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Carta a Felipe II
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de Pensamiento Político Hispánico Carta a Felipe II
Contenido
A la Alta Majestad del Rey de las Españas, etc. Nuestro Señor ......................... 8
Obligación de los Reyes y Magistrados .............................................................. 9
Acusación contra el Doctor Egidio de Sevilla .................................................. 10
Un inquisidor descubre las faltas de sus compañeros ....................................... 11
Del monte sale quien el monte quema .............................................................. 12
Doctrina del Doctor Egidio ............................................................................... 12
Prohibición de leer la Palabra de Dios en lengua vulgar .................................. 13
Conocimiento falso de Dios .............................................................................. 15
El Dios del Papado cruel, injusto y aficionado a los presentes ......................... 15
Incertidumbre de la gracia y desconfianza ........................................................ 16
Fe enseñada en el Papado .................................................................................. 17
Remedios contra el pecado en el Papado .......................................................... 17
Obras de superstición en el Papado ................................................................... 17
Falsa regeneración ............................................................................................. 18
Confirmación papística ..................................................................................... 19
Del matrimonio ................................................................................................. 19
Sacramentos inventados por los hombres ......................................................... 20
Adoración de las imágenes................................................................................ 21
Votos de los frailes y de las monjas. La frailera es estimada en el Papado como
un segundo Bautismo ................................................................................................. 22
¿Qué es comerse a los hombres después de la muerte? .................................... 24
Los Reyes deberían conocer la causa de los acusados por la Religión antes de
ejecutarlos ................................................................................................................... 24
Crueldad de los perseguidores de los fieles ...................................................... 26
Castigos sobrevenidos a los perseguidores de los fieles ................................... 27
De la Santa Escritura, su autoridad y de su lectura en todas las lenguas .......... 31
Por qué Cristo es llamado la Palabra................................................................. 31
Diversas maneras de manifestación de la Voluntad Divina .............................. 32
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Diligencia de los reyes paganos para oir las quejas de sus súbditos ................. 80
Institución de un rey fiel ................................................................................... 81
Significado de la unción de los reyes ................................................................ 83
Concilio del Papado .......................................................................................... 87
Daños que resultan de las persecuciones a causa de la Religión ...................... 89
Paciencia de los fieles en la persecución........................................................... 91
Los cristianos hechos por la fuerza nunca lo son de buen corazón ................... 92
Debate principal entre los papistas y los protestantes ..................................... 104
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Carta enviada á la Majestad del Rey de las Españas, etc., nuestro Señor, por la que
un su muy humilde súbdito le da razon de su partida del reino de España y presenta á Su
Majestad la confesion de nuestra religion cristiana, mostrándole las graves persecuciones
que sufren sus súbditos de los Países Bajos por mantener la dicha religion y el medio de
que Su Majestad podría usar para remediarlo.
Sed, pues, sujetos á toda ordenacion humana por Dios: ahora sea á Rey como á
superior, ahora á los gobernadores como de él enviados para venganza de los malhechores
y para loor de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios, que haciendo bien,
hagais callar la ignorancia de los hombres vanos; como estando en libertad, y no como
teniendo la libertad por cobertura de malicia, sino como siervos de Dios. Honrad á todos.
Amad la fraternidad. Temed á Dios. Honrad al Rey (l.ª Pedro 2, 13 á 17, segun la primera
edicion de la version de Reina, 1569).
Carísimos: no os maravilleis cuando sois examinados por fuego (lo cual se hace
para vuestra prueba), como si alguna cosa peregrina os aconteciese; más antes, en que
sois participantes de las aflicciones del Cristo, os gozad: para que tambien en la revelación
de su gloria, os goceis en triunfo. Si sois vituperados en nombre del Cristo, sois
bienaventurados, porque la Gloria y el Espíritu de Dios, reposan sobre vosotros. Cierto,
segun ellos, él es blasfemado, mas segun vosotros, es glorificado. Así, que no sea ninguno
de vosotros afligido como homicida, ó ladron, ó malhechor, ó codicioso de los bienes
ajenos. Pero si alguno es afligido como cristiano, no se avergüence; antes glorifique á
Dios en esta parte, porque tambien ya es tiempo que el juicio comience de la casa de Dios,
y si primero comienza de nosotros ¿qué fin será el de aquellos que no obedecen al
evangelio de Dios? Y si el justo es dificultosamente salvo, ¿á dónde parecerá el infiel y
el pecador? Y por eso, los que son afligidos, segun la voluntad de Dios, encomiéndenle
sus ánimas como á fiel posesor, haciendo bien. Mas tambien si alguna cosa padeceis por
hacer bien, sois bienaventurados. Por tanto, no temais por el temor de aquellos y no seáis
turbados, pero santificad al Señor Dios en vuestros corazones, y estad siempre aparejados
para responder á cada uno que os demanda razon de la esperanza que está en vosotros, y
esto con mansedumbre y reverencia, teniendo buena conciencia, para que en lo que
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murmuran de vosotros como de malhechores, sean confundidos los que blasfeman vuestra
buena conversacion en el Cristo; porque mejor es que seais afligidos haciendo bien (si la
voluntad de Dios así lo quiere), que no haciendo mal, porque tambien el Cristo padeció
una vez por los pecados. (1.ª Pedro 4, 12 á 19, y cap. 3, 14 á 18, segun la edicion de la
version de Reina, 1569).
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siendo sin embargo así, Señor, que la palabra de Dios nos demuestra todo lo contrario,
dando el encargo á los reyes, príncipes y magistrados de gobernar la Iglesia cristiana, para
que procuren primeramente á establecer la publicacion de la pura y sana doctrina
contenida en la primera tabla de su ley, y despues que mantengan el pueblo de Dios en
toda justicia derecho y equidad; lo cual es muy difícil de hacer sin tener fundamento del
verdadero conocimiento de Dios: como los mismos paganos lo han conocido bien por la
ley de la naturaleza y han dicho; «que es imposible mantener justicia en una república ó
monarquía sin haber puesto antes el fundamento de religion sincera y verdadero
conocimiento de Dios; » [Ciceron Lib, I, de nat, deorum.] la cual veo ahora predicada y
anunciada en este Pais Bajo, que me hace tener la confianza de que todo el resto de los
asuntos sucederá muy felizmente, y que vuestra Majestad se servirá de semejante ocasion
para ser el juez de esta causa y expurgar los abusos introducidos en nuestra religion
cristiana.
Ahora, pues, Señor, habiendo llegado á su ciudad de Amberes, algunos encontraron
tan extraña mi venida, que les parecia casi una cosa increíble que un hombre de
naturalidad española hubiese abrazado á ciencia y conciencia la pura doctrina del
evangelio; hasta hacerse predicador y anunciador de ella. Y como el ruido de esto ha sido
tan grande que hasta (segun yo pienso) habrá sonado en los oídos de su Majestad, y acaso
acompañado de algunas calumnias, ó acusaciones siniestras, me ha parecido que
semejante suceso me daba muy buena y cómoda ocasion de abrir la boca (que he tenido
cerrada por espacio de diez años), y comenzar á exponer el hecho de mi persona y de mi
doctrina, por escrito, á la presencia de vuestra Real Majestad, suplicando á vos
humildísimamente, Señor, de tomar á bien que su humildísimo y leal súbdito le dé razon
de su partida de su reino de España, y del motivo que me ha traído aquí; que no ha sido
para alterar los asuntos, ni para hacer dificultades ni disension, sino más bien (como el
Señor lo sabe) para suavizar las cosas, y mostrar la fidelidad que debo á mi príncipe
natural, lo que espero que su Majestad conocerá con el tiempo; es decir, para instruir á
vuestros súbditos en la doctrina de Jesucristo, nuestro Redentor, segun la medida de
inteligencia que me ha dado de su divina palabra. Y para que su Majestad pueda saber
cuál es mi creencia y doctrina, pondré aquí un breve sumario de algunos artículos de
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nuestra religion cristiana, estando preparado á dar cuenta por lo demás todas y cuantas
veces vuestra Majestad me lo ordenare.
Para venir, pues, al primer punto, á saber: de exponer á su Majestad las causas que
me hicieron salir de vuestro reino de España, no ignoro, Señor, que esto no sería una cosa
grandemente notada, tanto por la gran compañía que salía al mismo tiempo, que por la
ocasion que dijimos sabernos obligado y puesto en la necesidad de poner en ejecucion
semejante viaje; de suerte que los hombres bien tenían razon de admirarse de tal destierro
voluntario, viendo que yo no tenia motivo ninguno de temer, no siendo en ningun modo
perseguido ni apuntado por causa de mi religion, sino estando al contrario, en la mayor
estima y buena opinion, entre hombres de bien y temerosos de Dios, en que jamás fue
hombre de mi condicion. De esta manera, lo que yo llamo obligacion de marchar, no es
una obligacion externa por persecucion de los magistrados ó inquisidores (entre los que
yo era muy bien venido); sino que ha sido una obligacion de conciencia, la que (enseñada
por el Espíritu de Dios) era como un tormento é infierno perpetuo, viéndose á la fuerza
sumida en infinidad de supersticiones é idolatrías, las que, aun cuando son tan
numerosísimas, que sería difícil enumerarlas sin emplear en ello mucho tiempo y
escritura, sin embargo, para mostrar la justicia de mi causa, mencionaré algunas,
suplicando humildísimamente á vuestra Real Majestad sea de vuestro agrado prestar un
oido atento á este mi relato, para poder juzgar mejor si mi viaje ha sido digno de ser
excusado; si ó no.
Y para tratar las cosas desde el primer comienzo, referiré primeramente el medio
admirable y extraordinario del que el Señor se valió para abrirme los ojos del
entendimiento y conocer la verdad.
dicho Egidio era un apóstol en sus predicaciones, y un modelo y ejemplo de buena vida,
para incitar á los otros predicadores á imitarle y á seguirle.
Estas falsas acusaciones y calumnias continuaron por espacio de dos años, en que
el pobre doctor sufrió diversas aflicciones, encarcelamientos y otros tormentos de cuerpo
y espíritu. Sin embargo, cuando oia hablar de sus aflicciones, yo las encontraba muy justas
y equitativas, y solamente de oir su nombre en mis oidos el cabello se me erizaba, oyendo
decir que era un hereje, predicador de la doctrina de Martin Lutero y enemigo jurado del
pontífice romano. Continué en esta ignorancia (no siéndole adversario sin embargo en
nada), hasta que uno de los inquisidores que tenia en manos su proceso, comenzó á
hacerme quejas de la iniquidad o injusticia de sus compañeros en diferentes asuntos
pertenecientes á su oficio, y marcadamente con motivo de dicho doctor Egidio, á quien
estimaba como verdadero hombre de bien, personaje cristiano y mejor que todos aquellos
que se mostraban sus adversarios, á pesar de que fuesen doctores en teología y personas
de mucha nombradía. En fin, sabia bien de qué lugar procedian semejantes calumnias y
falsas acusaciones, y que si los frailes no estuvieran apoyados por la proteccion de algun
gran prelado, sería imposible que tuviesen la osadía de emprender la destitucion de un
personaje tan grande, á quien la Majestad imperial habia elegido ya para ser obispo.
á llamar á los frailes para hacer las calificaciones y pedir sus informes, que vemos
llevados y dirigidos por un espíritu lleno de odio y de envidia contra esta buena persona;
quien si, como ellos dicen, es hereje, yo tambien lo soy, porque yo creo sinceramente que
lo que él predica es la verdadera Palabra de Dios; y su buena y santa vida, acorde con su
doctrina, me confirma en esta opinion, pues no hay ninguno de los predicadores de esta
ciudad que muestre como éste, por medio de obras externas, su piedad y religion,
empleando todo su haber y bienes eclesiásticos en verdaderas limosnas y obras de caridad.
Teniendo estos papeles entre mis manos, empecé á ver cosas que me causaron
extraña admiracion. Pues en vez de lo que se me había dicho, que Egidio era un adversario
de Jesucristo, yo no veía otra cosa en sus escritos que una perpetua alabanza del Hijo de
Dios, de la satisfaccion que hemos recibido por el sacrificio de su muerte, la consolacion
que deben tener las conciencias cristianas en la meditacion de semejante beneficio; en
vez de que se decía que era un hereje, yo veía que se daba gran trabajo en alabar la virtud
de la fe contra las obras de hipocresía y supersticion que el hombre fabrica por sí mismo
para complacer á Dios.
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Y para ser breve, Señor, vi en estos papeles una especie de doctrina que lanzaba
rayos flameantes y luminosos en mi corazon, y me parecía casi que Jesucristo crucificado
por la salvacion de los hombres estaba allí encerrado. Esto me dió ocasion, desde luego,
á poner empeño en hablar al dicho doctor, leer sus sermones y comentarios que él había
hecho sobre algunos libros de las Sagradas Escrituras; y comparando estas cosas con la
doctrina de los otros sacerdotes y frailes que predicaban en dicha villa su doctrina del
purgatorio, sus indulgencias papales, que llaman bulas; en fin, la doctrina de sus obras
llenas de supersticion, notaba tanta diferencia entre una y otra doctrina, como la que
vemos entre el día y la noche, entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y la mentira,
entre la doctrina procedente del Espíritu de Dios y la que está fraguada en el cerebro del
hombre, Además de esto, puse empeño en procurarme algunos libros de Martín Lutero y
de otros doctores protestantes de Alemania, que me dieron de buena voluntad los mismos
oficiales de la Inquisicion, en cambio de algun presente ó favor que yo les hacia. En esto
veía una providencia admirable de Dios, que para remediar mis ignorancias, ordenaba
que los mismos inquisidores fuesen los instrumentos para procurarme los libros que me
eran necesarios para enseñarme. Y lo que ellos quitaban con mucha diligencia de las
manos de otros, Dios lo ponia entre mis manos, que fue la causa de que en poco tiempo
el Señor me adelantó en el conocimiento de su palabra.
Desde entonces, Señor, poco á poco Dios empezó á abrirme los ojos, y me concedió,
por decirlo así, lentes del conocimiento, con que veía las mismas cosas que antes; pero
notaba en ellas muchos secretos y abominaciones escondidas que no había conocido hasta
entonces. Y para referir algunas consideraciones que el Señor me dió en ese tiempo para
llevarme al conocimiento de la verdad, pondré delante primeramente la meditacion que
me dió mayor abertura para conocer la tiranía del Papa y de la Inquisicion.
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Veía tambien los edictos rigurosísimos que se publicaban diariamente contra los
que poseían la Biblia ó el Nuevo Testamento en lengua vulgar, lo cual oyéndolo decía:
¡Ay! ¡Señor! ¿es posible que semejantes mandatos emanen de los verdaderos
ministros de Dios? El Señor ordena que todos lean su Palabra; éstos la prohiben; el Señor
dijo á Josué al constituirle magistrado y conductor de su pueblo, que tomase por regla de
sus empresas y ocupaciones el libro de la Ley de Dios, [Josué 1] y el pueblo no quiso
recibirlo sino á condicion que los gobernara y condujera segun la misma Palabra. Sin
embargo, veia que los inquisidores por sus edictos y amenazas querían alejar á los
príncipes y á los magistrados de las enseñanzas de la Palabra de Dios. Yo leía lo que
Jesucristro, nuestro Redentor, dice por San Juan, que cada uno leyese diligentemente las
Escrituras santas, pues ellas dan testimonio de él [Juan 5]: los inquisidores, al contrario,
decían que las Escrituras no debian de leerlas más que los hombres de letras que podían
leerlas en latin, y que todos los demás no fuesen tan atrevidos en leerlas en lengua vulgar,
pues tenían pena de muerte. Además veia lo que dice San Pablo, que el justo vivirá por la
fe, y en otro pasaje que la fe se engendra por la palabra del Evangelio: los inquisidores
decían que era suficiente vivir de la fe universal de toda la Iglesia. Y si preguntaba ¿cuál
era la Iglesia? respondian que era el Papa, los cardenales, obispos é inquisidores, los
cuales demuestran bien por sus obras, cuál sea su fe. Me parecía que una prohibicion
semejante de leer las Escrituras excedia á toda regla de buen juicio, y aun hasta la regla
de política; pues yo os pregunto, Señor, ¿qué rey habrá que por un lado mande á sus
súbditos guardar sus leyes y ordenanzas, y por otro que sus agentes prohiban
expresamente el leerlas y manejarlas? Pareceria que el rey no buscaba más que á
sorprender á su pueblo: ó bien, que los agentes faltaban completamente á la voluntad del
príncipe, puesto que es muy difícil de observar las leyes sin oírlas y leerlas con diligencia.
Ni aun Mahoma, decía yo en mí mismo, ha sido tan cruel para con sus sectarios;
pues él les dejó por escrito el Coran, ó libro de doctrina de esta secta abominable. Y esto,
á fin que todos, grandes y pequeños, sabios é ignorantes, supieran en su lenguaje lo que
debian creer, para seguir el error del que ellos reciben como su Legislador. Con mucha
más razon, decía yo, las justísimas leyes y la sagrada doctrina de nuestro Dios deben de
ser leidas y manejadas por aquellos que hacen profesion de ser discípulos de su escuela y
ciudadanos de su iglesia.
Para decir brevemente los efectos maravillosos que el Espíritu de Dios obró en mi
corazon por esta consideracion, diré, que desde entonces tuve la conviccion que el Papa,
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los inquisidores y todos sus sostenedores, eran verdaderos enemigos de la gloria de Dios,
del progreso de su reino, grandes adversarios de la dignidad y excelencia de Jesucristo,
instrumentos y órganos de Satanás para seducir y engañar á las pobres almas: puesto que
las privaban del alimento para la vida espiritual que tomamos por medio de la Palabra de
Dios; y que tambien constreñían á los cristianos de ir á mendigar por los conventos
algunas migajas de sana doctrina que los frailes vendian á gran precio, y aun así
mezclando la levadura de su fariseismo. Y mi corazon lloraba de compasion viendo á las
pobres mujeres, y al pueblo sencillo correr de un lado á otro, buscando confesores que los
consolasen en sus aflicciones, y de las acusaciones de sus conciencias.
Yo veía tambien que esos tiranos tenian de tal manera escondida la Palabra de Dios,
que no querían comunicarla más que cuando les parecia y en ciertas épocas del año, como
en la Cuaresma, en el Adviento, y en algunos domingos ó dias de fiesta: y aun así, una
palabra vendida por dinero, profanada con idolatrías y supersticiones, falsificada y llena
de ordenanzas humanas, las cuales no tienden más que á sostener al Papa y á todos los
que le rodean, y no pueden dar nunca perfecto descanso á las conciencias afligidas, ni
completo conocimiento de los sacratisimos misterios de nuestra religion cristiana.
Efectivamente, bien podeis pensar, Señor, ¡qué conocimiento de Dios podrán tener
los hombres con tales doctores!
Por mi parte, yo puedo bien decir que el Dios que había puesto en mi entendimiento
semejante doctrina, era un Dios despojado de las principales virtudes que el Señor nuestro
Criador tiene en sí, á saber, la misericordia y la justicia.
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sacrificadores y los sacerdotes, entonces ¡ay! (decía yo), ¿qué será de los pobres,
viñadores y artesanos que no tienen nada que dar, cuando no pueden alimentarse del
trabajo de sus manos sino con grandes dificultades? ¡ay! (decía yo), ¿qué entrada podrán
tener á este Dios tan aficionado á los regalos y á las riquezas, los que no tienen nada que
presentarle? La misericordia de Dios no es general ni universal. Por otro lado, yo concluía
que el Dios que enseñaba tales predicadores no era enteramente justo, puesto que
perdonaba las ofensas y pecados cometidos contra su justicia por el dinero ó por algunos
presentes, cuando un hombre de bien y de honor nunca querría perdonar sus injurias por
ningun precio; pues es una cosa muy baja é infamante que un hombre perdone sus injurias
por alguna recompensa ó por el dinero.
Sin embargo, el Dios del Papa y de sus predicadores, no contentándose con la
satisfaccion de Jesucristo, eterno sacrificio por nuestros pecados, hace merced de su
gracia, amistad y reconciliacion por dinero, ofrendas, sacrificios, peregrinaciones y otras
cosas semejantes.
De ahí, yo veia las consecuencias que traía, esto es, que en presencia de ese Dios
las conciencias estaban temblando y llenas de miedo, no teniendo jamás seguridad ni
certeza de cuál sea la voluntad de Dios hacia los pecadores.
Y si alguien, enseñado por el Espíritu Santo, recibía algun consuelo y seguridad de
buena esperanza, inmediatamente era llamado hereje, presuntuoso, orgulloso y lleno de
vanidad, tanto más cuanto que se atrevia á tomar seguridad y certeza en la amistad de un
Dios que tan difícil es de contentar. Ahora bien, yo veia que lanzaban semejante
condenacion, para tener siempre las conciencias agitadas, ó por mejor decir, en
desconfianza y en angustia, á fin que los hombres tengan que recurrir á sus secretas con-
fesiones. Y, para mantenerlos en esta incertidumbre, abusaban de ciertos pasajes de la
Escritura muy mal á propósito, pero no fuera de su provecho.
Esta doctrina, en efecto, incita siempre á las gentes á buscar cada vez más la gracia
de Dios, la cual estos mercaderes venden y vuelven á vender. Ademas, yo veia que los
hábitos y vestidos de sacerdotes y frailes, las campanas de los templos y otras cosas
semejantes, servian de muestras para mostrar que encontraron expuesta en venta la gracia
y la reconciliacion con Dios por medio del dinero.
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Fe enseñada en el Papado
Ahora bien, yo os ruego, Señor, de considerar todavía qué fe podrán tener las pobres
gentes llevadas y conducidas por tales ciegos, los cuales dan á comprender que la fe no
es más que una persuasion engendrada en el entendimiento del hombre; por la cual creen
que todo lo que cree y hace el Papa, cardenales y clero (que ellos llaman la Iglesia) es la
pura voluntad de Dios. Y esta fe ellos la llaman implícita ú oculta, dando á entender que
no es necesario informarse de la doctrina de la religion, sino fiarse á lo que los otros creen.
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Falsa regeneración
Confirmación papística
Del matrimonio
Yo veia tambien que ellos usaban del mismo atrevimiento tocante al santo
matrimonio, el cual siendo instituido por Dios, es una cosa política, y que su celebracion
y contrato podria hacerse lo mismo delante del magistrado como delante de la iglesia
(visto que en esto no se pretende más que advertir á todo el pueblo que tales personas
están unidas legítimamente en matrimonio y mutua promesa).
Sin embargo, esos doctores llamaban al matrimonio tambien un sacramento, no para
honrar esta santa institucion, puesto que llaman mundanos, seglares y cristianos
imperfectos á los que se casan, y tambien gentes que viven segun la carne. Pero ellos han
querido encontrar medios de sacar el dinero de todo lo que puedan, y así dan á entender
que los matrimonios no estaban legítimamente celebrados, si los sacerdotes no recibian
su ganancia. Pero se puede notar al paso la grande impudencia de esas gentes que
destruyen y desacreditan de un lado la excelencia y dignidad del santo matrimonio, para
poner en boga su celibato y votos de castidad llenos de infeccion (justificando en ellos
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mismos la profecia del apóstol contra los menospreciadores del santo matrimonio, l.ª
Timoneo 4) y de otro lado, para tener el medio de ganar dinero, lo hacen sacramento de
la Iglesia.
Además, yo veía de qué atrevimiento usaban los doctores del papado en haber
aumentado cinco sacramentos además de los dos que Jesucristo había instituido. Y de
entre algunas de las santas ceremonias que los padres antiguos usaban muy
modestamente, estos hacían tienda de mercaderías sacramentales, prometiendo gracia y
salvacion por tales medios, sin poder nunca señalar ni una sola palabra en la Palabra de
Dios que confiriese semejantes promesas á los sacramentos inventados por esos doctores.
En cuanto al asunto del santo sacramento de la Cena ¡ay! ¡cuántos abusos veia
introducidos por el punible descuido de los hombres! Primeramente, yo veía que tanto en
la colebracion de este sacramento como en el del bautismo, toda se recitaba en lengua
desconocida al pueblo sencillo, de tal manera, que los ignorantes no veían más que
remedos y gestos que no les enseñaban nada. Además se les hacia creer que la ceremonia
de la Misa era un sacrificio de propiciacion, es decir, que por su medio, Dios nos era
propicio y favorable, cuyo favor vendían por dinero á todos los que querian comprarlo,
aun cuando fuesen los más malos del mundo. Tambien por dinero se aplicaba este sacri-
ficio como medicina de los pecados, no solamente de los vivos, sino tambien de los
muertos, doctrina que nunca se encontrará en la Palabra de Dios. Y para colmo de toda
iniquidad, hacían creer al pobre y sencillo pueblo, que los curas y sacerdotes tenían tal
virtud que por las palabras (que ellos llaman consagracion ó sacramentales) podían hacer
venir á Jesucristo en carne y hueso para ponerse entre sus manos para ser roto, inmolado,
sacrificado, masticado y desgarrado, siendo como es, el Señor Jesus inmortal, impasible,
teniendo una potencia eterna, y la muerte no tiene ya dominacion sobre él.
Además, cuando se trataba de distribuir al pueblo la comunion de este sacramento,
yo veía que quitaban á los fieles la comunion de una de las especies, á saber, el vino
consagrado, y esto contrariamente á la institucion de Cristo, cuya ordenanza han
reconocido perfectamente los padres del concilio de Trento, pero que por ciertas razones,
(dicen ellos) la iglesia romana ordena que los fieles no tomen el sacramento de la sangre
de Cristo. (Ses. 5 can. 3.)
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dinero, y que no pueda disfrutar de la Santa Cena de Jesucristo sin dinero, que no se pueda
disponer á ir á la tierra sin antes ser cebado ú oleado por dinero?
Para colmar la medida de toda malignidad e insaciable avaricia, yo veía que la tierra
misma que el Señor ha creado para el uso del hombre y para que en ella se convirtiese en
polvo, no se daba sin antes pagar á sus usurpadores; esto es lo que yo llamo comerse á los
hombres y roerlos despues de su muerte. Y si por casualidad, el pobre esqueleto debia
algunos diezmos, primicias ú otra cualquier renta eclesiástica, le negaban la tierra que
ellos llaman santa, hasta que pagasen por él. Y en cuanto á la caridad de aquellos que
enterraban á los cuerpos de los cristianos, yo veia cuán grande era, pues ellos vendian no
solamente sus canturreos y aullidos, sino tambien sacaban dinero de la cruz, de las
campanas, de los inciensos, del ataud, del paño para cubrirlo, de la lápida de la sepultura,
y miles de socaliñas que el diablo les ha enseñado en su escuela á estos mercaderes para
sacar el dinero de los ricos y de los pobres, de los vivos y de los muertos.
He aquí por qué, Señor, un número tan grande de personas en nuestro reino de
España, habiendo oido semejantes abusos y supersticiones de la Iglesia papal, gemian en
sus corazones, y no pudiendo poner remedio, suplicaban al Señor de poner su mano, y no
pudiéndose ya contener, decian en público y en secreto algunas cosas de esas abo-
minaciones, lo que ha motivado que algunos hayan tenido que salir de vuestro reino y de
las tierras de vuestra dominacion, y los que han quedado se han visto expuestos á la rabia
de los inquisidores; unos han sido quemados vivos; otros ahorcados, otros atormentados
y muertos en la tortura, otros han muerto entre las manos crueles de los carceleros de la
inquisicion, y lo que es peor, toda esta comedia se representa, Señor, en nombre de vuestra
Majestad, diciendo que vos sois el que ordenais encarcelar, matar y quemar á los que
conocen tales abusos y desean gozar de la libertad que la doctrina del santo evangelio de
Jesucristo nos promete y nos presenta.
Los Reyes deberían conocer la causa de los acusados por la Religión antes
de ejecutarlos
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Por lo menos, Señor, vuestra majestad debiera oir primero la verdad y la justicia de
esta causa, antes de dar el poder á jueces inicuos, quienes por su propio interés la odian,
y no permitirles dar sentencia de muerte contra aquellos que conocen sus abusos.
Leemos que el emperador Adriano, aunque estando sin la luz de la verdad de Cristo,
no rehusó sin embargo el conocimiento de las quejas de los cristianos. Ademas, Poncio
Pilato, juez pagano, no quiso juzgar ni condenar á Jesucristo sin proceder con alguna
forma de juicio, queriendo conocer la causa misma, de la propia boca del acusado y en
ausencia de sus enemigos. Festo y Felix, gobernadores paganos, no quisieron condenar á
San Pablo, hasta que de su propia boca oyeron su justificacion y su defensa. La Majestad
Imperial de vuestro difunto padre, Señor, no tuvo reposo en su corazon hasta que habló
boca a boca y en particular con Martin Lutero, por lo que el papa Pablo estuvo muy
pesaroso y celoso y empezó á lanzar rayos contra la Majestad Imperial, porque quería oir
á los herejes en sus justificaciones. Una prueba de que se tiene una mala causa, es cuando
no se quiere que se discuta públicamente delante de los jueces. Si el papa y sus sectarios
defienden una buena y justa causa, ¿por qué estarán pesarosos de que los reyes y los
príncipes sean testigos de su justicia? ¿Por qué temen tanto de venir á una conferencia, ó
concilio general, en donde el asunto fuera discutido con toda libertad y sin temor de su
tiranía? ¿Por qué las Iglesias de Oriente, á saber, de Grecia, de Asia, de Macedonia y otras
circunvecinas, la Iglesia Africana, otra Constantinopolitana, y de Antioquia, no han
querido nunca recibir el primado ó mejor dicho, la tiranía del papa romano? Pero, como
atestiguan las historias y los concilios, estas Iglesias en todo tiempo se han opuesto al
papa, no queriendo recibir su autoridad, (que él dice tenerla) de poder deponer á los
emperadores, quitar la corona y los reinos á los reyes y darlos en botin á los que él quiera.
Y sin embargo, los reyes y monarcas, aunque teniendo que beber el cáliz de ese tirano,
vienen á él para besarle los pies, le llaman Dios en la tierra, Padre muy santo, soberano
Pontífice y jefe de la Iglesia Cristiana, el cual, no pudiendo de ninguna manera errar,
habria justa y rectamente condenado á los luteranos que no le quieren adorar, y que, por
consiguiente con buena y justa razon y con la seguridad de una buena conciencia, los
reyes y los príncipes pueden ser los ejecutores de la muy santa sentencia y los inquisidores
los verdugos para aplicar los castigos.
¡Oh Dios eterno, que ceguedad! ¡Oh! qué terrible castigo, y qué riguroso juicio de
Dios veia yo caer sobre nuestras cabezas considerando que los hombres andaban en
tinieblas aún más espesas y palpables que las que Dios envió para castigar á los Egipcios,
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y tanto más peligrosas, ¡cuanto que son espirituales! Sin embargo, ellos se creen estar en
luz, y aún presumen de ello hasta tal punto, que llaman ciegos á los que ven claro, y les
saltan los ojos para que no vean más.
del pais, sino que más bien el Señor me fortaleció hasta tal punto, que en Italia, Saboya,
Alemania, Francia, y ahora en vuestros Paises Bajos, Señor, no he disimulado nunca ni
mi persona ni mi religion; al contrario, como pueden dar testimonio cien mil personas, he
publicado y anunciado la palabra del Evangelio en grandes y célebres ciudades y en
presencia de príncipes y señores que tienen dignidad entre los más ilustres de Europa, con
un ejemplo tal, que por la bondad del Señor me han estimado como un hombre de bien, á
pesar de las fragilidades y debilidades que reconozco delante del mundo hay en mí, y las
continuas ofensas y pecados que he cometido y cometo diariamente delante de la faz del
Señor, sabiendo perfectamente que soy de la raza corrompida de Adan y que mis obras
delante de Dios no serán más que abominaciones, si Dios no las mira cubiertas con el
manto de la justicia y de la inocencia de mi Redentor Jesus.
Pero delante de los hombres, Señor, yo no tengo motivo para ocultarme ni de
disfrazarme, pues aun viviendo en vuestro reino de España, jamás fui acusado ni
sospechado de crimen que mereciera persecucion, confesando en esto mi debilidad, que
habiendo recibido conocimiento de varios abusos del papado, yo no descubrí nada sino á
un pequeño número de personas, de suerte que seis meses despues de mi salida de España,
los inquisidores podían creer muy difícilmente que yo me hubiese marchado á causa de
mi religion, estimándome un buen católico romano (como ellos dicen) y consentidor en
sus maneras de proceder. Sin embargo, esos perseguidores, satélites, espías, miembros y
familiares de los inquisidores, empleaban tanta diligencia en perseguirme por vuestro
mandato (decían ellos, lo que no puedo creer) como si yo hubiese sido antes de salir de
España algun estafador, ó bandido, ó ladron, ó monedero falso, ó que hubiese cometido
algun crimen de lesa majestad, no siéndolo en ninguna manera por la gracia de Dios. Esto
mismo podrán testificar, si quieren decir la verdad, los inquisidores y sus familiares (aun
cuando sean mis adversarios).
El mayor crimen, Señor, de que yo pudiera ser acusado delante de vuestra majestad,
es el de no creer en lo que el Papa y sus doctores creen. Y esto lo tengo tan lejos de
considerarlo como un crimen, que es más bien mi gloria, y desearía con mucho gusto que
la bondad divina me concediese el privilegio y la gracia de derramar mi sangre para la
confirmacion de mi fe. Pero yo no creo que esos rabiosos tengan muchas ocasiones de
beber mi sangre como desearan, porque mi fe no está fundada en sus invenciones,
supersticiones é idolatrías.
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Tambien soy de opinion, Señor, que los reyes y los magistrados tienen su poder
reducido y limitado sin que pueda llegar hasta la conciencia del hombre, segun lo que
dice Jesucristo soberano y doctor celestial; que demos á César lo que es del César y á
Dios lo que es de Dios. Conforme á esta regla, los reyes deberían contentarse con que sus
súbditos les rindiesen obediencia, empleasen sus personas, bienes, haberes, mujeres é
hijos y hasta la vida, si es necesario, para servirles, pagándoles libremente y sin engaños,
sus impuestos, rentas, arbitrios, gabelas y portazgos. Pero en cuanto á la conciencia,
solamente á Dios pertenece dirigirla por su palabra santa, la cual nos enseña lo que
debemos creer y el servicio espiritual que quiere que le rindamos.
Así es que suplico muy humildemente á vuestra majestad, de no estimar como un
crimen lo que no es, aun cuando así lo estimen los doctores de mentira. Por esta causa,
teniendo mi conciencia pura y limpia delante de los jueces de la tierra, no he tenido temor
de venir de las tierras de vuestra majestad para haceros un servicio muy humilde en tal
necesidad. Y esto, considerando principalmente que en Alemania, Inglaterra, Escocia, y
no hace mucho tiempo en Francia, el cambio de religion ha causado tantas turbulencias,
disensiones y guerras civiles, que Dios ha sido muy ofendido de ambas partes. Esto ha
ocurrido á causa de nuestros grandes pecados y de la indiscrecion de aquellos que con
animosidad piensan llegar al objeto de sus deseos, y que faltando á la prudencia, quieren
tratar los asuntos de la religion de la misma manera que se manejan los asuntos políticos
ó la guerra contra el enemigo.
Ahora bien, con mi venida, Señor, yo pensaba (teniendo ya alguna experiencia)
ablandar los corazones de los unos y de los otros por medio de mis predicaciones, de tal
manera que al menos viviesen en paz, union y caridad fraternal, soportándose los unos á
los otros en su ignorancia y flaqueza, hasta que vuestra majestad por su real presencia, ó
bien por medio de los Estados, diese audiencia á tantas pobres conciencias que se
lamentan y lloran bajo el peso insoportable de la tirania del papa.
Y creed, Señor, en verdad, que por lo que entiendo, si los habitantes de vuestros
Paises Bajos tuviesen la libertad de manifestar lo que ellos tienen en el corazon, pienso
que las nueve décimas partes quisieran más bien entregar sus bienes y quedarse pobres,
que continuar creyendo en las falsedades de la Iglesia papal y en la tiranía de sus
inquisidores. Pero ahora, los unos temen la guerra, los otros las persecuciones, otros
temen caer en vuestro enojo, así es que casi no se atreven á hablar esperando de vuestra
bondad, tener la libertad de servir al Señor segun su santa Palabra. Esto es, Señor, lo que
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yo desearia; y que cesasen esas locuras cometidas antes de mi venida, como destruir las
imágenes y los altares, desterrar á los sacerdotes y frailes, y quemar los conventos y los
templos; pues es muy razonable que si queremos servir á Dios é invocarle tal como él nos
lo enseña, es decir, en espíritu y en verdad, dejemos tambien á los demás vivir en su
miserable esclavitud é ignorancia, llena de ceremonias y constituciones más que judaicas,
puesto que en buena conciencia no tienen la libertad de poder abandonarlas.
Y en esto debemos de soportar sus flaquezas y pedir al Señor que los ilumine,
procurando darles un ejemplo tal de modestia y de buena vida que les sirva como un
argumento muy evidente para confirmar la falsedad de sus supersticiones y la verdad de
nuestra religion.
Y á fin de que, Señor, vuestra real majestad pueda ver brevemente los principales
puntos, en los cuales estamos en desacuerdo y en diferencia con el Papa y sus doctores,
siguiendo el mismo orden observado al hacer notar sus abusos, yo recitaré la pura
confesion que tengo y que creo está sacada de la Palabra de Dios, y la que pienso predicar
entre vuestros súbditos. Y para evitar el ser prolijo, no me entretendré en avanzar pruebas
y razones largamente deducidas, sino solamente tocaré (como de paso) las citaciones de
la divina Escritura, que confirman esta confesion mia y refutan la de ellos.
Esto servirá para demostrar á la posteridad con cuán poca razon me han perseguido
como hereje los inquisidores de España. Además, vuestra majestad sabrá qué doctrina
quiero enseñar á sus súbditos. Y como el tratado seria demasiado largo, si yo quisiera
comparar todos los puntos de doctrina de nuestra religion que estan ahora en litigio, yo
trataré únicamente cinco ó seis de ellos, los más necesarios de nuestra confesion y que
son como las columnas que sostienen el edificio de nuestro cristianismo.
Además, á fin de que Vuestra Majestad pueda juzgar entre una y otra doctrina,
tocaré (como de paso), la de nuestros acusadores, sacada de sus libros, y especialmente
de un tratado que un doctor de la universidad de Lovaina llamado Ruard Tapper ha
dedicado á Vuestra Majestad, el cual ha sido aprobado por una carta y privilegio vuestro,
inserto en el mismo libro en su segunda parte. Efectivamente, puesto que Vuestra
Majestad por su referida carta, aprueba el contenido del escrito de dicho doctor, tendré
mejor motivo para autorizar la doctrina del papado por las palabras sacadas del mismo
libro. De otra manera, en el dia de hoy, es una gran dificultad el sacar alguna resolucion
de los teólogos de la Iglesia romana, en vista de sus grandes disensiones y contradicciones
que les hacen condenarse unos á otros. Las mismas universidades han notado y condenado
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los errores de varios doctores que son considerados como columnas de la Iglesia romana;
entre estos son censurados Tomás de Aquino, el Maestro de las sentencias, Duns Escoto
y otros semejantes.
Puesto que (como dice el apóstol) la Iglesia de Jesucristo está edificada sobre el
fundamento da los profetas y apóstoles, que es Jesucristo, Palabra celestial, es muy
razonable que principiemos la confesion de nuestra religion cristiana por el tratado de
esta divina Palabra, sobre la cual la Iglesia se sostiene y funda su esperanza.
Nosotros confesamos que hay una Palabra de Dios que era en el principio, la cual
estaba con Dios y Dios era aquella Palabra. (Juan 1; 1ª Juan 1). Creemos tambien que
aquella Palabra se hizo carne y que para nuestra reconciliacion con el Padre celestial y
para nuestra instruccion, ha conversado y ha habitado entre nosotros; y se ha llamado
JESUS para indicar con este nombre la redencion y la salvacion que su presencia nos
proporcionaba. (Heb. 1; Lucas 2; Heb. 9). Además, se ha llamado tambien CRISTO para
indicar la divina uncion de su sacerdocio eterno, de su reino perpetuo y de su profetismo
muy verdadero.
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Esta palabra pronunciada por la divina Palabra ó por los que han sido inspirados
por su Espíritu, la llamamos Escritura Santa y no sin razon; pues en ella tenemos la
manifestacion del verdadero camino para llegar á toda santidad. Además la llamamos
santa para distinguirla de toda palabra humana, la cual va siempre acompañada de la
infeccion, corrupcion é ignorancia que todo hombre tiene por naturaleza.
Confesamos que esta Palabra y manifestacion de la voluntad divina, está
comprendida en los libros que llamamos el Antiguo y Nuevo Testamento, los cuales nos
han sido dados para conocer á Dios nuestro Creador, y saber distinguirlo de entre los
falsos dioses que los hombres se forjan en su imaginacion.
Aun cuando la consideracion de las cosas creadas nos da alguna claridad ó algunos
rayos del conocimiento de un Creador, de su potencia y divinidad, sin embargo no nos
puede conducir hasta un grado tal, que se grabe perfectamente en nuestro entendimiento
á no ser que seamos previamente iluminados de su Espíritu y enseñados en esta divina
Palabra. (Rom. 1; Heb. 2). Efectivamente, por ella descubrimos los rasgos y el verdadero
retrato de la persona de nuestro Dios y de su Deidad, que seria incomprensible de otra
manera á toda criatura humana, y por este medio grabamos en nuestro entendimiento una
verdadera y viva presencia de nuestro Dios y Creador.
Ese ha sido el orden que Dios ha observado en todo tiempo, no solamente desde
que él quiso escoger un pueblo particular para manifestarse más claramente á él, sino
desde el principio de la creacion él usó de este medio para enseñar á Adan y á Abel, para
condenar el pecado de Cain, para mostrar su voluntad á Noé y á los otros patriarcas de su
tiempo.
Los modos y maneras que el Señor ha usado para mostrar su voluntad á los hombres
han sido varios: unas veces él hablaba por la boca de su divina y esencial Palabra,
haciéndose oir sensiblemente en nuestros padres; otras veces trabajando interiormente por
la obra de su Espíritu Santo; y otras por medio de visiones y sueños; pero esta diversidad
producía en los corazones de los discípulos de Dios, tal seguridad y certeza, que cada uno
estaba muy persuadido que semejante doctrina y revelaciones eran una verdad infalible
sacada del corazon y de la voluntad del Señor, el cual no podía engañar ni seducir á los
hombres, como tampoco podía dejar de ser Dios muy verdadero como lo es.
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De ahí resulta que los patriarcas y profetas, teniendo tal seguridad y certeza de la
doctrina de Dios, no han vacilado de sellarla con su propia sangre, cuando el Señor ha
querido llamarles á hacerlo. Y con la misma seguridad nos han dejado sus escritos y
doctrinas, á fin que por ese medio, seamos conducidos y solicitados á frecuentar la escuela
de nuestro Dios, en donde su Espíritu nos enseñará como á ellos y nos mostrará que así
como no ha habido ni habrá más que una Iglesia, así también no hay ni habrá más que
una sola Palabra y doctrina verdadera, aun cuando sea propuesta más claramente en un
tiempo que en otro, segun la disposicion admirable de Dios y la capacidad que él da á sus
discípulos y oyentes.
Segun esta consideracion, confesamos que por medio de esta Palabra escrita y
sellada por la voluntad y mandamiento de Dios en la Ley y los Profetas, conocemos al
verdadero Dios, Creador y Gobernador de todas las cosas, y tal como nuestros padres lo
han conocido: tambien decimos que esta Palabra y Santa Escritura nos debe servir para
regular no solamente nuestras acciones y obras externas, sino tambien nuestras conside-
raciones y nuestros ejercicios espirituales; á fin que la vanidad de nuestro espíritu no nos
lleve á seguir vanas especulaciones y nos haga revolotear y recibir los delirios y los
ensueños de nuestro cerebro.
criatura; y quisiéramos que no solamente los hombres y mujeres, sabios é ignorantes que
hacen profesion de nuestra religion cristiana, leyesen esta divina Palabra, cada uno en su
lengua materna, sino que aún deseariamos que los turcos, los indios y todas las demás
naciones idólatras, tuviesen el medio de leerla y manejarla traducida en su lengua.
Además estimamos que los que calumnian la divina sabiduría, diciendo que ella nos
ha dejado esta Palabra rodeada y embrollada de varias dificultades y obscuridades, dando
ocasion á inducir á las gentes en el error y en la falsedad, estimamos que esos son
blasfemadores de la divina Majestad, gentes privadas del Espíritu divino y por
consiguiente de luz para saber juzgar de tales cosas.
Desde el principio en que el Señor creó á los hombres para hacerles participantes
del conocimiento de sí mismo, arregló tres clases en su escuela. La primera ha sido de
una leccion comun y universal á toda criatura capaz de razon, tomada del libro de esta
creacion admirable y de esta máquina redonda en que la multitud y la diversidad de las
criaturas nos sirven de letras, que ordenadas, nos enseñan la potencia, la eternidad y
divinidad de nuestro Dios, de tal modo que (como dice el profeta) los cielos, la tierra, el
sol, la luna, las estrellas, la mar y todas las demas criaturas comprendidas en ellos, nos
cuentan de día y de noche la gloria y la excelencia de nuestro Dios (Salmo 19); y no hay
nacion, por bárbara que sea, que no se encuentre capaz de aprender la leccion de esta
clase, lo que hace inexcusable á cada uno en la presencia de Dios, el cual podrá condenar
justamente á todos los que vienen á este teatro universal del mundo; y tanto más, cuanto
que habiendo conocido al Señor por semejante medio, no lo habrán servido y honrado
como corresponde á la grandeza y excelencia de tal Majestad (Rom. 1).
La segunda clase de su escuela es singularmente erigida para aquellos que él ha
escogido por su pueblo particular, á fin de manifestarse á ellos más vivamente.
Entendemos por esta palabra de pueblo de Dios, no solamente los elegidos por Jesucristo
su Hijo, sino tambien los hipócritas y disfrazados que de todo tiempo se han mezclado
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con los elegidos y hasta han estado en boga y preeminencia para perseguir á los demás.
Tales eran los escribas, fariseos y pontífices de Jerusalen en el tiempo en que Jesucristo
vino á este mundo. Tales son en nuestro tiempo los papas, varios cardenales, arzobispos,
obispos, sacerdotes y frailes, los cuales entran algunas veces en esta segunda clase, porque
escuchan en la Iglesia la Palabra del Señor, ó la leen, pero muchos de ellos en lugar de
escucharla para provecho particular de su conciencia y para comunicarla á los otros,
abusan de ella muy indignamente y conservan las divinas lecciones para hacer de ellas
una mercadería, y para sostenerse y alimentarse delicadamente en pompas y delicias. Y
si los buenos y fieles discípulos de Dios conocen esta hipocresía y máscara de religion,
inmediatamente empiezan á perseguirlos, teniendo el lenguaje que el Espíritu de Dios
pone en la boca de los malos cuando dicen:
Al contrario, las creyentes en Jesucristo son enseñados en toda verdad, tanto mas
cuanto que habiendo salido de la segunda clase, el Espíritu del Señor les introduce en la
tercera y les repite lo que es necesario retener y aprender en la primera y la segunda
leccion. Efectivamente, las criaturas, no siendo miradas con los ojos iluminados y con el
entendimiento alumbrado por el Espíritu de Dios, no podrán enseñar una perfecta leccion.
Además, si las Escrituras no son leidas con la ayuda de la luz divina, no nos podrán nunca
conducir á la vida eterna, sino más bien en lugar de alimentarnos con su médula y su
substancia, nos contentaremos con la cáscara, es decir, con la letra muerta; y en lugar de
tomar la espada afilada para cortar el cuello al hombre viejo y á los malos afectos que
viven en nosotros, tomaremos la vaina que la cubre, con la cual, cuando demos el golpe,
hará mucho ruido, pero ninguna herida. Así que toda nuestra vida estaria llena de engaño,
ilusion é hipocresía de nosotros mismos; lo que no sucede con los hijos de Dios, sino más
bien siendo espirituales, juzgan á los demás, y no son juzgados, tanto más cuanto tienen
la verdadera inteligencia de la voluntad de Dios por medio de las continuas lecciones que
el Espíritu Santo les enseña en sus corazones y en sus conciencias.
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He aquí, Señor, la fuente y primer origen de toda diversidad de religion que tenemos
ahora. He aquí de dónde vienen tantas cuestiones y debates acerca del hecho de nuestra
creencia. He aquí de dónde viene que los inquisidores nos condenan como herejes, y
nosotros por el contrario les llamamos seducidos y engañados, enemigos de la gloria de
Dios y seguidores de su propia gloria, profanadores de la santa y divina Palabra,
haciéndola servir á su provecho, comodidades y ambiciones, no habiéndola aprendido por
la luz. celestial. He aquí por qué estimamos que son jueces indignos en la causa de los
hijos de Dios, los cuales no solamente han sido enseñados en la escuela de la letra muerta,
sino que, habiendo pasado más allá, el Espiritu Santo les ha mostrado á Jesucristo como
su salvacion, el cual está encerrado y envuelto en la Escritura, y les ha enseñado el
verdadero medio de buscar la reconciliacion con el Padre celestial.
Ahora falta que veamos, cuál es la doctrina que confiesan los unos, siendo
conducidos y llevados por la palabra del Señor y la luz de su Espíritu; y por otro lado, que
consideremos la doctrina de los hipócritas que ellos pretenden (falsamente, sin embargo),
haberla tomado de la Escritura santa. Pero la prudencia de su carne es realmente el
verdadero maestro que les ha enseñado y los conserva aun en una ignorancia tan grande,
que piensan tener la verdadera inteligencia de la Escritura santa, y todos los dias sofistican
con sus filosofias, ó por mejor decir, con los delirios de sus cerebros.
Los hijos de Dios, enseñados por su Espíritu y por su Palabra, confiesan que Dios
ha creado al hombre en el principio á su imagen y semejanza, á saber: justo, equitativo,
recto, amante y celoso de la gloria de Dios; y en este estado que se llama de justicia
original, perseveró hasta que abusando voluntariamente de su libertad y de su libre
arbitrio que Dios le había concedido para hacerlo una perfecta criatura en su especie, se
separó de la obediencia de Dios, su creador, y se hizo esclavo y súbdito de Satanás,
habiendo obedecido á la falsa persuasion y á las vanas promesas de éste.
Esta ofensa y transgresion voluntaria de la voluntad de Dios, causó tales efectos en
el hombre miserable, que lo privó de la dignidad y excelencia que él tenia antes, borrando
en él los rasgos de la imagen de Dios, haciéndole injusto, infiel, rebelde á su Creador y
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Y para poner delante de los ojos un verdadero cuadro y retrato del hombre
miserable, hijo solamente de Adan, sin ser regenerado, será bueno que tomemos los
rasgos de la descripcion y el cuadro que el apóstol San Pablo nos pone delante cuando
dice: Todos, tanto judios como griegos, están bajo el pecado, como está escrito: «No hay
justo ni aun uno, no hay quien entienda, ni quien busque á Dios, todos han caido y juntos
han sido hechos injustos, no hay quien haga el bien, no hay ni aun uno; sepulcro abierto
es su garganta: han usado fraudulentamente de sus lenguas, veneno de áspides está debajo
de sus labios, cuya boca está llena de maledicencia y de amargura; sus pies son ligeros á
derramar sangre, destruccion y miseria hay en sus caminos, y camino de paz no
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conocieron, no hay temor de Dios delante de sus ojos.» (Rom. 3, Salm. 31, Is. 19, Prov.
1, Salmo 13, Salm. 35). Esta es la anatomía, Señor, que el Apóstol hace de toda nuestra
persona, á fin de cerrar la boca á nuestras invenciones de libre arbitrio, de obras de
preparación, de méritos de congruo y de condigno, y otras sofisterías semejantes que los
espíritus arrebatados han introducido en la religion cristiana, para lisonjearse ellos
mismos y adular á los otros en sus maldades y en su corrupcion.
Ahora bien; para tratar claramente esta materia y contar tales sutilezas, decimos que
hay en el hombre lo que el Apóstol llama un cuerpo de pecado. (Col. 2.)
El pecado puede ser representado como una mancha de aceite apestosa derramada
en una hoja de papel blanco, y derramada de tal manera que el papel ha quedado embebido
y apestado; así que no se puede sacar un pedazo de esta hoja, por pequeño que sea, sin al
mismo tiempo sacar la infeccion de esta mancha. Decimos pues, que el pecado que se
llama original en el hombre, no es una herida en alguna parte de él, sino una ceguedad de
entendimiento para no conocer al Señor; es una rabelion de la voluntad contra su obedien-
cia, y una impotencia y desfallecimiento de fuerzas para poder poner en ejecucion nada
que sea agradable á Dios, y para decirlo en una palabra, la plenitud de esta infeccion es
tal que es necesario estimar que no hay parte en el hombre, desde la cabeza hasta los pies,
que no esté tomada, invadida é infectada de esta perversidad como el Apostol lo prueba
en la citacion alegada anteriormente, por una induccion tomada con una maravillosa
destreza de las diversas sentencias de la santa Escritura. Esta fuente de iniquidad no deja
nunca de hervir y producir una infinidad de especies de pecados, aun en el corazon de los
regenerados. Y aun en el caso que esta fuente no produjera en nosotros los referidos
efectos, con todo estaremos sujetos á condenacion por haber sido verdaderos sucesores y
herederos del primer transgresor y de su pecado.
Pero las personas más santas, han sentido muy bien la energia y la fuerza de este
veneno, el cual engendra en nosotros tres especies de pecados; no cesando nunca, como
un horno ardiente, de relumbrar y centellear en todas las partes, aun las más nobles de
nuestro ser.
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De ahí viene la primera especie de pecado, á saber: los movimientos interiores, los
pensamientos, las concepciones y las empresas producidas en la fragua de nuestro
entendimiento, aun cuando la voluntad no lo consienta.
Los hijos de Dios conocen perfectamente el mal que estos pecados hacen al hombre
interior y espiritual, que no desea más que despojarse de día en día de la corrupcion del
viejo Adan. Y la Escritura nos atestigua que tales movimientos y pensamientos son
pecados que ofenden al Señor, el cual pide de nosotros el corazon entero y no en parte
para vanas empresas.
Los teólogos y doctores de error, sin embargo, para halagar á los hombres en sus
vicios, han buscado ciertas distinciones de primeros, segundos y terceros movimientos, á
fin de escapar á la condenacion que el Señor ha pronunciado contra los transgresores de
su santa ley.
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Esta benignidad divina fue declarada por expresas palabras en la presencia del
primer hombre, cuando el Señor dijo que la simiente de la mujer quebrantaria la cabeza
de la serpiente; y despues fue repetida á varios personajes del Antiguo Testamento, como
á Abraham.
Este Adan celestial fue prefigurado y representado por diversas significaciones y
sacramentos, á fin que por un tal medio los hombres viviesen en consolacion espiritual y
seguridad del cumplimiento de las promesas de Dios.
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Si los acusadores de aquel tiempo vieran hoy los templos y ceremonias papistas, no
tendrían ocasion de estimarlos cristianos, ó por lo menos no avanzarían tales acusaciones
contra ellos. Esto lo digo, de pasada, habiendo hecho mencion de la ley ceremonial.
Para volver, Señor, al primer propósito, del medio admirable de nuestra redencion,
diré que estando cumplido el tiempo que la divina bondad había decretado en su consejo
eterno de remediar al pobre género humano, cansado del peso del pecado, tragado por las
fauces del infierno, tiranizado por Satanás y amenazado por las sentencias rigurosísimas
de la ley, el Padre celestial envió su propia fuerza, sabiduría y palabra, la cual por obra
inefable de su Espíritu Santo fue hecha carne, siendo concebido del Espíritu Santo, por
obra admirable, en el seno de Santa Maria virgen, á fin que el que había sido prometido
á los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento y en la fe del cual habían sido salvos,
fuese manifestado y nacido de la santa virgen como su hijo propio y natural, verdadero
hijo de Dios, y verdadero hombre, para cumplir en su propia persona la satisfaccion que
la justicia divina pedía contra el pecado del hombre y para poder, por el sacrificio de
obediencia y muerte, reconciliar de tal manera al hombre con Dios, que en lugar de serle
enemigo, fuese recibido por su hijo heredero de su reino celestial, gozando perpetuamente
de su divina presencia, y lo que es más, participando de su naturaleza divina. (Juan 1.
Luc. 1. Mat. 1).
La suma de la doctrina de este Redentor Jesus puede ser comprendida en dos puntos.
En primer lugar él queria mostrar á los hombres el admirable consejo de su Padre celestial
empleado para su remedio, á saber, que él queria redimirlos de la tiranía de Satanás, por
medio de la muerte y satisfaccion de su propio hijo natural y engendrado por él, y que por
la obediencia de este segundo Adan celestial, la rebelion y transgresion del primer Adan
terrestre y corruptible y de toda su posteridad, seria borrada con la sangre de este cordero
sin mácula. El segundo punto de la predicacion tendia á mostrar por qué medios los
hombres podrían gozar de semejante misericordia y reconciliacion presentada por Dios,
y de qué gratitud y reconocimiento debian de usar hacia Aquél que los habia elevado á
una dignidad tan grande.
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Toda la doctrina pues, las predicaciones, los hechos y las obras de Jesucristo,
nuestro Redentor, no han tenido otro objeto ni otra intencion que estos dos puntos que
hemos señalado; la inteligencia de estos dos puntos engendra hoy tantas y diversas sectas
y religiones.
Los unos, que no convienen en la recepcion y reconocimiento del primer punto de
la persona y oficios de Cristo, como son los judíos, los mahometanos y demás paganos;
los otros que no convienen en la inteligencia del segundo punto de la doctrina cristiana, á
saber, por qué medios podrán los hombres gozar de la justicia é inocencia de Cristo, visto
que sin ella es imposible que el hombre pueda ser agradable á Dios. Esta es la cuestion y
el debate que tenemos ahora con los doctores de la Iglesia romana.
Hé aquí, Señor, el principal debate de nuestro tiempo. No es una sencilla cuestion
de lana de cabra (como vulgarmente se dice), pues no debatimos aquí solamente, si los
obispos, sacerdotes y los frailes se alimentarán de las rentas del Purgatorio, si se puede
comer carne ó pescado, si es necesario encender velas en pleno día para servir á Dios y
llevar hábitos ó cilicios para ser perfecto cristiano. Nosotros les dejamos todo ese fárrago,
y que gocen de él hasta que se harten, con tal que nos dejen á Jesucristo crucificado, y no
nos enreden ni nos priven de la doctrina que nos enseña el verdadero y único medio de
gozar de un beneficio tan grande. Estamos muy seguros que estarían muy contentos de
tomar este partido, á saber, que tengamos á Jesucristo entero, que gocemos de é1 á nuestra
satisfaccion, con tal que sus rentas no disminuyesen y que su mesa esté tan repleta como
de costumbre.
Pero temen que si el pueblo llega á conocer una vez sus abusos, falsedades y
engaños, sean inmediatamente despojados de rentas, ofrendas, diezmos, primicias y las
contribuciones tan abundantes y magníficas como las que se les da ahora. Y entonces,
¿qué haria el señor cardenal con su cuadrilla de caballos y servidores? ¿Cómo se
calentaria la cocina de los obispos sin el fuego del Purgatorio? ¿Cómo podrían volverse
los asadores de los abates sin semejante humo? ¡Ay! ¡qué frialdad y qué enfriamiento
caería en la olla de los curas y de los frailes!
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Para consagrar este aceite, es necesario alimentar una multitud de obispos que se
juntan una vez en el año para dar un culto idólatra y hacer reverencias á una botella de
aceite, como si el Señor estuviera allí encerrado. Y por toda conclusion, los ciegos de
nacimiento reciben la vista espiritual, siendo bautizados, sólo con que el sacerdote les
frote los ojos con su saliva.
Estas ceremonias, ó mejor dicho, gestos y encantamientos, una vez concluidas,
tenemos á los bautizados hechos fieles, hermanos de Jesucristo, hijos de Dios, nuevas
criaturas iluminadas de sabiduría celestial, abanderados de Cristo. ¿Y por qué no? con tal
que se pague bien se tendrá más. Pues, date et dabitur vobis: Dad y se os dará. Tal es el
comun proverbio de esas gentes.
Os suplico muy humildemente, Señor, que no penseis que yo digo estas cosas para
zaherir á esas pobres gentes; pues Dios sabe cuánta compasion tengo en mi corazon á
causa de su ceguedad. y obstinacion en mantener tales abusos y supersticiones; pero si lo
digo es para que los pobres ignorantes conozcan tales abusos dignos de la burla y de la
irrision, y lo que es peor, amontonando errores en la administracion de un sacramento tan
dignísimo y excelente que nuestro Señor Jesus dejó á su Iglesia, para mostrar y representar
á todo el mundo el levantamiento y la purgacion admirable que Dios hace á sus hijos por
la aspersion y derramamiento de la sangre purísima é inocente de su propio Hijo, á fin
que la Iglesia de los fieles sea purgada, limpia y exenta de toda arruga, mancha ó mácula
de pecado. Y si Jesucristo manda a sus apóstoles de bautizar en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo no es para dar á una ceremonia semejante lo que sólo pertenece
á la gracia de la regeneracion, sino para mostrar en el santo bautismo, la bondad y la
misericordia admirable del Padre celestial, el cual no se ha desdeñado en lavar y purgar
nuestras manchas y pecados con la sangre de su propio Hijo. Además, para mostrarnos
que todas las veces que celebremos este sacramento de su alianza con nosotros,
confiándonos que somos comprendidos en ella, él nos hará verdaderamente participantes
del beneficio demostrado en este sacramento.
De manera que cuando bautizamos segun la institucion de Jesucristo nuestro
Redentor, no es para pensar que ex opere operato (como dicen los teólogos romanos) es
decir, por la obra operada seamos inmediatamente revestidos de justicia y de santidad, y
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que no debamos hacer ya otra cosa para ser cristianos, sino que tomemos seguridad en
nuestro bautismo, que el Padre celestial nos quiere recibir en su amistad y alianza; visto
que en el bautismo él manifiesta, desplega y presenta á todos los hijos de Adan, una
amplísima misericordia, queriéndoles recibir en gracia, limpiándoles de todas las
manchas naturales y adquiridas por e1 pecado de su padre, y consagrándoles á su santo y
puro servicio, sean librados del temor de sus enemigos, y vivan desde ahora en adelante
en la justicia y en la santidad todos los dias de su vida, en presencia de Aquel que por su
sola bondad les ha remediado y redimido por un medio tan admirable. Esto bastará por el
presente hasta que en algun tratado particular, deduzcamos mas ampliamente la materia
del santo bautismo.
Ellos asignan tres partes á esta penitencia ó segunda tabla, á saber: contricion de
corazon, confesion de boca, y satisfaccion de obras; las pruebas de esta division son muy
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excelentes y dignas de semejantes autores; quien quiera verlas que lea Tomás de Aquino,
Durand y Escoto en sus libros de las cuestiones de teologia. Pero para escudriñar cada
una de estas partes en particular, veamos la definicion que ellos dan á la primera: Contritio
(dicen ellos) dolor voluntarie pro peccatis assumptus cum proposito confitendi et
satisfacdendi, etc. [ Vide compendium Theoiogiae, lib. 6, cap. 24. Además el libro de
Monsieur Ruard Tapper, doctor de Lovaina, en el articulo Sobre la penitencia.] Es decir,
la contricion es un dolor tomado voluntariamente por los pecados, con el propósito de
confesarlos y satisfacerlos.
Despues enseñan que la contricion puede ensancharse tanto, que por medio de ella
no solamente la culpa, sino lo que es más, toda la pena será perdonada. Y esto sucede de
dos maneras, dicen ellos. En primer lugar, del lado de la caridad, la cual es causa del
pesar. Y en cuanto que esta caridad se extiende actualmente en una manera maravillosa,
la contricion que sale de ahí merece la remision y el perdon aun de toda la pena. En
segundo lugar, del lado del dolor sensual que la voluntad despierta en la contricion. Y en
cuanto que este dolor es muy penoso y angustiado, de ahí viene que sea suficiente para
abolir la culpa y la pena. Además, dicen que el dolor sensual de la contricion es de tres
especies: la una deficiente, la otra suficiente ylatercera preminente. La primera conduce
al infierno, la segunda al purgatorio y la tercera al paraiso. Además hay diferencia entre
contricion y atricion. Así tambien entre la fe formada y la fe informada. Por otro lado es
un grave asunto el saber si de la atricion se puede hacer la contricion; y si hay contricion
en el infierno, en el purgatorio y en el paraiso.
Ese es, Señor, el resumen de su dotrina de contricion, sin contar otros millares de
asuntos que mueven sobre ese particular.
Le suplico muy humildemente de considerar qué remedio podrá encontrar en tal
doctrina una pobre y miserable conciencia afligida y cargada con el peso de sus
iniquidades.
¿Cómo será posible considerar tantas distinciones y sutilezas? Y aun ¿qué
consolacion podrá traer al hombre una doctrina que le muestra el remedio en su propia
diligencia? Pues si la contricion proviene de la voluntad, el hombre pecador se siente más
bien inclinado á continuar en sus iniquidades que tener pesar y dolor por lo que comete.
Pero lo que pedimos es, qué remedio podrá encontrar el hombre para obligar á la voluntad
á humillar y quebrantar su corazon y tener en abominacion todas las acciones y empresas
malas. Y aun vemos que en toda esta doctrina no hay ni una sola palabra de Dios, ni de
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Jesucristo, ni de su Espíritu: no hay más que el hombre que pueda hacer todo, su voluntad,
su dolor, su pesar, su caridad y atricion, la cual, por arte de encantamiento, se transforma
en contricion.
Ahora bien, la santa Palabra de Dios nos enseña, que la contricion es una obra
admirable del Señor, y que Dios, teniendo misericordia del pobre pecador, le conduce á
ese primer grado, quebrantando y ablandando su corazon, que antes era más duro que la
piedra y el diamante, rebelde, obstinado e inclinado a toda iniquidad. El es el que lo
convierte en corazon de carne, sensible, dócil y obediente á la voluntad del que lo ha
renovado. (Ezeq. 11).
Vemos á este propósito la peticion que hace el profeta David en reconocimiento de
su pecado, cuando pide que el Señor crée en él un corazon completamente nuevo, que
estando quebrantado y humillado por la virtud y el martillo de la Palabra divina, y por la
obra del Espíritu Santo, Dios no lo despreciará.
Este es, pues, el verdadero remedio que el Señor aplica para quebrantar y humillar
el corazon del hombre, á saber: ponerle delante de las amenazas de la ley y mostrarle una
cara airada, como lo conocen muy bien por experiencia aquellos que habiendo
abandonado la doctrina de mentira con buena conciencia, se han arrepentido de haber
seguido las falsedades de Satanás y han experimentado por qué grados Dios conduce al
hombre á la dignidad de la regeneracion y del bautismo interior, sin el cual es imposible
poder participar de la inocencia y de la justicia de Jesucristo ni tener entrada en el reino
celestial. (Juan 3).
De la confesión papística
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Así, pues, ellos enseñan que una tal confesion es necesaria para la salvacion, y que
es necesario confesar no solamente los pecados, sino tambien sus circunstancias y
particularmente las que ellos llaman agravantes, las cuales son quince, como todos podrán
ver en sus libros (Ved el resumen de teología, lib. 6, cap. 25. Además el libro de Mr.
Ruard Tapper, art. de la confesion).
Los frutos y utilidades de esta confesion hecha al oido de los sacerdotes son en gran
número y de maravillosas virtudes. En efecto, primeramente ella nos libra de la muerte
eterna. En segundo lugar ella cura las llagas de nuestras almas. En tercer lugar nos
descubre la presencia de Dios. Cuarto: nos abre las puertas del paraiso. Quinto: cubre y
esconde nuestros pecados de tal manera que Dios no los puede ver. Sexto: dulcifica y
atrae la divina misericordia. Séptimo: da sanidad al alma. (Salm. 41). Octavo: multiplica
los abogados para con Dios, pues los sacerdotes ruegan por los que se confiesan á ellos.
(Heb. 7.) Noveno: purifica la conciencia y la embellece. Décimo: rompe la confederacion
con e1 diablo por cuanto el secreto que habia entre el pecador y él, ha sido descubierto.
Undécimo: reune al hombre con Dios. Duodécimo: nos encamina por la senda de la
salvacion. Décimo tercio: borra los pecados delante de Dios. (Salm. 31). Dixi, confitebor
adversum me, etc. Décimo cuarto: sirve en parte de pago y de satisfaccion por los pecados,
á causa de la vergüenza grande de tener que descubrirlos á los sacerdotes. Finalmente la
confesion auricular preserva á las personas de recaer en nuevos pecados: lo que declaran
por una notable semejanza tomada de los dentistas, los cuales echan fuera la muela cariada
á fin que no haga caer á las otras. De la misma manera el pecador echa fuera sus pecados
á fin que la conciencia no sea completamente infectada. ¡Oh, qué execrables desvaríos!
¡Oh, qué invenciones diabólicas para seducir á las pobres almas!
Yo os pregunto, Señor, si estos frutos fuesen verdaderos, ¿qué necesidad
tendríamos de la gracia de Dios? ¿A qué iríamos á buscar á Jesucristo y su intercesion?
¿Qué provecho tendríamos de la obra y de la operacion del Espíritu Santo, puesto que la
confesion hace todo, obtiene todo y para decirlo en una palabra, hace que el hombre malo
y pecador sea hijo de Dios y heredero del reino celestial? ¿No es una gran blasfemia? ¿No
es un abuso insoportable? Sin embargo, el mundo es tan ciego, que aflige, persigue,
quema y hiere á los que descubren tales abominaciones y quieren librarle de ellas.
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Esta confesion (dicen ellos) debe de hacerse por lo menos una vez al año, bajo pena
de excomunion, ó exclusion del cuerpo de Cristo. Además deben de decirse los pecados
á los sacerdotes que tienen las llaves de la ciencia para discernir entre el bien y el mal, y
la del poder para ligar y desligar (Capit. Omnis utrius sexus, de summa trinitate, etc. Et
de poeniten. Et remiss).
El secreto de esta confesion debe ser grande, por cuanto el sacerdote representa la
persona de Dios, el cual interiormente cubre los pecados que se manifiestan exteriormente
al sacerdote; quien de ninguna manera podrá descubrirlos, á no ser que lo sepa fuera de
la confesion.
Además ellos hacen algunas distinciones y diferencias de absoluciones y de pecados
de los papas, otros de los arzobispos, otros de los simples obispos, otros de los curas. Bien
es verdad que las cuatro órdenes mendicantes tienen bula que ellos llaman el mar grande
de indulgencias ó perdones, que les da el poder de perdonar todo, y no solamente pueden
perdonar los pecados cometidos en el pasado, sino lo que es más, los que se cometerán
en el porvenir, si queremos creer sus jactancias en este punto.
Ved, Señor, qué burlas y qué encantamientos para embaucar á las gentes y
mantenerlas en el error y en la supersticion; y sin embargo, el uso de la confesion,
sanamente comprendida, puede traer un singular beneficio al hombre fiel, del cual Satanás
nos ha querido privar habiendo discurrido sus execrables invenciones.
De la confesión cristiana
Ahora bien, para que esta deduccion de los puntos de nuestra religion cristiana no
sea sin fruto, trataremos de tal manera los abusos de la Iglesia papal que al mostrar la sana
doctrina aprendamos al mismo tiempo la verdadera práctica de ella.
Lo que se requiere principalmente en esta suerte de penitencia es la confesion y la
satisfaccion como el primer grado y entrada á los hombres para participar de Jesucristo y
gozar de su justicia.
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Nosotros decimos acerca de este asunto, que despues que el Espíritu de Dios nos ha
mostrado el rigurosísimo cumplimiento de justicia y de santidad que la ley divina pide de
nosotros y que por el mismo medio nos ha abierto los ojos para conocer nuestra
corrupcion y fuente del pecado, nuestra debilidad é incapacidad para poder cumplir lo
que la santa ley nos pida, el hombre miserable viéndose en estrecho, no sabe de qué lado
volverse; pues, negar sus pecados y hacerse mentiroso y falsario delante de Dios, él ve
bien que eso es imposible, tanto más, cuanto que los ojos del Señor tienen una vista tan
perspicaz y penetrante que ven hasta lo más profundo del corazon del hombre. El pensar
en imitar á Adan y ocultarse bajo las ramas de los árboles y cubrir sus vergüenzas y
abominaciones con hojas de higuera, de buena gana lo haría el hombre (de otro modo no
seria de la raza.) (Gen. 3).
Pero tan pronto como el hombre busca ese remedio para escapar á la ira divina, el
Dios eterno, viéndole poner su ciencia en algunas obras externas, como ayunos,
oraciones, cilicios, vigilias y otras mortificaciones externas, tales como las que el hombre
busca en tal estado (las cuales no son más que hojas de higuera que se marchitan al primer
soplo del viento), Dios, digo, grita frecuentemente con grande y alta voz en el corazon
del hombre, diciéndole: Adan, ¿dónde estás tú? Adan, ¿dónde estás tú? Efectivamente, el
carácter del Señor, que es muy benigno y misericordioso, no quiere dejar á sus elegidos
que sigan la impertinencia de Cain y de Júdas; sino que habiendo empezado su obra en
aquellos que ha escogido, para hacerles participantes del beneficio y de la reconciliacion
del Adan celestial, Jesucristo, continúa en su bondad, haciendo oir su voz en los oidos del
corazon del hombre que piensa estar muy oculto.
Ahora bien, el hombre viéndose estrechado por la voz de Dios, la cual le hace
temblar y le tiene en un temor tan grande que no le deja comer ni beber ni dormir, olvida
todas las demás cosas de la vida humana, hasta el punto de no atreverse á mirar la luz del
sol, empleando casi todo su tiempo en oir la voz terrible y espantosa de ese gran Dios
vivo, voz que resuena de tal modo en sus oídos que parece ser la trompeta que resonaba
en el monte Sinaí y hacia caer á tierra á los más fuertes y valientes de los hijos de Israel.
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De esta manera el hombre, estrechado y sujetado á esta tortura, al fin confiesa que
es hijo de Adam, es decir, pecador como su padre, despreciador de la palabra de Dios,
como su padre, envidioso de la gloria y de la majestad de Dios como su padre; él confiesa
que el principal objeto de su vida en este mundo no era más que robar la ciencia á Dios y
revestirse de ella, de conocer el bien y el mal, es decir, poder juzgar por el nivel de su
juicio corrompido y de su sabiduría insensata, qué cosas son buenas y cuáles malas, qué
cosas son agradables ó desagradables á Dios. En suma, el hombre confiesa que es un
hipócrita como su padre, y que el conocimiento de su desnudez le dió la ocasion de
ocultarse bajo las ramas de los árboles y de cubrirse con las hojas de higuera, es decir
(para hablar más claramente), él pensaba por su prudencia, sabiduría, diligencia, buenas
obras, méritos y mortificaciones cubrir sus abominables pecados y esconderlos de la faz
del Señor.
He ahí. Señor, lo que la palabra divina y nosotros adheridos á ella, llamamos
confesion. Es una manifestacion obligada (aunque voluntaria), que el hombre hace de sus
pecados delante del Señor, estando atormentado y oprimido por la voz terrible de Dios,
la cual resuena en el corazon del hombre llevado á arrepentimiento por la ley divina. De
esta primera confesion (como verdadera fuente de conocimiento de si mismo), salen
varias otras confesiones que mantenemos en nuestras Iglesias y que enseñamos en
nuestras predicaciones.
La primera confesion es privada é individual en el corazon de aquel que habiendo
sentido la voz de la ley divina que le acusa y le condena, hace diariamente una verdadera
y sincera confesion de sus pecados, diciendo en su corazon con el profeta: “Señor, he sido
engendrado en iniquidades, y en pecados me concibió mi madre. Señor, crea en mí un
corazon puro y limpio y renueva en mis entrañas un espíritu de rectitud y de equidad.
Señor, no entres en juicio con tu siervo, pues ningun hombre viviente será encontrado
justo delante de ti». (Salmo 51.) Y con el publicano: «Señor, ten piedad de mí, pobre
pecador». Y con el hijo pródigo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra tí, no soy
digno de ser llamado tu hijo», etc. Tales y semejantes confesiones deben resonar
continuamente en la boca y en el corazon de los hijos de Dios y verdaderos arrepentidos.
Estos, habiendo experimentado la dulzura y benignidad del Señor, se dirigen á él, para
ser cada vez más lavados y purificados de sus pecados y contínuas faltas.
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predicacion del Evangelio, viene con toda la congregacion para confesar sus pecados y
recibir la absolucion; es decir, la certeza y la seguridad por el Evangelio de Jesucristo,
que Dios recibe á los pecadores á misericordia, y que en la Iglesia se encuentra remision
de los pecados por la sangre del Cordero sin mácula.
La quinta especie de confesion es la que llamamos reconciliacion con nuestro
prójimo ofendido, cuando, reconociendo nuestra falta delante de Dios y delante de nuestro
prójimo, procuramos rendirle el corazon, á fin que nos perdone de buena voluntad la falta
que hemos cometido contra él, siguiendo el mandamiento de nuestro Redentor Jesus.
(Mat. 5)
Pero si la falta que hayamos cometido contra alguien, ó de otra manera, ha sido
pública y ha traído escándalo á la Iglesia, entonces será necesario usar de la sexta especie
de confesion, á saber, que al juicio de la Iglesia, la confesion y el reconocimiento de una
falta semejante se haga públicamente, así como los Padres antiguos tenían costumbre de
hacer y nos han dejado por escrito en los cánones de Penitencia (Ved la historia de Nicéfo-
ro, libro XII, cap. XXVIII). La ejecucion y ejercicio, de los cuales habiendo sido
despreciados por la Iglesia romana, ella empezó á ordenar que uno de los pastores ó
ancianos podría oir el reconocimiento y confesion de los pecadores para disminuir su
vergüenza; y esto despues ha sido mantenido y cambiado en dos especies de abusos muy
execrables y condenables. El primer abuso es que en lugar de penitencia pública se ha
introducido la confesion secreta, aboliendo todo buen orden y disciplina eclesiástica y
ejerciendo una extrema tiranía sobre las conciencias afligidas.
El otro abuso es de haber establecido en la ciudad de Roma ciertos penitenciarios,
ó mejor dicho, mercaderes de pecados, quienes por dinero dan remision y perdon de faltas
cometidas escandalosamente en la Iglesia.
En esto podrán ver bien nuestros adversarios, que nos llaman herejes, que nuestra
intencion no es de abolir la confesion en la iglesia cristiana, sino más bien en lugar de una
confesion supersticiosa y llena de una infinidad de abusos, enseñamos seis especies de
confesiones aprobadas y reunidas en la palabra de Dios.
los debates y diferencias que vemos en la Iglesia cristiana y que será la causa de tratarlo
algo más largamente que lo que este breve tratado comportaría. Pero viendo la
importancia del asunto, suplico muy humildemente á su Majestad, Señor, de leerlo
atentamente y juzgar las falsas acusaciones que nuestros adversarios dirigen contra
nosotros acerca de la doctrina de la satisfaccion.
Los historiadores eclesiásticos nos cuentan que en la Iglesia primitiva, santamente
reformada, los crímenes escandalosos de los cristianos estaban rigurosamente castigados
con penitencia y confesion pública y satisfacciones de larga duracion y muy vergonzosas
para los penitentes, hasta que la avaricia de los obispos empezó á arruinar toda disciplina
eclesiástica, cambiando por dinero las satisfacciones decretadas por la Iglesia contra los
pecadores y escandalosos. Esto empezó á hacerse bajo cualquier pretexto de piedad,
dedicando el dinero tomado como rescate de la penitencia pública á edificar templos, á
redimir cautivos de las manos de los paganos, á sostener las escuelas de los niños
cristianos y otras cosas semejantes. Eso es lo que hacen ahora los inquisidores de España
con los reconciliados (como ellos dicen) que toman dinero bajo cualquier pretexto de
piedad para quitarles el vestido ó el hábito de dos cruces rojas que ponen á los penitentes.
Esta costumbre siguió así hasta que los obispos tuvieron la osadía de privar á la
Iglesia de su autoridad y se la atribuyeron á ellos mismos, haciendo llamar á su presencia
á los pecadores escandalosos para darles el perdon y la penitencia á su capricho, á fin de
peder comerciar con el penitente y por este medio sacarle el dinero por el castigo de
excomunion y exclusion de la Iglesia.
Los cristianos, viendo esos abusos y que la disciplina eclesiástica y la de penitencia
se fundaba en la avaricia, empezaron á despreciarla, y varios no querían presentarse
voluntariamente á confesar sus pecados más que los acusados y los convictos.
Viendo los obispos esto y que su ganancia venia disminuyendo por ese medio,
pensaron poner un remedio á tal pérdida é hicieron una constitucion y ordenanza que
todos los cristianos, al menos una vez al año, vendrían en presencia de sus obispos para
confesarles sus culpas y pecados.
El primero que hizo esta hermosa ordenanza fue Inocencio III. Y para fundarla
mejor, dieron á entender que la palabra de Jesucristo mandaba hacerlo, y de este modo de
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purgadas las reliquias de la culpa, que Jesucristo había dejado por perdonar, en la
conciencia del penitente.
Pero como algunos ricos eran tan blandos y delicados que no querían azotarse de
buena gana, ni querian ayunar ni mortificar su otra parte, como no tenian tiempo de orar
y de invocar a1 Señor á causa de sus quehaceres (que ellos estiman muy necesarios), se
pensó remediar este inconveniente, reduciendo las tres partes de la satisfaccion en una, y
que por medio de la limosna y de la distribucion de dinero se podía dispensar de todo lo
demás.
Los frailes, en efecto, aplicarían con mucho gusto los méritos y las buenas obras
que les quedan delante de Dios, para pagar y satisfacer por los pecados de los demás.
Pero, ¿qué sucederá, dirá alguno, si ésos hombres blandos, delicados é
impertinentes son sorprendidos por la muerte antes que la aplicacion de los méritos de los
frailes se haga?
Efectivamente habría un gran peligro que tales almas fuesen condenadas. A esto
respondemos que ya se ha proveido á todo, presentando las llamas del purgatorio en donde
entraran un monton de gentes sin poder salir hasta que el Papa aplique los tesoros de la
sangre de Jesucristo y los méritos de los santos mártires, y que los frailes den la
participacion y los tesoros de sus buenas obras, con tal que los parientes del difunto
quieran abrir el portamoneda y pongan de manifiesto los tesoros de sus escudos. Este es
un breve relato de la doctrina de la satisfaccion que enseñan los teólogos de la Iglesia
romana, dejando por contar un millon de abominaciones y de blasfemias que esos
doctores de mentira han dicho y diariamente dicen contra el beneficio de Jesucristo y la
satisfaccion ofrecida á los pecadores, por el sacrificio y el derramamiento de su sangre, á
fin de establecer y autorizar sus invenciones.
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De la satisfacción por los pecados que nos enseña la palabra del Evangelio
Confesión saludable
Decimos, Señor, que el hombre siendo presentado delante del trono y tribunal de
Dios, conducido como por la fuerza de la voz de Dios, sacado fuera de las cavernas y
espesas ramas en donde se había ocultado y escondido, estando molestado y atormentado
por el continuo interrogatorio del procurador de Dios, es decir, su divina justicia, al fin,
él confiesa su desnudez, pobreza, hipocresía, temor y temblor de encontrarse en la
presencia de ese Dios vivo, cuya voluntad sin embargo, al llamar de esta manera vigorosa,
no es para exterminarlo ni abatirlo, sino mas bien para llevarlo al reconocimiento de su
pecado y de su estado miserable no deseando mas que la vida, conversion y salvacion de
una criatura que tanto ama.
Estando el hombre en este estado, el Espirito de Dios empieza á reconocerle como
hijo de la casa, por quien el Padre de misericordia delibera para recibirlo en gracia. Y
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desde entonces él empieza á grabar en su corazon una viva imagen de ese Dios vivo y
airado cuya voz era la causa de su temor y temblor.
Qué es fe cristiana
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satisfaccion y obediencia del segundo y celestial Adan. Además, por medio de esta fe
estamos segurísimos que el Dios que nos ha recibido en gracia y reconciliacion aborrece
toda injusticia é iniquidad, y que la salvacion que nos ha dado, habiéndonos librado del
poder de nuestros enemigos, es para que desde ahora, despojados de todo temor servil,
vivamos santa y justamente delante de él. (Luc. 2. Tito 2.)
Esta fe engendrada en el hombre por el Espíritu de Dios, le sirve como de una mano
para acoger y abrazar á Jesucristo, y tambien le sirve como de una boca para recibirle
como comida y alimento espiritual. (Juan 17). Así que desde ahora el hombre arrepentido,
no es ya estimado en la casa de Dios como un hijo de Adan, sino hermano de Jesucristo,
quien se une á él por medio de esta fe y lazo del Espíritu Santo, de tal manera que el
cristiano y Cristo, y Cristo y el hombre cristiano, no son más que una misma cosa. (Juan
17)
Despues que esta union ha sido hecha por el lazo del Espíritu de Dios y la operacion
de la fe engendrada por él, el Padre celestial, volviendo los ojos hácia el pecador, le
encuentra vestido y cubierto de la purísima é inocente carne de Cristo, adornado de su
justicia y satisfaccion, puestos los vestidos del hijo primogénito de Dios. Y aun cuando
el Señor conozca que el que está oculto era un hijo de Adan y pecador, sin embargo,
habiendo sentido el olor suavísimo de los vestidos de que está cubierto, le da su bendicion
y le hace heredar la posesion de su reino celestial de la misma manera que el patriarca
Isaac dió la bendicion á su hijo Jacob, habiéndole encontrado cubierto con los vestidos de
su hijo primogénito Esaú. (Gén. 27.)
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celestial, constituye como juez de esta causa al mismo Jesucristo, ya unido por la fe con
el pecador acusado.
Consideremos pues, qué sentencia podrá pronunciar el Redentor de los hombres
contra un miembro de su propio cuerpo, sabiendo que su poder de juzgar no le ha sido
dado para que aquellos que creen en él perezcan, sino para que tengan vida eterna.
Así que segun esta promesa, este justísimo juez (y sin embargo soberano Abogado
de los hombres) pronuncia el decreto y sentencia de perfecta y entera absolucion, puesto
que el acusado es ya poseedor de la perfectísima satisfaccion del que es su propio juez.
Justificación gratuita
Cuando el Redentor Jesus pronuncia este decreto no mira á lo que el hombre haya
hecho, ni á lo que pudiera merecer, por cuanto toda su vida hasta entonces no ha sido otra
cosa más que pura abominacion delante del Señor, siendo hijo de Adan, pecador y
enemigo de Dios. Entonces (digo) el Señor Jesus no pide ni ayunos, ni vigilias, ni
peregrinaciones, ni satisfacciones, ni ofrendas, ni misas, ni participaciones de méritos de
santos ni santas, y aun menos de frailes y monjas (los cuales no podrán producir más que
méritos dignos de muerte y de condenacion eterna), sino que en pocas palabras dice: Tu
fe te ha salvado, vete en paz y no peques más, para que no te suceda algo peor. (Luc 7).
En vista de que por medio de la fe dada de lo alto, has sabido y has recibido
seguridad que mi satisfaccion y obediencia es tuya, yo te la doy; y por medio de ella yo
te absuelvo de la culpa y de la pena, no exigiendo de ti ningun otro pago ni rescate por
tus pecados. Pero mira que desde ahora debes de pensar en la union que tienes conmigo,
en virtud de la cual eres recibido por hijo de mi Padre, heredero de su reino, miembro de
mi propio cuerpo, y participante de mi inocencia; pon mucha diligencia en mostrar por
medio de vivas y buenas obras de esperanza, mortificacion y caridad, la viva raiz de fe
que está en tu corazon, y la union que tengo contigo desviándote y alejándote del pecado
para que no te suceda algo peor que lo pasado.
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Ese es, Señor, el decreto y sentencia que los oídos de los fieles oyen de la boca de
Jesucristo, quien les da una tal seguridad y consolacion espiritual, que en sus tentaciones
y temores de la conciencia no buscan otro remedio sino la predicacion y meditacion de la
divina palabra, la cual diariamente les propone este remedio muy cierto y asegurado.
Esa es la razon por la cual vuestros súbditos de los Paises Bajos y varios de vuestro
reino de España, viéndose engañados en una doctrina de tanta importancia, desean que
vuestra majestad tenga á bien dejarles gozar de la libertad de sus conciencias y del
beneficio del Evangelio, el cual sin exigirles ningun rescate ni tiranizarlos, les indica la
verdadera fuente de su salvacion. Y me parece que un deseo y un afecto tan bueno no es
digno de ser castigado, ni perseguido á sangre y fuego, sino más bien ser alabado y
favorecido. Considere bien vuestra Majestad, si al Señor le agradará que sus criaturas
hechas á su imagen y semejanza, redimidas por la sangre de su Hijo Jesucristo sean
tratadas tan inhumanamente por creer y seguir esta doctrina y esta confesion.
Pero para que vuestra Majestad pueda comprender más extensamente el origen de
todos éstos debates, bueno será dar un compendio de la doctrina que los teólogos de la
Iglesia romana enseñan para mostrar al hombre la manera de hacerse justo y agradable á
Dios. La justificacion (dícese) es un movimiento del hombre malo y pecador para pasar
de la injusticia á la justicia (Vide compendium totius theolog. Veritatis. lib. 6, ch. 39.
Además el libro de Pygius controversia, 8. Además. Thomas, 28,9,12. Además artículo 8
de Ruard Tapper. Además el Concilio de Trento, cap. 7).
En la justificacion del pecador se requieren cuatro condiciones; á saber: movimiento
de libre arbitrio, contricion, infusion de gracia y remision de culpa. Las dos primeras
proceden del lado del pecador que tiene que ser justificado, y las otras dos del lado del
que le justifica. Ellos dicen tambien que las dos primeras condiciones son como causas
que preparan el corazon del pecador para recibir la gracia de Dios. Además ellos enseñan
que en la justificacion del pecador se encuentran tres causas principales: la primera es
Dios, la segunda el pecador y la tercera la Iglesia. Dios, por su parte, da su misericordia,
por medio de la cual la falta es perdonada, y muestra su justicia, la cual pide satisfaccion,
ó en este mundo ó en el otro, es decir, en el purgatorio. Estas dos cosas han sido
significadas por los dos discípulos que el Señor envió á todos los lugares á donde tenia
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que ir. (Luc. 10). Efectivamente, lo que entonces se hacia corporalmente (dicen), ahora
se hace espiritualmente. Además, de la parte del pecador, se requiere tambien dos cosas,
á saber: Amor y dolor que son las dos muelas del molino entre las cuales el pecado es
molido y triturado, figuradas en el libro de la Ley (Deut.2, 4).
De la parte de la Iglesia proceden tambien dos cosas, á saber: el mérito de Cristo y
de los santos, los cuales han hecho muchas más buenas obras que las que debieran, y estas
obras están guardadas, bajo el poder de las llaves de la Iglesia, para que lo que falta sea
recompensado por el otro. En segundo lugar, la Iglesia da las indulgencias al pecador por
mediacion del Papa y de los obispos (Quae tantum valent quantum sonant), es decir, que
su valor es tan grande como lo que contiene el tenor de las cédulas. Los que han querido
tratar esta materia con mayor pureza, al fin (tamo á la fuerza) han reconocido que la fe es
el fundamento de nuestra justificacion, la cual nos sirve (dicen) de preparacion para
recibir la caridad y contentamiento de Dios, que es la causa de nuestra justicia, la cual él
nos la da, por cuanto le amamos. No quiero mencionar expresamente el relato de un
millon de cuestiones frívolas que los teólogos y los escolásticos presentan en esta materia
de la justificacion que sirven más bien para embrollarla que para hacerla comprender á
los que, movidos por el Espíritu de Dios, tienen hambre y sed de justicia: así por ejemplo,
el Concilio de Trento y el Interim presentado á los protestantes; porque lo que hemos
dicho aquí, es suficiente para considerar las espesas tinieblas en las cuales nos han tenido
cegados hasta ahora un gran número de doctores, los cuales se esfuerzan por todos los
medios posibles de mantenernos en la misma ignorancia, embrollando esta materia tan
importante de nuestra religion con debates inútiles y distinciones fantásticas, como por
ejemplo, preguntar si la justificacion se verifica en un momento, ó en un largo periodo de
tiempo; saber si Jesucristo despues de su resurreccion estaba en estado y condicion de
poder merecer justicia en nuestro favor hácia Dios ó no; saber si esta palabra justificacion
se debe tomar en un sentido extenso ó estrecho, cuando San Pablo dice: Justificados por
la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de Jesucristo. (Rom. 5). Además preguntan
si la justificacion es un movimiento para obtener justicia perfecta ó imperfecta. En
semejantes frivolidades gastan su tiempo estos doctores ociosos y curiosos (Ved el libro
de teologia de Alejandro).
En todo esto no oimos ni una sola palabra de Jesucristo hijo de Dios y verdadera
justicia del hombre: la predicacion de Cristo debe diariamente resonar en la boca de los
doctores del Evangelio para hacerla oir en los oidos de las conciencias afligidas y
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abrumadas por la carga de sus iniquidades, para impedir las acusaciones que la ley divina
dirige todos los días contra nosotros y los pavorosos gritos de nuestra desconfianza en las
promesas de Dios; pues, ¿de que me serviran tantas cuestiones y distinciones sutiles si no
se me enseña por qué medio podria yo ser librado de la tiranía del pecado, de las amenazas
de la ley, del poder de Satanás, do la boca del infierno y del temor de la muerte?
Esta es la doctrina, esta es, repito, la verdadera teología que debemos todos
aprender, y habiéndola experimentado en nosotros debemos de enseñarla á los demás.
Quien quisiere ahora tratar en esta materia todas las dificultades y sutilezas que
algunos han presentado, sería demasiado larga y propio para embrollar el asunto y ponerlo
más oscuro.
Contentémonos con la sencillez de la Palabra de Dios, y procuremos más bien sentir
y experimentar lo que ella nos enseña, que buscar cuestiones y debates.
¿Qué es justificación?
Llamamos justificacion la obra de Dios, por la cual recibe á los hijos de Adan
pecadores y enemigos suyos, en gracia y reconciliacion, y los hace hijos suyos, miembros
y hermanos de Jesucristo su Hijo. Sabemos perfectamente, en cuanto al primer punto,
que, puesto que el hombre es el que debe ser justificado, esta obra no puede hacerse sin
él; pues Dios no da jamás á nadie la justicia por procuracion; tambien debemos decir que
el hombre que recibe esta justicia de la mano de Dios, no es una piedra ni un pedazo de
madera, sino que está dotado de entendimiento, de voluntad y de razon para saber,
conocer, y querer recibir lo que Dios le presenta gratuitamente y con una benignidad
paternal.
Así, pues, los que mezclan la cuestion del libre arbitrio en este punto, son demasiado
importunos, tanto más, cuanto cada fiel sabe muy bien, por experiencia, que cuando el
Señor llama al hombre pecador para incorporarlo á Cristo, está ciego para conocer, no
solamente su enfermedad, sino que tampoco conoce su remedio; y lo que es peor, su
voluntad está de tal modo endurecida y obstinada, que no quisiera nunca venir ni
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comparecer en presencia de Aquél que le puede curar, si no es por fuerza. Por esta razon
decimos que la primera operación del Espíritu de Dios en el hombre pecador es abrirle
los ojos del entendimiento para conocer su mal y al Médico soberano.
Ahora bien: por cuanto en esta obra admirable de Dios, el hombre por su parte,
demuestra un verdadero conocimiento de sus pecados y arrepentimiento de haberlos
cometido, y amarga contricion de haber ofendido la majestad divina, así como tambien
una verdadera confesion y declaracion de todas sus transgresiones, los teólogos de nuestro
tiempo quieren decir que tales obras y diligencias provienen únicamente de la destreza,
sabiduría y libre arbitrio del hombre y que sirven como una preparacion para recibir el
don de la fe, por medio de la cual el hombre se hace miembro de Jesucristo. Y aun cuando
decimos que á pesar de que el conocimiento del pecado, el arrepentimiento, la contricion
y la confesion son obras del hombre, son empero de tal manera suyas que proceden del
podar y virtud del Espíritu de Dios, el cual hace al hombre capaz de obrar así; y sin
embargo estos nos llaman herejes, gentes que niegan las buenas obras, que hacen á los
hombres perezosos para hacer el bien y menospreciadores de la obediencia que se le debe
al Señor.
Si esta acusacion es verdadera ó no, vuestra Majestad misma podrá ser juez, y
considerar si el hombre tiene el poder de reconocerse pecador delante de Dios cuando
quiere, arrepentirse de su pecado cuando quiere, si puede hacer la confesion de sus
transgresiones delante del tribunal de Dios cuando quiere; y si tiene poder, afecto y
voluntad para recibir á Jesucristo por único redentor y rescate de sus pecados, cuando
quiere. Ahora bien: si ellos hablan y disputan de tales materias de nuestra religion
cristiana, sin haberlas experimentado, les suplicamos que se callen y rueguen que el Señor
les haga sentir aquello de que murmuran tan atrevidamente, con seguridad,, más bien de
oída, ó por la leccion de algunos libros ó tratados de otros, que por enseñanza del Espíritu
de Dios.
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Y si ellos presumen haber salido de otra estirpe y de otro tronco que nosotros, en
ese caso les rogamos en el nombre del Señor que nos dejen en paz en nuestra abyeccion
y humildad: pues nosotros nos reconocemos hijos de Adan, transgresores de la voluntad
de Dios, ciegos para conocer nuestro pecado, obstinados para poder arrepentirnos,
endurecidos para ser quebrantados y contritos en nuestros corazones, orgullosos y
arrogantes para querer confesar las transgresiones aun delante de aquel que las conoce.
En suma: completamente inhábiles é incapaces para no poder ni querer recibir
nuestra salvacion á menos que el Espíritu de Dios nos conduzca, nos mueva y nos haga
capaces de poner en ejercicio tales obras ¿Tan envidiosos están de nuestra humildad y del
homenaje que rendimos á Dios, reconociendo todas las cosas que vienen de su mano? Y
aun cuando fuese humillarse demasiado delante de Dios, ¿es un pecado tan grande que
deban por eso perseguirnos, afligirnos, desterrarnos, echarnos en la cárcel, herirnos ó
quemarnos tan cruelmente, lo que hacen ahora nuestros adversarios?
A la verdad, señor, tales crueldades é inhumanas maneras de proceder, deben de dar
á conocer á vuestra Majestad que el celo de esos teólogos que nos acusan no es un celo
de Dios, sino más bien una animosidad acompañada de ignorancia y de malicia. Pero
dejémosle pasar.
sus mandamientos. Esta doctrina nos la enseña el apóstol San Pablo cuando nos habla del
asunto de la justificacion en la epístola á los Romanos, cap. 8, en donde dice:
«Ahora, pues, ninguna condenacion hay para los que están en Cristo Jesus, que no
andan conforme á la carne sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida
que está en Jesucristo, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque (lo que
era imposible á la ley por cuanto era débil por la carne), Dios, enviando á su Hijo en
semejanza de carne de pecado y á causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para
que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme á la carne,
mas conforme al espíritu. Porque los que viven conforme á la carne, de las cosas que son
de la carne se ocupan, mas los que conforme al Espíritu, de las cosas del Espíritu. Ahora
bien: la intencion de la carne es muerte; mas la intencion del Espíritu es vida y paz. Por
cuanto la intencion de la carne es enemistad contra Dios, porque no se sujeta á la ley de
Dios, ni tampoco puede. Así que los que están en la carne no pueden agradar á Dios. Mas
vosotross no estais en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él. Y si Cristo está en
vosotros el cuerpo está muerto á causa del pecado, pero el Espíritu es vida á causa de la
justicia. Si el Espíritu, pues, de aquel que resucitó á Jesus de los muertos mora en
vosotros, el que resucitó á Cristo de los muertos vivificará tambien vuestros cuerpos
mortales á causa de su Espíritu que mora en vosotros. Así pues, hermanos mios, deudores
somos no á la carne para vivir conforme á la carne; pues si viviereis conforme á la carne,
morireis; pero si por el Espíritu mortificareis las obras del cuerpo, vivireis; pues todos los
que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.»
En este trozo vemos cómo el Apóstol nos demuestra esta segunda parte de nuestra
justificacion y por qué estamos unidos con Jesucristo, á saber: para que andemos
conforme al Espíritu y no conforme á la carne. Si estuviésemos bien enseñados en la
escuela de Dios y de los frutos admirables que nos da esta union con el Señor Jesus,
muchas cuestiones inútiles se quitarían de la Iglesia cristiana.
¿De qué nos sirve disputar, si la justicia del hombre cristiano es sustancia ó
accidente, si es una cualidad inherente ó una sencilla imputacion y otras sutilezas
semejantes; si no hemos sentido en nuestros corazones y en nuestras conciencias la
presencia y operación de Jesucristo? Sabemos que él habita en los corazones de los
verdaderos fieles, segun la oracion que el Apostol hacia por la Iglesia de Efeso (Efesios
3); y en otra parta dice que al Señor ama á su Iglesia, tanto más que somos miembros de
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su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Además, escribiendo á los Corintios, dice que
Jesucristo hablaba en él, de lo cual los Corintios sentían bien la potencia y virtud
desplegada en la palabra de su Apostol y exhorta á los Corintios de mirar tambien, cómo
Jesucristo estaba en ellos, diciendo que de otra manera sería una señal de reprobacion. (2
Cor. 13).
Además, nuestro Redentor Jesus rogó á su Padre celestial que aquellos que creerían
en él fuesen unidos de tal manera con su propia persona, que fuesen una misma cosa,
como él y su Padre celestial no eran más que uno. (Juan 17). Cirilo, doctor muy antiguo,
trata maravillosamente este asunto de la union con Jesucristo, interpretando este texto de
San Juan, lo que todos podrán ver leyendo este autor; para evitar el ser prolijo.
Sin duda esta manera de hablar de San Pablo y de los doctores antiguos es extraña
en nuestro tiempo, por cuanto los hombres están ahora más dedicados á hacer valer su
religion por ceremonias y demostraciones aparentes, que en ejercitarse en la meditacion
y en el sentimiento de las cosas espirituales.
De ahí viene que nuestros teólogos no conocen más participacion del cuerpo de
Cristo, que la que ellos preconizan por medio de la celebracion de la Cena. No conocen
más regeneracion que la que ellos quieren mostrar por la recepcion del bautismo exterior.
No comprenden más justificacion y justicia en el hombre, que cierta imaginacion, que
Cristo estando lejos de nosotros, es justo en nuestro lugar. Asi es que el hombre,
despojado de Cristo, lo está igualmente de inocencia, de satisfaccion y justicia para
atreverse á comparecer delante de Dios. Y si los apóstoles y los fieles no han sido
comprendidos en esta materia, no es extraño; pues tan imposible es hacerla comprender
al hombre natural y carnal, como el querer demostrar al ciego de nacimiento la excelencia
del sol por la semejanza de otras criaturas que no ha visto nunca. Yo rogaré, pues, de
buena gana, en el nombre de Jesucristo, verdadera justicia de los hombres, yo rogaré á
estos personajes que aconsejan á vuestra majestad de perseguirnos, de matarnos y
quemarnos, que entren primero en la escuela del Señor, para aprender lo que es
justificacion y de qué justicia es revestido el hombre cristiano, antes de condenarnos como
herejes é indignos de vivir en la tierra.
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Las obras que salen de esta tienda, merecen tres cosas, á saber: remision de la pena,
aumento de gracia, y posesion de la vida eterna, la cual merecemos por medio de la
caridad y de la excelencia de la buena obra.
Además, las buenas obras se dividen en dos clases: las unas son obras de
mandamientos y las otras de consejo; ó por otro nombre, de supererogacion, por cuanto
que el hombre se emplea en hacer tales obras, no porque deba ó esté obligado á hacerlas,
sino porque tiene voluntad y deseo de merecer más.
Obras de consejo
Estas obras de consejo son, segun ellos, las que Jesucristo enseña en San Mateo 5,
diciendo: “Que Jesús viendo las gentes subió á un monte y cuando se sentó se llegaron á
él sus discípulos, y él abriendo su boca les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres
en espíritu: porque de ellos es e1 reino de los cielos. Bienaventurados los que están en
duelo: porque serán consolados. Bienaventurados los mansos: porque heredarán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque serán hartos.
Bienaventurados los misericordiosos: porque misericordia les será hecha.
Bienaventurados los limpios de corazon porque ellos verán á Dios. Bienaventurados los
pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios: Bienaventurados los que
padecen persecucion por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os dirigieran injurias y os perseguieran y dijeran toda mala
palabra contra vosotros, por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestra
merced es grande en los cielos; pues así persiguieron á los profetas que fueron antes de
vosotros.» De estos textos y otros de los Evangelios muy mal comprendidos, sacan el
estado muy execrable de la frailería, los votos de su castidad mancillada, de obediencia y
pobreza llenas de toda abominacion y dan á comprender al mundo que es un estado más
perfecto y agradable al Señor que el de todos los demás cristianos que ellos llaman
seculares y mundanos, y las obras que ellos hacen son las obras supererogatorias.
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E1 resto de sus buenas obras son: ayunar en cuaresma, no comer carne en ciertos
dias, disciplinarse en Semana Santa, edificar capillas, fundar aniversarios, encender velas
á los ídolos en pleno dia, ir en peregrinacion, mandar decir misas y otras supersticiones
dignas de condenacion, contra las cuales el Señor podría decir lo que el profeta Isaías dijo
en otro tiempo á los hipócritas de Jerusalem: ¿Quién os ha pedido tales cosas de vuestras
manos? (Isaías 1) Y con mucha razon; pues estas obras de supersticion Dios no las ha
pedido nunca., sino más bien, estos terribles castigos que diariamente hace caer sobre
nosotros, nos dan la certidumbre y testimonio de que su divina Majestad las tiene en
execracion y en abominable aversion.
Si nuestros adversarios nos acusan de que no queremos exhortar á nuestros oyentes
á tales obras, nos congratulamos grandemente de ser perseguidos por ello; pues si los
hombres nos condenan, Dios nos dará la absolucion. Si los hombres nos persiguen, Dios
será nuestra seguridad. Si los hombres nos quitan la vida por esta doctrina, el Dios Eterno
que siempre vive, nos ha dado á Jesucristo, que es nuestra vida, y nos devolverá la vida.
Si los hombres, por esta confesion, reducen nuestros cuerpos en ceniza, quemándolos en
el fuego, el que ha resucitado á Jesucristo de los muertos, nos resucitará tambien y
glorificará nuestros cuerpos quemados, por cuanto su Espíritu Santo habita en nosotros.
(Rom. 8.)
En cuanto al asunto de las buenas obras, decimos en primer lugar, que es una
atrevida y falsa calumnia la que nuestros adversarios nos levantan, haciendo correr el
rumor que negamos las buenas obras y que predicamos á nuestros oyentes que se aseguren
que son santos y justos en Jesucristo y que por lo demas no hagan caso de vivir bien ni
de hacer el bien. A esto respondemos que tal doctrina no nos está enseñada en la palabra
del Evangelio, el cual nos demuestra que el buen árbol debe de producir buen fruto y en
eso se verá que la raíz es buena.
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El apóstol también nos enseña á qué fin nuestro Redentor Jesús nos ha redimido de
la tiranía del pecado, y hecho justo por su justicia, cuando dice: “Nosotros éramos antes
insensatos, rebeldes, extraviados, sirviendo á concupiscencias y deleites diversos,
viviendo en malicia y en envidia, aborrecibles y aborreciendo los unos á los otros; mas
cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor para con los hombres,
nos salvó, no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, mas por su misericordia,
por el lavacro de la regeneracion y de la renovacion del Espíritu Santo, el cual derramó
en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su
gracia seamos herederos segun la esperanza de la vida eterna”. (Tito cap. 3).
Y en otra parte dice: «Que la gracia de Dios y nuestro Salvador se manifestó, á fin
que los hombres aprendan á despojarse y á renunciar á la impiedad y deseos mundanos y
que pongan toda diligencia y cuidado en vivir en piedad sincera, justicia y sobriedad,
esperando la bienaventurada esperanza y gloriosa venida de ese gran Dios. »
Si estas palabras son verdaderas (como creemos que son), nuestra imprudencia sería
ya demasiado evidente si quisiéramos decir que el hombre cristiano debe ó puede estar
ocioso, ó ser perezoso en la casa de Dios. Pero lo que decimos es: Que el hombre natural
y despojado del espíritu de regeneracion no puede hacer ninguna obra que sea agradable
á Dios, ni aun decir ó reconocer en su corazon que Jesucristo es el Señor á no ser inspirado
del Espirita de Dios. Así es que estimamos que toda la doctrina ya mencionada, de los
méritos, de congruo, de dignidad, y de condigno, y otras distinciones y doctrinas
semejantes, son un verdadero monton de mentiras, para mantener á las gentes en una vana
seguridad é hipocresía sin darles á comprender su desdicha y condenacion. De esta
condenacion jamás podremos salir, ni por nuestras preparaciones, ni por nuestras obras,
ni por nuestra diligencia, prudencia ni sabiduría carnal, sino solamente que el Señor por
su pura bondad quiera tocarnos vivamente, y por su potencia soberana nos abra los ojos
para reconocer nuestro desgraciado estado y por ella nos eche fuera del fangoso cenagal
en que estamos caídos y que por su benignidad él nos lave, purifique y limpie de todas
nuestras suciedades y manchas espirituales por el derramamiento de la sangre purísima é
inocente de nuestro Redentor Jesus, lo que llamamos regeneracion ó renovamiento.
Pero despues que hemos sido justificados y hechos nuevas criaturas, Jesucristo está
tan unido á nosotros por el lazo de su Espíritu, que nuestras obras son ya obras de Cristo
y por consiguiente muy agradables en la presencia del Padre celestial. Pero para que nadie
suelte las riendas de sus pensamientos carnales y groseros, y para que no piense que
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cuando hablamos aquí de esta union con Cristo, que esto sea alguna metamórfosis, ó
trasmutacion ó trasformacion del cuerpo de Cristo en nosotros con destruccion de su
verdadera y humana naturaleza, declaramos que esta consideracion requiere un hombre
espiritual que sepa conocer y juzgar todas las cosas, y que esté enseñado por el Espirita
de Dios á contemplar la persona de nuestro Redentor Jesus, verdadero Hijo de Dios y
verdadero hombre glorificado á la derecha de su Padre celestial, teniendo todo poder en
el cielo y en la tierra, y viviendo por la fe en el corazon de aquellos que son sus verdaderos
miembros. (Mat. 28).
Y para saber, con algun orden, cuáles sean las buenas obras del hombre regenerado,
se podrán reducir estos tres puntos, á saber: Aumento de la fe, solícita muerte gradual y
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caritativa union entre los hombres. Y en esto se pueden reducir todas las ocupaciones del
hombre cristiano y regenerado, como San Pablo las describe en la epístola á los Romanos
2, en los Gálatas 5 y en los Colosenses cuando dice: “Si pues habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba en donde Cristo está sentado á la diestra de Dios. Pensad en las
cosas que están arriba, y no en las que están en la tierra. Pues vosotros estais muertos, y
vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo vuestra vida apareciere,
entonces tambien vosotros apareceréis con él en gloria. Amortiguad, pues, vuestros
miembros que están en la tierra: fornicacion, inmundicia, apetito desordenado, mala
concupiscencia y avaricia, que es idolatría. Por las cuelas cosas la ira de Dios viene sobre
los hijos de rebelion, etc.” Colosenses 3.
He ahí, Señor, un resumen del punto de la justificacion, de cuya diversidad viene el
origen de todas las cuestiones y debates que vemos ahora en todos los reinos de Europa
y especialmente en vuestros Paises Bajos. Y de esta comparacion que hemos hecho entre
una y otra doctrina, vuestra majestad podrá ver bien que nuestro debate no es una cosa
baladí. No es un pleito llevado de buena voluntad, puesto que aventuramos los bienes y
la vida. No es una demanda para ganar viñas y casas, ni herencia, pues bien se ve que los
que se mezclan en mantener tal confesion, en lugar de adquirir nuevas posesiones, pierden
las que sus predecesores habian dejado como legítima herencia. Lo que nosotros
deseamos es gozar de Jesucristo y del beneficio de su reconciliacion entera y
perfectamente como el Padre celestial lo ha prometido y da á todos aquellos que creen en
sus divinas promesas, sin ser vendidas ni ser ocultas en doctrinas y supersticiones de los
hombres.
Vuestra majestad considere si un deseo semejante merece ser perseguido á fuego y
llamas, si este afecto es digno de ser perseguido con las armas para matar y asesinar á los
que no desean sino vivir para servir á Dios su Creador en espíritu y en verdad, y para
obedecer en todo su poder á vuestra real majestad, y emplearse de muy buena voluntad
en la ejecucion de todos los oficios y obligaciones debidos á su príncipe natural. Yo le
suplico muy humildemente, Señor, de considerar si este pleito, llevado y debatido entre
vuestros leales súbditos de los Paises Bajos, merece que seais el juez, ó bien si es
razonable que un príncipe tan benigno como vos, ordene que se mate, se asesine y se
extermine (sin ser oidos) á los que os suplican se sirva ser su juez en una causa de tanta
importancia.
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Leemos que Salomon, el mayor de los reyes de la tierra, al cual venían de otros
paises del mundo para verle y admirarle, viendo á dos mujeres que reñían por llevarse al
niño que había quedado con vida, no tuvo á menos el llamarlas y oir su disputa y dar un
juicio y sentencia, el más ilustre y excelente que se pueda leer en la historia. Este ejemplo
podrá servir de instruccion á vuestra majestad en el asunto de que se trata. Efectivamente,
de la misma manera que Salomon conoció perfectamente que la mujer ramera que quería
que el niño vivo fuese cortado por medio, no era su propia madre, puesto que sus entrañas
no se conmovieron de compasion cuando el rey pronunció una sentencia tan cruel, así
tambien podrá comprender vuestra majestad que la santa Iglesia católica (que llaman), no
es la verdadera madre que da á luz á los hijos de Dios; puesto que no solamente no se ha
conmovido de compasion al oir las sentencias pronunciadas contra sus hijos (como lo
pretende), sino lo que es peor, ella misma es la que incita é inflama á los príncipes para
que sean crueles, la que paga á los soldados, la que afila las armas, la que prepara las
horcas, la que enciende la leña para quemar á sus propios hijos que falsamente quiere
atribuirse.
¡Ay! si el Papa es padre santo, si es pastor de las ovejas de Dios, ¿por qué quiere
mejor matarlas que llevarlas por la dulzura y la persuasion al rebaño de Cristo? Sed, pues,
Señor, el juez de una iniquidad semejante y no tened á menos el imitar á ese gran rey
Salomon. Y puesto que la madre Iglesia es tan cruel é inhumana que quiere matar á las
criaturas que Dios mantiene con vida por su providencia, no concededle la autoridad de
juzgar en esta causa, y mucho menos la espada en sus manos para hacer la ejecucion; pues
el juicio que ella quiere hacer, es contra la disposicion de todo derecho divino y humano.
Yo pienso que jamás se encontrará en la historia del mundo un ejemplo de una
forma de juicio tal que habiéndose presentado dos partes litigantes, la una que acusa y la
otra que se defiende, se le haya dado el poder de juzgar, condenar y hacer ejecutar á la
parte acusada. Y esto es precisamente lo que vemos en la forma de juicio que se usa ahora
contra los que se dicen Protestantes. Nosotros acusamos al Papa y á toda la Iglesia romana
de habernos quitado á Jesucristo, vida y salvacion de los creyentes; de habérnoslo vendido
por dinero, aunque disfrazado y cambiado; y sin embargo, los reyes y principes de la tierra
otorgan su poder á nuestra parte contraria á quien acusamos, para que ella nos juzgue y
nos condene. Nosotros acusamos á los nuevos y últimos concilios de falsedad y
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temeridad, y se nos envía á los concilios para ser juzgados. Nosotros acusamos á los
cardenales porque han enrojecido sus vestidos con la sangre de los hijos de Dios,
asesinados y degollados, y sin embargo nos entregan á ellos para juzgar esta acusacion.
Nosotros acusamos á los obispos de que en lugar de apacentar el rebaño de Jesucristo se
alimentan ellos mismos; y sin embargo los obispos en el día de hoy, habiéndonos
desollado y quitado nuestros bienes (so color de piedad), se los dan á los soldados para
matarnos y hacernos la guerra, y como jueces en su propia causa, dicen que tales
ejecuciones son hechas justamente.
¿Qué diremos á esto, Señor? ¿Quisierais, Señor, soportar tales exacciones y formas
inicuas de juicios en vuestras tierras?
Si los otros reyes y príncipes no han tenido la oportunidad, á causa de sus guerras
y empresas, de escuchar la justicia de esta acusacion que presentamos contra la Iglesia
romana, al menos vuestra majestad, debería dejar toda ocupacion para entender en la
decision de este negocio.
Diligencia de los reyes paganos para oir las quejas de sus súbditos
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De otra manera es muy de temer que si vuestra majestad no pone pronto remedio,
que en lugar de tener súbditos para serviros con sus cuerpos y sus bienes no tendréis mas
que esqueletos colgados en las horcas, y cuerpos quemados y reducidos á ceniza, pues la
diligencia de los inquisidores de ahora no tiende á otra cosa; y en lugar de que sus bienes
sean empleados en vuestro servicio, los ladrones los llevarán á paises extranjeros.
Continuando las crueldades de la misma manera que al principio, ¿qué es eso sino
hacer daño á vuestra misma persona? Los que han persuadido á los hombres á vivir en
monarquía y han buscado la proteccion y gobierno de un rey, han procurado inducirles á
recibir esta especie de gobierno por la semejanza tomada del cuerpo humano, al cual
(dicen ellos) es semejante el monarca y sus súbditos, él como jefe, y los demás como
miembros que forman un cuerpo.
Ahora bien; si esta semejanza es muy propia para manifestar la union y concordia
de un rey con sus súbditos, ¿no sería una cosa muy extraña que un rey viese venir delante
de sus ojos á alguien que le quisiera cortar con su propia espada el brazo ó la pierna, y
que él mismo en lugar de rechazarlo le diese su cuchilla para hacerlo? En verdad un caso
semejante sería la admiracion de las gentes. ¿Y qué es lo que haceis ahora, Señor, sino
dar la cuchilla de vuestra autoridad á los inquisidores y perseguidores para cortar los
miembros de vuestro propio cuerpo, á saber, vuestros súbditos y muy leales vasallos, y
por este medio debilitar y disminuir las fuerzas del cuerpo de vuestro pueblo? Esto es lo
que vemos por la experiencia en los reinos de nuestros vecinos, los cuales por medio de
semejantes modos de proceder están ten debilitados, que les ha sido ahora forzoso sufrir
las mismas pérdidas por mar y por tierra y hacer con sus enemigos confederaciones
desventajosas. Además, este modo de proceder pareceria como una señal de no tener su
cuerpo (es decir, su pueblo) en la misma recomendacion que aun los filósofos paganos
han enseñado en sus libros compuestos para mostrar las reglas de legítimo gobierno.
Aristóteles el filósofo pagano, cuenta en el libro de sus políticas (abominando
extremamente semejante manera de gobierno) un juramento que los bárbaros hacían al
tomar un cargo en la república, a saber, que serian siempre enemigos capitales del pueblo,
(temiendo por acaso que la concordia del uno y del otro no trajese algun trastorno en las
leyes y ordenanzas civiles). Ciertamente pienso que si ese filósofo volviera ahora al
mundo seria muy sorprendido de ver el trato que el pueblo recibe de sus señores, y quizá
pensaria que los cristianos obran en el dia de hoy, en cuanto al gobierno, de la misma
manera en que él habla en su libro ya citado, y que los príncipes hayan hecho el referido
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juramento de aborrecer y de arruinar á sus súbditos, viendo sobre todo, tantas horcas
levantadas, tantas cárceles llenas de gentes, tantos pobres desterrados de los paises de su
naturaleza, errantes, vagabundos, en paises extranjeros; no por haber cometido asesinatos,
ni adulterios, ni pillajes, ni latrocinios, ni otros crímenes dignos de castigo, sino porque
no quieren creer en las doctrinas inventadas por los hombres, y sí solamente recibir la
palabra de Dios su Creador. Esto es lo que los reyes y príncipes podrian ver muy bien si
en lugar de perseguir á las personas quisieran ocuparse en oir sus razones.
En verdad, no se qué satisfaccion podría tener un monarca ó un príncipe de ser
aborrecido por sus súbditos, y saber en su corazon que la mayor parte de su pueblo no le
ama como á padre, sino que le teme como á enemigo. Y yo os pregunto, Señor: ¿qué amor
podrán tener las mujeres hácia los príncipes que hacen quemar á sus padres? ¿qué volun-
tad tendrán los súbditos de emplear sus servicios en favor de aquel que procurara
arruinarlos y exterminarlos sin haber cometido crímenes que merezcan castigo?
Pero, aun cuándo todos esos inconvenientes no se siguieran, considerad solamente,
Señor, la profesion de vuestro cristianismo, sabiendo que muchas cosas que no serian
impropias de un príncipe infiel, lo son para vuestra majestad que hace profesion de la
religion cristiana, la cual nos enseña á todos clemencia y benignidad aun hácia aquellos
que han cometido faltas y crímenes dignos de castigo.
¿Qué quería el Señor significar en la ley antigua, cuando mandó que los reyes de su
pueblo fuesen ungidos de aceite antes de empezar á reinar? El mostraba que los tales
debían de estar adornados de un espíritu de dulzura, mansedumbre y clemencia,
significado en el aceite, que es más bien aplicado para curar y calmar las llagas y no para
hacer otras nuevas. Así pues, los reyes cristianos están más obligados á usar de man-
sedumbre y benignidad que los de las naciones bárbaras, puesto que el Señor los ha
constituido para gobernar á su pueblo y á su Iglesia. Vemos que nuestro Redentor Jesus
hace una diferencia entre los reyes infieles y los que gobiernan á su Iglesia, diciendo: Los
reyes, de las naciones se enseñorean de ellas, y los que ejercen autoridad sobre ellas, son
llamados bienhechores; pero entre vosotros no es así; sino el mayor entre vosotros sea
como el menor y el que gobierna como el que sirve.
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Este pasaje, aun cuando esté dirigido á los apóstoles, debe de servir tambien en
general á los magistrados cristianos. Y esta sentencia no quita la grandeza y la excelencia
á los reyes y príncipes, sino solamente les exige un corazon humilde y benigno para
reconocer que son constituidos por Dios y son ordenados para gobernar, no a las bestias,
sino á las criaturas hechas y creadas á la imagen del mismo Señor, y que consideren
también que sus súbditos son herederos con ellos de un mismo reino celestial, hermanos
de Jesucristo, quien ha empleado el sacrificio de su obediencia para redimir de la tiranía
del pecado, lo mismo á un humilde viñero ó pobre artesano, que á un gran monarca de la
tierra.
El deber, pues, de un rey cristiano, será pensar que el Señor le ha constituido como
gobernador y supremo magistrado entre aquellos que son sus hermanos, descendiendo de
una misma raza de Adam, de una misma extirpe y de un mismo tronco, y que además son
llamados en una misma iglesia, en la cual los unos no deben de enorgullecerse por encima
de los otros, sino que con toda modestia, mansedumbre y dulzura, deben de gobernar á
sus hermanos en Cristo y súbditos en cuanto á lo político, sin querer, sin embargo por
eso, usurpar el señorío y la dominación, que pertenece á un solo Dios y Señor de los
hombres.
Los historiadores cuentan que un adulador, pensando agradar á Octavio Augusto,
empezó á nombrarle en una grande asamblea Amo y Señor; pero él rechazó
inmediatamente semejante honor, queriendo más bien ser llamado gobernador de sus
ciudadanos y de sus súbditos, que tomar un título tal que dé á comprender algún orgullo
y arrogancia de la persona hácia el pueblo. Por nuestra parte, Señor, tenemos mucho gusto
en honrar á nuestros reyes, príncipes, magistrados, con los títulos más excelentes y
honorables que podamos encontrar como poderes ordenados de Dios, con tal que el
corazon sea conmovido con el espíritu de compasion cristiana y caritativa para considerar
las lágrimas, llantos y gemidos de los pobres súbditos condenados sin ser oidos. Ahora
bien: si todas estas obligaciones son válidas en cualquier otro rey y príncipe cristiano ellas
deben de ser aún de mayor eficacia y virtud en la persona de vuestra real majestad.
Consideremos, Señor, los singulares dones y privilegios con que el Señor os ha
adornado al constituiros rey en una gran parte de la iglesia. Yo omito la antigüedad de
vuestra casa, las ilustres victorias y triunfos de vuestros antepasados, y particularmente
de la majestad imperial de vuestro padre, de muy célebre memoria.
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Consideremos solamente una de las virtudes que el Señor ha puesto en vos, Señor,
muy precisa en un príncipe cristiano, á saber: la clemencia y benignidad natural que se
esfuerzan en arrebataros aquellos que, so color de celo por la religion, toman su cuchilla
para cometer crueldades más que inhumanas y bárbaras, y esto en vuestro nombre y bajo
la sombra de vuestra autoridad y mando.
Si las ejecuciones y crueldades cometidas en vuestras tierras de los Paises Bajos
fuesen perpetradas por vuestros mayores enemigos, vuestra majestad no tendria la
paciencia de mantenerse ausente por tanto tiempo y dejar perecer tantas pobres criaturas
de Dios; y áun menos debeis permitir que se diga que se cometen bajo vuestra autoridad
y en vuestro nombre.
Al oir estas cosas, vuestra majestad deberia venir para librar a sus súbditos de tantos
males. Y para hacer esto, Señor, no es necesario hacer grandes preparativos de guerra. ¿Y
para qué se necesitan tantos navíos y galeras? ¿Qué necesidad hay de tantas armas y
soldados? ¿Para qué se alistarán millares de caballos ligeros y hombres de armas, que
pillan, comen y arruinan vuestras tierras? ¿Qué necesidad hay de llamar á varias naciones
extranjeras, si vuestra majestad no viene al país de sus enemigos, sino al de vuestros muy
leales súbditos y muy afectuosos vasallos, y que vuestra venida, Señor, no es para
expulsar á los turcos ni á los infieles de vuestras ciudades y castillos, sino para limpiar
las idolatrías, supersticiones, abusos y falsas invenciones introducidas por los hombres en
nuestra santa religion cristiana?
En vista pues, de que los enemigos son espirituales, no es necesario preparar
multitud de piezas de artillería, de lanzas, alabardas, picas, arcabuces ni otras fuerzas de
armas externas; sino solamente es necesario armarse de la espada aguda y de buen filo de
la divina palabra, la cual es suficiente para cortar el cuello de Satanás con todas sus
astucias é invenciones y para exterminar los abusos y supersticiones que reinan ahora en
la Iglesia. Cuando vuestra majestad esté armado con esa espada de buen filo y muy
penetrante, creed, Señor, que sin derramamiento de sangre cristiana, traereis á la
obediencia de su Creador á todos vuestros súbditos de los Paises Bajos, ya que la vuestra
la siguen muy lealmente, como de costumbre, y no desean más que una cosa, que sea del
buen agrado de vuestra real majestad el constituirse en juez de su causa, llamando á
vuestra presencia á algunas personas de saber y piedad, tanto de la Iglesia romana como
de la Iglesia protestante, y que las materias de la doctrina cristiana sean tratadas y
consideradas amistosamente y todo en vuestra presencia.
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Así, pues, el concilio de Trento, reunido para condenar á los que acusan á todo el
papado, es semejante á una banda de malhechores que viviendo en los campos del saqueo
y del robo, se reunen en cualquier bosque y pronuncian sentencia de muerte contra los
ciudadanos y los aldeanos qua han deliberado de perseguirlos y presentarlos delante del
magistrado; véase si el Papa y sus secuaces no hacen algo semejante en los concilios.
Efectivamente, ellos buscan primeramente una de las ciudades más seguras, reunen á la
gendarmería para guardarlos y tenerlos en seguridad; ellos no permiten que esté entre
ellos ninguno que les pueda contradecir bajo pena de muerte, y desde allí lanzan los rayos
y truenos de las excomuniones, maquinan guerras, saqueos, muertes y hogueras contra
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los que les acusan de haber arrebatado á Jesucristo á los cristianos, para venderle por
dinero y vivir con tales prácticas en la pompa y en las disoluciones.
Considerad, Señor, si semejante juicio puede tener validez; si es justo y equitativo
que so color de tales sentencias y decretos, los príncipes cristianos ordenen que sus
súbditos sean asesinados y quemados, sus bienes confiscados y sus casas derribadas. ¿No
seria mejor seguir el ejemplo del emperador Constantino, quien viendo la discusion en la
Iglesia entre los arrianos y los católicos, él mismo de su propia autoridad, sin esperar la
autoridad del Papa, reunió un concilio libre y abierto á cada uno, y se constituyó en
protector de las dos partes, y tomando los escritos que los unos producían contra los otros
para acusarse los encerró en un cofre para despues quemarlos, y habiéndose constituido
en presidente del referido concilio, escuchó una y otra parte y encontró medios de conci-
liarlos hasta que Satanás empezó despues á suscitar nuevas disensiones sobre el mismo
asunto?
En el caso que una asamblea semejante á concilio no pueda buenamente hacerse
para todos los cristianos, al menos que cada monarca en su reino y dominio ponga orden
para pacificar á sus súbditos, y quitar las supersticiones introducidas en nuestra religion
cristiana. Los reyes de nuestro tiempo deberian imitar á los reyes del Antiguo Testamento
que cuidaban tan diligentemente en mantener y restaurar la pura y sincera religion. A
éstos los han imitado despues varios emperadores cristianos, especialmente Teodoro,
Justiniano, Carlomagno y otros semejantes, cosa que los doctores antiguos han aprobado
mucho y han alabado, en particular San Agustín en el libro de la correccion de los
donatistas.
Y el Papa Leon, en la epístola 73, dice al emperador que debía de considerar que el
poder real no le era dado para gobernar solamente las ciudades, sino principalmente para
ser el protector de la Iglesia. Gregorio I alabó mucho la diligencia de Recaredo, rey de
los godos, para extirpar los errores de los arriarnos. Tambien Isidoro, obispo de Sevilla,
dice (como lo cita Graciano): que los reyes y príncipes darán cuenta de la disipacion de
la Iglesia, la cual el Señor les ha puesto entre las manos, no para arruinarlas, sino más,
bien para ser sus bienhechores, como el espíritu de Dios les da el cargo como se encuentra
en el profeta Isaías.
Yo no dudo que el Papa no procure impedir por todos los medios posibles un tal
concilio nacional, pero en esto podrá muy bien ver vuestra majestad cómo no está
asegurado de la justicia de su causa ni de la verdad de la doctrina que sostiene. En efecto,
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se sabe perfectamente los reproches y las amenazas que el Papa Paulo III hizo por cartas
y por legados á la majestad imperial de vuestro difunto padre, de muy alta memoria,
porque su majestad quería reunir una Asamblea Nacional para otorgar á los príncipes de
la Germania la doctrina que nosotros confesamos en las Iglesias de éstos vuestros Paises
Bajos.
Ahora bien; si el Papa está asegurado de la justicia de su causa, ¿por qué teme que
sea discutida en presencia de los reyes y de los príncipes, para que la conozcan y la
favorezcan? ¿Por qué manda quemar los libros de los que lanzan las acusaciones contra
él? Pues si son falsas, los hombres de buen sentido las estimaran frívolas, y al final nuestra
empresa se disipará como el humo; pero como los Papas, el clero y los inquisidores ven
bien que los hombres de letras y prudentes empiezan á abrir los ojos para conocer los
execrables abusos que han introducido en la religion en lugar de la verdadera y sincera
piedad, procuran sepultar nuestros libros y escritos, y aconsejan á los reyes y príncipes de
tapar los oidos á todas las peticiones y suplicaciones, y con mano fuerte, obligar y forzar
á las conciencias á creer en las constituciones de los hombres en lugar de la palabra de
Dios.
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Finalmente, Señor, yo considero que no todos los que hacen profesion del
Evangelio de Cristo son tan prudentes y bien enseñados como sería de desear, sino que
se encuentran algunos que (no sabiendo la paciencia que Dios pide de nosotros en las
aflicciones, y que es necesario orar por los que nos persiguen más bien que devolver mal
por mal), se dejan llevar algunas veces por la pasion de la venganza y toman las armas
para resistir á los que quieren exterminarlos (cosa muy indigna de personas que hacen
profesion del Evangelio de Jesucristo). Pero cuando las cosas vienen á un estado tan
lametable como ese, yo os suplico muy humildemente, Señor, de considerar qué desorden
se ve en un reino ó república, qué pillerias, salteamientos, robos, extorsiones, latrocinios,
violaciones de mujeres, raptos de jóvenes, saqueos de bienes, asesinatos y matanzas de
diferentes especies los unos á filo de espada, otros quemados en el fuego con sus casas,
otros arrojados en los rios y ahogados en el agua de donde se siguen tales infecciones en
el aire que despues de la guerra se ve la peste y la mortalidad, y despues de una y otra
plaga viene necesariamente la hambre, tanto más cuanto que la labranza y toda especie
de agricultura cesan en un tiempo de empresas tan miserables y malditas. Y esto no es
aún todo, pues un reino ó pais no puede levantarse ni restablecerse en su primer estado
por lo menos en veinte años. En efecto, las leyes, habiendo sido derrocadas, y las gentes
encarnizadas en la presa y acostumbradas á la efusion de la sangre humana, es muy difícil
de tenerlas en perfecta pacificacion y poner término á las insolencias que quedan como
reliquias ordinarias de la guerra civil.
Además de todo esto, ¿qué ganaremos, ó mejor dicho, qué ganará Jesucristo con
que los hombres reciban por fuerza la religion que el Papa enseña, aun en el caso que
fuera pura y según el Evangelio? Pues vemos manifiestamente que los que están forzados
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á abrazar una religion, sean pueblos ó individuos, no la abrazan nunca de buen grado, sino
al contrario, semejante violencia les repugna para poder recibirla. Y ¿de qué nos servirá
que una persona por la fuerza, estando amenazada con el fuego y con las torturas confiese
de boca que la religion del Papa es el puro Evangelio, si por otro lado en su corazon dice
que el Papa es el verdadero anticristo y órgano del diablo, y si llama á los que le fuerzan
á renegar su fe, verdugos del mismo anticristo?
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Bajos hasta que la presencia de vuestra real Majestad viniese á poner orden, ó bien
ordenar que los Estados generales y príncipes del pais resolviesen las diferencias en estos
asuntos. Me parece, Señor, que esta cesacion no podría tener inconveniente ni traer
ningun daño al progreso de vuestra grandeza, sino al contrario más bien estimo, que la
opinion opuesta que muchos os presentan, podría traer pérdidas irreparables de varias
almas condenadas, daños políticos que serian muy difíciles de remediar en largo tiempo.
Los efectos demostrarán la verdad de una ó de otra opinion. Yo ruego al Señor que no
permita jamás que el consejo de ellos sea puesto en ejecucion.
En conclusion, Señor; os suplico muy humildemente y en el nombre de vuestro
Redentor Jesus que pidais consejo al Espíritu de Dios en un asunto de tan gran
importancia, el cual nunca os engañará si le invocais de todo corazon y poneis en sus
manos vuestras deliberaciones y empresas. Y no os fieis en la gran multitud de personas,
aunque sean doctores y predicadores que os gritarán diariamente en los oidos guerras,
muertes y hogueras; pues vuestra Majestad sabe bien cómo el rey Achab, teniendo á su
lado 400 profetas no estaba siempre enseñado en la voluntad de Dios tocante á una guerra
que quería hacer, en la cual murió; habiendo tomado el consejo de la multitud de falsos
doctores que estaban cerca de su persona, cuando si hubiese creído á la palabra de un
Micheas (aun cuando fue despreciado y rechazado, por los otros) los asuntos de ese rey
hubiesen salido de diferente manera. (1.° Reyes cap. 22). Muchas veces el Señor revela
sus secretos y sus consejos á los pequeños, dejando en la ceguedad y en la ignorancia á
los sabios y honorables de este mundo. El buen consejo no estriba en multitud de cabezas
adornadas con vestidos rojos ó violetas, sino en el temor del Señor, el cual revela sus
secretos á los que le temen. (Salmo, 34). Y como decia un autor antiguo: Los reyes y
príncipes que quieren gobernar con sabiduría y prudencia su reino y país no deben tener
en cuenta las opiniones y sufragios de sus consejeros, sino deben más bien examinar con
cuidado y considerar sobre qué fundamento está edificado el consejo y la opinion de cada
uno, si es sobre la avaricia ó la ambicion ó sobre algún otro afecto semejante.
Ahora bien: si esta dulzura y benigna clemencia, que se desea en vuestra Majestad,
merece ser empleada en favor de cualquier nacion que esté hoy bajo el cielo, los reinos
de Flandes y la dominacion de vuestros Paises Bajos deben de tener el primer lugar, y ser
librados de esas carnicerías y crueldades, por ser el país natal de la majestad imperial,
vuestro padre de muy alta memoria y ha sido por consiguiente como la nodriza de vuestra
real Majestad, con tal lealtad, que sin jactancia, los habitantes de ese país pueden
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vanagloriarse da haber sido los más obedientes y leales súbditos que jamás vasallos lo
hayan sido á sus príncipes. ¿No tendreis compasion, Señor, de oir decir que tales súbditos
son asesinados y exterminados? ¿que los que pueden escapar de la cuchilla se ven
vagabundos y errantes entre las otras naciones de la tierra quejándose del inhumano
tratamiento que reciben de los que conducen los negocios en ausencia de vuestra
Majestad? Esta nacion en particular llena de dulzura y de humanidad ha recibido en todo
tiempo y recibe ahora á todos los extranjeros con tal hospitalidad que en esta virtud
sobrepujan á todas las naciones del mundo, y por esta causa ellos merecerían gozar de su
país, que ofrecen con mucho gusto á todos los que van y vienen. Yo os pregunto, Señor,
¿en dónde han encontrado los italianos buena acogida sino en Flandes? ¿Adónde han
venido los franceses sino á Flandes? ¿En dónde han encontrado humanidad los alemanes,
ingleses, escoceses, y aun turcos y paganos sino en Flandes? Y para venir á lo que nos
toca de mas cerca, ¿en dónde ha encontrado la nacion española padre, madre, honor y
acogida mas ventajosamente que en el pais de Flandes? ¿En dónde han encontrado los
españoles personas que les diesen sus hijas en matrimonio y que de pobres hombres no
teniendo mas que la capa y la espada, hayan hecho ricos mercaderes y gentes de valor,
sino en el pais de Flandes? Y ahora en lugar de reconocer tales beneficios y agasajos, son
los primeros en dar consejo de saquear, matar y quemar á los que con tanta benignidad
los han tratado. ¡Ay¡ ¡qué ingratitud más que brutal! Y ¿qué valor tendrán ahora las
personas para recibir á estas gentes que sin causa quieren hacerse amos del pais de otro?
En lugar de exhortar al príncipe á la humanidad y á la dulzura sirven de fuelle y de pajuela
para inflamarlo y provocarlo á ira, y lo que es peor, sin querer jamás oir las causas ni las
razones de las diferencias entre las dos religiones para poder al menos hablar con mas
seguridad de lo que condenan y persiguen.
En fin, para mencionar algunas particularidades de esas crueldades inhumanas
perpetradas en este pais de vuestra Majestad, yo diré solamente por mi parte de las cosas
que han sucedido en mi presencia cerca de esta ciudad de Amberes el día 12 de este mes
de Marzo. Sepa vuestra Majestad que despues que la ciudad de Valenciennes, Tournay y
varias otras de Flandes fueron de tal manera perseguidas que un gran número de personas
tuvieron que salir de ellas, abandonando sus bienes y casas entre las manos de soldados
más crueles que turcos, un millar de hombres viéndose en un extremo peligro de su vida,
deliberaron reunirse para resistir á los prebostes de los veterinarios que querían matarlos.
(Esta empresa fue muy loca y contraria á la paciencia cristiana que el Evangelio nos
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enseña; pero vemos que todos los que escuchan su palabra nos hacen lo que piden de
nosotros.) Ahora bien, estas pobres gentes, habiéndose puesto bajo la proteccion de la
ciudad de Amberes y esperando que les seria hecho algun señalamiento, de pronto he aquí
que vino una numerosa tropa de caballería en tren de guerra con una gran multitud de
infantería y por otro lado navios y barcos que por el rio vinieron á sitiar á ese pobre rebaño
de gentes, que tenian mas deseos de huir que de combatir. Ah! ¡qué carnicería se veía
desde los muros de la ciudad cuando esas tropas empezaron á arrojarse sobre ellos!
No se contentaban con ver que las pobres gentes sitiadas se rendian y gritaban por
que se les hiciera gracia, ni tampoco con ver que arrojaban las armas á tierra, que huian á
las granjas y á las casas, (cosa que ya contenta y da satisfaccion al enemigo mas cruel)
sino que para mostrar su inhumanidad, á los unos mataron á filo de espada, á otros
quemaron en las granjas y en las casas, á otros arcabucearon, á otros ahogaron en el agua,
y los que quedaron fueron ahorcados en los árboles ó llevados prisioneros para ser
atormentados antes de morir.
Sin embargo los de la ciudad contemplaban ese triste espectáculo con lágrimas y
gemidos que llegaban hasta el cielo, tanto más cuanto que las mujeres veian á sus maridos
ser asesinados, los que estaban cerca veian á sus padres, hermanos, amigos y aliados ser
perseguidos á pistoletazos y á arcabuzazos como si fueran bestias feroces ó algo peor.
¡Oh! ¡Dios mio! si vuestra Majestad hubiese visto con sus ojos la centésima parte de estas
crueldades, pienso que vuestro corazon y vuestras entrañas se hubiesen conmovido en
gran manera, y con gran trabajo hubieseis podido, Señor, impedir á vuestros ojos llorar la
calamidad acaecida á estas pobres gentes, aun cuando no fueran vuestros propios
súbditos, sino considerando solamente que esas pobres gentes eran criaturas de Dios.
Por otra parte, los de la ciudad da Amberes, aun cuando tuviesen alguna voluntad
de evitar semejante carniceria y crueldad más que bárbara, sin embargo, los unos rompian
los puentes, los otros cerraban las puertas, otros para mostrarse afectuosos servidores de
vuestra Majestad, enviaban mensajeros y espías para hacer traicion á los sitiados, y otros
hacian venir barcos por el rio para que los rodeasen por todos lados y que no tuviesen
medio alguno de escapar ni aun arrojándose al agua. En suma, cada uno empleó todo su
poder para impedir que ninguna asistencia ni ayuda fuese dada á los que estaban fuera,
diciéndose ser enviados en vuestro nombre.
Ahora bien, yo os suplico muy humildemente, Señor, de considerar qué es lo que
los turcos y los paganos podrán pensar y juzgar de nuestra religion cristiana al oir contar
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estas miserables tragedias; qué deseos podrán tener de abrazar nuestra fe y creencia,
puesto que en estado de guerra cuando nos han ganado la batalla se quedan satisfechos y
se contentan con tomar prisioneros á los vencidos y hacerles pagar algun rescate y
nosotros (digo) que hacemos profesion del Evangelio de Cristo, somos tan crueles y tan
extremamente inhumanos que, porque los hombres no quieren creer lo que el Papa ordena,
sino lo que el Eterno Dios manda, les asesinamos, les quemamos, les ahogamos, les
saqueamos sus bienes, y desplegamos contra ellos una rabia que siendo mas que brutal
no le puedo dar otro nombre sino de diabólica, y pienso como cosa cierta que el Espíritu
de Jesucristo no ha guiado á los que aconsejaron á vuestra Majestad el permitir ó mandar
tales cosas.
Y no es esto todo; del desorden ocurrido fuera, se originó otro en la ciudad que si
Dios no pone de su mano para guardar esta ciudad de Amberes tan célebre, hubiere sido
quemada y enteramente arruinada.
Efectivamente, viendo los que siguen la religion protestante la matanza que se hacia
fuera con sus padres, hermanos, amigos y aliados que confiesan á un mismo Jesucristo
como su solo Redentor como ellos; estos (digo) empezaron á gritar en alta voz que se les
abriesen las puertas para ir á ayudar á los que asesinaban fuera, y el escándalo y la gritería
fue tal, que en el espacio de seis horas tomaron las armas más de 15.000 personas; los
unos para abrir las puertas, otros para guardar las calles, otros para hacerse fuertes en sus
casas, temiendo que las tropas entrasen en la ciudad despues de haber terminado en los
campos su cruelísima empresa.
La locura de este pueblo llegó á tal punto, que ya desesperado de la vida, se apoderó
de una casa en donde estaba encerrada una gran parte de la artillería de la ciudad, la cual
colocó en cierto lugar para hacerse fuerte, y resistir á los que vinieran á asaltarle.
Ahora bien, yo os ruego muy humildemente, Señor, de considerar con qué miedo
estaban las gentes en una tal devastacion. En cuanto á mí, puedo decir, que en toda mi
vida he visto con mis ojos un espectáculo tan lastimoso, y sobre todo cuando todo el resto
de la ciudad se puso en armas para matarse los unos á los otros. ¡Ay, Señor! ¿qué hubieseis
ganado en semejante combate? ¿qué provecho hubiese traido á vuestra corona la ruina de
esta ciudad tan ilustre, y que sin avergonzar á las ciudades de vuestro reino podemos
llamarla la rosa más hermosa de vuestro sombrero?
Pero dejemos esto aparte, y consideremos qué es lo que el Dios vivo habrá juzgado
de este suceso; pues delante de él y de su trono debemos de dar razon de nuestras empresas
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indirectamente y por medio de otros ganar la buena gracia de vuestra Majestad. Pero á
esto diré francamente, y como delante de Dios, lo que siento en mi corazon.
En primer lugar, yo no puedo negar que la ausencia de mi pais natal, parientes y
amigos no me sea una cosa muy dura de llevar, y desearia mucho que nuestro Señor
iluminara de tal modo al reino de España que se quitaran de nuestra religion cristiana las
idolatrías, las supersticiones y los abusos, y que por ese medio los que estan aquí en
destierro voluntario volviesen al pais de su nacimiento. Ahora bien, yo prefiero sufrir
pobreza, afliccion, persecucion y otras infinidades de males y peligros que acompañan á
los que cristianamente quieren seguir el Evangelio, que mancillar mi conciencia con
ejercicios de religion prohibidos en la palabra de Dios.
En segundo lugar, Señor, yo puedo en este punto dar gracias al Señor por haberme
asistido en mi peregrinacion de tal modo, que los que nunca me habian conocido, han
ejercido en mi favor los cuidados y agasajos de verdaderos parientes y amigos. Así es que
ya no puedo llamarme extranjero en el pais á donde el Señor me ha enviado, en vista de
que su divina Majestad toca los corazones de los que tienen los medios para hacerme
bien, á fin que me asistan de buena voluntad, y doy gracias á mi Dios que aun (estando
ausente) muchas personas temerosas de Dios que tienen gusto en comunicarse conmigo,
me solicitan para que los visite, lo que ha sido la principal ocasion de mi venida á esta
ciudad le Amberes, y esto lo digo á fin que vuestra Majestad no piense de mi mismo que
me he ingerido para abarajar las cartas (como dicen) ni para perturbar las cosas segun
como estaban antes.
Efectivamente, puedo certificar en buena conciencia á vuestra Majestad y con
muchos testigos dignos de fe, que cuatro meses antes que viniese á esta ciudad, había yo
sido solicitado por cartas y por mensajeros de venir á los ruegos y peticion de más de mil
personas, de los que están en esta ciudad, en nombre de las cuales me fueron enviadas
varias misivas. Por consiguiente, yo os ruego, Señor, de no dar fe á los informes de los
que os digan que yo he venido aquí para una cosa muy diferente que para haceros un
servicio humilde y agradable, y para persuadir á las personas á temer al Señor y á obedecer
á vuestra Majestad; pues yo aborrezco las turbulencias, disensiones, debates y facciones
de tal manera que no hay nada en este mundo que me haga huir, como ver á las personas
en querellas y en guerras, sobre todo en cuestiones religiosas; pues con tales medios yo
no he visto ni veo ahora fruto ni ninguna utilidad, ni para las conciencias ni para las
repúblicas, lo que he hecho conocer y he predicado públicamente en todos los paises y
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ni el trabajo en sus corazones y conciencias, tanto más cuanto que la divina eleccion y
adopcion es libre, y no tiene ningun fundamento en nuestras personas, ni en nuestros
méritos, ni en nuestras obras; pero Dios ilumina á los que no le agradan.
¿Pensais, Señor, que vuestros súbditos de los Paises Bajos, no están muy tristes
porque vuestra Majestad no encuentra de su agrado la religion de ellos y su ejercicio?
Se puede decir con verdad, que si pudieran ganar la buena gracia de vuestra
Majestad, con la pérdida de sus bienes, hay muchos que lo harian, con tal que su
conciencia fuese libre para servir al Señor, segun la palabra. ¿Pensais, Señor, que esas
pobres gentes no están extremamente disgustadas y atormentadas de verse en peligro de
sus vidas, despojadas de sus bienes, vagabundas y errantes en paises extranjeros, dejando
sus posesiones, adquiridas con el trabajo y la fatiga de toda su vida? Pero si por un lado
tienen un gusano que les roe continuamente la conciencia, tienen tambien el Espíritu de
Dios, que les amenaza de condenacion eterna, si por seguir el favor y la buena gracia del
mundo, prefieren sepultar y olvidar el conocimiento que tienen de Jesucristo, y el servicio
que deben á su Creador.
Por consiguiente, Señor, en nombre de nuestro Redentor Jesus, tened piedad de
vuestros súbditos de este pobre pais, los cuales no hacen nada contra su conciencia, de tal
manera que si pensaran que la doctrina de la Iglesia Romana, era pura y santa y propia
para llevarlos á la salvación, no querrían en ninguna manera dar ocasion á vuestra real
Majestad, ni á los que representan á vuestra persona en este país, de enojarse contra ellos,
ni mucho menos querrían provocar guerras civiles ni disensiones populares; pero nuestros
pecados son la causa que tales cosas sucedan, aun contra nuestra voluntad y deseo.
Para concluir, Señor, (á fin de que no moleste más á vuestra Majestad con un escrito
demasiado largo), me parece que si quisierais, en primer lugar, considerar atentamente el
asunto de la diferencia religiosa, tan digno de ser estudiado y escuchado, vereis que
vuestros súbditos de los Paises Bajos, no hacen tanto mal como se piensa, de querer buscar
su salvacion; tal diligencia, y santo deseo no merece ser castigado con crueldad é
inhumanidad.
En segundo lugar, Señor, si mirais á las cualidades de vuestra persona, á saber,
vuestro cristianismo, dominacion real y principado (que los filósofos oponen á la tiranía),
y si fijais los ojos de vuestra meditación en hacer valer las virtudes heroicas y admirables
que el Señor os ha concedido, y especielmente la dulzura y benignidad natural, alejada de
felonía y soberbia (vicios, sin embargo, que fácilmente acompañan á las personas puestas
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en elevacion y grandeza, como vos lo estais), más bien empleariais tales virtudes en
favorecer, proteger y consolar á vuestros pobres y afligidos vasallos que en arruinarlos y
destruirlos.
En tercer lugar, Señor, debeis de considerar, contra qué gentes os aconsejan de ser
cruel; á saber, contra criaturas de Dios, como vos, contra hombres de razon, como vos,
contra cristianos que creen en Dios y en Jesucristo, su Redentor, en el Espírítu Santo,
conductor de los elegidos, que reciben la ley de Dios, como vos. Además os aconsejan de
ser cruel contra vuestros súbditos, muy leales y fieles, dulces por naturaleza,
misericordiosos, amigos de ejercer la hospitalidad, religiosos, tan obedientes á sus
magistrados, que para quitar toda sospecha de querer resistir, aun á sus perseguidores,
desde hace ya treinta años, más de treinta mil personas han sido en vuestros Paises Bajos
asesinadas, ó quemadas, ó sepultadas en vida, ó ahogadas en el agua, sin que jamás, ni
hombre ni mujer, de los que tan inhumanamente ya han sido ejecutados, hayan proferido
ni una sola palabra que tendiera á la sedicion ni á la rebelion contra el magistrado, ni
desear ninguna venganza particular, sino más bien al morir han orado por los que les
perseguían. ¿Qué corazon habrá tan endurecido que no tenga compasion de semejantes
personas?
En cuarto lugar, considerad, Señor; que lo que todos vuestros súbditos de los Paises
Bajos piden y explican á vuestra Majestad, no es el estar en errores y falsas doctrinas
contrarias á la palabra de Dios y aun menos quieren que vuestros Paises Bajos sean
refugio de gentes de mal vivir, asesinos, adúlteros, bandidos ó mancharlos de crímenes
semejantes. Ellos desean solamente, que vuestra real Majestad tenga á bien de escuchar
su causa, de ser su juez y de oir sus diferencias. En caso que vuestra Majestad estuviese
impedido por otros asuntos importantes, que por lo menos, bajo su protección y
salvaguardia, cada uno pueda vivir en la libertad de su conciencia con derecho al ejercicio
y predicación de la palabra, según la sencillez y sinceridad que los apóstoles y cristianos
de la Iglesia primitiva guardaban (como nos lo demuestran los historiadores).
Y cuando vuestra Majestad sepa y haya considerado los abusos, supersticiones,
idolatrías y vanas ceremonias que el Papa quiere que mezclemos al ejercicio de nuestra
religion cristiana, vuestra Majestad juzgará que tales cosas no son dignas que se sufran
en la Iglesia de Cristo. Mientras dure el ínterim que piden á vuestra Majestad los súbditos
de los Paises Bajos de la confesion protestante, ellos no pondrán ningun impedimento á
los que, sea por temor ó por ignorancia, quieran guardar las ceremonias de la Iglesia papal;
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sino al contrario, los abrazarán como hermanos y amigos débiles, rogando al Señor que
les envíe los rayos de su divina luz; por otro lado, ellos deploran que un puñado de
holgazanes, de mujercillas y de niños, sin su conocimiento ni aprobacion, se empleen en
destruir las imágenes y los altares de los templos del papado, desaprobando
completamente esas ligerezas y maneras de obrar indignas de personas que desean la
pacificacion y la tranquilidad pública.
Alguien pudiera objetar á esto, diciendo á vuestra Majestad que es imposible tener
paz ni reposo público en donde quiera que se profesen igualmente dos religiones
diferentes. A esto no responderé en este escrito tan extensamente como pudiera, tanto más
cuanto que la deduccion de este asunto seria demasiado larga, esperando con la ayuda de
Dios escribir en su día un tratado particular á vuestra Majestad acerca de este asunto. Pero
sí diré solamente una palabra de pasada: que los que se fundan en tal objecion hacen gran
agravio á los príncipes cristianos, porque los despojan de esa prudencia y buen gobierno
político de que están adornados los príncipes paganos é infieles. En efecto, se sabe que el
turco en su ciudad de Constantinopla mantiene con toda paz y tranquilidad por 1o menos
tres clases de religiones más diversas y diferentes entre sí que el día y la noche; pues yo
os pregunto, Señor: ¿qué union tiene el Coran de Mahoma que siguen las turcos con la
ley de Moisés que siguen los judíos? y ¿qué trato pueden tener los cristianos con las otras
dos sectas que tienen en execrable aversion á nuestro Redentor y soberano Pontífice
Jesucristo? Y sin embargo, cada uno, teniendo su creencia diferente, todos se hablan y
trafican y viven en paz y amistad sin ponerse ningun impedimento los unos á los otros:
por consiguiente con mucha más razon los que hacen profesion de un mismo Dios y
Redentor, recibiendo un mismo Evangelio, podrán vivir juntos en paz y amistad, puesto
que la diferencia no está más que en rechazar las constituciones humanas, los abusos y
supersticiones introducidos en la religion cristiana por la ignorancia y la avaricia de los
hombres.
A este propósito puede tambien servir el ejemplo del Papa, quien sabiendo bien que
los judíos son adversarios y enemigos jurados de Jesucristo nuestro Redentor y de su muy
sagrada doctrina, sin embargo los sostiene en sus tierras, los favorece y los guarda bajo
su proteccion, y lo que es más digno de consideracion, les permite tener templos para
celebrar sus ceremonias y sacrificios de la ley mosaica, antes abolida por la venida del
Mesías nuestro Redentor Jesucristo, el cual es muy deshonrado y ofendido con tales
ejercicios de religion, tanto más, cuanto que tales ceremonias son una verdadera negacion
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Ahora bien, Señor, si el Papa por ganar dinero, permite en sus tierras y entre los
cristianos una religion tan contraria á la de nuestro Redentor Jesus, con mucha más razon,
vuestra Majestad pudiera, en buena conciencia, permitir en sus tierras y bajo su
preteccion, dos clases de religion que convienen las dos en recibir á Jesucristo, como su
Redentor, y que solamente difieren en que los unos dicen que el Padre celestial presenta
gratuitamente la reconciliacion, ganada por ese Redentor y eterno sacerdote Jesus, sin
precio ni de dinero, ni de buenas obras, ni méritos, de parte del hombre, y que la aplicacion
de tal beneficio se hace por la operacion admirable de la divina palabra y del Espíritu
Santo, que produce la fe en el corazon de los creyentes, para que abracen ese beneficio,
sin que esto se deba ni á la diligencia, ni á la santidad de los hombres, ni á cualquiera otra
ceremonia ó institucion; mientras que los otros enseñan todo lo contrario, queriendo hacer
depender el beneficio de nuestra reconciliacion, regeneracion y justificacion de algunas
ceremonias y buenas obras ó méritos, viniendo de parte de los hombres.
Esta diferencia seria muy fácil de zanjar, si vuestra real Majestad quisiera tomar
con interés estos asuntos y pensar que semejante concordia en la Iglesia cristiana, seria la
empresa más ilustre ventajosa y memorable que jamás príncipe cristiano hubiese hecho,
y las historias contarán un hecho semejante á la posteridad, cuyo hecho quedará grabado
en la memoria de todos, y vuestros súbditos de los Paises Bajos, especialmente, Señor,
quedarán maravillosamente obligados á rogar á Dios por la prosperidad y grandeza de
vuestra real Majestad. Pero como yo sé bien que los corazones de los reyes y príncipes,
no están en sus manos ni en su poder, sino más bien entre las manos de Dios, que los
dirige, según su buena voluntad, como lo conoció muy bien el rey Salomon, yo no
presentaré otras varias razones que podrían inducir y persuadir á vuestra real majestad á
tener piedad de vuestros pobres súbditos de los Paises Bajos tan afligidos, atormentados
y perseguidos, sino que me volveré hacia la paz de nuestro buen Dios benignísimo y
misericordioso, para suplicarle que tenga á bien de mirarnos, no como hijos de Adan, sino
como sus propios hijos, ingertados en Jesucristo, su muy querido hijo y nuestro único
abogado, á fin, que por su mediacion é intercesion, el Padre celestial borre de su memoria
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nuestros grandes pecados é iniquidades, que son la causa que se enoje contra nosotros, y
que haya permitido que los reyes y príncipes, que deberian sostener á los fieles y alimentar
á la Iglesia de Cristo, sean los que la olvidan y la dejan entre las manos de las personas
que quieren arruinarla.
A1 Padre de nuestro Redentor Jesus, le suplico que se digne muy vivamente tocar
el corazon de vuestra real Majestad y darle á comprender la verdad de esta diferencia, y
que os encienda, Señor, de un afecto muy ardiente de su Espíritu Santo, á fin que el
principal objeto de vuestras reales empresas sea la gloria de Dios nuestro Creador y la
extension del reino eterno de Jesucristo, su Hijo, quien deseo y ruego esté de tal manera
ingerto y unido al corazon de vuestra real Majestad, que él os dé una larga y muy dichosa
vida, despues de la cual, Aquél que está en vos, por la virtud que le hizo resucitar de entre
los muertos, resucite tambien vuestro cuerpo y le glorifique para gozar de la gloria eterna,
que ha sido prometida á todos los que de un corazon fiel recibirán estas promesas.
Escrita en vuestra ciudad de Amberes el 15 de Marzo del año de 1567, por vuestro
muy humilde y leal vasallo, y muy afecto en hacer servicio á vuestra real Majestad.
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