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En la cinta de Moebius
Graciela Frigerio
A ugust Ferdinand Moebius, cuya vida trascurrió entre el final del siglo XVIII
y los comienzos del XIX, amaba formular problemas matemáticos, algunos
de los cuales no tenían solución. Hasta su propio testamento tuvo esas caracte-
rísticas1. Uno de los resultados de su amor por los enigmas es una cinta sorpren-
dente que –a diferencia de las comunes que tienen dos caras y dos bordes, y que
si se dividen longitudinalmente dan otras semejantes a sí mismas– tiene una sola
cara y una sola orilla, y si se la corta transversalmente no da dos.
1. Se proponía distribuir por igual sus tierras a sus cinco hijos, pero el reparto debía hacerse de
tal modo que cada lote compartiera una frontera con los otros cuatro.
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2. La frontera no debe entenderse como la línea donde termina algo, sino, como pensaban los
griegos, como aquello a partir de donde algo comienza a ser lo que es.
3. Como todos recordaremos, muchas reflexiones se llevaron y se llevan a cabo sostenidas por
esta doble metáfora, la de una cinta y un agujero. Para muchos, la metáfora alude a la cuestión
del horizonte. Para otros, la banda remite a una región. Si pensamos en la superficie e imagina-
mos habitantes para ella, será Italo Calvino (1984) quien mejor describa simbólicamente (en Las
ciudades invisibles) la vida de sus hipotéticos e imaginarios habitantes.
4. El psicoanalista Jacques Lacan trabaja sobre esta metáfora.
5. Heidegger (1994) lo expresa así: «Cuando se habla de hombre y espacio, oímos esto como si
el hombre estuviera en un lado y el espacio en otro. Pero el espacio no es un enfrente del hom-
bre, no es ni un objeto exterior ni una vivencia interior. No hay los hombres y además espacio;
porque cuando digo “un hombre” y pienso con esta palabra en aquel que es al modo humano, es
decir, que habita, entonces con la palabra “un hombre” estoy nombrando ya la residencia en la
Cuaternidad». Aun cuando sea difícil, sino imposible, coincidir con quien aceptó ser Rector de
una universidad durante el nazismo y aun cuando el artículo en cuestión haya sido escrito para
pensar otras cosas, nos parece interesante la referencia.
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Cristina Lombardi6 sostuvo frente al equipo que «Nena» puede ser un nom-
bre. Que lo es, si así la llamaban sus padres; que lo es, dado que así se reconoce a
sí misma. Sostuvo la mayúscula para que «nena» fuera «Nena», para que «Nena»
no fuera equivalente de «Nadie» ni una nada, para que «Nena» no fuera desmen-
tido como rasgo de identidad.
Para algunos, «Nena» es sinónimo de nada. Para nosotros, «Nena» es un
nombre. Llama a alguien que, al ser nombrada, escapa de una orfandad total y
definitiva en los instantes breves en los que una voz la convoca.
Nombrar es el primer acto político, el que reconoce y alude a una filiación,
no entendida como una lógica consecuencia de cromosomas y genes7, sino
como un gesto de reconocimiento particularmente interpretado8. Es decir,
donde el otro es más que el otro y se significa como alteridad.
El nombrar completa su trabajo con otras inscripciones: a) la que jurídi-
camente pasa a identificar al otro (la que lo documenta como miembro de la
polis); b) la inscripción del sujeto en el tejido social (a esto llamaremos el tra-
bajo de las instituciones); c) la inscripción en el sujeto de las inscripciones
anteriores (a esto llamaremos el trabajo de subjetivación); d) el modo en que
todo ello se vuelve un modo de ser y estar en la sociedad (a esto lo llamamos
el volverse sujeto).
Cuando los tiempos se vuelven hostiles a los lazos sociales, cuando se retro-
cede en el tiempo sin que esto señale el ejercicio de una nostalgia voluntariosa
ni un conservadurismo fundamentalista, cuando la hospitalidad no se ejerce
para con todos los recién llegados, el reconocimiento9 se expresa con la crudeza
de un imperativo, condición y sinónimo de una filiación. Y se manifiesta como
una demanda que exige respuesta.
Reconocer no es aquí sinónimo de un mea culpa ni de un arrepentimiento en
búsqueda de castigo y perdón: «confieso». No es tampoco el reconocimiento a
una superioridad y mucho menos un sometimiento: «reconozco al amo» y obe-
dezco. No se trata de ninguna gratitud fundada en admitir una duda. Tampoco
está en juego la figura del reconocer que adjudica verdad a otro (argumento/
sujeto), mucho menos la figura que da la razón.
6. Coordinadora de los talleres del proyecto das, del centro de estudios multidisciplinarios.
7. De los que a veces el sujeto puede desear escapar, como lo expresa Gide (1958:993) cuando
escribe: «Ne pas savoir qui est son père, c’est ça qui guérit de la peur de lui ressembler» («No saber
quien es el padre es lo que cura del miedo de parecérsele»).
8. Como señalaba Michaux (1998:191): «J’aurais tant désiré avoir un père. J’entends: comme une
femme... qu’on cherche, qu’on choisit et que si l’on trouve, c’est un emerveillement» («Me hubiera
gustado tanto tener un padre, quiero decir con esto un padre elegido, buscado y elegido como se
elige a una mujer... que se busca y que cuando se encuentra produce un encantamiento»).
9. El reciente trabajo de Ricoeur (2004) nos ha sido útil para desplegar las posiciones que hacen
a la historia del verbo «reconocer».
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cando nociones distintas para encontrar un mejor decir. Esta búsqueda responde
a distintas motivaciones. En primer lugar, a la preocupación por hallar una am-
plia gama de matices y recorrer los deslizamientos metafóricos. En segundo tér-
mino, a la de subrayar vertientes de análisis (o de interpretación) y dar cuenta del
estado de la discusión con los contradictores internos (nosotros mismos, las
amistades intelectuales, los estudiantes, los maestros y profesores con los que tra-
bajamos) y también de los debates con los contradictores externos (creados por
circunstancias y políticas). En fin, responde a la intención de compartir con otros
los resultados de exploraciones que nos llevaron a recorrer los lenguajes de disci-
plinas que, con nuevas nociones, lograron atrapar sentidos antes no pensados.
Así nos volvimos viajeros disciplinares. Entendiendo que cada disciplina es me-
nos un objeto que un modo de definir lo pensable y, como asegura Rancière
(2004:24), una «manera de construir una relación del pensamiento con la vida».
Optamos por la extranjería en otras lenguas conceptuales. Estos movimientos
(muchos de los cuales no necesitan ningún desplazamiento geográfico) no tie-
nen por objeto desdibujar lo educativo, sino, por el contrario, descubrir allí y
en los trazos de lo pedagógico13 (que fueron y son sus correlatos) los rasgos de
identidad del sujeto de la palabra.
La preocupación por el sujeto conlleva para nosotros una preocupación por el
carácter político que lo define, por el espacio público en el que debe tener parte y
por las instituciones que, al ofrecerle su hábitat, formándolo, se dejan dar
forma por el sujeto.
Desde nuestra perspectiva, las instituciones se pueden definir como edifi-
cios simbólicos e imaginarios, arquitecturas y construcciones14 que el hombre
levanta por su necesidad de dar forma (su trabajo con y contra lo informe).
Recordando a Piera Aulagnier, quien afirmaba que en tanto humanos estamos
«condenados a investir», David (2003:37) sostiene que, desde lo más recóndito
de nuestro inconsciente hasta lo más sutil de nuestra conciencia, nuestro fun-
cionamiento psíquico trabaja dando forma, significando.
Las instituciones resultarían, así, tanto de esa condena a dar forma como de
la imperiosa necesidad de elaborar lo inexorable de la brevedad de la vida, por lo
cual las formas institucionales inscriben a los sujetos singulares en una perma-
nencia que excede el presente viviente, ofreciéndoles la ilusión de un tiempo
que no tendrán la posibilidad de habitar en el presente.
Podríamos también decir que el hombre levanta las arquitecturas institucio-
nales como forma de ofrecer a la soledad inicial del cachorro humano la figura
de un «tercero imaginal»15, figura de la ley que garantiza la continuidad de la
especie que habla.
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21. Elaboración que presentamos con el título de «L’entre deux» en el Coloque de Cerisy, que se
llevó a cabo en Francia en el año 2000.
22. Para evidenciar cómo se puede discutir la disposición «normal», remitimos a las palabras de Cris-
tina Lombardi, citada en Frigerio y Diker (2005a): «A partir de reconocer, como lo sugiere Rancière,
que dos facultades se ponen en juego en el acto de aprender: la inteligencia y la voluntad, y con la
confianza en la capacidad intelectual de todo ser humano, los talleristas intentaron dar crédito a la ca-
pacidad de trabajo intelectual de los chicos, a su inteligencia y, en algunos casos, se dispusieron a
“prestar” su voluntad para que la libertad de aprender pueda ser practicada. Cada encuentro intentó
ser una oportunidad, partiendo “de lo que hay” en los chicos, en el Hogar y también partiendo de
un “lo que no hay”, esto es el acontecimiento del contacto con el conocer, con la experimentación,
intentando una y otra vez que algo diferente surja de lo mismo. Así se propusieron significar a los
talleres como un momento del día de los chicos que fuera a la vez eslabón, nexo entre lo que se es y
el futuro, lugar, entonces, el taller, de nexo y también cisura, quiebre con una continuidad».
23. Véase Rancière (1998a:168).
24. Hace diez años, el cem empezaba a tomar forma institucional.
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sente que también está volviéndose no otra cosa sino simplemente pasado.
Decíamos entonces:
28. El sujeto, nos enseña Hegel, está sujetado por sus propios lazos/sujetamientos.
29. Recurrimos a una fórmula propia del escritor Thomas Bernhard, quien apela a esta estructura
para insistir en la no correspondencia entre la representación de palabra y la representación de cosa.
30. Sería injusto no señalar la existencia de matices o no reconocer iniciativas que intentan tomar
a su cargo, en contextos locales, lo que debería ser responsabilidad de la Nación. Siempre, institu-
ciones y actores han tenido propuestas, proyectos y acciones que resultan del uso de los intersticios
legales, en propuestas de otras leyes y de la creatividad puesta al servicio de la justicia.
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cados con los poetas que afirman, como René Char (cit. en Steiner, 2002:9):
«A cada derrumbe de pruebas el poeta responde con una salva de porvenir».
31. Es obvio, pero conviene precisarlo: no confundimos institución con organización alguna,
mucho menos con escuela.
32. Sobre la que trabajamos, entre otros, en Frigerio (2003a), artículo que formó parte del dos-
sier que publicaran las revistas Educacao & Sociedades (Brasil) y Cuadernos de Pedagogía Crítica
(Rosario, Argentina) para festejar la traducción al portugués y al español del libro de Jacques
Rancière (2003), El maestro ignorante. Cinco lecciones de emancipación intelectual.
33. Sobre la que escribimos en otros trabajos y recientemente en Frigerio y Diker (2005b).
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Estamos afirmando: educar, ese acto político, conlleva, exige, es un trabajo psí-
quico34. Y sobre este punto nos detendremos a explorar35.
Comenzaremos por el concepto que consideramos más moebiusiano36, el de
pulsión37. Trieb38. Instinto y Trieb son, al comienzo, intercambiables en el pensa-
miento freudiano, hasta que se consolida la opción por Trieb39. Trieb, escribe Freud
en alemán recuperando el sentido del latín pulsus (fuerza vital) y el contenido de
pulsare (lo que empuja violentamente, lo que golpea). El concepto y las elaboracio-
nes sucesivas40 dan nombre a una reflexión que no se contenta a sí misma.
Quizá la idea romántica –para el romanticismo es usual identificar en
Trieb una fuerza interna natural que actúa sobre el alma y el cuerpo–, que
Freud no desconoce, influye en su propia definición. Una definición que ya
incorporaba una perspectiva biológica y, obviamente, la representación de un
puente psicofísico41.
Trieb se vuelve así un concepto que condensa e interroga, siempre en la
frontera de un entre dos, a los que no cesa de remitir. Un concepto que se cons-
tituye, por obra y gracia de la teoría que se ocupa de lo extranjero en el interior
del hombre, en la transcripción psíquica de lo biológico.
Trieb: representante de lo biológico en el aparato psíquico, una especie de
ayudamemoria de la encarnadura, que se vuelve otra cosa. En esa encarnadura,
pulsión de muerte y pulsión de vida trabajan intrincadamente.
34. Queremos dejar constancia de que no está en juego ninguna aplicación del psicoanálisis a otra
disciplina, ninguna colonización de otros pensamientos por la producción teórica psicoanalítica,
sino una exploración de nuestras preocupaciones que se lleva a cabo con el apuntalamiento
(apoyo y despegue) que la producción psicoanalítica nos ofrece.
35. Obviamente, no podremos aquí más que presentar los posibles mapas para sucesivas y próxi-
mas exploraciones.
36. Término que obviamente no existe, pero que nos da a pensar.
37. Al respecto, para los lectores no familiarizados con la noción, véanse: Laplanche y Pontalis
(2004) y Roudinesko y Plon (2003).
38. Trieb proviene del alemán treiben (poner en movimiento).
39. Para algunos diccionarios, la diferencia entre instinto y pulsión radica en que Instinkt con-
tiene la idea de algo innato que se puede ejecutar sin experiencia previa y remite así a un objeto
o acción determinada, mientras que Trieb insiste en la fuerza motora que pone en marcha al orga-
nismo o al aparato psíquico. Es en 1915 cuando Trieb toma en el pensamiento freudiano el carác-
ter de concepto fértil. Aparece, ya entonces, la noción de deseo vinculada a esta Trieb; refiriéndose
a los sueños menciona a la Triebkraft (fuerza de la pulsión) e insinúa, hacia 1909, que el deseo
sería una fuerza pulsional necesaria a la formación de los sueños (Freud, 2003b).
40. Al respecto, véanse los distintos trabajos de Freud y la abundante producción de las distintas
corrientes del psicoanálisis. En ellos se constatará, a la vez, la dualidad del dispositivo pulsional y
su reformulación siempre insatisfactoria e inacabada (para el mismo Freud).
41. La relación es explorada, entre otras obras, en «La pulsión de Goethe a Freud», en Bulletin du
Groupe Lyonnais, n° 16, 1989.
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52. A dejarse elegir por territorios del saber que le permiten desplegar su deseo en distintas acti-
vidades intelectuales y disciplinas del conocimiento.
53. Concepto que desarrolla, entre otros, Enriquez.
54. Castoriadis (1988:147), lo formula y sintetiza así: «Desde el punto de vista social-histórico,
la pedagogía debería educar a su sujeto de manera tal que él interiorice, y en consecuencia haga
mucho más que aceptar, las instituciones existentes, sean las que sean. [...]. Queda claro que lle-
gamos así a una aparente antinomia, a una cuestión profunda y difícil. Esto nos conduce a la polí-
tica, y al proyecto de autonomía, como proyecto necesariamente social y no simplemente indivi-
dual [...]. El proyecto de una sociedad autónoma pierde todo su sentido si no es, al mismo
tiempo, un proyecto que apunta a hacer surgir sujetos autónomos y viceversa».
55. Al cual la filosofía, en la voz de Hegel, ya había nombrado como la lucha por el reconocimiento
o el deseo de reconocimiento en su dialéctica del amo y el esclavo.
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cimiento el que abre paso al conocimiento56, a la vez que éste incorpora al reco-
nocimiento como uno de sus componentes.
No desconocemos que los avatares existenciales, en los que intervienen fac-
tores del mundo externo, y las significaciones del mundo interno colocan a los
sujetos (chicos y grandes) en una posición donde todo deseo de saber está res-
tringido, prohibido, obturado o imposibilitado. No desconocemos que traumas
de todo tipo dificultan, cuando no pueden elaborarse, que el deseo de saber
encuentre curso para desplegarse. Es en ese borde, desde ese borde moebiusiano,
donde nos importa pensar y trabajar57. Sosteniendo alternativas, ofreciendo
objetos transicionales, haciendo que algo devenga otra cosa58.
Para que algo devenga otra cosa en el mundo social-histórico y en el aparato
psíquico del sujeto, es necesario, a la vez, un trabajo político y un trabajo psíquico.
Para que algo devenga otra cosa, no serán indiferentes las presencias a las
que el sujeto tenga acceso. Las presencias significan necesidad de todo sujeto de
un otro, no cualquier otro, no presente de cualquier manera. Otro capaz de sos-
tener una oferta, aun allí donde podría parecer que no hay demanda, para cre-
arla. Otro capaz de hacer de algo otra cosa, de un amor de transferencia, la
transferencia de un amor a otra cosa.
56. En unos objetos de conocimiento que tienen significación subjetiva y reconocimiento social
se constata el pasaje del deseo de saber al deseo del saber.
57. Esta perspectiva deja de lado, descarta toda posición que atribuya a «la cabeza» del sujeto las
condiciones de posibilidad, de dificultad o de imposibilidad de desear saber, traducida en intención
de aprender. Si todo sujeto está habitado por un deseo de saber, quedará a cargo de cada con-
texto de existencia crear las condiciones, ofrecer las oportunidades para que el deseo de saber no
se vea prohibido, impedido, inhibido, extraviado; transformar en deseo del saber e intención de
aprender, instituyendo relación de saber.
58. Como tantos trabajos clínicos, pedagógicos y artísticos demuestran que es posible. Una obra
conmovedora de Bauchau (2004) relata una de esas experiencias de ficción que tienen en la rea-
lidad de muchos actos políticos correlatos concretos.
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Dicho de otro modo: sin duda, no alcanza con ofrecer un objeto cultural
para que alguien lo tome, pero sin oferta no hay ninguna posibilidad de que sea
reapropiado. Es necesario saber que es bien posible que lo ofertado genere a veces
demandas no necesariamente coincidentes con lo esperado ni con lo ofertado (de
todos modos haremos la hipótesis de que esto es un logro).
Estamos convencidos de que para que haya efectos no alcanza con ofertar,
es necesario que lo ofertado sea significado para que se signifique. La oferta, en-
tonces, deja de ser sólo la oferta objetivable para ser aquello que se registra, se to-
ma y se transforma en la subjetividad, al modo de un objeto transicional, dando
cuenta a la vez de la eficacia simbólica de la oferta y de un posicionamiento del
sujeto singular que está a la espera de dicho objeto para hacerlo suyo.
¿Qué se pone en juego para que lo ofrecido pueda ser en buena parte resig-
nificado? Unas presencias. Unos otros.
Aquí las presencias (no cualquier presencia) no deben entenderse como sin-
gulares (aunque así parezcan y de algún modo así también lo sean), lo que está
en juego son los modos en que se singularizan las relaciones sociales y cultura-
les59 en las que cada sujeto está inscripto y de las que es portador.
En las escenas escolares, a las que no queremos reducirnos, pero sí tomar
como ejemplo, sabemos que las figuras de los educadores (esos prestadores de
identidad) no son indiferentes a los alumnos (y viceversa). Sabemos que es por
algunas de sus características que estudiamos algunas cosas con gusto y que
rechazamos o tememos otras. Agreguemos, para ser exactos (como si de ciencia
se hablase), que no está tanto –no está sólo– en juego el educador real, sino lo
que le atribuimos cuando su figura se presta.
Entre un profesor, un estudiante y un saber que se ofrece (aun cuando no
haya demanda) se define un continente. Ese espacio moebiusiano tendrá nom-
bre, afecto y efecto. Lo llamaremos transferencia60.
El concepto es trabajado por Freud, profundizado por Ferenczy y puntuali-
zado por Klein, quien lo concibe como una puesta en juego de la totalidad de fan-
tasmas inconscientes (del paciente) en los que se despliegan las escenas de amor
y de odio, de agresión y de culpa, que definen los estadios del desarrollo. Bion
dará más tarde una perspectiva tendiente a conceptualizar el manejo de la trans-
ferencia y Winnicott significará a este proceso como una repetición del vínculo
materno. Más tarde, Lacan dedicará un seminario a trabajar la noción que en
distintos momentos de su obra adoptará precisiones. Retendremos de esta pers-
59. Aclaremos que lo social, lo cultural, no es aquí entendido como algo «externo» al aparato psí-
quico, sino como algo que, siendo objetivable, constituye al sujeto en su mundo interno.
60. La noción de transferencia no proviene del campo psicoanalítico. En algunos campos de
las ciencias remite a una cierta mecánica, indica traslado. Aquí queremos retomarlo en la elabo-
ración conceptual que el psicoanálisis propone. Ya que, sin duda, la educación tiene que ver con
algo que alguien comunica, algo que se pasa, trasmite, a otro. Al respecto véase Frigerio (2003a).
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61. Piera Aulagnier distinguirá (de algún modo en el cruce entre alteridad y espejo) identificación
primaria: la madre desea que el pequeño demande y el niño demanda lo que la madre desea; iden-
tificación especular: relacionada con el estadio del espejo (trabajado por Lacan), se despliega en tres
tiempos, el primer momento, en el cual el pequeño, al ver aparecer una imagen en el espejo, la
reconoce como propia; el momento en que el pequeño capta la mirada del otro sobre la imagen
y «percibe» el matiz de esa mirada del otro y, finalmente, el tercer momento, en el que retoma la mi-
rada sobre su propia imagen y «carga» a ésta el plus de la leyenda percibida en la mirada de la
madre (se ruega leer «función materna» para ser más exactos, ya que no nos referimos, en ningún
caso, a la madre biológica, sino al adulto que desempeña esta función). Por último, identificación al
proyecto: aquella que incluye la resonancia de una proyección del yo en el futuro y remite al deve-
nir del yo en el marco de los contratos narcisistas que los referentes sostengan con los pequeños.
62. Beillerot (1989:165) define a la relación al saber como un proceso por el cual un sujeto (cons-
ciente e inconsciente), a partir de saberes adquiridos, produce nuevos saberes singulares que le
permiten pensar, transformar y sentir el mundo natural y social. En palabras de Charlot
(1997:941), la relación con el saber involucra el conjunto de relaciones que un sujeto establece con
un objeto, un contenido de pensamiento, una actividad, una relación interpersonal, un lugar, una
persona, una situación, una ocasión, una obligación, etc., ligadas de algún modo al aprendizaje y
al saber; es también relación con el lenguaje, con el tiempo, con la actividad en el mundo y sobre
el mundo, con los otros y consigo mismo, como sujeto más o menos capaz de aprender tal cosa, en
tal situación. La relación con el saber se construye en una situación de aprendizaje, es decir, de vin-
culación con un objeto de conocimiento nuevo, en cuyo marco se configuran las relaciones de
un sujeto consigo mismo (y, en particular, con sus posibilidades de aprender), con los otros, con
el tiempo, el lenguaje, etc.
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Por todo esto, nos importa pensar y trabajar, aquí y allí, donde el obstáculo
podría provenir de un hacer de instituciones y relaciones que pueden provocar
efectos equivalentes a los peores avatares de la constitución física y a los peores efec-
tos de los traumas psíquicos.
63. La tesis de Enriquez (1983) ilustra el trabajo del hombre de construir la sociedad y la cultura.
El trabajo de Zizek (1998) retrata el camino desandado.
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Lo inacabado, lo interminable
64. Recordemos, contrastando, que Foucault sistematizaba los modos de objetivación que transfor-
maban a los seres humanos en sujetos (las ciencias, el saber; el poder, la política; la identificación).
65. No tanto lo mismo de lo ya escrito aquí, sino de la trayectoria intelectual del cem, cuyos diez
años estamos festejando en 2005.
66. A menos que se pretenda que es una política carecer de intenciones de transformación de la
pedagogía. Castoriadis (1988:149) nos pone en la pista para esta reflexión: «Yo llamo política a la >
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< actividad lúcida cuyo objeto es la institución de una sociedad autónoma y las decisiones que
conciernen a los emprendimientos colectivos». Unas líneas antes, ya nos había aclarado que buscar
la autonomía, combatir por la autonomía es el «proyecto emancipatorio que pertenece a la demo-
cracia y a la filosofía».
67. Véase Frigerio y Diker (2005b).
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