. Además pasamos de una a
otra con una rapidez que llama la atención. Tanto que hemos
perdido precisamente eso: la capacidad de atención. La mirada
serena que permite la inteligencia de los hechos que suceden y la
verdadera conmoción del corazón.
En este tiempo de Adviento, ya tan cerca de la Navidad,
debemos recuperar la mirada, la inteligencia y el corazón ante la
verdad que se nos pone delante. Porque hoy, ahora, en la
eucaristía, en la oración, dentro de nosotros, nos visita, como a
Isabel, María la madre de Dios y Jesús, el Hijo de Dios.
He visto recientemente un video simpático de estos que se
difunden por internet. Se trata de una idea brillante: «¿a quién
invitarías a una cena?».
Se muestran primero distintas parejas de matrimonios
jóvenes. Tras las dudas iniciales, mani estan con algún reparo
sus preferencias: Justin Bieber, Rosalía..., actores o actrices,
cantantes, deportistas, políticos, etc. Entre risas y el desconcierto
de la pareja.
Pero luego, empiezan a entrar los niños, pequeños de 4 a 10
años: «¿a quién invitarías a cenar?». A una niña muy pequeña se
le enciende la cara y cuando va a decir la respuesta se le apaga,
duda y pregunta: «¿solo una persona o más de una?». Entonces,
todos los niños, uno tras otro, sin dudarlo, dicen: «a papá y
mamá».
La imagen posterior de las madres llorando y los padres
pensando: ¿qué pasa aquí?, es la más elocuente de toda la
secuencia. Debemos recuperar la sencillez de los niños. La
capacidad de asombro ante lo cotidiano. A veces, vivimos
buscando novedades, volcados hacia el futuro, preocupados por
las apariencias. Y no nos paramos en lo más profundo que ya
tenemos. Lo perdemos de vista. Vivimos ya cosas maravillosas,
tenemos grandes dones de Dios. Esta es nuestra verdad. La
ingenuidad y la sabiduría van unidas. No permiten dudas, porque
saben reconocer ¡el don que tenemos delante!

3. La alegría del salto de Juan nonato, que provoca la


exclamación gozosa de Isabel, termina con una especie de
certi cación: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le
ha dicho el Señor se cumplirá».
La humildad, vaciando al hombre de sí mismo, hace posible
que Dios lo llene con sus dones. Como a rma C. S. Lewis, lo
verdaderamente importante no es lo que pensemos de Dios. Es
mucho más esencial, in nitamente más trascendental, lo que
Dios piense de nosotros. En el cielo estaremos delante de Dios,
seremos examinados ante Su presencia. La promesa de la gloria
signi ca que algunos de nosotros pasarán el examen, recibirán
aprobación, agradarán a Dios. «Agradar a Dios... ser un
ingrediente real de la felicidad divina... ser amado por Dios, no
limitarse a ser un objeto de Su piedad, sino de Su gozo, de modo
semejante a como el artista se deleita en su obra o el padre en su
hijo» (El peso de la gloria).
El cristiano se vacía de sí mismo, especí camente de la
atención egoísta al propio yo, porque ha conocido la realidad de
Dios y de su amor. Como siempre, el punto fundamental de
referencia es Dios, no el hombre. No es el vacío, sino la
aspiración a una unión cada vez más honda con Dios, lo que
gobierna el itinerario de la vida cristiana: «Veo que no soy nada,
que no valgo nada, que no tengo nada, que no puedo nada; más:
¡que soy la nada!, pero Él es el todo y, al mismo tiempo, es mío, y
yo soy suyo, porque no me rechaza, porque se ha entregado por
mí. ¿Habéis contemplado amor más grande?» (San Josemaría,
Amigos de Dios, n. 215).
En esta respuesta el cristiano está llamado a poner en juego
toda la vitalidad de la que es capaz como ser humano. De ahí la
importancia decisiva de la humildad con lo que implica de
proclamación de la majestad in nita de Dios; de conciencia
acerca de la magnitud del don que supone el hecho de que Dios
se comunique; de reconocimiento de la necesidad de la ayuda
divina, ya que solo Dios puede atraer a la criatura hasta llevarla a
gozar de la intimidad del vivir divino. Pero también el proceso de
lucha para doblegar la tendencia a la vanidad, al orgullo, a la
autocomplacencia, a la preocupación excesiva y egocéntrica por
la personal valía; así como para reconocer con sinceridad el
pecado y la fragilidad personal.
La humildad de María nos enseña a manejarnos en los planes
de Dios y a gozar de las maravillas que el Señor realiza en
nuestra vida. Esta humildad nos ayuda a vivir agradecidos por
todo lo que tenemos y somos. Hoy, ahora.
MIÉRCOLES 22 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 1, 46-56
En aquel tiempo, María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus eles de generación
en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a “nuestros padres”–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses
y volvió a su casa.
s
PARA MEDITAR

1. El Magni cat muestra la pobreza y humildad de María,


necesarias para la oración.
2. La oración es por mí y por la comunidad al mismo tiempo.
3. Rezar con María, para que también Jesús habite en nuestra
alma.
1. El silencio que envuelve la noche de Navidad viene
precedido por dos de los grandes cantos litúrgicos del Evangelio
que la Iglesia reza cada día en la hora de Laudes (el Benedictus) y
de Vísperas (el Magní cat). Hoy vamos a meditar sobre esta
oración de la Virgen María, siguiendo unas palabras del Papa
Benedicto XVI (Miércoles, 15 de febrero de 2006).
El canto del Magní cat revela con acierto la espiritualidad de
los anawim bíblicos, es decir, de los eles que se reconocían
«pobres». No solo por su alejamiento de cualquier tipo de
idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda
humildad de su corazón. Rechazan la tentación del orgullo y
están abiertos a la irrupción de la gracia divina salvadora. En
efecto, todo el Magní cat está marcado por esta «humildad», que
indica una situación de indigencia y pobreza concreta.
En esta corriente espiritual resalta la gura incomparable de
María. El Magní cat es quizá la expresión poética más profunda
de su oración, y de su personalidad. Vamos a analizarlo con esta
perspectiva.

2. El primer movimiento del cántico mariano (Lc 1, 46-50) es


una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar
hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que
habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma
y en su cuerpo.
El cántico está compuesto en primera persona: «Mi alma... Mi
espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes
por mí...». Así pues, el alma de la oración es la celebración de la
gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia
de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.
La estructura íntima de su oración es la alabanza, la acción de
gracias, la alegría, fruto de la gratitud. Pero este testimonio
personal no es solitario e intimista, puramente individualista,
porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión
que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia
personal se inserta en la historia de la salvación. Por eso dice:
«Su misericordia llega a sus eles de generación en generación»
(v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de
todas las criaturas redimidas, que gracias a su «hágase», en la
gura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de
Dios.
En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y
espiritual del Magní cat (vv. 51-55). Forma una especie de coro,
como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los
eles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. Juntos
ensalzan las acciones que el Señor realiza de modo permanente
en la historia: «Hace proezas...; dispersa a los soberbios...;
derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a
los hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide
vacíos...; auxilia a Israel».
En estas siete acciones divinas es evidente el estilo en el que el
Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte
de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno
opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los
soberbios, los poderosos y los ricos». Con todo, está previsto que
su fuerza secreta se revele al nal, para mostrar quiénes son los
verdaderos predilectos de Dios: «los humildes, los hambrientos,
Israel su siervo», es decir, la comunidad del pueblo de Dios que,
como María, está formada por los que son «pobres», puros y
sencillos de corazón.

3. Esta oración nos invita a unirnos a este pequeño rebaño


con María, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con
pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.
Como a rma san Ambrosio: «Cada uno debe tener el alma de
María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener
el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la
carne, solo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas
engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios...
El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se
alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al
Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que
todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas
las cosas».
Comentando este texto, el Papa Benedicto XVI muestra que
siempre le impresionan de modo especial las sorprendentes
palabras: «Aunque, según la carne, solo hay una madre de Cristo,
según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una
acoge en sí al Verbo de Dios». Haciendo nuestras las palabras de
la Virgen misma, debemos hacer que el Señor encuentre una
morada en nuestra alma y en nuestra vida. No solo debemos
llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo,
de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para
nuestros tiempos.
Pidamos al Señor que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el
alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.
JUEVES 23 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 1, 57-66
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo.
Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había
hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían
llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino
diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se
llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y
todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la
boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos
estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los
oían re exionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque
la mano del Señor estaba con él.

s
PARA MEDITAR

1. La historia es fruto de la libertad personal.


2. Las historias de Dios empiezan muy pequeñas, hay que tener fe.
3. Los planes de Dios se cumplen, nos salva la esperanza.
1. El relato del nacimiento de Juan el Bautista nos anticipa el
del nacimiento de Jesús. Juan es el precursor, viene a prepararnos
para recibir al Señor. Y lo hace no solo con sus palabras, sino
sobre todo con su vida.
Esta es una constante de la fe cristiana: la unión entre la vida
y el mensaje, las obras y las palabras. Porque el cristianismo es,
ante todo, acontecimiento, hecho, realidad. Después de la
creación, Dios se ha revelado y se ha hecho hombre. Dios ha
actuado en la Historia y esos hechos me interpelan. Si Dios se ha
implicado en la historia de los hombres, yo-hombre no puedo ser
indiferente ante los hechos de Dios. Porque Dios cuenta con cada
uno de nosotros, como muestra el papel de Juan el Bautista. Dios
se ha encarnado, Dios ha muerto por mí, Dios me ama; ahora
queda a cada uno ver qué hace. Esta es la razón de ser de mi
existencia. Como la de Juan y sus padres.
El plan de Dios se concentra en la llamada a cada persona:
«hemos sido elegidos en Cristo antes de la creación del mundo
para que fuéramos santos e inmaculados en su presencia por el
amor» (Ef 1, 4). De alguna manera, la historia de los hombres no
es más que el escenario en el que el Dios Padre dirige su llamada
a cada persona (a todas, pero una a una), para que, con su
respuesta libre, el hombre entre en comunión de vida y amor con
Dios y con todos los demás hombres.
La historia es fruto de la libertad personal, real. Esta historia
parte de Jesús, expresión fundamental de la libertad y, así, gura
central de la historia. Y sigue con la libertad de la persona unida
a Cristo. La salvación se encuentra en el éxtasis, en el amor, en el
salir de uno mismo. La tensión que existe entre nuestra identidad
y nuestra realidad, entre lo que somos y lo que hacemos, entre el
propio ser y la historia concreta es la tensión de la esencia
humana misma, que debe estar fuera de sí para poder estar en sí.
Ahí está precisamente la libertad. Yo elijo vivir para los demás
porque me da la gana, elijo darme y me doy por amor. Me
complico la vida, por así decir, porque la felicidad no está en una
vida cómoda, sino en un corazón enamorado comprometido con
la realidad.

2. A rmar que la persona tiene una biografía, una


continuidad, implica a rmar que existe una naturaleza humana y
una virtud humana, insertadas en un dinamismo. La libertad es
constructiva y sobre las decisiones libres vamos edi cando
nuestra historia personal. No se comienza de cero a cada
instante. Hay condiciones, a veces excluyentes o impedientes.
Pero hay también crecimiento personal, conforme nuestras
decisiones libres se van incorporando a nuestra vida por la virtud
y nos hacen más capaces.
Las historias de Dios empiezan muy pequeñas, hay que creer,
es cuestión de fe. Basta leer el nacimiento de Jesús según Lucas:
una mujer y un hombre, jóvenes, y un niño en pañales, en un
pesebre. ¿Quién piensa que esa escena es el punto cero de la
Historia? Así pasa con la historia de Juan, con todas las historias
bíblicas; y también con nuestra historia.
Y sobre la fe inicial, hay que actuar en consecuencia. Es
verdad que la vocación está desde el inicio. Como semilla, en
germen. Pero cambia mucho el inicio de la historia y el nal,
como el grano de mostaza y el árbol que surge de él. Ahí radica la
realidad de la esperanza.
Al principio los recursos no dan lo su ciente y la tarea supera
la propia capacidad. Pero la persona puede crecer, y cuando crece
sí que llega a eso, porque los recursos se multiplican. Pero es
gracias a la actuación personal que se deja guiar por Dios: se ha
obrado sobre la base de la esperanza, que es sustancia de lo que
está por venir, se ha crecido y entonces ya sí se puede. Esto es la
historia, y así se realiza la salvación. También pasa al revés: y uno
se incapacita para amar, por el egoísmo, la soberbia o la
frivolidad.
En este sentido, es signi cativo el comentario del beato Álvaro
del Portillo al pasaje de Efesios «en Él nos eligió antes de la
creación del mundo» (Ef 1, 4): «la elección precede a la
existencia». No solo en el sentido de que Dios elige y luego crea o
da los talentos necesarios, sino también desde la persona, es
necesario primero elegir qué/quién voy a ser y luego de hecho lo
soy, lo seré. La libertad edi ca la historia.
Esto es así siempre: primero está la ordenación sacerdotal,
luego viene el ser y vivir como sacerdote; primero está el
matrimonio, y luego el vivirlo, etc. Al inicio está la semilla, el
germen y ahí está todo. El dinamismo propio lleva al buen
desarrollo de la semilla, en la unidad e integración de la
experiencia. Pero la semilla debe desarrollarse, no tiene ya todo,
lo tiene en potencia. Puede haber fallos o errores en el
crecimiento, y sobre todo se puede crecer más o menos. Depende
de cada uno, de la libertad abierta a la acción gratuita de Dios.

3. Volvamos a mirar la escena del nacimiento de Juan el


Bautista, en concreto la reacción de su madre Isabel y de su
padre Zacarías.
Enseguida nos damos cuenta de la alegría inabarcable que los
inunda. Y también del agradecimiento a Dios por el bien inmenso
que acaban de recibir. Pero miremos con más detenimiento.
Miremos a su vida pasada. Son ancianos, tanto que parecía
imposible la generación de un hijo. ¡Cuántos años han
transcurrido desde que se casaron! ¡Cuántos años de oración
pidiendo tener un hijo! ¡Cuántos años sin respuesta!
Aparentemente.
Aparentemente, porque después de todos esos años: «a Isabel
se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo; todos se
quedaron maravillados; Zacarías empezó a hablar bendiciendo a
Dios; los vecinos quedaron sobrecogidos; se comentaban todos
estos hechos por toda la montaña de Judea y se preguntaban:
¿qué será este niño?, porque la mano del Señor estaba con él».
Los planes de Dios se cumplen, la historia es la historia de la
salvación.
¡Cómo necesitamos la esperanza! Pero ¿esperanza en qué?
¿En nosotros o en Dios? Solo en Dios podemos esperarlo todo.
Nos anima san Josemaría: ¡espéralo todo de Jesús!
Tenemos tristezas. Y días tristes. Muy importante conocerlo.
Pero también conocer que nuestra esperanza no es que no haya
di cultades, ni tristezas, ni que todo salga bien. Y muy
importante saber que nuestro futuro no puede estar pensado
sobre nuestros días tristes. Sobre nuestros miedos.
La esperanza signi ca dos cosas: vamos a alcanzar la meta de
nuestra vida; y además tenemos los medios para luchar y avanzar
en ese camino paso a paso.
Pero esta esperanza solo puede ser Dios. De ahí que las
di cultades nos lleven a superarnos. Tú no puedes solo, pero con
Dios, sí. Pero ¿te fías de Dios? ¿Te abandonas en Dios?
¿Descansas en Dios?
Esta es la certeza de la Iglesia. La seguridad del cristiano. Dios
lo hace en persona. El Adviento es tiempo de esperanza porque el
Hijo de Dios trae la esperanza al mundo. Esta es la realidad. Que
Dios ha venido. Que Dios está aquí. Que Dios nos ayuda. Un Niño
nos ha nacido. La esperanza no es que eres el más guapo, el más
listo o el más fuerte. No es que te lo curras un montón. La
esperanza es: nos ha nacido un niño y es Dios.
VIERNES 24 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 1, 67-79
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan,
se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para
concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos
nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de
muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

s
PARA MEDITAR

1. El Benedictus nos enseña a bendecir a Dios por todas las cosas


buenas de la vida.
2. Cristo es la luz que ilumina a toda criatura.
3. Mirar las cosas desde la perspectiva de Dios nos lleva a la
alabanza continua.
Como señalamos hace dos días, la Iglesia antes del elocuente
silencio de la Navidad, un Dios que no habla porque un niño no
sabe hablar, nos anima a meditar el canto lleno de alegría y de
agradecimiento del Benedictus. Sigamos las consideraciones que
nos hacía san Juan Pablo II en la Audiencia General del 1 de
octubre de 2003:

1. Esta oración, que la Iglesia reza en la hora de Laudes cada


mañana, es el cántico entonado por Zacarías, cuando el
nacimiento de san Juan Bautista cambió su vida, disipando la
duda por la que se había quedado mudo, un castigo signi cativo
por su falta de fe y de alabanza.
Ahora, en cambio, Zacarías puede celebrar a Dios que salva, y
lo hace con este himno, recogido por el evangelista san Lucas en
una forma que ciertamente re eja su uso litúrgico en el seno de
la comunidad cristiana de los orígenes.
El mismo evangelista lo de ne como un canto profético,
surgido del soplo del Espíritu Santo: «se llenó de Espíritu Santo y
profetizó». En efecto, nos hallamos ante una bendición que
proclama las acciones salví cas y la liberación ofrecida por el
Señor a su pueblo. Es, pues, una lectura profética de la historia,
es decir, el descubrimiento del sentido íntimo y profundo de
todos los acontecimientos humanos, guiados por la mano oculta
pero operante del Señor, que se entrelaza con la más débil e
incierta del hombre.
Si pensamos en Zacarías y en Isabel, nos daremos cuenta de la
magnitud de la situación. Ambos son ancianos y no han tenido
hijos. ¿Cuántos años habrán estado rezando pidiendo tener un
hijo? Uno, y otro, y otro, y muchos. Tantos que quizá ya habrían
dejado de pedir. Y por eso los acontecimientos les pillan
desprevenidos.
Pero los planes de Dios siempre se cumplen. A su escala, que
no es la nuestra. Es mucho más grande, misteriosa y magnánima.
Ahora deberíamos pensar en la alegría incontenible de Isabel
y de Zacarías cuando se con rma la promesa de Dios: el hijo que
tanto deseaban ya está con ellos. ¡Vaya alegría indescriptible! Y
además, ¡qué hijo! «¿Quién será este?», se preguntan las gentes
del lugar.

2. En el cuerpo del cántico podemos identi car como tres


estrofas, que exaltan los tres temas destinados a articular toda la
historia de la salvación: la alianza con David (vv. 68-71), la
alianza con Abrahán (vv. 72-76), y el Bautista, que nos introduce
en la nueva alianza en Cristo (vv. 76-79). En efecto, toda la
oración tiende hacia la meta que David y Abrahán señalan con su
presencia: Jesús, «el sol que nace de lo alto» (v. 78), el Mesías
prometido a su descendencia.
La paradoja que une «lo alto» con el «nacer» es muy
signi cativa. En el original griego el «sol que nace» es anatolè, un
vocablo que signi ca tanto la luz solar que brilla en nuestro
planeta como el germen que brota. En la tradición bíblica ambas
imágenes hacen referencia al Mesías.
Isaías, hablando del Emmanuel, nos recuerda que «el pueblo
que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras
de sombras, y una luz les brilló» (Is 9, 1). También re riéndose al
rey Emmanuel, lo representa como el «renuevo que brotará del
tronco de Jesé», es decir, de la dinastía davídica, un vástago sobre
el que se posará el Espíritu de Dios (Is 11, 1-2).
Por tanto, con Cristo aparece la luz que ilumina a toda
criatura y hace orecer la vida, como dirá el evangelista san Juan
uniendo precisamente estas dos realidades: «En él estaba la vida
y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 4).

3. La humanidad envuelta «en tinieblas y en sombra de


muerte» es iluminada por este resplandor de revelación. Este sol
guiará «nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1, 79). Por
tanto, nos movemos teniendo como punto de referencia esa luz; y
nuestros pasos inciertos, que durante el día a menudo se desvían
por senderos oscuros y resbaladizos, están sostenidos por la
claridad de la verdad que Cristo difunde en el mundo y en la
historia.
En Jesús tenemos el camino para la Vida. Al nal, los planes
de Dios siempre se cumplen. La salvación es un hecho. La
misericordia de Dios siempre vence.
Realmente si miramos un poco las cosas con la perspectiva de
Dios, que es la eternidad; si conseguimos despegarnos de los
instantes puntuales de nuestra vida, y mirar lo pasado, lo
presente y lo futuro en función de lo que permanece para
siempre, es decir, de lo verdaderamente importante, entonces
descubrimos que solo tenemos motivos para dar gracias a Dios.
Entonces comprendemos que nuestra vida consiste en vivir
cantando las misericordias del Señor. Y gozar, disfrutar, celebrar
eternamente. Dios siempre «hace» de Dios, nosotros hoy le
alabamos haciendo propias las palabras del Benedictus.
Como nos anima este doctor de la Iglesia, Beda el Venerable:
«Dado que poseemos estos dones de la bondad eterna,
amadísimos hermanos, bendigamos también nosotros al Señor
en todo tiempo, porque “ha visitado y redimido a su pueblo”. Que
en nuestros labios esté siempre su alabanza, conservemos su
recuerdo y, por nuestra parte, proclamemos la virtud de aquel
que “nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable”. Pidamos
continuamente su ayuda, para que conserve en nosotros la luz del
conocimiento que nos ha traído, y nos guíe hasta el día de la
perfección».
SÁBADO 25 DE DICIEMBRE
NATIVIDAD DEL SEÑOR

EVANGELIO
Lucas 2, 1-14
En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto,
ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer
censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos
iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió
desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que
se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María,
que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del
parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo
acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche
al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se
les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se
llenaron de gran temor.
El ángel les dijo: «No temáis, os traigo una buena noticia, una
gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha
nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre».
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército
celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».

s
PARA MEDITAR

1. «Hoy nos ha nacido un Salvador»: el silencio de Dios.


2. La mirada de la Vida.
3. ¿Tenemos lugar para Dios en nuestra vida?
«Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor».
Así canta alegre la Iglesia en el salmo responsorial, por el
cumplimiento de la profecía de Isaías: «El pueblo que caminaba
en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y
una luz les brilló». Jesús ha nacido de María y del Espíritu Santo
en Belén.
A lo largo de este tiempo de Adviento nos hemos estado
preparando para esta noche y este día. Dios que viene a la tierra y
quiere nacer en nuestros corazones. ¿Qué sitio le hacemos?
Recemos con estas tres palabras: vida, mirada, silencio.

1. SILENCIO. ¡Vaya palabra! Repítela despacio y en silencio.


Esta noche especialmente, y en este tiempo que vivimos,
necesitamos silencio. Me acuerdo del experimento que hizo un
profesor de arquitectura en una tertulia con estudiantes
universitarios: una audición de un minuto completo de silencio.
¡Qué largo se hizo!, ¡qué desacostumbrados estamos!
Y, sin embargo, muchas situaciones de la vida, quizá las más
importantes, requieren silencio. A veces lo decimos: «no tengo
palabras». Pero enseguida estropeamos el silencio con alguna
frivolidad. No nos debe asombrar: las grandes verdades de
nuestra vida son misterios inefables, no se pueden decir. El
silencio de amor o de dolor auténtico solo puede expresarlo una
mirada, y detrás de la mirada, una vida, nuestra vida. De amor, de
dolor, de comprensión, de servicio, de entrega. Realmente, se dice
tanto con la vida, con la mirada, con el silencio.
Pues hoy, en el misterio de la Natividad, Dios no tiene
palabras. Es la Palabra, pero no sabe hablar. Eso sí, con su
silencio, con su mirada, con su Vida, Jesús nos dice todo. Nos
trae la salvación: «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha
dado», sigue escribiendo Isaías. No hay manera más profunda de
comprender el abandono que tener a un niño en brazos. Hoy
mira el abandono de Dios: un Niño. No se impone por la fuerza.
Se impone por la fe y el amor. Y así nos permite algo que es solo
propio de Dios, divino: la libertad. Ser libres es elegir entregarnos
nosotros mismos por amor. No por obligación, porque hay que
hacerlo, por recompensa o interés... sino por amor, porque me da
la gana. ¡Con una entrega plena, con una disponibilidad total!
Me contaron una historia rabínica muy sencilla. El nieto del
rabino llegó llorando desconsolado a su abuelo. «Estaba con mi
mejor amigo jugando al escondite y había encontrado el sitio
perfecto. Pero mi amigo me ha dejado al poco de empezar, sin
buscarme realmente». ¡Qué desilusión!
¡Así hace Dios! El sitio perfecto para esconderse. ¿Cómo le
buscamos?

2. MIRADA. El silencio hace posible ver con la mirada. Piensa


en la Misa de hoy que la eucaristía es posible porque Dios tiene
un cuerpo, ¡el cuerpo humano de Jesús Niño!
Pedimos con el Papa Francisco en una felicitación de
Navidad: «Que el Espíritu Santo ilumine hoy en nuestros
corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido
en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada
uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la
tierra».
Mirar al Niño signi ca la ampliación del sentido de nuestra
vida. En nuestros hogares solemos dejar un espacio para el Belén.
El misterio central con Jesús, María, José; el buey y la mula que
representan, como animales, la humanidad sin sentido y sin
razón porque no conocen a Dios; el pesebre, alimento para los
animales; los Magos de Oriente, sabios que buscan la esperanza;
los pastores, que reciben la señal de un Niño envuelto en pañales,
la pobreza de Dios; y los ángeles que cantan la buena nueva y la
gloria de Dios.
«No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para
todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis
un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Entonces
apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios
diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los
hombres que ama el Señor”».
Realmente pasa algo muy especial. Aquí tocamos algo muy
grande. El admirable intercambio que dice la liturgia: Dios que se
hace hombre, y el hombre que se hace Dios. Dios, Dios mismo
que toca el mundo. Belén signi ca que Dios se hace el
encontradizo. Aparece en nuestra vida; y en lo más cotidiano y
normal de nuestra vida. Se implica. Y así nuestra vida cambia
totalmente.
VIDA.
Nuestra vida recibe un sentido mucho más profundo. Vivir
con Dios y vivir con y por los demás.
El evangelio nos habla del censo decretado por el emperador
Augusto. «Todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde
la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se
llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que
estaba encinta».
De aquí surge una pregunta: realmente, ¿quién está en los
planes de quién? ¿Jesús se traslada por el censo, o el censo se
hace para que Jesús nazca en Belén? Jesús es el Señor de la
historia. Él transforma los planes.
Jesucristo es perfecto Dios y perfecto Hombre. Esto es lo más
propio del misterio cristiano: la unión del «y». ¡No hay dos polos
opuestos, sino la conjunción de los dos polos!
El mundo de hoy se construye con grandes paradojas, que
muestran lo profundo y auténtico del hombre. Pero también su
desgarro interior: porque los dos extremos son verdad, y a la vez
parece imposible unirlos. Eso es precisamente lo que caracteriza
la espiritualidad cristiana: el «y», la posibilidad de unir esos
extremos cuya distancia parece insalvable.
El vivir de corazón apasionado, pero con la cabeza en su sitio.
Hoy día vivimos una parte muy racional (lo ordinario, el
trabajo,...), pero luego tenemos que huir de eso totalmente para
vivir del corazón; y en eso parece que la única vía es la
transgresión de toda regla y compromiso. Esta paradoja se da en
todo: necesitamos la propia identidad, el reconocimiento de
nuestro valor, como nunca; pero a la vez machacamos toda
posibilidad de identidad (porque la familia, la escuela, la Iglesia,
que nos hablan de nuestra identidad, de nuestros valores, son
totalmente ridiculizadas). Solo adquirimos reconocimiento por
los medios de comunicación, pero nos suelen hablar de lo
absurdo, precisamente lo no identitario, de la negación de
nuestro ser: lo extremo, lo cruel, lo feo, lo escandaloso, etc.
«Porque eso es lo que hace audiencia».
La vida de un Niño nos muestra que toda «y» es posible, y que
el error es la polarización. Es posible y deseable la relación entre
el hombre y la mujer, los padres y los hijos, la delidad y la
felicidad, la conciliación de la familia y el trabajo, la transmisión
de las costumbres entre los jóvenes y los ancianos, la ayuda de los
ricos y los pobres, los políticos y la sociedad civil, los empresarios
y los trabajadores, etc.
3. Podemos hacer nuestra oración con el papa Benedicto: «me
llega al corazón esa palabra del evangelista, dicha casi de pasada,
de que no había lugar para ellos en la posada». Surge
inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José
llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? ¿Tenemos un
puesto para Dios cuando Él trata de entrar en nosotros?
Estamos completamente llenos de nosotros mismos, de modo
que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco
queda espacio para los otros. «Es preciso mirar al Niño, Amor
nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos
delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe
y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos
hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no
querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos,
a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese
misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los
hombres» (San Josemaría, El triunfo de Cristo en la humildad).
Debemos aprender a movernos en los planes de Dios. Porque
somos parte de algo mucho más grande que nosotros, algo que de
verdad vale la pena. Y porque, a la vez, cada uno de nosotros
cuenta.
Lo primero sería ver si tenemos tiempo y espacio para Jesús.
Porque lo que se re ere a Dios nunca parece urgente. Nuestro
tiempo ya está completamente ocupado.
Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios
realmente un lugar en nuestro pensamiento? La metodología de
nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, Él
no debe existir. No hay sitio para Él. ¿Qué ley o norma rige mi
pensamiento, mi planteamiento de la vida?
Tampoco hay lugar para Él en nuestros sentimientos y deseos.
Nosotros nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas
tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de
nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones. Lo
mismo: ¿Qué ley o norma rige mi corazón, mis sentimientos y
emociones?
El silencio permite mirar a Jesús y ahí encontrar la Vida
verdadera. Con la sencillez de lo humano: un Niño, una familia,
un hogar, descubrir lo divino.
DOMINGO 26 DE DICIEMBRE
SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

EVANGELIO
Lucas 2, 41-52
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las
estas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la
esta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el
niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una
jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos;
al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres
días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los
maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que
le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas
que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te
buscábamos angustiados».
Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo
debía estar en la casa de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con
ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba
todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

s
PARA MEDITAR

1. Jesús, José y María nos muestran que somos familiares de Dios.


2. La familia es la célula de toda sociedad.
3. El necesario cuidado y promoción de la familia empieza por el
amor entre los esposos y los hijos.
1. Celebramos la esta de la Sagrada Familia con la que la
Iglesia universal se llena de gozo. La liturgia subraya hoy que la
salvación de la humanidad se realiza a partir de la familia. Jesús,
José y María nos muestran que todos en la Iglesia somos
familiares de Dios y también cómo vivir siendo la familia de Dios.
El episodio narrado por Lucas muestra el ambiente de la
familia de Nazaret. Son judíos piadosos y como tantos otros
«solían ir cada año a Jerusalén por las estas de Pascua». Por eso
también esta vez llevan a Jesús con ellos, ya que la costumbre se
cumple a partir de los doce años. Desde esta perspectiva, son una
familia sencilla y muy normal. Sin embargo, Jesús lleva consigo
un misterio que también se escapa a sus padres. Con esta
inquietud, pero a la vez con una espera con ada, vivirían María y
José cuidando del niño que se les ha concedido.
Después de buscarle durante tres días, María salta enseguida,
rápida: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y
yo te buscábamos angustiados». José, más en segundo plano,
observaría la escena completa: a su mujer y a Jesús enseñando a
los maestros del Templo. Como esposo y padre es más de rumiar
en silencio las acciones maravillosas de su hijo. Por su parte,
Jesús desvela con su respuesta a María parte del misterio de su
vida: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en
la casa/en las cosas de mi Padre?».
Hay mucha distancia entre la Sagrada Familia y cualquier
otra familia, pero también hay mucha similitud. Jesucristo viene
a salvar todo lo humano desde dentro. Asume la humanidad y
todo lo humano para elevarlo a la condición divina. A partir de
Cristo, la familia, toda familia, es parte y signo de la familia que
es Dios. María y José escuchan a Jesús, también los padres
pueden aprender de sus hijos. Es necesario cuidarlos,
protegerlos, pero también escucharlos. En su ingenuidad e
inocencia, los niños nos ofrecen grandes lecciones.
Pero la vida sigue, y después de este diálogo, Jesús vuelve a
Nazaret con sus padres, «y siguió bajo su autoridad». Es Jesús, es
el Hijo de Dios, pero obedece a sus padres. Y así va creciendo «en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres».
Forma parte de la estructura esencial de la familia la autoridad
de los padres sobre sus hijos. Con cariño, con delicadeza, con
esmero, pero también con fortaleza. De hecho, qué sea la
autoridad, llena de servicio, cuidado, intimidad, amor y cómo
ejercitarla se aprende fundamentalmente en la familia.
Podríamos decir que este botón de muestra de la familia
formada por José, María y Jesús nos explica el juego esencial que
constituye toda familia: la interacción de amor entre los esposos
y con los hijos.

2. La familia es la célula de toda sociedad. El Amor se ha


encarnado: un Niño con unos padres. Dios se ha hecho hombre; y
a partir de ahí, lo divino es muy humano y lo humano es muy
divino. En este sentido, cada vez se descubre con más radicalidad
la fuerza del pasaje del Génesis con que da comienzo la Biblia y
la humanidad. El camino y la vida del hombre en la historia
como imagen de Dios se traduce en el anuncio del «creced,
multiplicaos, llenad la tierra y sometedla» (Génesis 1, 28).
Es conocida la fuerte llamada de atención del Papa Francisco
a los desajustes y descartes de nuestra sociedad, tanto de las
personas como de la tierra, como consecuencia de los efectos a
largo plazo de un materialismo liberal y tecnológico. «En este
escenario, una nueva alianza del hombre y de la mujer se
convierte no solo en necesaria, sino también en estratégica para
la emancipación de los pueblos de la colonización del dinero»
(Francisco, Audiencia General, 16 de septiembre de 2015).
Esta alianza, la alianza conyugal o familia, debe volver a
orientar la política, la economía y la convivencia civil. Porque la
familia decide la habitabilidad de la tierra, la transmisión del
sentimiento de la vida, los vínculos de la memoria y de la
esperanza. En el fondo es la línea de toda la tradición de la
Iglesia, cuando habla del matrimonio y de la familia como célula
de la sociedad.
Ya el entonces cardenal Ratzinger subrayaba que la
civilización europea es en gran parte producto del matrimonio
entre un hombre y una mujer del que habla el Génesis: «El
matrimonio monógamo ha sido conformado como gura
ordenadora fundamental de las relaciones entre hombre y mujer
y a la vez como célula de la formación comunitaria del Estado, a
partir de la fe bíblica. Tanto la Europa del Oeste como la Europa
del Este han con gurado su historia y su concepción del hombre
a partir de unos preceptos muy precisos de delidad y de
comunión. Europa ya no sería Europa si esta célula básica de su
estructura social desapareciera o cambiara de forma sustancial»
(J. Ratzinger, “Europa, política y religión”, Berlín, 28-XI-2000 y
“Fundamentos espirituales de Europa”, en el Senado de la
República Italiana, 13-V-2004).
La comunidad conyugal-familiar del hombre y de la mujer es
la gramática generativa de la civilización. El amor conyugal que
tiene como n el amor a los hijos; y por tanto, se realiza
plenamente en ellos. Aquí está el núcleo de la humanidad, según
el planteamiento de la sabiduría divina en la creación. Dios
confía a la familia, no el cuidado de una intimidad en sí misma,
sino el proyecto de hacer «doméstico» el mundo. La familia está
al inicio, a la base de esta cultura mundial que nos salva de
tantos ataques, destrucciones y colonizaciones, que amenazan el
universo.
3. Por eso es necesario el cuidado y la promoción de la
familia. Hoy día se subraya el amor como centro del matrimonio.
Pero el amor no puede sustituir o desequilibrar la estructura
matrimonial: esposos-hijos. La personalidad se realiza en un vivir
para el cónyuge y vivir para los hijos como unidad inseparable.
De tal manera que el amor entre los cónyuges está abierto y se
realiza en el amor a los hijos, y el amor a los hijos repercute en el
amor entre los cónyuges porque el cónyuge es la persona única
que me ha hecho padre o madre, es decir, ha hecho posible la
determinación adquirida más trascendental de mi persona.
Los hijos llevan la impronta de sus padres, de su familia,
aunque la desarrollen diversamente gracias a su libertad. Pero el
fundamento de lo que será la persona depende en gran medida
del ambiente familiar. Ahí se aprende y se realiza, por encima de
cualquier otro lugar, la comprensión, el cuidado y la entrega a los
más necesitados.
En este sentido la familia es y debe seguir siendo la escuela
del amor, en cuanto ella misma es fuente de amor. Pero es escuela
donde se aprende viviendo. «La familia es el lugar de la
formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos,
íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal.
En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir
“gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas
que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir
perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de
sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida
compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Francisco, Laudato
Si’, n. 213).
El programa de amor de Jesucristo fundamentado en las
bienaventuranzas se desarrolla especialmente en el seno de cada
familia. ¿No es acaso la familia, donde se da de comer al
hambriento o de beber al sediento, donde se viste al desnudo o se
da cobijo al peregrino? ¿No es la familia quien visita al preso o
entierra a sus seres queridos y donde se educa, atiende y acoge a
las personas desde su concepción hasta su muerte? ¿Quién
enseña al que no sabe, corrige al que yerra, da consejo, consuela
al triste y tiene paciencia, in nita paciencia, y reza por las
necesidades de sus hijos?
La sociedad consumista nos ha hecho preocuparnos por
aprender y enseñar tantas y tantas cosas, que a veces hemos
olvidado enseñar y aprender lo más importante: cómo tratar a
Dios y a los hombres. Y pongo un ejemplo: ¡cuánto empeño por
que los hijos aprendan idiomas, informática, deportes! Y ¿cuánto
empeño en que aprendan la fe? Claro, los hijos imitan a los
padres: ¿qué empeño pongo yo en mi formación espiritual?
Lo mismo pasa con las obras de solidaridad o voluntariado
más directas. ¿Cuánto tiempo dedico a la solidaridad con obras
de misericordia? No es lo principal de nuestra vida, pero
tampoco puede estar ausente. Especialmente dentro de la familia,
con la atención a los enfermos y ancianos; pero también fuera del
ámbito familiar. He disfrutado mucho acompañando a gente
joven los sábados por la mañana a visitar residencias de personas
con síndrome de Down; y llevando jóvenes a residencias de
ancianos para hacerles compañía y estar un rato con ellos. En
muchas ocasiones son los chicos más pequeños los que más
disfrutan, y lo hacen mejor. Lo ideal sería hacer estos planes en
familia: las conversaciones y la solidaridad de padres e hijos dan
pie a una intimidad mayor entre ellos y a una cercanía que
ninguna cosa material, por muy cara que sea, puede conseguir.
Sin duda, da que pensar una pequeña historia sobre los
regalos difundida a través de las redes sociales. «Para acertar con
tu regalo esta Navidad, ¡regálate!». Y aparece una tarjetita con los
superregalos. Una chica regala a su hermana: ponte toda mi ropa
cuando quieras, el novio que regala esas clases de baile juntos
que tanto te gustan, el nieto que regala un día a la semana para
comer con los abuelos, la adolescente que regala todas las
comidas sin móvil. Podemos seguir: empezar cada día con un
beso a tu esposo o a tu esposa, hacer los deberes con tu hijo o con
tu hija, etc.
LUNES 27 DE DICIEMBRE
SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA

EVANGELIO
Juan 20, 2-8
El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y
fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto
quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los
dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro;
se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las
vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro
detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el
sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con
las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró
también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro; vio y creyó.

s
PARA MEDITAR

1. El misterio de la Iglesia: «no puede tener a Dios por Padre quien


no tiene a la Iglesia por madre».
2. Este misterio de la Iglesia se expresa como comunión.
3. Esta comunión es posible mediante el Evangelio y los
Sacramentos.
1. La esta del apóstol san Juan nos da pie para meditar sobre
el misterio de la Iglesia. La vida de los hijos de Dios es vida en la
Iglesia, porque «no puede tener a Dios por Padre quien no tiene a
la Iglesia por madre» (San Cipriano).
Se trata de una a rmación fundamentada en el ser de la
Iglesia como esposa de Cristo, virgen y madre. No puede tener
acceso a Dios Padre en Cristo, y crecer progresivamente en esa
comunión, quien no abre su mente y su corazón a la Iglesia para
recibir de ella la vida.
La maternidad de la Iglesia presupone su realidad como
misterio de origen divino en el Dios Trino. La Iglesia engendra a
los cristianos comunicando la vida que ella misma recibe de
Cristo. El verbo «engendrar» tiene un valor analógico, pero no
metafórico, sino real. Jesucristo y el Espíritu Santo, enviados por
Dios Padre, hacen nacer a la vida de la gracia e impulsan toda la
vida espiritual. Pero en ese proceso incorporan a la Iglesia.
De ahí que el cristiano deba reconocer a la Iglesia como
madre y que la vida espiritual dependa del amor a la Iglesia.
«Ama a tu padre, pero no por encima de Dios; ama a tu madre,
pero no por encima de la Iglesia, que te engendró para la vida
eterna. Finalmente, deduce del amor que sientes por tus padres
cuánto debes amar a Dios y a la Iglesia. Pues si tanto ha de
amarse a quienes te engendraron para la muerte, ¡con cuánto
amor han de amarse quienes te engendraron para que llegues a la
vida eterna y permanezcas por la eternidad!» (San Agustín).

2. Este misterio de la Iglesia se expresa como comunión.


La escena del evangelio, al nal, muestra la fe de Juan en la
resurrección de Cristo: «Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó».
Pero antes observamos el juego entre las palabras de María
Magdalena sobre el sepulcro vacío y la relación especial de los
apóstoles –en este caso, Juan– con Pedro. Tras el anuncio de la
Magdalena, «salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría
más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y,
asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó
también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro».
Esta especie de relación circular entre Jesucristo, las santas
mujeres y los apóstoles se explica de manera precisa en la lectura
de la primera carta de Juan.
Es un texto fundamental. Juan nos escribe lo que ha vivido
con los demás discípulos: «lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon
nuestras manos»; sobre el misterio de Jesús: «lo que existía desde
el principio, la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible)».
Pero además nos lo comunica para que nosotros también lo
vivamos. Por eso vuelve a decir: «nosotros la hemos visto, os
damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con
el Padre y se nos manifestó», de verdad, «eso que hemos visto y
oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en
esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo».
Esta comunión es la Iglesia. La unión «con nosotros», es decir,
con los discípulos de Jesús de los primeros tiempos; que es la
«unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo».
«El concepto de comunión está en el corazón del
autoconocimiento de la Iglesia, en cuanto misterio de la unión
personal de cada hombre con la Trinidad divina y con los otros
hombres, iniciada por la fe, y orientada a la plenitud escatológica
en la Iglesia celeste, aun siendo ya una realidad incoada en la
Iglesia sobre la tierra.
Pero esta noción «debe ser entendida dentro de la enseñanza
bíblica y de la tradición patrística, en las cuales la comunión
implica siempre una doble dimensión: vertical (comunión con
Dios) y horizontal (comunión entre los hombres)» (Congregación
para la Doctrina de la Fe, Sobre la noción de comunión).
Esta comunión, principalmente don de Dios fruto de la
resurrección de Jesucristo, constituye una nueva relación entre el
hombre y Dios, establecida en Cristo y comunicada en los
sacramentos, que se extiende también a una nueva relación de los
hombres entre sí.

3. Pero ¿es posible esta comunión?, ¿puede ser verdadera la


comunión en el tiempo y a través de la historia desde los orígenes
del cristianismo hasta hoy día? En parte es el problema de ser y
tiempo. El ser, la vida, es dinamismo. Pero, entonces, ¿la verdad
es ja, es delidad o es cambio? ¿Cómo conservar la verdad: con
el inmovilismo, con la superación, con la revolución, con la
comunión en el amor?
Para afrontar estas cuestiones debemos a rmar que lo
constitutivo hoy de la fe cristiana debería ser lo constitutivo para
siempre y desde el inicio. La fe de la comunidad cristiana
primitiva estaba concentrada en las formulaciones confesionales
«Jesús es el Señor» y «Dios lo ha resucitado de entre los
muertos», y su desarrollo en el credo o símbolo de la fe, cuyo
mensaje esencial es cómo la fe en Jesucristo lleva a confesar al
Dios Trino.
La unidad del credo, en el fondo, requiere la conexión entre el
objeto y el sujeto de la fe. Creer en el Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo (Trinidad-Comunión) implicaría que el sujeto de la fe
también deba ser comunión y, por tanto, un yo colectivo, la
Iglesia.
Este sujeto, este yo colectivo que es la Iglesia permanece en la
historia en la medida en que es fundamentado por la Trinidad y
es fundamentado como comunión personal: porque la Trinidad
hace que el ser sea comunión. Esto es la Iglesia, este es su
misterio. El conjunto de los que a lo largo de la historia, desde el
inicio del cristianismo hasta nuestros días, creen en el Padre, Hijo
y Espíritu Santo y en su obra salví ca. Esta comunidad solo es
posible viviendo del Espíritu que anima esta comunión desde su
comienzo hasta la actualidad.
En de nitiva, solo la comunión permite la conciliación de ser
y tiempo. La comunión de la Trinidad (Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo), la comunión en Cristo de muerte y resurrección
y la comunión con la Iglesia (apóstoles y tradición). Si la Iglesia
puede vivir, seguir viviendo hoy y la manera en que puede seguir
viviendo –a partir de la fe en la Trinidad y en Cristo–, es porque es
comunión. Y ¿cómo se realiza y se transmite esta comunión de
vida? A través del Evangelio y de los Sacramentos. La Sagrada
Escritura y los Sacramentos son el fruto de la comunión con Dios
y con los cristianos desde los apóstoles. Pero además son el
alimento para continuar esa comunión a lo largo de los tiempos.
MARTES 28 DE DICIEMBRE
LOS SANTOS INOCENTES, MÁRTIRES

EVANGELIO
Mateo 2, 13-18
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se
apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a
su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise,
porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».
José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a
Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo
que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que
saliera de Egipto». Al verse burlado por los magos, Herodes
montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años
para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por
lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el
oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y
lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el
consuelo, porque ya no viven».

s
PARA MEDITAR

1. Dios es el Señor de la historia, pero su dominio se realiza por el


amor.
2. La esperanza implica la disposición a renunciar al propio juicio.
3. Con ar todo y solo en Dios, en lo bueno y en lo malo.
1. La esta de hoy nos pone delante de la realidad del
sufrimiento y del mal en la vida de los hombres. Y además un
mal que se engrandece y envilece precisamente frente a lo
cristiano, frente a Jesucristo: la encarnación de Dios en el mundo
con apariencia de fragilidad. Frente al Niño Dios y todos los
niños de Belén se agiganta la gura del rey Herodes,
supuestamente lleno de poder, incluso con dominio sobre la vida
y la muerte.
Solo Dios es el Señor de la historia: «el ángel del Señor se
apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su
madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque
Herodes va a buscar al niño para matarlo”». Pero su poder, su
dominio, su fuerza todopoderosa se realiza por el amor.
Este discurso es importante para el mundo actual. El hombre
de hoy tiende a encerrarse en sí mismo por preocupación y
miedo, así como a estar insatisfecho. Nos encantaría tener un
control completo de todas las situaciones difíciles que se nos
presentan, sin darnos cuenta de que no somos dueños de nuestro
futuro y de que hay ciertas realidades que nos superan. El
problema real surge cuando no tenemos capacidad de convivir
con nuestros miedos y eso hace que crezcan de día en día, hasta
convertirse en verdaderos tiranos que limitan y di cultan
nuestras tareas cotidianas. Pero nuestros miedos nos de nen.

2. Las palabras de Jesús «sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,


5), y las de san Pablo «todo lo puedo en Aquel que me conforta»
(Flp 4, 13), ponen de mani esto dos actitudes conjuntas de la
comprensión cristiana: el reconocimiento de la personal
limitación y la apertura a una in nitud en la que se espera. El
camino de la vida espiritual está presidido por la esperanza
cristiana. Es decir, el convencimiento absoluto de que Dios nos
quiere felices, y la seguridad total de que nos concede los medios
necesarios para alcanzar nuestra felicidad. Esta esperanza lleva a
una consideración que debe presidir la existencia: ¡todo es
bueno!, para el que ama a Dios. «Todas las cosas cooperan para el
bien de los que aman a Dios» (Rm 8, 28).
Esta con anza en Dios reclama una respuesta y un empeño
personales. De ahí que implique la disposición a renunciar, si el
caso lo exigiera, al propio juicio y a los propios planes, con ando
plenamente en Dios y colocándose por entero en sus manos.
El camino para llegar hasta ese punto, viene descrito por san
Juan de la Cruz de manera certera y radical:

Para venir a gustarlo todo,


no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees,
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres
(Subida del monte Carmelo).
Pero una vez avanzados en ese camino, nada puede quitarnos
la paz y la alegría porque con Dios ya tenemos todo:

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta (Sta. Teresa de Jesús, Letrilla).
3. En verdad, «la única forma de olvidarse realmente de uno
mismo es depositar toda la esperanza en Dios» (J. Philippe, La
con anza en Dios). Esto es el abandono: no con ar en uno mismo
porque todo vaya bien y haya progreso, sino con ar todo y solo
en Dios, en lo bueno y en lo malo. Se trata de una elección de
vida. La alternativa entre la insatisfacción y la gratitud no es
consecuencia de lo que nos ha pasado –malo o bueno–, sino la
llamada a una libertad de la que siempre disponemos.
Precisamente porque Dios nos conoce mejor que nosotros
mismos, la Sagrada Escritura está llena de invitaciones a superar
ese miedo interior desde la fe. La con anza en Dios es el antídoto
que Jesucristo propone a sus discípulos de todos los tiempos, la
seguridad en el amor que Dios profesa por cada uno de nosotros,
en unos tiempos difíciles, en los que parece que no somos
capaces de con ar en nadie, pues son muchas las decepciones
que hemos ido acumulando.
Vivimos en un mundo complicado, a veces muy hostil. En
ocasiones cargamos, por razones diversas, con el peso de las
preocupaciones. Por eso, es importante para nosotros crecer en la
con anza, pedirle al Espíritu Santo la fuerza de la fe para
afrontar lo que venga. Es muy fácil tener con anza cuando las
cosas van bien, pero ¿cuando todo va mal?
En la vida espiritual puede suceder que consigo practicar el
bien, soy una persona buena y honesta, y entonces tengo mucha
con anza en Dios. Pero llega un momento difícil, quizá caigo en
una falta humillante, y esa con anza desaparece. Si la con anza
desaparece cuando todo va mal, demuestra que el fundamento de
la con anza está en mí, en mis obras. El desánimo es un síntoma
evidente de que hemos puesto la con anza en nosotros mismos y
no en Dios.
Otra tentación sutil, pero frecuente, de la vida espiritual se
puede presentar cuando nos examinamos demasiado para medir
nuestros progresos con el pretexto de avanzar en la santidad. Y
como consecuencia habitual, dejamos planear sobre nuestra vida
una especie de descontento y de tristeza permanentes, porque no
estamos plenamente satisfechos con lo que somos. Esta actitud
solo sirve para centrarnos en nosotros mismos. Terminamos
ocupándonos más de nosotros mismos que de Dios.
«Solo Dios basta». Solo Dios puede dar explicación,
esperanza, amor, a lo largo de todas las vicisitudes de la vida,
sean cuales sean. Aparentemente Herodes tenía el poder, la
realidad es que el poder es de Cristo. Aunque los sufrimientos de
los niños de Belén y sus madres provocaran el llanto y el
sufrimiento del Hijo de Dios, con su Cruz nos alcanza la
salvación para la vida eterna.
MIÉRCOLES 29 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 2, 22-35
Cuando llegó el tiempo de la puri cación, según la ley de
Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para
presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor:
«Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para
entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de
tórtolas o dos pichones».
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón,
hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el
Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del
Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del
Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al Templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir
con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a
Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a
tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a
quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a
las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía
del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, este
está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será
como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de
muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».

s
PARA MEDITAR

1. Simeón sostiene a Jesús en sus brazos.


2. La vida de oración es ocuparse de Dios, no de nosotros mismos.
3. El abandono en los brazos de Dios.
1. A los días del nacimiento, los padres judíos piadosos
cumplen con lo establecido por la ley de Dios y llevan a sus hijos
al Templo para la puri cación. También María y José llevan a
Jesús al Templo. Es el lugar de Dios, su lugar, y por eso ya desde
niño pasan cosas especiales que nos recuerdan quién es en
realidad este Niño.
Nos escribe Lucas, probablemente transmitiéndonos
recuerdos grabados en el corazón de María: «Cuando entraban
con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la
ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora,
Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado
ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria
de tu pueblo Israel”».
El anciano Simeón se acerca a los padres que –sorprendidos–
le dejan a Jesús, y lo levanta con sus brazos. Hay una antífona
muy bonita que dice así: «Senex Puerum portabat, Puer autem
senem regebat» (Liturgia de las Horas, Primeras Vísperas de la
esta de la Presentación del Señor): el anciano llevaba al Niño,
pero era el Niño quien sostenía al anciano y lo dirigía, parecía
que Simeón sostuviera a Jesús en sus brazos; en realidad, era al
revés.
De hecho, la alegría que siente Simeón es tal, que sosteniendo
al niño puede a rmar lleno de tranquilidad: «Ahora, Señor, según
tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz». Ya se ha
cumplido el sentido de mi vida. Ya no me queda nada más por
hacer, ni por esperar. Me pongo totalmente en tus manos. Así es
como Dios nos sostiene.

2. Desde otro punto de vista, podemos considerar todos los


años que Simeón rondó por el Templo sin que sus esperanzas,
aparentemente, fuesen cumplidas. Es la otra realidad de la vida:
todos tenemos di cultades y problemas que lógicamente llevan a
cuestionar nuestra fe y nuestra espera.
Quizá la gran equivocación de la vida espiritual sería
detenerse en las zonas intermedias del «progreso espiritual», en
lugar de alcanzar a Dios. Nos dejamos invadir por las
pesadumbres y los proyectos, los deseos y las preocupaciones, y
la vida interior no es sino una manera de ocuparnos de nosotros
mismos.
La vida de oración es todo lo contrario. No se trata de
preocuparse por el progreso y la perfección personal, sino de
ocuparse de Dios. Y así hundirse en el abismo donde mora la
Trinidad, unirse a la Trinidad que mora en nosotros. Toda
bondad, toda ternura del corazón, toda conversión interior son
como una imagen, como una emanación de la in nita
misericordia y bondad divinas. Jamás se ha triunfado del placer
por el deber. Solo el placer puede vencer al placer. Dios ama al
que da con alegría. ¡Dios mismo desea ser amado de vez en
cuando por gusto, no solo por obligación!
El camino a lo largo del tiempo en nuestra vida espiritual
siempre encuentra momentos de crisis. Sean cuales sean las
causas y la naturaleza, estas crisis son una prueba de fe, de
esperanza o incluso de amor. Toda prueba es una prueba de fe:
¿cuál es la función de Dios en todo esto? ¿Me quiere realmente,
está presente en todas mis vivencias? Toda prueba es también
una prueba de esperanza: ¿cuál es mi apoyo?, ¿cómo pienso salir
de esta?, ¿en qué baso mi seguridad más profunda? En de nitiva,
cualquier prueba es una prueba de amor. Podría ser que esté en
crisis la relación con Dios, la relación con el prójimo (familia,
amigos, etc.) o la relación consigo mismo, la aceptación de sí
mismo: ¿creo en el amor in nito e incondicional que Dios me
tiene?
San Juan de la Cruz a rma que podemos obtener cualquier
cosa de Dios, a condición de saber cómo recibirla. «Grande es el
poder y la porfía del amor, pues al mismo Dios prenda y liga.
Dichosa el alma que ama, pues tiene a Dios por prisionero,
rendido a todo lo que ella quisiere. Porque tiene tal condición,
que, si le llevan por amor y por bien, le harán hacer cuanto
quisieren» (Cántico Espiritual B, estrofa 32, 1).
Por tanto, la cuestión de fondo de la vida cristiana es
descubrir y practicar cuáles son las actitudes interiores, las
disposiciones del corazón que nos hacen estar abiertos a la gracia
de Dios. Esa actitud ha sido descrita como el abandono con ado
en las manos de Dios, fruto del amor a través de la humildad.

3. «Abandono». ¿Qué es esto del abandono en los brazos de


Dios?
Cuando me abandono en las manos de otro, de Dios, es como
poner todos los números de la cerradura para que se abra la
cajita secreta. ¡Un poco en plan abracadabra y ta-chan!
Entonces Dios se abre a mí, me llena de felicidad, del gozo de
poseer lo amado. Porque la felicidad, el culmen de la unión con
Dios, o con cualquiera, en el fondo es la posesión de lo amado, el
gozo de poseer lo que se ama.
Esto es la unión. Pero ¿cómo llegar a esa unión? ¿A la
posesión del ser que se ama? Pues abandonándose en sus manos.
Si nos abandonamos en alguien egoísta, que no nos ama, nos
ahoga, porque nos manipula, controla, hace desaparecer nuestro
yo.
Pero cuando nos abandonamos en alguien que nos ama,
entonces, justo entonces, se abre el mecanismo por el cual
conseguimos poseer, gozar con el amado.
Esto es el perder la vida para ganarla. Cuando nos damos del
todo, es cuando podemos poseer a la otra persona del todo, sin
manipularla, ni controlarla, ni desposeerla de su verdad. Sino lo
contrario: la a rmamos. Pero en ese momento es cuando la
poseemos. La felicidad no está en amar, sino en el gozo de poseer
lo que se ama.
Volvamos a la escena de Simeón y el Niño en sus brazos.
Seguro que también tú lo has comprobado en alguna ocasión de
tu vida. ¿Qué sucede cuando un niño pequeño nos echa sus
brazos y lo cogemos? Aparentemente es el adulto quien tiene al
niño en el abrazo. Pero realmente, ¿quién tiene a quién? Aunque
físicamente nosotros sostenemos al niño, es el bebé quien nos
tiene a nosotros. Y en ese momento, daríamos por él todo,
incluso la vida.
Cuando nos abandonamos en los brazos de Dios, cuando nos
hacemos niños y, en nuestra fragilidad, nos dejamos coger por el
abrazo de Dios... Entonces somos de Dios... Pero, sobre todo,
entonces Dios es nuestro. Y nos sostiene su fuerza omnipotente.
JUEVES 30 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de
la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había
vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro;
no se apartaba del Templo día y noche, sirviendo a Dios con
ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba
gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la
liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor,
se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba
creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia
de Dios lo acompañaba.

s
PARA MEDITAR

1. La vida en Nazaret y nuestra vida ordinaria.


2. La vida cristiana es la vida de cada día unidos a Dios y a los
hombres por el amor de Jesús.
3. Vivir santamente la vida ordinaria.
1. Después de la visita al Templo, María y José con el Niño «se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret». Continúan así de
modo ordinario la mayor parte de los años de la vida de Jesús: la
infancia, la adolescencia y la juventud. Con palabras del
evangelista: «El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se
llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba».
La vida en Nazaret se nos muestra como la vida ordinaria de
cualquier familia, también de la nuestra. Serían jornadas
corrientes, marcadas por el crecimiento del niño, el trabajo en el
taller de José, las ocupaciones caseras de María y el contacto con
los familiares y amigos más allegados.
Pero también era una vida extraordinaria, misteriosa, divina.
Como a rma san Josemaría: «Jesús, creciendo y viviendo como
uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el
quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por
mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos
llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de
oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre
sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros
claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina
nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos
cristianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la
de tantos millones de personas en los más diversos lugares del
mundo.
Así vivió Jesús durante seis lustros: era fabri lius, el hijo del
carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el
clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es
este?, ¿dónde ha aprendido tantas cosas? Porque había sido la
suya, la vida común del pueblo de su tierra. Era el faber, lius
Mariae, el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba
realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a
sí todas las cosas» (El triunfo de Cristo en la humildad).

2. La vida cristiana es la vida impulsada por el amor de Dios.


Tanto la fe como la esperanza nos llevan al amor: «Hemos creído
en el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4, 16); la esperanza se
fundamenta en el amor incondicional de Jesucristo.
La vida cristiana es la vida de cada día, pero vivida en
comunión con la Trinidad y con todos los hombres, gracias al
amor de Dios. Así vivieron María y José con Jesús, unidos a Dios
Padre y a todos los hombres que serían salvados por Cristo. El
amor de Dios, la dinámica de la caridad, tiene la capacidad de
integrar toda la vida personal.
Como declara san Josemaría, Dios espera nuestro amor en las
obras de cada día. «Debéis comprender ahora –con una nueva
claridad– que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles,
materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el
quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra
universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar
de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos
espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino,
escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno
de vosotros descubrir» (Amar al mundo apasionadamente).
La vida interior, la vida de relación con Dios, y la vida familiar,
profesional y social, llena de pequeñas realidades terrenas, no
pueden ser distintas ni estar separadas. No puede haber una
doble vida, si queremos ser cristianos: «hay una única vida,
hecha de carne y espíritu, y esa es la que tiene que ser –en el alma
y en el cuerpo– santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo
encontramos en las cosas más visibles y materiales. No hay otro
camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida
ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca».
Esta doctrina «ha de llevar a realizar vuestro trabajo con
perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las
cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese
algo divino que en los detalles se encierra. Os aseguro, hijos míos,
que cuando un cristiano desempeña con amor lo más
intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la
trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido
martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer
endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte,
hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de
verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís
santamente la vida ordinaria...».

3. Vivir santamente la vida ordinaria. De esto se trata: vivir por


amor y para amar. En medio del mundo y a través de las
realidades del mundo, el cristiano vive su vocación y plasma la
santidad y el apostolado a lo que ha sido llamado por Cristo en la
Iglesia. El trabajo, la familia, las relaciones sociales, etc., en
de nitiva, todos los momentos y circunstancias de su vida
cotidiana, constituyen el ámbito en el que encontrar el don de
Dios y aceptarlo libremente: esto es la santidad en cuanto vida de
Dios y con Dios.
A la vez, la unión personal con Cristo fructi ca en el santi car
a los hombres y cosas que están a su alrededor, poniendo a Cristo
en la cumbre de las actividades humanas que le toca desempeñar.
Solo de esta manera, a través de la santidad y el apostolado del
cristiano, se cumple en la historia la «recapitulación de todas las
cosas en Cristo Jesús», el que toda la creación –todos los
hombres, todas las cosas– vuelva al Padre por la acción de
Jesucristo y del Espíritu Santo en la Iglesia.
«La profetisa Ana, hija de Fanuel, mujer muy anciana, daba
gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la
liberación de Jerusalén». También ella ha esperado y con ado
durante muchos años, hasta la aparición del Niño en el Templo.
Una vez que lo ha visto, habla de Jesús a todos. Esta es la
liberación: Jesús está con nosotros, es Dios con nosotros.
Dios nos ha amado primero. Y así hace santa nuestra vida: de
trabajo, de familia, de diversión. El centro de la vida cristiana es
acoger con reconocimiento la ternura y la bondad de Dios, la
revelación de su amor misericordioso, y dejarse transformar por
dicho amor.
Pocos autores han expresado esta realidad como santa Teresa
del Niño Jesús: «Os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os
meceré. Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron
mi alma ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus
brazos, Jesús! Y para eso no necesito crecer; al contrario, tengo
que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y
más. Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar
tus misericordias» (Historia de un alma).
San Pablo a rma claramente que el hombre no se salva por
sus obras, sino por la gracia que se recibe a través de la fe, por la
con anza. Esto lo sabemos, pero aceptarlo cuesta: cada uno de
nosotros querría salvarse por sí mismo, ser fuerte, valerse de sus
éxitos, brillar ante los ojos de los demás y de Dios. Sin darnos
cuenta, aplicamos a la vida espiritual la lógica mundana de la
autorrealización.
El orgullo espiritual es más peligroso que el orgullo social.
Nos gustaría sentir que estamos progresando, que mejoramos,
que avanzamos. Pero si nuestro sueño de perfección signi ca, en
último término, poder prescindir de Dios, ¡no estamos en la
lógica cristiana! Cuanto más crecemos en el aspecto espiritual,
más dependemos de Dios, vivimos de Dios y recibimos todo de su
gracia, con sencillez y con anza.
VIERNES 31 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
Juan 1, 1-18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto
a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba
junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se
hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la
vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este
venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él
todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La
Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al
mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio
de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de
sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita
diciendo: «Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa
delante de mí, porque existía antes que yo”». Pues de su plenitud
todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por
medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está
en el seno del Padre, es quien lo ha contado.

s
PARA MEDITAR

1. El tiempo es tiempo para amar: más allá del instinto y del


instante, amar para toda la vida.
2. Soñar con esperanza, sin miedo a la tristeza o al desánimo.
3. El remedio infalible para recomenzar: acudir a la misericordia de
Dios.
Terminamos un año, comenzamos otro. La verdad de la
Encarnación, «la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»,
permanece constante a lo largo de la historia. La vida y las
enseñanzas de Jesús no pasan. Por eso el tiempo no es
simplemente oro, sino que es gloria, amplitud de vida, plenitud
de existencia. El tiempo es tiempo para amar, de verdad, a Dios y
por Dios a todos los demás: familia, amigos, compañeros y
colegas, etc.
Bajo esta verdad de Jesús, Palabra, Luz, Vida, podemos
considerar tres ideas de un discurso del Papa Francisco a los
jóvenes (Eslovaquia, 2021):

1. El amor es el sueño más grande de la vida, pero no es un


sueño de bajo costo. Es hermoso, pero no es fácil, como todas las
grandes cosas de la vida. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de
interpretar. Es preciso comenzar a percibir este don con ojos
totalmente nuevos. Ojos nuevos, que no se dejan engañar por las
apariencias. Amigos, no banalicemos el amor, porque el amor no
es solo emoción y sentimiento, esto en todo caso es al inicio. El
amor no es tenerlo todo y rápido, no responde a la lógica del usar
y tirar. El amor es delidad, don, responsabilidad.
La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es
rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del
instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo
nuestro ser. No estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de
la vida una acción heroica. Todos ustedes tendrán en mente
grandes historias, que leyeron en novelas, vieron en alguna
película inolvidable, escucharon en relatos emocionantes. Si lo
piensan, en las grandes historias siempre hay dos ingredientes:
uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo. Siempre van
juntos. Para hacer grande la vida se necesitan ambos: amor y
heroísmo.
Miremos a Jesús Niño, Cruci cado. Están los dos: un amor
sin límites y la valentía de dar la vida hasta el extremo, sin
medias tintas. Nos dice que apuntemos a metas altas. Por favor,
no dejemos pasar los días de la vida como los episodios de una
telenovela. Por eso, cuando sueñen con el amor, no crean en los
efectos especiales, sino en que cada uno de ustedes es especial.
Cada uno es un don y puede hacer de la vida un don.
Dios, la Iglesia, los seres queridos cercanos y las personas
alejadas, la sociedad, los más necesitados, nos esperan. Sueñen
con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá de
las tendencias de la moda. El año 2021 ha sido un año para esto.
El año 2022 será un año para esto.

2. Sueña sin miedo de vivir la vida para amar. Porque de


Jesucristo, «de su plenitud todos hemos recibido gracia tras
gracia».
Sueña sin miedo de formar una familia, de procrear y educar
unos hijos, de pasar una vida compartiendo todo con otra
persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades, porque está
él, o ella, que acoge y que te ama así como eres. Y eso es el amor:
amar al otro como es, y eso es bello.
Sueña sin miedo de cuidar la propia familia, de crecer en la
amistad con los amigos de siempre o con nuevas relaciones de
amistad profundas, de ayudar a los más necesitados, de trabajar
para servir a los demás compañeros y ciudadanos.
Los sueños que tenemos nos hablan de la vida que anhelamos.
Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el
viaje transgresor. No escuchen a quien les habla de sueños y, en
cambio, les vende ilusiones, son manipuladores de felicidad.
Hemos sido creados para una alegría más grande, cada uno de
nosotros es único y está en el mundo para sentirse amado en su
singularidad y para amar a los demás como ninguna otra persona
podría hacer en su lugar.
No se trata de vivir sentados en el banquillo para reemplazar a
otro. No, cada uno es único a los ojos de Dios. No se dejen
«homologar»; no fuimos hechos en serie, somos únicos y libres, y
estamos en el mundo para vivir una historia de amor con Dios,
para abrazar la audacia de decisiones fuertes, para aventurarnos
en el maravilloso riesgo de amar. Os pregunto: ¿Ustedes creen en
esto? Os pregunto: ¿Y es vuestro sueño?
Sí, pero el mundo piensa de otro modo. Se habla mucho de
amor, pero en realidad rige otro principio: que cada uno se ocupe
de lo suyo. También Jesús experimentó el rechazo. «Vino a su
casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre».
Queridos jóvenes, no se dejen condicionar por esto, por lo que
no funciona, por el mal que hace estragos. No se dejen aprisionar
por la tristeza o el desánimo resignado de quien dice que nunca
cambiará nada. Si se cree en esto, uno se enferma de pesimismo.
El pesimismo te enferma de amargura. Se envejece por
dentro. Y se envejece siendo jóvenes. Hoy existen muchas fuerzas
disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, ampli cadores
de negatividad, profesionales de las quejas. No los escuchen,
porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta
la tristeza y el victimismo. No estamos hechos para ir mirando el
suelo, sino para elevar los ojos y contemplar el cielo, a los otros, a
la sociedad.

3. Y cuando estamos decaídos, porque todos en la vida


tenemos unos momentos un poco bajos, todos conocemos esta
experiencia. Cuando estamos decaídos, ¿qué podemos hacer?
Hay un remedio infalible para volver a levantarse: la confesión.
¿Cómo puede uno superar los obstáculos del camino hacia la
misericordia de Dios? También aquí es una cuestión de mirada,
de mirar lo que importa. Si pregunto: «¿En qué piensas cuando
vas a confesarte?». Estoy casi seguro de la respuesta: «En los
pecados». Pero ¿los pecados son verdaderamente el centro de la
confesión? ¿Dios quiere que te acerques a Él pensando en ti, en
tus pecados, o pensando en Él? ¿Qué es lo que quiere Dios? ¡En
Él! ¿Cuál es el centro, los pecados o el Padre que perdona todo?
¡El Padre!
No vamos a confesarnos como unos castigados que deben
humillarse, sino como hijos que corren a recibir el abrazo del
Padre. Y el Padre nos levanta en cada situación, nos perdona
cada pecado. Escuchad bien esto: ¡Dios perdona siempre!
¿Habéis comprendido? ¡Dios perdona siempre!
Les doy un pequeño consejo: después de cada confesión,
quédense un momento recordando el perdón que han recibido.
Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro.
No los pecados, que no están más, sino el perdón que Dios les ha
regalado. La caricia de Dios Padre. Eso atesórenlo, no dejen que
se lo roben.
Y cuando vuelvan a confesarse, recuerden: voy a recibir una
vez más ese abrazo que me hizo tanto bien. No voy a un juez a
ajustar cuentas, voy a encontrarme con Jesús que me ama y me
cura. Demos a Dios el primer lugar en la confesión. Si Él es el
protagonista, todo se vuelve hermoso y la confesión se convierte
en el sacramento de la alegría. Sí, de la alegría, no del miedo o
del juicio, sino de la alegría.
Pero alguno podría decir: «Yo igualmente me avergüenzo, no
logro superar la vergüenza de ir a confesarme». No es un
problema, es algo bueno. Avergonzarse en la vida en ocasiones
hace bien. Si te avergüenzas, quiere decir que no aceptas lo que
has hecho. La vergüenza es un buen signo, pero, como todo
signo, pide que se vaya más allá. No permanecer prisionero de la
vergüenza, porque Dios nunca se avergüenza de ti. Él te ama
precisamente allí, donde tú te avergüenzas de ti mismo. Y te ama
siempre.
Una última duda: «Yo no consigo perdonarme, por tanto, ni
siquiera Dios podrá perdonarme, porque caigo siempre en los
mismos pecados». Pero ¿cuándo se ofende Dios?, ¿cuándo vas a
pedirle perdón? No, nunca. Dios sufre cuando nosotros pensamos
que no puede perdonarnos, porque es como decirle: «¡Eres débil
en el amor!». Decirle esto a Dios es feo. En cambio, Dios siempre
se alegra de perdonarnos. Cuando vuelve a levantarnos, cree en
nosotros como la primera vez, no se desanima. Somos nosotros
los que nos desanimamos, Él no. No ve unos pecadores a quienes
etiquetar, sino unos hijos a quienes amar. No ve personas
fracasadas, sino hijos amados; quizá heridos, y entonces tiene
aún más compasión y ternura. Y cada vez que nos confesamos –
no lo olviden nunca– en el cielo se hace una esta. ¡Que sea así
también en la tierra!
SANTORAL DE DICIEMBRE DE 2021

Viernes 3 SAN FRANCISCO JAVIER


INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA
Miércoles 8
BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
Jueves 9 SAN JUAN DIEGO
Viernes 10 NUESTRA SEÑORA DE LORETO
Lunes 13 SANTA LUCÍA
Martes 14 SAN JUAN DE LA CRUZ
Sábado 25 NATIVIDAD DEL SEÑOR
Domingo 26 SAGRADA FAMILIA
Lunes 27 SAN JUAN
Martes 28 LOS SANTOS INOCENTES

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