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Dirty Psychopath

Celia Crown

Traducción de Fans para Fans, sin fines de lucro


Traducción no oficial, puede presentar errores
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Sinopsis

Debería doler, pequeña. Estar conmigo siempre dolerá.


No lo conozco, nunca he hablado con él y nunca lo he visto.
Es un hombre cubierto de patrones de tinta, provisto de
nudillos llenos de cicatrices y dotado de una obsesión egoísta.
Una mirada y soy suya; soy su víctima favorita.
No debería tener estos complicados sentimientos en el
estómago cuando estoy cerca de él, pero su presencia ha
demostrado ser un veneno, demasiado tarde para detener la
propagación de la sumisión compulsiva que me ordena.
‘John Doe’ es su identidad; él no es nada, pero lo es
todo al mismo tiempo.

ADVERTENCIA: Este libro contiene material sensible


que puede ser desencadenante para algunos, se
recomienda la discreción del lector. Manipulación
emocional, síndrome de Estocolmo y violencia gráfica.

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Capítulo 1

Jessie

Su nombre es John Doe. Así lo llama todo el mundo.


No sólo se eleva por encima de todos, sino que la fuerza
bruta que emana de su enorme cuerpo también es intimidante.
Sus pasos nunca vacilan; siempre son seguros y depredadores,
al igual que el brillo vibrante de sus ojos de obsidiana.
Nunca lo he visto; todo lo que sé es por lo que he oído de
las voluntarias y el personal. Cotillean sobre todos los
pacientes locos, pero parece que siempre vuelven a hablar de
John.
A juzgar por su tono, se sienten atraídas por él. La
atracción es una cosa, pero su conducta inaccesible pisotea
sus fantasías.
No importa si se trata de cotilleos entre amigas. Me parece
una falta de respeto hablar de un hombre que ha sido
declarado demente y encerrado en un manicomio.
No participo en sus conversaciones; me mantengo al
margen. Estoy aquí como voluntaria y mantengo la cabeza baja

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cuando trabajo. Puede que todos los pacientes sean peligrosos
a su manera, pero sólo unos pocos han tenido arrebatos
violentos.
Todos deambulan y se ocupan de sus propios asuntos,
como el resto del mundo. Cuanto más tiempo paso con los
pacientes del ala en la que trabajo, más me doy cuenta de lo
brillantes que son algunos de ellos.
El desconocido no está asignado a mi ala, y rara vez salgo
de esta zona, así que no conozco a la mayoría de los pacientes.
No me molesta porque los médicos de aquí castigan
severamente a cualquiera que cotillee. Es un hábito terrible en
el trabajo, y nadie quiere ser el tema de discusión del grupo.
Aunque soy nueva en este lugar, sé que a algunos de los
médicos les gusta hacer ejercicios de poder a veces. Soy una
trabajadora no remunerada, por lo que se me ignora si protesto
por el trato que reciben los pacientes.
Si la jefa de enfermería no puede expresar sus
preocupaciones a ciertos médicos sobre su comportamiento,
nadie puede hacerlo. Dudo que sus compañeros médicos
quieran crear una grieta en sus filas tampoco.
Un poderoso médico me asignó a una sección diferente del
edificio. No me dieron ninguna razón, pero me alegro de no
tener que verlo.
Me hacía sentir muy incómoda cuando sus ojos sórdidos
miraban el culo de las enfermeras. Me lo hacía de vez en

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cuando, pero nunca lo dejé tener la satisfacción de saber que
me hacía sentir incómoda.
Mostrar cualquier debilidad sólo le daba más poder.
Vine aquí para ayudar a los pacientes, no para ser acosada
por el 'Dr. Dick1'. También conocido como el Dr. Hancock. En
este punto, es sólo semántica.
—¿Jessie? —grita alguien mientras me sacude el hombro.
Salgo de mis pensamientos y dejo caer la toalla doblada en
la pila que tengo delante. Resoplando de sorpresa, miro
fijamente a los ojos de una nueva amiga. Se ríe y deja su pila
de toallas en una cesta.
—Estás distraída. —Lisa frunce las cejas e inclina la
cabeza con una mirada interrogante.
Sacudo la cabeza y me río. —Lo siento, anoche no dormí
mucho.
—Oh —me dice con una sonrisa socarrona.
—Así no —la regaño mientras mis mejillas arden de
vergüenza. —La tormenta eléctrica fue demasiado potente.
—¿Te asusta un pequeño relámpago? —se burla.
Frunzo el ceño juguetonamente y empujo las toallas al
cesto. —¿Un relámpago? Fue como una guerra con el
mismísimo Zeus.
Ella inclina la cabeza en señal de acuerdo. —Es cierto.
Pensé que mis malditas ventanas se iban a romper.
—Pensé que tu canto se encargaba de eso —señalo.

1 Doctor Idiota

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Ofendida, resopla ruidosamente. —Perdona, te diré que he
pasado la primera ronda del concurso de talentos local.
—Ni siquiera sabía que los 'concursos de talentos' seguían
existiendo —digo en voz baja, encogiéndome de hombros ante
mis propias palabras.
Nunca participé en un concurso de talentos; los colegios a
los que fui no los tenían. El instituto femenino al que asistí se
centraba en el autodescubrimiento y en el perfeccionamiento
de habilidades superficiales. Pero no ofrecían oportunidades
para que las estudiantes se lucieran.
Los chicos eran una rareza en esos cuatro años de mi vida,
pero no me importaba mucho el mundo de las citas. Muchas
chicas volvían a la escuela después de los fines de semana y se
desmayaban por sus increíbles novios.
Pensándolo bien, creo que era más por la angustia que por
los chillidos de alegría.
Una de las chicas más populares tenía una relación
intermitente con un chico, y la apuesta más común era si
romperían o no al final de la semana.
Sus rupturas y reconciliaciones eran tan habituales que
nadie se inmutaba cuando ella lloraba porque su vida se había
arruinado después de que su novio volviera a romper con ella.
—Sólo para que lo sepas —menciona
despreocupadamente. —Me han trasladado a otra ala. El Dr.
Dick está lanzando su influencia de nuevo.

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Suspiro cansada. Ese hombre necesita un golpe de
realidad, pero a la Junta sólo le importan los resultados a final
de mes. Quieren que los pacientes mejoren para poder
conseguir más subvenciones del gobierno. Cualquier tipo de
tratamiento les parece bien mientras no sea ilegal.
Hablan bien, pero no tienen las pelotas para hacerlo
realidad.
Me sorprende que nadie haya presentado una queja ante
el gobierno, pero entiendo que ni siquiera se molesten en
hacerlo.
El ambiente y la jerarquía en este manicomio rozan lo
inapropiado, pero no se rompe ninguna norma. No se abusa ni
se maltrata a nadie, no hay negligencia y todos los pacientes
reciben sus medicamentos.
Sólo que los trabajadores son indiferentes y no tienen
ningún interés real en los pacientes.
—Ese tipo no tiene nada mejor que hacer —murmuro con
sorna.
Sujeto el cesto mientras ella maniobra el carro de la ropa
sucia hacia mí. Es mucho más fuerte que yo, así que se
encarga de empujarlo mientras yo distribuyo las toallas en las
habitaciones de los pacientes.
Seguimos el luminoso pasillo y nos cruzamos con algunos
trabajadores que van vestidos de blanco. La falta de color en el
manicomio es para que los pacientes no se sobreestimulen. No

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participo directamente en el cuidado de ninguno de los
pacientes, así que no sé hasta qué punto es cierto.
Pero tiene sentido, así que no pienso mucho en ello.
—¿Has visto ya a John Doe? —me pregunta Lisa de
improviso, haciendo que casi se me caigan las toallas limpias
que estoy apilando.
—No —respondo entre dientes.
Tengo curiosidad por saber qué aspecto tiene, pero no
estoy dispuesta a desviarme de mi camino para localizarlo.
No sé por qué, pero me lo imagino atractivo como una
celebridad. Sólo así podría atraer a tantas trabajadoras y
hacerlas desfallecer.
—No te lo puedes perder —bromea mientras empuja el
carro hacia la siguiente sala.
Es la última sala que tenemos que cubrir antes del
almuerzo. Me muero de hambre después de saltarme el
desayuno por la odiosa tormenta de anoche.
—Me aseguraré de avisarte cuando lo vea —comento con
una risita. —Si te vuelvo a ver, claro.
—Tal vez te envíe una paloma mensajera —me dice con
una sonrisa burlona. —Probablemente el Dr. Dick me ha
asignado tareas de limpieza. Ese bastardo no puede soportar
el rechazo como un hombre.
—¿Intentó algo? —pregunto, sorprendida. Sin embargo,
realmente no me sorprende su comportamiento.

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—Se creyó muy hábil respirando en mi cuello, como si
alguien quisiera su asqueroso aliento a su alrededor —suelta
secamente y arruga la nariz con disgusto.
—Siempre podemos salir después del trabajo —le ofrezco.
—No te preocupes, no te vas a escapar de mí tan
fácilmente. —Sus cejas se mueven juguetonamente. —La vieja
Lisa es tu amiga después del trabajo —asiente.
Pongo los ojos en blanco mientras doblamos la esquina y
nos dirigimos a la zona de sesiones terapéuticas. El único
momento en que la confidencialidad médico-paciente cuenta
es cuando están solos en un espacio cerrado.
La sala por la que pasamos ahora no cumple los requisitos
de confidencialidad médico-paciente. Es sólo un grupo de
pacientes sentados en círculo mientras el psiquiatra que los
atiende los interroga sobre su día.
Los pequeños pasos ayudan.
Lisa y yo nos ocupamos de nuestros propios asuntos y
evitamos las miradas curiosas del grupo cuando una
sensación de ardor me golpea el costado de la cara.
Parpadeo rápidamente, confundida, e instintivamente giro
la cabeza para encontrar el origen del angustioso calor. El vello
de la nuca me hormiguea mientras mi corazón se estremece, y
me siento aprensiva.
Hay un hombre apuesto, de rostro inexpresivo y ojos de
obsidiana, que me mira fijamente.

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Su enorme cuerpo parece tranquilo mientras me observa
a través del cristal. Pero la calma que irradian sus músculos
relajados disimula la agresividad.
La hostilidad que se esconde tras esa cara de póquer es
totalmente aterradora.
Nadie la ve, ni siquiera la psiquiatra.
Si lo vieran, correrían hacia las colinas para poner la
máxima distancia entre ellos. A través de la ventana, todavía
puedo sentir la fuerza bruta que bulle en él. No puedo
imaginarme estar en la misma habitación que él.
Me siento insegura por primera vez en este manicomio.
Sus grandes manos están inactivas, con los dedos sueltos
antes de cerrarse lentamente en puños. En ese breve
momento, espero que se levante de la silla y provoque algún
tipo de escándalo.
Pero no lo hace. Se limita a sentarse y a observar cada paso
que doy.
El calor burbujea en mi estómago y se extiende
asquerosamente por mis venas. Me estremezco violentamente
cuando un escalofrío me golpea la columna vertebral y me
obliga a soltar un hipo.
La intensa reacción surge de la nada y me asusta
sobremanera.
Aunque me considero una persona bastante segura de sí
misma, la cobardía que hay en mis entrañas ahora mismo me

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exige que ceda ante su mirada. Mis ojos se dirigen a las patas
de su silla y luego miran rápidamente hacia el carro vacío.
Una pared cercana actúa como barrera física para escapar
de su mirada depredadora. El fervor residual de su mirada
todavía me persigue.
—Estás un poco pálida, chica —dice Lisa mientras abre la
puerta del almacén.
Trago saliva y suelto una risita incómoda. —Estaba
pensando en lo terrible que sería volver a tener una tormenta
esta noche.
—Esperemos que no —murmura mientras lleva el carro al
interior. —No querríamos que te salieran bolsas bajo los ojos,
¿verdad?
—Claro —susurro.
Me alegro de que haya aceptado mi mentira al pie de la
letra. No soy la mejor para engañar, y tengo un extraño
sentimiento de culpa cuando oculto cosas.
Observo cómo vuelve a colocar el carro en su sitio, pero mi
mente vuelve a repasar esa experiencia. Me sacudo y respiro
profundamente mientras el oxígeno extra alivia los escalofríos
frenéticos de mi cuerpo.
—Señoras —dice una voz desde atrás.
Me muerdo la lengua con los dientes y mis hombros dan
una sacudida sobresaltada. Me doy la vuelta con los ojos muy
abiertos y un gemido lastimero en el fondo de mi garganta.
—Doctora —me dirijo a ella respetuosamente.

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Acabo de empezar a trabajar aquí, así que aún no me he
aprendido el nombre de todo el mundo. Esta mujer lleva una
bata blanca de laboratorio, así que es justo suponer que es una
de las doctoras de aquí.
Recuerdo haberla visto en la sala con los pacientes, pero
estaba demasiado concentrada en el hombre misterioso como
para fijarme en algo más.
Sonríe y me ofrece la mano mientras se presenta.
—Soy la Dra. Carrey.
Me sorprende la amabilidad de su sonrisa y
accidentalmente le aprieto la mano con demasiada fuerza, pero
ella no se inmuta y me devuelve el apretón.
—Lo siento —digo, —soy Jessie.
—¡Ah, sí! —exclama mientras sus ojos se iluminan. —Has
sido asignada a mi ala, y Lisa ha sido reasignada a un colega.
Lisa escupe con una sonrisa tensa: —Sí, al Dr. Hancock le
gusta mover a todo el mundo como si fueran sillas musicales
por aquí.
La doctora se ríe y sacude la cabeza. —El Dr. Hancock es
de la vieja escuela; cree que los cambios constantes sólo
traerán cosas buenas.
La única manera de que eso tenga sentido es que
aprendamos a adaptarnos al cambio con más facilidad. Me
sentiría mejor si no se lanzara a un viaje de poder cada vez que
no se sale con la suya.

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—Me gustaría hablar contigo en privado, si no te importa
—dice mientras sus labios de rubí se estiran.
Asiento con la cabeza y le hago un gesto a Lisa cuando
menciona que nos encontraremos en el comedor cuando
termine. Tengo toda la intención de llegar hasta allí. Me estoy
quedando sin energía y necesito comer.
—¿Caminas conmigo? —me ofrece la doctora.
Vuelvo a asentir con la cabeza y cierro la puerta tras de
mí, el marco cruje con fuerza. Me siento muy incómoda con la
Dra. Carrey, pero no sé por qué.
Deben ser los nervios que me quedan después de ver a ese
hombre.
Se aleja con largas zancadas y yo la sigo torpemente. La
Dra. Carrey vuelve a dirigirse al lugar donde tuvo lugar la
reunión del grupo, y yo me encuentro mirando los mismos ojos
de obsidiana una vez más.
Chillo y retrocedo por reflejo contra la pared. Me alegro de
que mi primer instinto haya sido protegerme de la mirada
inquisitiva del hombre.
—¿Pasa algo? —pregunta ella, girándose hacia mí.
Tartamudeo e invento una excusa: —La luz me ha dado en
los ojos.
Qué excusa más floja, pienso para mis adentros.
Me aclaro la garganta y reúno el poco valor que tengo para
dar un paso lejos de la pared. Inmediatamente siento sus ojos
en mi cara, nauseabundamente intensos mientras me siguen.

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La doctora no parece darse cuenta del cambio en mi
lenguaje corporal mientras hace un gesto hacia la ventana.
Hago como si no viera al hombre y miro fijamente a los
ayudantes que están cerca de él.
Los pacientes pueden deambular por sus alas asignadas
si se considera que no son una amenaza. Tenemos poco
personal, pero los pacientes con antecedentes de violencia
siempre tienen un ayudante cerca.
Este hombre tiene dos ayudantes con él en la habitación
cerrada. Odio hacer suposiciones, pero podría significar que es
especialmente peligroso. Sin embargo, dudo que los dos
ayudantes puedan detener a un hombre de su tamaño. Sólo
sus músculos deberían considerarse un arma, y sus ojos
podrían convertir a una persona en piedra.
—Me gustaría que te unieras a nosotros en la sesión de
mañana.
No lo hace sonar como si tuviera una opción en el asunto.
Su sonrisa no vacila mientras dirige su atención hacia el
hombre. Él la ignora descaradamente y mantiene su mirada
implacable sobre mí, aunque yo evito activamente sus ojos.
No creo ser tan interesante para mirar, y la gente no suele
mirarme fijamente. La encantadora cara de la Dra. Carrey es
mucho más fascinante que la mía.
—¿Qué? —suelto.
—No tendrías que hacer nada más que sentarte ahí —
explica.

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—Yo... —Me muerdo la lengua de nuevo, haciendo que
vuelva el dolor explosivo.
Me quedo sin palabras, estremeciéndome cuando el calor
de la mirada del hombre recorre mi cuello. Mi pulso late
insistentemente cuando él se centra en mi yugular.
—No soy una persona a la que le gusten las sorpresas, así
que no se lo deseo a nadie —aclara como una idea tardía.
Vuelve a centrarse en mí. —John ha estado bajo mi
cuidado durante los últimos cinco años, pero hoy es la primera
vez que ha mostrado algún nivel de conciencia.
Dudo mucho que el hombre no haya sido consciente de su
entorno. Entonces su nombre llama mi atención, y me asusta
la conexión que hace mi mente.
—¿Por casualidad se trata del 'John Doe' del que todo el
mundo habla? —pregunto, conteniendo una mueca.
Ella sonríe ampliamente. —Sí. Sin embargo, es inofensivo.
No hay que preocuparse de que sea peligroso.
Absolutamente nada de ese hombre parece inofensivo. A
juzgar por su mirada agresiva, probablemente esté pensando
en cómo serán mis órganos internos cuando me ponga las
manos encima.
—Habrá ayudantes fuera de la habitación, como siempre.
Y sólo será durante una hora de la sesión.
Francamente, no quiero pasar ni un minuto en la misma
habitación que John.

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Sin embargo, ella es mi supervisora. No quiero que me
reasignen a otra sección del manicomio, así que asiento con la
cabeza en señal de derrota.
—Bien, haré que alguien vaya a buscarte —menciona. —
Sólo te sentarás allí y no interactuarás con los pacientes. Así
podrán estar expuestos a otras personas en un entorno
controlado para que aprendan a llevarse bien.
Tanto si su afirmación pretendía hacerme sentir mejor
como si no, no lo consiguió. Y no estoy deseando que llegue el
día de mañana.
Al menos voy a poder ayudar a los pacientes, aunque sea
indirectamente. Puedo soportar la incomodidad de estar cerca
de ese hombre por el bien de los demás pacientes.
—¿Quieres conocer a John primero? —pregunta.
—No —me ahogo, lastimosamente. —Creo que es mejor no
interrumpir su rutina.
Tengo que dar una explicación mejor, o seguiré inventando
excusas. Pero la doctora no parece ofendida por mi negativa a
conocerlo.
Una sombra se cierne sobre mí, bloqueando la luz del sol
mientras inclino la barbilla hacia arriba. El hombre está tan
cerca que puedo ver el remolino de oscuridad en sus ojos. Es
mucho más grande de lo que imaginaba, su altura se asemeja
a la de un gigante mientras me mira fijamente.
John no se mueve ni habla, pero me hace saber que quiere
mi atención.

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—Muy extraño —observa la doctora, —Sí, muy extraño.
Cometo el error de mirarla, justo antes de que la mano de
él golpee con fuerza el cristal. Mi cabeza se mueve bruscamente
hacia él mientras mi respiración se entrecorta por el miedo.
Los ayudantes ya están a su lado, con las manos
preparadas para apartarlo si se pone más agresivo.
La Dra. Carrey exclama: —No puedo esperar hasta
mañana para ver el progreso de su integración.
Las comisuras de mis labios se crispan y mi corazón late
inquieto. John no me quita los ojos de encima, sosteniendo mi
mirada asustada mientras me observa detenidamente.
—Sí —murmuro, —no puedo esperar.

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Capítulo 2

John

Ella está aquí, sentada en un rincón de la habitación con


el escepticismo en su rostro. Los escalofríos que recorren su
pequeño cuerpo son deliciosos de ver mientras se retuerce en
su asiento, pero nunca dejo de observarla.
Jessie aferra un libro mientras se concentra en su
contenido, pero la mano temblorosa que coloca un mechón de
pelo suelto detrás de su oreja delata su inquietud.
Es demasiado bonita. Ya la había visto ayer, pero no lo
suficiente como para calmar la obsesión que ruge en mi
estómago. Estaba perdida en esta ala, pero encontró a alguien
que le mostrara el camino.
No hubo nada especial cuando la vi por primera vez,
ninguna chispa de deseo de alcanzarla. Pero una pequeña
semilla de anhelo por ella creció en mí hasta volverse casi
abrumadora.
No sabía si iba a volver a verla, pero entonces apareció
durante aquella inútil sesión de grupo.

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Me sorprendió la agresividad de mi cuerpo, incluso con la
barrera de cristal que nos separaba. Los cables que
atravesaban el cristal dificultaban su visión.
Fue una batalla para no meter la mano a través del cristal
y agarrar su suave pelo. Llevado por el impulso, quería que
supiera que la estaba mirando.
Quería que me mirara.
No hay nada más satisfactorio que saber que me tiene
miedo.
—¿Quieres compartir lo que piensas, John? —dice la
mujer que se proclama mi psiquiatra.
Mi pequeña levanta la cabeza y abre los ojos al ver los
míos. Pero rápidamente aparta los ojos de mí cuando un
violento escalofrío recorre sus pequeños hombros. La suave
extensión de su delicado cuello tienta mis doloridos dientes.
—Todo el mundo está compartiendo —insiste la mujer.
Cinco años de silencio y no voy a hablar sólo porque tenga
a mi chica bonita en la habitación. Suelo bloquear su voz y
quedarme mirando al aire durante estas sesiones inútiles, pero
no puedo desconectarla con esa chica sentada hoy aquí.
Sigo cada movimiento de mi pequeña. Quiero saber qué la
mueve, qué le gusta y cómo reacciona ante ciertas cosas.
—No pasa nada —dice la mujer en tono derrotado.
Todos los días es lo mismo. Intenta diferentes métodos
para hacerme hablar, pero nunca respondo. Siempre soy el

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mismo, pero ella parece pensar que puedo ser el próximo gran
avance científico en el campo de la psicología.
—¡Bien! —dice la mujer mientras da una fuerte palmada.
—¡Dejemos por hoy y reanudemos mañana!
Me pide que me quede mientras los demás se van.
Mantengo la mirada en mi pequeña mientras cierra el libro en
su regazo, con los dedos todavía temblando mientras me mira.
Mi corazón se retuerce de malestar mientras ella se
levanta, el movimiento revela su ansiedad.
Quiere alejarse y poner la mayor distancia posible entre
nosotros. Es entrañable que piense que esta va a ser la última
vez que me vea.
—Jessie, por favor, quédate un par de minutos —comenta
la mujer mientras le hace señas a Jessie para que se acerque.
La chica tiene los ojos muy abiertos y los labios rosados
jadeantes, como un ciervo atrapado en los faros. Su garganta
se mueve, y sus labios se aprietan en una línea blanca.
Cuanto más se acerca, más se calienta mi sangre. Mis
dedos se crispan al obligar a mi cuerpo a quedarse quieto
cuando lo único que quiero es abalanzarme sobre ella y marcar
la piel enrojecida con moretones vengativos.
—Este es John —anuncia la mujer.
Jessie me dedica una sonrisa nerviosa cuando murmura
un saludo. Me concentro en su voz, lo más bonito que he oído
nunca. Su voz es del tipo suave, y el tono despierta algo oscuro
en mi corazón.

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Este retumba y vibra con rabia contra mis costillas.
Lo odio. Odio no entender qué es lo que estoy
experimentando. Necesito el control, y esta pequeña chica me
lo está arrebatando.
Es inaceptable. Me niego a ceder el control de mi cuerpo a
pesar de estar atrapado tras estos muros de hormigón y barras
de hierro.
Voy a recuperar mi control de ella. De una forma u otra,
esta pequeña chica no tendrá voz en lo que haga para
devolverme a mí mismo la tranquilidad que me ha robado.
—¿Quieres hablar con John? —pregunta la mujer.
Su voz me pone de los nervios. Odio que me hable como si
fuera un imbécil sin cerebro, pero puedo ignorarla fácilmente.
Sin embargo, no puedo hacerlo cuando se dirige a mi pequeña
como si fuera una niña.
Jessie es una adulta, aunque más joven que todos los
presentes. Sigue siendo una adulta; sólo los mayores de edad
pueden trabajar aquí.
—John no habla, así que por favor no te ofendas —
menciona la mujer en voz baja.
Jessie tartamudea y sus mejillas se vuelven más rosadas:
—Siento preguntar, pero ¿es... mudo?
—En mi opinión profesional, es incapaz de hablar —
explica la mujer.

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El consenso de un grupo de viejos bastardos es que no
hablo porque no puedo. Pero nunca consideraron la idea de
que simplemente no tengo nada que decirles.
—Oh —vuelve a murmurar Jessie.
La mujer pone su mano en el hombro de mi pequeña,
encendiendo de nuevo la ira en mi estómago mientras mis
músculos se tensan. No me gusta que toquen a Jessie, y menos
si lo hace esa mujer.
—Siéntate, siéntate —insta la mujer mientras empuja a
Jessie a una silla.
—Dra. Carrey —empieza a protestar Jessie.
—Parece que John te ha tomado cariño —sus palabras
aturden a mi pequeña.
Jessie se ríe torpemente. —Eso es una exageración.
La mujer sacude la cabeza. —Te aseguro que no lo es. Sería
beneficioso para él que intentaras relacionarte con él.
La mujer claramente la está manipulando, pero mi
pequeña es demasiado ingenua para ver a través de la fachada
de esa serpiente. La doctora quiere aprender sobre mí, pero lo
hace con el pretexto de intentar ayudarme.
Quiere hacer un avance y ganarse un nombre. No ha
conseguido comunicarse conmigo en los últimos cinco años.
Me doy cuenta de que se está frustrando, pero cree que
siempre hay una oportunidad mientras esté bajo su
supervisión.

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Ella vio mi interés en Jessie, y ahora la está utilizando. Eso
está bien; nos beneficia a los dos. La mujer puede seguir
estudiándome, y yo le tiraré un hueso de vez en cuando.
Sin embargo, sólo lo haré cuando tenga a Jessie.
Jessie no tiene nada que decir al respecto; no lo permitiré.
La mujer está tan cegada por su necesidad de logro que está
dispuesta a ser poco ética.
No es la primera vez que camina por esa delgada línea.
Intentó seducirme.
Fue el lado más horrible de ella que he visto hasta ahora.
No necesariamente su cuerpo en sí, sino el hecho de que cayera
tan bajo sólo para conseguir lo que quería de mí.
Lo que sea que esté investigando, no quiero ser parte de
ello.
El tribunal ha determinado que estoy criminalmente loco,
pero mi moral es más alta que la de ella.
Pero ahora mismo, con Jessie frente a mí, podría tragarme
mis palabras.
—No sé qué decir. —Jessie se gira hacia la mujer en busca
de ayuda.
Rechazo cada movimiento que la mujer hace para llamar
mi atención. Ella sabe que no debe tocarme; me pongo violento
cuando me toca alguien sin mi permiso.
Me repugna que me toquen, especialmente esta mujer que
no tiene nada que hacer en mi espacio personal. Está aquí para

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hurgar en mi mente, no para actuar como una puta a favor de
su investigación.
Después de la oferta inicial de dejarme usar su cuerpo a
cambio de tener acceso a mi cerebro, no volvió a intentar ese
truco. La avergoncé con el silencio al ignorar su oferta verbal.
Si se hubiera quitado la ropa, habría tirado la mesa de su
despacho y habría decorado la pared con su sangre.
—Empecemos por lo que has hecho hoy —me guía la
mujer.
Por lo que veo, se ha tomado muy a pecho la humillación.
Ahora está utilizando tácticas más agresivas al meterme en
una sala llena de malditos psicópatas para una sesión de
grupo todos los días.
Perra vengativa, pienso con amargura.
La amargura sigue hirviendo en mi sangre mientras Jessie
divaga sobre su día. No me interesa el contenido, pero su voz
capta toda mi atención.
—He tenido una mañana agotadora —comienza con una
risa débil. —No he podido dormir por culpa de la tormenta.
Jessie me mira a través de unas gruesas pestañas
mientras mete las manos entre sus exuberantes muslos.
Retorciéndose ante mi aguda atención, retira las manos y se
moja nerviosamente el labio inferior con su pequeña lengua
rosa.

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—He jugado al ajedrez con uno de los pacientes durante
el almuerzo. Aprendió rápido y le prometí que volvería a jugar
con él mañana.
Mis ojos se encienden ante la suave sonrisa de sus labios
rosados. Está sonriendo por otra persona, y mi ira no es
razonable.
Quiero que sonría por mí.
Esto es extraño. No tengo ni idea de dónde viene esta parte
de mí, pero estoy seguro de que quiero a esta pequeña chica
para mí.
—¿Qué tal tu día, John? —me pregunta amablemente con
una sonrisa bienintencionada.
Es cortés, pero su aprensión sigue siendo clara como el
día. Está bien; estoy acostumbrado a que me vigilen como un
halcón.
Mi día mejoró en cuanto ella se puso en mi línea de visión.
Quiero que mejore aún más. Soy codicioso y haré lo que
sea para satisfacer mi deseo de enroscar mi mano alrededor de
su cuello.
Sería tan bonita con mi moretón en su deliciosa piel.
Estaría marcada como mía y no tendría que temer a nadie más
que a mí. Sólo yo puedo hacer que ese miedo asustadizo se
mantenga vivo en su pequeño cuerpo, un privilegio que
reclamé en el momento en que puse mis ojos en ella.
—Lo siento —susurra con una sonrisa tímida. —No sé si
puedes hablar, así que ha sido una estupidez por mi parte.

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Hago caso omiso de sus disculpas mientras mi mano
agarra la pata de su silla y la empuja hacia mí. Los ayudantes
vienen corriendo hacia mí, pero la mujer les hace un gesto para
que se retiren.
Jessie jadea cuando atrapo sus muslos con los míos. Me
inclino hacia delante e ignoro el calor de la mano de
advertencia de la mujer en mi hombro.
Retira su mano cuando me inclino más hacia el espacio de
Jessie. Observo su rostro y me fijo en los detalles de sus
delicadas facciones mientras contiene la respiración.
Huele a dulce, casi de forma empalagosa.
Odio los dulces.
El teléfono de la habitación suena de forma odiosa. El
sonido es sólo ruido ambiental cuando veo mi reflejo en los ojos
de Jessie mientras gime, enviando un calor abrasador a mi
polla.
—Caballeros, vamos a darles un poco de intimidad —
anuncia la mujer mientras su voz se apaga.
Los ayudantes se alejan lentamente y la mujer cruza la
sala para atender la llamada.
Cuando Jessie intenta retroceder tan sutilmente como
puede, me aferro a su silla y la mantengo cerca de mí con un
gruñido ahogado.
Sólo ella puede oírlo, ya que renuncia a escapar de mí.
Mi pulgar roza la tela abrasiva de sus pantalones y su
pierna se sacude en respuesta. Puede que haya sido una

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reacción involuntaria, pero disfruto del efecto que tengo en
ella.
Inhalo profundamente, expandiendo mis pulmones para
aspirar su aroma. Huele tal y como esperaba, lo que me hace
desear mancillar esa dulzura. Siento un síndrome de
abstinencia cuando no consigo olerla con mi siguiente
respiración.
Acerco mi cara y sus gemidos se vuelven más angustiosos.
Mientras no la toque, no tienen motivos para ponerme las
manos encima.
Eso supondría que se golpearan la cara contra el suelo.
Saben que no deben probar suerte sólo porque una de sus
compañeras se sienta incómoda.
Los labios de Jessie se separan con una respiración
temblorosa cuando no puede contenerla más. Justo cuando
pensaba que no podía ser más encantadora, sus ojos de cierva
brillan con lágrimas.
Mi lengua sale y recorre mi labio inferior con la intención
de saborear su salinidad. Dejo que se deslice entre mis dientes
antes de probar la fruta prohibida.
Es intocable. Por ahora, al menos.
—Jessie —ronroneo en voz baja, su nombre resbala por mi
lengua como miel salada.
—No —tartamudea asustada, totalmente angustiada.
¿A qué está diciendo 'no'?

27
El sonido de un teléfono siendo colgado llega a mis oídos.
Me inclino hacia atrás cuando los tacones de la mujer se
acercan.
Jessie deja escapar un suspiro de alivio, desplegando los
pequeños puños en su regazo. Sus manos temblorosas se
alisan los pantalones para no tener que mirar a la mujer.
—¡Hacemos progresos hoy! —exclama la mujer con
entusiasmo.
Me recuesto en la silla, que cruje bajo mi peso. Jessie se
estremece de nuevo, mi efecto en ella dura más de lo que
esperaba.
Me alegra saberlo.
Quiero que se acuerde de mí hasta cuando se duerma esta
noche, y quiero aparecer en sus sueños para atormentar su
pequeño culo.
—Continuaremos mañana —comenta la doctora mientras
toma nota en la carpeta que siempre lleva.
—¿Mañana? —Jessie respira temblorosamente. —Dra.
Carrey...
—¡Oh! —la mujer arrulla con entusiasmo, —no he tenido
mucha suerte para ayudar a John, pero tú sí.
La mujer me utiliza como palanca en su manipulación de
Jessie. No soy un caso de caridad; sé lo que hice para que me
arrojaran a este agujero de mierda.
Me tragaré mi enfado si eso significa ver a Jessie mañana.

28
Un paso a la vez, ya que sería alarmante que un criminal
demente exigiera atención las 24 horas del día a esta chica.
—¡Debemos seguir adelante con este gran cambio! —La
mujer le da a mi pequeña una serie de fuertes palmadas en el
hombro.
Las mejillas sonrojadas de Jessie empiezan a perder color
mientras asiente temblorosamente.
Parece que Jessie es incapaz de manejar la autoridad. O
simplemente no soporta la idea de que alguien sea más
poderoso que ella, en estatus o en fuerza.
Una cobarde, pero es condenadamente entrañable.
La única autoridad que necesita seguir es la mía. Quiero
poseerla en todos los sentidos, y voy a hacer que eso ocurra.
Sólo tengo que tener cuidado de cómo lo hago.
Esta doctora vengativa me la tiene jurada y hará lo que sea
necesario para obtener la ventaja. Su investigación significa el
mundo para ella, y no dejará que una chica de la mitad de su
edad lo arruine.
—Bien, mañana —murmura Jessie con desesperación
mientras empuja su silla para levantarse.
Su comportamiento rígido alimenta mi deseo de arruinarla
con mis propias manos.
—Debería volver al trabajo —señala Jessie mientras hace
un vago gesto hacia la puerta detrás de ella.
—Sí, sí —bromea la doctora. —Siento haberte hecho
perder el tiempo, pero ha sido un tiempo bien empleado.

29
Los labios de Jessie se mueven tímidamente. —Me alegro
de haber sido de ayuda.
Hace un gesto de cautela con su pequeña mano mientras
sus labios se convierten en una sonrisa más genuina. Mi polla
da un tirón involuntario y el material suelto de mis pantalones
me sirve de escudo para el grueso tallo.
—Ha sido un placer hablar contigo —dice.
Cambia su posición mientras yo inclino la cabeza y ajusto
la línea de visión para que sus ojos se encuentren con los míos.
—Nos vemos mañana —promete amablemente.
Vuelve a agitar la mano, pero con más confianza que antes,
y me doy cuenta de que tengo los puños cerrados.
Eso es una señal: no quiero que se vaya.

30
Capítulo 3

Jessie

—¡Buenas noticias! —chilla Lisa con alegría mientras se


deja caer en la silla frente a mí.
La cafetería nunca está llena, ya que el personal y los
voluntarios tienen diferentes horarios para comer.
Lisa y yo compartimos la misma hora para nuestros
descansos para comer, pero no esperaba verla hoy.
—El Dr. Dick ha decidido dejarme aquí hasta el final del
día. —Su sonrisa se hace más grande.
Pensé que su primer día de trabajo con el Dr. Hancock
empezaba cuando ella fichaba, pero parece que él tiene una
agenda diferente. No me importa; sólo significa que podemos
pasar un poco más de tiempo juntas.
—Entonces, cuéntame lo de ayer —sisea de forma
extravagante.
El tono juguetón no concuerda con su sonrisa maliciosa
mientras clava un tenedor en una albóndiga. Hoy están
sirviendo espaguetis, pero he optado por un sándwich normal.

31
Es menos sucio de limpiar y prefiero no manchar mi uniforme
blanco con salsa.
—¿Qué quieres saber? —pregunto mientras muerdo el
sándwich.
Ayer no fue tan duro; creo que lo exageré. Cuando pienso
en ello, John no había hecho nada que me incomodara
demasiado. Estaba más cerca de mí de lo que me gustaba, pero
tal vez no captaba las señales sociales.
Eso no tiene nada de malo; mucha gente tiene problemas
con eso.
Lo único que me sorprendió fue que realmente sabe
hablar. Dijo mi nombre con un barítono profundo y
aterciopelado.
Es humillante recordarlo ahora, pero noté que mis bragas
estaban un poco más mojadas cuando me fui.
Me mortificaba que alguien pudiera hacer que mi cuerpo
reaccionara sin hacer ningún contacto físico.
Me rehúso a recordar el fugaz roce de su lengua.
Durante la etapa hormonal de mi adolescencia, el sexo y
los chicos no estaban en mi lista de prioridades. Creo que no
tenía más prioridades que graduarme para poder salir de ese
edificio.
Apenas recuerdo nada de aquellos años.
—Quiero saber sobre la hora en que estuviste
desaparecida —anuncia con una carcajada malvada.

32
Pongo los ojos en blanco ante su dramática descripción
mientras se mete un bocado de espaguetis chorreantes. Doy
otro mordisco a mi sándwich y aprovecho el tiempo para
ordenar mis pensamientos antes de responder.
—No me perdí. La Dra. Carrey quería que participara en la
sesión de grupo como elemento externo para exponer a los
pacientes a cosas nuevas.
—Como diría una perra desalmada —comienza Lisa con
una burla, —me importa una mierda el grupo. Quiero saber
sobre el pedazo de hombre. —Se interrumpe con una idea
tardía: —¿Es proporcionado?
No hace falta ser un genio para entender lo que quiere
decir. Odio tener que decírselo, pero la fantasía de ser follada
por un hombre sexy no va a ocurrir pronto.
Especialmente si el hombre es John Doe.
El hombre es más complicado que un rompecabezas de
dos mil piezas. Sé que ha estado al cuidado de la Dra. Carrey
durante los últimos cinco años sin un solo incidente de
conducta inapropiada.
La Dra. Carrey es una mujer muy madura y hermosa.
Incluso yo admiré su belleza cuando empecé a trabajar aquí.
Un hombre de sangre caliente como John estaría más que
tentado, pero no ha hecho nada.
La gente del manicomio habla, y los rumores son ciertos la
mayoría de las veces. Algo en los espacios reducidos y en la

33
capacidad de reunir chismes a escondidas hace que descubrir
la verdad sea mucho más fácil.
Si eso no convence a la gente, el asistente que siempre está
al lado del doctor Carrey puede confirmar que no ha ocurrido
nada inapropiado. Fue asignado por el comité de ética que
examina el trabajo de todos los psiquiatras antes de que se
publiquen los artículos de investigación.
Me sorprende que el Dr. Hancock no le haya hecho alguna
tontería de macho alfa superior. Cuando trabajaba con él, me
encogía cada vez que corregía y menospreciaba a las personas
sólo porque no tenían un título de doctor.
Era insufrible, por no decir otra cosa.
—Lo es —insiste Lisa con un grito ahogado. —¡Lo has visto!
Has sentido su...
Sacudo la cabeza con un chillido de pánico. Mis ojos se
lanzan alrededor para ver si algún empleado la ha oído hablar
de las partes íntimas de John.
Ser amiga de Lisa es como si nunca hubiera salido del
instituto.
—Has tocado su... berenjena —susurra Lisa mientras se
lleva la mano a los labios.
Arrugo la cara en una mueca. —No lo he tocado, y él no
me ha tocado a mí. Fue completamente profesional con los
ayudantes y la Dra. Carrey en la habitación.
Estaba lo suficientemente cerca como para notar algo
indescriptible en su fuerte olor que limitaba mi entrada de

34
oxígeno. Me costó todo lo que tenía no inclinarme y presionar
mi nariz contra su abultado cuello.
Era un cuello muy grueso. No ayudaba el hecho de que
tuviera un dibujo entintado asomando por el cuello de su
camiseta blanca.
—Qué pena —refunfuña Lisa en silencio. —No habrá más
oportunidades de que vuelvas a estar cerca de él.
No le he dicho que la Dra. Carrey me ha vuelto a pedir que
participe en la sesión de grupo.
No es asunto de nadie; hago lo que puedo para ayudar a
los pacientes. Es la razón por la que estoy aquí como voluntaria
en mis días libres.
Tengo un trabajo, pero contribuyo con mi tiempo al
manicomio porque siempre les falta personal.
—Ya sé lo de los límites, pero ¿lo has visto? —dice con un
silbido.
—Lo he visto —comento con una risa ahogada ante su
desmayada excitación.
—Es el tipo de hombre que sólo aparece en tus sueños
húmedos —menciona entre otro jadeo.
—Tus sueños húmedos —puntualizo.
—No me digas que no te lo imaginabas desnudo cuando
estabas con él —acusa con el ceño fruncido.
—No lo hice —respondo con sinceridad.
Ella estrecha los ojos con incredulidad pero se queda
callada hasta que no puede evitarlo. —Mentirosa.

35
Tarareo y me encojo de hombros; soy diferente a Lisa.
Mi experiencia con los hombres es inexistente, y no me
siento cohibida por ello. Pero he aprendido mucho sobre los
hombres gracias a los chismes que vuelan dentro de estas
paredes de hormigón.
Cuando el primer sorbo de agua llega a mi boca, un fuerte
grito atraviesa el aire. Mi garganta se cierra instintivamente
cuando el sonido me sobresalta. Dejo el vaso de golpe sobre la
mesa y el corazón ruge cuando la vibración recorre mis manos.
—Qué... —balbuceo, confundida.
Lisa tiene una mirada igualmente confusa mientras
miramos a nuestro alrededor para encontrar la fuente del
sonido inhumano. Resulta que es humano y proviene de una
paciente frenética que no deja de rascarse la piel de la
garganta.
Nos sobresaltamos cuando presenciamos cómo la paciente
arrastra sus uñas ensangrentadas sobre la cara de una
enfermera. Las afiladas uñas arañan la sien de la enfermera
mientras ésta intenta sujetar a la paciente.
La paciente es fuerte y lanza a la enfermera fuera de su
cuerpo. La enfermera cae al suelo, agarrándose el costado por
el dolor.
Me giro para ayudarla a levantarse mientras otro ayudante
sujeta a la paciente que ha enloquecido. Con los ojos
enrojecidos, grita cosas ininteligibles mientras da patadas con
los pies.

36
Otro auxiliar acude a ayudar, pero la paciente se las
arregla para darme una patada en el omóplato. La fuerza me
hace retroceder hacia la enfermera que está en el suelo.
Yo, por mi parte, golpeo una mesa atornillada y me llevo la
peor parte del choque en la cara.
—Shh, shh, está bien —dice uno de los ayudantes para
calmar a la paciente.
El dolor se extiende por mi sien, palpitando hasta el
pómulo. Me bajo de la enfermera para ver cómo está, pero ella
hace caso omiso de mi preocupación.
—Estoy bien —susurra mientras respira profundamente.
—Gracias.
—¿Todos están bien? —pregunta Lisa mientras mira a su
alrededor.
Me levanto del suelo y le tiendo la mano a la enfermera.
Ella la acepta y murmura su gratitud, e inmediatamente va a
ver a la paciente.
Los arrebatos no ocurren mucho aquí, pero tampoco son
raros. Hay un puñado de pacientes a los que los trabajadores
vigilan porque tienen un historial de arrebatos violentos.
Ser herido es uno de los riesgos del trabajo aquí.
Uno de los auxiliares se acerca y escudriña el lado de mi
cara, haciendo lo mismo con la enfermera.
Me recomienda: —Deberías ir a la bahía médica para que
te revisen.

37
No tiene que decírmelo dos veces. La palpitación en la sien
me da dolor de cabeza, pero no creo que me haya golpeado tan
fuerte la cara. Una bolsa de hielo me servirá, y todavía tengo
un par de minutos más en la pausa del almuerzo antes de que
empiece de nuevo mi turno.
La enfermera no cree que esté demasiado herida, así que
me manda a paseo. Lisa vuelve a atender a los demás pacientes
angustiados.
Llego a la unidad médica y me recibe una mujer mayor que
no hace ninguna pregunta al principio. Su único objetivo es
examinar el creciente dolor en mi sien después de sentarme en
la cama.
Creo que ahora mi piel está roja.
—Puedo traerte un poco de hielo, pero no te recomiendo
ninguna medicación —dice.
Se aleja para rebuscar en la pequeña nevera que hay junto
a su escritorio. Tampoco quiero medicación; me marea. No
puedo permitirlo cuando estoy trabajando con pacientes que
necesitan toda mi atención.
—Toma —murmura mientras me pone la bolsa de hielo en
la sien. —Acuéstate unos minutos y seguiremos a partir de ahí.
—Estoy bien —digo débilmente.
Ella reprende suavemente: —El dolor está en tu sien, y me
niego a ser responsable de tu imprudencia si tienes una
conmoción cerebral.

38
Por mucho que no me guste la exageración, tomarse un
descanso de cinco minutos apela a mi lado perezoso.
Me recuesto y suspiro. El frío de la bolsa de hielo alivia el
ardor en la sien, pero realmente no ayuda al dolor.
Cierro los ojos y hago una nota mental para volver al
trabajo cuando los abra.
Ese era el plan.
Lamentablemente, no es lo que mi cuerpo tenía en mente.
Me despierto con una luz fluorescente brillante colgando
sobre mí. La confusión se convierte en letargo cuando giro la
cabeza para no ver la luz deslumbrante.
Un gorgoteo atraviesa la bruma del sueño y me siento en
la incómoda cama.
Me he quedado dormida. Mis ojos encuentran un reloj
montado en la pared. Son más de las siete de la tarde, mucho
después de la hora a la que se supone que debo irme.
Ahora es cuando entra el turno de noche.
Me despeino con pánico mientras bajo las piernas de la
cama para buscar apresuradamente mis zapatos. Intento
pensar en una forma de decirle a la Dra. Carrey por qué fui
irresponsable y no atendí mis obligaciones.
Estoy bajo su supervisión, pero ni siquiera sé si ella sigue
en su oficina.
La suerte no está de mi lado cuando no la encuentro.

39
Un ayudante que acaba de salir de su turno menciona que
la doctora se fue a casa por el día porque le pasó algo a uno de
sus pacientes externos.
Tendré que hablar con ella mañana, pero antes necesito ir
al baño. El dolor se ha atenuado y quiero ver el alcance del
hematoma, si es que lo hay. No necesito que la gente especule
sobre lo ocurrido cuando me presente mañana en el trabajo.
Mañana es lunes, y no volveré al manicomio hasta el
próximo fin de semana.
Al examinar el hematoma en el baño, no es tan grave como
pensaba que sería después de haberme caído de bruces contra
la mesa. Es mayoritariamente de color rosa con algunas zonas
más oscuras dispersas a su alrededor.
Mientras busco los vestuarios para irme a casa, me
encuentro caminando por un pasillo reservado a los pacientes
más volátiles. Cada puerta tiene una pequeña abertura para
ver el interior, y puedo ver que las paredes están acolchadas.
No puedo imaginarme estar en una habitación sin ningún
tipo de estímulo a mi alrededor. Me volvería loca; una parte de
mí siente compasión por los pacientes que tienen que
permanecer en una.
—¡Oh, Jessie! —dice alguien. —¡Espera!
Me doy la vuelta y veo a un hombre con traje que se acerca
corriendo. —Buenas noches.
Me devuelve el saludo mientras recupera el aliento. —
Necesito un momento de tu tiempo.

40
Es el hombre que el comité de ética envió para observar a
la Dra. Carrey. Podría decirle que quiero ir a casa ahora, pero
su nivel de sueldo está por encima del mío. No quiero que esta
experiencia como voluntaria se convierta en un mal recuerdo.
—Claro —digo, —¿En qué puedo ayudarte?
Ocultando cuidadosamente el moratón que tengo en un
lado de la cara, intento averiguar de qué está hablando.
—Me gustaría tener una segunda opinión —comienza con
un prolongado suspiro. —Cuando te reuniste ayer con John
Doe, ¿te pareció diferente que antes?
No puedo decirlo porque ayer conocí a John Doe por
primera vez. Sin embargo, a juzgar por la reacción de los
ayudantes cuando atrajo mi silla hacia él, supongo que no era
su comportamiento habitual.
Decidiendo no comprometerme, digo: —No lo creo, ¿ha
pasado algo?
Hoy me he perdido la sesión de grupo, pero no creo que
sea para tanto. Los pacientes ni siquiera me miraron cuando
estuve ayer. Sólo estaba leyendo mi libro para pasar el tiempo,
y no hubo ningún cambio en su rutina por lo que pude ver.
—Bueno —pronuncia el hombre mientras su rostro se
tuerce desagradablemente, —John se puso violento con el
ayudante y consiguió que le sangrara la nariz.
—¿John? —balbuceo conmocionada.
El hombre sacude la cabeza. —El ayudante tiene la nariz
rota.

41
—Oh, Dios —digo en voz baja. —¿Están todos bien? —
pregunto, sobre todo preocupada por el personal.
He visto a John de cerca, y es enorme. Puedo imaginar el
daño que es capaz de infligir a alguien.
—Todos están bien —responde el hombre con otro suspiro
de cansancio. —El ayudante consiguió ayuda para la nariz
rota, y John fue enviado a la unidad de aislamiento.
—Ya veo —murmuro.
—Eso es lo que no entiendo —sisea secamente el hombre
mientras se pasa una mano por el pelo. Resopla y añade: —
Tenía la impresión de que John no había tenido un arrebato
así desde la última vez que alguien lo tocó sin su permiso.
—¿Alguien lo ha tocado hoy? —pregunto, ladeando la
cabeza con desconcierto.
—Según el ayudante y la Dra. Carrey, no había nadie cerca
de él cuando terminó la sesión de grupo.
A pesar de que John me ha hecho sentir desconcertada y
a la vez extrañamente segura en su presencia, sigo queriendo
comprobar cómo está. No es mi trabajo cuidar de él, pero lo
menos que puedo hacer es ver si necesita una nueva cara.
Él reaccionó de manera diferente a mí.
Tal vez pueda ayudar a encontrar la razón de su arrebato
violento. Ayudaría al hombre que tengo delante y que está a
punto de arrancarse el pelo.

42
—Cosas impredecibles suceden todo el tiempo. Viene con
el trabajo, pero esto es diferente. Lo siento en mis entrañas, y
sólo quería tu opinión antes de decidir cómo proceder con esto.
—De acuerdo —digo, algo confusa.
Sonríe con una mueca de derrota en los labios. —El comité
de ética es un grupo extraño con políticas aún más extrañas.
Eso es suficiente para mí. No estoy en ese mundo, pero
puedo mejorar el día de este hombre.
—Podría ir a verlo —digo.
No tengo una buena explicación para lo que quiero hacer,
pero él entiende lo que intento decir. Su sonrisa no puede ser
más grande mientras mueve la cabeza en señal de acuerdo. El
hombre hace un gesto hacia el pasillo donde se encuentra la
unidad de aislamiento, y yo sigo sus ansiosos pasos.
Se detiene ante una puerta metálica con una pequeña
abertura y se asoma al interior. Lo diferente de esta sala
acolchada es que hay barras de metal detrás de la puerta
exterior como otra capa de protección.
He oído que esta unidad se utiliza para pacientes
incontrolables.
—Sólo puedo abrir esta puerta exterior, la barricada
interior permanece cerrada —advierte.
Asiento con la cabeza y espero el último chasquido de la
cerradura mientras él gira la llave. La puerta abierta revela la
carnicería de la habitación. El carmesí cubre los inmaculados

43
cojines blancos; algunos son marcas de arrastre y otros son
pequeñas salpicaduras.
—¿Qué...? —tartamudea el hombre a mi lado.
Eso sólo puede significar que no estaba así la última vez
que vio a John. Puedo decir con seguridad que este cambio en
el comportamiento de John es alarmante, ya que el hombre se
acerca para ver los daños en el interior.
Me relamo los labios y observo la habitación, pero no veo
a John.
—¿John? —llamo, y mi voz se quiebra con el olor a cobre.
Aparece en un abrir y cerrar de ojos.
La vehemencia de sus ojos me paraliza el corazón, que
bombea erráticamente.
El miedo paralizante y la incertidumbre me hacen
preguntarme si estoy a salvo de su ira.
—Hola —susurro vacilante.
Al mirar sus manos cuando se acerca a mí a través de los
barrotes, veo motas de sangre que salpican la piel en carne
viva de sus nudillos. Ahora está claro que las pálidas cicatrices
de sus nudillos no proceden de haber herido a otros, sino que
se las hizo él mismo.
Dejo que enrosque sus gruesos dedos alrededor de mi
muñeca a pesar de la frenética advertencia del hombre que
está a mi lado.

44
John sigue pareciendo temperamental cuando se burla
peligrosamente del hombre. Su agarre se vuelve un poco más
fuerte y demasiado asfixiante.
—Deberíamos darle a John una nueva habitación —
sugiero.
El hombre frunce los labios mientras echa otro vistazo a la
habitación. —Buena idea.
Llama a los ayudantes con el pequeño localizador de su
cinturón. Los ayudantes llegan en menos de un minuto
mientras yo mantengo el temperamento de John bajo control
al no apartarme de su agarre.
No nos corresponde decirle al hombre lo que tiene que
hacer, y John no escucha cuando le piden que me suelte. Se
limita a cambiar de mano para mantener un agarre constante
en mi muñeca. Me pregunto si soy una especie de palanca para
él.
Lo único que me importa es conseguir una habitación
limpia para él.
Mientras los ayudantes nos guían a otra habitación, John
me arrastra.
No da ninguna indicación de que vaya a entrar en la nueva
sala de aislamiento. Se limita a mirar la entrada con una
mirada terriblemente vacía que me produce escalofríos.
—Enmendar las cosas —sugiere el hombre que está detrás
de mí.

45
¿Enmendar? ¿Enmendar qué? No he hecho nada malo…
oh. Oh, cierto.
—¿John? —susurro para llamar su atención.
Él baja la cabeza hacia las yemas de los dedos que están
marcando mi piel con moretones recientes. Trago saliva y
sonrío a pesar del dolor mientras mis huesos chocan entre sí.
El dolor que arde lentamente se extiende a mis dedos
hinchados.
La falta de flujo sanguíneo no es una buena sensación.
—Siento haber roto mi promesa —digo con una sonrisa de
pesar. —Me quedé dormida y no vine a verte.
Hablando de quedarme dormida, el lado de mi cara me
duele por la atención. Es como si no quisiera que olvidara el
incidente de hoy.
Su agarre se afloja y la sangre corre hacia mis dedos. Mis
pulmones se expanden con un suspiro de alivio por haber
conseguido hacer una cosa bien hoy.
—¿Te prometo que te veré pronto? —propongo como
ofrenda de paz.
Sus ojos se entrecierran y contengo la respiración. Todos
los que nos rodean inhalan bruscamente, preparados para
lidiar con lo que sea que este hombre haga a continuación.
John suelta mi muñeca, pero tampoco entra en su
habitación. Su cuerpo colosal se cierne sobre mí con una
mirada contemplativa que se clava en mi frente. Levanta la
mano y el hombre asustado del comité de ética le grita.

46
—John... —intenta de nuevo, pero no es escuchado.
La gran mano de John me acaricia un lado de la cara con
sorprendente delicadeza mientras me coloca el pelo detrás de
la oreja. La siguiente caricia es todo menos delicada, ya que su
pulgar me toca el lado del pómulo.
El dolor vuelve con fuerza y mi sien grita en silencio.
De repente me suelta y se da la vuelta con su ancha
espalda hacia mí. Sus pasos son seguros y no mira hacia atrás
cuando se sitúa dentro de la habitación acolchada.
Qué hombre tan extraño, pero ¿tenía que clavar su pulgar
en mi muy notable moretón?

47
Capítulo 4

John

Mi pequeña es una sucia mentirosa.


Prometió que volvería a las sesiones de grupo, pero no lo
ha hecho.
Prometió volver a verme muy pronto, pero no lo ha hecho.
Ha tardado tres días en volver, atreviéndose a parecer
culpable sentada delante de mí.
Esperaba que volviera a verme al día siguiente de destruir
la sala de aislamiento con mis puños. No era mi culpa estar
allí; fue esa mujer la que no cumplió su promesa.
Aquella doctora me había asegurado que mi pequeña iba
a estar pronto conmigo. Pero las horas pasaron sin ella,
aunque esperé más allá del cambio de turno. La culpa era de
la mujer por no traerme a mi Jessie, y yo solo le demostré lo
que pasa cuando no se cumplen las promesas.
Embestí a un ayudante contra la pared y le destrocé la
nariz.
Es el precio que tenían que pagar por mentirme.

48
—Hola —me saluda Jessie con una sonrisa más brillante
esta vez.
La parte posterior de mi cráneo está caliente por la
constante mirada de la mujer hacia mí. Se ha dado cuenta de
que la única vez que hay alguna diferencia en mi
comportamiento es cuando interactúo con Jessie.
Me mira de la misma manera que yo miro a Jessie: con
hambre y exigencia.
La mujer está motivada para convertirse en una psiquiatra
consumada. Yo quiero algo totalmente diferente; lo único que
quiero es que Jessie no me deje nunca.
—He vuelto —dice Jessie mientras juguetea con sus
pequeños dedos.
Volvió tres días después.
Ahora está aquí, y no debería ser tan quisquilloso.
Mientras me digo eso, no puedo evitar estar irritado después
de no verla durante tres días.
Intenta bromear pero vuelve a convertirse en esa persona
incómoda. —Estaba en el trabajo cuando recibí una llamada
frenética de la Dra. Carrey diciendo que habías vuelto a golpear
a alguien.
Lo hice. Dejé clara mi necesidad golpeando el vientre de
otro ayudante con mi puño.
Cada día que no veo a mi Jessie significa violencia hacia
cualquiera que se acerque a mí. He estado aislado todas las

49
noches. Ha llegado al punto de que ahora me mantienen en la
sala acolchada más tiempo para ver si la ira explota por sí sola.
Eso solo alimentó más rabia en mí a medida que pasaba el
tiempo, y no me arrepiento de la sangre perdida por los
ayudantes.
Esta mañana no ha sido diferente. Llegaron a la
conclusión de que mi comportamiento ha empeorado desde
que conocí a Jessie si no puedo verla todos los días. Ahora por
fin se han dado cuenta de que la única manera de que me
quede tranquilo es dejándome estar con ella.
—¿Estás bien? —pregunta mientras mira mis manos.
Había estado planeando romper algo más en el cuerpo de
alguien. Pero entonces llegó ella, y mi ira se calmó
rápidamente.
Abriendo las manos, le muestro los nudillos llenos de
cicatrices que aún están de color rosa por haber herido a uno
de los ayudantes.
Me sentí muy bien cuando mi puño chocó con su pecho,
pero fue el gratificante chasquido de su hueso fracturado lo
que calmó el fervor desenfrenado de mi sangre.
La audaz iniciativa de Jessie de agarrarme la mano hace
que un músculo de mi cuello se estremezca. Disfruto de la
suavidad de sus manos y dejo que examine mis cicatrices. No
estoy especialmente orgulloso de ellas, pero tampoco las odio.

50
La necesidad instintiva de hacer daño a alguien ha
desaparecido. Hace tiempo que no me tocan sin exigir sangre
como represalia.
No recuerdo cuándo empezó; sólo sé que desprecio que me
toquen.
Siempre me ha resultado repulsivo. No hay una historia
horrible de fondo; simplemente ocurrió con el tiempo. Esa
mujer insiste en que tiene algo que ver con el abuso infantil.
Según ella, este tipo de comportamiento no es normal.
Siempre se relaciona con algún tipo de trauma.
No hubo nada traumático en mi infancia decente y en mi
sana educación.
Mis padres formaban parte de mi vida antes de que me
ingresaran en este lugar. Pero desde entonces han dejado de
tener contacto conmigo porque no me quieren en la vida de su
nuevo hijo.
Tampoco se presentaron a la vista judicial, así que nadie
se enteró de quién soy.
Mi aversión a que me toquen empezó mucho antes de mi
confinamiento en el manicomio. Los médicos dicen que un
desequilibrio químico puede causar locura en algunas
personas.
Nunca he sentido la necesidad de salir de este lugar;
simplemente nunca he pensado en ello. No tengo un gran
deseo de libertad, pero tampoco quiero que me restrinjan.
En resumen, sólo quiero que me dejen en paz.

51
Esa mujer intolerable no lo permitirá. Se empeña en
molestarme insistiendo en hablar todos los días. En más de
una ocasión he estado a punto de cortarle las extremidades
con el cristal blindado de la ventana.
—Mi día ha sido agitado —murmura Jessie con una suave
carcajada. —El equipo de marketing se ha dividido en dos
grupos y no nos ponemos de acuerdo sobre cómo lanzar el
nuevo producto. Todo el mundo es amable con los demás, pero
se vuelven muy mezquinos cuando intentan decidir quién tiene
razón y quién no.
Su risa es melódica y alivia el vacío de mi corazón. La idea
de recostar mi cabeza en su hombro y cerrar los ojos me parece
atractiva. Podría escucharla hablar, desconectar del mundo y
quedarme lentamente dormido.
—La mezquindad de hoy fue tan grave que alguien se metió
con la comida de la nevera común. Eso es cruzar la línea.
Menos mal que la Dra. Carrey llamó a mi jefe y me sacó de allí
antes de que alguien me acusara de haberlo hecho.
Sus problemas en el trabajo no me preocupan, pero me
gusta verla sonreír. Es hermosa cuando lo hace, pero una parte
de mí cree que me resulta más entrañable cuando está a punto
de llorar.
Quiero que me mire como lo hizo la primera vez que nos
conocimos. Estuvo a punto de llorar, pero fue más fuerte de lo
que esperaba, y perdí la oportunidad de ver esas primeras
lágrimas en ese momento.

52
Me doy cuenta de que la sala se ha quedado en silencio.
Todo el mundo se ha ido, pero la doctora me observa a través
de la ventana.
Conoce mi volátil historial, pero aun así me ha dejado solo
con mi Jessie, sin un respaldo en caso de emergencia.
Esa mujer debe tener mucha fe en que no le haré daño a
Jessie.
Pero quiero hacer llorar a mi pequeña.
No me conformaré con estar lo suficientemente cerca para
tocarla y conformarme con hablarle.
Soy un hombre codicioso. Me gusta ser egoísta y sólo
pienso en lo que me va a beneficiar más. Quiero cosas que
Jessie probablemente no me daría de buena gana, pero ella es
un alma vulnerable.
Ingenua es una palabra mejor, demasiado confiada.
El hecho de que no la haya herido todavía no significa que
no lo haga. Es la primera persona a la que quiero hacer daño
de otra manera; hacerla llorar y que se vuelva tan dependiente
que no pueda sobrevivir sin mí.
—Jessie —vuelvo a susurrar su nombre.
Mi voz es poco usada, así que es ronca y grave. Sus
hombros se sacuden con sorpresa y sus mejillas se vuelven
rosas. Es una de las muchas cosas entrañables que hace.
Su cuerpo es más honesto que cualquier otra parte de ella.
Sería una pena no usar eso para mi propio beneficio.

53
—Había olvidado que puedes hablar —murmura
asombrada.
No me hará daño entretenerla. No le daría ese privilegio a
nadie más; mi pequeña niña buena es especial. Todo lo que
ella haga será para mí, directa o indirectamente.
—¿Quieres que hable? —ronco mientras me inclino hacia
ella.
Su aroma meloso me asalta los pulmones una vez más, y
me siento satisfecho de forma extraña.
—Creo que sería bueno para ti —dice.
Ladeo la cabeza y contemplo su respuesta, pero mi vista
se alinea con la ventana donde la mujer está tomando notas.
—Te quiero a ti —empiezo como prueba de mi influencia
sobre ella, y sus mejillas se vuelven de un rojo feroz.
Tranquilamente, impido que los ojos curiosos de la mujer
vean la cara de Jessie. —Quiero que digas lo que piensas —
sugiere Jessie.
Esa mujer debe haber entrenado a mi Jessie para que diga
lo que sea necesario para hacerme hablar. Ella va a informar
a la mujer sobre lo que discutimos. Pero esta experiencia nos
pertenece sólo a Jessie y a mí.
No hay lugar para otro hombre o mujer.
—Sólo si quieres hablar —concede tímidamente, —quiero
que hables sólo si quieres. No te fuerces.
Enrollo mi mano alrededor de la pata de su silla. Esta vez
está prevenida y se prepara para ser arrastrada hacia mí.

54
Sostengo el frío metal un momento más antes de soltarlo en
favor de la suavidad de sus manos.
—Puedo hablar por ti —rectifico mientras acaricio sus
delicados dedos.
Hay una expresión que dice: 'los actos hablan más que las
palabras'. Las acciones han hablado por mí en muchas
ocasiones. La gente aprende mejor de las acciones que se le
infligen.
Así es como han aprendido a no tocarme nunca, a menos
que quieran que les destroce el cuerpo.
—¿Quieres hablar conmigo? —reitera con los ojos muy
abiertos.
—Sólo contigo —repito.
Ella esboza una bonita sonrisa y asiente con entusiasmo.
—De acuerdo, soy todo oídos.
En contra de la creencia popular, a pesar de haber sido
diagnosticado como criminalmente loco, sé lo que está bien y
lo que está mal. Simplemente no me importa. Entiendo lo que
estoy haciendo; sólo que no siento remordimientos.
Un sociópata psicópata.
Tiene un buen nombre. Nunca me di cuenta de lo mucho
que esa etiqueta asusta a la gente, especialmente a los que
tienen acceso a mi historial médico. Muchos me evitan como si
fuera una reencarnación del diablo.
Los pacientes mansos tienen compañeros de habitación,
pero no pueden correr el riesgo de dejarme matar a un paciente

55
mientras duerme. Me gusta mi espacio, y estar encerrado en
una habitación con un imbécil me haría sentir mal.
Todo el mundo aquí ha sido admitido como requisito
obligatorio por el tribunal a cambio de no ser acusado
penalmente.
Se supone que estamos locos, así que no somos
responsables de nuestros actos. El sistema es defectuoso, y yo
sólo me aproveché de ese hecho.
Me considero afortunado de haber sido transferido aquí
para poder conocer a mi Jessie. Es voluntaria aquí porque ver
una prisión real la destruiría. Una chica como ella no
sobreviviría allí, y las posibilidades de conocerme estando en
una cárcel de hombres serían inexistentes de todos modos.
Las decisiones que tomé para que nos encontráramos aquí
fueron muy buenas.
—¿John? —susurra de nuevo mientras sus ojos se
agrandan.
Volviendo al presente, miro su expresión de duda e inclino
la cabeza como indicación de que diga lo que piensa. Tarda un
momento en captar el mensaje, pero es una chica brillante que
entiende el silencio.
—Tu mano —murmura tímidamente.
Mi mano se ha extendido de algún modo por su muslo,
flexionando mis dedos sobre la fina tela de sus pantalones para
conseguir un mejor agarre. Emite un adorable chillido

56
mientras su cara se sonroja, y sus palabras son un revoltijo
cuando se estremece.
—Jessie —su nombre vuelve a salir de mi lengua sin
esfuerzo.
—¿Sí? —maúlla con las pestañas agitadas.
—¿Quién te ha hecho daño?
Su lengüita rosa moja su labio inferior y yo me quedo
embobado. La primera mitad de su frase pasa por mis oídos
hasta que me obligo a concentrarme.
—No es nada grave; tuve un accidente —explica con una
risa.
Su mano toca el moretón que se extiende desde la sien
hasta la parte superior de su pómulo. No se nota porque su
pelo lo cubre, pero cualquier imperfección de la piel es un
problema.
He visto mucha violencia, pero nunca un moretón
accidental en la sien de nadie. Alguien la golpeó, y yo le sacaré
el nombre.
—Todo el mundo que trabaja aquí tiene un moretón o dos
—bromea ligeramente.
—Jessie —gruño en voz tan baja que se convierte en un
rugido.
Quizá sea el miedo, o quizá esté en un trance inducido por
el estrés, pero suelta un nombre que no me suena. Cuando
sale del trance, jadea y se tapa la boca con una mano.

57
—¿Te has caído? —insisto, tergiversando sus palabras
para darle tranquilidad.
Ella pensará que no me ha dicho el nombre y seguirá su
día como siempre.
—Sí, me he caído —murmura con las cejas fruncidas.
Es cómico ver la confusión que recorre su bonita cara. Se
pregunta si ha dicho lo que acabo de confirmar. No lo hizo,
pero no quiero que se preocupe.
La paciente que la hirió no volverá a ser un problema.
—Basta de hablar de mí —dice mientras agita la mano.
Respira profundamente y se lame el labio inferior con
nerviosismo. —¿Qué tal tu día?
—Bien —digo.
Mi rutina diaria se ha vuelto aburrida, así que ahora me
concentro en aprender la estructura de este lugar. El
manicomio funciona como una máquina bien engrasada para
que los pacientes no se sientan abrumados por los cambios.
Pero no alterar sus rutinas al menos una vez al año es también
su mayor error.
Esta vez sonríe más débilmente. —No eres muy
conversador, ¿verdad?
Prefiero oírla hablar y así se lo digo. Su voz me tranquiliza,
y hace tres días que no siento esta oleada de tranquilidad.
Quiero aprovechar el tiempo que pasamos juntos antes de que
llegue esa mujer y nos interrumpa.

58
La dejo hablar a gusto. Habla de su día, pero luego pasa a
su vida y a asuntos personales que nunca deberían discutirse
con un paciente.
Sin embargo, ninguna de esas políticas se aplica a
nosotros. Ella no es una profesional de la medicina que
arriesgue su trabajo por hablar así, y yo no soy su paciente.
La considero una amiga en este momento. Sí, es una
amiga. La parte egoísta de mí quiere más; quiero algo más que
esta mísera amistad.
—Hay una pila de periódicos junto a la puerta principal,
pero mi compañera de piso no quiere cancelar su suscripción
aunque no los lea. —Sus labios se fruncen en un mohín
mientras resopla. —Están acumulando más polvo que esa caja
de alcohol isopropílico en el sótano. —Jessie se encoge de
hombros y murmura: —Tampoco sé por qué tiene eso.
—Ella no te gusta —digo, resumiendo mi impresión.
—No es que no me guste —intenta explicar, —sólo me
molesta que siempre encuentre una excusa para pagar tarde
el alquiler pero que pida comida para llevar todas las noches.
—Vive conmigo —le ofrezco.
Se ríe y me hace un gesto para que me calle. —Creía que
no podías tener compañeros de piso.
No hablo de vivir aquí. Hay muchos lugares a los que
podríamos ir; es sólo cuestión de tiempo que me vaya de este
infierno. No tengo intención de quedarme aquí. Jessie es la

59
razón por la que quiero salir de detrás de estas paredes y
robarla del mundo.
Si el mundo me produjo, dudo mucho que se haya roto el
molde. No soy un santo, y puedo garantizar que alguien como
yo está por ahí en algún lugar.
No quiero estar confinado en este lugar cuando Jessie
podría sufrir daños sin que yo esté a su lado.
Cuando estoy a punto de responder, la puerta se abre y los
tacones de la mujer golpean el suelo.
—Muy bien, es suficiente por hoy.
La miro con el rabillo del ojo. La furia sube al fondo de mi
garganta mientras me muerdo la lengua para reprimir un
gruñido.
Jessie se levanta de un salto, disculpándose por haberle
quitado tanto tiempo a la sesión de terapia privada de la
doctora. Mi tiempo con Jessie es más fructífero que una
reunión forzada con la mujer que no ha llegado a ningún lugar
conmigo durante cinco años.
No entiendo por qué es tan condenadamente terca.
—Por favor, acompañen a John a su habitación. —La
mujer hace un gesto hacia mí mientras me pongo de pie.
Dos ayudantes se acercan, pero no me arrastran
físicamente. Jessie levanta la cabeza y se despide con su
pequeña mano. Es tan entrañable ver la sonrisa fácil en sus
labios.
—Nos vemos mañana —dice.

60
Volveré a guardar su promesa en mi corazón. Pero tiene
que cumplirla por su propio bien.
Habrá consecuencias si no lo hace.
No le quito los ojos de encima hasta que la puerta se cierra
detrás de mí. Sigo a los ayudantes hasta la nueva habitación
en la que me tienen. No me he ganado el privilegio de estar en
una habitación normal, pero de todos modos la unidad de
aislamiento me parece más tranquila.
No tengo que escuchar los lamentos y los repugnantes
sollozos de mi vecino cada noche.
Después de que me encierran en mi habitación como un
animal enjaulado, empiezo a contar el tiempo. Cuando salí de
la sala de sesiones, eran las seis y cuarto. Después de contar
durante una hora, ya son más de las siete.
La hora en que uno de los guardias hace siempre su ronda.
Enrollo una mano alrededor de una barra de metal y la
retuerzo con fuerza, forzándola a soltarse mientras mantengo
los oídos abiertos. Después de soltar la primera barra, el
espacio es lo suficientemente grande como para que quepa mi
brazo y pueda abrir el patético pestillo.
Todas las habitaciones de aquí son exactamente iguales,
así que el diseño de la puerta metálica es el que esperaba
basándome en mi experiencia anterior en otra habitación.
El tiempo no es importante en este lugar; sólo lo utilizo
como mejor me parezca.
La puerta gime con fuerza cuando consigo abrirla.

61
Una sonrisa se dibuja en mi rostro.

62
Capítulo 5

Jessie

La Dra. Carrey debe haber movido algunos hilos. Me dio la


opción de que me pagaran por trabajar aquí o de continuar
como voluntaria los fines de semana. Me explicó las ventajas y
desventajas, haciendo hincapié en que ayudaría a John a salir
de su caparazón.
Sea lo que sea que eso signifique.
Por suerte para mí, la empresa de marketing en la que
trabajo ha cerrado por una plaga de insectos. Así que tengo un
par de días para pensar en su oferta antes de aceptar y dar el
preaviso de dejar mi trabajo.
Me satisface ayudar a John a ser mejor persona. Se merece
tener una vida normal como todos los demás. Pero rara vez da
señales de estar vivo, salvo para expulsar aire.
Quizá algún día él pueda salir de este lugar y vivir fuera de
estos muros.
El estigma de la violencia está ligado a todos los pacientes
de aquí, por muy tranquilos que sean.

63
Da miedo pensar que estoy confinada en un espacio
pequeño con gente que podría hacerme daño.
—¿Qué está pasando? —pregunto, acomodando mi ropa
de trabajo.
El uniforme blanco obligatorio es holgado, así que tengo
que meter la camisa dentro del pantalón. El material es fino,
pero no es transparente.
Lisa se lleva una mano a los labios para calmar los nervios
mientras se estremece violentamente. Le doy una palmadita en
la espalda en un gesto de consuelo, pero no disminuye los
temblores.
Dos ayudantes llevan un carro lleno de lo que parecen
sábanas ensangrentadas. El olor a cobre es repugnante
cuando pasa, y hay más de un carro saliendo de la lavandería.
—Anoche murió una paciente —dice Lisa con un gesto de
asco.
—¿Qué pasó? —pregunto, sacudiendo su hombro cuando
no responde.
Desde que empecé a trabajar como voluntaria aquí, nunca
había oído nada parecido. Es un lugar tranquilo y pacífico; los
pacientes suelen ocuparse de sus propios asuntos.
—¿Cómo ha salido un paciente de su habitación cuando el
toque de queda es a las ocho? —pregunto con más urgencia.
El estricto toque de queda es para que los pacientes se
instalen en sus habitaciones y duerman lo suficiente, porque
algunos son conocidos por ser noctámbulos o insomnes.

64
La lavandería está siempre cerrada, y los únicos que tienen
llaves son el equipo de mantenimiento y algunos trabajadores
antiguos.
—No lo sé —susurra Lisa mientras sus labios se despegan
en una mueca.
Contengo la respiración cuando llega otro carro con
manchas de sangre, menos concentradas en las sábanas.
—Ropa mojada —me digo.
Me acerco con valentía cuando pasan unos ayudantes con
una bolsa negra para cadáveres. Mis ojos los siguen por el
pasillo mientras caminan en silencio, la pesada bolsa se dobla
bajo el peso de la paciente muerta.
Me muerdo el labio y me asomo a la lavandería. El equipo
de limpieza lleva mascarillas quirúrgicas y guantes de látex
mientras limpian la sangre del suelo: la friegan con lejía y
raspan el hormigón con escobas de alta resistencia.
Uno de ellos está a medio camino dentro de una lavadora
industrial, limpiando y rociando lejía para desinfectar todo.
La verdad está delante de mí. La paciente estaba en la
lavadora.
—¡Por favor, sé que es un incidente terrible, pero debemos
volver al trabajo! —ladra el Dr. Hancock mientras aleja a todos
de la lavandería.
Me pone la mano en la parte baja de la espalda y me
empuja, pero la mano baja hasta mi cintura.

65
Habría bajado más si no me hubiera apartado de su
camino. Miro detrás de mí; se atreve a parecer inocente
después de intentar tocarme el culo tras el horrible incidente
que acaba de ocurrir.
Es irrespetuoso. Si antes me parecía malo, ahora su
carácter es aún peor.
Hancock ni siquiera tiene una pizca de simpatía en su
cara. Se limita a mirarme el culo y a espiar por debajo de la
camiseta de Lisa mientras ella mira hacia otro lado para evitar
la escena.
También es un asqueroso.
—Vamos, Lisa —murmuro mientras la alejo de esos ojos
lascivos.
Incluso cuando no se dirigen a mí, es muy incómodo.
Lisa moquea y se estremece. Tiene la cara cenicienta y la
falta de sangre me asusta. Así que le doy un pellizco en las
mejillas para devolverle el color.
—Gracias —dice vagamente.
—No hay problema —murmuro.
—Estaba pensando en rezar por los difuntos, y ese maldito
pervertido tiene las pelotas de mirar por debajo de mi camisa
—se burla con sorna.
Ah, eso es. Pensé que estaba asustada por lo que había
pasado, pero estaba ofreciendo oraciones por la paciente.

66
A veces me pregunto por qué ninguno de los trabajadores
ha mencionado la falta de profesionalidad del Dr. Hancock al
comité de ética.
A juzgar por su exasperante actitud de superioridad, diría
que, o bien tiene a mucha gente en el bolsillo, o bien es titular.
—¿Sabes quién era la paciente? —pregunto mientras
entramos en otra sala.
Nunca había visto tanta sangre; ha sido aterrador. Una
parte de mí sigue en estado de shock en suspensión, pero
pronto me va a alcanzar. Sólo tengo que apartar mi mente de
ello y utilizar estas horas de voluntariado como distracción.
Cuando Lisa pronuncia el nombre del paciente, me quedo
de piedra. Fue la paciente que tuvo el arrebato en la cafetería
hace un par de días.
Lisa llegó hoy antes que yo, así que tiene un poco más de
información que yo.
Menciona algo sobre pacientes que se escapan cuando se
acerca el toque de queda, y los ayudantes están haciendo
recuento. Es difícil saber quiénes faltan cuando los ayudantes
aún no han llegado a todas las habitaciones.
—El pobre —dice Lisa solemnemente.
Es trágico, pero algo en mí no puede encontrar mucha
simpatía por el paciente fallecido. Es despiadado por mi parte,
pero no conocía a la paciente ni tenía ninguna relación con ella
a pesar de trabajar aquí.

67
Eso no significa que no tenga ninguna simpatía; sólo que
no tengo la que muestra Lisa.
—¿Cómo ha pasado? —pregunto.
Lisa ladea la cabeza, reflexionando en silencio. —He oído
que había un charco de sangre. El supervisor del turno de
noche encontró a la paciente en la lavadora, pero no sé cómo
ocurrió.
—Qué miedo —digo entre escalofríos.
—¿Podemos hablar, señoras? —interviene el Dr. Hancock.
Su voz me hace estremecer. No lo soporto; es irritante cada
vez que lo oigo hablar. Siempre hay gente que cae mal en el
trabajo, pero él es absolutamente despreciado por todos.
Parece no darse cuenta de que nadie quiere estar cerca de
él.
Me acerco un paso a la ventana cuando nos acorrala.
Puede que sea mi imaginación, pero juraría que está
hinchando el pecho como un pavo real que quiere aparearse.
Qué asco, pienso.
Es todo menos encantador.
Lisa pregunta: —¿Qué necesita, doctor?
Seguramente se trata de nuevo de mi imaginación, pero
Lisa parece brusca y distante con el hombre. Más que de
costumbre, claro.
—Necesito que las dos se queden después de su turno de
hoy —ordena mientras levanta la nariz.

68
¿Por qué quiere que nos quedemos hasta tarde? El
personal asalariado debería poder ocuparse de lo que necesite.
—Me gustaría discutir su transición a puestos
remunerados en lugar de ser voluntarias —comenta.
—Lo siento, doctor, pero seguiré aquí sólo como voluntaria
—afirma Lisa con valentía.
No he dado mi respuesta a la Dra. Carrey sobre el puesto
remunerado. Tengo mucho que pensar porque me gusta mi
trabajo de marketing, y está muy bien pagado.
Admito que me he encariñado con John, y estoy orgullosa
de los progresos que hemos hecho hasta ahora. Pero esa no es
una buena razón para cambiar toda mi carrera.
—Estoy seguro de que podemos llegar a algún tipo de
acuerdo. Sería muy beneficioso tenerlas aquí como empleadas
remuneradas; ambas trabajan mucho aquí.
No quiero oír lo siguiente que sale de su boca porque
parece que está exigiendo 'quid pro quo'2.
No lo digas, no lo digas.
—Puedo arreglar algo para aumentar la paga, pero ambas
deben hacer que valga la pena para mí.
Oh, Dios, el otro zapato cae.
Realmente piensa que, de todos los hombres con los que
podría tener sexo, lo elegiría a él porque me ofrece dinero. El
hombre es lo suficientemente mayor como para ser mi abuelo,

2 Una cosa por otra

69
y nada de lo que pueda ofrecerme cambiará la repugnancia que
siento.
—Tengo que rechazar su oferta —digo lo más
educadamente posible a pesar de la bilis que tengo en el fondo
de la garganta.
Lisa parece estar a punto de dar un golpe al hombre por
haberlo sugerido, su orgullo es más evidente que el mío.
—Me gusta el voluntariado —le espeta Lisa con fuerza.
Cuando habla de los hombres en nuestros descansos para
comer, sólo habla de los que le atraen. Desde luego, no de este
'cabeza de patata con prepucio', como lo ha apodado.
—No estaría mal ampliar tus horizontes —la anima.
Cualquiera que escuche esta conversación pensará que no
pasa nada. Pero sabemos que se insinúa mientras nos
acorrala.
Cuando se acerca a mi cara y me toca el pelo, me quedo
paralizada como un ciervo en los faros. Las yemas de sus dedos
rozan mi sien, indicando que no va a retroceder.
¿Por qué me toca?
¿No sabe lo inapropiado que es tocar a la gente?
Empiezo a entender por qué John desprecia que lo toquen.
Se siente como una violación absolutamente vil de la
privacidad.
—¿Cómo está tu moretón...?
Sus palabras se cortan, y esquivo mi cabeza justo a tiempo
para evitar que su cráneo choque con el mío. Un brazo

70
entintado con músculos contorneados pasa junto a mí; sólo
puede pertenecer a una persona.
—John —digo su nombre en voz baja. Más por
incredulidad que por otra cosa.
Con un rostro carente de emoción, acaba de golpear la
cabeza de Hancock contra la pared. Puedo decir con confianza
que sé más sobre John que cualquier otra persona. Así que el
destello de furia que recorre sus ojos de obsidiana no me
sorprende.
Sostiene la cabeza del hombre contra la pared, flexionando
el brazo y haciendo más daño a Hancock antes de soltarlo.
Lo ha dejado inconsciente.
—John —susurro de nuevo.
Los ayudantes se precipitan a su lado, cometiendo el error
de ponerle las manos encima como cuando sujetan a otros
pacientes. John reacciona como me imagino, dando un codazo
a un hombre mientras su otro brazo se extiende para romper
los huesos de un segundo ayudante.
—¡No! —grito.
También hago un esfuerzo impulsivo para sujetarlo.
—¡Para! —suplico, sujetando un brazo con los dos míos.
Me interpongo entre John y el ayudante, ignorando tanto
al médico inconsciente como el jadeo de Lisa. Ambos estarán
bien, pero John no lo estará si sigue haciendo daño a todos los
que están cerca de él.

71
No sé qué lo llevó a considerar de repente al Dr. Hancock
como un archienemigo. Pero algo debe haber pasado cuando
lo acompañaban por el pasillo.
—No hagas eso —lo reprendo suavemente con el ceño
fruncido.
Una ola de problemas aún no se ha calmado, y otra acaba
de llegar demasiado rápido. Todo el mundo sigue tratando de
averiguar qué pasó con la paciente fallecida. Y ahora tenemos
que preocuparnos por el ataque de John a uno de los médicos.
No fue un simple empujón; John pretendía desfigurar al
hombre.
—¡Lleven al Dr. Hancock a la bahía médica ahora mismo!
—La voz de la Dra. Carrey grita la orden a los ayudantes.
Debe haber venido corriendo al oír la fuerte conmoción.
Parece estar allí donde está John, casi acechándolo con su
repentina aparición.
—¡Vuelve a tu unidad de aislamiento, John! —ordena con
una feroz curvatura de los labios.
John, como era de esperar, no la reconoce. Ella no es nada
para él; ni siquiera parpadeó cuando sus tacones chocaron
rápidamente en nuestra dirección.
—Puedo llevarlo de vuelta, doctora —ofrezco mientras tiro
del hombre gigante.
Los ayudantes maniobran a nuestro alrededor y se cuidan
de evitar a la iracunda mujer. Mientras la doctora lanza críticas

72
sobre un comportamiento inapropiado, parece haber olvidado
que hay espectadores.
Lisa es una de ellas, que se esfuerza por entender lo que
está pasando. Lo comprendo porque a mí me cuesta asimilar
todo esto, sintiéndome como el catalizador de este lío.
—No, Lisa puede llevarlo —interrumpe la doctora.
Mis pies se bloquean en su sitio, al igual que los de John.
Su mirada despreocupada se convierte en una mirada que
asusta a Lisa.
—Creo que Jessie tiene el control de esto —intenta
protestar ella.
—No lo tiene —niega tajantemente la doctora.
No me duele porque tiene ese aire de derecho en su tono.
Lo atribuyo al estrés de la situación, ya que lleva cinco años
trabajando con John.
La doctora continúa: —Jessie no tiene la formación
adecuada para estar a solas con John. Se estaría poniendo en
peligro. —La Dra. Carrey argumenta: —Tengo la formación
adecuada, pero no puedo dejar al Dr. Hancock en este
momento.
Creo que no se da cuenta de que Lisa tampoco es una
profesional de la medicina.
Lo que sea que haga flotar su barco. La Dra. Carrey
necesita recordar que si John no quiere moverse, nadie aquí
va a poder hacer nada al respecto.

73
No pueden a menos que quieran terminar como Hancock;
temen la fuerza de John.
—Está bien —concede Lisa, —Vamos.
Suelto el brazo de John y observo con recelo su
interacción. La tensión es tan densa que apenas puedo
respirar cuando ella se acerca a John. Su espalda se ondula
bajo la ajustada camisa que se extiende sobre sus anchos
hombros; es más intimidante que atractiva.
—Por favor, por aquí —vuelve a intentar Lisa mientras
hace un gesto hacia el pasillo vacío.
De nuevo, él no se mueve ni mira hacia ella. Para empeorar
las cosas, su mano rodea con fuerza mi muñeca con una
sensación de posesividad que se filtra a través de las yemas de
sus dedos.
Este problema no se va a resolver solo, así que lo hago yo.
—Puedo ocuparme de esto, Dra. Carrey —le ofrezco.
Tiro de mi muñeca para enfatizar mi poder sobre John.
Él me sigue y da un paso hacia mí. No me estoy
regodeando de mi cercanía con John. Sólo intento demostrarle
que John me escucha.
Nuestro objetivo es llevarlo a la unidad de aislamiento. No
es el momento de una guerra territorial. John no es posesión
de nadie, a pesar de lo que piense la doctora después de pasar
cinco años cuidándolo.

74
—Debes volver a mi oficina después de eso —ordena ella,
claramente tensa. —Eso no es una sugerencia —añade
puntualmente.
Me inscribí como voluntaria para ayudar a los pacientes,
no para tratar con médicos que tienen complejo de
superioridad. Quizá el puesto remunerado que me ha ofrecido
sea una mala idea si ya empezamos con mal pie.
—Sí, doctora.
Tiro de John conmigo; sus pasos coinciden con los míos
mientras acelero el paso para poner la mayor distancia posible
entre la doctora y nosotros.
No le digo nada mientras caminamos, y es entonces
cuando me doy cuenta de que no tengo las llaves para abrir la
puerta de su habitación.
Gracias a Dios, un ayudante asignado a John nos sigue.
Se muestra aprensivo cuando se acerca para abrir la puerta,
pero lo hace rápidamente y luego retrocede unos pasos.
—Gracias —digo, —¿puedo tener un momento con él?
El hombre asiente con la cabeza y se queda fuera del
alcance del oído, para que tengamos algo de intimidad.
—John, ¿por qué has hecho eso? —No puedo evitar
preguntarle.
Me molesta que su brutalidad no provocada haya hecho
tanto daño.
Doblo mi mano sobre la suya y acaricio los nudillos
marcados, la piel áspera y callosa.

75
Se mofa con una mirada rencorosa: —Mía.

76
Capítulo 6

John

Me van a trasladar a otro manicomio.


Hancock exigió que me sacaran de este lugar. Llegó a la
conclusión de que soy un animal hostil que necesita ser
contenido con métodos más agresivos, y este lugar es incapaz
de hacerlo.
La petición de Hancock fue aprobada apenas unas horas
después de haber recuperado la conciencia, a pesar de que esa
mujer se opuso a ello.
No me arrepiento de haberle partido la cara. Tocó lo que
es mío, y simplemente lo puse en su lugar. Mi pequeña es
demasiado preciosa para dejar que sus sucias manos empañen
su inocencia.
Calculo que tardarán uno o dos días en terminar el
papeleo. Tengo esa breve ventaja para tomar a Jessie en mi
poder.
Dondequiera que vaya, ella vendrá conmigo. No soy un
gran fanático del consentimiento, un concepto innecesario

77
para alguien a quien le importan una mierda las normas
sociales.
La arrastraré conmigo, llorando y contra su voluntad.
Tal vez le dé a elegir, pero eso no sería divertido para mí.
Quiero ver la desesperación en sus ojos cuando me ruegue que
la deje ir.
Fingiré que contemplo la idea y veré la esperanza en sus
ojos, pero no cederé. Quiero que esa brillante esperanza se
derrumbe con un simple 'no' mío y aplaste su corazón.
Parpadeando ante la interrupción de mis pensamientos,
entrecierro los ojos hacia el cojín acolchado que tengo delante.
Una fluctuación en la corriente de aire hace que se me erice el
vello de la nuca.
Al girar la cabeza hacia la puerta, veo a esa mujer
asomarse por la pequeña abertura. Intenta mantener mi
atención, pero nada de lo que hace me interesa.
Puede luchar por mí todo lo que quiera para proteger sus
cinco años de trabajo. Pero tendrá que luchar para entrar en
el nuevo manicomio si intenta seguirme. Es demasiado
testaruda para saber que está golpeando un caballo muerto.
No conseguirá nada de mí.
La voz de una mujer resuena a través de la puerta: —Dra.
Carrey, hemos asegurado la lavandería. Jessie se está aseando
antes de irse. ¿Aún la necesita?
Mi interés se despierta al escuchar el nombre de mi
pequeña. Mi cabeza se dirige a la pequeña ventana y observa

78
el perfil de la mujer mientras dice algo inaudible a la otra
mujer.
Me doy cuenta de que la voz pertenece a Lisa, la amiga de
Jessie. No la considero una amenaza, pero mi lado irracional
sigue queriendo que desaparezca de la vida de Jessie.
Ella sólo me necesita a mí.
Cuando me giro de nuevo hacia las anodinas paredes, la
mujer me asegura que mi hogar aquí no cambiará sólo porque
el otro doctor haya resultado herido. Hará lo que sea necesario
para mantenerme aquí.
La furia gruñe en mi pecho. Mis uñas se clavan en las
palmas al cerrar el puño, pero el dolor es demasiado sordo para
que me importe. Me enfurece más la audacia de la mujer al
llamar a este lugar 'mi casa' cuando no lo es, y no tiene derecho
a declarar nada sobre mí.
Sólo yo tengo derecho a decidir lo que considero mío.
Desde luego, mi hogar no está aquí. No tengo un hogar, pero
eso va a cambiar cuando tenga a Jessie en mis manos.
Cuando la mujer se va, espero hasta que el silencio total
se instale en el pasillo. Ha sido fácil entrenarme para escuchar
cosas intrínsecamente diferentes tras largos periodos de
silencio.
Me pongo de pie y ruedo los hombros para aflojar la rigidez.
Hacía años que no me entusiasmaba tanto llevar el miedo a los
ojos de alguien.
Jessie resulta ser mi víctima favorita.

79
Su miedo es gratificante, por no decir otra cosa. He sido
adicto a él desde el principio, y odio no poder volver a sentirlo
hasta que la veo. Finge que mi presencia no le pone los nervios
de punta, pero su cuerpo se tensa cada vez que estoy cerca.
Como un animal vulnerable acorralado por un depredador
hambriento.
El familiar chirrido de la barra de hierro parece fuerte
cuando la retiro de la puerta interior. Los pasos necesarios
para salir de esta habitación son pan comido. No entiendo por
qué esta gente no revisa las habitaciones después de la muerte
de esa paciente en la lavandería.
Después del desastre que Jessie y otros tuvieron que
limpiar, desinfectar y volver a poner todo en su lugar después
de confirmar que no había otro cuerpo escondido en alguna
parte.
No lo había. Estoy seguro de ello.
Empujo la puerta para abrirla y exploro el pasillo vacío,
aguzando el oído para escuchar cualquier anomalía. No se ve
a nadie, y tengo un tiempo limitado antes de que el guardia
llegue a la esquina en su ronda.
Mi larga zancada me lleva rápidamente a las duchas. Me
dirijo a la entrada de mujeres; esta sección es sólo para
empleados.
El sonido de las voces resuena a través de la puerta, pero
es demasiado apagado para saber lo que dicen.
Reconozco el sonido de mi pequeña.

80
Está ahí dentro, tal y como había previsto.
La puerta se abre con un suave empujón. El vapor me
golpea en la cara cuando entro en las duchas comunes. El
aroma afrutado del champú supera el aire viciado del pasillo
cuando la puerta se cierra tras de mí.
Cuento las puertas. Cinco de ellas están cerradas y en uso.
Y dos de ellas están vacías con las puertas abiertas de par en
par.
Las puertas están diseñadas para lograr la máxima
privacidad, extendiéndose desde el suelo hasta el techo con un
hueco de tres pulgadas en la parte superior para dejar escapar
el vapor.
Hay dos maneras de saber dónde está Jessie, por la voz o
por la ropa que cuelga en cada puerta.
Me fijo en el sonido de su voz cuando habla con su amiga.
Creo que la otra voz pertenece a la mujer Lisa.
Me detengo frente a la cabina de ducha de Jessie y, en un
breve momento de cordura, pienso en volver atrás y fingir que
esto no ha ocurrido. El pensamiento desaparece con la misma
rapidez, haciendo que desee esto aún más que antes.
La mera idea de ser atrapado es estimulante. Pero es la
idea de estar cerca de ella lo que me obliga a ignorar mi
integridad.
Me quito la camiseta y los pantalones. Mis ajustados
calzoncillos se resisten ligeramente cuando engancho el pulgar
bajo el elástico y me los quito. La ropa queda descartada en el

81
banco antes de que me ponga delante de su puerta, desnudo y
duro.
Mi mano rodea el grueso pene y lo acaricia lentamente. La
circunferencia se hincha y una gota de semen se desliza por
mi dedo.
No es suficiente.
Pongo la mano en el pomo de la puerta, la cerradura cede
y la puerta se abre.
Paso al interior del vaporoso puesto con los ojos fijos en la
hermosa curva de su espalda arqueada mientras se pasa las
delicadas manos por el pelo. Su culo se estremece bajo un
chorro de agua que viaja por su turgencia y que pide que mi
mano le dé una reverberante nalgada.
Cierro la puerta en silencio, pero el clic de la cerradura la
sobresalta.
Sus brazos caen a los lados y empieza a dar vueltas. Veo
un atisbo de pánico en sus ojos desorbitados antes de rodear
con mis dedos su pequeño cuello y mantenerla quieta con la
amenaza que persiste en las yemas de mis dedos.
Mi pecho se pega a su espalda mientras entierro mi nariz
en su pelo mojado. El mismo aroma afrutado del champú se
introduce en mis pulmones. El calor ha condensado el olor. A
pesar de ser su olor, sigo odiando su dulzura.
Atrapo mi polla entre las curvas de su alegre culo y aprieto
más mi mano alrededor de su cuello para evitar que se resista.
Asegurando su cuerpo inquieto, enrosco el otro brazo

82
alrededor de su cintura y balanceo mis caderas para dar una
sensación de alivio a mi polla.
—Jessie —susurro mientras el agua de arriba ahoga mi
voz, —mi pequeña.
—¿John? —chilla ella, silenciosa con un temblor asustado.
Si quiere tener una conversación, está hablando con la
persona equivocada. Estoy aquí por otra razón, sólo por mi
comodidad. Me importa poco su resistencia.
—¿Qué estás haciendo? —susurra, pero con mucha
firmeza.
Puede apartarme o gritar. No le bloqueo la voz, pero decide
no llamar la atención sobre el hecho de que estoy en su cabina
de ducha.
Esto no es en absoluto apropiado, pero Jessie es mía: me
pertenece.
—Eres mía, pequeña —murmuro en su pelo mientras
acaricio la tierna piel de su cintura.
Se estremece y su garganta se sacude con fuerza bajo mi
agarre. Jessie se retuerce mientras su temperatura corporal
aumenta de forma alarmante, pero no es por el agua caliente
que cae en cascada por mi espalda. Estoy bloqueando la mayor
parte del chorro, pero las gotas de agua siguen golpeando su
cara mientras ella parpadea rápidamente.
Miro por encima de su hombro y veo cómo su pequeño
pezón rosa se levanta con un breve movimiento de sus
cremosas tetas.

83
Mi polla se endurece aún más.
—Por favor —dice, temblorosa y sin aliento. —No... ¿qué
estás haciendo? No puedes estar aquí.
Todavía no se defiende, pero empieza a forcejear un poco
más. Eso no hace más que rozar mi polla con su culo
respingón, y suspiro ante el vuelco de mi estómago.
Deslizo una mano por la curva de su cintura, trazando
pequeños dibujos en su piel húmeda y acariciando su pezón
rosado con un golpecito. Sus rodillas se doblan y un pequeño
gemido queda ahogado por el rugido del agua, pero lo oigo.
Decido poner a prueba su determinación y envuelvo su
teta con mi gran mano, la cremosidad se derrama sobre mis
dedos mientras un gemido se aloja en su garganta.
—¿Jessie? —grita la voz de la cabina de al lado, —¿te has
caído?
—¡No! —responde ella con un grito mientras su voz se
apaga.
Al pellizcar la yema y hacerla rodar con mis dedos, se tensa
mientras se llena de sangre. Es una pena que no pueda poner
mis labios sobre ella. No estoy dispuesto a darle la oportunidad
de apartarme.
Tuvo su oportunidad; no voy a dejar que lo haga ahora.
—No puedes estar aquí —protesta mientras intenta
apartar mi mano, pero la sujeto con fuerza.
Su teta rebota cuando la suelto. Pero la huella roja de mi
poderoso agarre permanece y no desaparece bajo mi mirada.

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—No te muevas, pequeña —le advierto.
Mis labios encuentran su mejilla enrojecida, besando la
piel húmeda y tarareando su nombre como si fuera una vil
tentación. No puedo evitar dejar que mi mano pase por su
estómago tembloroso para sumergirse entre sus muslos.
Se agita y me ruega que me detenga con un grito
silencioso.
Rozo su coño empapado. Es un tipo de humedad diferente:
más espesa, resbaladiza y mucho más pegajosa.
Está mojada.
Chica sucia.
Mis dedos callosos separan sus pequeños pliegues y
acarician su clítoris empapado con un hábil empujón que la
hace jadear mi nombre. Ese sonido melódico no dura mucho
cuando mi dedo presiona su clítoris para que ceda a mis
órdenes, empujando el capullo de derecha a izquierda para
obligar a su culo a rechinar contra mi polla.
Su pulso se acelera bajo mi mano, golpeando
erráticamente.
Está húmeda y caliente; la sedosa sensación de su
pequeño agujero es fascinante cuando introduzco un dedo en
su interior. No he introducido ni un centímetro cuando grita
en silencio, su coño se aprieta y palpita con un chorro de calor.
Los delicados músculos se tensan cuando introduzco el
dedo, frotando y acariciando las temblorosas paredes hasta

85
que encuentro a ciegas un punto muy esponjoso que la hace
gemir.
—¿Qué has dicho? —grita la voz de su amiga desde la otra
cabina.
—¡Nada! —grita Jessie mientras se pasa una mano por los
labios.
Ágilmente, deslizo el dedo hacia fuera y recubro su clítoris
hinchado con sus jugos. Con la ayuda del agua que cae en
cascada y el goteo de su coñito, es suficiente para mí.
Mi gran polla palpita, furiosa e impaciente, con pulsantes
sacudidas mientras la punta bulbosa derrama un hilo de
semen sobre la hendidura de su culo.
Su sabor en mi lengua me perseguirá en mis pesadillas.
Chupo el dedo y me meto el sabor más profundamente en la
garganta antes de tirar de mis caderas hacia atrás para
apuntar la punta de mi gorda polla a su coño empapado.
—No —suplica ella, —por favor, no...
No le haré eso. Mi pequeña se merece que le machaquen
su rosado coño en el suelo acolchado de mi habitación de
aislamiento. Así podré distribuir mi fuerza uniformemente y
follarla como es debido.
Arrastro mi polla contra su coño hinchado, dejando que
sienta el grosor de mi eje y untando la circunferencia con sus
pegajosos jugos. Su coño resbaladizo es como una succión
agitada que exhala jugos abrasadores con cada empuje.

86
—Mira, pequeña —le insto con una risita gruñona, —mira
hacia abajo.
Ella gime, tanto de miedo como de deseo lujurioso. Su
cabeza cae, haciendo que se ahogue con mi mano cuando no
aflojo el agarre alrededor de su cuello. Respira con dificultad,
gimiendo tan adorablemente cuando sus ojos se devoran la
sucia escena.
Soy mucho más grande y alto que ella, demasiado fuerte
para que pueda hacer algo más que gemir histéricamente. El
semen fluye de la punta enrojecida mientras desaparece y
reaparece de su coño hinchado, sus pliegues abiertos
sorbiendo mi gorda polla. La enorme diferencia de tamaño
entre nosotros la hace retorcerse entre lágrimas.
—No va a caber —murmura mientras un hipo ahoga su
queja.
—Lo hará —gruño en su pelo.
—Demasiado grande —se ahoga. —Me va a doler.
—Bien —apruebo con una mueca. —Debería doler,
pequeña. Estar conmigo siempre dolerá.
Ella sacude la cabeza con sus últimas fuerzas. —No, no
quiero estar contigo...
—Mentirosa —siseo, —pequeña niña sucia y mentirosa.
Ella parece captar un punto de mi afirmación, y es el
equivocado. —No soy sucia.
—¿No? —me burlo con una sonrisa.

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Arrastro mi dedo sobre su clítoris palpitante, incitando un
chillido de sorpresa cuando llevo la sustancia viscosa a sus
labios y meto el dedo en su lengua. Su hipo ahogado es
sofocado por la curva de mi dedo que presiona su lengua.
—¿Qué es esto? —pregunto burlonamente. —Tu bonito
coño dice lo contrario; está suplicando que mi polla gorda te
folle.
Ella frunce los labios alrededor del dedo intruso y chupa
con avidez. Su respuesta es automática mientras mantiene los
ojos bajos, abiertos y sin pestañear.
—¡He terminado, Jessie! —anuncia su amiga con su voz
atronadora. —¿Quieres que te espere?
—¡No! —grita Jessie después de que le saque el dedo de los
labios y sus dientes lo raspen con la suficiente fuerza como
para provocar un dolor temporal.
—¡Genial! —grita la mujer, —¡Adiós!
Jessie no se molesta en despedirse de ella. No tiene tiempo
de distraerse cuando vuelvo a agarrar su clítoris y froto el
capullo con círculos vigorosos. Ella grita fuerte con chillidos
ininteligibles mientras su liberación sale a borbotones de su
coño para extenderse desordenadamente sobre mi eje
empujando.
Mantengo mi dedo en su clítoris, arrastrando su orgasmo
hacia la sensibilidad. Mi mano se estrecha alrededor de su
cuello mientras bombeo mi polla contra su húmedo coño, y la
vista entre sus deliciosos muslos es increíble.

88
Cada empujón muestra mi polla saliendo, grande e
intimidantemente gruesa contra su coño hinchado. No tengo
ninguna duda de que llorará cuando alimente su hambriento
coño con mi polla, centímetro a centímetro hasta que me
suplique que pare.
Entonces, me aseguraré de ignorar su petición y abriré su
sucio agujerito en una perversión carnal.
No me detendré hasta que su coño blando se trague todo
lo que tengo, incluso cuando la punta bulbosa esté
presionando su cuello uterino.
Un poco de dolor siempre sacará su lado más hermoso.
Lo sé.
Froto con más fuerza su resbaladizo clítoris, empujando
con brusquedad y estrangulándola con más dureza. Mi cuerpo
se tensa con una necesidad ardiente, luchando por el control
y conteniendo el deseo de hundirse en su acogedor coño y
derramar mi semen sobre sus húmedas paredes.
Sería fácil.
No lo haré, no lo haré todavía.
Jessie se estremece, y otro orgasmo arrasa su pequeño
cuerpo mientras grita. No me importa quién la oiga en este
momento; estoy concentrado en usar su abundante jugo para
encontrar mi liberación.
Tras años de tensión acumulada, la necesidad innata de
mi cuerpo de follarla me está volviendo loco.

89
Su cabeza se echa hacia atrás sobre mi pecho, su culo
saltarín rechina contra mis caderas y los pliegues temblorosos
se adhieren con una succión caliente.
Mi polla se tambalea, la punta rebota y el primer chorro de
semen salpica la pared. La cremosa blancura contrasta con el
gris de la cabina mientras se desliza lentamente hacia abajo.
Las cuerdas y cuerdas de semen caen sobre la pared mientras
el agua las arrastra.
Suelto mi agarre sobre su cuello y la hago girar, pero no
antes de dejar que sus rodillas se doblen. Cae al suelo y utiliza
mis musculosos muslos como palanca cuando me mira con
ojos de cierva, labios rojos y mejillas sonrojadas.
Es una humillación, comprendo mientras la miro
fijamente en un silencio mortal. Está humillada, avergonzada
más allá de las palabras, y mortificada por sus actos
indecentes.
Mi polla se balancea, colgando entre mis piernas y
goteando semen. Agarro en un puño su pelo y tiro con fuerza
para abrirle los labios. La gota de semen cae de la cabeza
hinchada y gotea sobre su lengua.
—¿Eres virgen, pequeña?
Sus mejillas arden con fuerza. Necesito una respuesta, no
su silenciosa vergüenza.
—¿Lo eres? —vuelvo a preguntar con un fuerte tirón de
pelo.
—Sí —balbucea temerosa.

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—Buena chica.

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Capítulo 7

Jessie

No he conocido la paz desde que conocí a John.


Hay algo en él que se asemeja a la calma que precede a la
tormenta. Pero, lamentablemente, él es tanto la calma como la
tormenta.
Su enorme cuerpo irradia una sensación de peligro
contenido, pero todo el mundo sabe que explotará si siente la
necesidad. Al igual que los expertos que tienen ideas sobre la
explosión de un volcán en concreto, pero no saben cuándo.
Es la amenaza inminente lo que inquieta a todos.
Hoy, sin embargo, es otro día agitado.
En el otro ala, un nuevo paciente acaba de ser admitido en
el manicomio. Su documentación ha desaparecido porque
todos los faxes están estropeados. Una extraña coincidencia,
pero nadie ha pensado mucho en ello.
El paciente tiene un trastorno explosivo intermitente. Lisa
y yo estábamos trabajando cuando oímos el primer grito de
rabia a través de los conductos de ventilación. Él estaba en la

92
otra ala, pero su voz era tan fuerte que asustó a muchos de los
pacientes.
El paciente fue puesto en la unidad de aislamiento para
reducir la estimulación que le causaba estar en un lugar
nuevo.
Me preocupa que el nuevo hombre provoque una escena
perturbadora que provoque una respuesta cataclísmica por
parte de John.
A John le gusta el silencio. Me ha contado mucho sobre sí
mismo y prefiere el aislamiento a cualquier otra cosa.
Eso era hasta antes de anoche.
No lo he visto desde entonces, pero voy a tener que
enfrentarme a él cuando empiece la sesión de grupo a
mediodía.
Todavía me arde la cara de vergüenza por lo ocurrido.
Muchas cosas no tienen sentido para mí.
Me quedé arrodillada en el suelo, con su sabor cubriendo
mi lengua mientras observaba los músculos ondulantes de su
espalda mientras se marchaba.
No le importó que alguien pudiera verlo y presentar una
denuncia por la salida de un hombre de las duchas de mujeres.
Lo que más me preocupa es no haber gritado pidiendo
ayuda. Intenté luchar contra él al principio, pero me puse en
sus manos en el momento en que sus callosos dedos tocaron
mi coño.

93
He aceptado lo que pasó y no me arrepiento. Pero me
cuesta asimilarlo.
—Alguien tuvo sexo ayer —dice Lisa, y su voz me
sobresalta.
—¿Qué? —suelto con culpabilidad.
El corazón se me sube a la garganta cuando una sensación
de claustrofobia me golpea demasiado cerca. Es como si sus
palabras se dirigieran a mí y me acorralaran sus ojos
brillantes.
—Estuve hablando con los otros voluntarios esta mañana
antes de que ficharas.
—¿Ah, sí? —comento con cierta incomodidad.
—Sí —dice con un chasquido de lengua. —Eso o alguien
estaba entrenando para ser DJ en la ducha. ¿Quién sabe?
Quiero decirle que nadie se burlará de ella si sólo dice
'masturbándose', pero me guardo ese comentario. No quiero
señalarlo y llamar la atención sobre el asunto.
Fui yo quien tuvo un encuentro escandaloso en la cabina
contigua a la suya.
—No hay nada malo en ello —señala Lisa encogiéndose de
hombros. —Es que es muy raro oír a alguien gemir cuando
tengo champú en los ojos.
Me río con inquietud. —¿Averiguaste quién era?
Ella entrecierra los ojos. —No, ¿y tú?
Sacudo la cabeza para reforzar la negación. —No. No he
oído nada por encima del agua.

94
—Tienes razón —asiente, —Esa mierda es como una
manguera de incendios. Te juro que pensé que iba a
empujarme por la puerta.
Algunos voluntarios tuvieron que quedarse para limpiar el
desorden en la lavandería, y también tuvieron que limpiar
después de que John atacara al Dr. Hancock.
Hablando de Hancock, la gente murmura que necesitó
puntos de sutura en la frente porque John golpeó su cabeza
contra la pared con mucha fuerza.
John, por otro lado, está siendo trasladado esta noche. Es
el único momento en que el equipo de transporte tiene una
plaza libre, así que hoy es el último día que veré a John.
No lo volveré a ver.
Un dolor agudo me apuñala el corazón al pensarlo. Tengo
que recordarme que es un paciente en este manicomio. No está
lo suficientemente cuerdo como para juzgar lo que es
moralmente correcto y lo que está mal.
Una parte de mí cree que me he aprovechado de John. Es
un pensamiento extraño, pero tiene sentido de alguna manera
retorcida.
Creía que lo ayudaba siendo su confidente y dejando que
me contara cosas, ya que no decía nada a nadie más.
Utilicé ese vínculo especial para acercarme a él.
Un poco más cerca de lo que se considera apropiado.
—Espera... —Lisa me sacude el hombro para mirarme a
los ojos. —¿Estás llorando?

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Parpadeo ante su absurda afirmación. —¿No?
Entonces una gota salpica mi mejilla, seguida de otra cerca
del otro ojo. Me toco la humedad en la cara y frunzo el ceño
confundida. El dolor de mi corazón alimenta el miedo ansioso
mientras me las limpio.
—¿Te has hecho daño? —pregunta frenética, utilizando la
manga de su camisa para ayudarme. —Puedo llamar a un
médico de guardia para que te vea —susurra para no llamar la
atención sobre nosotras.
—No —me ahogo. —Creo que sólo tengo algo en los ojos.
Me cree a pesar de la falta de confianza en mi voz. Pero
agradezco no tener que explicar mi extraña tristeza. Parece que
no puedo escapar de la idea de no volver a ver a John.
Es muy extraño.
—No me extrañaría que fuera una bola de polvo —dice con
el ceño fruncido. —Los techos no se han limpiado desde el
principio de los tiempos.
Me río de su exageración, y hace maravillas con la opresión
de mi pecho.
—Tengo que ayudar a preparar la habitación del nuevo
paciente. Hablamos luego.
Asiento con la cabeza cuando me da una palmadita en la
mejilla. —Sí, hasta luego.
Lisa es mayor que yo; es como una hermana mayor cuando
me cuida. Fue duro trabajar aquí al principio; era una novata
sin saber cómo funcionaba el manicomio. No es lo mismo que

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el funcionamiento de un hospital, sobre todo porque los
pacientes están aquí por delitos demasiado graves para ser
tratados en la cárcel.
En términos sencillos, algunos de ellos carecen de
compasión y empatía.
Vuelvo a mi trabajo y lo uso para distraerme del dolor de
mi pecho. Todavía me arden los ojos, pero al menos están
secos. Me duele parpadear, así que intento eliminar el
enrojecimiento frotándolos.
Eso solo empeora las cosas.
Agarro un montón de ropa blanca y salgo de la lavandería;
la zona aún me inquieta después de lo que pasó allí.
El supervisor se ha puesto en contacto conmigo y me ha
sacado de mi área de trabajo habitual porque necesitan ayuda
para preparar un lugar para el nuevo paciente.
Eso significa que tengo que terminar el trabajo
rápidamente si quiero ver a John en la sesión de grupo.
Después de la terapia de grupo, tendremos una sesión
individual sin que la Dra. Carrey esté en la sala.
Este enfoque mantiene a John cómodo y ella puede
observarnos desde la ventana.
Tengo la sensación de que esta práctica no es normal, pero
progresar con el hombre distante es demasiado importante
como para dejar que el orgullo de ella se interponga.
Me estremezco cuando un sonido fuerte llega a mis oídos.
Es similar al de una alarma de incendios, pero más agudo que

97
el sonido que hace estallar los oídos durante los simulacros de
incendio.
El ruido me hiere los oídos, creando una sensación de
zumbido.
Me pongo de pie junto a la pared y hago una mueca de
dolor cuando otra serie de ruidos resuena en el pasillo vacío.
Un grupo de ayudantes viene corriendo por el pasillo,
gritándose y dando órdenes.
Uno de ellos me grita que traslade a los pacientes a sus
habitaciones porque vamos a cerrar.
¿Qué?, pienso: —¿Por qué?
Un enfermero debe de haber visto mi cara de aturdimiento
y grita: —¡Paciente peligroso suelto!
Sólo esa afirmación me hace sentir miedo. Una cosa es que
un paciente se pierda en algún lugar; podemos encontrarlo
fácilmente porque no hay muchos lugares donde esconderse
en el manicomio.
El hecho de que sea un paciente que consideran peligroso
el que está suelto significa que todos están sometidos al mismo
nivel de peligro.
Me preocupan los pacientes que están un poco mareados
diariamente. No son capaces de defenderse, y a menudo ni
siquiera saben que han sido heridos. Así de desconectados
están de la realidad.
Dejo caer las toallas y corro tras ellos. Pero resultan ser
demasiado rápidos y ya se han dispersado en diferentes

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direcciones. Ayudo a los que deambulan por el pasillo y los
coloco en habitaciones vacías. No es el momento del orden
cuando su seguridad es la prioridad.
Recuerdo que algunos son dóciles, así que los pongo a
todos juntos en una habitación para ahorrar tiempo.
Al llegar a la sala donde se suele celebrar la sesión de
grupo, veo que las sillas están desperdigadas. Eso significa que
los pacientes ya han sido reubicados.
Quiero asegurarme de que John está bien, pero no tengo
forma de saber dónde está en medio de todo este caos.
El lugar más seguro sería su habitación, pero debo pasar
rápidamente por el despacho de la Dra. Carrey para llegar allí.
Su puerta es de color marrón claro, por lo que la desafortunada
sangre carmesí junto al pomo de la puerta destaca.
Me detengo con nerviosismo y abro su puerta. Estoy
preocupada por ella; podría estar herida. Busco en el despacho
que está completamente desordenado; el archivador volcado,
los expedientes de los pacientes esparcidos por el suelo, el
escritorio fuera de su sitio y las paredes salpicadas de sangre.
Paso por encima de un montón de papeles ensangrentados
y me acerco al escritorio. Pensé que la Dra. Carrey estaría
escondida bajo su escritorio, pero no está allí.
Un golpe en el pasillo resuena a través de la puerta abierta.
Instintivamente, me escondo bajo el escritorio para cubrirme.
Mientras espero a saber si viene alguien, un conjunto de
papeles en el suelo llama mi atención.

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La foto de John está en la parte superior, así que debe ser
su historial médico o las notas de la sesión de la doctora.
La curiosidad es demasiado fuerte y acerco el conjunto a
mí. Los papeles describen su psique, basándose en las
observaciones de la Dra. Carrey. No sé hasta qué punto es
objetiva, pero las notas no parecen apuntar en una sola
dirección.
Lo principal que reflejan las notas es que 'John Doe' no
siente ningún remordimiento. El expediente menciona su caso
judicial muchas veces, comparando su estado actual con los
días que estuvo en el tribunal.
La razón especificada para sus crímenes es vaga, pero
reconoció no tener interés en el arrepentimiento.
Cinco años es mucho tiempo para tratar a alguien que no
tiene intención de cambiar, según la Dra. Carrey.
El sonido sordo de los pasos que se acercan al escritorio
hace que mi respiración se entrecorte. Me duelen los pulmones
mientras contengo la respiración, permaneciendo en mi lugar
cuando una sombra se cierne sobre el escritorio.
La sombra retrocede silenciosamente, así que asumo que
se ha ido cuando la puerta se cierra con un clic. Aun así, para
estar segura, me quedo escondida bajo el escritorio con las
piernas acalambradas.
Cierro los ojos y cuento hasta diez en mi cabeza, calmando
mis nervios crispados antes de abrir los ojos.

100
Mi corazón da un vuelco cuando descubro que el Dr.
Hancock me sonríe de una manera repulsiva.
—Jessie —canturrea.
El shock me invade y me agito violentamente bajo el
escritorio. Es la última persona con la que quiero estar a solas,
y queda demostrado que tengo razón cuando su mano me
agarra con violencia el pelo.
Me arrastra y me arroja contra una silla que había sido
apartada descuidadamente. Mi cara choca con la silla, sacando
la lucha de mí cuando él golpea mi cabeza contra el suelo.
—Podríamos haber hecho esto por las buenas —me
reprende cuando me tira de espaldas.
El techo se arremolina por el mareo y la falta de oxígeno.
Manteniendo su peso sobre mi estómago, tira del uniforme
blanco del hospital hasta mis costillas.
—He sido generoso, pero ustedes, putas engreídas, no
aprecian lo que se les ha dado. ¿Cómo se atreven a
considerarse mejores que yo? ¿O a pensar que mi generosidad
es una calle de un solo sentido?
Me sube la camiseta por encima del sujetador y me
manosea los hombros con sus asquerosas manos. Lo golpeo y
lucho por escapar, pero él pesa mucho más que yo.
Otro chasquido, sordo y ensordecedor, se estrella en mis
oídos. No es obra de Hancock.
Él gira la cabeza hacia la puerta con el miedo apareciendo
en su rostro.

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—John —pronuncia.
El alivio se apodera de mí cuando la enorme figura de John
entra en mi visión periférica. Tiene las manos manchadas de
sangre, oscura y coagulada sobre la tinta negra de su piel.
Me mira, sus ojos observan mi forma inerte mientras se
acerca con una calma desalentadora. Hancock se levanta de
un salto y se aparta de mí, permitiéndome de repente respirar
mientras me pongo de lado.
Me acurruco hacia John, sabiendo al instante que me
protegerá. No dice nada, pero pasa por encima de mi cuerpo
tembloroso y avanza hacia el sórdido hombre que escupe
excusas.
No entiende a John y, francamente, yo tampoco sé cómo
leerlo. Lo que sí sé es que Hancock no tiene ni idea de la clase
de infierno que John puede hacer caer sobre él.
Utilizo el escritorio para ayudarme a levantarme mientras
jadeo por el aire. Me duele respirar, pero todavía quiero ver lo
que John está a punto de hacer.
Su brazo entintado levanta al doctor por el cuello de la
camisa y lo golpea contra la pared; el sonido del hueso
chocando con el hormigón me produce una sensación de
inquietud.
—¡Quítamelo de encima, Jessie! —suplica el médico, pero
sus palabras me parecen una orden.

102
Quizá sea el resentimiento o el hecho de que haya
intentado hacerme algo malo, pero me niego a que mi voz lo
salve.
Quiero que sufra. Iba a hacerme daño y no tenía reparos
en usar la violencia. Puede tomar esa idea y metérsela por el
culo.
—¡Soy un doctor! —grita, —¡Eres un paciente, John! Estás
enfermo, no sabes lo que estás haciendo. No puedes hacerme
daño...
Si cree que a John le importan las consecuencias, le espera
una montaña rusa de miedo.
Los gruesos músculos de la espalda de John se agitan
mientras golpea al doctor contra la pared una y otra vez. Cada
vez que el doctor golpea la pared, oigo el sonido de algo más
que se rompe en su cuerpo.
Es un desastre ensangrentado mientras se desploma como
una marioneta sostenida por el brazo musculoso de John.
John le da un golpe en la cabeza y la sangre con trozos de
tejido salpica la pared.
Me tapo la boca con una mano, con náuseas y vómitos,
cuando John lanza al médico hacia un lado como si fuera una
bolsa de basura. El hombre inerte se estrella contra una
taquilla de ropa, derribándola mientras otro cuerpo cae por su
puerta abierta.
La Dra. Carrey me mira con los ojos nublados.
Está muerta, compruebo en silencio.

103
Mi cabeza se dirige a John cuando se gira hacia mí. La
furia silenciosa que emana de sus hombros agitados me hace
salir corriendo del despacho.
No quiero estar cerca de él, no puedo estar cerca de él.
Va a matarme a mí también.
Nada va a impedir que se escape de este manicomio.
Una voz en mi cabeza susurra: ‘No puede sentir
remordimientos’.
Un brazo musculoso entintado me rodea la cintura. Me
levanta en el aire y obliga a mi cuerpo a caer en sus brazos,
con una amenaza silenciosa cuando sus dedos se clavan en mi
piel.
—¿Por qué huyes de mí?
Mis piernas rodean su cintura mientras él me aprieta el
culo con un agarre doloroso. Su rostro tiene una expresión
inexpresiva, pero la mirada amenazante de sus ojos de
obsidiana me impide luchar contra él.
No estaría huyendo si no hubiera eliminado a Hancock
como si fuera basura.
Se aleja bailando un vals conmigo en sus brazos. John
ignora el caos que lo rodea, los destellos rojos, las voces que
salen de las rejillas de ventilación y las cosas esparcidas por el
suelo.
Nada de eso le importa cuando se encuentra frente a la
puerta de su habitación de aislamiento.

104
El pavor se instala y el pánico comienza a despertar en mí.
—¿John?
Me mira fríamente y dice: —No puedes dejarme.
Me sujeta con un brazo y abre las puertas de un tirón. Me
arroja al suelo acolchado, sacándome el aire de los pulmones.
Las cerraduras encajan en su sitio y nos quedamos encerrados
en la habitación.
John me mira como un depredador que mira a su presa.
Trago y pruebo las aguas. —¿Vas a hacerme daño?
En sus ojos oscuros brilla el más leve indicio de un
maníaco entusiasmo.

105
Capítulo 8

John

Considero que esta habitación es mi dominio. Todo lo que


hay en ella es mío, y eso incluye a mi preciosa pequeña.
Se escabulle y presiona su espalda contra la pared. Los
cojines blancos contrastan con su suave pelo mientras se
refugia en un rincón. Cuanto más explícitamente muestra su
miedo, más me hierve la sangre.
Ya debería darse cuenta de que su miedo es algo que
disfruto.
Soy un hombre que mantiene las cosas reprimidas: aprieto
los puños, contraigo la mandíbula y uso el silencio como
munición mientras elaboro mi plan.
Cuando se trata de Jessie, he descubierto que cuantas
más expresiones faciales muestro, más se acerca a mí. Como
una polilla a la llama. Es obvio que su atracción por mí se ha
convertido en algo más que un enamoramiento.

106
Lo sé porque yo la miro de la misma manera. Me veo en el
reflejo de sus ojos y nuestras expresiones se reflejan
mutuamente.
—¿Vas a matarme? —me pregunta con cautela.
Maté a alguien delante de ella, pero lo considero defensa
propia. Veo a Jessie como mi posesión. Ella es la parte delicada
de mí que necesita toda la protección que yo pueda
proporcionarle. Haré cualquier cosa para mantenerla a salvo.
Cuando ese bastardo atrapó a mi Jessie bajo él, la tocó de
una manera que nunca habría ocurrido si yo hubiera sido más
rápido en encontrarla. Vi el escarlata más brillante posible y
quise romperle el cuello.
No se merecía una muerte limpia. Quería que se
arrepintiera de su decisión de sentarse a horcajadas sobre mi
pequeña, creyendo que tenía derecho a tocarla.
Como el tiempo era esencial, pensé que bastaría con que
muriera aplastado por mi mano.
Ella no sufrió demasiados daños, sólo algunos raspones y
moretones.
Estaba más perturbada emocionalmente que otra cosa,
sobre todo después de que arrojara al muerto al otro lado de la
habitación y expusiera a la otra doctora que había matado.
Había estado planeando matarla, y este encierro me
proporcionó la oportunidad perfecta. Ella tuvo la suerte de que
hice que su muerte fuera algo rápida, pero también fue muy

107
dolorosa. Quería torturarla por haberme hecho perder
frívolamente el tiempo durante los últimos cinco años.
Tenía que encontrar a mi Jessie, así que limité el tiempo
que pasaba infligiendo dolor a la doctora.
Es realmente una pena.
—Tú los mataste —señala Jessie con su voz temblorosa.
—¿Vas a hacerme daño a mí también?
Ladeo la cabeza mientras me acerco a ella lentamente. —
Sólo si no me escuchas.
Ahí está de nuevo, ese magnífico temor por su vida. Me
crea o no, no se puede negar la dulce chispa de lujuria en sus
bonitos ojos. Es un brillo inconfundible, el mismo que tenía
mientras gritaba mi nombre mientras tenía mi gran polla
enterrada entre su pequeño y rosado coño.
No he sido capaz de quitarme su sabor de la lengua, y
ciertamente no he olvidado lo lascivos que eran sus gemidos.
Música para mis oídos, persiguiéndome cuando no podía
dormir.
La culpa es de ella por ser tan deliciosa.
Basta decir que mi mano no ha hecho un gran trabajo para
apagar el fuego de la lujuria en mi polla. Ha permanecido
gruesa y dura en mis pantalones, ahora más que nunca un
estorbo.
Ahora está frente a mí, y el problema en mis pantalones
desaparecerá si la uso. Sé que es moralmente incorrecto
forzarla, pero no me atrevo a preocuparme demasiado.

108
Algo en mi cerebro no me lo permite, y he aprendido a
aceptar que no tengo una pizca de compasión en mis genes.
—John —susurra ella, asustada.
Sabe lo que quiero, pero el orgullo la está cegando,
haciéndole pensar que esto está mal y que no me desea.
—De rodillas —le ordeno.
Sus dientes se hunden en su labio inferior y sus grandes
ojos de cierva me miran con total confusión. Me ha confirmado
su virginidad, pero no creí que fuera tan ingenua en cuanto al
sexo.
Está bien. No puedo imaginarme dónde guardaría mi ira si
otro hombre la hubiera tocado, si se hubiera adueñado de su
coño sin tocar, y me hubiera robado su inocencia.
Le paso una mano por el pelo y la agarro con dureza por
la nuca. Un terror sin parangón recorre su rostro mientras me
toma la muñeca con sus pequeñas manos y me suplica con voz
quebrada.
—No, por favor, yo...
Todo el deseo lujurioso ha desaparecido de sus ojos, sólo
queda un miedo atroz. Nunca me había mirado así, ni siquiera
la primera vez que nos conocimos.
No, esto es algo completamente diferente. Es demasiado
crudo, demasiado reciente para ser el resultado de un viejo
evento traumático.
—¿Qué ha pasado, pequeña? —pregunto, pero no en un
tono que sugiera que tiene elección.

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Aflojo mi agarre y ella empieza a respirar de forma errática.
Se calma un poco cuando los mechones ya no sirven de
palanca sobre ella.
—Antes... —se ahoga al intentarlo de nuevo, —antes de
que tú entraras, el Dr. Hancock hacía lo mismo.
Casi me congelo ante el cambio en su tono. Es un terror
frío como la piedra, el tipo de miedo que se tiene cuando se
está atrapado sin ningún lugar al que ir. Ella no puede luchar
porque no tiene la ira al rojo vivo. Tiene recuerdos de haber
sido obligada a someterse a un poder superior.
Ese poder fue demostrado por un hombre más fuerte que
utilizó su pelo para hacerla rendirse a él.
Aunque no había pasado nada, el miedo innato que las
mujeres tienen a los hombres floreció en su corazón.
Está asustada, y ese cambio está dañando lo que Jessie y
yo tenemos.
¿Cómo se atreve ese bastardo a hacerle esto?
Mi espalda protesta mientras me inclino para besar sus
suaves labios. No me gustan los gestos ni sus mensajes
subliminales. Esta tontería del primer beso no sirve para nada
en mi mente.
Sin embargo, hace que mi corazón se estremezca.
Es bastante extraño porque nunca antes había sucedido.
Sus ojos se abren de par en par ante el toque inusualmente
suave y exhala un estremecimiento contra mis labios. Sus

110
gruesas pestañas se agitan, evaluando su poder en esta
situación mientras se inclina un centímetro más hacia mí.
Sigo sintiendo la ligera presión en mis labios.
Ella pregunta, tan vulnerablemente suave, —¿Otra vez?
El ritmo de mi corazón parece inquieto, decidido a dominar
el sonido ambiente de la habitación acolchada.
—Tuyo, pequeña —susurro contra sus labios cuando se
inclina para besarme. —Soy tuyo.
Ella gime y emite un quejido antes de que su pequeña
mano acaricie la unión de mi cuello y mi hombro. Es un acto
sin sentido, pero la petición de orientación suena con fuerza
en mis oídos.
—Di 'sí', Jessie —le digo en voz profunda.
—¿Sí? —repite ella, aunque desorientada.
Me inclino hacia atrás y cuadro los hombros, la tensión
abandona lentamente la base de mi columna vertebral
mientras la miro. Mantengo su mano entre las mías,
acariciando la suave piel y apreciando la delicadeza de sus
rasgos.
He tenido una vista previa de ella de rodillas, con los labios
abiertos y mi polla colgando sobre ella.
Ha sido un espectáculo impresionante.
No puedo negarlo. Manteniendo mi mano alrededor de la
suya, bajo la cintura de mis pantalones mientras mi pulgar
atrapa también los calzoncillos. Todo se baja, colgando de mis
caderas, mientras mi gorda polla sale disparada.

111
Roja, goteando y dolorosamente dura. Necesito correrme,
y en toda una noche de masaje no me he corrido ni una sola
vez.
Ha sido exasperante, como mínimo.
—John —respira con un gemido agitado.
Un gruñido silencioso y tembloroso sale de mis labios
mientras envuelvo mi polla con una mano en un apretón
fuerte. Mi mano es demasiado áspera, demasiado llena de
pálidas cicatrices como para resultar cómoda. Levanto su
mano temblorosa para reemplazar la mía mientras ella
protesta, pero no me aparta activamente.
Su cuerpo siempre será honesto.
Me he imaginado follándola por la cara, inclinándola y
utilizando su pequeño coño hasta que mi polla esté satisfecha
mientras su agujero bien follado gotea de semen blanquecino.
Nada de eso sirvió cuando era mi mano la que rodeaba mi
polla.
Ya sufrí bastante anoche con esta dureza implacable.
—Jessie —pronuncio con voz áspera.
No necesito decir nada más; sus deditos se enroscan más
firmemente alrededor del eje palpitante. Atrapa la gota de
semen con la otra mano, los torpes dedos dan toques de pluma
en la cabeza hinchada.
Se muerde el labio, la fascinación pura brilla en sus ojos
mientras flexiona su agarre. Mi polla se sacude en respuesta a
sus traviesas burlas.

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Su lengua rosa recorre la punta, recogiendo la gota de
semen en su boca antes de envolver sus labios sobre la cabeza
bulbosa para chuparla suavemente.
Se me aprieta el estómago y me duele la parte inferior de
la columna vertebral mientras me contengo para no meterle mi
gorda polla en la garganta. Se ahogaría; no sería divertido para
ella.
Se arremolina en torno a la punta, explorando la pesadez
con la lengua y tarareando con gracia. Después de una
codiciosa succión, se aleja y encuentra la vena prominente con
un movimiento de la lengua.
Inhalo con fuerza y llevo mi mano a un lado de su cara,
acariciándola al mismo ritmo que la suya en mi pene.
Me gusta tener la mano en su pelo. Es agradable apretar
los sedosos mechones entre mis dedos y hacerle saber que no
tiene nada que decir.
Lo insinúo, pero nunca lo expreso.
Ella chupa la vena, pasando la lengua a lo largo de ella con
su aliento caliente sobre la piel ardiente. Hace lo que el instinto
le dice; la inexperiencia de sus acciones sirve de estímulo para
mí.
—Abre, pequeña —la animo con un gruñido.
Hace lo que le digo y abre su pequeña boca, cubriendo
cuidadosamente sus dientes inferiores con la lengua. Otro
gruñido retumba en lo más profundo de mi pecho, complacido
por su obediencia.

113
Le doy la punta brillante y la insto a inclinarse hacia
delante con un tirón de pelo. Como una buena chica, canturrea
y se mete un par de centímetros en la boca. Su boca es
pequeña, y tiene que dejar que la tensión de su mandíbula se
libere antes de intentar meterme en su garganta.
Es un proceso lento, pero estoy en la mitad de su apretada
garganta. Es una sensación embriagadoramente tortuosa
tener sus músculos apretados contrayéndose con fuerza
alrededor de mi gruesa polla.
Giro mis caderas, introduciendo más en su apretada boca,
incluso cuando las lágrimas se apoderan de sus ojos
entrecerrados. Se ahoga cuando me quedo quieto después de
que cada centímetro esté envuelto detrás de sus labios
enrojecidos. Las babas se deslizan por la comisura de su boca,
su garganta se agita para acomodar la intrusión sin poder
respirar.
—Cuenta hasta tres, pequeña —canturreo vilmente.
Cuento por ella, aguantando los segundos más de lo
debido mientras dejo que el silencio se sume a su lucha. Ella
empuja contra mis muslos, las uñas arrastrando rayas rojas
por encima de mis pantalones.
Le doy su merecida piedad y la escucho toser. Su espesa
saliva cubre la longitud de mi polla, que se agita.
Mi polla se sacude y chorrea en señal de protesta, la falta
de tensión impide la liberación que necesito
desesperadamente. No quiero correrme en su garganta. Es

114
tentador, pero la cantidad de semen que tengo en los huevos
es demasiado para desperdiciarla.
Lo quiero todo dentro de su coño virgen.
Tirando de su cabeza hacia atrás y agarrándola por el pelo,
su cabeza rebota en el cojín mientras gime. Me aseguré de no
lastimarla, pero necesito su espalda contra la pared.
Me apresuro a quitarle los pantalones y sus zapatos salen
volando ante mi repentino movimiento. No tiene tiempo de
quejarse mientras permanece sentada con sus bragas blancas
de algodón.
—Por favor, me estás asustando —llora con un hipo.
Me detengo en la cintura de sus bragas. —¿He hecho algo
que te perjudique?
Duda y niega con la cabeza. —No, pero...
—Entonces, no tienes motivos para temerme, pequeña. Ni
siquiera tengo tiempo suficiente para amarte adecuadamente.
Y mucho menos para herirla tanto como quiero.
Se muerde el labio con un movimiento de cabeza vacilante.
Levanta el culo y le quito la ropa interior húmeda de sus
piernas temblorosas. La vergüenza hace que sus mejillas se
sonrojen y sus ojos se abran de par en par. Tartamudea en
señal de protesta cuando examino la humedad donde ha
estado su bonito coño.
Froto el pulgar sobre la zona resbaladiza, y un rastro
pegajoso viene cuando dejo caer la prenda cerca de sus

115
caderas. Lamo los jugos melosos de mi pulgar y saboreo el
gusto mientras le causo gran angustia con mi comportamiento.
—¡No hagas eso! —chilla con las mejillas enrojecidas.
La ignoro y le separo los muslos; sus músculos internos se
tensan y se esfuerzan. La camisa le llega hasta el hueso de la
pelvis, lo que deja una vista sin obstáculos de su coño; los
pliegues rosados se separan, el capullo oculto asoma por la
capucha y el agujero virgen rezuma dulzura.
Pellizco burdamente un lado de su coño hinchado y separo
su diminuta abertura para medir cuánto trabajo tengo que
hacer para que su coño se agite alrededor de mi gorda polla.
Soy un hombre grande. Le va a doler cuando le quite la
virginidad y sentirá dolor por mí.
Deja escapar un gemido de impaciencia, con las cejas
anudadas por la mortificación. Mi otra mano se introduce entre
sus muslos y toma un buen volumen de crema para esparcirla
por su clítoris.
—John, por favor —murmura, pero no dice lo que quiere.
Su cuerpo se resiste un momento, pero luego sus caderas
se levantan para empujar su clítoris con más fuerza contra mi
dedo. Le pellizco el clítoris antes de darle al capullo empapado
una fuerte bofetada que hace que su voz se rompa en un
gemido.
Colocando mis rodillas en una posición cómoda, elevo sus
caderas en el aire y deslizo sus flexibles muslos alrededor de
mi cintura. Se abre más de lo que le resulta cómodo.

116
—Oh —dice con desconfianza mientras se apoya en la
pared con las manos aferradas a la parte delantera de mi
camisa.
Manteniendo el eje en movimiento, golpeo su clítoris con
la punta brillante. Sus piernas se estremecen y sus dedos se
aferran más a mi camisa mientras su respiración se entrecorta.
—John, no cabe —protesta bajo presión.
—Lo hará —corrijo.
—Tengo miedo —admite entre lágrimas. —Nunca he hecho
esto antes, y tú eres muy grande. ¿Y si...?
Sus caderas se mueven, retorciéndose y rechinando sobre
la cabeza bulbosa hasta que queda atrapada en la pequeña
abertura. Me precipito hacia delante, atravesando la pequeña
barrera de su agujero húmedo y obligando a su coño virgen a
recibir sólo la punta de mi gorda polla.
—Dijiste que querías ayudarme, ayudarme a mejorar —
digo en un tono acusador que la hace retorcerse.
Utilizaré su amabilidad para adaptarla a mi propósito,
para forzar su mundo a adaptarse al mío y para exigirle que se
someta a mis órdenes. Si bien es cierto que quiero que sea mía,
no dudaré en herirla para lograr ese objetivo.
Ella grita, guturalmente, —Tan grande que duele...
—No puedes mentirme —siseo en voz baja.
Me hundo más profundamente, extendiendo su calor
afelpado en un egoísmo necesitado. Tan resbaladiza,

117
demasiado apretada, e indiscutiblemente lista para que me
apodere de esa inocente cereza.
—Si no me ayudas, eres una chica mala —digo,
pronunciando su nombre con un áspero empujón.
Mi polla se asienta pesadamente dentro de sus músculos
ondulantes, que se agitan y chupan mi polla para derramar su
viril semen en sus empapadas paredes.
—No quiero una chica mala —digo con una burla. —Te
dejaré atrás.
Su apretado coño se agita mientras se abalanza sobre mí
con los brazos, con la cara presionada contra mi cuello y
gimiendo por lo bajo.
—No, no, por favor, seré buena. Ayudaré... lo que sea, haré
lo que sea —me suplica entre sollozos. —Por favor, no me dejes.
Meciéndome contra ella, encuentro ese punto carnoso y
presiono la punta chorreante contra él. Ella grita
ruidosamente, un sonido chirriante que rebota en mis oídos.
Mi gran cuerpo la atrapa contra la pared, follándola con
desenfreno mientras me retiro pero dejando la gorda e
hinchada punta dentro.
Cuando se acostumbra a que sus paredes blandas se
adapten al grosor de mi polla, me olvido de cualquier idea de
no usarla.
Hago rebotar sus caderas con cada embestida, abriendo
su agujero blando y dejando que sus músculos sorban mi
grosor.

118
—John, John —susurra, —¡hay alguien ahí!
Su coño encierra dulcemente mi polla cuando me detengo
a mitad de camino para responder a su preocupación. Giro la
cabeza por encima del hombro y miro la ventana rectangular,
pero no hay nadie.
No me molesto ni me apresuro; simplemente me giro y
empiezo a martillear de nuevo su coño descuidado.
—Había... —suplica, —¡Había alguien allí! Por favor, han
visto...
No vieron nada. Tengo su pequeño cuerpo engullido por el
mío; todo lo que vieron fueron las piernas desnudas rebotando
alrededor de mis caderas.
Las implicaciones de la posición serían fáciles de adivinar,
pero no me preocupa.
El sonido de aplastamiento se hace más fuerte, más
desordenado y más almibarado. Ella grita roncamente y
tiembla. Los escalofríos salen de sus huesos mientras jadea sin
aliento. El más dulce chorro de crema caliente se extiende
alrededor de mi polla martillando y salpica hasta formar un lío
de telarañas.
Puede correrse sin que le toque el clítoris.
Es interesante. Es una información muy útil.
Una neblina me empaña la vista mientras continúo
follándola hasta que se libera. Pide clemencia, pero no estoy de
humor para darla. Necesito perseguir la liberación atrasada
que lleva toda la noche en mis pelotas.

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Sujeto su sensible cuerpo a la pared y me muelo en el
esponjoso lugar. Sus manos recorren frenéticamente mi
espalda, agarrando y tirando de la camisa mientras mueve sus
caderas hacia mí.
Ajusta el ángulo a medida que voy empujando. El
movimiento no se me escapa, así que la ayudo a empujar su
clítoris empapado con mis embestidas.
Ella balbucea hasta que su hermosa voz se le atasca en la
garganta. Sus pliegues temblorosos sorben salvajemente, y su
pequeño orificio se cierra alrededor del grosor mientras su
coño hinchado ordeña mi polla.
Ráfagas de cremosidad brotan de la punta hinchada,
extendiendo mi propiedad sobre su coño desflorado.
Ella gime en voz baja: —John.
Le paso una mano por el cuello, cerrándole las vías
respiratorias, y saboreo los obscenos espasmos de su coño
empapado por el pánico. Sus labios se separan en señal de
protesta, pero la falta de aire hace que su cuerpo se debilite.
Sus pesadas pestañas se agitan mientras sus ojos se
cierran. Aguanto un momento más. Mis labios encuentran su
mejilla, contando el pulso que salta en las yemas de mis dedos
cuando empieza a disminuir.
—Nos vamos a ir juntos, pequeña. Nadie podrá separarnos
nunca más.

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Capítulo 9

Jessie

No sé cuánto tiempo he estado fuera.


En cuanto abro los ojos en la habitación acolchada, me
levanto de golpe y una sacudida de dolor me recorre el cuerpo.
Los brazos me tiemblan por el esfuerzo, y el temblor no hace
más que empeorar mientras mantengo mi peso sobre las
palmas de las manos.
Los recuerdos inundan mi mente. Me levanto del suelo y
me apoyo en la pared. La habitación se balancea de forma
nauseabunda mientras contengo el sabor ácido de mi
garganta.
Me tambaleo hasta la puerta y pruebo con la jaula de
barrotes, haciéndola sonar hasta que la cerradura salta y la
puerta se abre con un chirrido. Me cuesta un poco abrir la
puerta exterior; es pesada y no cede. Cuando consigo abrirla,
algo bloquea la puerta y un hedor pútrido llega a la habitación.

121
Me tapo la nariz y me llevo una mano a la cara. Eso ayuda
a combatir el olor mientras aprieto el hombro contra la puerta
para moverla.
A mitad de camino, una pierna asoma por la abertura.
Salto hacia atrás y miro fijamente la extremidad, provista de
una zapatilla de tenis ensangrentada.
Con todo lo que ha pasado, estoy en alerta y preparada
para que alguien entre corriendo en la habitación. Pasa un
minuto y sigue el silencio. Así que me armo de valor y salgo
corriendo de la habitación.
Hay una mujer desplomada cerca de la puerta, con la
cabeza torcida hacia la habitación. Nadie podría tener el cuello
contorsionado de esa manera y no estar muerto. Pero tardo un
momento en asimilarlo.
Se me llenan los ojos de lágrimas cuando me doy la vuelta.
La escena es tan espantosa que me apresuro a alejarme de ella.
Corro por el pasillo, buscando respuestas y no encontrando
ninguna mientras me pierdo en el caótico manicomio.
Todo lo que veo son cuerpos por todas partes. Ninguno
parece respirar, y la sangre coagulada cubre las superficies
circundantes en patrones sin sentido.
—Por favor —dice una voz débil, —ayúdame.
Mi cabeza da vueltas mientras busco el origen de la voz.
Un hombre yace boca abajo, con la cara apartada de mí
mientras su espalda se estremece.

122
Caigo de rodillas, pero no sé qué hacer mientras mis
manos se ciernen sobre su espalda.
—¿Qué puedo hacer? —pregunto frenéticamente.
Se las arregla para resoplar dolorosamente: —Arriba.
Supongo que se refiere a darle la vuelta para que pueda
respirar mejor. Tiro lentamente de sus hombros y dejo que la
gravedad lo deje caer sobre su espalda. Escupe de dolor, con
gotas de sangre escapando de su boca jadeante. La sangre se
cuela entre sus dientes mientras sus ojos se vuelven vidriosos.
Examino su cuerpo en busca de heridas, y la sangre que
se acumula alrededor de su estómago se extiende con una
rapidez alarmante. Se está formando un charco en el suelo.
Levanto la tela y evalúo la herida, pero nada podría haberme
preparado para la gravedad de la misma.
Lo han destripado.
Sus intestinos se asoman por la herida irregular. Unas
lágrimas punzantes me hacen entrecerrar los ojos mientras me
dan arcadas en la garganta.
Mientras insto al hombre a que aguante y no se rinda, me
doy cuenta de que estoy hablando con su cadáver. Ha dejado
de respirar; la falta de luz en sus ojos es la primera señal de
su fallecimiento.
La parte lógica de mí no se sorprende porque la pérdida de
sangre por sí sola debería haberle matado. Pero mi parte
emocional está demasiado asustada para detener el grito
histérico que sale de mis labios.

123
Antes de darme cuenta, empiezo a retroceder hacia la
pared. Mis ojos se desenfocan y vuelven a centrarse en el
cuerpo. La sangre que late en mis oídos hace que me cueste
controlar mis nervios.
Tengo que averiguar qué está pasando en este lugar, pero
la preocupación más acuciante es la localización de John.
¿Dónde está?
Recuerdo cuando me cortó el oxígeno hasta que me
desmayé. No entiendo cuál fue su motivo para hacerlo, pero
eso explica su huida. He tenido la impresión de que está aquí
involuntariamente, pero John es un hombre perversamente
brillante. Entiende su entorno, y es más autosuficiente de lo
que la gente cree.
Podría haber escapado mucho antes de que yo empezara a
trabajar aquí, pero ha elegido hacerlo hoy.
No puedo entenderlo.
Tal vez este encierro es lo que estaba esperando. Esta
distracción es lo suficientemente grande como para que se
escabulla sin que se note porque todo el mundo está tratando
de controlar la situación, especialmente después de las
horribles muertes.
Me ha utilizado.
Mi teoría se demuestra errónea cuando John aparece por
la esquina.
Sus robustos pasos son seguros y su imponente altura
reaviva el miedo que corre por mis venas. Su gran mano rodea

124
el tobillo de alguien, arrastrándolo desde detrás de la pared
mientras se acerca.
Conozco ese tatuaje en el tobillo, una pequeña oruga sobre
una cuerda.
—Lisa —susurro, casi con arcadas.
Tiene los ojos cerrados, pero su pecho se mueve. Está viva
y me hace ver la realidad de todo esto. No presto atención a las
campanas de alarma que suenan en mi cabeza mientras me
arrastro hacia sus musculosas piernas.
Sólo me preocupa Lisa.
Quiero tenerla en mis brazos y sentirla respirar. Me
ayudará a pensar mejor para ver dónde está herida.
John tiene otras cosas en la cabeza.
Da un tirón de la mano, y ese simple movimiento de
muñeca desliza el cuerpo de Lisa hacia su otro lado. Su
flagrante falta de respeto hacia ella queda patente en el
desprecio de sus ojos de obsidiana. Ella no le importa y no
tiene reparos en utilizar a Lisa para limpiar el suelo.
—John —suplico.
Mis rodillas palpitan mientras agarro sus pantalones, la
tela demasiado fina para ocultar sus tensos músculos.
—Suelta a Lisa —digo mientras mis ojos bajan hacia su
cuerpo inconsciente.
Es mi amiga y quiero protegerla. Al tratar con John,
necesito mucho tacto. No podré ganar contra él físicamente.

125
Ha demostrado ser un individuo muy brillante, así que es difícil
encontrar el mejor enfoque en medio de este caos.
Ladea la cabeza y le suelta el tobillo, el miembro cae con
un golpe sordo. Ella no se inmuta ante el brusco tratamiento,
ni siquiera sus pestañas se mueven para indicar actividad
detrás de sus párpados.
John se aparta y me impide alcanzar a Lisa. El significado
de su acción es claro, la advertencia emana de sus rígidos
músculos. Me va a hacer daño si intento tocar a Lisa. O peor
aún, la lastimará si no lo escucho.
Mi prioridad es asegurarme de que John no haga daño a
Lisa. No sé si su falta de conciencia tiene algo que ver con él,
pero no quiero ser la razón para que la lastime aún más.
—¿Qué has hecho, John? —vuelvo a preguntar.
Mis piernas son demasiado débiles para estar de pie
mientras me agarro a su otra pierna. Su gran mano alisando
el pelo de mi cabeza es un gesto enfermizo, pero también crea
una sensación de refugio.
En este momento de suave silencio, no le temo como
debería. Me hace sentir segura. He bajado la guardia más de
lo que me gustaría admitir. Pero es la verdad; no puedo negar
la sensación de seguridad que siento cuando el ritmo errático
de mi corazón se ralentiza.
Él está aquí y no dejará que me pase nada.
Me levanta con facilidad y mis rodillas se doblan ante el
repentino movimiento. Me apoyo en él mientras me mantiene

126
a un brazo de distancia; la extraña distancia no se me escapa.
Lo noto inmediatamente porque a John normalmente le gusta
tenerme cerca, así que esto es un poco peculiar.
—¿Tú has hecho esto? —lo presiono para que responda.
Sigue sin responder. Sus ojos de obsidiana brillan y sus
labios se dibujan en una sonrisa. Nada de eso me hace querer
alejarme de la seguridad de sus brazos.
—Por favor, necesito respuestas —le suplico una vez más.
Su continuo silencio es ensordecedor mientras los latidos
de mi corazón laten en mi sien.
—¿Mataste al hombre? —Sacudo sus brazos, pero no se
inmuta.
—En defensa propia —dice finalmente.
—¿Intentó hacerte daño? —susurro, vacilante, pero con
pánico.
Busco heridas en su enorme cuerpo; hay mucha sangre en
su ropa. Recorro con las manos su camisa y rozo su cuerpo,
pero no encuentro nada que explique la cantidad de sangre que
tiene.
No es suya.
—¿De quién es esta sangre, John? —exijo con voz
temblorosa.
En cambio, él responde a mi otra pregunta: —Iba a
alejarme de ti.
—¿Qué? —pregunto incrédula.

127
Una mano callosa me acaricia la mejilla y él dice
secamente: —No querían que estuviéramos juntos.
Cada respuesta que da sólo suscita más preguntas. Estoy
más confundida que antes, y aún no he llegado al problema de
Lisa.
Alguien o algo la ha dejado inconsciente, y necesito saber
si ha sido él.
—Me quedo contigo —pronuncia posesivamente con un
extraño brillo en los ojos.
Habla como si yo fuera un objeto, la perversa obsesión en
sus tonos obsidianos es todo menos amable.
Mascullo para mí misma mientras trato de encontrarle
sentido a esto. Lo único que entiendo es que John podría haber
hecho daño a esas personas porque querían llevarlo a una zona
segura, incluida Lisa. Pero él lo vio como si lo alejaran de mí.
El protocolo durante un encierro es priorizar a los
pacientes y mantenerlos en un lugar seguro. Debieron intentar
hacerlo, y no se lo tomó bien.
Estuve inconsciente durante un tiempo, así que estoy
usando lo que sé de John para rellenar los espacios en blanco.
Pero tiene sentido.
Suena una sirena lejana, pero probablemente no la habría
notado si el manicomio no estuviera tan tranquilo. Me viene un
pensamiento espantoso al preguntarme si todos habrán
corrido la misma suerte por culpa de la locura de John.
—Nos vamos, pequeña —ordena, pero no se mueve.

128
Me estremezco ante el tono frío de su voz. —Pero, Lisa...
—Estará bien —reconoce impasible, —o no lo estará.
Hace una pausa y me rodea la mandíbula con una mano
para levantar mis ojos hacia los suyos. —Tú eliges.
El ultimátum me hace sentir mareada, con el estómago
revuelto.
La sirena se acerca, perforando mis oídos mientras me
esfuerzo por comprender la elección que se me presenta.
Necesito tiempo para pensar, pero John me aplica una presión
asfixiante en la mandíbula como recordatorio de su exigencia.
—No harás daño a Lisa si voy contigo —digo, haciendo que
no sea negociable.
Quiero su palabra de que Lisa estará a salvo. No puedo
dejar que la lastime por mi decisión impulsiva de ir con John.
Necesito saber que no faltará a su palabra.
Asiente secamente con una mirada penetrante.
Me relamo los labios y asiento con la cabeza mientras las
sirenas llegan al edificio, los destellos de luz atraviesan las
ventanas y golpean las paredes. Él se mantiene tranquilo,
ignorando las implicaciones de que la policía vea la carnicería
aquí.
Tendrá problemas con la ley, con las muertes de la Dra.
Carrey y del Dr. Hancock sobre su cabeza. Y podría haber más
muertes que ocurrieron cuando estaba inconsciente.

129
Agarro su mano, afirmando la elección que estoy haciendo
sobre el camino que está tomando mi vida y el impacto en mi
alma.
Por el bien de todos, tengo que hacer lo que sea necesario
para evitar que John haga daño a alguien más. No quiero tener
la sangre de Lisa en mis manos; me sentiré fuera de control si
su muerte es el resultado de mi mala acción.
Respiro profundamente y giro con su mano entre las mías,
agarrándome con fuerza por miedo a quedarme atrás.
No se dice nada mientras nos precipitamos por los pasillos;
los cuerpos desplomados, la sangre pintando las superficies
como si fuera arte festivo y los objetos esparcidos por el pánico.
Tanteo la cerradura de la puerta de la zona principal de
empleados. La puerta se abre con un gemido y se cierra con
un chirrido, lo que provoca una tensión innecesaria en mi
corazón mientras mi mano tiembla en la de John.
No hace ningún movimiento para consolarme cuando miro
por encima del hombro mientras nos dirigimos a la salida.
Los labios de John se curvan en una sonrisa malvada, y la
locura triunfante se muestra en la soledad de sus ojos.
Por un momento, me pregunto si he tomado la decisión
correcta al meterme en la boca del lobo.
John me agarra la mano como si me leyera el pensamiento
o viera la duda en mi rostro. Pero continúo arrastrándolo por
las escaleras hasta el búnker subterráneo con tuberías
expuestas.

130
El olor rancio del polvo y el moho llena mis pulmones
mientras acelero mis pasos. Este búnker subterráneo conduce
a una salida abandonada que fue sellada para evitar la entrada
de ocupantes ilegales. He oído hablar de esta zona subterránea
a través de los rumores del personal, pero nunca la había visto.
Sólo hay un camino para llegar allí, así que no es difícil de
encontrar con las luces blancas que brillan sobre las barras de
hierro de la puerta de salida. El olor aquí ahora incluye hierba
fresca del otro lado de la puerta.
Suelto la mano de John y examino la oxidada cerradura,
haciendo sonar la cadena para ver si se suelta. Pero no hay
suerte y suelto la cadena con un suspiro frenético.
John se acerca tranquilamente a mí y enrosca sus gruesos
dedos alrededor de la cadena. Da un tirón despreocupado y su
fuerza rompe el candado. La cadena oxidada resuena al caer al
suelo.
Abre la puerta de barrotes de un empujón, arrastrando las
hojas secas y el barro acumulado.
Él se queda fuera un segundo, saboreando la frescura del
mundo mientras mira al cielo. Luego se gira y me tiende la
mano. Sello mi destino poniendo mi mano en la suya.
Estoy demasiado involucrada; no hay vuelta atrás. Si voy
a la policía ahora, me acusarán en el peor de los casos. John
podría usar una defensa de locura criminal para salir de esto.
Pero yo no tendría una defensa porque sería vista como una
cómplice en este horrible evento.

131
John tiene pruebas de que no es capaz de cuidar de sí
mismo. Está bien documentado y archivado en el juzgado que
es un asesino que carece de capacidad para saber que lo que
hizo estuvo mal.
Un suspiro de duda me hace pensar que John planeó esto
hace cinco años, utilizando una defensa por locura para salirse
con la suya en el asesinato de cualquier pobre alma que se le
cruzara.
Ahora estamos en el mismo barco.
—Quiero ir a casa —dice.
Lo llevo a casa. Mi casa porque él no tiene una. Lo dejo
entrar en el lugar en el que me siento más segura, poniendo
sin querer a mi compañera de piso en peligro por este
psicópata.
Ella aún no está en casa, pero lo estará pronto. No sé a
dónde ir desde aquí.
El viaje a casa fue cegadoramente borroso, pero llegamos
a mi salón con la ropa sucia.
Este es el momento y el lugar equivocado para cuestionar
sus motivos, pero necesito una parte de la verdad de él. Es
alguien a quien, sin saberlo, he dejado entrar en mi corazón.
Pero John es un enigmático rompecabezas que sigue
evolucionando hasta convertirse en alguien especial.
—¿Por qué has hecho esto? —pregunto con la saliva
espesa ahogando las palabras.

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Se inclina y presiona sus labios contra los míos. Exhala
una risa atroz, tan profunda y perturbadoramente
tranquilizadora.
—Cualquier cosa —añado como una idea tardía. —¿Por
qué?
Canturrea, y desliza sus labios con más fuerza sobre los
míos mientras sonríe. Su lengua sale, se arrastra por mis
labios y separa mis dientes renuentes mientras profundiza el
beso.
Su lengua se enrosca con la mía. Es inocente y
curiosamente tranquilizador. Me hace olvidar lo que ha pasado
hace apenas una hora. Necesito dejar que la ansiedad se
escape de mi mente para no llorar.
Mi vida no volverá a ser la misma.
Sus dientes me muerden, y mi lengua palpita
dolorosamente antes de retirarla. Hago una mueca de dolor y
tengo hipo; el dolor es una llamada de atención para afrontar
la realidad.
John sonríe con indiferencia.
—No sé lo que es el 'amor', pero esto es lo más parecido
que puedo conseguir.
Nunca pensé que sus acciones fueran impulsadas por el
amor. No han sido lo que una persona normal hace a alguien
que ama. Pero recuerdo que John no es normal según los
estándares de nadie.
Está loco, por decirlo suavemente.

133
—Es la primera vez que deseo algo tanto, tanto como para
matar para conservarlo —me dice amenazadoramente. —¿Vas
a ser una buena chica para mí? —formula la inocente pregunta
con tiránica vehemencia.
—Lo seré —digo mientras me trago el miedo. —Seré una
buena chica para ti.

134
Epilogo

John

Cinco años después…

Ser civilizado.
Es un concepto que estaba empezando a entender cuando
un nuevo vecino se mudó al final de la calle.
No me molestó ni perturbó mi vida. Lo que ocurra en el
barrio no me preocupa mientras no implique a mi familia.
Me da igual que el grupo de vigilancia del barrio se
manifieste sobre la necesidad de más protección cuando los
coches de otros lugares bajan por las calles para ver las luces
de Navidad. Me resulta fácil ignorar a la gente, y nuestros
vecinos piensan que soy un imbécil inculto por no tener la
cortesía común de saludarlos cuando los veo.
Podrían tener ácido en la garganta y yo no pestañearía.
Los nuevos vecinos resultan ser un hombre joven con su
mujer y su bebé de tres meses. Él ha ido de puerta en puerta

135
a todas las casas de la zona para saludar a los propietarios en
persona.
Se han presentado a sí mismos y a su bebé y se han
asegurado de que Jessie y yo sepamos que son recién casados.
Pensé que sería la última vez que hablaría con ellos porque
viven al final de la calle. Rara vez nos relacionamos con alguien
que esté a más de tres casas de distancia de nosotros.
Pensé mal.
Por alguna razón insondable, el marido se encargó de
conocer a Jessie. Mi pequeña no quiere problemas con los
vecinos, así que lo atribuyó a que estaba demasiado
entusiasmado por conocer a alguien cercano a su edad.
El hombre no me cayó bien de entrada; sus ojos se
desviaron demasiado hacia el pecho de mi mujer, y la tomó de
la mano durante demasiado tiempo cuando se estrecharon.
Jessie me cuenta a menudo su día y lo que ha pasado en
el trabajo. Nunca deja de mencionar que ha visto a ese vecino
en particular cuando regresa a nuestro barrio.
Es como si acampara en su césped y esperara a Jessie a
propósito.
Nunca volví a ver a la esposa del hombre ni al bebé. Pero
él sigue viniendo con el pretexto de hacer preguntas sobre el
vecindario. Tengo cámaras de seguridad instaladas en el
exterior de nuestra casa, así que sé exactamente cuándo y con
qué frecuencia viene a nuestra casa.

136
Jessie se siente incómoda por la frecuencia con la que el
hombre nos invita a tomar algo en el bar de un par de calles
más abajo.
Ella ha empezado a fingir que no está en casa cuando él
llama a la puerta. Ninguno de nosotros ha dado a nadie
nuestros números de teléfono. A pesar de todas las veces que
ella no ha contestado a la puerta, él sigue molestándonos.
He visto cómo mira a mi mujer, pero cree que no me doy
cuenta. No me ve como una amenaza. Si está pensando en una
aventura conyugal, es un error que lamentará.
—¿Por qué estás mirando al sofá? —pregunta mi mujer.
Parpadeo y dirijo mi atención a sus ojos curiosos. La
adorable inclinación de su cabeza hace que su pelo caiga en
cascada sobre sus pequeños hombros. Acaba de acostar a
nuestro hijo para que duerma la siesta, ya que ha estado
jugando demasiado tiempo en el patio trasero.
Mantengo un ojo atento a mi familia y me niego a dejar que
nada la destruya; no ese hombre, y ciertamente no Lisa.
La única vez que volvió a meterse en nuestras vidas fue
hace dos años, cuando un investigador privado descubrió
dónde vivíamos. Me colé en su coche y lo saqué por la
ventanilla, poniéndole una bota en la garganta hasta que me
lo contó todo.
Lisa lo había contratado para encontrar a Jessie. Desde
entonces, me arrepiento de no haber acabado con su vida
cuando tuve la oportunidad. Me aseguré de presentarme

137
adecuadamente al investigador privado como 'John Doe' y le
metí en la cabeza que soy un sociópata diagnosticado
clínicamente con tendencias psicóticas.
La implicación de esto lo hizo salir corriendo.
Nunca le hablé a Jessie de Lisa ni del investigador privado.
En su mente, Lisa salió de su vida hace cinco años.
Nos mudamos aquí después de dar la impresión de que la
línea de gas de nuestra antigua casa era insegura. Pensé que
podríamos establecernos aquí y que la vida con nuestro hijo
sería tranquila.
La vida tenía otros planes.
—¿John? —bromea mientras me estrecha el brazo.
Le doy un beso en la cabeza y se sonroja ante el gesto
íntimo. Llevamos mucho tiempo casados y nos dedicamos a
intimidades más picantes que los besos. Pero estos gestos
hacen que se sonroje con locura.
Su inocencia sigue siendo visible cuando me mira
asombrada por hacer algo inocuo.
—Hay una gran venta en el centro comercial outlet —
menciona tímidamente, —¿quieres ir?
Me vienen a la mente las experiencias pasadas como su
personal encargado de las maletas. No me importa que vaya de
compras; le alivia el estrés y ganamos más que suficiente
dinero. La mimo, pero comprar para ella misma tiene un efecto
diferente.

138
Se cansa antes que yo, así que no me molesta llevar sus
bolsas. Jessie se siente culpable por ello después y me lo
compensa en la habitación. No es algo de lo que me queje.
Esta vez, tengo algo que atender.
—Tengo que trabajar —comento con calma mientras su
cabeza se inclina de nuevo. —Puedo dejarte y luego recogerte
cuando llames.
En realidad no tengo que trabajar hoy, pero es la excusa
más fácil para engañarla.
Se encoge de hombros y asiente. —De acuerdo, pero no
trabajes mucho, eso sí.
Asiento con la cabeza antes de besar sus suaves labios.
Todavía huele a mí después de nuestra mañana juntos, y se
mezcla con su adictiva dulzura.
Jessie se va corriendo al dormitorio para prepararse para
sus compras, y yo la veo rebotar por el pasillo en el monitor de
seguridad que está montado en la encimera de la cocina. Tengo
imágenes en directo en las zonas comunes, pero nunca violaría
nuestras zonas íntimas con vigilancia.
No ignoro la posibilidad de los hackers.
Mis ojos se dirigen a otro cuadro que muestra a nuestro
hijo durmiendo profundamente en su cuarto de juegos. Es una
buena señal.
Necesito que duerma mientras hago esto.
Me meto la mano en el bolsillo y aprieto la pequeña bolsita
de dimetiltriptamina. Esta droga psicodélica provoca las peores

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alucinaciones y se elimina del organismo en veinticuatro
horas.
Mi intención no es hacer que ese hombre muera de
sobredosis, pero sí quiero que muera por los efectos
secundarios. En la dosis equivocada, pone una tensión
inmensa en el corazón y resulta en ataques cardíacos. Logré
aprender algo en el manicomio, y sería una pena no usar ese
conocimiento.
Casualmente, el hombre hablador mencionó una vez que
tenía la presión arterial alta desde que era un niño.
Era como una invitación a provocarle un infarto inducido,
y no podía dejar pasar la oferta. No cuando se empeña en
querer acostarse con mi mujer.
Pensaba esperar a un momento mejor, preferiblemente
uno en el que la mujer y el hijo del hombre estuvieran fuera de
su casa. Pero su presencia se está volviendo demasiado
exasperante.
No puedo garantizar que no le aplaste el cráneo la próxima
vez que lo vea porque, sin duda, coquetea con mi mujer cada
vez que se cruza espontáneamente con ella.
—Compórtate, esposo —reprende Jessie con una sonrisa
juguetona.
Canturreo y encuentro sus labios con un beso. La llave del
coche cuelga ruidosamente de sus dedos mientras me devuelve
el beso con más fuerza. Mis brazos rodean su cintura y

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entrelazo mis dedos. El anillo de bodas se clava en mi dedo
como símbolo de su control sobre mí.
—Siempre, esposa —juro de modo amenazador.

Fin

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