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El archivo que ahora tienen en sus manos es el resultado del trabajo de varias
personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y
corregir los capítulos del libro.
Es una traducción de fans para fans, les pedimos que sean discretos y no
comenten con la autora si saben que el libro aún no está disponible en el
idioma.
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esté el libro a la venta en sus países, lo compren, recuerden que esto ayuda a
los escritores a seguir publicando más libros para nuestro deleite.
¡Disfruten de su lectura!
¡Saludos de unas chicas que tienen un millón de cosas que hacer y sin embargo
siguen metiéndose en más y más proyectos!
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TRADUCCIÓN
°Nicte
°Kerah
°Bleu
°Hina
CORRECCIÓN
°Juli Da’Neer
°Elke
°Kerah
°Bleu
DISEÑO
°Kerah
REVISIÓN FINAL
°Matlyn
(Esta Diosa merece un altar así que se vale que le
escriban mensajes bien bonitos en las redes)
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SINOPSIS
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
MAPA
Capítulo Veintiuno
DEDICATORIA Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Uno
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Dos
Capítulo Veinticinco
Capítulo Tres
Capítulo Veintiséis
Capítulo Cuatro
Capítulo Veintisiete
Capítulo Cinco
Capítulo Veintiocho
Capítulo Seis
Capítulo Veintinueve
Capítulo Siete
Capítulo Treinta
Capítulo Ocho
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Nueve
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Diez
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Once
Capítulo Treinta y cuatro
Capítulo Doce
Capítulo Treinta y cinco
Capítulo Trece
Capítulo Treinta y seis
Capítulo Catorce
Capítulo Treinta y siete
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
AGRADECIMI ENTOS
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho SOBRE LA AUTORA
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Una hechicera. Su Príncipe. Una maldición oscura…
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Para mi pequeño caballero,
Eras el mejor amigo que una chica podía pedir.
Tu gentileza, lealtad y corazón superarían a los de todos los
demás hombres, incluso si fueras un caballo.
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CAPÍTULO UNO
—Los árboles son nuestros amigos —repitió Sela. Eran las primeras
palabras que pronunciaba en semanas... oh, cómo había echado de menos
Larkin su ceceo. Pero sus palabras le hicieron recordar algo a Larkin, había
oído a Sela decir eso antes, sin embargo, ¿cuándo?
¿Era posible que Sela supiera algo sobre la magia de los árboles? Pero
eso era imposible, era una niña de cuatro años y no tenía ni idea del árbol
sagrado en el corazón del Bosque Prohibido y todo gracias a las mentiras y
supersticiones de los druidas.
—Estoy bien.
Sela notó la mano vendada que sostenía la suya y con el ceño fruncido
miró a Larkin por donde habían venido, el campamento de cientos, quizás
miles, de flautistas.
Tres días atrás, Sela había escapado de su pueblo bajo el encanto de los
flautistas y lo único que recordaba era que habían obligado a Larkin a casarse
con Bane ante el manto de la noche y que se había despertado en el bosque.
No sabía que Denan había interrumpido la boda, pero que no había podido
rescatar a Larkin de la sangre y la muerte de esa noche, del miedo de los días
siguientes.
Amor u odio: Larkin no estaba segura de qué emoción era más fuerte
cuando se trataba del hombre que una vez había considerado su mejor amigo.
Probablemente las dos cosas.
—Quiero a Bane —La voz de Sela vaciló. Él siempre había sido como
un hermano mayor para ella.
Pero Bane había sido capturado por los mismos druidas para los que
había estado trabajando.
Sela no preguntó. Se agarró a una rama y trepó por ella. Larkin saltó
hacia la misma rama, sus dedos ni siquiera la rozaron. Rodeó el árbol, con
olas de miedo que humedecían su piel bajo el corsé.
Había otra rama más baja. Hizo un salto en carrera y sus dedos la
atraparon, pero su impulso la lanzó hacia adelante. Resbalando y aterrizando
con fuerza sobre su espalda, gritando por el dolor en las costillas.
Sela estaba ya tan arriba en el árbol que Larkin apenas podía distinguir
un ojo y una mano pálida contra la corteza marrón. No había tiempo para
que bajara.
Se tambaleó.
Junto a Ramass, los otros tres espectros se formaron desde las sombras
y a su derecha Hagath, la única hembra, se formó a su lado. Larkin no
conocía los nombres de los otros dos. Uno llevaba un manto como aquellos
ceremoniales que llevaban los flautistas y el otro se mantenía alejado del
resto, con la mirada fija en el bosque.
—Eres mía.
Su voz era una mezcla entre un chillido y una rima seca. Ella retrocedió,
no sabía que los espectros pudieran formar palabras humanas. Pero entonces,
habían sido hombres una vez.
—Mi…
Lo que intentó declarar como una verdad irrefutable, salió más bien
como una pregunta.
—¡Nunca!
—Lo harás.
No. Los espectros no podían poseer la misma magia que los flautistas.
Larkin retrocedió a trompicones, pero ya era demasiado tarde. La música
despertó algo oscuro y hambriento en su interior que deseaba lo que nunca
debería tener. Contra su voluntad, dio un paso adelante. Y luego otro. Y otro
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más. Hasta que llegó al borde del anillo de árboles. Un paso más sería el
último.
Todo se combinó en una furia desatada, sus palabras, la oscuridad que
buscaba su lugar dentro de ella, el miedo, la pérdida y la traición. Agarró su
escudo con ambas manos y abrió de par en par su conexión con la magia tan
amplia que la atravesó y le arrancó un grito desgarrado de los labios. Su
escudo palpitó y una onda de energía blanca y dorada se extendió hacia el
exterior.
Se tambaleó hacia atrás, con los sellos en carne viva. Sus piernas se
doblaron bajo ella y cayó de rodillas. Su espada y su escudo se apagaron. Su
visión se oscureció.
Ella gritó.
—¡Denan!
Las flechas hechas con ramas del Árbol Blanco atravesaron a Hagath.
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Se levantó con una lluvia de hojas rotas en el pecho y sus débiles brazos
cedieron, estaba demasiado débil para mantenerse en pie, así que rodó hacia
un lado y con los pies y las manos clavados en la tierra, se arrastró lejos de
la batalla.
—¿Tam?
—El asqueroso y apestoso cadáver tendría que esforzarse mucho más
para superarme —dijo Tam con voz temblorosa. Escupió en la silueta que se
desvanecía—. ¡Gah! Rature es el peor de ellos.
—¿Larkin?
Tenía sentido.
—¡No! Sela...
—¡Está ahí! —Larkin señaló el alto árbol que se veía más allá de los
árboles.
—Voy a buscarla.
—Estás sangrando.
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Piel de algún animal, cosida, pegada y preparada para guardar o contener líquidos.
—Tu corsé —le dijo Denan—. Quítatelo.
—¿Mejor?
—Lo estaré.
Denan le acarició el brazo, pues parecía necesitar el consuelo del tacto
tanto como ella.
—Los efectos no durarán. Sólo tienes que aguantar. Todo irá bien.
Por ahora.
Los escalofríos perdieron parte de su fuerza y exhausta, se hundió en
sus brazos. Desde su izquierda, unos pasos se deslizaron por un hueco de
hojas. Sela corrió hacia ellos y se detuvo en seco al ver a Larkin, sus ojos se
abrieron de par en par al ver la mitad del vestido ensangrentado y arruinado
de Larkin que yacía en jirones en el suelo.
—Los espantamos.
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Tam inclinó la cabeza hacia atrás por donde había venido, con sus ojos
azules como la primavera brillando.
Denan recogió sus armas e hizo un gesto a Larkin y Sela para que se
interpusieran entre él y Tam. Se adentraron en el anillo de árboles.
—Un lugar donde la magia del Árbol Blanco se dispara. Están rodeados
de un encantamiento que los hace casi imposibles de encontrar —Denan la
estudió con orgullo. Claramente pensaba que ella lo había encontrado.
Debería decirle la verdad, que Sela había sido la elegida, pero necesitaba
el calor de su mirada. Necesitaba su aprobación. La verdad se agolpó en su
garganta.
Una media luna de luz solar selló el cielo negro, lavando el mundo con
una luz bendita, una luz que los mantendría a salvo de los espectros.
Pero los flautistas no lo sabían. Todo lo que sabían es que ella había
escapado. Hombres habían muerto para rescatarla de los druidas. Algunos de
esos hombres tendrían amigos aquí.
Larkin oyó el arroyo antes de verlo: el canto del agua resbalando sobre
las piedras cubiertas de musgo. Tres guardias flautistas observaban a su
madre caminar de un lado a otro, pero se volvió cuando Larkin y sus amigos
aparecieron.
Sus ojos marrones le dieron las gracias a Larkin. Larkin sintió calor al
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ver el amor que había detrás de esos ojos. Puede que haya heredado las pecas
y el pelo cobrizo de su padre, maldito sea su pellejo de borracho, pero sus
ojos marrones eran de su madre.
Larkin apoyó a su hermana pequeña en un hombro, le dio unas
palmaditas en el trasero y la hizo callar.
—Antes hablaba.
Con lágrimas gordas rodando por sus mejillas, Sela negó rotundamente
con la cabeza y se retiró la manga, revelando un raspón sangriento. Incluso
a los cuatro años, Sela conocía el poder de la distracción. Larkin ni siquiera
había sabido que su hermana estaba herida.
Llevó a Sela hasta el arroyo y la colocó junto a él, Sela se retorció, pero
su madre la sujetó, le echó agua y le frotó el rasguño.
Larkin recordó cuando era una niña de no más de diez años. Había
hecho tanto calor y estaba tan seco que hasta la maleza se había marchitado.
Un repentino aguacero había pasado por encima de ellos. Larkin y Nesha
habían gritado y chillado y se habían deslizado por la colina embarrada hasta
que Larkin se había torcido el tobillo.
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Uno de los chicos se llevó la flauta a los labios y tocó una serie de notas
agudas. Los flautistas se pusieron en movimiento, recogiendo sus cabañas y
campamentos.
—Princesa.
Las mejillas de Larkin ardían. Por lo que Demry sabía, había huido de
su marido con un intento de asesino. Movió torpemente a la bebé en sus
brazos y se acercó a Denan.
—Vamos, Pennice.
—¿Has visto la magia de Larkin? —Su madre asintió—. Hay otro tipo
de magia, tan oscura como la de Larkin es luz. Cuando caiga la noche,
atacarán. Tenemos que llegar a una posición defendible antes de eso.
Su madre palideció.
Miró a los tres hombres y luego a los flautistas que se movían por el
bosque a su alrededor. Se dirigió a Denan.
Inclinó la cabeza.
—Te compensaré.
—Más te vale.
Tam le echó una mirada y se adelantó, fuera del alcance del oído.
—Rescátalo.
Hamel había estado tranquilo, algo que tenía poca importancia, pero
todavía no entendía por qué había venido el ejército y por qué habían
construido un muro fortificado en las afueras de su ciudad natal.
—No... no lo sé.
—¿Así que me estás diciendo que Bane va a morir y no hay nada que
podamos hacer al respecto?
Suspiró.
—Los druidas no pueden querer que los espectros ganen. Tiene que
haber una manera.
Larkin oyó el suave torrente del manantial mucho antes de verlo. El olor
vino después: agua limpia y fría y el musgo. El manantial burbujeaba entre
las rocas negras antes de precipitarse en el bosque.
Se movieron río abajo para dejar que otro tuviera su turno. Encontraron
a su madre apoyada en un árbol, amamantando a Brenna. Larkin le entregó
el odre y su madre lo vació de una sola vez.
Larkin indicó a Sela que se arrodillara junto a ella en la orilla. Juntas, se
lavaron el sudor y la suciedad de las manos y la cara: el día de mediados de
primavera se había vuelto caluroso.
Larkin se sentó junto a su madre. Bajó la voz a un susurro para que Sela
no la oyera.
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—Pensé que conocía a Bane —Su nombre se sentía como una brasa en
su lengua—. Fue mi mejor amigo durante años. Pero nunca imaginé que él
y Nesha estuvieran juntos, que ella estuviera embarazada de él.
Antes de Nesha, se había acostado con Alorica y Larkin tampoco lo
sabía.
Su madre hizo una mueca y fingió interesarse por algo que estaba a su
izquierda. La mirada de Larkin se estrechó.
—¿Lo sabías?
—Lo odio.
—¿Por qué se enfadó tanto cuando supo que Sela era una niña?
—Bonita.
***
alzaban cada vez más grandes. La cascada partía los acantilados por la mitad
y el rugido era perceptible incluso a esta distancia. Debajo de ese rugido,
sonaba el golpe de las hachas. Doblaron una esquina y su vista se abrió a la
base del barranco.
—Ya casi estamos —dijo Talox. Sela dormía sobre su enorme hombro,
con los brazos apretados incluso en el sueño.
Talox señaló hacia adelante. Larkin sombreó los ojos y divisó a Denan
en un corte de la línea de picas. Apoyando la cabeza de Brenna, Larkin se
apresuró a avanzar.
—Denan...
Bajó la voz.
—¿Por qué?
—¿Mi familia?
—No lo harán.
—Pero si lo hacen…
—Me has salvado. Y tu magia sólo se hará más fuerte como tus sellos.
Algún día, harás más. Sé que lo harás.
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—Empieza con tu madre —se echó hacia atrás—. Mira si puedes quitar
la maldición de ella.
—¿Qué ocurre?
Dando una patada en los pies, Brenna le miró fijamente con unos ojos
que aún se encontraban entre el marrón y el azul. Le recordaban tanto a
Larkin los ojos violetas de Nesha que tuvo que apartar la vista por un
momento. Su madre le quitó a la bebé y dio un paso atrás.
—Por aquí.
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Pero esa tranquilidad y belleza parecían estar muy lejos. Todo lo que
Larkin podía sentir era tristeza. La primera vez que había estado aquí con
Alorica y Venna. Habían estado tan decididas a escapar, tan unidas en su
odio a los flautistas.
Su madre la alcanzó.
—Parece que Tam tiene nuestra cena —Pasó por delante de su madre.
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***
Con las barrigas llenas de pescado y verduras cosechadas, Larkin dedicó
los últimos momentos de luz solar a lavar los pañales de Brenna; incluso con
los mulgars y los espectros a la caza de ellos, esas cosas debían hacerse. Su
madre los escurrió y los colgó en los arbustos para que se secaran mientras
Sela miraba la cascada como si estuviera embelesada.
También era la primera vez que tenía un nombre para las cosas extrañas
que podía hacer desde que él le había dado el amuleto. Lo tocó a través de
su túnica, sintiendo la silueta de un árbol que se imprimía en su piel. Al igual
que las flechas sagradas y las armas de los flautistas, estaba hecho de la
madera sagrada del Árbol Blanco y tenía su propio tipo de magia.
Al igual que la magia que latía en sus cuatro sellos. Los abrió a la magia
y se maravilló al ver que brillaban iridiscentes, con formas geométricas y
florales. Seguían creciendo en tamaño y fuerza. El que tenía en el dorso de
la mano invocaba su espada. La del antebrazo izquierdo invocaba su escudo.
Los dos últimos estaban en la nuca y en una banda alrededor del brazo. No
sabía lo que hacían.
Nada.
¿Pero qué le había permitido recibir su espina en primer lugar? Era casi
como si el Árbol Blanco hubiera extendido la mano a través de los árboles
ordinarios, infundiéndole la magia suficiente para que ella pudiera utilizarla.
Como si el árbol se hubiera preocupado por ella incluso entonces. Como lo
haría un amigo.
Las palabras que Sela había pronunciado en el anillo del arbor2 y antes,
cuando ella y Larkin habían corrido para salvarse de la bestia. El
encantamiento hacía que los árboles parecieran velas que se derretían, y sus
ramas malvadas y ardientes arremetían contra Larkin.
Hasta que las frías manos de su hermana tocaron los hombros de Larkin.
El encanto se había desvanecido. Algo se había liberado dentro de Larkin:
una luz donde antes sólo había oscuridad. Y entonces Larkin se había fijado
en Denan, que había estado vigilando a Sela, manteniéndola a salvo desde
la distancia.
¿Podría ser? ¿Era Sela la que Denan debía encontrar, la que había roto
la maldición? Larkin jadeó y se puso en pie, con la mirada puesta en su
hermana, que apilaba piedras en precarias torres.
—Larkin.
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Esta palabra tiene un doble significado y no puede confundirse Arbor con Anillo de arbor ya que
este último se refiere a un claro en medio de un bosque con ciertas propiedades mágicas en contra de los
espectros y el primero es un título casi noble y extremadamente raro ya que es una especie de vidente que
trabaja para el Rey flautista. Ambos casos están conectados directamente al Árbol Blanco, pues su poder
proviene de él.
La forma en que la miraba, casi con reverencia. ¿Y si esa reverencia se
debía a que la consideraba una rompemaldiciones, la salvadora de su pueblo?
No. Sela era una niña. Ella no pudo haber sido la que rompió la
maldición.
Simplemente no pudo.
—¿Qué ocurre? —su voz se quebró con la pregunta. Era una pregunta
estúpida. Podría morir esta noche, protegiéndola a ella y a su familia. Puede
que nunca lo viera de nuevo.
Larkin se puso en pie y tomó la cálida mano de Denan entre las suyas.
Larkin sintió los ojos de su madre sobre ella. Estaba claro que no lo aprobaba.
¿Cómo podía hacerlo? Pero Larkin no se apartó. No podía hacerlo.
—Estoy aquí.
—¿Puedo besarte?
—Ya nos hemos besado dos veces —le recordó ella sin aliento.
—Pero siempre me has besado —El dorso de sus dedos se desplazó por
su mejilla, a lo largo de su cuello, antes de rozar su clavícula, dejando un
rastro de fuego dondequiera que tocaran—. Esta vez, quiero besarte.
—Sí.
Por favor.
Le agarró la cara entre las manos, con las marcas del icor ásperas bajo
sus dedos. Le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas. Las palmas
de las manos de él rozaron su espalda antes de posarse en su cintura.
Denan gruñó por lo bajo en su garganta; ella pudo sentir las vibraciones
contra sus labios.
La apretó.
—Te quiero.
Tam le empujó.
Abrió la boca para regañarle por ser tan frívolo, pero Talox apoyó su
pesada palma en el hombro de ella, con los ojos brillando mientras decía—:
Te clavan en un árbol porque eres demasiado bajito para alcanzar los
escudos.
Empezó a silbar.
—Pero…
Se detuvo al decir que tenía que protegerlos. Talox tenía razón. Si los
espectros iban tras Larkin, su familia estaba más segura lejos de ella.
Los ojos de Larkin se cerraron. No quería que su madre supiera que los
espectros la cazaban.
Era fácil olvidar que el Idelmarch tenían una Reina. Iniya Rothsberd
había perdido su poder ante los druidas décadas antes de que Larkin naciera.
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Se inclinó.
—Por mi vida.
—Por aquí.
Más allá, los ingenieros habían talado una línea de árboles, cuyos
troncos se habían apilado estratégicamente en el centro y se habían posado,
mientras que las ramas se habían amarrado para crear filas de picas ante una
trinchera poco profunda.
—Allí.
Sacudió la cabeza.
Sacudió la cabeza.
Olfateó. Talox tenía razón. El olor era el de un cadáver fresco que acaba
de empezar a girar. No el de la putrefacción y la tumba.
Cientos de mulgars salieron de las sombras del bosque, con la luz del
fuego grabando sus rostros en la oscuridad. Aparte del golpeteo de cientos
de pies, no hicieron ningún ruido. Ni cuando las flechas se incrustaron en su
carne, goteando sangre negra, ni cuando la primera docena cayó sobre las
picas o las docenas y docenas que les siguieron; los cuerpos se apilaban a
dos y tres metros de profundidad y, aun así, siguieron llegando, saltando
sobre sus caídos sin pausa.
—¿Mi madre y mis hermanas están viendo esto? —preguntó Larkin con
voz entrecortada.
—Has sido elegida como guerrera, Larkin. Esta será tu vida algún día.
—Esas cosas son mitos —Su madre siempre lo había dicho. Como la
partera del pueblo, debería saberlo.
Si tal cosa fuera posible, Larkin podría vivir el tipo de vida que quisiera.
Podría elegir.
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—Fuiste elegida por el Árbol Blanco. Puede ver cosas dentro de nosotros
que no podemos ver por nuestra cuenta.
Observó la batalla.
El día anterior, Denan había cargado contra los espectros mientras Tam
golpeaba desde la distancia.
—Por eso no ves a ninguno de los espectros ahora. Una flecha debilitará
a un espectro. Dos o tres los devolverán a la sombra. Si tienes que luchar
contra ellos cuerpo a cuerpo, mantén un arquero cerca para acabar con ellos
en el momento en que haya una línea de visión clara.
—¿Te imaginas lo que podría hacer una docena de mujeres con magia?
Lo cambiaría todo.
Invocó su espada, una hoja curvada y cortante con una punta para
clavar. Brillaba con una tenue luz dorada en la oscuridad total, Talox arrancó
una hoja y la pasó por el borde. Se partió por la mitad con la mínima presión.
—Una hoja tan afilada puede ser tan peligrosa para la persona que la
empuña como para su enemigo. Por no hablar de que la luz llama la atención.
La tradición dice que los antiguos podían cambiar de arma. Incluso variar el
filo y el brillo de la hoja. Tienes que averiguar cómo antes de que termines
en problemas.
el nudo en la garganta.
El tramposo mentiroso.
¿Por qué se quedaba despierta por Denan? Dormir era una mejor idea.
Ella no podía mantener sus ojos abiertos más.
***
El sol era una astilla lejana en el horizonte. Lo último de la luz del día
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La rama debajo de ella se movió. Talox se deslizó por el árbol. Sus ojos
se estrecharon hasta convertirse en una mirada.
—Denan...
—¿Qué pasa?
—¿Pero?
Pero... tantos errores. Tantos errores. Sus dos naciones unidas como
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Tomó su cara entre las manos y lo besó de nuevo. Sus labios eran suaves
y flexibles bajo los de ella. Dejó que ella marcara el ritmo. Ella exploró su
boca, su sabor. La sensación de sus suaves mejillas sin barba bajo sus manos.
—¿Larkin? —susurró.
—Es que... es mucho. Para amarte. Para dejar ir todo lo que pasó antes.
Para alejarme de todo lo que sabía y comenzar en cosas que desconocía —
se rio nerviosamente—. ¿Me entiendes?
Le rozó la mejilla.
a Sela al río. Enciende un fuego, hierve las vendas usadas y empaca los
pañales secos de la bebé.
¿Acaso Larkin era más útil que como niñera y lavandera? Aun así,
sostuvo a la bebé cerca, tomó la mano de Sela y la llevó al borde del
estanque. La cascada brillaba con la luz de la mañana.
—Te quiero.
—Sela, ¿qué quisiste decir cuando dijiste que los árboles eran nuestros
amigos?
Sela se movió y la miró, con los labios sellados.
Sela se volvió hacia el fuego. Talox puso a hervir una pesada olla de
agua y se marchó de nuevo.
—Ni siquiera entiendes de qué estoy hablando —se pasó una mano por
la cara—. Claro que no lo entiendes. Vamos. Vas a ayudar con el lavado.
Los flautistas se apresuraron a pasar por delante de ellos, con las armas
desenfundadas.
Larkin miró por encima del hombro hacia el lado opuesto de la
desembocadura del río. Los arbustos se movieron. Alguien se estrelló,
aterrizando de espaldas con un mulgar encima. Los dos rodaron. Un cuchillo
brilló, goteando sangre negra. El hombre se puso en pie tambaleándose. Sólo
que no era un hombre.
Era Maisy.
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CAPÍTULO CINCO
—¡Maisy!
—Entonces busca a otra persona para que lo haga —Se metió entre los
soldados, corrió hasta la desembocadura del río y se situó en la orilla.
—Maisy —llamó Larkin por encima del río que corría entre ellos—. No
es seguro en ese lado.
nadie.
Maisy comenzó a ver algo detrás de ella, algo que Larkin no podía ver.
—¡Maisy! Maisy, ven aquí antes de que sea demasiado tarde —chocó
con otro flautista sólido—. ¡Muévete!
Detrás de Maisy, los mulgars se abrieron paso entre los árboles. Los
flautistas soltaron flechas. El brazo de Talox rodeó la cintura de Larkin y la
arrastró detrás de la línea de soldados.
Al otro lado del río, los mulgars se habían cubierto de las implacables
flechas de los flautistas detrás de los árboles. De vez en cuando, alguno
intentaba soltar una flecha en dirección a los flautistas, pero sus flechas
nunca pasaban de la mitad del río.
Media docena de pasos antes de que los dos chocaran, Maisy se lanzó
hacia una rama. Enganchó su pie en ella y se subió a un árbol ancho. El
mulgar le agarró el otro pie y tiró de él. Ella consiguió sujetarse con la punta
de los dedos. El mulgar enseñó sus dientes manchados y abrió la boca sobre
la pantorrilla expuesta.
—Denan va a matarme.
—Te protegeré.
—¿Sabes nadar?
Los ojos del mulgar se enfocaron, se fijaron en los de ella. Luego cayó
al suelo. Muerto. Su espada parpadeó y se desvaneció.
Talox parpadeó.
Maisy por encima de su hombro, Talox se abrió paso entre las ramas
hacia ella. Larkin canalizó más magia en su espada, haciendo que el filo
estuviera afilado como una cuchilla, y luego abrió un camino para salir del
árbol. Tres golpes y se liberaron.
flechas. Llovieron sobre el escudo, que se onduló y bailó. Picaba, como si los
sellos de Larkin estuvieran en carne viva por los múltiples impactos.
Los mulgars se derrumbaron por docenas cuando los flautistas llenaron
sus cuerpos de flechas. Tumbado de espaldas, un mulgar levantó su arco,
apuntando bajo el escudo. Entonces su flecha desapareció y Talox siseó, con
una línea de sangre que le recorría el brazo.
—¡Talox! —gritó.
Dos flautistas agarraron los brazos de Larkin. Ella se esforzó por sacar
el brazo del cuero mojado. Finalmente, lo liberó y los hombres la ayudaron
a deslizarse por el agua hasta el otro lado. Cuando se estabilizó, dio las
gracias con la cabeza y la soltaron.
—Ella es mía.
—¡Ella no es tu esclava!
—No se le dio una dosis de veneno suficiente para que hiciera todo su
efecto.
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—El veneno se te pasará —le dijo Larkin a Maisy—. No estarás así para
siempre.
No, Larkin no había evitado que ese hombre la lanzara. Ella no era del
todo poderosa.
Se estremeció.
Talox gruñó: todos sabían que una semana no era algo que ninguno de
ellos tuviera. Se puso en pie y trató de levantar a Maisy. Ella se retorció y le
frunció el ceño.
No la miró.
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—¡Ay! —se quejó; ella le había agarrado el brazo herido por error—. A
Maisy le aterrorizan los hombres. Con razón. Y está loca de remate como un
pollo sin cabeza.
—¡Sí!
—Despierta a Denan.
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CAPÍTULO SEIS
—¿Por qué estás mojada? —Miró a Talox, que también estaba mojado
y lucía un vendaje ensangrentado alrededor del brazo. Luego vio a Maisy,
también mojada y claramente drogada. Su expresión se endureció. Sus puños
se cerraron. Se dirigió a Talox—. Dime que no has dejado que salve a esta
chica.
—Tiene que aprender alguna vez —Denan dio un paso hacia él, con
violencia en su mirada.
Denan maldijo y dio otro paso hacia él. Larkin lo empujó hacia atrás.
Los flautistas se estaban reuniendo. Uno de los sirvientes echó a correr.
—¿La decisión de Larkin? No se trata de Larkin. Se trata de romper la
maldición, es nuestra mejor esperanza en casi tres siglos. No se pone eso en
riesgo para salvar a una chica tonta.
Ella se estremeció. Pero Denan tenía razón. Salvar a Maisy había sido
egoísta. La vida de Larkin no era una moneda que pudiera permitirse gastar,
no cuando había tanto en juego.
—No lo hagas, Denan —La voz de Talox retumbó con un toque de ira.
Sin expresión, Talox se inclinó, giró sobre sus talones y se alejó sin mirar
atrás.
Larkin, con el corazón encogido, lo vio partir. Se acercó a Denan con
las manos en puños.
—Denan —advirtió Larkin. Ella sabía que Talox nunca haría daño a
nadie, aunque Denan lo permitiera. Pero Maisy no lo hizo.
Larkin quería arremeter contra Denan por su falta de piedad: esto no era
justo ni correcto. Pero tampoco lo era la vida. Denan era un hombre duro.
Debía serlo. Ella no haría su carga más pesada con protestas infantiles. Pero
cuando estuvieran a solas, lo iba a dejar seco.
—¿Qué quieres?
—Eso es imposible.
—Enséñale.
Denan hizo un gesto a Tam, que tocó una melodía que aseguraba que
sólo se decían verdades. Era ineludible e implacable como una migraña.
—¿Por qué sólo pueden salir de noche? —Preguntó Denan—. ¿Por qué
los árboles y el agua los repelen?
—¿Qué quieren?
—¿Cómo escapaste?
Denan cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir, el dolor estaba bien
enmascarado, pero Larkin lo vio en el gesto de su boca.
—Sí, Príncipe.
Ignorando su tono insolente, Denan hizo un gesto para que Tam dejara
de tocar, se puso en pie y llamó a uno de los sirvientes que siempre lo seguían
a distancia.
Denan hizo un gesto para que Tam y Larkin lo siguieran y dio unos
pasos antes de detenerse y volver a mirar a Maisy.
—Durante la luz del día —habló como si las palabras fueran físicamente
dolorosas— son vulnerables, débiles. Creo que entonces podrías matarlos.
Larkin lo miró.
—En un lugar donde los hombres superan en número a las mujeres tres
a uno —dijo Tam—, tenemos duras penas por dañar a una mujer.
—Todos nosotros hemos recibido clases sobre cómo tratar y cuidar a las
mujeres —dijo Denan.
—¿Quién da esas clases? —preguntó sorprendida. Tam le lanzó una
mirada confusa.
—Nuestras madres.
—Duérmela.
Tam tocó, con una melodía que prometía sueños. Los ojos de Maisy se
volvieron pesados y su canción se convirtió en silencio. Larkin sujetó el
amortiguador, agradeciendo que tuvieran alguna protección contra la magia
indiscriminada de los flautistas.
Sela le echó un vistazo. ¿Qué vio? ¿Al hombre que los había salvado
del gilgad y luego había intentado secuestrarlos? ¿El hombre que había
secuestrado a Larkin?
Larkin hizo un gesto para que Denan la levantara. Se acomodó junto a
su hermana, que se aferraba al baúl con un agarre mortal.
—Vamos, Sela.
Miró a Denan, lo que avivó las brasas de la ira de Larkin. Denan asintió
con la cabeza. Tam hizo un gesto para que uno de los soldados lo ayudara.
Juntos, levantaron a Maisy y se la llevaron. Mientras desaparecían, Sela se
relajó, encorvando una columna vertebral a la vez.
Su madre esperaba abajo, golpeando con el pie, pero su ira no era para
Sela.
perfectamente a salvo.
—He hecho todo lo posible por compensarla —dijo Denan en voz baja.
—No, no es así.
Lo evaluó.
Frunció el ceño.
Larkin no sabía qué otra cosa podía hacer, pero no se podía razonar con
niños de cuatro años ni con madres enfadadas, por lo visto.
—¿Por qué?
Su madre palideció.
—Yo lo haré.
Con los labios fruncidos, Denan asintió. Hizo un gesto a sus hombres,
que los habían estado esperando. Rodearon a Larkin y a su madre entre
cuatro hombres. Uno de ellos tocó, haciendo que Sela cayera en un profundo
sueño. Larkin miró fijamente a la gran comitiva y lanzó una mirada
interrogativa a Denan.
—Larkin...
***
—No —dijo Larkin. Algo mucho peor la perseguía—. Son sólo sus
sirvientes. Hombres y mujeres convertidos en monstruos descerebrados tras
ser cortados por una hoja corrupta.
¿Se había dado cuenta el hombre bajo la corrupción de que se estaba
muriendo? ¿Que lo había matado?
Denan dudó.
¿Dos mil hombres eran todo lo que contenía la horda de mulgars? Larkin
se estremeció.
—Denan —Tam señaló a uno de los sirvientes, que corrió por el bosque
hacia ellos.
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Con las manos apoyadas en las rodillas, el joven se detuvo ante ellos,
jadeando—: Los exploradores informan de que el ejército mulgar está al
acecho.
Denan miró hacia el este.
Larkin se acercó.
—Es eso o dejar que nos lleven más al sur, peligrosamente cerca del
bosque mulgar.
El cruce del río no fue tan duro como Larkin había previsto. Mientras
que la mayoría de los flautistas cruzaron a nado el estanque, otros lo hicieron
en filas. Los heridos fueron transportados en una balsa improvisada. Denan
había atado a Sela al centro de Larkin y la había encantado para que se
durmiera. Larkin había cruzado el río a toda velocidad, y Tam la alcanzó en
la otra orilla.
Una vez que dejaron atrás a los últimos mulgars muertos del lado norte
del río, Denan deslizó un amortiguador alrededor del cuello de Sela. Larkin
se agachó y Sela se subió a su espalda. Denan se había adelantado con su tío
Demry para resolver la logística.
—Creía que los flautistas sólo tenían viviendas en los árboles —dijo
Larkin.
—No siempre.
Más allá de las estatuas había una plaza abierta y una fuente vacía más
allá. Estaba repleta de soldados. Los cocineros habían preparado enormes
ollas de guiso que olían a carne de gilgad. A medida que los soldados
pasaban, llenaban sus cuencos, comían y lavaban los cuencos en un arroyo
cercano antes de devolverlos a sus mochilas. Los capitanes dirigieron a los
hombres a la tienda de los sanadores o a su posición a lo largo de la parte
superior de la muralla, donde debían descansar hasta el atardecer.
Seguía sin mirarla, como si pudiera intuir que su enfado había sido
cuidadosamente guardado para salir más tarde. Y así fue.
Denan apartó a Sela de Larkin. La brisa le sentó de maravilla en la
espalda sudada. Sela se apartó de él para acurrucarse contra el costado de su
madre, donde se había instalado dentro de las anchas raíces.
Larkin y Denan no habían dado dos pasos hacia la multitud cuando uno
de los sirvientes llegó corriendo.
—Me abandonaste.
Ella se giró hacia él. En las últimas semanas había soportado suficiente
dolor y sufrimiento como para toda una vida. Esto era una solución fácil y
sencilla. Y ella lo estaba arreglando.
—Sí, pero...
Talox se inclinó.
—Ha sido... muy amable lo que has hecho —Ella hizo una pausa y se
volvió hacia él.
—A los flautistas nos gustan las mujeres de mente fuerte —Se acercó,
bajando la voz—. ¿Entiendes por qué hice lo que hice? Los soldados deben
obedecer órdenes, Larkin. Y ponerte en riesgo no es algo que toleraré.
—Sé que estabas preocupado por mí, pero estábamos bien. Ni siquiera
estaba herida.
—Esto no tiene nada que ver con mis sentimientos y todo con mi gente.
Ellos siempre serán lo primero.
Se mentía a sí mismo si pensaba que todo esto tenía que ver con su
gente.
—No lo entiendes.
—No, no lo estás.
Su hermana parecía tan sola y triste. Se agachó junto a ella para ver una
burda familia dibujada en la tierra. Sólo que esta vez faltaban dos figuras: su
padre y Nesha.
—A veces, los amigos también pueden ser familia —Se puso en pie y
le tendió la mano—. Es hora de irse. Vamos, pequeña. He visto algunas
lagartijas en las ruinas. ¿Quieres intentar atrapar una?
—Cobarde.
Tam sonrió.
Larkin dio un golpecito a Denan con el pie. Éste abrió los ojos
perezosamente y se estiró, haciendo crujir su espalda. Bostezó y extendió la
mano. Ella lo ayudó a levantarse.
Miró a través de los arcos tallados de encaje hacia el bosque que crecía
en el interior.
—Una biblioteca.
—No sabemos cómo se las arreglaron para encajar las piedras tan
perfectamente —Sacudió la cabeza—. Aunque la guerra terminara mañana,
ya no sabemos cómo reconstruir lo que se perdió.
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—Son los gilgads los que deberían preocuparte. Este solía ser uno de
sus nidos de hibernación —Ante su mirada de horror, se rio—. Ha estado en
nuestra posesión durante casi un siglo.
—¿Qué eran?
Denan suspiró.
—De acuerdo.
—¿Por qué?
Pero las cúpulas eran enormes. Demasiado grandes para una persona o
dos.
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—¿Y ésta?
Caminaron junto a un corto muro que no llegaba más alto que sus
rodillas, cuya parte superior estaba revestida de estatuas rotas de serpientes
ágiles. Más allá había un camino cubierto de maleza entre dos profundas
depresiones rectangulares.
Denan saltó a una de ellas, la ayudó a bajar y trotó entre lianas y hojas,
mientras un milpiés del tamaño de su brazo se alejaba. En el otro extremo,
llegaron a un pez tallado. De su boca abierta salía un chorro de agua
humeante que obviamente había sido un torrente antes de que se rompieran
las tuberías.
Pasó los dedos por el agua y se echó hacia atrás, siseando por el calor.
—Habrían añadido agua fría —dijo Denan secamente. Ella le echó agua.
—¿Es seguro?
Tragando con fuerza, comprobó dos veces si había milpiés y subió tras
él. Armándose de valor, Larkin abrió sus sellos, apareciendo en sus manos la
espada y el escudo, que añadieron un poco de iluminación. Recelosa de los
bichos que pudieran caer sobre su cabeza, tocó con su espada las lianas que
casi tapaban la entrada. Las enredaderas cayeron fácilmente. Al atravesarla,
pudo distinguir el relieve espinoso tallado en el arco.
—¿Denan?
Algo brillaba a sus pies. Pateó la tierra, tratando de ver el suelo bajo las
capas de suciedad. Distinguió la esquina de las baldosas octogonales de oro
brillante.
Un sonido detrás de ella. Se dio la vuelta y algo crujió bajo sus pies.
Denan subió trotando los escalones. Ella respiró, con la mano en el pecho.
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Frunció el ceño.
Ella se puso rígida pero no dijo nada. Aquí había más luz. Mirando hacia
arriba, vio una rotura en el techo por donde habían pasado las raíces de los
árboles. A juzgar por su cáscara ennegrecida, se había quemado,
probablemente a causa de un rayo.
—Sé que piensas que fui duro con Talox. Tienes razón. Fui duro. Es un
gran hombre. Uno de los mejores luchadores. Pero no es un gran soldado.
Es demasiado grande de corazón para eso.
La luz brillaba desde la rotura del techo, iluminando una de las paredes.
ninguno en la tierra.
—Al igual que los anillos de los árboles, la magia del Árbol Blanco es
más fuerte en algunos lugares que en otros. De alguna manera, las barreras
surgieron. Sólo los más fuertes y afortunados lograron alcanzarlas.
Más bosque. Más muerte y huida. Huyendo hacia una ciudad rodeada
por un alto muro. Ryttan. Era invierno. Larkin podía decirlo por los árboles
sin ramas que rodeaban la ciudad.
—¿Cómo podrían durar meses sin algo que comer? —Su voz se sentía
oxidada, vieja.
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Él se agachó junto a ella, con los ojos fijos en lo que había pisado. Un
hueso aplastado. Un trozo sobresalía. Apartó suavemente la suciedad y lo
liberó. Levantó una pequeña y delicada mandíbula humana. Quebradiza por
la edad, la capa exterior del hueso se había adelgazado en huecos porosos,
revelando bolsas de dientes adultos incrustadas bajo los dientes de leche. Al
retroceder, debió de aplastar el resto del cráneo.
—Los huesos de los hombres y de los niños ensucian el lugar. Creo que
se encerraron aquí mientras las mujeres morían luchando contra los mulgars.
Ella podía imaginarlo fácilmente. Habían cerrado las puertas con cerrojo
hasta que el vapor se volvió sofocante. Los sonidos de la muerte y de los
moribundos en el exterior. Luego el silencio de la mañana.
—¡Larkin!
No se detuvo hasta que estuvo fuera de nuevo. Hasta que la débil luz
del atardecer le tocó la cara. Hasta que la brisa fresca refrescó el sudor de su
frente.
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Su cabeza cayó.
No habría protección contra los espectros, nada que les impidiera hacer
lo que habían hecho antes.
—Ahora lo ves.
Ancestros, ella quería golpearlo. Pero él había tenido razón. Ella creía
haber entendido la maldición, lo que estaba en juego. No lo había hecho.
Valyanthianos.
Se encogió de hombros.
—¿Supones?
Ella recordó que él le había contado algo sobre eso cuando habían
estado juntos en el Alamant.
—La maldición tiene una forma de deformar las cosas, incluida nuestra
historia.
La magia había caído en la ruina con tanta seguridad como sus dos
reinos. Ella temblaba a pesar del calor.
Ella lo miró a los ojos y sólo vio la sinceridad brillando hacia ella. Revisó
sus sellos, admirando las largas y hermosas líneas de la espada en su mano.
¿Podría realmente hacerlo? ¿Convertirse en una guerrera como las
matriarcas de antaño? Ya había matado a un mulgar. Algo se despertó en su
interior: el miedo y la determinación y el terrible conocimiento de que mataría
y mataría y volvería a matar si eso significaba detener a los espectros.
El peso de esa tarea la dejó sin aliento. Apoyó la cabeza en las manos.
—Lo descubrirás. Sé que lo harás —Su fe sólo hizo que su carga fuera
más pesada. La atrajo hacia su abrazo, sosteniéndola sin una palabra—.
Júralo.
—Lo juro.
La batalla por esta ciudad había sido aquí, justo donde ella estaba. Las
mujeres habían luchado para proteger a sus maridos e hijos. Habían perdido.
El miedo recorrió a Larkin, caliente y frío a la vez. Se estremeció.
Sólo que eso no era del todo cierto. Maisy era la prueba de ello. Sin
embargo, ella era una guerrera. No se resistiría a esto.
—¿Me enseñas?
Trabajó con ella hasta que pudo hacerlo casi a toda velocidad.
—Los mulgars pueden sobrevivir a casi todo, a una espalda rota o a una
extremidad perdida. Para estar seguros, siempre hay que cortarles la cabeza.
Se quedó quieta.
Denan resopló.
—No… no lo sé.
Agarrando su amuleto, Larkin se enfrentó al bosque que se oscurecía.
Su amiga, o lo que quedaba de ella, podría estar todavía ahí fuera. El dolor
de ese pensamiento... Agarró el amuleto con más fuerza. La rama afilada se
deslizó en su piel. Jadeó de dolor. El bosque se oscureció a su alrededor
como si se hubiera cubierto con una tela negra podrida. Y al otro lado de esa
tela, las imágenes parpadeaban, quemándose hasta sustituir a Denan y a la
ciudad de Ryttan.
—¿Larkin?
Denan la cargó.
Desorientada, apretó el amuleto en el puño, con la sangre corriendo por
las yemas de los dedos. Lo soltó, con la mano dolorida, el pinchazo picando.
Una visión.
—Bájame.
—¿Estás bien?
detenerla.
—Sí y rompió el Árbol de Plata tratando de corregir su error. Fue ella
quien condenó a Valynthia —Denan rechinó los dientes.
—La historia cuenta que el día en que la Reina Eiryss y el Rey Dray iban
a casarse, los espectros descendieron y lanzaron una maldición sobre la tierra.
Los espectros surgieron como resultado de sus incursiones en la magia
oscura. Eiryss utilizó toda la magia de Valynthia como Reina para crear una
contra-maldición que evitara la sombra.
—¿Quién?
—Dray.
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Se sentó a su lado.
—La encontré y ella vino a mí. Hay un mensaje que el Árbol Blanco
quiere que aprendas. Ya lo descubrirás.
Larkin estudió el amuleto, la forma en que la luz hacía brillar los colores
en la superficie como la escarcha de la mañana. La forma en que las
profundidades brillaban en plata. Junto a él, el amortiguador destellaba
colores, el oro cosía los bordes.
Su mirada se estrechó.
—Denan, este amuleto no está hecho del Árbol Blanco —Denan tiró de
la cadena por encima de su cabeza, el amuleto y el amortiguador chocaron
entre sí, y los sostuvo entre sus dedos. Retiró la mano de un tirón.
Lo alcanzó.
—Larkin...
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Denan suspiró. Antes de que pudiera discutir, Tam gimió en sueños. Las
lágrimas brotaron de sus ojos. Denan se agachó junto a él y le sacudió el
hombro. Tam se esforzó por abrir los ojos. Su mirada se fijó finalmente en
Denan. Apretó los talones de sus manos contra sus ojos.
—Eso sería para los arqueros —dijo Tam, con los dedos moviéndose
hacia su arco.
Talox gimió y se sentó. Echó una mirada a Tam y frunció el ceño. Denan
y Talox intercambiaron una mirada ponderada, y luego ambos hombres se
movieron.
—Llévame contigo.
Ella suspiró.
—Ahora hay una mujer —dijo Tam—. ¿Crees que ya está embarazada?
Siempre he querido ser padre —Ni rastro de las lágrimas que había
derramado ni de la pesadilla que aún debía persistir.
—Te toca quedarte con las mujeres, Tam —La mirada de Denan se
desvió hacia ella—. Eso es, si Larkin puede prescindir de Talox para
vigilarme.
matar mulgars.
Tam asintió.
—Realmente lo quieres.
—Fui la comadrona del pueblo durante veinte años. Así que sí, tenemos
que hacerlo.
Su madre lo miró.
Volvió a bajar.
Él se puso rígido.
Su madre consideró.
había ido más allá de los besos. Y aunque sabía lo que venía después, había
crecido en una granja con una madre comadrona, eso no lo hacía menos
abrumador.
Su madre resopló.
—¿Qué... qué son? —Su madre señaló hacia la batalla. Larkin siguió el
gesto, su cuerpo se aquietó como un nido ante las vibraciones de una
serpiente deslizándose por una rama.
Larkin pudo por fin explicar la maldición y la razón por la que los
flautistas se llevaban a las mujeres.
—Durante tres siglos, han estado luchando, robando mujeres para poder
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Larkin resopló.
—Fueron nuestros antepasados los que nos metieron en este lío —Su
madre asintió con la cabeza.
Algo en la forma en que lo dijo le hizo pensar que las guardas no eran
infalibles.
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CAPÍTULO NUEVE
—Sin los espectros que los conduzcan —dijo Tam—, los mulgars están
mucho más interesados en la autopreservación que en la victoria.
Larkin bajó del árbol. Sus pies llegaron al suelo corriendo. Tam se
apresuró a ponerse las botas.
—¿Larkin?
—Todavía no.
Magalia se estremeció.
—¿Alorica?
—¿Dónde está?
Dio medio paso atrás y tragó saliva.
—Llévame allí.
Refunfuñando en voz baja sobre las mujeres y algo más, Tam la rodeó
y se dirigió a un antiguo pabellón apartado de la línea. Media docena de
hombres se arremolinaban en la penumbra.
—¡Denan! —Él se volvió al oír su grito y se preparó para que ella subiera
los escalones y se arrojara a sus brazos—. Estás bien.
La apretó.
—De todos modos, ya casi hemos terminado —Unió sus manos a las de
ella y se volvió hacia sus capitanes—. Envía a los ingenieros por delante...
Denan asintió.
—Muy bien. Que los hombres se alimenten y descansen una hora. Envía
un mensaje con cualquier noticia de Gendrin. El resto creo que lo puedes
manejar.
Denan hizo un gesto a dos de sus sirvientes, que se quedaron fuera del
pabellón. Se acercaron al trote.
Denan no lo negó.
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Ella atrapó su labio inferior entre los dientes. Cualquier hombre tan
hermoso y dispuesto a lavar su ropa...
—Nunca.
***
—Está en el pabellón.
Denan pasó junto a Talox sin decir nada. A mitad de camino, pasaron
junto a su madre con las pequeñas. Uno de los sirvientes sostenía al bebé.
Su madre cubrió los ojos de Sela contra la desnudez de los soldados.
Su madre llamó a Larkin, que la ignoró. Pagaría por eso más tarde.
su pleno poder y pudiera ascender al trono, antes este hombre sería una
reliquia.
Denan se inclinó.
—¿Mi Rey?
—¿Dónde está?
Larkin deseaba saber leer más que las pocas letras y pequeñas palabras
que Denan le había enseñado.
Netrish se acercó.
Netrish resopló.
—Esta... esta violencia tiene que terminar —La voz de Larkin temblaba
de emoción. Porque secuestrar y forzar a las niñas era violencia, se hiciera
con delicadeza o no—. Los idelmarquianos y los alamantes no somos
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enemigos. Los espectros son nuestros enemigos —De alguna manera, ella
debía hacer ver esto a ambas partes.
Denan se apartó de la acusación en sus ojos.
Netrish se acercó.
—Denan…
—El barranco en el que está rodeado Gendrin es una trampa mortal para
cualquier ejército atrapado en él. Ramass me obliga a abandonar a Gendrin
o a reunirme con su ejército en el momento y lugar que él elija. Incluso si
conseguimos derrotar a los espectros, eso añade dos noches más en el
Bosque Prohibido, dos noches en las que nos atacará.
El Rey Espectro se había dado cuenta de que las fuerzas de Denan eran
demasiado fuertes para dominarlas a menos que se diera una ventaja.
¿Cómo no había sabido Larkin que el marido de Caelia era hijo del Rey?
Página138
Talox asintió.
—Ir tras Gendrin añadiría dos noches a nuestro viaje. Dos noches para
que los espectros ataquen.
Larkin no había podido salvar a Bane, todavía no, pero quizás podría
enfrentarse a Caelia si salvaba a su marido.
Talox asintió.
3
Prominente masa de tierra que sobresale de las tierras más bajas en que descansa o de un cuerpo de
agua.
Netrish asintió.
Denan asintió.
Denan esperó hasta que ambos hombres estuvieron fuera del alcance
del oído.
Ella se aferró a él. Estaba vivo, era fuerte y era suyo. Pero al anochecer,
todo eso podría cambiar.
—Te quiero.
—Siempre.
Apretó los labios contra su frente, giró sobre sus talones y bajó los
escalones al trote. Se detuvo junto a Talox.
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CAPÍTULO DIEZ
—Ya casi llegamos —dijo Talox con una mirada al sol que se hundía en
el horizonte. Sela se colgó de su espalda.
—Todavía no hay fiebre. Te dije que era la mejor sanadora del Alamant.
—Y la más guapa.
Como viuda, también era una de las pocas mujeres solteras que él
conocería. Por muy guapa que fuera, Magalia probablemente tenía una nueva
propuesta cada semana. Ella puso los ojos en blanco y él se rio.
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Entraron más flautistas. Magalia les indicó que pusieran a los heridos en
filas ordenadas. Los sanadores se pusieron inmediatamente a atender a sus
pacientes. Larkin, Sela y su madre repartieron agua, comida y mantas.
De los cerca de trescientos hombres que los acompañaban, cincuenta se
quedaron para vigilar la fisura. El resto partió a gran velocidad para alcanzar
al ejército principal.
—Larkin, Pennice, Sela, vamos —dijo Talox desde detrás de ella—. Las
quiero a todas en un árbol antes de la puesta de sol.
—Supongo que así son las cosas. Algunas personas tienen magia y otras
no.
Sela miró entre las dos. Soltó la mano de Larkin y le indicó a Magalia
que se agachara. Lanzando una mirada confusa a Larkin, Magalia se agachó.
Sela apoyó las palmas de las manos en los hombros de Magalia y pareció
escudriñar en lo más profundo de su pecho.
Magalia jadeó y cayó hacia atrás. Con los ojos muy abiertos, miró a
Sela.
—Algo frío y oscuro estaba dentro de mí. Ni siquiera sabía que estaba
ahí hasta que me lo quitó.
Con los ojos muy abiertos, Larkin miró a su hermana. Los últimos rayos
de sol iluminaban su cabello, igual que el día en que Larkin encontró a Sela
en el bosque que todos los demás temían.
Los árboles son nuestros amigos. Sela había dicho esas palabras
entonces, y las había vuelto a decir cuando Larkin la encontró en el anillo de
la glorieta hacía apenas unos días.
Era Sela.
Sela que había apoyado sus manos en los hombros de Larkin. La calidez
y la luz la habían inundado donde antes había habido oscuridad.
Mil pequeñas pistas. Larkin las había pasado por alto o las había
descartado todas. Mientras tanto, la verdad había estado delante de ella.
Nunca Larkin.
—No tengas miedo, Sela —dijo Larkin, porque no podía soportar que
la verdad se dijera más fuerte que un susurro—. Has hecho algo maravilloso.
Una cosa verdaderamente maravillosa.
Cuando llegó a la cima, Talox notó que las lágrimas corrían por sus
mejillas.
Haciendo acopio de valor, salió del capullo. Abajo, Tyer había apoyado
su arco sobre las rodillas, con sus flechas al alcance de la mano. Talox estaba
sentado de lado en su propio capullo, con el telescopio en la mano. No dijo
nada mientras ella salía de su capullo y se unía a él en el suyo, con los
costados fuertemente apretados.
Denan estaba allí abajo. Al igual que Tam. Y había estado llorando
porque ya no era especial.
Larkin echó un vistazo al sol, naranja disecado por la mitad por el negro.
Cuando los espectros aparecieran, percibirían al instante el ejército de Denan
y sabrían que pretendía rodearlos.
Talox no respondió.
Larkin no tuvo que preguntar para saber que contaba espectros. Sus
ropas estaban húmedas de sudor; se había enfriado con la inmovilidad.
Larkin bajó el telescopio. Era buena para medir los detalles, pero si
quería tener una idea de la batalla en general, era demasiado limitado.
Observar la batalla con sus propios ojos y utilizar el telescopio para los
detalles era la mejor manera de hacerlo.
Contó como lo había hecho Talox, pero se distrajo con la batalla, que
se había trasladado a la base de los árboles. Como quería más detalles, volvió
a levantar el telescopio.
Dos mulgars impulsaron a un tercero hacia las ramas más bajas, que
trepó, con la mirada fija en las chicas que trepaban más alto, el árbol se
doblaba bajo su peso, sus bocas se abrían en gritos que Larkin no podía
distinguir del estruendo.
Sin prestar atención a los flautistas que los cortaban, los mulgars
prendieron fuego a más árboles. Un mulgar, luego dos, luego una docena se
convirtieron en antorchas. Siguieron corriendo, arrastrando las llamas. Los
árboles se incendiaron, llevando a los flautistas más arriba, atrapando a los
hombres de Gendrin y a esas chicas indefensas.
Con las fosas nasales expandidas, Talox se llevó un dedo a los labios; el
espectro no podía percibirlos desde los árboles. Todo lo que tenía que hacer
era permanecer inmóvil. Larkin rezó para que su madre y sus hermanas
permanecieran en absoluto silencio.
—Talox —dijo.
Movimiento abajo. Tyer lanzó una flecha hacia algo que trepaba por el
Página151
frente del acantilado, algo que trepaba por una cuerda. Antes de que pudiera
preguntarse cómo había llegado una cuerda hasta allí, apareció un mulgar,
con una antorcha titilando en la boca, con la mitad de la cara devorada por
las llamas. La flecha se había clavado en el hombro del mulgar, pero no lo
detuvo. Aparecieron más mulgars. Desde el otro árbol, Dayne y Ulrin se
soltaron también.
Antes de que los flautistas que custodiaban la fisura pudieran dar más
de una docena de pasos hacia ellos, dos espectros se deslizaron y comenzaron
a arrasar con los heridos. Los hombres que custodiaban la entrada gritaron
alarmados.
—¡Talox! —Señaló.
Apenas dijo las palabras, Ramass lo atacó, cada golpe brutal y eficiente.
Talox contraatacó con demasiada lentitud. Ramass le quitó la espada de las
manos y dio una patada en el pecho de Talox, derribándolo.
Talox, ese gigante inamovible, vencido. Ramass levantó su espada.
No. No.
—¡No! —gritó. Se abalanzó, colocándose de forma protectora sobre
Talox, y clavó la espada. Ramass la bloqueó fácilmente. En el momento en
que la hoja mágica de Larkin se conectó con la suya, unas sombras aceitosas
se deslizaron por su magia. Sintió el hambre del espectro. Su necesidad.
De ella.
¿Por qué había pensado Larkin que podría luchar contra esos
monstruos? Talox atacó desde la derecha, su escudo golpeó al espectro hacia
atrás, forzándolo a girar.
—¡Corre!
Sus pies patinaron sobre las agujas sueltas mientras se alejaba del calor
y de las sombras vivas hasta el borde del promontorio. Allí encontró una de
las cuerdas que los mulgars habían utilizado para subir, medio enterrada en
la tierra. Habían estado allí antes de escalar el promontorio.
El pie de Larkin tocó tierra firme en la base del promontorio. Sus manos
descarnadas soltaron la cuerda, una cuerda que nunca debería haber estado
allí. Se tambaleó hacia atrás, con los hombros y los brazos ardiendo.
Preparada para cualquier cosa, giró y disparó sus armas, que apenas
brillaban. En el tiempo que había tardado en bajar, se había hecho de noche,
y las estrellas eran pequeños y lejanos puntos de luz inútil bajo el denso dosel
y el espeso humo. Un mulgar podía estar a un par de pasos y ella nunca lo
sabría.
No.
Con pasos tranquilos, encontró un árbol con ramas bajas. Sus brazos
tenían más fuerza que sus piernas. Se subió a una rama y luego a otra. No
tenía ni idea de la altura a la que estaba, pero los brazos le temblaban tanto
que temía que no aguantaran su peso.
—Sé que piensas que soy un mulgar, que estoy tratando de engañarte.
No es así. Debes venir conmigo, Larkin. Debes romper la maldición.
Las sombras se filtraron desde los ojos y la piel de ella hasta su mano.
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Sus ojos se aclararon y se volvieron del suave color marrón que Larkin
recordaba. Venna parpadeó una vez, dos veces, y luego rápidamente.
El espectro se giró de repente para mirar detrás de él. Una flecha sagrada
agitó las sombras más allá de su cabeza, pasando apenas por encima de él.
Escondido tras su escudo, Talox se abalanzó sobre el espectro, lanzándolo
hacia atrás. Venna cayó al suelo con un grito. Talox agarró su hacha y se
abalanzó sobre el espectro, golpeando con una determinación ante la que el
espectro sólo podía retroceder. Larkin se precipitó al lado de Venna y le dio
la vuelta.
Ya era demasiado tarde. Sus ojos eran una nada negra. Se abalanzó
sobre Larkin. Las dos rodaron por el suelo del bosque y algo duro golpeó las
costillas de Larkin. Ella jadeó y sus brazos perdieron fuerza. Venna se lanzó
detrás de Larkin. Sus piernas rodearon su cintura y su brazo el cuello de ésta.
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No.
No volvería a fallar a Venna. Activó su magia, la espada y el escudo
emitieron una luz tenue. Giró el escudo por encima de su cabeza. Se conectó.
El agarre de Venna se aflojó lo suficiente para que Larkin se retorciera. Su
espada subió y entró, empujando en el suave centro de Venna.
Larkin juró que podía saborear el pan fresco de Venna untado con
mantequilla y mermelada de fresa. Un gemido estrangulado salió de los
labios de Venna. Larkin soltó un sollozo.
—¿Estás bien?
Larkin hizo una mueca de dolor y miró hacia atrás, al lugar donde había
estado Venna. La chica había desaparecido.
Larkin había pensado que nada podía ser peor que apuñalar a Venna,
pero ver a Talox así era igual de malo.
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—Talox —espetó. Sus propios ojos estaban secos, el dolor lejano. Pero
si él seguía así, ella también lo perdería. Y entonces ambos morirían. Se
agachó, lo puso de pie y lo sacudió—. ¿Cuántos espectros hay todavía ahí
fuera?
Ahogando sus sollozos, se enjugó los ojos llorosos y cogió la lámpara,
ya que era de noche.
Los mulgars nunca dañaban los árboles, era una de las leyes proverbiales
del Bosque Prohibido, y se había roto. ¿Por qué?
—¿Cuánto falta?
Un sollozo la desgarró.
Inclinó la cabeza.
El bosque se la lleva.
—Lo prometo.
Larkin giró sobre sus talones y se alejó corriendo de Talox, del destino
que le esperaba. Huyó de las sombras, las maldiciones y los hombres rotos.
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Gritó. Abajo, los flautistas se volvieron, tan cerca que pudo ver sus
expresiones de asombro. Dos docenas de pasos más y los alcanzaría.
—No.
Levantó la vista hacia el rostro del flautista que estaba junto a ella, con
el ceño fruncido por la preocupación. Se tambaleó y se apoyó en él para
obtener apoyo. Él tomó la flecha.
Él retrocedió un paso.
—Ancestros, cuando supe que estabas aquí... Pero estás bien. Estás bien
—Lo repetía como para tranquilizarse.
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—¿Está muerto?
—Es un mulgar.
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CAPÍTULO DOCE
Cuando Larkin era una niña, su pueblo había prendido fuego al bosque;
se había apagado en horas. Al hacerlo, su pueblo había roto, sin saberlo, el
tratado entre los flautistas y los druidas. En represalia, se llevaron a muchas
niñas durante la semana siguiente.
—¿A mí?
—Si no hubieras insistido, no habría vuelto a por ellos, mi
rompemaldiciones —Extendió la mano y la apretó.
Se metió una cucharada en la boca, una tras otra, hasta que se acabó.
Fue consciente de que Denan la llamaba por su nombre.
Le tendió la mano.
—Toma, lo lavaré.
—¡Larkin!
Su madre sollozó.
Incluso cuando su padre las había abandonado y ella había dado a luz
mientras su casa se inundaba por la crecida del río, nunca había flaqueado.
Ahora se derrumbó como una niña.
Denan esperó hasta que estuvieran fuera del alcance del oído.
—Al igual que los mulgars nunca quemaron árboles ni atacaron durante
el día —La voz de su madre vibraba de rabia.
Denan se levantó y se alejó unos pasos, dándoles la espalda.
—Ambas están bien —dijo Tam—. Los espectros se fueron tan pronto
como tú lo hiciste. La mayoría de los otros sobrevivieron.
Denan juró.
Por mucho que la pérdida de Talox doliera a Larkin, tenía que ser mucho
peor para Tam y Denan. Los tres habían sido amigos desde la infancia.
¿Cuántos recuerdos, cuántos roces habían sobrevivido juntos? Larkin tuvo
que apartar la mirada. No podía soportar su propio dolor y mucho menos el
de los demás.
—¿Dónde más?
—Eiryss salvó a los que pudo y los llevó a la seguridad que el Árbol
Blanco había creado para ellos. Firmó el tratado original con nuestra última
Reina, Illin. ¿Por qué?
***
Por suerte, Brenna era demasiado joven para recordar nada de eso.
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Momentos antes de que se pusiera el sol, casi tres mil flautistas y sus
cautivos invadieron las Ciudades Unidas del Idelmarch con sólo pisar el
camino de Cordova.
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CAPÍTULO TRECE
idelmarquianas.
Porque sus flautistas los dormirían. Pero había algo en la forma en que
no se encontraba con su mirada... como si ocultara algo y se sintiera culpable.
—Tam...
Tam exhaló.
4
Tipo de ave
—Nos han maldecido para nunca tener hijas, pero para seguir luchando,
debemos tener hijos. Así que tomamos esposas.
Los puños de Larkin se cerraron con rabia. Aquellas semanas en las que
Denan la había cazado, cuando la habían empujado al bosque y creía que no
volvería a ver a su familia, fueron las peores de su vida.
Levantó su arco.
—¿Qué quieres que hagamos, Larkin? Los druidas son los que tuvieron
el descaro de romper nuestro tratado por completo y comenzar una guerra
con nosotros. ¡Y después de que hayamos luchado tres siglos para
protegerlos de los espectros!
Que el bosque tome a los druidas y los deje caer en un nido de gilgad,
pensó con amargura.
Justo cuando Larkin pensaba que había perdonado a los flautistas, que
había aceptado que el secuestro de chicas era una necesidad forzosa, algo
ocurrió para abrir la herida en su interior. Se dio cuenta de que el dolor del
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No podía impedirlo, pero tenía que verlo. Cómo se hizo. Cómo se había
hecho con ella. El fuego iba lo suficientemente bien ahora como para dejarlo.
—Estaré bien.
—Estaré bien.
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Larkin vio que Dayne la seguía una docena de pasos atrás, con la mirada
fija en ella. Así que Tam no era su único guardia. Miró a su alrededor y,
efectivamente, Ulrin tampoco estaba lejos. Denan le había puesto dos
guardias sin decírselo. Apretó los dientes.
Larkin se apartó.
Denan tenía una buena razón para llevarse a Larkin, y nunca la había
tocado en contra de su voluntad. Aun así, las palabras de Maisy se sentaron
como una roca en el centro de Larkin. Las sombras se asentaron en las marcas
de maldición en la mejilla de Maisy.
Larkin estaba segura de que Maisy sabía más sobre los espectros de lo
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que había dejado entrever. Aun así, Larkin dudó, no queriendo poner a Maisy
en evidencia.
Maisy siseó, lo que hizo que los otros flautistas se movieran incómodos.
Antes de que Larkin pudiera comentar algo, Dayne y Ulrin estaban allí,
ambos con el ceño fruncido.
El hombre, Chev, asintió a los otros dos hombres. Con una última
mirada hacia ella, el grupo se escabulló entre la multitud.
Él la miró fijamente.
—¿Qué pasa con sus familias? ¿Qué pasa con la generación de hijas
que nunca nacerá porque te llevas a sus madres?
Larkin tuvo que admitir que estaba de acuerdo. Había visto demasiadas
veces al fuerte enseñorearse del débil.
Denan la ignoró.
Larkin se movió.
—Lo que sea que tengas que decirte a ti mismo para mitigar la culpa —
siseó Maisy.
—Tú. Allí.
Larkin la vio partir. Deseaba poder ser lo que Maisy necesitaba, pero
apenas lograba cuidar de sí misma y de su familia.
—El peor trato que he hecho nunca —Denan se crujió el cuello—.
Puedes quedarte, Larkin, pero sólo si prometes no interferir.
Hizo una señal a sus hombres. Unos pocos flautistas selectos levantaron
sus flautas y comenzaron a tocar la canción de su corazón. Incluso con el
amortiguador que llevaba Larkin, sus cantos la estremecieron, ofreciéndole
la dulce liberación del sueño.
A medida que avanzaba la noche, los flautistas tocaban cada vez más,
y la música intentaba hundirla. Cuando la noche cubrió por completo la
tierra, los flautistas solteros, algunas de sus colas enhebradas de gris, se
dirigieron a la vista del pueblo.
Larkin vio a otra chica, con la cara todavía redonda de grasa de bebé.
No podía tener más de doce años. Se acercó, abrazó a un joven y apoyó la
cabeza en su pecho.
—Cuando son tan jóvenes, pueden elegir. Ella vivirá con su familia y él
vivirá en otro lugar.
—¿Y qué pasa con la familia de ella? ¿Qué pasa con su dolor? ¿Y puede
realmente elegir cuando ha sido secuestrada por su supuesto verdadero
amor?
—¿Prefieres la alternativa?
La visión, la había visto antes. Era lo que los flautistas habían temido
durante generaciones. La realidad tallada en los muros de una ciudad en
ruinas.
Ella corrió.
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CAPÍTULO CATORCE
—¿Dónde está?
Nada bueno viene del Bosque Prohibido, decía el viejo refrán. Así que
la gente escribía maldiciones para sí misma en retazos de tela o cintas
mientras esperaba lo contrario.
Caminó entre maldiciones que se deshacían bajo sus pies como si fueran
cenizas. Con el rostro manchado de lágrimas, su madre sostenía un puñado
de maldiciones. Algunas se habían desvanecido hasta convertirse en jirones
grises. Otras reflejaban la luz del fuego, con sus colores brillantes. Le tendió
una a Larkin, que la tomó en la mano. La tinta se había corrido a través del
tejido, pero aún podía leer las palabras: Que la bestia se lleve a mis hijas. A
todas ellas.
A Larkin se le cortó la respiración.
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Una maldición se liberó, retozando hasta caer a los pies de Larkin. Ella
se agachó y la recogió. Un estampado azul con flores blancas y amarillas,
tan descolorido que era más gris que azul. Se lo imaginó en la falda de la
niña que se había llevado esta misma noche, una niña que ni siquiera había
salido de la infancia. Las letras estaban descoloridas, pero Larkin aún podía
leerlas: Que mi hija tenga una muerte horrible.
Larkin cerró los ojos y se imaginó a la niña dando vueltas bajo el sol,
con su vestido azul retorciéndose sobre sus piernas. Su familia se despertaría
por la mañana y lloraría por la niña que nunca volvería a ver. En la mente de
Larkin aparecieron más rostros: niñas cubiertas de hollín y quemaduras
sentadas plácidamente bajo el encanto de los flautistas.
—Esto tiene que parar —Su madre miró a Larkin—. Debes detenerlo.
—¿Yo? ¿Cómo?
—Saben que llevarse a las niñas está mal —dijo su madre—, pero se
sienten justificados porque así se evita un mal mayor. ¿Sí?
Denan asintió.
Su madre resopló.
—La maldición y los druidas lo han mantenido así —Larkin le lanzó una
mirada de muerte y se marchitó.
—La maldición está rota.
—El último mensajero que envié a los Druidas Negros me fue devuelto
en pedazos.
Larkin se estremeció.
Su madre palideció.
—Los Druidas Negros no son los únicos que tienen poder —Denan
enarcó una ceja.
—Un golpe de estado sería mucho más fácil de gestionar que una guerra
abierta —dijo Tam.
Denan reflexionó.
Su madre resopló.
Larkin se quedó con la boca abierta. ¿Su padre, el borracho del pueblo
y golpeador de mujeres, era un Príncipe?
—Fue repudiado.
—¿E Iniya?
Su madre suspiró.
Denan asintió.
—Haré que uno de mis espías se ponga en contacto —Se dio la vuelta
para irse.
—¿Lo has olvidado, mamá? Nesha me entregó a los druidas —Se tocó
la cicatriz del cuchillo en la garganta—. Si no fuera por Denan, ahora estaría
muerta.
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—Sí.
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CAPÍTULO QUINCE
Larkin estaba en una torre alta. Era la hora entre la noche y la mañana,
con tonos de carbón que daban paso al gris paloma. La habitación estaba
decorada con muebles de buen gusto, incluida una cama, cuyas sábanas
desarregladas estaban cubiertas con lo que parecían trozos de cristales roto
de colores.
¿Había habido violencia aquí? Pero no había sangre.
Larkin siguió el rastro de cristales irregulares hasta un amplio balcón.
Reconoció a la mujer por su pelo dorado y plateado, más plateado que antes.
El suelo estaba lleno de cristales a sus pies. La mujer apoyaba las yemas de
los dedos de su mano derecha en un amuleto que tenía en la garganta.
Larkin reconoció al instante las ramas desnudas, una de ellas lo
suficientemente afilada como para perforar la piel: el mismo amuleto que
llevaba ahora Larkin.
Eiryss se quedó mirando el bosque lejano, con una mirada llena de
anhelo tan profunda que hizo que a Larkin le doliera el corazón. Entonces
pudo oírla, los débiles acordes de una música tan llena de pérdida y añoranza
que le llenaron los ojos de lágrimas. La mujer se quedó allí mientras la música
se desvanecía con la luz de la mañana, el sol bañando el horizonte de carmesí
y oro.
Larkin estudió la ciudad. Los hombres ya estaban trabajando duro en
una larga zanja. Algunos movían picos, otros paleaban la tierra suelta en
carretillas y otros la retiraban con carros. Estaban construyendo una especie
de canal entre las casas.
Esta debe ser la capital del Idelmarch, Landra, cuando aún era nueva.
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los ojos y se dio la vuelta. Tria arrancó una de las lianas y utilizó el filo de la
tijera para cortarla de su piel. Eiryss gritó. Larkin se quedó boquiabierta al
ver la carne y los tendones que había debajo. Los riachuelos de sangre que
corrían eran gruesos y anaranjados.
Tria se tambaleó hacia atrás.
—¿Es la maldición?
¿Por qué? ¿Por qué ahora? Su mano palpitaba con más fuerza con cada
latido de su corazón. Soltó el amuleto que tenía apretado en el puño, y una
fina línea de sangre brotó de la palma de la mano y goteó sobre las mantas.
Lo recogió y el amortiguador tintineó contra él.
A la luz del fuego, los centinelas patrullaban los límites del campamento.
Larkin se revolvió y sacudió a Denan.
Él levantó la vista hacia ella, sin brillo. Sabiendo que debía seguir su
rutina para despertarse, ella esperó mientras él se estiraba, con la espalda
crujiendo y el pecho desnudo asomando por debajo de las mantas. Bostezó
y se sacudió. Se levantó, tomó su túnica y se la puso.
—Estoy listo.
a los espectros. Denan, creo que escondió mensajes en las nanas para que
los encontráramos.
Se frotó la cabeza, claramente aún medio dormido.
Su madre asintió.
—Ella dijo que una de su línea rompería la maldición —dijo Larkin. Sela
ya lo había hecho, en parte.
—Ven a escuchar la historia más triste que se haya conocido. Una Reina
maldita, su amante perdido.
—¿Dray y Eiryss? —Preguntó Denan.
—En mis brazos —recitó Larkin la última—, la respuesta yace. Una luz
que perdura para que el mal muera.
Los tres se sentaron en silencio mientras la mañana alejaba la sombra.
Una luz. ¿Qué luz? Sus ojos se abrieron de par en par con la comprensión.
Cuando Dray estaba muriendo, le había dado a Eiryss un amuleto de ahlea y
le había dicho que tomara su luz.
—¿Un amuleto? ¿Como el que llevas tú? —Su madre señaló el que
colgaba del cuello de Larkin.
—¿Dónde?
Ella dudó.
—Tú mismo has dicho que Nesha sigue en Hamel, que Garrot está
supervisando el juicio.
Eiryss estaba claramente muerta, su piel era tan pálida que brillaba
blanca bajo la luna llena. La habían tumbado bajo un arco, con una manta
llena de perlas y diamantes bajo las manos. Una fina película descansaba
sobre ella, como si fuera de cristal hilado. Y en su garganta estaba el amuleto
que Larkin había visto antes, el que Dray había hecho con su último aliento.
—Lo consideraré.
—Mírame, Denan —Él se puso rígido, pero hizo lo que ella le pidió.
Ella sacó a relucir sus armas—. Estoy destinada a luchar. Mi magia está hecha
para luchar.
—¿Larkin?
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—¿Qué?
Una parte de ella quería negar la verdad. Mentir. Darle otra versión. Pero
le había prometido después de decirle que él era su elección: no más secretos.
Se estremeció.
—Aquel día en el bosque, el día que nos conocimos, ella me hizo algo.
No lo entendí. No hasta que la vi hacérselo a Magalia en el promontorio.
También eliminó la maldición de mi madre y mis hermanas, por eso no
reaccionaron a la barrera.
—¿Es eso lo que crees que eres para mí, una especie de premio?
Druidas Negros para rescatarme? —Le pasó las yemas de los dedos por la
mejilla—. Y sí, necesitas aprender el equilibrio entre la lealtad y la
autopreservación, pero Larkin, tu corazón siempre ha sido lo que más he
admirado.
Ella dudó, no estaba segura de creerle.
—Creo —Tragó saliva—, creo que sería más fácil —Menos presión y
escrutinio, ciertamente.
—Por primera vez en tres siglos, las mujeres vuelven a tener magia.
Pensé que la había traído de vuelta —Sacudió la cabeza, luchando contra las
lágrimas—. Pero no lo hice. Mi hermana lo hizo. Tardé un día en decírtelo,
porque temía que me hiciera menos a tus ojos, como lo hizo a los míos.
—Este no es el tipo de cosas para las que se puede entrenar —No tenía
más razones para impedirle luchar a su manera que las que ella tenía para
él—. ¿No soy más que un recipiente para tus hijos?
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Su expresión se endureció.
—Me dijiste que el Árbol Blanco te dio una vez una visión de un pájaro
cautivo en tus manos. Murió una y otra vez, hasta que abriste los dedos y lo
liberaste —Se acercó a él—. Tienes que liberarme.
Él no la miraba.
—Ella me dijo que tenía que hacerlo —dijo Sela—. Hablar me hará
fuerte de nuevo.
Sela movió la cabeza y se ahogó en un sollozo. Por fin, por fin, Larkin
entendería su papel en todo esto.
—Larkin tiene que irse —El labio inferior de Sela tembló y sus ojos se
llenaron de lágrimas—. Pero yo tampoco quiero que se vaya —Larkin se
arrodilló, con los brazos abiertos. Sela se lanzó hacia ellos y gritó—: La luz.
Tienes que tomar la luz.
Larkin había tenido visiones antes de su sello. También magia. Por una
astilla. Los ojos de Larkin se abrieron de par en par. El codo ensangrentado
que Sela había recibido en el anillo de la glorieta. Larkin levantó la manga
de su hermana, revelando un rasguño casi curado y una astilla oscura
incrustada e hinchada.
Larkin no podía impedir que Sela fuera el Arbor, pero podía aplazarlo
unos días. Inmovilizó el brazo de su hermana y deslizó la uña del pulgar hacia
la abertura de la astilla. Salió disparada en una ráfaga de pus.
—Tenía que salir —Lo cual era cierto, aunque no fuera su razón
principal.
Se pasó las manos por el pelo corto, caminó hacia ella y luego se alejó
de nuevo.
Larkin se puso la ropa que Tam había robado de Cordova por orden de
Denan: un vestido fino y un corsé de un negro muy apagado. Su madre y sus
hermanas seguían durmiendo. Se había despedido de ellas la noche anterior,
así que simplemente se agachó y le dio un beso en cabeza a Brenna.
Tam sonrió.
—Perfecto.
Larkin podía sentir que Denan la observaba. Pero no fue hasta que llegó
al borde del campamento cuando lo vio de pie en una colina. Se llevó la
flauta a los labios y tocó la canción de su corazón.
Larkin hizo una mueca de asombro: Talox había dicho lo mismo. Había
cumplido esa promesa. No podía soportar pensar que Tam muriera por ella.
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CAPÍTULO DIECISÉIS
Tam gritó.
Resopló.
Palideció.
—Te dije que esta ropa era una buena idea —dijo Tam.
Larkin se detuvo al borde de las sombras. Sintió que, una vez que se
adentrara en ellas, nunca saldría viva. Miró hacia el bosque, con los recuerdos
de su partida palpitando con fuerza. Se adentró en una oscuridad como la de
la noche. Buscó espectros en las sombras. El corazón le retumbaba en los
oídos. Se aferró al brazo de Tam, sujetándose para salvar su vida. El agua
goteaba del agujero asesino de arriba y se deslizaba por su cuello.
Salieron a la ciudad y ella jadeó. Tam la observó con los ojos muy
abiertos. Lo estaba agarrando lo suficientemente fuerte como para dejarle
moratones. Rápidamente la soltó.
Se frotó el brazo.
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Gruñó.
Larkin y Tam pasaron por una calle lateral en curva cuando Tam levantó
la cabeza.
—¿Hueles eso?
—¿Qué?
—¿Tienes idea de cuánto tiempo ha pasado desde que comí algo más
que un guiso de gilgad y carne seca?
—¿Es cierto lo que dicen? ¿Las bestias que roban a nuestras hijas son
realmente hombres?
Tam se atragantó con su segundo bocado y tosió, con los ojos llorosos.
Una mujer salió del edificio oscuro detrás del puesto del hombre.
—Hay rumores de hombres del bosque con una extraña magia oscura
que atacaron Hamel. En todos los pueblos y ciudades del Alamant han
desaparecido cientos de mujeres solteras. Y anoche, esos mismos hombres
fueron vistos en los alrededores de Cordova; seguramente has visto a los
refugiados, druida.
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—Los ríos están atascados con velas por las niñas desaparecidas —dijo
el panadero.
—Algunos de los hombres han empezado a casar a sus hijas de tan solo
doce años —dijo su esposa.
Larkin palideció.
—Ancestros.
—Sus madres —dijo Larkin en voz baja—. Oh, sus pobres madres.
—Cómetelo.
—Mastica.
Respiró profundo.
—Encontrar la mansión que mi mamá describió. Convencer a Iniya para
que nos ayude a entrar en el torreón de los druidas durante el caos del festival.
Recuperar el amuleto de ahlea y el diario de Eiryss. Salir.
Larkin contuvo la respiración hasta que pasaron por delante de ella. Miró
por el borde de su capucha para ver si miraban hacia atrás.
—Sigue moviéndote.
Las murallas de la ciudadela se alzaban ante ellos, con las altas puertas
arqueadas pintadas de un escabroso color carmesí. Dos guardias con
armadura completa y alabardas se encontraban a ambos lados, con sus cascos
ocultando sus rostros. El símbolo de su armadura eran dos medias lunas
descendentes divididas por una espada.
murmuró.
Las puertas rojas se abrieron y salieron hombres vestidos con túnicas
negras y cinturones con herramientas. Media docena se dirigió hacia ellos.
Larkin jadeó, los recuerdos la invadieron.
—¿Estás bien?
cuenta de que tenía que decir algo, pero no le salían las palabras.
—Hemos recorrido un largo camino, hermano —dijo Tam con facilidad,
aunque notó que su mano se deslizaba hacia el hacha oculta bajo su túnica—
. La bestia se llevó a su hermana hace sólo unos días.
—Gracias, señor.
Se inclinó y se alejó.
Exhaló.
—Tan divertido.
Sonrió.
—Mi señora no está bien, druida —La doncella no cedió—. Debo insistir
en que vuelva a…
—Tinsy, que...
—¿Larkin?
Extendió la mano.
Página220
Harben gimió.
La criada, Tinsy, volvió con dos trozos de asado crudos. Harben se llevó
uno a la mejilla. El otro se lo tendió a ella. Ella se cruzó de brazos, ocultando
la mueca de dolor que le produjo la presión en la muñeca.
—No lo necesito.
Tam recogió el filete del suelo. Con mucha delicadeza, tomó la muñeca
de Larkin y apoyó el filete en el dorso de su mano. Ella se estremeció ante el
rayo de dolor y cambió la carne por su muñeca. Ignoró a Harben, aunque
podía sentir su mirada. En su lugar, estudió la habitación. Con su pintura
verde bosque y su taxidermia, parecía una burla del bosque real.
Sus ojos azul pálido miraron a Larkin de arriba abajo, desde sus botas
embarradas hasta su ropa empapada. Su mirada se detuvo en su melena
salvaje y sus pecas.
—La hija perdida ha vuelto y ha traído más perros con ella —Su voz era
aguda y alborotada.
Larkin resopló.
Harben gruñó.
—Salvajes.
Les dio la espalda y se dirigió a un aparador, que abrió con una llave de
hierro que colgaba de una cinta en su cuello. Sacó un vaso y una copa, se
sirvió un dedo de ancho, volvió a cerrar el mueble y bebió un trago.
Página222
—Madre, es suficiente.
Frunciendo los labios, que no se cerraban del todo sobre los dientes,
Tinsy tomó la carne de la mesa y de Larkin.
—Como si los flautistas pudieran hacer algo más que colgarme por
sedición —Dio un sorbo e inclinó la copa hacia su hijo—. ¿Hay algún otro
pariente desterrado que te gustaría arrancar del barro y poner en mi puerta?
¿Quizás otra camarera convertida en amante? No estoy dirigiendo un
orfanato o un burdel.
Así que se había casado con la mujer, entonces. Larkin casi podría sentir
pena por ella, si no la odiara tanto.
—No soy huérfana —dijo Larkin entre dientes apretados—. Soy tu nieta.
¿Por eso Harben había estado tan ansioso por tener un hijo, por eso las
había abandonado finalmente?
Larkin se acercó al otro lado del sofá. Iniya se puso rígida y agarró con
fuerza su bastón. Larkin se limitó a sacudir su fina capa, que estaba empapada
y sucia tras dos días de viaje, y se sentó en el sofá de fieltro. Desde el rincón
en el que se había instalado junto a un gilgad que se abalanzaba, Tam sonrió.
—¡Cómo te atreves!
Mirando fijamente a los ojos de la mujer mayor, Larkin dobló sus botas
llenas de barro debajo de ella. Harben asintió en señal de aprobación. Como
si ella fuera a necesitar o querer algo de él. La sonrisa de Tam se amplió
hasta mostrar los dientes.
—No tendrás nada que hacer con este cachorro salvaje tuyo.
—¡Hay estipulaciones!
—¿Por qué?
—Hay un libro de nanas en la biblioteca —dijo Tam.
—¿Por qué?
—Es bien sabido que mi nieta es una traidora del Idelmarch. Los druidas
sabrían quién es.
Larkin la ignoró.
—Él no puede —dijo Iniya—. Pero yo sí puedo —La mujer asintió a sus
sirvientes—. Les pago bien por su discreción. Ninguno de ustedes dirá una
palabra de esto a nadie —La anciana hizo un gesto con su bastón—. Fuera
—Salieron de la habitación.
—Mencionaste un trato.
—Eso fue antes de saber que los flautistas tenían algo que yo quería.
—El pueblo nunca soportaría a una Reina que utilizara a los ladrones de
sus hijas para ponerla en el trono.
—La gente como ella sólo tiene un aliado. Si le damos una ventaja,
puede acabar siendo un problema con el que tengamos que lidiar más
adelante.
Se enfrentó a Iniya.
—Nosotros…
—La misma razón por la que empezó la guerra hace tantos años —
interrumpió Iniya.
Iniya resopló.
CAPÍTULO DIECIOCHO
—¡Peine para piojos! —Larkin se lanzó tras ella—. ¡No tengo piojos!
La criada abrió una puerta bajo el porche y se apresuró a subir, con una
bandeja de té en la mano.
—No importa eso —dijo Iniya—. Envía a una de las chicas de la ropa
blanca a limpiar la sala de juegos de arriba a abajo —La sirvienta se fue—.
¡Oben!
Un rato después, el enorme sirviente salió de una larga casa al otro lado
del patio.
—No voy a dar un paso más hasta que me digas qué estás planeando.
—Las celebraciones del equinoccio comienzan esta noche con los Ritos
Negros. Se espera que haga una aparición con mi familia. Eso dará a todos
la oportunidad de verte y especular sobre quién eres; es mejor que lleguen a
sus propias conclusiones a que se lo digan directamente. Tendrán menos
razones para cuestionarme. Además, hay alguien con quien necesito hablar
y necesito hacerlo en persona.
—¿Cómo sabes cómo es Nesha? —¿La anciana las había vigilado todos
estos años?
Tam lanzó una mirada frustrada a Larkin antes de trotar tras ella.
—Eres una adversaria política —dijo Tam—. No entiendo por qué los
druidas te dejan vivir y mucho menos participar.
—Eso será incómodo —dijo Iniya—. Ella está a punto de estar desnuda
y tú no eres su marido.
Tam se volvió de un tono rojo brillante.
—Lo que sea que estés... oh, no importa —dijo Iniya—. Tráeme una
cesta llena de cáscaras de nuez. ¡Rápido, ahora!
Bajó corriendo por el lado de la casa como una ardilla, saltó el muro
bajo y se fue.
Como todo estaba bajo tierra, debería haber estado fresco, pero los
fuegos de la cocina y la lavandería hacían que todo estuviera húmedo y
caliente. Oben encendió un tercer fuego debajo de la bañera llena de agua
de la cisterna.
5
Plataforma de tablas para almacenar y transportar mercancías
—Que no quede ni una liendra —le dijo a Tinsy antes de volver a salir
y cerrar la puerta tras ella.
—Por aquí, señorita —dijo Tinsy. Señaló una silla de madera maltratada
ante un tocador. Encima de ella se alzaba un elegante espejo de plata corroído
por los bordes. Con su propio pelo cubierto con un trapo apretado, Tinsy
tomó un peine y empezó a peinar a Larkin, separando y peinando, separando
y peinando.
—No lo he hecho.
La cocinera trajo una olla llena de una pasta hecha con cáscaras de nuez
hervidas. Hicieron que Larkin se empapara el pelo, las pestañas y las cejas en
ella durante casi una hora antes de enjuagarla sobre el desagüe del suelo. Su
pelo había pasado de un rojo intenso a un castaño intenso. Larkin siempre
había odiado su pelo, pero formaba parte de ella tanto como los dedos de las
manos y de los pies. Verlo de otro color le parecía una mentira.
—¡No se desperdicia un vestido tan bueno como éste! —Era más fino
que cualquier cosa que hubiera tenido en Hamel. Miró a Tinsy, desafiándola
a que volviera a intentar algo así.
Eran hermosos.
—La bestia no es lo que crees que es —No explicaba nada, pero era
todo lo que la maldición le permitía decir.
Tinsy retrocedió.
El vapor se enroscó en la parte superior. Estaba claro que no, pero Larkin
no presionó a la chica. Se subió con cautela a la plataforma de madera que
abarcaba el fondo de la bañera, se bajó con cautela y se frotó con la pastilla
de jabón de vetiver que le proporcionó Tinsy.
Por suerte, Tinsy no pareció darse cuenta mientras vertía agua sobre la
cabeza de Larkin. Como había prometido, la enjabonó y le masajeó el cuero
cabelludo. Cuando terminó, le echó más agua. Los riachuelos de espuma
marrón se deslizaron por la piel de Larkin, manchando el agua. Larkin cerró
los ojos y se permitió relajarse.
rígido e incómodo.
De una en una, las pecas de Larkin desaparecieron tras una gruesa capa
de maquillaje.
—Bueno, no eres una gran belleza, pero cubrir esas ridículas pecas y
domar ese pelo ha ayudado.
Larkin comprendió por qué su padre había estado tan dispuesto a dejar
toda esa riqueza.
Iniya se rio.
—Incluso aquí hemos oído historias de la chica traidora aliada con las
bestias del bosque y de su hermosa hermana que la expulsó de la aldea, no
una, sino tres veces —Larkin hizo una mueca—. Nesha está embarazada —
Iniya le tendió una almohada con forma de cúpula.
Iniya señaló un bulto negro bajo uno de los árboles y empezó a subir las
escaleras.
—¿Qué?
Tam se acercó a ella. Tenía los ojos hinchados, como si hubiera llorado
hasta quedarse dormido.
—Tam…
Deseó que Tam hablara con ella; ella también echaba de menos a Talox.
En lugar de eso, puso los ojos en blanco mientras lo seguía al interior.
—No creo que los bocadillos de carne sean lo suficientemente elegantes
para… —Se detuvo al ver a la nueva esposa de su padre sentada a la mesa.
prometiste —Se apartó de la mesa—. Me iré —Se fue sin mirar atrás.
Quería que ella viera su mirada clara. Su rostro estaba pálido, sin el
rubor de la bebida. Sus acciones y palabras eran nítidas. No se dejó engañar.
—No ha tenido una gota desde que llegó a esta casa —dijo Iniya—. Ni
lo hará.
—El hecho de que lo intentes ahora es más una traición que otra cosa
—Cabizbajo, salió de la habitación.
tolero su presencia.
—Alguien tiene que gobernar cuando yo no esté —Su voz era tan suave
como la mantequilla que untaba.
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CAPÍTULO DIECINUEVE
—¿Una Princesa?
Tam resopló.
—Parece que me han degradado —Se inclinó hacia Larkin—. Puede que
eche de menos aterrorizar a los idelmarquianos como druida. Es más divertido
cuando puedes ver sus reacciones.
Poniendo los ojos en blanco, Larkin partió su propio bollo y lo untó con
mantequilla y mermelada.
—Si todo va según sus planes, Garrot será el próximo Maestro Druida.
Nesha, una heroína por traicionar a su familia y casi hacer que maten a
Larkin, dos veces. Escondió sus puños cerrados bajo la mesa.
—¿Y después?
—Deja eso para mí —dijo Iniya—. Pero antes, asistiremos a los Ritos
Negros —A Larkin no le gustaba cómo sonaba eso.
—¿Ritos Negros?
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—¿Qué son unos cuantos druidas menos? Mientras tanto, debo hablar
con un hombre, Humbent.
***
Larkin tocó los magníficos bordados de un vestido, las joyas del corpiño
de otro, el pelo polvoriento de una tercera y de un rojo tan alborotado como
el propio de Larkin.
—¿De quién era este dormitorio? —Su padre había sido hijo único.
—¿Cómo se supone que voy a vigilar a alguien con esto? —dijo Tam
desde la puerta. Cruzó la habitación, sosteniendo una espada de metal sin
filo. Empujó la punta en la alfombra—. ¡No se dobla! Un buen golpe y se
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Arremetió.
mulgars imaginarios.
Tragó saliva.
La consideró.
—Bien.
—Ahora para el frente —La hizo girar para que se pusiera frente a él—
. En esta pos...
—¿Qué está pasando? —Iniya los miró fijamente desde la puerta con la
mandíbula tensa.
Larkin y Tam saltaron hacia atrás, aunque no habían hecho nada malo.
Página249
***
Con los pies bien plantados en el suelo, Tam miró fijamente a su caballo.
Pasaron por debajo de las puertas que habían cruzado esa misma
mañana, los trabajadores seguían construyendo la muralla y los hombres
muertos seguían colgados del cuello. Poco después, el sol se puso. Larkin
estaba sudando y le temblaban las manos. Sentía deseos de acercarse al árbol
más cercano; sospechaba que el impulso de esconderse al atardecer nunca la
abandonaría del todo.
Con una mano en cada rienda, Tam intentó retener a su caballo, pero
éste cogió el bocado entre los dientes y se largó. Larkin soltó su propio
caballo castrado y se inclinó hacia delante. Los brazos de Tam se agitaron y
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Sus voces se alzaron como agua corriente salpicada por los lamentos de
una mujer. En la parte trasera de la multitud, los ricos montaban a caballo
como Larkin y sus acompañantes, lo que les ofrecía una mejor vista y los
mantenía alejados del barro.
Bajo el árbol, una veintena de hombres se situaban uno al lado del otro
en una larga fila. Vestían de negro druida con las armas erizadas en sus
espaldas y caderas. Ante uno de esos hombres estaba la mujer que se
lamentaba, una madre, claramente, y detrás de ellos se había construido una
plataforma. Sobre ella se encontraba un hombre con el pelo plateado hasta
los hombros, pero con la parte superior de la cabeza calva, con la papada
desaliñada. Las llamas de su cinturón, elaboradamente labrado, lo
identificaban como el Maestro Druida.
demasiado lejos, quizá eran las sombras vivas en los huecos de su rostro,
pero todo lo que vio fue su propio odio reflejado en ella.
Fenwick levantó el puño. La multitud guardó silencio. Se dirigió a los
druidas.
Larkin buscó en las sombras bajo los árboles. A dos docenas de pasos
estaba la barrera. Luego se enfrentarían a gilgads, mulgars y espectros. Si no
se las ingeniaban para esconderse en los árboles después del atardecer, no
sobrevivirían ni una sola noche.
—Mi padre me llevó al interior del bosque para reunirme con los
flautistas cuando tenía seis años —dijo Iniya con la voz cargada de dolor.
¿A los seis años? ¿Qué clase de padre llevó a su hija al bosque a los seis
años?
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El primer hombre se metió entre las sombras. Dos más le siguieron unos
pasos por detrás. Luego tres. Luego una docena. Hasta que quedaron dos
hombres. Uno miró al otro y se perdió de vista en el Bosque Prohibido. El
último agachó la cabeza y volvió a adentrarse en la multitud hacia uno de los
caballos. Montó y galopó a través de la multitud y pasó por delante de ellos
sin mirar a la derecha ni a la izquierda.
—Humbent. Manervin.
—¿Quiénes son?
—Han pasado más de cincuenta años, Iniya —Su voz se inclinó hacia
abajo.
—Tu padre y el mío eran los mejores amigos, Humbent —siseó Iniya—
. Juró que cuando llegara el momento nos apoyaría.
Su boca se tensó.
—Un ejército formado por nuestra propia gente —dijo Iniya—. Gente
que está cansada de que los druidas no los mantengan a salvo.
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CAPÍTULO VEINTE
Con la luz de la mañana, Larkin se abrió paso entre los sauces hasta el
lugar donde ella y Bane siempre iban a nadar. Pero cuando llegó, el río ya
no estaba y en su lugar se encontró empujando hacia su granero. Parpadeó
confundida y miró a su alrededor.
—¿Bane?
No hubo respuesta.
El granero estaba vacío incluso de animales. Ni siquiera su perra salió a
ladrar con sus cachorros a cuestas. Larkin comprobó su casa. También estaba
vacía.
Se paró en el escalón delantero.
—¿Venna? ¿Bane? ¿Daydon?
árbol.
No eran palos. Era leña.
Alguien lanzó una antorcha y el fuego se dirigió hacia sus pies.
Sollozaba y gritaba mientras la multitud coreaba:
—Traidor, traidor, traidor.
Larkin disparó su magia, pero no pasó nada. Se lanzó hacia él. Pero a
cada paso que daba, él sólo parecía alejarse más y más.
—No es un traidor —gritó Larkin—. Por favor.
—Maisy...
—Tienes que dejar este lugar, Larkin. Vete antes de que sea demasiado
tarde.
No era la primera vez que Maisy se refería a los espectros como la bestia.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Larkin y se le metió en el pelo de
la nuca.
Una bestia como él. Los espectros querían convertir a Larkin en uno de
ellos. El miedo estalló en un sudor enfermizo por todo su cuerpo.
—¡Maisy, espera!
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—¡No me toques!
—Explícate.
—No lo sé.
—¿Madre?
—¿Está enferma?
—Todos ellos. ¿Cómo pueden ser todos ellos? —Iniya lloró. Se dio la
vuelta y vomitó en el suelo.
Larkin saltó hacia atrás para no ser salpicada. ¿Ellos? ¿Quiénes eran
ellos?
—¿Qué ha pasado?
—Maisy.
—¿Maisy? —gritó.
Larkin siguió a Harben hasta el extremo opuesto del pasillo. Abrió con
el hombro una puerta que daba a una habitación muy desnuda. Iniya
temblaba tanto que casi se le escapó de los brazos antes de que consiguiera
tumbarla en la cama. Estaba pálida, con la piel cubierta de pecas que el día
anterior habían sido casi invisibles.
—¡He dicho que te vayas! —Iniya tiró de las mantas bajo el castañeteo
de sus dientes.
Harben frunció los labios antes de arrear a Larkin hacia fuera. Ella
empezó a protestar.
—¿Estará bien?
La alejó de la puerta.
Larkin sabía lo que era despertarse con una turba gritando por su sangre.
Suspiró.
Ancestros, por eso Iniya odiaba a los druidas. Quizás Larkin estaba mejor
creciendo en el barro, lejos de las maquinaciones de los druidas y la realeza.
E Iniya planeaba enfrentarse a todos ellos.
—¿Tienes pesadillas?
Parecía que se había establecido algún tipo de tregua entre Iniya y Tam.
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—Humbent llegará esta tarde. Los otros señores lo siguen a él. Necesito
que consigas su apoyo.
—Debemos ser nosotras las que convenzan al portador para que ataque.
Humbent era su portador. Pero el arma aún podría volverse contra ella.
A menos que Iniya tuviera magia.
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Iniya resopló.
—Lo que es que te hagan sufrir a manos de los más poderosos que tú
—dijo Iniya.
—Ah, bien —dijo Iniya—. Tinsy te preparará para nuestro viaje al sastre.
—¿El sastre? —Preguntó Larkin—. Sólo voy a estar aquí unos días más.
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CAPÍTULO VEINTIUNO
—Deja de mirar a los ojos. Alguien podría pensar que eres un turista —
Iniya le entregó los guantes de seda.
—No —dijo Larkin con suavidad—. Pero tampoco los habría vuelto a
ver. Ni ellos a mí.
—Lo juro.
El carruaje se detuvo ante una de las tiendas. Tenía tres pisos con
ventanas tan altas como ella, llenas de vestidos y sombreros.
Medio instante después, un hombre atravesó las cortinas con las manos
extendidas a los lados. Su bigote brillaba con aceite, y llevaba una camisa a
medida color crema y unos pantalones marrones con un precioso chaleco en
color verde azulado y dorado.
—Mi señora Iniya, debería haberme dicho que iba a venir. Habría tenido
todos sus favoritos preparados —Le dio un beso en la mejilla.
El hombre se rio.
—Puedo oírlos.
6
Se refiere a que es una chica muy hermosa
—Sí, niña —dijo Iniya con naturalidad—. Pero no puedes entender ni
una palabra de lo que decimos, lo que lo hace aún más divertido.
—Pensé que las esposas de los druidas siempre vestían de negro —Se
suponía que era Nesha, después de todo.
—Por eso estarás en color —dijo Iniya—. Destacarás como una flor en
invierno.
—Sí, pero los rizos están muy pasados de moda —refunfuñó Iniya—.
La perdición de las hijas de mi estirpe.
—Lo llevaremos con estilo —Le levantó uno de sus rizos—. Apila estos
rizos sobre un hombro con un sombrero y algunas plumas de pavo real.
Larkin consideró.
—Hace años. Nuestra cosecha fracasó y no teníamos nada que comer.
Mamá estaba embarazada de Sela. Papá la oyó decir que estaba segura de
que tendría otra hija —Larkin había estado a punto de morir ese día.
—Ya veo.
***
Vestido en mano, Tinsy subió corriendo las escaleras. Iniya miró a Larkin
y enderezó su falso vientre.
Con un resoplido, Iniya abrió las puertas del salón. Sentado junto a una
mesa auxiliar con una taza de té vacía, Humbent estaba de pie,
sorprendentemente ágil para un hombre de su tamaño.
—Llegas pronto —dijo Iniya.
¿Cuánto tiempo iba a durar esta charla? ¿Por qué no iban ya al grano?
—Los druidas no tienen por qué dirigir los ejércitos. Ese siempre ha sido
nuestro trabajo.
Iniya le dirigió una mirada mordaz. Sí, era cierto. Larkin debía
permanecer en silencio.
—Te escucho.
—Muéstrale.
Humbent se puso en pie y adoptó una postura defensiva. Así que sabía
cómo luchar. Bien. El Idelmarch necesitaría guerreros.
—¿Qué es esto?
Se limpió la cara.
—Eso es lo que los druidas quieren hacer creer —dijo Larkin— Hay
muchos tipos diferentes de magia.
Larkin dejó que sus armas se desvanecieran, lista para ser llamada de
nuevo en un momento dado.
—Me llevaron en medio de la noche al bosque. Allí supe la verdad.
—¿Dices que los hombres del bosque son los que se llevan a nuestras
hijas?
—Los druidas están aliados con los hombres del bosque, esos flautistas.
—Así que los druidas han sabido la verdad sobre las desapariciones todo
el tiempo.
La consideró.
—¿Por qué estos hombres se llevan a las chicas? ¿Por qué nos atacan
ahora?
—No nos están atacando —dijo Iniya—. Están atacando a los druidas
por romper el tratado.
Larkin resopló.
Larkin se puso rígida. ¿Querían que Harben se casara con una chica más
joven que Larkin?
—Lo consideraré.
Larkin no se movió de la puerta.
Miró a Larkin.
Humbent la consideró.
Ella asintió.
—Su padre hizo algo para ganarse la ira de mi bisabuela y fue enviado
lo más lejos posible.
Larkin no sólo tenía una abuela que no conocía. Tenía una familia
completa con tías, tíos y primos, todos descendientes de Eiryss. De todos
ellos, Sela había sido la que rompió la maldición. ¿Por qué?
Iniya se rio.
—La camarera también firmó un contrato. Ambos sabían que era una
posibilidad.
Llamaron a la puerta.
Iniya salió de la habitación sin mirar atrás. Larkin se quedó atrás. Toda
esta operación se estaba saliendo de su control. Sólo pretendía encontrar una
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7
Cestillo o canastilla ligera de mimbre, lona u otro material, con asas, toldillo y que sirve de cuna
portátil
—Mi constitución ya ha sido puesta a prueba estos últimos días.
Necesito todas mis fuerzas para el día siguiente, así que, por favor, déjenme
en paz hasta la mañana.
Larkin pensó que era mejor quedarse callada que llamarlo trasero de
caballo.
Su cabeza cayó.
¿Qué podría ser peor que lo que ya había hecho? Ella no quería saberlo.
Tenía que saberlo.
Sacudió la cabeza.
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Artefacto ideado para sujetar, retener o inmovilizar
—¿No podías intentar estar sobrio por nosotras? Pero por ella, lo harás.
Por tu nuevo hijo —Iniya ya había negociado el futuro del niño; sólo que aún
no lo sabían—. ¿Y para qué? ¿Para devolver tu familia a esa arpía? Al final,
sigues siendo el mismo hombre egoísta y cruel.
—Mi madre no siempre fue como ahora. Nunca fue muy cariñosa, pero
lo intentó, hasta que mi hermana y mi padre murieron de la garganta pútrida,
no mucho después de este cuadro —Señaló a la niña de la izquierda—. Esa
es ella. Nesha —Larkin la miró. Nunca había imaginado que su hermana se
llamara como alguien. Intentó imaginarse a su padre creciendo solo en esta
casa estirada, enterrado bajo montones de reglas y reglamentos y
expectativas que podrían matarlo si los druidas descubrieran alguna vez que
Iniya lo destinaba al trono.
Harben se limpió las lágrimas de las mejillas con los dedos cubiertos de
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pecas. Hilos blancos se entrelazaban en su cabello. Sin barba y con los ojos
no enturbiados por la bebida, parecía diez años más joven. Era guapo, se dio
cuenta Larkin.
—Pennice fue la primera amiga de verdad que tuve. Y ella odiaba a mi
madre tanto como yo.
—No recuerdo mucho de lo que pasó o tal vez no quiero recordar. Pero
me desperté.
Larkin lo vio alejarse hasta que las lágrimas se agolparon en sus ojos,
nublando su visión. Parpadeó con fuerza y se dio la vuelta.
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CAPÍTULO VEINTIDÓS
Sí. El banquete era esta noche. Después de que Iniya los metiera en el
castillo para buscar el diario y el amuleto de Ahlea.
—Yo lo traeré.
Una hora más tarde, su cabello aceitado estaba alisado en un elegante
peinado. Capas y capas de maquillaje cubrían cada una de sus pecas. El
vestido de talle alto y los guantes ocultaban sus signos. La almohada que se
había metido debajo del vestido para imitar el embarazo de Nesha. Ya estaba
sofocada.
Larkin se puso de pie y alisó sus manos sobre el suave terciopelo. Tinsy
apoyó una mano en sus muñecas.
Larkin giró el pie hacia dentro y pisó la hoja exterior, dando pasos cortos
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para imitar la forma en que Nesha caminaba con su pie de palo. Iniya asintió
en señal de aprobación.
—No las tendremos hasta dentro de unos días —Iniya giró el clic, clic,
clic anunciando su retirada—. Oben está esperando.
Larkin podría haber crecido aquí. Crecer en la hermosa casa con los
árboles y los sirvientes. En cambio, había nacido y crecido en el barro de los
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Vestido con una jerga marrón y con una espada de guardia en la cadera,
Tam se apoyó en un árbol. Asintió a Larkin y se subió a la parte trasera del
carruaje. Larkin sintió que la más mínima tensión se esfumaba. Vaciló un
momento antes de sentarse junto a su abuela. Su padre se sentó enfrente, y
Raeneth entró en último lugar. Oben les entregó la cesta.
—Deja de embobarte.
Larkin la ignoró.
Larkin la ignoró mientras el carruaje volvía a recorrer los pasos que ella
y Tam habían hecho sólo dos días antes. Esta vez, las puertas rojas del palacio
se abrieron de par en par. Decenas de personas entraron en tropel. Una niña
se adelantó al resto, con su cabello formando un halo rubio alrededor de la
cabeza. A Larkin le recordaba tanto a Sela, la antigua Sela, que se le llenaron
los ojos de lágrimas.
Sonrió
Como uno solo, subieron las estrechas escaleras. Dos druidas les
esperaban en la cima. Ojos Azules se inclinó. Mientras Cara Agria examinaba
su lista.
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—¿Guardia?
Iniya miró a Ojos Azules como si memorizara sus rasgos para una futura
retribución. Se puso rígido, claramente preocupado. Debería estar más que
preocupado. Debería estar aterrorizado.
La sala ya estaba llena a rebosar de druidas con sus túnicas negras y sus
odiosas esposas. Los sirvientes se apresuraron a sentar a todos, parece que
el grupo de Larkin estuvo a punto de llegar tarde.
Estaba claro que Iniya lo había planeado así, ya que a su entrada se hizo
un silencio en la sala. Las miradas de los druidas fueron las que más se
detuvieron en Larkin, ya fuera porque su vestido púrpura, con su cuero
repujado, destacaba en una habitación llena de negro o por el falso
embarazo, Larkin no estaba segura. De repente, Larkin recordó que no era la
primera vez que fingía un embarazo. Tuvo que reprimir el repentino impulso
de reírse.
Todo el mundo se quedó mirando, pero nadie se acercó: Nesha era una
heroína, pero también una mujer caída. Nadie parecía saber cómo reaccionar.
—Lamento todo lo que tiene que ver contigo, Iniya Rothsberd —Los
ojos de Fenwick se desviaron hacia Larkin. Juró que el arrepentimiento
brillaba en sus profundidades.
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Una mujer mayor, con los ojos blancos y ciegos, apareció detrás de él,
con una sirvienta aleteando a su lado.
—Nesha, ¿verdad?
—Maestro Druida.
Le miró el pie.
Una mujer sirvió primero a Fenwick en la mesa alta antes de que el resto
de los sirvientes se desplazaran por el resto de la sala. Larkin tomó uno de
los rollos en sus manos. Unas volutas de vapor se elevaron cuando lo abrió.
Ya podía saborearlo. Mantequilla recién batida y conservas de fresa. Como
los que hacía Venna. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Los ancestros nos salvan, chica —susurró Iniya—. ¿Estás llorando por
el pan?
No. Lloró por una dulce niña que se había convertido en un monstruo,
un monstruo al que Larkin había metido una espada.
—Lo suficiente como para que no sospechen —dijo Iniya entre dientes.
—Si se corre la voz de que los Druidas Negros han estado mintiendo
durante siglos —Iniya dijo— el pueblo se volverá contra ellos. Se mantiene
la mentira o se hunde con ellos.
—La heroína de Hamel —gritó alguien. Larkin levantó la vista para ver
a un hombre que estaba de pie a tres mesas de distancia y alzaba su copa
hacia ella—. Cuéntanos lo que realmente ocurrió en Hamel. Cuéntanos la
historia de cómo resististe a la bestia y escapaste de su oscuro encanto.
Página295
en la cesta de Raeneth.
—No te quedes ahí mirando, chica. ¿No ves que necesito ayuda? —
Volvió a amordazar a Larkin.
—Ese ratón... —Ella tuvo arcadas y vomitó sobre sus zapatos. Él saltó
hacia atrás, con la cara retorcida por el asco. Las sillas se apartaron.
Iniya agitó su pañuelo hacia una puerta situada cuatro habitaciones más
abajo.
Sin esperar el permiso del hombre, Tam se dirigió hacia ella y abrió la
puerta con el hombro. Era un dormitorio, con una alegre chimenea situada
entre dos grandes ventanas. Las paredes estaban revestidas de gruesos
paneles.
—Le traeré unos cuantos cubos de agua. Los dejaré fuera —Cerró la
puerta con firmeza tras de sí.
—Eso pasa por robar un palacio que no es tuyo: no sabes dónde están
los pasadizos secretos.
A Larkin le pareció una pared sólida. Pero entonces, también lo eran los
paneles. Apoyando los pies, empujó. No pasó nada.
Apoyando los pies, Larkin empujó con todas sus fuerzas. El muro cedió
con un grito impío. Admiró el pivote central y la mampostería de los lados
que disimulaba hábilmente la abertura. Tomó la antorcha y se adentró en una
caverna llena de filas y filas de sarcófagos, cada uno con la imagen del
habitante en la cima de la juventud tallada en la parte superior. Tres siglos
de descendencia de Eiryss. Los antepasados de Larkin.
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Larkin quitó las telarañas del camino. Una gruesa capa de polvo cubría
las tumbas, fácilmente tan gruesa como su dedo. Detrás de ella había una
sólida puerta de madera con las bisagras oxidadas.
Nadie había estado aquí abajo en mucho, mucho tiempo.
Iniya resopló.
Larkin hizo flamear su espada, que había cortado las enredaderas sin
siquiera moverlas. A dos manos, la levantó por encima de su cabeza.
Larkin se arrodilló y miró dentro. Estaba muy oscuro. Metió con cuidado
su reluciente espada. Ninguna tela podrida. Ningún esqueleto sonriente. Y
ciertamente ningún amuleto de Ahlea.
—Tiene que haber algún error. Esa no puede ser la tumba de Eiryss —
Pero Larkin había visto el rostro tallado de Eiryss con sus propios ojos—. Si
Eiryss no está aquí, ¿dónde está?
—Cierra la puerta.
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—No. No, no puedo fallar. No puedo volver con las manos vacías, no
después de todo.
—Sea lo que sea lo que buscabas, no lo necesitas —Iniya finalmente se
dignó a mirarla—. Toda mi vida, he vivido con un solo propósito: destruir a
los druidas. Y lo haré, lo juro por mi vida y la de toda mi posteridad.
Larkin resopló.
Iniya subió con dificultad los peldaños. El sonido de los golpes resonó
en el túnel.
—Debo insistir en que nos dejen entrar —dijo una voz apagada.
—Yo la llevaré.
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CAPÍTULO VEINTICUATRO
Larkin no podía evitar sentir sensación de que algo iba mal. Esa
sensación se hizo más fuerte cuando salió del palacio un paso detrás de
Harben con Iniya, Raeneth y Kyden.
Tam la sacudió.
Ella empujó, pero él sólo apretó más. Una de sus manos la rodeó,
cogiendo su trasero y tirando de ella hacia él para que el falso vientre le
presionara con fuerza.
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No lo había sabido.
—¿Una trampa?
Se acercó a las esposas, con sus sellos zumbando bajo los guantes. Podía
liberarlo fácilmente. Sólo un poco de magia. Una astilla en lugar de una
espada. Nadie lo vería. Ella podría fundirse en la multitud de una manera, él
de otra.
—No lo hagas.
—Bane...
—Pero...
—Garrot te encontrará.
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Bane debió de verlo en sus ojos, porque los escasos restos de esperanza
que le quedaban se apagaron como una luz destripada. Cerró los ojos, con
la mandíbula apretada como si no pudiera soportarlo.
Ella se apartó de él. Sus manos sostuvieron la forma de las de ella antes
de alejarse lentamente. Ancestros, ella lo estaba dejando morir. Ahogando
un sollozo, se volvió hacia la multitud, empujando y abriéndose paso hacia
la puerta.
—¿Qué quieren?
Seis de ellos convergieron sobre ella. Desde detrás de ella, Bane maldijo.
La multitud se alejó de los druidas como si fuera repelida. Unos pocos, a una
distancia segura, pidieron su muerte.
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—Hola, Larkin.
No parecía sorprendido. Casi como si hubiera sabido que ella estaba
aquí todo el tiempo. Por supuesto que lo sabía. Los druidas conocían su
identidad desde el principio. Bane tenía razón, era una trampa. Y ella había
caído en ella, pero no por la razón que los druidas sospechaban.
Garrot y sus hombres avanzaron hacia ella. Como quería tener el muro
a su espalda, retrocedió, pasando la línea de patatas podridas, hasta situarse
hombro con hombro con Bane. También extendió su escudo frente a él.
Desesperada por escapar, se arriesgó a mirar hacia arriba, hacia el alto muro
de la cortina. Las siluetas de los druidas se veían negras contra el azul
brillante del cielo, y todos ellos la observaban.
Una flecha cayó sobre la tierra compactada a los pies de Bane. Él siseó
y se sacudió, con la mano sobre la oreja, la sangre brotando entre sus dedos.
Ella no había pensado en protegerlos desde arriba. Amplió su escudo hasta
rodearlos.
—¡Retírense!
Garrot gruñó.
Él le devolvió la sonrisa.
Ella pulsó y lanzó a los druidas hacia atrás una docena de pies. Cargó,
apuntando a Ojos Azules. De espaldas, logró levantar su escudo. Su espada
cortó fácilmente la madera dura y luego la carne. Ella se tensó por un pulso
de arrepentimiento, nunca había matado a un hombre.
el pecho del druida. El bastón del hombre golpeó su espalda con la mitad de
la fuerza original. Sin embargo, sus pulmones se congelaron, negándose a
respirar. Se tambaleó. Media docena de druidas se abalanzaron sobre ella.
Sus manos fueron colocadas detrás de su espalda.
—¿Estás bien?
Bane se estremeció.
—¡No!
A pesar de todo, Bane había arriesgado una vez más su vida para salvar
la de ella. Ahora estaba muriendo por esa elección, muriendo por ella. Y a
pesar del poder que la recorría, no podía salvarlo, no como él la había salvado
a ella.
—Por favor —dijo él, con la súplica en su rostro... Ella cerró los ojos.
Era lo mejor que podía darle. No iba a asistir a su muerte, pero tampoco iba
a dejar que la afrontara solo.
Esperó, temiendo el momento en que la trampilla se rompiera. Cuando
llegó, ni siquiera los gritos de la multitud pudieron ahogar el crujido del
cuello de Bane. Y entonces tuvo que ver. Tenía que saber si realmente había
sucedido. Abrió los ojos, sólo por un momento. Fue suficiente para grabar la
imagen en su memoria para el resto de su vida.
Larkin cayó como si le hubieran cortado las rodillas. Los brazos del
druida la rodearon para evitar que cayera. No pude salvarte, gritó en su
cabeza, porque nunca le daría a Garrot la satisfacción de saber que tan
profundamente la había herido. Lo siento mucho. No pude salvarte
Página315
CAPÍTULO VEINTICINCO
Larkin fue arrastrada a una resonante sala de dos pisos repleta de druidas
hasta la galería del segundo piso. En el extremo opuesto, Fenwick estaba
sentado en un trono sobre un estrado elevado. El trono de mi familia, se dio
cuenta. En unas sencillas sillas a cada lado de él estaban sentados tres druidas
negros, todos ellos mirándola con disgusto. Arrodillados y encadenados ante
el estrado, Harben, Raeneth e Iniya vieron cómo la arrastraban hasta la sala
y la empujaban al duro suelo de mármol. Sus rodillas ladraban de dolor, pero
éste no la afectaba realmente, no lo sentía.
—El niño está bien —dijo Fenwick con disgusto. No dijo nada sobre
Tam.
Ancestros, Larkin había jurado que Tam no moriría por ella. No. No
estaba muerto. No podía estarlo.
¿Por qué le perdonaron la vida a Larkin? No era por piedad. No. Los
druidas tenían otro plan para ella. El miedo se le agolpó en las tripas.
Raeneth gritó y se desplomó, temblando y gimiendo. Harben se quedó
mirando a la nada. Iniya miró fijamente a Fenwick.
La multitud murmuraba.
—Sólo para que pudieras casarte con la familia real —escupió Iniya.
Larkin se tambaleó, demasiado aturdida y horrorizada para procesar lo que
había oído.
—Por favor, Maestro Druida —llegó una nueva voz—. Quisiera pedir
clemencia.
Larkin conocía esa voz, una voz que sonaba como campanas. Una voz
que hizo que Iniya se detuviera en sus gritos. Los guardias se quedaron
mirando mientras Nesha entraba cojeando en la habitación. Su gran barriga
de embarazada no restaba belleza a su pelo castaño o a sus ojos violetas. El
negro de su vestido sólo hacía resaltar su rico colorido. Incluso su cojera era
digna cuando se acercó al trono y se inclinó ante él.
—¡Arriba de los árboles por la noche! —gritó tras él—. ¡Si quieres
sobrevivir, debes estar en los árboles al anochecer! Encuentra el río. Síguelo
río arriba.
—Llévenla a la fosa.
***
reproduciéndose una y otra vez, la oscuridad mantenida a raya por nada más
que su magia. Cuántas veces vio morir a Bane. Sintió cómo su espada se
hundía en el centro de Venna. La satisfacción que sintió cuando acabó con
Ojos Azules.
Había llegado a creer que la oscuridad no terminaría nunca cuando la
luz apareció en los bordes de una puerta que se abría cerca del techo. La luz
se hizo más brillante. Unos pasos amortiguados se deslizaban por un camino
irregular. Alguien se acercaba.
Larkin no podía hacer nada con respecto a sus ojos rojos e hinchados o
a las marcas de pinchazos en los brazos de donde se había perforado con su
amuleto, sólo para ver la misma visión de los orígenes de la maldición una y
otra vez.
—Te mataré por lo que le hiciste a Bane —Su voz sonaba abusiva.
—Bane fue juzgado y condenado como traidor. Pagó por sus crímenes
con su vida.
Respiró tranquilamente.
Página321
—¿Yo, el monstruo?
sorpresa aún mayor cuando el padre aceptó. El chico trabajó más duro que
nunca para demostrar que era digno de ella, de todo lo que se le había dado.
Garrot hizo una pausa, con los hombros redondeados bajo el peso de su
historia, porque era su historia. Y Larkin sabía lo que vendría después:
siempre había sabido que Garrot había perdido a un ser querido a manos de
los flautistas.
—Así que cuando este niño que ahora era un hombre se despertó con
el más profundo dolor del padre, supo lo que había pasado. Y juró que haría
cualquier cosa para traerla de vuelta o morir en el intento.
Su boca se tensó.
Larkin necesitó todo lo que tenía para no jadear de alivio. Alorica nunca
perdonaría a Larkin si no traía vivo a su marido.
Los druidas deben querer romper la maldición tanto como los flautistas.
Si entendieran eso, tal vez la ayudarían.
—Creemos que la Reina Eiryss podría haber dejado pistas para romper
la maldición en su interior.
Con las cejas alzadas, Garrot hojeó las páginas. Algunas de ellas se
desmenuzaban en sus dedos, el papel quebradizo giraba como hojas que caen
en el pozo.
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—¿De qué sirve un libro para una chica que no sabe leer?
» Pero no puede ser deshecho, no por un hombre o una mujer viva. Así
que debemos aguantar. Illin ha ratificado un tratado en el que ofreceremos a
nuestras hijas para que el Alamant pueda seguir protegiéndonos. En cuanto
a mí... las sombras están al acecho. La trampa ha sido preparada. Pronto
caeré en ella y mi pueblo ignorará el peligro que le persigue. Así que tomé
lo que quedaba del consejo y les encargué que actuaran como enlaces entre
los flautistas y mi pueblo, para proteger a nuestra gente lo mejor posible.
Garrot la miró.
—El consejo acabó convirtiéndose en los druidas, así que también hay
que agradecérselo a Eiryss.
Él la miró, esperando.
—La malinterpretas.
—Rompieron el tratado.
—Los flautistas han perdido mucho más que tú por esta maldición.
¿Cómo puedes creer que elegirían esto?
—Lo ves ahora, ¿no? Los flautistas tendrían que usar cada trozo de su
magia, toda ella. Mataría al árbol, pero podría hacerse. Pero los flautistas se
niegan a hacerlo.
Se puso en pie.
—Haré lo que deba para acabar con esto, Larkin, aunque tenga que
profanar algo sagrado.
Él le devolvió la mirada.
—Haré lo que tenga que hacer para romper esta maldición. Recuérdalo
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siempre, Larkin.
No se atrevió a cerrar los ojos por miedo a volver a ver sus rostros, los
de las familias de los hombres que había matado. El remordimiento que había
estado tan ausente cuando los había cortado en pedazos se había filtrado en
ella lentamente mientras se revolcaba en el pozo. Cada vez que cerraba los
ojos, veía a un niño llorando por su padre. Una madre por su hijo. Una esposa
por su marido.
Se arrastró hasta el libro de Eiryss. Por mucho tiempo que llevara aquí
abajo, había sido su única compañía. Entrecerró los ojos para leer las palabras
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—Por favor, ¿sabe algo de mi familia o del hombre que estaba conmigo?
Ella suspiró.
Él le guiñó un ojo.
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Ella asintió.
Patillas la acompañó hasta el pie del estrado y luego dio un paso atrás.
—Larkin de Hamel, tú, al igual que tu guardia, has sido rescatada por
el Príncipe de los Flautistas. Serás escoltada al bosque y liberada.
Todo el aliento abandonó sus pulmones en un silbido. Liberada. Por
Denan. El color volvió a su mundo. Quería arrodillarse y llorar, gritar de
alivio. Pero se obligó a mantener la calma.
—Debo protestar por esto —dijo Garrot en voz baja desde detrás de
ella. Un escalofrío de horror atravesó su alivio.
—Se los dije —dijo Garrot en el silencio resonante—. Les dije que
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—No lo hacen —dijo Garrot en tono oscuro—. Sólo quieren acabar con
la maldición. Como todos nosotros.
Con las manos en sus armas, los guardias avanzaron hacia Garrot. Él no
llevaba armas y no hizo ningún movimiento para defenderse. Hasta que
estuvieron a media docena de pasos. Entonces dio un grito. Más de una
docena de hombres a su alrededor se pusieron en posición de defensa, y las
espadas y los escudos aparecieron de repente en sus manos. En las manos de
Garrot.
Fenwick evaluó a los hombres de Garrot con sus espadas mágicas, unas
espadas que cortarían fácilmente las armas de sus guardias.
» Fue allí donde aprendí la verdad. Ramass fue un hombre maldito hace
mucho tiempo por los flautistas, como lo fue su hogar y toda su gente. Si
pudiera llegar a la fuente de la magia de los flautistas, podría usar lo último
de esa magia para romper la maldición.
—¿Puedes ayudarme?
Él negó con la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas, que ella no podía
adivinar si eran de dolor, de miedo o de arrepentimiento. Moriría de la misma
manera que había condenado a la familia de Iniya a morir: a traición y con
sangre. No sentía compasión por el hombre que tenía delante, salvo por el
que podría haber sido si hubiera tomado mejores decisiones. Ahora era
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demasiado tarde.
Sin embargo, no le soltó la mano hasta que sus ojos se cerraron. Dejó
de respirar, jadeó y no volvió a hacerlo.
—Hermanos —dijo Garrot—. ¿No pueden ver? Con los dones otorgados
por los espectros, estamos más que a la altura de los flautistas. No más padres
llorones. No más niños con ojos huecos. No más amantes robadas en la
noche. Con las armas de los espectros, somos nuestros propios dueños.
Derrotaremos a los flautistas y a la maldición de una vez.
—Eres un tonto y algo peor —dijo Larkin, con la voz temblorosa. Sintió
que la atención de la sala giraba hacia ella mientras se ponía en pie. La sangre
de Fenwick corría por sus espinillas—. ¡Los espectros se volverán contra
ustedes y los matarán a todos! Ellos...
—Deja de hablar.
—Tú primero —Echó el pie hacia atrás para darle una patada.
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Met la señaló.
—Sujétala, West.
Larkin quería gritar la verdad, pero había jurado defender la vida de Tam
con la suya propia. Ahora mismo, pensó que eso sería más fácil que mantener
la boca cerrada.
Para su asombro, nadie más parecía hipnotizado por los sellos de Garrot.
No sabía qué significaba eso, pero le daba miedo.
—Toma nota de los que lleguen últimos —dijo Garrot en voz baja a
Met, que asintió—. Acaba con los que se nieguen.
Garrot se puso en marcha como si hubiera olvidado que ella estaba allí.
Larkin tropezó con el borde de la oscura nada del pozo, con la mejilla
caliente y palpitante por el lugar donde Met la había golpeado.
—¿Has visto alguna vez una —Su boca se negaba a formar la palabra
espectro— sombra, West?
—Pínchala.
matara.
***
—No lo hice.
—Di mi nombre —Ella no sabía por qué era tan importante. Entonces
lo hizo. Ella quería que él la viera como una persona. No una traidora. Una
persona. Con un nombre.
Se puso en pie y se marchó sin decir nada. Esperó hasta que él y el otro
hombre se fueron, hasta que sólo la linterna le hizo compañía. Entonces lloró.
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***
Cuatro días pasaron más lentos y más rápidos de lo que ella hubiera
podido imaginar. Cuatro días en los que los fantasmas de los muertos y su
temor por el futuro la persiguieron.
Se perforó una y otra vez con su amuleto hasta que su brazo se infectó
y se obligó a parar. Y todo lo que tenía para mostrar era la misma visión una
y otra vez, hasta que había memorizado cada movimiento de Eiryss y Dray.
Leyó las nanas hasta que las conoció palabra por palabra. Se envolvió tanto
en el pasado de Eiryss y Dray que empezó a sentirlo más real que el suyo
propio.
—Me temo que esta vez vas a tener que venir a buscarme.
Se apoyó en la pared.
—Esperaremos.
Resopló.
Miró a sus compañeros que vacilaron. Parpadeó para aclarar sus ojos.
No parecían soldados, sino sirvientes. Insultante.
Lo que sea que le habían dado actuó cada vez más rápido. Se sentó con
fuerza, su magia se apagó. Estaría a su merced en unos momentos. Y
después...
West no respondió.
Volvió a inclinarse hacia delante. Esta vez, sus manos no tenían la fuerza
para sostenerla. Se desplomó, con la cara aplastada contra las rocas, con los
moratones palpitando.
—Mantenla firme.
El sirviente retrocedió.
El pie de West se metió entre las piernas del criado. El rostro del hombre
se puso blanco y cayó de rodillas. West se arrodilló a su lado y le reacomodó
el vestido.
contra el dolor y la habían llevado sobre su hombro hacia los árboles. Los
espectros habían llegado esa noche y su maldad aceitosa la cubrió de un
golpe a la vez.
Días de preparación en la fosa, de planificación y determinación, todo
ello deshecho. Estaba indefensa. Los druidas se asegurarían de que siguiera
así. Tuvo que enfrentarse al hecho de que podría no tener ninguna
oportunidad de escapar. Si ese fuera el caso, todavía tenía sus armas. Podría
usarlas contra sí misma.
West no era un mal hombre. Sólo era un soldado que hacía su trabajo,
y tenía la suficiente bondad como para permitirle mantener su dignidad. Un
hombre amable y honesto no aceptaría trabajar con los espectros, no si
realmente los entendiera. Ella podría usar eso en su beneficio. Plantar las
semillas de la verdad y esperar a que echaran raíces. Y tal vez, sólo tal vez,
West la ayudaría a escapar.
Consiguió asentir con la cabeza. Rebuscó en una bolsa y sacó una gran
manta. La colocó sobre ella, reflexionó un poco, la retiró de nuevo y dispuso
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la manta para crear una especie de dosel sobre ella. Asintió con la cabeza en
señal de aprobación y bajó de un salto. Desde la dirección de sus pies llegó
un par de cascos que repiqueteaban.
—¿Cómo funciona la raíz de mandala junto con el veneno gilgad? —
preguntó Garrot.
—Bien —La silla de montar crujió y los caballos dieron unos pasos como
si se fueran.
Maestro Druida. Por supuesto que habían hecho a Garrot Maestro. Por
supuesto que lo habían hecho. Al menos no tenía que preocuparse por buscar
venganza. No quedaría mucho de los druidas para pagar por lo que le habían
hecho, no después de que los espectros acabaran con ellos. Pero tampoco
quedaría mucho de ella.
—¿Qué quieres decir con que la han maltratado? —El grito de Garrot
la sacó de sus pensamientos.
Murmullos acallados.
—Lo dejé en el foso —dijo West—. Puede que ya sea capaz de caminar.
Garrot resopló.
vulnerable de esta manera —se oyó la voz de Nesha. Debía de ser ella la que
susurraba antes. Obviamente, no quería que Larkin supiera que estaba aquí
y ahora ya no le importaba. ¿Por qué le importaba lo que le hicieran a Larkin?
Se odiaban mutuamente.
Un silencio incómodo.
Nesha se rio.
—Muy bien.
***
Larkin se despertó a mediodía cuando West retiró la manta que la cubría
y dejó caer el portón trasero. Se subió con ella y la apoyó contra un saco de
judías, lo suficientemente alto como para que pudiera ver entre algunas de
las cajas. Estaban en una de las carreteras que conectaban las ciudades, ya
fuera la carretera de Cordova o la de Landra.
West le puso una bandeja con judías cocidas, pan con mantequilla y un
odre de agua en el regazo y le metió una servilleta en la camisa.
—No la quiero.
—Necesito orinar.
West se sonrojó.
Ella puso los ojos en blanco. West la hizo avanzar. Cuando llegó al
borde, la llevó una docena de pasos hacia el bosque.
Nesha miró fijamente a Larkin, con la boca en una fina línea. Se volvió
hacia Garrot.
—Ella nunca me haría daño. Y, además, tiene las manos atadas —No
parecía convencido. Ella le sonrió dulcemente—. Estarás ahí si pasa algo.
Garrot asintió. Nesha cabalgó hasta el borde del bosque, bajó de la silla
y le entregó las riendas a Garrot. Señaló hacia el bosque.
Nesha maniobró las faldas de Larkin para que no se sentara sobre ellas
mientras West la ponía en posición con el trasero colgando sobre el lado
opuesto del tronco. Nesha ocupó el lugar de West, apoyando a Larkin contra
ella. West se echó hacia atrás. Nesha recogió las faldas de Larkin, dejando al
descubierto su trasero. Larkin finalmente liberó su vejiga.
Larkin abrió la boca para hacer una de las docenas de preguntas que se
acumulaban en su cabeza.
West la sacó del carro. Nesha esperó para ayudarla, con Garrot a su
lado. Encontraron otro tronco para ella y la dejaron con Nesha para que le
sujetara las faldas.
—Esta noche te van a dar una dosis más fuerte. Finge estar
profundamente dormida, pase lo que pase.
—Come un poco y espera para estar segura —Se inclinó hacia ella—.
¿Mamá, Sela, Brenna…?
Nesha se estremeció.
—Bien hasta que uno de esos flautistas se case con mi hermana de
cuatro años.
—Eso no sucederá.
Nesha resopló.
Larkin nunca había sabido esto, nunca había sabido lo profundo que
eran los celos de su hermana.
Nesha resopló.
—Todo lo que quería era casarme con Bane y ser la madre de sus hijos
—Un sollozo se agitó en su garganta—. Pero tú también tuviste que quitarme
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—No puedo hacerla ver, Garrot. Por mucho que lo intente. No puedo
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atravesar el encantamiento.
—Bane mató a siete druidas, Larkin. Fue condenado por los tribunales.
Garrot habló por él, intentó defenderlo.
—Amordázala.
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—No —dijo Garrot con firmeza—. No dejaré que esa mujer te llene la
cabeza de mentiras.
West la dejó en el suelo e intentó meter un paño en la boca de Larkin,
pero ella le mordió la mano y lo escupió.
—Deja de hablar.
—Yo no soy la que está encantada, Nesha. Eres tú. ¡Y Garrot no tuvo
que usar ni un poco de magia para hacerlo!
***
***
West comenzó.
—Déjame dormir entre las ramas. Por favor. Juro que bajaré por la
mañana.
—No tienes ninguna arma sagrada. Estás tan indefenso contra las
sombras como yo.
—Larkin, yo...
—Si ella no está en mis manos entonces, Garrot de los Druidas Negros...
—Lo estará —Garrot señaló el camino por el que habían venido—. Ven
a mi tienda. Tengo mapas que quiero que mires.
—Déjame ver.
Por fin soltó la mano izquierda. Las puntas de los tres dedos exteriores
habían desaparecido. La herida ya estaba negra, el veneno se extendía. Larkin
había visto esto antes: el veneno subiendo lentamente por la piel de la
víctima. Había visto flautistas mutilados que sólo estaban vivos porque les
habían quitado los miembros.
West retrocedió.
—No. Tú no...
—Ella no entiende a los monstruos con los que te has aliado. Yo sí.
Envíala a un lugar seguro.
Él se acercó más.
—La única razón por la que sigues viva es porque sé lo que los espectros
te harán.
El giró sobre sus talones y se fue. Los dos guardias le metieron la punta
del odre en la boca y le taparon la nariz. Podía tragar o ahogarse. Se lo pensó.
Pero aún había tiempo, aún había esperanza. Eligió tragar.
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CAPÍTULO VEINTINUEVE
peso. El hombre la sujetó hasta que pudo enderezarlas, entonces los dos
hombres la ayudaron a subir a la silla de montar.
—¿Cómo qué?
—Dijo que podrías decir eso —dijo Bins. Tomó un bocado de sus judías
y pan y un buen trago de su agua—. Todo seguro.
Esperó unos diez minutos, para estar segura. La comida ya estaba fría,
pero tenía demasiada hambre como para preocuparse. Durmió el resto del
sueño hasta que los hombres estuvieron listos para salir. Después de dos días
sentada, se alegró de caminar, de cada paso que la acercaba a Denan. En eso
se concentró. No en los espectros. No en los engaños que se avecinaban. En
Denan.
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Abrió los ojos y sonrió a Garrot, una sonrisa que era todo dientes.
—¿Te has parado a pensar por qué los espectros me quieren tanto?
—Amordázala.
Para castigarla, Garrot abofeteó a Tam dos veces. Oh sí, ella mataría a
Garrot. Espectro o no.
¿Por qué el árbol no me dice lo que tengo que hacer? ¿Por qué no me
ayuda?
Habían dejado atrás a los idelmarquianos para adentrarse en un bosque
inquietantemente silencioso. Pasaron por delante de un anillo de árboles,
cuyas ramas se arqueaban y enredaban sobre ellos. Un anillo de árboles, y
no cualquier anillo de árboles, sino en el que Larkin había encontrado a su
hermana en todas esas semanas. El viento no tocaba dentro del anillo. La
repentina falta de viento la dejó notando sus mejillas agrietadas.
Ella lo amaba. Mucho. No podía dejarle hacer esto. Tenía que encontrar
la manera de advertirle. Porque lo que ninguno de ellos podía adivinar era
que Garrot tenía un ejército de espectros y mulgars de su lado. La hoja le
atravesó el cuello, una amenaza para que no se moviera.
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El dolor era algo distante y sin sentido. Estaba tan cansada de ser
amenazada, tan cansada de ser acobardada. Lanzó el codo. El cuchillo se
hundió más, el agarre de Nedrid se hizo más fuerte.
Ella se detuvo.
—Juro que cada daño que ella sufra, tú lo sufrirás diez veces más.
***
Página369
Según todas las apariencias, los flautistas tenían toda la ventaja. Lo que
Denan no sabía, lo que no podía saber, era que mientras los druidas venían
del norte, los espectros y su horda de mulgars atacarían desde el sur. Si los
mulgars lograban cruzar el río, y Larkin no dudaba de que encontrarían una
manera, atraparían a los flautistas en una prensa.
Con la garganta recién cosida, Larkin durmió poco esa noche. Cada vez
que cerraba los ojos, la asaltaban pesadillas de sombras y muerte.
—Me han dejado para vigilar a Nesha —dijo West. West debería estar
en la cama, no vigilando a nadie.
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A lo lejos se oyeron los gritos de guerra de los druidas por encima del
ruido del viento.
Larkin resopló.
—No lo sé.
Nesha guardó silencio durante mucho tiempo. Parpadeó con fuerza, con
lágrimas gemelas cayendo por sus mejillas.
—Lo siento, Larkin. Lo siento mucho. Pero quiero arreglarlo —Su túnica
se abrió y levantó una ballesta, apuntando a Bins y Nedrid.
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CAPÍTULO TREINTA
—No puedo matarlos a los dos antes de que me derriben —dijo Nesha—
. Pero el primero que se mueva morirá.
—Le seguí hace dos noches. Y de nuevo esta noche. Vi al espectro. Vi...
vi a Garrot golpearte. Interrogué a West. Su historia coincidía con lo que tú
me contaste —Se le escapó un sollozo—. Larkin, lo siento.
Ella suspiró.
—Lo sé.
La boca de Larkin se endureció en una fina línea. Nesha asintió una vez
y miró las cuerdas cortadas y sucias que estaban a los pies de Larkin.
—El amor no desaparece porque alguien haya hecho algo malo, Larkin.
Tú más que nadie deberías saberlo —West la amordazó.
—A liberar a tu amigo.
Larkin había matado antes, pero siempre había sido en una lucha justa,
nunca en una emboscada. E incluso entonces, le habían perseguido las
pesadillas. Sus pasos vacilaron. Como si percibiera su vacilación, West se
echó hacia atrás y la empujó hacia delante.
—¿West? ¿Eres tú? —Un hombre mayor con el pelo blanco retiró la
solapa de la tienda. Larkin sintió que la mirada del hombre se deslizaba sobre
ella. Ella mantuvo la mirada fija en sus manos. Le dio una palmada en el
hombro a West—. Chico, no te he visto desde que me embarqué con tu
familia el invierno pasado. ¿Cómo está tu madre? ¿Sigue haciendo esa tarta
de manzana?
Hanover se inclinó.
—Esa no es...
—No te muevas
Tam dudó.
—Si nos traicionas, morirás por ello. Como lo harán muchos cientos
más.
—Garrot ha hecho una alianza con... —La voz de West se ahogó. Miró
a Larkin con confusión.
—No puedes decirlo —dijo Larkin—. Tiene que verlo por sí mismo.
—Sí.
Los cuatro se estudiaron entre sí. Uno por uno, los hombres se volvieron
hacia a ella.
West entregó una de las mantas a Larkin con una mirada significativa a
su estómago. Ella se metió la manta bajo la camisa, rezando para que no se
moviera, rezando para que West y Hanover no la traicionaran. La mano
vendada de West goteaba sangre.
—¿Papeles?
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—Sabía que era una mala idea dejar que las mujeres marchen con
nosotros. Especialmente las mujeres embarazadas —Bajó un lado de la
cuerda.
—Ese está cojo —dijo el hombre. Señaló cuatro caballos—. Esos son
los mejores que me quedan.
Larkin se apoyó en un árbol para "descansar" mientras los hombres
ensillaban los caballos y el soldado autorizaba su salida con los centinelas.
Sujetando la manta con firmeza para evitar que se deslizara, Larkin montó
en un caballo negro castrado. Los cuatro se alejaron del campamento. Larkin
miró una vez hacia atrás, hacia la tienda donde había dejado a su hermana
atada de pies y manos. Elevó una plegaria silencios a sus antepasados, en
concreto a Eiryss, para que la vigilara y la protegiera de Garrot.
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CAPÍTULO TREINTA Y
UNO
—Su única esperanza son los refuerzos. Si otro ejército pudiera bajar
por el río y golpear el flanco oriental de los mulgars, podrían rodear su
retaguardia y atraparlos.
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—Tenemos que reunir lo que queda de las fuerzas del Alamant —dijo
Larkin.
lago.
Tam se llevó la flauta a los labios y dejó escapar una nota estridente y
penetrante que silenció al instante todos los sonidos del bosque. En lo alto
del enorme muro de la barrera, los soldados se movían. Las luces
parpadeaban, las lentes de los telescopios reflejaban la luz mortecina. Al cabo
de unos instantes, unos cuantos botes se balancearon sobre el agua y bajaron
lentamente.
Cuando los botes estaban a medio camino de ellos, Tam se llevó las
manos a la boca.
Uno de los hombres del bote más cercano se levantó y gritó—: ¿Por
qué?
—Tiene que hacerlo —murmuró Tam. Les hizo un gesto para que
bajaran de los caballos y empezaran a quitarles los aperos.
—No nos sirven —dijo Tam—. Los espectros los matarían al caer la
noche.
Los flautistas remaron hacia ellos hasta que sus botes llegaron a los
muelles donde estaba el grupo de Larkin. El hombre de rasgos oscuros que
los había llamado se bajó y estrechó la mano de Tam.
—No somos tontos —dijo Hanover. West se echó hacia atrás, con la
mirada dividida entre los botes llenos de flautistas y el muro más allá de ellos.
—¿Larkin?
—¿Estás bien?
—¿Qué ha pasado?
—Está fallando.
Pero Garrot no había roto la barrera. Ella lo había hecho. ¿Lo sabía todo
el mundo? ¿La culpaban a ella?
—Bien —dijo su madre—. Brenna está con Wyn —El hermano de doce
años de Denan—. Sela está... diferente, pero está bien.
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—Ya no lo tengo.
—¿Qué pasa? —El Rey Netrish jadeó, sus mejillas rojizas casi
escarlatas—. ¿Qué ocurre? ¿Y por qué hay idelmarquianos en mi ciudad?
—La luz nos salva. ¿Estás diciendo que podríamos perder a todo nuestro
ejército?
Tam asintió.
—Le rogaste a Denan que fuera a por tu hijo —dijo Larkin, con la voz
temblando de emoción contenida—. ¿Ahora vas a abandonarlos a ambos?
—Los Druidas Negros tienen la magia. Y con las barreras alrededor del
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—¿Cuántas?
—Sela...
—Si es necesario.
Sela le señaló con el dedo.
—Los dos árboles sagrados han estado trabajando durante siglos para
colocar a las personas y los poderes adecuados en su lugar. Ahora es el
momento de ver quién ganará. Y si crees que voy a dejar fuera a uno de los
más poderosos portadores de la magia, estás muy equivocado.
Larkin se quedó con la boca abierta. Sela debería estar tejiendo coronas
de flores, no mandando a los Reyes, pero pasó por delante del Rey sin mirar
atrás. Larkin, Su madre, Mytin, West, Tam y Hanover se apresuraron a
seguirla.
Wott se inclinó.
Sela la miró.
—Todavía no lo he usado.
Abraza tu destino. Talox le había dicho eso una vez. Larkin estudió a su
hermana pequeña.
Larkin se estremeció.
—No, Larkin —dijo Sela con firmeza—. Hay cosas que es mejor no
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saber.
Su ejército. Una mujer que amaba tejer y cocinar, que tenía dos hijos.
Pero entonces Larkin recordó a Wyn presumiendo de que su madre había
sido entrenada por su padre para luchar contra los flautistas. Es irónico que
ahora usara ese conocimiento para protegerlos.
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—No es sólo Denan —dijo Larkin—. Los druidas han formado una
alianza con los espectros.
Aaryn asintió.
¿Redimirlo de qué?
—¡Tam! —Una voz gritó. Alorica se abrió paso entre la multitud, con
su piel oscura brillando por el sudor.
Tam salió del muelle, corriendo hacia la colina mientras Alorica corría
hacia abajo. Chocaron, envueltos el uno en el otro, besándose y murmurando
cariños. Eran polos opuestos. Tam, ágil, con ojos azules brillantes y pelo
rizado, y Alorica, curvilínea, con rizos negros y rasgos oscuros, pero estaban
muy enamorados. El labio superior de Larkin se curvó con desagrado y algo
de celos.
—¿Por qué los hombres y las mujeres hacen eso? —preguntó Sela, con
la cabeza inclinada hacia un lado.
—Ha llegado el día para el que nos hemos entrenado. Nuestros maridos
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luchan contra nuestros padres, que han hecho una alianza impía con los
espectros. Y nosotras los salvaremos a ambos.
—Lo que hemos estado preparando estas últimas semanas —dijo Aaryn.
—Ah, vamos —dijo Tam—. Sólo son mulgars. No son más listos que
un pájaro volando hacia una barrera —Tam blandió su espada en un elegante
espectáculo—. Vamos, señoras, ¿quiénes quieren salvar el culo de sus
hombres?
—¡Yo lo haré!
—Larkin.
Se giró para encontrar a Caelia detrás de ella, con lágrimas corriendo
por sus mejillas y un bebé en sus brazos. A Larkin le dolía el pecho.
—¿Lo sabes?
Caelia asintió.
—Tengo que volver con Brenna. Tendrá hambre. Van a traer a los niños
aquí. Los que no podemos luchar los cuidaremos.
—El amuleto que llevas. Era de ella —Su mirada se centró en Larkin—
. ¿Has encontrado el otro?
—No.
—¿Por qué?
—Cuídense mutuamente.
Sabiendo que no podía hacer una promesa que tal vez no pudiera
cumplir, Larkin se marchó sin decir nada. Subió a un bote y se sentó con
Aaryn y Alorica a un lado y Tam al otro; West y Hanover se quedaron atrás.
Remaron hasta las puertas de la ciudad, donde les esperaban unas cuantas
docenas de barcos con flautistas dentro.
Larkin juró.
Tam sonrió.
Sólo que eso no era cierto. Maisy era la prueba de ello. Sin embargo,
Larkin no dijo nada. Era mejor que las chicas pensaran que estaban matando
monstruos sin sentido.
Justo antes del anochecer, los barcos chocaron con el terraplén del lado
sur del río. Se enviaron exploradores para despejar el camino y determinar la
mejor ruta. Más de seiscientos hombres y mujeres desembarcaron y se
adentraron silenciosamente en el bosque.
Tam había sido asignado como flautista principal del grupo de Larkin,
que incluía a Alorica y a otras tres mujeres. Seguía actuando como guardia
personal de Larkin, por lo que se situó entre éste y su mujer.
Tam sonrió.
—Esa es mi mujer.
Ni una docena de pasos después, el mando hizo una señal con la mano
hacia arriba y hacia abajo de la línea.
Larkin encendió su espada y su escudo, con la luz más tenue que podía
hacer.
—Justo antes de que nos alcancen, pulsen sus escudos —dijo Tam.
Los comandantes hicieron una señal y apretaron la formación hasta que
estuvieron hombro con hombro, por lo que tuvieron que romper para rodear
los árboles y la maleza. Entonces se encontraron en un claro iluminado por
antorchas y hogueras.
A medida que los mulgars se acercaban, Larkin pudo ver los detalles de
sus armaduras improvisadas y sus armas robadas. Sus dientes podridos y su
piel cetrina marcada por líneas negras bifurcadas. El impulso de correr surgió
en su interior, tan fuerte que tembló al negarlo.
La chica del barco de Larkin, la que antes había tenido tanto miedo, se
dio la vuelta y echó a correr. Algunas de las mujeres la vieron partir. Otras
se movieron en su sitio, claramente debatiendo sobre si correr ellas mismas.
Larkin plantó sus pies y abrió sus sellos más ampliamente, la magia
fluyendo en ella. Su espada se iluminó y se volvió afilada como una cuchilla.
Los mulgars se acercaron, lo suficientemente cerca como para poder ver los
pelos de sus cabezas.
Ráfaga.
—¡Seis!
Una de los ardents fijó su mirada en Larkin. Tenía el pelo largo y blanco,
la piel arrugada como una manzana de invierno, pero se movía como una
niña.
en la mandíbula.
Larkin se agachó por reflejo, sintiendo que algo pasaba por encima de
su cabeza. La mujer mulgar volvía a estar detrás de ella, cargando. Larkin
desvió el golpe demasiado tarde, y el hacha pasó rozando la armadura de la
pierna de Larkin. La mujer pateó la parte posterior de la rodilla de Larkin,
dejándola caer. Larkin consiguió levantar su escudo, pero la mujer lo pateó
hacia un lado y golpeó a Larkin.
—Ya veo por qué te daba miedo —dijo Tam mientras volvía a cargar
en formación.
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—Diecisiete.
—Luz, esa es mi mujer —La miró como si fuera la mujer más hermosa
que hubiera visto jamás. Ella le devolvió la mirada, suavizando su expresión.
Larkin abrió la boca para decir siete, pero la palabra no le salió. Era
consciente de la sangre que le corría por la cara, de lo cerca que había estado
de morir. No podía recuperar el aliento.
Ella lo empujó.
—¡No son gansos, Tam! Una vez fueron personas como nosotros, como
Venna y Talox.
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Su expresión se suavizó.
Su mandíbula se abultó.
—Lo suficientemente atrás como para evitar que los arqueros los
alcancen —dijo Tam—. Sin ellos, los mulgars pierden su impulso muy
rápidamente.
—Sus maridos, padres, hermanos e hijos están al otro lado de ese río,
ahora mismo, muriendo. No vacilarán. No ahora. No cuando los mulgars
están a punto de caer. No cuando sus hombres las necesitan —Se detuvo
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Ella se estremeció.
—Yo...
—Cinco.
—Ocho.
Ella le miró.
—Ocho.
—¡Marchen!
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CAPÍTULO TREINTA Y
CUATRO
—Sí.
—¿Se trata de aquella vez que tu padre intentó ahogarte cuando eras
niña? —preguntó Alorica.
No, esta vez vino después. Esta vez, Denan había sido el que la había
pescado.
Ella encendió sus armas para obtener luz y cruzó el puente a toda prisa.
Tam levantó a Larkin.
—No lo pienses.
Ella encendió sus propios sellos con la luz suficiente para ver dónde dar
el siguiente paso. Todo lo que existía era ese paso. Y el siguiente y el
siguiente. Denan la esperaba al otro lado. Tenía que salvarle.
—No estás tan lejos —la llamó Alorica—. Puedo verte. Vamos.
Por favor, rezó. Denan no. ¿Pero no rezaban lo mismo todas las demás
mujeres de su compañía? No todas esas oraciones serían respondidas.
Alorica aún no había soltado su brazo, y sus uñas se clavaban en la
carne de Larkin lo suficiente como para extraer sangre.
—¿Alorica?
—Te dan miedo los ríos que se mueven rápido. Tengo un problema con
los cuerpos. Especialmente los cuerpos en la oscuridad.
Tam bajó de un salto y casi se cayó. Miró a su alrededor con mala cara
y luego ayudó a las otras tres chicas a bajar.
—¿Lo ves?
—¡Allí!
Larkin dejó caer sus brazos acuosos, y luego oyó chapotear a su derecha.
Denan estaba luchando contra un ardent y otro se acercaba por detrás.
La otra salió del agua, con la espada apuntando entre sus omóplatos.
Larkin pulsó, empujando a Denan y al restante ardent hacia delante. Su magia
se sentía débil, delgada y quebradiza, pero consiguió una espada. La ardent
miró sorprendida cuando Larkin la decapitó.
—¿Larkin?
suficiente.
—Me voy por unos días —rio Tam— y casi pierdes una guerra de tres
siglos.
creíamos que eran capaces —dijo Denan—. Sólo puedo concluir que los
espectros se han estado conteniendo durante siglos.
Alorica maldijo.
Llegaron a la cima de la colina para encontrar a Wott, Gendrin y Demry
esperando.
Ancestros, no Aaryn.
—Informe.
—Mi ejército se habría doblegado bajo esa última carga si no fuera por
las Copperbills.
—Podríamos escapar por los puentes —dijo Wott—. Los que queden
atrás podrían cortar las líneas y tomar los botes que trajimos para las
Copperbills.
—Hay otra manera —Todos los ojos se volvieron hacia Larkin—. Los
druidas y los mulgars nos quieren muertos. Los idelmarquianos sólo quieren
recuperar a sus hijas.
—¿Crees que tú, los druidas o cualquiera puede obligarnos a hacer algo
que no queremos? —Los hombres la miraron fijamente—. Pide un armisticio.
Larkin asintió.
—Tráeme a Magalia.
Larkin rodó los hombros para aflojar la tensión que se acumulaba allí.
Los sirvientes de Denan se habían ido, así que dio la orden a Wott y a
sus generales, que salieron corriendo a correr la voz para que todas las
Copperbills se reunieran en la cima de la colina.
—¿Cómo?
—Hazle ver que los flautistas no son el enemigo —dijo Denan—. Los
espectros lo son.
—Puedo intentarlo.
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CAPÍTULO TREINTA Y
CINCO
—Es hora de hacerles ver que no necesitamos que nos salven —Otra
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—Larkin —llamó Denan desde lo alto de una roca por encima de ella—
. Estás fuera de tiempo.
Uno de sus hombres tocó una nota aguda y corta tres veces. Los
capitanes se hicieron eco de la orden arriba y abajo de la línea. Las mujeres
ocuparon los lugares de los flautistas que se retiraban, poco menos de
quinientos donde antes había más de dos mil. Las mujeres más cercanas a
cada lado estaban a cuatro pasos de distancia. Una línea tan escasa no
resistiría una carga inicial.
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—No soy una guerrera —dijo Magalia. De hecho, no tenía ningún sello.
Larkin volvió a mirar a Denan, con el tacto de sus labios agrietados aún
en carne viva contra los suyos. Sus palabras de hace unos minutos resonaron
en sus oídos: Entiendo que esta es una batalla que tienes que librar sola, pero
eso no significa que no vaya a estar preparado y esperando para ayudar en
lo que pueda.
Respirando con fuerza, se enfrentó a la horda que se acercaba. Cada
paso acercaba la batalla. Traía consigo el olor a sudor y sangre de la guerra.
Los gritos de los atravesados y golpeados. La visión de las manos llenas de
sangre que yacía entre los dedos.
Otro soldado ocupó su lugar, con el rostro retorcido por el odio. Era
alto, tan alto que la miraba desde arriba. La miró. Su largo pelo rojo. La
suavidad de sus mejillas. Su expresión cambió a preocupación. Dudó y dio
un paso atrás.
—¿Una mujer?
—Chicas —Un hombre con el pelo gris les hizo un gesto frenético—.
Vengan aquí. Apresúrense. No dejaremos que les hagan más daño —Los
otros hombres parecieron darse cuenta de esto. Algunos de ellos se
adelantaron.
—¡Y yo!
—¡Y yo!
El grito resonó por toda la línea.
—Hola, Larkin.
—Hola, Garrot.
—La has herido, Garrot. El chico amable que conocí nunca podría hacer
daño a nadie.
Ella se estremeció.
—Yo controlo a los espectros. Hice un trato con ellos para traerte de
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vuelta y acabar con la amenaza de los flautistas de una vez por todas. Nada
se interpondrá en el camino. Nada.
Podría ser un truco, una forma de alejar a Magalia del peligro antes de
que él ordenara a su ejército que atacara. Sólo que Larkin no creía que le
obedecieran, aunque lo ordenara.
Larkin hizo una señal para que las mujeres soltaran sus sellos.
palmas.
Magalia gritó. Garrot la empujó detrás de él. Pero Talox no les prestó
atención mientras pasaba junto a ellos, apuntando a Larkin.
—¡Larkin! —Alorica dio un paso hacia ella, sólo para ser rechazada por
uno de los mulgars con Talox. La línea se dobló bajo el furioso ataque. Los
flautistas se apresuraron desde atrás para ayudar. Talox ató una cuerda a las
manos de Larkin y la arrastró hacia un nudo de mulgars.
Larkin le lanzó la cabeza al mentón con tanta fuerza que vio las estrellas.
Le dio una patada en la espinilla y le pisó el pie. Los flautistas y los
idelmarquianos lucharon contra los mulgars, masacrándolos. Larkin creyó oír
la voz de Denan.
—Sigo pensando que eres una traidora, pero le prometí a Magalia que
te salvaría.
Así que se había creído su mentira, entonces. Bien. No hay tiempo para
sentir alivio. Garrot la agarró del brazo y la puso en pie. A su alrededor, los
mulgars luchaban contra los idelmarquianos. Un grueso nudo de mulgars
bajó la colina hacia ellos.
—¡Larkin! Larkin, por aquí —Maisy les hizo un gesto desde el corazón
de un matorral.
Larkin miró detrás de ella, a los mulgars que se les echaban encima.
Maisy cantó.
—¿Qué eres?
—Espectros.
—¿Es a mí a quien quieres? —se burló—. ¿Tú saco de huesos atado por
la sombra? —Luchar no era lo único que Tam le había enseñado. También
le había enseñado a vencer su miedo.
¡Gah!
Larkin cargó, aunque sólo fuera para acallar sus enmarañados
pensamientos. El espectro se abalanzó sobre ella. Ella bloqueó con su escudo,
el impacto le llegó hasta los huesos. Apretó los dientes y se mantuvo firme.
Ella rodó hacia un lado y mató a tres mulgars a la vez con su espada
mágica. Su espada se detuvo justo al lado de Talox, que la miró con un vacío.
—¡Abajo!
Se dejó caer en el suelo. Se soltó. Pero entonces las sombras la rodearon,
como si el espectro se hubiera detenido repentinamente, pero sus ropas no.
Ella pulsó su magia. Toda ella. Un escudo de luz brotó de ella. Las
sombras gritaron y se retorcieron. Cayó hacia arriba y hacia fuera, aterrizando
en un revoltijo de huesos y sentidos abrasados. Respiró entrecortadamente y
buscó su magia, pero sólo encontró un hilo que se disipó entre sus dedos.
No llegaron.
Se arriesgó a apartar los ojos del espectro para mirar la herida. La sangre
roja y limpia brotaba de su codo doblado, pero no había líneas negras.
Denan.
No.
Él no.
Nunca él.
Abrió sus sellos de par en par, pero su magia era una cinta de luz inútil,
no lo suficiente para forjar su espada. Buscó entre los muertos y encontró un
hacha y un escudo, que arrancó de las manos de un alamante. Cargó cuesta
arriba hacia donde los espectros luchaban contra Tam y Denan.
Ramass empujó.
Media docena de pasos atrás, Larkin pudo ver cómo la sangre florecía
en el costado de Denan, sangre que ya se estaba volviendo negra. Un mulgar
agarró a Alorica. Otro sostenía una espada en la garganta de Tam.
Larkin se dejó caer al lado de Denan, medio sollozando, con sus armas
robadas resbalando de sus manos mientras Ramass miraba. Consiguió la
magia suficiente para una daga fina como una aguja que cortó a través de
las correas de la armadura de Denan. Le desgarró la camisa, revelando un
corte a lo largo de sus costillas izquierdas de la longitud de su mano. Un
corte con bordes negros, líneas que se ramificaban como espinas bajo su piel.
—Larkin...
—Ven —Su voz resonó de forma extraña, como si cien voces susurraran
en lugar de una—. Y te devolveré todo lo que he tomado.
Tam se puso en pie, pero no hizo ningún movimiento para acabar con
Ramass.
—Sus palabras son veneno —dijo con firmeza. Levantó la mano de ella
sobre la suya y luego la retiró, dejando la empuñadura de la espada en su
mano.
El corazón latía con fuerza en la jaula de sus costillas, y ella cerró los
ojos y se obligó a contener el terror y el miedo. El espectro tenía el poder de
salvar a Denan, ¿cómo podía rechazarlo ahora? Pero si aceptaba su sucio
trato, si se iba con él, todas sus esperanzas morirían en lugar de Denan. Y
Denan nunca la perdonaría. Ancestros, ¿era ella lo suficientemente fuerte
para dejarlo morir?
No.
miró.
Maisy estaba de pie junto a Larkin, con más lágrimas negras recorriendo
sus mejillas.
—¿Qué significa eso? —Larkin gritó tras ella—. ¡Dime qué significa!
—Átalo. Todavía tengo unas horas, las suficientes para arreglar los
términos del cese con Garrot.
frenéticamente—. Magalia.
—No hay nada que ella pueda cortar. No hay nada que pueda hacer.
—Magalia —se lamentó Larkin.
Ella no podía haber llegado tan lejos, haber logrado tanto, y perder a
Denan. Nada de eso valía la pena si él no estaba aquí para compartirlo con
ella. Ella agarró su armadura.
—Si estas son mis últimas horas, las pasaría contigo en paz, Larkin. Por
favor.
Una imagen repentina de Eiryss tejiendo magia para formar un orbe que
hacía retroceder a las sombras brotó en la mente de Larkin. Había visto a
Eiryss tejer la magia cientos de veces; tenía las cicatrices en el brazo para
demostrarlo.
Ella comenzó.
—¿Qué?
Larkin había visto hacer a Eiryss, agarró el borde de sus escudos. La magia
se sintió cálida, suave y dura a la vez. Apretó el agarre y tiró. La magia se
liberó como un cristal fundido en sus manos.
Alorica jadeó.
Cerró los ojos, sus recuerdos de Eiryss se reproducían detrás de sus ojos
cerrados. Eiryss tejió las hebras en un patrón familiar. Dray tocaba la música
detrás de ella.
Denan se retorció lejos de ella. Con la cabeza echada hacia atrás, gritó,
con un sonido crudo y primitivo. Ella se congeló. El jadeó.
—No se mueven.
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Larkin conocía esa voz. Odiaba esa voz. Se dio la vuelta, con una espada
demasiado fina apretada en los puños.
Garrot se tambaleó sobre sus pies, con líneas negras visibles en sus
clavículas. Le quedaba tal vez una hora antes de que las sombras alcanzaran
sus ojos y se perdiera.
—Hay tantos otros que puedo salvar —susurró—. Gente que estará
muerta porque me tomé el tiempo de salvarlo.
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Detrás de él, uno de los Druidas Negros se dejó caer, todo su cuerpo se
sacudió.
—¿Qué es?
Su primer instinto fue alejarse de él. Pero ya había cometido ese error
con Nesha. No lo volvería a cometer.
—Murieron por mí. ¿Por qué? ¿Por qué mi vida vale más que la de
ellos?
—No tiene nada que ver con el valor. Tiene que ver con el amor. Ellos
dieron su vida porque te amaban y me amaban a mí.
—Lo haremos.
—Los derrotaremos.
—¿Cómo?
Le besó la sien.
Dejó que ella tirara de él hacia arriba, pero en lugar de soltarla, tiró de
ella hasta que tropezó con él. Apretó sus labios contra los de ella. El beso
sabía a la dulce acidez de la fruta, con un trasfondo de sal de sus labios. Él
profundizó el beso, lo que provocó un fuego lento en su vientre.
Ella se apartó.
Ella se estremeció por dentro. Estaba muy agradecida por este hombre.
Por dejarla estar triste. Por hacerla reír. Por dejarla luchar cuando necesitaba
luchar.
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SOBRE LA AUTORA
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