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Es la colección como nos la dejó Francesco Petrarca (1304-1374), definitivamente

ordenada en un códice, en parte autógrafo, que ahora está en la Vaticana, el famoso códice
3195 de gran parte de las rimas amorosas escritas por él en italiano para Madonna Laura (o
más tarde referidas a aquel amor), más unas treinta composiciones de temas diversos, sobre
todo morales y políticos, diseminadas entre las primeras; en conjunto son 366
composiciones políticas, entre las cuales hay 4 madrigales, 7 baladas, 9 sextinas, 29
canciones; el resto son sonetos, la forma predilecta de Petrarca que quedó para siempre
marcada con su íntimo sello espiritual. El conjunto dividido en dos partes, que tomaron
tradicionalmente el nombre “invita” (hasta el número 266) e “el norte” de Madonna Laura;
pero más exactamente partieron, como han observado agudamente algunos investigadores
del punto en que el conflicto entre los cuidados mundanales y espirituales, entre el amor
profano y el amor sagrado se establece claro ante el espíritu del poeta (desde el n. 264). Las
composiciones que Petrarca no quiso reunir, gran parte de su correspondencia poética, y las
rimas de dudosa atribución, han sido reunidas por los críticos bajo la denominación de
“Extravagante”. Ni siquiera el título de “Concomiere” es de Petrarca: él había titulado estas
poesías Rerum vulgarium fragmenta, como para indicar que sólo se trataba de una parte de
las muchas poesías por él escritas, y para afirmar el poema interior del que sólo eran
fragmentos. Tal vez también quería adelantarse con un título modesto que no perjudicase a
las que se tenían por sus obras mayores, para que las generaciones venideras, que él veía
encaminadas a un retorno a la antigüedad clásica, no le echasen en cara aquella concesión
al gusto (vulgar). La verdad era que había comenzado a escribir en vulgar sólo para
complacer a las mujeres y a los jóvenes elegantes que admiraban su pulcra dulzura (Fam.,
VI, 3), pero sin persuasión de que aquellos escritos insignificantes (nugellae) suyos,
pudieran sobrevivir junto a sus cosas (serias), esto es, sus obras latinas, hasta que la
admiración universal le indujo a cambiar de pensamiento (Canz., 293).

Entonces se decidió a recoger estas “rimas dispersas”, a corregirlas y volverlas a corregir


con amor, a intentar diversas maneras de ordenarlas, de modo que esa dispersión se
compusiese en un todo lo menos fragmentario posible. En el centro del Cancionera, queda
siempre la figura de Laura de la que se ha dicho que es, finalmente, después de las
abstracciones del “Stilovo” (v.), una mujer real. Y lo es sin duda si se trata de la mujer
exterior.

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