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B. EL DERECHO INDIANO
Es éste el derecho expedido por las autoridades españolas peninsulares o sus delegados u otros funcionarios y
organismos en los territorios ultramarinos, para valer en éstos. Hacia un lado, este derecho se completa por aquellas
normas indígenas qué no contrariaban los intereses de la Corona o el ambiente cristiano, y por otro lado (y sobre todo
en materia de derecho privado) por el derecho castellano, al que se refería el capítulo II.
El orden de prelación de las fuentes del derecho castellano, aplicable subsidiariamente a los territorios de
ultramar, se encuentra en la "Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias", que se refiere a las Leyes de Toro
(1505). Estas Leyes, a su vez, se basan en el Ordenamiento de Alcalá, de 1348, que establece como orden: 1) este Orde-
namiento de Alcalá, luego 2) los Fueros Municipales y el Fuero Real y finalmente 3) las Partidas. Sin embargo, en caso
de controversias, surgidas en la Nueva España posteriormente a 1567, a pesar de este texto de las LI, es probable que,
antes de todo, se ha recurrido a la Nueva Recopilación (1567) o, para controversias entre 1805 y 1821, inclusive a la
Novísima Recopilación.
En la historia del derecho indiano, debemos distinguir entre (a) una fase inicial, en la que se discuten los
fundamentos ideológicos de este derecho (cuestiones como la del derecho adquirido de los indios respecto de sus
tierras, la posibilidad de hacerles esclavos, o la de repartir a los indios entre los españoles, como recompensa de su
conducta en la fase de la Conquista), y, (b) a partir de mediados del siglo XVI, cuando estas bases comienzan a cuajarse,
la fase de tranquila organización administrativa del inmenso territorio.
Una primera fuente del derecho indiano es la legislación. De esta fuente emana una avalancha de Reales
Cédulas, Provisiones, Instrucciones, Ordenanzas, Autos Acordados, Pragmáticas, Reglamentos, Decretos, Cartas Abier-
tas, etcétera. Algunas normas del derecho indiano valían sólo en algunos territorios ultramarinos españoles, otras en
todas las Indias Occidentales.
El fundamento de toda la legislación indiana era la Corona, y la ratificación por ella era necesaria para toda
medida, emanada de los virreyes, audiencias, gobernadores, ciudades, etcétera, con la particularidad de que, pen-
diente la ratificación, los normas dictadas por virreyes y audiencias surtían provisionalmente efecto inmediato,
mientras que las emanadas de gobernadores y ciudades debían obtener previamente la autorización por el virrey o la
audiencia, en cuyo caso surtían ya efectos mientras se obtenía la ratificación por la Corona. Por otra parte, los
gobernadores, presidentes y virreyes, más cercanos a una realidad que desde Madrid no siempre pudo juzgarse, podían
pedir la revocación o modificación de las Cédulas Reales recibidas, y suspender entre tanto su ejecución.
Esta legislación indiana produjo un derecho desconfiado, plagado de trámites burocráticos; además tiene un
carácter altamente casuístico y es caracterizado por un tono moralista e inclusive social, no muy compatible con el
intento con que muchos españoles habían ido a las Indias Occidentales, de modo que la práctica y el derecho formal se
divorciaban frecuentemente.
Dentro de la cascada de normas de derecho indiano, a menudo sólo experimentales, tentativas, y
frecuentemente orientadas hacia un caso especial, pero susceptibles de aplicarse por analogía a casos semejantes,
varias normas y grupos de normas se destacan por su gran importancia. Entre ellas debemos mencionar las Leyes de
Burgos de 1512, la Provisión de Granada de 17.XI. 1526; las Nuevas Leyes de 1542; las Ordenanzas de Felipe II de 1573,
y la reforma agraria de 1754. Las normas más importantes, en vigor en 1680, se encuentran generalmente —no
siempre— compiladas en la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, de 1680.
También ya antes de 1680 hubo varios importantes intentos de codificar estas normas de derecho indiano,
desde la Recopilación de Juan de Ovando; el Repertorio de Maldonado (1556) para las Indias en general, sin fecha pero
quizás la más antigua; pasando por el Cedulario de Puga (1563) con normas de derecho indiano vigentes en la Nueva
España, expedidas entre 1525 y 1562; la compilación de Alonso de Zorita, de 1574, para las Indias en general; un
cedulario anónimo, sin fecha, pero de la misma época de la obra de Zorita, para las Indias en general, con el título de
Gobernación Espiritual y Temporal de las Indias y publicado en los volúmenes 20-25 de la Colección de Documentos
Inéditos de Ultramar; la recopilación de Diego de Encinas, para las Indias en general, de 1596; los Sumarios de Rodrigo
de Aguiar, de 1628, para las Indias en general; el proyecto de León Pinelo, de índole general (Autos, Acuerdos y Decretos
de Gobierno Real y Supremo Consejo de las Indias) de 1658; y los Sumarios de Juan Francisco de Montemayor de 1678,
elaborados sobre todo para la Nueva España. Sabemos que existieron aún varias otras recopilaciones importantes,
como el Proyecto de Solórzano, que hasta la fecha no han podido ser localizadas. También existen algunos cedularios
en forma manuscrita, que todavía no están a la disposición del estudioso moderno, en edición impresa.
Además, Andrés de Carvajal reunió en 1522 lo referente a la Casa de Contratación, formando así la base para
el Libro IX de “la Recopilación de los Reinos de las Indias, de 1680”
Finalmente logró formarse el proyecto que, oficialmente aprobado, se convirtió en la Recopilación de Leyes de
las Indias, de 1680, para cuyo toque final el famoso Juan de Solórzano, jurista peruano, colaboró.
Las Leyes de Indias consisten de 9 libros, subdivididos en títulos (218). Desde la edición de 1681 hubo otras, de
1756, 1774 y 1791, pero sin modificar el material. La sistemática no es ideal; hay cierta confusión de materias.
El Libro I se refiere a la Iglesia, los clérigos, diezmos, la enseñanza y censura;
El Libro II habla de las normas en general, del Consejo de Indias, las Audiencias, y el Juzgado de Bienes de
Difuntos (con detalladas reglas sobre la conservación y transmisión anual de los bienes de fallecidos en las Indias, si no
tuvieran herederos aquí mismo).
El Libro III trata del virrey, y de asuntos militares.
El Libro IV se refiere a los descubrimientos de nuevas zonas, el establecimiento de centros de población, el
derecho municipal, casas de moneda y obrajes (o sea talleres industriales).
El Libro V contiene normas sobre gobernadores, alcaldes mayores, corregidores, y cuestiones procesales.
El Libro VI está dedicado a los problemas que surgen en relación con el indio: las reducciones de indios, sus
tributos, los protectores de indios, caciques, repartimientos, encomiendas y normas laborales (entre las que
encontramos la fijación de ciertos salarios, limitación temporal de la vigencia de ciertos contratos de trabajo, normas
como la de que la mujer india no puede servir en casa de un colonizador si su marido no trabaja allí, etcétera).
El Libro VII se refiere a cuestiones morales y penales. Allí, ínter alia, se insiste en que los colonizadores casados
no deben dejar a su esposa en España, y, si vienen solos acá, deben dar fianza para garantizar su regreso dentro de dos
años (en caso de mercaderes, dentro de tres años).
El VIII contiene normas fiscales, y
El IX reglamenta el comercio entre la Nueva España y la metrópoli, con , teniendo normas, por ejemplo, sobre
la Casa de Contratación, en Sevilla. Se declara competente para las controversias sobre el comercio entre la Nueva
España y España, el Consulado de Sevilla (9.6.22). Aquí encontramos también normas sobre la inmigración a las Indias,
y sobre el establecimiento del Consulado de México, cuya vida jurídica debe inspirarse en la de los Consulados de Sevilla
y Burgos (la aplicabilidad de las Ordenanzas de Bilbao a la vida mercantil de la Nueva España sólo es confirmada en el
siglo XVIII).
Esta obra era muy necesaria; hubo algunos centenares de miles de Cédulas Reales, Pragmáticas, Instrucciones,
etcétera, relevantes para las Indias, en parte anticuadas, a menudo contradictorias, cuando las Leyes de Indias
redujeron esta cantidad a unos 6 400. En las Leyes de Indias hallamos sobre todo, derecho público; para el derecho
privado de la Nueva España es necesario recurrir al derecho español (sobre todo las Siete Partidas) y, para algunas
materias, al derecho canónico. Sin embargo, unas pocas materias de derecho privado encontraron su lugar en las LI:
éstas contienen importantes normas sobre la propiedad inmueble, el mandato, el contrato de seguro, el de fletamento
y algunas otras materias de derecho mercantil. Además, contienen reglas especiales para contratos celebrados con los
indios, y normas para facilitar la transición del sistema poligámico de los indios hacia la monogamia cristiana.
Aunque la buena voluntad de las Leyes de Indias frente a la población indígena no pudo plasmarse totalmente
en realidades, la enorme clase "plebeya" de los indios, en promedio, no vivía peor bajo el virreinato que bajo el régimen
anterior; el miedo a la guerra y al sacrificio había desaparecido; después de algunas vacilaciones, la esclavitud fue, en
general, prohibida por lo que a los indios se refiere; los encomenderos fueron domados por la Corona y varios tomaron
en serio su papel de defender a sus indios tributarios respecto de otros colonizadores; los servicios gratuitos fueron
suprimidos, en teoría y en parte también de hecho; y la Iglesia no fue únicamente caracterizada por su egoísmo frente
al indio, sino que también era frecuente una actitud humanitaria de las autoridades eclesiásticas y de clérigos individua-
les. Es sólo al comienzo de la fase virreinal, y entonces sobre todo en las plantaciones costeras y en las minas —y,
además, en la segunda parte del virreinato en los obrajes—, que el tratamiento de los indios era inhumano. El
considerable descenso de la población india durante el primer siglo virreinal probablemente no se debe tanto a los
malos tratos que el indio recibió, como a epidemias: el indio aún no estaba inmunizado a diversas enfermedades que
llegaron aquí con el colonizador. En un caso concreto, posterior, que podemos analizar con mucho detalle, el de la
despoblación de la Baja California, a las epidemias es añadido, además, el cambio en las costumbres económicas que
bienintencionados misioneros jesuitas, con su puritana obsesión de restringir la libre vida sexual de los indígenas,
estaban aportando (retirando a las mujeres de la recolección de frutos, para concentrarles bajo el ojo vigilante del
fraile; obligando a los indios a trabajar para vestidos "más decentes", etcétera).
Asimismo, hubo colecciones de normas, expedidas posteriormente a 1680, a cuyo respecto es importante, para
la Nueva España, la colección hecha por Eusebio Bentura Beleña, publicada en 1787.
Paralelamente con las existentes colecciones de Cédulas Reales y otras normas, es fácil encontrar documentos
de la vida real, que nos iluminan sobre el derecho de los siglos virreinales ("historia jurídica sorprendida in flagranti").
El afán colonial-español de dar a cada acto de la vida, que tuviera cierta relevancia jurídica, una solemne forma escrita,
ha contribuido a la riqueza de los archivos en cuestión. Por otra parte, estos archivos han sufrido por la
irresponsabilidad de ciertos administradores (en otro lugar mencionaré, por ejemplo, los pecados de Lorenzo de avala
al respecto) y por los tumultos populares. Como los rebeldes se oponen, por definición, a algún status quo,
generalmente arraigado en documentos archivados, existe una consciente o subconsciente tendencia de grupos
revolucionarios de destrozar archivos. Así, los tumultos callejeros de la fase virreinal, de enero de 1624 y de junio de
1692 no sólo causaron daños en los archivos de la Secretaría del Virreinato, sino que en 1692 se quemaron los libros
de Actas del Cabildo, de 1644 a 1692. Desde luego, los desórdenes del siglo pasado y del comienzo de este siglo también
han sido fatales para algunos archivos. A pesar de todo lo anterior, todavía es asombrosa la riqueza de los archivos, en
cuanto a datos sobre la historia del derecho novohispánico y mexicano.
Otra fuente importante del derecho indiano es la doctrina. Disponemos al respecto de una interesante
literatura de comentarios generales y monografías. El principal de los autores respectivos es el criollo peruano Juan de
Solórzano Pereira (Política Indiana; de Jure Indíarum), pero también son importantes Juan de Matienzo (Perú, siglo xvr),
Castillo de Bovadilla (Práctica para corregidores y señores de vasallos en tiempos de paz y de, guerra, Salamanca, 1585),
Thomas de Mercado, Bartolomé de Albornoz, Juan de Flevia de Bolaños (Curia Philipica, Lima, 1603), Antonio de León
Pinelo (Lima), Gaspar de Escalona Agüero (Lima), de Veitia Linaje (Norte de la contratación de las Indias Occidentales,
Sevilla, 1671), Frasso (De Regio Patronato Indiarum, Madrid, 1775), A. X. Pérez López (Teatro de la legislación, 28 vols.,
Madrid, 1791-1798), Antúnez y Acevedo, y muchos otros.
Como tercera fuente del derecho, aplicado al México virreinal, podemos mencionar la costumbre autorizada
por las autoridades. Tuvo un vigor más importante que en la actualidad, llegándose inclusive a considerar que una
costumbre razonable, comprobada por dos actos dentro de diez años (inter praesentes) o veinte años (inter absentes)
ya podría prevalecer sobre el derecho legislado.
Una cuarta fuente del derecho indiano, aún poco analizada, es la jurisprudencia. Es sólo en algunos casos (como
la extensión de las encomiendas a una tercera generación) que el papel creador de la jurisprudencia ha sido reconocido
por todos los autores de la materia.
Finalmente terminó la fase de creación del derecho indiano en 1821, subsistiendo este derecho
provisionalmente en todo lo compatible con la nueva situación política, hasta que, gradualmente, parte de sus reglas,
a menudo modernizadas, fueron trasladadas hacia las diversas normas expedidas por el México independiente,
mientras que otras normas fueron abrogadas, expresa o tácitamente.
C. ASPECTOS JURÍDICOS DEL PRELUDIO CARIBE; EL ESTABLECIMIENTO DEL CONTACTO ENTRE LOS DOS
MUNDOS
Después de estudiar el marco formal dentro del cual se desarrollaron las instituciones indianas, pasaremos
ahora al estudio de éstas.
Ya antes de la aventura de Colón, el rey portugués había iniciado expediciones por el Atlántico, alcanzando para
ellas la aprobación del Vaticano, de modo que el asombroso éxito de los conquistadores españoles creaba situaciones
que podían interpretarse como incompatibles con derechos adquiridos por la Corona portuguesa. Para eliminar dudas
al respecto, el Papa Alejandro VI, mediante su Bula Inter Caetera, del 4 de mayo de 1493, trazaba la famosa línea
divisoria entre las regiones de influencia española y portuguesa, línea que va 100 leguas al occidente de las Azores.
Obsérvese que esta línea no elimina toda posibilidad de fricción: entre los descubrimientos que hicieron los
portugueses, siguiendo la ruta hacia el oriente, y los españoles por la ruta hacia el occidente (Indonesia, Filipinas) había
discusión aún. Luego los reyes de España y Portugal confirmaron esta demarcación en el Tratado de Tordesillas, del 7
de junio de 1494, en el cual, curiosamente, no se hace referencia a la mencionada Bula, aunque si se pide al Papa que
confirme y apruebe el Tratado. Esto hace suponer que la Bula y el Tratado tenían dos funciones distintas, mal
delimitadas en sus textos; la Bula se refería a una autorización papal para que la Corona española, respectivamente
portuguesa, cristianizara a los indios y el Tratado se refería a la soberanía general sobre los territorios descubiertos. De
todos modos, la vaguedad de estas bases del poder hispánico en América hizo resurgir la discusión medieval sobre el
eventual poder secular del Vaticano (la "teoría de las dos espadas", con el problema de si el poder secular recibía la
segunda espada directamente de Dios o a través del Papa).
Además, la Bula fue punto de partida para las más divergentes teorías sobre la amplitud del derecho que, por
ella, la Corona Española había adquirido sobre los indios y el territorio americano. Algunos autores, entre los que
sobresale Enrique de Suza, cardenal de Ostia (1-lostiensis), alegaron que el Papa, como representante de Dios, podía
otorgar a la Corona española los derechos más absolutos sobre el nuevo territorio y sus habitantes, sin encontrar trabas
en pretendidos derechos adquiridos por parte de los indios: "todo es de Dios, y el Papa lo representa; no hay derechos
que valgan contra una concesión que el Papa hiciera en interés de la fe". Sin embargo, muchos autores —inclusive
íntimamente ligados a la Iglesia (como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Francisco Suárez, Bartolomé de Las Casas,
Matías de San Martín, Vázquez de Menchaca, el cardenal Cayetano, y otros)—, consideraron que los derechos
concedidos a la Corona española no podían ir más allá de lo que requería la finalidad de la concesión o sea: la
cristianización de los indios. Opinaban que el mero paganismo no bastaba como argumento para lanzarse a una guerra
contra los indios, y, efectivamente, en Tomás de Aquino podían encontrar argumentos para esta tesis. Así, la posición
de Hostiensis tenía que reforzarse con otros argumentos jurídicos, como la donación de Moctezuma a Carlos V (¿de su
soberanía?), los sacrificios humanos y la dictadura de Atahualpa sobre sus incas ("es bueno para ellos ser conquistados
por nosotros ..."), argumentos sacados del texto de las mencionadas bulas, la necesidad de tener el poder secular para
implantar la nueva fe (un concepto de la conquista, no como fin, sino como medio), etcétera. Un lugar aparte ocupa
Gines de Sepúlveda, justificando su actitud pro-Corona por el argumento aristotélico de que la raza inferior no puede
alegar derechos adquiridos contra los intereses de la raza superior. La confusión respectiva creció cuando el papa Paulo
III se colocó del lado liberal, mediante la Bula Sublimis Deus, 1537, y cuando Carlos V negó el "pase" a esta Bula,
obteniendo en 1538 su revocación.
Así, la teoría ofrecía a la práctica una serie de puntos de vista totalmente heterogéneos, y es natural que
durante los primeros decenios los conquistadores escogieron entre ellos lo que más convenía a sus intereses, hasta
que, poco a poco, influenciada por diversos teólogos, la Corona logró implantar una práctica, más bien perteneciente
a la posición de los autores liberales que la de Hostiensis o Gines de Sepúlveda. Un típico detalle de la fase de transición,
al respecto, fue la obligatoria lectura del "requerimiento", ideado por un jurista peninsular, Palacios Rubios, antes de
iniciar una batalla contra los indios, explicando que desde una cadena de un Dios-Creador, un papa, representante de
este Dios, y una donación por este papa a los reyes de Castilla, la autoridad castellana vino a exigir obediencia; sólo que
los indios no querían inclinarse por las buenas ante una lógica y justicia tan evidentes, la guerra contra los indios era
"justa" ...
Paralelamente con la discusión dogmática en cuestión, es interesante observar los cambios de la política oficial
frente al indio durante la fase insular de la Conquista. Fray Nicolás de Ovando fue mandado al Caribe, con instrucciones
(septiembre de 1501) de vigilar a la conservación de la libertad de los indios. Estos podían vivir donde querían, pero
debían pagar un tributo a la Corona; la única restricción a su libertad (restricción inspirada en el gran interés de Madrid
por el oro y la plata, y que ya anuncia una futura serie de restricciones más graves) era que Ovando podía obligar a los
indios a trabajar en las minas, pero no como esclavos, sino como trabajadores que recibieran un salario justo. Como
los indios aprovecharon su voluntad de vivir "donde deseaban", para ir a vivir en bosques y montañas donde el poder
español no pudiera alcanzarles fácilmente, el 20 de diciembre de 1503 la reina Isabel aportó varios cambios a estas
instrucciones. Ahora, los indios debían vivir cerca de los españoles y los caciques indios estaban obligados a aportar
cuotas de sus grupos indígenas para trabajar para los españoles, en sus casas, campos y minas. De esta nueva política
nació pronto la idea de que los españoles podían recibir "encomendados" ciertos grupos de indios, para su
cristianización y para ser explotados. En instrucciones que Fernando, ya viudo, dirige a Diego, el hijo de Colón (y
gobernador de la Española, desde 1509), vemos que tales encomiendas no debían durar más de dos a tres años; allí se
establece también cuántos indios podían ser atribuidos a cada español (estas cantidades iban de 30 a 8O).
La conquista insular provocó en las desafortunadas regiones afectadas una escasez de alimentos y la extinción
de la mitad de la población india durante los primeros dos decenios. El problema entró en una nueva fase, cuando en
1510 llegaron a la Española unos frailes dominicos, mandados por la Corona para establecer un orden más equitativo
en las islas descubiertas. En 1511 el fraile Antonio de Montesinos protestó desde el pupitre contra el tratamiento dado
a los indios y cuando el vicario dominico, Pedro de Córdoba, se colocó del lado de Montesinos en el escándalo
subsecuente, el grave problema moral sobre la relación entre conquistadores y conquistados había salido a la luz
pública, y continuaría ocupando las mentes durante dos generaciones.
El resultado de esta oposición de los eruditos dominicos a los encomenderos fue la expedición de las leyes de
Burgos, de 1512, adicionadas en 1513, en total 32 leyes, cuyo texto exacto se ha perdido. Aunque de ningún modo
inspiradas en una idealización del "buen indio natural", estas leyes, considerando al indio como un niño que necesita
protección, han sido altamente benéficas. Se ocuparon de la formación religiosa del indio, pero también de las
condiciones mínimas del trabajo (descansos, protección de la mujer embarazada, habitación, alimentación, salario,
medidas para evitar que el trabajo en las minas cause perjuicio a las labores agrícolas, inspección laboral, etcétera).
Este resultado, empero, aún no satisfacía a una de las figuras más discutidas, hasta en la actualidad, de la fase
de la conquista, Bartolomé de Las Casas, por algunos desechado como agitador, por otros venerado como santo (sin
que con esto queramos decir que exista incompatibilidad entre ambas funciones).
Unos tres años después del famoso sermón de Montesinos, Bartolomé de Las Casas, en aquel entonces todavía
encomendero, repentinamente comprendió que las críticas que los dominicos estaban formulando contra él y su grupo
estaban justificadas; se hizo también dominico —a los cuarenta años— y dedicó los restantes 52 años de su vida a la
lucha contra los encomenderos. Después de sus primeras proposiciones, algo utópicas, que fueron aprobadas por la
Corte, pero fracasaron en la práctica (formación de colonias en Venezuela, con grupos de españoles que,
colectivamente y bajo supervisión de frailes, utilizarían a los indios —sistema que sustituiría la encomienda individual—
), Bartolomé de Las Casas se retiró a un monasterio y dedicó unos diez años a la elaboración de su Historia de las Indias.
Luego, saliendo nuevamente a la vida práctica, logró conquistar la región de Chiapas y Guatemala, muy peligrosa,
mediante convencimiento y una política de no-violencia; sin embargo, después del gran éxito inicial se presentaron
sangrientas rebeliones de los indios contra los colonizadores, que se habían hecho independientes de Bartolomé de
Las Casas.
En relación con esta interesante figura debemos mencionar aún su influencia en la formulación de las "Leyes
Nuevas", de 1542, a las que haremos referencia en conexión con la institución de la encomienda.
Por influencia de De Las Casas sobre el nuevo emperador, Carlos V, y con ayuda de los demás dominicos, tan
influyentes en el flamante Consejo de Indias (y también el cardenal Ximénez de Cisneros, Consejero de la Corona), se
nombró una comisión de tres frailes jerónimos, seleccionados por De Las Casas, y mandados a la Española en 1516,
para establecer una teocracia de buen corazón en las Indias. Las Instrucciones que en 28 normas ellos recibieron están
influenciadas por las utopías, tan de moda en el Renacimiento. Debían establecerse especiales pueblos de indios,
"reducciones", bajo sus propios caciques, cada uno de unos 300 hogares, pudiendo también el español conseguir el
cacicazgo por matrimonio con hijas de caciques; administradores y párrocos ejercerían control en estos pueblos, y sólo
ellos podían permitir al indio vender parte de sus propiedades; los sacristanes se encargarían de la enseñanza de los
indios; de la población, una tercera parte trabajaría en las minas, por un sistema de rotación bajo control del cacique;
el producto del trabajo minero se repartiría entre el rey, el cacique y los indios, bajo una equitativa clave de reparto,
fijada en estas instrucciones; se procuraría obtener, en estas reducciones un equilibrio entre la agricultura, la ganadería
y la artesanía; en los lugares donde este nuevo sistema era impracticable, continuaría la encomienda en la forma
prevista por las Leyes de Burgos, modificándose éstas en algunos aspectos, en beneficio de los indios. De la última
norma de estas Instrucciones se desprende que este nuevo sistema sólo era de transición, mientras los indios no
tuviesen capacidad para gobernarse a sí mismos.
Poco después, desanimados por las dificultades de su tarea, los Jerónimos reconocieron el fracaso de este
experimento teocrático; pidieron y obtuvieron su retiro. Fueron sustituidos por el Juez de Residencia Rodrigo de
Figueroa, quien, en vista de la triste situación del indio y la imposibilidad de llevar a los colonos hacia cierto respeto de
las normas expedidas en Madrid, de plano suprimió las encomiendas (18.V.1520), medida que, por su brusquedad,
tampoco pudo ser definitiva. Así, cuando comenzó la conquista de México, la importante materia de la posición jurídica
del indio frente al conquistador aún se encontraba en plena fase de experimentación. Característico de las dudas al
respecto, es el hecho de que cuando Colón mandaba vender a algunos indios, tomados prisioneros en una rebelión, la
reina Isabel se indignó por el hecho de que Colón mandaba esclavizar a sus súbditos. Esto era en 1495. Pero ya en enero
de 1496 encontramos que la Reina misma regala a unos indios, esclavos, a una expedición de Juan de Lezama, siempre
bajo la condición resolutoria de que no resultara de la discusión político-jurídica respectiva que los indios no pudieran
ser esclavos, y en 1547, cuando Cortés formula su testamento, vemos por la cláusula 39 que él mismo aún no estaba
seguro de si los indios podían ser reducidos a la esclavitud.
Otro elemento de incertidumbre en el ambiente jurídico de la Conquista, fue el alcance de los privilegios —
correspondientes o no a la humanitaria ideología de ciertos consejeros de la Corona— a los que los conquistadores
consideraban tener derecho, de acuerdo con la costumbre reinante. Nunca debe olvidarse el carácter mezclado
público-privado de la Conquista: sobre todo al comienzo, la Corona tuvo que hacer importantes concesiones al interés
privado de los que se arriesgaban a la gran aventura respectiva. Estas concesiones tomaban la forma de contratos
especiales, llamados "capitulaciones". estas, como principio general, siempre debían preceder a una expedición; en el
territorio reservado a la Corona de Castilla, de acuerdo con la Bula Inter Caetera y el Tratado de Tordesillas, nadie podía
hacer una expedición de descubrimiento, sin estar amparado por tal contrato, celebrado por la Casa de Contratación
de Sevilla, o, en la Nueva España, una de las dos Audiencias, el virrey o un gobernador. El Archivo General de las Indias
conserva muchas de esta capitulaciones, que a medida que avanzaba la Conquista del nuevo territorio se volvían más
precisas y uniformes.
El análisis de estos documentos demuestra qué la participación financiera de la Corona en las expediciones
conquistadoras ha sido mínima. Especialmente desde el fracaso financiero de la expedición de Francisco Vázquez de
Coronado, en 1540, la Corona comprendió que no convenía invertir dinero público en esta clase de aventuras.
Ahora bien, a medida que avanzaba el descubrimiento de las Indias, y las autoridades indianas lograban
pacificar y organizar los nuevos territorios, la Corona a menudo consideraba que las concesiones otorgadas por tales
"capitulaciones" eran excesivas, o incompatibles con la ideología humanitaria que acababa de triunfar en Madrid, y así
observamos en la primera mitad del siglo XVI una política de la Corona, llevada a cabo con altas y bajas, de "reconquistar
las Indias de los conquistadores", terna del que veremos unos buenos ejemplos, hablando de las encomiendas. Por lo
tanto, desde el comienzo, la Conquista se vio circundada por un ambiente jurídico incierto.
La política vacilante de la Corona es la natural consecuencia de la tarea de organizar una enorme región, todavía
desconocida, a través de personas generalmente deshonradas, egoístas, no administrativamente entrenadas, cuyo
trabajo se desarrolla a gran distancia del centro del poder. Así la Corona, en medio de discusiones teóricas y de
presiones por parte de grupos interesados, lanzó una serie de medidas inconsistentes, que demuestran cierta
desorientación en cuanto a su propia posición frente al indio y al conquistador peninsular en el Nuevo Mundo,
desorientación fomentada por lo contradictorio de las noticias que llegaron durante los primeros años acerca de la
situación que los conquistadores habían encontrado en América.
En medio de este ambiente confuso, de experimentos luego abandonados, de concesiones luego revocadas y
de medidas, formalmente válidas pero no acatadas, comenzó la Conquista de la Nueva España es decir: de la fase
insular de la Conquista se pasó a la continental.