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Cuatro apuntes y una reflexión

Sobre la urgencia del partido para la revolución social en Chile

A continuación, pretendo ofrecer a nuestros lectores, inquietos conspiradores y conspiradoras de


la causa popular, algunos elementos fundamentales de la ciencia marxista de la revolución y una
breve reflexión al respecto, esperando que estos sean de ayuda para la comprensión de la
coyuntura política que atraviesa a nuestra patria y para el desarrollo de las tareas propias de la
lucha social.

• El fundamento de la sociedad humana y de todo su devenir histórico lo encontramos en las


formas de organización que la misma especie se ha dado para la producción de sus medios de
vida; este es el núcleo de la concepción marxista de la historia, el materialismo histórico. En el
capitalismo, y por extensión en toda sociedad clasista, este hecho fundante, el modo de
organización de los seres humanos en virtud de la estructura productiva (el modo de producción),
conlleva necesariamente la existencia de contradicciones que surgen y se determinan
primeramente en el terreno económico. Estas contradicciones, por el hecho de estar fundadas en
la estructura misma de la sociedad y ser vitales para su operación, son por tanto irreconciliables,
puesto que no existe campo de posibilidad para su resolución en el marco del sistema mismo,
siendo imprescindible para la superación de dichas contradicciones, la destrucción de dicha forma
de organización social y la articulación de una forma social superior.

• Estas contradicciones irreconciliables surgidas en primera instancia del terreno económico, son
el sustento material que explica la existencia del Estado y en un sentido más general, del poder
político como tal. Justamente, la necesidad de dar estabilidad al sistema, de permitir su operación
en un terreno de relativo equilibrio, en el sentido de mediación del conflicto interclasista,
condiciona la necesidad de constituir un conjunto de instituciones de dominación política, las
cuales cumplen una doble función; de represión (activa y pasiva) de los sujetos adversos a la clase
dominante y de mediación y generación de consenso hacia sujetos aliados y potencialmente
aliados. Esto es lo que podríamos llamar los mecanismos de exclusión y de integración de los
sistemas políticos estatales. En todos los casos, entendemos que estas instituciones de dominación
política (este es el punto nodal de nuestra argumentación) no cumplen la función de asegurar el
bien común, ni corresponden a un organismo protector (o árbitro) puesto por sobre la sociedad,
sino que considera un complejo sistema de mecanismos coercitivos e integrativos al servicio de la
clase económicamente dominante, que de esta manera pasa a ser la clase dominante de toda la
sociedad (esto es: impone su dictadura de clase). Esta es la teoría marxista del estado.

Ahora bien, desde el punto de vista del marxismo revolucionario, la clave de la dominación política
está en el concepto de la hegemonía, noción por la cual entendemos la combinación activa, por
parte de un determinado grupo social, del uso de los medios de fuerza (la dominación) y los
medios de generación de consenso (la dirección), sobre el resto de la sociedad, de manera tal que
ningún sistema de dominación política, ningún estado, se sostiene únicamente por el uso de la
coerción contra los elementos dominados, como así tampoco por mero ejercicio de consenso y
dialogo. La forma y medida en que estos dos elementos (coerción y consenso) se encuentran
presentes y se utilizan, de parte de las clases dominantes, en un determinado orden social,
depende principalmente del estado de la lucha de clases en cada situación.

• Por regla general, observada claramente en todo el desarrollo pasado de la civilización humana,
en el momento en que las clases revolucionarias de la sociedad avanzan conscientemente hacia la
conquista del poder y la transformación de las relaciones sociales de dominación, cuando estas
clases comienzan a arrastrar a cada vez más sectores sociales detrás de su bandera,
constituyéndose en dirección intelectual y moral de la mayoría de las clases subalternas (esto
entendemos por un avance en el estado de la lucha de clase). Cuando por su parte, las clases
hasta ese momento dominantes ven cada vez con mayor claridad amenazada su posición, la
capacidad de generar consenso en su favor ha sido minada por las clases revolucionarias a través
de un proceso de hegemonía revolucionaria1 y, finalmente, el poder constituido ha perdido
sustantivamente la capacidad de ejercer la dirección de la sociedad, la única palanca restante que
le queda para salvaguardar su dominación de clase es el uso activo de su capacidad de coerción,
esto es, la utilización de todos sus medios de fuerza en contra de las clases en alza, so pena de
perecer ante la arremetida subversiva.

Llegados a este punto, caídas ya todas las caretas y desnudadas las contradicciones mismas de la
sociedad en su profundidad estructural, la experiencia histórica nos demuestra que ninguna clase
dominante escoge el camino del suicidio, por muy razonables o humanitarios que aparezcan ante
nosotros/as sus representantes de turno. Es en este momento donde la cuestión militar pasa a la
orden del día como el problema político fundamental. De ahí se desprenden dos conclusiones
posibles, o la victoria político militar de la revolución, o el aniquilamiento de la dirección
revolucionaria (“los capitanes”, en palabras de Gramsci) y el amedrentamiento de las masas de
reserva.

Con esto no queremos decir que la insurrección militar o la guerra civil abierta sean las únicas vías
de la revolución proletaria; estas son situaciones a las que los/as revolucionarios/as nos vemos
arrastrados/as por las clases dominantes. Ya hemos visto como otras tácticas políticas pueden ser
aprovechadas para conquistar de manera más o menos pacifica el poder, asegurando el control del
gobierno para posteriormente pasar al control del ejército, desarmando al enemigo aún antes de
haber consolidado su derrota definitiva, como ocurre en la situación venezolana, donde si bien la
burguesía y sus expresiones políticas aún no han sido derrotadas, sí han sido desarmadas2. Lo

1
Término que refiere a la capacidad de las clases revolucionarias de convertirse en clase “dirigente” y
“dominante” de las más amplias masas sociales que componen la nación y de movilizarlas en contra del
estado y la clase dominante, en la perspectiva de la toma definitiva del poder. En la formación social
capitalista se expresa bajo el término de “hegemonía proletaria”, por ser el proletariado la principal clase
revolucionaria.
2
Siempre considerado dentro del contexto nacional. Esto explica los llamados de los sectores más
radicalizados de la derecha venezolana por una intervención militar extranjera.
fundamental en todos los casos, es comprender la importancia del factor militar en la lucha
revolucionaria: ninguna revolución puede triunfar si se abstrae del problema militar y cualquier
proceso que, aun cuando esté guiado por los más sublimes sentimientos de humanidad, intente
dar el salto de una sociedad a otra sin enfrentar militarmente al enemigo, sólo siembra de flores
los jardines de su sepulcro.

• Así planteado el asunto, podemos observar que dentro de esta cadena que representa la lucha
revolucionaria, el eslabón decisivo es el partido revolucionario, ya que él constituye el factor
fundamental que permite concentrar toda la energía disruptiva de las clases revolucionarias y
dirigir su acción hacia la conquista del poder. El partido tiene la función de dar expresión política a
las contradicciones irreconciliables entre clases subalternas y clases dominadas, evitando las
trampas que estas últimas disponen en el terreno político, combatiendo los intentos de
conciliación de clase, generando el necesario puente entre las demandas del campo popular
(surgidas en base a estas mismas contradicciones) y el horizonte estratégico de su solución (la
revolución socialista). Del partido depende entonces, por decirlo así, demostrar en la práctica
concreta de las masas el carácter irreconciliable de sus intereses y los de sus enemigos, por sobre
las ilusiones de la política burguesa y sus mecanismos de cooptación y desviación, y orientar a las
masas hacia la conquista del poder como única solución posible.

La experiencia organizativa en el campo popular nos demuestra que la conciencia de la necesidad


de la toma del poder, de la revolución social, no surge espontáneamente del proceso de la lucha de
las masas, asunto para el cual no es necesario encontrar una compleja explicación teórica: basta
alzar la vista y observar el grueso del movimiento social, desde el mundo sindical hasta el
poblacional, desde el mundo gremial hasta la lucha de género, para dar cuenta cómo, ante la
ausencia de dirección teórica, allí donde no existen compañeros y compañeras militantes de
izquierda revolucionaria dispuestos/as a asumir tareas de conducción, los movimientos tienden
hacia la coexistencia con el estado, la solución de sus demandas concretas, el apoliticismo, el
sectarismo movimentista o en el mejor de los casos, el anarquismo. Para que surja la conciencia
revolucionaria es imprescindible la unión de la ciencia revolucionaria y el factor organizado, el
movimiento social y el partido, las masas populares y la militancia.

En palabras de Lenin “el proletariado, en su lucha por el poder, no tiene más arma que la
organización”; esto explica la centralidad del factor organizativo, la importancia del partido. Así
como en la guerra es imposible triunfar sin un ejército y un plan, así también en la lucha social es
imposible enfrentar la conjura de todos nuestros enemigos; el poder militar, el poder político
organizado, los medios de comunicación, el imperialismo y los poderes económicos, sin una férrea
organización capaz de planificar los enfrentamientos en su contra. Un ejército sin líderes se
desborda y cae como un castillo de naipes; tal cual le ocurre a un pueblo alzado sin una dirección.
De esta manera, la experiencia concentrada de las luchas de liberación de los oprimidos del mundo
nos demuestra que aún con todo en contra y de cara a la derrota militar, mientras exista una
dirección revolucionaria, la revolución es posible. A este respecto, Gramsci con claridad nos
plantea que: “Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército
que formar capitanes. Tanto es así que un ejército [ya existente] es destruido si llegan a faltar los
capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, unidos, de acuerdo entre sí, con
fines comunes no tarda en formar un ejército incluso donde no existe” (Gramsci, Cuadernos de la
Cárcel, ERA/BUAP, Tomo 5, 1999, México DF, Pag. 160)

Analizados todos estos elementos y pasando la actual contingencia política de nuestra nación por
el cedazo de la teoría marxista de la revolución, se descubre ante nosotros una situación en
apariencia paradójica, signada: por un lado, por un abrumador despliegue de combatividad
popular, como no se había visto durante todo el presente siglo, pero que tiene su contra parte en
una casi absoluta falta de organización y una incapacidad notable de las clases populares, de la
izquierda revolucionaria y del movimiento social, por darle una conducción política al proceso de
quiebre.
En este sentido, me parece que precisamente es el término “estallido” el más correcto para
comprender la revuelta de octubre y descarto de plano la noción de revolución que algunos
sectores, mucho más guiados por sus propios anhelos que por un verdadero espíritu de análisis
crítico, le han querido dotar.
Esta situación de descomposición de la gobernanza neoliberal de los 30 años abre un horizonte de
perspectivas novedoso y ciertamente interesante para la causa popular, pero no por eso exento de
graves peligros que es necesario reconocer con criterio e inteligencia. En este sentido, no podemos
permitir que nuestras expectativas superen nuestra capacidad de comprensión de la situación
política real, ya que la dominación, en su contenido concreto, esto es, el control de los aparatos de
fuerza y la institucionalidad política, se encuentra intacta y, por tanto, el poder sigue estando en las
manos del enemigo y si bien su capacidad de dirección está en conflicto, ésta puede
recomponerse. El infame “acuerdo por la paz y la nueva constitución” es un claro ejemplo de que
las facciones políticas burguesas aún gozan de buena salud y poseen la suficiente iniciativa y
capacidad de maniobra en el tablero político como para emprender la tarea de la reconstrucción
de su capacidad directiva.
Dadas estas condiciones, vemos ante nosotros tres escenarios probables: a) la solución por
derecha (recurso al autoritarismo y la violencia de estado), b) la recomposición del sistema de
dominación bajo un “nuevo pacto social” y c) la agudización de la crisis y su proyección en el
tiempo. Veamos.
En torno a la primera posibilidad se han posicionado el grueso de los sectores más reaccionarios
de la derecha chilena, destacándose por supuesto el gobierno de Piñera, junto a las fuerzas
tradicionales del pinochetismo (principalmente la UDI) y del “nuevo” pinochetismo en torno al
partido republicano de J.A. Kast, las versiones sui géneris del fascismo criollo (social patriotas,
identitarios, etc.) y un sector importante de la intelectualidad conservadora, destacándose
claramente el pensador Carlos Peña, a la sazón catalogado por algunos como uno de los principales
intelectuales de la derecha, con su tesis de la “anomía generacional” como causante del estallido
social3. Ha este respecto, parece ser que si bien no están dadas las condiciones materiales para
emprender este camino en lo inmediato, considerando tanto las correlaciones de fuerza del
escenario internacional y local, existe una apuesta de mediano plazo de estos sectores que se
juega en su capacidad de aglutinar a las capas medias tradicionales, temerosas de la radicalización
de la lucha social y los elementos más retardatarios del bajo pueblo, en torno a una estrategia de
fortalecimiento de los organismos de represión y control social del estado.
En el caso de la segunda posibilidad, vemos la tesis principal seguida por el grueso de los sectores
burgueses, comprendiendo desde el partido del orden transversal que suscribe el “acuerdo por la
paz”, hasta los medios de comunicación, los principales intelectuales del ámbito progresista y
segmentos importantes del movimiento social tradicional. Esta agenda es compartida por un
campo difuso de expresiones sociales y políticas, que tienden desde la defensa del neoliberalismo
bajo mínimos retoques, hasta propuestas de más profundo carácter reformista. En todos los casos,
existe un consenso respecto a la necesidad de establecer ciertas concesiones al movimiento
popular y propender a la integración al sistema político de nuevos actores (o viejos actores
desafectos), principalmente provenientes de las capas medias, en la perspectiva de recuperar la
estabilidad política del régimen y recomponer una nueva gobernanza, de carácter más o menos
progresista según el horizonte de cada grupo.
Tanto la posibilidad a) como b) implican la derrota del proceso de rebelión popular abierto en
octubre y de forma más general, una derrota táctica del proletariado. Ante estos dos escenarios de
solución posibles, es mi convicción que la apuesta del movimiento revolucionario pasa
necesariamente por apostar hacia la profundización de la crisis, en la perspectiva de la agudización
de los antagonismos abiertos y propiciar la inestabilidad del sistema político, impidiendo
activamente la recomposición del orden burgués, mientras se debe trabajar profunda y
concienzudamente por la construcción por debajo de hegemonía revolucionaria, del partido y del
proyecto político general de la nación proletaria y los pueblos de Chile.
Para esta agenda de lucha será imprescindible cumplir algunas tareas básicas: mantener en alza la
protesta social, participando en todas y cada una de las expresiones de la lucha popular.
Profundizar la organización del pueblo, ligando las expresiones organizativas fragmentadas en
referentes sociales y políticos comunes junto con los sectores progresistas, atrayéndolos hacia el
camino de la revolución, para no entregarle una sola cabeza al enemigo. Formar un programa
general que exprese los anhelos de todos los sectores en lucha y que sea capaz de plantear, desde
la demanda popular, la vía de transición histórica hacia el socialismo y principalmente: construir el
partido de la revolución, expresión política necesaria que concentre orgánicamente a los sectores
de vanguardia de la sociedad bajo un plan de lucha común.
Para finalizar, queremos expresar que nuestra concepción de partido revolucionario no es la
repetición de la forma burocrática de la mal llamada “izquierda tradicional”, sino la idea dinámica
del concilio de todos los elementos más avanzados de las clases revolucionarias, formado

3
En el imaginario de este autor, el estallido vendría a ser una consecuencia secundaria de la
“modernización”, marcada por una generación joven de deficiente estructura normativa que no es capaz de
mediar sus deseos y que, por tanto, debe ser corregida por medio de la fuerza.
primeramente en la experiencia concreta de la lucha social y cohesionado en torno a la convicción
irrenunciable de la toma del poder. Cuando abogamos por el partido revolucionario no aspiramos a
la creación de una nueva sigla o a la orientación de nuestra energía como sujetos/as rebeldes a la
tarea de reclutar incautos hacia una nueva secta roja, sino a la necesidad histórica e imperiosa de
construir una plana de líderes y lideresas de los pueblos de Chile, dispuestos a ofrendar su
existencia física y su vida moral en pos de la liberación del pueblo, a articular sustantivamente a
todas las expresiones organizativas de las clases subalternas tras una estrategia clara de poder, a
construir el proyecto ideológico general de la revolución chilena que se disemine en la conciencia
de todos los explotados y explotadas de la patria. Abogamos y bregamos por unificar a todos los
sectores rebeldes de la sociedad detrás de un proyecto histórico de superación de las relaciones
sociales capitalistas y de la dependencia imperial. Es por esto que el partido revolucionario no vive
en las siglas, no se encuentra en la nomenclatura, ni se lo haya en las banderas, como dijera Bertolt
Brech : “El partido somos nosotros. Tú, yo, y nosotros, nosotros todos. Se viste con tu ropa y piensa
en tu cabeza. Donde nosotros estemos, allí estará el Partido. Donde se le ataca, allí combate”.
(Poema “El partido somos nosotros”)
Ofrezco estas reflexiones para la militancia popular como un aporte a la organización y la lucha de
los pueblos, instándoles a seguir desplegando y construyendo el partido, allí donde éste sea
necesario, sembrando la unidad como espiga, combatiendo a nuestros enemigos desde todos los
frentes, a formarnos como hombres y mujeres integrales, ser verdaderos revolucionarios y
revolucionarias, en la acción y la palabra, para concluir la gesta heroica iniciada en 1810,
conquistar nuestra segunda independencia y formar la nueva patria proletaria, donde los pueblos
manden.

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