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SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

J Ejemplares
F elipe

Felipe Tena Ramírez. El Juez del siglo XX


Tena Ramírez

ueces
El Juez del siglo XX

Felipe López Contreras

Serie
4 4 Segunda edición
Sistema Bibliotecario de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Catalogación
PO
H700.113 López Contreras, Felipe
L663f Felipe Tena Ramírez : el juez del siglo XX / Felipe López Contreras ; [obra a
2011 cargo del Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y de Promoción y Difusión
de Ética Judicial ; presentación Ministro Juan N. Silva Meza ; introducción Francisco
Javier Gaxiola Ochoa]. — 2ª. Ed. — México : Suprema Corte de Justicia de la
Nación, Coordinación de Compilación y Sistematización de Tesis, 2011.
xiv, 344 p. ; 24 cm.— (Serie jueces ejemplares ; 4)

ISBN 978-607-468-366-0

1. Tena Ramírez, Felipe, 1905-1994 – Biografía 2. Juristas – Discursos, ensayos


y conferencias – Siglo XX 3. Jueces 4. Profesores 5. Abogacía 6. Carrera judicial
7. Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación 8. Obras literarias
9. Derecho 10. Tesis profesional 11. Resolución judicial I. México. Suprema Corte
de Justicia de la Nación. Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y de
Promoción y Difusión de la Ética Judicial. II. Silva Meza, Juan Nepomuceno, 1944- ,
prol. III. Gaxiola Ochoa, Francisco Javier, prol. IV. t. V. ser.

Primera edición: octubre de 2010


Segunda edición: octubre de 2011

D.R. © Suprema Corte de Justicia de la Nación


Avenida José María Pino Suárez núm. 2
Colonia Centro, Delegación Cuauhtémoc
C.P. 06065, México, D.F.

Las ilustraciones que forman parte de la presente investigación jurídico-histórica, se utilizan en térmi-
nos de lo dispuesto por el artículo 148, fracción III de la Ley Federal de los Derechos de Autor, sin
fines de lucro, reconociendo expresamente su autoría.

Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio, sin autorización escrita de los titulares
de los derechos.

Impreso en México
Printed in Mexico

Esta obra estuvo a cargo del Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y de Promoción y Difusión
de la Ética Judicial.

Su edición y diseño estuvieron al cuidado de la Coordinación de Compilación y Sistematización de


Tesis de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

F elipe
Tena Ramírez
El Juez del siglo XX

Felipe López Contreras*

Segunda Edición
* Ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

Ministro Juan N. Silva Meza


Presidente

Primera Sala
Ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea
Presidente

Ministro José Ramón Cossío Díaz


Ministro Guillermo I. Ortiz Mayagoitia
Ministro Jorge Mario Pardo Rebolledo
Ministra Olga Sánchez Cordero de García Villegas

Segunda Sala
Ministro Sergio Salvador Aguirre Anguiano
Presidente

Ministro Luis María Aguilar Morales


Ministro José Fernando Franco González Salas
Ministra Margarita Beatriz Luna Ramos
Ministro Sergio A. Valls Hernández

Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales


y de Promoción y Difusión de la Ética Judicial
Ministro Mariano Azuela Güitrón
Director General
Nota a la Segunda Edición

P rácticamente agotados los ejemplares de la primera edición,


se presenta esta segunda que revisa y adiciona la anterior.

El 24 de julio de 2012 la Escuela Libre de Derecho llega a los 100


años. El centenario de ese semillero de ilustres juristas, entre los que
destaca Felipe Tena Ramírez, es motivo para que la segunda edición de
este libro esté dedicada a esa honorable institución.

México, D.F., octubre de 2011

VII
Contenido

Nota a la segunda edición ................................................................. VII

Presentación ....................................................................................... XIII

Introducción ....................................................................................... 1

Prólogo ................................................................................................ 7

1. Su vida y personalidad

1.1. Los Tena en el México de los siglos XIX y XX ......................... 13

1.2. Entorno familiar ........................................................................ 21

1.3. El estudiante ............................................................................... 31

1.4. El maestro ................................................................................... 39

1.5. Su vida sentimental ................................................................... 45

1.6. Su trayectoria profesional ......................................................... 49

1.7. El jurista poeta ........................................................................... 63

IX
X Serie Jueces ejemplares

1.8. Su obra ......................................................................................... 71

1.9. El filántropo ............................................................................... 99

1.10. El ocaso ..................................................................................... 103

2. Visión de Tena Ramírez sobre…

2.1. Vasco de Quiroga y sus pueblos de Santa Fe ........................... 107


2.1.1. La génesis del libro ........................................................... 107
2.1.2. La Europa de los siglos XV y XVI ..................................... 111
2.1.3. La Nueva España del siglo XVI ........................................ 117
2.1.4. El linaje de los Quiroga .................................................... 121
2.1.5. El Juez de residencia ........................................................ 129
2.1.6. El oidor de la Segunda Audiencia .................................... 132
2.1.7. El Reloj de la Catedral de Vasco de Quiroga en
Pátzcuaro ...................................................................................... 141
2.1.8. Organización de los pueblos-hospitales de Santa Fe ........ 145
2.1.9. Bases de su autonomía ..................................................... 157
2.1.10. Su extinción en la segunda mitad del XIX ................... 161
2.1.11. Vasco de Quiroga en la percepción de Gabriela
Mistral ........................................................................................... 168

2.2. Manuel Abad y Queipo (obra no terminada) .......................... 173


2.2.1. Quiroga y Abad. Dos épocas, dos visiones, un
propósito ....................................................................................... 173
2.2.2. Su familia y sus estudios .................................................. 175
2.2.3. Dos maestros. Un mismo ideal ........................................ 178
2.2.4. Su actuación en la Nueva España .................................... 180
2.2.5. Inquietudes independentistas en la Nueva España ...... 185
2.2.6. La situación en la península ibérica ............................... 190
2.2.7. La opinión de Tena Ramírez sobre Abad y Queipo ....... 194

3. Primera obra del jurista: su tesis profesional

3.1. Visión preliminar ....................................................................... 199


F elipe T ena R amírez XI

3.2. La función del Derecho. Del individualismo al socialismo ........ 207

4. El Juez y sus resoluciones

4.1. Criterios en la Sala Auxiliar ...................................................... 287


4.1.1. Planteamiento del problema ........................................... 288
4.1.2. Intervención inicial del Presidente del más Alto
Tribunal ........................................................................................ 289
4.1.3. Intervención de Tena Ramírez en la discusión
del tema......................................................................................... 290

4.2. Criterios en la Segunda Sala ..................................................... 295


4.2.1. Aportación jurídica de Mariano Azuela Güitrón .......... 295
4.2.1.1. El gerente de una empresa frente al IMSS ............ 296
4.2.1.2. Requisitos para la procedencia de la revisión
fiscal ......................................................................................... 297
4.2.1.3. Diferencia entre interés público e interés
superior de la Nación ............................................................. 298

4.3. Una importante resolución como legado jurídico de


Felipe Tena ......................................................................................... 299
4.3.1. Consideraciones medulares de la resolución ................. 300
4.3.2. Las diversas defensas de la pequeña propiedad ............ 303
4.3.3. Protección administrativa y judicial de la propiedad
inafectable .................................................................................... 305

4.4. Un pensamiento que brota de la lectura de las resoluciones


del Juez ............................................................................................... 309

Epílogo ................................................................................................ 311

5. Discursos pronunciados con motivo de la presentación


de la Primera edición

Palabras del Lic. Francisco Javier Gaxiola Ochoa .......................... 318


XII Serie Jueces ejemplares

Palabras del Ministro en retiro Juan Díaz Romero ....................... 322

Palabras del Ministro en retiro Felipe López Contreras ............... 332

Bibliografía ......................................................................................... 339


Presentación

E l número 4 de la Serie Jueces ejemplares, a cargo del Instituto


de Investigaciones Jurisprudenciales y de Promoción y
Difusión de la Ética Judicial, se publicó en octubre de 2010. Es una
semblanza minuciosa de Felipe Tena Ramírez (1905-1994), uno de los
máximos juristas de México en el siglo XX. El autor, Ministro Jubilado
Felipe López Contreras, ante el agotamiento de la primera edición y
para robustecer su trabajo, la revisó y adicionó.

El resultado es esta segunda edición, dedicada a la Escuela Libre


de Derecho, que el 24 de julio de 2012 cumplirá cien años de existencia.
Como novedad, se incluyen el discurso pronunciado por Tena Ramírez
en julio de 1965, en representación del Máximo Tribunal, en la sesión
solemne del Pleno celebrada con motivo del sesquicentenario del
Primer Tribunal Supremo de Justicia; asimismo, se agrega el que pronun-
ció, con el título “El pensamiento constitucional mexicano”, como
representante del Poder Judicial de la Federación en la Comisión
Nacional para las Conmemoraciones Cívicas de 1966 y 1967.

XIII
XIV Serie Jueces ejemplares

De particular relevancia es la inclusión de las palabras pronun-


ciadas por los Ministros en Retiro Mariano Azuela Güitrón y Juan Díaz
Romero, así como por el licenciado Francisco Xavier Gaxiola Ochoa, el
26 de mayo de 2011, al presentarse la primera edición de la obra en la
sede alterna del Alto Tribunal, ubicada en Av. Revolución. Esos textos
incrementan la comprensión de la génesis y el contenido del libro, y
revelan facetas importantes de Tena Ramírez contadas por quienes lo
conocieron; se le presenta como un hombre serio, quizá “seco”, pero
no por ello irritante, dado que tras su estampa adusta se ocultaba un
paradigma de tolerancia y vocación por el Derecho.

En todo caso, el lector que disfrutó la primera edición hará lo


propio con ésta, y cabe esperar quizá una tercera, que arroje más luz
sobre la vida fascinante de don Felipe Tena Ramírez.

Ministro Juan N. Silva Meza


Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
y del Consejo de la Judicatura Federal
Introducción

F elipe López Contreras, Ministro en retiro de la Suprema


Corte de Justicia de la Nación, conserva en activo su capa-
cidad de juicio, su calidad de juzgador y otras cualidades
de hombre de bien que le han permitido, para decirlo con sus propias
palabras, “Escribir sobre Don Felipe Tena Ramírez… este trabajo [que]
no es ni pretende ser una biografía…” y que ahora publica la Su-
prema Corte de Justicia de la Nación en el marco de la conmemoración
del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolu-
ción. Valga la ocasión sin callar que, en mi opinión, Tena merece éste y
otros elogios en el más alto grado. Debemos darlo más a conocer por
su inteligencia y conocimientos reflejados en todos los actos de su
vida; como no debo prolongar esta nota para relacionarlos, baste a
manera de botón de muestra, cómo correspondió a su padre en su nom-
bre y en su ejercicio. A quienes de él aprendimos con sus conocimien-
tos, su cátedra, sus libros y sus sentencias; a México con la entereza de
su entrega intelectual y profesional; al Derecho y a la Jurisprudencia
con sus estudios, sus enseñanzas y sus textos.

1
2 Serie Jueces ejemplares

Felipe López Contreras, a sus 75 años, ha cumplido una larga


vida activa centrada fundamentalmente en funciones judiciales y do-
centes. Michoacano, de Pátzcuaro, cursó la licenciatura en Derecho y
sustentó examen profesional en la Escuela Libre de Derecho. Se ha
desempeñado en la actividad docente en su propia Escuela y en otras
universidades de la capital y de provincia en materias de Derecho Ad-
ministrativo, Amparo y sustentando conferencias y diplomados teórico-
prácticos en Justicia Constitucional y Actualización Jurisprudencial
en casas de Cultura, en planteles de altos estudios en diversas enti-
dades. Joven pasante de Derecho en bufetes, ya abogado se integró
al Poder Judicial de la Federación en 1965 como Secretario de Estudio
y Cuenta del Ministro Felipe Tena Ramírez; fue nombrado Magis-
trado de Circuito en 1971; en 1983 el Presidente de la República lo
designó Ministro Supernumerario de la Suprema Corte de Justicia de
la Nación adscrito a la Sala Auxiliar y en 1985 Ministro Numerario
hasta el 31 de diciembre de 1994. Además de desempeñar otros cargos
relevantes es autor de Evolución Histórica del Poder Judicial de la Fede-
ración (2004); coautor del libro Reseñas sobre la Obra Jurisprudencial
del Señor Ministro Juan Díaz Romero con el texto “Los Derechos Socia-
les en la Constitución de 1917. El Artículo 123 Constitucional (2006);
coautor del Libro de Estudios Jurídicos en Homenaje a Jesús Rodríguez
Gómez, con el texto titulado “La Publicidad a la Luz del Derecho”, Edi-
torial Porrúa - Facultad de Derecho UNAM - Academia Mexicana de
Jurisprudencia y Legislación (2007); autor del libro Día del Juez Mexi-
cano (2010).

La obra que tengo el honor de presentar consta de cuatro partes


tan distintas que, para unirlas, el autor tiene que recurrir a los signos
de facetas relevantes, así como de obras poco conocidas.

Claramente se aprecia que intenta destacar al personaje: su


paisano, guía, maestro, amigo, jefe y compañero. Al efecto, en el “Índice”
F elipe T ena R amírez 3

—no los llama capítulos— tiene el acierto de ubicarlo en su entorno,


campo natural de desarrollo, de cultivo de virtudes y defectos.

Soy de los que respetamos la tradición, hasta de los que la sobre-


valoramos; todavía me suena natural que de familia decente salgan
decentes, de familia culta cultos y abogados los hijos de abogados;
el hijo mayor de Felipe de Jesús Tena salió decentísimo, se hizo de alta
cultura y destacado jurista, a mí me favorecieron circunstancias de
los míos: padre y abuelo abogados, he tenido la suerte de formar fa-
milia; los dos hijos hombres y tres nietos en nuestra profesión.

Se entrega el autor a los temas de los Tena en la parte de “Su vida


y personalidad”, tanto que mi comentario nunca será bastante, así
que me permito solamente expresar unas cuantas palabras más en
cuanto al origen de mi amistad con Felipe Tena Ramírez.

Nos separaban en edad 20 años, yo estaba acostumbrado a tratar


amistosa pero respetuosamente a personas mayores, cito sólo algu-
nas: era amigo de mis tíos, de los discípulos de mi padre, de sus com-
pañeros D. Javier Piña y Palacios, D. Javier de Cervantes, D. Manuel
Herrera y Lasso, D. Jesús Rodríguez Gómez, D. Pablo Macedo, el Monta-
ñez, los Albarrán, el Mayor Nava, el Ing. Marte R. Gómez, el general Abe-
lardo L. Rodríguez, y en esas altas categorías encuadraba el Lic. Felipe
Tena Ramírez. Tuve mayor relación con su Derecho Constitucional (edi-
ción de 1944 y dedicado a mi papá) y con las Leyes Fundamentales de
México que con él; fue mi maestro, pero nunca me correspondió el gusto
de ser su alumno. En la Segunda Guerra Mundial la economía mexi-
cana dependía básicamente del exterior, a grado tal, que se requirie-
ron negociaciones al más alto nivel. Cuando en 1941 empezaron en
Washington me llevó mi padre y los acompañé; con la pequeña comitiva
fui copartícipe de la visita al vicepresidente Henry Wallace en su apar-
tamento, en cuya sala nos sentó para oír un disco de música mexicana
4 Serie Jueces ejemplares

acompañado de una copa de tequila. Se estableció un sistema de con-


trol de importaciones que dependía directamente del Secretario de la
Economía Nacional, mi padre, quien para instrumentarlo y controlarlo
contó con la participación del Ing. Oswaldo Gurría Urgell, Director
General de Industria y Comercio y del Lic. Felipe Tena Ramírez, Sub-
director de Comercio. A mí, como pasante de bufete de abogados, me
correspondía hacer ciertas gestiones de trámite ante funcionarios.
Hasta la fecha no olvido y agradezco el trato que siempre me dispen-
saron haciéndome sentir que personalmente lo merecía.

Pasarían los años, el Maestro Tena integró el sínodo laico al que


presenté la tesis que orgullosamente titulé La Defensa de la Constitución.

Postgrado en la Universidad de la Habana, maestría en Juris-


prudencia Comparada en la Universidad de Nueva York. Profesor de
Seminario en la Escuela Libre de Derecho, recibí llamada del Rector
David Cazares Nicolín. El Maestro Felipe Tena Ramírez, Ministro de
la Suprema Corte de Justicia de la Nación, había aceptado impartir la
clase de Derecho Constitucional en la que habían sido maestros D.
Emilio Rabasa y D. Manuel Herrera y Lasso, pero antes quería pla-
ticar conmigo sobre su condición de que primero yo la diera por
algún tiempo. Pedí audiencia, me recibió de inmediato en su oficina de
Pino Suárez, galante y afectuosamente me pidió hacerme cargo de la
clase mientras él se jubilaba y terminaba la revisión de su libro. Entendí
su ofrecimiento como sustitución temporal que mucho me halagó.

Por supuesto acepté, agradecí la confianza, le dije lo que en estos


casos procede y le pregunté sobre el programa que debía seguir mien-
tras se hacía cargo. La contestación lisa y llana fue que el profesor era
yo, que su condición debía haberse sobreentendido, que él tenía otros
temas pendientes, nada menos que actualizar la próxima edición de su
Derecho Constitucional y jubilarse por edad cumplida, y no daría la clase.
F elipe T ena R amírez 5

Salí agradecido, con nuestra amistad más que consolidada, lleno de sa-
tisfacción, y por qué no decirlo, de orgullo, para comunicarlo en casa
a los míos. Profesor de la materia y titular de la clase de D. Emilio
Rabasa, del Maestro Manuel Herrera y Lasso y del constitucionalista
Felipe Tena Ramírez, quien en mí confiaba para hacerme profesor.

Años después la función política me impidió seguir impar-


tiendo la clase, y al reincorporarme al ejercicio profesional civil, sentí
que la laguna por mi alejamiento ya era muy profunda para nadarla,
muy extensa para vadearla y que no la navegaría conducido en lancha
en que yo no fuera timonel.

En cuanto a la “Visión sobre Vasco de Quiroga y sus pueblos


de Santa Fe”, la guardo en mi recuerdo desde que mis padres, con D.
Jesús Rodríguez Gómez y familia, D. Antonio Martínez Báez y D. Fran-
cisco Rodríguez Anaya, le acompañaron a la ceremonia en Madrigal
de las Altas Torres y volvieron conmovidos.

Sobre Manuel Abad y Queipo.

Ojalá, ¿será tarea suya Ministro López Contreras? ¡Ojalá se


termine!

Otras obras La Función del Derecho. Del Individualismo al Socia-


lismo, Tesis profesional:

Cerca de un siglo, 16 lustros nos separan. Los efectos de


evolución superan su tiempo, sus afirmaciones deben ser revividas.
El texto confirma su expresión de que “… no pretende sino la solida-
ridad, la independencia y la cortesía para todas las ideas…”; el juicio
de los juristas, su excelencia.
6 Serie Jueces ejemplares

Si como se acordó en el examen se hubiera publicado, si la hubiera


leído a tiempo, me hubiera evitado muchas discusiones —no pírricas—
pero en las que no llegamos a acuerdos.

En cuanto a la cuarta parte de la obra, El Juez y sus resoluciones,


tiene desde luego el interés de resoluciones fundadas y motivadas del
Supremo Tribunal Constitucional. Las considero orientadoras, hasta ins-
piradoras para el autor que llega a complementar el nombre del home-
najeado con el título de: El Juez del Siglo XX.

Lo merece desde luego, si bien me pone a dudar: ¿Qué nació antes,


el título complementario o el libro? Demos paso a la mayéutica ¿por
qué?, porque de haber sido el título, sería guía del libro; de lo contrario,
porque de haber sido el libro, éste sería consecuencia de su conte-
nido. En uno y otro caso el autor acierta. Me gustaría integrarlo con
otros grados de hombría, gentileza, sapiencia en los que los atributos
personales quizás sean superiores en los escritos de Felipe Tena Ramírez.
En este libro de Felipe López Contreras “La afirmación es tesis”, elogio
comprobado y compartido.

Le agradezco, señor Ministro López Contreras, por su invitación a


honrar a nuestro amigo con sus propias letras. Lo felicito por el esfuerzo
para que volvamos a los libros del derecho, a los libros de Tena: le corres-
pondo y exhorto a que no los mantengamos en custodia simple, no los
guardemos sólo en nuestras memorias, califiquémoslos, estudiémos-
los, comprendámoslos y apliquémoslos. La idea buena es mejor cuando
aplicada se vuelve realidad.

Amomolulco, México, septiembre de 2010

Francisco Javier Gaxiola Ochoa


Prólogo

E scribir sobre Don Felipe Tena Ramírez me ha proporcio-


nado una de las mayores satisfacciones, pues fue él quien
me privilegió con su guía en mis primeros pasos dentro de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación y, luego, me brindó enseñanzas en la
práctica cotidiana durante los años en el ejercicio de la honrosa acti-
vidad que desempeñé a su lado como secretario de Estudio y Cuenta
en la entonces Segunda Sala del más Alto Tribunal.

Nada más lejano a mi intención que hacer un panegírico por el


solo hecho de que Tena Ramírez ya no se cuente entre los vivos desde
hace más de quince años. Pero admito que no es fácil mantener la obje-
tividad cuando se habla de un hombre como él; así, no haré intentos,
predestinados al fracaso, de ocultar el profundo aprecio que tengo por
tan ilustre jurista, ni tampoco del reconocimiento profesional y la
admiración que en lo personal le profeso.

Él es ampliamente considerado como un gran constitucionalista


—para mí, el mejor que México ha dado—, así como un historiador

7
8 Serie Jueces ejemplares

acucioso, objetivo e imparcial. Sobre su vida y diversos aspectos de su


obra mucho se ha dicho y escrito con anterioridad, por lo que sólo los
mencionaré en forma somera a lo largo del texto, ya que este trabajo
no es ni pretende ser una biografía o ensayo biográfico de él. Sin em-
bargo, es importante que las generaciones presentes y venideras, tengan
constancia de facetas de su vida que considero relevantes, así como de
sus obras poco conocidas, tales como su tesis profesional y sus estu-
dios sobre Don Vasco de Quiroga y Abad y Queipo, éste último, que no
llegó a terminar.

En el México posrevolucionario y en franco desarrollo y crecimiento,


Felipe Tena supo estar a la altura de su tiempo y acometió con claridad
y entereza las acciones que vislumbró como necesarias, manteniendo
en todo momento un acendrado espíritu nacionalista. Amó a México y
a su gente a través de la historia y de las leyes que lo dotaron del cono-
cimiento y sensibilidad necesarios para tocar el fondo de los temas
con perspicacia y elegancia.

El lector encontrará en este libro numerosas citas textuales


de Felipe Tena Ramírez. Esto busca deliberadamente que se aprecie su
elocuencia, talento, dominio del idioma y peculiar estilo ya que, como
fue reconocido, en él la idea nunca es sepultada por los elegantes giros
del lenguaje, sino que los ritmos y las bellas frases sólo son sutiles ves-
timentas que enmarcan lo claro del mensaje.

Lo veo como un hombre profundamente vinculado en su lado


más humano no sólo a su familia, sino a aquellos que lo acompañaron
durante sus estudios y primeros pasos como abogado, a los docentes,
investigadores y aquellos colegas con quienes desarrolló su ejercicio
profesional en el más Alto Tribunal de la Nación. Su ejemplo quedó en
la amabilidad, la cortesía, las amistades que dejó y el auténtico interés
que sobradamente demostró por los demás.
F elipe T ena R amírez 9

A sus alumnos les brindó el mayor de los respetos y supo trans-


mitirles la motivación y el empuje para que desarrollaran sus propias
capacidades a través del conocimiento y la objetividad que propor-
cionan la formación académica en las ciencias sociales y la vasta expe-
riencia que llegó a adquirir y compartir.

Con las personas desvalidas fue generoso. Dejó como legado


la totalidad de sus bienes para formar una encomiable institución de
beneficencia que lleva el nombre de su madre, dedicada a la atención
de ancianos menesterosos en la ciudad de Morelia, Michoacán. Esta
misma fue creada al acaecer su fallecimiento y a la fecha prosigue con
sus actividades altruistas guiada por una Junta de Gobierno.

Felipe López Contreras


Año del Bicentenario
1. Su vida y personalidad
1.1. Los Tena en el México de los siglos XIX y XX

F elipe Tena R amírez nació el 23 de abril de 1905 en


Morelia, capital del Estado de Michoacán, en la época
en que Porfirio Díaz gobernaba este país. Ese pequeño
habría de ser testigo y parte en la historia del México del siglo XX, ya
que falleció el 9 de octubre de 1994 a la edad de 89 años.

De hecho, la historia de los mexicanos, y por tanto de la familia


Tena, está ligada a sucesos que transformaron la vida de este país, dado
que su padre Felipe de Jesús Tena nació en 1873, seis años después
del triunfo del liberalismo y de la consiguiente restauración de la
República, derivados del triunfo logrado en 1867 por las fuerzas de
Benito Juárez que pusieron término a la monarquía instaurada en
México en la persona de Maximiliano de Habsburgo.

Los defensores de la República lograron tomar la ciudad capi-


tal y “el 20 de junio ondeó la bandera blanca en la catedral y Porfirio

13
14 Serie Jueces ejemplares

Díaz dio la orden de cese el fuego”.1 A los 25 días de la toma de México


se pregonaba:

El quince de julio
del año sesenta y siete
entró don Benito Juárez
triunfante a la capital.2

Los liberales tomaban el poder enarbolando el lema: “Libertad,


orden y progreso”. Algunas de las medidas inmediatas que Juárez puso
en práctica fueron la organización de su gabinete con reconocidos inte-
lectuales y la designación de una Corte de Justicia provisional presi-
dida por Sebastián Lerdo de Tejada. Asimismo, en virtud del cese de la
guerra, se consideró innecesario mantener un ejército numeroso. Por
tanto, de contar con 80 mil elementos, el número de efectivos quedó
reducido a 20 mil, repartido en cinco divisiones: Porfirio Díaz coman-
dando la de oriente; Ramón Corona, la occidental; Juan Álvarez, la del
sur; Mariano Escobedo, la del norte, y Nicolás Régules, la del valle.

En busca del consenso nacional se convocó a elecciones, mismas


que tuvieron lugar en septiembre de ese 1867. En las primarias, el abs-
tencionismo fue la respuesta. En las secundarias, Juárez fue reelecto
presidente e integrada una Cámara de Diputados liberales y una Supre-
ma Corte de Justicia de la misma índole que el Ejecutivo y la Legislatura.3

Entre 1867 y 18774 los liberales juaristas ocuparon los cargos


de mayor responsabilidad en los poderes Ejecutivo y Legislativo; el

1
GONZÁLEZ, Luis, “El Liberalismo Triunfante”. Historia General de México, El Colegio de
México-Editorial Harla, t. II, 2a. reimp. 1988 de la 3a. edición de 1981, p. 899.
2
GONZÁLEZ, Luis, …, op. cit., p. 900.
3
GONZÁLEZ, Luis, …,op. cit., pp. 902-903.
4
Los historiadores denominan República Restaurada a esta década.
F elipe T ena R amírez 15

común denominador entre ellos era lograr la aplicación de la Consti-


tución de 1857, como base fundamental para constituir el país. Cossío
Villegas opina que:

…la Constitución de 1857 marca un punto culminante. Primero,


porque representa el edificio constitucional más elaborado y
ambicioso que hasta entonces había intentado levantar México.
Segundo, porque consiguió reunir los pareceres de los liberales
“puros” y de los “moderados”, si no bien el de los conservadores.
Tercero, porque fue el fruto de debates interminables hechos a
plena luz del día. En fin, porque en su factura intervinieron los
hombres más ilustrados, más inteligentes y patriotas con que el país
contaba entonces.5

Los enemigos naturales de esa Constitución fueron la Iglesia


Católica y el partido conservador, quienes expusieron las críticas más
severas en su contra pues consideraban que los afectaban en sus
derechos a los bienes temporales y en sus prerrogativas e intereses,
atribuyéndoles ser la causa de los problemas del país. 6 El alto clero
se negó a reconocer la autoridad de Juárez y los sacerdotes se nega-
ron a jurar la Carta Magna esgrimiendo los siguientes argumentos:

Aun cuando el gobierno que intenta representar todavía el señor


Juárez, hubiese dado como dio leyes que lícitamente no pudieron
cumplirse, los prelados se redujeron a manifestarlo así a sus fieles…

Se mandó en seguida que se jurase la constitución de 1857, y los


prelados con absoluta uniformidad declararon que semejante
juramento era ilícito; y lo manifestaron así a sus respectivas dió-
cesis… El venerable clero y los fieles, dóciles a la voz de sus pas-
tores, siguieron su juicio y se unieron con ellos… 7

5
COSSÍO VILLEGAS, Daniel, La Constitución de 1857 y sus críticos, SepSetentas Diana,
México, 1980, pp.8-9.
6
COSSÍO VILLEGAS, …, op. cit., p. 14.
7
GARCÍA CANTÚ, Gastón, El Pensamiento de la Reacción Mexicana. Historia documental
1810-1962, Empresas Editoriales, México 1965, p. 525.
16 Serie Jueces ejemplares

Desde que se reunió el Congreso Constituyente de 1856, se


propuso instaurar el sistema federal, la separación y el equilibrio
entre los tres poderes, la participación popular en la vida pública
mediante el voto y la puesta en uso de los derechos civiles, todo ello
aunado a una política poblacionista, que favoreciese la inmigración
de europeos.8 Para ello, era requisito previo indispensable lograr la
pacificación del país empleando medios no violentos; sin embargo,
esa aspiración por la paz no pudo ser alcanzada por las administra-
ciones de Juárez ni por la de Lerdo.

La constante penuria de la hacienda pública hizo necesario


reducir los gastos del gobierno y encaminar su política económica, en
especial aquella dirigida a hacer productiva la tierra a través de la sub-
división de la propiedad territorial y su transferencia a los campe-
sinos, a fin de eliminar los sistemas de peonaje, obraje y leva.9 Las
modernas vías de comunicación y de transporte, también ocupaban
un lugar fundamental en sus programas, encabezados por la cons-
trucción de vías férreas orientadas a las costas. Para complementar
sus recursos, el gobierno se propuso atraer capitales externos, bien
fuese en calidad de inversiones o de préstamos; en la realidad se encon-
traron una fuerte renuencia de los posibles inversionistas dados los ries-
gos que implicaba un país pobre y turbulento.

Los liberales de la República Restaurada intentaban dar un


viraje a las políticas conservadoras y adoptar como principios la reli-
gión liberalizada, la libertad para la controversia política y la edu-

8
GONZÁLEZ, Luis, …, op. cit., pp. 908-909.
9
Peonaje: Conjunto de jornaleros que trabajan en una obra material que no requiere
arte ni habilidad, sin medios de producción propios, a cambio de un jornal pagado parcial-
mente en especie. / Obraje: Prestación de trabajo que se imponía a los indios de América, y
que las leyes procuraron extinguir. / Leva: Reclutamiento forzoso de gente para el servicio
de un Estado o grupo armado./ Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española,
Madrid, 1970.
F elipe T ena R amírez 17

cación científica universal, y por lo mismo, obligatoria y gratuita.10


Dichos propósitos encontraron notables obstáculos para su reali-
zación, pero sus logros también fueron trascendentes.

Con todo, se plantaron entonces las semillas de la modernización y


el nacionalismo, y algunas dieron brotes que el régimen subsi-
guiente, favorecido por el clima internacional, hizo crecer. La acción
de la República Restaurada si es mirada desde el punto donde partió
fue prodigiosa; si se le mira desde las metas que se propuso fue
pobre. De cualquier modo, desde otra perspectiva, luce como aurora
de un día de la vida de México conocido con los nombres de porfi-
rismo y porfiriato, que fue inicialmente porfirismo por la adhesión
popular a Porfirio, y después porfiriato por la adhesión de don Por-
firio a la silla presidencial.11

En esa época, en una población de Michoacán llamada Panin-


dícuaro, habría de nacer en 1873 Felipe de Jesús Tena, hijo de Antonio
Tena y María de Magaña de Tena. Cuando contaba con tan solo cuatro
años de edad, la situación política del país dio un nuevo viraje, sin
apartarse de la ideología liberal. El presidente de la Suprema Corte
de Justicia y vicepresidente de la República, José María Iglesias,
promovió en 1876 un levantamiento enarbolando el Plan de Toluca,
donde sostenía que las elecciones para reelegir al presidente Sebas-
tián Lerdo de Tejada habían sido manipuladas.

El presidente Lerdo de Tejada se vio obligado a emigrar con


sus Ministros a la ciudad de Morelia, Michoacán, para asentar ahí su
gobierno. Dado que no le fue garantizada ninguna seguridad, optó
por trasladarse al Estado de Guerrero, donde tampoco pudo perma-
necer, por lo cual se embarcó con destino a Panamá desde el puerto de
Acapulco. Eso facilitó que Díaz entrara triunfante a la capital de la

10
GONZÁLEZ, Luis, …, op. cit., pp. 912-913.
11
Ibid., pp. 924-925.
18 Serie Jueces ejemplares

República, enarbolando el Plan de Tuxtepec y sus reformas de Palo


Blanco.12 A pesar de que a Iglesias le había sido ofrecida la entrega
provisional del Poder Ejecutivo, éste no la aceptó. Porfirio Díaz se
autonombró jefe de ese Poder. Ante esto, la reacción de Iglesias fue
contundente: “Vencedores o vencidos, los defensores de la legalidad
llevaremos en la mano la Constitución de 1857, enseña gloriosa que
se levantará siempre sobre nuestros arcos triunfales o sobre nuestros
sepulcros”.13

Entre 1877 y 1880, primero de los periodos presidenciales de


Díaz, el pequeño Felipe de Jesús quedó huérfano de padre a la edad
de seis años. Su hermano mayor Gaspar Tena, cura de Panindícuaro, se
hizo cargo de su educación. Lo envió a estudiar al Seminario de Morelia
y al Colegio de San Estanislao. Su formación respondió a los cono-
cimientos prevalecientes entre la clase culta, se aficionó a la lectura y
adquirió dominio del castellano, aprendió el idioma francés y la lengua
latína, en la que llegó a escribir poesía.

En varios Estados de la República hubo sediciones de generales


lerdistas, rebeldías locales, levantamientos de yaquis y apaches, ga-
villas de asaltantes; todas fueron sofocadas por las fuerzas federales
en la particular manera de Díaz de lograr la pacificación. Éste sostenía
que “…vale más prevenir un desorden y cortar cualquier asonada que
combatirla después que ha estallado”.14 En ese clima general de violen-

12
El Plan de Palo Blanco (marzo de 1876), en su artículo 2o. enunciaba que la no-
reelección tendría el carácter de ley suprema en tanto se elevaba al rango de reforma
constitucional. Aprobado en 1878, dejó un resquicio que permitía volver a la presidencia
una vez transcurridos cuatro años de haber cesado en sus funciones. “…A partir de enton-
ces, otras reformas le permitieron continuar indefinidamente en el Poder Ejecutivo.”/ Tena
Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México 1808-2005, Editorial Porrúa, 25a. ed., México,
2008, p. 721.
13
GONZÁLEZ, Luis, …, op. cit., p. 929.
14
GONZÁLEZ, Luis, …, op. cit., pp. 934-936.
F elipe T ena R amírez 19

cia encubierta bajo una máscara de paz, en el Estado de Michoacán


prevaleció la calma. Esto permitió que el joven Felipe de Jesús Tena
prosiguiese su preparación sin tener que enfrentar los avatares de las
guerras intestinas.

Así, ya adolescente, Felipe de Jesús prosiguió su formación


académica cursando las materias de Derecho Público, Civil, Romano y
Penal, sustentando las pruebas correspondientes en el Colegio de
San Nicolás. Hizo prácticas en un despacho privado, después en el juz-
gado 2o. de lo Civil, en el 2o. de lo Penal y en una notaría. A la edad de
26 años, en 1899, obtuvo el título de abogado que le concedió el Supre-
mo Tribunal de Justicia del Estado.15

En su práctica profesional en Morelia, se dedicó a la enseñanza


del derecho y a la judicatura; fue Magistrado del Supremo Tribunal de
Justicia y formó un bufete con José Cruz Rodríguez, “…más respeta-
ble por la ponderación y rectitud de sus opiniones jurídicas, que por la
combatividad y el número de sus defensas”.16

La vida cotidiana mantenía una aparente tranquilidad, pero


hacia el año 1900, la llamada “paz porfiriana” empezó a mostrar
señales de desasosiego; los clubes y periodistas de ideas contrarias al
gobierno se multiplicaron, de la misma manera que las aprehensio-
nes o destierros de sus líderes. Los ataques al régimen seguían siendo
indirectos, pero se recrudecieron en 1903 con la aparición del club
antireeleccionista Redención, abiertamente adverso al presidente.17

15
RODRÍGUEZ GÓMEZ, Jesús, “Don Felipe de Jesús Tena”, Homenaje en la Barra Mexi-
cana, Colegio de Abogados, en septiembre 14 de 1959; en Recuerdos, edición privada,
Astrografic, México, 1998, pp. 30-31.
16
Idem.
17
TENA Ramírez, Leyes.., op. cit., p. 722.
1.2. Entorno familiar

P or ese entonces, Felipe de Jesús casó con Sara Ramírez, con


quien procreó una familia de ocho hijos. Su primogénito,
Felipe, nació en 1905; le siguieron Eugenio, José, Sara, Rafael, María de
la Luz, Ana María y Amalia. Al año 2010 sobreviven las tres últimas
de las hermanas. Los estrechos vínculos de amor fraternal se mantu-
vieron a lo largo de sus longevas vidas.

Las inquietudes políticas se fueron generalizando en el país.


Desde los Estados Unidos, los principales dirigentes de la oposición
lanzaron el Programa y Manifiesto del Partido Liberal Mexicano (San
Luis Missouri, 1o. julio 1906)18 sustentando reformas políticas y reivin-
dicaciones sociales. Ese mismo año, coincidentemente, el gobierno
había reprimido en forma sangrienta las huelgas de Cananea, de Río
Blanco y otras.

18
El Partido Liberal Mexicano de Ricardo Flores Magón y el Partido Antireeleccionista
de Francisco I. Madero, ambos de oposición que coincidían en la cuestión electoral, ya que
sólo el primero buscaba reivindicaciones sociales, en TENA Ramírez, Leyes…, op. cit., p. 727.

21
22 Serie Jueces ejemplares

Poco después circuló el libro La sucesión presidencial en 1910,


escrito por Francisco I. Madero, en el cual, aun aceptando que la dic-
tadura de Díaz había sido benéfica en algunos aspectos, afirmaba que
sería funesto que se prolongara. Rechaza el uso de las armas, propone
la creación del Partido Antireeleccionista con dos principios: Efecti-
vidad del sufragio y no reelección. Madero se fortalece con la alianza
del Partido Nacionalista Democrático, constituido por algunos anti-
guos seguidores de Bernardo Reyes. Aquél comienza fundando en
mayo de 1909 el Club Central Antireeleccionista, realiza numerosas
giras de propaganda y organiza otros centros en varias entidades de
la República.

El advenimiento del año de 1910 se caracterizó por la in-


quieta espera de las consecuencias que acarrearía la aparición del
cometa Halley y por la jubilosa expectación, cumplida con creces,
de las rumbosas fiestas del Centenario; pero lo más importante era que
mostraba señales del despertar de conciencias entre la población,
que comenzaron a alentar la esperanza de que un cambio en la política
del país daría como consecuencia una mejora en su calidad de vida.

Ante la intransigencia del gobierno, Madero decide encabezar


una insurrección popular. Huye de la cárcel donde estaba recluido en
junio de 1910, y desde Texas prepara el Plan de San Luis Potosí, el cual
revisado por una comisión que le dio forma definitiva, declara nulas
las elecciones de junio y julio anteriores, desconoce al gobierno de
Díaz, exige el sufragio efectivo y la no-reelección, denuncia los abusos
del porfiriato y señala el 20 de noviembre de 1910 como la fecha de la
sublevación. El movimiento no estalló en la fecha prevista porque
días antes la familia de Aquiles Serdán fue denunciada y sofocado
ése y otros episodios iniciales, “…pero a partir de marzo de 1911 cun-
dió rápidamente la lucha por todos los rumbos del país. Al ejército
permanente que se mantuvo fiel, se enfrentaban los hijos del pueblo
F elipe T ena R amírez 23

transformados en combatientes; entre ellos sobresalían los Figue-


roas y Emiliano Zapata en el sur y Pascual Orozco en el norte”.19

Por tanto, fue natural que entre los propios maderistas sur-
giera la necesidad de incorporar reivindicaciones sociales —eco de las
propuestas floresmagonistas— mismas que fueron planteadas en
el Plan Político Social, que pedía la restitución de las tierras usurpadas
y la dotación de los terrenos sin cultivar para quienes lo solicitaren, el
aumento de jornales, la limitación de las horas de trabajo, etcétera.20

El mes de mayo de 1911 marca la última de las etapas del por-


firiato: sucesivas derrotas militares de las tropas federales; el fracaso de
las negociaciones de paz entre gobiernistas e insurrectos; la caída
de Ciudad Juárez, Chihuahua, el día 10, la subsecuente firma de los
convenios el 17 y el 25 del mismo mes la renuncia de Díaz.21

En esas condiciones, resultaba difícil que las personas inmer-


sas en la cultura y la política se sustrajesen a los sucesos que se esta-
ban presentando. Así, Felipe de Jesús Tena, quien había consolidado
su familia y su círculo de amistades, gracias a la afable tolerancia que
brindaba y al reconocimiento con el que le retribuían personas que pro-
fesaban las más diversas ideologías, no podía ser la excepción. Man-
tenía amistad tanto con los hombres más sobresalientes del foro
liberal como con otros que reflejaban lo más valioso del clero michoacano.
Jesús Rodríguez Gómez recuerda esa etapa en sus memorias: “En la
primera década de su actuación profesional, el Lic. Tena estrechó
cordiales relaciones sociales y profesionales, en Morelia, con los últi-

19
TENA RAMÍREZ, Leyes…, op. cit., p. 725.
20
Ibid., p. 727.
21
Las tropas que tomaron Ciudad Juárez estaban al mando de los generales Pascual Orozco
y Francisco Villa.
24 Serie Jueces ejemplares

mos exponentes del porfirismo y con los iniciales representantes de


la revolución…”22

Su personalidad y profesionalismo hicieron que cuando Aristeo


Mercado se separó del gobierno de Michoacán el 13 de mayo de 1911,
representantes de los diversos bandos políticos lo instaran a formar
un gobierno de transición encabezado por Miguel Silva como gober-
nador y él como secretario de Gobierno. Una comisión de principales
propuso esta fórmula a Salvador Escalante, jefe del maderismo arma-
do en Michoacán. El cuatro de junio entraron a Morelia las fuerzas
maderistas.

Como era natural, la lucha entre el antiguo régimen y la revo-


lución, alcanzaba a todos los Estados de la República. En Michoacán
se hizo palpable en el cada vez mayor distanciamiento entre los par-
tidos. Felipe de Jesús, en su calidad de secretario de Gobierno y gober-
nador interino en las licencias del propietario, se impuso la difícil tarea
de actuar como conciliador; sin embargo, no pudo impedir que en oca-
siones la efervescencia popular se manifestara con violencia, como
sucedió cuando fue apedreada la fachada del Seminario de Morelia.
Hechos como ése lo decidieron a dejar el cargo el 16 de septiembre de
1912. A petición del gobernador, aceptó una diputación en la Legis-
latura local.

Mientras eso sucedía, en el resto del país se desató la con-


tienda política entre partidos de todas las tendencias. Madero resultó
electo en la presidencia y José María Pino Suárez en la vicepresiden-
cia. Su programa moderado no satisfizo las demandas sociales de los
grupos más radicales ya que defraudó las promesas del Plan de San

22
RODRÍGUEZ GÓMEZ, Don Felipe de J…, en Recuerdos, p. 31.
F elipe T ena R amírez 25

Luis; al propio tiempo, cometió un error táctico al licenciar a la mayor


parte de las tropas que le habían ayudado a alcanzar la victoria, per-
diendo su protección, en tanto que dejó intacto al ejército porfirista.
Los levantamientos no se hicieron esperar y Emiliano Zapata en el
sur proclamó el Plan de Ayala (1911), exigiendo la reforma agraria, y
Pascual Orozco en el norte con el Pacto de la Empacadora (1912), donde
propuso medidas a favor de las clases obrera y campesina. El ejército
federal no logró extinguir el movimiento zapatista, pero sí aniquilar
al orozquista. Otros levantamientos, como el de Bernardo Reyes y el
de Félix Díaz, opuestos a los anteriores por su motivación y finali-
dades, también fueron sofocados.23

El doloroso capítulo de la historia conocido como La Decena


Trágica, dio comienzo el 9 de febrero de 1913. Se gestó por la trai-
ción de Victoriano Huerta, jefe de las fuerzas maderistas, con el apoyo
del embajador norteamericano en México. Madero y Pino Suárez
fueron apresados, obligados a renunciar, y posteriormente asesina-
dos. Tras algunas maniobras realizadas para darle un viso de lega-
lidad, Huerta llegó a ocupar la sede presidencial.

El cuartelazo se había legalizado. Nada más que la legalidad se la habían


comunicado una traición y el allanamiento de quienes aceptaron la
maniobra, por lo que más allá de la constitucionalidad formal se había
producido un agravio a las instituciones, que no podía ser purgado por
la sola voluntad de aquellos que lo consintieron…

La Revolución, contenida hasta entonces por el espíritu conci-


liador de Madero, se preparaba a liquidar de una vez por todas el
pasado, sin titubeos ni contemplaciones.24

23
TENA RAMÍREZ, …, op. cit., pp. 804-805.
24
Ibid., p. 806.
26 Serie Jueces ejemplares

Carranza convence a sus seguidores de orientar el Plan de Gua-


dalupe (1913) únicamente al orden legalista, para acabar con el gobier-
no usurpador. A instancias de Francisco J. Múgica y los militares, se
le adicionó la promesa de formular el programa social al triunfo de la
lucha. El Ejército Constitucionalista salió victorioso en la lucha ar-
mada y se pactó la entrega de la Capital y la disolución del ejército
federal, el 13 de agosto de 1914. Igualmente importante fue que el
Primer Jefe rechazó todas las imposiciones y al día siguiente obtuvo
la rendición incondicional del régimen huertista sin participación ni
colaboración de ningún gobierno extranjero.25

Por aquella época, Felipe de Jesús Tena abandonó Morelia y se


trasladó a la capital de la República. A los pocos meses regresa a Mi-
choacán y se refugia en la hacienda de Bellas Fuentes, próxima a More-
lia, donde amigos suyos le proporcionaron la seguridad de que carecía
en la capital del Estado. Como hombre de letras que era, para ocupar
su tiempo se dedicó a la lectura de algunos libros usados y maltre-
chos que encontró en aquella hacienda, entre ellos el Código de
Comercio de 1889.26 Éste despertó su interés y lo hizo profundizar en el
derecho mercantil mexicano a la luz del derecho extranjero, lo que había
de fructificar años después en un libro. Su hijo Felipe Tena relataba:

¿Cómo nació ese libro, que llamado a galvanizar el Derecho Mercan-


til de México, se preparó en el aislamiento de la provincia, sin otro
comercio intelectual que el de las obras entonces modernas, difícil-
mente conseguidas?

…De regreso en Morelia, solicitó catálogos de librerías italianas, fran-


cesas y españolas. Cada libro que adquiría lo orientaba hacia otros
libros. Pero sus recursos económicos lindaban con la penuria. Para

25
ULLOA, Berta, …, op. cit., p. 1131.
26
RODRÍGUEZ GÓMEZ, … op. cit., pp. 33 y 109.
F elipe T ena R amírez 27

hacerse de obras nuevas, tenía que deshacerse de obras antiguas.


Él solo escribió, sin el auxilio mecánico de nadie, primero a mano y
después a máquina,… el primer tomo de su obra… En 1920 quedó
terminado,…. En 1922 el libro entró a la imprenta.27

Hacia 1918 la vida familiar de Felipe de Jesús —ya con 45 años


de edad— y de su esposa Sara, había asumido rasgos de normalidad, su
hijo mayor era un adolescente de 13 años y tenían varios hijos peque-
ños. En ese entonces se encontraban residiendo en la ciudad de Morelia.28

La sensibilidad, la empatía hacia los demás y los fuertes prin-


cipios morales que caracterizaron la personalidad de Felipe Tena Ra-
mírez, denotan la huella de la educación y el trato amable recibido
de su madre, Sara Ramírez de Tena, quien formó con su esposo un
hogar agradable en el cual sus hijos pudieron crecer y desarrollarse
sanos de cuerpo y mente, aun en tiempos en que el país entero parecía
sucumbir.

Dicha influencia positiva se intuye de los conceptos vertidos por


Felipe Tena, sobre lo que representa la figura de una madre. Atribuye
a la maternidad una forma de grandeza y un ejercicio de lo heróico; la
visualiza como una actitud constante de sustitución del egoísmo carac-
terístico de los seres humanos, por el principio del amor; ése que todo
lo da sin pedir nada a cambio. Expresa así sus sentimientos:

Proscrita la ley del egoísmo, vigente en toda su plenitud la ley del amor,
el mundo de las madres se convierte en un mundo de excepción,…

porque la maternidad y el perdón participan de la misma savia, al iden-


tificarse en la ecuación del amor.29

27
TENA RAMÍREZ, “Felipe de Jesús Tena”. Facultad de Derecho de la UNAM, 25 de marzo
de 1958, en Discursos, edición privada, Fimax Publicistas, Morelia, Mich., 1980, pp. 104-105.
28
RODRÍGUEZ GÓMEZ, op. cit., p. 29.
29
TENA RAMÍREZ, Felipe, “Elogio a la Madre”, Teatro Alameda de la Ciudad de México,
mayo 10 de 1940, en Discursos, pp. 28-29.
28 Serie Jueces ejemplares

Esos conceptos son el reflejo de lo que como hijo recibió de su


madre en las etapas formativas de su niñez y adolescencia. Ese amor
dejó eco en poéticas palabras:

En este recorrido por el sendero maravilloso de la maternidad, en


esta exploración por su universo de ensueño, al acercarnos a la
madre su figura casi se desvanece, para confundirse con esos dos
destellos de Dios en la creación: el perdón, que está en el vértice de
los valores morales, y la belleza, hontanar de aguas vivas para la boca
sedienta del peregrino, caricia de perfume en la noche inmensa, bajo
las constelaciones ignoradas.30

Por su parte, Felipe de Jesús en su constante interés por la edu-


cación funda en 1923, en sociedad con otros abogados, la Escuela Libre
de Derecho Michoacana,31 de la que fue director. Plantel en el cual su
primogénito inició el estudio de la carrera de leyes. Las inquietudes
sociales prevalecientes en la época de Francisco J. Múgica, gober-
nador de Michoacán, derivadas del anticlericalismo de esos tiempos,
hicieron fracasar esa institución educativa de nivel superior.

El ganado reconocimiento como especialista en Derecho Mer-


cantil le abrió las puertas, primero, para formar parte de la Comisión
Redactora del Código de Comercio —motivo por el cual se trasladó con
su familia a la Ciudad de México en 1926, donde habrían de residir
definitivamente— y, segundo, para integrarse al plantel de maestros
en la Escuela Libre de Derecho de la capital en 1927 y, posteriormente,
también a la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México.

30
TENA RAMÍREZ, Elogio…, op. cit., p. 30.
31
DEL ARENAL FENOCHIO, Jaime, Hombres e Historia de la Escuela Libre de Derecho,
ELD, México, 1999, p. 311.
F elipe T ena R amírez 29

Entre 1927 y 1940, en forma simultánea a sus funciones como


docente, ejerció su profesión y llegó a ocupar los cargos oficiales de
jefe del Jurídico en las Secretarías de Gobernación y en la de Asisten-
cia Pública. Estudioso incansable, a partir de 1933 se especializó en la
traducción de obras jurídicas italianas; la última de ellas la hizo cuando
contaba ya con 82 años de edad.

Germán Fernández del Castillo, quien fuera rector de la Escuela


Libre de Derecho, dijo de él:

Su nombre está ligado a la época más importante del Derecho


Mercantil Mexicano con la influencia que ejerció en la transfor-
mación de esa rama durante el decenio 1930-1940, tanto por sus
escritos jurídicos y por las traducciones de obras importantes que
puso al alcance de los juristas mexicanos.32

En 1941 Felipe de Jesús Tena fue nombrado Ministro de la Su-


prema Corte de Justicia de la Nación, cargo que ejerció hasta 1944,
en que se retiró por renuncia a los 68 años de edad.33

A él se debe el lema propuesto y aceptado por el Pleno de la


Corte, que hoy ostenta uno de los muros del edificio que ocupa este
Máximo Tribunal, que dice:

“Supremae Legis Servi Sumus ut Liberi esse Possimus”


(Siervos somos de la Ley Suprema, para poder ser libres) 34

Sobre este pensamiento acerca del papel que debe ser desem-
peñado en especial por quienes enarbolan y hacen posible la justicia

32
RODRÍGUEZ GÓMEZ, op. cit., p. 37.
33
SCJN, Ministros 1917-1994 Semblanzas, t. II, México, 2002, pp. 685-688.
34
Felipe de Jesús Tena recibió del Pleno de la Corte la encomienda de proponer un lema,
que lo tomó de un jurista italiano quien a su vez lo citaba de un autor latino que pudo ser
Cicerón;Vid. Barra Mexicana, Colegio de Abogados, entrega del Premio Nacional de Juris-
prudencia 1991, en “Recuerdos”, p.110.
30 Serie Jueces ejemplares

desde el más elevado de los cargos del Poder Judicial, su hijo Felipe
Tena comentó: “Elegante contrapunto, conforme al cual una sumi-
sión conduce a la libertad”.35

La Facultad de Derecho le otorgó medalla de oro e impuso su


nombre en una de sus aulas; y la Asociación de Funcionarios Judiciales
le confirió la venera del Honor Judicial, que le impuso el presidente
de la República. Falleció en México el 2 de marzo de 1958.36

Tal vez quienes hayan leído las páginas anteriores se pregun-


ten el motivo por el cual me permití hacer el detallado relato de la vida
del padre y de la influencia de la madre en la formación de Felipe Tena
Ramírez,37 así como del entorno porfirista primero y revolucionario
después, en que se desarrollaron su infancia y adolescencia. Esto se debe
a que considero que tales antecedentes permiten lograr una mayor
comprensión sobre su personalidad. En especial, destaca el que Felipe
de Jesús Tena fue claramente el origen vocacional de su primogénito.

35
TENA RAMÍREZ, Palabras del licenciado Felipe Tena Ramírez, pronunciadas durante la sesión
solemne del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el 17 de marzo de 1970, en la que
fue despedido como Ministro, con motivo de su jubilación voluntaria, en Discursos, p. 155.
36
Vid. RODRÍGUEZ GÓMEZ, Recuerdos, p. 36.
37
Jesús Rodríguez, a la vez que destaca la admiración de Felipe por su padre, considera
que, en estricta justicia, debe mencionarse la devoción que sentía por su venerable madre.
1.3. El estudiante

F elipe Tena Ramírez cursó primaria, secundaria y pre-


paratoria en su ciudad natal. Estos últimos estudios los
realizó entre 1918 y 1922 en el Seminario de Morelia,
institución educativa fundada en 1770, manantial del que emanaron el
destacado prócer José María Morelos y eclesiásticos tan destacados
como José María Martínez; políticos como Melchor Ocampo, Francisco
Elguero, Jesús Romero Flores, Pascual Ortiz Rubio; humanistas como
los hermanos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte; poetas como Manuel
de la Torre Lloreda, Francisco Alday y Manuel Ponce, entre otros muchos.

Ramón López Lara relata las vivencias de los alumnos en el


seminario, en estos términos:

Ambiente de alegría, maestros sabios, celadores comprensivos, com-


pañeros y amigos que nos hacían la vida no sólo llevadera, sino
inmensamente deliciosa y amable. Porque el Seminario de Morelia
contaba con elementos que proporcionaban a los alumnos todo
lo necesario para su formación intelectual… El Seminario sembró,

31
32 Serie Jueces ejemplares

en muchos de sus discípulos lo que más tarde los haría aparecer en


antologías nacionales y, algunos, en las universidades, como sin
duda fue el caso de don Felipe Tena Ramírez.38

Después de iniciar sus estudios en la Escuela Libre de Derecho


michoacana, prosiguió su formación profesional en la Escuela Libre de
Derecho de la Ciudad de México, entre 1924 y 1928, donde compar-
tió las aulas con compañeros de la “Libre Michoacana”, como Pedro
Martínez, Luis Medal y Tomás Alanís, entre otros muchos proceden-
tes del resto del país que llegarían a destacar en diversos campos del
conocimiento.

Precisamente al comenzar el año lectivo de 1924, la Escuela


Libre de Derecho puso en marcha un nuevo plan de estudios, incor-
porando el segundo curso de Derecho Administrativo y la materia de
Legislación Social. Jaime del Arenal Fenochio comenta al respecto:

Al aprobar estas reformas la Escuela Libre se vinculaba y recono-


cía al mismo tiempo el intenso proceso de transformación insti-
tucional llevado a cabo en el aparato estatal y en la sociedad mexicana
como consecuencia de la Revolución… El plan, sin duda, se incli-
naba hacia una consideración realista y metafísica del Derecho,
resabio todavía de la influencia positivista ejercida por dos de
sus rectores: Miguel S. Macedo y Emilio Rabasa.39

Así, por un lado, esta institución adaptaba sus planes de estu-


dio y, por el otro, fundamentaba su calidad educativa en la excelencia
de su profesorado. Aun siendo todos ellos destacados profesionistas,
sería difícil mencionar al claustro completo de profesores que formaron

38
ESTRADA SÁMANO, Rafaél, “Vida, Obra y Legado de Felipe Tena Ramírez”, Revista de
Investigaciones Jurídicas, Escuela Libre de Derecho, año 1995, No. 19, México 1995, p. 436.
También en Jardín Moreliano de Poetas, Balsal Editores, Morelia, Mich. 1970, p. 279.
39
DEL ARENAL FENOCHIO, Hombres e historia…, op. cit., p. 320.
F elipe T ena R amírez 33

a la generación 1924-1928. Sólo menciono los nombres de algunos


de los que fueron mentores de Felipe Tena, como:

1924,
Sociología Luis Chico Goerne
Primer año
1925, II. Economía Política Fco. Javier Gaxiola Jr.
Segundo año
1926, III. Derecho Civil Pedro Lascuráin
Tercer año

1927, II. Derecho Mercantil Antonio Pérez Verdía y


Cuarto año Manuel G. Escobedo

Derecho Constitucional Emilio Rabasa


1928, Legislación Social Teófilo Olea y Leyva
Quinto año Historia del Derecho Miguel S. Macedo
Patrio

La Escuela Libre de Derecho de la capital de la República, fun-


dada en julio de 1912, tiene desde entonces un bien ganado reco-
nocimiento y una experiencia de lucha por sostener en su ideario el
principio de la libertad educativa, principio que tuvo que enfrentar
múltiples dificultades en la época del callismo y en el maximato.40

Como se indica textualmente en el artículo primero de su Esta-


tuto, la enseñanza impartida es laica y apolítica; tiene por objeto exclu-
sivo la enseñanza de las ciencias jurídicas y sus auxiliares, y es una
institución independiente del poder público y ajena a todo fin polí-
tico o credo religioso.

40
El maximato es reconocido como la prolongación en el ejercicio del poder del presi-
dente Plutarco Elías Calles, con los dos presidentes subsecuentes.
34 Serie Jueces ejemplares

Cuando Felipe Tena Ramírez estudió, en las aulas de esa Escuela


Libre coincidieron algunos de los actores de la vida cultural y polí-
tica de un país que comenzaba a transformarse. Tal vez la intensidad
y la gravedad de los acontecimientos de los que serían testigos
los llevaría a asumir, en su momento, un pleno compromiso pro-
fesional,… El ambiente que respiraron tanto en México como en
nuestra Escuela fue el crisol donde esas generaciones se forjaron.
En tiempos difíciles y ante retos difíciles, unos respondieron al
país desde la jurisprudencia —el caso de Tena y de los más— otros
desde otras ramas del saber o actividades; incluso hubo varios quie-
nes respondieran desde las bellas letras y desde el sacerdocio.41

Los años de estudios profesionales abren la mente de los


estudiantes hacia horizontes más amplios, despiertan las inquie-
tudes sobre temas que afectan a la sociedad en la que viven, motivan
el deseo de actuar en la vida en pos de ideales y metas, son el im-
pulso para el descubrimiento de capacidades hasta entonces ignoradas
o vagamente percibidas, fuente de amistades que nos acompañarán
toda la vida. Esto y más se logra en esta etapa, tanto por la vía de la
lectura como de las enseñanzas de profesionales experimentados y
de las vivencias y discusiones con los compañeros. Es una etapa rica
en la adquisición de nuevos conocimientos teóricos y prácticos, que
se van acrecentando con el ejercicio de la profesión y con el enfren-
tamiento a problemas que deben ser resueltos.

Esas relaciones dialécticas se activan e impulsan en ambientes


culturales propicios. Este fue el caso de la Escuela Libre de Derecho
para Felipe Tena Ramírez.

Rodríguez Gómez, su dilecto amigo, comenta en sus memorias


que desde que ambos estudiaban su carrera profesional en esa ins-

41
DEL ARENAL FENOCHIO, …, op. cit., p. 312.
F elipe T ena R amírez 35

titución, dedicaban su tiempo libre a la lectura y se reunían a comen-


tarla los domingos. Extendieron sus inquietudes a la literatura francesa
y española, a la historia de México, a las piezas oratorias; asistían a
conferencias sobre los más diversos temas, frecuentaban teatros y
hallaron en la cultura un manantial inagotable de conocimientos para
saciar su sed de saber.

Felipe incursionó con éxito en la poesía, que sólo recitó a sus amigos
y se abstuvo de publicar salvo alguna, que apareció en la Crestomatía
Michoacana… recordaré nuestra afición al teatro clásico; admira-
mos a doña María Guerrero y a don Ricardo Calvo, dulce su voz en los
Amantes de Teruel; brava como la de un cadete de la Gascuña, cuando
recitaba a Cyrano; y tímidos alumnos de la Alianza Francesa,
asistimos a la comedia de Mme. Gabrielle Dorziat. 42

Tena Ramírez obtuvo su título profesional con mención


honorífica el 18 de mayo de 1929, con la tesis La función del Derecho.
Del individualismo al socialismo. En el prólogo de dicha tesis sostiene
que la misma:

… no pretende sino la sinceridad, la independencia y la cortesía


para todas las ideas. Quizás por ello sea digna del espíritu de la Es-
cuela Libre de Derecho, sereno, hospitalario y tolerante que funda
en el honor su decoro, en la libertad su prestigio y en la autono-
mía, inflexible y digna, toda su razón de ser.43

El jurado calificador presidido por el maestro Emilio Rabasa,


propuso la publicación de ese primer testimonio del trabajo de uno de
sus alumnos destacados; fue desafortunado el que no haya sido aten-
dida esa disposición. 44 Por tanto, se incluye íntegra en su versión

42
RODRÍGUEZ GÓMEZ, Don Felipe Tena…, en “Recuerdos”, p. 114.
43
TENA RAMÍREZ, Felipe, Tesis profesional, fotocopias de apuntes mecanografiados,
Escuela Libre de Derecho, México, mayo de 1929, p. 3.
44
Paréntesis del autor: Dado que hasta la fecha no ha sido publicada como libro la tesis
profesional de Felipe Tena Ramírez, fue necesario recurrir a la amabilidad de Rafael Es-
36 Serie Jueces ejemplares

original en este trabajo, a efecto de que sea conocida en lo que su conte-


nido mantiene de vigencia, 80 años después de haber sido escrita.

Hablar de sus maestros Emilio Rabasa y Miguel Macedo es tema


obligado, dada la admiración que se advierte en los siguientes conceptos:

Pero yo quiero elegir entre ellos a los dos maestros que dejaron
en mi vida huella más honda: D. Emilio Rabasa y D. Miguel Macedo.
Permitidme, señores, que en esta ocasión en que rindo homenaje
al primero evoque a su lado el nombre del segundo, porque unidos
están en el corazón de la Escuela y en la memoria de sus alumnos.
Y aquí dejo esta siempreviva, para ti, maestro Macedo, que fuiste,
en el mundo del saber, aventurero de todas las latitudes, besado por
la luz de todas las constelaciones.45

Respecto a Emilio Rabasa, por su tenacidad y puntualidad en la


cátedra, la precisión en las palabras y las lecciones de tolerancia que,
tanto él como Macedo les comunicaban en las aulas, Tena comentaba:

Desde el año de 12 hasta el de 30, en que ocurrió su muerte, impartió


Rabasa en esta Escuela la enseñanza del Derecho Constitucional,
interrumpida sólo por la expatriación. No únicamente lo que había
sido materia de sus libros, sino la Constitución toda y los problemas
de la Ciencia Política, eran tratados en su curso. Su asiduidad, su exac-
titud jamás quebrantadas, se distribuían por igual entre la cátedra
y la dirección de la Escuela, no obstante la ceguera implacable que,
como a tantos hombres superiores, parecía iluminarle el interior….

… en lugar de emplear la palabra gris, buscaba difícil y ahincada-


mente la palabra selecta, la que por precisa e inviolada expresa la
idea mejor que ninguna otra.

trada Sámano, quien me proporcionó un ejemplar mecanografiado en copia fotostática de


dicho documento.
45
TENA RAMÍREZ, Felipe, “Emilio Rabasa”, Aniversario de la Escuela Libre de Derecho,
julio 24 de 1935, en Discursos, p. 94.
F elipe T ena R amírez 37

Pero había algo en su clase que no había en sus libros. No eran ideas
que vinieran a cambiar la estructura de los sistemas expuestos en
sus obras, porque el pensador de los últimos años jamás desmintió
ninguna de sus doctrinas anteriores. No era la visión de síntesis,
que lo acompañó toda la vida y que ponía en sus panoramas inte-
lectuales los trazos netos y simples del perfil de una serranía. Lo que
tenía en sus clases y no había en sus libros, era la tolerancia, la acti-
tud nobilísima que le dio la Escuela y que él le devolvió multiplicada.
Porque no sé todavía, señores, quien fue maestro de tolerancia, si
la Escuela por una parte o Rabasa y Macedo por la otra… Su mejor
lección fue aquella en que elevó a norma de educación la regla de la
tolerancia. Su mejor actitud, aquella en que afirmó sus ideas y res-
petó las ajenas… Es esa la tolerancia, la educación de más alta
estirpe, porque es cortesía intelectual, urbanidad del espíritu. 46

Refiere Tena Ramírez con emoción un discurso de Emilio Ra-


basa sobre la enseñanza, hecho en el año de 1925, a quien parafrasea
diciendo que la educación es “la noble tarea que quiere alumbrar el
entendimiento, sin violar la integridad de las conciencias”. No dudo en
transcribir íntegras las palabras de Rabasa, como guía y motivación
para quienes ejercen y encuentran su realización en la docencia.

Enseñar es alumbrar para que los ojos vean y las inteligencias se


regocijen; es alumbrar, pero no con la linterna sorda que ilumina
un punto y deja en mayor oscuridad el campo, sino encendiendo
auroras para el despertar de las inteligencias dormidas; es presen-
tarles bajo la luz del día la naturaleza entera, que descubre todas
sus formas a la mirada y ofrece a la investigación todos sus mis-
terios; enseñar es desvanecer las nieblas para mostrar nuevos
horizontes y levantar en el alma el afán inquieto de alcanzarlos, de
remontarlos y descubrir desde su altura los horizontes de más allá,
que estimularán su codicia de espacio y su osadía ante los enigmas;
enseñar es romper las ligaduras de la inteligencia y animarla a ejer-
citar sus fuerzas propias, como el pájaro confía en sus alas y las

46
Ibid., pp. 94-97.
38 Serie Jueces ejemplares

ama, sumisas siervas de su albedrío y garantes seguros de su liber-


tad. Sólo la enseñanza así entendida puede llegar a su más alto fin y
a la exaltación del hombre hasta la cumbre del espíritu; sólo así puede
excitar y entender y sublimar el afán irresistible de conocimiento,
que parece ser en el alma el más poderoso imperativo; el afán que
hace a los viajeros de lo desconocido, a los descubridores de estre-
llas, a los conquistadores de lo ignoto, a las voluntades que marchan
sin volver jamás la cara; a los buscadores del polo antártico que cami-
naban en las tinieblas polares de la noche sin término, más grandes
que la gloria humana, pues que dejaban a sus espaldas el mundo
con sus clamores de vanidad, e iban exánimes por el sendero de la
muerte.47

Esos y otros maestros dejaron impresos en el espíritu y en la


conciencia de Felipe Tena los altos propósitos que lo guiaron en la do-
cencia, cuando contó con el título de abogado. La vida le daría la oportu-
nidad de seguir la trayectoria marcada por sus primeros maestros, pasar
de ser alumno a profesor y convivir en las diarias tareas de Ministro
en la Suprema Corte de Justicia de la Nación con algunos de ellos. Ligas
invisibles y firmes como el acero los habrían de vincular por siempre.

47
Ibid., pp. 97-98.
1.4. El maestro

A penas se secaba la tinta de su título de abogado cuando inició


sus actividades docentes en la Escuela Libre de Derecho de
la Ciudad de México como profesor de la materia de Derecho Procesal
Civil, que impartió durante tres años.

Al término de ese lapso, fue designado profesor adjunto de Manuel


Herrera y Lasso, maestro de Derecho Constitucional. Dividido el curso
de esta materia en dos grupos, a Tena Ramírez le correspondió durante
varios años hacerse cargo de uno de ellos, según afirma Rodríguez Gómez.

Sería este el campo de las leyes que despertaría su interés más


profundo.

Sin exageración, puede afirmarse que en la Libre de Derecho ha


surgido una verdadera escuela del Derecho Constitucional que en-
cuentra en Rabasa, Herrera y Lasso y Tena Ramírez a sus tres pilares
fundamentales; ha producido otros notables exponentes como F.

39
40 Serie Jueces ejemplares

Jorge Gaxiola, Gustavo R. Velasco y Víctor Manuel Ortega; más hacia


los tiempos actuales, han destacado en esa escuela Francisco Xavier
Gaxiola, Elizur Arteaga Nava y Arturo Zaldívar Lelo de Larrea…48

Es de todos sabido que el ejercicio de la docencia obliga más al


estudio al maestro que al alumno, lo que sucedió en el caso de Tena,
cuando sumó a sus actividades docentes en la Escuela Libre de Dere-
cho, la enseñanza de la historia de las ideas políticas. De esa manera
se fueron acrecentando sus conocimientos en un horizonte cada vez
más amplio.

En 1941 ingresa como profesor de Derecho Constitucional en


la Escuela Nacional de Jurisprudencia (hoy Facultad de Derecho) de la
Universidad Nacional Autónoma de México, donde impartió sus
lecciones durante 23 años, hasta 1964.

A mi compañero, Mariano Azuela Güitrón,49 le solicité su colabo-


ración y generosamente me envió un texto que tituló “Mi relación
con don Felipe Tena Ramírez”. Ese documento se refiere a diversos as-
pectos y, más concretamente, al maestro, al Ministro y a varias de sus
tesis sobresalientes. En el momento apropiado me referiré a las dos últi-
mas facetas, pues ahora tomo la parte que corresponde al maestro.

Azuela narra que cuando cursaba el tercer año de carrera en la


Facultad de Derecho de la UNAM tuvo la oportunidad, por lo sencillo
que era en ese tiempo, de cambiar de grupo en la materia de Derecho
Constitucional e inscribirse en el del maestro Tena Ramírez.

48
ESTRADA SÁMANO, Vida, obra y…, op. cit., nota a pie de página 443.
49
Azuela Güitrón fue alumno de Felipe Tena Ramírez en el año de 1956. Fungió como
su Secretario de Estudio y Cuenta en la Suprema Corte de Justicia, por invitación que éste
le hizo, de 1960 a 1970. Fue nombrado Ministro de ese Alto Tribunal en 1983, asumiendo su
presidencia del 2 de enero de 2003 al 31 de diciembre de 2006.
F elipe T ena R amírez 41

“La claridad en la impartición de la cátedra, su vinculación con la


realidad mexicana, la preocupación contagiosa por México ante todos
sus problemas, entre ellos perfeccionar su democracia, me
entusiasmó. El libro de Derecho Constitucional, transformado en
brillantes disertaciones satisfizo mi esperanza y hoy recuerdo mi
asistencia puntual, propiciadora del diálogo cotidiano con un hombre
aparentemente frío y distante hacia sus jóvenes discípulos”.50

En un discurso pronunciado en la UNAM calificó a los alumnos


como: “…mis jóvenes compañeros en el solidario aprendizaje del
Derecho”. Esto denota que, efectivamente, su frialdad era aparente,
pues tal expresión pone de manifiesto la calidez de los sentimientos
que les profesaba a sus estudiantes.

Entre 1947 y 1951, atendiendo en forma simultánea sus labores


docentes y profesionales, funda en la UNAM el Seminario de Derecho
Constitucional y funge como su director.

En el año de 1950 dicha universidad le otorga el grado de Doctor


ex officio, eximiéndolo de cursar los estudios relativos y sin la defensa
de la tesis de grado, dado que era profesor titular de materia durante
más de cinco años ininterrumpidos y por contar con publicaciones.51
Fueron varios los juristas que recibieron este grado dado que era
indispensable contar con un cuadro docente de ese nivel para que
pudiera instituirse el Doctorado en 1947. Con ese nivel académico se
desempeñó como catedrático en el doctorado en Derecho de la UNAM
a partir de marzo de 1950, impartiendo la asignatura de Derecho
Constitucional.

50
Nota del autor. Todo lo entrecomillado corresponde literalmente a parte del texto
formulado por Mariano Azuela Güitrón, titulado Mi relación con Don Felipe Tena Ramírez.
51
SERRANO FIGUEROA, Rafael. “Vida y pensamiento de Felipe Tena Ramírez”, en
Serrano Migallón, Fernando (compilador), Estudios Jurídicos en Homenaje a Felipe Tena
Ramírez, Editorial Porrúa, México 1999, p. 408.
42 Serie Jueces ejemplares

Una distinción que otorga esa institución es el Premio Jurí-


dico Anual Maestro Jorge Sánchez Cordero, del cual se hizo acreedor
Felipe Tena Ramírez el 14 de julio de 1983. En esa ocasión pronun-
ció palabras de agradecimiento, de cuyo texto rescatamos los siguientes
pensamientos:

Agradezco, con palabras que ahora y siempre serán insuficientes, el


honor que en esta ocasión se me concede.

El premio jurídico anual “Maestro Jorge Sánchez Cordero”, instituido


por la generosidad de su fundador para honrar la imagen del Abo-
gado, es ajeno en su otorgamiento a todo otro motivo que el estric-
tamente académico. Así lo revela el hecho de que el premio se ha
deferido en los dos primeros años de su existencia a los ilustres
juristas Don Eduardo García Máynez y Don Alfonso Noriega.

… tuve la fortuna de escuchar al pie de la cátedra de Don Emilio Ra-


basa sus lecciones de Derecho Constitucional. Fui su alumno; no
aspiro al honor de haber sido su discípulo.

Allí aprendí, en efecto, que la doctrina del Derecho Constitucional


es escuela de tolerancia, práctica de respeto mutuo entre ideales
opuestos… la lección en aquel entonces recibida me convenció de
que allí, en la cátedra, la enseñanza impregnante del respeto a los
idearios ajenos ha de ser meta de quien expone, lo mismo su inter-
pretación de cada artículo de la Ley Suprema, que cuando se enfrenta
con los enigmas de nuestra Historia o de la realidad circundante…52

Como reconocimiento a sus merecimientos académicos y de


investigación, la UNAM estableció en 1987 el Premio Tena Ramírez, a
los trabajos más destacados sobre los derechos humanos, de alumnos
de esa casa de estudios.

52
Documento consultado en los archivos personales de Felipe Tena Ramírez y de Jesús
Rodríguez Gómez, que me fueron amablemente proporcionados por Francisco Rodríguez
Anaya.
F elipe T ena R amírez 43

En los archivos privados que tuve la oportunidad de consultar


aparece que en 1965 el presidente de la República le impuso, en Mo-
relia, la Condecoración Generalísimo Morelos, así como que en 1971
se le otorgó la Venera del Honor Judicial.

Múltiples fueron las motivaciones del maestro Tena Ramírez


para su desempeño docente. Entre ellas destaca su interés por enseñar
al mismo tiempo que las técnicas jurídicas, la experiencia entendida
como historia. En una intervención que tuvo en su Alma Mater, decía:
“Pero vosotros, jóvenes, que tenéis derecho, no sólo al porvenir, sino
también al pasado, debéis recibir de las generaciones que os prece-
dieron el depósito de la tradición”.53

53
TENA RAMÍREZ, “Emilio”…, op. cit., p. 86.
1.5. Su vida sentimental

Y a con la carrera consolidada y después de una larga


etapa de noviazgo, Felipe Tena Ramírez casó con María
Gómez Ortiz, originaria como él de Morelia con quien constituyó un
matrimonio estable, en el cual su esposa supo mantener un ambiente
apropiado para el desarrollo de las metas intelectuales de su marido.
A ella le dedicó esta poesía:

Los árboles orillan el sendero


y hay perfumes que asoman por la linde.
Mi corazón te dice: más te quiero,
cuando la tarde su jornada rinde.
Todo amor se mejora con la espera,
y el viejo vino que tu mano escancia
tuvo en la vid su fértil primavera
y acendra en el otoño su fragancia.
Bebamos de este zumo gota a gota,
en lenta paz y a la vista de Dios,

45
46 Serie Jueces ejemplares

hasta extinguirse en nuestra copa rota


el unánime pulso de los dos.54

Sus palabras reflejan claramente un sentimiento que aguardó


largo tiempo para verse realizado. María fue la novia lejana, nunca
olvidada, que lo esperó en su natal Estado con la paciencia que sólo el
amor verdadero es capaz de hacerlo; cuando Felipe le dice, “todo amor
se mejora con la espera”, habla de la confianza en que al final compar-
tirían sus vidas “con la fragancia que el otoño acendra y en lenta paz
y a la vista de Dios”.

Felipe y María al fin se unieron y él continuó por el camino ya


trazado. Esa mujer de ojos grandes y penetrante mirada le brindó su
compañía, supo comprender los ideales que alentaban a su marido y
formó con él un hogar organizado y tranquilo, propicio tanto para el
trabajo intelectual como hospitalario para los amigos. El círculo más
cercano estaba constituido por Jesús Rodríguez Gómez, Miguel Estra-
da Iturbide, Antonio Martínez Báez, entre otros, parte de un vasto
círculo de intelectuales que los frecuentaban. Dos más merecen ser
señalados:

Mencionaré que cultivamos amistad con nuestro compañero Eduardo


Olmedo Cortilla, Profesor de Historia del Derecho, hombre de letras
de fascinante conversación, y también la honrosa con nuestro ilus-
tre coterráneo, Don José Helguero, que dejó para Excelsior el esplendor
de su columna “Ayer, Hoy y Mañana”, y para nuestra cultura histórica,
su ensayo sobre España en los destinos de México.55

También podemos incluir entre sus amigos cercanos a su maes-


tro Francisco Javier Gaxiola, en cuyo “Jubileo Profesional” le dedicó
estas palabras:

54
ESTRADA SÁMANO, Vida, obra y…, op. cit. p. 437.
55
RODRÍGUEZ GÓMEZ, “Don Felipe …”, op. cit., p. 114.
F elipe T ena R amírez 47

…Es usted, por abolengo, un jurisconsulto esclarecido y, en la acep-


ción clásica, un hombre de bien; ha pasado usted entre los hono-
res con el honor a salvo; hizo usted de la amistad la obra maestra
de su vida. Por todo eso hoy estamos con usted los juristas, repre-
sentados por las agrupaciones de abogados; sus familiares y sus
amigos; sus discípulos y la sombra tutelar de sus maestros… Sobre
su título profesional podríamos colocar hoy la mano juramentada
de los antiguos adalides, para pregonar que ni una sola tilde dete-
riora los cincuenta años de su título. 56

Con su esposa y personas cercanas a su afecto asistían como


espectadores a las tandas del ‘Lírico’ y a otros espectáculos cultu-
rales. Felipe mantuvo su afición taurina disfrutando su sitio en la
quinta fila de sombra en el Toreo, según relato de uno de sus amigos.

La pareja formada por María y Felipe no tuvo descendencia.


Ella falleció varios años antes que su marido, quien habría de pasar
largo tiempo en la soledad, hasta que pensó en la mujer con la que
quiso concluir su vida, para entonces ya avanzada en el camino. Su nom-
bre es María Luisa Díaz Ballesteros.

Con María Luisa había sostenido una larga amistad que se


mantuvo por los frecuentes viajes que Felipe y su esposa María reali-
zaban a la ciudad de Morelia. Al quedar viudo, la amistad se acrecentó
a grado tal que llegó a mencionar, al referirse a María Luisa, “juntos
vamos a unir nuestras soledades”.

56
GAXIOLA, Francisco Javier, Memorias,. Edit. Porrúa, México, 1975, p. 126.
1.6. Su trayectoria profesional

F elipe Tena Ramírez empezó a aplicar los conocimientos


legales adquiridos en las aulas trabajando como abogado
postulante en el bufete jurídico de su padre, Felipe de
Jesús Tena. En esa época se fortaleció su relación con Jesús Rodríguez
Gómez, ya que ellos eran los dos únicos colaboradores.

Felipe Tena Ramírez y Jesús Rodríguez Gómez (1966)

49
50 Serie Jueces ejemplares

Permaneció en ese despacho durante varios años, adquiriendo


experiencia jurídica que lo llevó a laborar posteriormente en la Supre-
ma Corte de Justicia de la Nación.

Al estudiar la vida de Felipe Tena Ramírez puedo afirmar sin


reservas que se trata de una persona que sostuvo siempre en su mente
y en sus acciones una gran amplitud de ideales, guiado por el auténtico
interés de contribuir a que las relaciones humanas se desenvolvieran
en un marco de equilibrio, tolerancia y justicia. Para lograr esas altas
miras, considero que su incorporación al Poder Judicial le brindó la
oportunidad de realizarlas.

En 1946 ingresa a la Suprema Corte de Justicia como Secreta-


rio de Estudio y Cuenta, cargo que desempeñaría durante cinco años,
hasta 1951 en que fue nombrado Ministro Supernumerario de ese Alto
Tribunal.57

Sus oficinas estaban ubicadas en el majestuoso edificio de esta


institución jurídica, el cual fue construido a principios de la década
de los años cuarenta en el predio donde estuvo ubicado el “Mercado del
Volador”. A un costado del Zócalo de la capital que —en ese entonces—
contaba con un jardín central con prados y árboles de varios metros
de altura, otros pequeños y algunas plantas; andadores de arena ama-
rilla o tepetate; un prado en círculo al centro y en dos de sus costados
las terminales de los tranvías. No había contaminación y los volca-
nes eran visibles. 58 Considero indudable que el entorno de aquella

57
SERRANO FIGUEROA, Vida y pensamiento…, op. cit., p. 409
58
Vid. ARVIZU T., Edmundo, Aquellos años 40. Recuerdos, anécdotas, comentarios, 2a. ed.,
Editorial Consuelo Sánchez y Asociados, México, 2008, pp. 30 y ss.
F elipe T ena R amírez 51

época brindaba un ambiente agradable para el estudio que requieren


las decisiones de gran responsabilidad que están a cargo de los inte-
grantes de ese Alto Tribunal de justicia.

Tena Ramírez formó parte de una generación de Ministros des-


tacada por sus principios y sus empeños, tanto en hacer realidad la
impartición de justicia como en la preparación académica de nuevos
abogados, con la pretensión de hacer realidad los ideales que a ellos
mismos los guiaban.

Ingresó a la Sala Auxiliar, llevando como compañeros a Maria-


no Azuela Rivera, Gabriel García Rojas, Ángel González de la Vega y
Rafael Matos Escobedo. Posteriormente, cuando uno de ellos pasó
a ser Ministro de Número, se incorporó a esa Sala Juan José González
Bustamante.

Más tarde Felipe Tena fue nombrado Ministro Numerario,


quedando adscrito a la Segunda Sala. Cabe mencionar que integró
esta Sala, en una primera etapa, con Rafael Matos Escobedo, Octa-
vio Mendoza González, Franco Carreño y José Rivera Pérez Campos
y, en su segunda etapa, con el propio Rivera Pérez Campos, Jorge Iñá-
rritu Ramírez de Aguilar, Pedro Guerrero Martínez y Carlos del Río
Rodríguez.
52 Serie Jueces ejemplares

Felipe Tena Ramírez y el autor (1966)

Coincidí un tiempo con Mariano Azuela Güitrón como colabo-


rador de Tena Ramírez en la Segunda Sala del más Alto Tribunal, hasta
que éste se jubiló. En su crónica, Mariano señala que aquél era un
hombre poco inclinado a hacer elogios de modo directo.

Ambos aprendimos y recordamos sus palabras: “…Un buen pro-


yecto debe decir sólo lo necesario y nunca más de lo necesario…” Era
muy respetuoso del tiempo de sus colaboradores importándole fun-
damentalmente la regularidad de nuestras cuentas y, lógicamente,
F elipe T ena R amírez 53

sobre la base de seguir sus indicaciones, autorizándonos implícita-


mente una gran libertad en el manejo de nuestros horarios.

Relata Mariano que Tena Ramírez le pidió orientación sobre


cómo llegar a una universidad a la que lo invitaron a un evento. En-
tonces él, su Secretario de Estudio y Cuenta, le preparó un plano para
llegar a esa institución y, al comentar este hecho a su padre, Mariano
Azuela Rivera, hombre de un gran sentido del humor e irónico como
pocos, le dijo: “… me llamó Felipe y comentó sobre un plano e indi-
caciones extraordinarias tuyas como auxiliares para llegar a un lugar
sin problemas. Me sorprendí, pues nunca me ha hecho esos elogios
por tus proyectos jurídicos”.

En la Segunda Sala don Felipe propuso y así ha venido funcio-


nando incluso en toda la Suprema Corte, el deber de todos los
Secretarios de Estudio y Cuenta de acompañar sus proyectos con
las tesis propuestas en cada asunto. Esta iniciativa se ha llevado a los
Acuerdos correspondientes y a la legislación, contribuyéndose a
la certeza jurídica al trabajo jurisprudencial.

… hoy puedo reconocer lo sorprendente de recibir un pago cuando


en estricta justicia debía haber sido yo el obligado a retribuir a la Su-
prema Corte por permitirme vivir un proceso educativo intenso para
ser un buen Secretario de Estudio y Cuenta y, lo más importante con
mi Maestro de Derecho Constitucional, proyectado en el tiempo como
catedrático ejemplar de la judicatura.

Cuando en 1983… al producirse mi nombramiento (de Ministro


de la Suprema Corte de Justicia de la Nación), junto con el de Felipe
López Contreras, manifestó su alegría pues, pienso, debió sentir
una gran satisfacción al ver a personas formadas por él proyec-
tadas profesionalmente, alcanzando la más alta designación en la
profesión del Derecho, como le sucedió también con Arturo Serrano
Robles, José Vicente Aguinaco Alemán y Angel Suárez Torres, inte-
grantes, en otros momentos, de su equipo.59

59
Vid. nota 50.
54 Serie Jueces ejemplares

Por otra parte, Luis Chico Goerne —rector de la UNAM entre 1935
y 1938— y Teófilo Olea y Leyva —considerado uno de Los Siete Sa-
bios de México— quienes fueron sus maestros en la Escuela Libre de
Derecho, coincidieron con Felipe Tena Ramírez como Ministros de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Haré un paréntesis en este historial para incluir a un personaje


por el cual Tena Ramírez manifestó su admiración. Se trata de Manuel
de la Peña y Peña, uno de los fundadores de la Suprema Corte de Jus-
ticia del México independiente, a quien consideraba un hombre que
“dignificó en tan alto grado la misión del jurista”.60

Además, De la Peña se desempeñó como profesor de Derecho


Público y fue autor de una obra que se habría de convertir en clásica
de nuestro derecho procesal, titulada Lecciones de Práctica Forense Mexi-
cana (1835). Tena Ramírez, constitucionalista reconocido por sus pro-
fundos conocimientos en este tema, hace un merecido reconocimiento
al libro de De la Peña cuando expresa que hizo posible que los juris-
consultos actuales pudiesen interpretar apropiadamente los artículos
13 y 14 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos en cuan-
to a fueros y tribunales especiales.

…hay un tema que el autor trata con tal largueza que por lo des-
mesurado parece romper la armonía del conjunto; es el estudio sobre
fueros y tribunales especiales, el más acabado acerca de la materia
que ha producido hasta ahora nuestra bibliografía jurídica. En aque-
lla época en que lo excepcional era la jurisdicción ordinaria y la
regla una profusión anárquica de jurisdicciones privilegiadas, el estu-
dio de Peña y Peña esclareció el panorama y fijó definitivamente

60
TENA RAMÍREZ, “Manuel de la Peña y Peña”, Rotonda de los Hombres Ilustres, enero 2
de 1950, en representación de la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación, del
Ilustre y Nacional Colegio de Abogados y de la Barra Mexicana, en Discursos, p. 77.
F elipe T ena R amírez 55

los conceptos; aún en nuestros días no sería posible penetrar sin


sus luces en el alcance de los artículos 13 y 14 de la Constitución
en punto a fueros y tribunales especiales, según quedó compro-
bado no hace muchos años, cuando en ocasión de interesente debate
en torno de la constitucionalidad del arbitraje forzoso, fue la obra
del Sr. Peña y Peña la que orientó las discusiones y la única que
quedó a salvo de toda impugnación.61

De la Peña alcanzó en 1847 la Primera Magistratura del país, en


virtud de su carácter de Presidente de la Suprema Corte de Justicia.
Año que reviste la más triste de las memorias, cuando México fue víc-
tima de las ambiciones expansionistas de su vecino del Norte,62 alen-
tadas por la llamada doctrina del “Destino Manifiesto”.63

El 20 de octubre de 1847, Mr. Trist se dirigió a nuestro gobierno,


entonces presidido por Peña y Peña, pues Santa Anna, ante el
desastre nacional provocado en buena parte por él mismo, había
preferido abandonar el poder… A fines de octubre, el gobierno,
radicado en Querétaro, informaba a Trist estar animado de los me-
jores deseos para concluir la paz con Estados Unidos.64

Sería difícil pensar en una situación más grave para negociar: en


condiciones de vencidos, con el país ocupado por tropas extranjeras.
Poco antes los Estados Unidos habían declarado rotas las negociacio-
nes y continuaron su avance en nuestro territorio: se dio la batalla de

61
Ibid., pp. 78-79 (las negrillas son mías).
62
DROMUNDO, Baltazar (en su libro Genios y Líderes de la Historia, vol. III, versión
autorizada por el Fondo de Cultura Económica Promexa, pp. 103-104) afirma que José María
Morelos, adelantándose al siglo XX en los Sentimientos de la Nación, exponía su pensamien-
to social pudiendo observarse que con su patriotismo y perspicacia de estadista, avizoraba el
expansionismo de otros países. “Con menos de cuatro décadas de anticipación, Morelos
parecía considerar los peligros de una política anexionista y su voz adquiría, en los Sentimien-
tos, un acento de advertencia y de presagio.”
63
Destino Manifiesto, frase acuñada por John L. Sullivan en 1845, que no era más que
una manera de justificar el expansionismo norteamericano.
64
CUÉ CÁNOVAS, Agustín, Historia Social y Económica de México 1521-1854, Editorial
Trillas, S.A., México, 1963, p. 402.
56 Serie Jueces ejemplares

Molino del Rey, la toma del castillo de Chapultepec, la ocupación de


la Ciudad de México.

La misión de Mr. Trist permitió poner al descubierto el verdadero


carácter de la guerra, guerra de agresión y conquista provocada por
un enemigo poderoso y organizado contra un país débil y sin recursos
(con) que enfrentar al invasor.65

Era esa la tesitura en la cual De la Peña tuvo que negociar la


paz. La historia plasmó los desastrosos resultados de esa guerra para
México. En ese contexto, Tena Ramírez destaca:

Para mí lo excepcional del Sr. Peña consistió en el heroico intento de


hacer justicia en la política. Fue un Juez que, urgido de apostolado,
aplicó al mundo de la política la técnica de la justicia…

La dignidad del país vencido tuvo en el Sr. De la Peña, en el lím-


pido General Herrera, en aquel Partido Moderado que recibía la
encomienda de tratar una paz más bien impuesta que negociada,
sus más austeros y valerosos defensores. El Tratado de Guadalupe
rescató de la codicia del vencedor la península de Baja California y
la integridad de los Estados de Sonora y Chihuahua, como despojos
que apenas alcanzaron a retenerse en el naufragio.

Hay que saber vencer, pero también aprender a ser vencido.66

Esos pensamientos de la justicia extendida a la política, olvi-


dando el empecinamiento y la parcialidad para resolver los proble-
mas a los que nos enfrenta la realidad, trasladados ellos a las cualidades
del juzgador que Tena Ramírez observa en de la Peña, los puntualiza
con la frase:

65
Ibid., p. 400.
66
TENA RAMÍREZ, “Manuel de la…”, op. cit., pp. 79 y 83.
F elipe T ena R amírez 57

…la cualidad esencial del que juzga consiste en la neutralidad al


decidir. Para ser buen Juez se requiere, evidentemente, conocer a
fondo la norma que se aplica, adentrarse en el caso que se discute,
proceder con diligencia… Es en cambio la imparcialidad un atri-
buto exclusivo y esencial de quien juzga, una cualidad que etimo-
lógicamente y lo mismo para el sentido común que para la más
refinada elaboración jurídica, se opone al concepto de parte.67

En el Seminario sobre el Juicio de Amparo presidido por él, or-


ganizado por las Naciones Unidas y celebrado en la Ciudad de México
en el año de 1961, relata con su claro pensamiento y su cálida convic-
ción el escenario que propició el advenimiento de ese juicio a las tierras
mexicanas:

En la linde final del desaliento, cuando parecían desvanecerse los


últimos vestigios de la nacionalidad, la generación mexicana de
1847 se aplicó a rescatar del general desastre los derechos del hom-
bre y alcanzó el acierto de proveer a su defensa mediante el juicio
de amparo…

La aparición en México del juicio de amparo, precisamente en ese


áspero año del 47, no fue obra del acaso, sino acto de fe de un pueblo
en agonía que estaba decidido a sobrevivir. Y para salvarse, México
pensó ante todo en la salvación del hombre. No en los ejércitos desti-
tuidos de ideales, que durante cerca de cuarenta años habían me-
drado de las guerras civiles y en pocos meses habían sucumbido en
una guerra internacional; no en las finanzas exhaustas, ni en el
crédito abatido, ni en los campos desiertos, ni en las minas aban-
donadas; ni siquiera en la reforma social, acaso porque lo único
distribuible era entonces la miseria. En nada de eso pensaron como
tabla de salvación los hombres del 47, sino sólo en los derechos fun-
damentales del ser humano. Del universal diluvio rescataron el
principio del humanismo en el arca de la esperanza, y para prote-
gerlo en lo futuro idearon la técnica jurídica que llamaron el juicio
de amparo…

67
Ibid., pp. 79-80.
58 Serie Jueces ejemplares

El juicio de amparo ha servido en México a los derechos humanos


con tal solicitud, que su nombre es casi plegaria en labios de los humil-
des. Eso sólo bastaría para explicar porqué su nombre flamea, como
bandera de orgullo, en lo más saliente del derecho mexicano.68

El 17 de noviembre de 1964 fue designado portavoz de la


Suprema Corte de Justicia en el homenaje que ésta le rindió al final
de su mandato al presidente Adolfo López Mateos, como agrade-
cimiento por el trato dado al más Alto Tribunal. Ahí le dice que la
Corte, conduciéndose con libertad y verdad, principios que la rigen
para impartir justicia, le expresa su reconocimiento porque:

… ha respetado con exquisita y vigilante cortesía la independencia


del Poder Judicial Federal… nosotros admiramos y con temblor con-
movido hemos pulsado su fino estilo para dejar en alto, en toda oca-
sión, la dignidad de la Corte y la personal de los Ministros… el señor
Presidente jamás ha tenido para nosotros sino la altísima compren-
sión de su sensibilidad humana, de su preparación de jurisconsulto
y de su intuición como estadista. Gracias señor por haber mante-
nido a salvo, a pesar de nuestras deficiencias, la respetabilidad de
la Suprema Corte, asidero final para un pueblo que necesita seguir
creyendo en la justicia… Gracias, señor, por haber restituido pública-
mente en el rango que la Constitución le otorga, al Poder que por
imparcial no está llamado a procurarse prosélitos y que por inerme
no se bastaría para hacerse respetar.69

Tena Ramírez, al concluir en 1970 con el honroso encargo


de Ministro por su retiro voluntario, a los 65 años de edad y tras 19 de
haber prestado sus servicios a la República en esa encomienda, cali-

68
TENA RAMÍREZ, Felipe, “El Amparo de los Derechos del Hombre”, al tomar posesión
como presidente del Seminario sobre Amparo, organizado por las Naciones Unidas y cele-
brado en la Ciudad de México en agosto 15 de 1961, en Discursos, pp. 146-147.
69
Documento consultado en los archivos ya mencionados.
F elipe T ena R amírez 59

ficó a ese ciclo como el más importante de su vida y reiteró los prin-
cipios que habían regido su pensar y actuar, de esta manera:

Los años aquí transcurridos me han revelado aspectos que no esta-


ban previstos en ninguna enseñanza anterior, y de algunos de los
cuales quiero dejar constancia al término de la jornada.

Es aquí, y sólo aquí, donde se forma cada uno de los altos Jueces
del país. La escuela para esta clase de alumnos, únicamente la Corte
puede serlo,…

El problema de la justicia no es tanto de ciencia, cuanto de experiencia…

El contraste de opiniones, la oposición de criterios,… forma el ca-


rácter de sus componentes y a veces lo deforma. Es entonces cuando
está llamada a funcionar la virtud mágica de la tolerancia, que no es
abdicación de las ideas propias ni indiferencia para las ajenas, sino
afirmación de dos posiciones que sólo ella acierta a conciliar: el res-
peto a las convicciones de los demás, así sean inadmisibles para noso-
tros, mantenido con la misma entereza que ponemos en la defensa
de las propias.

Pero hay algo más alto que la tolerancia y es el acogimiento de la


razón que acompaña al oponente,… el reconocimiento de la verdad
ajena y del error propio como remate de una discusión, es actitud que
a veces toca el lindero de lo heroico,… Porque entonces, señores, la
opinión de un Ministro no vence, sino convence,…

Al dejar este recinto, señores Ministros, afirmo más vigorosamente


que nunca la fe cívica con que llegué a él, la que pone al abrigo de la
ley suprema la libertad del hombre, como atmósfera natural de
su dignidad y de su conciencia, los dos distintivos más altos de la es-
tirpe, incoercibles a todos los amagos, vencedores de todos los asedios,
última razón del derecho y primera razón de la historia.70

70
TENA RAMIREZ, Felipe, “Palabras del licenciado Felipe Tena Ramírez, pronunciadas
durante la sesión solemne del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de 17 de
marzo de 1970, en la que fue despedido como Ministro, con motivo de su jubilación volun-
taria”, en Discursos, pp. 152-155.
60 Serie Jueces ejemplares

El Pleno del más Alto Tribunal de la Nación, como reconocimien-


to inequívoco a uno de los más grandes juristas que han ocupado un
sitial en esta institución, emitió el siguiente Dictamen con motivo de su
jubilación:

Exprésese al señor Ministro Felipe Tena Ramírez que se le agra-


decen sus relevantes servicios, y que las elevadas dotes que lo
caracterizan de sencillez y de cortesía en su trato, laboriosidad y
empeño en el cumplimiento de sus funciones, privilegiada inteli-
gencia y profundos conocimientos jurídicos que sirvieron de orien-
tación y guía en las tareas de impartir justicia, así como su intachable
probidad, hacen que su retiro de la Suprema Corte constituya la
pérdida sensible de uno de sus miembros más distinguidos. 71

En uno de los archivos conservados por Francisco Rodríguez


Anaya, encontré un soneto firmado por Benjamín Fernández Valen-
zuela dedicado al Ministro que se jubilaba, que dice así:

De la Corte Suprema te despides,


de donde fuiste vara de justicia,
florida, mas sin fruto de malicia:
la flor indemne de tus blancas lides.

Dejas nueva tu silla, sin ardides


que desmejoren su virtud patricia,
pero con el candor de una primicia
de los campos del bien donde resides.

Y pues te vas, Felipe, de camino,


sube las calles de la lejanía;
si te acepta la luz por inquilino,

71
Suprema Corte de Justicia de la Nación. Informe rendido por su Presidente en el año de
1970, Mayo Ediciones, México, 1970.
F elipe T ena R amírez 61

unge su casa de sabiduría,


y pon tu tribunal como vecino
de los patios insólitos del día.

Morelia, marzo de 1970 72

72
Documento consultado en los archivos ya mencionados.
1.7. El jurista poeta

A su impecable paso por la Suprema Corte de Justicia de la


Nación, se agregan otras facetas de su personalidad como
la de su prosa. A Felipe Tena se le ha designado como “el jurista poeta”
porque sabe conducirnos a las profundidades del Derecho por
los caminos de la belleza literaria.

Aun los temas más complejos o controvertidos, siempre fueron


tratados por él con la precisión de quien domina tanto la materia como
el idioma castellano, con la sencillez en la expresión y con la exqui-
sitez de la poesía.

Citando al conde de Maistre, Tena Ramírez transcribió e hizo


suyo este pensamiento: “…en el lenguaje no hay signos arbitrarios,
porque cada palabra tiene su razón. Pero hay sin duda palabras que
tienen más razón, más contenido intelectual que otras…”73

73
TENA RAMÍREZ, “Elogio de…”, en Discursos, p. 29.

63
64 Serie Jueces ejemplares

Testimonios evidentes de que aplicaba tales principios son sus


obras jurídicas, históricas y literarias, legadas a lectores y estudiosos en
forma de discursos, monografías, estudios, ponencias, libros y, en ge-
neral, en toda su obra escrita, en la cual se aprecia el empleo exacto de
las palabras y el profundo conocimiento de su significado.

Así, uno de sus discursos comienza con esta frase: “… elegí un


tema que tiene efluvios de brisa y caricias de anémona: me refiero a la
oratoria en México.” Para el común de las personas, la referencia a
las caricias de la anémona hacen pensar en el suave contacto con los
pétalos de esa planta de pocas hojas en los tallos y flores de seis péta-
los grandes y vistosos; al buscar su significado etimológico se en-
cuentra que anemone es una palabra derivada del griego que significa
viento. Mejor definición de la oratoria sería difícil de encontrar: las
palabras son lanzadas al viento.

En cuanto al estilo sostenía que “…debe descubrir, debajo de


sus pliegues traslúcidos, la perfección del pensamiento.” Su apego a este
principio se aprecia en el análisis que hizo de las intervenciones de Fran-
cisco Bulnes ante el Congreso, de quien destacaba su elevada disciplina
mental en estos términos: “En sus discursos el raciocinio se desenvol-
vía con geométrica precisión; lo que asentado quedaba en el exordio,
alcanzaba en el desarrollo cumplida y ordenada demostración, hasta
rematar en las conclusiones, lugar de cita a que concurrían los ante-
riores razonamientos, punto en que se ligaban las partes todas del
discurso”.74

El comentario como el que a continuación se inserta, nos habla


del método literario y del fino estilo con el que escribía Tena Ramírez.
Se trata de una felicitación que le hizo llegar Gustavo Díaz Ordaz, en

74
TENA RAMÍREZ, Felipe, “La Oratoria en México”. Ante el Club Rotario de la Ciudad
de México en septiembre 26 de 1939, en Discursos, pp. 11- 12 y 16.
F elipe T ena R amírez 65

ese entonces Presidente de la República, con motivo de un discurso


pronunciado en el sesquicentenario del Supremo Tribunal de Justicia
instalado por José María Morelos.

Palacio Nacional,
14 de Julio de 1965.

Sr. Lic.
FELIPE TENA RAMÍREZ,
Ministro de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación,
C i u d a d.

Muy distinguido y fino amigo:

Me dejó profundamente impresionado el magnífico discurso que


usted pronunció en la solemne ceremonia para conmemorar el
Sesquicentenario del Supremo Tribunal de Justicia.

No hubiera creído, antes de oírlo, que sobre un tema como el que


trató, pudiese hacerse un discurso tan bello y, una cosa todavía más
difícil, haber podido conjugar tan magistralmente la belleza del
lenguaje dentro de una sencilla elegancia, con la hondura de la
doctrina jurídica. Me gustaría mucho conservar un ejemplar de ese
discurso y, aun cuando seguramente se va a editar algún folleto, le
ruego, si no tiene inconveniente, obsequiarme una copia firmada
por usted.

Lo felicito muy cordial y sinceramente, y felicito a la Suprema Corte


de Justicia por la digna y brillante representación que tuvo a través de
usted, en esa ceremonia.

Reciba el saludo afectuoso de su atento, seguro servidor y amigo.

(firma ilegible) 75

75
Documento consultado en los archivos ya mencionados.
68 Serie Jueces ejemplares

Escribir implica en primer lugar dominar el tema y, en segundo,


saber expresar su contenido de una manera metódica, fundamentada
y comprensible; sin embargo, cuando los textos se ajustan únicamente
a esos principios, pueden llegar a ser entendidos sólo por los expertos.
Y es aquí en donde los escritos de Tena Ramírez son diferentes, ya que
además de reunir aquellos requisitos muestran el dominio de las reglas
del idioma y hace brotar en ellos el ritmo de las palabras expresando
sus contenidos con musical tersura. De esta manera, logra que los temas
más intrincados puedan ser entendidos aun por los legos.

Rafael Estrada Michel nos da un concepto exacto de nuestro per-


sonaje al referirse a él como:

Cultor del lenguaje castellano, Tena es autor de extrañezas lite-


rarias en el ámbito de las Ciencias Jurídicas. Sus libros… se leen con
goce estético. El deleite, sin embargo, no impide la apreciación rigu-
rosa de la obra. En ella, la síntesis entre arte y técnica resultan senci-
llamente admirables.76

Un caso seleccionado dentro de su extensa obra es el discurso


pronunciado con motivo del sesquicentenario de la sustitución del nom-
bre de Valladolid por el de Morelia, evento en el cual disertó sobre la
génesis del nombre de Morelia. En este caso, destaco su conocimieto del
lenguaje y la vastedad de su cultura, como se aprecia en la siguiente cita:

…es el nombre de Colombia el único eventual antecedente capaz de


haber influido en la creación de Bustamante [se refiere al nombre
de Morelia]… la coincidencia general que en cuanto a su formación
se advierte… induce a pensar en el empleo del sufijo como elemento
aprovechado para hacer derivar un vocablo de otro. Sabida es la
importante función que desempeñan en nuestra lengua los sufijos,
terminaciones verbales que agregadas a la radical de un vocablo
modifican de diversos modos su alcance conceptual. De este modo

76
TENA RAMÍREZ, Felipe, El Ideario Político-Constitucional de los criollos mexicanos de
1808, Editorial Porrúa, México, 2010, Estudio Preliminar, p. XI.
F elipe T ena R amírez 69

las radicales en las tres palabras comparadas, se complementan


con el común sufijo ia, para integrar las tres nuevas voces: Colomb-
ia, Boliv-ia, Morel-ia. En estos casos el sufijo empleado denota
colectividad, que cuando es comunidad de gente quiere decir po-
blación, asentamiento humano. El apellido famoso se enlaza así, en
construcción gramatical, con el lugar al que se aplica.

Como coincidencia curiosa referida al uso del mismo mecanismo


verbal, aunque ajeno al destino de nuestro vocablo, podemos citar el
idéntico nombre de Morelia, que la imaginación de una niña dio a
la tierra de moros, esto es, a la morería, en la novela La Regenta,
de Leopoldo Alas “Clarín”, escrita en 1885. En cambio, son nombres
comunes, en los que la terminación ia no hace las veces de sufijo,
otros dos donde extrañamente la palabra morelia (con minúscula)
significa, en botánica, un género de plantas rubiáceas, y en zoo-
logía, un ofidio originario de Oceanía.77

El empleo que hace de las metáforas constituye otra de las face-


tas que corroboran su dominio del idioma y su intención de hacer llegar
sus mensajes a las mayorías. Para confirmar esta aseveración cito la
siguiente:

“Sólo el respeto otorgado a su buena fe —efímero como la estela


en el dorso de la ola— habría merecido el Partido Moderado, si el
destino no hubiera puesto en sus manos la suerte de la patria en
los momentos más angustiosos de su historia. Corría el lívido año
de 1847.78

Difícil sería concebir algo más efímero que “la estela en el dorso
de la ola”, bella figura literaria, así como una metáfora más precisa
que la de calificar al año de 1847 como “lívido”, dando la idea de una
palidez de muerte.

77
TENA RAMÍREZ ,Felipe, Formación Histórica y Filológica del Nombre de Morelia. Copia
fotostática del texto original, amablemente proporcionado por Francisco Rodríguez
Anaya, pp. 5-6. (el primer paréntesis es mío).
78
TENA RAMÍREZ, “Manuel de la…”, en Discursos, p. 82.
1.8. Su obra

P ocos abogados en nuestro país desconocen los trabajos


jurídicos de Felipe Tena Ramírez. Autor de una de las obras
jurídicas que se convirtieron en lectura obligada, es la titulada Derecho
Constitucional Mexicano, sobre la cual baste decir que habiendo sido publi-
cada por primera vez en 1944, hacia el año 2009 llegó a su 40a. edición.

Un libro que ha soportado el paso del tiempo y continúa vigente,


forzosamente contiene algo más que principios y conceptos, va más allá
de ellos, y lo que proyecta son los ideales, aquéllos que han hecho per-
sistir nuestra República Federal a pesar de los avatares que ha debido
salvar, utilizando como defensa en sus empeños la más noble y fuerte
de las armas: la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Tena Ramírez tenía la idea más elevada de lo que el Derecho


Constitucional representa. En palabras textuales, lo describió de la
siguiente manera:

71
72 Serie Jueces ejemplares

Se ha dicho que el derecho constitucional es “el derecho para el


derecho”, esto es, la regla que hace posible la existencia del Estado,
el cual a su vez asegura la existencia del derecho de los indivi-
duos. Por encima del concepto de partes, cuya presencia en el derecho
privado acota y empequeñece la relación jurídica entre las partes
establecida; por encima de la fórmula angustiosamente estrecha de
dar a cada quien lo que es suyo, el derecho constitucional tiene toda
su medida y su única razón de ser en el bienestar público.

Así se explica que los preceptos constitucionales estén sujetos a


especial método de interpretación. Jamás se podrá penetrar
en ellos con el criterio civilista, porque no se trata de proteger un
derecho hasta el límite donde comienza el vecino, sino de organizar
los poderes para la realización más alta del bien público. Las solu-
ciones constitucionales tienen, por eso, la elegante exactitud de una
partida de ajedrez, donde cada jugada repercute en todo el juego y
carece de sentido si no se engarza en la total visión. 79

Sin embargo, Felipe Tena reconoce con toda objetividad, en un


discurso pronunciado en 1935 —y que se puede trasladar genuinamente
a los momentos actuales—, que la libertad ha pasado a ser una qui-
mera dadas las condiciones reales en que se encuentran los indivi-
duos, concretamente el obrero, el campesino, el comerciante, así como
también el joven que carece de recursos para desarrollar sus capa-
cidades, los enfermos que no cuentan con servicios y muchos casos
más. El enorme dilema entre lo ideal y lo real es el verdadero reto a
enfrentar por aquellos hombres que imbuidos de dignidad humana,
conservan la fe y la esperanza que harán renacer una auténtica liber-
tad universal.

De aquellas teorías, en cuya elaboración se esmeraron varias gene-


raciones y que inspiraron a Rabasa sus mejores páginas, sobra bien
poco en el acerbo de la especulación constitucional. Su raíz última

79
TENA RAMÍREZ, “Emilio…”, en Discursos, pp. 89-90.
F elipe T ena R amírez 73

era la libertad, y de la libertad ya no queda sino la desilusión. La ideo-


logía de la libertad —dice un escritor francés—, no ofrece ayuda
alguna en las circunstancias presentes; ¿qué le importa ser libre al
obrero parado, al campesino que no vende su cosecha, al comerciante
al borde de la quiebra?... Sin embargo, los espíritus alerta, las inteli-
gencias más sagaces y, sobre todo, los hombres que conservan la
conciencia de la dignidad humana, creen y esperan. Nos ha tocado
vivir en una época de crisis, de esas en que parece que la humanidad
degeneró definitivamente; pero seamos leales a la historia y a la
estirpe, pongamos en la caída la altivez de la esperanza y confie-
mos en que la libertad volverá a alumbrar al mundo, porque toda-
vía no se agotan sus primaveras. 80

Suma a su producción escrita numerosas monografías, entre las


que se encuentran, por mencionar sólo algunas: México y sus Constitu-
ciones, La Justicia Deshumanizada, La Suspensión de las Garantías Indivi-
duales, La Ética del Juez, La Constitución de 1857 y el Pensamiento Liberal
Mexicano, El Arbitraje Forzoso y los Artículos 14 y 16 de la Constitución,
El Amparo de Estricto Derecho, La Expansión Internacional del Amparo, El
Sufragio de la Mujer en la Constitución, La Crisis de la División de Poderes,
El Amparo Contra Leyes, Facultad de la Suprema Corte en Materia Elec-
toral, entre otras muchas. Todas ellas revelan su calidad como jurista
basada en un profundo conocimiento de los temas tratados y en la sen-
cillez y oportunidad con que fueron expuestos.

Manuel Herrera y Lasso, Rector Honorario de la Escuela Libre de


Derecho, señor de la palabra cálida y bella, vehemente y concisa, elogia
la calidad jurídica de Felipe Tena en los siguientes términos: “Tena Ra-
mírez, al estudiar el amparo, supera a Lozano y a Vallarta y se iguala
con Rabasa en talento, ciencia y estilo”.

80
Ibid., pp. 91-92.
74 Serie Jueces ejemplares

Destaco por su importancia y belleza literaria una faceta que


le permitió dirigirse a públicos más extensos que el de la cátedra o la
Corte, me refiero a sus Discursos, que fueron expuestos en los más di-
versos lugares y conmemoraciones, mismos que nos muestran la
amplitud de inquietudes que lo movían. Entre otros, se cuentan: La Ora-
toria en México, Elogio a la Madre, Regreso de Don Vasco, José María Mo-
relos y el Poder Judicial, El Abogado y el Juez, El Amparo de los Derechos
del Hombre.

Como investigador fueron diversos los campos del conocimien-


to en los que se interesó y decidió aplicar su empeño, el estudio de la
historia fue uno de ellos. Al examinar su obra escrita, aquella que dejó
plasmada en libros, ensayos o discursos, no es exagerado afirmar que
toda ella está documentada en los contextos históricos correspondien-
tes a las épocas y a las circunstancias objeto de sus investigaciones.

Así, conservó para la memoria colectiva una compilación titu-


lada Leyes Fundamentales de México 1808-2005, en la cual antepone
a cada documento, un puntual recuento histórico de la situación que
guardaba este territorio en la época en que fueron publicados; por
tanto, ahí se encuentran actas, bandos, planes, leyes y reformas cons-
titucionales que van desde la Nueva España hasta el México actual.
Tan sólo por la publicación de los textos originales, la obra es ya una
aportación, pero lo que más la enriquece son las referencias al marco
histórico que Felipe Tena formuló en cada caso.

Una frase ilustrativa de la objetividad que lo guiaba en su labor


como investigador se puede reconocer en el siguiente texto, que forma
parte de la nota preliminar de la obra mencionada en el párrafo anterior.

Efemérides en lo posible estrictamente objetivas, pretenden revi-


vir para cada documento el ambiente histórico en que se gestó. Eludir
F elipe T ena R amírez 75

en esas notas todo juicio personal, invocando tan sólo el testimo-


nio de los contemporáneos, ha sido el propósito, siempre a la vista,
del autor. 81

En sus trabajos señala una de las líneas que el escritor de his-


toria se impuso como necesarias: el analizar los hechos investigados con
criterios de imparcialidad. Asimismo, deja manifiesta su acuciosidad en
los métodos de búsqueda, análisis y crítica de las fuentes originales.
Un ejemplo de ello es su obra Vasco de Quiroga y sus Pueblos de Santa
Fe, fruto de sus tesoneras investigaciones. En esta obra destaca que
al analizar los textos históricos, como fue el caso de los documentos del
siglo XVIII que utilizó para la elaboración de ese libro, tuvo en cuenta
las reglas que rigen en la materia, tales como escribir con los términos
contemporáneos sin alterar —y esto es lo básico— la redacción del autor;
asimismo, descifrar las abreviaturas, unificar la ortografía y aplicar cui-
dadosamente la puntuación. Tena precisa aún más que “… la sintaxis
es intocable… Cuando se trata de documentos básicos, de excepcional
trascendencia… es preferible no afectarlos ni a título de mínima acla-
ración o corrección.82

Esta semblanza sería incompleta si omitiera las joyas oratorias


que Tena Ramírez legó a la posteridad. Entre ellas, destaca una, a la
cual le tengo especial aprecio por los motivos que más adelante comen-
taré. Se trata del discurso pronunciado con motivo de la conmemo-
ración de los ciento cincuenta años de existencia del Poder Judicial,
acto que tuvo lugar en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el 6
de junio de 1965, con la asistencia del Presidente de la República
Gustavo Díaz Ordaz.

81
TENA RAMÍREZ. Leyes… op. cit., pp. xxiv.
82
TENA RAMÍREZ, Felipe, Vasco de Quiroga y sus pueblos de Santa Fe en los siglos XVIII y
XIX. Editorial Porrúa, S.A., México, 1977, p. 15.
76 Serie Jueces ejemplares

Tena fue el único orador en esa ceremonia solemne, en repre-


sentación del Máximo Tribunal del país. Expresó con precisión histórica
y certeza jurídica, con claridad y belleza en el lenguaje, la aparición del
Poder Judicial en Ario, Michoacán, el 7 de marzo de 1815, con la insta-
lación del Supremo Tribunal de Justicia de la América Mexicana.

El primer mandatario se expresó en términos encomiásticos


respecto a esa pieza oratoria, y la calificó de bella, elegante y profunda,
como puede advertirse de la misiva que le envió, la cual consta en pá-
ginas anteriores.

En tal ocasión Tena Ramírez expresó:

En nuestra cronología cívica, ha llegado el tiempo de conmemorar el


advenimiento en tierras de Anáhuac, hace ciento cincuenta años,
del Supremo Tribunal de Justicia de la América Mexicana, el primero
en nuestra historia que reivindicó para sí la emancipación de cual-
quiera autoridad extraña al país para el cual se instituía.

El Congreso Constituyente de Chilpancingo, la Constitución de Apatzin-


gán por él expedida, los poderes constituidos que de la ley suprema
emanaron, no correspondían ciertamente a una nación en el ejercicio
de su soberanía. Apenas en el girón de tierra que pisaban, prontos a
perderlo ante el asedio de las tropas del virrey, aquellos soñadores
de la libertad podían sentirse portadores de los instrumentos cons-
titutivos de un pueblo independiente.

Y sin embargo, anticipándose a su logro, México ensayaba entonces


la técnica de la libertad, que es el gobierno de la Constitución. De este
modo el país, que por momentos parecía sucumbir en su intento de
emanciparse, anunciaba desde antes de ser Estado que era su volun-
tad constituirse en Estado de Derecho.

Los hombres que participaron en las gestas de hace ciento cincuenta


años, no alcanzaron por entonces la realización de su propósito. Mas
para los pueblos que en su continuidad histórica abonan con el pasado
F elipe T ena R amírez 77

el porvenir, hombres como esos adquieren la proporción del ideal


por el cual sucumbieron.

Es por ello que el país ha venido rememorando en nuestros días las


jornadas sobresalientes del andante constitucionalismo insurgente.
Primero fue una memoria de honor para el Constituyente instalado
en Chilpancingo el 14 de septiembre de 1813 y lo fue después para la
Constitución jurada en Apatzingán el 22 de octubre de 1814.

De los tres poderes previstos en la Carta, quedaron establecidos de


inmediato el legislativo y el ejecutivo, el primero por cuanto el
Constituyente debía continuar en funciones de Congreso ordinario
entre tanto convocaba a la representación nacional, y el segundo al
ser designados los tres integrantes del ejecutivo plural. Faltaba
el tercer poder, para que la organización que erigía la ley suprema
pudiera considerarse consumada.

La aparición del poder judicial ocurrió el 7 de marzo de 1815, al ins-


talarse en Ario de Michoacán el Supremo Tribunal de Justicia, inte-
grado por cinco magistrados. Fueron los entonces designados, como
presidente don Mariano Sánchez Arreola, como magistrados don
Jose María Ponce de León, don Mariano Tercero y don Antonio de
Castro, como secretario don Juan Nepomuceno Marroquín.

De aquel tribunal supremo de justicia, nacido en un obscuro lugar


de la provincia mexicana, sin otra jurisdicción que la siempre pro-
rrogable a instancias de la esperanza, reclama con orgullo la causa-
habiencia en el ideal la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y
le rinde hoy el conmovido tributo de su admiración y de su
reconocimiento.

Entonces, al igual que en nuestros días, la población de Ario semeja


mirador, colocado en la linde del altiplano. A pocos minutos hacia el
sur, la cabalgadura de José María Morelos solía iniciar su descenso
por la empinada cuesta que al través de la tierra caliente michoacana
conduce hacia la cuenca del río Balsas. Arriero primero que soldado,
él conocía el camino, abierto paso sobre paso por la arriería, mexica-
nísima institución que se orientaba por las estrellas e intuía hori-
zontes como los navegantes.
78 Serie Jueces ejemplares

En la etapa de la insurgencia comandada por Morelos, la población


de Ario resulta una cita del destino, preparada por el acaso, confir-
mada por la realidad. Las tropas del generalísimo triunfaron siempre
en las tierras bajas, aquellas que alimentaron la decisión visionaria
del cura de Churumuco de Nocupétaro y de Carácuaro, nombres
rítmicos de la eufonía tarasca.

Para fijar su última empresa, en vísperas del declive del héroe, Ario
acoge en el límite de las tierras altas la fundación del tercer poder
previsto en la Carta de Apatzingán. Allí quedó clavada la enseña
última, la realización final del pensamiento de Morelos, presidiendo
las altitudes todas, la amplitud cabal del futuro de México. Después,
“la trágica expiación de la grandeza”.

Acosados por la miseria y perseguidos tenazmente por las tropas


enemigas, próximos por diferencia de una hora a caer en manos de
un coronel realista, los tres poderes resuelven emigrar hacia regiones
menos hostiles. El 29 de septiembre abandonan la población de Uruapan
con rumbo a Tehuacán, custodiados por Morelos, cuya suerte quedará
de allí en más vinculada con su obra.

Se desanda en su mayor parte el camino recorrido el año anterior


desde Chilpancingo hasta Uruapan. Es la misma cordillera de heroís-
mos: los cerros mondos, los valles sedientos, los cauces enjutos.
Apenas de vez en cuando apunta, allá a lo lejos, la tenue frescura de
una parota, a cuya sombra había solido sesionar la asamblea pere-
grina. Todo lo mismo de antes, menos la composición de la reducida
caravana. De los que habían iniciado casi dos años atrás el éxodo más
conmovedor de todos nuestros fastos, faltaban los caídos en los áspe-
ros senderos, los que habían desertado de su dura vocación, los que
habían ido a propagar a otras regiones la llama de la insurgencia.

Entre estos últimos figuraba una mujer, Leona Vicario, de quien el


cronista Carlos María de Bustamante, refiriéndose a una ocasión en
que el Congreso titubeaba, dice con palabras textuales que la indo-
mable mujer se presentó “a alentarlo con decisión varonil y exhortarlo
a concluir la empresa, despreciando la muerte y el cadalso”, por
lo que mereció del Congreso el galardón supremo, designándola
heroína del pueblo mexicano.
F elipe T ena R amírez 79

Y si pues celebramos, señores, en estos días la prez de aquellos otros,


que sea en esta casa de la justicia donde se le haga justicia a quien,
sin merecerlo, pasó inadvertida durante la conmemoración del
sesquicentenario que está para concluir. Leona, cuyo nombre evoca
la figura favorita, el león rampante de la antigua heráldica: en ella
rendimos homenaje común a la mujer mexicana, que en nuestras
luchas ha sido inspiración y numen, promesa y premio, mirto y laurel
para cada soldado de la libertad.

El gobierno constitucional y su custodio dejan atrás la provincia


michoacana e ingresan en la de Tecpan, la bien amada del Siervo de
la Nación. Ya casi tocan los límites de la de Puebla, donde domina el
insurgente Manuel Mier y Terán. Las más expertas tropas del virrey
se han lanzado desde diversos rumbos sobre el grupo fugitivo, me-
diante una maniobra de jauría. En un perdido rincón de la geografía
de México, le salen al paso. Morelos libra su último encuentro, para
proteger la salvación de los poderes. Después se entrega. Se entrega
con sencilla dignidad, según conviene a su grandeza. Era el 5 de noviem-
bre. El sol, ya en el ocaso, configura por última vez en Tezmalaca la
sombra del guerrero, desde el pañuelo suriano que envolvía su frente,
hasta las espuelas que cada día resuenan más sonoras en la historia
de México.

Ante el asombro de tal captura, nadie se ocupa en perseguir a los


poderes, que llegan por fin a Tehuacán. Allí fueron designados don
Nicolás Bravo y don Carlos María de Bustamante en sustitución de
dos magistrados faltantes y fue ésa la postrera actuación del Supremo
Tribunal, de que se tiene noticia.

Por considerarlo un estorbo en la campaña militar, Mier y Terán pronto


disolvió al Congreso y con él desaparecieron los otros dos poderes.

Coincidencia singular: ello ocurrió el viernes 15 de diciembre, una


semana antes del viernes 22, en que sucumbía en San Cristóbal
Ecatepec José María Morelos, promotor del Congreso Constituyente,
inspirador de la Constitución de Apatzingán, miembro del poder
ejecutivo, instalador del poder judicial, vencido al fin en defensa de
las instituciones. Así se extinguieron, unidos en el tiempo, el funda-
dor y su obra.
80 Serie Jueces ejemplares

* * *
En la trayectoria del derecho positivo de México, su fuente pri-
migenia está sin duda en la Constitución de 1824 y en el Acta
Constitutiva que la precedió. Mas en la entraña social y política de
la nación, aquella que se nutre de veneros sólo accesibles a los inspi-
rados, fermenta siempre un anhelo, cuyo cumplimiento se entrega
al porvenir como un mensaje encomendado a la suerte de los vientos.

Hasta este lado de la patria manumisa, prevista por tí y en cuyas aras


te inmolaste, generalísimo Morelos, ha llegado el mensaje trashumante.

En tu hazaña que fue tu vida, tramada toda ella de vestigios de histo-


ria y de pasión de futuro, sigue en germen todavía la arcanidad de
México. Para descifrarla, tú y los tuyos, entre ellos los magistrados
del tribunal supremo instalado en Ario hace ciento cincuenta
años, nos ofrecen, más que la fórmula, el signo de liberación, la
seguridad de que se cumplirá algún día, de que se está cumpliendo
ya el programa más anticipado de la historia del mundo moderno:
los Sentimientos de la Nación.

Aquí te dejamos, Morelos, con el centelleo instantáneo de tu sable


en las hazañas guerreras; con el estilo viril y fuerte de tus pregones,
cortado a tajos, bronca voz para coronar las montañas, para sobresalir
en las tempestades. Te dejamos cimero y solo, paladín de la aurora,
jamás exhausto en la proyección de México.

Pero donde no te dejamos, sino que te continuamos y seguimos,


es en la administración de la justicia que tú mostraste a la patria
entrevista.

A los magistrados del primer tribunal supremo de justicia que en


México se estableció con decisión de soberana independencia, los
Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación les protes-
tamos hoy la secuencia del propósito.

Corazones amurallados de rectitud, insignia y emblema, símbolo en


suma de la prosecución de la justicia, hoy os decimos: si alguna vez,
sin pretenderlo, llegáramos a faltar a vuestro ejemplo, Magistrados
F elipe T ena R amírez 81

del Supremo Tribunal de Justicia de la América Mexicana, que sea


vuestro ideal quien nos condene.

México, D.F., 6 de julio de 1965 83

Me atrevo a incluir la intervención que realicé en Ario de Rosales,


Michoacán, el 7 de marzo de 1990, por haberlo hecho en representa-
ción de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, veinticinco años
después del discurso de Felipe Tena Ramírez, cuando la instalación del
Supremo Tribunal cumplió ciento setenta y cinco años, acto al que con-
currieron casi la totalidad de los Ministros del más Alto Tribunal del
país y autoridades tanto estatales como municipales. En esa ocasión
manifesté:

La Suprema Corte de Justicia de la Nación agradece profundamente,


por mi conducto, la invitación que se hizo a sus integrantes para
concurrir a participar en esta solemne e histórica ceremonia, en la que
se conmemora el 175 aniversario de la instalación, aquí en Ario de
Rosales, del Supremo Tribunal de Justicia de la América Mexicana,
por Don José María Morelos y Pavón y los miembros del Supremo
Congreso que había promulgado la Constitución de Apatzingán.

Recordar hoy, tan relevante acontecimiento, es rendir homenaje, por


una parte, a los hombres que, con Morelos a la cabeza, recogieron los
anhelos de un pueblo humillado y olvidado y se lanzaron a la lucha
armada para reconquistar su independencia y su libertad, y, por otra
parte, es un tributo de justo reconocimiento al pueblo de Ario, que,
como otras muchas poblaciones de Michoacán, se adhirió abierta-
mente a la causa insurgente y dio seguridad, techo y sustento a nuestros
próceres en sus jornadas bélicas y, muy especialmente, para que pudie-
ran poner en funcionamiento al Supremo Tribunal de Justicia, pre-
cursor de la actual Suprema Corte de Justicia de la Nación.

83
Discurso oficial pronunciado por el Sr. Ministro Felipe Tena Ramírez, en representación
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la sesión del Pleno solemne celebrado con mo-
tivo del sesquicentenario del Primer Tribunal Supremo de Justicia. (6 de julio de 1965), en
Informe rendido a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por su Presidente el señor Lic.
Agapito Pozo, México, 1965, pp. 65-74.
82 Serie Jueces ejemplares

Bajo la inspiración de los “Elementos Constitucionales” de Ignacio


López Rayón y los “Sentimientos de la Nación” de Morelos, el Con-
greso de Anáhuac ya había promulgado en Apatzingán, el 22 de octubre
de 1814, el “Decreto Constitucional para la Libertad de la América
Mexicana” que fue el primer ensayo de una Constitución Política para
darle a la Nación una estructura republicana y democrática.

Con el propósito de organizar políticamente el nuevo Estado mexicano,


el Constituyente de Apatzingán encomienda el ejercicio del poder
público a las tres entidades clásicas propuestas antes en Francia y
en Norteamérica. En su articulo 44, que está dentro del capítulo
“De las supremas autoridades”, dispone que “permanecerá el cuerpo
representativo de la soberanía del pueblo con el nombre de supre-
mo congreso mexicano. Se crearán, además, dos corporaciones, la
una con el título de supremo gobierno, y la otra con el de supremo
tribunal de justicia”. La composición y facultades del Supremo Tribu-
nal de Justicia quedaron reguladas en los artículos del 181 al 204.

Una vez que estaban ya constituidos el Supremo Congreso y el


Supremo Gobierno, sólo faltaba el tercer Poder, es decir, el Supremo
Tribunal de Justicia.

Correspondió al pueblo de Ario el privilegio histórico de haber sido


escogido para la instalación final de ese Supremo Tribunal de Jus-
ticia, lo que ocurrió el 7 de marzo de 1815. Era el mismo año en que
Morelos, por desgracia, seria aprehendido en Tezmalaca y fusilado
en Ecatepec.

En el itinerario glorioso de la insurgencia, Michoacán fue escenario


de grandes y múltiples batallas militares, pero sobresalieron tres
lugares de nuestro Estado en lo relativo a la configuración del sistema
jurídico mexicano. Tales sitios fueron Apatzingán, Zitácuaro y Ario.

En Apatzingán se promulgó y juró, el 22 de octubre de 1814, la pri-


mera Constitución Política de la Nación mexicana, que se conoce
precisamente como Constitución de Apatzingán.

En Zitácuaro fue creada la “Suprema Junta Nacional Americana” el


19 de agosto de 1811, que quedó integrada por Ignacio López Rayón,
F elipe T ena R amírez 83

como presidente, José María Liceaga y José Sixto Verduzco como


vocales.

En Ario se erigió el Supremo Tribunal de Justicia de la América


Mexicana, acontecimiento que se celebró con una función solemne,
presidida por Morelos, en medio del júbilo popular. Se gastaron ocho
mil pesos, suma muy considerable en aquellos momentos y se acuñó
una medalla alusiva a la división de los tres Poderes, para conservar
la memoria del suceso.

El pueblo de Ario tiene, además, un lugar especial en la historia de


Michoacán y en la historia general de México.

En efecto, Ario, este pequeño paraíso de tierras pródigas, agua


abundante, bellos paisajes y gente laboriosa y buena, fue el refugio
frecuente de los guerreros y legisladores errantes, constantemente
perseguidos por los realistas.

Muchos despachos, acuerdos y comunicaciones fueron expedidos en


el “Palacio del Supremo Tribunal de Justicia” establecido en Ario.

También fue aquí, en Ario, donde Iturbide quiso sorprender y tomar


prisioneros a los integrantes de los tres Poderes, incluyendo a
Morelos, cuando se encontraban sesionando. Pero no logró su pro-
pósito, porque los insurgentes habían escapado horas antes hacia
distintos lugares, al tener noticias de la proximidad del enemigo.

La población de Ario fue también testigo de aquella difícil expedición


que, por mandato del Congreso, inició Morelos desde Uruapan, el
29 de septiembre de 1815, junto con Nicolás Bravo, para escoltar y
conducir con sus tropas a los miembros de los tres Poderes rumbo
a Tehuacán, al verse rodeados por sus poderosos adversarios. En esa
larga marcha –la última de Morelos, porque en ella fue aprehendido
al encontrarse en Tezmalaca–, iban los integrantes del Ejecutivo:
Morelos, Antonio Cumplido en substitución de Cos y José María
Liceaga; los miembros del Congreso: José Sotero Castañeda, Ignacio
Alas, Antonio de Sesma y Ruiz de Castañeda, así como tres de los com-
84 Serie Jueces ejemplares

ponentes del Supremo Tribunal de Justicia, o sean, los abogados


Ponce, Martínez y Castro, con los secretarios Bermeo y Calvo.1

Otro de los rasgos históricos importantes de este lugar, es que Ario,


al igual que Uruapan y Puruarán, fueron los pueblos que entregaron
a Morelos objetos de “plata labrada”, cuando lo despidieron con júbilo
en su marcha hacia Tehuacán, objetos que, como todo lo que recibía
el caudillo, eran destinados al sostenimiento de su ejército.2

Ario tiene, asimismo, la gloria de ostentar en su nombre el de Rosales,


desde 1853, en honor del destacado insurgente zacatecano Víctor Rosa-
les, quien, junto con sus cuatro hermanos, Francisco, Fulgencio, Vicente
y Sotero, se incorporó a la causa insurgente y murió heroicamente
en la defensa de Ario contra los realistas Muñiz y Miguel Barragán.3

La valiosa obra legislativa de los patriotas insurgentes, siempre ase-


diados por los soberbios ejércitos de Calleja, culminó propiamente en
Apatzingán al promulgarse la Ley Constitucional, pero donde se dio
por concluida la estructura del nuevo gobierno republicano de la
Nación fue precisamente en Ario, al integrarse definitivamente los
tres Supremos Poderes de la Federación, conforme al pensamiento
político de los dos grandes caudillos de la Independencia, Hidalgo y
Morelos.

El Supremo Tribunal de Justicia quedó integrado, en su fase inicial,


por José María Sánchez de Arriola como presidente, los magistrados
José María Ponce de León, Antonio de Castro y Mariano Tercero, y el
secretario de lo Civil Pedro José Bermeo.4 De acuerdo con la Cons-
titución de Apatzingán, el Tribunal tendría, además, dos fiscales,
uno para lo civil y otro para lo criminal. Los magistrados serían nom-

1. Jesús Romero Flores, Historia de Michoacán, Primera Edición. México, 1946, Tomo I, p. 585. J. E.
Hernández y Dávalos, Documentos para la Historia de la Guerra de Independencia, Instituto Nacional
de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, Edición Facsimilar, México, 1985, Tomo VI, p. 32.
2. Hernández y Dávalos, ídem. Tomo VI, p. 37
3. Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, 5a. Edición, Editonal Porrúa, S.A.,
México, 1986, p. 2515; Diccionario Biográfico Mexicano, por Miguel Ángel Peral, Editorial P.A.C.,
México, Tomo II, pp. 715 y 716
4. María Teresa Martínez Peñaloza, Morelos y el Poder Judicial de la Insurgencia Mexicana, Gobierno
del Estado de Michoacán. 1985, p. 56.
F elipe T ena R amírez 85

brados por el Congreso y durarían tres años en el cargo. El tribunal


tendría el tratamiento de “Alteza”, los magistrados el de “Excelencia”
durante su desempeño y los fiscales y secretarios el de “Señoría”, tam-
bién durante el ejercicio del puesto. Los autos, decretos y sentencias
que dictare el Supremo Tribunal deberían ser firmados por todos los
magistrados y autorizados por el secretario, de modo que ninguna
providencia sería obedecida si sólo la firmaba un magistrado en
particular.5

Según el “Reglamento para la Reunión del Congreso y el de los Tres


Poderes” (art. 15), publicado por Morelos el 13de septiembre de 1813,
el Judicial vendría a “reformar el absurdo y complicado sistema de
los Tribunales Españoles”.6

Heroicas fueron, en verdad, las hazañas de aquella pléyade de patrio-


tas errantes que, junto a Morelos, a cada momento ponían en peligro
sus vidas y soportaban innumerables sacrificios, con tal de hacer
realidad los altos ideales de soberanía y libertad para su pueblo opri-
mido, convencidos, además, de que los postulados libertarios debían
quedar plasmados por escrito en un cuerpo de normas fundamentales
a las que todos quedaran sometidos por igual y en las que se recono-
cieran y garantizaran los derechos esenciales de la persona humana.
Ese fue uno de los propósitos primordiales de su lucha denodada
con las armas y la pluma. Son realmente conmovedoras las páginas
de la historia en que se narran las peripecias de aquellos hombres,
que discutían con serenidad y sapiencia, al trote de los caminos, bajo
los árboles o en humildes jacales, sobre los principios generales que
debía contener la Constitución, cuyo texto les había sido encomen-
dado; pero siempre alentados y sostenidos por Morelos, su guía y
protector. “Todos ellos –ha dicho Ernesto de la Torre Villar– merecen
ser considerados como los patriarcas del constitucionalismo mexi-
cano, como los primeros constituyentes de la nación, como los forja-
dores del Estado mexicano...”.7

5. Artículos 181. 183. 184. 185. 186, 189 y 195 de la Constitución de Apatzingán.
6. Hernández y Dávalos, ídem, Tomo VI, p. 208.
7. La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado Mexicano, UNAM, México, 1964, p. 666.
86 Serie Jueces ejemplares

Se requería tener madera de héroes para peregrinar por abruptas


serranías, de pueblo en pueblo, de rancho en rancho, en presu-
rosas huidas y prolongadas caminatas, impulsados por el deseo de
fundar una patria nueva y sin cadenas.

Para valorar debidamente la obra grandiosa de Morelos, el eje de la


insurrección después del dramático final de Hidalgo, no sólo debe verse
al estratega genial, al valeroso caudillo, al soldado intrépido, sino
también al pensador político, al legislador, al apasionado reformador
social. Tan admirable es su actividad bélica como la jurídica.

Cuando va de victoria en victoria sobre las tropas españolas acostum-


bradas al triunfo, a través de montañas, valles y abismos de nuestra
compleja geografía, lo mismo que cuando dicta bandos, decretos, pro-
clamas y lleva a cabo el Congreso de Chilpancingo donde formula sus
célebres “Sentimientos de la Nación”, una sola idea domina al extraor-
dinario continuador de la obra de Hidalgo: romper totalmente y “para
siempre jamás” con el sistema colonial, en lo político, jurídico, social
y cultural. Combate contra todo lo que es dependencia de la metrópoli
española. Quiere para su pueblo, sometido durante más de tres centu-
rias, un nuevo sistema de vida, libre, democrático, nacionalista, repu-
blicano, regido por leyes dictadas por mexicanos y para su propio
beneficio. Esta era su concepción de Patria. El objetivo de su esforzada
lucha de militar y legislador, está perfectamente definido. Se trata de
una oposición radical, una antítesis política y social en todos sus
aspectos. La ruptura definitiva con todo lo que significara monarquía
o fernandismo. Su actitud separatista de España proclama auto-deter-
minación y representación popular. Don Hilario Medina, que fue Cons-
tituyente en el Congreso de 1916-1917, Ministro de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación y profesor de Derecho Constitucional, sintetiza
admirablemente el sentido de esa contienda: “Contra la monarquía,
la república; contra el despotismo, la libertad; contra la sujeción, la
independencia; contra la conquista, la reivindicación; contra el dere-
cho divino, la soberanía; contra la sucesión de la corona por nacimiento,
la elección democrática. En una palabra, la condenación más enérgica
de la conquista y del régimen virreinal…”.8

8. Fragmento de un artículo publicado en “El Universal”, el 27 de octubre de 1948, citado por Ignacio Burgoa,
El Juicio de Amparo, vigesimosexta edición, Editorial Porrúa, S.A., México, 1989, p. 106, nota 145.
F elipe T ena R amírez 87

El pensamiento político de Morelos, concebido en medio del fragor


de las batallas y que recoge y concreta muchas de las primeras ideas de
Hidalgo y algunas de Rayón, quedó contenido en el “Decreto Consti-
tucional para la Libertad de la América Mexicana” como la simiente
jurídica que habría de germinar después en nuestras Constituciones
Políticas de 1824, 1857 y 1917.

Los postulados fundamentales de la Carta de Apatzingán, que pueden


considerarse como el testamento jurídico y social de Morelos y que
recibieron, naturalmente, los fulminantes anatemas de sus adver-
sarios, declaran que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo,
que la deposita en sus representantes y debe dividirse para su ejer-
cicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial; que la facultad de dictar leyes
y establecer la forma de gobierno que más convenga a los intereses de
la sociedad, constituye la soberanía y ésta es por naturaleza impres-
criptible, inajenable e indivisible; que la conservación de los dere-
chos esenciales del hombre son el objeto de la institución de los
gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas; que ninguna
nación tiene derecho para impedir a otra el uso libre de su soberanía;
que el título de conquista no puede legitimar los actos de la fuerza, la
cual debe resistirse por las armas; que a consecuencia de ser libre
toda la América, no debe haber esclavos y por ello deben ponerse en
libertad todos los que quedaren y nadie podrá venderlos ni com-
prarlos; que los naturales de los pueblos son dueños de sus tierras,
debiendo desaparecer las grandes haciendas para que se repartan los
terrenos y todos los agricultores puedan beneficiarse con su trabajo;
que la ley debe fijar los límites de los Poderes y la responsabilidad de
los funcionarios públicos, para que exista la garantía social de la segu-
ridad de los ciudadanos; que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judi-
cial no deberían ejercerse ni por una sola persona ni por una sola
corporación; que la instrucción como necesaria para todos debe ser
favorecida por la sociedad en todo su poder; que los bienes de los
ricos y los tesoros de la Iglesia deben destinarse a los pobres; que la
ley debe ser igual para todos y las que dicte el Congreso deben ser tales
que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y
acaben con la indigencia, y de toda suerte se aumente el jornal del
pueblo, que se mejoren sus costumbres y se aleje la ignorancia y la
miseria; que la felicidad del pueblo y cada uno de los ciudadanos,
consiste en el gozo de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad.
88 Serie Jueces ejemplares

Lo más avanzado de este ideario filosófico-jurídico se encuentra al


instituir, como garantías individuales, la inviolabilidad del domicilio,
la obligación de que todo hombre responsable de un delito sea juz-
gado por leyes anteriormente expedidas, la abolición de las torturas
y el reconocimiento de que todo ciudadano tiene derecho a dirigirse a
los Poderes, los cuales en todo caso tendrán el deber de atenderlo.
Más aún, inspirado en la Constitución de Cádiz de 1812 y anticipán-
dose a nuestro constitucionalismo actual, estableció la acción popular
de inconstitucionalidad, pues en la parte final del artículo 237 del
Código de Apatzingán se dispone que “cualquier ciudadano tendrá dere-
cho para reclamar las infracciones que notare” (de la Ley Suprema).

He ahí, en toda su magnitud, la figura de Morelos como estadista y


legislador visionario, que quiso lo mejor para su Patria. Esa grandeza
alcanza todavía mayores dimensiones cuando, después de haber ju-
rado el Código Supremo y erigida formalmente la Asamblea Legis-
lativa, fue el primero en someterse a sus prescripciones y se convierte
de inmediato en su custodio mayor. Es el libertador, el jinete indó-
mito que se inclina obediente ante la Norma Suprema y es substituido
por el guardián de la ley y el protector de las instituciones. Es la profunda
humildad del “Siervo de la Nación” que se hace por voluntad propia
el “Siervo de la Constitución”, como apunta certeramente el juriscon-
sulto Héctor Fix-Zamudio.9 Y, todavía más, cuando el Congreso Nacional
insurgente, creado por él, le quita el mando como jefe de las tropas,
acepta sin protesta la injusta disposición, se ofrece a servirlo como
el último soldado y acaba por perecer en su defensa.

La proeza gigantesca del antiguo labrador, arriero y humilde cura de


Churumuco, Carácuaro y Nocupétaro, sólo se explica por un inmenso
amor a la libertad y a los hombres, sus hermanos, vilipendiados y explo-
tados; por una verdadera pasión por la justicia y el Derecho; por el
entusiasmo con que, desde el principio, acometió la empresa que en
Charo le encomendó su maestro Don Miguel Hidalgo y Costilla. En una
palabra, el infinito amor a su Patria, llevado hasta el cadalso de Ecatepec,
bajo las balas realistas. Únicamente así se comprende, también, el

9. La Defensa de la Constitución en el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana...,


en la obra colectiva Estudios sobre el Decreto Constitucional de Apatzingan, UNAM, México, 1964,
p. 593.
F elipe T ena R amírez 89

desprecio por los honores que los miembros del Congreso quisieron
tributarle llamándolo “Generalísimo” y “Alteza”.

En José María Morelos –“el Gran Morelos” como lo designó Alta-


mirano– renació el espíritu indomable de nuestra raza, el ímpetu de
libertad y de justicia que fulguró en la majestuosa águila de Cuauh-
témoc y en la gesta formidable de Juárez. Sin menospreciar a Hidalgo
y a tantos próceres nuestros, son ellos –Cuauhtémoc, el último empe-
rador azteca, Morelos y Juárez– los que forman la suprema trilogía
heroica de la historia de México. Un temple idéntico, un patriotismo
igual y un mismo ideal los hace semejantes.

Si por las circunstancias propias de la guerra y la disolución del


Congreso, no tuvo vigencia práctica la Constitución de Apatzingán
y no pudieron cumplir su objetivo los Supremos Poderes insurgentes,
quedó en pie, sin embargo, el luminoso credo político-jurídico del
gran caudillo y de nuestros primeros congresistas.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el ejercicio de la más


alta función jurisdiccional, ha sido, desde su creación, el organismo
idóneo para hacer respetar la ley y salvaguardar los derechos de todos
los ciudadanos, especialmente a través de nuestro maravilloso juicio
de amparo. El Poder Judicial de la Federación, presidido por la
Suprema Corte, es el depositario y ejecutor ferviente de las aspi-
raciones y principios de justicia por los que combatieron los forja-
dores de la nacionalidad mexicana.

La historia de nuestro máximo Tribunal de la República está íntima-


mente ligada al nacimiento del México independiente y a su posterior
desarrollo.

Después de discutirse la necesidad de su establecimiento, primero


ante la Soberana Junta Provisional Gubernativa y, luego, ante el pri-
mer Constituyente instalado el 24 de febrero de 1822, fue hasta la
expedición de la Constitución de 1824 cuando se creó formalmente
la primera Suprema Corte de Justicia, con once ministros y un fiscal.
A lo largo de su existencia secular y a pesar de las turbulencias y
cambios políticos entre liberales y conservadores, federalistas y cen-
tralistas, sobre todo durante la dictadura de Santa Anna al que tuvo
90 Serie Jueces ejemplares

que enfrentarse, la Suprema Corte de Justicia ha mantenido el decoro,


la independencia y la entereza que corresponden a su altísima misión
de ser el intérprete definitivo de la Carta Magna.

Como reflejo del Supremo Tribunal de Justicia insurgente “...no hay


duda –expresa Linda Arnold– que la Suprema Corte demostró ser la
más sólida entre las primeras instituciones nacionales del gobierno
independiente de México. Tampoco puede haber duda que la primera
generación de ministros y jueces contribuyó sustancialmente al desa-
rrollo del Poder Judicial de la República. Después de tres siglos de
gobierno monárquico, los problemas y dificultades que enfren-
taron los ministros de la Suprema Corte, fueron muchos y de diversa
índole...”.l0

Un elocuente testimonio de lo que fue la Suprema Corte de Justicia en


sus primeros años, nos lo dejó el jurista patzcuarense Juan Nepo-
muceno Gómez Navarrete, quien figuró como uno de los once ministros
de la primera Suprema Corte de Justicia, la de 1824, y seguía siendo
ministro en 1847. Estas fueron sus palabras: “...la Corte de Justicia
se ha ocupado en desempeñar los deberes propios del supremo poder
judicial, ejerciendo las atribuciones que le ha señalado la ley funda-
mental, y cumpliendo religiosamente sus juramentos, sin tomar
parte, directa ni indirectamente, en los cambios y revoluciones que
han tenido lugar desde el memorable año de 1829... Esta conducta,
a que debe atribuirse la conservación y existencia actual de la Suprema
Corte, será la que observe en lo sucesivo...ni el interés, ni el temor,
ni consideración alguna, será capaz de impedir el desempeño exacto
y enérgico de las obligaciones que nos impone la Constitución de
1824, ni el ejercicio de las nuevas, difíciles e importantísimas atribu-
ciones con que ha honrado al Poder Judicial este soberano Congreso
en el Acta de Reformas...”.11

Entre el Supremo Tribunal de Justicia de Ario y la Suprema Corte de


Justicia de la Nación, existe una estrecha vinculación tanto histórica
como institucional.

10. La Suprema Corte de Justicia. Sus Orígenes y Primeros Años, 1808-1847. Edición de la Suprema
Corte de Justicia, México, 1986, Segunda Parte, p. 85.
11. La Suprema Corte de Justicia. Sus Orígenes y Primeros Años..., Segunda Parte, p. 85.
F elipe T ena R amírez 91

Por eso está aquí, y no podía faltar, en tan significativa celebración


cívica, la presencia y la voz de nuestra Suprema Corte a fin de paten-
tizar su veneración a los creadores del Supremo Tribunal de Justicia
de la América Mexicana y refrendar, al mismo tiempo, el solemne
compromiso que un día, hace ya 175 años, contrajeron ante la Nación
los cinco magistrados de aquel órgano judicial insurgente, para luchar
sin tregua por la noble causa del Derecho y la defensa de las libertades
del hombre.

La imagen de Morelos, con su magnífica lección de patriotismo y


lealtad a las instituciones públicas, está presente en la memoria y en
el espíritu de los integrantes de la Suprema Corte de Justicia. Su som-
bra de reformador y legislador está cerca de nosotros.

En la empresa por salvaguardar el Estado de Derecho y asegurar la


supremacía de la Constitución, el máximo Tribunal del país actúa
con independencia total de banderas políticas o preferencias ideoló-
gicas. Del mismo modo que Morelos proscribió la odiosa distinción
de castas y dispuso que todos los nacidos en este suelo nos llamá-
ramos americanos, así la Suprema Corte imparte justicia sin distin-
ción de calidades personales o de grupos sociales, porque en México,
por encima de las disidencias propias de una democracia, un
sentimiento superior nos identifica a todos: el amor a la justicia y el
respeto por el derecho de los demás.

Es preciso enfatizar que el gran Morelos, que condujo y escoltó con


sus tropas al Congreso, al Tribunal de Justicia y a los demás miem-
bros del Ejecutivo, en la memorable expedición que partió de Uruapan
rumbo a Tehuacán, para darles la seguridad necesaria en sus tareas,
es el mismo que con su espíritu republicano alienta y guía, hoy como
ayer, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación en su elevada misión
de darle al pueblo la justicia que reclama y que merece, como la mejor
manera de hacer posible la armonía de la convivencia nacional y el
cumplimiento del mandato constitucional conforme al cual “ninguna
persona podrá hacerse justicia por sí misma, ni ejercer violencia para
reclamar su derecho”.

Para concluir, debo señalar que si algún Estado de la República tiene


un especial compromiso moral para vivir bajo el respeto a la ley, ese
Estado es precisamente Michoacán, porque en Michoacán nació
92 Serie Jueces ejemplares

Morelos y en tierras michoacanas surgieron la primera Constitución


Política y el primer Tribunal de Justicia mexicanos. Es por ello que
nosotros, los michoacanos, si hemos de ser congruentes con aquello
que legítimamente nos enorgullece, tenemos también el indeclinable
deber, ante la historia, de dar testimonio de lealtad a la Patria y de
apasionada fe en la justicia, sentimientos que inspiraron, de principio
a fin, la enorme epopeya de nuestros libertadores.84

Pienso que lo expresado en la conclusión del discurso que


formulé hace más de 21 años, tiene plena vigencia en los
momentos actuales de la vida de nuestro país.

Por su acendrado conocimiento y el respeto merecidamente ganado


como constitucionalista, Tena Ramírez fue invitado por la Comisión
Nacional para las Conmemoraciones Cívicas de 1966 y 1967, represen-
tando al Poder Judicial de la Federación, en el homenaje a Venustiano
Carranza y a los diputados del Congreso Constituyente de la Revolución
Mexicana. Participó en la ceremonia que tuvo verificativo el 5 de febrero
de 1967, acto que también contó con la presencia del presidente Gustavo
Díaz Ordaz, de miembros de su gabinete y de gobernadores de los Estados
de la Federación, entre otros.

En dicho evento cívico, Felipe Tena expuso El pensamiento Consti-


tucional Mexicano, a través de una pieza oratoria que puede ser ejemplo
tanto de repaso histórico como de análisis y trascendencia política,
jurídica, económica y social de las leyes fundamentales que han regido
a México. El texto íntegro de su discurso es el siguiente:

En el itinerario histórico del constitucionalismo mexicano conviene


señalar varias jornadas relevantes, cada una de las cuales culmina
en un instrumento constituyente

84
Discurso pronunciado por el Sr. Ministro Felipe López Contreras, durante la cere-
monia del CLXXV aniversario de la instalación del Supremo Tribunal de Justicia de la América
Mexicana, por Don José Morelos y Pavón, en Ario de Rosales, Michoacán. (7 de marzo de 1990),
en Informe rendido a la Suprema Corte de Justicia de la Nación por su Presidente el señor
Lic. Carlos del Río Rodríguez, México, 1990, pp. 373-384.
F elipe T ena R amírez 93

Es la primera de ellas la que preside y consuma José María Morelos


y Pavón, caudillo y soldado, legislador y profeta del México futuro, a
la manera de los grandes conductores de pueblos de la antigüedad.
Quiso sustentar sobre sus victorias militares la organización política
de un pueblo que todavía no nacía a la independencia, y para ello
convocó a un Congreso Constituyente que se reunió en Chilpancingo
el 14 de septiembre de 1813 y que expidió en Apatzingan, el 22 de
octubre de 1814, el Decreto Constitucional para la Libertad de la América
Mexicana, conocido con el nombre de Constitución de Apatzingan.

Aunque se crearon e instalaron los tres Poderes previstos en la Cons-


titución, los azares de la guerra impidieron el ejercicio continuado
de sus funciones. Poco después de cumplido un año de la expedición de
la Carta, la captura de Morelos, ocurrida el 5 de noviembre de 1815
en defensa de los Poderes, trajo consigo la pronta disolución de los
mismos y con ello para la Constitución el término de su efímera y
nominal vigencia.

Mas a pesar de su escasa aplicación práctica, la Constitución de Apatzin-


gan es un gran símbolo para el constitucionalismo mexicano. Ella
significó ante todo la voluntad del país aspirante a la emancipación
de constituirse en estado de derecho; esa decisión inspiró desde
entonces la guerra de insurgencia, pasó a la nación independiente
para servir de aliento y meta en nuestros movimientos libertarios,
informó a todas nuestras Constituciones y todavía hoy, como heren-
cia acendrada en la conciencia del pueblo, no podemos concebir a
México sino constituido en estado de derecho.

Al consumarse la independencia, se dieron cita para organizar políti-


camente al país las tendencias más opuestas. Después de un ensayo
de monarquía, de pronta y trágica frustración, se sobrepuso a las demás
tendencias la popular, republicana y federalista, que por popular tenía
sus veneros en el ideario de los insurgentes, por republicana adoptaba
la forma de gobierno sustentada en Apatzingán y por federalista pro-
clamaba la libertad frente a la absorción centralista. Así nació el
partido Liberal o del Progreso, que iba a hacer la historia de México
cara a cara al Partido Conservador, cuyo nombre era indicativo de que
pretendía conservar lo que había dejado la Colonia, especialmente
los fueros o privilegios de clase.
94 Serie Jueces ejemplares

Al triunfo del Partido Liberal se convocó al Congreso Constituyente,


que reunido en la ciudad de México el 5 de noviembre de 1823
discutió y expidió desde luego el 31 de enero de 1824 el Acta Cons-
titutiva de la Federación Mexicana como anticipo de la Constitución:
ésta a su vez comenzó a discutirse el 1o. de abril, para aprobarse el 3
de octubre y publicarse dos días después con el nombre de Consti-
tución Federal de los Estados Unidos Mexicanos.

El acta Constitutiva y la Constitución de 24 recogieron las aspiracio-


nes populares en cuanto a la forma de gobierno, pero no era tiempo
todavía de llevar a la ley suprema la abolición de los fueros y la
reivindicación para el estado Mexicano de la plenitud de su soberanía,
frente a poderosas instituciones heredadas de la Colonia que se con-
sideraban exentas de la potestad del Estado. Para llegar a las leyes,
tales principios debían primero penetrar en las conciencias. La lucha
entablada entre las dos tendencias fuertes, que inútilmente trataron
de conciliar los moderados, llena con sus episodios de sangre, heroís-
mos y deslealtades los años corridos desde la Independencia hasta
la Reforma. El estruendo apagó las voces de los precursores de la
renovación, entre ellos destacadamente José María Luis Mora y Valentín
Gómez Farías. La extrema penuria a que la guerra civil continua había
conducido al país, la secuela de defecciones y de intrigas por las que
había pasado el ejército, todo había debilitado el ánimo patriótico,
como se puso de manifiesto en la invasión norteamericana. Y sin
embargo, en aquella sociedad, que parecía disolverse, existían gér-
menes de renovación, llamados a fecundar.

En plena guerra extranjera, el Partido Liberal consiguió recuperar el


poder y convocó a un nuevo congreso Constituyente, reunido en
diciembre de 1846. Se pretendía restablecer llanamente la Consti-
tución de 24, pero el diputado Mariano Otero logró la incorporación
a ella del documento constitucional llamado Acta de Reformas, publi-
cado el 22 de mayo de 1847 y que, entre otras innovaciones de carácter
político, instituía el Juicio de Amparo como medio protector de los
derechos del hombre.

Vino después la dictadura de Santa-Anna, consecuencia inevitable


del desastre militar y moral del 47. Entre oprobiosa y risible, era al
menos la última del que tantas otras había propiciado en su larga
F elipe T ena R amírez 95

carrera de aventurero de todas las facciones. El 1o. de marzo de 1854


estalló la revolución de Ayutla. No era un cuartelazo más, sino una
revolución. Hombres nuevos se aprestaban a abrir paso al programa
liberal. El ejército santaannista cedió ante el ejercito del pueblo, pero
con el triunfo apareció más profunda la división de los liberales en
puros y moderados. Comonfort, caudillo de Ayutla, era moderado;
disputándole la dirección ideológica y política del movimiento victo-
rioso, estaban los nombres más ilustres de los puros: Valentín Gómez
Farías, Benito Juárez, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Miguel
Lerdo de Tejada. Los puros iniciaron el movimiento reformista mediante
la promulgación de tres leyes que son conocidas por los nombres
de los ministros de Comonfort que las promulgaron: la Ley Juarez,
sobre fueros; la Ley Lerdo, sobre desamortización y la Ley Iglesias, sobre
obvenciones parroquiales.

La escisión trascendió al Congreso Constituyente, que en cumplimiento


del Plan de Ayutla, se reunió en México el 17 de febrero de 1856. Las
opiniones se dividieron entre los puros que defendían el proyecto de
una nueva ley suprema encomendado a una comisión donde ellos
tenían mayoría, y los moderados que propugnaban el establecimien-
to de la Constitución de 24 con algunas modificaciones. En ese aspecto
triunfaron los primeros, no así en sacar todas las reformas que pro-
pusieron. La Constitución fue jurada el 5 de febrero de 1857 y
promulgada el 11 de marzo.

A nadie satisfacía el nuevo Código Supremo, ni a los conservadores,


por contrario a su ideología, ni a los moderados por considerarlo imprac-
ticable, ni a los puros por tímido en la reforma. Entre pronunciamien-
tos y protestas, la voluntad vacilante del Presidente Comonfort acabó
por inclinarse al golpe de estado que desconocía la Constitución.

El Presidente de la Suprema Corte de Justicia, por ello Vicepresidente


de la Republica, Benito Juárez, recogió la causa de la legalidad y se hizo
cargo legítimamente de la Presidencia de la República al abandonar
Comonfort el territorio nacional. Crecido ya para la fama, Juárez
empeñó la Guerra de Tres Años contra el gobierno conservador. Servíale
de bandera la Constitución de 57, pero añadía las reformas ante las
que se detuvo el Constituyente.
96 Serie Jueces ejemplares

Las Leyes de Reforma que expidió Juárez, en prosecución del Mani-


fiesto de 7 de julio de 1859. fueron incorporadas a la Constitución
en sus lineamientos esenciales por el Presidente Lerdo de Tejada el
año de 1873. De este modo es la Constitución de 57 en su integridad,
no sólo la expedida en ese año sino la reformada posteriormente, la
que cada 5 de febrero conmemora, el pueblo mexicano.

El gobierno de Juárez regresó a la capital en enero de 61. Se efectua-


ron elecciones y el régimen constitucional se restableció. Las partidas
de alzados en armas no dejaban de merodear, y aunque sacrificaron
en sus algaradas a tres próceres de la Reforma, su impotencia para
recobrar el poder era notoria.

Fue entonces cuando los conservadores volvieron los ojos a Europa en


solicitud de ayuda para implantar en México una monarquía. La Gue-
rra de Intervención Francesa y el Imperio encontraron a un pueblo
de pie, decidido no sólo a luchar, sino a vencer. El costo del triunfo
fue grande, pero menor que la gloria. Cuando el 15 de julio de 1867
hizo su entrada a la ciudad Capital el Presidente Juárez, en quien
había encarnado la voluntad de triunfar, ya la Constitución no per-
tenecía tan solo al Partido Liberal, sino que se había identificado con
la nacionalidad misma.

De allí en más, la Constitución no será atacada, sino invocada por


quienes tiene agravios que reclamar.

En nombre de la Constitución se alzaron en armas Francisco I. Madero


en contra de una dictadura que se había perpetuado y Venustiano
Carranza en contra de un régimen que por el desconocimiento median-
te la traición de los gobernantes legítimos, se había adueñado del
poder.

Constitucionalista se llamó la rebelión encabezada por Carranza,


pero rebasando la finalidad de restituir a su vigencia la Carta de 57, el
movimiento se convirtió con el tiempo en una auténtica revolución,
que habría de culminar en la expedición de una nueva Ley Suprema.

A medida que la lucha adelantaba, multiplicábanse las voces que recla-


maban un programa de reformas sociales en favor de las clases cam-
F elipe T ena R amírez 97

pesina y obrera; las reformas que había desoído el siglo XIX. El Primer
Jefe las acogía, pero consideraba que deberían realizarse como leyes
revolucionarias, más allá de la Constitución, a la manera como Juárez
había expedido las Leyes de Reforma.

El Congreso Constituyente al que convocó Carranza con la finalidad


de reformar la Constitución de 57, se reunió en Querétaro en noviem-
bre de 1916 y abrió sus sesiones el 1o. de diciembre. Debía discutir
el proyecto de Constitución que presentó el Primer Jefe, el cual conte-
nía modificaciones predominantemente políticas.

Fue entonces, en el seno de la asamblea, cuando se produjo uno de


los fenómenos más notables en nuestros fastos legislativos. Hasta
antes del Constituyente de Querétaro, en la larga lista de congresos
de esa índole que llena nuestra historia constitucional, cada asamblea
asumía por sí misma la totalidad de su encargo, desde formular un
proyecto que sirviera de base para la discusión, hasta rechazarlo o
votarlo con modificaciones. En Querétaro se presentó un proyecto de
Constitución que no era obra del Congreso que se reunía, sino que
había sido elaborado por un grupo de jurisconsultos por encargo del
Primer Jefe, con su aprobación y con su firma. Era el proyecto de Cons-
titución del Primer Jefe, investido de la autoridad oficial y moral del
caudillo de la Revolución, hombre reflexivo y experimentado, vencedor
en dos recientes luchas sucesivas, titular del mando militar más alto.

Era de prever que en el Constituyente prevalecieran las tendencias


del proyecto, esto es, las ideas de Carranza que no admitían llevar a
la Constitución las reformas sociales, sino realizarlas aparte del texto
constitucional. Y sin embargo, en contra de este desiderátum del
proyecto, se fueron dejando oír, cada vez más numerosas y enérgicas,
las voces de los que pedían que se abordara el problema laboral y el
agrario, cuyas urgencias eran las que en realidad habían vigorizado
y dado el triunfo a la Revolución

La mayoría de la asamblea, encabezada por diputados obreros y por


jefes militares salidos de las filas del pueblo, acabó por prevalecer
sobre la opinión de los juristas y sobre la voluntad indomable del
Primer Jefe. Los artículos 27 y 123 quebrantaron el concepto clásico
de Constitución, que no permitía como materia de la misma sino la
98 Serie Jueces ejemplares

organización de los Poderes Públicos y la erección de las garantías


individuales frente a los mismos Poderes; pero no pasó mucho tiempo
sin que las Constituciones del mundo, cada vez en más acentuada
mayoría, confirmaran, al acoger en su articulado la protección de
los socialmente débiles, que en el Constituyente de Querétaro había
nacido un nuevo concepto de Constitución, llamado a substituir al
anterior.

Si la Carta de 57 cuidó de reivindicar la soberanía del Estado Mexicano,


la promulgada el 5 de febrero de 1917 reivindicó en nombre y en
ejercicio de esa soberanía las garantías sociales. Y es esta parte de la
Constitución la que ha tenido vida más lozana y fecunda, como para
confirmar el intuitivo acierto de sus autores.

El 5 de febrero enlaza, de este modo, las dos Constituciones, que


como remate y culminación de nuestro proceso constitucional, y
abriéndose paso entre poderosas tendencias adversas, del pueblo
surgieron para satisfacer anhelos del pueblo.85

85
El Pensamiento Constitucional Mexicano, por el Lic. Felipe Tena Ramírez Ministro
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Representante del Poder Judicial de la
Federación en la Comisión Nacional para las Conmemoraciones Cívicas de 1966 y 1967.
Publicación de la Comisión Nacional para las Conmemoraciones Cívicas de 1966 y 1967.
1.9. El filántropo

E n otro de los archivos consultados existe copia de una carta


de su amigo Jesús Rodríguez Gómez dirigida a Eduardo
Echeverría, donde destaca que Tena Ramírez, ya jubilado, “…desearía,
con el más desinteresado propósito, poder prestar sus servicios en al-
guna institución de beneficencia privada…” Hace notar que le queda
tiempo disponible y que cuenta con la experiencia de haber sido “…Vocal
de la Junta Privada y miembro del Patronato del Hospital de Jesús”.

Para el maestro y hombre de letras los libros representan su


mayor riqueza; por tanto, el destino que Felipe Tena Ramírez les dio,
estuvo encaminado a coadyuvar a que quienes le siguieran en el cami-
no tuviesen acceso al conocimiento escrito. En su testamento consta el
legado que instituyó en 1981 a favor de María Luisa Díaz Ballesteros,
a quien señala como su prometida en matrimonio y en quien depositó
su confianza para que su voluntad fuese cumplida. Dicha disposición
establece:

99
100 Serie Jueces ejemplares

QUINTA. Manifiesta el testador su voluntad en este acto expre-


sada, de legar en favor de la señorita María Luisa Díaz Ballesteros,
su prometida en matrimonio, todos los bienes muebles de sus
casas habitación, ubicadas en las ciudades de México y de Morelia,
incluyendo en los referidos bienes muebles su biblioteca, archivos y
cualesquiera otros objetos que en las casas mencionadas se encon-
traren… La legataria procederá, sin dar cuenta a nadie, en ejercicio
de su propiedad plena, a disponer de los citados bienes, de acuerdo
o no con las instrucciones confidenciales que le ha comunicado el tes-
tador y cuyo encargo le suplica se sirva aceptar. En caso de que la lega-
taria no aceptare o de que su fallecimiento ocurriese antes que el
del testador, los bienes que son objeto del presente legado ingre-
sarán al fondo común de la herencia, para el efecto de ser aplicados
por el albacea en los términos que por separado le hará conocer el
otorgante…86

Por Resolución de fecha 10 de abril de 1995 el Juez Trigésimo


Tercero de lo Familiar (exp. 110/95) reconoce el carácter de legataria
a María Luisa quien, conforme a los deseos del testador, dispuso que
la biblioteca fuera donada a dos instituciones educativas: la Escuela
Libre de Derecho y la Universidad Nacional Autónoma de México. Jesús
Rodríguez Gómez como albacea, dio cabal cumplimiento a sus deseos,
y escribió:

…lo que don Felipe distribuía eran los sentimientos de su abun-


dante corazón: la gratitud que paralelamente debía a la Escuela
Libre de Derecho, de la que fue egresado, y a la Universidad Na-
cional Autónoma de México, a la que se incorporó con singular
afecto para compartir la docencia con prestigiados catedráticos.87

Otra faceta de la personalidad de Felipe Tena se identifica con el


ejemplo materno de caridad y protección a los desvalidos, que asumió

86
Testamento Público Abierto de Felipe Tena Ramírez, de fecha 3 de noviembre de 1981,
p. 2-V y 3 (las cursivas son mías).
87
RODRÍGUEZ GÓMEZ, Jesús, Presentación. Felipe Tena Ramírez, en Serrano Migallón,
Estudios Jurídicos…, op. cit., p. xx.
F elipe T ena R amírez 101

una forma concreta en la institución de beneficencia privada estable-


cida en un fideicomiso destinado al propósito de sostener y apoyar a
ancianos menesterosos de la ciudad de Morelia.

Dicho legado fue concebido desde la publicación de la primera


edición de su libro sobre Derecho Constitucional, cuando expresó a sus
familiares y amigos cercanos que pensaba dedicar los derechos de
autor que rindiera dicha obra a la atención de personas desvalidas
de Morelia. Como hombre de ideas y hechos, dispuso la creación de una
institución de beneficencia que lleva el nombre de su madre: Sara
Ramírez de Tena, constituida conforme a la Ley de Asistencia Pri-
vada de Michoacán.88

En su testamento consta lo anterior y los bienes que pasaron a


formar parte de ese fideicomiso, el cual ha sido administrado conforme
a los deseos de su fundador. A este año se mantiene funcionando y
gracias a la organización establecida y a la honestidad con la cual han
sido manejados esos recursos, ha extendido sus acciones benéficas a
varias instituciones de dicha ciudad.

Felipe Tena legó a este propósito un poco más de catorce millo-


nes de pesos que se han traducido en donativos por trece millones
cuarenta y nueve mil pesos al mes de septiembre de 2010 y que, gracias
a la correcta administración de los recursos, cuenta con un saldo que
se acerca a los diez y ocho millones de pesos; es decir, se ha generado el
capital que ha hecho posible los donativos y se cuenta todavía con un
fondo que permitirá la subsistencia de esta institución de beneficencia
por mucho tiempo más.89

88
RODRÍGUEZ GÓMEZ, “Don Felipe Tena…”, op.cit, pp. 114-115.
89
Agradezco enormemente a Jorge Rodríguez Anaya, Tesorero del Patronato de la Fun-
dación de Socorros Sara Ramírez de Tena I.A.P., me haya facilitado la información que detallo
sobre esta gran institución.
1.10. El ocaso

S intiendo cercano el fin de su existencia, padeciendo la


soledad y las enfermedades derivadas de su longeva
edad, escribió esta poesía que en cierto modo resume algo de lo mucho
que vivió y de aquello que no vería:

AÑO 2000

Hemos traspuesto el Ecuador del Veinte


y navegamos hacia el sur del siglo.
Pronto despuntará
en el polo del tiempo,
como aurora astral, un nuevo milenio.
Falta menos de una vida,
menos del tiempo que he vivido,
menos del tiempo que habrás de vivir,
niño, que hoy me preguntas lo que yo vi
cuando la entrada de Zapata a México.

103
104 Serie Jueces ejemplares

Falta menos de una vida,


pero no lo veré.
Hoy caminan por la calle muchas gentes
que en la primera mañana del milenio
se abrazarán tal vez,
pero no lo veré.
Recuérdalo, pequeño,
que hoy quisieras saber lo que se siente
la vida a los cincuenta;
lo sabrás
en la mañana del primer lunes del milenio,
pero no lo veré.
Será la segunda vez en que la Era
sobre mil años erigirá el Pesebre,
un vivo resplandor alumbrará
al Niño de dos mil años,
un vivo resplandor
de energía nuclear.
¿Quién lo verá?90

90
LÓPEZ LARA et al, Jardín…, op.cit., p. 131, en Estrada Sámano, Vida, obra y…, op. cit.,
p. 438.
2. Visión de Tena Ramírez
sobre...
2.1. Vasco de Quiroga y sus
pueblos de Santa Fe

2.1.1. La génesis del libro

L a idea del libro de Felipe Tena Ramírez, esencialmente


histórico, titulado Vasco de Quiroga y sus pueblos de Santa
Fe, surgió en forma colateral durante la investigación de la vida y
obra de Manuel Abad y Queipo, quien “…en los finales de la Colonia
había intuido agudamente los problemas sociales de su época…”91

En el curso de su investigación Tena Ramírez se dedicó a recabar


información, en varios archivos nacionales y extranjeros, de datos
que deseaba complementar con los existentes en el archivo de la cate-
dral de Morelia. El Cabildo de esa ciudad le brindó la autorización
para el acceso y ahí decidió cambiar el rumbo de su investigación hacia

91
TENA RAMÍREZ Felipe, Vasco de Quiroga …, op. cit., p. 10.

107
108 Serie Jueces ejemplares

otro personaje: Vasco de Quiroga. Los motivos que lo guiaron, textual-


mente, fueron los siguientes:

En el libro que para él preparaba (Abad y Queipo), no me era po-


sible eludir la referencia a Vasco de Quiroga, quien con anterio-
ridad de más de dos siglos se identificaba con Abad y Queipo en el
trazo dramático de la situación social de Nueva España, aunque
el enfoque y las soluciones no hubieren sido los mismos. Dediqué,
pues, a Quiroga las referencias pertinentes a su cercanía ideológica
con mi biografiado. Y allí me hubiera detenido respecto a su per-
sona, si no hubiera sido porque topé con un rico fondo documentario,
relativo a las actividades y vicisitudes de las fundaciones de Don Vasco
en el siglo XVIII.

Trátase de un libro manuscrito,… el Libro de Cabildos,… para asentar


en él las providencias que se tomaren con motivo del patronato otor-
gado por Quiroga y ejercido por el Cabildo sobre varias fundacio-
nes, entre ellas, “los Pueblos y Hospitales de Sta. Fe de los Altos de
México, Sta. Fe de la Laguna y Sta. Fe del Río…

Tenía, pues, a mano la crónica normativa, legislación consuetudi-


naria de los pueblos de Santa Fe, los tres pueblos-hospitales de
Vasco de Quiroga. Si la fundación máxima de éste último, que per-
petúa su memoria hasta nuestros días, es el Colegio de San Nicolás,
para mí era esencial el conocimiento de la situación que guardaban
al tramonto del virreinato los pueblos-hospitales, llamados a ligar el
pensamiento de Quiroga con el de Abad y Queipo, en conmovedor
envío que llevaba en vivo de extremo a extremo del coloniaje.92

El texto anterior denota la emoción del investigador al descu-


brir el Libro de Cabildos, y tener a su alcance la posibilidad de cons-
tatar, integralmente y con documentos originales, la situación social
prevaleciente durante el periodo del virreinato de la Nueva España
“de extremo a extremo”, contando para hacerlo, con la legislación con-
suetudinaria de los tres pueblos de Santa Fe.

92
Ibid., pp. 10-11. (las cursivas son mías).
F elipe T ena R amírez 109

Dicho escrito lo condujo a revisar los libros de las actas capitu-


lares correspondientes a los siglos XVIII y XIX, y, como resultado de la
compulsa efectuada, Tena Ramírez decidió desviarse de su investi-
gación original. Su acuciosidad lo llevó por otros caminos aún no
suficientemente explorados y, al hacerlo, salvaguardó para la historia
estos capítulos de la magna obra de Vasco de Quiroga.

… iba en búsqueda, no ya de los datos de Abad y Queipo ante-


riormente compulsados, sino de los relacionados con las funda-
ciones asistenciales de Vasco de Quiroga. Durante algún tiempo
suspendí la obra dedicada al primero para consagrarme a la del
segundo…

Los pueblos-hospitales habían llegado a adquirir tan extraordi-


naria importancia según su estudio adelantaba, que no podían
seguir como mera información accesoria en una obra destinada a
otro personaje.93

Ese acervo de documentos originales que se mostraban de


manera detallada en el Libro de Cabildos y resumida en las actas capi-
tulares, fechados a partir del siglo XVIII sobre la evolución de la
organización autónoma de los pueblos-hospitales de Santa Fe, lo con-
dujo a plantear su investigación con el objetivo que nos expresa en
sus propias palabras:

Cooperar en lo posible a la investigación del destino de los pueblos-


hospitales durante el siglo XVIII hasta las postrimerías del régimen
virreinal, y acompañarlos en la agonía que precedió a su extinción
en la segunda mitad del XIX, es el objeto que me propongo alcanzar en
las páginas del presente ensayo.94

93
Ibid., p. 12.
94
Ibid., p. 10.
110 Serie Jueces ejemplares

El resultado de sus investigaciones se tradujo, en el año de


1977, en la publicación del libro titulado Vasco de Quiroga y sus pueblos
de Santa Fe en los siglos XVIII y XIX. En virtud de que esa primera edi-
ción está agotada en el mercado, en este trabajo destacaré aquellos
elementos que Tena Ramírez comprobó que habían minado —hasta
aniquilarla—, la estructura organizativa establecida por Quiroga en
los tres pueblos-hospitales que lograron mantener un funcionamiento
autónomo durante más de tres siglos.

El primero de los tres pueblos-hospitales —el de Santa Fe de


México o de los Altos— fue fundado en 1532; el segundo de ellos al año
siguiente, llamado de Santa Fe de la Laguna, situado a la orilla del lago
de Pátzcuaro; y el tercero en 1539, el de Santa Fe del Río, a orillas del
río Lerma.

Es obligado, en mi opinión, reflexionar con atención en los fun-


damentos que estableció Vasco de Quiroga para asegurar la autonomía
y la permanencia de siglos a dichos pueblos-hospitales. Tena Ramírez
certeramente señala que es el mismo sistema aplicado en los tres luga-
res, pero que se trata de algo único e irrepetible, como se entiende de la
siguiente cita:

… era de tal suerte excepcional el régimen de los pueblos-hospi-


tales, al vulnerar facultades esenciales del obispo y de la autoridad
civil, que no cabe imaginar siquiera la posibilidad de la reproducción
posterior del fenómeno, fuera de su tiempo e impulsado por otra vo-
luntad capaz de igualar en energía y en autoridad moral a la del
incomparable prelado humanista.95

95
TENA RAMÍREZ, Felipe, Manuel Abad y Queipo en la Historia de México. Investigación
no terminada que en su versión mecanográfica, con correcciones a mano del autor, me fue
proporcionada en copia fotostática por Francisco Rodríguez Anaya, 1973 capítulo II, p. 13.
F elipe T ena R amírez 111

El preguntarse qué fue lo que hizo único e irrepetible el mo-


delo de los pueblos-hospitales, lleva a enfatizar el principio de que el
análisis de los hechos históricos requiere que el investigador tome
en consideración las condiciones objetivas y específicas bajo las cua-
les dicho evento o sucesión de ellos tuvo lugar; es incorrecto intentar
aplicar criterios o puntos de vista actuales a situaciones del pasado.
Tena Ramírez lo expresa del siguiente modo:

… conviene introducir cierta advertencia… Admiro al personaje


central, su obra y su tiempo… Corro, pues, el riesgo de crear un
mito, así sea sin proponérmelo. Para eludirlo me pone en guardia
el vigilante intento de ajustar el entusiasmo a los límites estrictos de
la verdad objetiva, fundada en documentos, en testimonios, en
deducciones razonables.96

Cierto es, también, que no se puede mirar de soslayo el hecho


de que únicamente una persona con la formación, relaciones, expe-
riencia, personalidad e ideología de Vasco de Quiroga podía haber
fundado comunidades que en sí mismas constituían repúblicas,
respaldadas con una tan firme legislación consuetudinaria que les
hizo posible resistir los embates del tiempo y de las circunstancias
que hubieron de enfrentar los pobladores de esos centros de población.

2.1.2. La Europa de los siglos XV y XVI

Quiroga, hombre abierto a los avances de su época, supo adaptar sus


ideas, conocimientos y experiencias a las condiciones objetivas exis-
tentes en el ámbito internacional y en su patria, lo que le hizo posible
orientar sus incansables esfuerzos en beneficio de las obras que em-
prendió en el Nuevo Mundo.

96
TENA RAMÍREZ, Vasco de Quiroga… , op. cit., p. 25.
112 Serie Jueces ejemplares

Comenzaré por referirme al contexto internacional vigente en


el siglo XV. En términos económicos, Europa transcurría en la etapa
conocida como mercantilismo; es decir, en la transición entre el final
del feudalismo y el comienzo del capitalismo. Las manufacturas prin-
cipalmente inglesas y holandesas, gracias a la introducción de inno-
vaciones técnicas, al empleo de nuevas materias primas y combustibles
y a la aplicación de nuevas formas de organización del trabajo, habían
aumentado su producción y demandaban la expansión de los mer-
cados. Esto provocaría que países con vocación marina se empeñaran
en la búsqueda de nuevas rutas comerciales. Portugal, España,
Holanda e Inglaterra, competían en el Atlántico intentando encon-
trar una ruta a las Indias. 97

Si, además, era posible establecer comunicaciones con el este, por


alguna ruta fuera del control turco, entonces el comercio oriental,
que daba a los turcos mucha de su riqueza, podría ser derivado hacia
canales cristianos.98

Creo conveniente mencionar algunos antecedentes. No fue la


cristiandad europea la más intensamente expansiva en el siglo XV, sino
el Islam. Esto se remonta siete siglos, cuando los árabes y bereberes domi-
naron el norte de África y una gran porción del continente europeo:
España, Portugal y Sicilia. El prolongado contacto con el mundo árabe
contribuyó a la educación de una Europa, en ese entonces inculta y pri-
mitiva. Las aportaciones árabes en agricultura, literatura, arte, artesa-
nales y científicas, así como la preservación de la cultura griega a través
de sus traducciones, resultaron insuficientes para fusionar a cristianos
y musulmanes.

97
Nota. Los viajes de Marco Polo al Oriente habían resultado en exitosos intercambios
comerciales, científicos y culturales altamente redituables para Europa por el papel, la pól-
vora y la pimienta principalmente, productos que llegaron a ser muy codiciados en la época.
98
PARRY, John H., Europa y la expansión del mundo 1415-1715, Breviarios No. 60, Fondo
de Cultura Económica, 1a. reimp. de la 3a. edición en español, México, 2003, p. 12.
F elipe T ena R amírez 113

El XV es conocido como el siglo de las innovaciones y el que


abre la era de los descubrimientos geográficos.

Resulta necesario aclarar que el término innovación es empleado


en el sentido de alterar las cosas, introduciendo novedades; nuevas
formas de pensar y actuar que se hicieron evidentes en el movimiento
designado como Renacimiento, que influyó en todos los campos, trans-
formando dialéctica y aceleradamente al antiguo mundo feudal. Las
manifestaciones de este movimiento en España, se datan aproxima-
damente entre 1451, año de nacimiento de Isabel la Católica, y 1605
en que Cervantes escribe su magistral obra: El Ingenioso Hidalgo don
Quijote de la Mancha. Se trata de un ambiente cultural renovador que
impulsa nuevas maneras de pensar y de vivir en sociedad.

…el Renacimiento es una resurrección. La gente se familiariza con


lo extraordinario, hace de lo inédito lo habitual y se lanza hacia lo
increíble, impulsada por un destino apremiante. Apura la realidad
hasta excesos de idealismo y hace del idealismo una realidad.99

En la Europa del siglo XV surgieron en Florencia primero, para


después extenderse a toda Italia, al resto de Europa y a la América
recién descubierta, una vasta expresión de talentos y capacidades que
se habían mantenido en incubación durante generaciones en la baja Edad
Media. Resurgió el humanismo como corriente de pensamiento que
revalorizó aspectos del hombre antes no observados, como el recono-
cimiento del atributo de la dignidad inherente a cada persona. A partir
de ese principio se propusieron esquemas de sociedades distintas,
encaminadas a lograr una convivencia pacífica y productiva entre los
grupos humanos. “La mentalidad renacentista anheló un mundo libre
de impurezas”.100

99
TENA RAMÍREZ, Vasco de Quiroga…, op. cit., p. 47.
100
Ejemplos de esas sociedades ideales son Utopía (1516) de Tomás Moro, La Ciudad del
Sol (1623) de Campanella, Mundus Alter (1605) de Joseph Hall, la Nova Atlantis (1624) y la
114 Serie Jueces ejemplares

… hemos de tener presente aquel místico fervor de los humanis-


tas, que soñaban con un mundo que se bastase a sí mismo, libre
de los malos afeites con que lo habían rebozado el tiempo, el error
y las pasiones, terso y brillante como al salir del divino y natural
troquel. En dos direcciones principales se proyecta ese anhelo.
Una va hacia un pasado quimérico, la Edad Dorada o de Saturno;
otra hacia el presente con la aspiración de hallar algo que perte-
nezca a esa pura naturaleza. El Renacimiento idealizará a los niños
y sus juegos; el pueblo, sus cantares y sus sentencias, que se juzgan
espontáneas y primitivas; el salvaje no adulterado por la civilización,
se menospreciará en la corte y se alabará en la aldea.101

Quiroga forma parte de esa corriente de humanistas del Rena-


cimiento europeo que deben ser justipreciados a la distancia del
tiempo, medido éste no sólo en términos de su vida personal, que
fue ejemplar, sino por los resultados de las obras que legaron a la
posteridad.

Ese vigoroso siglo XV europeo requería expandir sus fronteras como


condición para su crecimiento y desarrollo. Tena Ramírez lo expresa así:

Para la eclosión del Renacimiento resultaban ya insuficientes los


límites geográficos de su lugar de origen, cuando la dádiva de Colón
le deparó un campo virgen donde ejercitar su ímpetu vital.102

Fueron los Reyes Católicos, Fernando e Isabel quienes arri-


baron primero a territorios desconocidos hasta entonces por los
europeos a través de financiar los cuatro viajes de Cristóbal Colón,

Oceana (1656) de Harrington, autores inspirados o que mantuvieron el mismo orden de


ideas de Luciano y de Platón, entre otros, en: ZAVALA Silvio, Recuerdo de Vasco de Quiroga,
4a. ed., Editorial Porrúa, México, 2007, p. 11.
101
CASTRO, A. El pensamiento de Cervantes, Madrid 1925, pp. 177-178 (las cursivas
son mías), en Zavala, Silvio, Recuerdo…, op. cit., p. 22.
102
TENA RAMÍREZ, Vasco de Quiroga…, op. cit., p. 47.
F elipe T ena R amírez 115

de Fernando de Magallanes y de otros navegantes, lo que les permitió


expandir el reino en una magnitud insospechada.

Sin embargo, les era indispensable asegurar a la Corona española


el dominio ante la fuerte competencia con los otros países empeñados
en expediciones marítimas; en especial, ante la reclamación de Juan II,
rey de Portugal, quien afirmaba que las islas descubiertas en el pri-
mero de los viajes de Colón entraban en las previsiones del Tratado
de Alcacovas (Archipiélago de las Azores). Ante esto solicitaron el
apoyo de la Santa Sede, única autoridad internacional reconocida
en esa época.

La localización de tierras incógnitas no era un deporte, sino pre-


cursora inexorable de la conquista. De allí la importancia del título
para los dos países que, precisamente dentro de la comunidad cris-
tiana, aspiraban a ganar la competencia sin salirse de las reglas
del juego.103

El papa Alejandro VI expidió una serie de bulas, la primera de


las cuales confirmó la posesión española de las tierras recién descu-
biertas; en la segunda, del año 1493, Breve Inter Caetera o bula de
demarcación, trazó una frontera imaginaria de norte a sur (la llamada
Línea Alejandrina)104 señalando que las tierras descubiertas al Este de esa
línea pertenecerían a Portugal y las del Oeste, a España. A la vez, el
papa igualó las concesiones de Portugal a las concedidas a los Reyes
Católicos. El Tratado de Tordesillas, firmado en 1494, confirmaría la
aceptación de los dos países.

103
Ibid., p. 67.
104
La Línea Alejandrina era una frontera que iba de norte a sur, cien leguas al occidente
de las islas Azores y de Cabo Verde. A petición de Portugal, España aceptó que esa línea
fuera trasladada 270 leguas más al oeste (tiempo después eso significaría la posesión del
territorio de lo que hoy es el Brasil). PARRY, John H., Europa y…, op. cit., pp. 67-73.
116 Serie Jueces ejemplares

La Iglesia Católica Apostólica Romana concedió tales privilegios


a condición de que se realizaran la evangelización de los naturales y la
enseñanza de buenas costumbres por hombres doctos y expertos; a su
vez, cedió a la Corona española el nombramiento de obispos y demás
dignidades eclesiásticas mediante el llamado Regio Patronato Indiano,105
así como también la recaudación de diezmos. Tal era el sustento legal
por el cual los obispos en la Nueva España eran designados a propuesta
del monarca.

El profundo espíritu humanista de la reina Isabel I se refleja


en el Codicilo,106 de fecha 23 de noviembre de 1504, que fue agregado
como segunda parte de la bula Inter Caetera que sellaba el compromiso
oficial entre el Papado y Castilla. Este nuevo documento…

…emanado de la decisión libre y espontánea de la reina… Con


palabras conmovedoras quiere rescatar su empresa para la piedad
del futuro… a fin de evitar a los vecinos y moradores de las tierras
ganadas o por ganar para la Corona agravio alguno en sus per-
sonas y bienes, y si algún agravio hubieren recibido lo remedien.107

Los compromisos con Roma quedaron plenamente refren-


dados por la reina Isabel tanto con el Codicilo como en su Testamento,
documentos que harían las veces de derecho positivo. En ambos
expresa sus deseos de evitar que se infiriesen agravios en los bienes o
a las personas de las tierras conquistadas. El abogado Quiroga, entre otras
personas de buena fe que arribaron a América, asumirían la defensa
de tales propósitos, aunque justo es reconocer que, con excepción de los
pueblos-hospitales, los intentos misioneros devinieron en fracasos.108

105
TENA RAMÍREZ, Vasco de Quiroga y…, pp. 65-66.
106
Codicilo. Instrumento en que, antes de ser promulgado el código civil, se podían y solían
hacer con menos solemnidades las disposiciones de última voluntad.
107
TENA RAMÍREZ, Vasco de…, p. 69.
108
La encomienda indiana o la convivencia entre indios y españoles fueron ensayos
fallidos, en tanto que el proyecto de los pueblos-hospitales fundados por Vasco de Quiroga
F elipe T ena R amírez 117

2.1.3.La Nueva España del siglo XVI

Múltiples factores influirían en el complejo mundo del siglo XVI en


la Nueva España derivado de la etapa denominada como la Conquista
(1519-1521). En ese periodo se dieron situaciones inéditas que hubie-
ron de ser resueltas por aquellos grupos de españoles, aventureros
en su mayoría, que vieron la oportunidad de obtener provecho per-
sonal del desconcierto que causaron entre los naturales las armas
de fuego, las armaduras y los corceles, aunado al mito del retorno de
Quetzalcóatl. Todo ello, sumado a las diferencias entre los aztecas y sus
pueblos tributarios que establecieron alianzas con Hernán Cortés y
dieron como consecuencia la derrota de la Gran Tenochtitlán.

La obra quiroguiana tuvo que ser estructurada conforme a las


condiciones impuestas por los conquistadores desde 1521 y que pre-
dominaron hasta aproximadamente mediados de esa centuria. Ese
periodo se caracteriza por el triunfo de los intereses particulares de
los conquistadores sobre el mundo indígena y éste de pronto se en-
contró sometido a una explotación sistemática. En cambio, a partir
de la segunda mitad de dicho siglo XVI la situación dio un viraje, de
hecho, el proceso muestra “…la tendencia opuesta, o sea el aumento
de la función real en la toma de decisiones, un mayor control de los
abusos de los conquistadores y el surgimiento de una política delibe-
rada de protección legal al indígena”.109

Los conquistadores impusieron de facto, el dominio militar,


político y económico a través del sojuzgamiento de los indígenas y la
concentración de tierras y recursos naturales a costa de realizar, a

si funcionó. Esos datos constan en su Información en Derecho, de julio de 1535; Ver TENA
RAMÍREZ, Vasco de…, pp. 70-76.
109
MORENO TOSCANO, Alejandra, “La Era Virreinal”, en Historia Mínima de México,
Colegio de México, México, 1995, cap. II, pp. 53-54.
118 Serie Jueces ejemplares

sangre y fuego, una invasión injusta y el despojo de sus tierras, sus


tesoros, su religión y su cultura.110 Hernán Cortés se hizo cargo del go-
bierno con los títulos de Capitán General de Justicia Mayor y Mar-
qués del Valle de Oaxaca que él mismo se otorgó, consolidando la
misión de las encomiendas y repartió las mercedes de la tierra.

Esa extrema libertad que se adjudicaron a sí mismos los conquis-


tadores fue causada en parte por las condiciones de penuria que
atravesaba la monarquía española, ya que para financiar y conducir
las exploraciones, se había visto forzada a tomar préstamos de par-
ticulares que tenía que pagar. Para allegarse los recursos necesarios
idearon el sistema de Capitulación. Este sistema de financiamiento fun-
cionaba a través de ceder ciertos derechos en la conquista y en los
descubrimientos, tales como la dotación de una cierta cantidad de
indios de servicio, tributos, encomiendas, mercedes de tierras o so-
lares urbanos, en proporción al aporte inicial hecho por el particular
de que se tratase. La Corona recibía a cambio el reconocimiento de su
soberanía y una quinta parte de los beneficios, el llamado “quinto
real”. El mayor de los problemas que generó la Capitulación fue que
durante el primer periodo del siglo XVI los conquistadores “usaron y
abusaron de sus derechos casi sin control”.111

Los poseedores de derechos capitulares, deseosos de resar-


cirse a corto plazo de sus erogaciones, encontraron en la encomienda
la manera de explotar a su favor la mano de obra indígena y obtener
rápidos y pingües beneficios. Esta institución no implicaba la pro-
piedad agraria, sino únicamente su posesión y el derecho a recibir
tributos en especie y/o en trabajo de los indios, con la obligación del

110
POSADAS OCAMPO, Juan Jesús, “Ahí tienes a tu madre”, Homilía en los 450 años
de Nuestra Señora de la Salud y los 425 años de la muerte de don Vasco de Quiroga. Arzobis-
pado de Guadalajara, Pátzcuaro, Mich., 1990, p. 5.
111
MORENO TOSCANO, La era virreinal, op. cit., p. 54.
F elipe T ena R amírez 119

encomendero de adoctrinarlos en el catolicismo. Se sabe que en algu-


nos casos, previa merced real, la tierra pudo ser poseída a título personal
en extensión moderada.

Creo menester agregar que según las estimaciones de algunos


historiadores, únicamente una cifra cercana al cuatro por ciento de
los dos mil conquistadores llegaron a amasar fortunas. Los españoles
que arribaron en años posteriores ejercieron en la Nueva España
los oficios que habían desempeñado en su país de origen, tales como
herreros, zapateros, etcétera. Las ventajas de los conquistadores ini-
ciales tampoco fueron compartidas con los tlaxcaltecas ni con los demás
grupos indígenas, que en una cifra cercana a los cincuenta mil comba-
tientes, habían participado en la derrota de los aztecas; más bien
sucedió lo contrario. Desde ese momento se sentaron las bases de
un reparto inequitativo de la riqueza.

Los encomenderos ejercían el poder de manera absoluta, como


verdaderos invasores y, por ello, organizaban el trabajo de los habi-
tantes en sus respectivas demarcaciones, fuese en el campo, en las
minas o en otras actividades. A partir de este proceso tuvo lugar un
colapso demográfico entre los grupos indígenas pues murieron por
cientos a causa de la explotación y de las epidemias, alcanzando un
punto crítico a mediados del siglo XVI.

Cito a León Portilla, quien en su obra El reverso de la Conquista


rescata —en un testimonio azteca dirigido a los primeros francis-
canos— voces y narraciones de los vencidos que hablan de llanto, dolor,
desesperación y muerte, expresados en los términos comedidos que
acostumbraban

Señores nuestros, muy estimados señores: Lamentamos que


hubiesen padecido trabajos para llegar a estas tierras… Os contem-
120 Serie Jueces ejemplares

plamos nosotros, gente ignorante…; somos gente vulgar, somos pe-


recederos, somos mortales; déjennos pues ya morir, déjennos ya
perecer puesto que ya nuestros dioses han muerto.112

Lógicamente esa población descendió abruptamente tanto que,


para sustituirlos, se hizo necesario recurrir al trabajo de esclavos negros.
Aunque dicho tráfico había sido comenzado por Cristóbal Colón desde
el segundo de sus viajes, éste se intensificó ante la escasez relativa
de indios. Por otra parte, al ser conocido el trato que recibían en las
encomiendas, los indios optaban por la huida y muchos de ellos vivían
dispersos tratando de mantenerse fuera del alcance de captores.

Las riquezas de esos territorios habían fomentado la corrupción


desde el primer instante y los regalos para los funcionarios de la
corte retrasaron los remedios a los urgentes males y a los abusos
sin cuenta.113

Noticias de los abusos cometidos y de la corrupción imperante


llegaron a oídos de Carlos I de España, quien envió a un visitador para
instituir el denominado Gobierno de los Oficiales Reales; sin embargo,
la muerte de dos Jueces visitadores consecutivos, convenció a la Corona
de la urgente necesidad de institucionalizar el estilo de gobierno y evi-
tar así el riesgo de perder el territorio.114 Dado que los Oficiales Reales
no sólo resultaron incapaces para manejar los conflictos sino que los
agravaron, quedaron destituidos en 1527.

Al año siguiente los sustituyeron con los integrantes de la Pri-


mera Real Audiencia de México,115 dotada de facultades en los ámbitos

112
POSADAS OCAMPO, “Ahí tienes a tu madre”…, op. cit., p. 5.
113
MIRANDA, Francisco, Vasco de Quiroga Varón Universal, Editorial Jus, México,
2007, p. 22.
114
Vid. MIRANDA, Francisco, Vasco de…, op.cit., pp. 22-23.
115
En la Primera Real Audiencia de México fue designado como presidente Nuño Beltrán
de Guzmán y en calidad de oidores Alonso de Parada, Francisco Maldonado, Juan Ortiz de
Matienzo y Diego Delgadillo
F elipe T ena R amírez 121

judicial, civil y criminal, pero era frecuente su intervención en la admi-


nistración pública. Los desmanes cometidos, la saña contra la población
indígena, las ventas de esclavos indios, los conflictos con los religiosos
(especialmente con fray Juan de Zumárraga), alcanzaron niveles to-
davía más elevados y la Corona los removió de sus cargos.

Para constituir la Segunda Real Audiencia de México realizaron


un acucioso proceso de selección para designar hombres capaces,
probos y leales a la monarquía.116 Lo acertado de los nombramientos
quedó demostrado con el desempeño de sus funciones a principios de
1531, a través de las cuales lograron centralizar en sus manos la orga-
nización de la nueva sociedad en representación de la Corona.

2.1.4. El linaje de los Quiroga

En este punto me resulta obligado centrar la atención del lector en la


vida de Vasco de Quiroga en la cual es posible hacer un corte, una
división precisa entre su formación, experimentación y práctica en
los continentes europeo y africano hasta aproximadamente una edad
de 60, y los años subsecuentes en América,117 específicamente en la
Nueva España. En esta última demostró que las utopías, los sueños,
pueden realizarse si se cuenta con propósitos definidos, inteligencia
para conducirlos y valor para sostenerlos, como fue su caso.

Existe cierta desinformación acerca de las primeras seis dé-


cadas de su vida, comenzando con el dato de su fecha de nacimiento;

116
La Segunda Real Audiencia estuvo integrada por Sebastián Ramírez de Fuenleal en la
presidencia y por los oidores: Juan Salmerón, Alonso Maldonado, Francisco Zeinos y Vasco
de Quiroga.
117
Años contados a partir del 9 de enero de 1531 en que arribó a la capital del virrei-
nato de la Nueva España, en HERNÁNDEZ, Francisco Martín, Don Vasco de Quiroga (Protector
de los Indios), Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca / Caja Salamanca y Soria, Sala-
manca, 1993, p. 24.
122 Serie Jueces ejemplares

sin embargo, dado que varias fuentes 118 coinciden en situarla en


1470, este será el año que tomaré como referencia.

En lo que sí hay coincidencia es en el lugar: Madrigal de las


Altas Torres, provincia de Ávila, llamada así por las murallas que la cir-
cundaban, coronadas de baluartes y torreones, siendo en ese entonces
una de las ciudades más importantes de Castilla. Tanto su arquitec-
tura como el nivel social e intelectual de muchos de los habitantes, hacían
de esa población un lugar especial. Cuna de Unamuno, quien escribió
una poesía dedicada a ese lugar y de la cual destaco un fragmento:

Tú me levantas, tierra de Castilla


en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.
Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
del noble antaño.119

Ahí nació (en 1451), la que sería la reina Isabel, también llamada
la Católica, patrocinadora de los viajes de Cristóbal Colón; ahí fue la
última morada de fray Luis de León, donde se conservan sus restos;
espacio donde vio la luz primera (aproximadamente en 1410) Alonso

118
HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco…, op. cit., p. 31, la fija en 1485; SERRANO
GASSENT, Paz, Vasco de Quiroga. Utopía y derecho en la conquista de América, Fondo de Cul-
tura Económica de España, España, 2001, p. 15 en nota 1, dice: “Tradicionalmente se databa
la fecha en 1470, lo que confirmaba la idea general de que había muerto a los 95 años y
habría pasado a las Indias como Juez a los 60 años, aproximadamente. Otras interpretaciones
como la de J. B. Warren, sostienen que debe retrasarse la fecha ocho años, y Francisco Miranda
la sitúa en 1488.”; TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op.cit., p. 27, refiere: “…Don Vasco de Qui-
roga, nacido en el año de 1470, según cronología tradicionalmente aceptada”.
119
LANDA, Rubén, Vasco de Quiroga, Grijalbo, México-Barcelona 1965, p. 16.
F elipe T ena R amírez 123

Fernández conocido como el Tostado, quien llegó a ser obispo de Ávila y


famoso por su erudición. Contemporáneo de Vasco fue Juan Tavera
o Pardo de Tavera, con quien entabló estrecha amistad; al correr del
tiempo Tavera llegaría a ser rector de la Universidad de Salamanca,
arzobispo de Toledo y presidente del Consejo de Indias, y siempre tuvo
confianza en brindar su apoyo a las obras de Quiroga en América,120 ya
que ambos compartían el interés en que los indígenas recibieran un
trato humanitario.

Estos tempranos contactos y el ambiente cultural prevale-


ciente, contribuirían a modelar la personalidad del joven Vasco y
a conformar su red de relaciones, que tan benéficas le resultarían en
la realización de sus futuras obras en otro continente.

Rubén Landa empieza su —a mi entender excelente— obra titu-


lada Vasco de Quiroga, que dedica “A México”, expresando un sentimiento
que le provoca el hecho de que ese gran varón, padre y amigo de los
infortunados indios de la Nueva España, señor del que la humanidad
debería estar orgullosa, fuera poco conocido inclusive por intelec-
tuales. Así, en la primera nota de ese libro dice:

La única vez que he pasado (nada más que pasar) por Madrigal de las
Altas Torres, lo hice con catedráticos de la Universidad de Salaman-
ca. A la vista del pueblo se habló de Isabel la Católica y del Tostado,
no de Don Vasco, aunque los tres nacieron allí…121

Madrigal de las Altas Torres, aun cuando era una ciudad ilus-
trada, conservaba las ventajas de una pequeña comunidad en la que
predominaban las labores del campo. De ahí puedo inferir que ese am-
biente plácido hizo posible que el joven Vasco conviviera desde muy

120
HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco…, op. cit., pp. 29-30.
121
LANDA, Rubén, …, op. cit., p. 13.
124 Serie Jueces ejemplares

pronto con los miembros de su comunidad, aprendiendo las activi-


dades artesanales y absorbiendo la cultura rural. En sus Ordenanzas,
dirigidas a los pueblos-hospitales, consta el énfasis que le otorgaba a esos
aspectos.122

Sin querer resistir la intención de transcribir en parte un texto


de Francisco P. de León, a continuación lo comparto, ya que relata la
historia con un encanto y sencillez que lindan con la inocencia.

En un lugar de Castilla la Vieja cuyo nombre es la Villa de Madri-


gal en el Arzobispado de Burgos, y el año de 1470 nació en su casa
solariega un niño, que recibiera al ser bautizado el nombre de Blasco
o Vasco en la parroquia de San Nicolás Obispo. Este suceso acaeció
veinte y dos años antes que Cristóbal Colón descubriese el Nuevo
Mundo y un año antes (sic) que viese la luz primera Doña Isabel
la Católica.

¿Quién habría de pensar entonces que aquellos pimpollos y aquel


nauta habían de influir tan poderosamente en los destinos de la noble
España, del Mundo Ignoto y del escondido Imperio Purépecha?123

La antigua estirpe de los Quiroga quedó consignada en un texto


de fray Felipe de la Gándara, cronista de los reinos de León y de Galicia,
quien decía que ese apellido era importante muchos años antes de la
llegada de los sarracenos y de la pérdida de España, ya que descendían
del Infante Felipe de Quiroga,

… de modo que es cosa manifiesta derivar los Quirogas de su lexí-


tima alcuña de dos troncos reales, a saber: de los reyes suevos por

122
Ibid., pp. 17-19.
123
LEÓN, Francisco de P., Iconografía, Epigrafía y Prosapia, Juegos Florales 1970 en honor
de Vasco de Quiroga/ Documento consultado en los archivos personales de Felipe Tena Ramírez
y Jesús Rodríguez Gómez, que me fueron amablemente proporcionados por Francisco Ro-
dríguez Anaya.
F elipe T ena R amírez 125

Reciario II de este nombre, que falleció el año 450, y de los godos


por Teodoredo, rey IV de esta nación que murió en el año 451 y
cuya hija casó con Reciario, habiendo por consiguiente más de 1,200
años (a la fecha en que escribía Gándara, esto es en 1687) que es
conocido en España el apellido de los Quirogas.124

Los descendientes conservaban su título de hidalguía, y aun


cuando su capital no era excesivo, era más bien de un nivel que les per-
mitió vivir con comodidad y educar a sus vástagos. El padre de Vasco y
un tío materno de éste, fray Gonzalo de Quiroga, fueron los primeros
que se establecieron con fines comerciales en Madrigal de las Altas
Torres, sitio en donde se conservan las ruinas de lo que fue la casa
solariega. Su padre se llamaba Vasco Vázquez de Quiroga, conocido
con el apelativo de don Vasco el Viejo, quien fue en un tiempo gober-
nador del priorazgo de San Juan en el reino de Castilla, poseedor de
haciendas y mayorazgos. Casó con una dama también ilustre, “no su
desigual” llamada María Alonso de la Cárcel. En la Genealogía escrita
en verso del cardenal Gaspar de Quiroga, aparece una referencia al
matrimonio de la pareja:

El nombre más propio del otro Vasco era


al qual el prior de San Juan veneraba
y más que a los otros sobrinos amaba,
y de sí nunca jamás lo partiera
hasta que real casamiento le diera
con una señora dentro en Madrigal,
generosa, ylustre, no su desigual,
y por nombre Quiroga pusiera.125

Uno de sus biógrafos se refería a ellos como a una familia de recio


abolengo, que sobresaldría por la nobleza de su linaje, por su afición a

124
LEÓN, Francisco, Iconografía…, op.cit., p. 55.
125
HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco…, op. cit., nota 7, a pie de pág. 32.
126 Serie Jueces ejemplares

las letras y a la virtud. Tuvieron tres hijos: Álvaro, Constanza y Vasco


(también llamado Blasco). El mayor de los tres, Álvaro, fue padre de
Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo y, posteriormente, cardenal;
su única hermana profesó como religiosa en el Convento de las
Agustinas de Madrigal en el año de 1502.126

A pesar de que Vasco fue el único de los hijos que emigró de su


tierra natal para trabajar intensamente en otros continentes, jamás
disminuyó su amor filial. En su Testamento consta la cantidad de
ducados que deberían pagar los pueblos-hospitales a la iglesia de San
Nicolás de la Villa de Madrigal y al Cabildo de la Catedral de Michoa-
cán, para que fuesen oficiadas misas solemnes en memoria de sus
padres, y agregaba una cifra adicional para que sus sepulturas no
fuesen abiertas para enterrar a otras personas.127

En cuanto a su formación académica, los historiadores no han


localizado constancias concretas respecto a la ciudad en donde realizó
sus estudios: Salamanca o Valladolid; algunos afirman que es probable
que haya sido en la primera, dado que su amigo Juan de Tavera era el
rector de la universidad de esa ciudad.128 Vista a la distancia la vasta
cultura que llegó a adquirir, resulta sencillo coincidir con Rubén Landa
en lo que los años universitarios representaron para el estudiante de
Derecho:

… el alma mater fue efectivamente madre que con su alimento espi-


ritual nos da una vida nueva, una nueva felicidad, vida de entusiasmo
por lo que verdaderamente importa. El joven… se enamoró en la uni-

126
ARCE GARGOLLO, Pablo, Biografía y guía bibliográfica de Vasco de Quiroga. Jurista con
mentalidad secular. Editorial Porrúa – Universidad Panamericana, México, 2007, p. 12.
127
Arzobispado de Morelia, Vasco de Quiroga y Obispado de Michoacán. Edición pastoral
del 450 aniversario, Fimax Publicistas, Morelia, Mich., 1986, pp. 179-180.
128
HERNÁNDEZ, Francisco, …, op. cit., p. 33.
F elipe T ena R amírez 127

versidad de una novia muy bella, que no sé si llamarla Justicia o


Caridad, a la que consagró el resto de su larga vida.129

Durante esa fructífera etapa de su vida adquirió una sólida for-


mación de jurista, pero sin limitarse a los conocimientos de su espe-
cialidad que en sí mismos eran amplios, ya que conforme a las ramas
del Derecho que cursaban, incluían tanto los aspectos religiosos como
los civiles. Quiroga no era un caso aislado, formaba parte de esa vigo-
rosa generación que impulsaba la cultura del Renacimiento, la que daría
como resultado hombres imbuidos de un profundo espíritu huma-
nista. Cursó el bachillerato y egresó, sin ser clérigo, como licenciado
en Derecho Canónico en el año de 1515.

Dejaba la universidad española en el momento en que en ésta ini-


ciaba la época de su mayor esplendor. En las aulas universitarias se
unían ahora a la tradición escolástica el Renacimiento y el Huma-
nismo… En la universidad se agrupaba todo el saber de lo divino y
de lo humano de que podía hacer gala el hombre de aquellos
tiempos.130

En ese renovador ambiente cultural Vasco de Quiroga habría de


formarse y desarrollarse en las primeras etapas de su vida. Se había
convertido en un experto en los conocimientos de su profesión, pero
se sabe que no ejerció como abogado durante su estancia en la penín-
sula ibérica, sino como Juez de base y, en África, en calidad de Juez de
residencia o por comisión. Aplicaría la abogacía posteriormente, pues
para defender las causas de los indios fue que emprendió los pleitos y
litigios necesarios. Tena lo precisa diciendo que en la Nueva España apa-
reció “…la actividad de litigante, combativo y resuelto que puso al
servicio de sus mejores causas, a favor de la justicia”. 131

129
LANDA, Rubén, …, op. cit., p. 23.
130
HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco…, op. cit., p. 34.
131
Vid. TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op. cit., pp. 30-33.
128 Serie Jueces ejemplares

Cristóbal Cabrera, quien acompañó a Quiroga durante varios


años en el nuevo continente, refería haberle escuchado decir que,

… sirvió muchos años en calidad de soltero y en calidad de Juez a


varios grupos de gentes, cristianos, judíos o sarracenos tanto de
España como de África, todos los cuales eran súbditos del Empe-
rador y Rey Carlos V.132

Quiero agregar un elemento más, que considero básico para dar


una imagen más completa de su personalidad. Párrafos antes mencioné
que obtuvo la licenciatura en cánones sin ser sacerdote, así como que
procedía de una familia con una sólida formación y práctica cristianas.
Teniendo en cuenta esos elementos, coincido con una de las fuentes
históricas consultadas que afirma que Vasco de Quiroga estaba com-
prometido con los principios de la Orden de Malta, por su calidad de
soltero, su profunda devoción y su modo laico de actuar que conservó
hasta el final de sus días. Pablo Arce lo expresa de esta manera:

Puede darse por cierto que Vasco de Quiroga era caballero de la


Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén,
que luego fue de Rodas y actualmente es de Malta. Prueba de ello
es el escudo de armas que usaba y con el cual autentificaba sus
manuscritos.

De acuerdo con la estructura de la Orden, Vasco debió pertenecer


al primero de los estamentos que estaba constituido por caballeros
mayores de 16 años, de sangre ilustre y limpio nacimiento. A este
primer grado pertenecen siempre seglares dispuestos y prontos a
servir en defensa de la Santa Fe Católica,… los que eran nom-
brados caballeros prometían huir de guerras injustas, proteger a
los huérfanos, pobres y viudas, así como aliviar a los pobres en-
fermos. Debían ser hombres ejemplares, caritativos y cuidadosos
de vivir la virtud de la castidad.

132
Testimonio recogido por Cristóbal Cabrera, en HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco…,
op.cit., p. 45.
F elipe T ena R amírez 129

Que el licenciado Quiroga sea Caballero de Malta no es asunto menor.


Explica… su tenor de vida y toda su actuación. Estamos, insistiremos
una y otra vez, frente a un seglar con mentalidad laica.133

De ahí pueden deducirse las reflexiones que, escribía don


Vasco, lo prevenían contra las “tres fieras bestias” que todo lo destro-
zaban: la soberbia, la avaricia y la vanidad. En su lugar oponía sus
principios humanistas pensados de tiempo atrás sobre la igualdad
humana, la libertad y la que llamó policía mixta, como la forma de con-
vivencia entre los miembros de los grupos humanos.

2.1.5. El Juez de residencia

Entre los años de 1525 y 1526 ejerció como Juez de residencia en la


ciudad de Orán —cargo conferido por el rey de España—, donde dio
muestras de su sentido de justicia y equidad en las controversias que
tuvo que resolver. Uno de los asuntos fue el de los mercaderes en
contra del corregidor de Orán, Alonso Pérez de Ribera, y de su lugar-
teniente Pedro de Liminiana. Quiroga emitió su dictamen a favor de
los primeros sin hacer distingos por el hecho de que éstos no eran
castellanos ni de que se les había afectado con el argumento de servir
al Estado: encarcela a los culpables.134 Éstos, mediante la influencia
del nuevo corregidor Sancho de Lebrija, apelan y consiguen que se le
forme proceso al propio juzgador. El caso fue remitido al Real Consejo
de Castilla “Tenemos noticia de que el 27 de septiembre de 1526 tuvo
que empeñar algunos de sus bienes para hacer frente a las cargas del
proceso y prevenirse contra posibles sanciones”.135

133
ARCE GARGOLLO, Biografía y…, op.cit., pp. 21-22.
134
Vid. WARREN, J. Benedict, Vasco de Quiroga en África, Fimax Publicistas, Morelia,
Mich., México, 1998, pp. 10-13.
135
HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco…, op. cit., pp. 45-46.
130 Serie Jueces ejemplares

De la misma manera, mostró una indudable calidad de juz-


gador en el caso llamado de la esposa vendida, en el que Quiroga revocó
las multas que se le habían impuesto al comprador, con el siguiente
argumento: “…por considerar que ni la real cámara ni la ciudad de
Orán tenían derecho a exigir multa en el caso, porque ninguna de ellas
había sufrido daño”.136 Sus severos principios en la aplicación de la jus-
ticia lo condujeron a dificultades con quienes resultaron afectados
por sus decisiones y lo hicieron objeto, a su vez, de demandas que lo
obligaron a largos meses de procesos.

A pesar de las vicisitudes que tuvo que enfrentar, los reyes de


España reiteraron su confianza en los criterios de Quiroga como Juez
de residencia y le encomendaron otra misión aún más difícil y deli-
cada: junto con Pedro de Godoy, representar a España para celebrar
un tratado de paz con Abdula, rey de Tremecén, y con los jefes de
otros territorios limítrofes a Orán. Esta ciudad, ubicada al norte
de África, era colonia española desde hacía 16 años. Siendo comercial
y cosmopolita recibía a musulmanes del continente africano y a exi-
liados de España, judíos, genoveses, saboyanos, napolitanos, franceses,
valencianos, catalanes y castellanos.137

El tratado fue firmado en Orán, y poco después en Granada.


Diversos puntos de ese documento denotan la autoría de Quiroga, tales
como la precisión (artículo octavo) de que el rey de Tremecén podía en-
viar embajadores al rey de España para darle a conocer algún agravio
que se les haya hecho a sus vasallos; asimismo, el que los españoles
no podían adquirir casas que supiesen hurtadas a algún vasallo del
reino de Tremecén (artículo noveno) y en especial, su artículo décimo-
tercero —mismo que será identificado posteriormente en las disposi-

136
WARREN, J. Benedict, Vasco de…, op. cit., pp. 9-16. La nota se encuentra en la p. 13.
137
ARCE GARGOLLO, Bibliografía y ..., pp. 15-16.
F elipe T ena R amírez 131

ciones que regían en los pueblos-hospitales—, que es ejemplo de


tolerancia y convencimiento no violento:

Que los vasallos de reino de Tremecén no sean tornados cristianos


por fuerza, agora sean moros o judíos, sino que vivan en su ley, en
sus casas y haziendas libremente y se contrate con ellos en todos
los reinos de sus Majestades, como sean vasallos de sus Majestades
guardando las leyes de los reinos.138

Pablo Arce sostiene que los principios jurídicos regentes del


documento, denotan la intención de tratar con justicia a todos los hom-
bres, sin discriminación alguna por causa de su origen o religión y, ade-
más, propugnan por el respeto a sus propiedades y personas.

En el texto del tratado se nota la impronta de Vasco pues en él resal-


tan la precisión en los términos jurídicos, así como la comprensión
de las circunstancias,… para Vasco esta experiencia será una buena
escuela que aplicará luego en la protección al derecho de los indios
de la Nueva España y su insistencia en hacer una evangelización
pacífica de los indios, sin forzarlos nunca por medio de la guerra y
el miedo.139

Casos como esos le dieron experiencia en la administración de


justicia, y decisiones como las antes expuestas denotan ya los rasgos
de su personalidad con una sólida preparación universitaria orientada
a sostener planteamientos que tuviesen una repercusión positiva en
la vida social, transformando a las personas y a las instituciones.

A su regreso a España, en 1528, fue nombrado miembro de la


Real Cancillería Vallisoletana. En uno de los viajes de la comitiva real,

138
“Tratado de paz ajustado entre Pedro de Godoy, teniente del marqués de Comares,
capitán general de los reinos de Tremecén y Túnez, y el Licenciado Quiroga, Juez de resi-
dencia de Orán, y ciertos embajadores del rey de Tremecén, fecho en Orán a 12 de agosto de
1526.”, en HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco …, op. cit., pp. 46-47.
139
ARCE GARGOLLO, Biografía y…, op. cit., pp.16-17.
132 Serie Jueces ejemplares

trabó amistad con Juan Bernal Díaz de Luco, prelado de alto rango —que
llegaría a ser el obispo de Calahorra—, culto hombre de letras, refor-
mador, miembro del Consejo de Indias y consejero principal de Isabel
I, quien en ese entonces desempeñaba la regencia en ausencia de
Carlos I (desde julio de 1529 hasta abril de 1533).140 A través de las
conversaciones con Bernal Díaz, Quiroga conoció de las quejas por
la actuación infame hacia los indígenas de los miembros de la Pri-
mera Audiencia, presidida por Nuño de Guzmán. También durante su
estancia en la Corte ganó el reconocimiento de Juan Tavera, canciller
y arzobispo primado de España.

De la suma de sus buenos servicios a la Corona y de las opiniones


favorables de Bernal y de Tavera, derivó la propuesta para su nom-
bramiento como oidor de la Segunda Audiencia, cargo que aceptó
después de profundas meditaciones que lo llevaron al convencimien-
to de que sus servicios serían positivos a la Corona, a la evangeli-
zación y a los indígenas.

2.1.6. El oidor de la Segunda Audiencia

En los corrillos de los cortesanos se discutía el problema de la con-


versión ¿Sería por la fuerza o por el justo y único método pacífico de la
predicación evangélica? La contestación, según el texto de Cabrera, se
encuentra en las palabras de Quiroga al rey de España:

… al tomar posesión del cargo ayudaría en la conversión de los


naturales, de aquellos pobrecitos a quienes veía estar deplorando su
ignorancia, pidiendo auxilio al Señor y clamando ¿Quién va a favore-
cernos? Yo procuraré, dijo él, con la ayuda del cielo y en la medida

140
HERNÁNDEZ, Francisco, …, op. cit., pp. 47-48.
F elipe T ena R amírez 133

de mis posibilidades, enseñarles de muy buena gana cuanto Dios


me dé a entender respecto de las cosas de la fe y de las buenas
costumbres.141

Carlos I se mostró complacido con tales propósitos, expresán-


dole que esperaba que el desempeño de su nuevo cargo fuese bené-
fico para la Real Corona, la iglesia y los indios, así como de gran mérito
para él. La confianza en su desempeño por parte de la reina Isabel
queda de manifiesto en una carta donde le llamaba “nuestro Juez de
comisión”. Una vez cumplidos los dilatados trámites para su viaje se
embarcó a las Indias Occidentales e imprimió con ello una dirección
radicalmente distinta a su vida.

La Segunda Audiencia quedó integrada con Sebastián Ramírez


de Fuenleal como presidente y con cuatro oidores: Alfonso Maldonado,
Francisco Ceynos, Juan de Salmerón y Vasco de Quiroga. Fuenleal
dejaría el cargo de obispo que ocupaba en Santo Domingo para ocupar
la presidencia; el oidor Maldonado procedía de Salamanca, del Cole-
gio de Cuenca; Ceynos venía de ser fiscal en el Consejo de Indias;
Salmerón dejó su puesto de Alcalde Mayor y Juez y estuvo a cargo interi-
namente de la presidencia de la Audiencia; Quiroga había ejercido las
funciones de Juez.

A este grupo de hombres seleccionados le fue asignada la res-


ponsabilidad de demostrar que el poder pertenecía a la Corona y no a
los conquistadores que en nombre del monarca español, en la Primera
Audiencia, habían cometido tropelías sin fin.

Uno de los nuevos oidores, Salmerón, hombre observador de la


naturaleza humana y apoyado en el trato sostenido durante los meses

141
Ibid., p. 53.
134 Serie Jueces ejemplares

que viajaron juntos con destino a la Nueva España, formuló los retra-
tos psicológicos de sus colegas. Definió a Maldonado como “hombre
noble y de buen seso y aficionado a andar y ver tierras”; a Ceynos lo con-
sideraba como “hábil para disponer” advirtiendo que “se aplica bien a
ello”; sobre Vasco fue más explícito y decía de él: “es hombre virtuoso,
buen cristiano y muy celoso del servicio de Dios, en este género de
conversión y conservación de indios y es de parecer tímido, encogido y
muy escrupuloso, y de esta guisa es más para ejecutar que para dis-
poner”.142 Indudablemente que, al menos en lo que respecta al último de
los mencionados, comparto sin reservas lo acertado de sus apreciaciones.

A la nueva Audiencia le correspondió celebrar, en agosto de


1531, los diez años de la Conquista y once meses después, la aparición
de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, lo que fortalecería el
proceso de evangelización.143

Una de las tareas inmediatas que tuvieron que emprender los


miembros de esa Segunda Audiencia fue el tomar cuentas al presi-
dente y a los dos oidores de la Audiencia anterior que aun vivían; estos
últimos quedaron sujetos a juicio de residencia y Nuño se vio forzado
a regresar a España.

Otra actividad igualmente importante era poner coto a las mer-


cedes comerciales y de exploración obtenidas por Hernán Cortés y entre
ellas, por ejemplo, la concesión de treinta mil vasallos que le daba el
poder suficiente para dominar este territorio en forma independiente
del imperio español. Asimismo, por encargo de la Corona realizaron
una descripción de la tierra y de su situación a fin de proceder a la orga-
nización del suelo, la política, la religiosa y la económica, esta última
para la correcta recepción de los tributos.

142
MIRANDA, Francisco, Vasco de Quiroga, … op. cit., p. 19.
143
ARCE GARGOLLO, Biografía y…, op. cit., p. 28.
F elipe T ena R amírez 135

Eran innumerables y delicadas las ocupaciones de esta Se-


gunda Audiencia, pero eran realizadas con una elevada convicción.
Dedicaron múltiples jornadas a escuchar las voces de los indios y a pro-
curar remedios a la situación creada por las prácticas establecidas por sus
predecesores. Sin embargo, reconocían que se encontraban ante una
situación inédita en el mundo. Las sociedades indígenas estaban impe-
didas para regirse por su antiguo derecho, pues sus bases habían
quedado resquebrajadas; por otra parte, las reglas que habían im-
puesto los primeros conquistadores, tampoco representaban el de-
recho de su patria, sino más bien el poder derivado de la fuerza, la
ambición y la rapiña.

Entre los asuntos que reclamaban una especial atención eran


la institución de la encomienda y el de los repartimientos. La relación
establecida con los indios de las encomiendas, como era el marcarlos
en la cara con hierros, el separarlos de sus familias o imponerles ago-
biantes jornadas de trabajo a cambio tan sólo de una magra alimentación;
todo esto sumado al abandono que sufrían los huérfanos, o bien, la
dispersión de los indios que lograban huir de los encomenderos fue-
ron circunstancias que dificultaban en grado sumo su conversión y
mucho más la lealtad a la Corona española.

… la encomienda indiana se hizo odiosa, al degenerar en forma de


servidumbre y aun de esclavitud, a pesar de las leyes y órdenes en
contrario provenientes de la Corona.144

En esas condiciones se percibe claramente la tesitura de la que


ya se hablaba en los corrillos de la corte española ¿la conversión evan-
gélica sería por la fuerza o empleando medios pacíficos? Los miembros
de la Segunda Audiencia sostenían la segunda de las posiciones. Para

144
TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op. cit., p. 73.
136 Serie Jueces ejemplares

lograrlo, resultaba fundamental evitar la discriminación hacia los


indios, colocándolos en un plano de igualdad frente a los españoles.
Esto se podría lograr robusteciendo a los indefensos, haciéndolos auto-
suficientes y formando líderes que pudiesen encabezar un nuevo tipo
de sociedad.

El asunto de la igualdad dio lugar a fuertes controversias cuyas


posiciones extremas estaban representadas por las opiniones entre Juan
Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Francisco Miranda consi-
dera que, finalmente, “…la figura jurídica de los indios quedó disminuida
haciéndolos objeto permanente de protección como desvalidos”; ello,
a pesar de que habían ya demostrado sus innegables habilidades e
ingenio en los nuevos oficios que les fueron enseñados.145

El reto para esta Segunda Audiencia era encontrar procesos


que pusiesen en posición de igualdad a los indígenas con los españoles.
En 1531, Quiroga envía la misiva conocida como Carta al Consejo, que
consiste básicamente en un plan para la creación de poblaciones
agrícolas bajo la tutoría de los frailes. Se trata de un conmovedor relato
sobre el estado de los huérfanos, hijos de los indios que habían muer-
to por causa de los españoles:

…andan por los tianguez e calles a buscar de comer lo que dexan los
puercos y los perros, cosa de gran piedad de ver y estos guérfanos
son tantos, que no es cosa de se poder creer si no se vee.146

En dicho plan esboza su propuesta de solución a esas graves


condiciones:

145
MIRANDA, Francisco, Vasco de Quiroga, op. cit., pp. 32-34.
146
AGI: Patronato Real, Ramo 15, en TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op. cit. p. 62.
F elipe T ena R amírez 137

También scryvimos sobre ciertas poblaciones nuevas de indios que


conviene mucho hacerse, questén apartadas de las viejas, en baldíos
que no aprovechan a las viejas… donde trabajando e rompiendo la
tierra, de su trabajo se mantengan y estén hordenados en toda
buena horden de policía y con santas y católicas hordenanzas…147

Vasco de Quiroga avanza en la concepción de su modelo de socie-


dad, con las ideas que plantea al Consejo de Indias, mismas que designa
con el título de Parecer (documento que se ha perdido) en el cual refiere,
por primera vez, su idea de crear una sociedad igualitaria a seme-
janza de la utópica de Tomás Moro. El mismo título del escrito indica
que se trata de una opinión particular sobre aspectos que habían
informado previamente al rey los integrantes de la Segunda Audiencia.

Estos dos primeros análisis, la Carta al Consejo y el Parecer,


denotan que el plan se había conformado en el pensamiento de Quiroga,
y lo conduciría a tomar la iniciativa para fundar en 1532 el primer
pueblo-hospital: el de Santa Fe de México o de Los Altos. Así, sin
esperar la respuesta del monarca español y recurriendo a su propio
peculio como oidor adquiere en septiembre de ese año las tierras para
dar inicio al proyecto. El 8 de julio de 1533 el rey de España firma en
Barcelona la cédula de aceptación del pueblo de Santa Fe y el 19 de
marzo de 1534 es aceptada por los gobernadores de Tenochtitlán y Tla-
telolco. El camino estaba abierto.

Sin embargo, para que se pudiese dar ese nuevo tipo de sociedad
a la que aspiraba, se tenía que partir de la confianza —que en Quiroga
es evidente— de que los indios naturales del Nuevo Continente, conta-
ban con las cualidades humanas que habían desaparecido en el Antiguo.

Quiroga quiere aprovechar la sustancia plástica, la sustancia can-


dorosa del indio, para modelar con ella una sociedad mejor, y no

147
TENA RAMÍREZ, Vasco de Quiroga y sus…, op. cit., p. 74.
138 Serie Jueces ejemplares

quisiera que los españoles traigan al Nuevo Mundo su decadencia de


Occidente, los males de la Edad de Hierro venida a menos.148

La aseveración anterior se confirma con el concepto que tenía


de los naturales, a quienes atribuye las cualidades de humildad, pacien-
cia y obediencia propias de la fe y religión cristiana, así como desapego
a las cosas mundanas.149

Desempeñando aún el cargo de oidor de la Segunda Audiencia,


en 1533 recibe del rey de España el nombramiento de visitador y paci-
ficador del reino de Michoacán. En esa región las circunstancias eran
extremadamente difíciles debido a los innumerables y graves atro-
pellos que sus habitantes habían sufrido de los conquistadores; entre
otros, el haber torturado hasta la muerte a Tzintzicha, el último rey
tarasco.

El destino de Tzintzicha Tangaxoan fue el sufrimiento y el martirio


a manos de uno de los más despiadados conquistadores españoles
en tierras americanas: Nuño de Guzmán, siniestro personaje que en
1530 irrumpió salvajemente en el occidente de México. El invasor
dio muerte al cazonci (supremo gobernante), quemándolo vivo, ante
la sospecha de que ocultaba taimadamente la otra parte del tesoro
real…150

Por tanto, prevalecían el odio a los españoles y el rechazo a los


misioneros. La población indígena se había dispersado y refugiado en

148
REYES, Alfonso, Utopías americanas (1938), en ZAVALA, Silvio, Recuerdo de Vasco de
Quiroga, Editorial Porrúa, S.A., 4a. ed., México, 2007, p. 139.
149
Arzobispado de Morelia, Vasco de…, op. cit., p. 12, dice: “Pero aquéstos naturales
vémoslos todos naturalmente inclinados e dados a todas estas cosas que son fundamento
y propios de nuestra fe y religión cristiana, que son humildad, paciencia y obediencia, y
descuido y menosprecio de estas pompas, faustos de nuestro mundo y de otras pasiones del
ánima, y tan despojados de todo ello, que parece que no les falte sino la fe y saber las cosas
de la instrucción cristiana para ser perfectos y verdaderos cristianos”.
150
SOLÍS, Felipe y GALLEGOS Angel, Tariácuri y el reino de los purépechas, Editorial
México Desconocido VIII, Pasajes de la Historia, México, 2002, p. 79.
F elipe T ena R amírez 139

los montes circundantes a los centros de población. Tal fue la magni-


tud del reto al que se tenía que enfrentar Quiroga, mismo que cumplió
ampliamente pues…

…puso en práctica su concepción humanista de la justicia, escu-


chando a los indios y procurando darles satisfacción… Pacificada
la región, lo que no dejaba de ser de máximo interés para obtener el
trabajo indígena, explotar unas minas de cobre y mantener preser-
vada la vida de los españoles, inició la fundación de un nuevo pueblo-
hospital, el de Santa Fe de la Laguna cerca de Tzintzuntzan.151

También fundó este segundo pueblo-hospital del mismo modo


que lo había hecho con la primera de esas fundaciones, es decir, cos-
tear el proyecto con ahorros y sacrificios de su propio peculio. Dio inicio
de inmediato a las construcciones y posteriormente adquirió los terre-
nos donde estaba asentado.

En 1535 el oidor Quiroga escribe al rey Carlos V de España lo


que llamó Información en Derecho, libro en el que destaca las ventajas
de su proyecto agrícola en oposición al infierno que los indígenas su-
frían en las minas. Se trata de su obra más extensa y profunda para
investigar las fuentes y dilucidar el génesis de sus concepciones so-
ciales y evangélicas. Consta de dos partes: en la primera, impugna las
providencias o leyes sobre la esclavitud de los indios; en la segunda,
avanza su proyecto de organizar pueblos indígenas conforme a la Uto-
pía y al Evangelio.152

También relata las quejas que contra los españoles le contaran


los caciques de Michoacán, las cuales conoció a través de las traduc-

151
SERRANO GASENT, Paz, Vasco de Quiroga. Utopía y derecho en la conquista de América,
Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, 2001, p. 20.
152
ZAVALA, Silvio, Recuerdo de…, op. cit., p. 139.
140 Serie Jueces ejemplares

ciones de un nahuatlato.153 Tena lo refiere como “el inventario de las


injusticias percibidas”, donde censura los abusos y finca la imputabi-
lidad de los delitos o acciones que afectaban la norma de derecho
positivo establecida por la Corona para realizar y consolidar la ocupa-
ción de las tierras americanas y la subyugación de sus habitantes. Con
táctica de litigante y sentido práctico, omite dar su opinión respecto
a la justificación moral y jurídica de la conquista, y asume el hecho de
que se trata de un proceso irreversible, que sólo será posible paliar en
los daños cometidos.154

Ante los resultados logrados, el arzobispo Juan de Zumárraga


lo propuso para ser el primer obispo de Michoacán, designación que
tendría lugar cinco años después, ya que fue necesario integrar previa-
mente el proyecto de nuevas diócesis, obtener las autorizaciones y reali-
zar la división territorial.

Dado que Quiroga era laico y no formaba parte de ninguna


organización religiosa, quedó investido en una sola ceremonia desde
la tonsura hasta la consagración episcopal el 22 agosto de 1538. La Dió-
cesis a su cargo abarcaba 113 pueblos principales y se extendía a lo que
actualmente son los territorios ocupados por Michoacán, Guanajuato,
Guerrero y parte de Zacatecas, con linderos indefinidos hacia el Norte.155

Para asentar la cabecera de la Diócesis, el obispo Quiroga pensó


en Pátzcuaro más que en Tzintzuntzan, capital del reino tarasco, pues
los antecedentes históricos y la importancia de aquella ciudad hacían
que fuera el lugar más adecuado. Además, “…se fascinaba con la

153
LANDA, Rubén, Vasco…, op. cit., pp. 27-28.
154
TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op. cit., pp. 64-66.
155
POSADAS OCAMPO, “Ahí tienes a tu madre”…, op. cit., pp. 3-4.
F elipe T ena R amírez 141

contemplación de ese lago, espejo del cielo, horizonte de nubes y de


pinares majestuosos”.156

Tomó la decisión de empezar a construir su catedral en Pátzcuaro,


lo que causó el disgusto de los indios de Tzintzuntzan. “… Tata Vasco
se dolía de aquella reacción y buscaba el modo de aquietar la contra-
riedad. Hablaba paternalmente a los de Tzintzuntzan. Les probaba de
cuantos modos podía, que ellos continuaban ocupando un primer lugar
en su corazón…”. Se lamentaba el haber herido la sensibilidad de sus
hijos y llegó a pensar en suspender los trabajos de su catedral. Estaba
triste, sus pasos eran lentos, su rostro pálido, su expresión grave. En cierto
momento se detuvo frente a los muros a medio construir…

… se apoyó con fuerza sobre el báculo o bastón que portaba siempre


y, ensimismado en su pena, empezó a golpear con fuerza unas rocas
que quedaban ahí.

Eso hizo nada más Tata Vasco y al punto empezó a saltar entre las
piedras un chorro de agua azul… Eso sucedió hace más de cuatro
siglos y la fuente sigue ahí… Queda justamente a un lado de lo
que fue la catedral y frente a la portada barroca del viejo Colegio de
San Nicolás.

Una placa indica ahí los pormenores de aquel suceso mientras el


mismo rumor del agua que salpicó el sayal del Señor Quiroga, sigue
fluyendo interminablemente…157

2.1.7. El Reloj de la Catedral de Vasco de Quiroga en


Pátzcuaro

Lo que fue la catedral en la ciudad de Pátzcuaro, del primer obispo de


Michoacán don Vasco de Quiroga, hoy se la conoce como Templo de la

156
SANDOVAL GODOY, Luis, Lugares, Ediciones del Banco Industrial de Jalisco,
Guadalajara, 1973, p. 101.
157
Ibid., pp. 102-103.
142 Serie Jueces ejemplares

Compañía. En su parte superior luce un enorme reloj redondo de


números romanos que puede verse desde la plaza principal, también
llamada plaza grande en cuyo centro hoy está una hermosa escultura
del benefactor de esa región —Tata Vasco—y en sus lados lucen
centenarios y frondosos fresnos, quizás sembrados por éste, que en el
verano asumen un verdor impactante por su brillo. Al fondo de este
gran jardín nace una sola calle a cuyo término está el Templo de la
Compañía y permite observar el colosal reloj circular que tiene una
fascinante historia narrada por Luis Sandoval Godoy.

“—No lo vaya a referir como cosa de leyenda. La gente va a pensar


que no es cierto esto. Diga que los hechos son históricos, constan en
fuentes irrefutables…”, le decía un anciano michoacano. 158

Relata que siendo rey de España Felipe II, recibió la visita de


Tata Vasco que le iba a solicitar favores para sus indios. Pero que poco
tiempo atrás habían ocurrido ciertos hechos que provocaron eferves-
cencia en toda España e, inclusive, tenían preocupado a su monarca.

Resulta que un criminal de entrañas duras, que había cometido


los delitos más abominables, fue capturado, juzgado y sentenciado a la
pena de muerte. En la resolución se determinó que la ejecución de aquél
debía ser pública “para escarmiento y vindicación de la sociedad”, a las
seis de la mañana de cierto día, y en el preciso momento en que sonara
la última campanada de esa hora en el reloj colocado en una torre de la
plaza pública, el verdugo debería cortarle la cabeza al reo. Así lo esta-
bleció con detalle la sentencia.

Llegó el momento del cumplimiento de la condena. La muche-


dumbre morbosa que llenó la plaza era vista impasiblemente por el

158
Ibid., pp. 100.
F elipe T ena R amírez 143

sentenciado que parecía no darse cuenta de lo que iba a suceder. Hubo


algunos que venciendo la resistencia de los guardias se acercaron más al
cadalso y sólo advertían un leve temblor en los labios de aquél, quien
hasta se burló y rió a carcajadas cuando se le notificó el fallo del juez.

Las manecillas del reloj ya señalaban las seis formando una ver-
tical, por lo que se esperaba que en unos instantes empezaran a sonar,
una a una, las seis campanadas. El verdugo parecía prepararse tomando
con fuerza el hacha que haría rodar al pie del cadalso la cabeza del
malhechor.

Sin embargo, el reloj no sonaba. Su manecilla grande se inclinó


a la derecha poco a poco, cada vez más. Parecía imposible ese hecho, pues
nunca había fallado el reloj de las ejecuciones. Pero no sonó ninguna
campanada y, por tanto, menos la sexta. Así las cosas, la ejecución del
reo señalada con precisión en la sentencia que lo condenó, no pudo
llevarse a cabo, por lo que el delincuente fue regresado a su celda.
Confusa la multitud, unos pedían el perdón del reo y otros que de
cualquier forma fuera ejecutado.

La circunstancia motivó enredados y contradictorios alegatos


que llegaron hasta a acusar al Tribunal Supremo por no resolver el
problema.

Vasco de Quiroga que en esos tiempos se encontraba en España


se dio cuenta de la agitación que los sucesos acontecidos producían en
la Península. Se dice que algunos llegaron al extremo de pedirle al rey
en “…ingenua solución que abriera juicio contra el reloj, por complicidad
y que se le decretara la pena mayor.”

Durante la entrevista, Tata Vasco hacía del conocimiento de


Felipe II el desarrollo de Pátzcuaro y le mostraba los bellos productos
144 Serie Jueces ejemplares

artesanales realizados por los aborígenes de esa ciudad y regiones


circunvecinas. En eso estaban cuando el soberano tiene una idea que
propone a Quiroga:

“—Y bien, su paternidad… ¿cree que podría ser útil a aquella ciudad
un reloj de campanas? Bien regalaría a aquellos súbditos míos el reloj
que ha causado aquí tan enredadas controversias. Lléveselo, su
paternidad; sólo pido lo coloque dignamente en un sitio principal de
la ciudad.

“—De mil amores, Majestad. Ya tengo el lugar: será puesto en la parte


alta de mi catedral…

“Eso fue todo. El reloj fue desmontado y puesto cuidadosamente en


unas cajas de madera. Surcó el océano y vino hasta acá.”159

Relata el cronista que han pasado cuatro siglos y hasta entonces


las campanas cascadas del reloj siguen sonando “…y ni una sola vez
han dejado de tocar a las seis de la mañana.”

Como obispo en funciones Quiroga se opuso a las conversiones


rápidas y a los bautismos masivos que efectuaban los franciscanos,
pues consideraba que no conducían a una debida comprensión de los
sacramentos.

Asimismo, el cargo le confirió facilidades para crear todo un sistema


de pueblos que intercambiaban entre sí sus respectivas industrias.

Se desconoce el año en que redactó las Ordenanzas de sus hospi-


tales o poblaciones que consistía en un “cuerpo de reglamentaciones
en que enfoca y reduce a términos prácticos el ambicioso sueño de las

159
Vid SANDOVAL GODOY, Luis, op. cit., pp.102 a 105.
F elipe T ena R amírez 145

54 ciudades imaginadas en la “Utopía”160 aunque presumiblemente


fueron hechas con posterioridad a la fundación de los tres pueblos-
hospitales, ya que en 1539 había fundado un tercero, llamado Santa
Fe del Río, destinado principalmente a indios chichimecas.

En 1565 escribe su Testamento, en donde manda cumplir las


Ordenanzas para que sirvan siempre de normas a sus pueblos-hospi-
tales y a los demás centros hospitalarios y educativos por él fundados.
Tena Ramírez califica a la figura de Vasco de Quiroga como ejemplo
de caso extraordinario de lealtad vitalicia a un ideal.161

2.1.8. Organización de los pueblos-hospitales de Santa Fe

Quiroga encontró en su concepción de los pueblos-hospitales el


método para reunir a los indígenas en poblaciones con un nuevo tipo
de organización social y política que les garantizase seguridad y en donde
fuese costumbre la aplicación de una concepción humanista de la jus-
ticia. Las miras que guiaban a este personaje eran mucho más ambi-
ciosas ya que pretendía extender su proyecto como una alternativa a la
colonización sangrienta y llegar a ser un modelo de convivencia entre
las razas española e indígena. Desafortunadamente, las condiciones im-
perantes en la época lo limitaron a sólo tres pueblos-hospitales.

Cuadra a estas comunidades el nombre de hospitales por el espíritu


que las creó. Se quiso que fuesen hospitalarias, acogedoras, ayuda
material y moral de sus miembros; fueron pensadas sobre todo para
los indios de clase humilde, para que viviesen en ellas libres de explo-
taciones, de servidumbre, de esclavitud, de persecución y crueldades.
Mas no fueron concebidas como instituciones especiales para una

160
REYES, Alfonso, Utopías…, en ZAVALA, Silvio, Recuerdos de… op. cit., p. 140.
161
TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op. cit., p. 63.
146 Serie Jueces ejemplares

raza o clase social,… sino como realización del tipo de vida social más
elevado, no para los indios, sino para la humanidad entera.162

El diseño, trazo y construcción de los pueblos-hospitales fueron


hechos conforme a las indicaciones de su fundador. Las familias de
los indios estaban acomodadas en casas confortables y dedicados a los
oficios más variados. Las habitaciones daban a un patio interior y te-
nían una sola puerta de entrada y de salida. Las calles iban a dar a la
plaza donde estaba la iglesia y a su lado la casa comunal o del ayun-
tamiento. Huertos y tierras de labor rodeaban al pueblo y más lejos
se extendían los bosques y los pastizales. Contaban con hospital, casa
cuna, colegio y talleres de hilado y tejido, sastrería, panadería, etcétera.163

Algo fundamental del modelo, en el cual se observan tanto la


influencia del socialismo utópico de Moro como el reconocimiento
de la conveniencia de adoptar una de las formas prehispánicas de
tenencia de la tierra, radica en el hecho de que los terrenos de los
pueblos-hospitales eran de uso comunal. Lo mismo regía en cuanto a
la distribución de los productos del trabajo.

Alfonso Reyes afirma que, según el plan contenido en las Orde-


nanzas, en estos pueblos habría aquella igualdad de bienes que se vio
en la Primitiva Iglesia y que tanto deseaban Solón, Licurgo y Platón.
Sumado a ello, Quiroga encontró en la obra La República, del filósofo
griego, así como en la Utopía del multicitado Tomás Moro, los prin-
cipios bajo los cuales los hombres y las mujeres podrían lograr una
organizada y feliz convivencia. 164 Esos pensadores concibieron mo-
delos ideales; Vasco de Quiroga los llevó a la práctica en los pueblos-

162
LANDA, Rubén, Vasco de…, op. cit., p. 143.
163
Vid. HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco de…, op. cit., pp. 144-145.
164
Vid. REYES, Alfonso, Utopías… (1938)/ en ZAVALA, Silvio, Recuerdo de …, op. cit., p. 139.
F elipe T ena R amírez 147

hospitales, aplicando los principios del humanismo renacentista y del


cristianismo primitivo.

Para ello le bastó con cristianizar la organización socioeconómica


del país utópico, que por estar basada en la comunidad de bienes no
contradecía los propósitos de la Iglesia primitiva, sino que parecía
haber sido inventada para realizarlos.165

Cabe recordar que desde sus primeros escritos, Quiroga plas-


mó su propósito de fundar poblaciones nuevas apartadas de las exis-
tentes. El mantener la agricultura como la principal actividad de sus
habitantes y su medio de manutención, el hacer productivas las tie-
rras baldías y conservar el orden de “policía” con un régimen de reglas
claras y precisas. 166 Basta con leer los 42 ítems de las Ordenanzas para
obtener el panorama de la organización establecida en esas poblacio-
nes que funcionaban como repúblicas y en las que aparecen indisolu-
blemente unidos el adoctrinamiento y la comunidad de bienes y
responsabilidades.

Es lógico pensar que el aislamiento con el que se pretende con-


servar esos nuevos centros de población responde a dos ideas: el consti-
tuirlos en verdaderas islas no contaminadas por las imperfecciones
del mundo y apartadas de la devastación provocada por la conquista
y, al propio tiempo, conservar la primitiva pureza de los indios evan-
gelizados y preparados para crear y mantener comunidades económi-
camente autosuficientes.

Hay un hecho que no se debe pasar por alto y es el de que, a


raíz del descubrimiento, arribaron a América utopistas europeos de
diversas nacionalidades, ocupaciones e ideologías: españoles, puri-

165
TENA RAMÍREZ, Vasco de Quiroga y sus…, op. cit., p. 85.
166
Ibid., p. 75.
148 Serie Jueces ejemplares

tanos ingleses, menonitas holandeses y otros. Todos ellos vieron la


esperanza de un mundo mejor pero —y en esto radica la diferencia—
únicamente los religiosos españoles sostuvieron la férrea convicción
de que ese nuevo mundo se debía construir con los propios habitan-
tes del continente. Caso opuesto de colonización es el de los inmi-
grantes ingleses puritanos que se establecieron en Norteamérica un
siglo más tarde, donde la población indígena de pieles rojas, sioux, che-
rokes y otros fue aniquilada de manera sistemática y los sobrevi-
vientes confinados en reservaciones.

Pero incluso siendo similares las estrategias de los religiosos


españoles, existían diferencias entre éstos. Por un lado se encuentra la
posición de fray Bartolomé de las Casas, por otro la de los francis-
canos y jesuitas y, por último, la de Vasco de Quiroga, que mostró
resultados positivos durante más de dos siglos. Sus respectivas prác-
ticas se pueden centrar en torno a cómo perciben a los indios y en cómo
son sus acercamientos hacia ellos, bien sea en un plano de igualdad
cristiana o de desigualdad al considerarlos inferiores.

La primera de las estrategias es la de Las Casas, reconocido como


el adalid de los indios, licenciado en Derecho y clérigo que se tornó en
acérrimo crítico del imperio español desde 1502, ya que al instalarse
en La Española y luego en Cuba, pudo constatar las condiciones de
los indios de encomienda. Luchador denodado, propuso al Consejo
de Indias, cuando ocupaba el cargo de procurador, su proyecto de colo-
nización que consistía en unir a indios y españoles en pueblos regidos
por éstos en un modelo que trae a la mente resabios de la obra de Tomás
Moro, tal como se desprende de sus palabras:

La célula social que agrupa una familia de campesinos españoles con


seis familias indias es llamada en nuestro memorial familia y su jefe
español padre de la familia, terminología completamente infrecuente
F elipe T ena R amírez 149

pero que se encontrará dieciocho años más tarde en el plan de ciu-


dades indias bosquejadas en México (sic) por Vasco de Quiroga sobre
el modelo de la Utopía.167

Su proyecto fue aprobado y muchos labradores españoles se


mostraron proclives a participar en aquél, pero el promotor nunca
llegó a trasladarse con ellos a América. En 1520 obtuvo unas capi-
tulaciones de la Corona para instalar en territorio de lo que hoy es
Venezuela una sociedad que combinaba propósitos comerciales y de
evangelización; ello con la protección de soldados y fortalezas. El pro-
yecto fracasó y tal vez eso dio lugar a su cambio a la orden de los
dominicos. Se retiró durante diez años de la vida activa durante
los cuales escribió varias obras. Al término de ese lapso se le encuen-
tra nuevamente con proyectos de evangelización pacífica en Nicara-
gua y en Guatemala. Consigue del monarca español las cédulas reales
para la Nueva España, donde arriba en 1544 ya nombrado obispo de
Chiapas. Sus iniciativas chocaron violentamente contra los intereses
de los conquistadores: “…se sucedieron las violencias de los enco-
menderos y excomuniones del prelado…”; finalmente Las Casas logra
pacificar la región.

El resto de su vida transcurre en la península ibérica donde sos-


tiene constantes debates en los que manifiesta sus tesis radicales en
oposición a la esclavitud indígena y a que fuesen considerados seres
inferiores requeridos de tutela, así como su rechazo a las guerras contra
los naturales. Las Casas sostiene la opinión de que los indios son posee-
dores de una racionalidad y libertad completas, perfectible con su con-
versión voluntaria a la verdadera religión y fuente de su progreso
moral y cultural.168 Sin embargo, dado que esta posición implicaba un

167
BATAILLON, Marcel, Estudios sobre Bartolomé de las Casas, Península, Barcelona, 1976,
p. 90; citado en SERRANO GASSENT, Vasco de Quiroga, Utopía…, op. cit., p. 92.
168
Vid. SERRANO GASSENT, …, op. cit., pp. 90-100.
150 Serie Jueces ejemplares

modelo político basado en la libertad, no en la opresión, su recono-


cimiento hubiese dejado a la Corona sin una justificación legítima.
Como es natural, eso le ganaría dificultades.

La segunda de las estrategias es la de los franciscanos, quienes


resaltan los atributos de bondad y sencillez de los indígenas, aunque
no les conceden las capacidades para organizarse al margen de la tutela
de los frailes españoles. Por tanto, aceptan la dominación (al igual
que Quiroga), si es con el propósito de lograr un bien superior.

Hernán Cortés solicitó el apoyo de esta orden, lo que los sitúa


como la primera misión religiosa que arribó a la Nueva España en
1524. Vinieron con el propósito de lograr la rápida conversión de la
humanidad indiana para construir en ella la república perfecta. Im-
primieron una enorme energía a ese paradigma y, posiblemente, eso
fue la causa de sus grandes realizaciones y también de sus fallas.

Entre las primeras de sus grandezas quiero destacar el que, al


considerar como básico el establecer la comunicación con los habi-
tantes del nuevo continente, emprendieron la compleja y ardua tarea
de aprender las lenguas indígenas, “…ingente tarea si se tiene en cuenta
que se hablaban más de cien, de las que cuarenta eran importantes y
diez esenciales…”. 169 Legaron a las generaciones posteriores gramá-
ticas, diccionarios, alfabetos y la extensión en las áreas cubiertas por
la orden de la lengua náhuatl. Sus trabajos históricos y etnográficos
hicieron posible preservar restos de la cultura indiana que de otra
manera se hubiesen perdido. Empeñaron esfuerzos en la educación indí-
gena, aplicando diferencias en la impartida a los indígenas princi-
pales y a los de la clase baja; fueron asimismo pioneros en educar a las

169
Ibid., p. 105.
F elipe T ena R amírez 151

mujeres para intentar alejarlas de la corrupción que habían intro-


ducido los conquistadores.

En lo que se puede considerar desafortunada la intervención


franciscana es en el sistema de catequización que aplicaron, ya que
en general resultaban vanos los esfuerzos de cristianización hechos
por aquellos naturales que habían sido educados por los frailes fran-
ciscanos, pues regresaban a sus comunidades y no lograban resul-
tados, más bien se daba la situación contraria: eran abiertamente
rechazados. A pesar de ello, los misioneros de esta orden aplicaron sus
mejores esfuerzos para la evangelización.

…realizaron una obra misionera de inusitada expansión, pero de


éxito tan inmediato como, en ocasiones, superficial, de mera sus-
titución ritual, en la que permanecían, subterráneas, las llamadas
idolatrías pretendidamente extirpadas. Otras veces ni siquiera
tuvieron éxito como fue el caso de Michoacán donde si triunfó el
Juez [Quiroga]…170

La última de las estrategias de colonización en la Nueva Es-


paña que analizaré, es la que fue aplicada por Vasco de Quiroga, quien
desde el principio se convirtió en un acre crítico de la acción de la
conquista sin cuestionar jamás la legitimidad de los derechos de la Co-
rona sobre el territorio americano. En lo personal, creo que con obje-
tividad de jurista, Quiroga ponderó que se trataba de un proceso
irrefrenable y, por tanto, sólo le quedaba encaminar sus esfuerzos a
la construcción de su propio modelo como la única posibilidad real
para evitar el desastre definitivo.

Quiroga percibía a los indios como dóciles y obedientes, cual


niños requeridos de su tutela. Los preservó en su vida física y en su

170
Ibid., p. 204. (el paréntesis es mío).
152 Serie Jueces ejemplares

dignidad aunque simultáneamente en ese proceso, en opinión de Paz


Serrano, destruyó su antigua identidad. En los pueblos bajo la juris-
dicción de aquél se procuraba lograr una conversión sólida y profunda
que condujera a una adhesión espiritual indestructible y con fundamen-
tos, de ahí que la ceremonia del bautismo fuese realizada con toda
solemnidad y no en forma masiva al estilo franciscano. Aquellos indios
desamparados que fueron albergados, alimentados e instruidos en
los pueblos-hospitales, una vez convertidos y de vuelta a sus comu-
nidades, actuaban como agentes de la religión; otros, optaban por per-
manecer con sus familias en la comunidad.

La propiedad de las tierras era la base para la autosuficiencia


económica y su espacio de vida. Quiroga las adquirió con sus ahorros,
con mercedes regias de terrenos que se consideraban baldíos y con
donaciones de los propios indios. Prohibió su enajenación y esta-
bleció que sólo podían ser usufructuadas en forma comunal.

La principal actividad era la agricultura de tipo extensivo reali-


zada en predios alejados de los pueblos así como en pequeñas explota-
ciones agrícolas situadas en la cercanía y en huertos instalados en
torno a las casas de los distintos grupos familiares. Los pobladores de
los pueblos-hospitales tenían el derecho de usufructo de tierras y
productos en tanto formasen parte de esa comunidad.

Se debía procurar obtener más producción de la necesaria para


el sustento de todas las familias, en previsión de malas épocas. La co-
secha debería ser suficiente para que nadie padeciese necesidades en
el pueblo-hospital. En sus palabras, de lo producido en común, “… se
tomaría según que cada uno haya menester para sí y para su familia”.171

171
Arzobispado de Morelia, Vasco de Quiroga y…, op. cit., p. 154.
F elipe T ena R amírez 153

Instruía, con todo detalle, en que se sembrara siempre anualmente el


doble de lo requerido o al menos una tercera parte más, con la orden
de jamás vender o deshacerse de los sobrantes obtenidos en los años
fértiles. Sólo una vez que se tuvieran indicios de que nada faltaría al si-
guiente año, se podría enajenar el excedente y el producto de la venta,
depositado en el fondo común.

La jornada laboral se estableció en seis horas de trabajo en


común, y cuando se tratara de actividades agropecuarias, se podría labo-
rar en el campo de “sol a sol”, de dos a tres veces por semana, según fuesen
las instrucciones del rector y regidores del hospital.

Instaba a los moradores a trabajar con diligencia y a emplear pro-


ductivamente sus tiempos de ocio, durante los cuales podrían cortar
leña, extraer piedra para construcciones, realizar reparaciones, etcé-
tera. La claridad de su mensaje está en la ordenanza correspondiente
que reza así: “Orden para que no sean perezosos en la labor del campo,
y para la cuenta y razón de ello”. Esta indicación era válida tanto para
las áreas rurales como para los oficios y demás tareas que debían ser
ejecutadas en el hospital ya que pretendía lograr: “…un tipo de socie-
dad en la que no hubiera elementos ociosos… De ahí que en las comu-
nidades quiroguianas todos debían cumplir con esa obligación”.172

Algo muy importante que pone de manifiesto la capacidad de


organizador de Quiroga es el que los pueblos-hospitales, así como las
poblaciones que posteriormente formaron parte de su obispado, tenían
que especializarse en algún oficio artesanal, distinto de lo que era
hecho en otros lugares, evitando los daños causados por la compe-
tencia entre ellos mismos. Al año de 2010, aun se conserva esta
tradición en algunos sitios como Santa Clara del Cobre que fabrica

172
SERRANO GASSENT, Vasco de …, op. cit., p. 213.
154 Serie Jueces ejemplares

artículos con ese metal, Tzintzuntzan, que hace vajillas de barro y de


loza cerámica, San Felipe de los Herreros se especializaba en trabajos
de herrería, Paracho, cuyas guitarras e instrumentos de madera son
famosos, y muchos más.

…Otros hacían chirimías, flautas, trompetas, sacabuches de que


proveían a los cantores; otros órganos, otros imágenes de pintura,
adornando jícaras y bateas, haciendo embutidos de colores que ellos
mismos inventaban; otros elaboraban la plumería de los pájaros
que se llaman tzintzunes, obra muy vistosa que servía de adorno…173

La crianza de ganado y de aves de todo género para el con-


sumo y la venta, aprovechando carne, cueros y sebo se agregaron a
las actividades y se convertían en fuente de ingresos. Asimismo, los
pueblos-hospitales estaban dotados de aperos de labranza, molinos,
yuntas, establos y demás enseres indispensables.

Un buen gobierno, para Quiroga, depende sobre todo de las


personas que gobiernen. Por supuesto que también requiere que se
cuente con buenas leyes. Hizo énfasis en formar hombres para gober-
nar esas comunidades, ya que sus Reglas y Ordenanzas las escribió
hasta los últimos años de su vida, cuando los pueblos-hospitales
estaban funcionando hacía más de tres décadas. Esto es, “primero
los hombres y después las leyes”; sin embargo, ello no es del todo cierto,
puesto que al escribir las órdenes lo que hizo en realidad fue dejar en
papel y tinta todo aquello que previamente había establecido verbal-
mente y en la práctica. Landa comenta que “Don Vasco era más que
hombre de palabras, de hechos… Aplazó lo de las reglas, no la elección
cuidadosa de las personas”.174

173
HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco de…, op. cit., p. 140.
174
Vid. LANDA, Rubén, Vasco de…, op. cit., pp. 176-179.
F elipe T ena R amírez 155

La organización social y política de los hospitales se basaba en


un sistema electivo de base familiar. En un mismo espacio vivían varios
matrimonios de la misma familia, el de más edad era el jefe o respon-
sable de ese grupo. Si éste no reuniese las cualidades necesarias para el
cargo, los miembros del grupo elegían entre ellos a otro que los diri-
giese. Las mujeres, al casarse, se incorporaban al grupo del marido.

Los responsables tenían a su cargo la dirección pública y admi-


nistrativa y también la de apoyar la religiosa.

Cada pueblo se dividía en cuatro áreas territoriales, barrios o


cuadrillas, y cada uno de éstos designaba a un candidato. Entre esos cua-
tro se elegía a uno o dos principales, que constituían la máxima auto-
ridad durante los tres o seis años que gobernaban y no más sin una
nueva elección; en este caso, podían ser reelectos o depuestos del
cargo si no atendían apropiadamente el bien común de la república
del hospital.

Las cualidades que le eran exigidas al Principal eran coinciden-


tes con las que se les atribuían a los nobles tarascos como grandeza de
espíritu, objetividad y firmeza en las decisiones. Éstas quedaron preci-
sadas en los siguientes términos:

… que sea buen cristiano y de buena vida, costumbres y exemplos,…


que el Principal así elegido, como dicho es, sea manso, sufrido y no
más áspero ni riguroso de aquello que convenga y sea menester
para hacer bien su oficio y negocios del Hospital y no consienta
ser menospreciado de nadie, antes procure ser amado y honrado de
todos, como sea razón, más por voluntad y por amor, que por temor
ni rigor.175

175
MORENO, J. J., Quiroga, Vasco, Reglas y Ordenanzas para el gobierno de los Hospitales
de Santa Fe de México y Michoacán, dispuestas por su fundador el Rvmo y Venerable sr. D. Vasco de
Quiroga, Primer Obispo de Michoacán, en HERNÁNDEZ, Francisco, …, op. cit., p. 290.
156 Serie Jueces ejemplares

Me detengo un momento para destacar la idea de que el Prin-


cipal “no consienta en ser menospreciado de nadie”; esas palabras
reiteran la estima que debían tener de sí mismos los dirigentes del
gobierno, así como la confianza en la valía moral que reconocían en
ellos los demás. Además Quiroga sabe que los indígenas poseen la
capacidad y el criterio para asumir decisiones justas por sí mismos.

Los padres de familia elegían, también, tres o cuatro regidores


que ejercían el cargo durante un año (o regidores “cadañeros”, como
los designa el fundador). Este encargo era rotatorio a fin de que todos
tuviesen la oportunidad de participar, “…de manera que ande la
rueda por todos los casados hábiles…”

Después, los principales y regidores así electos (que de hecho


constituían el gobierno), elegían a los restantes oficiales necesarios
para el funcionamiento del pueblo-hospital. El funcionario de mayor
jerarquía era el rector, un sacerdote, que desempeñaría un papel si-
milar al de un tutor que habría de actuar como consejero, aunque en
caso necesario su fallo era definitivo. Quiroga estableció en las Orde-
nanzas que: “… lo cual todo se haga con parecer del dicho Rector, el
que les de libertad para que hagan la dicha elección…”. Eso era prepa-
rarlos para gobernarse por sí mismos.

En la cuestión de impartición de justicia, ésta se aplicaba en el


seno de la comunidad sin intervención de terceros. Este aspecto denota
la experiencia del jurisconsulto y es una de sus cualidades tácticas
políticas. Recomendaba resolver previamente los conflictos, pero en
los casos en que no fuese posible, dejar en manos del rector, del prin-
cipal y de los regidores el dirimir pacíficamente las quejas y los pleitos.
Confiaba en que sus indios contaban con la capacidad para gobernarse
a sí mismos, por tanto, en esas comunidades no existían Jueces ni
cárceles. Ellos contaban con la libertad para tomar sus propias deci-
F elipe T ena R amírez 157

siones. El papel del rector generalmente se limitaba al de consejero, a


pesar de que disponía de la potestad de decidir en última instancia.

…si alguno de los indios pobres de este hospital tuviere quejas de


otro o de otros, entre vosotros mesmos, con el Rector y Regidores,
lo averiguareis llana y amablemente, y todos digan verdad y nadie la
niegue, porque no haya necesidad de se ir a quejar al Juez a otra parte,
donde paguéis derechos, y después os echen en la cárcel,… que vale
más así con paz y concordia, perder, que ganar pleiteando y abo-
rreciendo al prójimo,…”176

En la práctica, después de la desaparición física de Vasco de


Quiroga, el rector de cada pueblo-hospital se convirtió en su defen-
sor ante autoridades virreinales y religiosas, tal y como se constata
en los Libros de Cabildos, que tuvo la oportunidad de consultar Felipe
Tena Ramírez.

2.1.9. Bases de su autonomía

El interés que guió a Felipe Tena para estudiar las causas de la extin-
ción de los pueblos-hospitales de Santa Fe, que serán comentadas en
el inciso siguiente, me impulsan a centrar la atención en las bases
que estableció su fundador para garantizar la larga supervivencia de
esas comunidades. La respuesta se encuentra en la autonomía con la
que logró dotarlos.

El término autonomía es mucho más que una palabra, debe


entenderse como un concepto que implica emancipación, libertad,
independencia y soberanía. Es una manera de pensar y actuar en con-
sonancia, es una forma de vivir con dignidad. Pero ese concepto está

176
MORENO, Juan Joseph, Reglas y…, op. cit., en HERNÁNDEZ, Francisco, …, op. cit.,
p. 181.
158 Serie Jueces ejemplares

acotado: no puede pensarse en la libertad absoluta porque los huma-


nos somos seres sociales que requerimos de los demás para sobrevivir
y garantizar la perpetuación de la especie. De esta necesidad surgen
las reglas que rigen al Estado, en el cual cada quien le cede una parte
de su libertad para alcanzar el bien común.

Quiroga estableció los fundamentos legales a través de negocia-


ciones, acuerdos, juicios y todos los recursos que le fue necesario aplicar
para lograr la autonomía de sus pueblos-hospitales respecto a dos
tipos de autoridades: la civil y la eclesiástica. Esto fue posible gracias
a la organización interna de esas comunidades que funcionaban como
repúblicas en lo político, y productivas y autosuficientes en lo económico.

Paz Serrano considera que el principio básico de la autonomía


de las comunidades respecto a terceros implicaba la obediencia abso-
luta a las reglas previamente aceptadas; quienes reincidían en su no
acatamiento, eran expulsados del hospital. Cierto es que sus pobla-
dores perdían su libertad individual, pero a cambio tenían una vida en
calma, monacal, obediente y laboriosa en la cual podían hallar cierto
refugio.177 Considero que esta última opinión es sólo parcialmente
cierta, en el sentido de que quienes ahí vivían tenía que aceptar las regu-
laciones establecidas y, cuando estuviesen en desacuerdo con ellas, ya
no podían formar parte de esa comunidad; sin embargo, sostengo mi con-
vencimiento en que la libertad individual de los indios no sólo fue
respetada, sino reafirmada con la confianza de que podían ser respon-
sables de autogestión y, por tanto, de la conservación de su república.

Francisco Hernández interpreta así los propósitos de Quiroga:

Primero, porque una de las cosas que quiso conseguir con sus fun-
daciones fue, sobre todo, liberarlas del sistema fiscal y administrativo

177
SERRANO GASSENT, Vasco de Quiroga, …, op. cit., pp. 35-41.
F elipe T ena R amírez 159

que entonces se usaba en la Nueva España. Todavía en el siglo XVIII,


como tendremos ocasión de ver, los pueblos-hospitales de Quiroga
seguirán defendiéndose contra las pretensiones de virreyes y corre-
gidores que se empeñaban en hacerles pasar por el régimen de las
imposiciones administrativas. Segundo, porque en 1545 hacía bastan-
tes años que se habían establecido y se estaban desarrollando las
fundaciones quiroguianas. Y tercero, porque en lo que se dice de que
poca cuenta se tuvo del deseo de los indios, ya hemos visto cómo para
su bien y para su perfeccionamiento temporal y espiritual éstas se
llevaron a cabo.178

El cómo alcanzó sus objetivos dependió básicamente en que


construyó el modelo de evangelización aplicando en la Nueva España
el esquema colonial cristiano monoteísta, así como un sistema de vida
pacífico que podría calificarse de monacal, además de organizado y cum-
plido hasta sus últimas consecuencias. Gracias a esto fue que consiguió
que sus pueblos-hospitales quedaran exentos del pago de tributos.

Naturalmente, para que fuesen reconocidos esos rasgos posi-


tivos y los logros correspondientes por parte de las autoridades civiles
y religiosas, le fue indispensable a Quiroga emplear sus relaciones
en los más altos niveles de esas instancias. El merecido recono-
cimiento que tenían de él en la corte española —los Reyes Católicos
incluidos—, entre el grupo de los humanistas (Bernal Díaz de Luco,
obispo de Calahorra y fray Alonso de la Veracruz, quien posterior-
mente sería el fundador de la Universidad de México) y los altos
prelados de la iglesia (el cardenal arzobispo Tavera, presidente del Con-
sejo de Castilla; el cardenal arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga,
sobrino suyo y consejero real), entre otros, fueron fundamentales
para alcanzar sus propósitos.

178
MARTÍN HERNÁNDEZ, Francisco, Don Vasco..., op. cit., pp.146-147.
160 Serie Jueces ejemplares

El modelo de colonización pacífica por él establecido requería


para su permanencia, además de bases internas políticas y económicas,
el complemento de una entidad externa: el Cabildo, al que se conside-
raba como la máxima autoridad y el responsable de la buena marcha
de los tres pueblos-hospitales. Sus autoridades le rinden cuentas de
la administración y recurren a dicha instancia en caso de conflictos o
falta de recursos, apelando a sus funciones de árbitro y moderador.

… (las) facultades inherentes al patronato depositaban en el Ca-


bildo la responsabilidad del colegio, eliminando así cualquiera
intervención del obispo. He aquí un rasgo especial de la política
pedagógica de Don Vasco. El destino del Colegio de San Nicolás y de
los tres pueblos-hospitales que fundó, lo confió a un cuerpo cole-
giado, que por la permanencia indefinida y la renovación lenta de sus
integrantes, prestaba mayor garantía de respetar y hacer cumplir
la voluntad del fundador que los eventuales obispos venideros.179

Los rectores-párrocos eran los intermediarios entre los pueblos-


hospitales y el Cabildo, quienes asumían como funciones principales
la defensa del patrimonio y la de los pobladores de su circunscripción.
Para llevar a cabo esos propósitos recurrían a lo establecido por Vasco
de Quiroga en sus Ordenanzas y en el Testamento. Al transcurrir el
tiempo, los rectores enfrentaron conflictos de intereses con la iglesia
por problemas de competencia.

…los arzobispos de México no consentían de buena gana que uno


de sus párrocos, el de Santa Fe de los Altos, fuera designado por el
Cabildo de Michoacán, que nada tenía que ver con la arquidiócesis.
Los del cabildo se refugiaban en la autoridad que les había nom-
brado patronos de aquellos pueblos, autoridad que en su tiempo
había sido reconocida y confirmada por la Real Audiencia. Unos y otros

179
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo…, op. cit., p. 13.
F elipe T ena R amírez 161

recurren a la corona y desde España se sigue confirmando el derecho


de patronato que tenía el cabildo.180

En su Testamento, Quiroga señala que sus fundaciones en la


Nueva España están bajo el amparo del rey español. Ejemplo de eso
es la requisitoria del virrey Bernardo de Álvarez enviada al Cabildo de
Michoacán, donde reitera la exención de impuestos concedida a uno
de los pueblos-hospitales de Santa Fe, en la cual le hizo saber que:

… el Ilmo. y V.S. don Vasco de Quiroga, fundador del referido pue-


blo y hospital (de Santa Fe de México) y primer dignísimo Prelado
que fue de esta diócesis, consiguió privilegio del Rey Nuestro Señor
para que los indios que había congregado para mantenerlos, casarlos
y catequizarlos cuando fue oidor de la Real Audiencia de México, no
pagaran tributos.181

Ese derecho consuetudinario mantuvo su vigencia, la cos-


tumbre se convirtió en ley “…la experiencia cotidiana y la docilidad al
precedente engendraron un derecho fértil, cuyos veneros nacían en
el pensamiento de Quiroga”. 182 No volvió a tocarse el asunto y toda-
vía en la segunda mitad del siglo XVIII se consideraban emancipados
de cualquier autoridad de la Colonia e incluso de la del virrey y sólo
admitían la del rector-párroco a título de intermediaria, y como su-
prema la del Cabildo.

2.1.10. Su extinción en la segunda mitad del XIX

Para realizar su obra colonizadora, Quiroga solicitó en 1531 el consen-


timiento del monarca español. La autorización le llegó mediante la
Real Cédula del 25 de junio de 1539 que le otorgaba la venia para

180
MARTÍN HERNÁNDEZ, Francisco, …, op. cit., pp. 265-266.
181
Idem.
182
TENA RAMÍREZ, op. cit., p. 110.
162 Serie Jueces ejemplares

fundar un pueblo cuya descripción corresponde al de Santa Fe del


Río.183 Para entonces, ya había adquirido los terrenos y tenía en marcha
los dos primeros pueblos-hospitales. Conocedor de las leyes, sabía que
eran indispensables tanto los títulos de propiedad que justificasen su
origen, como el mantenimiento de vigilancia sobre los límites de ese tipo
de bienes raíces, condiciones que daban la certeza de su posesión y posi-
bilidad de usufructo, por ello, legó las tierras a los habitantes de los
pueblos-hospitales. En el testamento aparece:

Su férrea voluntad de preservar, mediante un complicado sistema


de patronatos, en el caso del colegio, reforzado con la donación de
las tierras comunales a sus indios, en el caso de los pueblos-hospi-
tales, la obra de su vida.184

Los indígenas herederos del legado de Quiroga fueron propie-


tarios de esas tierras comunales hasta el 25 de junio de 1856 en que
Ignacio Comonfort, siguiendo el modelo liberal europeo y con la
intención de hacer entrar al mercado las propiedades inmuebles im-
productivas, expide la Ley de Desamortización conocida como Ley Lerdo.
Esta Ley, que buscaba la expropiación de las fincas rústicas y urbanas
pertenecientes a las corporaciones civiles o eclesiásticas del país, pro-
vocó la venta de los terrenos comunales de los pueblos hospitales dilu-
yendo el legado de Vasco de Quiroga y dejando a los indígenas en manos
de terratenientes.

El procedimiento establecido en la propia ley señala que las


fincas se adjudicarán a sus arrendatarios o al mejor postor, excepción
hecha de los edificios utilizados para cumplir con el objeto de la corpo-
ración de que se tratara. Los pueblos-hospitales no correspondían a

183
Ibid., p. 156. En la nota 21 consta un fragmento del texto de la Real Cédula, en la cual
también se concede la exención de diezmos.
184
SERRANO GASSENT, …, op. cit., p. 25.
F elipe T ena R amírez 163

ninguna de esas dos condiciones; es decir, ni eran arrendatarios ni


tampoco contaban con los recursos suficientes en sus respectivos fon-
dos comunes para participar como postores en la puja por sus propias
tierras.

Esa ley, junto con otras dos más: La Ley Juárez (23 de no-
viembre de 1855) sobre administración de justicia y la Ley Iglesias
(11 de abril de 1857) que señala los aranceles parroquiales para el
cobro de derechos y obvenciones de los servicios religiosos, formaron
el primer paquete legislativo de reformas derivadas del Plan de Ayu-
tla. Unos días antes de la publicación de la Ley Lerdo, el 15 de mayo
anterior, Comonfort había expedido el Estatuto Orgánico Provi-
sional de la República Mexicana, anticipo de la Constitución de 1857.185

La Ley Lerdo afectó profundamente al modelo quiroguiano,


que sobrevivió casi tres siglos gracias a la habilidad jurídica y política
de su fundador y a la defensa denodada de las tierras comunales que
sostuvieron los habitantes de las tres repúblicas. Tena Ramírez consi-
dera que éstos tenían una ventaja respecto a los demás poblados
indígenas ya que “contaban con el apoyo del Cabildo y no obedecían
órdenes extrañas”,186 vivían al margen de toda forma de estatismo ya
que constituían, de hecho, ayuntamientos democráticos que se mane-
jaban de manera autónoma.

En ese largo periodo de casi tres siglos la organización interna


de los pueblos-hospitales funcionó apropiadamente, aunque sus habi-
tantes no estuvieron ajenos a enfrentar una sucesión casi continua de
conflictos por las invasiones a sus tierras que, como consta en las actas

185
TENA RAMÍREZ, Leyes fundamentales…, op. cit., p. 491.
186
TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op. cit., p. 95.
164 Serie Jueces ejemplares

capitulares, la mayoría de ellos tuvieron lugar con colindantes


particulares y, sólo en ocasiones, con pueblos vecinos. En casi todos
los casos prevalecieron los derechos de los pueblos de Quiroga.

Lo sorprendente es que una vez independizada la Nueva Es-


paña de su metrópoli, a principios del XIX, subsistieran estas funda-
ciones casi cinco décadas más a pesar de que había desaparecido el
régimen colonial que les había permitido ejercer prerrogativas que nin-
gún otro poblado tenía. Una explicación plausible es que continuaron
dependiendo de las disposiciones de su fundador y regidos por su dere-
cho consuetudinario que iniciaba en los padres de familia y concluía
en el Cabildo. En esos estrechos límites de autoridad se mantuvieron
emancipados hasta la segunda mitad del siglo XIX, hasta el adve-
nimiento de las Leyes de Reforma.

Un hecho habría de comenzar a mellar su organización, vincu-


lado con las aportaciones anuales que hacían los pueblos-hospitales
para contribuir al sostenimiento del Colegio de San Nicolás Obispo,
de cuyo patronato formaba parte el Cabildo. Cuando fue seculari-
zada dicha institución y pasó a depender de la educación pública del
Estado de Michoacán, Santa Fe de la Laguna y Santa Fe de México sus-
pendieron definitivamente sus aportaciones. Esto dio lugar a que, en
1845, el Cabildo renunciara al patronato del colegio.187

El mayor de los problemas que afrontaron los habitantes de


los hospitales comenzó, como ya fue dicho, con la aplicación de la Ley
Lerdo de 1856, que estaba dirigida implícitamente a restarle poder
económico al clero, pero que incluyó en su ámbito aplicativo a las comu-
nidades indígenas sin hacer ninguna excepción. Las nefastas consecuen-

187
Ver Ibid., pp.148-149. Nota.- Santa Fe del Río, en un rasgo de fidelidad a la voluntad
de Vasco de Quiroga, continuó cubriendo sus cuotas para el Colegio de San Nicolás.
F elipe T ena R amírez 165

cias de ese criterio indiscriminado que despojó de las tierras comuna-


les a quienes habían sido sus legítimos e inmemoriales propietarios
son expuestas en los siguientes términos:

La medida de desamortización de los bienes comunales entrañaba


un concurso de desaciertos. Moralmente constituía una injusticia,
que lanzaba a la miseria a los indígenas expropiados, sin culpa alguna
de su parte. Socialmente iba a alimentar el latifundio, una de las cau-
sas de la revolución de la siguiente centuria. Políticamente era des-
favorable a la causa liberal, al impulsar a los indígenas desposeídos a
sumarse al bando antagónico, cuando éste se lanzó a la lucha armada
en contra de la desamortización, entre otras disposiciones.188

Para dar cumplimiento a esa ley, el militar encargado del mando


supremo del Estado de Michoacán, Epitacio Huerta, dispuso la extin-
ción de los pueblos-hospitales mediante el decreto fechado el 22 de
diciembre de 1858, donde se declaraba que pertenecían a las comuni-
dades respectivas los terrenos de hospitales erigidos canónica y civil-
mente, “extinguiéndose en consecuencia dichos hospitales” (art. 20) y
sus terrenos debían repartirse entre los individuos de las respectivas
comunidades (art. 30). En las Actas Capitulares del 11 de enero del
año siguiente, consta la protesta del Cabildo contra dicho decreto.189

La aplicación de esa disposición legal tuvo que posponerse


porque el 19 de enero de ese mismo año dio comienzo la Guerra de
Reforma, situación que obligó a Benito Juárez a defender la Repú-
blica con un gobierno trashumante hasta que las tropas al mando de
González Ortega entraron triunfalmente a la capital. La causa liberal
había triunfado, pero no había beneficiado igualmente a todos los habi-
tantes del país, como era el caso de las comunidades indígenas.

188
Ibid., …, p. 164.
189
Ibid., nota 4, pp. 165-166.
166 Serie Jueces ejemplares

Durante los años de esa guerra, y tal vez orillado por los em-
bates en su contra por parte de la Iglesia católica, Benito Juárez expide
la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos del 12 de julio
de 1859, que forma parte del conjunto de las Leyes de Reforma. Su radi-
calismo liberal estaba encaminado a abatir el poder del clero, privándolo
de predios, inmuebles, derechos y acciones sin reciprocidad económica.
Por tanto, considero necesario precisar el alcance de los términos: la
desamortización operaba a favor de aquellos particulares que podían
adquirir en subasta las propiedades tasadas en su valor por el go-
bierno; en cambio, la nacionalización consistió en la expropiación de
los bienes de la Iglesia a favor de la nación, sin conceder indemniza-
ción al expropiado.

Dado que la Ley de Nacionalización modificaba la Ley Lerdo, se


presentaba la oportunidad de reparar el grave error cometido al haber
expropiado los terrenos comunales. Pero no fue así, tal vez porque impe-
raban las ideas individualistas y la animosidad contra las corporaciones
y los gremios, heredadas de la Revolución Francesa. El caso es que, des-
pués de lograr la victoria sobre el Imperio y de consolidar el triunfo
de la República, se puso en práctica la tarea de despojar de las propie-
dades rústicas a los núcleos comunales.190

El procedimiento señalado en el decreto de 1858 establecía


que los terrenos de los pueblos-hospitales tendrían que ser repar-
tidos entre los antiguos comuneros, a título de propiedad individual.
Esa solución no fue aceptada por los sucesivos rectores-párrocos de
Santa Fe del Río quienes, sosteniendo una interpretación errónea, afir-
maban que esas tierras eran propiedad de la Iglesia, en contradicción
absoluta a los antecedentes existentes; a fin de presionar a los comu-
neros, les negaban la absolución a aquellos que aceptaban el reparto

190
Idem.
F elipe T ena R amírez 167

agrario. Esto dio lugar a que los indígenas presentaran sus quejas al
Cabildo. En la sesión del 27 de enero de 1871, el superintendente de
los rectorados de Santa Fe les dio una vaga respuesta a los quejosos
y los exhortó a cumplir con sus deberes cristianos, lo que equivalía
prácticamente a negarles el apoyo. Ahora los acechaban dos codicias:
la de la Iglesia y la de los latifundistas. Sólo sería cuestión de tiempo
para que el Cabildo se desprendiese de los Rectorados, arguyendo que
habían cambiado las condiciones bajo las cuales fueron fundados.

Si durante su larga vida habían sabido salir airosas de situaciones


comprometidas, llegó una época para las comunidades de Don Vasco
en que perdieron la partida, acosadas por la autoridad civil y privadas
del patronato del Cabildo eclesiástico. Su extinción ocurrió en 1872.191

Además, no dejaba de ser una falacia para vencer la resistencia


de los afectados el hacer que los comuneros se sintiesen propietarios
individuales de sus predios, cuando el propósito real era que perdiesen
la fuerza de grupo y dejarlos inermes. El 16 de enero de 1872 se le-
vantó lo que Felipe Tena llama el acta de extinción de los dos pueblos-
hospitales de Michoacán, de la cual transcribo una parte:

…resolvió poner a disposición del Gbno. Arquidiocesano los dos Recto-


rados de Sta. Fe de La Laguna y del Río, por no serle ya posible llenar
los deberes que le impone el patronato que sobre ellos tiene por haber
desaparecido los fondos con que fueron dotados por el fundador,…
diciéndole además que igual cosa piensa hacerse con el de Sta. Fe de
los Altos…

Por fin el 15 de septiembre de 1874, dos años y medio después de


la extinción de los rectorados michoacanos, se consumó la del recto-
rado de México…192

191
TENA RAMÍREZ, …, op. cit., p. 162.
192
Vid. TENA RAMÍREZ, Vasco de…, op. cit., pp. 172 y 176. (las cursivas son las del texto
que aparece en este libro).
168 Serie Jueces ejemplares

Llama a extrañeza e incluso a indignación el que en dicha acta


de extinción, “…el Cabildo aludió a un fundador sobreentendido, inno-
minado, aquel cuyas señas consistían en que hacía mucho tiempo había
dotado de fondos a los rectorados que desaparecían”; esa falta de agra-
decimiento a un hombre que empeñó su vida para favorecerlos me
resulta inconcebible. Por fortuna aquel pueblo al que sirvió, conserva
incólume su amor y respeto a la memoria de Tata Vasco.

Los pueblos-hospitales y demás comunidades del país tuvie-


ron que esperar hasta que la Constitución de 1917 les hiciera justicia.
El artículo 27 dispone la restitución de sus tierras a los núcleos de
población que, de hecho y por derecho, guarden el estado comunal.193

2.1.11. Vasco de Quiroga en la percepción de Gabriela


Mistral

La primera mujer latinoamericana galardonada con el Premio Nobel


de Literatura (1945) Lucila Godoy, internacionalmente conocida como
Gabriela Mistral, nació en Vicuña, Chile, el 7 de abril de 1889.

Su carrera se inició en 1914, al recibir el Primer Premio en el


Concurso Nacional de Literatura, en Santiago de Chile, por Sonetos
de la Muerte. En este concurso empezó a utilizar el pseudónimo de Ga-
briela Mistral en homenaje a los poetas GABRIELE D‘Annunzio y
Frederick MISTRAL.

En 1922 el gobierno de México la invitó, por iniciativa de José


Vasconcelos, que era entonces Ministro de Educación, para colaborar
en los planes de la reforma en este campo y en la organización y fun-
dación de bibliotecas populares.

193
Ibid.,…, op. cit., p. 165.
F elipe T ena R amírez 169

Fungió como cónsul en la representación diplomática de su


país en la ciudad de Veracruz.

El 10 de enero de 1957, cerca de los 68 años, muere en Nueva


York, pero deja un recuerdo memorable en su obra poética y literaria.

Durante su estancia en nuestro país, conoció la vida de Vasco de


Quiroga, de quien hizo la siguiente apología:

Don Vasco de Quiroga vino de España a México como oidor de la


Segunda Audiencia. Venía hacia el México estrepitosamente rico de
la colonia; pero no a vender su justicia, ni a aprovecharse de su alto
empleo para conseguir extensas encomiendas; venía a mostrar, como
Las Casas, que la España cristiana, la de doña Isabel la Católica, era
verdad.

Pertenecía a familia principal y, sin embargo, no se sumó a los espa-


ñoles linajudos y soberbios que llamaron a los indios raza inferior,
para excusar la explotación perversa que de ellos hacían.

Era varón ya entrado en años; pero con una reciedumbre de espí-


ritu que le hizo quebrar la terquedad de los funcionarios españoles
y la de los encomenderos. Su perfil era fino y un poco triste y su
figura alta se curvaba ligeramente; semblante el suyo de hombre
que vio a las gentes más desventuradas que ha visto el sol: el indio
americano, desposeído, enfermo, lacerado.

Un año después de llegado a la ciudad de México empezó su obra de


fundaciones, que no había de cortar sino la muerte. A las puertas
de México hizo la colonia de Santa Fe, una vez hospital, templo, es-
cuela y hogar de indios. Con su sueldo de oidor, que no era pingüe y
que él no aumentaba con impuras comisiones, compró el predio para
la fundación y fue dotando poco a poco la extensa casa. El indio que
allí llegaba enfermo, lleno de desconfianza hacia el hombre blanco,
conocía su misericordia en la tizana, en el baño, en el lecho suave y
limpio y ya no quería abandonar el amparo. Al curarse, quedaba in-
corporado a la colonia; podía llevar a su mujer y a sus hijos a vivir
170 Serie Jueces ejemplares

con él; cultivaba el campo, cuya cosecha se repartía entre la comu-


nidad y recibía para él y para los suyos vestidos y doctrina.

El éxito de esta primera colonia, la ternura reverencial que inspiró a


los indios, hicieron que poco después se le enviara al Estado de
Michoacán a resolver un conflicto suscitado entre españoles y
naturales. Fue allá y se quedó con los indios. Cambió su fácil situación
de funcionario de la capital por el destierro de una región lejana y
llena de peligros. A la tierra desnuda de hombres, abandonada por
los indios en fuga hacia las montañas, atrajo gente, a los mismos
fugitivos, y fundó pueblos. Se fijó en Pátzcuaro, a orillas del lago,
donde todo fue dirigido por su mano: calles, plazas, hospital,
escuelas.

Como Moisés, él era todo para la gente reunida en muchedumbre


en torno a su cayado patriarcal; escribía la doctrina cristiana en
lenguaje llano y tierno para hacérsele amable; enseñaba en cada aldea
una industria diferente para que no se creara entre ellos la maligna
rivalidad.

La iglesia tuvo para él una gracia que sería excepcional si no se


hubiese tratado de un varón maravilloso, en el que resucitaban los
antiguos apóstoles: le confirió a la vez todas las órdenes, hasta la
de Obispo. Pastor más de verdad no han visto las Américas desde
Bartolomé de Las Casas.

Murió en Uruapan, anciano con muchedumbre de días, como se ha


dicho de los patriarcas. Su siembra de amor fue tan honda, que
todavía los indios michoacanos dicen su nombre como sinónimo de
santidad, como apelativo de excelencia, y hasta en la fuente que por
muchos años dio el agua a Pátzcuaro veían el corazón de Tata Vasco
proveyendo a su vida, refrescando su pecho cansado de iniquidades
y lacerías… 194

Felipe Tena Ramírez, entre otros ilustres michoacanos, como Jesús


Rodríguez Gómez y Antonio Martínez Báez, rindieron un homenaje

194
LANDA Rubén, Vasco de Quiroga, Editorial Grijalbo, México – Barcelona, 1965, texto
incluido en la sobrecubierta del libro.
F elipe T ena R amírez 171

al Apóstol en el Quinto Centenario de su natalicio, levantándole un


monumento en bronce, en Madrigal de las Altas Torres, provincia de
Ávila, lugar del nacimiento de don Vasco de Quiroga. En la entrega
de la escultura Tena Ramírez pronuncia un emotivo discurso que como
oración agradecida y respetuosa, concluye:

Hoy vuelves, señor, a la villa ilustre que te dio la cuna. Has


cruzado una vez más los mares, que en otro tiempo te vieron
partir en busca de una utopía que tú convertiste en realidad.
Aquí quedará tu efigie como prolongación nuestra entre los
tuyos.

Aquí te dejamos, señor, animado tu bronce por el palpitante


corazón de México. 195

195
TENA RAMÍREZ, Felipe, “Regreso de don Vasco”, en Discursos, p. 60.
2.2. Manuel Abad y Queipo
(obra no terminada)

2.2.1. Quiroga y Abad. Dos épocas, dos visiones, un propósito

T anto Vasco de Quiroga como Manuel Abad y Queipo García,


se identificaban “en el trazo dramático de la situación
social de la Nueva España”. 196 Al primero de ellos le correspondió
participar en los comienzos del virreinato y, al segundo, observar su
crisis y derrumbe final como consecuencia de la agudización de las
contradicciones internas que desembocaron en la guerra de indepen-
dencia de la Colonia.

Tena Ramírez destaca que el enfoque y las soluciones apor-


tadas por uno y otro eran distintas, algo lógico dada la diferencia de
más de dos siglos que mediaba entre sus respectivos análisis sobre

196
TENA RAMÍREZ, …, Vasco de Quiroga y sus pueblos de Santa Fe en los siglos XVIII y XIX,
Editorial Porrúa, S.A., México, 1977, p. 10.

173
174 Serie Jueces ejemplares

el mismo objeto de estudio: la situación social en la Nueva España.


En ese lapso la cultura europea evolucionó y se transformó lo que, natu-
ralmente, incidió en la formación, percepción y actuación de cada uno
de estos dos personajes.

Vasco de Quiroga y Abad y Queipo, ambos españoles peninsulares


que, cada quien en su tiempo, decidieron emigrar a América. Uno, en
la plenitud de su experiencia y madurez a los 60 años; el otro, con poco
menos de la mitad de esa edad. Pero ambos con un enorme interés
en servir con entusiasmo, conocimiento y valentía a los grupos des-
protegidos, tanto a través de aplicar las doctrinas de la iglesia católica
como los principios ideológicos que mantuvieron, en todo trance, la
fidelidad al monarca español. Los dos contaban con un agudo sen-
tido de observación, estudio y análisis, características que los lleva-
ron a adquirir una percepción objetiva de las condiciones a las que
estaban sometidos los pobladores de este continente. Eran hom-
bres de acción en beneficio de su sociedad.

Esas son, a mi parecer, las principales coincidencias entre


ellos; sin embargo sus respuestas fueron distintas, como diversas fueron
las situaciones a las que tuvieron que enfrentarse en sus respectivos
tiempos.

Median más de 250 años en sus fechas de llegada a esta colo-


nia española. Quiroga arriba en 1530 en calidad de oidor de la Se-
gunda Audiencia, a escasos nueve años de realizada la Conquista por
Hernán Cortés, en tanto que Manuel Abad llegó, primero, a Guatemala
en 1779 y cinco años después a la Nueva España.

Tena Ramírez dedica una parte importante del borrador del


libro, que no concluyó, al origen del linaje de Abad y Queipo, asunto
F elipe T ena R amírez 175

que en principio llama la atención pero que posteriormente se com-


prende, dada su calidad de hijo nacido fuera del matrimonio que le
acarrearía —como se verá más adelante— graves tropiezos en su edad
madura.

2.2.2. Su familia y sus estudios

En las copias del avance del estudio sobre este personaje de que me
fue posible disponer197 se puede constatar que Manuel Abad y Queipo
García nació en España en 1751. Felipe Tena se dio a la tarea de vi-
sitar Villarpedre, lugar de nacimiento de su biografiado, en el Concejo
de Grandas de Salime. La información parcial que pudo obtener del
concepto Concejo data de la Alta Edad Media, hasta integrarse en
el de Municipio, que derivó con el tiempo en Ayuntamiento. Sin embar-
go, en el caso concreto del Concejo asturiano se rebasan los perí-
metros usuales de los ayuntamientos ya que incluye varios poblados
bajo su compleja jurisdicción.198 Asimismo, Grandas deriva etimológi-
camente del portugués, y significa “terreno estéril”, la característica
más representativa de la región. Y, por último, Salime es el nombre
de la villa vecina que fue cabecera del Concejo, que con el decurso del
tiempo se integró en una sola con el de Grandas, por lo que de ahí
deriva el nombre dual.

De arquitectura medieval, la capital del Concejo incluye siete


parroquias, siendo una de ellas la de Santa María de Villarpedre que en
los registros de la época de Abad y Queipo significaba lugar y parro-
quia. Por lugar se entendía una población pequeña, menor que una

197
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo…, capítulo I, pp. 11-12, 20.
198
Ibid., p. 2.
176 Serie Jueces ejemplares

villa y más que una aldea, y con parroquia se designaba una jurisdic-
ción eclesiástica y era también una designación empleada con fines de
administración civil.199 Acerca de esta última función, cabe destacar
el registro de la población a través de padrones y su riguroso método
de custodia en el templo de la capital; esto es fundamental para cons-
tatar la veracidad de lo asentado en tales documentos. Para los inves-
tigadores, la consulta de fuentes originales de información reviste
una gran importancia. Tena Ramírez lo relata de esta manera:

…en esta iglesia… se custodiaban los padrones de los vecinos del


concejo, levantados periódicamente con los datos de filiación de cada
vecino. Por su importancia local, los padrones se guardaban en el
arca concejil, bajo cuatro llaves, cada una en poder de un clavero.
Para abrir el arca, previo mandamiento en forma, se reunían los
cuatro claveros y procedían ritualmente a su apertura, exhibían
los documentos de cuya existencia y contenido daba fe el notario
y posteriormente los reintegraban a su sitio, con la misma solem-
nidad. En el acta que con semejante motivo se levantó en 1806,
hízose constar la diligencia de compulsa de ciertos pormenores con-
tenidos en los padrones, relacionados con Manuel Abad y Queipo200

En el padrón correspondiente a 1759 figura por primera vez


Manuel Abad Queipo nacido ocho años antes, tal como consta en su
partida de bautismo, como “hijo natural reconocido” de José Abad Queipo;
la misma constancia se reitera en los registros sucesivos (1766, 1787,
1794 e incluso en el de 1801, en que ya había fallecido el padre). Según
el padrón de 1787, José tuvo tres hijos más, éstos legítimos, de nom-
bres Fernando, Domingo y José, todos Abad Queipo.

Manuel Abad Queipo conservó sin modificación el apellido de su


padre. Pero una costumbre de su época introdujo la conjunción copu-

199
Ibid., pp. 3 y 5.
200
Idem.
F elipe T ena R amírez 177

lativa “y” entre los dos apellidos para formar el de Abad y Queipo,
apelativo con el que se le conoce. En esos tiempos era importante com-
probar, sobre todo, la rama de varonía, pues era el padre quien fijaba
las características genealógicas de la descendencia. 201 En la partida
de bautismo de Abad y Queipo consta que se le puso como nombre
“Manuel Joseph, hijo de Josepha García de la Torre, soltera y —se dice
por su declaración— de Joseph Abad, mozo soltero vecinos deste
lugar y Parrochia…”. 202 Siendo solteros ambos progenitores, de cali-
dad noble y sin que entre ellos mediara impedimento canónico para
contraer matrimonio, 203 según la información testimonial rendida
por doce testigos en el padrón de 1806.

Dado que Villarpedre era un pequeño poblado, fue necesario


que Manuel Abad emigrara a Cataluña a cursar sus estudios prima-
rios donde vivió al lado de un pariente por la rama paterna. Fue un
estudiante destacado. Concluida la etapa de la lengua latina, inició la
carrera de letras en la Universidad de Salamanca, para lo cual recibió
el apoyo económico de su padre. Dedicó 10 años a las materias de
estudios mayores: filosofía, derecho común, derecho patrio y sagra-
dos cánones. Obtuvo notas de elevado aprovechamiento y los grados
de bachiller en leyes y en sagrados cánones.

Una coyuntura imprevista, que habría de imprimir nuevo rumbo a


su vida, le impidió que fuera en Salamanca donde recibiera las órde-
nes sacerdotales y el título profesional, como culminación de sus
estudios.204

201
Ibid., pp. 9-10.
202
Ibid., p. 11.
203
Abad habría de explicar con el tiempo que si a raíz de su nacimiento sus padres no
contrajeron matrimonio, debióse a la muerte de la madre”.
204
Tena Ramírez se basa en varias constancias del Archivo de Indias expedidas “con
presencia de los documentos que pasan en la Secretaría del Gobierno Diocesano”, según se dice
en las Letras Testimoniales. (AGI.- México, 1894, No. 5 y 6). / Abad y Queipo…, op. cit., capí-
tulo I, nota 23, pp. 40-41.
178 Serie Jueces ejemplares

2.2.3. Dos maestros. Un mismo ideal

A los 28 años continuaba en Salamanca pero no contaba con nin-


guna perspectiva halagadora. Ésta se presentaría cuando, en 1778,
conoce y se gana la simpatía del arzobispo de Guatemala, el doctor Caye-
tano Francos y Monroy, quien lo agregó a su familia eclesiástica. Desde
1779 y durante 5 años, con el nombramiento de promotor fiscal, se
desempeñó en Guatemala. Fue en ese país en donde el arzobispo le con-
firió las órdenes sacerdotales, desde el ostiarado 205 hasta el presbi-
terado y en la Real Audiencia y Cancillería se graduó de abogado.

…tuvo la buena fortuna de contar para su formación en América con


el ejemplo y la enseñanza de dos prelados de merecimientos poco
comunes, bajo cuyas órdenes sirvió sucesivamente durante largos
años. Pero lo asentado no significa que desde ahora comprome-
tamos la tesis de que el aprendiz vocacional que había en Abad y
Queipo llegaría a ser, en la plena madurez de su personalidad,
mero realizador de las enseñanzas recibidas.206

Se trata del arzobispo Cayetano Francos y Monroy y del obispo


fray Antonio de San Miguel Iglesias, quienes con sus respectivos ejem-
plos de caridad y enseñanzas, contribuyeron a formar el agudo sentido
de observación y crítica social que caracterizaría a Abad y Queipo,
“…los dos prelados que, por lo menos, le inspiraron el conocimiento
vivo del medio social y la decisión dramática de enfrentarlo”.207

Tena Ramírez hace una acertada reflexión sobre la clerecía


española que llegaba a América en la segunda mitad del siglo XVIII:

205
Ostiarado. Órden de ostiario que es la inferior de las menores. Ostiario, clérigo que
había obtenido uno de los cuatro grados menores, cuyas funciones eran abrir y cerrar la
iglesia, llamar a los dignos a tomar la comunión y repeler a los indignos. Real Academia
Española, Diccionario de la Lengua Española, XIX edición, Madrid, 1970, p. 953.
206
Ibid., p. 21.
207
Ibid., p. 22.
F elipe T ena R amírez 179

la caridad cristiana se había tornado en afán de lucro y la diligencia


sustituida por la molicie; sin embargo, ni el arzobispo Francos ni el
obispo San Miguel formaban parte de esa generalidad: “Por eso son
de admirar aquellos otros que poseídos del fervor apostólico de nues-
tros primeros evangelizadores, se aproximaban urgidos de caridad a
una clase que vivía y moría en la abyección”.208

Francos y Monroy encaminó sus esfuerzos y destinó los re-


cursos de su propio peculio —a semejanza de Vasco de Quiroga— a
repartir dádivas entre los pobres vergonzantes y a la fundación y
sostenimiento de escuelas para enseñar el castellano en las comu-
nidades indígenas guatemaltecas. Estos fueron los casos del Colegio
de Infantes (aún existente) y de las escuelas de primeras letras de San
José de Calazans y de San Casiano, que posteriormente fueron donadas
al Ayuntamiento y al Cabildo. 209 En ese contexto, Abad y Queipo
recibió la mejor de las enseñanzas: ser parte de la familia del arzo-
bispo empeñada en remediar en lo posible las condiciones de vida de
la clase indígena.

Asimismo, este alto prelado elevó en el año de 1784 una soli-


citud al rey de España para que fuesen establecidas en Guatemala las
llamadas Sociedades de los Amigos del país, grupos neutrales, tole-
rantes y ajenos a querellas de cualquier índole, dedicadas a la enseñanza
de técnicas agrícolas, comerciales e industriales, con el propósito de acti-
var las economías locales. Fue desafortunado que Francos y Monroy
haya fallecido tres años antes de que se recibiese la real autorización
en 1795.

Abad y Queipo conoció en Guatemala a fray Antonio de San


Miguel, quien iba en tránsito de la diócesis de Comayagua, en Hondu-

208
Ibid., p. 26.
209
Ibid., p. 23.
180 Serie Jueces ejemplares

ras, para tomar posesión como 25o. obispo de Michoacán. Manuel


Abad recurrió al ardid de que el clima de aquel país le era poco favo-
rable, y gracias a la intercesión del propio arzobispo Francos y Monroy
quedó incorporado a la familia de fray Antonio, quien lo nombró Juez
ordinario de testamentos, capellanías y obras pías.210

2.2.4. Su actuación en la Nueva España

Por su designación como Juez, se trasladó con la comitiva del obis-


pado a Valladolid de Michoacán, lugar en donde al mismo tiempo en
que desempeñó su cargo se convirtió en el hombre de confianza del
obispo, destacando entre el círculo de eclesiásticos y funcionarios
ilustrados que gobernaban la diócesis en las últimas etapas del régi-
men borbónico; 211 fue un agudo observador de la realidad prevale-
ciente, transmitió sus conocimientos y experiencias en el Seminario
Tridentino.

En términos arquitectónicos, la metrópoli que encontraron


fray Antonio de San Miguel y Abad y Queipo era una ciudad de clé-
rigos212 y de señores, donde pudieron constatar las condiciones de
explotación en que se mantenía a la clase indígena y las castas, así como
la discriminación a los criollos por parte de los peninsulares.

Valladolid había llegado a ser, a causa de este modo señorial y


fastuoso, la negación de Vasco de Quiroga, quien hasta el último
momento de su vida mantuvo la sede episcopal en la ciudad de Pátz-

210
Ibid.., capítulo II, pp. 4-5.
211
BRADING, David A., Una iglesia asediada. El obispado de Michoacán 1749, FCE, México,
1994.
212
Las órdenes religiosas ya asentadas en Valladolid eran: franciscanos, agustinos, car-
melitas, juaninos, mercedarios, dieguinos, catalinas y capuchinas; en TENA RAMÍREZ, Felipe, “El
Obispo Abad y Queipo”, Revista Historia Mexicana, Colmex, vol. 1, No. 1 (jul-sep, 1951),
pp. 62-77.
F elipe T ena R amírez 181

cuaro, en (el) medio de los indígenas tarascos, constituido allí en


su apóstol y defensor; apenas fallecido y cediendo a las presiones
que nada habían alcanzado del primer obispo, su sucesor (Anto-
nio Ruiz de Morales y Molina) inició las gestiones culminadas en
1580 para trasladar la capital de la diócesis…213

El palacio episcopal, residencia del obispo San Miguel y de su fami-


lia religiosa, estaba situado en la cercanía de la catedral. Constaba de
dos pisos y estaba rodeado de muros de piedra. Personajes de la talla
del Barón de Humboldt llegaron a alojarse como invitados de fray Anto-
nio de San Miguel. El palacio contaba con una huerta que Manuel Abad
y Miguel Hidalgo recorrían frecuentemente sosteniendo largos colo-
quios, los cuales, indudablemente, contribuyeron a enriquecer sus
percepciones acerca de la situación social y política prevaleciente en
la Nueva España. El primero de ellos, Abad, percibía la extensión de los
problemas, los planteaba con audaz perspicacia e indicaba los reme-
dios respectivos, con el convencimiento de que podrían ser aplicados
por medios pacíficos.

Pero no sólo en su expresión arquitectónica alcanzaba Valla-


dolid de Michoacán la plenitud, en aquellos días en que arribaba a ella
Abad y Queipo. También la inquietud intelectual fermentaba allí, en
medida no igualada antes ni superada después.214 Eran los prolegóme-
nos de un movimiento emancipador, “…una revolución de indepen-
dencia no era posible sin previa revolución filosófica”.215

Como sucede en todo proceso social, diversos hechos se conca-


tenan para desembocar en cambios en las formas del pensamiento inte-
lectual. Esa ha sido la historia del desarrollo de la humanidad. La labor

213
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo,… op. cit., capítulo II, pp.10-11.
214
TENA RAMÍREZ, “El obispo Abad y Queipo”, p. 65.
215
Ibid., p. 68.
182 Serie Jueces ejemplares

educativa que desempeñaron inicialmente los colegios de la Com-


pañía de Jesús, representaron la vanguardia de las ideas modernas
en la Nueva España y difundieron las teorías de Descartes, Newton y
Leibnitz, y dieron un impulso renovador a la filosofía escolástica. Esa
labor fue complementada por humanistas entre los que destaca, entre
otros,216 Francisco Javier Clavijero, que proclamaba la renovación filo-
sófica en el campo de las ideas políticas, posición que estaba en contra
de las reales ordenanzas. Tena Ramírez enfatiza tres puntos sustanti-
vos de ese movimiento renovador denominado Ilustración: primero, su
modernidad; segundo, su independencia y, tercero, su criollismo.

La modernidad estaba referida a la enseñanza de los avances


científicos alcanzados en el continente europeo en ciencias exactas,
experimentales, filosóficas, sociales y en todos los campos del saber.
La segunda, la independencia, entendida ésta como la actitud de
búsqueda desafiante de nuevos conocimientos opuestos a la tradición
y a los dogmas por parte de los innovadores. Samuel Ramos comenta
sobre este particular que “Su reto a lo tradicional es el primer ade-
mán de rebeldía en Nueva España, que de lo meramente especulativo
habría de trascender poco después a lo político y a lo social”.217 El crio-
llismo, que desarrolló un sentimiento de clase y cohesión como grupo
ante la discriminación de que eran objeto en su propio país: “La acti-
tud anterior suponía a su vez la prevalencia de lo criollo sobre lo penin-
sular… tienen ya conciencia —profética— de la patria inminente que
está gestándose en las entrañas de la Nueva España”.218

Manuel Abad, imbuido de las ideas racionalistas de la Ilustración,


concebía a la cultura en todos sus grados como el instrumento para eman-

216
Es obligado hacer referencia a José Rafael Campoy, Agustín Castro, Diego José
Abad, Francisco Javier Alegre; y en ciencias experimentales a Antonio Alzate.
217
TENA RAMÍREZ, “El obispo …”, op. cit., p. 68.
218
Idem., y nota 13 de MÉNDEZ PLANCARTE, Gabriel, Humanistas del siglo XVIII, México,
1941.
F elipe T ena R amírez 183

cipar a las masas de los prejuicios nacidos de la ignorancia secular, y


era un convencido de que tenían que ser aplicados los principios evan-
gélicos de caridad hacia los indios. Tena Ramírez expresa un juicio que
describe a la primera de esas corrientes de pensamiento:

…para nosotros existió una corriente española de la Ilustración,


que al desarrollarse en América, persiguió aquí como propósito
común enfrentarse a las ominosas condiciones económicas y sociales
en que yacían los pueblos sojuzgados. Ese objetivo era lo suficientemente
importante y compartido como para caracterizar a un grupo, que en
la Nueva España de fines del siglo XVIII y principios del XIX, halló
en Manuel Abad y Queipo su más destacado ideólogo.219

Desde su arribo, el obispo fray Antonio de San Miguel dio mues-


tras de ser un hombre austero en extremo, para sí y para con su familia
eclesiástica; tanto, que parecía pisar las huellas de su primer prede-
cesor, Vasco de Quiroga.

Abad y Queipo se asimiló sin dificultad al estilo sencillo y directo


del obispo practicando la caridad, ejerciendo la crítica y defendiendo
las causas que a su parecer lo ameritaban. Son conocidos los ocursos
que dirigió a la Corona española, como dos de ellos que datan de 1805
en que las tensiones sociales iban en aumento. Uno de esos escritos
fue hecho a favor de los labradores y campesinos de Valladolid para
rechazar la real cédula de 26 de diciembre de 1804 sobre la enaje-
nación de bienes raíces y cobro de capitales de capellanías, advirtiendo
sobre los efectos nocivos que se acarrearían por ese impuesto que
causaría la ruina general del reino y haría inevitable la insurrección:
“Este documento, por venir de un hombre de incuestionable ideología

219
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo…, op. cit., capítulo I, pp. 21-22 (las cursivas son mías).
184 Serie Jueces ejemplares

conservadora y adicto a la Corona de España, nos revela claramente


que la culpa del desastre de ninguna manera podría recaer sobre los
hombres (de la Nueva España)”.

En otro de sus escritos, en nombre de los hacendados y comer-


ciantes de Valladolid, solicitaba a la Corona la suspensión del decreto
de amortización eclesiástica de 1804, en el cual sostenía que “…tales
medidas destruyen radicalmente la agricultura, la industria y el comer-
cio del reino y arruinan la hacienda real”. Para hacer tal afirmación
se apoyaba en que las autoridades habían omitido considerar que
en la Nueva España la Iglesia poseía relativamente pocas tierras, espe-
cialmente después de la confiscación y venta de las haciendas de los
jesuitas, según observa David Brading.

Es posible que Tena Ramírez, al calificar a Abad y Queipo como


“el más destacado ideólogo del movimiento de la Ilustración española”,
tomó en consideración el análisis que este personaje hizo de la eco-
nomía de la Nueva España. En efecto, Abad puntualizó que la causa
principal del atraso de la agricultura y de las profundas diferencias
entre ricos y pobres se originaban en la concentración de la propie-
dad territorial, al observar que:

…el campo mexicano estaba dominado por unas diez mil haciendas
que habían crecido casi continuamente desde el siglo XVI y que en
algunos casos cubrían distritos enteros. Al disponer de fondos de la
Iglesia, las haciendas habían podido crecer en tamaño, y esto tam-
bién había impedido su partición.

“Otros factores que impedían el desarrollo de la agricultura mexicana


eran el diezmo eclesiástico, la alcabala del por ciento para la Corona,
las leyes municipales que gobernaban la venta de cereales, los malos
caminos, el terreno montañoso y las irregularidades de las lluvias.220

220
AGUILAR MANDUJANO, Ariosto, “Manuel Abad y Queipo”, Cambio de Michoacán,
15 de marzo de 2008.
F elipe T ena R amírez 185

Años después, en 1814 y de nuevo en España, Abad y Queipo


propuso al rey Fernando VII una solución al problema de la concentra-
ción de la tierra al propugnar por una legislación agraria que permi-
tiese repartir a los indios porciones de tierras realengas y permitirles
el acceso al cultivo de los latifundios. El monarca no adoptó ninguna
medida al respecto dados los grandes intereses que se verían afec-
tados. Por otra parte, el Santo Oficio acusó a Abad de traición por mostrar
su desacuerdo con la actuación del virrey Calleja, y me atrevo a agre-
gar que por el asunto de los diezmos y las alcabalas. Posteriormente
fue absuelto de los cargos.

2.2.5. Inquietudes independentistas en la Nueva España

Al mantenerse sin cambios las políticas dictadas por España, era natu-
ral que fuesen subiendo de nivel las inquietudes existentes por la
inequidad con que eran mantenidos criollos, indios y demás castas
en que se encontraba dividida la sociedad virreinal. En la capital de
Michoacán, tales inconformidades se manifestaban, primero, de ma-
nera subterránea entre estudiosos interesados en que esa situación
fuese corregida y, después, se harían evidentes con los sucesos ocurri-
dos en 1808 y 1809 que desembocarían en el estallido social de 1810
hasta concluir con la independencia de México once años después.

Tena Ramírez considera que el propósito semejante que compar-


tían las dos primeras conspiraciones y el movimiento armado de 1810
—y el único común a todos ellos—, era lograr la independencia de la
Nueva España de la metrópoli española; aunque ningún grupo lo expre-
sara abiertamente sino que empleaban un subterfugio que lo disimu-
laba: el llamado mito fernandino.221 Éste consistía en esgrimir la mítica

221
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo,…, capítulo I, pp. 20, 25, 29-30.
186 Serie Jueces ejemplares

invocación de la figura del rey Fernando VII, quien de hecho ya no es-


taba en condiciones de ejercer el poder debido al caos que se produjo
en España por la invasión napoleónica.

La conspiración de 1808 respondió a intereses de clase,


puesto que la tesitura en que se encontraba la monarquía española
abrió la posibilidad de sacar a la luz añejas pugnas entre criollos y
españoles.

En el seno de la sociedad colonial estaba madurando al cabo el duelo


que llena la historia del México independiente, el duelo a muerte
entre las clases de indios y castas, “que se hallaban en el mayor aba-
timiento y degradación”, y la clase de los blancos, “que tenían casi
toda la propiedad y riquezas del reino”, según las vivas expresio-
nes de Abad y Queipo.222

El acomodo de las fuerzas políticas en el Virreinato de la Nueva


España tenía como base el dominio del Ayuntamiento de la Ciudad de
México por los criollos, en tanto que la Audiencia lo estaba por los penin-
sulares. Dos grupos con distintos intereses e ideologías.

En ese año la posibilidad de la emancipación se planteó por los


criollos en términos de tipo legal, quienes, a través del Ayuntamiento
de la Ciudad de México, entregaron al virrey Iturrigaray lo que se con-
sidera el primer documento oficial de la Nueva España, en el cual sos-
tenían la tesis de que la soberanía tendría que ser reasumida por el
pueblo, en ausencia del rey de España, en aquel entonces cautivo
de Napoleón. Ese escrito concluía con la siguiente afirmación:

222
TENA RAMÍREZ, Felipe, El Ideario Político-Constitucional de los criollos mexicanos de
1808, Editorial Porrúa, México, 2010, p. 104.
F elipe T ena R amírez 187

La abdicación es nula e insubsistente, por ser contra la voluntad


de la Nación que llamó a la familia de los Borbones… (en ellos) reside
la soberanía representada en todo el Reyno y las clases que lo
forman.223

La Audiencia se opuso a la propuesta de los criollos, pero el virrey


conoció los argumentos que le fueron expuestos y convocó a asam-
bleas para su discusión, de las que se llevaron a cabo un total de cuatro.
A fin de arribar a decisiones, llamó a la realización de un congreso
de Ayuntamientos. Esto último hizo “…pensar al partido español en
la conveniencia de paralizar el movimiento emancipador mediante la
destitución del virrey”.224

En tanto estos hechos tenían lugar en la capital del país, en


Michoacán Manuel de la Bárcena, rector del Colegio Seminario de Valla-
dolid, amigo de Abad y Queipo, enarbolaba el criterio oficial de la Curia
y del Seminario llamando a la concordia, ya que de no lograrse —decía—
sobrevendrían la violencia y el caos. Ambos prelados coincidentes en
ideas mantenían una constante fidelidad a la Corona de España.

El partido español, a través de Gabriel de Yermo, tomó preso a


Iturrigaray y a los principales dirigentes criollos en la noche del 15
de septiembre de 1808. Al día siguiente, Pedro Garibay fue reconocido
como el nuevo virrey. De ese modo la primera conspiración de criollos
quedó atajada por los españoles sin emplear la violencia, lo que man-
tuvo la situación sin cambio alguno; además, ese intento emancipa-
dor tuvo un alcance prácticamente circunscrito a la capital.

Las noticias sobre estos acontecimientos se propagaron por


el territorio propiciando aún más las inquietudes políticas. En Mi-

223
TENA RAMÍREZ, El obispo Abad y Queipo, op. cit., p. 70, nota 15.
224
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo,…, op. cit., pp. 20-21.
188 Serie Jueces ejemplares

choacán se dieron de manera particularmente intensa entre los inte-


lectuales locales, así como en las comunidades de estudiantes y maestros
provenientes en su mayoría de las dos instituciones más importan-
tes de Valladolid, el Colegio de San Nicolás y el Seminario.

Nos parece más bien que a través de la actuación posterior de los


egresados del Seminario podemos formarnos la imagen de una ins-
titución abierta a todos los vientos del espíritu dentro del contexto
de la época.… En el Colegio de San Nicolás nos bastó localizar en el
estudiante, catedrático y rector Miguel Hidalgo al personaje clave
de la futura revolución,… En el Colegio Seminario ocurre algo dife-
rente. No es un solo sujeto, sino grupos de individuos de entrecru-
zadas y aun opuestas tendencias los que parecen esperar que se
cumpla para cada uno su destino histórico.225

El profesorado del Tridentino, del que formaba parte Abad y


Queipo, no asumió posiciones de militancia, pero sí de una institución
abierta a la enseñanza de las distintas formas de pensamiento, inquie-
tudes que habrían de contribuir a la gestación de la conjura de 1809.

Por sus participantes y por el lugar de origen, la conspiración de


1809 fue esencialmente michoacana y varios de sus principales
dirigentes se formaron en el Seminario de Valladolid, durante el
gobierno eclesiástico de Fr. Antonio de San Miguel.226

La fallida experiencia de la conspiración de 1808 condujo a los


criollos de Valladolid al convencimiento de que la vía pacífica no era
el camino apropiado para lograr la emancipación. Estas ideas se

225
TENA RAMÍREZ, Ibid., capítulo II, p. 20.
226
TENA RAMÍREZ, Ibid., capítulo II, p. 28 (las negrillas son mías). Egresados del
Seminario de Valladolid eran: los hermanos Nicolás y Mariano Michelena; el cura de Huango,
Manuel Ruiz de Chávez; el licenciado José Antonio Soto Saldaña; el clérigo Manuel de la
Torre Lloreda; el alférez Mariano Quevedo; José María Izazaga, Francisco Chávez y Camilo
Camacho. Tena Ramírez incluye también a José María Abarca.
F elipe T ena R amírez 189

vieron reforzadas por el retorno de las tropas españolas que habían


permanecido acantonadas en Veracruz. Entre quienes llegaron a
Valladolid se contaban oficiales criollos, algunos de los cuales se suma-
rían posteriormente a la siguiente conjura. Los conspiradores estable-
cieron contactos con Ignacio Allende.

Proponíanse los criollos como objetivo formar en Valladolid una


junta o congreso que gobernase en nombre de Fernando VII, si Es-
paña sucumbía al poder de Napoleón, lo que entonces se daba por
seguro.227

Los conspiradores tenían el convencimiento de que era ine-


vitable la rebelión, puesto que significaba defender los derechos del
rey al margen de la autoridad virreinal. Para lograr su propósito se
plantearon la conveniencia de incorporar a los indios de los barrios
de la ciudad. Esa iniciativa fue causa de discusiones, pero acabó siendo
aceptada. Sin embargo, la noche del 20 de diciembre de 1809, víspera
del día señalado para el levantamiento, surgieron diferencias irrecon-
ciliables entre los dirigentes y el plan fracasó antes de que fuese llevado
a la práctica. A los indígenas se les ordenó regresar a sus barrios, el mo-
vimiento fue delatado y algunos de sus participantes apresados en tanto
que otros se dieron a la huida.

Felipe Tena califica a la conspiración de Valladolid como de fi-


liación conservadora por dos razones: primero, por el temor a
asociar el elemento popular y, segunda, porque los criollos deseaban
mantener para sí las estructuras sociales y económicas de la Colonia,
en sustitución de los peninsulares.228 Con excepción del padre San-

227
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo…, Ibid., capítulo I, p. 24. Palabras de Lucas Alamán,
citadas en este estudio.
228
TENA RAMÍREZ, Ibid., capítulo I, pp. 27-28.
190 Serie Jueces ejemplares

tamaría, quien en su oportunidad se unió a las fuerzas de José María


Morelos, los demás se mantuvieron ajenos a la siguiente conjura.

2.2.6. La situación en la península ibérica

En la España de 1808 los sucesos se precipitaron cuando Napoleón


obligó a Carlos IV y a su heredero Fernando VII a renunciar a la Corona
e impuso en el trono a su hermano José Bonaparte. Hubo motines de
campesinos y de gente de las ciudades para atacar a los franceses y
perseguir a los colaboracionistas, se establecieron juntas de leales en
todas las ciudades y provincias en una guerra de resistencia contra
los invasores.

Abad y Queipo, quien había retornado a su país a raíz de las


protestas por su nombramiento como canónigo penitenciario de Valla-
dolid,229 ante los hechos de los que tuvo conocimiento y fue testigo, mudó
su conservadurismo. Brading lo describe de la siguiente manera:

Estos dramáticos acontecimientos constituyeron una importante di-


visión en la vida de Manuel Abad y Queipo, que ahora surgió como
ardiente patriota dispuesto a sacrificar la riqueza y los privilegios de
la Iglesia en aras de la salvación temporal de la nación española y su
imperio americano… Escribió una proclama dirigida al pueblo fran-
cés en que le reprochaba su servil sometimiento al “genio del mal”,
“Bonaparte, déspota que había destruido su libertad y su Constitu-
ción… concluía profetizando que una España resurgida acabaría por
destruir los ejércitos que intentaban conquistarla. Este explosivo pan-
fleto escrito en Cádiz fue impreso por la Junta de Valencia, luego
en Madrid y por último en la ciudad de México, en 1808. 230

229
Una de las causas esgrimidas por sus opositores era por su condición de hijo ilegí-
timo. Tena Ramírez dedica, como ya se dijo, en relación al punto una amplia parte del capítulo
I de su estudio sobre este personaje.
230
Página Internet. cambiodemichoacán.com.mx, op. cit., 15 de marzo de 2008.
F elipe T ena R amírez 191

Pero esos buenos deseos estaban lejos de ser alcanzados. Hacia


1810 los franceses dominaban casi la totalidad de la península ibé-
rica. La anterior Junta Central, transformada en Regencia, se vio forza-
da a refugiarse en Cádiz y convocó a cortes generales a las que asistirían
diputados de España y América. En forma simultánea en la Nueva Es-
paña se gestaba otra conjura de criollos, la cual mantuvo durante un
corto lapso el mito fernandino entre sus banderas. Las experiencias ad-
quiridas en las conspiraciones anteriores demostraban dos cosas: que
se tendría que recurrir a la violencia y que era necesario sumar al
pueblo a la causa insurgente.

El cura de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, llamó a la rebe-


lión popular en la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, encabe-
zando el inicio del movimiento de independencia. Felipe Tena observa
con acierto:

Cualesquiera hubieran sido los móviles personales de Hidalgo y sus


seguidores criollos, hay algo que caracteriza y distingue el movimiento
por ellos iniciado. Es su decisión de entregarse de lleno y sin dejarse salida
alguna, en manos del pueblo… el antiguo rector de San Nicolás se dejó
ganar para siempre por la causa popular, más allá de los desmanes y
de los fracasos… Desde ese momento Hidalgo deja de ser criollo y por
su voz habla la causa aborigen, despertada de siglos de abyección...
De ellos había oído hablar en Valladolid a su amigo el clérigo Manuel
Abad y Queipo, de ellos conocía el relato en páginas estremecedoras
de quien por entonces era ya su prelado, el obispo electo de Mi-
choacán,… confirmó en contacto con la realidad la enseñanza de Abad
y Queipo y dedujo de ella, sobre la marcha, la consecuencia que estaba
vedada al obispo peninsular: la apelación a la violencia, tan ruda de
los de abajo para los de arriba cuanto había sido destructor hasta
entonces el envilecimiento de los de arriba para los de abajo.231

231
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo…, capítulo II, pp. 31-33. (las cursivas son mías).
192 Serie Jueces ejemplares

Cabe indicar que Manuel Abad y Queipo sucedió en el cargo al


obispo Fray Antonio de San Miguel Iglesias, siendo ungido como el 31o.
obispo de Michoacán.

Siendo Hidalgo un criollo auténtico por la pureza española de su


sangre, por sus posibilidades económicas, su trato cordial y su prepa-
ración intelectual había hecho suyas las ideas más adelantadas del
continente europeo a través de la lectura de libros proscritos; hicieron
de él un auténtico líder que sentía como propias las desigualdades
que agraviaban a los pobladores desposeídos y discriminados de la
Nueva España. Asimismo, aun cuando en la arenga del “grito de inde-
pendencia” incluyó el nombre del monarca español, el mantenimiento
del mito fernandino, fue breve, como lo demostrarían los hechos
subsecuentes.

A raíz de los primeros éxitos de la revolución, el nombre de Fer-


nando VII cayó en desuso, como recurso inútil. Allende declaró en
su proceso haber percibido cuando la toma de Valladolid que ya
no era del agrado de Hidalgo que se mentase al nombre de S. M. y
que en Guadalajara había averiguado que si el Despertador Ameri-
cano tampoco lo mencionaba era porque eso no le parecía bien a
Hidalgo.232

El movimiento insurgente dirigido por Hidalgo logró varias vic-


torias militares hasta que sufrió la derrota de Puente de Calderón; por
ello, el mando le fue transferido a Ignacio Allende para proseguir la lucha.
Ambos, a su vez, designaron a Ignacio López Rayón para continuar la
batalla en el interior.

Rayón, junto con José María Liceaga y José Sixto Verduzco,


constituyeron la Junta de Zitácuaro para organizar el movimiento y,

232
Idem.
F elipe T ena R amírez 193

sobre todo, al primero de ellos se le debe la formulación de un documento


denominado Elementos Constitucionales, como anticipo de una Cons-
titución. En el punto 4o. fue plasmado: “La América es libre e inde-
pendiente de toda otra nación”; y en el 5o. dice: “La soberanía dimana
inmediatamente del pueblo, reside en la persona del señor don Fer-
nando VII y su ejercicio en el Supremo Congreso Nacional Ameri-
cano”.233 Es de destacarse que en la mente y en los propósitos de los
insurgentes ya estaba presente que el ejercicio de la soberanía ten-
dría que estar bajo la jurisdicción de los pobladores de América. Eso
habla de independencia.

Cuando la columna insurgente se encaminaba a la ciudad capi-


tal se incorpora a sus filas José María Morelos y Pavón, quien recibe
de Hidalgo la encomienda de propagar el movimiento en tierra caliente
y en las costas del sur. Morelos daría muestras de su carisma y capa-
cidad de organización y estratega de excelencia. Las desavenencias
entre los integrantes de la Junta de Zitácuaro y los éxitos militares de
Morelos, lo convirtieron en la cabeza de la guerra.

Pero no únicamente es de recordarse a este personaje por esos


atributos, sino por el papel fundamental que desempeñó como cons-
tructor de este país. El 6 de noviembre de 1813, a su llamado y convoca-
toria, concurrieron a un Congreso en la ciudad de Chilpancingo seis
diputados designados por él y dos más de elección popular. Ahí dio
a conocer un documento básico de 23 puntos al que llamó Los Sen-
timientos de la Nación, y en el Acta Solemne de la Declaración de la Inde-
pendencia de América Septentrional se dice: “rota para siempre jamás
y disuelta la dependencia del trono español”.234

233
TENA RAMÍREZ, Felipe, Leyes fundamentales de México 1808-2005, 25a. edición actua-
lizada, Editorial Porrúa, México, 2008, p. 25.
234
TENA RAMÍREZ, Ibid., pp. 28 y ss.
194 Serie Jueces ejemplares

Si al postular la emancipación irrestricta Morelos se separaba del


programa del criollismo, al proclamar la justicia social acertaba con
fórmulas que nuestro tiempo ha exhumado. En su bronco estilo,
cortado a tajos, Morelos planteaba y proponía soluciones a la ruda
desigualdad social imperante en Nueva España, que Abad y Queipo
había denunciado.235

Avatares sin fin agobiaron a los insurgentes, que se vieron obli-


gados a andar errantes ante el acoso de las tropas virreinales. A pesar
de eso, Morelos y los miembros de la Junta prepararon una Constitu-
ción que fue promulgada en Apatzingán el 22 de octubre de 1814 con
el título de Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexi-
cana. Finalmente este país tenía Ley Suprema y nombre propio:
México.

2.2.7. La opinión de Tena Ramírez sobre Abad y Queipo

Como epílogo de este capítulo, transcribo una observación de Tena Ramí-


rez que resume las diferentes tendencias que impulsaron los idearios
de independencia, después de casi 300 años de coloniaje.

…incuba en Valladolid de Michoacán una corriente ideológica, que


aunque dirigida con el tiempo hacia la emancipación como la de los
criollos, difiere profundamente de la de éstos. Mientras los criollos
de la metrópoli querían una transformación en lo político sin tocar
lo social, Abad y Queipo quería una transformación en lo social sin
tocar lo político. En el movimiento de Hidalgo se suman las dos ten-
dencias pero actúan preponderantemente las de Abad…

En Morelos se depura el ideario, se proclama la independencia


sin sujeción al monarca español y se siente en carne viva el proble-
ma social que habría de ignorar nuestro constitucionalista del siglo

235
TENA RAMÍREZ, Abad y Queipo…, op. cit., p. 35.
F elipe T ena R amírez 195

XIX, para aflorar una centuria después en el Plan de Ayala y en los


artículos 27 y 123 de la Constitución de 1917…

La vida desconcertante de Abad y Queipo es capaz de encarnar por


sus inquietudes e incongruencias uno de los mejores ejemplares
de aquel fin de siglo… Pero más que su vida importa su idea-
rio. Por haber acertado en lo vivo del problema social mexi-
cano y haber suscitado con su acierto la decisión que desató
el movimiento de 1810, él es para nosotros precursor ideo-
lógico de la independencia de México. Pero acaso merecería
ser identificado, con más ajustada designación, como el ante-
cesor ideológico de la revolución mexicana.236

236
TENA RAMÍREZ, El obispo Abad y Queipo…, op. cit., pp. 76-77 (las negrillas son mías).
3. Primera obra del jurista:
su tesis profesional
3.1. Visión preliminar
Sin la preparación lenta y ardua que presume la materia que toco
y sin la madurez que logran los años y el talento,
mi tesis no pretende sino la solidaridad,
la independencia y la cortesía para todas las ideas.
Felipe Tena Ramírez

E ste comentario de la tesis que presentó en su examen


profesional Felipe Tena Ramírez el 18 de mayo de 1929,
y que atiende fundamentalmente a sus conclusiones, busca motivar
su lectura a quien tiene en sus manos este libro; nunca sustituirla.

Lo que su autor parece decir que carece, en la frase que pre-


cede a este texto, no es sino un pensamiento fruto de la sencillez tan
natural en las mentes privilegiadas, pues la precisión y profundidad
de sus ideas hacen pensar lo contrario.

La tesis que se presenta es un magnífico ejemplo de investi-


gación “totalmente positivo” —como el mismo autor lo califica—, parte
de las hipótesis que sustentan tanto la Escuela Liberal (individua-
lismo), como la Escuela Socialista, en sus orígenes y progreso hasta
sus límites académicos, y la función social que juega el hombre en un
grupo; finalmente, presenta una síntesis que, en clara demostración
de sus aptitudes magisteriales, dividió simplemente en: El fin del dere-
cho, La función social del derecho, el Estado y Conclusiones.

199
200 Serie Jueces ejemplares

Analizando contextualmente el periodo en el que Felipe Tena


Ramírez defendió esta tesis, y tomando en cuenta que en 1929 el
bloque geopolítico denominado “socialista” no era considerado adverso
al bloque “occidental”, no debe extrañarnos la aparición del término
socialismo en el título escogido por el autor. Se trata, como verán a lo
largo de esta publicación, del estudio de dos diferentes escuelas filosó-
ficas con un extensísimo proceso de maduración dentro del campo de
las ciencias sociales y no una cuestión política.

Decidió dedicar más de la mitad de su tesis al sustento de los


preceptos básicos de la misma, no menospreciando sus capacidades
analíticas o de proposición; a lo largo del examen que realiza de las
escuelas socialista, individualista o liberal (sin dejar olvidados concep-
tos fundamentales emanados de otras escuelas que han contribuido
a la formación del derecho) no deja lugar a duda alguna, permitién-
dole al lector una perfecta comprensión de cada una de las conclu-
siones a las que llegó. Negar es fácil y decidir entre una u otra escuela
como la adecuada a seguir hubiera resultado no solamente práctico
sino una decisión natural en muchos individuos. Sin embargo, Felipe
Tena Ramírez prefirió profundizar un poco más y encontrar no sola-
mente las diferencias entre ambas escuelas, sino sus convergencias y
las limitaciones que, ante los temas particulares, abren nuevos hori-
zontes en la filosofía del derecho.

El estudio realizado parte de la definición y desarrollo de la


escuela liberal que se distinguió, como lo señala Tena Ramírez, “en
el valor que dio al individuo desde el punto de vista jurídico. Por eso es cono-
cida la mencionada escuela, mejor que con el nombre de liberal, con el de
individualista… al derecho sólo le importa el individuo, porque las cosas
no valen nada sin las personas”.

Esta tesis es un delicioso viaje a través de la historia del dere-


cho en sus hitos históricos: desde los primeros conceptos de la ius natu-
F elipe T ena R amírez 201

ralis en la Roma imperial hasta las leyes que fundamentan el derecho


mexicano pasando por la Revolución Francesa, la Edad Media y la Ilus-
tración. Es un placer y una oportunidad imperdible poder acceder a un
análisis tan útil de las ideas que permiten una debida relación dentro
de nuestra sociedad.

Para el autor, el principal aspecto que se desprende de la corrien-


te individualista yace en la propiedad privada, considerada como una
extensión de las libertades de los individuos. El elemento racional
del individualismo es base de la libre voluntad y por lo mismo de la
propiedad; es absoluto, por ser natural.

Al hablar de la propiedad, ésta quedará definida como “…la ins-


titución jurídica en el cual se libra la batalla más ardiente entre el indivi-
dualismo y el socialismo”, y Tena Ramírez señala la importancia que
tiene, en su momento histórico, cambiar este concepto como una con-
secuencia de las luchas sociales que se gestaban entre aquellos que
poseían la propiedad y aquellos que no.

Por otra parte las teorías positivas, como parte de la corriente


socialista, imponen una visión más comunitaria, eliminando las impo-
siciones pasivas en el derecho y aplicándolas únicamente como actos
activos o “de hacer”. En este sentido, retomaron ideas como la de Santo
Tomás que decía: “la facultad de elegir (es) lo que conduce a un fin”.

También es de imperativa importancia reconocer, en la co-


rriente liberal del derecho, la distinción que realiza del carácter de
las leyes en legales, en oposición a las contractuales y las imperativas
frente a las supletorias. De este modo, los juristas pudieron distinguir
dentro de la sociedad cuáles leyes serían obligatorias para todos, cuáles
pueden ser omitidas o creadas por acuerdo entre individuos y cuá-
les tendrán menor o mayor importancia en el caso de ser infringidas.
202 Serie Jueces ejemplares

En la escuela socialista el único fin del derecho es la solidaridad.

De forma natural y casi imperceptible aparece escondida entre


líneas la pregunta medular no sólo de la investigación realizada por el
autor, sino de lo que será el punto de partida de la verdadera aporta-
ción que realizará a la filosofía del derecho: “Para nuestro estudio la natu-
raleza permanente del hombre suministra el fundamento elemental de
justicia. ¿se puede demostrar positivamente la existencia de esta idea?”

Y se responde: “(La justicia)… consiste en la forma mejor e ideal de


las relaciones sociales que se consideran”.

A partir del concepto de que no existen actos justos e injustos,


sino buenos o malos que, emanados de un individuo que pertenece a un
grupo social determinado, afectan las relaciones que hay entre los indi-
viduos y el tejido social en el cual se desempeñan, la justicia aparece
como una fuerza unificadora que, a través de la limitación de los derechos
de los individuos, fortalece el tejido social y aumenta los derechos de la
comunidad. Aquí se presenta la más importante relación que puede
haber entre el individualismo y el socialismo.

La función social del derecho es considerada por el autor como


un proceso natural, como una consecuencia de las relaciones entre el
individuo y la sociedad a la que pertenece; afirma que el aspecto posi-
tivo y socialista de esta función sustituye totalmente al concepto
metafísico e individualista del derecho subjetivo transformándolo y
que define de esta forma: “…la función social consiste en obrar preci-
samente en el sentido de la solidaridad”.

Si bien durante la tesis se analizan los diferentes momentos histó-


ricos en los que el derecho ha evolucionado a la par que lo han hecho
las sociedades humanas, también unifica las escuelas estudiadas con la
magnífica frase:
F elipe T ena R amírez 203

“… el individualismo puso de relieve la realidad del individuo, el


socialismo el aspecto social del mismo individuo, pero ambas doc-
trinas incurrieron en el defecto de la visión unilateral”.

Aquí es donde Felipe Tena Ramírez hace una gran aportación a


la ciencia jurídica, estableciendo el carácter punitivo del derecho como
una herramienta social para limitar los derechos de los individuos y
brindar certeza a su comunidad; puntualiza en la cuestión de la armo-
nía y la coexistencia como fin último del derecho.

Como primer acercamiento al apartado dedicado al papel del


Estado en la función del derecho como regidor de las relaciones huma-
nas, Felipe Tena nos ofrece lo siguiente: “La misión de la ley es asegurar el
derecho del individuo. La misión de la fuerza es hacer respetable la ley.
La misión del Estado es formar la ley, aplicarla y poner la fuerza a su servi-
cio”. Esta frase deja clara la influencia que tuvo en Tena Ramírez el
pensamiento de Max Weber quien dijo: “Se define al Estado como la ins-
titución que posee el monopolio legítimo de la violencia sobre deter-
minado territorio”.237

Podremos acercarnos entonces, a través de la lectura de la tesis


en comentario, a conocer los aspectos positivos y negativos de los
deberes que el Estado tiene para con el individuo; por el lado negativo
en “el que consiste en no impedir el desarrollo del individuo sino en la me-
dida necesaria para garantizar la actividad de todos”, estableciendo un
punto de encuentro entre la escuela individualista y la socialista. Tam-
bién, como punto nodal en el aspecto positivo del papel del Estado
señalamos las principales diferencias de esta escuela en lo que respecta
a la decisión de querer y obrar del individuo. Mientras que los indivi-

237
PESCHARD, Jaqueline, Hacia la sociología. Editorial Pearson Educación, México, 1999,
p. 83.
204 Serie Jueces ejemplares

dualistas consideran la libertad de querer o no querer, obrar o no obrar,


los socialistas defenderán el querer siempre y obrar siempre como un
deber de solidaridad social impuesto por el Estado.

A partir de las complicadas relaciones de coexistencia entre


los individuos pertenecientes a una sociedad y las tendencias egoísta y
altruista de comportamiento social, Felipe Tena se une a las teorías indi-
vidualistas en su aspecto de mejoramiento de la condición social de
los individuos y una correcta aplicación de la norma jurídica238 en las
relaciones entre los mismos —destacando, por supuesto, que las teo-
rías individualistas consideran que el papel del Estado consiste en armo-
nizar la libertad natural del hombre con la convivencia social—, pero también
apoya las ideas socialistas de que el ser humano pertenece a un grupo
social y que, como parte de tal, el derecho debe garantizar la igualdad
no solamente en las relaciones entre los individuos sino entre los miem-
bros de la comunidad con el derecho y las instituciones.

Finalmente determina la función del derecho cuando sostiene:


“el derecho objetivo… limita el derecho subjetivo, directamente en beneficio
de la coexistencia, indirectamente en beneficio del individuo, que es prote-
gido cuando se protege la convivencia”.

Con respecto a las relaciones que rigen una sociedad, Felipe


Tena Ramírez aplaude y critica el concepto de soberanía enarbolado
por Rousseau y tomado por la Revolución Francesa como concepto de
autodeterminación de los pueblos sin intervenciones externas, estable-
ciendo que si bien se aplica esta facultad soberana de un pueblo, nación
o comunidad para autodeterminarse con la formación de una “Ley Su-

238
Es imperativo remarcar la importancia que Felipe Tena Ramírez otorga a la norma
como instrumento para limitar las facultades de los individuos, estableciéndola de la siguiente
manera: “La norma es el derecho objetivo, que la fuerza pública sanciona; las facultades del indi-
viduo , limitadas por la norma, constituyen el derecho subjetivo”.
F elipe T ena R amírez 205

prema”, a partir de ese momento nadie dentro de esa misma socie-


dad será soberano, ya que se encuentran, individualmente, regidos bajo
los términos que dicta no la voluntad popular sino esta ley suprema
que ejerce el poder. Este concepto de soberanía, utilizado por el filó-
sofo francés, es considerado equivocado por el autor de esta tesis al
otorgar la soberanía a la nación y no al pueblo. El dilema planteado
a la teoría de Rousseau recae en que el pueblo ha formado institu-
ciones y ha redactado leyes que limitan los derechos de cada indivi-
duo, y estas mismas instituciones no permiten a los individuos ejercer
la soberanía a menos que se formara una revolución que le arreba-
tara el poder a estas instituciones y la devolviera al pueblo: “si la esen-
cia misma de la soberanía excluye toda determinación externa, el acto de la
mayoría soberana tiene que desconocer todo límite”, cita el autor.

Por su parte y en clara contraposición a las teorías de Rousseau,


Duiguit equipara a la soberanía con el poder público y la autoridad del
Estado. En un primer momento sin realizar distinción alguna entre
la fuerza que es capaz de ejercer el Estado en su carácter de deposi-
tario de la soberanía y la representación de los individuos pertene-
cientes al Estado. Posteriormente, Felipe Tena nos señalará las
correcciones que el mismo Duiguit realizó en 1924 a estas declaraciones
y aplaudió la figura del juicio constitucional “principalmente, cuando éste
adopta la forma de juicio de amparo de los derechos individuales que consa-
gra la Constitución”.

Además, Jellinek es reconocido dentro del análisis que realiza


Felipe Tena Ramírez como aquel que ubica a la soberanía en el Estado,
no en los individuos, que la ejerce autolimitándose y en absoluta sepa-
ración de las facultades que disfruta el individuo en forma de dere-
chos. El autor realiza una reflexión que, además de explicar punto
por punto los dilemas por los que pasó el concepto de soberanía, deja
perfectamente claro cuál es el papel del Estado y cuál el del individuo
206 Serie Jueces ejemplares

y que se puede resumir en las siguientes palabras: “La nación no es una


persona distinta de los individuos, pero es en la mayoría de los individuos
que componen la nación donde reside la soberanía”. En este caso debemos
resaltar el papel fundamental que ejerce la soberanía en la vida de los
individuos frente al Estado, donde se reducen las libertades indivi-
duales en búsqueda de una mayor igualdad de libertades y garantías
para la generalidad de sus participantes.

Felipe Tena Ramírez señala también la necesidad de establecer


la igualdad legal entre los individuos por parte del Estado, quien debe
dictar, aplicar y apoyar las reglas del derecho y, dentro del proceso
de dictarlas, el mismo Estado deberá tener en cuenta la opinión de las
minorías y de las clases profesionales organizadas y representadas.

Es un gusto y un honor presentar esta investigación en el


campo del conocimiento jurídico y poder constatar su validez más de
ochenta años después de haber sido escrita. Es importante reconocer
que esta tesis es el inicio de la larga e intachable carrera del que pro-
bablemente es el mejor constitucionalista de México, pero también es el
primero de una larguísima lista de trabajos que le sucedieron y que son
muchas de las más reconocidas aportaciones al estudio del derecho
mexicano.

Iustitia est constans et perpetua


voluntas ius suum cuique tribuendi
TOMÁS DE AQUINO
3.2. La función del Derecho.
Del individualismo al socialismo

TESIS

Que presenta en su examen recepcional


el alumno de la Escuela Libre de Derecho

Felipe Tena Ramírez

México
1929

207
Índice bibliográfico

Aristóteles, Política, trad. Azcárate.

Beudant, Le Droit Individuel et l’Etat, 1891.

Bonnecase, Introduction a l’étude du Droit, 1926.

Bonnecase, Supplément, 1924-1928.

Comte, Systeme de Politique Positive, 1881.

Cornejo, Sociologie Genèrale, 1911.

Cosentini, La reforma de la legislación civil y el proletariado, trad. Aguilera


y Arjona, 1921.

Duguit, Traité de Droit Constitucionel, 1911.

209
210 Serie Jueces ejemplares

Duguit, Las transformaciones generales del Derecho Privado desde el Código


Napoléon, trad. Posada.

Duguit, Las transformaciones del Estado, trad. Posada.

Duguit, Soberanía y Libertad, trad. Acuña, 1924.

Durkheim, De la division du travail social, 3e. ed., 1911.

Gény, Science et technique en droit privé positif, 1914-1924.

Goodnow, Les principes du Droit Administratif de Ètats- Unis, 1907.

Ihering, El Espíritu del Derecho Romano, trad. Príncipe y Satorres.

Ihering, La lucha por el Derecho, trad. Posada, 1881.

Ihering, El fin del derecho, trad. Leonardo Rodríguez.

Jellinek, Teoría general del Estado, trad. Fernando de los Ríos, 1914.

Jeze, Cours de Droit Public, 1913.

Le Bon, Psicología del socialismo, trad. Ricardo Rubio, 1903.

Levy-Ullmann, La definición del Derecho, trad. Camargo y Marín, 1925.

Marx, El Capital, trad. Deville, 1887.

Menger, El Estado Socialista, trad. Domenge Mir, 1908.

Montesquieu, Oeuvres completes, 1878.


F elipe T ena R amírez 211

Oudot, Conscience et science du devoir, 1856.

Planiol, Traité de Droit Civil, 1915.

Rabasa, El juicio Constitucional, 1919.

Rousseau, Oeuvres completes, 1830.

Salvioli, Introducción a la “Reforma de la legislación Civil y el proletariado”,


de Cosentini.

Savigny, Traité de Droit Romain, trad. Guénoux, 1855.

S. Thomae Aquinatis, Summa theologica, 1856.

Sohm, Instituciones de derecho privado romano, trad. W. Roces, 1928.

Tanon, L´evolution du droit et la consciense sociale, 1900.


Ordo et connexio idearum idem est ac
ordo et connexio rerum. Spinoza.

E l título de mi tesis contiene un vasto tema, cuyo desarrollo


limitan en estas páginas mi aptitud escasa y la discreta
extensión de una tesis profesional.

Por tales motivos eludo referirme a los numerosos matices de


escuela que ofrecen las tendencias que estudio; en éstas busco exclu-
sivamente, mediante un esfuerzo de penetración y de síntesis, el dato
esencial que las especifica y distingue.

Expuestas las dos ideas antagónicas, termino por fundar mi afir-


mación. Al hacerlo atiendo a la sabia indicación del idioma, que dio a
la palabra “tesis”, en su sentido etimológico, el significado de “afirmación”.

Sin la preparación lenta y ardua que presume la materia que


toco, sin la madurez que logran los años y el talento, mi tesis no
pretende sino la solidaridad, la independencia y la cortesía para todas
las ideas. Quizás por ello sea digna del espíritu de la Escuela Libre de

213
214 Serie Jueces ejemplares

Derecho, sereno, hospitalario y tolerante, que funda en el honor su de-


coro, en la libertad su prestigio y en la autonomía inflexible y digna,
toda su razón de ser.

Mayo de 1929
Primera Parte

I. La Escuela Liberal y sus características

1. Toda afirmación revolucionaria implica la negación de la doctrina


que pretende substituir. La revolución afirma, porque las necesi-
dades que la provocaron reclaman una afirmación que las satisfaga.
Y a la vez niega, porque su afirmación es incompatible con la que le
precede; cumple así con una ley histórica que proscribe toda transigen-
cia y que tiene la inexorable exactitud de una ley física: toda acción
colectiva produce una reacción, igual en la intensidad y contraria en
el sentido.

La revolución francesa negó el régimen absoluto, pero cada una


de sus negaciones era el cimiento de una afirmación. Al concluir el
período de lucha, quedó sola la afirmación, el nuevo pensamiento jurí-
dico nutrido en la Escuela Liberal.

La tesis extremada de esta Escuela produjo, como reacción ine-


vitable, la antítesis del Derecho Social, revolucionario, intransigente,

215
216 Serie Jueces ejemplares

demoledor, pero que obedece a la historia, convirtiendo a su vez cada


negación en nueva afirmación.

Afirmación y negación no pueden separarse en estos momentos


de lucha, cuando todavía no surge, solitario y vencedor, el nuevo derecho;
por lo que es necesario, para comprender la afirmación del Derecho Social,
empezar por conocer la negación que implica. La negación es la Escuela
Liberal.

2. La regla de derecho es la expresión positiva, sancionada por la


fuerza pública, del concepto que el legislador tiene de la armonía social.
El concepto es la fuente racional de la regla de derecho; su expresión posi-
tiva, sancionada por el poder público, constituye la técnica del derecho.

En la Escuela Liberal, el elemento racional que presidió la elabo-


ración de las reglas de derecho, se caracteriza por metafísico y por
individualista.

3. Se llama metafísico lo demostrable sólo por inferencias lógicas,


por no caer bajo el dominio de los sentidos. La Escuela Liberal es
metafísica, porque afirma la existencia de la justicia absoluta, superior
a las leyes positivas y su inspiradora. La noción de la “justicia en sí”,
reside como un ideal en la conciencia de todos los hombres y consti-
tuye el derecho natural.

El concepto de derecho natural tiene su genealogía en el dere-


cho romano, como tantas otras instituciones jurídicas de la revolución
francesa. Al extender sus dominios, los romanos observaban empíri-
camente la existencia de ciertas nociones de justicia comunes a todos
los pueblos, investigando el origen de esas nociones, creyeron encon-
trarlo en la “naturalis ratio”, y de la inmutabilidad de la razón natural
concluyeron la inmutabilidad de las nociones universales del derecho.
F elipe T ena R amírez 217

Así explica Savygny la definición de derecho natural o común a todos


los pueblos, que dio Gayo: “quod naturalis ratio inter omnes homines
constituit”.1

Allí se detuvieron los romanos. Antes que todo prácticos y artis-


tas del derecho, no pretendieron indagar la causa por la que todos los
pueblos aceptaban las mismas ideas, tarea en que se empeñaron más
tarde los metafísicos de la Edad Media. Para Santo Tomás, la ley natu-
ral es trasunto de la ley eterna. Raymundo Lulio reduce todo el “jus
positivum” al “jus naturale”, como habría de hacerlo Oudot siglos
después. Y los comentaristas, al exhumar el derecho romano, renue-
van la antigua noción de un derecho eterno, absoluto, fundado en la
razón y en la naturaleza de las cosas, al que se llega mediante la pura
especulación.

En el siglo XVII, Grotius afirma en los Prolegómenos a sus tres


libros “De jure belli et pacis” la existencia de un derecho inmutable,
que ni Dios mismo puede cambiar, y ofrece la definición de justicia que
hará suya la Escuela Liberal. Montesquieu adopta la misma noción y
sirve, mediante su poderosa influencia en la gestación del nuevo de-
recho, de lazo de unión entre la teoría romana y la liberal.

Al calor de tales doctrinas, la revolución francesa comenzó


por afirmar en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciuda-
dano la existencia del derecho natural como fuente de todos los dere-
chos individuales y terminó por colocar al frente del Código Napoleón
estas palabras, más tarde suprimidas por demasiado didácticas, pero
que no por eso dejan de expresar el espíritu metafísico que animaba

1
Gaius, I, párrafo 1, 189; L. I, pr., de adqu. Rer. Dom. (XLI, 1). Para evitar numerosas inte-
rrupciones en la exposición de las ideas, solamente doy la colección de las citas tomadas literal-
mente; las ideas ajenas expuestas por mí van acompañadas del nombre de su autor, cuyas
obras consultadas constan en el índice bibliográfico que figura al frente de esta tesis.
218 Serie Jueces ejemplares

a las instituciones liberales: “Existe un derecho universal, inmutable,


fuente de todas las leyes positivas; no es sino la razón natural en cuanto
que gobierna a todos los pueblos de la tierra”. Los autores del Código
no inventaban nada; la primera parte del artículo citado estaba tomada
de Cicerón y la segunda de Montesquieu.

Urgidos por la necesidad de poner el derecho por encima del des-


potismo, los nuevos juristas hicieron del derecho natural —inmutable
y supremo— la salvaguardia de la libertad. Toda la Escuela Liberal del
siglo XIX habría de hacer suyas las mismas ideas; al terminar el siglo,
Beudant las expone con exactitud y las defiende con brillantez, y en
nuestros días Julian Bonnecase, insigne civilista, adopta la teoría del
derecho natural expuesta por Portalis en el Discurso preliminar al pro-
yecto del Código Civil, programa de toda la Escuela Liberal.

La sagacidad empírica de los romanos, el espiritualismo de los


filósofos medievales y la metafísica racionalista del siglo XVIII, habían
contribuido a formar el concepto de derecho natural que adoptaba la
revolución francesa; pero ésta iba a deducir de la vieja idea una conse-
cuencia que no habían previsto los pueblos educados en el robusto con-
cepto del Estado antiguo: el derecho del individuo va a surgir con las
prerrogativas del derecho natural por excelencia y a constituir, como
tal, el objeto único de las instituciones.

4. La distinción genuina de la Escuela Liberal no consistió en la


noción metafísica del derecho, sino en el valor que dio al individuo
desde el punto de vista jurídico. Por eso es conocida la mencionada es-
cuela, mejor que con el nombre de liberal, con el de individualista.

Con lógica segura —geométrica y elegante como la de los ro-


manos—, los individualistas afirmaron el papel del individuo en el
derecho. He aquí su razonamiento, expuesto concisamente. Al derecho
F elipe T ena R amírez 219

sólo le importa el individuo, porque las cosas no valen nada sin las
personas, como decía Portalis. Si el individuo interesa al derecho, es por-
que tiene facultades físicas, intelectuales y morales de cuyo desarrollo
dependen su existencia y bienestar. La necesidad natural de ejercitar
las facultades, funda el derecho natural del individuo al ejercicio de
esas mismas facultades. Pero si los hombres gozaran de completa liber-
tad en el juego de las facultades, los más fuertes impedirían el ejercicio
a los más débiles; es, pues, necesaria una norma que, al limitar las facul-
tades de todos, haga posible la existencia de las mismas. La norma
es el derecho objetivo, que la fuerza pública sanciona; las facultades
del individuo, limitadas por la norma, constituyen el derecho subje-
tivo. Por restringir las facultades individuales, observa Beudant, toda
ley es un mal; pero es un bien al par, porque protege las facultades
limitadas, que son las únicas posibles.

De lo expuesto se deduce que el derecho del individuo no es


concesión de la ley, sino un derecho que dimana de la naturaleza de la
persona y al cual sólo se refiere la ley para protegerlo: la misma limi-
tación es una protección. Así aparece el derecho natural como la razón
de ser del derecho del individuo y el derecho del individuo como el único
objeto de las instituciones sociales.

II. Las facultades del individuo

5. El objeto del derecho es el individuo con todas sus facultades; pero


entre éstas, la voluntad interesa particularmente al derecho.

La voluntad es la facultad jurídica por excelencia; mediante


ella el individuo se relaciona con el mundo exterior, y ya sabemos que
son estas relaciones las que regula el derecho.

Los individualistas consagraron la voluntad libre como la única


jurídica, pero al hacerlo no abordaron el arduo problema del libre albe-
220 Serie Jueces ejemplares

drío; en este punto no fueron metafísicos ni espiritualistas. Se atu-


vieron simplemente al dato experimental de que el hombre puede
hacer o no hacer, querer o no querer, sin preocuparse por la exis-
tencia de una determinación intrínseca al sujeto. La determinación
contra la cual el derecho protege al individuo, es extrínseca, objetiva,
demostrable positivamente: consiste en la violencia, que se ejerce en
la voluntad, y en el error, que falsea los datos suministrados por el
conocimiento y en vista de los cuales se decide la voluntad.

6. La manifestación jurídica de la voluntad es el acto jurídico,


mediante el cual “la voluntad individual despliega su actividad crea-
dora en los límites asignados por el derecho”.2

El acto jurídico puede consistir en la manifestación de la


voluntad de una sola persona (acto jurídico unilateral) o en el acuerdo
de dos o más (acto jurídico bilateral). Este acuerdo se llama contrato,
el cual es fuente de obligaciones para las partes que convienen (con-
trato bilateral) o para una sola de ellas (contrato unilateral).

En materia de contratos, los individualistas consagraron la


autonomía de la voluntad, es decir, erigieron en ley la voluntad de
las partes, sin otros límites que los marcados por el derecho obje-
tivo. Cuando las partes no expresan su voluntad, la ley habla en su
nombre. Por lo tanto, la misión del derecho objetivo en materia de
contratos, es suplir y limitar la voluntad de las partes.

7. Lo que el acreedor tiene derecho a exigir del deudor en vir-


tud de la obligación que engendra el contrato, puede consistir en un
hecho, en una abstención o en una dación. Hacer o no hacer supone la

2
Ihering, El Espíritu del Derecho Romano, trad. Príncipe y Satorres, Madrid, IV, p. 145.
F elipe T ena R amírez 221

libre disposición de la persona, es decir, la libertad en la contrata-


ción de servicios. Dar, presume la libre disposición de la cosa, es decir,
la propiedad.

Es en la propiedad donde se exalta y concreta el axioma indivi-


dualista de la voluntad libre; en ella, más que en ninguna otra institu-
ción jurídica, la Escuela Liberal procuró poner de relieve el derecho
absoluto del individuo. Para no quedar en categoría de ideal, la libertad
del individuo debió extenderse a los bienes corporales; así la propie-
dad fue una consecuencia de la libertad, la cual a su vez, según hemos
visto, constituyó la manifestación suprema de la personalidad.

El derecho natural, al establecer el valor de la persona, consa-


graba la voluntad libre y a lo lejos sancionaba la propiedad.

La expresión positiva de los anteriores conceptos se halla en el


artículo 544 del Código Napoleón, que dice textualmente: “la pro-
piedad es el derecho de gozar y disponer de las cosas de la manera más
absoluta, en el supuesto de que no se haga un uso prohibido por la ley
o por los reglamentos”. Entre la primera y segunda parte del artículo
no hay la antinomia que señala Planiol, quien dice que no puede ser ab-
soluto un derecho que está restringido por las leyes y los reglamentos.3
Por el contrario, ese artículo es la expresión más exacta del elemento
racional de la escuela individualista, que ha sido expuesto antes y que
puede resumirse así: el derecho subjetivo —base de la libre voluntad
y por lo mismo de la propiedad— es absoluto, por ser natural; pero la
única manera de hacerlo realizable en las comunidades humanas, es
limitarlo: el fin del derecho objetivo es proteger el derecho subjetivo,
garantizando su autonomía parcial. Por consiguiente, la propiedad es
absoluta en su esencia y limitada en su ejercicio. En el artículo citado

3
Planiol, Traité Elementaire de Droit Civil, París, 1915, I, p. 718.
222 Serie Jueces ejemplares

los autores del código hicieron una profesión de fe metafísica e


individualista.

Las ideas expuestas pueden resumirse en la certera expresión


de Sohm. El derecho de propiedad, dice el autor alemán, ha de definirse
como el señorío jurídico absoluto sobre una cosa. Aunque se le im-
pongan limitaciones —las cuales pueden consistir en derechos de
otras personas o en preceptos de policía o de derecho público—, éstas
son siempre externas, ajenas al concepto mismo de propiedad, y así,
tan pronto como por cualquier razón desaparezcan, el dominio —con-
cepto elástico— se reintegra automáticamente en la plenitud de su
contenido.4

El carácter absoluto de la propiedad importa el derecho de


disponer de la cosa como se quiera; pero lo que constituye la esencia
de este derecho, es la facultad de destruir o transformar la cosa (el
“jus abutendi” de los comentaristas), puesto que los derechos de uso
y de goce que los romanos incluyeron en la definición de propiedad,
pueden desmembrarse sin que se altere la naturaleza de la misma.

El “jus abutendi” es absoluto. Como la cosa está destinada exclu-


sivamente a su propietario, éste puede hacer de ella lo que le plazca;
puede dejarla sin uso y destruirla, si así lo quiere, aunque al hacerlo per-
judique a los demás y no obtenga ningún provecho personal.

Finalmente el derecho de propiedad es absoluto en cuanto a


su duración. El propietario puede disponer de sus bienes para después
de su muerte, lo que constituye el derecho de testar, objeto de la vasta
reglamentación de sucesiones.

4
Sehm, Instituciones de Derecho Privado Romano, trad. Roces, Madrid, 1928, p. 257.
F elipe T ena R amírez 223

III. Límites de las facultades individuales

9. La libertad total sólo podría existir en el hombre aislado. Pero este


ser utópico no es el objeto del derecho, sino el hombre que vive en socie-
dad. Como se ha dicho antes, los individualistas comprendieron que la
convivencia impone restricciones a la libertad; mas estas restricciones
no son derechos de la comunidad, sino que se adoptan como medios de
hacer posible la libertad individual. Para los individualistas, la socie-
dad no es sino un estado de hecho al cual no puede escapar el indi-
viduo y que impone al derecho de éste ciertas modalidades. Toda la
legislación positiva tiene por objeto regular el derecho del individuo
dentro de ese estado de hecho.

10. La limitación fundamental de la libertad del individuo está


contenida en el precepto “alterum non laerede” del derecho romano.
La actividad jurídica, la única que lícitamente puede desarrollar el indi-
viduo, es la permitida por el derecho objetivo; si el individuo se excede,
su actividad es ilícita, porque vulnera el precepto citado en vista del cual
el derecho objetivo ha dictado sus limitaciones. Ese precepto es, pues,
un producto de la convivencia social y sirve para sugerir al legislador
los límites de la libertad individual; las obligaciones que impone son
de no hacer.

Pero aparte de esas obligaciones, el derecho objetivo acota la


libertad individual imponiendo obligaciones de hacer y de dar. La causa
jurídica de estas obligaciones es análoga a la de las anteriores: suprí-
mase alguna de las obligaciones de hacer o de dar, y sufrirá un daño la
persona en cuyo favor se establece la obligación. Educar y alimentar
a los hijos son obligaciones respectivamente de hacer y de dar, que
restringen la libertad de los padres para proteger el desarrollo de la
personalidad de los hijos.
224 Serie Jueces ejemplares

Una y otras, las obligaciones positivas y las negativas, reciben


la denominación común de obligaciones legales, en oposición a las
contractuales. Éstas nacen del ejercicio de la libre voluntad indivi-
dual; aquéllas son limitaciones que impone la ley a la voluntad de
los individuos. Las obligaciones contractuales provienen de un acto
jurídico, es decir, de voluntad jurídica operando en la zona prote-
gida por el derecho; las obligaciones legales tienen su origen en un
hecho jurídico, esto es, en un acontecimiento material al que —sin tener
en cuenta el consentimiento de su autor— la ley da efectos jurídicos.

11. Las leyes que imponen obligaciones legales se llaman impe-


rativas y se distinguen de las supletorias en que aquéllas no pueden
ser derogadas por la voluntad de las partes. Se dividen en leyes de pro-
tección de intereses privados y leyes de protección del orden público y
las buenas costumbres.

Según que sean de una u otra clase, la violación de las leyes impe-
rativas tiene diferente gravedad. Los legisladores individualistas han
establecido toda una jerarquía de sanciones, cuyo rigor es propor-
cional a la importancia de la infracción.

12. Las leyes imperativas de protección de intereses privados


tienen por objeto proteger a una persona determinada. El respeto a
la voluntad individual —fundamento de la escuela que estudiamos—,
supone el ejercicio normal de las facultades del sujeto, es decir, cabal
conocimiento del acto y completa libertad al ejecutarlo. El error y
la incapacidad del sujeto vician el conocimiento: la violencia vicia la
voluntad. El papel de la ley en estos casos no es suplir la voluntad vi-
ciada, a la manera como hemos visto que suple la voluntad normal.

Si ésta no se manifiesta, el sujeto acepta tácitamente, con


pleno conocimiento y libertad, que su voluntad sea suplida por la
F elipe T ena R amírez 225

ley. Pero esa misma falta de manifestación conduce a diversa conse-


cuencia cuando se trata de voluntad viciada; en este caso la aceptación
tácita tendría el mismo vicio que la manifestación explícita. Por lo tanto,
la ley no puede suplir la voluntad viciada, como tampoco puede sancio-
narla en su manifestación externa; su papel es protegerla en uno y en
otro caso, privando al acto de todo efecto jurídico, esto es, anulándolo.
De la circunstancia de que el defecto del acto sólo perjudica a la per-
sona a quien se trata de proteger, se sigue que sólo ésta puede pedir la
nulidad y, por lo mismo, puede dejar que se extinga su acción por
prescripción o bien perfeccionar su acto purgándolo del vicio; ade-
más, el perjudicado debe acudir a los tribunales en demanda de nuli-
dad, puesto que ésta no es esencial al acto.

La nulidad es siempre la sanción de una obligación de no hacer;


para las obligaciones de hacer y de dar existe como sanción la ejecu-
ción forzada, que cuando es imposible por falta de objeto se traduce
en pago de daños y perjuicios.

13. La violación de las leyes de protección del orden público y las


buenas costumbres, entraña una amenaza para la convivencia social.
Su sanción consiste en la nulidad de pleno derecho, absoluta e impres-
criptible; pero además de esta sanción, algunas de aquellas leyes están
sancionadas por una pena, que tiene por objeto imponer un sufrimien-
to. El hecho jurídico sancionado por una pena, se llama delito.

Alguna de las leyes de que se trata protegen directamente al indi-


viduo, pero en derechos de tal importancia que su violación produce un
malestar en la sociedad; por eso aquí el aspecto social es el que mide
la energía de la sanción.

Otra de las leyes mencionadas sirven para asegurar protección


al Estado. Garantía y sostén de las libertades individuales, el Estado tiene
226 Serie Jueces ejemplares

sumo interés para los individualistas; por eso las leyes que protegen
directamente al Estado tienen sanciones más enérgicas que las que se
refieren a los simples particulares: la violación de las primeras compro-
mete a todos los hombres; la de las segundas, sólo al particular afectado.

14. En tanto que el derecho subjetivo nace con el hombre y es


invariable, por ser natural, sus limitaciones son obra racional del legis-
lador, quien las impone en vista de la convivencia social; del mismo
modo que las necesidades de ésta, las limitaciones al derecho subje-
tivo son esencialmente variables.

IV. El Estado

15. Cuando se dice que la fuerza es elemento indispensable del


derecho, se emplea esta palabra en su connotación objetiva. En ese
sentido, el derecho significa limitación y protección del individuo y re-
quiere necesariamente el servicio de la fuerza que, al mantener al
individuo dentro de los límites asignados, asegura la libertad par-
cial —jurídica— de todos.

Pero la fuerza no es el elemento esencial del derecho subjetivo,


el que por ser emanación de la naturaleza del hombre no requiere
para existir sino el sujeto humano. Si la fuerza la ultraja y el derecho
objetivo llega a desconocerlo, no por eso el derecho subjetivo deja de
existir. Por natural, este derecho es inviolable y necesario; el legis-
lador lo acoge y lo limita, pero no lo crea ni lo extirpa. Penetra al
campo del derecho cuando en beneficio de la convivencia se hace objeto
de la norma; el individuo aislado no preocuparía al derecho. Lo for-
malmente jurídico reside en el derecho objetivo, único que puede ser
justo o injusto, según que dé o no a cada quien lo que es suyo, dentro
de los límites marcados. El derecho objetivo no es justo en sí; lo es con
relación al derecho subjetivo, al respetarlo y hacerlo posible.
F elipe T ena R amírez 227

La misión de la ley es asegurar el derecho del individuo. La mi-


sión de la fuerza es hacer respetable la ley. La misión del Estado es formar
la ley, aplicarla y poner la fuerza a su servicio.

16. Tal vez en un principio cada quien defendió su derecho por


medio de la fuerza. Si así fue, los más fuertes acabaron por triunfar y
su triunfo significó el primer gérmen del derecho de mandar. Las mino-
rías privilegiadas tuvieron que ceder derechos a medida que los débiles
aumentaban en número. Primero fue el reconocimiento del derecho a
la vida, enseguida a los medios de sostenerla y dignificarla, luego a la
formación de una familia. Largo tiempo medió entre el reconocimiento
de estos derechos civiles y el de los políticos. Cuando las afirmacio-
nes de los filósofos del siglo XVIII penetraron al pueblo, surgió un nuevo
y vigoroso concepto, que al fundar en la igualdad natural la igualdad
civil, obtenía por consecuencia el derecho de todos a colaborar en la
cosa pública. La fuerza tuvo que preceder al derecho; el poder público
de mandar, que se había apoyado primero en el hecho de la fuerza,
acabó por ser el derecho de la comunidad a darse su organización.

Darse una organización supone un acto de volición de la comu-


nidad, por lo que la Escuela Liberal proclamó la existencia de la voluntad
colectiva.

La expresión de la voluntad colectiva es la soberanía, concepto


que surgió al aplicar a la voluntad colectiva las características de la
voluntad individual. Así la soberanía es la facultad de obrar sin some-
terse a determinaciones externas.

La soberanía, facultad en ejercicio y por tanto dinámica, funda


el concepto de Estado —representación jurídica de la nación— y su-
pone la autonomía, el derecho de que un pueblo sea independiente.
228 Serie Jueces ejemplares

17. La soberanía reside en el pueblo, por ser expresión de la


voluntad colectiva. Ésta es expuesta por voz de la mayoría, pero si
se quiere conocer la opinión dominante, es preciso sumar las opi-
niones individuales. Por eso la soberanía —opinión de la mayoría—
tiene su raíz en el voto, opinión individual.

Mientras la teoría pura reconocía el derecho de votar a todos


los miembros de la nación, puesto que la ley que el voto prepara tiene
que ser para todos, las necesidades prácticas impusieron restriccio-
nes al llamado sufragio universal. La soberanía es ejercicio de una
facultad, por lo que requiere en el sujeto aptitud, discernimiento y pre-
visión. Por faltarles estas cualidades, no se otorga el derecho de sufragio
a los menores de cierta edad ni a las mujeres. El sufragio, derecho na-
tural como lo quería Rousseau, era impracticable, y los individualistas
tuvieron que reconocer la diferencia que media entre el derecho civil
y el derecho político: éste es una función pública, aquél un derecho
natural.

18. La mayoría manifiesta su voluntad de modo directo en el


referéndum y de modo indirecto en el régimen representativo. En el pri-
mero se somete una ley a la aprobación inmediata del pueblo; en el
segundo el pueblo elige sus representantes para que por sí solos dic-
ten la ley.

Directa o indirectamente, la soberanía sólo se ejercita cuando el


pueblo se da su ley suprema. En esta ley el pueblo distribuye y limita
las competencias de los poderes públicos; cuando estos obran, en vir-
tud de aquellas competencias, no son soberanos, porque soberanía y
límite son conceptos incompatibles.

La soberanía así entendida, es ilimitada: en el acto supremo de


su vida cívica, el pueblo no tiene más trabas que su propia cultura, sus
F elipe T ena R amírez 229

antecedentes históricos, su carácter. Es inalienable: si se trata de


régimen representativo, los representantes no son soberanos, pues
la ley suprema que elaboran debe ser sometida a la ratificación del
pueblo. Es, en fin, indivisible, porque la soberanía es un superlativo.

19. Queda dicho que la ley fundamental, producto genuino


de la soberanía, tiene por objeto distribuir y limitar las competen-
cias de los poderes públicos. Para lograr tal objeto, los individualistas
hicieron de la teoría de la división de poderes de Montesquieu, la pie-
dra angular de su construcción lógica.

He aquí la célebre teoría, expuesta sucintamente. Si el autor


de las leyes es su ejecutor, es de temerse que las haga tiránicas para
hacerse tirano. Si el que aplica las leyes es su autor, el individuo queda
a merced suya. Y si el Juez es ejecutor, tiene en sus manos un poder
arbitrario. Por eso decía Montesquieu: “es preciso que por la dispo-
sición de las cosas, el poder contenga al poder”.5

En su ley fundamental el pueblo soberano confiere autoridad


a cada poder, dentro de las facultades enumeradas. La teoría señala
como facultad característica del poder legislativo, la de hacer las
leyes, de acuerdo con los preceptos constitucionales; del ejecutivo,
hacer cumplir la ley mediante la fuerza sostenida por la hacienda
pública, y dirigir las relaciones exteriores; del judicial, interpretar
la ley al aplicarla en cada caso particular. La acción del legislativo
es la más amplia, pues no tiene más límites que los constitucionales.
La acción del ejecutivo es más limitada, porque solo debe aplicar las me-
didas indispensables para hacer cumplir los actos del legislativo. Y la
más restringida es la del judicial, que no pude crear ni querer, por
lo que se ha dicho, rectificando a Montesquieu, que el poder judicial
no es tal poder.

5
Montesquieu, Esprit des Lois, L XI, cap. IV.
230 Serie Jueces ejemplares

20. Lo expuesto es lo esencial e indispensable en una consti-


tución. Pero en algunas constituciones escritas, inspiradas en las
ideas individualistas, han colocado al par de las facultades de los po-
deres ciertos derechos del individuo.

Estos derechos, que por primera vez fueron sancionados por la


constitución americana en las Enmiendas que exigieron los estados
al integrar la unión, no coinciden en aquella constitución con los
derechos naturales; cierto que reposan en la idea de que existen dere-
chos inviolables del individuo, pero al enumerarlos se prefirieron aque-
llos derechos individuales más expuestos a las invasiones del poder.

En cambio, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciu-


dadano, votada en Francia el mismo año en que se propusieron las
Enmiendas americanas, encierra en la concisión de sus 17 artículos
toda la teoría de los derechos individuales en sus relaciones con el Es-
tado. El prodigioso sentido de la realidad del pueblo americano había
hecho una labor que respetan todavía los años; mientras que Francia,
la gloriosa maestra de la especulación y la teoría, formaba una ley
cuya vigencia se discute, pero que iba a nutrir de ideales a toda la
raza latina.

Lo dicho no quiere decir que los derechos individuales de que se


trata, impropiamente llamados “garantías individuales”, sean absolutos.
Aun los más privilegiados, aquellos que algunas constituciones, como
la norteamericana y la nuestra, han seleccionado para protegerlos
con una garantía especial frente a los amagos del poder público, tie-
nen su límite en la facultad de este poder para dictar las medidas enca-
minadas a la salubridad, la seguridad y la moralidad generales.

21. Protegido por el Estado, en la zona que el derecho obje-


tivo deja a su disposición, el individuo puede hacer lo que le plazca, sin
F elipe T ena R amírez 231

emplear el dolo ni la violencia. Esta libertad la funda la teoría meta-


física del derecho natural y la robustece la teoría económica del
“laisser faire”, que hace del libre desenvolvimiento de la personalidad,
fomentado por la competencia, la razón de ser del progreso.

El papel del Estado consiste, pues, según la doctrina indivi-


dualista, en armonizar la libertad natural del hombre con la conviven-
cia social.

V. La técnica del Derecho

22. Al obligarse libremente, la voluntad engendra el contrato, el cual


supone la propiedad; la propiedad, a su vez, al transmitirse por causa
de muerte, da origen a la sucesión. Contrato, propiedad y sucesión com-
ponen los derechos patrimoniales del individuo, además de los cuales
éste tiene derechos de familia, nacidos del parentesco y con su fuente
en el matrimonio. Derechos patrimoniales y de familia constituyen
todo el contenido del derecho privado.

Mientras existió la organización política de Roma, el “jus civile”


abarcó tanto el derecho privado como el público y se oponía, como dere-
cho de los romanos, al “jus gentium”, derecho de los gentiles. Pero al
desaparecer aquella organización, el “jus civile” penetró a la Edad
Media como sinónimo de derecho privado. En el derecho civil así
entendido, hubo una escisión durante los siglos medios y modernos,
cuando por motivos históricos se revelaron como autónomas, sin alte-
rar su substancia civil, dos instituciones: el derecho comercial y el
derecho privado internacional. Por lo que la acepción original del “jus
civile”, restringida primeramente al derecho privado, sufrió una nueva
limitación al figurar como una rama de ese mismo derecho, al lado
del mercantil y del privado internacional. El “jus civile”, que empezó
por expresar el todo, pasó después a significar el género y acabó por ser
232 Serie Jueces ejemplares

una especie, originando con esta transformación final la aceptación


moderna del “derecho civil”.

El derecho justineaneo, tan acabado y perfecto en materia es-


trictamente civil, no dejó leyes que bastaran a presidir la evolución
comercial; por el contrario, durante la decadencia del Imperio se
dieron leyes en provecho de los deudores, las que pasaron a los pue-
blos nuevos para ser un obstáculo al desarrollo del comercio. Cuando
despuntaba el renacimiento mercantil del siglo XII, los comerciantes,
reunidos en gremios, se dieron los Estatutos, que inspiraba la prác-
tica, imponía la fuerza social de los gremios y que con el tiempo
sancionaron el príncipe y el Magistrado. Los Estatutos, primer ger-
men del nuevo derecho, eran disposiciones que no pretendían ni
podían modificar la naturaleza civil de las relaciones jurídicas que
disciplinaban, sino que sólo buscaban favorecer en ellas el crédito, la
exactitud y la celeridad. Así fue como las nuevas necesidades se die-
ron su propia técnica jurídica, al no encontrar en la técnica del dere-
cho romano expresión suficiente.

El derecho romano no pudo regular los conflictos de leyes inter-


nacionales, porque los hizo imposibles al imponer su hegemonía. Los
conflictos se originaron cuando los Estados europeos se vieron obli-
gados a tomar en cuenta las leyes extranjeras para facilitar las comuni-
caciones y el comercio internacional. Los conflictos se presentaron
entre leyes de contenido civil, pero su solución no estaba prevista en
la ley civil; para proponerla surgió la nueva rama del derecho pri-
vado que se le llamo Derecho Privado Internacional.

Cuando el derecho del individuo es violado, su titular no puede


hacerse justicia por sí mismo, sino que debe ocurrir al poder público,
que dispone de la fuerza para proteger el derecho individual. El dere-
cho así ejercitado es la acción. La acción no es distinta del derecho,
F elipe T ena R amírez 233

sino el mismo derecho reclamando protección. El conjunto de normas


que reglamentan el aspecto del derecho privado llamado acción, recibe
el nombre de derecho procesal.

Por lo tanto, el derecho civil reglamenta los derechos patri-


moniales y de familia no especializados; el derecho mercantil se refiere
a los derechos patrimoniales que crearon su propia técnica en virtud
de las necesidades del comercio; el derecho privado internacional
tiene por objeto los derechos patrimoniales y de familia, cuando en
ellos interviene un elemento extranjero; en fin, el derecho procesal
norma los derechos patrimoniales y de familia cuando su titular re-
curre a la protección del poder público.

23. Los límites a la libertad del individuo consisten, según se


ha expuesto, en las leyes protectoras de intereses privados y de in-
tereses públicos. Las primeras, por afectar exclusivamente a particu-
lares, pertenecen al derecho privado. Las segundas tienen por objeto
garantizar ciertos derechos de los particulares cuya violación repercute
especialmente en la sociedad, o bien garantizar la existencia del Es-
tado; estas leyes se llaman de orden público.

Las leyes de orden público que están sancionadas por una


pena, constituyen el derecho penal y forman, en su mayor parte, el
código de ese nombre. Las leyes de orden público que están sancio-
nadas simplemente con nulidad absoluta y no con una pena, se hallan
dispersas en varias codificaciones, atendiendo el contenido civil, mer-
cantil o procesal de dichas leyes.

La forma del Estado y la competencia de sus órganos supe-


riores, es el objeto del derecho constitucional. Lo relativo a los órganos
inferiores del Estado y a los detalles del funcionamiento de los pode-
res públicos, pertenece al derecho administrativo. Según la compara-
234 Serie Jueces ejemplares

ción de Goodnow, el primero trata de la anatomía y el segundo de la


fisiología del Estado.

Finalmente las relaciones de los Estados entre sí, constituyen


el objeto del derecho internacional público.

24. Las leyes que protegen al derecho de los particulares, compo-


nen el derecho privado. Las que protegen los límites que la convivencia
impone al derecho individual, forman el derecho de orden público. Y las
que se refieren al Estado —equilibrador entre el derecho de orden
público y el derecho privado, entre el individuo y la convivencia—
no pueden ser ni de derecho privado ni de orden público: constituyen
el derecho del Estado.

Conforme a la clasificación tripartita que procede, el derecho


privado comprende el derecho civil, el mercantil, el procesal y el pri-
vado internacional. El derecho de orden público comprende el penal y
las leyes de orden público de contenido civil, mercantil o procesal. El de-
recho del Estado tiene como subdivisiones el derecho constitucional,
el administrativo y el internacional público.

La clasificación que presento subvierte por su base la clásica


división del derecho en privado y público, pero no creo que al propo-
nerla altere el pensamiento jurídico individualista, cuya fiel exposición
es el objeto de esta primera parte de mi tesis; considero por el contra-
rio, que lo esclarece y precisa.

En efecto, de todo lo expuesto en las páginas que preceden,


se deducen las tres consecuencias siguientes: 1a. El derecho subje-
tivo es el derecho natural del individuo, en cuanto limitado por la
regla de derecho, que lo hace posible dentro de la convivencia social; 2a.
El derecho objetivo es la regla de derecho, que tiene por fin limitar y
F elipe T ena R amírez 235

suplir la voluntad —derecho natural— del individuo; 3a. El Estado


ejercita un derecho otorgado por la colectividad, el cual consiste en pro-
teger el derecho individual, apoyando con la fuerza pública la regla de
derecho que hace factible el derecho individual dentro de la sociedad.

Consideremos separadamente cada una de dichas consecuencias.


El derecho subjetivo, por no interesar sino al particular como tal, es un
derecho privado. En el derecho objetivo debemos distinguir aquellas
reglas que por suplir la voluntad individual interesan exclusivamente
al particular y son por tanto de derecho privado, de aquellas otras que
por limitar la actividad individual en beneficio de la convivencia, atañen
a la conservación del orden público. El derecho del Estado, por proteger y
equilibrar el derecho individual y el orden social, tiene que ser distinto
de uno y de otro.

Tales son las ideas que inspiran la clasificación propuesta. Para


expresarlas no pretendo acertar con una denominación concisa y plás-
tica; empleo de los antiguos términos, pero busco que éstos, en lugar
de expresar la simetría simplista de la división bipartita, pongan de
relieve el fin de las instituciones. En toda gran construcción lógica
—y la individualista lo es— , el fin sirve de norma y razón de ser de
toda la clasificación.
Segunda parte

I. La Escuela Socialista y sus características

25. La tendencia jurídica que corresponde estudiar, se caracteriza por


positivista y socialista.

A la teoría metafísica de la Escuela Liberal, la nueva tendencia


opone la teoría positiva, que Augusto Comte expresó concisamente en
la célebre ley de los tres estados. Según esa ley, en el estado teológico el
espíritu humano explica la naturaleza íntima de los seres por la inter-
vención directa y contínua de agentes sobrenaturales. En el estado
metafísico, los agentes sobrenaturales son substituidos por fuerzas abs-
tractas, inherente a todos los seres y origen de la existencia y actividad
de éstos. En el estado positivo, el espíritu humano, reconociendo su
incapacidad para penetrar en la esencia de los seres y en el sentido
de lo absoluto, se reduce exclusivamente a descubrir las relaciones de
los fenómenos, mediante la experiencia y el razonamiento combi-
nados. El positivismo es, pues, una actitud de ignorancia ante lo abso-

237
238 Serie Jueces ejemplares

luto; ni siquiera lo niega, porque negarlo presupondría la exploración


de esa zona, totalmente vedada al conocimiento humano.

Aplicada al derecho, la teoría positiva combate de las ideas


fundamentales de la Escuela Liberal. La noción de la justicia en sí, ab-
soluta, universal e inmutable, es una noción que por metafísica no es
susceptible de demostración positiva. Las consecuencias que se deri-
van de esta primera afirmación son igualmente inadmisibles. Comte
dice que no pueden existir derechos verdaderos sino en el supuesto
de que los poderes regulares emanaran de voluntades sobrenaturales; los
pretendidos derechos humanos que introdujeron los metafísicos de
los cinco últimos siglos, sirvieron de valladares al poder absoluto fundado
en derecho divino; cumplida su misión, provisional y contingente, deben
ceder su lugar a realidades que funda y demuestra la experiencia.

Pero la noción que es objeto de mayores críticas, es el derecho


subjetivo. León Duguit, el más ilustre representante del positivismo
jurídico en Francia, robustece la doctrina de Comte, cuando afirma que
el derecho subjetivo, al consagrar la voluntad de cada individuo como
capaz de ejercer un poder sobre las demás voluntades individuales,
hace implícitamente una afirmación sobre lo que es el poder y la subs-
tancia de la voluntad, cuestiones que no están al alcance de la ciencia
positiva.

Al abatirse la noción de derecho subjetivo, que está en la base del


concepto individualista del derecho, viene por tierra este concepto. Por
otra parte, el hombre en estado de naturaleza es una idea antihistórica,
y ese hombre, de existir, no tendría derechos, porque el derecho con-
siste en una relación, que como tal sólo puede realizarse cuando hay
varios sujetos; el hombre no aporta derechos al entrar en sociedad, sino
que tiene derecho porque vive en sociedad.
F elipe T ena R amírez 239

26. El derecho natural de contenido inmutable y abstracto, es


substituido por un derecho natural dúctil, inspirado por las necesi-
dades del momento.

Los más eminentes pensadores del movimiento nuevo conciben


de ese modo el derecho natural. Para Romagnosi, todo hecho, aunque
emana del fondo permanente e inmutable de la naturaleza, es en sí mismo
transitorio y contingente, por lo que el fin del derecho es regular los
hechos atendiendo a su relatividad y a su oportunidad; y el autor ita-
liano aplica luminosamente su teoría cuando dice que los hombres nacen
con derechos semejantes o igualmente inviolables, pero la misión del
derecho es hacer efectiva esa igualdad, para lo cual debe tratar desigual-
mente las desigualdades de hecho, relativas e individuales. Viazzi
sostiene que el derecho natural es el derecho ideal, latente, en poten-
cia, que se forma al calor de las necesidades prácticas y que por eso
mismo aventaja siempre al derecho sancionado. Queriendo conciliar
con el positivismo el antiguo concepto de derecho natural, Spencer dis-
tingue la ética relativa, que corresponde a los estados sociales en
transición, de la ética absoluta, propia de un estado social perfecto; la
ética absoluta se inspira en las leyes naturales y hacia ella marcha
la humanidad, a través de periodos de transición, imperfectos y limi-
tados. Edmundo Picard, el poeta jurista, da al derecho natural una noción,
como todas las suyas metafórica, original y audaz; mientras que el
derecho positivo significa una transacción impuesta a nuestros en-
sueños por la complicación de las circunstancias, el derecho natural
es la esperanza que se forja cada época de alcanzar el estado perfecto;
quizás el derecho positivo, imperfecto según nosotros, sea el mejor
para la época, y de ser así el derecho natural representa el jalón en
virtud del cual cada época rinde el máximum de derecho en su esfuer-
zo por realizar una idea imposible; aparte de imposible, este ideal
cambia con los tiempos, por lo que la expresión “Derecho Natural” es
uno de esos términos elásticos que abundan en la ciencia jurídica. Seme-
240 Serie Jueces ejemplares

jante al del maestro belga, es el concepto que Ardigó tiene del


derecho natural, que consiste en la idealidad de cada estado social;
el derecho positivo plasma y sanciona esa idealidad, pero aunque lo
haga de manera admirable, nunca el derecho de un pueblo reproduce
todo el ideal de este pueblo, como la obra de arte jamás iguala el pro-
pósito del artista; el derecho positivo también es derecho natural y si
alguna vez se opuso un concepto al otro, fue cuando se quiso hacer del
derecho natural un ente de razón. Cosentini afirma que en toda so-
ciedad existen ciertas idealidades ético-jurídicas, alimentadas por las
necesidades sociales y expresadas por las inteligencias más eminen-
tes; esas idealidades inspiran al reformador, aunque éste no pueda
marchar al par de ellas por muy activo y capacitado que sea, y ellas
sirven de bandera de reivindicación entre los ideales revoluciona-
rios, que se producen precisamente por el desacuerdo profundo
entre el ideal que engendran las necesidades y el precepto sancio-
nado por el legislador.

De las opiniones expuestas podemos deducir que el derecho


natural, según el concepto positivo, no es de contenido invariable, sino
es el derecho de que cada época, y dentro de una misma época cada
pueblo, hacen un ideal, por cuya realización esperan satisfacer sus
necesidades. Es el derecho precursor del derecho positivo.

Así entendido, el derecho natural es un producto del relati-


vismo histórico, teoría por la cual Hipólito Taine sometió toda mani-
festación humana, a la triple determinación de la raza, del medio social
y del momento histórico: el positivismo aplicado a la historia. Un siglo
antes que Taine, Montesquieu había empleado el mismo método al
construir las teorías que constituyen la porción inmortal del Espí-
ritu de las Leyes, pero no obstante Montesquieu pertenece a la escuela
metafísica e individualista, porque puso un substrátum inmutable y
absoluto a lo fenomenológico y variable.
F elipe T ena R amírez 241

II. La función social

27. Si el derecho, como todas las instituciones sociales, no es más que


un producto contingente de circunstancias históricas, investiguemos
estas circunstancias para determinar la transformación actual del
derecho.

Los descubrimientos científicos del último siglo, aplicados a la


industria, produjeron el maquinismo, que al agrupar a los trabaja-
dores en derredor de la máquina disgregó la industria familiar y espe-
cializó las tareas. La ineptitud del obrero para no fabricar —en virtud
de la división del trabajo— sino un detalle del objeto total que inte-
resa al mercado, obligó al obrero a someterse sin condiciones al servi-
cio de la máquina, como único medio de subsistir. Por otra parte el alto
costo de las máquinas hizo que éstas sólo pudieran ser adquiridas
por los grandes capitalistas. Así el obrero, al hacerse siervo de la má-
quina lo fue realmente del capitalista.

La diferencia entre el aumento de producción, gracias a las má-


quinas, y el salario que el obrero, a merced del capitalista, tenía que aceptar
como condición de vida, produjo lo que se llama la “plusvalía”, o sean
las utilidades líquidas que quedan en favor del capitalista. Al cabo de
pocos años, estas utilidades adquirieron proporción desmesurada y
se hicieron patrimonio de un grupo de seres privilegiados, que osten-
taban lujo, indolencia y vicios en presencia de las masas de proleta-
rios que carecían de lo indispensable.

Para solucionar situación tan precaria y grave, las teorías acu-


dieron en auxilio de las necesidades. En un principio el problema presen-
taba la apariencia simple de un fenómeno económico y por eso Marx
propuso para resolverlo una solución económica; según Marx, la evo-
lución económica de la época burguesa, comienza con la unión del capital
242 Serie Jueces ejemplares

y el trabajo en la pequeña industria, sigue con la separación de uno y


otro en la gran industria y termina por la socialización futura de los ins-
trumentos de trabajo, al concluir la lucha de clases con el triunfo
definitivo de la clase obrera.

Las soluciones económicas de Marx fueron rectificadas por los


datos de la nueva ciencia que recibió de Augusto Comte el nombre de
Sociología, la cual surgió en el momento en que las ciencias existen-
tes se mostraron incapaces de explicar los fenómenos específica-
mente sociales. Estos fenómenos aparecieron desde el principio de la
sociedad, pero su complejidad hacía, dice Cornejo, que la estructura y
las funciones sociales fueron disimuladas por los deseos e ilusiones
de los individuos. La Sociología pretendió demostrar que el fenómeno
social, además de tener naturaleza distinta a la del individual, abarca
en su complejidad fenómenos psíquicos y orgánicos como superiores
a los económicos. El estudio exclusivo del dato económico planteó la
lucha de clases; del estudio del fenómeno social en su integridad, la so-
ciología va a deducir la gran ley de la solidaridad, que fundará conclu-
siones diametralmente opuestas a las deducidas por los economistas.

28. Durkheim puso de relieve la ley de la división del trabajo


como fundamento de la solidaridad. La causa de la división del tra-
bajo, según el autor citado, reside en la densidad material y moral de la
población. El aumento de población multiplica las necesidades, pues
además de que acrece en número las ya existentes, crea otras nuevas
como resultado de la vida en común. La densidad moral, que consiste en
la multiplicación de las relaciones sociales, provoca abundancia y no-
vedad en los productos y nuevas necesidades, que nacen del deseo de
imitación. Para satisfacer a tan gran número de necesidades, el indivi-
duo no se basta a sí mismo; se impone entonces la división del trabajo,
por la cual se distribuyen las tareas de crear satisfactores, atendiendo
a la aptitud de cada individuo. Como las necesidades que se pretende
F elipe T ena R amírez 243

satisfacer son comunes a todos, la división del trabajo es en último


análisis un cambio de servicios: el individuo reparte el producto de su
tarea entre los demás y cada uno de estos va entregándole en cambio
una parte del trabajo por ellos desempeñado; el proceso social adquiere
así la exactitud del antiguo lema “todos para uno, uno para todos”, expre-
sión de la solidaridad que el peligro fortalecía y acentuaba en ciertos
grupos guerreros.

La tarea que el individuo debe desempeñar para cumplir con la


ley de solidaridad, constituye su función social. El resultado inme-
diato de este concepto es que nadie puede escapar del cumplimiento
de su tarea, pues según hemos visto la solidaridad implica fundamental-
mente un cambio de servicio, por lo que la justicia distributiva exige
que nadie reciba servicio de los demás, sino a cambio de los propios.

La función social, positiva y socialista, substituye totalmente el


concepto metafísico e individualista de derecho subjetivo. El derecho
subjetivo consiste en la facultad de obrar o no obrar, dentro de los lími-
tes marcados por la regla de derecho; la función social consiste en obrar
precisamente en sentido de la solidaridad. Por eso decía Comte que no
existen más derechos que los de cumplir siempre con su deber.

III. El derecho privado y la función social

29. La teoría de la función social modifica totalmente el sentido del


derecho; éste ya no se orienta hacia el individuo sino hacia la coope-
ración. Estudiaremos el cambio en las instituciones jurídicas privadas.

Ihering, uno de los más distinguidos juristas de la escuela posi-


tiva, impugnó en su base la teoría individualista, al negar que la
voluntad abstracta sea el objeto del derecho. Dice en síntesis el autor
alemán, en su obra “El Espíritu del Derecho Romano”, que si el objeto del
244 Serie Jueces ejemplares

derecho consiste, como dicen los individualistas, en el poder de la


voluntad o sea en su dominación, cuando el individuo domina sobre
una voluntad extraña tiene el poder de obligarla a hacer tal cosa o
abstenerse de tal otra, sin importar si existe o no interés personal;
para esa escuela el derecho consiste esencialmente en el goce que pro-
porciona el ejercicio del poder de la voluntad y que no es en el fondo
sino en el goce de la fuerza pura, de la voluntad que se complace en el
orgullo de ser obedecida. Este sistema prepara y conduce a la servi-
dumbre, porque cada vez aumentan más las restricciones, en virtud
del poder formidable de la voluntad; de la verdadera libertad sólo
queda en pie el fantasma aparente, y la voluntad suministra el ins-
trumento de su propio suicidio. Los derechos no existen de ningún
modo —concluye Ihering— para realizar la idea de la voluntad jurí-
dica abstracta; sirven por el contrario para garantizar los intereses
de la vida, ayudar a sus necesidades y realizar sus fines.

Esta teoría produce desde luego un cambio en la naturaleza del


acto jurídico. El acto jurídico no es ya el acto de una voluntad que opera
libremente dentro de los límites marcados por el derecho y que pro-
ducen efectos jurídicos al igual que la ley. Para Ihering y para Duguit,
quien adopta la teoría del maestro alemán, el acto jurídico no puede
hacer otra cosa que poner en movimiento una regla de derecho, la
cual es la única que puede producir efectos jurídicos. La voluntad indi-
vidual pasa así a lugar secundario y el derecho objetivo adquiere ca-
pital importancia.

30. Otro efecto de la teoría expuesta es modificar profunda-


mente la libertad jurídica. Antes las limitaciones que el derecho objetivo
imponía a la libertad individual, eran de no hacer; rara vez, y como
excepción, imponía obligaciones de hacer. El nuevo derecho prescribe
ante todo obligaciones de hacer, puesto que la solidaridad social es
cooperación activa y no abstención pasiva; las obligaciones de no hacer
F elipe T ena R amírez 245

son excepcionales y comprenden principalmente aquellos actos que, como


los sancionados por una pena, significan un ataque a la solidaridad.

La libertad no consiste, pues, en la facultad de hacer o de no hacer


todo lo permitido por la ley, sino en el deber de orientar todas las acciones
en vista de la solidaridad. El derecho no es la ciencia de la libertad, que
decía Beudant, sino la ciencia del deber.

Acaso sin saberlo, los socialistas coinciden con la idea escolás-


tica de la libertad. Santo Tomas la definía: La facultad de elegir lo que
conduce a un fin. León XIII, en su encíclica Libertas, dice lo mismo:
La facultad de elegir los medios propios para realizar lo que nos hemos
propuesto. Esto significa que la libertad no consiste en escoger el fin,
sino en elegir los medios. Según la escuela socialista, el único fin del
derecho es la solidaridad. Los individuos no tienen libertad para pro-
porcionarse otro fin; toda su libertad queda reducida a elegir los medios
más acertados, en cada caso concreto, para realizar la solidaridad. La liber-
tad así entendida es la única que protege el derecho.

31. A la luz de ese criterio se transforman todas las instituciones


que, según la escuela individualista, figuran en el derecho privado.

Al derecho no le importa la libertad individual como fin, sino como


medio de realizar la solidaridad. Por lo tanto, desaparece el antiguo con-
cepto de persona, como único sujeto capaz de derechos y de obligaciones.
El viejo problema de la personalidad colectividad, que tanto preocupó
a los individualistas, carece de significado en el nuevo derecho, pues
según dice Duguit, el derecho no protege la voluntad colectiva, como en
realidad no protege la voluntad individual, sino que garantiza y pro-
tege el fin colectivo que persigue una voluntad individual.

Pero aparte de esta consecuencia, la socialización de la voluntad


entraña la necesidad de proteger a ésta tan sólo cuando se manifiesta;
246 Serie Jueces ejemplares

en efecto, el acto volitivo en sí mismo no interesa a la solidaridad; como


dice Bulow, citado por Cosentini, poco importa que haya existido al-
guna intención secreta, la cual por no manifestarse en su oportunidad
no existe socialmente, no puede conmover el crédito público ni puede
sacrificar a los deseos de uno solo los intereses de todos.

32. Es en el contrato donde se manifiestan mejor las ideas expues-


tas. Casi todas las disposiciones sobre contratos, observa Cosentini, son
la expresión histórica del predominio de las clases ricas; al amparo de
esas disposiciones, el patrón puede legalmente reducir a la miseria
al obrero.

En efecto, cuando se aplica al contrato la combinación que los


individualistas hacían de la libertad y la igualdad, se obtiene por con-
secuencia la esclavitud. El contrato coloca frente a frente al patrón y al
obrero. Desde el punto de vista abstracto —individualista— los dos
son iguales, porque tienen la misma naturaleza; pero desde el punto de
vista de la realidad y de la práctica, los dos son profundamente desigua-
les, porque mientras el capitalista se sirve del contrato para aumen-
tar su capital, el obrero tiene necesidad de él para vivir.

Esta igualdad abstracta —desigualdad de hecho—, halla su com-


plemento en la teoría también abstracta de la libertad. Teóricamente,
en uso de su libertad, el obrero puede rechazar el contrato que le pro-
pone el capitalista, si le parece muy duro; pero en la práctica tendrá
que aceptarlo, porque lo necesita para vivir. Al amparo de la ley,
usando de la libertad que la ley le reconoce, el capitalista puede im-
poner las condiciones más inhumanas al trabajador; para hacerlo no
necesita emplear el dolo ni la violencia, que es lo único que castiga la
ley, sino simplemente aprovecharse para lucrar de la situación pre-
caria del obrero. No puede haber libertad en quien tiene que escoger
entre un contrato duro y la muerte, que es más dura aún, como no puede
F elipe T ena R amírez 247

haber igualdad entre el miserable y el capitalista. De esas dos pala-


bras se hicieron dos mitos, a cuya sombra el obrero perdió todo,
inclusive la dignidad humana. Así el derecho se hizo cómplice de los
explotadores.

La igualdad, dicen los socialistas con Romagnosi y Cosentini,


debe ser el correctivo de la libertad. Una igualdad efectiva y una liber-
tad que ponga frente a frente a iguales de hecho.

Por lo tanto, la obligación civil requiere una limitación, que al


reducir la libertad de los poderosos al nivel de la de los débiles, ponga
a unos y a otros en iguales circunstancias. Esto se logra sustrayendo el
contrato del libre juego de los conflictos individuales es decir, susti-
tuyéndolo por el contrato colectivo.

El contrato colectivo es, según Vivante, el resultado de tres


modificaciones sucesivas en la primitiva forma del contrato. Por la
primera, la administración pública otorga a un particular la concesión
de un servicio público, subordinándola a ciertas condiciones, que cons-
tituyen un límite al concesionario en beneficio del público. Por la segun-
da el trabajador se reúne en sindicatos, que para alcanzar sus fines
deben contar con personalidad colectiva. Finalmente la sociedad coope-
rativa agrupa a los débiles frente a los poderosos, no como una liga
de resistencia análoga al sindicato, sino como una entidad que penetra
a la lucha económica con su propia organización industrial.

En concepto de Duguit, las dos primeras formas del contrato


colectivo son incompatibles con la idea clásica del contrato, el cual
supone siempre un acuerdo entre voluntades individuales. La conce-
sión, en virtud de la cual uno o varios individuos se encarga del funcio-
namiento de un servicio público bajo las condiciones impuestas por
la colectividad pública, no puede explicarse por la teoría general del
248 Serie Jueces ejemplares

contrato; la forma contractual a la que se aproxima más la concesión


es la estipulación por otro y, sin embargo, no podemos decir que este
nombre le sea propio, porque la estipulación por otro consiste en
incluir en un contrato cierta cláusula especial, con un objeto deter-
minado y concreto, que liga a un tercero cuando éste la acepta; nada
de esto ocurre en la concesión, a cuyas disposiciones, dictadas de ante-
mano, deben someterse necesariamente concesionario, obreros y pú-
blico. Por lo que hace al contrato colectivo, que es el que se pacta entre
dos sindicatos, tampoco puede ser explicado por la teoría general de los
contratos; de su analogía con el mandato no se puede deducir su iden-
tidad, pues no podríamos decir del contrato colectivo, como decimos
del mandato, que sólo puede producir efectos para aquellos que han
otorgado mandato tácito al sindicato para tratar en su nombre, ni tam-
poco podríamos decir que el mandato en favor del sindicato sea revo-
cable en cualquier tiempo; de admitir estas consecuencias, los individuos
seguirían aislados y el sindicato no llenaría sus fines.

Para Duguit, la concesión y el contrato colectivo son categorías


jurídicas completamente nuevas y por tanto inexplicables para los civi-
listas de la escuela clásica. No son contratos que produzcan obligaciones
determinadas, concretas y temporales entre dos sujetos de derecho, sino
que son leyes que establecen relaciones permanentes entre grupos
sociales, todo un régimen legal al cual deberán someterse las partes. Por
eso el citado autor las llama “convenciones-leyes”.

IV. La propiedad y la sucesión

33. La propiedad es la institución jurídica en derredor de la cual se


libra la batalla más ardiente entre individualismo y socialismo. Parece
como si ella sola condensara todo el problema social; y es que este pro-
blema, aunque complejo, muestra en su aspecto económico el punto más
sensible.
F elipe T ena R amírez 249

La enorme fortuna que acumuló la clase burguesa, gracias al


desarrollo del industrialismo y del comercio, hizo notable y abru-
madora la miseria de la clase obrera. Mas los proletarios no tardaron
en darse cuenta de la vasta contribución que ellos habían aportado a la
formación de aquella fortuna y entonces reclamaron su derecho a par-
ticipar en ella.

Pronto se vio que la transformación pretendida tocaba en la


médula misma de la institución de la propiedad. Mientras la propie-
dad siguiera siendo individual y absoluta, iría a constituir fatalmente
los grandes capitales, en manos de los más audaces, inteligentes o afor-
tunados. Era preciso transformar radicalmente su concepto; hasta
entonces la propiedad había sido absoluta en su esencia y limitada
tan solo exteriormente; la transformación debe operarse, según las
palabras de Gierke, considerando la propiedad como un derecho re-
lativo que contiene en sí mismo su limitación y no la recibe solamente
de fuera. He ahí la expresión más sobria y exacta de lo que consti-
tuye la tendencia íntima del concepto socialista de la propiedad.

El dato esencial de Gierke adopta al desarrollarse variadas


formas. Menger distingue los bienes de consumo, de uso y de produc-
ción y somete a cada uno de ellos a distinto sistema jurídico. En los pri-
meros, la propiedad debe conservarse como actualmente existe. Porque
si el Estado interviniera, su injerencia tendría por objeto la vida estricta-
mente privada de los individuos, que no interesa al derecho social; en
los bienes de uso hay que distinguir aquellos que por su naturaleza
están destinados al empleo exclusivo de los particulares (cosas, mue-
bles, etc.) y que por lo mismo deben ser asignados a los particulares
por el Estado, de aquellos otros que pueden ser empleados simultá-
neamente por gran número de personas (calles, plazas, etc.) y que por
lo mismo no deben estar reservados a ninguna persona en lo particu-
lar; en cuanto a los medios de producción, cuya función es producir
250 Serie Jueces ejemplares

bienes nuevos, el sistema de propiedad debe transformarse completa-


mente: la importancia económica de estos bienes se manifiesta en el
hecho de que un grupo de hombres puede vivir sin trabajar y dominar
a la vez a sus conciudadanos, lo que imprime a la organización moderna
un carácter autoritario y facilita la explotación del hombre por el hombre;
para terminar con esta organización, la propiedad de los bienes de
producción debe pertenecer exclusivamente al Estado, sin que pue-
dan ser transferibles entre los individuos.

Por su parte Cimbali opina que la función social de la propiedad


supone necesariamente la atribución particular, porque sólo el es-
tímulo de la propia ganancia puede hacer que el individuo desarrolle
el máximum de su eficiencia, que es precisamente lo más favorable a la
solidaridad; pero si el individuo se excede en su aprovechamiento, per-
judicando así a los demás, o demuestra que no es capaz de obtener de
la cosa las ventajas que podrían obtener otros, entonces el Estado
debe intervenir expropiando la cosa y entregándola a quien mejor
pueda utilizarla.

La propiedad, según Duguit envuelve el deber, para el poseedor


de toda riqueza, de emplear ésta en mantener y aumentar la interde-
pendencia social; en cuanto cumpla esta función, la propiedad estará
protegida socialmente; el propietario debe de emplear su cosa en la satis-
facción de sus necesidades propias, pero no termina aquí su función,
sino que debe emplearla también en la satisfacción de las necesidades
comunes. Duguit no hace sino aplicar a la materia jurídica el criterio
sociológico de Comte, quien refiriéndose a la propiedad afirmaba que
la función social por ella desempeñada debe encomendarse a los indi-
viduos en particular, porque sólo la actividad individual, estimulada por
la perspectiva del propio lucro, puede obtener de la cosa el máximo de
rendimiento; así opinaron más tarde los más eminentes pensadores
del socialismo, entre los cuales sobresale el nombre de Pierre Lafitte,
F elipe T ena R amírez 251

quien resumió en frase feliz la función social de la propiedad, lograda


mediante su gestación individual.

Comte, Duguit, todos los partidarios de la función social no sólo


defienden la propiedad privada, sino también los capitales, por su ele-
vado destino social. Su misión consiste, afirma Duguit, en ponerse al
servicio de las empresas. Ya Augusto Comte había dicho en su política
positiva (II, 157): “Debemos reconocer que sin las acumulaciones, al
menos simultáneas y aun sucesivas, las necesidades materiales impri-
mirán necesariamente al conjunto de existencia humana un profundo
carácter de egoísmo; es necesario apreciar ahora cómo la institución de
los capitales tiende a transformar radicalmente tal impulso, de manera
de permitir finalmente la preponderancia universal del altruismo”.

34. El derecho de sucesión no es sino una extensión del derecho


de propiedad. El individuo que dispone de sus bienes para después de
su muerte, traslada al futuro la estructura de la propiedad actual. Por
eso el derecho de sucesión corre la misma suerte que el de propiedad,
toda transformación en éste debe repercutir en aquél.

Cimbali ofrece una teoría sencilla y clara sobre el nuevo régimen


jurídico del derecho de sucesión. En la propiedad deben distinguirse
tres elementos: el individual, el familiar y el social. Los tres están reu-
nidos en el jefe de familia, quien a la vez tiene el uso de su cosa, sumi-
nistra alimentos a su familia a cambio de la cooperación que de ella
recibe, y da una parte de las utilidades al Estado por los servicios que
éste le presta. Al morir el jefe de familia, esos tres elementos se dis-
gregan y cada uno reclama su parte: el individuo puede disponer libre-
mente para después de su muerte de la parte que le corresponde en
el patrimonio que manejó, de acuerdo con el trabajo desempeñado; la
familia debe recibir otra parte del patrimonio, según el grado en que
colaboró en su formación; el Estado también participa en la herencia y
252 Serie Jueces ejemplares

su participación aumenta a medida que el parentesco de los llamados


a heredar es más lejano. Así se procura armonizar los derechos respec-
tivos de la familia, del individuo y del Estado.

Las teorías socialistas sobre el derecho de sucesión son muy


numerosas y variadas, pero todas coinciden al considerar que el derecho
a disponer de los bienes para después de la muerte no es en manera
alguna absoluto, como tampoco lo es el de la propiedad. La función
social, piedra de toque de todo acto jurídico, lo es también de la dis-
posición testamentaria.

V. El Estado

35. El Estado tiene deberes positivos y negativos para con el indivi-


duo. Respecto a los deberes negativos, que consisten en no impedir el
desarrollo del individuo sino en la medida necesaria para garantizar
la actividad de todos, coinciden las escuelas individualista y socia-
lista. Cierto es que cambia el concepto de la libertad individual, motor
de la actividad del individuo, pero la fórmula de los deberes nega-
tivos del Estado es la misma para las dos escuelas; explicándola con-
cretamente, se puede decir, desde el punto de vista del socialismo, que
el Estado está obligando a no estorbar todo acto de voluntad indivi-
dual que favorezca la solidaridad social.

Pero en lo que difieren profundamente ambas teorías, es en la


idea que tienen de los deberes positivos del Estado. Según la doctrina
de la libertad que sustentan los individualistas, el individuo puede obrar
o no obrar, querer o no querer: esa libertad es la que protege el Estado.
Por el contrario, según los socialistas la libertad consiste en obrar
siempre, en querer siempre; jamás se puede escoger entre obrar y no
obrar; si alguna vez el individuo está obligado a abstenerse, no es en
virtud de su derecho de elección, sino como un deber que le impone
la solidaridad social. Esta libertad es la que debe proteger el Estado.
F elipe T ena R amírez 253

De aquí se siguen innumerables consecuencias, de las cuales


sólo se apuntarán las principales. El hombre que trabaja con exceso
perjudica su salud y como consecuencia compromete su capacidad pro-
ductora; por lo tanto, el Estado debe intervenir, limitando las horas de
trabajo. Todo hombre tiene obligación de trabajar; por consiguiente
el Estado debe procurar trabajo a los que carecen de él, debe recargar
con fuertes impuestos a los que no trabajan aprovechándose de sus
riquezas, a fin de que éstas pasen a mejores manos, y debe suminis-
trar medios de asistencia a los que por su edad están incapacitados
de trabajar.

36. ¿Cuál es el fundamento teórico de la facultad que tiene el Es-


tado para imponer esos deberes? En otros términos, ¿en qué consiste
la soberanía, según los partidarios de la función social?

La soberanía, para Duguit, es lo mismo que poder del Estado, auto-


ridad política. Así entendida, la soberanía no es sino una de las funcio-
nes que son consecuencia de la división del trabajo, es decir, una función
social. Hemos visto que la función del trabajo especializa las tareas y
las solidariza a la vez; pues bien, la tarea que corresponde a los gober-
nantes es la de poner la fuerza coactiva de que disponen al servicio
de la solidaridad social. Nadie, ni gobernantes ni gobernados, pueden
escapar a la norma que se infiere de la solidaridad; lo único que su-
cede es que las tareas son diferentes en razón de la aptitud de cada
cual. Como la libertad, el poder de mando dejó de ser un derecho para
transformarse en un deber. Y de la misma manera que la libertad,
la soberanía así entendida tiene su limitación en su propio objeto; la sobe-
ranía no es un poder absoluto, sino un poder que tiene su límite y
su razón de ser en la función social que desempeña.

37. La transformación del concepto de soberanía entraña desde


luego profundas transformaciones en el derecho público internacional.
254 Serie Jueces ejemplares

El concepto liberal de la soberanía, al considerarla como ilimitada,


ponía frente a frente a Estados cuyo poder absoluto jamás podía restrin-
girse, porque supuestas dos soberanías igualmente completas, no hay
razón alguna, dentro del concepto individualista, para exigir a una que
se doblegue ante la otra. Sucedía entonces que el conjunto de Estados
podía compararse a una sociedad de individuos, en la cual cada uno go-
zara de la autonomía más radical; en esa sociedad, sin regla alguna de
derecho, el más fuerte acaba por dominar y si el equilibrio se logra por
breves momentos, es el equilibrio resultante de fuerzas igualmente
poderosas. Tal era la situación de las potencias antes de la Gran Guerra.
Para ellas no podía existir regla alguna de derecho que se impusiera
como tal, pues eso significaría una violación a la soberanía.

Cierto que los Estados podían celebrar tratados, pero el mante-


nimiento de éstos estaba sujeto a la voluntad de cada parte, porque los
Estados no enajenaban su soberanía al concertar un convenio. La doc-
trina francesa admitía que un Estado contratante podía retirarse del
pacto cuando la situación que lo motivó sufriera un cambio; era el conte-
nido de la cláusula “sic rebus stantibus”, que acompañaba a todo tratado.
La doctrina alemana era más radical; con Jellineck, los alemanes
sostenían que el Estado puede auto-limitarse, es decir someterse
por su propia voluntad a una norma o compromiso; pero al hacerlo así,
su soberanía queda intacta y usando de ella puede eximirse del con-
venio cuando a bien lo tenga. Consecuentes con esta doctrina, dice
Duguit, los alemanes violaron el 3 de agosto de 1914 el tratado que habían
firmado en 1839, garantizando la neutralidad perpetua de Bélgica.

Esos graves prejuicios internacionales son los acarreados por


la tesis liberal de la soberanía. Cuando se entienda que la soberanía no
es un poder absoluto y subjetivo, sino un poder que está subordinado a
la ley superior de la solidaridad social, los Estados sólo celebrarán aquellos
tratados que favorezcan la solidaridad y, a menos de faltar a ésta, no
podrán violarlos.
F elipe T ena R amírez 255

38. Por lo que hace a la práctica de la soberanía, los socialistas


admiten que el régimen representativo es el único posible en nuestras
vastas sociedades, pero acusan al régimen representativo fundado en
mayoría absoluta —que otorga el triunfo al candidato que obtiene
la mitad más uno del número total de sufragios— de tener en cuenta
exclusivamente el criterio de las mayorías, sin escuchar para nada la opi-
nión de las minorías. Para substituir ese régimen, que según un moderno
barbarismo se llama mayoritario, se ha pretendido establecer el siste-
ma de la representación proporcional, cuyas numerosas formas tienen
por común objeto hacer que todos los partidos figuren en las asam-
bleas legislativas, con un número de representantes proporcional a la
cantidad de votos que recibe el partido. La representación proporcio-
nal responde a una antigua idea de Mirabeau, que Poincaré exhumó en
nuestros días: la representación debe ser como el mapa fiel y reducido
del país representado.

Pero aparte de la representación proporcional, que debería surtir


a una cámara, los juristas del socialismo defienden la representación
por clases para integrar con ella una segunda cámara. Las clases sociales
que la revolución francesa no pudo suprimir sino en la teoría de la
igualdad, se perfilan vigorosamente en nuestros días, como consecuen-
cia de la división del trabajo que ha impuesto el industrialismo. Todo
el problema consiste en armonizar la actividad de esas clases, como lo
pretenden los más eminentes pensadores del socialismo; sólo la dema-
gogia de los talleres, nutrida en enseñanzas de Marx a través de la pro-
paganda revolucionaria de los líderes, busca la lucha de clases como un
medio de llegar a la dictadura del proletariado.

Teóricamente las clases se armonizan al cumplir cada una con su


función social; en la práctica es preciso coordinarlas en el momento supre-
mo de la confección de la ley que va a decidir sobre la función social.
Para lograr tal coordinación, nada mejor que hacer intervenir a todas
256 Serie Jueces ejemplares

las clases en la formación de la ley, mediante la representación de cada


clase como tal. A este propósito responde la representación proporcio-
nal que quiere Duguit.

39. La teoría socialista rebustece en gran parte la misión del Es-


tado. La función social, en efecto, si no suprime totalmente la libertad
jurídica del individuo, por lo menos la restringe considerablemente; ahora
bien, toda restricción jurídica del individuo significa un aumento pro-
porcional en la norma positiva y, en último análisis, un crecimiento en
el poder público, que es el que dicta la norma. Por eso hasta hoy todos los
gobiernos de tendencias más o menos socialistas, se han orientado resuel-
tamente hacia el socialismo de Estado.

Sin embargo, en sentido contrario se nota la tendencia de las


clases profesionales sindicalizadas para descentralizar las funciones
públicas, solucionando mediante el arbitraje privado los conflictos cuya
decisión incumbe naturalmente al Estado. La sentencia que dicta la
junta de árbitros no necesita para cumplirse de la fuerza del Estado, porque
cuenta con el apoyo formidable de las organizaciones obreras, que en
la huelga encuentran el medio más eficaz de hacerse respetar.

El respeto recíproco que impone la fuerza de las clases, la certi-


dumbre que alimentan de necesitarse mutuamente, hacen que en todo
conflicto se apele a los sindicatos y no al Estado.

Por otra parte, la organización de los sindicatos convierte todo


conflicto, como todo contrato, en colectivo, aunque haya tenido su origen
en hechos de particulares. Este es el gran beneficio de los sindicatos,
que al hacer suyo el derecho de cualquiera de sus miembros, multi-
plican el poder del individuo. Ya no es el individuo aislado y débil frente
a los demás individuos o frente al Estado, sino el individuo que al am-
paro del sindicato, reclama sus derechos.
F elipe T ena R amírez 257

El radio de acción del Estado quedará reducido al mínimum,


cuando las clases profesionales organizadas resuelvan sus conflictos con
un profundo sentido de la solidaridad social y con la ecuanimidad que
sólo logra la cultura. De este modo la coacción, que se considera como
la distinción específica de la regla de derecho, pasará del Estado a los sin-
dicatos. La historia registra ya una coacción de este género; los Esta-
tutos, de donde habría de salir, andando el tiempo, todo el derecho
mercantil, no estuvieron sancionados en un principio por el poder
público, sino por los gremios. Es la sanción social, la “opinio necessi-
tatis” de que hablan los autores.

VI. Reformas en la técnica del Derecho

40. La transformación en las orientaciones teóricas del derecho, que


hemos revisado someramente, tiene por consecuencia necesaria una trans-
formación en su expresión positiva, o sea en lo que Geny y Bonecase
han puesto de relieve con el nombre de técnica jurídica.

Ante todo la reforma se impone en la clásica división del derecho


en público y privado. Esta clasificación es uno de los exponentes típicos
del individualismo; es netamente romana, pues el derecho germánico
la adoptó cuando después de la reforma luterana los señores necesi-
taron apoyarse en el derecho público para arrojar a los campesinos de
sus tierras.

La clasificación romana, individualista, hacia pertenecer al dere-


cho público todo lo relativo a los intereses de la colectividad y al derecho
privado lo referente a la utilidad de los particulares, según la célebre
definición de Ulpiano. Pero en realidad, observa Menger, el derecho pú-
blico era el derecho de ciertos particulares privilegiados y el derecho
privado el derecho de la inmensa mayoría.
258 Serie Jueces ejemplares

La división romana es incompatible con la teoría que hace de la


función social la base única del criterio jurídico. Si todo acto del hombre,
si toda institución humana deben determinarse en vista de la función
social, del interés colectivo, es inaceptable la clasificación que distin-
gue los actos destinados exclusivamente al provecho personal de aquellos
otros que atañen al interés social.

Considerando que no debe haber diferencia en cuanto al fin de


ambos derechos, los autores socialistas, principalmente Jeze y Duguit,
llegan a identificar totalmente su técnica y concluyen que entre el dere-
cho del Estado y el de los particulares la diferencia no puede estar en
sus finalidades, sino en sus respectivas funciones, impuestas por la
división del trabajo.

41. Dentro de los dominios del antiguo derecho, se ha operado


una nueva escisión en el tronco varias veces desgajando del viejo
derecho civil. Las clases proletarias han exigido una reglamentación
minuciosa del trabajo y a esta exigencia ha respondido el código de ese
nombre.

El contrato de trabajo preocupaba muy poco a los códigos ci-


viles, que en cambio protegían la propiedad privada con numerosos
preceptos. Según los datos que suministra Salvioli, al contrato de
trabajo consagraba 184 artículos la ley húngara de 1884, veintitantos
el código italiano de 1865 y cinco el español de 1888. El nuestro de 1884
dedica 34 artículos a los servicios domésticos y por jornal.

La legislación del trabajo tiene por objeto defender al débil contra


el fuerte, dotar al obrero de medios suficientes para igualarse efectiva
y realmente al patrón, asegurar al proletario el triple derecho a la subsis-
tencia, a su integridad personal y a una parte proporcional de las utili-
dades a cuya obtención colabora.
F elipe T ena R amírez 259

La ecuación que así se busca establecer entre patrón y obrero,


hace que el código del trabajo contenga como preceptos fundamen-
tales los siguientes: se reconoce la personalidad jurídica de los sindi-
catos, que agrupan a los trabajadores y sustituyen el contrato individual
por el colectivo; se aumentan las causas de nulidad de los contratos
en favor del obrero, teniendo en cuenta la inferioridad de éste; se
multiplican las obligaciones del patrón, entre otras la obligación del
riesgo profesional; se limitan las horas de trabajo y se prohíbe todo tra-
bajo a las mujeres embarazadas y a los niños; se establecen seguros
en favor de la clase obrera.

Lo dicho no significa que el código del trabajo sea un código de


clase, lo cual se comprende teniendo en cuenta que según el postulado
básico de la escuela socialista, el trabajo es un deber para todos. No habrá,
pues, una clase de trabajadores y otra de no trabajadores; el código del
trabajo reglamentará las relaciones de patronos y obreros, porque unos
y otros cooperan dentro de la institución social y universal del trabajo.

Este postulado del trabajo como deber para todos, entraña como
ultimo resultado una transformación fundamental en la técnica del an-
tiguo derecho privado. Si el trabajo es la pauta de toda actividad social
y el inspirador de toda regla de derecho, no hay razón para que sub-
sista la diferencia entre los códigos civil y mercantil, que son verda-
deros códigos de clase. Ambos deben fundirse en un solo cuerpo de
leyes, que puede denominarse “Código Único de las Obligaciones”, como
el de Suiza. Todo acto jurídico, así mercantil como civil, quedará subor-
dinado a la norma superior de la función social.

42. En lo que respecta al derecho procesal, se observa una


transformación análoga. Consentini señala cuatro reformas indispen-
sables en esa rama del derecho: 1a. El procedimiento debe simplificarse
para ser accesible al pobre; 2a. Debe limitarse la libre acción de las partes
260 Serie Jueces ejemplares

con el fin de que el rico no triunfe del pobre por medio de defensores
más hábiles que puede pagar; 3a. Es preciso aplicar efectivamente
los medios de conciliación, a fin de evitar los juicios en lo posible; 4a.
Para establecer la igualdad entre las partes, el Juez debe tomar la
iniciativa de los trámites. Menger llega a decir que el Juez está llamado
a restablecer el equilibrio entre las partes, reivindicando de oficio los
derechos del débil, lo que convierte la justicia en función del Estado.

43. Por lo que toca a la clasificación de los actos penales, en su


elaboración preside como regla el mismo principio de la solidaridad.
Como consecuencia de este criterio, se consideran merecedores de un
castigo todos aquellos actos que ponen en peligro inútilmente la pro-
pia vida, como el duelo y las corridas de toros. Igualmente debe ser
castigado el conato de suicidio y, en cuanto sea posible, penar el suicidio
por medios indirectos; una medida de este género, aunque discutible
desde el punto de vista de la moral, se dictó en la ciudad de México, hace
cuatro o cinco años, cuando se ordenó exhibir los cuerpos desnudos
de las suicidas.

44. El correctivo que la solidaridad impone a la libertad de con-


tratación, obsérvase igualmente en el derecho internacional. Después
de la Gran Guerra se busca que los derechos de los Estados no se sub-
ordinen al arbitraje, que queda a voluntad de los mismos Estados, sino
que se resuelvan conforme a una regla obligatoria para todos y fun-
dada en la solidaridad internacional, regla dictada por el Consejo
Permanente de Justicia Internacional, creado por el Tratado de Ver-
salles. Este primer ataque a la soberanía absoluta de los Estados, está
muy lejos de realizar el ideal de solidaridad internacional, pero lenta-
mente los Estados irán conviniendo en que es preferible someterse
al derecho que dilucidar sus querellas por medio de las armas, en un
juicio de Dios, primitivo y brutal.
F elipe T ena R amírez 261

En la medida en que se transforme el derecho público interna-


cional, se modificará el privado internacional. Bajo la doble influencia
de la solidaridad internacional y de la solidaridad social de cada país,
este derecho adquirirá la unidad, absolutamente necesaria en las re-
laciones futuras y que si hasta ahora no se ha logrado, ha sido por la
soberanía irreductible y altiva de los Estados.

45. Las transformaciones más notables en la técnica del derecho


constitucional, quedan ya apuntadas al exponer las representaciones
profesional y proporcional, la primera de las cuales introduce una re-
forma en la calidad de los representantes y la segunda en su proporción
numérica con respecto a los electores.

La antigua clasificación de los actos administrativos en actos de


gestión y actos de autoridad, es sustituida por la división de esos
mismos actos en contractuales y unilaterales. Observa Duguit que según
la doctrina de la soberanía los actos de autoridad o de poder público
—puissance publique— no puedan ser ejecutados por simples par-
ticulares, sino que es necesario que los agentes que los llevan acabo
tengan una cualidad propia, una delegación del poder público. Esa expli-
cación es insuficiente para la teoría que considera a los funcionarios
públicos como individuos que sólo difieren de los demás por la natu-
raleza de la función social que desempeñan; ya no habrá actos ejecu-
tados por individuos en calidad de co-contratantes particulares y en
calidad de funcionarios del Estado; habrá simplemente actos contrac-
tuales y actos unilaterales, que para ser válidos deberán estar de
acuerdo con la ley de la solidaridad.
Tercera parte
La síntesis

I. El fin del Derecho

46. En esta última parte de mi ensayo, que constituye propiamente mi


tesis, seguiré un método de investigación totalmente positivo. Me demos-
traré a mí mismo, mediante la observación de los hechos, cada una de
mis afirmaciones; si el lector considera insuficiente la prueba, que atri-
buya el defecto a error en la apreciación del hecho o a inexacta aplicación
del método, pero no a olvido de éste.

Ceñirme estrictamente a la apreciación de los hechos, no es des-


deñar las construcciones metafísicas. Con Maritain, uno de los espí-
ritus más austeros y sagaces de nuestros días, opino que la inteligencia
humana puede apoyarse en el dato sensible para penetrar en la región
de lo suprasensible. Esas son las tendencias actuales de la cultura
occidental, que no quedó satisfecha con la solución dada por el posi-
tivismo a los problemas trascendentales; decir que debe prescindirse
de estos problemas por insolubles, es exacerbar el conflicto entre el

263
264 Serie Jueces ejemplares

anhelo de absoluto, insaciable y tenaz, y la ineptitud radical del hom-


bre para satisfacerlo. Como dice Benda, el éxito de Bergson debiose a
que con él la filosofía volvió a tomar en cuenta los problemas tras-
cendentales. La sociedad actual no ha cesado de creer que la ciencia le
debe lo absoluto; el positivismo no consiguió suprimir la tendencia huma-
na a lo infinito.

Sin embargo, considero que para investigar la función del dere-


cho no es preciso recurrir a nociones metafísicas. Enseguida trataré de
probar que bastan los hechos susceptibles de observación, para escla-
recer la función del derecho. Mi ideal seria realizar el pensamiento de
Spinoza que sirve de epígrafe a esta tesis: lograr que el orden y la
conexión de las ideas se identifiquen con el orden y la armonía de
las cosas.

47. En la base de la tesis individualista había una afirmación


verdadera y justa: el hombre es la única razón de ser del derecho. Así lo
reconoce Bonnecase. Así lo dice Ihering, cuando afirma que las con-
diciones vitales de la sociedad no son más que una abstracción y que
el verdadero sujeto final, único, es el hombre, el individuo.

La tesis socialista pierde de vista la realidad del individuo


bajo la influencia de la sociología, que al elevar a la sociedad a objeto
de una ciencia, afectó necesariamente la importancia del individuo.
Cuando leemos en Levy-Ullmann que ni los positivistas podrían
negar la existencia del hombre, recordamos aquellas palabras de
Comte, que parecen escritas para desmentir al profesor de París: “El
hombre propiamente dicho no existe sino en el cerebro demasiado
abstracto de nuestros metafísicos; en el fondo no hay de real sino la
humanidad”.6

6
Comte, Systeme de Politique Positive, Paris, 1881, I, p. 364.
F elipe T ena R amírez 265

El mismo Comte suministra el argumento contra su afirma-


ción, cuando dice que cada hombre es parte del organismo social, pero
una parte que por su separabilidad es superior a la de los organismos
inferiores. Pues bien, la separabilidad implica la diferenciación, la
distinción, la individualidad, cuando la parte al separarse no cambia
de naturaleza. El miembro separado del cuerpo humano cambia de natu-
raleza, porque se descompone en multitud de materias orgánicas, pero
nadie puede afirmar que Robinsón en su isla deja de ser hombre. Con-
servar la individualidad después de la separación, quiere decir que
hay una distinción real entre los seres que se separan.

La teoría organicista ha decaído visiblemente; hoy día podre-


mos decir a lo más con Novicow, uno de los más ardientes organicistas,
que el hombre todavía no esta en aptitud de darse cuenta de la unidad
orgánica de la sociedad, porque, sumergido en el organismo social,
tendría que contemplar a éste desde afuera para lograr la visión de
conjunto. Pero esta explicación que da Novicow del fracaso actual
del organicismo, no basta indudablemente, pues mientras no se de-
muestre que la sociedad es un organismo en el cual el hombre carece
de individualidad independiente, podremos adoptar tal opinión, pero
será como objeto de creencia. Así opina aun Duguit, quien dice refi-
riéndose a la nación, que del hecho de que millones de personas
piensen y quieran la misma cosa en el mismo momento, no puede
deducirse jamás que, aparte de los millones de voluntades individua-
les, exista una voluntad general, una y colectiva, distinta de ellas y
superior a ellas.

48. Demostrada la realidad de los individuos y probado que la


sociedad carece de personalidad real, investiguemos la naturaleza de
esa realidad que se llama “hombre”.
266 Serie Jueces ejemplares

Para mi objeto, la definición más exacta del hombre es la de


Aristóteles: el hombre es un ser naturalmente sociable.7 Contra esta
definición protestarían sólo los rousseaunianos, pero hace tiempo
que el concepto de sociedad como producto de una convención, se halla
definitivamente abandonado por la ciencia, por ser un concepto anti-
histórico y por contradecir a la observación más elemental. Al nacer,
el hombre necesita de sus padres, éstos de la familia, la familia de la
ciudad y la ciudad del Estado. Las necesidades de estos grupos son dife-
rentes pero hay tal solidaridad entre los engarces de las variadas
necesidades, que la desaparición del vínculo social que las une afectaría
la existencia misma del individuo. Esto no quiere decir que el indivi-
duo sea inseparable de la sociedad, sino quiere decir que el individuo
encuentra en la sociedad los elementos más propicios a su naturaleza
y fuera de la sociedad los mayores obstáculos para desarrollar y aun
para conservar su individualidad.

Si tanto el individualismo como el socialismo han conseguido


conmover las conciencias humanas, es porque uno y otro contienen
fragmento de verdad; el individualismo puso de relieve la realidad
del individuo, el socialismo el aspecto del mismo individuo, pero ambas
doctrinas incurrieron en el defecto de la visión unilateral. Después de
más de un siglo de afirmarse por una parte la realidad del individuo y
por otra su sociabilidad, podemos decir que los dos bandos han coope-
rado, sin pretenderlo, a ratificar enérgicamente la definición del filosofo
de Estagira: el hombre es un ser naturalmente sociable.

49. La naturaleza sociable del hombre plantea el problema de la


coexistencia social.

Si el hombre es un ser naturalmente sociable, jamás debería


estar en oposición con la sociedad. Y sin embargo el hombre puede

7
Aristóteles, Política, trad. Azcárate.
F elipe T ena R amírez 267

ejecutar actos que perjudiquen a la sociedad. Hay una indudable


incompatibilidad entre la naturaleza sociable del hombre y la facul-
tad del mismo para faltar a la sociabilidad, es decir, para contradecir
a su naturaleza. Esto prueba que el hombre tiene una voluntad libre,
una voluntad que no tolera la dirección determinada que existe en las
operaciones orgánicas, una voluntad que puede oponerse a la misma
naturaleza de donde procede.

Suprimir esa incompatibilidad que hay entre la libertad del in-


dividuo y la coexistencia, la incompatibilidad que arranca de la esencia
misma del hombre, porque de ahí surgen las dos tendencias contra-
rias de sociabilidad y de libertad: tal es el objeto del derecho.

Pero el derecho sería ineficaz si se redujera a aconsejar la


fórmula de la armonía entre la coexistencia y la libertad; el derecho
no propone esa fórmula, sino que la impone por medio de la fuerza
pública. La característica del derecho consiste en armonizar la liber-
tad individual con la coexistencia social, mediante reglas de derecho
—fórmulas de la armonía—, sancionadas por la coacción pública.

Para alcanzar la armonía entre individuo y coexistencia, es pre-


ciso limitar al individuo, cuya libertad absoluta destruiría la coexis-
tencia. Pero adviértase que no se trata aquí de dos realidades, el
individuo y la coexistencia; se trata simplemente de individuos, pero
de individuos que por su naturaleza tienen que vivir juntos. Así pues,
se limita al individuo en favor de su propia naturaleza, de su natura-
leza sociable.

Cuál es la formula concreta de la armonía, es decir, cuál debe


ser el contenido de la regla de derecho? Esto es lo que pedía Tanon,
cuando afirmaba que no basta con decir que el objeto del derecho es
la coexistencia, sino que es preciso señalar los limites que impone la
268 Serie Jueces ejemplares

coexistencia al individuo; la fórmula abstracta de la armonía deja


indeterminado el contenido de la regla de derecho.

50. No es posible dar un contenido invariable a la regla de dere-


cho, porque para dictarla hay que tener en cuenta un elemento inva-
riable y muchos contingentes.

El elemento invariable es la naturaleza permanente del hom-


bre; los datos actuales de la biología permiten asegurar que la natu-
raleza humana se ha fijado definitivamente. Para nuestro estudio
la naturaleza permanente del hombre suministra el fundamento de la
idea universal de justicia. ¿Se puede demostrar positivamente la exis-
tencia de esta idea? Antes de probarlo es necesario dejar asentado
que esa idea no es absoluta, porque el hombre no lo es; nadie da lo que
no tiene, proverbio que corresponde al de la filosofía escolástica: “quid-
quid recipitur ad modum recipientis recipitur”. La idea de justicia
de que aquí se trata es una idea relativa, pero que existe en todos los
hombres en estado normal y por eso es universal.

La justicia supone siempre una relación; el acto humano en sí


mismo no es justo ni injusto, sino bueno o malo. La justicia es la bon-
dad trasladada a las relaciones sociales; es una virtud social, como la
quería Aristóteles. ¿Consiste esa virtud en la igualdad, en la propor-
cionalidad de los derechos de los hombres? Tales son sus consecuen-
cias pero la justicia no consiste en eso. Consiste en la forma mejor e
ideal que nos ofrece la conciencia, frente a la forma peor e ideal de las
relaciones sociales que se consideran. Que ese concepto de justicia
tenga su origen en la “naturalis ratio”, según decían los romanos o en
un trasunto de la idea divina, como querían los escolásticos, o bien que
sea, con la escuela de Kant, una representación puramente subjetiva,
es un problema del que se puede prescindir al analizar la función
objetiva, positiva y verificable del derecho; es un problema del que no
F elipe T ena R amírez 269

puede prescindir la filosofía. Para descubrir la función del derecho, es


suficiente con dejar demostrada la existencia del concepto universal
de justicia, que los romanos afirmaron enfáticamente y que la con-
ciencia corrobora. Ni siquiera bajo el influjo de los apetitos inferiores
de la idea de justicia desaparece; simplemente suele ser ineficaz para
sobreponerse a los instintos. En esta lucha de la idea de justicia con
los instintos, el derecho acoge esa idea, la sanciona y al hacerlo la for-
talece. Tal es el elemento invariable del derecho.

Pero si el derecho sancionara nada más esta noción de justicia,


sus reglas serian contadísimas, como lo fueron las de las legislaciones
más antiguas que conocemos; a medida que la vida social se complica,
hay que atender a la manera de hacer posible, más aún, de facilitar la
coexistencia sobre la base de la justicia. Las medidas que se adoptan con
este fin, tienen que ser variables, inspiradas por las necesidades de
cada sociedad en cada periodo de su evolución. Para conocer tales nece-
sidades, suministran datos al jurisconsulto las ciencias que tienen por
objeto a la sociedad en sus diferentes aspectos: historia, economía polí-
tica, moral, religión, pero sobre todo la sociología que es la ciencia
del fenómeno social.

No es posible, pues, definir de manera invariable los límites


concretos que impone la coexistencia, como lo pedía Tanon, pero no
por eso la definición de derecho que hemos dado carece de contenido.
El derecho se inspira en la noción invariable y universal de justicia y
sanciona aquellas condiciones que en cada lugar y en cada época son
indispensables para facilitar la coexistencia humana.

II. La funcion social del Derecho

51. Desde el punto de vista de la función social que desempeñan las


actividades humanas, podemos imaginar una clasificación, en cuya base
270 Serie Jueces ejemplares

colocamos el arte y en la cúspide la milicia. La actividad artística es esen-


cialmente inútil, según lo que decía Kant: el arte realiza la belleza, que
consiste en satisfacer sin interés alguno; es, en concepto de Caso, la
percepción desinteresada, que no tiende a preparar el acto futuro e
inminente de la conducta. La actividad artística no está, pues, deter-
minada por la función social, porque dejaría de ser artística —inútil—;
pero puede desempeñar, sin pretenderlo y accidentalmente, una
función social, educando la sensibilidad de los hombres y exaltando
ciertos sentimientos sociales, como el heroísmo. En el extremo opuesto
a la actividad artística está la milicia, que somete a sus miembros a
una disciplina enérgica y exige de ellos hasta la renuncia de la vida para
el sostenimiento de las instituciones; la paga que recibe el soldado no
corresponde al sacrificio exigido, pues hay profesiones mejor retri-
buidas y menos onerosas, lo que significa que la milicia es actividad
eminentemente social; en efecto es la más social de todas, pues por en-
cima de ella sólo aparecen, como excepciones estupendas, ciertos casos
de sacrificio totalmente altruista y desinteresado, que no pueden cata-
logarse en profesión alguna, porque no hay profesión del heroísmo.

52. ¿Qué lugar ocupa el derecho en la escala imaginada? Desde


el punto de vista social, el derecho esta por encima del arte, porque
desempeña una función social: hacer posible la coexistencia social de los
individuos. Pero si desempeña una función social, no es en favor
de la sociedad como tal sino en favor del individuo, único objeto tan-
gible y positivo, del derecho. El derecho protege al individuo, pero como
éste es un “ser naturalmente sociable”, tiene que protegerlo dentro de
la sociedad. La protección esencial primordial que el individuo requiere
dentro de la sociedad, es la protección en favor de la coexistencia,
porque la coexistencia es elemento natural de la vida individual. El de-
recho, si quiere proteger al individuo, debe proteger a la sociedad.

De esta suerte, el individuo, único objeto del derecho, funda el


valor social del derecho. Esta afirmación está igualmente alejada del indi-
F elipe T ena R amírez 271

vidualismo y del socialismo, entendidos como han sido expuestos en


las dos primeras partes del presente ensayo. El individualismo careció
de la noción exacta de sociedad; el socialismo no sabe lo que es el indi-
viduo. Es preciso asentar que el individuo no tiende a vivir solo, pero
también es necesario afirmar que el individuo no puede aniquilarse
para constituir un nuevo ser que se llama sociedad. El hombre per-
manece con su individualidad completa, mas para poder vivir, para
lograr sostener fisiológica, moral e intelectualmente esa indivi-
dualidad, necesita de los demás hombres, de la sociedad. De aquí
surgen las dos tendencias, que en lugar de ser antagónicas se com-
pletan y armonizan: la tendencia egoísta, que para su perfección
necesita del auxilio de los demás, adquirido a cambio del propio auxilio,
que es lo que constituye la tendencia altruista. Resulta, pues, que el
altruismo, fundamento de la solidaridad, es la condición indispen-
sable del egoísmo, manifestación de la individualidad; si el egoísmo
fuera ilimitado, se destruiría a sí mismo, porque haría imposible la
coexistencia, elemento indispensable del individuo y de su egoísmo.
Podemos concluir: la solidaridad es condición de la individualidad; el
altruismo es la concesión que hace el egoísmo para poder vivir. La fun-
ción social del derecho consiste en el cumplimiento de su fin: armonizar
el fin del individuo con el de la sociedad, la solidaridad con el egoísmo.

53. Así expuesta, la función social del derecho es noción teó-


rica, inferida de la naturaleza del hombre, que se conserva invariable
en todas las épocas. Falta, pues, considerar esa función operando en
determinada época, en la nuestra; veremos que entonces el derecho
cumple su función planteando las soluciones que reclaman los pro-
blemas actuales de la coexistencia.

La lógica socialista es irreprochable cuando presenta como


consecuencia de la libertad individualista la esclavitud de las clases
trabajadoras. No hace sino expresar, con el calor de las reivindica-
ciones sociales, la deducción que ya se había operado en los hechos.
272 Serie Jueces ejemplares

La libertad que proclamaron los individualistas permite la


lucha entre dos seres desiguales, el pobre y el rico; sin violar ninguna
disposición legal, el propietario de una fábrica dispone de la vida de sus
obreros, porque en virtud de la libre contratación puede imponerles
condiciones onerosas, que el obrero tiene que aceptar antes que morir
de hambre.

La igualdad legal disfraza una tremenda desigualdad econó-


mica. Las máquinas exacerbaron las diferencias entre las clases, porque
esclavizaron al obrero al arrancarlo de la industria familiar y al mismo
tiempo acrecieron el poder de los capitalistas, al ponerse las máqui-
nas a su servicio. ¿Dónde está la libertad y dónde la igualdad? No puede
haber libertad entre dos desiguales que luchan, porque el poderoso
acaba por imponer su voluntad al débil.

La enorme diferencia económica entre las dos clases, el egoísmo


natural de la clase superior que cada día exigía más de la inferior al
amparo de la libertad de contratación, hicieron nacer en esta clase
una sorda hostilidad, que pronto se tradujo en una actitud de amenaza.
La coexistencia esta en peligro. ¿Qué solución propone el derecho, cuya
función consiste en mantener siempre la coexistencia?

54. Dos son los factores que alteran económicamente la coexis-


tencia: la densidad de población y los medios de subsistencia de los
habitantes. El influjo del primero sobre el segundo es patente, pues
un aumento de población significa una mayor demanda de satisfac-
tores. Pero en los medios de subsistencia también influye la naturaleza
del lugar, lo que repercute a su vez en la densidad de la población;
un país pobre es un país poco poblado. Así se ve que ambos factores
están íntimamente vinculados.

La regla jurídica debe dictarse ante todo en vista de los dos fac-
tores económicos que influyen en la coexistencia. No pueden estar some-
F elipe T ena R amírez 273

tidos al mismo régimen jurídico de la sociedad francesa del siglo X y la


sociedad francesa de nuestro siglo; en la primera las obligaciones entre
los hombres eran menores, porque ha menor población hay mayor es-
pacio para cada hombre: los hombres se estorban menos; en la segunda,
las obligaciones aumentan al aumentar la población. Llega un momento
que al escasear los medios de subsistencia por la densidad de población,
es indispensable imponer a los individuos obligaciones de un nuevo
género con el fin de restablecer la ecuación entre subsistencia y pobla-
ción, factores ambos de la coexistencia. Como consecuencia decrecen
los derechos del individuo, pero no en favor de ese ser metafísico que
Augusto Comte creó para uso particular con el nombre de Gran Ser
(Grand-Etre), sino a favor de los mismos individuos.

De este modo la propiedad debe perder sus características romanas,


que permitían inclusive la destrucción inmotivada de la cosa; ésta por
el contrario, debe dar todo el provecho de que es susceptible, porque
no puede permanecer inútil una sola parte de una sola cosa cuando
hay masas de hombres miserables que necesitan de ella. Y si el propie-
tario no es capaz de obtener la máxima utilidad de su cosa, el Estado
debe ponerla en mejores manos, porque no es justo sacrificar a la
ineptitud o al capricho de uno solo al interés de muchos.

Lo mismo acontece con el contrato; es preciso establecer la igual-


dad efectiva entre los contratantes, para lo cual se necesita limitar por
la ley —artificialmente—la libertad del más poderoso, en la medida que
está limitada por la necesidad —prácticamente— la libertad del débil.

Para lograr la transformación de las instituciones jurídicas en


el sentido que indico, no basta ciertamente el sistema de obligaciones del
derecho individualista; las obligaciones de hacer tienen que aumentar;
al “alterum non laedere” debe acompañar el “suum cuique tribuere”, atri-
butivo y activo.
274 Serie Jueces ejemplares

55. Es necesario darse cuenta de que la realidad que debe


acoger el derecho, es el egoísmo de los hombres. El altruísmo desin-
teresado, la virtud que con el nombre de caridad predicó Cristo, por
estrictamente moral no pertenece al derecho. No es por eso el altruís-
mo por el que los hombres cooperan en la obra de la solidaridad social,
sino por egoísmo, por que cada hombre necesita de los servicios de
los demás. El derecho debe fundar sus construcciones sobre la base
indiscutible y real del egoísmo. Esto ha sido el mérito de Duguit
sobre Comte; el eminente jurista no adoptó las ilusiones del filósofo
que pretendía sustituir el culto teológico por el culto a la humanidad.

Comprendamos que el individualismo se manifiesta en forma


de socialismo, cuando su idea central se desenvuelve con lógica. Por
una parte, es el individuo el titular de todo derecho, porque es él el único
objeto de la norma; y por otra, debe fundarse el derecho en el egoísmo
individual, que fomentado por el lucro persigue en la cosa el máximum
de provecho.

Pero si se deja la vida social a merced de los egoísmos indivi-


duales, la coexistencia es imposible. Entonces interviene el derecho,
limitando los egoísmos, pero en provecho de ellos mismos, porque nece-
sitan de la coexistencia. Si el límite jurídico lo ponemos al servicio de
otra idea que no sea el egoísmo, el derecho se desvanece en la utopía.

El hombre es el único ser que interesa al derecho, porque es la


sola realidad sobre la que se basa la coexistencia. Pero si esto no bas-
tara, desde el punto de vista de la función social del derecho el indi-
viduo debe de ser el titular de todo derecho, porque sólo el egoísmo
individual es capaz de obtener el máximo beneficio de una cosa. Esas
dos razones, positivas y reales, fundan el derecho subjetivo, es decir
el derecho desde el punto de vista de las ventajas que reporta direc-
tamente al individuo.
F elipe T ena R amírez 275

El derecho objetivo, esto es, el derecho considerado desde el


punto de vista social, en cuanto que procura la coexistencia, limita
el derecho subjetivo, directamente en beneficio de la coexistencia,
indirectamente en beneficio del individuo, que es protegido cuando
se protege la convivencia.

De lo expuesto se deduce que el derecho converge siempre hacia


el individuo. Su misma función social se orienta en definitiva hacia el
individuo.

Esto parece individualismo puro, que acrisoló al rechazar aquellas


instituciones que estaban en el fundamento mismo del individua-
lismo, pero que no protegían debidamente al individuo. No admito los
conceptos individualistas de libertad y de igualdad, porque son nocio-
nes teóricas y abstractas, que en la práctica se traducen en desigual-
dad de clases y en opresión de pocos sobre muchos, es decir, en
perjuicio de determinados individuos. Eso no es igualdad ni es liber-
tad. La ley no debe consagrar la igualdad natural, sino la igualdad
artificial; no debe sancionar la libertad salvaje, sino la libertad dentro
de la sociedad, la libertad de buscar los medios más adecuados para
satisfacer siempre las necesidades propias y las ajenas, porque sólo
así se mantiene la coexistencia.

Por mis ideas de libertad y de igualdad me encuentro con los socia-


listas, pero no es más que un cruce de caminos. El jurismo de mi tesis
me aleja de los sociólogos, que absorben en la sociología las disciplinas
jurídicas. Reivindico la autonomía del derecho.

III. El Estado

56. Comencemos por determinar en dónde reside la soberanía. Este


concepto político corresponde al concepto jurídico de la libertad indi-
276 Serie Jueces ejemplares

vidual. El derecho no se plantea el problema del libre albedrío, que


carece de solución indubitable; para el objeto que se propone el derecho,
no importa que la voluntad esté o no determinada en el sentido filo-
sófico, pues lo que interesa al derecho es el acto externo de la voluntad,
que es el que se relaciona con la coexistencia; es el acto volitivo externo
el protegido por el derecho contra determinaciones también externas.

Pues bien, cuando esta noción de libertad jurídica se extendió a


un nuevo titular, surgió la soberanía. La soberanía es también la facul-
tad de determinarse por sí mismo, la facultad que en su ejercicio no
tolera determinaciones externas. Pero cambia el sujeto de esa voluntad,
pues no es el individuo sino la nación.

A fuerza de pretender asemejar la soberanía con la libertad


individual, Rousseau fingió una voluntad colectiva, facultad de una
persona real y distinta de los individuos, llamada nación, que por
determinarse libremente es soberana. Desde el punto de vista de las
realidades demostrables, la teoría de Rousseau era insostenible, pues
lo único realmente existente es una comunidad de hombres, llámase
nación, sociedad o humanidad, son los individuos. Pero si en lo relativo
a la naturaleza del titular de la soberanía la teoría de Rousseau fra-
casó, en lo que respecta al hallazgo de ese mismo titular, su triunfo
ha sido perdurable. La nación no es una persona distinta de los indi-
viduos, pero es en la mayoría de individuos que componen la nación
donde reside la soberanía. Es la mayoría la que decide, porque cuenta
con la fuerza y porque es justo que habiendo intereses diversos, mani-
festados en opiniones diferentes, se prefiera proteger el interés del
mayor número. Ante estas realidades, es inexacta la expresión de “la
soberanía reside en la nación”, que consagró la revolución francesa.

Si la esencia misma de la soberanía excluye toda determina-


ción externa, el acto de la mayoría soberana tiene que desconocer todo
F elipe T ena R amírez 277

límite. Esta es la consecuencia absolutamente lógica de la teoría, pero


se amengua en la práctica, porque los que no reconocen determinantes
externos, se sienten no obstante determinados por su propia cultura,
por sus antecedentes históricos y sobre todo por la necesidad de aten-
der a los intereses de la minoría en provecho de la coexistencia.

La vida institucional de un pueblo debe comenzar por un acto


soberano, que al formar la ley suprema pone para siempre los cimien-
tos de las instituciones. De allí en adelante, nadie es soberano. No lo
son los poderes que establece la ley suprema, porque en la propia ley
encuentran sus limitaciones. No lo es el poder autorizado para reformar
la constitución, porque ese poder necesita someterse a numerosas condi-
ciones al operar la reforma. Ni siquiera el pueblo puede volver a ejercitar
su soberanía, pues él mismo se limitó al instituir los poderes y esta-
blecer la manera de reformar la constitución. Un nuevo acto soberano
sólo tendrá lugar a consecuencia de una revolución, cuando la ley su-
prema llegue a ser un obstáculo insuperable para la vida nacional,
cuando la técnica para reformarla no satisfaga cumplidamente las
necesidades de renovación. El pueblo rompe entonces las trabas que
él mismo se dio y la soberanía latente se pone de nuevo en ejercicio.

El adversario más inteligente y audaz de la soberanía, León


Duguit, no ataca las ideas expuestas, porque parece ignorarlas.
Indiscutible maestro de derecho constitucional sobre textos franceses y
alemanes, Duguit no se ha dado cuenta de las asombrosas lecciones
prácticas de derecho público que está dando el pueblo norteamericano.
Así se explica que en 1921, en la Universidad Americana de Columbia,
Duguit haya dicho estas palabras: “soberanía, poder público, poder
del estado, autoridad política, todas estas expresiones son para mí
sinónimas, y empleo la palabra soberanía porque es la más corta y la
más cómoda”.7 Ese es el concepto alemán de soberanía; Jellineck pone

7
Duguit, Soberanía y Libertad, trad. Acuña, Madrid, 1924, p. 131.
278 Serie Jueces ejemplares

la soberanía en el poder público, en el estado, el cual se autolimita,


porque para él no hay límite alguno externo; es decir, que mientras
para nosotros sólo el pueblo es soberano en el acto supremo de su
vida cívica, para Jellineck sólo el estado es soberano, en todos los momen-
tos de su existencia. De aquí que los ataques de Duguit, muy justos
cuando se dirigen contra la teoría alemana del Estado, no vulneren
en nada el concepto americano. De aquí que no podamos decir que
la noción americana de estado corresponda a la noción romana de “im-
perium”, que Duguit impugna con el vigor y talento que pone de
relieve su incomparable estilo.

Tarde o temprano la vieja Europa habrá de remozar su derecho


público, que conserva resabios de secular absolutismo, en las enseñan-
zas objetivas y plásticas del pueblo americano, que tuvo su cuna en un
acto de democracia, que se ha nutrido siempre de libertad y que
ofrece al mundo un derecho público que adquiere en Marshall la ele-
gante exactitud de los jurisconsultos romanos.

El mismo Duguit ha debido de hacer restricciones a su obra,


cuando se ha adentrado un poco por las instituciones americanas. Sir-
va de ejemplo el siguiente. Cuando Duguit pronunció en 1908 las
conferencias que más tarde se publicaron bajo el título de “la transfor-
mación del Estado”, aseguró que no existe medio de organizar prácti-
camente ninguna represión eficaz de las instrucciones del Estado
soberano en la esfera de los derechos del individuo.8 Esa afirmación
sería inexcusable en los países donde existe el juicio constitucional,
principalmente cuando éste adopta la forma de juicio de amparo de los
derechos individuales que consagra la constitución. Así lo com-
prendió Duguit durante su permanencia en Estados Unidos en 1921,

8
Duguit, La transformación del Estado, trad. Posada, p. 217.
F elipe T ena R amírez 279

donde pronunció las siguientes palabras, después de hablar exten-


samente con el Presidente de la Corte Suprema: “estas garantías (en
favor del individuo y en contra del Estado) no pueden residir más
que una alta jurisdicción de reconocida competencia, cuyo saber e
imparcialidad estén a cubierto de toda sospecha y ante cuyas deci-
siones se incluye todo el mundo, gobernantes y gobernados, hasta el
mismo legislador…. Corresponde a los Estados Unidos el honor de
haber constituído un sistema que casi asegura la realización de este
ideal….”.9

57. Queda expuesto que el Estado no es soberano; resta saber qué


relación existe entre el Estado así entendido y la función del derecho
como ha sido explicada anteriormente.

Es la ley constitucional la que impone los límites e inviste a los


poderes de competente autoridad, pero no puede pasar de allí. La auto-
ridad instituída por la constitución y obrando dentro del área mar-
cada por ésta, es la llamada a dictar y a aplicar el derecho objetivo.

El derecho objetivo debe tener por fin armonizar los derechos


individuales dentro de la sociedad, es decir, hacer posible la coexis-
tencia, condición “sine qua non” de la individualidad. No hay, pues,
derecho subjetivo y derecho objetivo, como los considera Duguit, el
primero orientado hacia el fin individual y el segundo hacia el fin
social. Todo el derecho tiene por fin la protección del individuo, mas
para alcanzar este fin todo el derecho debe proteger la coexistencia.
En tanto el derecho se preocupa de la sociedad, en cuanto ésta interesa
al individuo; en tanto persigue un fin social, en cuanto de éste depen-
de el individual. Si hemos de hablar de derecho subjetivo y de derecho

9
Duguit, Soberanía y Libertad, cit, p. 295.
280 Serie Jueces ejemplares

objetivo, sólo puede ser en la acepción de los civilistas; el primero sig-


nifica la facultad del individuo limitada por la norma; el segundo es
la norma que limita la facultad del individuo, lo que equivale a decir
derecho positivo.

La facultad del individuo, el derecho subjetivo en la acepción


civilista, ¿es concesión del Estado o derecho natural del individuo? ¿Nos
sumamos a Ihering o a Beudant? Debo dar una respuesta con la idea
central de mi tesis. He pretendido demostrar que el hombre es la
única realidad del derecho, pero al lado de esta afirmación he puesto
otra tan importante como la primera, puesto que surge de la esencia
misma del individuo: el hombre es un ser naturalmente sociable. La rea-
lidad del individuo implica su sociabilidad; si el individuo existe,
existe como ser sociable. De no existir el individuo, sino sólo la sociedad
como organismo real, el derecho no tendría razón de ser; en su lugar
la sociología desempeñaría el papel de biología social. Y de no ser el
individuo un ser sociable, tampoco existiría el derecho, porque el de-
recho es siempre una relación. El derecho responde a la necesidad
de armonizar las realidades individuales dentro de la sociedad. Por
lo tanto, el derecho acoge a los individuos como a realidades que se
imponen; no les va a conceder nada, porque toda concesión sería una
redundancia para el ser que es completo en sí mismo; la ley lo que
hace es proteger la conservación y el desarrollo del individuo para lo
cual necesita indispensablemente proteger la coexistencia. Dentro
de la convivencia, cada hombre tiene frente a los demás hombres el
derecho a conservar y desarrollar su individualidad; esto no es conce-
sión de la ley, sino la realidad en vista de la cual se hace la ley. Por
consiguiente, opino contra Ihering que el derecho subjetivo no es conce-
sión del Estado. Es un derecho natural, en cuanto se funda en la natu-
raleza permanente del hombre; pero no es un derecho natural que
participe para la permanencia de la naturaleza humana, como lo
querían Beudant y los individualistas; en efecto, las condiciones de
F elipe T ena R amírez 281

la coexistencia son enormemente variables, por lo que es necesario


que las facultades del individuo también cambien, en la medida y ma-
nera como lo exija la convivencia. La convivencia jamás exigirá el sacri-
ficio de la individualidad, como el individuo nunca pedirá que termine
la coexistencia; la vida social y la vida individual se condicionan recí-
procamente. El estado tiene por misión lograr la armonía entre las
dos, mediantes reglas de derecho que evolucionan de acuerdo con
las necesidades de la vida en común.

58. Para concluir expondré mi opinión sobre el discutido pro-


blema de la representación popular.

Todos están de acuerdo en que el voto individual es el primer


fundamento de la representación. Pero a partir de aquí se presentan
dos problemas.

Es el primero la limitación al derecho de votar. Considero con


el señor Rabasa que este derecho es un derecho activo, cuyo goce con-
siste en su ejercicio, por lo que sólo debe concederse al capaz de disfru-
tarlo, al que tiene la aptitud suficiente para darse cuenta del acto que
ejecuta. Demuestra tener capacidad quien exige el derecho; durante la
Gran Guerra las mujeres europeas comprendieron que habían llegado
a valer tanto como los hombres, cuando los sustituyeron en labores
que antes estaban vedadas para ellas; por eso hoy exigen ingresar a la
vida política con derechos idénticos a los de los hombres. Reclamar
el derecho del voto es signo inequívoco de capacidad; pero si se quiere
descubrir ésta por un indicio seguro, aunque más simple y verificable,
téngase por indicio de capacidad el saber leer y escribir. El origen de
nuestro desastre nacional consiste en que se ha otorgado el derecho
de voto a una clase que no lo ha pedido, que no sabe leer ni escribir y
que no comprende al menos el acto material que ejecuta en el momento
de votar; al penetrar a la vida pública una masa desorientada e igno-
282 Serie Jueces ejemplares

rante, sólo puede servir para provecho de los políticos sin escrúpulos
y de los agitadores sin decoro.

El segundo problema es el relativo a la representación propor-


cional, y por clases. En este punto es preciso hacer una sabia distinción
que figura en la obra de Esmein. Una cosa es la representación y otra la
decisión. Es de justicia que en las cámaras se tenga en cuenta no sólo a
la mayoría, sino también a todas las minorías; esto se obtiene organi-
zando la votación mediante alguno de los numerosos sistemas de
representación. Pero una vez que se ha expuesto la opinión de cada grupo,
es necesario decidir; la decisión debe ser tomada por mayoría, pues
sería absurdo que en una misma decisión prevalecieran una o más opi-
niones contradictorias. Respecto a la representación por clases que
propone Duguit, sus dificultades parece más bien de técnica que de
teoría. A los sindicatos no les conviene que sus intereses estén a cargo
de representantes aislados, por lo que acabarán por entrar en las cá-
maras con todo el vigor que les da su personalidad colectiva. Ante su
empuje están cediendo los atributos abstractos de la soberanía, como
la indivisibilidad. La constitución alemana de 1919 realiza un ensayo de
este régimen; el parlamento inglés promulga como leyes en materia
obrera los acuerdos que previamente han adoptado los sindicatos; todos
los países, mediante ejemplos inimitables que nacen de su propia alma
nacional, sancionan la fuerza de los gremios. Así es todo el socialismo.
La historia acabará por decir que el socialismo ha sido uno de los ensa-
yos más eficaces a favor del individuo.
Conclusiones

1a. El objeto del derecho es el hombre;

2a. El hombre es un ser naturalmente sociable;

3a. La función del derecho es realizar la coexistencia de los


seres naturalmente sociables, mediante reglas sancionadas por la
coacción pública;

4a. Las reglas sancionadas por la coacción pública se inspiran


en el elemento invariable de la noción universal de justicia y en los
elementos variables, indispensables para la coexistencia, que ofrecen
cada lugar y cada época;

5a. En nuestra época, para mantener la coexistencia es pre-


ciso establecer la igualdad legal como rectificación a la desigualdad
natural y limitar la libertad del individuo dentro de la igualdad legal;

283
284 Serie Jueces ejemplares

6a. El estado es el encargado de dictar, aplicar y apoyar con la


fuerza pública las reglas de derecho que persiguen el fin indicado;

7a. Para dictarlas, la mayoría decide soberanamente, pero debe


tener en cuenta la opinión de las minorías y de las clases profesionales
organizadas y representadas como tales.

FIN
4. El Juez y sus resoluciones
4.1. Criterios de la Sala Auxiliar

S on innumerables las resoluciones del más Alto Tribunal,


ya sea en Salas o en Pleno, en las que intervino Felipe
Tena Ramírez. En ellas se reflejan las características esenciales de un
Juez a las que también podemos agregar su innegable sabiduría.

Pretender un comentario de aquéllas, así fuese breve, o simple-


mente resumirlas, resultaría una labor titánica por no decir imposible.
De manera que me veo obligado a referirme sólo a unas cuantas que
consideré relevantes. Conté con el amable apoyo de Mariano Azuela
Güitrón para que comentara algunas de ellas.

Como ya lo mencioné en la parte inicial de esta investigación,


Tena llegó a la Sala Auxiliar que fue creada para aliviar el rezago que pa-
decía la Suprema Corte y, posteriormente, formó parte de la Segunda
Sala del más Alto Tribunal.

Cabe destacar que esa Sala Auxiliar —integrada entonces por


Mariano Azuela Rivera, Gabriel García Rojas, Ángel González de la Vega,

287
288 Serie Jueces ejemplares

Rafael Matos Escobedo y Felipe Tena Ramírez—, sostuvo algunos


criterios que, por ser contradictorios con los de la Sala Civil, debie-
ron ser examinados por el Pleno para resolver las oposiciones y deter-
minar las tesis que debían observarse en lo futuro.

Así, en sesión pública extraordinaria del 21 de abril de 1953


—comenzó a las 11:15 hrs. y se levantó a las 20:30 hrs.—, la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, actuando como Tribunal Pleno, resolvió
los casos, integrando las tesis jurisprudenciales números 1022, 1023
y 1024, visibles en las páginas 1847 a 1851 del Apéndice del Semanario
Judicial de la Federación 1917-1954, cuyos rubros son:

“1022. SOBRESEIMIENTO EN EL AMPARO POR FALTA DE


PROMOCIÓN. EL TÉRMINO RESPECTIVO SE INICIA A PARTIR DE LA
NOTIFICACIÓN DEL AUTO DE ADMISIÓN DE LA DEMANDA.”

“1023. SOBRESEIMIENTO EN EL AMPARO POR FALTA DE


PROMOCIÓN. LOS ACTOS PROCESALES INTERRUMPEN EL TÉR-
MINO RESPECTIVO.”

“1024. SOBRESEIMIENTO EN EL AMPARO POR FALTA DE PRO-


MOCIÓN. LOS DÍAS INHÁBILES DEBEN EXCLUIRSE AL COMPUTAR
EL TÉRMINO RESPECTIVO.”

Lo notable es que en los tres casos prevaleció el crite-


rio de la Sala Auxiliar, que en la tesis 1023 compartía con la Sala
Administrativa.

4.1.1. Planteamiento del problema

La única tesis que se comentará —de entre las tres analizadas por el
Pleno— estimo que puede ser la más significativa en los términos que
F elipe T ena R amírez 289

se refieren al fin último del derecho: la justicia. Al cierre de su inter-


vención, y en representación de todos los integrantes de la Sala Auxiliar,
Felipe Tena Ramírez dijo que sobre la gramática y la ciencia del derecho,
está el deber sagrado de entender al pueblo, de tomar su pulso, de bajar
a su ignorancia y a su decepción.

El Pleno de la Suprema Corte habría de tomar la decisión de si,


para sobreseer en el amparo por falta de promoción en el término de 180
días, habían de considerarse tanto los días hábiles como los inhábiles
o si, por el contrario, deberían ser descartados éstos últimos del conteo,
ampliando así los días naturales para efectuar promociones dentro
del juicio de amparo.

4.1.2. Intervención inicial del Presidente del más Alto


Tribunal

Para poder explicar el alcance de esta valiosa decisión que había de


tomar la Suprema Corte de Justicia, Hilario Medina Gaona —entonces
su Presidente— expresó que la misión que nuestra Ley Suprema en-
comienda a la Suprema Corte en este caso, es sencillamente el otor-
gamiento de una novísima facultad o atribución que no tenía en las
legislaciones anteriores.

Estas decisiones de la Suprema Corte tienen tal importancia y tal


fuerza jurídica, que no encuentro en nuestros antecedentes, nin-
guna cosa que pueda equiparárseles. Recuerdo que la Audiencia de
México, que fue el Supremo Tribunal hasta la Constitución Federal
de 1824, tenía facultad de dictar lo que se llamaban “Autos Acor-
dados”, que eran verdaderas disposiciones de carácter legislativo
aplicables a todos los órganos de actividad judicial. Y no había vuelto
hasta ahora un tribunal colegiado, ni la Suprema Corte, a usar una
atribución de esta naturaleza. De manera que las decisiones que se
tomen aquí, tendrán que contener, –y así lo haré notar en su opor-
tunidad a los señores Ministros dictaminadores, para que al fina-
290 Serie Jueces ejemplares

lizar puedan ampliar su proyecto– la solemne declaración que hace


la Suprema Corte en uso de esa facultad, contenida en la disposición
a la que acabo de dar lectura (fracción XIII del artículo 107 consti-
tucional), de que ha decidido que tal o cual jurisprudencia, tal o
cual tesis, sea obligatoria para las Salas de la Corte y para los Tri-
bunales de la República. Y en ese concepto adquiere gran relieve
la resolución que se dé aquí, a los importantes problemas que se van
a tratar.

Penetrados como estamos todos, de la importancia y de la actualidad


de estos problemas, me parece inútil manifestar, que cada uno de
los señores Ministros aportan su talento, su cultura, su inteligen-
cia, su buena fe y su patriotismo, y que si la Suprema Corte llega a
alcanzar un nuevo acierto en su larga carrera de aciertos, no será
sino para beneficio de la jurisprudencia y del Derecho Nacional…239

4.1.3. Intervención de Tena Ramírez en la discusión del tema

La intervención de Felipe Tena se generó por dos vertientes sepa-


radas pero paralelas. Primero, el ambiente psicológico en que se gestó
el criterio de la Sala Auxiliar y, segundo, refiriéndose a los fundamen-
tos de la jurisprudencia contraria.

El principio fundamental de la postura tomada por la Sala Auxiliar


fue coincidente con una resolución de la Sala Civil en la que “se estimó
con toda justicia que el declarar sobreseídos los amparos directos y
desistidos a los recurrentes de la revisión, era una denegación de la jus-
ticia y una pena a las partes en morosidad o retardo en el despacho”.240
Así queda puntualizado que la Sala Auxiliar reconoce a la caducidad como
una medida odiosa que coarta derechos y restringe libertades.

239
Semanario Judicial de la Federación, Quinta Época, Tomo CXIX (Sentencias dictadas
por la Suprema Corte en el primer trimestre de 1954), México, 1954, pp. 12-13.
240
Semanario Judicial, op. cit. p. 18.
F elipe T ena R amírez 291

Sin embargo, es comprensible que la medida sea necesaria ya


que el rezago que pesaba sobre la Suprema Corte alcanzaba en ese
momento los treinta mil expedientes de amparo, y es el mismo Tena
Ramírez quien dice “Debemos, pues, entender que se trata de un mal
necesario, y por serlo, hay que tomarlo como el veneno en la medida
indispensable para que el mal produzca los efectos benéficos que de
él se esperan…”. 241 El peligro que pesaba sobre una inmensa canti-
dad de expedientes es que serían descartados por no presentar actividad
alguna de cualquiera de las partes.

Como segundo punto, y analizando las argumentaciones de la


tesis de la Sala Civil contrarias a las presentadas por la Sala Auxiliar,
Felipe Tena las divide en los órdenes “gramatical” y “jurídico”. Donde
admite que:

…El argumento de índole gramatical está muy lejos de ser deci-


sivo en esta discrepancia de criterios, en lo cual estamos de acuerdo
con la moderna doctrina de interpretación jurídica, sobre todo de
la interpretación de carácter constitucional. Las palabras inopor-
tunas, baldías, intrusas, perturban y menoscaban muchas veces la
intención del escritor, aun de los maestros del lenguaje. Para res-
catar el sentido del pensamiento defraudado por la expresión, es
preciso no considerar aisladamente los vocablos, no dar beligerancia
ni autonomía a cada vocablo, tanto más, si se trata de alguna de esas
palabras de naturaleza espuria; sino que es preciso situarse dentro
del cuadro general del sistema. Y el cuadro general del sistema, en
este caso, es una tradición de casi un siglo de derecho mexicano, en el
sentido de que se excluyan de los términos judiciales los días inhábi-
les. Esta tradición, que nos preocupó sobremanera expresarla en
nuestra ejecutoria.242

Así, gramaticalmente considera que aplicar el término “conse-


cutivo” al cómputo de los 180 días de plazo sin descontar los días inhábiles

241
Ibid., p. 19.
242
Ibid., p. 21.
292 Serie Jueces ejemplares

“…es inaccesible para el público, es una interpretación de carácter téc-


nico que no coincide con la acepción de la palabra… la acepción natural,
la más llana y accesible para quienes se enfrentan con los términos
de la ley, es la consistente en eliminar del cómputo del término los
días inhábiles; y en esta acepción el día lunes es consecutivo del día
sábado…”. Finalmente agrega: “¿podemos darle tal beligerancia, y tal
poderío a una palabra, de suerte que ella sola desnaturalice el sistema
secular?”.243

Paralelamente, en lo que se refiere al orden jurídico de la contro-


versia que es de mayor consistencia, Felipe Tena se pregunta si el
término de la caducidad del amparo es de los términos (1) en el juicio
o (2) para el juicio. Explica que “…los primeros se llaman términos
procesales, los segundos términos civiles. Los primeros ocurren dentro
del proceso y se regulan por el derecho objetivo; los segundos se pre-
sentan fuera del proceso y se regulan por el derecho sustantivo”, y
determina que, en casos donde interviene la autoridad, las diferentes
legislaciones descartan los días inhábiles, mientras que histórica-
mente en los casos donde no interviene la autoridad judicial el conteo
sí ha de incluir los mismos, a lo que puntualiza: “…el término de la cadu-
cidad que provoca la extinción del proceso, es un término que nace
dentro del juicio, cuando todavía existe el juicio; es un término que
se desenvuelve dentro del juicio y que se extingue dentro del juicio,
pues es al día siguiente de expirado el término, cuando se produce la extin-
ción del juicio”.244

Finalmente, en lo que Felipe Tena Ramírez calificara de “sentido


común”, se presenta la consideración esencial que distingue a los im-
partidores de justicia de los simples ejecutores de la ley, con las siguien-
tes palabras:

243
Ibid., pp. 21-22.
244
Ibid., pp. 22-23.
F elipe T ena R amírez 293

¿Cómo entenderá el hombre de la calle, con el sólo utensilio de su


sentido común, la disposición de los 180 días consecutivos? Esta
disposición que nosotros estamos tratando de interpretar como
jueces de derecho está llamada a ser aplicada, usada, en la vida coti-
diana por el hombre de la calle, sin mayor exégesis jurídica, llana-
mente, ingenuamente. ¿Podrá pensar ese hombre, podrán pensar
los millares de gentes que tienen pendientes amparos ante la Su-
prema Corte que en un día domingo pueden venir a llamar en la
acerada puerta de este edificio para que les reciban su promoción?
La puerta de este edificio me parece una realidad con categoría de
símbolo. En los días hábiles desaparece como puerta, se desliza en
el muro permeante como si se quisiera hacer desaparecer del san-
tuario de la justicia hasta la sombra amenazante de la puerta; pero
en los días inhábiles, en los días en que no se imparte justicia, en
los días nefastos de los… romanos, la puerta de la Suprema Corte
no sería capaz de recoger en su bronce denso, sordo e impasible el
reclamo de los nudillos de un quejoso que viniera a presentar su pro-
moción, ni siquiera los embates de una muchedumbre que llegara
a exigir justicia. Y si ello es así, la conclusión que el sentido común
le impone al hombre de la calle tiene que ser nítida e irrefragable.
Si en los 180 días que me otorga la ley, —pensará ese hombre— se
incluyen los días inhábiles, los días inútiles, los días que no son días
para la finalidad que se propone la ley, entonces no son 180 días los
que se me conceden; en el trayecto que media entre la ley y su apli-
cación ha habido un escamoteo de treinta o cuarenta días, que se
me otorgaron de nombre, pero no de hecho.

Es, señores Ministros, para interpretar las necesidades y el sentir


de esa gente que tiene derecho para pensar y hablar de ese modo
para lo que —por encima de todo— estamos aquí. Por encima de la
gramática y si es preciso de la ciencia del derecho, está el deber
sagrado de entender a nuestro pueblo, de tomar su pulso, de bajar
a su ignorancia, y a su decepción. Así lo ha entendido la Sala
Auxiliar…245

245
Ibid pp. 25-26.
4.2. Criterios en la Segunda Sala

4.2.1. Aportación jurídica de Mariano Azuela Güitron

“E n cuanto a las tesis pongo de relieve, una sobre la afi-


liación de los gerentes al régimen del Seguro Social,
otra, sobre la procedencia del recurso de revisión fiscal cuando el
asunto fuera de importancia y trascendencia y la última, sobre la com-
petencia de la Segunda Sala para conocer del recurso de revisión
en amparo indirecto, cuando el asunto reuniera el requisito de im-
portancia trascendente para el interés nacional… Para efectos de
esta aportación y como participante en calidad de Secretario de Es-
tudio y Cuenta de Don Felipe, tengo conciencia de la participación
fundamental que tuvo en estos criterios, no sólo por ser Ponente
en asuntos relacionados, sino por sus intervenciones para defen-
derlos en las sesiones respectivas.

295
296 Serie Jueces ejemplares

4.2.1.1. El gerente de una empresa frente


al Instituto Mexicano del Seguro Social

“En cuanto al tema del Seguro Social el criterio básico se estableció en


la tesis que lleva por rubro: GERENTE GENERAL DE SOCIEDAD
ANÓNIMA. PARA DETERMINAR SU AFILIACIÓN AL SEGURO
SOCIAL DEBE ATENDERSE A SU SITUACIÓN JURÍDICA CONCRETA
Y NO SÓLO A SU DENOMINACIÓN”.

“Los argumentos sustentados fueron, en esencia, los siguientes:

1o. Debe determinarse si existe una relación laboral entre él y la socie-


dad anónima a la que sirve.

2o. Para establecerlo afirmativamente no basta fijarse en la denomi-


nación “gerente general”.

3o. Debe acudirse a la situación jurídica específica precisada en la escri-


tura constitutiva sobre el gerente general.

4o. Si bajo esa denominación se trata de un administrador gene-


ral, será el órgano de administración y no tendrá el carácter de
trabajador.

5o. Mientras no se demuestre esa situación deberá presumirse


que el llamado “gerente general” actúa en los términos del artículo
146 de la Ley de Sociedades Mercantiles, o sea sin integrar la volun-
tad de la sociedad, sino como representante ejecutor de sus deter-
minaciones, actuando bajo la decisión del órgano de dirección o sea
como dependiente de ella, teniendo por lo mismo calidad de traba-
jador obligado a afiliarse al Seguro Social.

Este criterio permitió resolver posteriormente muchos proble-


mas relacionados, emitiéndose en cada caso la tesis específica
correspondiente”.
F elipe T ena R amírez 297

4.2.1.2. Requisitos para la procedencia de la revisión fiscal

“En cuanto al tema de la procedencia del Recurso de Revisión Fiscal


recuerdo perfectamente el argumento esgrimido por Don Felipe, en
el debate, convincente para los integrantes de la Sala sobre el rigor
con el que debía procederse sobre la base de excepcionalidad de esa
instancia.

“El Ministro Tena Ramírez argumentó que la Revisión Fiscal ante la


Suprema Corte en contra de una sentencia dictada en revisión por
el Pleno del Tribunal Fiscal de la Federación constituía una ventaja
indebida para la autoridad en tanto contaba con una instancia más
a las concedidas al particular. En efecto, si en primera instancia ante
una Sala del Tribunal se obtenía una sentencia desfavorable, pro-
cedería el Amparo Directo, en donde se emitiría una sentencia
ejecutoria.

“Por el contrario, de ser desfavorable la sentencia de primera


instancia para los intereses de la autoridad, ésta tendría una oportu-
nidad ante el Pleno del Tribunal Fiscal y si la sentencia confirmaba
la anterior procedería un nuevo recurso de revisión fiscal ante la Su-
prema Corte. Consecuentemente, para la aceptación de su proceden-
cia requeriría el planteamiento de su importancia y trascendencia y,
además, la Sala debía coincidir con esa conclusión.

“Por lo anterior los criterios sobre esta materia se traducen en una


tesis sobre el ejercicio de la Suprema Corte de una facultad discre-
cional pues además de tenerse que justificar, por separado, por el
Secretario de Hacienda y Crédito Público, la reunión de los requi-
sitos de Importancia y Trascendencia, el más Alto Tribunal definirá
esa situación al examinar si así sucede y sólo si hay coincidencia esta-
blecerá la procedencia. Ahora bien, para determinar si el asunto es
importante y, además trascendente, se debe determinar la impor-
tancia como referida al asunto en sí mismo considerado, mientras
la trascendencia mira a la gravedad o importancia de las conse-
cuencias del asunto. Un asunto será excepcional por su importancia
y trascendencia cuando se pueda justificar mediante razones no
susceptibles de formularse en la mayoría, ni menos en la totalidad
298 Serie Jueces ejemplares

de los asuntos, pues en ese caso se trataría de un asunto común y


corriente. Además se debe probar que la resolución trascenderá
en resultados de índole grave.

“Con los anteriores argumentos bien podría afirmarse que un


asunto importante difícilmente es trascendente y uno con esta carac-
terística previsiblemente no podrá ser importante.

“Otro argumento también dado por Don Felipe se refería al res-


peto al Tribunal Fiscal de la Federación pues, por su naturaleza, a él
debía corresponder la última decisión cuando la misma fuera desfa-
vorable a la autoridad.

“La Jurisprudencia, complementada por muchas tesis relacionadas,


lleva por rubro: “REVISIÓN FISCAL ANTE LA SUPREMA CORTE. IM-
PORTANCIA Y TRASCENDENCIA DEL ASUNTO PARA LOS EFEC-
TOS DE LA PROCEDENCIA DEL RECURSO”.

4.2.1.3. Diferencia entre interés público e


interés superior de la Nación

“En cuanto al último criterio: “IMPORTANCIA TRASCENDENTE


PARA EL INTERÉS NACIONAL, DISTINCIÓN ENTRE EL INTERÉS
PÚBLICO Y EL INTERÉS SUPERIOR DE LA NACIÓN”, debe desta-
carse como punto central el relativo a establecer que si bien todos
los asuntos excepcionales, por su importancia trascendente a los in-
tereses nacionales afectan al interés público, no todo asunto de inte-
rés público reviste tal importancia que trascienda al interés superior
de la Nación, de manera que deba considerarse excepcional para
aceptar la competencia de la Segunda Sala de la Suprema Corte en
el correspondiente juicio de amparo.

“Como puede inferirse, al lado de los argumentos jurídicos se obser-


van criterios de política judicial cuyo objetivo era no volver al pro-
blema del rezago en el más Alto Tribunal de la República”.246

246
Nota del Autor. Todo lo entrecomillado corresponde literalmente a parte del texto
formulado por Mariano Azuela Güitrón, titulado “Mi relación con Don Felipe Tena Ramírez”.
4.3. Una importante resolución como
legado jurídico de Felipe Tena

E n los últimos días de su desempeño como Ministro del


Alto Tribunal, poco antes de obtener la jubilación volun-
taria, Felipe Tena Ramírez lleva a cabo un estudio profundo sobre el
alcance del documento llamado “certificado de inafectabilidad” como
defensa de la pequeña propiedad a través del juicio de garantías.

Carlos del Río Rodríguez, su compañero de Sala en aquel en-


tonces, me expresó que Tena Ramírez postergó su retiro hasta haber
concluído el estudio del tema, lo que pienso era verdad pues la ejecu-
toria correspondiente fue pronunciada —por unanimidad de votos—
el 4 de marzo de 1970 y fue trece días después, el 17 del mismo
mes, cuando Felipe Tena obtuvo su jubilación.

Se trata de la resolución dictada en el amparo en revisión 7081/68


promovido contra actos del Presidente de la República y otras autori-
dades, consistentes esencialmente en una resolución que por concepto
de ampliación de ejido, concedió al poblado solicitante una superficie

299
300 Serie Jueces ejemplares

dentro de la cual afectaba 99 hectáreas del quejoso que, según él, cons-
tituía una pequeña propiedad ganadera en explotación, dado que un
anterior Decreto Presidencial que dotó de ejidos y respetó la ahora pro-
piedad del amparista como pequeña propiedad, hacía las veces de
“certificado de inafectabilidad” para los efectos de la promoción del
amparo.

En contra de la sentencia del Juez de Distrito que resolvió no


sobreseer en el juicio y otorgar el amparo, la contraparte del quejoso
esgrimió como argumento fundamental que la propiedad en disputa
carecía de “certificado de inafectabilidad”.

La ejecutoria pronunciada en el recurso de revisión que se


interpuso contra dicha sentencia y de la que fue ponente Tena Ramírez
confirmó la recurrida y, en cuanto al argumento indicado, precisó el
marco conceptual sobre el “certificado de inafectabilidad” para abrir
las puertas del amparo en defensa de la pequeña propiedad.

4.3.1. Consideraciones medulares de la resolución

Entre sus razonamientos Felipe Tena estimó que la Constitución Fe-


deral en el artículo 27 establece el respeto a la pequeña propiedad;
basta para corroborarlo, dice, con señalar que el párrafo tercero de dicho
precepto habla de que se dictarán las medidas necesarias para el desa-
rrollo de la pequeña propiedad agrícola en explotación, concluyendo
tal párrafo con la siguiente frase:

“Los núcleos de población que carezcan de tierras y aguas o no las


tengan en cantidad suficiente para las necesidades de su población,
tendrán derecho a que se les dote de ellas, tomándolas de las pro-
piedades inmediatas; respetando siempre la pequeña propiedad
agrícola en explotación.”
F elipe T ena R amírez 301

Más adelante, la fracción XV del mismo precepto ordena que


las Comisiones Mixtas, los Gobiernos Locales y las demás autori-
dades encargadas de las tramitaciones agrarias, no podrán afectar,
en ningún caso, la pequeña propiedad agrícola o ganadera, en
explotación, y considera al efecto como “pequeña propiedad agrícola”
aquella que no exceda de 100 hectáreas de riego o humedad de pri-
mera o sus equivalentes en otras clases de tierras en explotación”.

Pero si la pequeña propiedad, como institución, es invariable-


mente protegida por los textos constitucionales, el Ministro ponente
hace ver que no han sido igualmente invariables los medios para exigir
ese respeto y protección que deriva de la Carta Magna, específica-
mente el juicio de amparo. En efecto, el texto de la fracción XIV del
artículo 27 fue reformado por Decreto de 31 de diciembre de 1946
para agregarle el tercer párrafo, que estableciendo una excepción a la
regla general contenida en el primer párrafo, en el sentido de vedar
totalmente cualquier recurso ordinario e inclusive el juicio de amparo
a los propietarios afectados con resoluciones dotatorias o restitu-
torias de ejidos o aguas, hace posible ocurrir a dicho juicio contra
la privación o afectación agraria ilegales de sus tierras o aguas, a “los
dueños o poseedores de predios agrícolas o ganaderos en explota-
ción, a los que se haya expedido o en lo futuro se expida, certificado de
inafectabilidad.”

Para fijar el alcance de la reforma antes citada, Felipe Tena Ra-


mírez acudió a las fuentes directas de la misma: la iniciativa presidencial
y las discusiones en las Cámaras. De la primera destaca los siguientes
párrafos:

“La posesión de certificados de inafectabilidad es y debe ser con-


dición necesaria para que se abra la vía de amparo, ya que la
expedición de aquéllos es el reconocimiento, de parte del Estado,
302 Serie Jueces ejemplares

de que efectivamente se trata de una auténtica pequeña pro-


piedad… De esta manera, al mismo tiempo que se protege el derecho
de los pequeños propietarios, sigue en pie, como hasta ahora, la pri-
vación del derecho de amparo para los grandes terratenientes…”

Ni la iniciativa de la reforma que se comenta ni el texto cons-


titucional ya aprobado y actualmente en vigor, define o precisa el signi-
ficado exacto de certificado de inafectabilidad.

Lo anterior, a juicio del autor de esta resolución, conduce a lo


siguiente:

El legislador constituyente, al elaborar la reforma constitucional


de que se trata, hizo referencia reiterada al certificado de inafectabilidad,
como único medio idóneo para que tengan acceso al juicio de amparo
los propietarios o poseedores de predios agrícolas o ganaderos en explo-
tación, a quienes se llegare a expedir. Pero el órgano revisor no llevó a
la Constitución el régimen legal de los certificados de inafectabilidad,
ni tenía porqué llevarlo, ya que el concepto legal de los mismos, los re-
quisitos para expedirlos, todo lo que mira, en suma, a la regulación
de tales documentos es materia que no corresponde a la Ley Suprema,
sino a los ordenamientos secundarios.

Ahora bien, el Código Agrario que estaba en vigor al promul-


garse la reforma de 1946, y que sigue estándolo hasta la fecha de la ejecu-
toria de que se trata es el expedido el 31 de diciembre de 1942.247 En ese
Código se establece un sistema de defensa de la pequeña propiedad
rural, que cuando se expidió no podía tener aplicación sino en la esfera
administrativa, puesto que en aquella época estaba proscrita toda de-
fensa de dicha propiedad en la esfera judicial, concretamente a través
del amparo.

247
La fecha de la ejecutoria es el 4 de marzo de 1970.
F elipe T ena R amírez 303

Las defensas de la pequeña propiedad rural que instituye el


Código Agrario son de varias clases y reciben diversos nombres, pero
tienen en común que se basan, todas ellas, en que la suprema autori-
dad agraria, como lo es el Presidente de la República, es quien ha declarado
que se trata de una pequeña propiedad inafectable. La autenticidad
de que lo es, viene de que lo ha declarado así la suprema autoridad agra-
ria, en el concepto de que sólo al titular de la misma le corresponde
hacerlo.

4.3.2. Las diversas defensas de la pequeña propiedad

Dichas defensas instituidas por el Código Agrario se pueden clasificar


en las siguientes categorías:

1a. Declaratoria. Que la establecen los artículos 105, 292 y


293 del Código Agrario y se refieren a la localización del área inafec-
table dentro de una finca afectable; presuponen tales disposiciones
que el propietario de un predio afectable, pero todavía no afectado,
solicita la localización de la superficie inafectable anticipándose a la
afectación. Si la localización se solicita oportunamente, tiene la impor-
tante consecuencia de que la futura afectación sólo podrá tener por
objeto aquellos terrenos que no se hubieren incluido en la localiza-
ción. El reconocimiento de dicha pequeña propiedad por parte del
Presidente de la República recibe el nombre de declaratoria.

2a. Certificado de inafectabilidad. Contenido en el artículo


294 del citado Código, que expresa: “Los dueños de predios que por
su extensión sean inafectables y los de aquellos que hubieren quedado
reducidos a las extensiones inafectables que marca este Código, ya sea
que se dediquen a explotaciones agrícolas o ganaderas, podrán soli-
citar la expedición de certificados de inafectabilidad. La solicitud se
presentará ante el Delegado Agrario correspondiente, quien requerirá
304 Serie Jueces ejemplares

las pruebas conducentes y con ellas y con su opinión remitirá el


expediente al jefe del Departamento Agrario, quien dará cuenta con
la solicitud al Presidente de la República, para la expedición del cer-
tificado correspondiente. Éste deberá inscribirse en el Registro Agrario
Nacional y publicarse en el Diario Oficial de la Federación y en el
periódico oficial de la entidad correspondiente.”

Aquí el reconocimiento de inafectabilidad por parte del Presi-


dente de la República recibe la denominación de certificado de inafec-
tabilidad e incluye el doble objeto de proteger los predios que por su
extensión son inafectables (es decir, la pequeña propiedad de ori-
gen) y aquellos otros que hubieren quedado reducidos a extensión
inafectable.

El nombre de “certificado de inafectabilidad” que emplea el


artículo 294 es distinto al de “declaratoria” que de forma, en cierto
modo genérica, usan los artículos referidos a la primera categoría.
Pero salvo la denominación, se equiparan en las dos figuras los rasgos
esenciales de la tramitación, la autoridad que expide el documento, la
publicación en el Diario Oficial y la inscripción en el Registro Agra-
rio Nacional. Con sus nombres respectivos, declaratoria y certificado
de inafectabilidad corren la misma suerte hasta llegar al Registro
Agrario Nacional, cuando el artículo 338 dice en su fracción XIII que
deberán inscribirse en el mismo “los certificados de inafectabilidad
y las declaratorias sobre señalamientos de superficies inafectables”.
A menos de entender que es superflua una de estas dos formas de
definición de la pequeña propiedad, sólo cabe admitir que, aunque con
nombres diferentes, las dos concurren por igual al fin común de pro-
teger la pequeña propiedad inafectable.

3a. Reconocimiento explícito en una resolución dotatoria.


Es la contenida en el artículo 252 cuya fracción II dispone que las reso-
F elipe T ena R amírez 305

luciones presidenciales dotatorias contendrán: “Los datos relativos a


las propiedades afectables para fines dotatorios y a las propiedades inafec-
tables que se hubieren identificado durante la tramitación del expediente
y localizado en el plano informativo correspondiente;…”

Como en los casos anteriores, también en éste, es la suprema


autoridad agraria quien señala la pequeña propiedad inafectable a que
queda reducida la propiedad que se afecta. La diferencia con la decla-
ratoria de la primera categoría estriba en que mientras allá la inafecta-
bilidad se declara antes de la afectación, aquí se hace con motivo
de una dotación, pero en ambos casos se cumple el propósito consti-
tucional de dejar a salvo la pequeña propiedad inafectable, a lo que
responde también la segunda categoría, así sean diversas a su vez
las circunstancias que toma en cuenta. Por último, al igual que las
declaratorias y los certificados de inafectabilidad, esta forma de reco-
nocimiento de la pequeña propiedad también es inscrita en el Registro
Agrario Nacional, al serlo la resolución presidencial que la contiene,
en los términos del artículo 338, fracciones I y II, y como aquéllos,
debe ser publicada en el Diario Oficial de la Federación, además de
los periódicos oficiales de las entidades correspondientes, según lo
dispone el artículo 253 del propio Código Agrario.

4.3.3. Protección administrativa y judicial de la pro-


piedad inafectable

Las tres categorías de defensa de la pequeña propiedad que se acaban


de enumerar se consignan en el Código Agrario, como antes se dijo,
para asegurar el respeto a la pequeña propiedad inafectable dentro
de la esfera administrativa. A falta de una ley posterior a la refor-
ma constitucional de 1946, que regule el certificado de inafectabilidad
como título de legitimación activa para promover el amparo, es
decir, como defensa de la pequeña propiedad inafectable en la esfera
306 Serie Jueces ejemplares

judicial, sólo cabe acudir a las mismas formas de reconocimiento que


instituye el Código Agrario, valederas actualmente ya no sólo en el ám-
bito administrativo, donde siguen siéndolo, sino también para promo-
ver el juicio de amparo.

De las tres formas de reconocimiento de la pequeña propiedad


inafectable que consagra el Código Agrario, explica Felipe Tena, sólo una
lleva la denominación de “certificado de inafectabilidad”, denominación
que es la empleada por la reforma constitucional de 1946. Pero no existe
indicio alguno en el proceso de dicha reforma, de que la misma hubiera
tenido la intención de elegir uno solo de los tres medios de protección
(aquella donde se le denomina certificado de inafectabilidad) como me-
dio único de acudir al amparo, desdeñando los demás y estableciendo
en materia judicial una defensa mutilada respecto a la instituida en
materia administrativa, una defensa que por incompleta no podría
justificarse por cuanto todos los reconocimientos de inafectabilidad
que consagra el Código Agrario, y no sólo el certificado de inafectabi-
lidad, provienen de la suprema autoridad agraria.

Lejos de ello, hay elementos en la iniciativa de la reforma para


entender que no se pensó en que la Constitución, al mencionar en la
reforma el certificado de inafectabilidad, subordinara su sentido y con-
cepto al léxico del Código Agrario —ley que, como queda dicho, no se
refería ni podía referirse al documento apto para acudir al juicio
de amparo—, sino que se refirió a los certificados de inafectabilidad,
en cuanto su expedición “es el reconocimiento, de parte del Estado, de
que efectivamente se trata de una auténtica pequeña propiedad”,
según se dice textualmente en la iniciativa.

En esas palabras, concluye Tena Ramírez, se encuentran el espí-


ritu y el propósito de la reforma. Como el reconocimiento de parte
del Estado y precisamente por la suprema autoridad agraria se hace
F elipe T ena R amírez 307

—de acuerdo con el Código Agrario, que es la única ley aplicable a la


materia— por los tres medios o formas que antes se han expuesto, quiere
decir que los tres son igualmente idóneos para abrir las puertas del
amparo, en defensa dentro de la esfera judicial de la pequeña pro-
piedad reconocida como inafectable por el Presidente de la República.
De otro modo la Constitución se subordinaría a la expresión literal de
una ley que, como el Código Agrario vigente en ese momento, además
de ser ordenamiento secundario, no tuvo por objeto regular la legiti-
mación activa para acudir al juicio de amparo.

Esta ejecutoria dio pie a la formación de la tesis jurisprudencial


95, visible en la página 188 y siguientes del Apéndice al Semanario
Judicial de la Federación 1917-1985, Tercera Parte, Segunda Sala, cuyo
rubro es “INAFECTABILIDAD, CERTIFICADO DE, Y OTRAS DEFENSAS
DE LA PEQUEÑA PROPIEDAD. CONCEPTOS”.
4.4. Un pensamiento que brota de la
lectura de las resoluciones del Juez

F elipe Tena Ramírez plasmó en estas tesis mucho más


que simples criterios. Dejó como legado el ejemplo del
juzgador que mira por encima de un expediente y reco-
noce a otro ser humano detrás de cada amparo y, como iguales, le otorga
la posibilidad de una justicia completa, libre de escamoteos, convir-
tiendo así en realidad una quimera, una utopía, como siglos antes lo
hizo el legendario y venerable humanista Vasco de Quiroga.

309
Epílogo
Esto es lo que el hombre actual necesita:
un filósofo capaz de crear un poema
que nos haga creer en la bondad.
Juan Díaz Romero

H e intentado escribir este libro en el ánimo de reflejar


la vida, parte de la obra y pensamiento de Felipe Tena
Ramírez de la manera más objetiva posible, haciendo a un lado los sen-
timientos que puedan provocar el haber trabajado para él; cuidando,
también, abarcar de la manera más amplia su labor para poder entender
al hombre detrás del jurisconsulto. El lector habrá reconocido a lo largo
de este libro que, irremediablemente, la profunda admiración que le
tengo ha sobrepasado mis esfuerzos.

Pero también ha sido una aventura de descubrimiento para


mí, que creía conocer —más o menos profundamente— al personaje.
A través de la lectura y relectura de sus textos, de buscar los móviles
que daban fuerza a su vida, de acercarme al pensador, creo haber encon-
trado la verdadera pasión de Tena Ramírez: la justicia.

Este concepto, que es una verdadera utopía de las sociedades


humanas desde tiempos inmemoriales, se acercó un poco más a su ver-
dadera realización a través de él.

311
312 Serie Jueces ejemplares

Su tesis, como punto inicial de una larga y admirable carrera


profesional, brinda un espacio único a la justicia al considerarla como
un elemento fundamental para poder encontrar la función del derecho
afirmando, como lo demostraría a lo largo de su vida, que “sin justicia
no hay derecho”.

Como todo gran hombre, Felipe Tena siempre fue ejemplo a seguir
en cada una de sus funciones, tanto en el servicio público como fuera
de él. Como Juez buscó siempre la probidad y la entereza; como
maestro, la indescriptible cualidad del formador y, como escritor,
supo reconocer la importancia de difundir el conocimiento por su
valor intrínseco, dejar constancia, en todas sus publicaciones, de los va-
lores que invariablemente hacen funcionar a nuestra sociedad.

Durante años tuve la oportunidad de aprender de Felipe Tena


el valor de la justicia en el día a día. Me enseñó que la cotidianeidad
no es pretexto para olvidar la función esencial del abogado como defen-
sor del oprimido y el desposeído; del Juez como parte objetiva en una
disputa, y del hombre que buscará, antes que el Juez o el abogado, la
resolución de cualquier diferencia con la mayor justicia posible.

Para el ciudadano común, aquel que pasa la vida en un tránsito


indiferente, la visión de dedicar años de trabajo e investigación, gas-
tos y grandes cantidades de tiempo a la tarea de indagar sobre las vidas
de Vasco de Quiroga y de Abad y Queipo puede parecer un sinsentido.
Pero cuando se ve la obra completada, cuando se es contagiado por la
pasión y la admiración que dedicó a estos personajes, como un tributo
a sus esfuerzos y a sus logros, no se puede menos que agradecerle el
trabajo realizado y compartir, aunque sea por un momento, el gusto
de saber un poco más sobre estas celebridades que cambiaron a nues-
tro país y dejaron una huella de bondad y lucha por quienes más lo
necesitaban. Tena Ramírez los honra dejando patente su paso por
F elipe T ena R amírez 313

este mundo y, sobre todas las cosas, dejando registro del porqué debe-
mos recordarlos y agradecerles.

Pero también fue Juez. Sirvió a México por décadas entregán-


dole, al país y a su pueblo, pequeños granos de arena de justicia. En las
páginas anteriores analizamos sólo unas cuantas de sus resolucio-
nes pero no por eso su aportación fue poca. Hubo miles de expedientes
que pasaron frente a sus ojos y miles de oportunidades que tuvo para
nivelar la balanza de lo justo pero si no en todos habrá logrado que
sea evidente su aportación, puedo asegurar que en cada una de estas
oportunidades se rigió con absoluta integridad.

El 8 de agosto de 1952, frente a los alumnos, docentes y direc-


tivos de la Escuela Libre de Derecho, Felipe Tena Ramírez sintetizó
—en pocas y muy claras palabras— lo que fue la doctrina rectora de
su vida: la justicia.

… es indudable que el Juez debe ser un experto catador de leyes, un


perito en la ciencia del derecho, un técnico en materias jurídicas.
Todo eso debe ser el Juez, pero nunca un doctrinario. Quien es
capaz de sacrificar una solución justa en aras de una teoría jurí-
dica, no merece ser Juez.248

Aquel día, frente a los estudiantes que tuvieron la suerte de


escuchar de viva voz esas palabras, Tena les regaló la sabiduría de un
hombre al que la experiencia le había enseñado los verdaderos valores
que deben regir su vida.

Como seres humanos que somos nuestra imperfección se tra-


duce en la necesidad de tribunales y Jueces, pero nuestra sociedad re-

248
TENA RAMÍREZ, Felipe, La ética del Juez, tomo 9 de la Serie Ética Judicial, SCJN,
México, 2006.
314 Serie Jueces ejemplares

quiere —además— de muchos más Jueces como Tena Ramírez en esos


tribunales.

Para concluir transcribo un pensamiento expresado por Juan Díaz


Romero, hombre también de intachable probidad e incuestionable bondad:

…El derecho sanciona lo nocivo hasta que el impulso íntimo se


vuelve conducta que perjudica a alguien, pero lo ideal sería que
del corazón del hombre sólo nacieran estímulos altruistas; esto es
un sueño, pero un sueño que debemos hacer realidad ahora más
que nunca en la historia, ahora que un chispazo de odio puede acabar
con la humanidad para vergüenza de la Creación; el hombre pasa-
ría, entonces, a ser la esperanza frustrada del Universo.249

Ante esta declaración, que nos alerta sobre la dura realidad


que enfrenta el mundo actual y nuestro país especialmente, resulta
imposible no mantener la esperanza de ver repetido en nuestro tiempo
el ejemplo de Felipe Tena Ramírez.

249
Discurso pronunciado por el Ministro en retiro Juan Díaz Romero en ocasión de la
entrega de la Dirección General del Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y de
Promoción y Difusión de la Ética Judicial de la Suprema Corte de Justicia. México, D.F. 31
de agosto de 2010.
5. Discursos pronunciados con motivo
de la Presentación de la
Primera Edición*

Serie Jueces Ejemplares:


Felipe Tena Ramírez
El Juez del siglo XX

Moderador
Ministro en Retiro Mariano Azuela Güitrón

Presentadores
Ministro en Retiro Juan Díaz Romero
Lic. Francisco Javier Gaxiola Ochoa
*Evento realizado el 26 de mayo de 2011, en el Edificio de Revolución, sede alterna de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Moderador: Ministro Mariano Azuela Güitrón

Seguramente algunos de los presentes lo saben, fui por varios años Se-
cretario de Estudio y Cuenta del Ministro Tena Ramírez. Cuando en el
año de 1960 llegué a este Alto Tribunal como Secretario Auxiliar de la
Sala, los secretario de Don Felipe eran Arturo Serrano Robles —él, como
en muchas ocasiones, nos honra con su presencia—, y ha de estar muy
contento de que hoy hablemos de un juez ejemplar, Felipe Tena
Ramírez, gracias a la obra de mi compañero secretario Felipe López
Contreras. Así que no solamente es un aspecto formal porque ahora
tengo la responsabilidad que anteriormente tenía Juan Díaz Romero.
La obra surge, tengo entendido, gracias a que este último estuvo
impulsando a Felipe para que escribiera sobre este gran Juez mexicano.

En primer lugar hará uso de la palabra el licenciado Francisco


Javier Gaxiola Ochoa:

317
318 Serie Jueces ejemplares

Palabras del Lic. Francisco Javier Gaxiola Ochoa

Trataré de corresponder a la oportunidad de participar en este acto.


Organizadores, autor, gracias por su invitación y a la audiencia igual-
mente gracias por su paciencia.

Señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación


Señores Ministros de nuestro más Alto Tribunal
Señor Presidente del Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y
de Promoción y Difusión de la Ética Judicial, Ministro en retiro Mariano
Azuela Güitrón
Señor Licenciado Felipe López Contreras, Ministro en retiro de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, autor del libro:

Hacemos hoy la presentación de El Juez del siglo XX, en el que


Felipe López Contreras, nuestro amigo, reconoce a Felipe Tena Ramírez,
amigo mutuo “Guía en sus primeros pasos dentro de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación y luego le brindó enseñanzas en la práctica
cotidiana durante años”, en el ejercicio que desempeñó como Secretario
de Estudio y Cuenta.

Presentación del libro, no del autor, ni biografía del personaje.

Sustentado en las palabras de López Contreras que aparecen en


el prólogo, “este trabajo no es ni pretende ser una biografía” y tampoco
“un panegírico por el solo hecho de que Tena Ramírez ya no se
encuentre entre los vivos.” Me invitó a escribir la introducción, lo hice
con gran gusto y esfuerzos mayores y ahora me confieren el honor —
como decía Don Jesús Rodríguez Gómez, íntimo amigo, los honores
no se rechazan— me distinguen encargándome ésta presentación.
F elipe T ena R amírez 319

Lo comparto también yo, y tampoco pienso que se trate de biogra-


fía ni panegírico; Tena ya no vive pero sigue contando entre nosotros.

Presentación, Introducción, Prólogo.


1. Su vida y personalidad
2. Visión de Tena Ramírez sobre….
3. Primera obra del jurista: su tesis profesional
4. El Juez y sus resoluciones
Epílogo

No los llama capítulos, cada parte tiene subtemas según caracte-


rísticas que totalizan treinta y nueve, excluyendo Presentación, Introduc-
ción, Prólogo y Epílogo. Con lo dicho, con lo expuesto en la introducción
al libro, con las palabras que en este acto florecen puedo asegurar que la
obra que esta noche presenta López Contreras no necesita de explica-
ción. Su autor y su personaje son más que suficientes.

En los primeros años del siglo XX, antes de cambios provenientes


de hechos de la Revolución, había en esta Ciudad de México la calle de
Hombres Ilustres. Históricamente entiendo que estaba referida al signi-
ficado de célebres, quizá hasta en algo al de distinguida prosapia, al de
ilustrado, pero obviamente ya no al del movimiento filosófico de la Ilus-
tración y menos al de dignidad episcopal.

A la calle se cambió el nombre; en reuniones como ésta siguen


los nombres reconocidos aunque cambiados sus hombres, esos nombres
van recorriendo generaciones. Hacer un nombre ilustre es difícil honor y
gloria; conservar el lustre del nombre es más difícil responsabilidad; igua-
larlo con actos propios es cumplir una aspiración en grado superlativo.

A la calle se cambió su nombre pero sigue siendo identificada


con el de un hombre ilustre; el foro, la academia y la judicatura mexicana
320 Serie Jueces ejemplares

cambiaron sus hombres, siguen actuando con otros identificados con


sus mismos nombres, juristas generacionales ilustres ya logrados,
con correspondencia por tradición y nombre; juristas jóvenes que
por convicción que debe juzgarse comprendiendo tradición, sucesión,
ilusión, comprensión, circunstancialidad, incorporan su calidad a los
títulos, grados y ejercicios. En ese sentido, el autor, el libro que se pre-
senta, su personaje, las personas que menciona, gran número de asis-
tentes a éste acto, el sentimiento de honrar, respetar, admirar y querer
al maestro y amigo que el Ministro en retiro Felipe López Contreras
trasmina, hacen de ésta una reunión ilustre.

No habré de mencionar nombres, todos los presentes los tenemos


a flor de labio. Surte mis ambiciosos propósitos exhortarles a pensar
en el tema e intentar seguirlos en el ejemplo.

Dije ya que mi presentación estaba hecha; no quiero distraer más


su tiempo con agregados que en estos casos siempre proceden. Sólo
por cuestión de orden dejo constancia de que intelectualmente sigo
contando con Felipe Tena Ramírez, está presente, lo cito con frecuencia
y lo invoqué en mi última Jurigrafía. Destacaré, para terminar, su indi-
vidualidad: llevando el nombre de su ilustre padre, distinguido abogado,
autor, maestro, funcionario y juez, atributos que le pudieran aprove-
char, procuró distinguirse siempre con el uso de sus dos apellidos con
los que suscribía sus grandes conocimientos, sus cualidades que no nece-
sitan título que lo acompañen, lo justifique o lo distinga; en su obra
Felipe Tena es bastante y sólo uno.

Finalizaré parafraseando un párrafo sentimental de la ya citada


Jurigrafía (Quijote Descabezado 4ª continuación):

“Para mí, Don Emilio Rabasa, jurista del último cuarto del siglo
XIX y primero del XX, sembró el Derecho Constitucional Mexicano en
F elipe T ena R amírez 321

la Escuela Libre de Derecho; Don Manuel Herrera y Lasso, mi maestro,


me enseñó a pescar sus rayos de luna; mi padre me mostró sus reali-
dades, teórica, práctica y política; mi tío Jorge me la inspiró; el maestro
Felipe Tena Ramírez, amigo, me la cedió; mis alumnos de la Libre y mis
compañeros de la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación,
me honraron con la calificación de constitucionalista, mi gusto es el
Derecho Político y la Política del Derecho.

Valga esta reflexión como reconocimiento al apoyo para con-


vertir en logro el intento de mi convicción.

Gracias a quienes me han permitido rendir y han aceptado oír


este testimonio, gracias post-mortem a Felipe Tena Ramírez, quien me
hizo ser profesor; gracias al autor amigo, Felipe López Contreras, a
quien expreso mi mayor consideración y afectuosa felicitación.

Moderador: Ministro Mariano Azuela Güitrón

Muchas gracias maestro, siempre he sostenido que la formación de los


Jueces y Magistrados del Poder Judicial de la Federación era mucho más
auténtica en el anterior sistema que en el actual. Entiendo que hoy el
crecimiento del Poder Judicial hace imposible que todos los funciona-
rios de estos niveles pasen por la Suprema Corte, pero sinceramente
pienso que eso revela una gran carencia, pues tener la oportunidad de
vivir cotidianamente con Ministros como Don Felipe Tena Ramírez era
algo extraordinario. Aun esto se refleja en anécdotas múltiples que obvia-
mente van más allá del libro de Felipe López Contreras. Yo podría men-
cionar algunas que muestran cómo Don Felipe, no obstante que era un
hombre no solamente serio sino yo diría seco, tenía aspectos que reve-
laban su tino al juzgar los problemas; y, también, su actitud de respeto
profundo hacia los secretarios; él nunca nos daba comisiones que no
322 Serie Jueces ejemplares

fueran propias de nuestra función, y cuando en algún momento se presen-


taba alguna excepcional, nos ofrecía disculpas por habernos robado algo
de nuestro tiempo libre.

Recuerdo una ocasión en que en la Sala, donde se acostumbraba


debatir en sesión previa, se había discutido mucho un asunto muy intere-
sante y uno de los Ministros dijo, de pronto: “bueno, para que nos estamos
entreteniendo discutiendo tanto este asunto, si somos la Suprema Corte
y nuestra resolución es inapelable”. Entonces dijo Don Felipe: “precisa-
mente por eso debemos seguir discutiendo, hasta llegar a tener una
clara conclusión sobre el mismo”. Enseguida, para seguir hablando del
libro, presento a quien todos conocen: Don Juan Díaz Romero.

Palabras del Ministro en retiro Juan Díaz Romero

En la presentación pública de un libro se acostumbra, por regla general,


que el introductor exponga primero los temas relevantes de la obra,
sus dimensiones académicas o prácticas, así como sus novedades o tras-
cendencias, y después de espigar los puntos más interesantes, concluir
con la opinión personal que le merece. Yo empezaré por el final, porque
después de leer el libro, en una sola sesión por cierto, la complacencia
que me produjo el viaje a que nos invita el autor para revelarnos la per-
sonalidad de un hombre excepcional, el tiempo en que vivió y los ejem-
plos que nos legó, no me permite retardar la felicitación que merece
Felipe López Contreras, y se la otorgo desde luego.

Él dice que este trabajo no pretende ser una biografía de Don


Felipe Tena Ramírez y con ello demuestra haber aprendido una faceta
de la modestia que, entre otras virtudes, caracterizaban al maestro, porque
parece evidente que la obra va más allá de una semblanza; no es un
simple bosquejo.
F elipe T ena R amírez 323

Al margen de cualquier categoría literaria, semblanza o biografía,


lo cierto es que el autor no se limita a hacer un croquis somero de la vida
de Don Felipe Tena Ramírez, de su casa paterna, de su niñez y juven-
tud, de sus años de estudiante, de sus lauros literarios y académicos,
etcétera, sino que va mucho más allá, pues nos hace vivir los momen-
tos históricos en que se desarrollaron los hechos y con ello nos sumerge
en una dimensión real que otorga autenticidad a los personajes, de
modo que uno puede ver, por ejemplo, al padre, Don Felipe de Jesús Tena,
escribiendo a máquina, en la soledad de la provincia michoacana, lo que
habría de ser su famoso libro de Derecho Mercantil, mientras el país se
estremecía entre las luchas revolucionarias y la esperanza de un nuevo
amanecer. Además, el autor realiza una loable labor de investigación
para allegarnos documentos inéditos o poco conocidos, como los conser-
vados por Don Francisco Rodríguez Anaya, la edición privada Recuerdos,
de Don Jesús Rodríguez Gómez, las Memorias de Don Francisco Javier
Gaxiola, la valiosa tesis recepcional en 1929 de Don Felipe Tena Ramírez
que el autor rescata y pone en circulación como anexo, y muchos ele-
mentos más, como puede verse en la bibliografía; todo ello expuesto a
través de un lenguaje fácil y ameno en el que uno puede percibir, en cada
resquicio, el aroma del gran afecto que el discípulo profesa a la memoria
del maestro. Lo anterior bastaría para hacer de éste un buen libro, pero
tiene algo más valioso que lo convierte en puntal fundante para las
nuevas generaciones, que es el acercamiento en primera fila para que
sean testigos de que con voluntad y siguiendo la inspiración de nuestra
bondad natural, se puede lograr una vida a la altura de la ética sin nece-
sidad de tener aureola de santidad, sino actuando dignamente como
un ser humano, esto es, para que los jóvenes (y los que ya no lo somos
tanto) viendo la vida de Don Felipe Tena Ramírez recuperemos la
esperanza en el futuro de la humanidad que, como lo he dicho en otras
ocasiones, sin bondad cosechará la ignominia del fracaso.

Nuestro autor pone ante nosotros las facetas principales que


marcaron la existencia del maestro, desde su niñez hasta su muerte,
324 Serie Jueces ejemplares

acaecida a los 89 años de edad; lo admirable es que en cada una de esas


etapas Don Felipe Tena Ramírez siempre estuvo a la altura del momento
que le tocó vivir, y aun a la altura del momento en que le tocó morir,
como lo demuestran sus disposiciones filantrópicas que hasta el día de
hoy benefician a muchos desamparados. Él, cuando tuvo la madurez
suficiente, destacó por sus dotes intelectuales y por su respeto a los prin-
cipios éticos que siempre guiaron su vida de modo natural, sin
aspavientos; Don Arturo Serrano Robles lo describe como un hombre
“seco, aunque dotado de una exquisita cortesía, austero, imperturbable,
seguro de sus actos y con un dominio del Derecho que se hacía osten-
sible en cada una de sus intervenciones jurídicas”.1

De entre todas las aristas de esa vida tan interesante que nos allega
el autor —la edad temprana, familiar, la de estudiante, la de catedrático,
la de ensayista, el autor de obras jurídicas, el literato, el investigador
histórico, el orador, el juez, el filántropo—, permítanme referirme a
dos o tres lances que me resultan inolvidables.

Uno de ellos es el gran respeto que tenía por la virtud de la tole-


rancia que, por cierto, siempre practicó. En el aniversario de la Escuela
Libre de Derecho de 1935, el joven abogado Felipe Tena Ramírez pro-
nunció un discurso en el que recordando a sus admirados maestros,
Don Emilio Rabasa y Don Miguel S. Macedo, ponía de manifiesto tanto
la sabiduría jurídica de sus cátedras y obras de derecho, como ese “algo”
que sólo pueden trasmitir algunos maestros como enseñanza de la vida
humana.

Él dijo así, en aquella ocasión:

1
Tomando de SERRANO FIGUEROA, Rafael “Vida y Pensamiento de Felipe Tena Ramírez”,
en Estudios Jurídicos, Compilador Fernando Serrano Migallón, Porrúa, 1999, p. 410
F elipe T ena R amírez 325

Pero había algo en sus clases que no había en sus libros, No eran
ideas que vinieran a cambiar la estructura de los sistemas expuestos
en sus obras… Lo que tenían sus clases y no había en sus libros, era
la tolerancia… Su mejor lección fue aquella en que elevó a norma de
educación la regla de la tolerancia. Su mejor actitud aquella en que
afirmó sus ideas y respetó las ajenas. Es esa, la tolerancia, la edu-
cación de más alta estirpe, porque es cortesía intelectual, urbanidad
del espíritu2

Y más tarde, cuando el maestro Tena Ramírez recibió en 1983 el


Premio Jurídico Maestro Jorge Sánchez Cordero, en la Facultad de Derecho
de la UNAM, reiteró y amplió su concepción de esa virtud; haciendo refe-
rencia nuevamente a la cátedra de su maestro Emilio Rabasa, dijo:

Allí aprendí, en efecto, que la doctrina del Derecho Constitucional es


escuela de tolerancia, práctica de respeto mutuo entre ideales opuestos…
la lección en aquel entonces recibida me convenció de que ahí, en la
cátedra, la enseñanza impregnante del respeto a los idearios ajenos
ha de ser meta de quien expone, lo mismo su interpretación de cada
artículo de la Ley Suprema, que cuando se enfrenta con los enigmas
de nuestra Historia o de la realidad circundante…3

Ese escrupuloso respeto a las ideas y opiniones de los demás, que


fue la divisa de su vida, se pulió todavía más cuando Tena Ramírez se
desempeñó como Ministro de la Suprema Corte —tenía que ser así, en
virtud del encuentro de criterios que es propio de un tribunal—; así,
cuando se retiró como Ministro, dijo:

El contraste de opiniones, la oposición de criterios… forma el carácter


de sus componentes… Es entonces cuando está llamada a funcionar
la virtud mágica de la tolerancia, que no es abdicación de las ideas

2
LÓPEZ CONTRERAS, Felipe, Felipe Tena Ramírez, El Juez del Siglo XX, Serie Jueces Ejem-
plares número 4, Suprema Corte de Justicia de la Nación, México, 2010, p. 37.
3
Ibidem, p. 42.
326 Serie Jueces ejemplares

propias ni indiferencia para las ajenas, sino afirmación de dos posi-


ciones que sólo ella acierta a conciliar…4

Tan marcada predilección del maestro por este principio ético


invita a reflexionar sobre su fuente, y a poco que se haga, se comienza
a entrever que la tolerancia es una virtud del hombre sabio, del hombre
que sabe que la verdad es un valor huidizo y huraño, del que ninguna
persona puede decir que la posee de manera absoluta. Perseguirla
eternamente es el destino de la humanidad.

De aquí la imprudencia de ser intolerante con todo lo que no


concuerde con lo que consideramos nuestra verdad inmaculada, cuando
en realidad puede ser sólo un criterio flaco y desgarbado. Voltaire dijo,
al respecto:

Debemos tolerarnos mutuamente porque todos somos débiles,


inconsecuentes, sujetos de mutabilidad y error [y luego agrega con
su sarcasmo característico] Un junco que el viento ha tirado en el
fango ¿dirá acaso al junco vecino tirado en dirección contraria:
“repta a mi manera, miserable, o exigiré que te arranquen y te
quemen?5

Otra de las razones que fundan la tolerancia es que en aquellas


posiciones fundamentales que han dividido a los hombres, la regla gene-
ral es que cada parte tiene un poco de razón; esto lo sabía Felipe Tena
Ramírez desde joven, cuando defendió su tesis profesional sobre la
función del derecho, del individualismo al socialismo, ya que después
de caracterizar y desarrollar las líneas fundamentales de ambas posi-
ciones ideológicas, invoca a Aristóteles para sintetizar:

4
Ibidem, p. 59.
5
COMTE-SPONVILLE, Pequeño Tratado de las Grandes Virtudes, Ed. Andrés Bello,
Santiago de Chile, 1995, p. 165.
F elipe T ena R amírez 327

Si tanto el individualismo como el socialismo han conseguido conmo-


ver las conciencias humanas, es porque uno y otro contiene un
fragmento de verdad; el individualismo puso de relieve la realidad
del individuo, el socialismo el aspecto del mismo individuo, pero
ambas doctrinas incurrieron en el defecto de la visión unilateral.
Después de más de un siglo de afirmarse por una parte la reali-
dad del individuo y por otra su sociabilidad, podemos decir que los
dos bandos han cooperado, sin pretenderlo, a ratificar enérgicamente
la definición del filósofo de Estagira: el hombre es un ser natural-
mente social.6

Como se ve, ya desde esa temprana edad, Tena Ramírez sabía que
la tolerancia es el vehículo mágico que nos permite conciliar posiciones
aparentemente contrarias.

Otros de los pasajes de esta obra que agradezco al autor por la


emoción que me causó, fue aquel en que nos lleva de la mano por los
caminos coloniales en que se internó el maestro para investigar histó-
ricamente a personajes de altos merecimientos morales e intelectuales
que, enraizados en nuestro pasado, contribuyeron a la formación del
México de hoy, como fueron Manuel Abad y Queipo y Vasco de Quiroga.
Es en estos capítulos donde se vuelve a poner de manifiesto el acierto de
nuestro autor en el admirable trabajo de investigación que realizó
desde el punto de vista histórico, que nos permite ubicar sin dificultad
a don Vasco como una figura del Renacimiento, prócer del humanismo
que predicó entre los indígenas mexicanos con el ejemplo y la creación
de los “pueblos hospitales”, inspirado en la hermandad utópica de
Tomás Moro y que —cosa excepcional— se mantuvieron durante tres
siglos; investigación que nos planta también en la Nueva España de los
albores del siglo XIX, cuando la sociedad ya no estaba formada solamen-
te por indígenas y peninsulares, sino también por criollos y mestizos

6
LÓPEZ CONTRERAS, Felipe, op. cit., p. 240.
328 Serie Jueces ejemplares

cuya fuerza era proclive a la independencia, tiempos que le tocaron


conocer a un típico hombre de la Ilustración, como fue Abad y Queipo
que, como observa Tena Ramírez, puede ser considerado como precur-
sor ideológico de la independencia y aun de la revolución mexicana.
Es una pena que el maestro haya dejado inconclusa esta obra del ilustre
asturiano.

Por cierto, disfrutando la lectura del capítulo dedicado a Tata Vasco,


encontré, como una joya inesperada, una mención relevante que hace
nuestro autor a la poetisa chilena Gabriela Mistral, que escribió una
apología de don Vasco de Quiroga y que transcribe.

Gabriela Mistral, llamada la “Maestra de América”, autora de


poemas plenos de amor a la humanidad, se enamoró de México en cuanto
llegó, allá por 1922, y escribió varias “lecturas para maestros”, entre
otras, Sor Juana Inés de la Cruz, Silueta de la India Mexicana, Las Jícaras
de Uruapan, etcétera.

Su nombre fue para mí el feliz reencuentro, después de muchos


años, con mi ya lejana infancia, cuando allá en la provincia oaxaqueña
nuestra maestra de primaria nos enseñó una poesía de Gabriela Mistral
dedicada a la madre, para que se la recitáramos a nuestra mamá el
diez de mayo; todavía recuerdo la primera cuarteta:

Madre, madre, tú me besas,


Pero yo te beso más;
Como el agua en los cristales
Caen mis besos en tu faz

Este libro es como un barril sin fondo ¡tantas cosas da para co-
mentar!, pero terminaré con algunas vivencias que me quedaron
grabadas del maestro Tena Ramírez como Ministro, no con la cercanía
F elipe T ena R amírez 329

que tuvieron Don Mariano Azuela Güitrón y Don Felipe López Con-
treras que fueron sus secretarios, ni muchos menos de Don Francisco
Javier Gaxiola Ochoa que lo trató más tiempo.

Don Felipe Tena Ramírez llegó a la Suprema Corte como Secre-


tario de Estudio y Cuenta en 1946 y cinco años después, en 1951, fue
nombrado Ministro, caso único (al menos yo no tengo conocimiento
de otro), en que un Secretario haya pasado directamente al cargo de
Ministro, aunque para entonces él ya era personalidad muy reconocida
en la cátedra, en la academia y en los medios legislativos y administrativos.

Le tocó, de entrada, integrar la Sala Auxiliar que acababa de crear


la Reforma Constitucional de 1951 con el propósito de atacar el gran
rezago de la Suprema Corte. Esta Sala Auxiliar tuvo un desempeño
brillante, digno de sus componentes, Don Mariano Azuela Rivera,
Don Gabriel García Rojas, Don Ángel González de la Vega, Don Rafael
Matos Escobedo y el propio Don Felipe. Fue en la sesión plenaria cele-
brada en el mes de abril de 1953 en que se decidieron varias contra-
dicciones de las Salas con motivo de la interpretación del artículo 74,
fracción V, de la Ley de Amparo, relativo al sobreseimiento por falta de
promoción, como relata nuestro autor, cuando predominaron los crite-
rios sostenidos por dicha Sala Auxiliar, en buena parte expuestos y
defendidos por el Ministro Tena Ramírez, con argumentaciones magis-
trales, pero presentadas con la “exquisita cortesía” de que ya tenía fama.

Dijo por ejemplo, cuando tomó la palabra por primera vez, que
“…temería dar apariencia de alegato a lo que no debe ser sino exposición
razonada y cauta del juzgador…”, para explicar después de tan fina y
comedida introducción las convincentes razones de la Auxiliar.

Poco después, Don Felipe Tena Ramírez fue adscrito a la Segunda


Sala; allí tuve la suerte de ver de cerca sus intervenciones durante las
330 Serie Jueces ejemplares

audiencias de la Sala y del Pleno porque ¡otra vez la buena fortuna!


yo era Secretario del Ministro Pedro Guerrero Martínez. Desde el obser-
vatorio de primera fila que teníamos los secretarios, la admiración que
nos producían las deliberaciones jurídicas de los señores Ministros,
así como sus participaciones prudentes y respetuosas, corrían parejas
con la complacencia de su trato humano y sencillo, sin dejar de ser
exigente. Don Felipe Tena Ramírez participaba de estas virtudes pero
sobre todo era notable el conocimiento profundo que tenía del Derecho,
pues aunque no abusaba de la palabra, sino que era mas bien mode-
rado en sus intervenciones, cuando llegaba a hablar era tan convincente
que casi siempre ponía fin a las dudas que aparecían en las delibera-
ciones; los demás Ministros le llamaban maestro.

En el libro que ahora se presenta se ponen de relieve algunos crite-


rios jurídicos relevantes de la Segunda Sala en la que tuvo participación
fundamental Don Felipe Tena Ramírez. El punto 4.3 del libro se refiere
a la sentencia dictada por unanimidad de votos el 4 de marzo de 1970
en el amparo agrario en revisión 7081/68, promovido contra actos del
Presidente de la República y otras autoridades; ahí se explican los aspectos
esenciales del asunto, pero yo deseo participar a ustedes, de manera
llana, la impresión que me causaron esas vivencias porque las presencié.

Como se explica, era un asunto excepcionalmente difícil por la


dispersión y aun contradicción entre principios constitucionales, entre
normas legales y aun entre normas reglamentarias sobre el significado
y alcances del certificado de inafectabilidad agraria.

Los Ministros de la Segunda Sala ya habían conocido del asunto


en dos o tres sesiones anteriores, pero no habían podido formar con-
vicción —tan discrepantes eran sus puntos de vista—; Don Felipe pidió
un poco de tiempo y cuando el asunto se volvió a listar, tomó la palabra.
F elipe T ena R amírez 331

Con aquella su voz sosegada y casi hipnótica, sin pausas pero


sin prisas, disolvió primero los nudos del problema jurídico, desgajando
sus elementos primarios para ponerlos sobre la mesa, como quien
desarma una maquinaria; después fue tomando cada una de esas piezas
para limpiarla de incomprensiones jurídicas y darles la correcta inter-
pretación que merecían desde el punto de vista formal y axiológico; una
vez depurado cada elemento en este ejercicio analítico, lo fue poniendo
en la mesa uno junto al otro en el orden lógico y jurídico que les corres-
pondía y en esta labor de síntesis, cada conclusión parcial resultaba
tan convincente, que era imposible decirle que no. A la postre, con todas
esas piezas acomodadas en el lugar que les correspondía en justicia
armó, como un rompecabezas resuelto, las bases para los criterios rele-
vantes que alcanzaron la unanimidad de votos.

Amigo Felipe: Ya te adelanté mi felicitación por esta obra tuya;


ahora, al poner punto final a mi modesta intervención, sólo me resta
darte las gracias por el honor que me hiciste al invitarme a esta pre-
sentación de libro dedicado a quien yo considero el último de los grandes
Ministros, por su impecable desempeño tanto en su vida pública como
privada y que es ejemplo de ética y responsabilidad para todos, pero
especialmente para los Jueces.

Moderador: Ministro Mariano Azuela Güitrón

Como dijo Don Juan, el libro esta lleno de elementos que podrían desta-
carse. Alguno de ellos que yo quisiera comentar, es el relativo a una
aportación que hace en su tesis profesional. Con una gran sapiencia,
señala: “Sin la preparación lenta y ardua que presume la materia que
toco y sin la madurez que logran los años y el talento, mi tesis no
pretende sino la sinceridad, la independencia y la cortesía para todas
las ideas”. Y algo que también llama la atención, es una carta que le envía
el Presidente de la República, y que Felipe López Contreras destaca con
332 Serie Jueces ejemplares

una gran claridad en la obra, atreviéndose a calificar a Don Felipe como


el jurista poeta tomando en cuenta el manejo que hacía Don Felipe, del
lenguaje. Llama la atención que un Presidente de la República, que
normalmente tiene muchos colaboradores que cumplen con este tipo de
responsabilidades, le mande una carta que, ustedes verán, es muy per-
sonal. Don Felipe había intervenido en el Sesquicentenario del Supremo
Tribunal de Justicia instalado por José María Morelos, el Tribunal de Ario
de Rosales, y sobre su participación el Presidente Díaz Ordaz le dice:

Muy distinguido y fino amigo: Me dejó profundamente impresionado


el magnífico discurso que usted pronunció en la solemne ceremonia
para conmemorar el Sesquicentenario del Supremo Tribunal de
Justicia. No hubiera creído, antes de oírlo, que sobre un tema como
el que trató, pudiese hacerse un discurso tan bello y, una cosa todavía
más difícil, haber podido conjugar tan magistralmente la belleza del
lenguaje dentro de una sencilla elegancia, con la hondura de la doctrina
jurídica. Me gustaría mucho conservar un ejemplar de ese discurso
y, aun cuando seguramente se va a editar algún folleto, le ruego, si no
tiene inconveniente, obsequiarme una copia firmada por usted.

Lo felicito muy cordial y sinceramente, y felicito a la Suprema Corte


de Justicia por la digna y brillante representación que tuvo a través de
usted, en esa ceremonia.

Pienso en estos detalles para explicarse que el Pleno de la


Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuando se estaba haciendo
el boceto del mural de Héctor Cruz que se encuentra actualmente en el
espacio correspondiente a la Oficialía de Partes, haya decidido que en
el lugar previsto para colocar a Ministros del siglo XX, uno de ellos
fuera precisamente Don Felipe Tena Ramírez. Creo que en este libro
encontrarán ampliamente los argumentos de porqué se llegó a esa
conclusión. Ahora le toca su turno al autor de la obra, Felipe López
Contreras.
F elipe T ena R amírez 333

Palabras del Ministro en retiro Felipe López Contreras

Considero un deber, un compromiso, expresar mis sentimientos de gra-


titud a los aquí presentes pues entiendo que su tiempo tiene un valor
que donan al concurrir a este acto. Mi agradecimiento es especial para
mis antiguos y queridos amigos los Ministros en retiro Juan Díaz Romero,
primer Director General del Instituto de Investigaciones Jurispruden-
ciales y de Promoción y Difusión de la Ética Judicial de la Suprema Corte,
quien me invitó y propuso al Pleno de ese Alto Tribunal como Consejero
del Instituto, y Mariano Azuela Güitrón, segundo y actual Director
General del mencionado organismo, quien tuvo a bien considerar que
se me ratificara como integrante de este Consejo.

Gracias también al Sr. Lic. Francisco Javier Gaxiola Ochoa por


la fineza que me brindó, sin tasa, como buen hacedor de amigos, desde el
primer momento de trato personal y de inmediato experimenté cuando
aceptó escribir la Introducción de este libro y, ahora, intervenir en la
presentación del mismo.

Además, debo decir que las expresiones de todos ellos, son más
que nada fruto de su afectuosa amistad.

Quiero destacar, asimismo, que en la distancia que media entre


la aparición de la idea de escribirlo y esta presentación, fui abrigado
por el compañerismo de muchas personas que me demostraron su interés
con hechos palpables que, creo, contribuyeron a ampliar y profundizar
en los variados temas aquí tratados. Anticipo una disculpa a todos aquellos
a quienes no menciono, aunque en el texto y a pie de página del libro
aparecen los nombres de algunos de ellos. Sin embargo, no puedo omitir
mencionar a mi nieto Luis Gerardo, ahora ya flamante quinceañero, a mi
amigo el licenciado Eduardo Beltrán por su extraordinaria colaboración
y, especialmente, a la Maestra Cielito Bolívar Galindo, Coordinadora de
334 Serie Jueces ejemplares

Compilación y Sistematización de Tesis de la Suprema Corte, cuya eficien-


cia y honorabilidad he podido constatar desde hace varias décadas.

Y les digo gracias, señoras y señores, con palabras que salen de


mi mente y emanan de mi corazón.

Cuando ingresé a la Escuela Libre de Derecho, Don Felipe Tena


Ramírez ya no formaba parte del claustro de profesores de esa institu-
ción por lo que, desafortunadamente, no llegué a ser su alumno. Sin
embargo, tuve la ventura de contar con las enseñanzas de otros eximios
maestros de esa época, particularmente de Don Manuel Herrera y
Lasso, reconocido constitucionalista.

Recuerdo que al entrar por primera vez al edificio de las calles


de Basilio Badillo, que en esos tiempos albergaba a la escuela (estoy
hablando de 1954) me impresionó el contenido de una placa de bronce
incrustada en uno de los muros interiores de su entrada; en ella se leía:
El orden y la disciplina de este Plantel quedan confiados al honor de sus
alumnos. Y es que entonces todo el cuerpo de vigilancia lo integraba un
solo elemento, el conserje Poncho, buena persona.

Traté de ahondar un poco en el significado de honor y advertí


que es sinónimo de dignidad, decoro, hombría.

Tres años después, cuando cursaba tercero de leyes, parte de mi


grupo estuvo a punto de ser expulsado de la Libre. Recuerdo que una tarde,
un maestro del horario vespertino avisó que no podía llegar a dar su
clase y en cierto momento, y frente esa placa de bronce, se organizó
lo que llamábamos “caballazos”, o sea, golpes con los hombros. Fue tal el
escándalo, que el Secretario General, Lic. Manuel Sáenz Larrañaga, quien
tenía su oficina dos pisos arriba, se dio cuenta y nos mandó llamar con
el conserje. Subimos a su despacho todavía agitados, agitación que se
F elipe T ena R amírez 335

tornó en pánico cuando fuimos severamente reprimidos y amenazados


por Don Manuel, y si no hubiera sido por la oportuna intervención de
su ayudante “Doña Teodorita”, posiblemente hubiéramos sido expul-
sados cerca de quince alumnos que provocamos el desaguisado. Prome-
timos angustiosamente que no volvería a suceder (y así fue). Nos
salvamos, afortunadamente.

Quiero platicarles brevemente otra vivencia: Cómo llegué a ser


Secretario de Don Felipe. Él tenía la vacante de Ángel Suárez Torres,
promovido a Juez de Distrito (con el tiempo coincidí con Ángel como
Magistrado de Circuito y como Ministro de la Suprema Corte).

Me llevó con Don Felipe su dilecto amigo el Lic. Don Jesús Rodrí-
guez Gómez (quien es otra de las personas que recuerdo con respeto,
gratitud y afecto por su bondadosa intervención no sólo en mi vida
sino en la de varios de mis hermanos). Fui recibido con la serenidad
característica de Don Felipe. Hablamos, entre otras cosas, sobre mi
experiencia profesional que se centraba en la materia laboral. Me dio
tres expedientes para que los estudiara y formulara el proyecto de sen-
tencia que le debía entregar a la semana siguiente. Realizada la, para
mí, ardua tarea, rindo el resultado. Pocos días después, una vez revisa-
dos los proyectos, Don Felipe me explica, con amabilidad, las razones
por las cuales dos de ellos, aun cuando llegaban a la conclusión correcta,
no contenían los argumentos jurídicos idóneos, y el tercero presentaba
una solución incorrecta. No acababa de levantarme, seguramente con
la cara larga y triste y extender mi mano para agradecer la oportunidad
brindada, cuando Don Felipe me dice, serio pero afable (así lo sentí):
Usted se queda conmigo porque me agrada su manera de razonar.

Grandes fueron mi asombro y felicidad por esa bondadosa deci-


sión, que abrió las puertas de mi futuro.
336 Serie Jueces ejemplares

Poco después me enteré que previamente Don Felipe había


rechazado a varios abogados capacitados (uno de ellos moreliano) que
hicieron la prueba para ocupar la vacante. Quizás de haberlo sabido
antes, desisto del intento. Cosas de la vida.

El Instituto de Investigaciones Jurisprudenciales y de Promo-


ción y Difusión de la Ética Judicial de la Suprema Corte, desde que
entró en funciones, ha venido luchando permanentemente y con reno-
vados bríos para que los impartidores de justicia estén imbuidos de los
principios éticos, que se pueden caracterizar como independencia,
imparcialidad, objetividad, profesionalismo; en una palabra, excelen-
cia. Con tal propósito ha fomentado y participado, a través de las
personas idóneas, en numerosos eventos y muchos textos que persi-
guen esa finalidad.

Me atrevo a pensar que la serie Jueces Ejemplares fue ideada con


esa teleología y en su volumen 4, que ahora se presenta, encontramos
una muestra indubitable de ello al constatar que la trayectoria terrenal
del personaje a que se refiere, fue fecunda, al cumplir con señorío la
misión que le tocara desempeñar. ¿Quién pondría en tela de juicio que
Don Felipe Tena Ramírez fue un ser humano que reflejó al Juez ético
por antonomasia? Nadie que lo haya conocido, pienso.

Ello me lleva a felicitar a los directores (al anterior y al actual)


del Instituto, por su acierto al impulsar esta Serie que seguramente se
verá incrementada por la lección de numerosos juzgadores que son un
modelo a seguir por quienes actualmente desempeñan esa función.

En parte de su obra escrita Don Felipe nos deja ver la admiración


que profesó a dos de sus maestros Emilio Rabasa y Miguel Macedo.

Del primero dice que en vez de emplear la palabra gris buscaba


la selecta que, por precisa, expresaba la idea mejor que ninguna otra.
F elipe T ena R amírez 337

A Macedo lo llamó aventurero de todas las latitudes en el mundo del


saber, besado por la luz de todas las constelaciones.

Deseo concluir estas palabras con otro bello recuerdo: Cuando fui
recibido en el más Alto Tribunal expresé que el haber trabajado en la
entonces Segunda Sala como Secretario de Estudio y Cuenta, me dio
la oportunidad de aquilatar la sabiduría, rectitud, entrega y caballero-
sidad de sus integrantes y que ello fue factor determinante para formar
en mí una franca y decidida vocación por la función jurisdiccional. Mas
estimé ineludible referirme concretamente a dos de ellos: Don Felipe
Tena Ramírez y Don Jorge Iñárritu.

Del primero expresé que me recibió en esa Sala y con paternal


afecto guió mis primeros pasos en esta, para mí, noble carrera. Recordé
la paciencia de que tuvo que hacer acopio para revisar y corregir los rús-
ticos proyectos del inexperto proyectista.

No fui Secretario del Ministro Iñárritu pero ello tampoco fue


obstáculo para que recibiera de él, con generosidad, el consejo, la orien-
tación, el apoyo, el estímulo que, a mi entender, crean el clima adecuado
para fortalecer la actuación imparcial del juzgador.

Por la venturosa intervención en mi vida de esos dos funciona-


rios ejemplares reitero, ahora, que mi gratitud para ellos no tiene límite.

Termino de la mano con Jaime Sabines (1926-1999), pues como


a él a mí también (cito textualmente parte de un hermoso pensamien-
to de este poeta chiapaneco): “Me encanta Dios. Es un viejo magnífico
que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega… Dios siempre está
de buen humor… A mí me gusta, a mí me encanta Dios…”

Muchas gracias
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Esta obra se terminó de imprimir y
encuadernar en noviembre de 2011
en los talleres de Ediciones Corunda,
S.A. de C.V., calle Panteón núm. 209,
Bodega 3, Colonia Los Reyes
Coyoacán, Delegación Coyoacán,
C.P. 04330, México, D.F. Se utilizaron
tipos Chaparral Pro de 9, 10, 12, 13,
14, 15 puntos y Vivaldi de 64.3 puntos.
La edición consta de 1,000 ejempla-
res impresos en papel bond de 90 grs.

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