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RETÓRICA FORENSE
RETÓRICA FORENSE
Miguel Antonio De la Lama Urriola
IMPRESO EN EL PERÚ
PRINTED IN PERU
MIGUEL ANTONIO DE LA LAMA
INDICE
PARTE PRIMERA
ABOGADO
PARTE SEGUNDA
ORATORIA
PARTE TERCERA
REDACTORIA
APÉNDICE
MODELOS
I. Foro francés
Defensa de la Condesa de Mirabeau, sobre
divorcio.- Portalis ....................................................... 243
Discurso de Mirabeau ................................................ 251
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Miguel Antonio De la Lama
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Ocupó don Miguel diversos cargos; así fue juez, fiscal, notario,
Director General del Registro Mercantil y de la Propiedad Inmueble,
Director de la Penitenciaría de Lima, Secretario y Jefe de la Sección
Judicial de la Sociedad de Beneficencia de Lima y conjuez de la Corte
Suprema de Justicia de la República. Fue director, redactor y hasta
propietario de diversas revistas jurídicas y de un periódico. En esta
actividad, por ejemplo, dirigió “El Derecho”, publicación del Colegio
de Abogados de Lima. Basadre dice al respecto: “El Derecho, periódico
semanal, órgano del Colegio de Abogados, dirigido por Miguel Anto-
nio De la Lama, comenzó a parecer el 12 de diciembre de 1885. Siguió
publicándose hasta diciembre de 1889.”3 Carlos Ramos Núñez dice al
respecto: “El Derecho (1885-1909), órgano del Colegio de Abogados fun-
dado, dirigido y hasta redactado por Miguel Antonio De la Lama.” 4
2 Imprenta de “La Sociedad”, Calle de Núñez N° 38/Por José Rufino Montenegro, 1872.
3 BASADRE GROHMANN Jorge. Historia de la República del Perú (1822-1933), Tomo 10,
El Comercio, Primera Edición 2005, p. 63.
4 RAMOS NÚÑEZ Carlos.- Historia del Derecho Civil Peruano (siglos XIX y XX). Tomo V.
Volumen 1. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Primera edición:
noviembre 2005. p. 34.
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Basadre Ayulo dirá, también, que “El primer libro de los más
importantes en materia penal en el siglo XIX, salió de la pluma prolí-
fica de don Miguel Antonio De la Lama, bajo la forma de diccionario
enciclopédico tan en boga en el Perú del siglo XIX”.11 12 El mismo autor,
al hacer “la división metodológica de los juristas peruanos del siglo
XIX”, coloca entre los enciclopedistas de ese siglo a Miguel Antonio De
la Lama, junto a Francisco García Calderón Landa y Manuel Atanasio
Fuentes; y en los inicios del siglo XX, a Germán Leguía y Martínez.
Carlos Ramos Núñez, en su Historia del Derecho Civil Peruano,
al tratar de los “Enciclopedistas” peruanos de los Siglos XIX y XX, dice:
“Tras la publicación del Diccionario de García Calderón en el horizonte
de la cultura jurídica peruana, aparecerían otros trabajos bajo ese nom-
bre. Manuel Atanasio Fuentes y Miguel Antonio De la Lama, hacia 1877,
daban a luz un Diccionario de Jurisprudencia y de Legislación peruana”
“Los afanes de El Murciélago (así se le conoce a Manuel Atanasio Fuen-
tes) y de Lama, recién concluirían casi veinte años después. La obra de
estos dos jurisconsultos se ceñía, apretadamente, a los códigos y, aunque
de menor extensión que el Diccionario del jurista arequipeño, tenía la
misma utilidad. Si este último traía menor información histórica que el
primero, lo aventajaba con creces en materia de Derecho Comparado”.13
“Miguel Antonio De la Lama, abogado de los tribunales, maestro
universitario, diligente editor de revistas jurídicas y profuso anotador
de las leyes del país”,14 participó, también, en las postrimerías de su vi-
da, en la elaboración del proyecto del Código de Procedimientos Civiles
de 191215.
Correspondió a Manuel Augusto Olaechea, en representación de
la Facultad de Jurisprudencia de San Marcos, pronunciar el discurso
fúnebre en las exequias de Miguel Antonio De la Lama (4 de agosto de
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16 RAMOS NÚÑEZ Carlos. Historia del Derecho Civil Peruano (siglos XIX y XX). Tomo VI.
El Código de 1936. Volumen 1. Los artífices. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. Primera edición: octubre de 2006. P. 120.
17 El Consejo Supremo de Guerra y Marina fue sustituido por el Consejo de Oficiales Generales
en diciembre de 1906, tras la dación de la Leyes 272 y 273 que modificaron el Código de
Justicia Militar de 1898.
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AUTORES CONSULTADOS
Las obras que me han servido de guía para escribir este texto,
son: los Elementos de Elocuencia Forense por el Excmo. señor D. Pedro
Sainz de Andino, las Lecciones de Elocuericia Forense por D. Francisco
Pérez de Anaya, y las Lecciones de Elocuencia por D. Joaquín María
López.– Los párrafos que de ellas he elegido, están copiados literalmen-
te; porque en la versión a mi estilo habrían perdido en fuerza, belleza y
elegancia.– Las amplificaciones y los ejemplos están en tipo menor: los
estudiantes pueden prescindir de las primeras.
18 Las páginas referidas corresponden a la edición original del Libro. En la presente edición,
su ubicación, ha sufrido alteración.
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Cicerón: 5, 18, 40, 44, 50, 51, 52, 71, 76, 85, 105, 152, 161,
168, 176, 194 y 200.
Colt y Vehí: 149, 150, 151, 154 y 161.
D’Agesseau: 42, 44, 47, 48 y 77.
De Berryer: 10, 11 y 17.
De Gorgies: 40, 41 y 252.
Demades: 220.
Demóstenes: S 1, 52, 82, 96, 155 y 175.
Descartes: 207.
Dionicio de Halicarnaso: 49.
Dubrac, 61.
Dupin: 255.
Enciso Castrillón: 15,
Esquines: 153 y 175.
Fenelón: 48, 50 y 99.
Filangieri: 25 y 80.
Gomez Hermosilla: 19 y 149.
Hugo Blair: 12, 52, 55, 50, 55, 99, 100 y 185.
La Harpe: 55.
Levizac: 55.
Longino: 50.
Mauri: 50.
Meléndez Valdez: S 1. Olive: 9.
Platón: 48.
Quintiliano: 56, 44, 50, 56, 70, 100, 149, 161, 185, 194 y 207.
Rousseau: 507.
Sarmiento: 122.
Timón: 228.
Ucelay: 125, 124, 128, 159 y 16 1.
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PRENOCIONES
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ya! – Sí, ya existe la elocuencia; pero con los caracteres que dis-
tinguen a los primeros pueblos: absolutamente exterior: gesticu-
la, levanta los brazos al Cielo, muestra una cabellera empapada
en sangre y cubierta de polvo, blande una flecha, da un grito de
guerra y llama a las armas! y sin embargo, todavia no ha combi-
nado frases, ni construido silogismos. El corazón ha obrado sobre
el corazón; la cólera ha excitado la cólera; y esto inmediatamente
y de una manera eléctrica: el gesto ha servido de lenguaje. (De
Berryer).
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19 Oratoria es palabra derivada de oración, en latín oratio, formada de oris (boca) y ratio
(razón): la razón expresada por medio de la boca.
En la necesidad de un nombre que oponer al de Oratoria, no encontrándolo en el Diccio-
nario de la Lengua, y teniendo en éste redactar (en aceptación extensiva y usual: escribir
cualquier obra literaria ó científica, &) redacción, redactor y redactora, me he servido de
la desinencia oria para formar la voz Redactoria. Creo que esta palabra tiene mejor eufonía
y es más análoga que cualquiera otra que se formara con etimologías ó palabras griegas ó
latinas, para que fuera equivalente a razón escrita.
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PRINCIPIOS GENERALES
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Penal se impone esa pena a los que cometen robo, introduciéndose por
conducto subterráneo? La ley no puede restringir hasta ese punto ne-
cesario arbitrario de Juez.
¿Son tan claras las leyes, que puedan los Jueces en todos los ca-
sos, con la mano sobre su conciencia, decir como el filósofo de la
antigüedad, que han encontrado la verdad y que no puede ya ni
oscurecerse ni escaparse? Y aun cuando la ley sea clara, ¿No se
entra por ventura a cada paso en el terreno de la duda y de la os-
cilación al querer aplicarla al caso que se controvierte, cuya índo-
le especial, cuyo carácter y cuyas circunstancias variables hasta
lo infinito, exigen que la equidad y la misma justicia extiendan o
contraigan la medida antes de aplicarla con una ceguedad lasti-
mosa y violenta? ¿Quién en una cuestión dada estará seguro de
haber encontrado la verdad que buscaba?
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PARTE PRIMERA
ABOGADO
CAPITULO I
PRELIMINARES
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CAPITULO II
DOTES INTELECTUALES DEL ABOGADO
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CAPÍTULO III
INSTRUCCIÓN DEL ABOGADO
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DERECHO POSITIVO
DERECHO NATURAL
A veces hallaremos una ley, poco conforme con esas ideas primiti-
vas que deben ser el faro y el norte del Legislador; deploraremos
su ceguedad y nos veremos obligados a reconocerla como reina
soberana en los juicios; pero conociendo sus cimientos flacos y
contradicción abierta con la razón, que es la reina del mundo,
todavía podremos hacer ver con respeto y con tacto delicado, las
consecuencias a que lleva aquella resolución inconsiderada, y
desautorizada para la opinión, con el arma de la filosofía y de
la critica. Entonces se aplicará con mano tímida y en una escala
menos lata, o hará lugar a otra más meditada y razonable; y en
ambos casos, el espíritu de equidad o de reforma habrá triunfado
a despecho del error que suele hablar por boca de la ley, bautizán-
dose con su nombre y usurpando su autoridad. (López).
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Por lo cual, según la Ley 13, título I, Partida Iª., “saber las leyes
no consiste en aprenderlas de memoria, sino en entender su verdadero
sentido”.
FILOSOFÍA E HISTORIA
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MEDICINA LEGAL
BELLAS LETRAS
TEORIA DE LA ELOCUENCIA
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MODELOS
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40. Sus reglas.– Al hacer uso de los modelos, se debe tener pre-
sente las siguientes reglas:
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EJERCICIOS
42. Sus clases.– Los ejercicios pueden, por una parte, recaer so-
bre la composición o sobre la recitación; y por la otra, ser privados, ha-
ciéndolos cada particular por si solo, o académicos reuniéndose muchas
personas para ocuparse de ellos en común.
44. Sus reglas.– Las reglas que pueden darse para esos ejerci-
cios, son las siguientes:
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4°. El intervalo que medie entre sesión y sesión, habrá de ser sufi-
ciente para que se puedan preparar los trabajos que hayan de
presentarse en ella.
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CAPÍTULO IV
CUALIDADES MORALES DEL ABOGADO
HONRADEZ
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CIRCUNSPECCION
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por el contrario, no es el hombre que aspira a una fortuna tal vez sin
títulos, el que busca en el Abogado un instrumento a sus designios de
engrandecimiento y poder: es el infeliz que sumido en una cárcel, tal
vez en presencia del cadalso, tiende a su alrededor una mirada atri-
bulada, y busca en las ansias de su mortal agonía quien le sustraiga a
un destino tan cercano como horrible. No espera aquí por lo común el
defensor, el premio de sus trabajos en un dinero, que acaso bastaría a
prostituir una acción tanto mas laudable, cuanto es mas desinteresada.
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56. Esa decisión debe ser tal, que, como dice Sainz de Andino,
el Abogado, se engría, se complazca y se deleite en el; y que su afición
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“Cuanto más nos separemos del trabajo, tanto más nos alejare-
mos de la gloria”.
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VERACIDAD
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ofender la verdad; pero de esto a falsear los hechos y las cuestiones hay
una distancia inmensa; y si lo primero es un ardid ingenioso y lícito, lo
segundo es una falta gravísima, que los derechos de la verdad y de la
justicia prohíben disimular.
CULTURA
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PRUDENCIA
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DESINTERÉS
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PARTE SEGUNDA
ORATORIA
CAPITULO I
PRELIMINARES
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CAPITULO II
ORADOR
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VOCACION ESPECIAL
DOTES FÍSICAS
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PRESENCIA DE ÁNIMO
Esa necesidad debe ser tal, que ni la jerarquía, ciencia otra cua-
lidad preminente que distinga al auditorio, ni la gravedad del asunto
que se discute, ni el recelo de sucumbir en el juicio, ni accidente alguno
imprevisto, pueda sorprender y desconcertar al Orador.
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El que habla primero tiene que ser hasta profeta; porque necesita
prever todo lo que dirá su adversario para repararlo préviamente;
el que habla el último no tiene que ocuparse de estos cuidados ni
de estas conjeturas, porque han de presentarle al enemigo el pa-
lenque con todas sus armas, y cuenta en sí mismo el de desarmarle
y vencerlo en cuanto le acometa. Aquel ha vivido en sus com-
binaciones y cálculos del porvenir y sus contingencias siempre
inciertas y dudosas; éste vive solo de lo presente, de lo actual, del
instante en que habla, y puede confiar en que parodiará el llegué,
ví y vencí de César, antes de ser llamado al combate, ni saber el
adversario con quien tiene que luchar.
El último que habla, entra a la arena por esta sola razón con
muchas probabilidades. La Sala de audiencia con su aparato y
con su solemnidad, Llama desde luego la atención en los Jueces
y en los concurrentes sobre la escena que va a representarse; y
al llegar el momento de dejarse oír la voz del primer defensor,
todos atienden y se contraen, porque este momento ha sido lar-
gamente esperado; pero la curiosidad se aviva y el interés crece
y se aumenta en favor del que le sigue, porque impresionados
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los ánimos con las razones que escuchan, quieren adivinar co-
mo serán rebatidas, y aguardan con impaciencia el instante de
presenciar este desenlace. El posterior en la palabra encuentra
ya allanado el camino, ansiosa la atención y pendiente el audi-
torio de su boca, todo lo cual en distintas circunstancias sería el
resultado de un feliz y bien combinado exordio. No tiene por lo
común necesidad de formular proposición ni división; porque ha-
lla la cuestión ya planteada y desenvuelta, y puede formar de su
discurso un todo compacto, una falange impenetrable que resista
al examen más analítico y detenido.
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Convendría por esta razón permitir una réplica por cada parte,
con lo que las cuestiones y las ideas se aclararían y fijarían del modo
más terminante; pues si el tiempo tiene su precio, la verdad y la jus-
ticia tienen sus derechos de más valor e interés que el tiempo mismo.
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CAPÍTULO III
PREPARACIÓN DEL DISCURSO
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El plan no debe ser más que la fórmula algún tanto vaga del dis-
curso; lo que son las líneas para el arquitecto, lo que es el contorno para
el dibujante. Entran en este golpe de vista, las réplicas y dificultades
que se nos podrán oponer: propuesto, y déseles el lugar más natural y
oportuno; sepárense las ideas generales de las secundarias, y examíne-
se la relación y dependencia que unas tienen con otras.
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CAPÍTULO IV
CONSTRUCCIÓN DEL DISCURSO
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§1.
EXORDIO
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§2.
PROPOSICIÓN
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§3.
DIVISIÓN
Otros, con Blair, la tienen por muy útil para dar mayor claridad
al discurso, hacer más palpable la dependencia que entre sí deben tener
todas las partes de que se componga, ayudar la memoria de los oyentes,
facilitarles la retención de las doctrinas y entretener su atención con
la esperanza de hallar descanso en cada uno de los períodos marcados.
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§4.
NARRACIÓN
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§5.
DEMOSTRACIÓN
Si falta ley, debe suplirla con los principios generales del Derecho
o con otras leyes sobre casos análogos. Lo primero, haciendo relucir
el principio de justicia que le favorezca, y manifestando que el Legis-
lador lo habría declarado así, si hubiese previsto el caso. Lo segundo,
demostrando una gran semejanza entre el hecho de que se trata y otro
previsto por la ley; o que militan los mismos motivos para la ley que
falta y para otra que existe: la primera es analogía de hecho, y tiene
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98. División de las pruebas.– Todas ellas deben nacer del pro-
ceso; pero se dividen e directas e indirectas, según que las actuacio-
nes las arrojen inmediata y naturalmente, o según se necesite para
su deducción de una reflexión más detenida o de inducciones más in-
geniosas. Aquellas se ven, se perciben y se tocan desde luego; estas no
producen ese convencimiento pleno, sino que se fundan en la analogía
de una verdad conocida con el hecho que se controvierte. Las primeras
son la oral, literales, testimoniales, y reales; y las segundas consisten
en las presunciones.
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PRUEBA ORAL
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PRUEBAS LITERALES
PRUEBAS TESTIMONIALES
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105. Causas por las que un testigo puede no ser creible.– To-
do testigo puede no ser creible por causas físicas, intelectuales o mora-
les; y el cuidado del Abogado debe estar en recorrer con prolija atención
todas su circunstancias, para ver si se encuentra en alguno de los casos
o situaciones en que puede y debe combatir su testimonio.
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Bentham exige en el dicho del testigo para darle crédito, las cir-
cunstancias de que sea responsivo, particularizado y circunstanciado,
distinto, reflesivo y no sugerido de una manera indebida; y como me-
dios legales que sirven a excitar al declarante a producirse con lisura y
buena fe, enumera la pena de la ley, el interrogatorio, el contratestimo-
nio y la publicidad. Lopez explica cada una de esas ideas de la siguiente
manera:
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PRUEBAS REALES
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PRESUNCIONES
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REGLAS GENERALES
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4° Se debe unir las pruebas débiles, para que ofrezcan más valor
e importancia, y de este modo presenten un frente y una fuerza que
realmente no tienen en sí, ni tendrían separadas.
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24 Véase Concisión en el número 21.- No podemos resistir al deseo de transcribir los si-
guientes párrafos del docto e íntegro Magistrado español, señor Sarmiento, en un libro
poco conocido y digno por muchos conceptos de ser leído, titulado: Themis, Justicia para
todos: Observaciones sobre la naturaleza y estudio de la Jurisprudencia, la constitución
del Poder Judicial y el ejercicio de la Abogacía”; así como también varios consejos del
mismo Magistrado a un Abogado, con motivo de comunicarle éste que se dedicaba a la
profesión, en una notable carta ya del dominio público. Párrafos y consejos que tomamos
de los “Estudios Críticos de Oratoria Forense” por Ucelay:
Lo que más mortifica a los Jueces, lo que más perjudica a los litigantes, es la difusión y el
abuso en los informes en Estrados. Hay en esto algo de codicia; pero hay también mucho
de mal gusto y de ignorancia.
Créanme los Abogados: nada mejor que la concisión ante la censura de los Jueces ¡Cuántas
veces van las dos CC. Sobre la del Confirmo, por hablar más de lo necesario! ¿Quiénes
son los Abogados? Esta es la pregunta diaria que contestan los Relatores, y que da lugar a
señalar el orden de las vistas, dejando el último a la que debe sufrir el apremio de haber
sonado la hora, por necesitarlo su letrado o defensor.
Si algo debo aconsejarte, es que seas breve en Estrados: jamás olvides este consejo. Si el
litigante ha de estar en la barandilla, predícale la necesidad y conveniencia de que se
resigne a oírte poco tiempo, siquiera hable el contrario tres días seguidos.
Así te apreciarán los Jueces y te oirán con gusto y te darán la razón casi siempre que la
tengas, y aún alguna vez que te falte; y te hallarás con algunas condenaciones de costas al
contrario, en venganza del mal rato que dé a los señores del margen su defensor, cuando
hable mucho en competencia del que habló poco y molestó menos. Tú no sabes el hastío y
aún horror que causan los informes largos, a hombres que tienen por oficio oírlos, mudos y
quienes como la estatua del Comendador, cuando ya están apuradas en esos bancos todas
las reflexiones iguales y morales y políticas y hasta poéticas, sobre todos los puntos que
abraza la jurisprudencia.
Nunca digas “procuraré ser breve y molestar lo menos posible la respetable atención de la
Sala, etc.”; selo en efecto, y al salir tras la turba oirás muchas veces, esto se llama informar,
y no esa pesadez de fulano, que no hay paciencia que baste para oírle.
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Reserva para Estrados tus razones fuertes, y sobre todo la cita de las leyes, aunque las
indiques en los escritos; y nunca te incomodes de oír absurdos y desvergüenzas ni aún
hechos falsos pero rectifica los últimos en pocas palabras para que no te echen la campa-
nilla. Si el negocio es de escándalo y concurrencia, puedes permitirle alzar la voz y aún
algún grito: en otro caso, habla como entre cuatro personas de respeto, sentadas en visita,
y ten presente que es gente sin corazón la que te escucha, porque el corazón se acaba a
los veinte y cinco años en cuanto a miserias ajenas, y los Jueces le tienen más seco que un
esparto a los pocos años de fallar pleitos, y sobre todo procesos criminales.
Si puedes no hagas extracto, porque es trabajo que mata y hasta embrutece; pero paga bien
a quien te los haga con tino, concisión y buen orden. Escribe poco, o si quieres cobrar
por varas, busca quien escriba por ti, extractando el apuntamiento y comentando lo que
dijo el otro. Si así no lo haces, serás charlatán sin remedio y la vaciedad de los escritos se
traslucirá en tus informes orales, acabando por ser un Abogado como casi todos.
No asegures el buen éxito a las partes; sino que la cosa te parece justa, si en realidad te lo
parece, y que harás lo que puedas.
Ucelay agrega: el Orador se dirige a un Juez o a tres o cinco Magistrados, ora impacientes,
ora helados como la muerte, que miran constantemente al reloj de la Sala para ver el tiempo
que el Abogado emplea.
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Las citas del Derecho Romano, y más aún las de sus Comentado-
res, sólo pueden mirarse como comprobación de razón.
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esto sin duda se ganan las ciencias, que antes, puede decirse, que
sólo tenían un aspecto histórico; puesto que mirando lo pasado, se
renunciaba el porvenir y a las nuevas esferas que el talento podía
descubrir en sus diversos rumbos.
§6.
REFUTACION
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5º. No se debe usar la agudeza sino con gran economía.– Tal vez
en alguna ocasión sea oportuna una réplica pronta, que ridiculice algu-
na razón o argumento contrario, La agudeza suele a veces ser útil en
el Foro, y de ella usó Cicerón en varias ocasiones; pero debe usarse con
economía, y no hacer alarde de una dote, que llevada al exceso, supone
siempre ligereza de carácter.
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7º. Los argumentos leves, así como se reúnen para probar, se se-
paran para impugnarlos.- Si el adversario ha hecho esa reunión de
pruebas débiles, para darles mas valor usando del ardid que antes in-
dicamos, convendrá mucho separarlas para reducirlas a la verdadera
importancia que cada una tenga en sí misma. La estratagema que se
habrá puesto en juego será la aplicación de aquel principio de Física
que nos dice: “que la fuerza unida es mas fuerte”; pero por este sencillo
y contrario medio, rebelarán los argumentos toda su flaqueza y desapa-
recerá el encanto que sólo debían a su colocación.
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§7.
PERORACION
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§8.
EPÍLOGO
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La regla de los retóricos es que se proceda con tal arte, que se en-
cuentre novedad en la repetición misma; y que parezca, no que se anda
por segunda vez el mismo camino, sino solo que se renueva la memoria
de los que antes hemos escuchado.
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S9.
CONCLUSION
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CAPÍTULO V
OPERACIONES DEL ESPÍRITU EN EL DISCURSO
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Por lo cual han dicho los Retóricos que el Orador necesita hallar
los argumentos, presentarlos en un orden conveniente, adornarlos con
palabras y expresarlos con decencia y decoro; y esto es lo que han lla-
mado invención, disposición, elocución y pronunciación.
§1.
INVENCIÓN
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§2.
DISPOSICIÓN
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Por último; se debe hacer igual elección y separación con las ideas
que deben formar la peroración y la conclusión: las que más puedan ex-
citar y conmover, para que los golpes al corazón vengan a concluir la
obra que empezó la razón serena y tranquila.
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§3.
ELOCUCIÓN
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ESTILO
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La palabra dicción tan solo dice relación con la elección de las pa-
labras y la contextura gramatical del discurso. La dicción de un
autor puede ser excelente, siendo pésimo el estilo. (Coll y Vehí).
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particular en que, según las reglas del arte, explicamos nuestros pen-
samientos para convencer, deleitar y mover, que son los fines de la
elocuencia”.
2º. Que la mayor parte de los Abogados, mirando como base esen-
cial de su profesión la Jurisprudencia, se contraen a ella, y descuidan lo
concerniente al estilo, desconociendo así las ventajas de proponer sus
discursos bajo las reglas y principios de la Oratoria.
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Tanto Cicerón como Quintiliano sabían muy bien, dice Coll y Ve-
hí, que en una obra de alguna extensión se combinaban estos tres gé-
neros del estilo, y que entre estos tipos fundamentales había distintas
e inapreciables gradaciones, como sucede con la rosa de los vientos.
Decían que el estilo tenue predominaba en el género didáctico, que el
templado era propio de los asuntos agradables, y el grave o sublime de
los que por su importancia agitaban las pasiones: que el primero era el
lenguaje de la razón fría; el segundo, el de la imaginación; el tercero,
el de la sensibilidad fuertemente excitada: reconocían, por último, que
la verdadera elocuencia consistía en aplicar convenientemente el estilo
al asunto.
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ESTILO PATETICO
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con el que sufre, para sentir los estímulos de la piedad, y para templar
con la compasión la dureza y el rigorismo de su austero ministerio.
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5º. El Orador debe usar del patético con naturalidad, para que
no se conozca su designio. Si en todo el discurso debe haber mucha
naturalidad, en el patético es doblemente precisa; porque siempre los
hombres previenen y alarman contra las palabras de los demás, cuan-
do conocen que son interesadas y producidas con un designio calculado
de antemano.
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7º. Los resortes que deben emplearse para conmover, son: interés
individual, la benevolencia y la justicia.
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11º. Debe cuidarse mucho que la locución sea grata al oído. Para
esto se necesita, no solo que la dicción sea escogida, sino que se combi-
nen de la manera más proporcionada las frases, las palabras y hasta
las letras. Esto es lo que se le llama numero oratorio, y produce siem-
pre un efecto maravilloso.
Mas esta perfección debe ser la conquista de anteriores trabajos
y del hábito que por ellos se alcanza, y no el resultado de la atención y
fatigas del momento. Si se traslucen éstas, todo el efecto desaparece.
§4.
PRONUNCIACIÓN
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¿Qué alma habla tan helada que no se sienta los efectos de una
buena recitación? ¿Cuántos dramas defectuosos no producen un
efecto mágico en la escena? ¿Cuántos sermones leemos sin sentir
emoción alguna, que en boca del predicador hicieron una vivísi-
ma impresión en el auditorio? No hay razón para que estos efec-
tos dejen de ser comunes a los discursos forenses. No obstante
la impasibilidad de los Jueces, cuyo verdadero carácter queda
deslindado, como hombres no pueden dejar de ser sensibles al
deleite; y les ha de ser forzosamente mas grato un discurso bien
recitado, que una narración fría, mal articulada, y desnuda de
todos los adornos de la acción oratoria. El público manifiesta dia-
riamente el encanto con que oye un discurso recitado con perfec-
ción; porque al paso que un concurso numeroso ocupa las salas de
los Tribunales, para oír los informes de un Abogado célebre por
su talento y gracias oratorias; al contrario, se quedan aquellas
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VOZ
El don mas preciable que la naturaleza puede hacer al Orador, es
el de una voz propicia para el ejercicio de su ministerio; así como una
voz áspera y defectuosa, es el obstáculo más poderoso para brillar en
esta carrera.
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necesidad de expresar las afecciones; pero sin excederse del tono me-
diano, sino para expresar pensamientos extraordinarios, o sentimien-
tos de ira, de odio o de horror. Es muy impropio comenzar con grandes
voces una discusión entonces tranquila y apacible; y el Orador se sujeta
a no salir de esa clave, hasta que fatigado tiene que bajar repentina-
mente de tono, lo que produce un efecto desagradable en el auditorio.
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Las únicas reglas que pueden darse sobre el particular, son estas:
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3º. Todo discurso debe por lo común empezar con calma y sere-
nidad, y con una palabra limpia y sostenida. Al paso que la discusión
se va animando y que el Orador se inspira con el interés y calor de la
materia, la palabra debe ser más fluida y veloz. Si de repente hay un
cambio de afectos, es preciso que la palabra se dome y que siga sin
titubear la dirección de este nuevo impulso; y debe correr con más ce-
leridad al final de los períodos, desde que el lenguaje recibe su impulso
del pensamiento, y las vibraciones del alma son siempre más rápidas
en los finales. No parece, dice López, sino que el pensamiento obedece
las mismas leyes de gravedad que los cuerpos físicos: acelera su movi-
miento a medida que se acerca a su término, y por eso los finales de los
períodos cuando la lengua sirve bien a la inspiración, deben ser más
rápidos y animados que los demás que le preceden.
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Los movimientos del cuerpo revelan muchas veces lo que las pa-
labras no expresan; mas lo revelan con señales tan inequívocas, que
todos los corazones lo comprenden, porque les habla el lenguaje de la
naturaleza y de la pasión.
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__________
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como dar grandes gritos sin que haya ocasión que pueda justificarlos,
como si la razón de los Jueces estuviera en sus oídos, o como si se hu-
biese de convencer con la fuerza de los pulmones.
26 Sobre la celeridad no tenemos nada que aregar a lo que dejamos dicho en el número
anterior.
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6º. En todo el porte del Abogado debe haber decoro y dignidad, sin
timidez y sin arrogancia. Las actitudes poco nobles, los golpes de ma-
nos y de pies, las miradas atrevidas y jactanciosas, todos los ademanes
de altivez y osadía se deben proscribir, porque son ajenos del lugar y de
suyo irreverentes. “Las contorsiones son propias de figurones de teatro,
y no del noble y excelso ministerio de un letrado”.
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27 Por patético indirecto se entienden ciertas pinceladas, ciertos golpes al corazón, que si no
lo exaltan, lo conmueven, y que empiezan la obra que el patético directo concluye más
tarde. Estos rasgos que pasan con la celeridad del relámpago, pero que brillan e impresio-
nan como él, dejan hondo recuerdo, despiertan los afectos que dormían bajo la helada
ceniza de la indiferencia, y los animan para que respondan a la impulsión de la palabra,
y a las vibraciones poderosas de la inspiración: así como en la música necesitamos de un
preludio que ponga a tono nuestro oído, así también el corazón, que no es más que un
instrumento con una cuerda para cada sonido y un sonido para cada afecto, necesita un
preludio antes que se conmueva intensa y profundamente. El patético indirecto templa la
lira y preludia: el directo se apodera de ella con mano diestra y segura, y vibra los sonidos
que estremecen y despedazan.
Tiene otra ventaja el patético indirecto esparcido en la narración. Cuando el Orador llega
a la parte de afectos, todos saben que va a poner en juego todos sus medios, y a atacar al
corazón con todas las armas de su elocuencia. Instintivamente se previenen y desconfían:
a las veces este recelo forma un muro que no pueden penetrar los golpes más certeros y
porfiados, ni las imágenes más bellas y seductoras. En el patético indirecto sucede lo con-
trario: como consiste en rasgos rápidos y fugaces, en frases sueltas que parecen nacidas al
acaso y sin designio ni premeditación; ni los Jueces ni el auditorio se alarman, y consigue
siempre su objeto porque encuentra las almas abiertas y confiadas. (López).
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CAPITULO VI
IMPROVISACIÓN
§1.
PRINCIPIOS GENERALES
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28 Puede decirse de la improvisación lo que un Magistrado del siglo XIV. “¡Oh divina y más
que divina Elocuencia! ¿No eres tú la única que puede dar vida, duración, fuerza y luz a
los actos de nuestra justicia, cuyos actos, sin ti, serían mezquinos, estériles, vagos, oscuros,
ilusorios, y hasta calumniados y vilipendiados? ¿No eres tú la que, auxiliada de la fama,
conservas en nuestra memoria y en lo más profundo de nuestros corazones los bellos
triunfos de la Justicia? ¿No eres tú la que establece entre los fallos por ti dictados y los que
se han pronunciado sin tu participación, una diferencia tan grande como la que podría
imaginarse entre las batallas de griegos y troyanos, si Homero no las hubiese cantado, al
singular realce con que ahora aparecen en su magnífica Iliada? …. Los fallos que tú dictas,
¡oh Elocuencia! Se transmiten perpetuamente, en vez de que, si les faltase la vida que tú
le das, quedarían ahogados en un oscuro silencioso”. (Anaya)
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Miguel Antonio De la Lama
del hombre una alta idea, colocándolo muy por encima del nivel de las
inteligencias comunes; pero vestir estos pensamientos con el traje más
brillante y fascinador, hablar el lenguaje de los ángeles y dominar por
este medio en los espíritus y en los corazones de cuantos no escuchan,
es más que ser hombres superiores, es participar de una naturaleza
ideal y casi divina, colocada en otras esferas y conocedora de otros ar-
canos.
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30 Y si esto sucede al Orador que no habiéndole otro precedido, puede decir lo que quiera y
como quiera: ¿qué sucederá a los demás que vienen al debate cuando está ya apurado, o
por lo menos metamorfoseado cien veces en el curso de una discusión prolija y empeñada?
Se propone uno hablar, y arregla cuidadosamente su arenga para pronunciarla en tercero o
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cuarto lugar, porque este es el que ocupa en el turno de la palabra. Asiste a la sesión desde
el primer día; y si no cuenta con la facilidad de improvisar, le veréis a cada momento lleno
de inquietud y de zozobra: ve que según van avanzando los Oradores que le preceden,
van echando mano de los argumentos que él tenía preparados. Cada uno de estos golpes
le quita una arma de agresión o de defensa, y presiente en su desesperación que al fin
quedará sin ninguna, y tendrá que aparecer así en la arena, dando segundas ediciones,
para sufrir una pública y vergonzosa derrota: cada uno de esos golpes es una pluma que se
arranca a las alas del ave que pensaba remontarse con su ayuda, y que cuando concluyan
de desaparecer, el ave no podrá hacer otra cosa que andar, o tal vez se verá obligada a
arrastrarse como un reptil. (López)
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delibere con sus Jueces, teniendo fijos los ojos en el papel, y verle man-
tener un diálogo e interrogar, con su papel en la mano para responder?.
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31 Generalmente se cree que son pocos los hombres que nacen con disposición para las com-
binaciones científicas, y de aquí el descuido en la educación que se da al mayor número; la
experiencia, sin embargo, y la opinión de varios filósofos, nos dicen lo contrario. No está la
diferencia principal en los talentos, sino en la voluntad y constancia para el trabajo, y en el
acierto del método que en él se sigue. Descartes ha dicho: “el talento está bien repartido;
más no basta tenerlo, sino que se necesita saberlo aplicar”. Quintiliano ha añadido: “es
un error creer que hay pocos hombres que nazcan con la facultad de formar rectamente
sus ideas; la mayor parte está igualmente organizada para pensar y retener con prontitud y
facilidad. El talento es tan natural al hombre, como el vuelo al pájaro, la carrera al caballo,
la ferocidad a los tigres; los hombres completamente inhábiles para las ciencias están tan
fuera del orden de la naturaleza, como los monstruos y los fenómenos que nos admiran”.
Todavía ha añadido Rousseau: “se cree que la diversidad de disposición que distingue a
los individuos es obra de la naturaleza; más, sin embargo, por ella todos los hombres son
susceptibles de pasiones bastante fuertes para darles aquel grado de atención a que está
ligada la superioridad del talento”. Y si esto puede decirse respecto a las ciencias en general,
mucho más cierto es respecto a la improvisación, en que todo depende del estudio y del
ejercicio.- (López).
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que lo único que nos falta es el arte. Que nadie diga: “yo nunca podré
improvisar”. No es posible calcular lo que sucederá en el momento dado
de la inspiración, por lo que sucede en las horas calladas de calma en
una situación ordinaria: el Orador es el pedernal que arroja la chispa
luminosa tan pronto como es herido por el acero: el genio en estos en-
sayos es como la flecha que escapa del arco, que no se puede presentir
hasta donde alcanzará.
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para marchar más veloz y más felizmente; más las reglas bastan por sí
solas para formar un improvisador de talento, y no es pequeño triunfo
hacer brotar flores en un terreno ingrato. Un escritor recomendable, al
marcar la diferencia entre ambos improvisadores, ha dicho: “El genio
es un don el más rico de la naturaleza; el talento es una adquisición del
hombre. El producto del genio es Minerva, que sale armada de la cabe-
za de Júpiter; el producto del talento es un hijo ordinario de los Dioses,
que nace y crece en el seno de la voluntad. El uno es la estrella fija que
tiene en sí misma su deslumbradora luz; y el otro es un satélite que no
tiene más que una luz opaca y prestada”.
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inmortales que les han merecido la admiración del mundo, les costó
porfiados conatos, lentos estudios, y ensayos por lo pronto infecundos.32
Inútil será que aspire a ser improvisador, el que no cuente con una
memoria muy feliz, con ese don maravilloso del Cielo que hace patentes
a nuestra vista en todos los momentos de la vida, cuantas ideas hemos
adquirido y cuantas emociones hemos experimentado. El improvisador
no puede pedir plazo a un auditorio que le escucha impaciente: es ne-
cesario que se representen en su cabeza, como en un espejo, todas las
figuras o solo de actualidad, sino también de lo pasado. La memoria es la
vela de su buque; y en el momento en que ésta se rompa o abata, el barco
quedará parado aunque el viento de la inspiración le sople o impela.33
32 Siempre se empieza mal, y la perfección viene con el trabajo y con el tiempo. Si el mis-
mo Demóstenes hubiera recordado en los bellos tiempos de su elocuencia poderosa, los
discursos que dirigía a las olas cuando se propuso seguir la carrera de la tribuna, sin duda
se hubiera avergonzado, y acaso no hubiera querido creer que fueran suyos. Su primera
arenga en la plaza pública, cuando quiso ser Orador sin haberse preparado con estudios
y ejercicios que le dieran la facilidad y el arte, le valió demostraciones tan ofensivas a su
amor propio, que bajó de lo que creía el trono de su gloria, confuso y humillado.- (López)
33 Véase el número 28.
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§2.
APRENDIZAJE DE LA IMPROVIZACIÓN
162. Reglas sobre las palabras.– Las principales son las si-
guientes:
1ª. Los conatos del que quiera ser improvisador deben empezar
por hacerse de un considerable número de palabras escogidas, que pro-
curará conservar con cuidado en los archivos de su memoria; a fin de
que vayan en su auxilio cuando las llame para significar con ellas sus
juicios o sus emociones. Al efecto, debe esmerarse desde el principio en
el lenguaje y los giros de la conversación familiar. El hombre se forma
sobre lo que ve, y caso es el mayor de todos el poder de la costumbre.
El hombre pule al hombre; y el buen trato mejora continuamente las
maneras y la conversación, y da un caudal de expresiones escogidas,
las mas a propósito por su propiedad, sonoridad y elegancia, para re-
presentar la idea con toda la belleza y encantos posibles.
Por lo mismo debe huir el trato frecuente de las personas que
solo tienen concepciones vulgares, triviales y bajas en su expresión,
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La mañana es una parte del día: trasládese esta voz a las edades
del hombre, y llamaremos la mañana de la vida a los años dichosos de
nuestra infancia en que todo se nos sonríe. Estas traslaciones hacen
siempre un agradable efecto en la dicción; porque llevan consigo un
recuerdo grato y una imagen que nos halaga: de estas metáforas a la
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sin sujetar sus pasos ni sus movimientos. Los modelos deben ser para
nosotros, lo que para los Reyes Magos la estrella que con su luz y direc-
ción les mostraba el punto a que se encaminaba su esperanza y su fe.
§3.
ELABORACIÓN SOLITARIA DEL DISCURSO
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§4.
EL IMPROVISADOR EN LA TRIBUNA
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Para esto se necesita proceder con el método que separa las cosas
sin aislarlas, y las junta sin confundirlas; que coloca cada una en su lu-
gar, y que con el mecanismo de esta colocación, da claridad, aumenta la
fuerza y produce la vehemencia o la gracia. “Sin este método la misma
abundancia nos ahogaría, y en la anarquía de los recuerdos encontra-
ríamos un obstáculo invencible a la expresión”.
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§5.
EL IMPROVISADOR DESPUÉS DE DEJAR LA TRIBUNA
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§ EPILOGAL
RESUMEN DE LAS REGLAS QUE DA M. GORGIAS.
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2ª. Tradúzcanse otros discursos, de los que saquen los hechos que
se acomoden al esqueleto que se tiene estudiado.
3ª. Ábranse las obras de los retóricos para comprobar las reglas
de la Elocuencia, según el discurso que se sabe.
4ª. Justifíquense las expresiones de las obras que se leen, por los
hechos que contienen o suponen: se aprueban aquellas o se desaprue-
ban.
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7ª. Analícense las ideas que parezcan más fundadas en las obras
humanas, y examínese si existen en la propia inteligencia.
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CAPÍTULO FINAL
CONSEJOS DE BAUTAIN 37
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“Sin embargo, dada esta relación del espíritu como del cuerpo, se
puede alcanzar hasta cierto punto por el arte que le adiestra y dirige
en el ejercicio de sus fuerzas y en sus movimientos. La gimnasia y otros
ejercicios físicos, logran a veces dar al cuerpo un aspecto agradable,
unas maneras fáciles, una desenvoltura distinguida”.
“Hay también una gimnasia del espíritu que debe formarle forti-
ficándole con los ejercicios bien entendidos de la Lógica y de la Retórica,
a saber: la lectura frecuente de los escritores más correctos, cuyas más
bellas páginas deben aprenderse: el análisis frecuentemente repetido
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PARTE TERCERA
REDACTORIA 39
CAPÍTULO I
PRELIMINARES
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CAPÍTULO II
DIFERENCIAS EN EL MODO DE REDACTAR
LOS ESCRITOS
§1.
JUICIOS CIVILES
CONSULTAS
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DEMANDA
CONTESTACIÓN
RÉPLICA Y DÚPLICA
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Todos estos escritos sin embargo no son más que la prótasis del
drama que se ha de seguir representando, y que es necesario que en
cada acto crezca en animación y en interés.
INTERROGATORIOS
ALEGATOS
Imposible es fijar una regla general que sirva en todos los casos.
Los negocios varían hasta lo infinito, y a su interés e importancia debe
acomodarse siempre la entonación. En esto consiste el tacto y el pulso
del Abogado; tacto y pulso que no se enseña; pero que los negocios, el
hábito, y el gusto, llegan a hacer familiar.
RECURSOS
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§2.
JUICIOS PENALES
QUERELLA
ACUSACIÓN
41 El estudio del contenido y forma de los escritos, vistas fiscales, sentencias y demás piezas
del proceso, corresponden al Derecho Procesal.
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DEFENSA
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APÉNDICE
I
(NÚMERO 132)
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II
(NÚMERO 143)
43 Para Paignon, las condiciones esenciales del discurso forense son: la claridad, la concisión
y solidez.
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III
(NÚMERO 143)
45 Para los extractos que se contienen en este párrafo y el anterior, hemos preferido los “Ele-
mentos de Literatura por D. José Coll y Vehí”.
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“La expresión sencilla dice Blair, no hace más que dar a conocer a
otros nuestros pensamientos; pero el lenguaje figurado reviste además
de eso el pensamiento de un modo particular, lo que al paso que lo hace
más notable, lo adorna y hermosea”.
46 Algunos retóricos consideran los lugares comunes como fuentes generales, manantiales
copiosos y fecundos, donde un Orador entendido y sagaz puede surtirse de argumentos,
de imágenes de elevadas figuras, etc., etc., pero han desparecido en la mayor parte de los
tratados modernos de Retórica.
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DESCRIPCIONES
Para que los objetos que están lejos de nosotros puedan concurrir
a fortificar, nuestros argumentos, imprimiéndose en el ánimo de nues-
tros oyentes, cual sí los percibiesen por los sentidos, se han adoptado
las descripciones; por cuyo medio la imaginación representa lo que no
se ve ni se toca, hiriendo el alma, así como lo haría la presencia real del
mismo objeto representado.
FIGURAS
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6°. Suministran una idea más clara y exacta del objeto que se nos
representa, que la que tendríamos si nos fuere propuesto desnudo de
las ideas auxiliares con que lo viste la figura.
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IV.
CONSEJOS DE SAINZ DE ANDINO PARA
PERFECCIONAR EL ESTILO
DOCTRINA
EJEMPLOS
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EJERCICIOS
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MODELOS
I – FORO FRANCÉS
DIVORCIO
DISCURSO DE M. PORTALIS
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personas sin principios, pudiera serlo entre las que recibieron cierta
educación.
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¿Qué nos quiere decir Mirabeau con advertirnos que los Tribu-
nales de Provincia no son competentes para conocer del adulterio, ya
decidido en el juicio de Pontarlier? Seguramente que no, ellos no pue-
den conocer de este adulterio por vía de acusación, y con el objeto de
imponer al culpable la pena que merece por este crimen; pero esta no
es la cuestión. La Mirabeau no acusa ni persigue criminalmente a su
marido; quiere solamente oponerle por excepción, como causa legítima
de separación, un delito justificado por un juicio público y solemne,
pronunciado por Jueces legítimos. No tiene necesidad de hacerle juzgar
de nuevo: con arreglo a la ley, la es suficiente que haya sido juzgado, si
maritum adulterum condemnatum invenerit; la es suficiente invocar la
fama pública, adulterium probatur per solam famam quoad separatio-
nem thori: la es suficiente presentar los autos que se han pedido, y los
decretos que subsisten en todo su vigor. La transacción de Pontarlier
no lo terminó todo; esta transacción, que no puede producir la absolu-
ción del culpable, es una prueba del delito; no extingue lo actuado, lo
deja en completa existencia, y no puede impedir que el Fiscal persiga
un adulterio público solemne. Por más fuerza que se quiera dar a esta
transacción, no puede jamás borrar el ultraje hecho a una esposa sen-
sible y virtuosa; podrá poner al acusado a cubierto de las persecuciones
del acusador, pero éste no puede remitir la injuria que sólo hiere a la
Mirabeau, y que tiene que devorar en silencio.
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su esposo, pintado con los más horribles colores, y al lado del cual no
podía vivir sin comprometer su seguridad, su dignidad y su reposo?
¿No es la misma familia la que ha revelado todos los misterios domés-
ticos, inspirado todos los temores, y presentado a este hombre sin la
máscara que le cubría? ¿Para sustraer a la Mirabeau de esta supues-
ta obsesión, se la quiere enterrar viva en una tumba, para no dejarla
en este sombrío calabozo, sin más comunicación que la de aquel a
quien ella denuncia como su perseguidor y su tirano? ¿Bajo este pér-
fido pretexto, se la quiere arrancar de la protección paterna, de toda
su familia, de la naturaleza entera, arrebatarla el sagrado derecho
de la defensa natural, cerrarla la entrada en los Tribunales, negarla
todo recurso judicial, quitarla el desahogo del alma, abandonarla a
la desgracia y a la desesperación, privarla del beneficio de todas las
promesas solemnes que le fueron hechas de las palabras de honor que
le han sido dadas; para favorecer a su marido que ha tomado como por
diversión atentar contra el honor de su esposa, violar la fe conyugal,
y todos los deberes y obligaciones? ¿Y por esta alegación calumniosa,
se ha de atacar su tranquilidad, ofender a un padre virtuoso, acusar
e insultar a toda una honrada familia? No, las leyes no lo consienten,
las leyes no se prestan a tales procedimientos.
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DISCURSO DE MIRABEAU
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48 La Condesa de Mirabeau escribió a su esposo durante su separación las cartas mas tiernas y
expresivas que puede dictar el amor, todo lo que prueba la falsedad de la Memoria anterior
que la obligaron a escribir y los sentimientos que la animaban. Se lee en ellas: “la triste
separación; deseo habitar los países en que estás; mi amor se aumenta, a medida que prueba
los rigores de la separación, me hace verter lagrimas, que sólo contienen la esperanza de
una pronta reunión, que tanto anhelo. Eres tú quien me ha hecho ir a París, y a cualquier
parte del Mundo que me mandes ir, serán cumplidas tus intenciones. Si crees que te puedo
ser útil, escríbeme, que volaré, con la mayor alegría a donde te encuentres, sin que esto
me cueste ningún sacrificio.” Así imploraba sus órdenes y estaba dispuesta a seguirle por
do quiera. Ella demás invoca “la generosidad de su marido; y no teme presentarse a su
Tribunal que siempre creyó justo para ella.” Confiesa que el Juez más severo (su padre)
no se quejaba de la conducta de su esposo, todavía joven, “sino haciendo el elogio de
su corazón:“ si se lamenta de su posición lo hace en los siguientes términos: “Una mujer
separada de su marido es una especie de ser anfibio” … (N. del T)
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tengo placer alguno sino en ti, no puedo tener otra pena que la de no
vivir y morir contigo. ¿Quién no se estremecerá al ver deshecha una
unión tan rara en cierta clase de ciudadanos? ¿Quién, aún entre los
que creen que la Mirabeau vencerá en el pleito, no la compadecerá
al verla obligada a destruir el santuario del matrimonio que tanto
adornó ella misma?
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Están ya fijados los principios; ahora bien: ¿Será preciso que ha-
ga aplicación de ellos a este pleito? ¿Se supondrá que la cohabitación
que mi esposa ha invocado tantas veces, durante mi ausencia, contra-
ría su primer derecho y amenaza de su vida?. Yo sé que la calumnia
se atreve a todo: mi corazón se horroriza a que la calumnia se atreve a
todo: mi corazón se horroriza a la idea de estos excesos… Pero estamos
en el templo de la justicia, donde no se pueden inventar crímenes: nada
tiene aquí que temer de mí la Condesa de Mirabeau; este espantoso or-
den de cosas, no se puede presumir sin decir y sin probar que mi esposa
no ha vivido conmigo con seguridad. ¿Se juzgará nuestra cohabitación
por los confusos clamores, repetidos por una multitud de bocas teme-
rarias? ¿Se juzgará por imputaciones vagas de hechos indeterminados,
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hombres que posean una sana lógica y un alma candorosa: ellas han
manifestado que el orgullo que se ha afectado conmigo, y que ha sido
coronado con la injuria de volverme mis cartas, sin permitir que llegase
a manos de mi esposa, estaba destinado para cubrir el vacío de medios
y razones, y principalmente para dar a entender al público que se le
ocultaban secretos espantosos, que me perdonaba la generosidad de
mis adversarios. Yo me presento aquí a pedirles aclaración sobre estos
secretos: llamaré a la lid a mis adversarios con toda la fuerza y energía
que me presta la indignación contra tales impostores.
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sabios. Sin duda que este orden de cosas debe espantar a mis conciu-
dadanos, y nada extraño sería que yo les hubiese suplicado en nombre
de las leyes, de la justicia, de sus intereses y de los míos, observaran
atentamente mi causa y vieran en mi conducta la de un amigo de la
paz, y en mi proceso el de todas las familias.
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II. FORO FRANCÉS
HOMICIDIO
NOTICIA DE LA CAUSA
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el suicidio sin escrúpulo ni temor de formarla. Por otra parte las con-
clusiones sobre este punto, son sólo hipotéticas y será necesaria una
rectificación si de él se hiciera mención.
Magistrados, pocos serán los esfuerzos que tenga que hacer para
probar que hubo asesinato y no suicidio. ¿Revelaré desde luego aque-
lla forma insólita de la sumaria información, que se hizo firmar a una
porción de funcionarios cuyo concurso era inútil? ¿No estamos en el
caso de ver el dolo en el exceso mismo de la precaución? Un hombre
ha muerto; la ley llama al Juez instructor del sumario; él sólo de-
be proceder, ¿qué necesidad tiene de la colaboración y unión de los
funcionarios públicos del orden administrativo? ¿A qué su interven-
ción en un acto judicial, a no tener el objeto de prestarse un mutuo
socorro, afirmando todos los que cada uno de ellos en particular no
hubiese querido asegurar? ¡Acto vergonzoso de debilidad o de compli-
cidad, especie de petición oficiosa a favor del crimen cometido contra
aquella víctima, que acusará largo tiempo a los que la suscribieron de
connivencia y pusilanimidad! Pero la iniquidad se ha desmentido a sí
misma, y la información es muy suficiente para demostrar su propia
falsedad. Efectivamente, los funcionarios que la firmaron no figuran
en ella como testigos; nada dicen que sepan personalmente, y sólo se
presentan para dar una especie de autenticidad a las declaraciones
que encierra la información. Estas recuerdan los hechos de la reunión,
el ataque a la fonda, la invasión del cuarto del mariscal, los gritos des-
compasados y amenazas, la señal de las balas en el cielo raso y pared,
prueba de que se descargaron dos armas de fuego; el estado del cadá-
ver reconocido por facultativos y la descripción de sus heridas prueban
que se cometió el asesinato por detrás, y que no hubo suicidio, el que
hacen imposible todas las circunstancias del hecho. Sin embargo, los
autores de la información despreciaron y desconocieron la verdad más
palpable, que sucumbió baja la declaración de sólo dos hombres, que
se tuvo a bien interrogar con preferencia en medio de tanto tropel: un
cerrajero y un carnicero, dignos testigos de semejante escena. La in-
formación quedó sobre todo destruida por la instrucción subsiguiente
a que se procedió en vista de la petición de mi ilustre defendida, en la
que se retractan muchos de los que firmaron la información primitiva,
declarando que creyeron al pronto en el suicidio, pero que no pudieron
menos de reconocer después que se cometió un asesinato: los señores
de Chamans y Verger padre, son de este número, (El abogado lee sus
declaraciones.)
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III. FORO ESPAÑOL
PARRICIDIO
Exordio
Señor:
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Narración
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más honestas afecciones, y que hubiera cierto gozado con otra compa-
ñera. La que le deparó en su cólera su suerte desgraciada era indigna
de hallar el bien en el seno de la inocencia, ni de disfrutar de otros
placeres que los que ofrece la relajación a una alma criminal y acom-
pañan perpetuamente el delito, la vergüenza y los agudos remordi-
mientos. Oído ha V. A. de la lengua veraz de los testigos las desazones
y tristes riñas de este desastrado matrimonio, nacidas todas ellas,
no como han querido probar los infelices delincuentes, y en vano se
esforzó en persuadirnos la elocuencia de sus defensores, de la altivez,
la ligereza, el genio duro y desavenido, ni mucho menos la criminal
conducta del sin ventura Castillo, sino de su infiel y torpe compañera.
Y qué! ¿ella misma no lo asegura así en su declaración del día 22 de
Diciembre? Tan grande es y poderosa la fuerza irresistible de la ver-
dad, y tanto imperio alcanza aún sobre las almas más perdidas. ¿No
dice en ella que su marido no la violentaba; que la trataba bien; que
la permitía las llaves y todo el gobierno de su casa; recibir gentes y
visitas en ella; concurría a las diversiones y tertulias; en suma, cuan-
to pudiera desea para llamarse feliz una madre de familia honrada,
virtuosa y digna de tan buen marido?
Por más que éste llevase en paciencia, como cuerdo, sus conti-
nuos desabrimientos y aquellas liviandades menores, sobre que el
honor suele a veces cerrar dolorido los ojos y deslumbrarse en sus agra-
vios por claros que los vea, no pudo, sin embargo, dejar de repugnar y
prohibirla su trato sospechoso con algunos, singularmente con el aleve
matador don Santiago. Aquí de nuevo se nos presentan los testigos do-
mésticos, veraces y sin tacha, diciendo todos sus continuas salidas, sola
y de trapillo, a visitarle; su porte y trato muy ajeno de una mujer de su
clase y circunstancias; haberle regalado en varias ocasiones con dinero,
ropas, y aún cama para dormir; dádole un picaporte para entrar en su
casa a escondidas y libremente; el baile escandaloso de que se estreme-
ce el pudor, y sobre el cual la justicia, las costumbres y el decoro público
deben a la par correr un denso velo; la ocultación del adúltero en un
rincón de la casa, inmundo y asqueroso como el alma de los dos, y cien
otras cosas que sin duda escucharía V. A. con inquietud y desagrado, y
en cuya enfadosa repetición abusaría yo de su paciencia y ofendiera de
nuevo sus honestos oídos y este augusto lugar.
Hay una, sin embargo, entre ellas que no puedo pasar en silen-
cio, porque pinta bien al vivo, así el carácter sanguinario de esta fiera
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¡Retira V. A. los ojos! ¡Se aparta consternado! No, señor, no: per-
manezca firme V. A. ¡mire bien y contemple! ¡qué cuadro, qué objeto,
qué lugar, qué hora aquella para su justísima severidad y sus entrañas
paternales, para su tierna solicitud y su indecible amor hacia todos
sus hijos! Allí quisiera yo que hubieran podido empezar las diligencias
judiciales; allí que hubieran podido ser preguntados los reos en nombre
de la ley; allí, delante de aquel cadáver, aún palpitante y descoyun-
tado, traspasado o más bien despedazado el pecho, caídos los brazos,
los miembros desmayados, apagados los ojos, y todo inundado en su
inocente sangre; allí, señor, allí, y entre el horror, las lágrimas y la
desolación de aquella alcoba; aquí a lo menos poderlos trasladar ahora,
ponerlos enfrente de esas sangrientas ropas, hacérselas mirar y con-
templar, lanzárselas a sus indignos rostros, y causarles con ellas su es-
tremecimiento y agonías. Así empezaría el brazo vengador de la eterna
justicia a descargar sobre ellos una parte de las gravísimas penas a que
es acreedora su maldad.
Cargados día y noche con su enorme peso, en vano señor, han in-
tentado huirlas. La Providencia que aunque inescrutable en sus cami-
nos, vela sin cesar desde lo alto sobre la inocencia atropellada, tendió
en derredor sus invisibles redes, tomándoles los pasos a uno y otro; y
cuantos han por salvarse, se puede bien decir han sido todos para co-
rrer al merecido cadalso.
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Refutación
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Primer argumento
Segundo argumento
Pero se dice que la doña María Vicenta, debió ser tratada como
hijadalgo que es, muy de otro modo, y no aherrojada con los grillos, y
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aún se añade que era de obligación del Juez examinar antes su estado
y calidad para mandárselos poner según derecho. No he hallado por
cierto esta delicadeza, estos principios, en la acendrada sabiduría de
nuestras leyes. Todo ciudadano es según ellas a los ojos de la autoridad
pública plebeyo, igual a los demás; y su clase aunque más encumbrada
y distinguida, queda eclipsada ante la majestad que representa. La no-
bleza es una excepción, una prerrogativa, un privilegio; y el reclamarlo
en tiempo, y aprovecharse de él, es un derecho de sólo el que le goza, y
una servil carga del Magistrado, para quien son todos, sin diferencia
alguna, esclavos de la ley.
Tercer argumento
Mas no hubo derecho para abrir esta carta, y así cuánto viene
de ella es ilegal y nulo. ¿No hubo, decís, derecho para abrir una carta
escrita por una persona indicada de un crimen tan atroz, puesta judi-
cialmente en depósito, y bajo la mano misma de la ley, a un hombre
desconocido en toda la familia; mandada echar en el correo residiendo
él en Madrid; encargada con tanto ahínco y exquisito cuidado al criado
don Domingo García y sospechosa a él y para el fiel Castillo, amigo
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íntimo, por no decir hermano del infeliz don Francisco, y que tan bien
sabía todos los secretos y amarguras de este desgraciado matrimonio?
Castillo, ese hombre honrado, este testigo ingenuo, ese antiguo y acre-
ditado librero que todos conocemos, tan injustamente denigrado aquí.
¿Una carta, en fin, en que se podrían encerrar, las pruebas convincen-
tes de la inocencia y lealtad de los familiares de la casa, que seguirían
gimiendo de otro modo en la oscuridad de la cárcel, y entre grillos y
horrores hasta que se hallase la verdad, y el tiempo o los acasos descu-
briesen al fin los alevosos? De este modo haría mal, sería digno de pe-
na, el que sabiéndolo denuncia al delincuente si el Juez no le pregunta,
porque al cabo él revela un secreto; así como el que lleva a la justicia
con honrada solicitud el depósito recibido de unas manos sospechosas,
porque no hay duda, ellas se lo confiaron y él lo admitió.
Recapitulación
Y demos de gracia que esta funesta carta, estos pasos tan útiles,
pero tan juzgados, estas diligencias y apremios fuesen cual anhela su
defensor, o no existiesen en el proceso: ¿por ventura los reclamó des-
pués la interesada? ¿Excepcionó algo sobre eso en estado de opresión
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Confirmación
¿Pero qué género de muerte? ¿De cuál delitos son reos? Decir
pudiera que del más negro y horroroso, dejando el regularlo a la alta
sabiduría de V. A. Porque él, mirado bien, es una alevosía cualifica-
da con las circunstancias más crueles: un padre de familia desnudo,
desarmado y enfermo es acometido y muerto en su misma cama sobre
seguro. Es un asesinato, porque el cobarde matador recoge al ins-
tante el vil precio de su iniquidad en los dos doblones de a ocho del
escritorio y este premio, esta paga, este bajísimo interés se lo ofreció
su aleve compañera, para después de la muerte, en la mañana de
aquel día, por más que se me diga no haber sido precio sino dádiva
generosa. Es un parricidio, porque en la mujer y su adúltero amigo
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Los Jueces, los Tribunales, tienen día y noche patentes sus puer-
tas, extienden su mano protectora a cuantos desvalidos los imploran,
y a ninguno que la buscara le negaron su sombra. ¿Los interpeló acaso
esta infeliz? ¿Recurrió a ellos en sus disgustos y amarguras? ¿O dio por
dicha algún paso para salvarse de su ponderada opresión? Demasia-
das gracias tienen ya las mujeres entre nosotros. Puede ser que estas
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gracias, y el favor excesivo que les dispensamos los Jueces, por una
compasión y un principio de honor equivocados, hayan sido la causa de
la muerte que debemos llorar y yo persigo.
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quiere para esto que ella misma lleve con su mano el puñal del amante
y aseste impávida su punta al pecho del enfermo y desarmado marido?
Así tampoco concurrirá al robo el ladrón que tiene la escala por donde
sube el compañero, o apunta con el trabuco al caminante mientras otro
le registra y ata.
Por último, se dice que esta infeliz mujer estaba sin libertad ni
capacidad alguna para tan gran maldad. Feble y apocada por naturale-
za, añadía a la debilidad de su sexo la de su propia constitución, y una
pasión furiosa la había convertido en una máquina que sólo recibía su
impulso y movimientos de las insinuaciones del adúltero. Así se la ve
después ni sentir cual debiera la muerte del marido, siquiera por la
decencia y su seguridad, ni mudar de semblante, impasible cuando se
la prende, ni entristecerse por su encierro y dura soledad, ni faltarle en
fin el apetito entre los horrores de la cárcel, hasta dormir en ella con el
mayor sosiego.
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Así todos los pueblos le han perseguido y castigado con las ma-
yores penas, igual en este punto la antigüedad remota con la edad pre-
sente. Legisladores ha habido que no se atrevieron ni aún a nombrarlo
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Peroración
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IV. FORO PERUANO
DESOBEDIENCIA MILITAR
Excmo. Señor:
Honroso es, por cierto, defender una causa en la que está fija la
atención de nacionales y extranjeros, que pasará tal vez a la Historia
en la biografía del hombre célebre a que se refiere, cuando el triunfo
de ella significa una esperanza más para la Patria; cuando la defensa
tiende a que no caiga mancha sobre una gloria nacional; cuando las
simpatías de todo un pueblo sirven de cortejo al defensor. Así sucede
en el presente juicio, no por el delito sobre que versa, sino por la alta
figura que el enjuiciado representa en la guerra actual.
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Hechos
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Pagamento
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Arresto
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Por esa razón es, sin duda, que en el artículo 38, título I°., tratado
3°. De las Ordenanzas de la Real Armada se prescribe que la suspen-
sión de un oficial debe serle comunicada por el Comandante superior
inmediato. En las mismas se ordena a los superiores, que usen de su
autoridad sin faltar a la atención y estimación que corresponde a los
inferiores según sus empleos y circunstancias, haciendo que sean res-
petados y obedecidos; y que en todos los lances que se ofrezcan, se val-
gan de los modos mas regulares para no dar lugar a que se falte en cosa
alguna a la buena disciplina y subordinación.- En el artículo 21, título
4°. de la Ordenanza Naval de 1802 se preceptúa, que los Jefes usen
de su autoridad tratando a los oficiales con toda urbanidad, así por la
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Dictamen Fiscal
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Conclusión
Tremendo castigo ha sido para él, mas que una prisión de dila-
tados años para una persona que no tenga significación social, haber
sido separado de su puesto y encerrado en un buque. El hombre que
rodeado del aura popular y lleno de méritos y virtudes se encuentra
castigado, sufre moralmente mayor pena que cualquiera de las mate-
riales que pudiera imponérsele. Las penas no son iguales para todos,
no causan el mismo sufrimiento en las personas de diferentes condicio-
nes: la ley prescribe en general, y a los Jueces corresponde apreciar las
circunstancias especiales.
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49 Se publica esta defensa, no porque el autor la crea modelo de oratoria, sino por estar sus
partes arregladas a las indicaciones del Texto, y por hacerse en ella referencia a episodios
gloriosos para el Perú en la guerra del Pacífico.
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V. FORO PERUANO
50 Que trece años después murió gloriosamente batiéndose en el monitor Huáscar contra la
poderosa escuadra de Chile.
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II
¿Ni qué esfuerzo cabe en mí, para defender una causa ya fallada
no sólo por el soberano juez de los jueces, por la opinión pública, sino
por el Gobierno mismo, por los venerables y altísimos dignatarios que
forman el Consejo y hasta por los mismos reos por incomprensible que
ello sea? Pone el abogado en afanosa actividad su inteligencia y trabaja
por el triunfo, cuando oscurecida la justicia, le es preciso desentrañarla
de entre las sombras que la oscurecen y las pasiones que la martirizan,
para hacerla brillar en toda su pureza; pero cuando el abogado ve en
vergonzosa fuga las pasiones acusadoras y encuentra anteladamente
absuelto al acusado, entonces no trabaja sino es porque aun la inocen-
cia misma necesita fórmulas para asegurar su imperio e imponerse al
respeto de los hombres.
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¿Ni cómo ha de ser posible esperar otra cosa del Excmo. Conse-
jo, cuando no hay en el proceso ni vagos indicios de culpabilidad, ni
pruebas condenatorias, ni delito ni delincuentes cuando las múltiples
páginas que lo forman, solo enseñan tristemente lo que pueden las pa-
siones cuando no las modera la prudencia? No hay delito, repito: no hay
delincuentes. Aquí, señores, solo hay mártires de la convicción y del
deber; mártires que vienen a recabar con perfecto derecho el derecho al
respeto y a la gratitud de la República; que vienen a pedir la reparación
de su honra; que vienen en pos de la absolución que ha de otorgárseles,
sí es cierto que honor, justicia y leyes no son vana ilusión, sino elemen-
tos protectores del hombre y de la vida social.
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III
INSUBORDINACIÓN
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Para que existiera ese crimen, mancha odiosa que tanto afea la
brillante carrera de las armas, era preciso que dado a reconocer el Co-
modoro Tuker en la forma prescrita por las Ordenanzas Navales co-
mo Jefe de la Escuadra, hubiera mi defendido rechazádolo, negándose
a aceptarlo o reconocerlo; y era preciso sobre todo hubiese procedido
mandato solemne y oficial, porque sin mandato no hay desobediencia.
La idea de rebelión es correlativa a la idea de precepto, como la de obli-
gación lo es a la de ley, y así como cuando no hay ley no hay deber, así
también cuando no hay mandato no hay desobediencia.
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Cierto que los pactos han de ser sagrados e inviolables; cierto que
sin su fiel observancia queda roto el más poderoso y solidario vínculo
del destino humano. ¿Pero, señores, qué pacto hay posible si el pacto
ofende el honor de la Nación, si con él se corrompe las costumbres po-
niendo precio al heroísmo, si a su sombra se quebranta, no simplemen-
te la ley civil, sino la ley suprema de la voluntad nacional? El Derecho
no reconoce pactos violatorios de la ley, de la moral o de las sanas cos-
tumbres; y al Derecho cuya santidad no prescribe y cuyo dogmatismo
se imponía en esta emergencia dolorosa, debió asirse el Gobierno para
desligarse de todo compromiso, a cambio de indemnizar, larga y gene-
rosamente, cualquier perjuicio que se hubiese originado. Unas cuantas
monedas habrían solucionado el angustioso problema y con eso habría
quedado redimido el oprobio en que los marinos vieron envuelto el pa-
bellón de la Patria.
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IV
DESERCIÓN
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¿Cómo era posible, pues, que a raíz de sus victorias, los denoda-
dos marinos, marchitando sus laureles, abjurasen de la santa causa
confiada a su lealtad y sellada con su sangre, y que dando un escándalo
a los pueblos de América, desertasen de las banderas a cuya sombra,
y en defensa de la Patria, había cada uno engrandecido su fama? Ni el
honor, ni el patriotismo, ni la propia conveniencia podían consentirlo.
Duele por lo mismo, que a la injuria de hecho consistente en la in-
justificada destitución, se agregue el sarcasmo de afrentosa calumnia;
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V
TRAICIÓN DE LA PATRIA
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presente las pruebas de la traición, que las califique, que las enuncie
siquiera; lo que no hará, señores, porque nadie puede realizar el mila-
gro de presentar lo que no existe.
¿Pero, donde están ellas, donde se esconden esas pruebas que es-
capan al ojo escudriñador de la defensa? Puede el odio político inventar
acusaciones, pero es impotente, en medio de su osadía, para inventar
pruebas. Si la forjara quedarían destruidas con los hechos: si invocase
su fuerza opondríamos la fuerza indestructible de los principios.
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VIII
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Por lo que a mí hace, sólo sé que los valientes marinos que tanto
ilustraron nuestras armas se alistaron en las banderas de la Repúbli-
ca, ora por amor a los principios y dogmas que habían de constituir
la nueva vida, ora por esa irresistible, avasalladora simpatía que en
toda alma noble despierta el hermoso espectáculo, siempre admirable
y siempre nuevo, del pueblo que agota el heroísmo por conquistar su
independencia.
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IX
Por eso, después de evocar con tan mal suceso aquel episodio de
nuestra magna guerra, nos presenta al Comodoro Tuker como el hom-
bre providencial sin cuyo concurso era imposible toda agresión contra
España; cuándo para bien de la humanidad, ha pasado ya según ense-
ñan la razón y comprueban los hechos, la triste época de los hombres
necesarios.
Por eso también se nos habla en otra parte, como hecho cierto, de
una protesta atribuida a los marinos que jamás ha existido.
Por eso se insta, estimula y excita el celo del señor Fiscal para
que prosiga el juicio con afanoso empeño, pretendiendo así convertir en
reos y culpables a heroicos e inocentes soldados a quienes cumple más
bien el rol de acusadores.
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acusado tampoco hay culpa ni reo, y la ley sólo ve, como ahora, in-
ofensivas víctimas cuya inocencia tiene que proclamar y defender. A
esa conclusión ha debido llegar su señoría pues ya que con honrada
franqueza confesó la absoluta improbación de los hechos criminosos,
la fuerza de la lógica y el sentimiento de justicia lo compelían a procla-
mar la inculpabilidad, pidiendo en alta voz la definitiva e incondicional
absolución de los llamados reos. Así, la sinceridad del soldado habría
estado al nivel de la probidad del ciudadano.
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VI. FORO ESPAÑOL
CONSPIRACIÓN
Excmo. Señor:
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determinado del Poder Judicial, violando con osadía los cánones consti-
tucionales y la ley de Abril a que se alude, haciéndose por lo tanto reos
según su contexto, y dignos de la pena que ella establece.
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que me eran muy queridas y que estaban unidas a mí por los lazos más
dulces de la amistad y de la simpatía.
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