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Santa Eulalia, virgen y mártir. — 12 de febrero.

(+ 304)

Al tiempo que el presidente Daciano entró en Barcelona para


hacer carnicería de los cristianos, vivía retirada en una heredad
de sus nobles padres una santa doncella de edad de trece años,
llamada Eulalia, virgen hermosísima, y abrasada del amor de
Jesucristo, a quien ya había consagrado su pureza virginal.
Vino a su noticia la crueldad de Daciano, y fué combatida en
su corazón de dos contrarios afectos: de tristeza y alegría; de
tristeza, porque temía que algunos cristianos flacos no
desmayasen en la fe por temor de tan rigurosos tormentos; de
alegría, porque deseaba morir por Cristo y juzgaba que era
llegado el tiempo en que Dios le quería hacer tan gran merced. Y
con este fervor y deseo del martirio, movida del Señor, se salió
secretamente de casa de sus padres y se fué al tribunal del juez
para reprenderle de la tiranía y crueldad que usaba con los
cristianos. Asombróse Daciano al ver una niña como aquella, y
oír su reprensión; pero volviendo luego en su acuerdo juzgó que
se hallaba ya en uno de aquellos trances, más difíciles en que los
mismos niños cristianos habían puesto, debajo de sus pies todo el
orgullo y poderío de los tiranos de Roma.
No contestó, pues, con blandas palabras, como merecía la
hermosa y tierna Eulalia, sino con grandes y fieras amenazas.
¿Quién eres tú, le dice, que así te atreves a menospreciar las
leyes de los emperadores? Respondió la valerosa y candorosa
niña: Yo soy Eulalia, sierva de Jesucristo Hijo de Dios, al cual se
debe toda reverencia y adoración, y no a los ídolos vanos. Rugió
de coraje el presidente, y quería ver decapitada de un solo golpe
a la que así ha hablaba, pero no le estaba bien tomar venganza
en aquella débil criatura, y ordenó, que atadas las manos fuese
conducida a la cárcel para ver si podían rendirla allí con un
cruel castigo de azotes.
Desnudan, pues, el cuerpo virginal de aquella blanca paloma
de Jesucristo, y con bárbara crueldad descargan sobre ella
repetidos y fieros golpes hasta dejarla toda bañada en sangre.
Pero Eulalia ni se queja ni da un solo gemido, ni muda siquiera
el semblante apacible y sereno. Tienden luego aquel santo
cuerpecito en el potro y lo atormentan con uñas de hierro, con
hachas ardientes, con aceite hirviendo, con plomo derretido y
con cal viva. Pusiéronla después en una cruz, y aun en este
ignominioso suplicio prevaleció la santa virgen y dejó confusos a
los verdugos y al tirano. Finalmente, después de haber sido
paseada por la ciudad para espantar con su vista a los cristianos,
fué degollada en el campo, donde los cristianos la hallaron por la
noche cubierta de nieve, y la sepultaron honoríficamente.

Reflexión: Dígame quienquiera que esto leyere, ¿de dónde le


vino a la santa niña tan maravillosa e invencible constancia? Las
niñas tiemblan, las niñas se estremecen a la sola vista o
imaginación de tales horrores. Claro está: pertenecen al sexo
débil y son lo más débil de su sexo. Confiese, pues, todo hombre
de sano juicio, que aquí hay un prodigio estupendo de la virtud
de Cristo, el cual escogió a una flaca criatura como Eulalia, para
hacer ostentación de su fortaleza soberana contra los más
poderosos enemigos de su santo Nombre.
Oración: Suplicámoste, Señor, nos concedas el perdón de
nuestros pecados por la intercesión de la bienaventurada virgen
y mártir Eulalia, que tanto te agradó, así por el mérito de su
castidad, como por la ostentación de tu infinito poder. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

FLOS SANCTORVM – Año 1949

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